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Humanismo de principio de siglo∗María Isabel Cabrera ManuelSi existe alguna palabra del vocabulario filosófico que esté realmente desgastada, esa tiene que ser humanismo; es esta una palabra en boca de todos, en la práctica de pocos. Curiosamente, este término ha trascendido el argot filosófico –muestra patente de su importancia- para encontrarse conjugada en los más diversos campos semánticos que imaginarse pueda. Como se trata de un concepto que hace referencia al hombre, es justo y natu
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Humanismo de principio de siglo
María Isabel Cabrera Manuel
Si existe alguna palabra del vocabulario filosófico que esté realmente desgastada, esa
tiene que ser humanismo; es esta una palabra en boca de todos, en la práctica de pocos.
Curiosamente, este término ha trascendido el argot filosófico –muestra patente de su
importancia- para encontrarse conjugada en los más diversos campos semánticos que
imaginarse pueda. Como se trata de un concepto que hace referencia al hombre, es justo
y natural que así sea; sin embargo, y en la medida en que somos incapaces de hacer
frente a las inquietudes humanas más básicas, el concepto se ha ido vaciando de a poco
o de a mucho.
Sierva del discurso institucional, la palabra humanismo ha llegado justo a
convertirse en eso, una palabra, un atado de letras que ha perdido su sentido y que ha
dejado de ser concepto.
Y sin embargo, ¿qué sentido tiene hablar de humanismo todavía? A cuatro siglos
de la gesta de esta idea, parece poco más que necesario replantearse las posibilidades
que el término encarna. Porque justamente se trata de hacerlo encarnar, de tal manera
que aluda al humano al que hace referencia: no al ideal, no al modelo, sino a lo que hay.
Para tal caso, habrá que preguntarse cuál es el estado del hombre ya casi
transcurrida la primera década del siglo XXI. O mejor aún, habrá que ver qué es lo que
el hombre de hoy día conserva de ese ideal humanista que postulaban los hombres del
siglo XVII. No me atrevo a contestar semejante cuestión ya que es evidente que los
compromisos e ideales de los humanistas del diecisiete se verían completamente
desdichos ante el estado actual de la humanidad, del que en parte son responsables. Ya
se vio que la apuesta por el progreso científico y tecnológico ha empobrecido al hombre
más de lo que lo ha gratificado.
Pero pensar de esta manera nos sitúa justo en el lugar de donde queremos salir.
Continuar con las comparaciones históricas que atienden a ideales es una trampa en la
que no debemos caer si queremos devolver un significado a la palabra humanismo. El
hombre del siglo XVII y el hombre presente se constituyen a partir de circunstancias
históricas diferentes, por lo cual es natural que el resultado -lo que llamamos “hombre”-
sea diferente. Este artículo fue publicado originalmente el suplemento filosófico “Péndulo 21” en La Jornada Aguascalientes, en octubre del 2009.
Considero que una de las razones por las que el proyecto humanista ha fracasado
es justo por considerar al fenómeno de lo humano a partir de una unidad. Nada más
diverso, más cambiante, e incluso inconsistente que el hombre, aún más en su conjunto.
Otra más es el contexto histórico en que el concepto humanismo surgió. A
cambio de un dios, otro dios: el hombre. Si atendemos a la perspectiva humanista
tradicional, si nos quedamos con esta noción que pone al hombre ante y sobre todo,
como ombligo del universo, no podremos pasar por alto que semejante visión no
concuerda con nuestra realidad. A pesar del afán del hombre de colocarse como
principio y fin último de todas las cosas, el tiempo vuelve todo a su cauce: el mundo que
tratamos de gobernar es el que nos constituye.
Repensar el humanismo no es una cosa fácil. Habrá que atender a un estado
donde lo efímero es lo que priva, donde los absolutos se disuelven. Sin embargo, no por
difícil se ha de abortar la tarea, pues pensar hoy en el humanismo es pensar sobre
nosotros mismos, sobre lo que nos importa, sobre lo que nos da forma. Habrá que tener
en cuenta –o bien inventar- otros conceptos, nuevas perspectivas y las posibilidades de
pliegues a partir de los cuales toma forma el humano de hoy día. Tendríamos que
renunciar a ciertas categorías que si bien son loables no son justas y abrir el espacio a
aquellas que no por temibles dejan de estar presentes. Habrá que pensar en un
humanismo que no sacrifique lo mundano en aras de un ideal de verdad o de belleza.
Así mismo, hemos de considerar que el resultado de nuestras indagaciones está sujeto
al tiempo y que bien podría estar errado, por lo que más vale estar dispuesto a hacer
continuas revisiones. Pero sobre todo valdría adoptar una actitud crítica y desconfiar,
recordar a ese pulidor de lentes -mente lúcida del siglo XVII- que fue Spinoza cuando
dijo: “el hombre se engaña si piensa libremente sobre sí mismo”.