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Profesora Matilde Orciuoli 1 CUENTOS PARA LOS MÁS PEQUEÑOS LOS TRES OSOS 1 Folclórico Hace mucho, mucho tiempo, en una pequeña casa en el bosque, vivían tres osos. Había una Mamá Osa. Había un Papá Oso. Y, por supuesto, había un Osito. Un día, Mamá Osa preparó tres platos de sopa. Puso los platos sobre la mesa. Cuando los osos se sentaron a tomar la sopa estaba MUY CALIENTE Así es que los tres osos fueron a dar un paseo mientras la sopa se enfriaba. Mientras los osos paseaban, llegó una niña. Su nombre era Ricitos de oro. Primero espió por la ventana. Luego golpeó la puerta. Luego entró. Había tres platos de sopa sobre la mesa. Primero probó la sopa de Papá Oso. Estaba MUY CALIENTE. Luego probó la sopa de Mamá Osa. Estaba MUY FRÍA. Luego probó la sopa de Osito. Estaba PERFECTA. Y entonces se la tomó TODA. Ricitos de Oro quiso sentarse. Primero se sentó en la silla de Papá Oso. Era MUY DURA. Luego se sentó en la silla de Mamá Osa. Era MUY BLANDA. Luego se sentó en la silla de Osito. Era PERFECTA. Y entonces se sentó... ¡y la ROMPIÓ! Luego Ricitos de Oro subió al dormitorio. 1 Read MacDonald, Margaret (2001) Cuentos que van y vienen. Cómo inventar nuevos y narrar los favoritos de siempre. Buenos Aires: Aique.

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Profesora Matilde Orciuoli 1

CUENTOS PARA LOS MÁS PEQUEÑOS

LOS TRES OSOS1

Folclórico Hace mucho, mucho tiempo, en una pequeña casa en el bosque, vivían tres osos. Había una Mamá Osa. Había un Papá Oso. Y, por supuesto, había un Osito. Un día, Mamá Osa preparó tres platos de sopa. Puso los platos sobre la mesa. Cuando los osos se sentaron a tomar la sopa estaba MUY CALIENTE Así es que los tres osos fueron a dar un paseo mientras la sopa se enfriaba. Mientras los osos paseaban, llegó una niña. Su nombre era Ricitos de oro. Primero espió por la ventana. Luego golpeó la puerta. Luego entró. Había tres platos de sopa sobre la mesa. Primero probó la sopa de Papá Oso. Estaba MUY CALIENTE. Luego probó la sopa de Mamá Osa. Estaba MUY FRÍA. Luego probó la sopa de Osito. Estaba PERFECTA. Y entonces se la tomó TODA. Ricitos de Oro quiso sentarse. Primero se sentó en la silla de Papá Oso. Era MUY DURA. Luego se sentó en la silla de Mamá Osa. Era MUY BLANDA. Luego se sentó en la silla de Osito. Era PERFECTA. Y entonces se sentó... ¡y la ROMPIÓ! Luego Ricitos de Oro subió al dormitorio.

1 Read MacDonald, Margaret (2001) Cuentos que van y vienen. Cómo inventar nuevos y narrar los favoritos de siempre. Buenos Aires: Aique.

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Primero se acostó en la cama de Papá Oso. Era MUY DURA. Luego se acostó en la cama de Mamá Osa. Era MUY BLANDA. Luego se acostó en la cama de Osito. Era PERFECTA. Ricitos de oro se quedó dormida. Poco tiempo después, regresaron los tres osos. "ALGUIEN PROBÓ MI SOPA! —dijo Papá Oso. "Alguien probó MI SOPA TAMBIÉN" —dijo Mamá Osa. "Alguien probó mi sopa" —dijo el Osito. "Y SE LA TOMÓ TODA!" y el Osito se puso a llorar. Luego los tres osos fueron a sentarse. "ALGUIEN SE HA SENTADO EN MI SILLA" —dijo Papá Oso. "Alguien se ha sentado en MI SILLA TAMBIÉN" —dijo Mamá Osa "Alguien se sentó en MI silla" —dijo el Osito. "Y ME LA ROMPIÓ" y EL Osito se puso a llorar, otra vez. Luego los tres osos subieron al dormitorio. " ¡ALGUIEN SE ACOSTÓ EN MI CAMA"! — dijo Papá Oso. "¡Alguien se acostó en MI CAMA TAMBIÉN!" — dijo Mamá Osa. "¡Alguien se acostó en MI cama..! — dijo el Osito " ¡Y ALLÍ ESTÁ DURMIENDO!" Al escuchar este grito, Ricitos de Oro se despertó. En cuanto vio a los tres osos se asustó tanto que salió corriendo muy rápido de la casa hacia el bosque. Los tres osos nunca volvieron a ver a Ricitos de Oro por allí2

2 El formato de frases cortas con algunas palabras resaltadas y separación entre los párrafos, se denomina "etno poético" . Esta es una forma de reproducir el lenguaje oral, permitiendo al lector intuir dónde el narrador realiza pausas, da énfasis o baja la voz.

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EL GRILLO QUE QUERÍA TENER UNA CASITA

Juana Teresita Costas Los tres vestidos de Fina

Había una vez un grillito que quería tener una casita sólo para él. Vivía en un jardín lleno de flores y su lugar p referido era una enredadera que cubría los pies de una estatua. Pero esa era una casa demasiado grande para un grillo tan pequeño. ¡Dónde encontrar una casita para el grillo! Una tarde, antes de que el sol se ocultara, salió de su escondite y descubrió con gran alegría una casita redonda y pequeña. Entonces cantó: Crí, crí, crí, crí ¿mi casita está aquí? Al escuchar el canto del grillo, una cabeza con dos cuernitos se asomó y contestó: No, señor , no señor, es la casa del caracol. El grillito dio un salto alto, alto y desapareció. Pero fue a caer justito al lado de un nido pequeño y redondo. Entonces cantó: Crí, crí, crí, crí ¿mi casita está aquí? Al escuchar el canto del grillo, una cabeza con un piquito se asomó y contestó: No, señor , no señor, es la casa del picaflor. El grillito dio un salto alto, alto y desapareció. Pero fue a caer justito sobre una rosa roja. Entonces cantó: Crí, crí, crí, crí ¿mi casita está aquí? Como nadie le contestó, entró en la rosa roja y se quedó allí cantando: Crí, crí, crí, crí ¿mi casita está aquí? Crí, crí, crí, crí ¿mi casita está aquí? El grillito estaba tan escondido que el viento creyó que era la rosa que cantaba y llevó la noticia a todos los insectos y aves del jardín. Las mariposas y picaflores se tomaron las alitas y bailaron alrededor de la rosa roja Y así termina el cuento del único grillo cantor que encontró su casa en una flor.

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LA GALLINITA ROJA 3 Folclórico

Había una vez un gato, un perro, un ratón y una Gallinita Roja. "¿Qué les parece si sembramos trigo para hacer pan?" —dijo la Gallinita Roja. "¡ Buena idea!" — dijo el gato. "¡ Buena idea!" — dijo el perro. "¡ Buena idea!" — dijo el ratón. "¿Quién sembrará el trigo?" —preguntó la Gallinita Roja. "¡Yo no!" —dijo el gato. "¡Yo no!" —dijo el perro. "¡Yo no!" —dijo el ratón. "Entonces lo haré yo misma" — dijo la Gallinita Roja. Y así lo hizo. (El cuento es muy sencillo. Siga el mismo modelo para contar el resto de la historia) "¿Quién separará lo granos de trigo?" —preguntó la Gallinita Roja. "¡Yo no!" —dijo el gato. "¡Yo no!" —dijo el perro. "¡Yo no!" —dijo el ratón. "Entonces lo haré yo misma" — dijo la Gallinita Roja. Y así lo hizo. (Termine la historia así:) "¿Quién comerá el pan?" —preguntó la Gallinita Roja. "¡Yo !" —dijo el gato. "¡Yo !" —dijo el perro. "¡Yo !" —dijo el ratón. "¡No, ustedes no lo harán!" —dijo la Gallinita Roja. "Puedo hacerlo yo misma" Y así lo hizo.

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EL HUEVITO

María Guadalupe Allassia Colección La llavecita

Biblioteca infantil Editorial Plus Ultra.

Había una vez una rana que encontró un huevito. Estaba tan contenta que le dijo a la

tortuga, que se hallaba tomando sol:

—Tortuga, Tortuga,

yo encontré un huevito

y a todos mis amigos

los invito a comer.

La Tortuga dijo:

—Gracias, Rana. Yo les avisaré.

Y se fue caminando, caminando, caminando, hasta que encontró al conejo blanco

entre unos pastitos verdes y tiernos,

—Conejo, Conejo.

Vamos a ver, vamos a ver.

La rana encontró un huevito

y nos invita a comer.

El Conejo dijo:

—Gracias, Tortuga.

Y se fue corriendo, corriendo, corriendo, hasta que encontró a la abeja doradita entre

unas flores amarillas.

—Abeja, Abeja.

Vamos a ver, vamos a ver.

La rana encontró un huevito

y nos invita a comer.

—Gracias, Conejo.

Y se fue zumbando, zumbando, zumbando, zumbando, hasta que encontró al

pajarito azul, jugando en una rama.

—Pajarito, Pajarito.

Vamos a ver, vamos a ver.

La rana encontró un huevito

y nos invita a comer.

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Profesora Matilde Orciuoli 6

El pajarito azul dijo:

—Gracias, Abeja.

Y se fue volando, volando, volando, hasta que encontró a la gallina colorada

picoteando un grano de maíz.

—Gallina, Gallina.

Vamos a ver, vamos a ver.

La rana encontró un huevito

y nos invita a comer.

—¿Un huevito? – preguntó asombrada la gallina. - ¿Un huevito? Me parece que yo lo

conozco…

Y se fue rápido a la casa de la rana que estaba al lado de la laguna. Allí estaban

todos reunidos: la rana, la tortuga, el conejo, la abaja y el pajarito. La rana había puesto la

mesa con un mantel blanco y en el medio de la mesa, sobre un plato grande estaba el

huevito que iban a comer. Pero justo, justito en ese momento, llegó la gallina colorada y dijo:

—Vamos a ver, vamos a ver.

¡Este huevito es mío

y nadie lo va a comer!

La rana entonces, preguntó:

—¿Y cómo sabemos que es tuyo, eh? A ver…a ver…

La gallina colorada se acercó al huevito y le dijo casi en secreto:

-“Cloqui, cloqui, clo”- con una voz dulce como una gota de miel.

El huevito se movió un poco, hizo criqui, croqui, cruqui y se rajó entero.

Enseguida un pollito amarillo asomó su cabeza y dijo:

-Pío…Pío…

-¡Ooooooooh! – exclamaron todos - ¡Qué lindo es!

Los animalitos felicitaron a mamá gallina que se llevó a su hijo diciendo:

-Cloqui, clori, clo.

Y ustedes preguntarán:

-¿Y los animalitos? ¿Qué comieron? ¿Qué hicieron?

¡La rana les hizo una rica ensalada de flores de zapallo! Todos comieron muy felices

y después se fueron a dormir conversando y comentando qué lindo es ver nacer un

pollito.

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Profesora Matilde Orciuoli 7

¿POR QUÉ NO DUERMES, MANCHITA? Tim Warnes

Editorial Sudamericana

Es la primera noche que Manchita pasa en su nueva casa y le cuesta mucho

dormirse.

Intenta dormir boca arriba.

También abrazada a su pingüino.

Hasta acostada en el suelo

Pero aunque pueba y prueba, no consigue quedarse dormida.

AUUUUUUUUU.

Los aullidos de Manchita despiertan al ratón, que entonces le pregunta:

—¿Por qué no duermes; Manchita? Quizá deberías contar las estrellas, como hago

yo.

Pero Manchita sólo sabe contar hasta uno, y eso no alcanza para hacerla dormir.

Y ahora ¿qué puede hacer?

— AUUUUUUUUU.

Esta vez el aullido despierta al canario, que piando le dice:

—¿Por qué no duermes; Manchita? Yo siempre tomo un poco de agua antes de ir a

la cama.

Manchita va hasta su plato y toma un poco de agua.

Y claro, al rato hace un charquito.

Bueno... eso seguramentye no la va a ayudar.

Y ahora ¿qué puede hacer?

— AUUUUUUUUU.

El aullido despierta al conejo, que con voz soñolienta le pregunta:

—¿Por qué no duermes; Manchita? Yo meto la cabeza en mi madriguera y siempre

funciona.

Manchita hunde la cabeza bajo su manta de manera que sólo la cola le queda afuera.

Pero ahí dentro está demasiado oscuro...

...Manchita tiene miedo y no se puede dormir.

—AUUUUUUUUU.

La tortuga saca la cabeza de su caparazón.

—-¿Por qué no duermes; Manchita?-dice con un bostezo. A mí me gusta dormir

cuando es de día y hay mucha luz.

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Profesora Matilde Orciuoli 8

A Manchita le encanta la idea...

¡Y enciende la linterna!

Entonces todos sus amigos gritan:

—¡Apaga la luz, Manchita! ¡Ahora nosotros no podemos dormir!

¡Pobre Manchita!

Está tan cansada que no puede intentar nada más.

Entonces a la tortuga se le ocurre una excelente idea.

Ayuda a Manchita a meterse en la cama.

Lo que la perrita necesita la primera noche en su nueva casa es...acurrucarse junto a sus

nuevos amigos. Así, todos se quedan dormidos enseguida.

Buenas noches, Manchita.

Y felices sueños.

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EL AUTO DE ANASTASIO

Graciela Montes

Anastasio tenía una auto amarillo con las ruedas rojas.

Corría ligerito, ligerito por los caminos del campo.

—¿Puedo subir? –preguntó un hipopótamo vestido de domingo.

—Sí, podés –dijo Anastasio –Voy a hacerte un lugarcito.

Y siguieron andando.

—¿Puedo subir? –pidió un oso hormiguero con sombrero de paja y guitarra al

hombro.

—Sí, podés –dijo Anastasio –Vamos a hacerle un lugarcito.

Y siguieron andando.

—¿Podemos subir? –preguntaron dos zorros mochileros.

—Sí, pueden –dijo Anastasio –Vamos a hacerles un lugarcito.

Y siguieron andando.

—¿Puedo subir? –preguntó un gallo dorado con la cresta roja.

Anastasio dijo que sí, y subieron un gallo, cinco gallinas y quince pollitos.

Y siguieron andando.

—¿Puedo subir? –preguntó un sapo con anteojos negros.

—Sí —dijo Anastasio, y le hizo un lugarcito.

Y siguieron andando.

—¿Puedo subir? –preguntó una gusanita tan chiquita, pero tan chiquita, que casi no

se veía en el suelo.

—Sí, podés –dijo Anastasio.

Pero en cuanto la gusanita subió, el auto hizo ¡Puf!, se paró y ya no siguió andando.

—¡Vamos a tener que empujar! –dijo Anastasio.

Y entonces la gusanita y el sapo de anteojos negros, y los quince pollitos y las cinco

gallinas y el gallo dorado con la cresta roja y los dos zorros mochileros y el oso hormiguero

con sombrero de paja y guitarra al hombro y el hipopótamo vestido de domingo empujaron

el auto.

—Bueno, ya llegamos –dijo Anastasio.

—Gracias –dijeron todos. – Fue un viaje muy lindo.

Y entonces todos se dijeron adiós y se fueron por acá, por allá, por los caminos del

campo.

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RATÓN MUY ALTO Y RATÓN MUY BAJO

Arnold Lobel Historias de ratones

Editorial Alfaguara

Había una vez un ratón muy alto y un ratón muy bajo que eran buenos amigos.

Cuando se encontraban Ratón Muy Alto decía: “¡Hola, Ratón Muy Bajo!”.

Y Ratón Muy Bajo decía: “¡Hola, Ratón Muy Alto!”.

Los dos amigos solían ir a pasear juntos.

Cuando paseaban Ratón Muy Alto decía: “¡Hola, pájaros!”

Y Ratón Muy Bajo decía: “¡Hola, escarabajos!”

Cuando pasaban por un jardín Ratón Muy Alto decía: “¡Hola, flores!”

Y Ratón Muy Bajo decía: “¡Hola, raíces!”

Cuando pasaban delante de una casa Ratón Muy Alto decía: “¡Hola, tejado!”

Y Ratón Muy Bajo decía: “¡Hola, sótano!”

Un día a los dos ratones los pilló una tormenta.

Ratón Muy Alto dijo: “¡Hola, gotas de lluvia!”

Y Ratón Muy Bajo dijo: “¡Hola, charcos!”.

Corrieron a casa para no mojarse.

“¡Hola, techo!” –dijo Ratón Muy Alto.

“¡Hola, suelo!” -dijo Ratón Muy Bajo.

Pronto pasó la tormenta.

Los dos amigos corrieron a la ventana.

Ratón Muy Alto aupó a Ratón Muy Bajo para que pudiese ver.

“¡Hola, arco iris!” –dijeron los dos juntos.

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CUELLO DURO

Elsa Bornemann Antología de cuentos

Editorial Latina

—¡Aaay! ¡No puedo mover el cuello! -gritó de repente la jirafa Caledonia.

Y era cierto: no podía moverlo ni para un costado ni para el otro; ni hacia adelante ni hacia

atrás... Su larguísimo cuello parecía almidonado.

Caledonia se puso a llorar. Sus lágrimas cayeron sobre una flor. Sobre la flor estaba

sentada una abejita.

—¡Llueve! -exclamó la abejita. Y miró hacia arriba.

Entonces vio a la jirafa.

—¿Qué te pasa? ¿Por qué estás llorando?

—¡Buaaa! ¡No puedo mover el cuello!

—Quédate tranquila. Iré a buscar a la doctora doña vaca.

Y la abejita salió volando hacia el consultorio de la vaca.

Justo en ese momento, la vaca estaba durmiendo sobre la camilla. Al llegar a su consultorio,

la abejita se le paró en la oreja y -Bsss... Bsss... Bsss... —le contó lo que le pasaba a la

jirafa.

—-¡Por fin una que se enferma! -dijo la vaca, desperezándose-. Enseguida voy a

curarla.

Entonces se puso su delantal y su gorrito blancos y fue a la casa de la jirafa, caminando

como sonámbula sobre sus tacos altos.

—Hay que darle masajes —aseguró más tarde, cuando vio a la jirafa—. Pero yo sola

no puedo. Necesito ayuda. Su cuello es muy largo.

—Entonces bostezó: -¡Muuuuuuaaa!— y llamó al burrito.

Justo en ese momento, el burrito estaba lavándose los dientes.

Sin tragar el agua del buche debido al apuro, se subió en dos patas arriba de la vaca.

—¡Pero todavía sobraba mucho cuello para masajear!

—-Nosotros dos solos no podemos -dijo la vaca.

Entonces, el burrito hizo gárgaras y así llamó al cordero.

Justo en ese momento, el cordero estaba mascando un chicle de pastito.

Casi ahogado por salir corriendo, se subió en dos patas arriba del burrito.

¡Pero todavía sobraba mucho cuello para masajear!

—-Nosotros tres solos no podemos -dijo la vaca.

Entonces, el cordero tosió y así llamó al perro.

Justo en ese momento, el perro estaba saboreando su cuarta copa de sidra.

Bebiéndola rapidito, se subió en dos patas arriba del cordero.

¡Pero todavía sobraba mucho cuello para masajear!

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Profesora Matilde Orciuoli 12

—-Nosotros cuatro solos no podemos -dijo la vaca.

Entonces, al perro le dio hipo y así llamó a la gata.

Justo en ese momento, la gata estaba oliendo un perfume de pimienta.

Con la nariz llena de cosquillas, se subió en dos patas arriba del perro.

—¡Pero todavía sobraba mucho cuello para masajear!

—-Nosotros cinco solos no podemos -dijo la vaca.

Entonces, la gata estornudó y así llamó a don Conejo.

Justo en ese momento, don conejo estaba jugando a los dados con su coneja y sus

conejitos.

Por eso se apareció con la familia entera: su esposa y los veinticuatro hijitos en fila. Y todos

ellos se treparon ligerito, saltando de la vaca al burrito, del burrito al cordero, del cordero al

perro y del perro a la gata. Después, don Conejo se acomodó en dos patas arriba de la gata.

Y sobre don conejo se acomodó su señora, y más arriba también -uno encima del otro- los

veinticuatro conejitos.

—¡Ahora sí que podemos empezar con los masajes! -gritó la vaca-. ¿Están listos

muchachos?

—-¡Sí, doctora! -contestaron los treinta animalitos al mismo tiempo.

—-¡A la una... a las dos... y a las tres!

Y todos juntos comenzaron a masajear el cuello de la jirafa Caledonia al compás de una

zamba, porque la vaca dijo que la música también era un buen remedio para curar dolores.

Y así fue como -al rato- la jirafa pudo mover su larguísimo cuello otra vez.

—-¡Gracias, amigos! -les dijo contenta-. Ya pueden bajarse todos.

Pero no, señor. Ninguno se movió de su lugar. Les gustaba mucho ser equilibristas.

Y entonces -tal como estaban, uno encima del otro- la vaca los fue llevando a cada uno a su

casa.

Claro que los primeros que tuvieron que bajarse fueron los conejitos, para que los demás no

perdieran el equilibrio...

Después se bajó la gata; más adelante el perro; luego el cordero y por último el burro.

Y la doctora vaca volvió a su consultorio, caminando muy oronda sobre sus tacos altos. Pero

ni bien llegó, se quitó los zapatos, el delantal y el gorrito blancos y se echó a dormir sobre la

camilla. ¡Estaba cansadísima!

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¡DÓNDE ESTÁS, CARABÁS? Paula Martínez

Los cuentos de la luciérnaga Centro Editor de América Latina

Pollito Amarillo picoteaba entre la hierba buscando ricas semillas.

De pronto se encontró con Carabás, un escarabajo marrón y reluciente como los caramelos

de café, que le dijo:

—-¡Hola!

—-Hola -contestó Pollito Amarillo. Y se quedó mirando cómo el escarabajo trepaba

por una planta de repollo y se sentaba sobre una hoja. Allí sentado miró a Pollito Amarillo de

arriba a abajo, desde el pico a las patitas, de las patitas al pico y le preguntó:

—-¿Dónde vivís?

—-En el gallinero.

—-¿Al aire libre?

—Nooo. El gallinero tiene un techo que nos protege del frío, del calor, del viento y de

la lluvia pero, además, nos metemos debajo de las plumas de mi mamá para estar más

calentitos. Y vos, ¿también te metés debajo de las plumas de tu mamá?

—¡Nooo! Mi mamá no tiene plumas.

—Y entonces, ¿dónde vivís?

—-¡A que no adivinás!

—-Adivinar, ¿cómo?

—-Tapáte los ojos, yo me escondo en mi casita y vos me buscás.

Pollito Amarillo se tapó los ojos con las alitas y esperó a que Carabás le gritara: “¡Ya está!”.

Entonces empezó a buscar y buscar mientras preguntaba:

—¿Dónde estás, Carabás? ¿Dentro de esta flor?

—-No; esa es la casa del grillo.

—¿Dentro del hueco de este árbol?

—No; esa es la casa de la ardilla.

—¿Dentro de esta cascarita redonda?

—-No; esa es la casa del caracol.

—-¡Ya sé! Ahí hay un nidito muy chiquito. ¡Esa es tu casita! -dijo Pollito Amarillo.

—- Nooo; esa es la casa del gorrión. ¿Cómo haría yo para llegar tan alto? Buscá,

buscá, pero no tan arriba.

—-No quiero, me cansé -dijo el pollito un poco enojado.

—-¿Querés que te ayude? -lo animó Carabás.

—-Bueno, si me ayudás te sigo buscando. Primero... en el charquito.

—-Frío frío -dijo Carabás.

—Entonces... ¿detrás de la piedra marrón?

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Profesora Matilde Orciuoli 14

—Tibio tibio -respondió Carabás.

—¡Debajo del montón de hojas secas! -exclamó Pollito Amarillo mientras corría ligero

ligero en esa dirección.

—¡Caliente! -gritó Carabás entusiasmado.

—-Aquí hay un agujerito en la tierra. Carabás, ¿estás aquí?

—¡Síii, aquí estoy! ¡Esta es mi casita!

Pollito Amarillo descubrió que Carabás y su familia vivían en una cuevita dentro de la tierra.

Ahí el frío, el calor, el viento y la lluvia tampoco entraban porque tenía un portón de hojas y

la tierra seca y blanda era tan calentita como las plumas de su mamá.

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Profesora Matilde Orciuoli 15

EL CHIVITO folclórico

Esta era una viejecita que tenía un pequeño huerto. Allí cuidaba lechugas, coles y

cebollas. Un día entró un chivito y mordía y comía sus plantitas y sus cebollitas. Salió la

viejecita y le dijo que se fuera, pero el chivito la miró de frente y furioso la contestó.

-Soy el chivito del chivatal

y si me molestas te voy a dañar.

La viejecita se fue llorando por el camino, diciendo:

-¡Ay, ay, las cebollitas del cebollar!

Y se encontró con el perro. Llorando le contó que el chivito no quería salir de su

huerto. El perro le dijo:

-No llore, viejita,

ni por el chivito ni por la cebollita.

Cuando llegaron al cebollar, el perro dijo:

-Sal, chivito, sal.

Y el chivito, mirándolo fijamente, le responde:

-Soy el chivito del chivatal

y si me molestas te voy a dañar.

El perro le dijo a la viejecita que volvería otro día para ayudarle y se fue silbando. La

viejecita volvió al camino llorando y diciendo:

-¡Ay, ay, las cebollitas del cebollar!

Y se encontró con el toro. Llorando le contó que el chivito no quería salir de su

huerto. El toro le dijo:

-No llore, viejita,

ni por el chivito ni por la cebollita.

Cuando llegaron al cebollar, el toro le dijo:

-Sal, chivito, sal.

Y el chivito, mirándolo fijamente y bajando la cabeza, contestó:

-Soy el chivito del chivatal

y si me enfurezco te voy a dañar.

El toro dijo a la viejecita que volvería otro día para ayudarle y se fue suspirando. La

viejecita volvió al camino llorando y lamentándose:

-¡Ay, ay, las cebollitas del cebollar!

Y se encontró con una hormiga delgada de cintura. Llorando le contó que el chivito

no quería salir de su huerto, y la hormiguita dijo:

-No llore, viejita,

ni por el chivito ni por la cebollita.

Cuando llegaron, la hormiguita se acercó al chivito y le dijo muy bajito:

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Profesora Matilde Orciuoli 16

-Sal, chivito, sal.

Y el chivito, rojos sus ojos:

-Soy el chivito del chivatal

y si me enojas te voy a dañar.

Y la hormiguita, plantándose:

-Pues yo soy hormiguita del hormigal

y si te pico vas a llorar.

El chivito no quiso oírla y siguió comiendo lechugas y cebollas. La hormiga trepó por

las barbas del chivito y le picó a todo picar. El chivito, sorprendido y dolorido, salió disparado

balando, balando, balando, hasta que se perdió de vista por el camino.

La hormiga volvió pasito a paso a la casa de la viejecita.

La viejecita le regaló un saco de trigo, pero la hormiguita aceptó tres granos y se fue.

Y entra por el sano

y sale por el roto;

el que quiere venga

y me cuente otro.

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Profesora Matilde Orciuoli 17

PURO CUENTO DEL CARACOL BÚ

Laura Devetach Monigote en la arena

Editorial Colihue

Cuando el caracol Bú se cansó de su casita que parecía un cucurucho, se la sacó y

la dejó sobre una piedra. Una piedra de cuento, de un jardín de cuento, donde todo es puro

cuento.

Ese día el jardín redondo tenía un sol de girasol y tres nubes de ovejitas blancas. Bú

salió contento a buscar una casa nueva.

Debajo de un pastito encontró un grano de maíz amarillo, panzoncito y con nariz

blanca.

—¡Qué grano tan pupipu! -dijo, y se lo puso para que fuera su casa.

Bú probaba su casa nueva por los canteros. Iba muy tranquilo, caminando como

caminan los caracoles, que es más despacito que no sé qué, cuando saltó el sapo y lo

saludó:

—¡Adiós, señora lombriz con un maíz arriba!

—¡Colelo! -contestó Bú muy ofendido, con los cuernos un poquito colorados.

Y siguió probando su casita nueva.

Después lo vio el grillo y le dijo:

—¡Adiós, señor tallarín con un maíz arriba!

—¡Colelo! -contestó Bú con los cuernos más colorados todavía.

Y siguió paseando por la yerbabuena que tenía olor verde y mucha pelusita.

Después se encontró con la tortuga, que lo saludó:

—¡Adiós, señor piolín con un maíz arriba!

—¡Colelo! -contestó Bú con los cuernos coloradísimos.

Y para que no lo confundieran más con lombrices, tallarines o piolines con un maíz arriba,

se sacó el maíz y lo guardó para adorno. Se puso a buscar otra casa.

Se probó una cáscara de maní, pero el balcón lo tapaba entero y no podía sacar los cuernos

al sol de girasol.

Después probó un pedacito de tiza que parecía una torre. Pero no le gustó porque no tenía

campanas ni pajaritos.

Después un botón que dejaba pasar el viento. Y un papelito que se voló.

Y una hoja seca que hacía mucho ruido.

Y un jazmín cabeza para abajo.

Y una cáscara de nuez patas para arriba.

Y una caja de fósforos grande como un chanchito.

Y así Bú dio la vuelta al jardín redondo.

Por fin, sobre una piedra, vio su cucurucho blanco que le gustó otra vez y se lo puso.

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Profesora Matilde Orciuoli 18

—¡Col col! -dijo muy contento.

El cucurucho no le quedaba ni chico ni grande, ni puntiagudo.

Entonces se lo dejó puesto. Y en la punta lo adornó con el grano de maíz.

Cuenta el cuento del jardín redondo que cuando brilla la luna de pastilla de naranja, Bú sale

a pasear. Los bichitos lo saludan:

—¡Adiós caracol con un maíz arriba!

Y Bú contesta: ¡Col col!

Está muy contento paseando su casa, que se pone y se saca, porque, después de todo, ¿a

quién no le gusta ponerse y sacarse su casa alguna vez?

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Profesora Matilde Orciuoli 19

UN BOTÓN PERDIDO

Arnold Lobel Sapo y Sepo son amigos

Editorial Alfaguara

Sapo y Sepo se fueron a dar un largo paseo.

Caminaron por un extenso prado.

Caminaron por el bosque.

Caminaron a lo largo del río.

Al final volvieron a casa, a la casa de Sepo.

—¡Ah, maldición! -dijo Sepo-. No sólo me duelen los pies, sino que he perdido un

botón de la chaqueta.

—No te preocupes -dijo Sapo-. Volveremos a todos los sitios por donde anduvimos.

Pronto encontraremos tu botón.

Volvieron al extenso prado. Empezaron a buscar el botón entre la hierba alta.

—¡Aquí está tu botón! -gritó Sapo.

—Ése no es mi botón -dijo Sepo-. Ese botón es negro. Mi botón era blanco.

Sepo se metió el botón negro en el bolsillo.

Un gorrión bajó volando.

—Perdona -dijo el gorrión-. ¿Has perdido un botón? Yo encontré uno.

—-Ése no es mi botón -dijo Sepo-. Ese botón tiene dos agujeros. Mi botón tenía

cuatro agujeros.

Sepo se metió el botón de dos agujeros en el bolsillo.

Volvieron al bosque y miraron por los oscuros senderos.

—Aquí está tu botón -dijo Sapo.

—Ése no es mi botón -dijo Sepo-. Ese botón es pequeño. Mi botón era grande.

Sepo se metió el botón pequeño en el bolsillo.

Un mapache salió de detrás de un árbol.

—He oído que estabais buscando un botón -dijo-. Aquí tengo uno que acabo de

encontrar.

—¡Ése no es mi botón! -se quejó Sepo-. Ese botón es cuadrado. Mi botón era

redondo.

Sepo se metió el botón cuadrado en el bolsillo.

Sapo y Sepo volvieron al río.

Buscaron el botón en el fango.

—Aquí está tu botón -dijo Sapo.

—-¡Ése no es mi botón! -gritó Sepo-. Ese botón es fino. Mi botón era gordo.

Sepo se metió el botón fino en el bolsillo. Estaba muy enfadado.

Saltaba sin parar y chillaba:

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—¡El mundo entero está cubierto de botones y ninguno es el mío!

Sepo se fue corriendo a casa y dio un portazo.

Allí, en el suelo, vio su botón blanco, con cuatro agujeros, grande, redondo y gordo.

—¡Oh! -dijo Sepo-. Estuvo aquí todo el tiempo. Cuántas molestias le he causado a

Sapo.

Sepo sacó todos los botones del bolsillo. Tomó la caja de la costura de la repisa.

Sepo cosió los botones por toda la chaqueta.

Al día siguiente Sepo le dio su chaqueta a Sapo. Sapo pensó que la había dejado preciosa.

Se la puso y saltó de alegría.

No se cayó ni un botón.

Sepo los había cosido muy bien.

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EL VENDEDOR DE GORRAS

Cuento folclórico europeo Adaptación de Elsa Bornemann

Había una vez un vendedor de gorras. Vendía gorras verdes, marrones, azules y

rojas. ¡Y las llevaba sobre la cabeza! Primero se ponía su propia gorra rayada; encima de

ésta, apilaba las cinco gorras verdes; después, las cinco marrones; más arriba, las cinco

azules y arriba de todo, las cinco gorras rojas.

Un día, el vendedor se sintió cansado y triste porque no había vendido ni siquiera

una gorra: ni una verde, ni una marrón, ni una azul, ni una roja.

Entonces, abandonó el pueblo en donde nadie necesitaba sus gorras y caminó y

caminó hasta que llegó al campo. Allí encontró un gran árbol y se sentó a la sombra. Se

sacó las gorras y las contó. Las tenía todas: la suya, rayada; las verdes, las marrones, las

azules y las rojas. Pero como no había vendido ninguna, no tenía dinero para comprar

comida.

Paciencia –pensó, mientras volvía a ponérselas-. Venderé alguna esta tarde. –Y se

quedó dormido.

Se despertó sintiéndose mucho mejor y enseguida levantó un brazo para tocar la pila

de gorras. ¡Pero sólo le quedaba una! ¡Sólo su gorra rayada!

Se levantó de un salto y empezó a buscarlas. Pero no aparecía ni una gorra verde, ni

una marrón, ni una azul, ni una roja...

Miró entonces hacia la copa del árbol... ¡y allí estaban todas sus gorras! ¡Cada una

puesta en la cabeza de un mono!

—-¡Monos ladrones! –gritó el vendedor-. ¡Devuélvanme mis gorras! Los monos no le

contestaron nada.

—¡Eh! ¿Me oyen? ¡Devuélvanme mis gorras! –gritó entonces el vendedor,

amenazándolos con el puño.

Los monos le mostraron entonces su puños, pero no le devolvieron las gorras.

Enojado, el vendedor pegó una patada en el suelo y exclamó: -¡No me hagan burla,

monos feos!

Todos los monos pegaron una patada sobre las ramas y le dieron la espalda.

Desesperado, el vendedor se quitó entonces su gorra rayada y la arrojó sobre el

suelo mientras les decía: —-¡Aquí tienen otra más, ladrones!

Y ya se marchaba cuando vio que los monitos se sacaban las gorras y las tiraban al

suelo, tal como él había hecho. En un segundo, todas sus gorras estaban sobre el pasto.

Entonces el vendedor se apuró a recogerlas y a colocarlas otra vez sobre su cabeza:

primero, se puso la gorra rayada; encima de ésta, las verdes; después, las marrones; más

arriba, las azules y, arriba del todo, las rojas.

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Y silbando contento se puso en marcha rumbo a otro pueblo, para venderlas y poder

comprar su comida.

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¿QUÉ SE PONDRÁ OSITO?

Else Minarik Editorial Alfaguara

—-¡Qué frío! –dijo mamá Osa—-. Mira la nieve, Osito.

—-Mamá Osa, tengo frío –dijo Osito.

—-Vete, frío –dijo mamá Osa-, que mi Osito es mío.

Mamá Osa cosió algo para Osito.

—-Mira, Osito –le dijo-. Tengo algo para ti.

—-¡Qué bien! –dijo Osito.

—-Es un gorro para el frío.

—-¡Qué bien, qué bien, qué bien! –dijo Osito-. ¡Fuera, frío, que mi gorro es mío!

Osito volvió a casa.

—-¿Qué te pasa, Osito?

—-Tengo frío –dijo Osito.

—-Vete, frío –dijo mamá Osa-, que mi Osito es mío.

Mamá Osa cosió otra cosa para Osito.

—-Mira, Osito –le dijo-. Tengo algo para ti.

—-¡Qué bien, un abrigo para el frío! –dijo Osito-. ¡Fuera, frío, que el abrigo es mío!

Y se fue a jugar.

Osito volvió a casa otra vez.

—-¿Qué te pasa, Osito?

—-Tengo frío –dijo Osito.

—-Vete, frío –dijo mamá Osa-, que mi Osito es mío.

Entonces mamá Osa cosió otra cosa para Osito.

—-Mira, Osito –le dijo-. Tengo algo para ti. Póntelo y no tendrás frío.

—-¡Qué bien, qué bien, qué bien! –dijo Osito-. ¡Un pantalón para la nieve! ¡Fuera,

frío, que el pantalón es mío!

Y Osito se fue a jugar.

Osito volvió a casa otra vez.

—-¿Qué te pasa, Osito?

—-Tengo frío –dijo Osito.

—-Vete, frío –dijo mamá Osa-, que mi Osito es mío.

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—- Osito mío –dijo mamá Osa-, tienes un gorro, tienes un abrigo, tienes un pantalón

para la nieve. ¿Quieres tener también un abrigo de piel?

—-¡Sí! –dijo Osito-. Quiero también un abrigo de piel.

Entonces mamá Osa le quitó el gorro, el abrigo, el pantalón para la nieve y le dijo:

—-¡Ea! Ya tienes abrigo de piel...

—-¡Qué bien, qué bien, qué bien! –dijo Osito-. ¡Ya tengo un abrigo de piel! Ahora ya

no tendré frío.

Y, efectivamente, ya no tuvo frío.

¿Qué les parece?

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EL GATITO NEGRO DE LA COLA BLANCA Y

LA GATITA BLANCA DE LA COLA NEGRA

Folclórico

Había una vez un gatito negro que tenía la cola blanca y una gatita blanca que tenía

la cola negra.

—-¡Cómo me gustaría ser todo, todo negro!- decía el gatito negro de la cola blanca.

—-¡Cómo me gustaría ser toda, toda blanca!- decía la gatita blanca de la cola negra.

Los dos se pusieron de acuerdo ¡Tenían que cambiar sus colas!

—-¿Quién nos ayudará? -pensaban.

Entonces fueron a la casa del carpintero.

—-Buenos días, Sr. Carpintero -saludaron los dos. Luego habló el gatito:

—-Yo soy un gatito negro que tiene la cola blanca y ella es una gatita blanca que

tiene la cola negra. ¿podría usted cambiarnos las colas?

—-Oh, no -contestó el carpintero. -Eso no se puede, gatitos. ¿Con qué las pegaría?

Pero... ¿Por qué no van a la casa del tejedor? Quizás él los pueda ayudar.

—-Gracias, Sr. Carpintero -dijeron los gatitos. Y se fueron contentos a la casa del

tejedor.

—-Buenos días, Sr. Tejedor -saludaron los dos- Luego habló la gatita:

—-Yo soy una gatita blanca que tiene la cola negra y él es un gatito negro que tiene

la cola blanca. Queremos cambiarlas ¿podría usted tejer para mí una cola blanca y para él

una cola negra?

—-Oh, no -contestó el carpintero. -Eso no se puede, gatitos. A ustedes les gusta

mucho jugar con la lana. Las colas se destejerían. Pero... ¿Por qué no van a la casa del

pintor? Quizás él los pueda ayudar.

—-Gracias, Sr. Tejedor -dijeron los gatitos. Y se fueron contentos a la casa del pintor.

—-Buenos días, Sr. Pintor -saludaron los dos- Luego dijeron juntos:

—-Somos un gatito negro que tiene la cola blanca y una gatita blanca que tiene la

cola negra. Queremos cambiarlas ¿podría usted pintarnos las colas?

—-Oh, sí -contestó el pintor. -Con mucho gusto, gatitos.

Y mientras cantaba una canción, el pintor buscó sus pinceles, un tarrito de pintura

negra y un tarrito de pintura blanca. Y cantando otra canción, les pintó las colas.

Muy contentos salieron los gatitos. Ahora eran un gatito negro con la cola negra y

una gatita blanca con la cola blanca.

Y muy contentos volvieron a su casa.

-Toc, toc, toc.- golpearon a la puerta. Pero cuando mamá gata la abrió, no los

reconoció.

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—-¿Quienes son ustedes? -preguntó. -¿Dónde están mis hijitos? Yo tengo un gatito

negro que tiene la cola blanca y una gatita blanca que tiene la cola negra. ¡Fuera de aquí!

¡Fuera de aquí!- Y cerró la puerta.

¡Pobres gatitos! Estaban tan tristes que se fueron a llorar al tejado.

Entonces comenzó a llover. Las gotitas de lluvia empezaron a desteñir las colitas

pintadas. Y los dos gatitos volvieron a tener sus colas como antes.

Y muy contentos volvieron a su casa.

—-Toc, toc, toc.- golpearon a la puerta. Cuando mamá gata la abrió, los abrazó con

alegría.

—-¡Éstos sí son mis hijitos! Mi gatito negro con su cola blanca y mi gatita blanca con

su cola negra.

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¿QUIÉN TIENE MI RON RON?

Judy West

Tim Warnes Editorial Atlántida

—-¡Ay! ¡Mami! ¡Mami!

—-¿Qué sucede, pequeña? ¿Por qué lloras?

—-¡Oh! ¡Mami! He perdido mi ronroneo.

—-Ya lo encontrarás, Gatita. No te preocupes. Espera y verás.

—-¡Oh! ¡Perro! ¡Escúchame, Perro! ¿Tienes tú mi ronroneo?

—-Guau, Guau –respondió el Perro mientras lamía un hueso-. Yo no tengo tu

ronroneo, Gatita. Yo sólo tengo mi ladrido. ¡Guau! ¡Guau! ¿Por qué no le preguntas a la

Vaca?

—-¡Ay! ¡Vaca! ¡Por favor! ¿Tienes tú mi ronroneo?

—-Muu, Muu –respondió la Vaca mientras sacudía las orejas para espantar a las

moscas

—-Yo no tengo tu ronroneo, pequeña. Yo sólo tengo mi mugido. ¡Muu! ¡Muu! ¿Por

qué no le preguntas al Cerdo?

—-¡Cerdo! ¡Ayúdame! ¿Tienes tú mi ronroneo?

—-Oink, Oink –dijo el Cerdo, resoplando con la nariz en el pajonal.

—-Yo no tengo tu ronroneo, Gatita. Yo sólo tengo mi gruñido. ¡Oink! ¡Oink! ¿Por qué

no le preguntas al Pato?

—-¡Ay! ¡Pato! ¡Pato! ¿Tienes tú mi ronroneo?

—-Cuac, Cuac –respondió el Pato chapoteando en el agua del fuentón.

—-No, pequeña. Yo no tengo tu ronroneo. Yo sólo tengo mi graznido. ¡Cuac! ¡Cuac!

Pregúntale al Ratón.

—-¡Por favor! ¡Ratón! Dime, ¿tienes tú mi ronroneo?

—-Cri, cri –dijo el Ratón mordisqueando el queso en el establo-. Yo no tengo tu

ronroneo, pequeña Gatita. Lo único que tengo es mi chirrido. ¡Cri! ¡Cri! ¿Por qué no le

preguntas a la Oveja?

—-¡Ay! ¡Oveja! ¡Ayúdame! ¿Tienes tú mi ronroneo?

—-Bee, bee –exclamó la Oveja mientras masticaba un poco de pasto.

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—-Lo siento, Gatita. Yo no tengo tu ronroneo. Yo sólo tengo mi balido. ¡Bee! ¡Bee!

Pregúntale al Búho, que es muy sabio.

—-¡Oh! ¡Búho! ¡Búho! ¿Tienes tú mi ronroneo?

—-Uu, uu –dijo el sabio Búho, pestañeando contínuamente con sus enormes ojos.

—-Yo no tengo tu ronroneo, pequeña. Yo sólo puedo ulular. ¡Uu! ¡Uu! ¿Por qué no le

preguntas a tu mamá?

—-¡Ay! ¡Mami! ¡Mami! –lloriqueó la Gatita-. Nadie tiene mi ronroneo.

El Perro sólo tiene su guau guau.

La Vaca, su muu muu.

El Cerdo, su oink oink.

El Pato, su cuac cuac.

El Ratón, su cri cri.

La Oveja, su bee bee.

Y el sabio Búho sólo tiene su uu uu.

—¡Oh! ¡Mami! ¡He perdido mi ronroneo!

—-No, pequeña. No has perdido tu ronroneo. Ven, te lo explicaré.

—-Nadie tiene tu ronroneo, Gatita. Lo tienes dentro de ti, y lo puedes oír cuando

estás contenta. Inténtalo ahora. ¡Escucha, pequeña!

—-¡Oh, mi ronroneo! ¡Mami! ¡Encontré mi ronroneo! Siempre estuvo aquí, dentro de

mí.

Y la pequeña Gatita se acurrucó al lado de su mamá.

Y ronroneó y ronroneó toda la noche sin parar: ron ron ron ron.

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SAPO EN INVIERNO

Max Velthuijs Ediciones Ekaré

Caracas, 1992

Una mañana, Sapo se levantó y supo inmediatamente que algo andaba mal en el

mundo. Algo había cambiado.

Se asomó por la ventana y se quedó extrañado al ver que todo estaba

completamente blanco.

Corrió afuera, confundido. Había nieve por todas partes. El suelo estaba resbaloso.

De repente, cayó de espaldas...

... y se deslizó río abajo. El río estaba congelado y Sapo quedó tendido en el hielo

frío y duro.

—-Si no hay agua ¿cómo podré lavarme? –pensó Sapo alarmado.

Tiritando de frío, alcanzó la orilla y allí se sentó.

En eso, llegó Pata patinando.

—Hola Sapo –dijo Pata- Qué tiempo tan bonito hace hoy. ¿Vienes a patinar

conmigo?

—-No –contestó Sapo-. Me estoy congelando.

—-Te hará bien patinar-dijo Pata-. Ven que te enseño.

Pata le prestó a sapo su bufanda roja y le ayudó a ponerse los patines. Empujó a

Sapo por el hielo. Sapo se deslizó velozmente y muy pronto se cayó.

—-¿No estás gozando? –preguntó Pata.

Pero Sapo estaba congelado como un témpano y sus dientes castañeteaban.

—-Tú tienes un abrigo de plumas calentito –dijo Sapo-, pero yo soy un sapo pelado.

—-Tienes razón. Quédate con mi bufanda –dijo Pata y se marchó.

Entonces apareció Cochinito cargando una cesta de leña.

—-Cochinito, ¿no te estás congelando? –preguntó Sapo.

—-No –dijo Cochinito-. Me encanta el aire fresco y saludable. El invierno es la

temporada más hermosa de todas.

—-Tú tienes una deliciosa capa de grasa para mantenerte abrigado –dijo Sapo-. Pero

¿qué tengo yo? Soy sólo un sapo pelado.

—-Pobre Sapo –pensó Cochinito-. Ojalá lo pudiera ayudar.

¡Un, dos! ¡Un, dos! Liebre estaba trotando en la nieve.

—-¡Viva el deporte! –exclamó Liebre-. No hay nada como hacer ejercicio en pleno

invierno. ¡Un, dos! ¡Un, dos!

—-Sapo –dijo Liebre-, ¿por qué no me acompañas?

—-Me estoy congelando. Tú tienes una piel peluda y abrigada, pero yo no tengo

nada –dijo Sapo y regresó a casa tristemente.

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Profesora Matilde Orciuoli 30

Al día siguiente sus amigos lo invitaron a una batalla de bolas de nieve. Pero Sapo

no pudo divertirse con los demás.

—-Me estoy congelando –murmuró sapo-. Soy sólo un sapo pelado.

Y se marchó sintiéndose miserable.

Pasó el resto de la tarde sentado junto al fuego, soñando con la primavera y el

verano. Hasta que se quemó el último trozo de madera y el fuego se apagó.

Sapo salió a buscar más leña, pero había empezado a nevar y no pudo encontrar ni

una ramita.

Caminó y caminó y dio vueltas y más vueltas. Todo estaba blanco, muy blanco, y

Sapo ya no supo regresar a casa. Extenuado, se tendió sobre la nieve. Un sapo pelado.

Y allí lo encontraron sus amigos.

—-Me estoy congelando –dijo Sapo con un hilito de voz.

—-Ven –dijo Liebre. Y con mucho cuidado, lo cargaron hasta su casa y lo acostaron

en la cama.

Liebre recogió leña y prendió el fuego. Cochinito preparó una deliciosa sopa y Pata

acompañó a Sapo.

Noche tras noche, todos escuchaban mientras Liebre leía historias maravillosas

sobre la primavera y el verano. Cochinito tejió un suéter con lana de dos colores y Pata no

se alejó de la cama de Sapo. Sapo se sintió feliz rodeado de sus amigos. El invierno es

maravilloso cuando lo puedes pasar en la cama.

Entonces, llegó el día en que Sapo ya estaba repuesto y podía salir. Sin piel, ni

grasa, ni plumas, pero con su nuevo suéter de rayas, dio sus primeros pasos en la nieve.

—-Y... ¿qué tal? –preguntó Liebre con curiosidad.

—-Pues bien –dijo Sapo valientemente.

Y así pasó el largo invierno.

Pero una mañana, cuando Sapo abrió los ojos, supo inmediatamente que algo había

cambiado. Una luz radiante entraba por la ventana. Sapo saltó de la cama y corrió afuera.

El mundo estaba verde y el sol brillaba en el cielo.

—-¡Aleluya! –exclamó Sapo emocionado-. Qué sabroso es ser un sapo. Puedo sentir

los rayos del sol en mi espalda pelada.

Sus amigos se rieron al ver a sapo brincando feliz.

—-¿Qué haríamos sin Sapo? –preguntó Liebre.

—-Pues no me lo puedo imaginar –dijo Cochinito.

—-No –dijo Pata con una sonrisa-, la vida no sería la misma sin él.