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La guerra estalla. El tiempo se agota, como

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La extinción te obliga a elegir… Algunasverdades terribles salen a la luz, perosurgen otros misterios. Los aliados y losenemigos cambian de un instante a otro.La guerra estalla. El tiempo se agota, comola esperanza. Pero ella sigue luchando parasalvar a ambos bandos por igual… KiraWalker ha encontrado la cura para el RM,pero la batalla por la supervivencia entre loshumanos y los Parciales recién comienza.Kira dejó East Meadow buscandodesesperadamente pistas acerca de suidentidad. El hecho de que los Parcialeslleven en su propia sangre la cura para elRM no puede ser coincidencia: tiene queser parte de un plan, un plan que lainvolucra a ella y que podría salvar a ambasrazas. La acompañan Afa Demoux unvagabundo desquiciado que trabajó tiempoatrás en ParaGen Samm y Heron, losParciales que la traicionaron pero salvaron

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su vida, los únicos que conocen su secreto.Pero ¿puede confiar en ellos? Entretanto,en Long Island, lo que quedó de lahumanidad se prepara para otra guerracontra los Parciales. Marcus sabe que suúnica esperanza es postergar la batallahasta que Kira regrese. Pero el recorrido deKira la llevará hasta el interior del territoriode los Estados Unidos, ahora convertido enun páramo postapocalíptico, y tanto ellacomo Marcus descubrirán que su peorenemigo podría ser alguien cuya existenciani siquiera conocen.

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Dan Wells

FragmentosPartials - 2

ePub r1.0Titivillus 06.05.16

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Título original: FragmentsDan Wells, 2014Traducción: Nora Escoms

Editor digital: TitivillusePub base r1.2

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Este libro está dedicado a todosaquellos que alguna vez admitieron

que se equivocaron. No es señal dedebilidad ni de falta de dedicación; es

una de las fortalezas más grandes quepuede tener una persona, sea humana

o Parcial.

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PRIMERA PARTE

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CAPÍTULO UNO

—Brindemos —propuso Héctor— por el mejoroficial de la Nueva América.

El salón cobró vida con el tintineo de losvasos y el rugido de cien voces.

—¡Cornwell! ¡Cornwell!Los hombres entrechocaron sus copas y sus

botellas, y las vaciaron al unísono con ungorgoteo. Al acabarse la bebida que contenían,las depositaron estrepitosamente sobre la mesao incluso las arrojaron al suelo. Samm losobservó en silencio y reguló su telescopio casiimperceptiblemente. La ventana estaba sucia,pero aun así vio a los soldados sonreír y hacermuecas mientras se daban palmadas en laespalda, reían de chistes groseros y trataban de

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no mirar al coronel. De todos modos, el enlaceles informaría sobre Cornwell.

Samm, escondido entre los árboles en el otroextremo del valle, bien fuera del alcance delenlace, no disfrutaba de semejante lujo.

Giró la perilla del trípode para mover elmicrófono apenas una fracción de milímetro a laizquierda. A esa distancia, hasta el más mínimocambio de ángulo captaba el sonido de una vastaparte del salón. Las voces se hicieron difusas enlos auriculares; percibió fragmentos de palabrasy conversaciones, y luego oyó otra voz, tanfamiliar como la de Héctor: era la de Adrián, elantiguo sargento de Samm.

—… nunca se dieron cuenta de lo que lespasó —decía Adrián—. La línea enemiga quedódestruida, tal como se había planeado, pero porunos minutos eso mismo lo hizo mucho máspeligroso. El enemigo se desorientó y empezó adisparar en todas las direcciones a la vez, y bajotanto fuego no podíamos apoyar a Cornwell. Éldefendió la esquina hasta el fin, sin dejarseamedrentar, y todo el tiempo el Perro Guardián

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aullaba y aullaba; casi nos dejó sordos. No huboPerro Guardián más leal que el suyo. Adoraba aCornwell. Esa fue la última batalla importanteque vimos en Wuhan, y un par de días después,la ciudad era nuestra.

Samm recordaba esa batalla. Hacía casiexactamente dieciséis años que habían tomadoWuhan, en marzo de 2061; había sido una de lasúltimas ciudades en caer durante la Guerra deAislamiento. Pero había sido uno de los primeroscombates de Samm; aún tenía presentes lossonidos, los olores, el sabor de la pólvora quellenaba el aire. El recuerdo zumbaba en sumente y algunos datos fantasmas del enlacesurcaron su cerebro, apenas lo suficiente comopara despertar la adrenalina. Casi de inmediatoafloraron los instintos y el entrenamiento, queagudizaron su conciencia mientras permanecíaagazapado en la ladera oscura, preparándolopara una batalla que solo existía en su mente. Aeso le siguió la reacción opuesta: una oleada defamiliaridad que tuvo un efecto sedante. Hacíadías que él no se enlazaba con nadie, y aquella

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súbita sensación, real o no, le provocó unacomodidad casi dolorosa. Cerró los ojos y seaferró a ella, concentrándose en los recuerdos,deseando volver a sentirlos con más intensidad,pero al cabo de unos instantes fugaces, sedesvanecieron. Estaba solo. Abrió los ojos yvolvió a mirar por el telescopio.

Ahora los hombres habían dispuesto lacomida: unas bandejas de metal anchas, repletasde carne de cerdo caliente. Era bastante comúnencontrar piaras de cerdos salvajes enConnecticut, pero se hallaban principalmente enlo profundo del bosque, alejados de losasentamientos Parciales. Para darse semejantefestín debían de haberlos cazado bastante lejos.A Samm le gruñó el estómago al ver eso, perono se movió.

A lo lejos, los soldados se pusieron tensos,ligeramente pero todos a la vez, advertidos porel enlace de algo que Samm solamente pudoadivinar. El coronel, pensó, y enfocó eltelescopio hacia Cornwell. Lucía tan mal comosiempre, cadavérico y semidescompuesto, pero

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su pecho aún subía y bajaba y no parecía habernada fatídicamente malo. Una punzada de dolor,tal vez. Los hombres del salón no le prestabanatención, y Samm optó por hacer lo mismo.Todavía no había llegado la hora, pues la fiestacontinuó. Se puso a escuchar otra conversación:más recuerdos de los viejos tiempos de laGuerra de Aislamiento, y aquí y allá algunaanécdota de la revolución, pero nada queencendiera su memoria tan profundamentecomo el relato del sargento. A la larga, fuedemasiado estar viendo aquellas costillas decerdo y oír masticar a los hombres, así que, concuidado, Samm sacó de su mochila una bolsitaplástica con trozos de cecina seca. Era unapálida imitación de las jugosas costillas queestaban disfrutando sus antiguos camaradas,pero era algo. Volvió a mirar por el telescopio yvio al mayor Wallace justo en el instante en quese ponía de pie para hablar.

—El teniente coronel Richard Cornwell nopuede hablarles hoy, pero tengo el honor dedecir algunas palabras en su nombre.

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Wallace se movía con lentitud, no solo alcaminar sino también en sus gestos y al hablar;cada movimiento era medido y deliberado.Parecía tener tan poca edad como Samm, comoun humano de dieciocho años, pero en tiemporeal se acercaba a los veinte… la fecha devencimiento. En unos meses más, o tal vez unassemanas, empezaría a descomponerse igual queCornwell. Samm sintió frío y se puso suchaqueta sobre los hombros.

El grupo guardó silencio, y la voz de Wallaceresonó con intensidad en el salón, provocando uneco metálico en los auriculares de Samm.

—He tenido el honor de servir al mando delcoronel durante toda mi vida. Él mismo me sacódel tanque de crecimiento y me entrenó. Esmejor hombre que la mayoría de los queconozco, y un buen líder. No tenemos padres,pero me gustaría pensar que, si los tuviéramos,el mío sería alguien como Richard Cornwell.

Hizo una pausa, y Samm meneó la cabeza.Cornwell era el padre de ellos, en todos lossentidos menos en el estrictamente biológico.

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Los había educado, los había conducido yprotegido: todo lo que hace un padre. Todo loque Samm nunca podría hacer. Reguló el zoomdel telescopio para acercar el rostro del mayor.No había lágrimas, pero estaba ojeroso y se veíacansado.

—Fuimos hechos para morir —prosiguió—.Para matar y luego morir. Nuestras vidas notienen más que dos propósitos, y cumplimos conel primero hace quince años. A veces piensoque lo más cruel no fue la fecha de vencimiento,sino los quince años que tuvimos que esperarpara enterarnos de ella. Los más jóvenes entreustedes se llevarán la peor parte, pues serán losúltimos en marcharse. Nacimos en guerra y nosganamos la gloria, y ahora nos sentamos en unasala en penumbra para vernos morir.

Todos los Parciales que estaban en el salónvolvieron a tensarse, esta vez en forma másperceptible, y algunos se levantaron de un salto.Samm movió el telescopio a toda prisa, en buscadel coronel, pero con tanto zoom se desorientó;siguió buscando durante algunos segundos

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frenéticos, entre gritos de «¡El coronel!» y«¡Llegó la hora!». Por fin, se echó hacia atrás,alejó el zoom y luego volvió a acercarlo desdeuna distancia de más de un kilómetro. Encontróla cama del coronel, en un sitio de honor alfrente del salón, y observó al anciano que seestremecía y tosía; en las comisuras de su bocahabía salpicaduras de sangre negra. Ya parecíaun cadáver; sus células iban degenerándose ytodo su cuerpo se descomponía en forma casiperceptible, a la vista de todos. Intentó toser,hizo una mueca, tosió más fuerte y quedóinmóvil. El salón permaneció en silencio.

Samm observó, impasible, mientras lossoldados preparaban el rito fúnebre: sin decirpalabra, abrieron las ventanas, corrieron lascortinas y encendieron los ventiladores. Loshumanos enfrentaban la muerte con llanto, condiscursos, con lamentos y dientes apretados. LosParciales la enfrentaban como solo ellos podíanhacerlo: por medio del enlace. Sus cuerposestaban diseñados para el campo de batalla.Cuando morían, emitían una serie de datos que

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alertaban a sus camaradas del peligro, y estos, alrecibirla, emitían a su vez más datos para que secorriera la voz. Los ventiladores empujaban elaire hacia el mundo para que todos se enlazarany supieran que acababa de morir un granhombre.

Samm esperó, tenso, sintiendo la brisa aambos lados de su rostro. Deseaba sentirla, y ala vez, no; era conexión y dolor, comunidad ytristeza. Era deprimente ver cómo ambas cosasse juntaban en los últimos días. Observó lashojas que se agitaban en los árboles allá abajo,en el valle; las ramas que se mecían suavementecon el viento. Los datos nunca llegaron.

Estaba demasiado lejos.Empacó el telescopio y el micrófono

direccional y los guardó en la mochila, junto conla pequeña batería solar. Revisó el lugar dosveces, para cerciorarse de que no olvidaba nada:la bolsita plástica de la comida estaba guardada;los auriculares, también, y tenía el fusil alhombro. Hasta borró con las botas las marcasdel trípode en la tierra. No quedaban indicios de

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que él había estado allí.Echó un último vistazo al funeral de su

coronel, se ajustó la máscara antigás y seescabulló al exilio. En aquel salón no había lugarpara desertores.

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CAPÍTULO DOS

El sol brillaba intensamente entre las brechasque dejaban los edificios, dibujando una trama detriángulos amarillos irregulares sobre las callesrotas. Kira Walker observó el lugar con cuidado,agachada junto a un taxi oxidado que estaba alpie de un profundo cañón urbano. Pasto, malezay arbustos permanecían inmóviles en el asfaltoagrietado. La ciudad estaba en perfecta quietud.

Sin embargo, algo se había movido.Kira se puso el fusil de asalto al hombro, con

la esperanza de ver mejor por la miratelescópica, pero luego recordó, por enésimavez, que la mira se le había roto en el derrumbede la semana anterior. Maldijo y bajó el arma.Apenas termine con esto, voy a buscar otra

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armería y cambiar esta basura. Escudriñó lacalle, tratando de separar formas y sombras;levantó nuevamente el fusil y volvió a maldecirpor lo bajo. Es difícil quitarse las viejascostumbres. Agachó la cabeza y corrió hasta laparte trasera del taxi. A treinta metros había uncamión de reparto a medio bajar de la acera;seguramente allí podría esconderse de lo quefuera (o de quien fuera) que anduviera por allí.Espió y, tras casi un minuto con la mirada fija enla calle inmóvil, apretó los dientes y echó acorrer. No hubo balas, estrépitos ni rugidos. Elcamión cumplió su cometido. Kira se ocultó trasél, apoyó una rodilla en el suelo y echó unvistazo más allá del parachoques.

Un antílope avanzó entre el matorral. Suslargos cuernos se curvaban hacia el cielo,mientras su lengua buscaba los brotes y plantasque crecían entre los escombros. Ellapermaneció inmóvil, observando muyconcentrada, demasiado paranoica para suponerque aquel antílope era lo que había vistomoverse un momento antes. Arriba chilló un

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cardenal, y segundos después lo siguió otro: consus copetes de un rojo encendido, giraban, selanzaban en picada y se perseguían entre loscables de electricidad y los semáforos. Elantílope mordisqueaba las hojitas verdes de unretoño de arce, en paz y sin prestar atención a loque ocurría. Kira continuó observando hastaestar segura de que no había nada más, y luegomiró otro poco, por las dudas. No estaba de mástener cuidado en Manhattan; la última vez quehabía estado allí la habían atacado los Parciales,y en este viaje, hasta el momento, la habíanperseguido un oso y una pantera. El recuerdo lahizo detenerse, dar media vuelta y mirar haciaatrás. Nada. Cerró los ojos y se concentró,tratando de «sentir» si había algún Parcial cerca,pero no pudo. Nunca había logrado hacerlo deun modo reconocible, ni siquiera habiendopasado una semana en contacto directo conSamm. Ella también era Parcial, pero eradistinta: aparentemente, le faltaban el enlace yalgunas otras características; además, envejecíay crecía como un ser humano normal. No sabía

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bien qué era, y no tenía a quién acudir en buscade respuestas. Tampoco tenía con quién hablarde ello: solo Samm y la demente científicaParcial, la doctora Morgan, sabían que ella eraParcial. Ni siquiera se lo había contado a sunovio —y mejor amigo—: Marcus.

Kira se estremeció, inquieta, e hizo unamueca al sentir la incómoda confusión quesiempre la invadía cuando se preguntaba sobresí misma. Eso es lo que vine a buscar, pensó.Respuestas a mis preguntas.

Se volvió y se sentó en el asfalto roto. Serecostó contra el neumático desinflado delcamión y volvió a sacar su libreta, aunque a esaaltura ya había memorizado la dirección:Calle 54 y Lexington. Le había llevado semanasaveriguar esa dirección, y varios días más llegarhasta allí entre las ruinas. Quizá estaba actuandocon demasiada cautela…

Sacudió la cabeza. Era imposible tenerdemasiada cautela. Las áreas no colonizadaseran muy peligrosas para arriesgarse, yManhattan lo era más que casi todas. Había

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optado por lo seguro y gracias a eso seguía convida; no iba a descartar una estrategia que lehabía dado tan buen resultado.

Volvió a mirar la dirección y luego levantó lavista hacia los carteles deteriorados de lascalles. Sin duda, estaba en el lugar indicado.Volvió a guardar la libreta en el bolsillo y levantóel fusil. Es hora de entrar.

Hora de visitar ParaGen.El edificio de oficinas había tenido puertas

de vidrio y ventanales del piso al techo, pero elvidrio no duró mucho desde el Brote, y ahoratoda la planta baja estaba expuesta al viento y lalluvia. No era la sede central de ParaGen —esaestaba en el oeste, del otro lado del país— peroera algo. Se trataba de una sucursal financiera,ubicada en Manhattan solo para interactuar conlas oficinas similares de otras corporaciones.Kira había tardado semanas en averiguar queexistía esa oficina.

Avanzó con cuidado entre fragmentos devidrio blindado y pequeños montículos dematerial de revestimiento exterior que se habían

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desprendido de los pisos superiores. Tras onceaños de abandono, el suelo estaba lleno de tierra,una capa suficientemente gruesa como para queempezaran a crecer la maleza y el pasto. Losasientos bajos, otrora tapizados con lustrosovinilo, estaban debilitados por el sol y la lluvia, yrasgados por lo que parecían garras de gatos.Un amplio escritorio que probablemente habíaservido de recepción, ahora estaba deteriorado ycombado, aunque seguía siendo el epicentro deun montón de credenciales identificadoras deplástico amarillo desparramadas. En la pared,una placa exhibía los nombres de las docenas decompañías que había en el edificio, y Kirarecorrió la lista con la mirada hasta encontrar aParaGen: en el piso veintiuno. Había tresascensores en la pared que estaba detrás delescritorio; uno de ellos asomaba torcido dentrode su caja. Ella los ignoró y se dirigió a la puertaque daba a la escalera, en el rincón de atrás.Junto a la puerta había un sensor para cerraduramagnética, pero sin electricidad no tenía sentido;el mayor problema serían las bisagras. Se apoyó

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contra la puerta y empujó, primero con suavidadpara probarla, y luego con más fuerza al ver quelas bisagras resistían. Por fin cedieron y pudollegar a la altísima escalera.

—Piso veintiuno —suspiró—. No podía serde otra manera.

Muchos de los edificios más viejos delmundo eran demasiado peligrosos como paraintentar subir, devastados durante el primerinvierno que siguió al Brote: se rompieron lasventanas, las cañerías estallaron y, al llegar laprimavera, las habitaciones, los pisos y lasparedes se llenaron de humedad. Tras diezciclos de congelamiento y descongelamiento, lasparedes estaban combadas; los techos, débiles ylos pisos se desintegraban. Había moho en lamadera y las alfombras, los insectos se metíanen las grietas, y lo que había sido una estructurasólida era ahora una precaria torre de jirones yfragmentos; escombros que aún no habían caído,que esperaban un puntapié, un paso o quealguien alzara la voz para desmoronarse en elsuelo. Sin embargo, los edificios más grandes, y

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especialmente los nuevos, como ese, eranmucho más duraderos: tenían un esqueleto devigas de acero y en su interior, cemento selladoy fibra de carbono. La piel, por así llamarla, eradébil: de vidrio, yeso y alfombras, pero el edificioen sí era robusto. La escalera donde seencontraba Kira estaba particularmente bienconservada, polvorienta pero no sucia; y el airerancio le hizo preguntarse si habría quedado máso menos sellada desde el Brote. Eso le daba unambiente espeluznante, como el de una tumba,aunque no se veía a nadie sepultado allí. Empezóa preguntarse si más arriba encontraría elcuerpo de alguien que hubiera quedadoencerrado en la escalera al ser vencido por elRM, pero llegó al piso veintiuno sin haber vistonada. Pensó en salir a buscar alguno, parasatisfacer tanta curiosidad contenida, pero no.Ya había suficientes cadáveres en una ciudad deese tamaño; en la calle, la mitad de los autostenían esqueletos dentro, y en las casas y en lasoficinas había millones más. Uno más o unomenos en esa escalera olvidada no cambiaría

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nada. Con esfuerzo y un chirrido de bisagras,Kira abrió la puerta y salió a la oficina deParaGen.

No era la sede principal, claro; de esa habíavisto una foto algunas semanas antes: ahíestaban ella de niña, con su padre y su tutora,Nandita, de pie frente a un enorme edificio devidrio contra unas montañas nevadas. Kira nosabía dónde quedaba. No recordaba que lehubieran tomado esa foto, y menos aúnrecordaba a Nandita antes del Brote, pero allíestaba. Kira tenía solo cinco años cuando seacabó el mundo, quizá apenas cuatro en la foto.¿Qué significaba? ¿Quién era Nandita enrealidad? Y ¿qué conexión tenía con ParaGen?¿Acaso había trabajado allí? ¿Y su padre? Sabíaque él había trabajado en una oficina, pero enesa época era demasiado pequeña como pararecordar más. Si realmente era una Parcial,¿acaso había sido un experimento delaboratorio? ¿Un accidente? ¿Un prototipo?¿Por qué Nandita nunca le había dicho nada?

En cierto modo, esa era la pregunta más

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importante. Kira había vivido con ella casi doceaños. Si la mujer sabía quién era ella, si lo habíasabido todo el tiempo y jamás le había contadouna palabra… A Kira no le agradaba nada laidea.

Sus pensamientos le provocarondesasosiego, tal como le había ocurrido en lacalle. Soy una falsificación, pensó. Unproducto artificial que se cree una persona.Soy tan falsa como el acabado de imitaciónmármol de este escritorio. Entró en larecepción y tocó el mueble descascarado: vinilopintado sobre plástico prensado. Ni siquiera eranatural, mucho menos real. Levantando la vista,se obligó a olvidar su inquietud y a concentrarseen la tarea que le esperaba. La recepción eraespaciosa para Manhattan: una sala amplia consillones desvencijados tapizados en cuero y unaestructura rocosa que probablemente había sidouna cascada o fuente. La pared que estabadetrás del escritorio ostentaba un enorme logometálico de ParaGen, el mismo que se veía en eledificio de la foto. Kira abrió su bolso, sacó la

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fotografía cuidadosamente doblada y comparóambas imágenes. Idénticos. Guardó la foto yrodeó el escritorio para examinar los papelesque había allí esparcidos. Igual que la escalera,esta habitación carecía de ventanas al exterior ypor eso había quedado resguardada de loselementos; los papeles estaban viejos yamarillentos, pero intactos y ordenados. Lamayoría eran cosas sin importancia: guíastelefónicas, folletos de la compañía y una novelaque habría estado leyendo la recepcionista; sellamaba Te mataré por amor, y en la cubiertatenía una imagen de una daga ensangrentada.Quizá no fuera la lectura más adecuadamientras se terminaba el mundo, pero por otrolado la recepcionista tal vez ni siquiera habíaestado allí durante el Brote. Seguramente habíadejado su puesto cuando el RM empeoró, ocuando se liberó por primera vez, o incluso acomienzos de la Guerra Parcial. Kira dio unosgolpecitos en el libro con el dedo y notó que elseñalador estaba como a las tres cuartas partes.Nunca llegó a enterarse de quién mataba a

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quién por amor.Echó otro vistazo a la guía telefónica y

advirtió que algunas de las extensiones internasde cuatro dígitos empezaban con 1, y otras, con2. ¿Tal vez la oficina ocupaba dos pisos? Hojeóla guía y en la última página encontró unasección de números más largos, de diez dígitoscada uno: varios comenzaban con 1303, y otros,con 1312. Sabía, por haber hablado con adultosque recordaban el viejo mundo, que aquelloseran códigos de área para distintas partes delpaís, pero no tenía idea de qué partes eran, y laguía tampoco lo decía.

Los folletos estaban apilados ordenadamenteen una esquina del escritorio; sus portadasestaban adornadas con una doble héliceestilizada y una imagen del edificio que aparecíaen la fotografía de Kira, aunque tomado desdeotro ángulo. Levantó uno para examinarlo mejory vio que en el fondo había otros edificiossimilares, entre los cuales se destacaba unatorre alta y maciza que parecía hecha deenormes cubos de vidrio. Al pie de la imagen, en

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letra cursiva, se leía la frase: «Mejorándonoscontinuamente». Adentro había página traspágina de fotos de sujetos sonrientes y textosque ponderaban las virtudes de lasmodificaciones genéticas: alteracionescosméticas para cambiar el color del cabello ode los ojos; modificaciones médicas paraeliminar una enfermedad congénita o reforzar laresistencia a otras; e incluso cambios estéticospara aplanar el abdomen o aumentar el busto,mejorar la fuerza o la velocidad, los sentidos o eltiempo de reacción de una persona. Lasmodificaciones genéticas habían sido tancomunes antes del Brote, que casi todos lossobrevivientes que vivían en Long Island lastenían. Hasta los hijos de la peste, los niños quehabían sido demasiado pequeños para recordarcómo había sido la vida antes del Brote, habíanrecibido algunas mejoras genéticas al nacer. Erael procedimiento estándar en todo el mundo, ymuchas de esas mejoras las había desarrolladoParaGen. Kira siempre creyó tener lasmodificaciones básicas que recibían todos los

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bebés, y ocasionalmente se había preguntado sitendría algo más. ¿Era buena corredora por elADN de sus padres, o porque una modificacióngenética la había hecho así? Ahora sabía que sedebía a que era una Parcial. Había sidofabricada en un laboratorio como un ideal de serhumano.

La segunda mitad del folleto hablabadirectamente de los Parciales, aunque se referíaa ellos como BioSintes, y había más «modelos»de los que Kira había esperado encontrar.Primero se presentaban los Parciales militares,más como un caso de éxito que como unproducto disponible: un millón de pruebas decampo exitosas de aquella biotecnologíaespecial. No se podía «comprar» un modelo desoldado, por supuesto, pero el folleto incluíaotras versiones menos humanoides con la mismatecnología: Perros Guardianes hiperinteligentes,leones de melena espesa amansados —losuficiente como para tenerlos de mascotas—, yhasta algo llamado «Mi Dragón», que parecíauna lagartija alada del tamaño de un gato

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doméstico. En la última página sepromocionaban nuevas clases de Parciales: unguardia de seguridad basado en el modelo delsoldado, y otros que se podían buscar en línea.¿Eso es lo que soy? ¿Guardia de seguridad,esclava de amor o quién sabe qué tipo debasura asquerosa que vendía esta gente?Releyó el folleto en busca de alguna pista que lerevelara algo sobre sí misma, pero no había nadamás. Lo arrojó a un lado y tomó el siguiente,pero resultó ser lo mismo con una portadadistinta. Maldijo por lo bajo y arrojó ese también.

Yo soy más que un producto en uncatálogo, se dijo. Alguien me hizo por unarazón. Nandita se quedó conmigo paracuidarme por algún motivo. ¿Seré unaagente en espera de ser activada? ¿Undispositivo de escucha? ¿Una asesina? Lacientífica Parcial que me capturó, la doctoraMorgan… cuando descubrió lo que era,estuvo a punto de estallar; se puso muynerviosa. Es la persona más temible que heconocido, y el solo hecho de pensar en lo

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que yo podría ser la aterró.Me hicieron por una razón, pero ¿esa

razón es buena o mala?Fuera cual fuera la respuesta, no la

encontraría en un folleto. Tomó otro de la pila ylo guardó en la mochila, por si alguna vez leservía; luego sujetó el fusil y se dirigió a lapuerta más cercana. No era probable queencontrara nada peligroso a esas alturas, pero…aquel dragón del folleto la había puesto nerviosa.Jamás había visto uno vivo, ni un dragón ni unleón ni nada de eso, pero no estaba de más tenercuidado. Aquello era la guarida misma delenemigo. Son especies artificiales, se dijo,diseñadas para ser mascotas dóciles ydependientes. Nunca las vi porque estántodas muertas, cazadas hasta la extinciónpor animales de verdad que saben sobreviviren tierra salvaje. Ese pensamiento la deprimió,y no contribuyó a aplacar sus temores. Aun asíera probable que encontrara la habitación llenade cadáveres; había muerto tanta gente allí quela ciudad era prácticamente una tumba. Apoyó

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una mano en la puerta, se armó de valor yempujó.

Del otro lado la recibió un ambiente másfresco y oxigenado que el aire muerto delvestíbulo y las escaleras. Era un pasillo cortoque daba a otras oficinas, y al final Kira violargas hileras de ventanas rotas. Espió por lapuerta de la primera oficina, que estaba abierta,trabada por una silla negra con rueditas, ycontuvo el aliento, sorprendida, cuando un trío degolondrinas pardo-amarillentas levantó el vuelosúbitamente desde su nido, en un estante. Unabrisa cálida que entraba por la ventana sinvidrios le rozó la cara y agitó los mechones decabello que se habían soltado de la cola decaballo. Alguna vez esa habitación había tenidoventanas del piso al techo, de modo que ahoraparecía una cueva en la pared de un acantilado,y Kira contempló con recelo las ruinas cubiertasde vegetación de la ciudad, allá abajo.

El nombre que figuraba en la puerta eraDavid Harmon, alguien que no tenía muchascosas en su espacio de trabajo: un escritorio de

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plástico claro, una biblioteca cuyos librosestaban cubiertos por una costra de excrementode ave y una pizarra desvaída en la pared. Kirase cargó el fusil al hombro y entró, buscandoalguna especie de registro que pudiera examinar,pero no había nada, ni siquiera una computadora,aunque de todos modos no le serviría sinelectricidad para encenderla. Se acercó a loslibros y trató de leer sus títulos sin tocarlos, yhalló una hilera tras otra de guías financieras.Seguramente David Harmon había sidocontador. Echó un último vistazo, con laesperanza de hallar una revelación a últimomomento, pero el lugar estaba vacío. Volvió asalir al pasillo y probó en la siguiente oficina.

Diez oficinas más tarde, aún no habíaencontrado nada que arrojara luz sobre susinterrogantes: un puñado de libros contables yalgún que otro archivo, pero hasta esos estabanvacíos, o bien llenos de declaraciones deganancias. ParaGen había acumulado unariqueza obscena; ahora Kira lo sabía concerteza, pero no sabía casi nada más.

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La verdadera información estaría en lascomputadoras, aunque las oficinas parecían notenerlas. Kira frunció el ceño, confundida,porque todo lo que había oído acerca del viejomundo le decía que usaban computadoras paratodo. ¿Por qué allí no estaban aquellos monitoresplanos o las torres metálicas que había visto portodas partes? Suspiró con frustración, sabiendoque, aun si las hallaba, no sabría qué hacer conellas. Había usado algunas en el hospital:medicomps, escáners y ese tipo de aparatoscuando un tratamiento o un diagnóstico lo exigía,pero principalmente máquinas destinadas a unsolo propósito. En el viejo mundo lascomputadoras habían sido parte de una inmensared capaz de comunicarse al instante concualquier parte del planeta. Había de todo en lascomputadoras: desde libros y música hasta,aparentemente, los vastos planes que tramabaParaGen. Pero en esas oficinas no habíacomputadoras…

Pero sí hay una impresora. Se detuvo, conla mirada fija en una mesita que estaba en la

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última oficina del piso. Era una sala más grandeque las demás, y en la puerta figuraba el nombreGuinevere Creech, probablemente lavicepresidenta local o como fuera que sellamara en la escala jerárquica de la compañía.Había hojas en blanco desparramadas en elsuelo, arrugadas y descoloridas por las lluviasque habían entrado por la ventana rota, y unapequeña caja de plástico sobre una mesita juntoal escritorio. Kira la reconoció como unaimpresora; en el hospital había decenas de ellas,que ya no servían porque no tenían tinta, y unavez le habían encargado trasladarlas de unarmario a otro. En el viejo mundo las habíanusado para escribir documentos directamentedesde una computadora, de modo que si en esaoficina había una impresora, tenía que haberhabido también una computadora, al menos enotro tiempo. Levantó el aparato para examinarlomás de cerca: no tenía cable ni lugar dóndeenchufarlo, lo cual significaba que erainalámbrico. Volvió a dejarlo en su sitio y searrodilló para mirar debajo de la mesita; nada

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por allí. ¿Por qué alguien se había tomado eltrabajo de retirar todas las máquinas? ¿Seríapara esconder información cuando el mundo sedestruyó? Sin duda, Kira no podía ser la primerapersona a la que se le había ocurrido ir allí;ParaGen había fabricado a los Parciales, nadamenos, y era el experto mundial enbiotecnología. Aun cuando no lo culparan por laGuerra Parcial, seguramente el gobierno lohabría contactado para buscar la cura del RM.Suponiendo, claro está, que el gobierno nosupiera que la cura estaba en los Parciales.Kira apartó el pensamiento de su mente. Noestaba allí para entretenerse con teoríasconspiratorias, sino para descubrir información.¿Acaso alguien se había llevado lascomputadoras?

Levantó la vista y examinó la habitacióndesde su posición en cuatro patas, y desde eselugar vio algo que antes no había notado: uncírculo negro brillante en el armazón metálicodel escritorio. Movió la cabeza y el círculopareció encenderse y apagarse según le diera la

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luz. Sorprendida, se puso de pie y sacudió lacabeza al comprender lo simple que era todoaquello.

Los escritorios eran las computadoras.Ahora que lo entendía, le resultaba obvio.

Los escritorios de plástico claro eran réplicascasi exactas, a mayor escala, de la pantalla delmedicomp que ella usaba en el hospital. Elcerebro —la CPU, el disco rígido y lacomputadora en sí— estaban empotrados en elarmazón de metal negro, y al encenderlo, todo elescritorio se encendería con pantallas táctiles,teclados y otros dispositivos.

Kira volvió a arrodillarse para examinar labase de las patas del armazón metálico, y lanzóuna exclamación de triunfo cuando encontró uncable negro y corto enchufado en untomacorriente que había en el suelo. Al oírla,otra bandada de golondrinas levantó vuelo y sealejó. Ella sonrió, pero no era realmente untriunfo: si no podía encenderlas, de nada leservían. Necesitaría un cargador, y no habíaempacado uno al marcharse de East Meadow

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con tanta prisa; se sintió una tonta por haberloolvidado, pero ya nada podía hacer. Tendría quetratar de conseguir uno en Manhattan, quizá enuna ferretería o en alguna tienda de artículoselectrónicos. Desde el Brote, la isla seconsideraba demasiado peligrosa como pararecorrerla y, por eso, la mayor parte todavía nohabía sido saqueada. Aun así, tampoco leagradaba la idea de subir cargando un generadorde más de veinte kilos por la escalera hasta elpiso veintiuno.

Dio un suspiro largo y lento, tratando deordenar sus pensamientos. Necesito averiguarlo que soy. Necesito saber cuál es laconexión de mi padre y de Nandita con esto.Debo encontrar al Consorcio. Una vez más,sacó la foto, la de ellos tres de pie frente alcomplejo de ParaGen. Alguien había escrito unmensaje en la foto: Busca al Consorcio. Kira nisiquiera sabía con exactitud qué era elConsorcio, y menos aún cómo encontrarlo. Parael caso, tampoco sabía quién le había dejado lafoto con ese mensaje, aunque por la letra supuso

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que había sido Nandita. Las cosas quedesconocía parecían pender sobre ella como unenorme bulto pesado. Cerró los ojos, tratando derespirar profundamente. Había puesto todas susesperanzas en esta oficina, la única parte deParaGen adonde podía llegar, y era agobianteestar allí y no encontrar nada que le sirviera, nisiquiera otra pista.

Se puso de pie y se acercó rápidamente a laventana para tomar aire. Abajo se extendíaManhattan, mitad ciudad y mitad selva, unaenorme masa verde de árboles ávidos y edificiosen ruinas, cubiertos de enredaderas. Era todotan grande, de un tamaño abrumador… Y esoera apenas la ciudad; más allá había otrasciudades, otros estados y otras naciones,continentes enteros que ella no había vistojamás. Se sintió perdida, exhausta por laimposibilidad de encontrar siquiera un pequeñosecreto en un mundo tan inmenso. Observópasar una bandada de aves, ajenas a ella y suspreocupaciones; el mundo se había acabado yestas ni se habían dado cuenta. Si desapareciera

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la última de las especies pensantes, el solseguiría saliendo y las aves seguirían volando.

¿Qué significaba realmente su éxito o sufracaso?

Entonces Kira irguió la cabeza, apretó lamandíbula y dijo en voz alta:

—No voy a darme por vencida. No importaqué tan grande sea el mundo. Simplementetengo más lugares donde buscar.

Se volvió hacia la oficina, se acercó alarchivo y abrió el primer cajón. Si el Consorciotenía algo que ver con ParaGen, quizá algúnproyecto especial relacionado con el liderazgoParcial, como había sugerido Samm, esa sedefinanciera debía haber tenido que procesardinero para ello tarde o temprano, y tal vezhubiera allí algún registro de eso.

Limpió el polvo de la pantalla del escritorio ycomenzó a sacar carpetas del archivo y arevisarlas línea por línea, concepto por concepto,pago por pago. Cuando terminaba con unacarpeta, la dejaba en el suelo en un rincón yempezaba con una nueva; así pasó hora tras

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hora, y se detuvo solamente cuando oscureciódemasiado como para seguir leyendo. El airenocturno estaba frío y Kira pensó en encenderuna pequeña fogata —sobre uno de losescritorios, donde pudiera contenerla—, perodecidió no hacerlo. En la calle las fogatas eranfáciles de esconder de quien pudiera estarvigilando, pero una luz a esa altura sería visibledesde varios kilómetros a la redonda. Optó porretirarse a la recepción, cerrar todas las puertasy colocar su bolsa de dormir al abrigo delescritorio. Abrió una lata de atún y la comió ensilencio y a oscuras, tomando el contenido conlos dedos y simulando que era sushi. Durmiócon un sueño ligero, y al despertar por lamañana se puso inmediatamente a trabajar ysiguió revisando los archivos. A media mañanapor fin encontró algo.

«Nandita Merchant», leyó, con un sobresaltodespués de tanto buscar. «Cincuenta y un milciento doce dólares pagados el 5 de diciembrede 2064. Depósito directo. Arvada, Colorado».Era una nómina enorme, que parecía abarcar a

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todos los empleados de la multinacional.Kira frunció el ceño y releyó la línea. No

decía cuál era su puesto, sino solo que le habíanpagado, y no tenía idea de lo que esorepresentaba: ¿sería el sueldo de un mes o de unaño? ¿Honorarios por un trabajo específico?Regresó a los libros contables, buscó uno delmes anterior y lo revisó rápidamente hastaencontrar el nombre de Nandita. «Cincuenta yun mil ciento doce dólares el 21 de noviembre»,leyó, y vio lo mismo el 7 de noviembre.Entonces es un sueldo quincenal, o sea quepor año ganaba… como un millón doscientosmil dólares. Eso parece mucho. No teníaningún marco de referencia para juzgar lossueldos del viejo mundo, pero al examinar la listavio que la de Nandita era una de las cifras másaltas.

—Conque era uno de los peces gordos de lacompañía —pensó en voz alta—. Ganaba másque la mayoría, pero ¿qué hacía?

Quería buscar a su padre, pero ni siquierasabía su apellido. Su propio apellido, Walker, era

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un apodo que le habían puesto los soldados quela habían encontrado después del Brote, pueshabía caminado varios kilómetros por una ciudadvacía, en busca de comida. «Kira, laCaminante[1]». Entonces era tan pequeña queno recordaba su apellido ni dónde trabajaba supadre, ni siquiera en qué ciudad vivían…

—¡Denver! —exclamó, al recordarsúbitamente el nombre—. Vivíamos en Denver.Eso estaba en Colorado, ¿no?

Volvió a mirar el registro de Nandita:Arvada, Colorado. ¿Eso estaría cerca deDenver? Dobló la hoja con cuidado y la guardóen su mochila, al tiempo que se prometía buscarluego alguna librería antigua que tuviera un atlas.Miró una vez más la nómina en busca delnombre de pila de su padre, Armin, pero lospagos estaban registrados por apellido, así queno valía la pena buscar entre las decenas demiles de personas que figuraban allí. A lo sumo,si encontrara su nombre confirmaría lo que lafoto ya sugería: que Nandita y su padre habían

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trabajado en la misma sede de esa empresa.Pero no le diría a qué se dedicaban ni por qué.

Pasó otro día de investigación sin hallar nadaque le sirviera, y en un arranque de irritacióngruñó y arrojó la última carpeta por la ventanarota. Apenas lo hizo, se reprendió por hacer algoque pudiera llamar la atención de cualquiera queestuviera merodeando. Claro que eso no eramuy probable, pero no era sensato tentar aldestino. Se apartó de la ventana con laesperanza de que si alguien hubiera visto caerlos papeles, lo atribuyera al viento o a laactividad de algún animal, y emprendió susiguiente proyecto: el segundo piso.

En realidad, era el piso veintidós, se recordó,mientras subía la escalera con pasos cansadoshasta la siguiente puerta. Esta, extrañamente,estaba apenas cerrada, y al empujarla, Kira salióa un mar de cubículos. Allí no había recepción,solo un puñado de oficinas; el resto era espaciocompartido y tabiques bajos. Observó quemuchos de los cubículos tenían computadoras, obien bases donde obviamente se podía conectar

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una máquina portátil. En este piso no habíapantallas de avanzada en los escritorios, pero loque más le interesó fueron los cubículos quetenían cables sueltos. Lugares donde debíahaber computadoras, pero no las había.

Kira se detuvo y observó con cuidado elsalón. Allí circulaba más viento que en el pisoinferior, debido a una larga hilera de ventanasrotas y a la falta de paredes entre oficinas quefrenaran la corriente de aire. De tanto en tanto,volaba algún papel o algún remolino de polvoentre las divisiones de los cubículos, pero Kirano les prestaba atención; en cambio, seconcentró en los primeros seis escritorios.Cuatro eran normales —con monitores,teclados, organizadores y fotos familiares—,pero en dos de ellos faltaban las computadoras.No solo faltaban: los habían saqueado. Elorganizador y las fotos habían sido empujados aun lado o tirados al suelo, como si quien se habíallevado las máquinas tuviera demasiada prisapara molestarse en preservar algo más.

Se agachó para examinar el escritorio más

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cercano, donde había un portarretrato derribadoboca abajo. Se había formado una capa de polvoencima y alrededor de él, y con el tiempo y lahumedad, habían surgido hongos en el polvo. Noera nada sorprendente; después de once años deestar abiertos a la intemperie, la mitad de losedificios de Manhattan tenían una capa de tierraen su interior. Pero lo que le llamó la atenciónfue un pequeño tallo amarillo, como una briznade pasto, que salía por debajo de la foto. Kiramiró las ventanas, calculó el ángulo y supusoque si durante algunas horas del día ese lugarrecibía mucho sol, sería más que suficiente paranutrir una planta. Había otras briznas de pastoalrededor, pero esa no era la cuestión. Era laforma en que el pasto crecía debajo de la foto.

Levantó la fotografía y la apartó, con lo cualquedó al descubierto una pequeña masa deescarabajos, hongos y pasto corto y seco. Sesentó, boquiabierta, estupefacta por lo queaquello implicaba.

La foto había sido derribada después de queel pasto había empezado a crecer.

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El hecho no había sido reciente. Habíasuficiente suciedad sobre el portarretrato y ensus bordes, lo que demostraba que llevaba variosaños así. Pero no once. El Brote se habíainiciado y acabado, el edificio había sidoabandonado, se habían acumulado tierra,hierbas, y después habían saqueado el cubículo.¿Quién podría haber sido? ¿Humano o Parcial?Kira examinó el espacio debajo del escritorio yencontró otro puñado de cables, pero ningúnindicio de quién se había llevado las máquinas.Se dirigió al siguiente cubículo que había sidosaqueado y halló restos similares. Alguien habíasubido al piso veintidós, había robado doscomputadoras y las había cargado escalerasabajo.

¿Por qué alguien haría eso? Se sentó,perpleja por las posibilidades. Si alguien queríainformación, seguramente era más fácil bajar laescalera con las computadoras que subirla conun generador. Pero ¿por qué esas dos y ningunaotra? ¿Qué tenían de especial? Volvió a mirar asu alrededor y notó con asombro que esos dos

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cubículos eran los más cercanos al ascensor.Eso tenía menos sentido aún que todo lo demás:después del Brote, no había electricidad paraque funcionaran los ascensores. Esa no podíaser la razón. Ni siquiera había nombres en lasparedes de los escritorios; si alguien habíaapuntado específicamente a esas dos máquinas,debía conocer la compañía desde adentro.

Kira se puso de pie y recorrió el piso entero,lentamente, en busca de cualquier cosa quepareciera fuera de lugar o saqueada. Descubrióque faltaba una impresora, pero no logródiscernir si se la habían llevado antes o despuésdel Brote. Cuando terminó con el área central,recorrió las pocas oficinas que había contra lapared del fondo, y ahogó una exclamación desorpresa al descubrir que una de ellas había sidocompletamente desvalijada: faltaba lacomputadora, los estantes estaban vacíos, todo.Había suficientes restos corporativos para verque había sido una oficina en plenofuncionamiento, con teléfono, cestos de basura yvarias pilas de papeles, pero nada más. Además,

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tenía más estantes que las demás oficinas, todosdesocupados. Se preguntó cuánto, con exactitud,habrían robado de allí.

Se detuvo con la mirada fija en el escritoriovacío. Había algo más que era diferente en estaoficina, algo que no lograba identificar. Vio unpequeño organizador de escritorio en el suelo,igual que en los cubículos, lo que implicaba quehabía sido saqueada con la misma rapidez yansiedad. Quienquiera que lo hubiera hechohabría tenido muchísima prisa. Los cablessueltos colgaban del mismo modo, aunque aquíhabía mayor cantidad.

Kira se devanó los sesos tratando dedescubrir qué era lo que le molestaba, y por finse dio cuenta: no había fotos. La mayoría de losescritorios que había revisado en los últimos dosdías tenían por lo menos un retrato familiar, ymuchos tenían más de uno: parejas sonrientes,grupos de niños con atuendos similares,imágenes preservadas de personas que habíanmuerto hacía tiempo. Sin embargo, en estaoficina no había ninguna foto. Eso podía

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significar dos cosas: que el hombre o la mujerque trabajaba allí no tenía familia —o no leimportaba tanto como para exhibirla—, o lo queera más intrigante, que quien se había llevado losequipos se había llevado también las fotos. Y larazón más probable era que la persona que sehabía llevado las fotos fuera la misma que habíatrabajado en esa oficina.

Miró la puerta, donde se leía Afa Demoux, ydebajo del nombre, en gruesas letras deimprenta, TI. ¿Acaso TI era un apodo? No lepareció un apodo muy agradable, pero sucomprensión de la cultura del viejo mundo erabastante fragmentaria. Revisó las otras puertasy descubrió que cada una seguía el mismoesquema: un nombre y una palabra, aunque lamayoría de estas eran más largas, comoOperaciones, Ventas, Marketing. ¿Seríantítulos? ¿Departamentos? «TI» era el único queestaba escrito todo con mayúsculas, de modoque probablemente fuera una sigla, pero Kira nosabía qué significaba. Testeo de… Inventos.Negó con la cabeza. Esto no era un laboratorio,

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o sea que Afa Demoux no era científico. ¿Cuálera su trabajo? ¿Había vuelto a buscar suspropios equipos? ¿Acaso su trabajo era tan vital,o tan peligroso, que alguien más había regresadoa llevárselos? Aquello no era un saqueo al azar;nadie subía tantos pisos por la escalera parabuscar un par de computadoras, habiendo tantasen la planta baja. Quien se las había llevado lohabía hecho por algún motivo… por algoimportante que estaba almacenado en ellas.Pero ¿quién había sido? ¿Afa Demoux?¿Alguien de East Meadow? ¿Uno de losParciales?

¿Quién más podría haber sido?

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CAPÍTULO TRES

—Se abre la sesión.Marcus estaba de pie en el fondo del salón,

estirando el cuello para ver por encima de lamultitud. Alcanzaba a ver bien a los senadores—Hobb, Kessler y Tovar, y uno nuevo a quienno conocía; todos sentados en el escenario, trasuna mesa larga—, pero los dos acusadosestaban fuera de su vista. El edificio delayuntamiento, que solían usar para esassesiones, había sido arrasado dos meses antesen un ataque de la Voz, antes de que Kiraencontrara la cura para el RM y la Voz sereintegrara al resto de la sociedad. Luego deque se perdiera ese salón, habían pasado a usarel auditorio de la vieja Escuela Secundaria de

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East Meadow. Esta había cerrado algunosmeses atrás, así que ¿por qué no? Porsupuesto, pensó Marcus, el edificio es lamenor de las cosas que han cambiado desdeentonces. El antiguo líder de la Voz ahora erauno de los senadores, y dos de los exsenadoresahora se sentaban en el banquillo de losacusados. Marcus se paró en puntas de pie,pero el auditorio estaba abarrotado y ya noquedaban asientos libres. Parecía que todos loshabitantes de East Meadow habían ido a ver elfallo final para Weist y Delarosa.

—Voy a vomitar —dijo Isolde, aferrada albrazo de Marcus. Este dejó de estirarse ysonrió; luego hizo una mueca de dolor cuando lamano de ella lo apretó con más fuerza y le clavólas uñas.

—Deja de reírte de mí —gruñó.—No estaba riéndome en voz alta.—Estoy embarazada —le recordó Isolde—;

mis sentidos son como superpoderes. Puedo olertus pensamientos.

—¿Olerlos?

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—Es un superpoder muy limitado —respondió—. Pero, en serio: llévame a tomaraire fresco o voy a dejar este salón másasqueroso de lo que ya está.

—¿Quieres volver a salir?Isolde negó con la cabeza, cerró los ojos y

respiró lentamente. Aún no se le notaba elembarazo, pero había tenido unas náuseasterribles; de hecho, había bajado de peso enlugar de aumentar, pues no lograba retener loque comía, y la enfermera Hardy la habíaamenazado con internarla si no mejoraba pronto.Se había tomado la semana libre en el trabajopara descansar, y eso le había hecho bien, peroera demasiado aficionada a la política para no ira una audiencia como aquella.

Marcus miró alrededor, vio un asiento cercade una puerta abierta y la llevó hacia allá.

—Disculpe, señor —dijo en voz baja—,¿puede cederle el lugar a mi amiga?

El hombre ni siquiera estaba sentado, sino depie delante de la silla, pero miró a Marcus confastidio.

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—El que llega primero, se sienta —respondió—. Ahora cállese, que quiero oír esto.

—Está embarazada —insistió Marcus, yasintió con aire complacido al ver que elsemblante del hombre cambiaba en cuestión desegundos.

—¿Por qué no me lo dijo antes? —exclamó.Se apartó de inmediato, ofreció el asiento aIsolde y se alejó en busca de un lugar dondeestar de pie.

Siempre da resultado, pensó Marcus.Incluso después de la abolición de la Ley deEsperanza, que hacía obligatorio el embarazo, alas embarazadas aún se las trataba como algosagrado. Ahora que Kira había descubierto lacura del RM y había esperanza de que los bebéssobrevivieran más que unos días, esa actitudestaba muy difundida. Isolde se sentó, seabanicó el rostro, y Marcus se acomodó detrásdel asiento, donde podía impedir que la gente leobstruyera el paso del aire. Volvió a mirar haciael frente del salón.

—… que es justamente lo que estamos

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tratando de evitar —decía el senador Tovar.—No puede hablar en serio —dijo el nuevo

senador, y Marcus se concentró para oírlo mejor—. Usted fue el líder de la Voz —le dijo a Tovar—. Amenazó con iniciar una guerra civil, ysegún algunas interpretaciones, de hecho lainició.

—Que la violencia a veces sea necesaria noquiere decir que sea buena —replicó Tovar—.Nosotros peleábamos para evitar una atrocidad,no para castigarla una vez cometida…

—La pena capital es, en sí misma, unamedida preventiva —insistió el senador.

Marcus parpadeó. No tenía idea de queestuvieran pensando siquiera en la posibilidad deejecutar a Weist y Delarosa. Cuando quedanapenas treinta y seis mil seres humanos, no seejecuta a nadie, sean o no delincuentes.

El nuevo senador señaló a los prisioneros:—Cuando estos dos paguen por sus delitos,

en una comunidad tan pequeña donde todos seenteran de todo, será difícil que esos delitos serepitan.

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—Esos delitos fueron cometidos poraplicación directa del poder senatorial —lerecordó Tovar—. ¿A quiénes exactamentepretende enviarles un mensaje?

—A cualquiera que trate la vida humanacomo una ficha en un juego de póker —respondió el hombre, y Marcus sintió queaumentaba la tensión en el ambiente. El nuevosenador miraba a Tovar con frialdad, e inclusodesde el fondo Marcus captó la amenaza velada:si pudiera, ese hombre también ejecutaría aTovar.

—Hicieron lo que les pareció mejor —intervino la senadora Kessler, una de losintegrantes del Senado que había logrado sortearel escándalo y conservar su puesto.

A juzgar por todo lo que Marcus había visto,y por los detalles internos que Kira le habíacontado, Kessler y los demás habían sido tanculpables como Delarosa y Weist: se habíanadueñado del poder y habían declarado la leymarcial, con lo cual la diminuta democracia deLong Island se había convertido en un estado

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totalitario. Lo habían hecho para proteger a lagente, o al menos eso afirmaban, y al comienzoMarcus había estado de acuerdo con ellos; al finy al cabo, la humanidad se enfrentaba a laextinción, y en un caso así es difícil insistir enque la libertad es más importante que lasupervivencia. Pero Tovar y el resto de la Vozse habían rebelado, el Senado había reaccionadoy la Voz, a su vez, había reaccionado a eso, y asísucesivamente hasta que de pronto empezaron amentirle a su propia gente, volaron su propiohospital y, en secreto, mataron a uno de suspropios soldados para desatar el miedo a unainvasión Parcial ficticia, todo con tal de volver aunir la isla. El fallo oficial fue que Delarosa yWeist habían sido los cerebros, y que los demássimplemente habían obedecido órdenes; no sepodía castigar a Kessler por seguir a su líder,como tampoco a un soldado de la Red por seguira Kessler. Marcus aún no tenía una opiniónfirme sobre el fallo, pero le pareció bastanteevidente que a este sujeto nuevo no le agradabaen absoluto.

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Marcus se agachó y puso una mano en elhombro de Isolde.

—Recuérdame quién es el nuevo.—Asher Woolf —susurró Isolde—.

Reemplazó a Weist como representante de laRed de Defensa.

—Eso lo explica —dijo Marcus, al tiempoque volvía a levantarse. No se mata a unsoldado sin que todos los demás soldados delejército pasen a ser enemigos de por vida.

—Lo que les pareció mejor… —repitióWoolf. Miró a la multitud y, luego, nuevamente aKessler—. Lo que les pareció mejor, en estecaso, fue asesinar a un soldado que ya estabasacrificando su propia salud y seguridad paraproteger sus secretos. Si les hacemos pagar elmismo precio que pagó ese muchacho, tal vez ala próxima camada de senadores una decisióncomo esa no les parecerá «lo mejor».

Marcus miró al senador Hobb y se preguntópor qué aún no había hablado, pues era quienmejor debatía en el Senado. Pero Marcustambién sabía que era el más superficial,

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manipulador y oportunista de todos. Además,era quien había embarazado a Isolde, y él nocreía poder volver a respetarlo. No habíademostrado el menor interés en su hijo pornacer. Ahora estaba mostrando la misma actitudde desapego con respecto al fallo. ¿Por qué aúnno asumía una posición?

—Creo que eso ya se aclaró —dijo Kessler—. Weist y Delarosa han sido juzgados ycondenados; tienen esposas en las muñecas, vancamino a un campo de prisioneros, a pagarpor…

—Los están enviando a una finca idílica, acomer y a fungir como sementales para ungrupo de campesinas solitarias —protestóWoolf.

—¡Cuidado con lo que dice! —lo reprendióKessler, y Marcus se sorprendió por la furia quereflejaba su voz. Era amigo de la hija adoptivade Kessler, Xochi; había oído esa furia muchasveces, y no le habría gustado estar en el lugar deWoolf—. Sea cual sea su opinión misógina denuestras comunidades rurales —prosiguió la

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senadora—, los acusados no van de vacaciones.Son prisioneros, y serán enviados a un campo deprisioneros, donde van a trabajar más que usteden toda su vida.

—¿Y no van a darles de comer? —preguntóWoolf.

—Por supuesto que sí —respondió enojada.Woolf frunció el ceño simulando confusión.—¿Y no van a dejarlos tomar aire fresco o

estar al sol?—¿Cómo van a trabajar en una granja

prisión, si no es en el campo?—Entonces estoy confundido —dijo Woolf

—. Hasta ahora, no me parece mucho castigo.El senador Weist ordenó matar a uno de sussoldados, un adolescente bajo su mando, y comocastigo le dan una cama mullida, tres comidas aldía, alimentos más frescos que los que tenemosen East Meadow, y todas las chicas que puedapedir…

—Basta de hablar de «chicas» —lointerrumpió Tovar—. ¿Qué es exactamente loque está imaginando?

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Woolf hizo una pausa, y miró fijamente aTovar; luego tomó un papel y lo examinómientras decía:

—Tal vez entendí mal la naturaleza denuestra prohibición de la pena capital. Nopodemos matar a nadie porque, en sus propiaspalabras, «solo quedan treinta y seis milpersonas en el planeta, y no podemos darnos ellujo de perder más» —levantó la vista—.¿Correcto?

—Ahora tenemos la cura del RM —respondió Kessler—. Eso significa que tenemosfuturo. No podemos perder una sola persona.

—Porque necesitamos propagar la especie—dijo Woolf, asintiendo—. Multiplicarnos yvolver a poblar la Tierra. Por supuesto.¿Quieren que les explique de dónde vienen losbebés, o traemos una pizarra y les dibujo undiagrama?

—Esto no se trata de sexo —repuso Tovar.—Por supuesto que no.Kessler alzó las manos en un gesto de

frustración.

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—¿Y si no los dejamos procrear? —preguntó—. ¿Se conformará con eso?

—Si no pueden procrear, no tenemosmotivos para dejarlos vivir —replicó Woolf—.Según su propia lógica, deberíamos matarlos yya.

—Pueden trabajar —insistió la senadora—,pueden arar campos, moler trigo para toda laisla, pueden…

—No los estamos manteniendo con vidapara procrear —dijo Tovar con voz suave—,tampoco los estamos manteniendo con vida paraque sean esclavos. Lo hacemos, porquematarlos estaría mal.

Woolf sacudió la cabeza.—Castigar a los delincuentes es…—El senador Tovar tiene razón —intervino

Hobb, poniéndose de pie—. Esto no tiene quever con el sexo, la reproducción, el trabajomanual ni con ninguno de los temas que hemosestado discutiendo. Ni siquiera con lasupervivencia. La raza humana tiene futuro,como hemos dicho, y los alimentos, los niños y

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todas esas cosas son importantes para esefuturo, pero no son lo más importante. Son losmedios de nuestra existencia, pero no puedenconvertirse en su razón de ser. No podemosdejar que nos reduzcan, y jamás debemosreducirnos, a un nivel de subsistencia puramentefísica —explicó, y caminó hacia el senadorWoolf—. Nuestros hijos heredarán más quenuestros genes, más que nuestra infraestructura.Heredarán nuestra moral. El futuro que hemosobtenido al curar el RM es un don precioso quedebemos ganarnos, día tras día y hora tras hora,siendo la clase de personas que merecen tenerfuturo. ¿Queremos que nuestros hijos se matenentre sí? Claro que no. Entonces enseñémosles,con el ejemplo, que toda vida es preciosa. Simatamos a un asesino, podemos darles unmensaje ambiguo.

—Si cuidamos a un asesino, también resultaconfuso —dijo Woolf.

—No vamos a cuidar a un asesino —respondió Hobb—; vamos a cuidar a todos:viejos y jóvenes, presos y libres, hombres y

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mujeres. Y si alguno de ellos resulta ser unasesino, si dos o tres o cien resultan serlo, aunasí los cuidaremos —esbozó una sonrisa sinalegría—. Obviamente, no los dejaremos matara nadie más; no somos estúpidos. Pero tampocolos mataremos, porque estamos tratando de sermejores. Estamos intentando superar nuestrosconflictos. Ahora tenemos futuro; no loempecemos matando.

Hubo aplausos en el salón, aunque a Marcusle pareció que algunos aplaudían por obligación.Un puñado de personas gritaron en desacuerdo,pero el ambiente había cambiado y Marcussintió que la discusión había terminado. Woolf noestaba conforme, pero después de las palabrasde Hobb, tampoco parecía ansioso por exigir laejecución. Marcus trató de ver la reacción delos prisioneros, pero seguía sin poder verlos.Isolde estaba mascullando algo, y él se inclinópara oírla.

—¿Qué dijiste?—Que es un canalla estúpido que se quiere

congraciar con todo el mundo —respondió

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enojada, y Marcus se apartó con una mueca. Noera una situación en la que quisiera participar.Isolde insistía en que su encuentro con Hobbhabía sido voluntario; llevaba meses trabajandocomo su asistente, y él era muy atractivo yencantador, pero desde entonces la actitud deella se había agriado mucho.

—Parece que la deliberación ha llegado a sufin —dijo Tovar—. Propongo que votemos:Marisol Delarosa y Cameron Weist seráncondenados a trabajos forzados de por vida en laGranja Stillwell. Todos los que estén a favor.

Tovar, Hobb y Kessler levantaron la mano.Un momento después, Woolf hizo lo mismo. Fueun voto unánime. Tovar se inclinó para firmar elpapel que tenía delante, y cuatro soldados de laRed de Defensa se acercaron para retirar a losprisioneros. El salón se llenó de bullicio, cientosde pequeñas conversaciones sobre el veredicto,el fallo y toda la escena dramática que se habíasuscitado. Isolde se puso de pie y Marcus laayudó a salir al pasillo.

—Salgamos. Necesito aire —dijo Isolde. Se

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adelantaron y llegaron a la salida antes que elgrueso de la multitud. Marcus encontró unbanco, y ella se sentó con una mueca—. Quieropapas fritas —le pidió—. Grasosas, saladas y amontones… quiero comer todas las papas fritasdel mundo.

—Pareces a punto de vomitar, ¿cómopuedes pensar en comida?

—No digas comida —dijo ella, y cerró losojos—. No quiero comida, quiero papas fritas.

—Sí que es raro el embarazo.—Cállate.La gente empezó a dispersarse antes de

llegar al césped del frente, y Marcus observó alos grupos de hombres y mujeres que sealejaban o se quedaban conversando en voz bajasobre los senadores y su decisión. Aunque lapalabra «césped» puede dar una ideaequivocada: antiguamente había habido céspeden el frente de la escuela, pero hacía años quenadie lo cuidaba y se había convertido en unapradera salpicada de árboles y entrecruzada porsenderos en ruinas. Marcus se preguntó si él

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habría sido el último en cortarlo, dos años atrás,cuando lo habían castigado por hacer bromas enclase. ¿Lo habría cortado alguien desdeentonces? Era un mérito dudoso para la fama: elúltimo ser humano en cortar el pasto. ¿Cuántascosas más seré el último en hacer?

Frunció el ceño y miró hacia el otro lado dela calle, donde estaba el hospital con suestacionamiento lleno. Gran parte de la ciudadhabía estado vacía mientras se acababa elmundo —no había gente en los restaurantes, nien los cines— pero el hospital había estado apleno. El estacionamiento rebosaba de autosviejos, oxidados y desvencijados, con lasventanillas rotas y la pintura cascada; cientos ycientos de personas, parejas y familiasesperaban en vano que los médicos pudieransalvarlos del RM. Llegaban al hospital y moríanallí, y con ellos también los médicos. Tiempodespués los sobrevivientes, tan pronto como seinstalaron en East Meadow, despejaron eledificio —era un hospital excelente, una de lasrazones principales por las que habían elegido

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vivir allí—, pero el estacionamiento nunca habíasido un tema prioritario. La última esperanza dela humanidad estaba rodeada en tres de suscostados por un laberinto de metal oxidado,mitad depósito de chatarra y mitad cementerio.

Marcus oyó voces que se alzaban y, alvolverse, vio a Weist y Delarosa que salían deledificio escoltados por soldados de la Red y porun grupo de personas, muchas de las cualesprotestaban por el fallo. No logró distinguir siquerían un castigo más severo o más indulgente,pero supuso que probablemente eran distintasfacciones que apoyaban una u otra cosa. A lacabeza iba Asher Woolf, que se abría paso entrela gente. Los esperaba una carreta paratrasladarlos: un carro blindado con ejes libres yenganchado a cuatro caballos robustos. Estosmovían las patas mientras esperaban, yresoplaron inquietos cuando el bullicio de lamultitud comenzó a acercarse.

—Parecen a punto de iniciar una revuelta—observó Isolde, y Marcus asintió. Algunos delos manifestantes bloqueaban las puertas del

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vehículo, y otros trataban de apartarlos mientrasla Red se esforzaba, sin mucho éxito, pormantener el orden.

No, pensó Marcus, inclinándose haciaadelante. No están intentando mantener elorden, están tratando de… ¿de qué? Noestán impidiendo la pelea, la estánimpulsando. Los he visto sofocar revueltas, yeran mucho más eficientes. Másconcentrados. ¿Qué están…?

El senador Weist cayó al suelo con unamancha roja oscura en el pecho, seguido casi deinmediato por un crac ensordecedor. El mundopareció detenerse por un instante; la multitud, laRed y el prado quedaron congelados en eltiempo. ¿Qué había pasado? ¿Qué era esamancha roja? ¿Qué había sido ese ruido? ¿Porqué Weist había caído? El rompecabezas se fuearmando pieza por pieza en la mente de Marcus,lentamente, en desorden y confusión: el sonidohabía sido un bala y la mancha roja en el pechode Weist era sangre. Le habían disparado.

Los caballos relincharon, al tiempo que se

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erguían en dos patas, llenos de terror, ypugnaban por liberarse de la pesada carreta.Los relinchos parecieron hacer trizas elmomento; todo se llenó de gritos y caos mientrasla gente echaba a correr: algunos en busca derefugio, otros en pos del atacante, y todosparecían tratar de alejarse lo más posible delcuerpo. Marcus hizo que Isolde se protegieradetrás del banco, contra el suelo.

—¡No te muevas! —le dijo, y salió a todacarrera hacia el prisionero caído.

—¡Busquen al atacante! —gritó el senadorWoolf.

Marcus vio que el senador extraía unapistola de su chaqueta, una semiautomáticanegra y reluciente. Los civiles corrían arefugiarse, igual que algunos de la Red, peroWoolf y un par de soldados se habían quedadojunto a los prisioneros. Desde la pared deladrillos que estaba detrás de ellos saltó unalluvia de esquirlas, y se oyó otro fuertechasquido del otro lado del estacionamiento.Marcus tenía la mirada fija en Weist; se dejó

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caer junto a él y empezó a tomarle el pulso. Nopercibió mucho, pero una oleada de sangre quesalió de la herida en el pecho del hombre leindicó que el corazón aún latía. Hizo fuerza conlas manos sobre la herida y aplicó toda lapresión que pudo, hasta que súbitamente alguienlo jaló hacia atrás.

—¡Voy a salvarlo! —gritó.—Está muerto —le dijo un soldado desde

atrás—. ¡Tienes que resguardarte!Él no le hizo caso y volvió a acercarse al

cuerpo. Woolf volvió a gritar, señalando hacia elhospital, pero Marcus lo ignoró y nuevamentehizo presión. Tenía las manos mojadas y losbrazos cubiertos de salpicaduras de sangre.

—¡Que alguien me dé una camisa o unachaqueta! —gritó—. ¡Está sangrando pordelante y por detrás, y no puedo detener elsangrado solo con las manos!

—No seas estúpido —le dijo el soldado queestaba detrás—. Debes resguardarte.

Cuando Marcus se volvió hacia él, vio a lasenadora Delarosa, aún esposada. Estaba

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agazapada entre ambos.—¡Sálvala a ella primero! —exclamó.—¡Está por allá! —gritó Woolf, señalando

una vez más hacia los edificios detrás delhospital—. ¡Quien disparó está allá!, ¡quealguien rodee la zona y lo encuentre!

La sangre salía a borbotones entre los dedosde Marcus, manchándole las manos y cubriendoel pecho del prisionero. Manaba sin cesar por elorificio de salida en la espalda del hombre, yformaba un charco que empapaba las rodillas ylos pantalones de Marcus. Había demasiadasangre, demasiada para que Weist pudierasobrevivir, pero él siguió presionando. Elprisionero no respiraba, y Marcus volvió a pedirayuda.

—¡Lo estoy perdiendo!—¡Déjalo! —le gritó el soldado, más

enojado esta vez.El mundo parecía empapado en sangre y

adrenalina, y Marcus luchó por conservar elcontrol. Cuando por fin unas manos seacercaron para ayudar con la herida, se

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sorprendió al ver que no eran las del soldado,sino las de Delarosa.

—¡Que alguien vaya allá! —gritaba Woolf—. ¡Hay un asesino entre aquellas ruinas!

—Es demasiado peligroso —dijo otrosoldado, agazapado entre los arbustos—. Nopodemos ir hasta allá mientras estemos en lamira de un francotirador.

—No los tiene en la mira, apunta a losprisioneros.

—Es demasiado peligroso —insistió elsoldado.

—Pidan refuerzos, entonces —repusoWoolf—. Rodéenlo. ¡Hagan algo en vez dequedarse ahí!

Marcus ya no podía sentir el pulso. Lasangre en el pecho de la víctima se habíaestancado, y el cuerpo estaba inerte. Siguiópresionando; sabía que era inútil, pero estabademasiado atónito para pensar en otra cosa.

—¿Por qué le preocupa tanto? —preguntóel soldado. Marcus levantó la vista y vio que lehablaba al senador Woolf—. Hace cinco

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minutos estaba pidiendo su ejecución, ¿y ahoraque está muerto quiere capturar a su asesino?

Woolf dio media vuelta y se acercó hastaquedar a pocos centímetros del rostro delsoldado.

—¿Cómo se llama, soldado?El muchacho vaciló.—Cantona, señor. Lucas.—Soldado Cantona, ¿qué cosa juró

proteger?—Pero está…—¡¿Qué cosa juró proteger?!—A la gente, señor —Cantona tragó en

seco—. Y la ley.—En ese caso, soldado, será mejor que

piense mucho la próxima vez antes de decirmeque abandone ambas cosas.

Delarosa miró a Marcus. La mujer tenía lasmanos y los brazos bañados en la sangre de sucolega prisionero.

—Así termina, ¿sabes?Eran las primeras palabras que Marcus la

oía decir en varios meses, y lo sacudieron al

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punto de hacerlo volver en sí. Se dio cuenta deque aún estaba presionando el cuerpo sin vidade Weist. Se apartó y se quedó mirándolo,jadeante.

—Así termina ¿qué?—Todo.

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CAPÍTULO CUATRO

—Yo creo que fue la Red —opinó Xochi.Haru bufó.—¿Tú crees que la Red de Defensa mató al

hombre que la representaba en el Senado?—Es la única explicación —respondió

Xochi.Estaban sentados en la sala, terminando los

últimos bocados de la cena: bacalao a la parrillay brócoli fresco de la huerta de Nandita cocidoal vapor. Marcus se detuvo en ese pensamiento,pues notó que aún la consideraba la huerta deNandita, a pesar de que la mujer habíadesaparecido hacía meses; ni siquiera había sidoella quien había sembrado el brócoli, sino Xochi.Isolde y Xochi eran las únicas que quedaban en

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la casa y, sin embargo, en su mente seguíasiendo «la huerta de Nandita».

Claro que para él, esa seguía siendo «la casade Kira», y hacía ya dos meses que ella noestaba. Marcus pasaba ahora más tiempo allíque antes de que Kira se marchara, siempre conla esperanza de verla aparecer en la puertaalgún día. Pero nunca aparecía.

—Piénsalo —prosiguió Xochi—. La Red noencontró nada, ¿cierto? En dos días de búsquedano hallaron un solo rastro que los llevara alfrancotirador: ni un casquillo ni una huella, nisiquiera un rastro en el suelo. No me encanta laRed, pero tampoco son unos ineptos. Sirealmente estuvieran buscando, encontraríanalgo. Más bien lo están encubriendo.

—O el francotirador es sumamentecompetente —sugirió Haru—. ¿Te pareceposible, o tenemos que caer directamente en lateoría de la conspiración?

—Bueno, pues claro que es competente —respondió Xochi—. Lo entrenó la Red.

—Esto parece un círculo vicioso —observó

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Isolde.—Weist era parte de la Red —dijo Haru—.

Era su propio representante en el consejo. Sipiensas que un soldado es capaz de matar a otrosoldado, no sabes mucho de los militares. Sonferozmente vengativos cuando alguien ataca auno de los suyos. No lo estarían encubriendo: loestarían linchando.

—Exactamente a eso me refiero —comentóXochi—. No importa lo que haya hecho Weistantes, pero mató a un soldado a sangre fría;quizá no personalmente, pero él dio la orden.Dispuso el asesinato de un soldado que estababajo su mando. La Red jamás dejaría pasar algoasí, lo acabas de decir tú mismo. Lo perseguiríany lo lincharían. Isolde dijo que el nuevo senadorde la Red, Woolf o como se llame,prácticamente pedía a gritos la pena de muerte,pero como no la consiguieron, pasaron al plan B.

—O, lo que es más probable —dijo Haru—,esto es exactamente lo que la Red dice que es:un atentado contra Woolf o Tovar… Alguno delos senadores que siguen en el poder. No hay

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motivos para matar a un prisionero condenado.—¿O sea que erró el tiro? —preguntó Xochi

—. ¿Ese supertirador tan competente, capaz deeludir una investigación de la Red, apuntaba auno de los senadores pero tuvo pésima puntería?Vamos, Haru: es profesional o no lo es.

Marcus quería mantenerse al margen deesas discusiones («esas» significaba «cualquierdiscusión con Haru»), precisamente por eso.Había visto con sus propios ojos la reacción delos soldados ante el ataque, y aún no tenía ideade si se trataba de una conspiración o no. Elsoldado había intentado apartar a Marcus deWeist, pero ¿lo había hecho por salvarlo a él oporque quería impedir que salvara a Weist? Elsenador Woolf parecía muy ofendido por elatentado, como si matar al prisionero hubierasido un insulto personal, pero ¿su reacción eragenuina o era solo una actuación? Haru y Xochieran apasionados, pero se apresurabandemasiado a llegar a conclusiones extremas, yMarcus sabía por experiencia que podían pasarhoras, quizá hasta días, discutiendo. Los dejó en

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lo suyo, y se volvió hacia Madison e Isolde, queestaban arrullando con susurros a Arwen, labebita de Madison.

Arwen era la niña del milagro: el primerbebé humano en sobrevivir a los estragos delRM en casi doce años, gracias a la cura deKira. Ahora estaba dormida en brazos deMadison, bien envuelta en una gruesa manta,mientras su mamá conversaba en voz baja conIsolde acerca del embarazo y el parto. Sandy, laenfermera personal de Arwen, las observabadesde un rincón; la niña del milagro erademasiado valiosa para arriesgarse a no teneratención médica todo el tiempo, de modo queSandy seguía a madre e hija a todas partes, peronunca había encajado socialmente del todo en elgrupo. Además, para proteger a la niña, elSenado les había asignado un par deguardaespaldas. Desde que una mujerenloquecida, madre de diez hijos muertos, habíaintentado secuestrar a Arwen el primer día queMadison la llevó al mercado al aire libre, leshabían duplicado la guardia y habían

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reincorporado a Haru a la Red de Defensa. Esanoche había dos guardias presentes: uno en elfrente de la casa y otro en el fondo. Cada vezque alguno se reportaba, la radio que Harullevaba sujeta a su cinturón emitía un chirridosuave.

—¿Tuvieron suerte con eso? —preguntóMadison, y Marcus prestó atención al instante.

—¿Con qué?—Con la cura —respondió Madison—.

¿Tuvieron suerte?Marcus hizo un gesto con la boca, miró

brevemente a Isolde y negó con la cabeza.—No. Hace un par de días pensamos que

habíamos logrado algo, pero resultó ser que elequipo D ya lo había intentado. Era una víamuerta.

Hizo otra mueca al reparar en las palabrasque había elegido, aunque esta vez evitó mirar aIsolde; era mejor dejar que sus palabrasdesaparecieran con vergüenza que llamar más laatención sobre ellas.

Isolde bajó la vista y se acarició el vientre

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como solía hacer Madison. Marcus trabajabacon todo su ahínco, igual que los demásintegrantes de los equipos médicos, pero aún noconseguían sintetizar la cura del RM. Kira habíadescubierto esa cura y había logrado obteneruna muestra de los Parciales en el continente,pero Marcus y los demás médicos todavíaestaban muy lejos de poder elaborarla.

—Este fin de semana murió otro —comentóIsolde en voz baja. Levantó la vista hacia Sandyen busca de confirmación, y la enfermera asintiócon tristeza. Isolde hizo una pausa, con la manosobre su vientre, y luego se volvió hacia Marcus—. Hay más, ya lo sabes; ya no rige la Ley deEsperanza y no es obligatorio el embarazo; sinembargo, hay más que nunca. Todos quierentener hijos y confían en que, para cuando lleguena término, ustedes ya habrán hallado la manerade curarlos —volvió a bajar la mirada—. Escurioso: en el Senado, antes de la cura, siemprelos llamábamos «infantes», como si tratáramosde escondernos de la palabra «niño». Cuandosolo había informes de fallecimientos, no

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queríamos pensar en ellos como bebés, niños;sino como sujetos de un experimento fallido.Pero ahora que estoy… aquí, ahora que estoy…embarazada, que otro ser humano estácreciendo dentro de mí, es diferente. No puedoverlo como otra cosa más que mi bebé.

—En el hospital hacíamos lo mismo —comentó Sandy—. Aún lo hacemos. Lasmuertes están demasiado cerca, por esotratamos de mantener cierta distancia.

—No sé cómo pueden hacerlo —comentóIsolde con voz queda. A Marcus le pareció quese quebraba, pero no pudo mirarla para ver silloraba.

—Pero tienen que haber avanzado aunquesea un poco —le dijo Madison a Marcus—.Tienen cuatro equipos…

—Cinco —la corrigió él.—Cinco equipos —prosiguió Madison—,

todos tratando de sintetizar la feromona de losParciales. Tienen las máquinas, las muestraspara trabajar, todo. No puede ser que noavancen.

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—Estamos haciendo todo lo posible —respondió Marcus—, pero debes darte cuentade lo complejo que es esto. No es solo queinteractúa con el RM; es, en cierto modo, partedel ciclo del RM… aún estamos tratando decomprender cómo funciona. Es decir, ni siquieraentendemos todavía por qué funciona. ¿Por quélos Parciales habrían de tener la cura del RM?¿Por qué habría de estar en su aliento, en susangre? Por lo que nos explicó Kira antes demarcharse, los Parciales ni siquiera saben que latienen; es parte de su constitución genética.

—No tiene sentido —dijo Sandy.—Realmente no, a menos que haya un plan

mayor —respondió Marcus.—No importa si hay un enorme plan

hipotético —opinó Madison—. No importa dedónde vino la feromona ni cómo llegó allí ni porqué el cielo es azul; lo único que tienen quehacer es copiarla.

—Primero debemos averiguar cómofunciona… —insistió Marcus.

—Iremos a buscarla —lo interrumpió Isolde,

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con un tono que él nunca le había oído. Alzó lascejas, sorprendido.

—¿Te refieres a obtenerla de los Parciales?—En el Senado hablan de eso todos los días

—respondió ella—. La cura existe, pero nopodemos fabricarla por nuestros propios medios;cada semana muere algún bebé, y la genteempieza a agitarse. Mientras tanto, al otro ladodel estrecho, hay un millón de Parciales quefabrican la cura diariamente sin siquieraproponérselo. No se trata de si vamos aatacarlos, sino de cuánto tiempo másesperaremos para hacerlo.

—Yo estuve del otro lado del estrecho —comentó Marcus—. He visto lo que puedenhacer los Parciales en una pelea; no podríamosvencerlos.

—No tiene por qué ser una guerradeclarada —replicó Isolde—; basta un ataque:entramos, raptamos a uno y ya. Como hicieronKira y Haru con Samm.

Eso llamó la atención de Haru, que levantóla vista e interrumpió su discusión con Xochi.

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—¿Qué dicen de mí y de Samm?—Están hablando de si la Red va a

secuestrar a otro Parcial —explicó Madison.—Por supuesto que lo hará —dijo Haru—.

Es inevitable. Es una tontería seguir esperando.Genial, pensó Marcus. Ahora estoy en una

conversación con Haru, me guste o no.—No es necesario que secuestremos a uno

—opinó Xochi—. Podríamos hablar con ellos,simplemente.

—La última vez, a ustedes los atacaron —lerecordó Haru—. Leí los informes. Apenaslograron salir con vida, y eso fue con un Parcialen quien confiaban. No quisiera ver qué pasacon una facción de la que no saben nada.

—No podemos confiar en todos —concordóXochi—, pero también habrás leído que Sammdesobedeció a su comandante para ayudarnos.Puede que haya más Parciales que tengan esamisma actitud.

—Si realmente pudiéramos confiar en ellos—replicó Haru—, no tendríamos que contar conel apoyo de un solo desobediente. Voy a creer

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en la paz con los Parciales cuando los veamover un dedo para ayudarnos.

—Eso dices ahora —comentó Madison—,pero ni siquiera entonces confiarías en unParcial.

—Si recordaras la Guerra Parcial —repusoHaru—, tú tampoco lo harías.

—O sea que volvemos al punto de partida—concluyó Isolde—. En el gobierno, nadiequiere hacer las paces con ellos, y en el hospitalnadie puede fabricar la cura sin ellos, de modoque nuestra única opción es la guerra.

—Un ataque pequeño —explicó Haru—.Entramos y atrapamos a uno, ni siquiera sedarán cuenta.

—Y eso provocará la guerra —dijo Marcus,con un suspiro, al ver que no podría mantenerseal margen de la discusión—. Ya están peleandoentre sí, y probablemente sea esa la única razónpor la que aún no nos han atacado. El grupo conel que nos topamos del otro lado del estrechoestaba estudiando a Kira para resolver su propiapeste, la fecha de vencimiento que traen

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incorporada, y es evidente que hay entre ellosuna facción que piensa que los humanos son laclave y no se detendrán hasta experimentar connosotros. Apenas terminen su guerra civil,vendrán aquí con sus armas y nos matarán oesclavizarán.

—Pues entonces la guerra es inevitable —concluyó Haru.

—Casi tanto como que tú uses la palabra«inevitable» —respondió Marcus.

Haru no hizo caso al comentario.—No hay razón para que no los ataquemos.

De hecho, es mejor hacerlo ahora, mientrasestán distraídos. Traemos a unos cuantos, lesextraemos una cantidad suficiente de la curapara que nos dure cuanto necesitemos, y luegolos matamos y nos vamos de Long Island antesde que puedan venir a buscarnos.

—¿Te refieres a abandonar Long Island? —preguntó Sandy, sorprendida.

—Si los Parciales empiezan a invadirnos denuevo, sería una estupidez no huir —respondióHaru—. Si no los necesitáramos para la cura, ya

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lo habríamos hecho.—Dennos tiempo —pidió Marcus—.

Estamos cerca, lo sé.Marcus supuso que Haru objetaría algo,

pero fue Isolde quien respondió primero.—Ya tuvieron su oportunidad —dijo, con

frialdad—. No me importa si la sintetizan, laroban, firman un tratado o lo que sea, pero nopienso perder a mi bebé. La gente ya no actuarácomo antes, ahora sabemos que hay una cura. Yno parece que los Parciales vayan a quedarsede brazos cruzados. Tenemos suerte de que aúnno nos hayan atacado.

—Es una carrera —acotó Haru—.Producen más cura o la guerra es inevitable.

—Sí —respondió Marcus, al tiempo que seponía de pie—. Ya lo dijiste. Necesito tomaraire; de pronto me parece demasiado cargarsobre mis hombros el futuro de toda lahumanidad.

Salió, y se alegró de que nadie se levantarapara seguirlo. No estaba enojado; al menos, nocon ellos. Lo cierto era que efectivamente,

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llevaba sobre sí el futuro de la raza humana;todos lo llevaban. Con apenas treinta y seis milpersonas vivas, no podía depender de nadie más.

Abrió la puerta trasera y sintió el aire frescode la noche. Doce años atrás, antes del Brote,había habido luces eléctricas en toda la ciudad,tan brillantes que no dejaban ver las estrellas,pero esa noche el cielo estaba lleno deconstelaciones que titilaban. Marcus lascontempló, respirando hondo, y señaló las pocasque recordaba de la escuela: la más fácil eraOrión, con su cinturón y su espada, y tambiénestaba la Osa Mayor. Cerró un ojo y la trazócon el dedo, buscando la Estrella Polar.

—Estás buscando mal —dijo una vozfemenina, y Marcus dio un respingo por lasorpresa.

—No me di cuenta de que había alguienaquí —dijo, y esperó no haber pasado por tontoal sobresaltarse así.

Se volvió para ver quién era, preguntándosequién podía estar escondida en el patio de Xochi,y lanzó una exclamación de terror cuando una

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mujer salió de entre las sombras con un fusil deasalto. Marcus trastabilló, mientras trataba derecuperar la voz. La mujer se llevó un dedo a loslabios, indicándole que guardara silencio. Élretrocedió hasta el costado de la casa y sesostuvo contra la pared. El gesto y el arma decañón reluciente le hicieron obedecer.

La mujer se adelantó, sonriendo como ungato. Marcus notó que era más joven de lo quehabía supuesto; alta y delgada, sus movimientosreflejaban gran poder y seguridad, pero notendría más de diecinueve o veinte años. Teníarasgos asiáticos y llevaba el cabello oscurorecogido en una trenza apretada. Él le sonriócon nerviosismo, observando no solo el fusil sinoel par de cuchillos que llevaba sujetos alcinturón. No un cuchillo, sino dos. ¿Quiénnecesita dos? ¿Cuántos cortes tiene quehacer de una sola vez? Marcus no teníaninguna prisa por averiguarlo.

—Puedes hablar —le dijo la chica—, perono grites ni pidas ayuda. Preferiría terminar lanoche sin tener que correr… ni matar a nadie.

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—Qué buena noticia —exclamó él, nervioso,y tragó en seco—. Si hay algo que pueda hacerpara que no mates a nadie, solo dímelo.

—Estoy buscando a alguien, Marcus.—¿Cómo sabes mi nombre?Ella ignoró la pregunta y le mostró una foto.—¿Los conoces?Marcus observó la foto aguzando la vista;

había tres personas de pie delante de un edificio.Luego extendió la mano para tomarla y miró a lamuchacha como pidiéndole permiso. Ella asintióy se la acercó. Marcus la tomó y la levantó a laluz de las estrellas.

—Está un poco… —dijo. Y la chicaencendió una linterna pequeña e iluminó la foto.Marcus asintió— oscuro, gracias.

Examinó la imagen más de cerca,incómodamente consciente de la cercanía delfusil. En ella se veía a tres personas, un hombre,una mujer y una niñita entre ambos, de no másde tres o cuatro años. Detrás había un enormeedificio de vidrio, y se sobresaltó al ver que en elcostado tenía un letrero que decía «ParaGen».

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Abrió la boca para comentar eso, pero se diocuenta, asombrado, de que la mujer de la fotoera alguien a quien conocía desde hacía años.

—Ella es Nandita.—Nandita Merchant —asintió la muchacha,

y apagó la linterna—. ¿Sabes dónde está?Marcus se volvió hacia ella, aún intentando

descubrir qué estaba pasando.—Hace meses que nadie la ha visto —

respondió—. Esta es su casa, pero… siempresolía ir de excursión a buscar hierbas para suhuerta, y la última vez que se fue no regresó —volvió a mirar la foto, y luego nuevamente a lachica—. ¿Estás con Mkele? Bueno, no importacon quién estás: ¿quién eres? ¿Cómo sabes minombre?

—Ya nos conocemos —respondió—, perono te acuerdas. Es muy difícil verme si no quieroque me vean.

—Ya me di cuenta —dijo Marcus—. Ytambién me da la impresión de que no eresprecisamente de la policía de East Meadow.¿Por qué estás buscándola?

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La chica sonrió con aire ladino y travieso.—Porque está desaparecida.—Supongo que te di pie para eso —dijo

Marcus; de pronto reparó en lo atractiva que era—. Te lo preguntaré de otra manera: ¿por quénecesitas encontrarla?

La chica volvió a encender la linterna;primero lo cegó y luego la apuntó hacia la fotoque él aún tenía en la mano. Marcus volvió amirar la foto.

—Fíjate bien —le dijo la chica—. ¿Lareconoces?

—Es Nandita Merchant. Ya te…—A ella no —lo interrumpió—: a la niña que

está a su lado.Él acercó más la foto a su cara y examinó

con atención a la niña que estaba en medio.Tenía tez morena clara, el cabello negro como elcarbón recogido en dos colitas, los ojos brillantesy curiosos. Llevaba puesto un vestido colorido,de los que se pondría una niñita para ir al parqueen un día de verano. De los que no había vistoen doce años. Se veía feliz e inocente, y tenía la

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cara ligeramente fruncida, con un ojoentrecerrado por el brillo del sol.

Algo le resultaba familiar en ese gesto…Marcus quedó boquiabierto y casi se le cayó

la foto por la sorpresa.—Es Kira —miró a la chica misteriosa, más

confundido que nunca—. Es una foto de ella,anterior al Brote —volvió a examinar el rostrode la niña. Era pequeña, de cara redondeada ysuave como la de un bebé, pero los rasgosestaban allí: su nariz, su mirada y aquella mismamanera de entrecerrar los ojos al sol. Sacudió lacabeza—. ¿Por qué está con Nandita? Nisiquiera se conocieron hasta después del Brote.

—Exacto —respondió la muchacha—.Nandita sabía esto, y nunca se lo dijo a nadie.

Extraña manera de decirlo, pensó Marcus. No «Nandita conocía a Kira», sino«Nandita sabía esto».

—¿Qué cosa sabía?La chica apagó la linterna, la guardó en un

bolsillo y tomó la foto de la mano de Marcus.—¿Sabes dónde está?

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—¿Cuál de las dos? —le preguntó, y seencogió de hombros—. Como sea, la respuestaes no, de modo que no importa. Kira se fue abuscar…

Kira se había ido a buscar a los Parciales, yél había tenido la precaución de no contárselo anadie, pero supuso que en este caso noimportaba.

—Eres Parcial, ¿verdad?—Si hablas con ella, dile que Heron le dejó

saludos.Marcus asintió.—Eres la que la atrapó, la que la llevó con la

doctora Morgan.Heron no respondió; guardó la foto y echó

un vistazo a las sombras detrás de ella.—Muy pronto las cosas van a ponerse

interesantes en esta isla —dijo—. ¿Sabes sobrela fecha de vencimiento de la que hablabaSamm?

—¿También conoces a Samm?—Kira Walker y Nandita Merchant son

esenciales para resolver la fecha de

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vencimiento, y la doctora Morgan está decididaa encontrarlas.

—¿Qué tienen que ver ellas? —preguntó,confundido.

—No te distraigas con los detalles —respondió Heron—. No importa por qué ladoctora quiere encontrarlas. Lo que importa esque si lo quiere, lo hará, y los Parciales solotienen dos formas de hacer las cosas: a mimanera o a la de todos los demás.

—No me entusiasma mucho tu manera —comentó él, echando una mirada al fusil—. Y nosé si quiero saber cuál es la de los demás.

—Pues ya la has visto —dijo Heron—. Sellamó Guerra Parcial.

—En ese caso, me gusta más la tuya.—Entonces, ayúdame —pidió la chica—.

Busca a Nandita Merchant. Está en esta isla, enalguna parte. La buscaría yo, pero tengo cosasque hacer en otro lugar.

—Fuera de la isla —adivinó Marcus—.Estás buscando a Kira.

Heron volvió a sonreír.

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—¿Qué hago si la encuentro? —preguntóMarcus—. Suponiendo que lo haga… porque noeres mi jefe.

—Solo encuéntrala —respondió Heron, ydio un paso atrás—. Créeme, no querrás hacerlas cosas a la manera de los demás.

Dio media vuelta y se alejó entre lassombras. Marcus intentó seguirla, pero ya noestaba.

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CAPÍTULO CINCO

Kira se agazapó en un matorral, observando porsu nueva mira telescópica la puerta de unatienda de electrónica. Era la cuarta que visitaba,y todas habían sido saqueadas. Normalmenteeso no le habría extrañado, pero las oficinas deParaGen la habían vuelto cauta, y todas susinvestigaciones le habían demostrado lo mismo:el saqueador, quienquiera que fuera, habíaestado allí hacía poco. Aquello era más que losonce años de saqueo del fin del mundo; alguien,en la selva de Manhattan, había retiradocomputadoras y generadores en los últimosmeses.

Llevaba casi una hora y media vigilando eselugar, concentrando su energía, tratando de ser

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tan prudente en la búsqueda del saqueador comolo había sido él para cubrir su rastro. Esperóunos minutos más, observando el frente de latienda, el de los comercios vecinos, los cuatropisos arriba… nada. Volvió a examinar la calle:vacía en ambas direcciones. No había peligropara ingresar. Revisó su mochila, sujetó confuerza su fusil y atravesó la calle rota a todavelocidad. La entrada había sido de vidrio, yKira cruzó la puerta hecha añicos de un salto,sin detenerse. Revisó los rincones, con el armalista para la acción, y luego cada uno de lospasillos. Era un comercio pequeño, dedicadoprincipalmente a altavoces y sistemas de audio,y casi toda la mercadería había desaparecidomucho tiempo atrás, en el saqueo original. Laúnica persona que halló fue el esqueleto delcajero, escondido detrás del mostrador.Satisfecha, se cargó el fusil al hombro y pusomanos a la obra; empezó a examinar el suelocon la mayor minuciosidad posible. No tardómucho en encontrarlas: huellas en el polvo,marcas muy claras. Eran aún más nítidas que

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las anteriores, y las midió con la mano: el mismotamaño de zapatos grandes que había vistoantes, quizá un cuarenta y ocho o inclusocuarenta y nueve. Además, las huellas estabanasombrosamente bien preservadas; el viento y elagua las erosionan con el tiempo, especialmentelas del centro de los pasillos, pero estas casi nomostraban deterioro alguno. Se arrodilló y lasanalizó con sumo cuidado. Las otras habían sidohechas en el lapso del último año; estas podíandatar de la semana anterior.

Quienquiera que estuviera robandogeneradores seguía haciéndolo.

Kira desvió su atención hacia los estantes,tratando de deducir, por su estado y por laubicación de las huellas, qué cosas se habíallevado el saqueador. La mayor concentraciónde marcas estaba, como era de esperarse, en elrincón donde habían estado los generadores,pero cuanto más miraba, más advertía unadesviación de la regla. El saqueador había hechopor lo menos dos viajes al lado opuesto de la

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tienda: uno lento, como si buscara algo, y otrofirme, con huellas más profundas, como sicargara algo pesado. Echó un vistazo a losestantes y sus ojos recorrieron teléfonosplásticos cubiertos de polvo, computadorasportátiles y reproductores de música diminutos,como los que solía coleccionar Xochi. Concuidado, siguió el rastro hasta un estante bajo yvacío que había cerca del fondo. Obviamente sehabían llevado algo de ahí. Se inclinó, limpió elpolvo del rótulo del estante y se esforzó por leerlas letras desgastadas: equipos. ¿Equipos? ¿Quéclase de equipos? Miró más de cerca ydistinguió las palabras sucias y desvaídas quecompletaban: para radioaficionados.

Computadoras, generadores, y ahora radios.El saqueador misterioso estaba armando todauna colección de tecnología del viejo mundo, yobviamente era un experto, pues sabía conexactitud lo que había en ese estante sinnecesidad de limpiar primero el rótulo, comohabía hecho ella. Pero, más que eso, se habíallevado determinados equipos de las oficinas de

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ParaGen, y eso no podía ser casual; no buscabasolo cierto tipo de tecnología, sino aparatos muyespecíficos. Estaba recogiendo viejascomputadoras de ParaGen y generadores parapoder usarlas. Y ahora, equipos de radio; pero¿con quién querría comunicarse?

Manhattan era tierra de nadie, una zonavacía y desmilitarizada que yacía entre losParciales y los sobrevivientes humanos.Supuestamente allí no había nadie, no porqueestuviera prohibido sino porque era peligroso. Site ocurría algo en esa zona, cualquiera de losdos bandos podía atraparte y ninguno podíaprotegerte. Ni siquiera era muy buen territoriopara un espía, pues no había nada interesanteque observar o informar… salvo, supuso, losarchivos de ParaGen. Kira estaba buscándolos yel saqueador estaba haciendo lo mismo… yhabía llegado primero. Ahora, gracias a él, ya noquedaban generadores para llevar a las oficinasde ParaGen, ni tampoco garantía de que lascomputadoras que quedaban allí contuvieran lainformación que necesitaba. Había tenido la

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esperanza de conseguir uno para poderencender la computadora del ejecutivo másimportante, pero era evidente que alguien estababuscando las mismas cosas y deliberadamentehabía pasado por alto la oficina del ejecutivo. Lomás probable era que el saqueador ya tuvieratodo lo que ella buscaba. Si su objetivo era leeresos archivos, tendría que encontrarlo a él.

Kira tenía que averiguar qué estabahaciendo ParaGen con los Parciales, con el RM,con ella, pero también estaba allí por otra razón.En su última nota, Nandita le había dicho quebuscara al Consorcio (los líderes Parciales, elalto mando que daba órdenes a todos losdemás), y si bien no iba a hallarlo en ese lugar, almenos podría encontrar alguna pista que leindicara por dónde empezar la búsqueda.Pero… ¿podía confiar en Nandita? Sacudió lacabeza y contempló la tienda. Antes habíaconfiado en su tutora más que en nadie en elmundo, pero ahora que sabía que la mujerconocía a su padre desde antes del Brote, que laconocía a ella misma y jamás se lo había

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dicho… Nandita la había engañado y ella notenía manera de saber cuáles habían sido susintenciones al indicarle qué debía hacer. Peroera la única pista que tenía. Debía conseguirmás información acerca de la compañía, con osin el saqueador misterioso; allí estarían lasrespuestas, y tenía que hacerlo donde estuvieraél. No importaba si era Parcial, humano o dobleagente: debía encontrarlo y averiguar qué sabía.

Entonces se le ocurrió otra idea; a su menteacudió la imagen de una columna de humo. Lahabía visto la última vez que había estado allí,con Jayden, Haru y los demás: una fina columnade humo que se elevaba desde una chimenea ouna fogata de campamento. Habían ido ainvestigarla y en el camino se habían topado conel grupo de Samm y, en la prisa por escapar,olvidaron averiguar de dónde provenía. Kirahabía supuesto que surgía de un campamentoParcial, pero las experiencias que tuvo con ellosposteriormente hicieron que eso le parecieracasi risible de tan equivocado. Los Parcialeseran demasiado listos como para emitir una

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señal tan obvia de su presencia, y demasiadoresistentes como para necesitar una fogata.Consideró más probable que el humo provinierade un tercero y que los Parciales hubieran ido ainvestigarlo al mismo tiempo que los humanos;los dos grupos se habían aniquilado mutuamenteantes de poder averiguar lo que pasaba. Quizá.No era muy probable, pero no tenía otra cosa enqué basarse. Y era mucho mejor que acecharlas tiendas de artículos electrónicos con laesperanza vana de que el saqueador sepresentara justo cuando ella estaba vigilando.

Empezaría por el mismo vecindario quehabían estado investigando en aquellaoportunidad, y si él se había mudado —lo cualera probable, después del intenso enfrentamientoarmado que habían tenido a pocas cuadras deallí— buscaría más pistas que sugirieran adóndepodría haber ido. Había alguien en esa ciudad, yella estaba decidida a encontrarlo.

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Hallar el origen del humo fue más difícil delo que Kira había planeado. En primer lugar, yano se veía, así que tuvo que guiarse por lamemoria, y la ciudad era tan grande y confusaque no recordaba con claridad, a menos queejercitara su memoria visual… Tuvo queregresar a la zona sur, hasta el puente por dondehabían cruzado, encontrar el mismo edificio ymirar por la misma ventana. Desde allí, por fin,divisó un paisaje conocido: la larga franjaarbolada, los tres edificios de apartamentos,todas las señales que la habían llevado al ataqueParcial meses atrás. En ese lugar habíaconocido a Samm… en realidad, más queconocerlo, lo había dejado inconsciente ycapturado. Era extraño cuánto había cambiadotodo desde entonces. Si ahora Samm estuvieracon ella… Bueno, las cosas serían mucho másfáciles.

Sin embargo, incluso mientras lo pensaba,

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sabía que era más que eso. Mirando por laventana la ciudad cubierta de verde volvió apreguntarse, por centésima vez, si la conexiónque había sentido con él había sido por el enlaceo por algo más profundo. ¿Había manera desaberlo? ¿Acaso tenía importancia? Unaconexión era una conexión, y últimamente no lequedaban muchas.

Pero no era momento de pensar en Samm.Kira observó el paisaje de la ciudad, tratando defijar con exactitud en su mente dónde habíaestado el humo y cómo llegar hasta allí. Sacó sucuaderno y esbozó un mapa, aunque sin una ideaclara de cuántas calles había ni cómo sellamaban, no estaba segura de cuánto le serviría.Los edificios eran tan altos y las calles tanangostas, que la ciudad casi parecía un laberinto,una maraña de cañones de ladrillo y metal. Laúltima vez habían tenido guías que iban pordelante y les enseñaban el camino, pero ahoraque estaba sola, le preocupaba perderse y noencontrar nada.

Terminó el mapa lo mejor que pudo,

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señalando puntos claves que podían orientarla;luego bajó las escaleras y comenzó a recorrer laciudad. Las calles eran difíciles, llenas de autosabandonados y árboles delgados con hojas quese agitaban con la brisa. Pasó por un sitio dondehabía habido un accidente: una docena devehículos apilados en un intento desesperado dehuir de un lugar acosado por la peste. Norecordaba haber visto eso antes, y se pusonerviosa al pensar que había tomado un caminoincorrecto, pero pronto dobló una esquina ydivisó uno de los puntos que había marcado, demodo que siguió su marcha con más confianza.Era más fácil avanzar por el centro de las calles,pues tenían menos escombros que los bordes ylas aceras, pero también era la parte más visibley Kira estaba demasiado paranoica como para irpor lugares abiertos. Entonces, avanzaba pegadaa paredes y puertas, sorteando con cuidado losescombros de edificios altísimos. Era unamarcha lenta, pero menos peligrosa, o al menoseso creía.

Vio algún orificio de bala aquí y allá, en un

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auto o un buzón, y supo que iba por el caminocorrecto. Por allí habían corrido, perseguidos porun francotirador; incluso le habían dado aJayden en el brazo. Al pensar en él se pusoseria, y se detuvo a escuchar: pájaros. Viento.Dos gatos peleando. Era una tontería pensar quehabría un francotirador ahora, pero no pudoevitarlo. Se escondió detrás de una escalera enruinas, con la respiración agitada, y se dijo quesolo eran los nervios, pero no podía dejar depensar en Jayden, herido en el brazo… y tiempodespués en el pecho, en el hospital de EastMeadow, desangrándose en el suelo, donde sehabía sacrificado para salvarla. Él la habíaobligado a vencer el miedo, le había dicho que selevantara cuando estaba demasiado asustadapara moverse. Apretó los dientes, volvió aincorporarse y siguió avanzando. Podía tenertodo el miedo que quisiera, pero no dejaría que laparalizara.

Llegó al lugar buscado cuando el sol estabaalto en el cielo: cinco edificios que habíanparecido tres desde su punto de observación en

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el rascacielos. Aquel era el sitio. Lasconstrucciones estaban rodeadas por una ampliaárea cubierta de pasto, y ahora también porárboles jóvenes, y Kira la atravesó con cuidado.Por este pasamos primero, y en esteentramos… Rodeó el edificio y, al levantar lavista, vio el enorme agujero que habían dejado através de tres pisos. Una enredadera envolvíauna viga que colgaba, y había un pájaro posadoen un trozo de barra de refuerzo. Ya no habíaviolencia, y la naturaleza volvía a instalarse.

Habían llegado allí en busca del origen delhumo y habían elegido ese edificio porque dabaa lo que suponían que era la parte trasera de lacasa ocupada. Kira avanzó con el fusilpreparado; dio vuelta en la primera esquina,luego en la siguiente. Esa tendría que ser la calley, si su mapa estaba correcto, la casa quebuscaba estaría seis puertas más adelante: una,dos, tres, cuatro… Kira quedó boquiabierta,contemplando atónita la sexta casa de la cuadra.

Era un cráter vacío: había volado enpedazos.

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CAPÍTULO SEIS

—Esta Asamblea entra en sesión —anunció elsenador Tovar—. Damos oficialmente labienvenida a todos los presentes, y esperamosoír sus informes. Antes de comenzar, me hanpedido que anuncie que en el estacionamientohay un Ford Sovereign verde con las lucesencendidas, de modo que si el dueño está aquí,por favor… —levantó la vista, impasible, y todoslos adultos rieron. Marcus frunció el ceño,confundido, y Tovar rio entre dientes—. Misdisculpas para los hijos de la peste aquípresentes. Fue un chiste del viejo mundo, y nisiquiera muy bueno —se sentó—. Empecemoscon el equipo de síntesis. ¿Doctor Skousen?

Skousen se puso de pie y Marcus colocó su

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carpeta sobre su regazo, para estar preparadoen caso de que el médico le pidiera algún dato.Skousen se adelantó, se aclaró la garganta, sedetuvo, lo pensó un poco y volvió a adelantarse.

—Supongo, por su vacilación, que tienemalas noticias —observó Tovar—. Sigamos conquien esté dispuesto a darnos un informe bueno.

—Déjelo hablar —pidió la senadora Kessler—. No necesitamos un chiste en cada pausa dela conversación.

—Bueno —comentó Tovar, levantando unaceja—, podría hacerlos mientras están hablando,pero sería de mala educación.

Kessler lo ignoró y se volvió hacia Skousen.—¿Doctor?—Temo que él tiene razón —dijo Skousen

—. No tenemos buenas noticias. Tampoco sonmalas, salvo que no hemos avanzado nada… —hizo una pausa y balbuceó con incertidumbre—.Hemos… no hemos tenido problemasimportantes, a eso me refiero.

—Entonces no están más cerca de sintetizarla cura que la última vez —intervino el senador

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Woolf.—Eliminamos ciertas posibilidades que no

conducen a nada —respondió Skousen. Tenía elrostro lleno de arrugas, y Marcus lo oyó bajar lavoz—; salvamos a un solo bebé, y casi dosmeses después no estamos más cerca de podersalvar a más. Solo la semana pasada perdimos acuatro niños. Esas muertes son tragedias de porsí, y no quiero desvirtuarlas, pero no son lo quemás nos preocupa. La gente sabe que tenemosuna cura… sabe que podemos salvar a losinfantes y sabe que no estamos haciéndolo.También conocen el porqué, pero eso notranquiliza a nadie. Tener la cura tan cerca y nopoder acceder a ella está empeorando lastensiones en esta isla.

—Entonces, ¿qué propone que hagamos? —preguntó Tovar—. ¿Que ataquemos a losParciales y les robemos más feromonas? Nopodemos correr ese riesgo.

Es posible que pronto no tengan opción,pensó Marcus. Si lo que dijo Heron escierto… Se retorció en su asiento, tratando de

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no imaginar la devastación que causaría unainvasión Parcial. No sabía dónde estabanNandita ni Kira, y tampoco quería entregarlasaunque pudiera, pero por otro lado… unainvasión podría significar el fin de la humanidad;no una decadencia lenta por la imposibilidad dereproducirse, sino un genocidio brutal ysangriento. Doce años atrás, los Parcialeshabían demostrado que no le temían a la guerra,pero ¿y al genocidio? Samm había insistido conferocidad en que ellos no habían sidoresponsables del RM. Que se sentían culpablespor haber provocado, aun sin proponérselo, loshorrores del Brote. ¿Tanto habrían cambiado lascosas? ¿Estarían dispuestos a sacrificar a todauna especie con tal de salvarse?

Me están pidiendo que haga lo mismo,pensó. Que sacrifique a Kira o a Nanditapara salvar a la humanidad. Llegado elmomento, ¿lo haría? ¿Sería lo correcto?

—Podríamos enviar a un embajador —sugirió el senador Hobb—. Hemos hablado deeso, hemos elegido el equipo… hagámoslo.

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—¿A quiénes se lo enviaríamos? —preguntóKessler—. Tuvimos contacto con un solo grupode Parciales, que intentó matar a los chicos quelo contactaron. Luego nosotros tratamos dematar al Parcial que nos contactó. Si hay unaresolución pacífica en nuestro futuro, juro que nosé cómo llegar a ella.

Marcus observó que eran argumentosiguales a los que había postulado con sus amigosen la sala de Xochi. Las mismas propuestas, lasmismas respuestas obvias, la misma discusióninterminable. ¿Será que los adultos están tanperdidos como nosotros? ¿O en verdad esteproblema no tiene solución?

—Desde el punto de vista médico —dijo eldoctor Skousen—, temo que debo apoyar,aunque no quiera, la… —hizo otra pausa— laobtención de una nueva muestra. Necesitamosun nuevo Parcial, o al menos una cantidad de suferomona. Tenemos algunos restos de la dosisque se usó con Arwen Sato, los escaneos yregistros de la estructura y función de laferomona, pero nada puede reemplazar una

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muestra nueva. La última vez resolvimos esteproblema acudiendo a la fuente, los Parciales, ycreo que si queremos volver a resolverlo,debemos hacer lo mismo. Que sea por la fuerzao por medio de la diplomacia no tiene tantaimportancia como la necesidad esencial deconseguirla.

Hubo murmullos en la sala, como un crujidode hojas. No fuimos «nosotros» quienesresolvimos este problema, pensó Marcus; fueKira, y el doctor Skousen fue uno de susmayores oponentes. ¿Y ahora apoyaba lamisma acción sin siquiera reconocerle el mérito?

—Usted quiere que nos arriesguemos a otraGuerra Parcial —dijo Kessler.

—Ese riesgo ya lo corrimos —repuso Tovar—. El oso, como quien dice, ya recibió un golpe,y aún no nos ha devorado.

—Que hayamos tenido suerte no significaque estemos a salvo —insistió Kessler—. Si hayalguna manera de sintetizar esta cura sinrecurrir a la acción militar, tenemos queintentarlo. Si seguimos provocando a los

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Parciales…—¡Ya los provocamos demasiado! —

exclamó Woolf—. Ustedes han leído losinformes: hay barcos frente a la Costa Norte,barcos Parciales que patrullan nuestrasfronteras…

El senador Hobb lo interrumpió, mientras losasistentes murmuraban más aún.

—Este no es el lugar para hablar de esosinformes —dijo Hobb.

Marcus se sintió como si le hubieran dadoun tiro en las tripas: los Parciales estabanpatrullando el estrecho. Hacía once años que semantenían apartados; alguna misión rápida dereconocimiento aquí y allá, como había hechoHeron, pero siempre en forma encubierta, a talpunto que los humanos nunca se habíanenterado. Pero ahora vigilaban la fronteraabiertamente. Se dio cuenta de que tenía la bocaabierta, y la cerró con fuerza.

—La gente tiene que saberlo —replicóWoolf—. Va a enterarse de todos modos. Si lasembarcaciones se acercan mucho más, todos los

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granjeros de la Costa Norte las verán. Por loque sabemos, ya desembarcaron algunos gruposreducidos; nuestra vigilancia en esa costa no esimpenetrable.

—O sea que nuestra guerra fría se estácalentando —comentó Skousen. Se veía viejo yfrágil, como un cadáver al costado del camino.Suspiró y se desplomó en su asiento.

—Si me disculpan —dijo Marcus, y se diocuenta de que estaba de pie. Miró la carpetaque tenía en las manos, sin saber bien qué hacercon ella; luego la cerró y la sostuvo delante deél, deseando que fuera una armadura. Observóal Senado, preguntándose si Heron tenía razón,si uno de ellos, o uno de sus colaboradores, eraun agente Parcial. ¿Se atrevería a hablar?¿Podía permitirse no hacerlo?—. Disculpen, mellamo Marcus Valencio…

—Sabemos quién es —dijo Tovar.Marcus asintió, nervioso.—Creo tener más experiencia en territorio

Parcial que cualquiera en esta sala…—Por eso sabemos quién es —insistió

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Tovar, con un gesto circular de la mano—. Dejeya de presentarse y vaya al grano.

Marcus tragó en seco; de pronto no estabaseguro de por qué se había puesto de pie. Sentíaque necesitaba decir algo, pero no se sentía enabsoluto apto para hacerlo. Ni siquiera sabíabien qué deseaba decir. Miró alrededor, observólos rostros de diversos expertos y políticos allíreunidos y se preguntó cuál de ellos, si lo había,era el traidor. Pensó en Heron y en su búsquedade Nandita, y se dio cuenta de que fuera lo quefuera que intentaba decir, él era el único quesabía lo suficiente como para contarlo. El únicoque había oído la advertencia de Heron. Solonecesito encontrar la manera de expresarlosin parecer un traidor.

—Solo quiero decir que los Parciales conquienes nos encontramos estaban llevando acabo experimentos. Ellos tienen una fecha devencimiento; todos van a morir, y tienen tantaprisa por resolver eso como nosotros de curar elRM. Más, tal vez, porque a ellos los mataráantes.

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—Estamos enterados de la fecha devencimiento —dijo Kessler—. Es la mejornoticia que hemos tenido en doce años.

—Sin contar la cura del RM, claro —seapresuró a aclarar Hobb.

—En realidad no es una buena noticia —agregó Marcus—. Esta situación nos conduce aun escenario mucho peor. Si ellos mueren,nosotros también; necesitamos su feromonapara curarnos.

—Por eso estamos tratando de sintetizarla—respondió Woolf.

—Pero no podemos sintetizarla —repusoMarcus, levantando su carpeta—. Podríamospasar un par de horas contándoles todo lo quehemos probado y las razones por las que no hadado resultado, y de todos modos ustedes noentenderían la mitad de las explicacionescientíficas… sin ánimo de ofender. Pero eso esirrelevante. No importa por qué no dio resultado—dejó la carpeta en la mesa que estaba detrásde él y se volvió hacia los senadores. Al verlosotra vez, mirándolo en silencio, sintió que se le

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revolvía el estómago, y sonrió para disimular—.No aplaudan todos a la vez: también tengo malasnoticias.

Tovar frunció los labios.—No sé cómo va a hacer para superar la

primera parte, pero me entusiasma oírlo.Marcus sintió toda la atención de la sala

puesta en él y se mordió el labio para no hacerotro chiste. Cuando se ponía nervioso hacíachistes por reflejo, y ahora estaba más nerviosoque nunca. No debería estar haciendo esto,pensó. Soy paramédico, no orador. No sédebatir, no soy líder, no soy… no soy Kira.Ella debería estar aquí.

—¿Señor Valencio? —dijo el senadorWoolf.

Marcus asintió, reforzando su decisión.—Bueno, ustedes lo pidieron, así que aquí

va: quien lideraba la facción de Parciales con laque nos topamos, la que secuestró a Kira, erauna especie de médica o científica; la llamabandoctora Morgan. Por esa razón enviaron aquelpelotón a Manhattan hace meses, y

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secuestraron a Kira, pues la doctora Morganpiensa que el secreto para su cura tiene algo quever con el RM, o sea que está relacionado conlos humanos. Aparentemente ya habían hechoexperimentos con humanos durante la GuerraParcial, y si piensan que eso les salvará la vida,van a secuestrar a tantos más como necesiten;podrían volver a raptar a Kira, o a todosnosotros, por lo que sabemos. Tal vez en estemismo momento estén reunidos, igual quenosotros, del otro lado del estrecho, planeandocómo secuestrarnos; o si esos informes quemencionaron son ciertos, ya tuvieron suasamblea y bien podrían estar llevando su plan ala práctica.

—Eso es información clasificada —dijo elsenador Hobb—. Necesitamos…

—Si me permiten recapitular —lointerrumpió Marcus, levantando la mano—, hayun grupo de supersoldados —bajó el primerdedo— entrenados específicamente en laconquista militar —bajó el segundo dedo—, quenos superan en número como treinta a uno —

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tercer dedo—, que están desesperados, a talpunto que están dispuestos a intentar cualquiercosa —cuarto dedo—, y ¿qué creen? que, eneste caso, «cualquier cosa» significa «capturarseres humanos para hacer experimentosinvasivos» —dobló el último dedo y levantó elpuño en el aire en silencio—. Senadores, seráinformación clasificada, pero es muy probableque los Parciales la desclasifiquen mucho antesde lo que ustedes piensan.

El salón quedó en silencio; todas las miradasestaban sobre Marcus. Tras un largo y pesadomomento, Tovar habló por fin.

—Entonces usted cree que necesitamosdefendernos.

—Creo que estoy muerto de miedo, ynecesito aprender a parar de hablar cuando todoel mundo está mirándome.

—Defendernos no es una opción viable —respondió Woolf, y los demás senadores sepusieron tensos, sorprendidos—. La Red deDefensa está entrenada y equipada tanto comopuede estarlo un ejército humano. Tenemos

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vigías en cada costa, bombas en todos lospuentes que quedan y puntos de emboscada yaidentificados y dispuestos en cualquier sitio pordonde pudieran invadir. Sin embargo, si nosinvade una facción Parcial de númeroconsiderable lo que hagamos, por muypreparados que estemos, no será más que unademora pasajera. Esta situación no puede sernovedad para nadie en esta sala. Patrullamos laisla porque es lo único que podemos hacer, perosi alguna vez se deciden a invadirnos, nosderrotarán en cuestión de días… o de horas.

—La única noticia remotamente buena —dijo Marcus— es que su sociedad está, si medisculpan la comparación, más fracturada que lanuestra. Cuando estuvimos en el continente, eraprácticamente zona de guerra, y quizá sea esa laúnica razón por la que aún no nos atacan.

—Pues entonces que se maten entre ellos ynuestro problema se resuelve solo —dijoKessler.

—Salvo por el RM —acotó Hobb.—Tomando en cuenta todo lo que expuso el

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señor Valencio —dijo Woolf—, tenemos un soloplan que realmente nos da alguna esperanza deéxito. Paso uno: nos infiltramos en esa zona deguerra del continente; con suerte nadie nos ve yatrapamos a un par de Parciales para que eldoctor Skousen haga sus experimentos. Pasodos: evacuamos toda la isla y nos vamos lo máslejos que sea posible.

Se hizo silencio. Marcus se sentó.Abandonar la isla era una locura: era su hogar,su único refugio seguro; justamente por esohabían ido a vivir allí. Pero eso ya no era verdad,¿cierto? Tras la Guerra Parcial, la isla había sidocomo un santuario; habían escapado de losParciales, encontrado una nueva vida yempezado la reconstrucción. Sin embargo, esaseguridad no tenía nada que ver con la isla,ahora que Marcus lo pensaba. Habían estado asalvo porque los Parciales los habían ignorado,pero ahora que estaban volviendo —que habíabarcos en el estrecho, que Heron se escondía enlas sombras y la perversa doctora Morganquería experimentar con humanos—, aquella

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ilusión de seguridad se había disipado. Nadietenía que decirlo en voz alta, nadie tenía quetomar una decisión oficial, pero Marcus sabíaque así era. Lo veía en los rostros de todos lospresentes. La evacuación instantánea se abordócomo posibilidad y se convirtió en certeza.

Se abrió la puerta lateral y Marcus alcanzó adivisar a los soldados de la Red que montabanguardia del otro lado. Se hicieron a un costado yentró un hombre corpulento: Duna Mkele, el«oficial de inteligencia». Marcus recordó que nosabía exactamente para quién trabajaba Mkele;parecía tener libre acceso al Senado y ciertogrado de autoridad sobre la Red, pero por lo queobservaba, en realidad no respondía a ningunode los dos grupos. Al margen de cómofuncionaran esas relaciones, a Marcus no leagradaba aquel hombre. Su presencia casisiempre era señal de malas noticias.

Mkele se acercó al senador Woolf y le dijoalgo al oído. Marcus trató de leerles los labios o,al menos, evaluar la expresión de sus rostros,pero le dieron la espalda a la multitud. Un

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momento después, ambos se acercaron a Tovary le susurraron algo. Este escuchó con airesolemne y luego miró a la gente que loobservaba. Se volvió hacia Woolf y habló convoz potente, con la clara intención de que seoyera en todo el salón.

—Ya saben la primera mitad; ¿por qué noles cuenta el resto?

Marcus vio una expresión severa en la carade Mkele. Woolf lo miró sin arrepentimiento yluego se volvió hacia la multitud:

—Parece que nuestro cronograma acaba deacelerarse. Los Parciales desembarcaron enLong Island, cerca del Puerto de Mount Sinai,hace aproximadamente cinco minutos.

El salón de asambleas estalló encomentarios agitados, y Marcus sintió que elestómago le daba un vuelco con un miedo súbitoy aterrador. ¿Qué significaba eso? ¿Era el fin?¿Se trataba de una fuerza invasora o de unaincursión audaz para secuestrar sujetos humanospara sus experimentos? ¿Sería el grupo de ladoctora Morgan?, ¿los enemigos de ella?, ¿u

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otra facción totalmente distinta?¿Estaría Samm con ellos?¿Acaso significaba que el plan de Heron

había fracasado? ¿Que no habían encontrado aKira ni a Nandita mediante sus sigilosasbúsquedas y por eso habían optado por unainvasión? Por un instante Marcus sintió unaculpa horrible, como si la invasión fuera porcausa suya, por no haber hecho caso a laadvertencia de Heron. Pero hacía meses que noveía a Kira y más de un año que no sabía deNandita; ¿qué podría haber hecho? Mientras lamultitud rugía con miedo y confusión alcomprender cabalmente la situación, él se diocuenta de que no importaba. No estaba listopara sacrificar a nadie; prefería caer peleandoque vender su alma a cambio de la paz.

Y, por segunda vez en ese día, se puso depie y oyó cómo su propia voz se alzaba:

—Me ofrezco como voluntario paraacompañar a la fuerza que vaya a enfrentarlos.Van a necesitar un médico… Yo me ofrezco.

El senador Tovar lo miró, asintió, y luego se

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volvió hacia Mkele y Woolf. El salón seguíabullendo de miedo y de hipótesis en debate.Marcus se desplomó en la silla.

Realmente tengo que aprender a cerrarla boca.

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CAPÍTULO SIETE

Kira caminó con cuidado entre las ruinas de lacasa, abrumada por el caos: las paredes sehabían derrumbado, los pisos y techos estabandesplomados y había fragmentos de mueblesesparcidos y apilados al azar. El cráter estaballeno de maderas, libros, papeles, platos ypedazos de metal retorcido que habían llegadohasta la calle, arrojados por la fuerza de laexplosión.

No cabía duda de que esa casa había estadohabitada, y recientemente. Kira había vistomuchos edificios del viejo mundo en ruinas;había crecido rodeada por ellos y los conocíabien: retratos de familias muertas, cajitas negrasde reproductores de audio y video y sistemas de

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juegos, jarrones rotos llenos de tallosquebradizos. Los detalles variaban de una casaa otra, pero la sensación era la misma: vidasolvidadas de personas olvidadas. Pero los restosde esta vivienda eran diferentes, y claramentemodernos: latas de comida, ahora rotas ypudriéndose entre los escombros; ventanastapiadas y puertas reforzadas; armas,municiones y camuflaje hecho a mano. Alguienhabía vivido allí, mucho tiempo después de ladestrucción del mundo, y cuando alguien (¿losParciales?) había invadido su intimidad, habíavolado su propia casa. El patrón de ladestrucción era bastante completo y estabademasiado contenido como para que se tratarade un ataque externo; un enemigo habría usadoun explosivo más pequeño para abrir una brechaen la pared, o uno más grande que habríaafectado también las casas vecinas. Quienquieraque hubiera destruido esa vivienda había hechosu trabajo con pragmatismo y una minuciosidadarrasadora.

Cuanto más pensaba en ello, más recordaba

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una explosión que había visto el año anterior,antes de la cura, de Samm, antes de todo. Habíaido en una incursión de rescate con Marcus yJayden, en alguna parte de la Costa Norte deLong Island, donde habían encontrado unedificio preparado con explosivos. Había sidouna trampa, muy similar a lo que parecía seresta, cuya intención no era matar sino destruirpruebas. ¿Cómo se llamaba aquel pueblito?Asharoken; recuerdo que Jayden se burlabadel nombre. Y ¿por qué estaban investigandoese edificio? Lo había marcado un grupopreliminar y los soldados habían regresadopara investigar. Habían llevadoespecialistas, como un tipo que sabía decomputadoras o algo así. ¿Un electricista?Retuvo el aliento al recordar: era una estaciónde radio. Alguien la había armado y luego lahabía volado para guardar el secreto. Igual queallí, en Manhattan. ¿Sería la misma gente?

Kira retrocedió por reflejo, como si eledificio demolido pudiera contener otra bomba.Se quedó mirando los escombros, después se

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armó de coraje y entró, pisando con cuidadoentre las ruinas inestables. No tardó mucho enencontrar el primer cuerpo. Un soldado conuniforme gris, un Parcial, atrapado bajo unapared: un cadáver fracturado bajo los restos desu traje blindado. A su lado estaba su fusil, yKira lo recogió con sorprendente facilidad; elmecanismo estaba un poco tieso, pero se movía,y quedaba una bala en la recámara. Retiró elcargador y lo encontró lleno; el soldado no habíadisparado un solo tiro antes de morir, y suscompañeros no recuperaron su equipo nienterraron su cuerpo. La bomba los tomó porsorpresa, pensó Kira, y los mató a todos. Noquedó nadie para recuperar a los caídos.

Siguió buscando, caminando con cautelaentre ladrillos y vigas caídas, y por fin halló algoque reconoció al instante: los fragmentosennegrecidos de un transceptor de radio, igualque en Asharoken. Las dos situaciones separecían demasiado como para no asociarlas.Un grupo de avanzada investiga algosospechoso, encuentra una casa fortificada llena

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de equipos de comunicación y muere en unatrampa defensiva. Kira y los demás habían dadopor sentado que ese sitio en Asharokenpertenecía a la Voz, pero Owen Tovar lo habíanegado entonces, y continuaba haciéndolo. Lossiguientes candidatos probables eran losParciales, pero aquí había un grupo que habíacaído en la misma trampa. Otra facción deParciales, entonces, pensó Kira. Pero ¿cuálgrupo sigue a la doctora Morgan: los espíasde la radio o los que los atacaron? ¿Oninguno de los dos? Y ¿cómo se relacionaesto con ParaGen? Quien se había llevado lascomputadoras de las oficinas también habíabuscado radios en la tienda, y aquí había restosde ambas cosas. Tenía que haber una conexión.Parecía probable que la facción que estabacoleccionando radios fuera la misma quemontaba estaciones de radio en las ruinas. Pero¿qué estaban haciendo? Y ¿por qué mataban asípara esconderlo?

—Lo que necesito es una pista —pensó envoz alta, observando la destrucción.

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Últimamente hablaba más y más consigomisma, y se sintió tonta al oír su propia vozresonando en la ciudad vacía. Por otra parte,eran las únicas palabras que había oído en variassemanas, y cada vez que hablaba le resultabaextrañamente reconfortante. Sacudió la cabeza.

—Tengo que hablar con alguien, ¿no?Aunque parezca una pobre imbécil.

Se inclinó para examinar los trozos de papelque estaban esparcidos por el lugar. Elresponsable de fortificar las casas y colocar lasbombas seguía allá afuera, y sería casi imposibleencontrarlo ahora que había destruido todas laspruebas. Kira lanzó una risa seca.

—Pero supongo que esa era la idea.Levantó uno de los papeles que vio a sus

pies; era un fragmento de un periódico del viejomundo, arrugado y amarillento, y apenas sealcanzaba a leer el titular: violencia en laprotesta en Detroit. Las letras más pequeñas delcuerpo del artículo apenas se podíancomprender, pero Kira descifró las palabras«policía» y «fábrica», y varias referencias a los

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Parciales.—¿Así que la facción que colecciona radios

también junta artículos sobre la rebelión Parcial?—miró el papel con el ceño fruncido; luego pusocara de exasperación y volvió a dejarlo caer—.Es eso, o todos los periódicos de poco antes delBrote hablaban de los Parciales y esto nosignifica nada —negó con la cabeza—.Necesito algo concreto. Además de estospedazos de concreto, claro.

Pateó un trozo de material, que fue a pararal otro lado del cráter y rebotó con sonidometálico contra la antena de radio caída.

Kira se acercó para examinarla. Era grande;erguida habría tenido varios metros, aunque eradelgada como un cable. Debía de haber sidobastante robusta para mantenerse derecha, perola explosión y la caída la habían retorcido conpliegues y rizos apretados. Tiró de la antena,tratando de sacarla de entre el yeso y losladrillos. Logró desplazarla casi un metro hastaque se enganchó con algo; tiró más fuerte, perono pudo moverla más. La dejó caer, jadeando

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por el esfuerzo, y buscó algo más… cualquiercosa. Encontró más recortes de periódicos, trescuerpos de Parciales en descomposición y unnido de culebras rayadas acurrucadas bajo unpanel solar caído, pero nada que le dijera adóndehabían ido los que habían colocado la bomba, nisi podían tener otra estación de radio en laciudad. Se sentó a descansar junto a otro panelsolar, sacó la cantimplora y de pronto se leocurrió algo:

¿Por qué había dos paneles solares?Ese tipo de panel solar se llamaba Zoble, y

Kira lo conocía bien. Xochi había instalado unoen el techo de su casa para poder usar susreproductores de música, y había varios en elhospital. Podían almacenar mucha energía ytransferirla con gran eficiencia, y eran muy pococomunes. Xochi solo había podido conseguir elsuyo gracias a su «madre» y sus conexiones conlas granjas y el mercado de alimentos frescos.Hallar uno en Manhattan no era necesariamentepara extrañarse; al fin y al cabo, la demanda eramenor, pues no había que competir con otros

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buscadores, pero encontrar dos, montados en elmismo edificio, revelaba una necesidad deenergía anormalmente alta. Volvió a revisar elcráter, esta vez en cuatro patas, en busca delcondensador que almacenaba toda esa energía,pero en lugar de eso encontró los restos de untercer panel.

—Tres Zobles —murmuró—. ¿Para quénecesitan tanta electricidad? ¿Para la radio? ¿Esposible que precisen tanta?

Ella había usado walkie-talkies que cabíancómodamente en la palma de su mano yfuncionaban con pequeñas baterías recargables.¿Qué clase de radio necesitaba tres panelesZoble y una antena de cinco metros? No teníasentido.

A menos que la energía fuera para algo másque una radio… como, por ejemplo, para unacolección de computadoras robadas a ParaGen.

Miró alrededor, no hacia el cráter sino haciala calle que estaba detrás de ella y los edificiosfríos y sin vida más allá. Se sintió expuesta,como si acabaran de apuntarle con un reflector,

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y se ocultó a la sombra de una pared caída. Sirealmente quedara algo de valor aquí abajo,pensó, quien estaba protegiendo este lugar yahabría venido a recuperarlo. La energíaextra era para hacer funcionar la radio y lascomputadoras, y las personas a las queencontré recogiendo radios y computadoras,quienesquiera que sean, estuvieronhaciéndolo en los últimos meses, muchodespués de que este edificio explotara.Siguen allá afuera, y planean algo raro.

Levantó la vista hacia la línea del techo; másallá, el cielo se estaba oscureciendo. Lo únicoque tengo que hacer para hallarlos esbuscar lo que necesitan: una antenagigantesca y suficientes paneles solares parahacer funcionar su radio. Si hay otros sitioscomo este en la ciudad, no podré verlosdesde aquí.

—Hora de subir.

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El plan de Kira era sencillo: subir al edificio másalto que pudiera encontrar, buscar una buenavista de la ciudad y vigilar. Si tenía suerte, veríaotra columna de humo, aunque suponía quehabrían aprendido la lección después de la últimavez. Debía examinar el paisaje con la mayorminuciosidad posible, en todas las direcciones yen todos los ángulos en que daba el sol, con laesperanza de divisar una antena gigantesca y unbanco (o varios bancos) de paneles solares.

—Entonces solo tengo que tomar notas,buscarlos en mi mapa e ir a revisar —se dijo a símisma, mientras subía un piso más—. Y esperoque no me hagan explotar, como a los demás.

El edificio que eligió estaba relativamentecerca del de ParaGen, quizá a kilómetro y mediohacia el sudoeste. Era un inmenso rascacielosde granito que se proclamaba, orgulloso, elEmpire State. Las paredes exteriores estabancubiertas de enredaderas y musgo, pero la

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estructura interna parecía estable, y Kira solohabía tenido que volar una cerradura de un tiropara acceder a la escalera principal. Ahora ibapor el piso 32, rodeando lentamente elpasamanos hacia el 33; según los carteles delvestíbulo, le faltaban cincuenta y tres.

—Tengo tres litros de agua —se dijo,recitando sus provisiones—, seis latas de atún,dos de frijoles y una última MRE de esa tiendade artículos para el ejército en la SéptimaAvenida. Debo conseguir otra de esas —llegó aldescanso del piso 34, sacó la lengua y siguiósubiendo—. Será mejor que la comida me dure,no quisiera tener que subir este edificio más delo necesario.

Tras lo que le parecieron horas, se desplomóen el piso 86 con una exclamación, y se detuvo abeber más agua antes de revisar el supuesto«observatorio». Tenía una vista excelente, perola mayoría de las paredes eran ventanas, y casitodas estaban destrozadas, por lo cual todo elpiso estaba frío y ventoso. Volvió, cansada, a laescalera y finalmente llegó al 102, a la base de

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una gigantesca aguja que se prolongaba otrossesenta o noventa metros. En la puerta, unaplaca la felicitaba por haber subido 1.860escalones. Ella asintió mientras trataba derecuperar el aliento.

—Vaya suerte la mía —jadeó—. Voy atener los mejores glúteos del planeta, y no haynadie para verlos.

Mientras que el piso 86 era amplio ycuadrado, con un balcón angosto en torno alperímetro del edificio; este era pequeño yredondo, casi como un faro. La única protecciónentre los observadores y la calle era un círculode ventanas, la mayoría intactas, pero Kira nopudo evitar asomarse por una de las rotas ysintió la fuerza del viento y la increíbleconmoción de la altura vertiginosa. Era la clasede vista que ella siempre había imaginado que lagente del viejo mundo tenía desde sus aviones,tan arriba que el planeta mismo parecía lejano ypequeño. Lo más importante era que le ofrecíaun panorama increíble de la ciudad; había otrosedificios más altos, pero eran muy pocos y no

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tenían mejor vista que este. Kira dejó caer sumochila y sacó los binoculares. Empezó por elsudeste y recorrió toda la ciudad en busca deantenas de radio. Había muchas más de las quehabía esperado. Suspiró profundamente y sepreguntó cómo podría hallar el edificio quenecesitaba entre los miles que llenaban la isla.Cerró los ojos.

—La única manera de hacerlo —dijo, convoz queda— es hacerlo.

Sacó su cuaderno de la parte trasera de lamochila, buscó la antena más cercana hacia elsur y empezó a tomar notas.

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CAPÍTULO OCHO

La antena más lejana que Kira divisó estaba tanal norte que sospechó que se encontraría másallá de los límites de la isla de Manhattan, en laregión llamada Bronx. Esperaba no tener que irtan lejos, pues la proximidad de los Parciales laponía nerviosa, pero si era necesario, juró que loharía. Las respuestas que podría obtener hacíanque cualquier riesgo valiera la pena.

La antena más cercana estaba en la agujagigantesca que coronaba el mismo edificiodonde estaba ella, pero no había nadie más allí.Al menos, no creía que hubiera nadie usándola,aunque era un edificio inmenso.

—Tal vez me estoy poniendo paranoica —se dijo, mientras subía a ver la antena. Se detuvo

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y se corrigió—: Tal vez me estoy poniendodemasiado paranoica. Un poquito es bastantesaludable.

El dispositivo resultó carecer de todaenergía, y Kira se sorprendió por el alivio quesintió. Examinó la ciudad, tomando notas sobrecada antena que encontraba, y observó mientrasel sol poniente le iba revelando nuevos panelessolares uno por uno, que resplandecíanfugazmente cuando la luz los alumbraba en elángulo correcto para luego volver a quedar aoscuras. Por la noche bajó algunos pisos enbusca de una habitación cerrada y se acomodó,abrigada, en su bolsa de dormir. A semejantealtura, los edificios estaban llamativamentelimpios: no había tierra que el viento hubieratraído, ni retoños ni huellas de animales en elpolvo. Le recordó a su casa, a los edificios queella y otros se habían esforzado tanto enmantener limpios: su casa, el hospital, la escuela.Se preguntó, y no por primera vez, si en algunaoportunidad volvería a verlos.

Al cuarto día se le terminó el agua y bajó la

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larga escalera hasta la calle para buscar más.Le llamó la atención un parque que había al finalde una manzana larga, y encontró lo quebuscaba: no un estanque ni un charco, sino unaentrada al metro, donde el agua oscura lamía losescalones. En el viejo mundo, el metro habíasido un medio de transporte, pero por algúnmotivo se había inundado; ahora los túneles erancomo un río subterráneo, lento pero noestancado. Kira sacó su purificador y bombeótres litros más hasta llenar sus botellas plásticas,sin dejar de vigilar la ciudad que la rodeaba.Descubrió una tienda y se aprovisionó de variaslatas de vegetales, pero se detuvo con unamueca al ver una que estaba hinchada y habíaestallado. Estos envases ya tenían más de onceaños, que era casi el fin de la vida útil de lamayoría de los alimentos enlatados. Si algunosestaban echándose a perder, era mejor noarriesgarse. Suspiró y los devolvió a los estantes,preguntándose si tendría tiempo de cazar algunapresa.

—Al menos puedo colocar trampas —

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decidió, y montó algunas cerca de la partesuperior de la entrada del metro. Había huellasalrededor, y supuso que antílopes y conejosestaban usándolo como abrevadero. Volvió asubir hasta su observatorio, colocó algunastrampas más para aves, y se puso a trabajar otravez. Una noche más tarde cenó ganso asadosobre una cocina de campaña sin humo,haciéndolo girar en un espetón hecho con viejasperchas de alambre. Fue lo mejor que habíacomido en varias semanas.

Luego de cinco días y tres viajes a buscar agua,Kira hizo su primer descubrimiento importante:un destello de luz en una ventana, una manchitaroja que se movió apenas un segundo ydesapareció. ¿Sería una señal? Se enderezó yobservó el lugar con sus binoculares. Pasó unminuto, cinco… Justo cuando estaba a punto dedarse por vencida, lo vio otra vez: unmovimiento, un fuego y una puerta que se

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cerraba. Alguien estaba dejando salir el humo;quizá se le había descontrolado el fuego. Tratóde identificar el edificio antes de queanocheciera por completo, y en la siguientemedia hora vio la llama danzante tres vecesmás. Cuando salió la luna, buscó el humo, perono había nada: lo habían dispersado, o lo habíadisipado el viento, y ya no se veía.

Se puso de pie, sin dejar de observar eledificio que ahora estaba invisible en laoscuridad. Era uno de los muchos que habíaidentificado como posible blanco: tenía el techocubierto de paneles solares y una antena tangrande que pensó que debió haber sido unaestación de radio de verdad. Si alguien habíapuesto en funcionamiento esos equipos viejos,tendría una radio más potente que las dos quehabía visto destruidas.

—¿Voy ahora o espero hasta la mañana?Con la mirada fija en la oscuridad, se dio

cuenta de que aún no tenía un plan; de nada leserviría saber dónde se escondían los chicosmalos si hacían detonar una bomba en cuanto

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ella pusiera un pie en el edificio. Podía intentaratrapar a uno, quizá con una versión más grandede sus trampas para conejos, e interrogarlo; obien, podría tratar de entrar sin ser vista cuandola bomba no estuviera activada, lo cual sería,supuso, cuando ellos estuvieran dentro. Esto nole pareció muy seguro.

—Lo mejor que puedo hacer —murmuró,agazapándose junto a la ventana— esprecisamente lo que estoy haciendo ahora:vigilar y esperar, y mantener la esperanza deaveriguar algo útil —suspiró—. Así llegué hastaaquí.

Pero la duda seguía en pie: ¿le convenía iresa misma noche o esperar la mañana? Seríamás peligroso atravesar la ciudad en laoscuridad, pero sus objetivos habían resultadoser increíblemente cautos; de saber que undestello de luz y una columna de humo habíandelatado su ubicación, podrían trasladarse a otrolugar y dejar atrás otra trampa explosiva, y Kiralos perdería. ¿El fuego habría sido un accidente?¿Los habría puesto suficientemente nerviosos

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como para huir? Ella no tenía manera desaberlo, y la incertidumbre la inquietaba. Era unasituación en la cual el enfoque lento y cautelosoera demasiado arriesgado. Ya había perdidocinco días; mejor ir ahora, decidió, quearriesgarse a perder su única pista buena.Empacó sus cosas, revisó el fusil y emprendió ellargo descenso por los intestinos negrísimos dela escalera.

En los niveles más bajos había gatos salvajesen busca de comida, con sus brillantes ojosnocturnos. Kira los oyó moverse en las sombras,esperando, acechando y atacando: el siseo delos depredadores y el forcejeo de las presas.

Observó la calle con atención antes de salirdel edificio; luego avanzó lentamente,moviéndose de un automóvil a otro,resguardándose lo más posible. El edificio de lafogata estaba unos cinco kilómetros al norte,inquietantemente cerca del gigantesco bosquedel Central Park. En toda la ciudad vivíananimales salvajes, pero el bosque albergaba a losmás grandes. Avanzó con tanta rapidez como se

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atrevió, manteniendo la linterna apagada yguiándose por la luz de la luna. Aquella luzpálida hacía que las sombras parecieran másprofundas y ominosas. Además, hacía que elsuelo se percibiera más llano de lo que enverdad era, y cada vez que Kira intentabaapretar el paso, tropezaba con el terrenoescabroso. Bordeó el lado oeste del parque,atenta a la presencia de animales, pero no habíaninguno en los lugares abiertos. Esa era unamala noticia: si hubiera venados por allí, almenos los depredadores tendrían algo mejor queella para cazar. Los gatos domésticos que sehabían vueltos salvajes no eran los depredadoresmás peligrosos del lugar.

Una sombra se movió en su visión periféricay ella dio media vuelta para mirar. Nada. Sedetuvo a escuchar… sí… allí estaba. Un rumorprofundo, casi imperceptible. Algo muy granderespiraba cerca; no solo respiraba, sino queademás emitía un ronroneo, casi un gruñido.Algo que sabía esconderse muy bien.

Estaba acechando a Kira.

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Frente a ella había una plaza amplia, con elcemento agrietado y combado, salpicada depenachos de malezas altas y oscuras; en elcentro, una estatua se erguía solemne e inmóvil.Había autos alrededor de la plaza, con susneumáticos desinflados. Kira retrocediólentamente contra una pared para cortar laslíneas de ataque del depredador, y contuvo elaliento para escuchar. La respiración profundaseguía allí: un rumor grave de pulmonesgigantescos que se llenaban y exhalaban. Kirano lograba identificar de dónde provenía.

Hay panteras en la ciudad, pensó. Las hevisto de día: panteras, leones, y juro que unavez vi un tigre. Refugiados de un zoológico oun circo, bien alimentados por las manadasde venados y caballos salvajes quedeambulan por el Central Park. Hasta hayelefantes; los oí el año pasado. ¿A ellostambién los comerán?

Concéntrate, se ordenó. Si no encuentrasuna manera de salir de aquí, van a comerte ati. Leones, panteras o algo peor.

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Panteras. Se le ocurrió una idea aterradora.Se supone que cazan de noche, pero las hevisto solo de día. ¿Será que ahora cazan acualquier hora? ¿O lo que anda cerca esalgo peor… algo tan peligroso que laspanteras tuvieron que cambiar sus hábitospara evitarlo? ¿Me estará acechando unapantera nocturna, o acaso estas estánescondidas, asustadas en sus guaridas, parano toparse con la criatura que me persigue?De pronto, recordó el folleto de ParaGen:dragones y perros inteligentes, leonesdomésticos y quién sabe qué más habíanfabricado. Habían diseñado a los Parciales comosoldados supremos… ¿habrían creado tambiénun depredador supremo?

Echó un vistazo a la calle, en la dirección dedonde había venido, y sacudió la cabeza al ver lalarga hilera de autos y camiones abandonados.La criatura podía estar escondida detrás decualquiera de ellos, esperando que ella pasarapor ahí. Lo mismo ocurría con la plaza que teníaal frente. Su mejor oportunidad era cruzar la

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calle y entrar en el vestíbulo de lo que había sidoun centro comercial: maniquíes caídos, cartelesdescoloridos de cuerpos y rostros, estanteríasllenas de ropa raída. También era posible que labestia estuviera allí adentro; que Kira supiera,los pasillos repletos de despojos podían ser sumadriguera. Pero también había puertas,cerradas y de tamaño adecuado para sereshumanos, y si lograba entrar por una y cerrarlaotra vez, estaría a salvo… al menos hasta que eldepredador se marchara, o hasta la mañanasiguiente, si demoraba en irse. Oyó el mismogruñido grave, ahora más cerca que nunca, yapretó la mandíbula con ferocidad.

—Es ahora o nunca.Se levantó de un salto y comenzó a cruzar la

calle rota a toda velocidad, y mientras rodeabaun auto se agachó al sentir una ráfaga de airedetrás. Imaginó unas garras gigantescas acentímetros de su espalda, y se esforzó por noperder el equilibrio cuando atravesaba lafachada de vidrios hechos añicos. Hubo ruido deescombros detrás de ella, mucho más de lo que

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podía provocar con su paso, pero no se atrevió amirar. Levantó el fusil al hombro y disparó confrenesí; luego volvió a girar al llegar a unacolumna quebrada.

El interior del centro comercial era másgrande de lo que había esperado: escaleras demetal bruñido que subían y bajaban en pares, yun patio inmenso en el centro del piso inferior.Estaba demasiado oscuro para ver el fondo o elúltimo piso; demasiado oscuro para ver casinada. La puerta que quería alcanzar estaba delotro lado. Dobló a la derecha, rodeando elhueco, volvió a levantar el fusil y encendió la luz.La cosa parecía estar resbalando en el pisopulido. Kira localizó la primera puerta que pudoy se lanzó directamente hacia allí.

El haz de luz se sacudía con violenciamientras ella corría: arriba y abajo, a la izquierday a la derecha, reflejándose en el piso demosaicos, en las escaleras metálicas y en lasplacas relucientes de las paredes. En un destellode luz Kira vio su propia imagen reflejada enuna pared y detrás, un enorme bulto negro.

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Luego la luz volvió a sacudirse y la escenadesapareció; era una pesadilla de luces, sombrasy miedo. Kira fijó los ojos en la puerta y corriócomo nunca hacia ella; un instante antes dellegar bajó el fusil, apuntó y disparó una ráfagaen semiautomático. La cerradura voló, la puertase abrió y la atravesó sin detenerse; golpeó lamano contra la pared izquierda para impulsarsehacia la derecha y hacia otra puerta abierta. Alpasarla, extendió la mano y la cerró con fuerza.Se recostó contra ella, justo en el momento enque algo golpeaba violentamente del otro lado;pero la puerta resistió. Kira presionó con másfuerza, mientras la criatura volvía a lanzarse.

Miró alrededor con frenesí; con una manoapuntó torpemente el fusil para iluminar lahabitación y vio un escritorio grande de madera.Del otro lado había garras que arañaban, ya nocon golpes fuertes, y Kira decidió arriesgarse:saltó por encima del escritorio y lo empujó hastala puerta para bloquearla. Los arañazos seconvirtieron en golpes; la puerta tembló y se oyóun rugido ensordecedor. Ella perdió el equilibrio,

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dejó caer el fusil y volvió a arrojarse contra elescritorio, que golpeó contra la puerta justo en elmomento en que la bestia hacía lo mismo delotro lado. La habitación tembló, pero elescritorio resistió. Kira retrocedió, buscó la luzdel fusil y lo levantó para iluminar la mitadsuperior de la puerta, surcada por grietas yastillada en los bordes. Algo se movió más allá,algo casi tan alto como el techo. La luz diocontra un enorme ojo de color ámbar que,cegado, se cerró hasta convertirse apenas enuna rendija. Kira se tambaleó al ver su tamaño,y se apartó casi involuntariamente. Una inmensapata arañó la brecha en la puerta y sus garrasgigantescas brillaron como plata bajo el haz deluz halógena. Ella disparó una ráfaga con el fusily le dio en un dedo. La criatura volvió a rugir,pero esta vez Kira también rugió, acorralada yfuriosa. Se subió al escritorio, apuntó justo através de la brecha y le disparó a la bestia depiel y músculos. La cosa aulló de rabia y dolor, ysiguió atacando con fuerza la puerta. Kira quitóel cargador gastado, colocó otro y volvió a

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disparar. La criatura dio media vuelta y huyó,hasta perderse en la oscuridad.

Kira se quedó paralizada, con los nudillosblancos como huesos, aferrando el fusil. Unsegundo se convirtió en un minuto; un minutofueron dos. El monstruo no regresó. Ladescarga de adrenalina pasó y su cuerpoempezó a temblar, levemente al principio y luegomás y más hasta sacudirse sin control. Bajó delescritorio; casi se cae al suelo al hacerlo, ydespués se desplomó en un rincón, sollozando.

La luz del amanecer no llegaba a atravesar ellaberinto de paredes y puertas, pero Kira oyósus sonidos: pájaros que cantaban saludando alsol, abejas que zumbaban entre las flores quecrecían en el asfalto, y sí: hasta el barritar lejanode un elefante.

Se levantó despacio y espió por la puertaagrietada. El haz de luz seguía encendido,aunque las baterías ya empezaban a fallar. Del

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otro lado, el lugar estaba lleno de salpicaduras ymanchas de sangre, pero la criatura se habíaido. Retiró el escritorio y abrió la puerta conmucho cuidado; afuera estaba más claro, y vioun rayo de sol que caía sobre el pisodesordenado del centro comercial. Había huellasmarrones rojizas que salían a la calle y sedirigían a la plaza, pero no se molestó enseguirlas. Bebió un sorbo de su cantimplora y semojó la cara con el agua fría. Había sido unatontería salir de noche, lo sabía, y se prometió nohacerlo nunca más.

Giró la cabeza varias veces para aflojar losnudos que sentía en la espalda, los brazos y losdedos. Probablemente los hombres a quienesperseguía estaban demasiado lejos para haberoído los disparos de la noche anterior, pero si nohabía tenido suerte con los ecos, ¿quién sabe loque pudo haber pasado? Eso no la hizo cambiarde plan; si antes tenía prisa por encontrar eledificio, ahora era más urgente. Sacó el mapade la mochila, ubicó su posición y la de suobjetivo y planeó la mejor ruta para llegar. Con

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un suspiro y otro sorbo de agua, se puso enmarcha por la ciudad.

Kira avanzaba con cautela, ya no solamentepor las patrullas Parciales, sino también por losmonstruos gigantes con garras peludas. Veíamovimientos en cada sombra, y tuvo queobligarse a mantener la calma y no perder lasensatez. Cuando llegó al lugar indicado, tardóvarias horas en identificar con seguridad eledificio de la antena, aunque más que nada sedemoró por miedo a que la vieran. Finalmentesubió por la escalera de otro edificio para podermirar desde arriba, y desde ahí divisó la antenacon facilidad. En esa zona las construccioneseran más bajas, casi todas de tres o cuatropisos. Sabiendo lo que buscaba, era fácil hallaralgunas de las pistas más sutiles que indicabanque el edificio estaba habitado: muchas de lasventanas estaban tapiadas, especialmente en eltercer piso, y en la escalinata de entrada habíahuellas leves en el polvo acumulado, lo quesugería que alguien había pasado por allí hacíapoco tiempo.

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Esa era la parte difícil. No se atrevía aingresar hasta saber quién vivía allí, dóndeestaba y si había bombas preparadas paraexplotar. La hipótesis más probable, al menospara ella, era que se trataba de una especie depuesto de avanzada de alguna facción deParciales… y no una que estuviera del lado dela doctora Morgan, ya que su último encuentroen el otro puesto había terminado con una grandestrucción. Eso no significaba automáticamenteque estos Parciales fueran amigables con loshumanos, y Kira no quería caer en una trampa.Decidió vigilar, esperar, y ver qué pasaba.

No pasaba nada.Vigiló el edificio todo el día y toda la noche,

escondida en el apartamento de enfrente. Comióun poco de su alimento enlatado y se acurrucóbajo una manta agujereada por las polillas parano hacer una fogata. Nadie entraba ni salía, y alcaer la noche no vio ningún fuego por la ventanani humo que se elevara por alguna rendija entrelas tablas. El segundo día tampoco pasó nada yKira empezó a ponerse nerviosa; seguramente

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habían salido antes de que ella llegara, o sehabían ido por una puerta trasera. Bajó a la callecon sigilo y revisó rápidamente el perímetro enbusca de otras entradas y salidas, pero nadaparecía haber sido usado. Si habían salido, lohabían hecho por la puerta principal. Regresó asu puesto de vigilancia.

Aquella noche, salió alguien.Kira se inclinó hacia adelante, con cuidado

de que no le diera la luz de la luna por laventana. El hombre era corpulento y tendríafácilmente dos metros de estatura.Probablemente pesaba unos noventa kilos másque Kira. Era de piel oscura, pero quizá no másque la suya; era difícil determinarlo a la luz de laluna. El hombre abrió la puerta del frente concautela, salió con un carrito y cerró la puertacon llave. El carrito estaba lleno de jarras, yKira adivinó que salía a buscar agua. Llevabauna mochila pesada, llena de algo que ella no

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pudo identificar, y no vio que estuviera armado.Es mejor suponer lo peor, pensó, pues bienpodría llevar una pistola de alto calibre o unametralleta escondida entre los pliegues de suimpermeable.

Kira recogió sus cosas en silencio, empacóen la oscuridad y bajó con sigilo para seguirlo.Cuando llegó a la calle, el hombre ya estaba enla esquina. Ella esperó a que él doblara, y luegoavanzó lo más rápido posible entre losescombros de la calle. Espió a la vuelta de laesquina y lo vio caminando despacio, tirando delcarrito. Tenía un modo extraño de moverse, casicomo un pato, y Kira se preguntó si se debería asu tamaño o a otro factor. Cuando llegó al finalde la cuadra, el hombre bajó a la calle sindetenerse, como si no le preocupara en lo másmínimo que lo vieran o, peor aún, que locomieran. ¿Cómo había sobrevivido tanto tiemposin toparse con aquel monstruo nocturno?Desapareció tras una pared baja, y Kira losiguió.

El tipo se detuvo en la entrada de un túnel

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del metro y llenó sus jarras plásticas con unabomba de tubo largo parecida a la suya.Resoplaba al trabajar, como si el esfuerzo fuerademasiado para él, pero el resto de susmovimientos delataban una gran familiaridad ypericia. Había hecho eso suficientes veces parallegar a hacerlo muy bien.

¿Sería un Parcial? Kira se quedó inmóvil enlas sombras, observándolo, tratando de… noescucharlo ni olerlo, sino de sentirlo, de lamisma forma en que lo había hecho con Samm.Por el enlace. Era algo más emocional queinformativo; si lograba enlazarse con esehombre, sería más por sentir las cosas que élsentía. Analizó minuciosamente sus emociones.Tenía curiosidad; estaba cansada; estaba segurade su propósito. ¿Algo de eso provendría de él?¿Qué estaría sintiendo? El hombre murmurabapara sí, no enojado, sino simplemente hablando,del mismo modo en que ella había empezado ahablar sola. Kira no oía las palabras.

Cuanto más lo observaba llenar sus jarrasmetódicamente, más se daba cuenta de que el

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tamaño del hombre sugería que era humano.Los Parciales habían sido diseñados comosoldados específicos: los de la infantería erantodos hombres jóvenes; los generales eranhombres mayores, y Samm había dicho que losmédicos eran mujeres y que los pilotos eranchicas menudas que cabían fácilmente envehículos pequeños y cabinas reducidas. Loscontratistas militares habían ahorrado millonesde dólares al construir jets de menor tamaño.Obviamente había excepciones (Kira no teníaidea del rol que le correspondía a Heron, lasupermodelo alta y de piernas largas que lahabía capturado para la doctora Morgan), pero¿alguno de los modelos incluiría a este hombre?Era enorme, especialmente ahora que lo veía alnivel del suelo. ¿Alguna especie de supersoldadoentre supersoldados? ¿Un especialista en armaspesadas, tal vez, o un experto en lucha cuerpo acuerpo? Samm no había mencionado a nadie así,pero había muchas cosas que no habíamencionado. Kira se concentró tanto comopudo, intentando descifrar a aquel gigante por

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medio de la versión del enlace que ella poseía,fuera cual fuera, pero no sintió nada.

Aparte de su tamaño, estaba el simple hechode que estaba agitado. Había caminado apenasun par de cuadras y, sin embargo, resoplabacomo si acabara de correr un maratón. Eso notenía sentido en un supersoldado físicamenteperfecto, pero encajaba a la perfección en unhumano excedido de peso.

Estaba bien iluminado, gracias a la lunagrande y a que no había nubes, y Kira sacó susbinoculares en silencio para mirarlo mejor.Estaba apenas a unos treinta metros de él,agazapada detrás de un auto oxidado, y quería almenos confirmar si estaba armado. No teníanada en la cadera ni en las piernas, nicartucheras ni cuchillos, y en el carrito noparecía haber nada más que jarras. El hombreterminó de llenar una, la levantó para colocarlaen el carrito y, al hacerlo, se volvió hacia dondeestaba Kira; por un momento, su impermeablese abrió y ella pudo verle el pecho y loscostados. Allí tampoco llevaba armas, pistolera,

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bandolera ni nada. Kira frunció el ceño. Nadieviajaría desarmado por la zona salvaje, de modoque tenía que tener un arma escondida, pero¿por qué esconderla si creía estar solo?

En un segundo, Kira comprendió que habíacaído en una trampa. Aquel hombre grande,torpe y desarmado había salido como carnada,mientras los demás rodeaban el lugar paracortarle las vías de escape. Se dejó caer al suelopara bajar su perfil por si alguien trataba dedispararle allí mismo, y miró alrededor buscandofrenéticamente a los atacantes. La ciudadestaba demasiado oscura; podía haberfrancotiradores en cien ventanas, puertas ysombras que la rodeaban, pero no lograba verbien en ninguna de ellas. Su única esperanza eracorrer, tal como había hecho con el monstruo dela plaza. El edificio de atrás tenía una especie decomercio en el frente, quizá una antigua pizzería;seguramente tendría por lo menos unatrastienda, tal vez un sótano y, si tenía suerte,una escalera que le permitiera acceder al restodel edificio. Podía entrar con sigilo, buscar otra

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salida y escabullirse antes de que pudieranatraparla.

El hombre que estaba junto a la escalera delmetro estaba desperezándose; su mochila estabaen el suelo, a su lado. ¿Estaría preparándosepara atacar? Kira tenía que huir ahora mismo.Se puso de pie y se lanzó hacia la entrada delcomercio, esperando el impacto de las balas enla espalda. Oyó un quejido a sus espaldas, comoun grito de miedo, pero no se volvió. En el fondode la pizzería había una puerta de maderadelgada, y más allá, una oficina. Entró a todacarrera, cerró la puerta de golpe y encendió laluz para buscar otra salida. No la había.

Estaba atrapada.

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CAPÍTULO NUEVE

Kira barrió con el brazo el escritorio de metalque estaba en el centro de la oficina, paradespejar el polvo acumulado y las gruesas pilasde papeles que había encima. Lo último fue unmonitor de computadora, que derribó con elimpulso, antes de volcar el escritorio de lado yubicarse detrás para tener una capa más deprotección. Se agazapó tras la barrera, con elrifle preparado a un costado de la cara y elcañón apuntando directamente a la puerta. Almenor movimiento del picaporte, podía vaciartodo un cargador en quien estuviera detrás.Esperó, casi sin atreverse a respirar.

Esperó.Pasó un minuto. Cinco. Diez. Imaginó a un

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hombre armado detrás de la puerta, aguardandocon el mismo cuidado que ella. ¿Cuál de los doscedería primero? Ellos eran más, y teníanventaja: más espacio para maniobrar y másgente para hacerlo. Pero ella no iba a rendirsetan fácilmente. Si querían atraparla, tendrían queingresar.

Pasaron diez minutos más, y Kira trasladó elpeso de su cuerpo de una pierna dolorida a laotra. Parpadeó para quitarse el sudor de los ojos,pues los sentía enrojecidos y le ardían, pero aunasí evitó moverse. Diez minutos más. Sentía lagarganta seca y le dolía, y tenía los dedosentumecidos de sujetar el fusil. Nada se movía.Ningún sonido perturbaba la noche.

La luz de su linterna vaciló, pálida y amarilla.Hacía días que las baterías estaban débiles, yaún no había encontrado otras para cambiarlas.Diez minutos más tarde, la luz se apagó del todo,y Kira cerró los ojos con impotencia ante laoscuridad total. Escuchó con absolutaconcentración por si se movía el picaporte de lapuerta, había algún crujido en las tablas del piso,

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un rechinar de zapatos o el clic de un armapreparándose para disparar. Diez minutos más.Veinte. Una hora. ¿Realmente tenían tantapaciencia?

¿O era que no había nadie afuera?Se frotó los ojos, recordando la escena.

Había dado por sentado que existía una trampa;era la explicación más lógica, pero no había vistoa nadie. ¿Realmente era posible que esehombre, desarmado y solo, en una ciudadmuerta y llena de monstruos fuera el único? Eramuy poco probable, pero sí, era posible. ¿Estaríadispuesta a apostar su vida a esa posibilidad?

Bajó el arma y gimió en silencio al sentir loshombros doloridos. Se movió, haciendo el menorruido posible, hacia un costado de la habitación,fuera de la línea de fuego que entraría por lapuerta, y volvió a escuchar. Todo estaba ensilencio. Extendió una mano, apretándose contrala pared, y tocó el picaporte. Nadie le disparó.Respiró hondo, sujetó el picaporte con fuerza yabrió la puerta con la mayor rapidez posible; deinmediato retiró la mano y se apartó de la

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abertura. No hubo disparos ni gritos ni ningúnruido, salvo el rechinar de la puerta. Se quedómirando la abertura negra, armándose de valorpara atravesarla, y decidió hacer una pruebamás: levantó el monitor que había derribado,buscó una buena ubicación y lo arrojó por lapuerta, con la esperanza de atraer los disparosde quien pudiera estar del otro lado. El monitorcayó con estrépito, la pantalla se partió yregresó el silencio.

—No disparen —dijo, por las dudas, ylentamente cruzó el marco de la puerta.

La pizzería estaba vacía como siempre, y enla calle los autos desvencijados reflejaban la luzde la luna. Kira salió con cautela, con el riflepreparado, y revisó las esquinas esperando unaemboscada, pero no había nadie. En el otroextremo de la manzana estaba la entrada delmetro, y junto a esta, el carro del hombre,inmóvil y abandonado. Había una jarra en elsuelo, volcada de costado, ya vacía. Y a pocoscentímetros estaba su mochila.

Kira rodeó la bocacalle, corriendo de auto

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en auto para mantenerse a resguardo, hastaacercarse a la mochila. Era enorme, casi tantocomo ella, y no pudo sino pensar en los cráteresde las dos casas destruidas donde había estadoantes. ¿Realmente quería abrir una mochila quepodía contener explosivos? Quizá el hombre lahabía dejado allí como una trampa,específicamente para matarla… pero,francamente, si ese era su objetivo, ya habíatenido oportunidades más fáciles. ¿O acaso losexplosivos eran la única arma que conocía? Talvez ni siquiera tenía una.

Caminó en torno a la mochila con recelo,frotándose la cara con la palma de la mano,tratando de tomar una decisión. ¿Valía la pena?Aún la asustaba el recuerdo del monstruonocturno; la única vez que había decidido correrun riesgo importante, casi había muerto. Pero lacautela le estaba costando tiempo, y este no eraun recurso que pudiera darse el lujo de perderasí. Las respuestas que estaba buscando: ¿quées el Consorcio?, ¿qué relación tienen losParciales con el RM?, ¿quién soy, y de qué

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plan formo parte?, podían salvar a lahumanidad o destruirla. Por peligrosas quefueran sus decisiones, tenía que concretarlas. Secolgó el fusil al hombro y extendió la mano paratomar la mochila…

… y entonces oyó una voz.Kira retrocedió a toda prisa y se escondió

detrás del muro de la entrada del metro. La vozera suave, pero se oía bien en el silencio de lamedianoche: un murmullo leve que llegaba desdeuna calle lateral, quizá a media cuadra, e ibaacercándose. Ella aferró el fusil y buscó unlugar adonde correr, pero estaba atrapada enterreno abierto. Se deslizó lentamente hacia elcostado, manteniendo la entrada del metro entreella y el dueño de la voz. Al acercarse, losmurmullos se hicieron más y más claros, hastaque por fin Kira pudo entender las palabras.

—Nunca dejes la mochila… nunca dejes lamochila… —repetía una y otra vez—. Nuncadejes la mochila.

Kira espió y vio al mismo hombre de antes,que venía por la calle con el mismo andar

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semejante al de un pato.—Nunca dejes la mochila… —las manos

del hombre se crisparon, y sus ojos miraban a unlado y otro de la calle—. Nunca dejes lamochila.

Kira no supo bien qué fue lo que la decidió,si algo en su manera de caminar o de hablar, o elmodo en que se frotaba las manos;probablemente una combinación de todo eso ymás. Ya había perdido demasiado tiempo. Teníaque actuar. Volvió a colgarse el fusil al hombro,abrió las manos para mostrar que estaban vacíasy salió de su escondite, entre el hombre y lamochila.

—Hola.El hombre se detuvo en seco con los ojos

dilatados de terror, luego dio media vuelta y echóa correr por donde había venido. Ella seadelantó para seguirlo, no muy segura de si esoera lo mejor, cuando de pronto el hombre sedetuvo, se dobló en dos como si lo hubieranherido y sacudió la cabeza con fuerza.

—Nunca dejes la mochila —dijo,

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volviéndose hacia ella—, nunca dejes la mochila.Vio de nuevo a Kira y corrió algunos pasos

más, como si fuera una reacción involuntaria,pero luego se detuvo, dio media vuelta y miró lamochila con expresión dolida y aterrorizada.

—Nunca dejes la mochila.—No tengas miedo —le dijo ella,

preguntándose qué estaba pasando. Aquello noera en absoluto lo que había esperado—. No teharé daño —agregó, tratando de parecer lo másinofensiva posible.

—Necesito la mochila —respondió él, convoz prácticamente saturada de desesperación—.No debo dejarla jamás. Siempre la llevoconmigo, es todo lo que tengo.

—¿Son tus provisiones? —le preguntó Kira,al tiempo que se hacía a un lado. Esemovimiento permitió al hombre ver mejor lamochila, y avanzó algunos pasos más con lamano extendida, como para arrebatársela… aquince metros de distancia—. No estoy aquípara robarte —le explicó lentamente—. Soloquiero hablar contigo. ¿Cuántos más hay?

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—Es la única —rogó el hombre—. Lanecesito, no puedo perderla, es todo lo quetengo…

—No me refería a la mochila, sino a otraspersonas. ¿Cuántos más hay contigo en la casa?

—Por favor, dámela —insistió el hombre,avanzando a pasitos. Llegó hasta la zonailuminada, y Kira notó que tenía lágrimas en losojos. Su voz sonaba ronca y desesperada—. Lanecesito, la necesito… necesito la mochila. Porfavor, devuélvemela.

—¿Son medicamentos? ¿Necesitas ayuda?—Por favor, devuélvemela —murmuraba,

una y otra vez—. Nunca dejes la mochila.Kira pensó un momento y luego se alejó, a

unos seis metros del otro lado del carrito. Erasuficiente distancia como para que él pudieratomar sus pertenencias sin acercarse demasiadoa ella. El hombre se abalanzó y se desplomósobre la mochila, abrazándola y llorando, y Kiravolvió a mirar alrededor en busca de unaemboscada, de francotiradores en las ventanas uotros hombres que vinieran por la calle. Parecía

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estar completamente solo. ¿Qué está pasandoaquí? ¿Es posible que este sea el hombre quetan difícil resulta rastrear, el que pusotrampas tan astutas que ni los Parcialespudieron descubrirlas?

Pero el hombre no parecía deseoso dehablar más que de la mochila, de modo que ellase concentró en eso.

—¿Qué llevas ahí?—Todo —respondió, sin levantar la vista.—¿Tu comida? ¿Tus armas?—No tengo armas —dijo, con firmeza, al

tiempo que negaba con la cabeza—. No tengoarmas. No soy combatiente, no puedesdispararme, no tengo armas.

—¿Comida, entonces? —preguntó Kira,mientras daba un pasito hacia adelante.

—¿Tienes hambre? —dijo él, levantando lacabeza; pareció animarse al oír la pregunta.

—Un poco —asintió. Hizo una pausa yluego señaló su propia mochila—. Tengo frijoles,si quieres, y una lata de piñas que encontré enuna farmacia.

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—Tengo mucha piña —respondió el hombre,mientras se ponía de pie lentamente. Se limpiólas manos y se cargó la mochila al hombro—.Lo que más me gusta es la ensalada de frutas:con piñas, peras y fresas. Ven a mi casa y temostraré.

—A tu casa —repitió Kira, recordando loscráteres. Ahora, más que nunca, estaba segurade que ese hombre no era un Parcial; más bien,parecía un niño gigante—. ¿Quién más estáallá?

—Nadie, nadie más. No soy combatiente, nopuedes dispararme. Comeremos ensalada defrutas en mi casa.

Ella lo pensó un momento más y, finalmente,aceptó. Si aquello era una trampa, era la másextraña que hubiera visto. Extendió la manocomo para estrechar la de él.

—Me llamo Kira Walker.—Yo me llamo Afa Demoux —dijo. Y puso

la jarra caída en el carro, recogió su bomba deagua y empezó a empujar todo de regreso a lacasa—. Tú eres Parcial y yo soy el último ser

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humano sobre la Tierra.La casa de Afa resultó ser un viejo estudio

de televisión, suficientemente antiguo como paracontener equipos anteriores a loscomputarizados. Kira había hecho excursionesde rescate en varios estudios de noticieros enLong Island, y sus sistemas eran extraños peropequeños: cámaras, cables y algunos equiposcomputarizados que enviaban todo a la nube.Este edificio también tenía todo eso(seguramente todos los estudios de televisióntenían lo mismo, dada la obsesión del viejomundo con la Internet), pero además habíaaparatos más antiguos: amplias consolasmezcladoras manuales, una sala contransmisores misteriosos que enviaban todo alcielo, donde lo captaban antenas remotas, enlugar de viajar directamente por los enlacessatelitales. Por eso el edificio aún conservabaaquella antena enorme, y por eso Afa vivía allí.Kira se enteró de eso porque él se lo contó, unay otra vez, durante casi una hora.

—La nube se cayó —dijo nuevamente—,

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pero las radios no la necesitan; es un sistema decomunicación de punto a punto. Lo único que senecesita es una radio, una antena y suficienteelectricidad para hacerlas funcionar. Puedotransmitir a quien quiera, y ellos a mí, y noprecisamos de una red ni de una nube ni denada. Con una antena grande como esta, puedotransmitir al mundo entero.

—Qué bueno —comentó Kira—, pero ¿conquién hablas? ¿Quién está allá afuera?

Tenía que haber más sobrevivientes, no sololos de Long Island. Ella siempre había tenido esaesperanza, pero nunca se había atrevido acreerlo.

Afa negó con su cabeza ancha y de tezoscura, con una espesa barba negra salpicadade canas. Kira supuso que sería polinesio, perono conocía las islas individuales tan bien comopara adivinar de cuál provenía.

—No hay nadie más —respondió—. Soy elúltimo ser humano sobre la Tierra.

Sí vivía solo; eso, al menos, era verdad.Había convertido el estudio de televisión en una

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intrincada madriguera de equipos: generadores,radios portátiles, reservas de comida, explosivosy pilas y pilas de papeles. Tenía cientos delegajos y carpetas, atados de recortes deperiódicos sujetos con cordeles, cajas de papelesimpresos amarillentos, junto a más cajas derecortes, recibos y documentos certificados.Había gruesas carpetas atiborradas de fotos,algunas brillantes, otras impresas en papeles deoficina ajados; más fotos sobresalían de lascajas o de otras habitaciones; había oficinasenteras llenas del piso al techo con archivos ygabinetes, y siempre, por todas partes, más fotosde las que Kira había imaginado jamás. Laspocas paredes que no estaban llenas degabinetes, estanterías con libros y cajas apiladasestaban empapeladas con mapas: del estado deNueva York y otros estados, de Estados Unidos,de la alianza NADI, de China, Brasil y delmundo entero. Los mapas estaban cubiertos poruna densa red de tachuelas, cuerdas ybanderitas metálicas torcidas. Kira se mareó desolo mirar eso; y todo el tiempo sobre cada

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superficie, y hasta crujiendo bajo los pies, habíapapeles y más papeles que definían ydelimitaban la vida de Afa.

Kira apoyó su lata de ensalada de frutas yvolvió a indagarlo.

—¿Qué haces aquí?—Soy el último ser humano sobre la Tierra.—Hay más en Long Island. ¿Qué dices de

ellos?—Son Parciales —respondió enseguida, con

un gesto de la mano como descartando la idea—. Todos Parciales. Está todo aquí, en losarchivos.

Hizo un gesto ampuloso, como si esospapeles desordenados fueran la pruebairrefutable de una verdad universal. Ella asintió,irracionalmente agradecida por aquel rasgo deenajenación; la primera vez que la había llamadoParcial, la había asustado y perturbado mucho.Afa había sido el primer humano en decirle esaspalabras y la acusación, el conocimiento de quealguien lo supiera y llegara a decirlo, la habíasacudido hasta lo más profundo. Pero saber que

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el hombre deliraba al creer que todos los quequedaban en el mundo eran Parciales lo hacíamás fácil de sobrellevar.

Volvió a presionarlo, con la esperanza deque, al hacerle preguntas más específicas, susrespuestas también lo fueran.

—Trabajabas en ParaGen, ¿no?Afa se detuvo, la miró fijamente y su cuerpo

se puso tenso; luego siguió comiendo condespreocupación forzada. No respondió.

—Vi tu nombre en una puerta en la oficinade ParaGen. De allí trajiste algunos de estosequipos —insistió, y señaló las hileras decomputadoras y monitores—. ¿Para qué son?

Él no respondió, y Kira hizo otra pausa paraobservarlo. Algo no andaba bien en el cerebrode aquel hombre, de eso estaba segura: habíaalgo en su forma de moverse, de hablar y hastade sentarse. No pensaba con la misma rapidez,o al menos no de la misma manera, que nadieque ella hubiera conocido. ¿Cómo había logradosobrevivir? Era cauto, sin duda, pero solo paraciertas cosas; su hogar estaba milagrosamente

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bien defendido, lleno de trampas ingeniosas ymedidas de seguridad para mantenerse oculto ya su equipo a salvo, pero por otro lado, habíasalido a la calle desarmado. La mejorexplicación, se dijo Kira, es que haya alguienmás con él. Por lo que he visto no es capazde defenderse, y de ninguna manera podríamontar todos esos equipos. Es como unacriatura. Tal vez quien está a cargo en estacasa lo usa como asistente. Pero por más quelo intentara, no pudo ver ni oír a nadie más en eledificio. Quienquiera que fuera, sabíaesconderse muy bien.

Es obvio que no quiere hablar deParaGen, de modo que necesito probar otratáctica. Vio que él estaba mirando su lata deensalada de frutas a medio comer y se laofreció.

—¿Quieres el resto?El hombre la tomó con avidez.—Tiene cerezas.—Sí, así es. ¿Te gustan las cerezas?—Claro que me gustan. Soy humano.

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Kira estuvo a punto de reír, pero logrócontenerse. Conocía a muchos humanos quedetestaban las cerezas. El hecho de compartir lafruta pareció apaciguar el nerviosismo que habíacausado al mencionar a ParaGen, así que probósuerte con otro tema.

—Eres muy valiente al salir de noche —dijo—. Hace algunas noches, me atacó una cosainmensa; apenas pude salvarme.

—Solía ser un oso —respondió Afa, con laboca llena de ensalada de frutas—. Hay queesperar hasta que cace algo.

—¿Qué pasa cuando caza algo?—Se lo come.—Bueno, sí, pero ¿por qué hay que esperar

eso? ¿A qué te refieres?—Si está comiendo algo, no tiene hambre —

respondió, con la mirada clavada en el suelo—.Espera hasta que coma, y luego sal a buscaragua mientras está ocupado. Así no te comerá.Pero nunca olvides llevar la mochila —agregó,señalando hacia adelante con la cuchara—.Jamás dejes la mochila.

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Kira se maravilló por la simplicidad del plan,pero aun así, la respuesta le suscitó variaspreguntas más. ¿Cómo sabía cuándo elmonstruo había comido? ¿Qué significaba que«solía ser» un oso? ¿Por qué era tan importantela mochila? ¿Y quién le había indicado esasestrategias? Decidió plantear esta últimapregunta, pues le pareció la mejor oportunidadpara volver a abordar el tema.

—¿Quién te recomendó que no dejaras lamochila?

—Nadie me lo dijo —respondió—. Soyhumano. Nadie está a mi cargo, porque soy elúnico que queda.

—Es obvio que nadie está a tu cargo —dijoKira, frustrada porque la conversación seguía encírculos—, pero ¿y tu amigo? ¿El que te advirtióque nunca perdieras la mochila?

—No tengo amigos —respondió Afa,meneando la cabeza de un modo extraño que lesacudió también todo el torso—. No tengoamigos. Soy el último.

—¿Hubo otros antes? ¿Otras personas

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contigo, aquí en la casa?—Solo tú.La voz de Afa cambió al decirlo, y a Kira se

le ocurrió que era muy probable que hubieraestado completamente solo, y que ella fuese laprimera persona con quien hablaba en años.Quienquiera que lo hubiese salvado y le hubieseenseñado a sobrevivir, quien hubiera montadoesta estación radial y las demás, y las habíaprotegido con explosivos, probablemente habíamuerto hacía mucho tiempo, por causa de losParciales, de algún animal salvaje, porenfermedad o accidente y había dejado a aquelniño de cincuenta años solo en las ruinas. Poreso dice que es el último, pensó. Vio morir alos demás.

—¿Los echas de menos? —le preguntó convoz suave y tierna.

—¿A los humanos? —se encogió dehombros y su cabeza rebotó sobre sus hombros—. Ahora hay más silencio. Me gusta elsilencio.

Kira se recostó en su asiento, dubitativa.

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Todo lo que decía Afa la confundía más, y sesentía más lejos que antes de comprender susituación. Lo más confuso de todo era el nombreen la puerta de ParaGen: Afa Demoux habíatenido una oficina, una con su nombre, yParaGen no le parecía la clase de lugar quedaría una oficina a una persona mentalmentediscapacitada solo para entretenerla. Para habertrabajado allí tenía que haber hecho algo o habersido alguien importante.

¿Qué decía el cartel? Se esforzó porrecordar, y asintió cuando la palabra acudió a sumente: TI. ¿Sería una broma? «Esta oficinaes para TI». Tal vez eso explicaría por quéno quería hablar de ParaGen. Pero no, notenía sentido. Nada de lo que sabía Kira sobre elviejo mundo sugería esa clase de conducta, almenos no de manera tan oficial en una grancorporación. Las letras de la puerta tenían quesignificar otra cosa.

Observó el rostro de Afa mientrasterminaba de comer, tratando de adivinar suestado emocional. ¿Podría tocar el tema de

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ParaGen otra vez, o acaso él se quedaría calladocomo antes? Quizá si no mencionara a lacompañía y solo le preguntara por las letras…

—Parece que sabes mucho sobre… T-I —observó Kira, e hizo una mueca con laesperanza de que no fuera una pregunta tonta, opeor, insultante. Los ojos de Afa se iluminaron, yella sintió la emoción del éxito.

—Yo era director de TI —respondió—.Hacía de todo; no podían hacer nada sin mí —dijo, y esbozó una amplia sonrisa, al tiempo queseñalaba todas las computadoras que había en lahabitación—. ¿Ves? Sé todo sobrecomputadoras. Todo.

—Es fantástico —exclamó ella, conteniendoapenas una gran sonrisa. Por fin estaba llegandoa algo. Decidió avanzar—. Cuéntame mássobre… T-I.

—Hay que saber cómo funciona todo —dijo—. Hay que saber dónde está todo; algunascosas están en la nube y otras, en los discos,pero no todos funcionan sin electricidad. Por esotengo los Zobles en el techo.

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—Los paneles solares —dijo Kira, y élasintió.

—Zobles y Hufongs, aunque estos son másdifíciles de encontrar, y se rompen mucho.Convertí los generadores de la sala C encondensadores para almacenar más electricidadde los Hufongs, y resisten por un tiempo, perohay que mantenerlos andando para que no sequeden sin energía. Ahora bien —dijo,inclinándose hacia adelante y haciendoademanes con las manos—, con la clasecorrecta de electricidad se puede acceder acualquier disco que se necesite. La mayoría delos que tengo aquí son de estado sólido, pero losgrandes, los de aquel rincón, son servidoresbasados en discos; usan mucha más electricidad,pero se puede almacenar mucho más, y allí estála mayoría de las secuencias.

Siguió hablando, con más rapidez yentusiasmo que antes. El caudal de informacióntomó por sorpresa a Kira, que entendía casitodas las palabras pero solo la mitad de losconceptos. Era obvio que estaba hablando de los

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registros digitales y de las distintas maneras enque se almacenaban y se accedía a ellos, perohablaba tan rápido, y Kira tenía tan pocosconocimientos sobre el tema, que la mayor partese le escapaba.

Lo que más le llamó la atención fue elsúbito, casi asombroso dominio que tenía deltema. Ella había dado por sentado que era lento,demasiado infantil para hacer otra cosa más queir a buscar agua a pedido de otra persona, peroahora veía que su primera impresión había sidototalmente errónea. Afa tenía suspeculiaridades, sí, y Kira no dudaba de que habíaalgo que no le funcionaba bien, pero al menos enun tema el hombre era brillante.

—Un momento —pidió, levantando lasmanos—, espera, vas demasiado rápido.Empieza por el principio. ¿Qué significa T-I?

—Tecnología Informática —respondió Afa—. Yo era director de TI. Le dabamantenimiento a las computadoras de todos,instalaba los servidores, mantenía la seguridaden la nube y veía todo lo que pasaba en la red

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—se inclinó hacia adelante y la miró fijamente,al tiempo que clavaba un dedo en el piso—. Yovi todo. Vi cómo pasó todo —se recostó haciaatrás y abrió los brazos, como para abarcar enun gesto toda la habitación, quizá todo el edificio—. Lo tengo todo aquí, casi todo, y voy ademostrárselo a todos, y van a conocer lahistoria. Van a saber exactamente cómo ocurrió.

—¿Cómo ocurrió qué?—El fin del mundo —respondió Afa. Tragó

saliva y su rostro enrojeció, mientras seguíahablando a toda velocidad, sin detenerse a tomaraliento—. Los Parciales, la guerra, la rebelión, elvirus. Todo.

Kira asintió, tan entusiasmada que empezó asentir un cosquilleo en los dedos.

—Y ¿a quién vas a contárselo?Afa se puso serio y dejó caer los brazos a

los costados.—A nadie —respondió—. Soy el último ser

humano vivo.—No, no es así —dijo ella con tono firme—.

Hay toda una comunidad en Long Island;

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quedan casi treinta y seis mil humanos y quiénsabe cuántos más en otros continentes. Tieneque haber más. ¿Y yo?

—Eres Parcial.La acusación volvió a hacerla sentir

incómoda, especialmente porque no podíarefutarla con una negación absoluta. Probó darun rodeo.

—¿Cómo sabes que soy Parcial?—Los humanos no vienen a Manhattan.—Tú estás aquí.—Ya estaba aquí antes; es diferente.Kira apretó los dientes, atrapada en los

argumentos circulares y autorreferenciales deAfa.

—Entonces, ¿por qué me dejaste entrar a tucasa? —le preguntó—. Si los Parciales son tanmalos, ¿por qué confías en mí?

—Los Parciales no son malos.—Pero… —frunció el ceño, exasperada por

sus respuestas simples y desapasionadas, que noparecían tener sentido—. Estás aquí solo. Teescondes, te proteges como loco, vuelas tus

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estaciones de radio cada vez que alguien seacerca demasiado. Tienes una comunidadenorme al este y otra al norte, y no te acercas aninguna de las dos. Si los Parciales no sonmalos, ¿por qué te mantienes aislado?

A Kira se le ocurrió, mientras lo decía, quela pregunta se aplicaba también a ella. Llevabameses allí sola, evitando a Parciales y humanospor igual.

Evitándolos, no, se dijo: salvándolos.Salvando a ambos. Pero aun así la idea lemolestó.

Afa raspó la lata para sacar los últimostrocitos de fruta que quedaban.

—Me quedo aquí porque me agrada elsilencio.

—Te agrada el silencio —repitió ella y rio,más por impotencia que por diversión. Se pusode pie, se desperezó y se frotó los ojos—. No loentiendo, Afa. Recolectas información quequieres pero no la muestras; vives en una radioenorme, pero no te gusta hablar con la gente. Apropósito, ¿para qué tienes radios? ¿Es parte de

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tu colección de información? ¿Solo tratas desaberlo todo?

—Sí.—Y ¿no se te ocurrió que quizá alguien

podría beneficiarse con toda esa informaciónque estás acumulando?

—Ahora tengo que irme a dormir —dijo él,al tiempo que se levantaba.

—Espera —pidió Kira, avergonzada porhaberlo incomodado. Había estado discutiendocon el brillante director de TI, casi gritándole defrustración, pero ahora volvía a estar frente alniño, torpe y lento, una mente diminuta en uncuerpo de gigante. Suspiró y se dio cuenta de locansada que se sentía ella también—.Perdóname, Afa. Lamento haberme alterado.

Extendió la mano hacia la de él, vacilante,mientras lo miraba a los ojos. Nunca se habíantocado; Afa siempre mantenía cierta distanciacon timidez, y Kira reparó en que hacía semanasque no tocaba a nadie, ni un solo contactohumano. Y, si entendía la situacióncorrectamente, él no había tocado a nadie en

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muchos años. La mano de Kira se detuvo sobrela de él, y vio en sus ojos la misma mezcla detemor y anhelo que ella misma sentía. Bajó lamano y la apoyó sobre los nudillos de Afa, quedio un ligero respingo pero no se apartó. Kirasintió la presión de sus huesos, la carne blanda,la textura apergaminada de su piel, el ritmo tibiode su pulso.

Kira sintió una lágrima en el rabillo del ojo yparpadeó para quitarla. Afa se puso a llorarcomo un niño perdido, y ella lo abrazó. Éltambién la abrazó con fuerza, sollozando comouna criatura, casi aplastándola con sus enormesbrazos, y Kira dio rienda suelta a sus propiaslágrimas. Lo palmeó suavemente en la espaldapara calmarlo, deleitándose con la merapresencia de otra persona, real, cálida y viva.

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CAPÍTULO DIEZ

Marcus corrió a más no poder por el bosque,tratando de no caer y de no partirse la cabezacon las ramas bajas o los postes cubiertos deenredaderas. El soldado que iba a su lado sedesplomó de pronto, y se le tiñó la espalda derojo por la bala que lo había derribado. Marcusvaciló y se volvió instintivamente para ayudarlo,pero Haru lo sujetó y lo arrastró hacia adelante,atravesando la espesura.

—Lo perdimos —gritó Haru—. ¡Siguecorriendo!

Pasaron más disparos a su lado, silbandoentre las hojas y estallando contra troncos ytablas viejas. Esa parte de Long Island habíasido muy boscosa incluso antes del Brote, y en

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los doce años que habían pasado desdeentonces, la naturaleza se había apoderado delvecindario, derribando cercas podridas, techos yparedes; y llenando los jardines y parques connuevos retoños. Hasta las aceras y las callesestaban agrietadas y partidas por tantos mesesde heladas y deshielos, y habían brotado árbolesen cada brecha, rendija y resquicio.

Marcus saltó por encima de un muro decontención semiderrumbado y siguió a Haru através de una sala tan llena de enredaderas ymaleza que casi no se distinguía del mundoexterior. Esquivó un árbol joven que habíabrotado entre las tablas del piso, e hizo unamueca cuando otra bala Parcial pasó silbandojunto a su oreja e hizo añicos el vidrio de unportarretrato que estaba unos tres metrosdelante de él. Haru dobló por un corredorcombado y dejó caer una granada justo en laesquina; los ojos de Marcus se dilataron deterror al saltar por encima de ella, y apretó elpaso con un impulso extra que no sabía que lequedaba. Salió tambaleándose por el otro lado

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de la casa en el preciso instante en que lagranada estallaba. Haru lo ayudó a ponerse depie con un gruñido imperativo.

—Si están tan cerca como creo, al menosuno acaba de volar —dijo Haru, resoplando alcorrer—. Como sea, los que nos hayan seguidoa la casa van a ir más despacio, y lo pensarándos veces antes de seguirnos a otra.

—Sato, ¿estás bien? —se oyó con claridaduna voz de mujer entre los árboles, y Marcus lareconoció como la voz de Grant, la sargento deaquel escuadrón de soldados de la Red. Haruaceleró el paso un poco más para alcanzarla, yMarcus rezongó, exhausto, mientras seesforzaba por seguirle el ritmo.

—Acabo de soltar una granada en aquellaúltima casa —le informó Haru—. El paramédicoy yo estamos bien.

—Las granadas serán divertidas, pero lasvas a echar de menos cuando se terminen —leadvirtió Grant.

—No fue un desperdicio —insistió Haru.Otro soldado que iba junto a ellos se retorció

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y cayó a mitad de un paso, derribado por otrabala, y Marcus se agachó involuntariamenteantes de echar a correr otra vez. Llevaban casiuna hora corriendo así; el bosque se habíaconvertido en una pesadilla mortal, ajena a lasreglas conocidas de causa y efecto. Losproyectiles llegaban desde cualquier parte; lagente estaba viva en un instante y muerta alsiguiente, y no podían hacer otra cosa quecorrer.

—Tenemos que hacerles frente —dijo Haru.Estaba en mejores condiciones que Marcus,pero la fatiga era más que evidente en su voz.

Grant sacudió la cabeza en forma casiimperceptible, intentando conservar la energíamientras avanzaba.

—Ya lo intentamos, ¿te acuerdas? Perdimosa la mitad del escuadrón.

—Es que no teníamos un buen lugar paraemboscarlos —insistió Haru—. Si encontramosun buen sitio, o si logramos reagruparnos conmás soldados, quizá podamos terminar con ellos.Lo que sí pudimos hacer fue echar un vistazo a

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sus fuerzas, y no son muchas. Somos más yconocemos mejor el terreno; tiene que haberuna manera de ganarles.

Otra bala pasó cerca y Marcus ahogó ungrito.

—Tienes un nivel de optimismoabsolutamente reconfortante.

—Cerca de aquí hay una granja de trabajo—dijo Grant—, en un antiguo campo de golf.Allí podemos enfrentarlos.

Redoblaron sus esfuerzos, arrojandogranadas aquí y allá mientras avanzaban, con laesperanza de que las explosiones erráticasdisuadieran a sus perseguidores lo suficientecomo para darles algunos segundos extras.Marcus vio el cartel de un campo de golf y semaravilló por la presencia de ánimo de Grant; élestaba demasiado asustado y frenético parareparar siquiera en los alrededores, muchomenos reconocerlos. Desde los árboles les llegóuna voz que les ordenó detenerse, pero siguierona toda carrera mientras Grant respondía:

—¡Nos persiguen los Parciales! ¡Mantengan

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su posición y disparen!Marcus siguió a los soldados más allá de la

hilera de autos que señalaba el borde delestacionamiento, y se arrojó al suelo detrás de lacamioneta más grande que encontró. Unhombre con ropa de granjero se agazapó junto aellos, con una escopeta en la mano.

—Oímos las noticias por la radio. ¿Esverdad? —preguntó, con los ojos desorbitadospor el miedo—. ¿Nos invaden?

Grant preparó su fusil de asalto, revisó elcargador y volvió a colocarlo de un golpe; altiempo que le respondía:

—Con todo. Perdimos la base de la Red enQueens, y los puestos de guardia de la CostaNorte informan que los Parciales estándesembarcando desde allí hasta Wildwood.

—¡Por Dios! —murmuró el granjero.—¡Ya vienen! —gritó otro soldado. Grant,

Haru y los demás se incorporaron, se apostarondetrás de los autos y empezaron a disparar contodo hacia los árboles. Unos diez granjeros omás, ya alertados por los informes radiales, se

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les unieron con rostros serios. Marcus se pusolas manos sobre la cabeza y se agachó aún más;sabía que debía ayudar, pero estaba demasiadoaterrado como para moverse. Los Parcialesrespondieron el fuego, mientras los vehículos sesacudían con el ritmo entrecortado de losimpactos de bala. Grant gritó más instrucciones,pero se interrumpió a la mitad de una palabracon un gorgoteo espantoso y cayó al suelosalpicando sangre. Marcus se acercó paraayudarla, pero estaba muerta incluso antes detocar el suelo.

—Atrás —le ordenó Haru.—Está muerta —dijo Marcus.—Ya sé que está muerta, ¡atrás! —

respondió, y vació su cargador contra el bosque;luego se puso a resguardo para recargar. Miró aMarcus con aire feroz—. La granja está por alláatrás, y quienes vivan ahí no son guerreros; si lofueran, estarían con nosotros. Búscalos yaléjalos de aquí.

—Y ¿adónde los llevo? —preguntó Marcus—. Grant dijo que los Parciales están por todas

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partes.—Vayan al sur —le indicó—. Trataremos

de alcanzarlos, pero llévate ya a los civiles. Vasa necesitar todo el tiempo posible.

—No bastará con ir «al sur» —protestó—.Esto no es una incursión, sino una invasión.Aunque lleguemos a East Meadow, vendránpisándonos los talones.

—¿Prefieres quedarte aquí? —preguntóHaru—. No sé si vienen a capturarnos o amatarnos, pero no me agrada ninguna de las dosopciones.

—Lo sé, lo sé —respondió Marcus. Luegoechó un vistazo hacia la casa, tratando dearmarse de valor para llegar hasta ella.

Haru se levantó, giró y volvió a dispararhacia los árboles.

—Esto me pasa por ofrecerme —dijoMarcus, y echó a correr hacia la granja.

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CAPÍTULO ONCE

Afa durmió en una cama extra grande ubicadaen el séptimo piso del edificio, en lo que parecíahaber sido un vestidor. Kira lo arropó como auna criatura y luego buscó una habitación paraella; por fin encontró un estudio enorme yoscuro que tenía gradas a un lado y una pequeñasala de estar al otro. El decorado de unprograma de entrevistas, supuso, aunque el logoque había en la pared del fondo no le evocóningún recuerdo. Sabía que habían existido esetipo de programas porque alguien había miradouno en su casa (una niñera, quizá), pero dudabade poder reconocer incluso el logo de ese show.Afa había cubierto las sillas con cajas, cada unameticulosamente rotulada, pero el sofá estaba

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despejado, de modo que lo revisó por si habíaarañas, después extendió su bolsa de dormir y sedurmió. Soñó con Marcus, y luego con Samm, yse preguntó si volvería a ver a alguno de los dos.

En el edificio no había luz natural, gracias ala insistencia lógica de Afa en usar cortinas deoscurecimiento, y en el estudio había menos luzaún, pero Kira llevaba ya demasiado tiempoarreglándoselas sola y despertó a la hora desiempre. Llegó a tientas hasta una ventana,espió el exterior y vio la misma imagen de todaslas mañanas: edificios en ruinas cubiertos deverde y teñidos de luz azul, mientras el cielooscuro comenzaba a aclararse con el amanecer.

No oyó que Afa se hubiera levantado aún, yaprovechó para revisar algunos de los archivos,empezando por las cajas que había en el estudio.Estaban numeradas del 138 al 427, una caja porsilla, y había más contra las paredes, unaencimada a la otra ocupaban todo el perímetrodel salón. Empezó por la que estaba más cerca,la número 221, y extrajo la página de arriba,impresa con membrete militar descolorido.

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«A quien corresponda», leyó. «Soy elSargento Primero Corey Church y formé partedel Decimoséptimo Regimiento de CaballeríaBlindada en la Segunda Invasión Nipona». LaPrimera Invasión Nipona había sido una de lasprimeras derrotas importantes de las fuerzas deNADI en la Guerra de Aislamiento, el intentofallido del mundo de recuperar Japón de manosde una China súbitamente hostil. Kira recordabahaber estudiado sobre eso en la escuela, pero nose acordaba demasiado de los pormenores delconflicto. La Segunda Invasión Nipona era laque había dado resultado: regresaron condoscientos mil soldados Parciales y expulsaron alos Aislacionistas de vuelta al continente, con locual dieron el puntapié inicial a la larga campañaque finalmente puso fin a la guerra. Para esohabían fabricado al resto de los Parciales.

Siguió leyendo. Era una especie de informede batalla, que relataba las experiencias delhombre peleando junto a los Parciales; losllamaba «nuevas armas» y decía que eran«precisos y estaban bien entrenados». Ella había

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conocido a los Parciales solo como personajestemibles, los monstruos que habían destruido elmundo, e incluso habiendo conocido a Samm (yhasta sabiendo que ella misma era una especiede Parcial) le resultaba extraño que losmencionaran en forma tan positiva. Y a la veztan clínica, como si fueran un nuevo tipo de Jeepdel furriel. El sargento primero decía queparecían «insulares», que no eran muy sociablese ignoraban a los soldados humanos, pero eso noparecía un aspecto negativo; un poco ominoso,considerando su rebelión posterior, pero noamenazador ni temible en lo inmediato.

—Así empezó todo —dijo Kira en voz alta,al tiempo que dejaba el papel y tomaba otro dela misma caja. Era otro informe de combate,esta vez del sargento mayor Seamus Ogden.Hablaba de los Parciales del mismo modo, nocomo monstruos sino como herramientas. Leyóotro documento, y otro más, y en cada uno laactitud era la misma; no era que losconsideraran inofensivos, sino que apenas lesprestaban atención. Eran armas, como balas en

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un cargador, que estaban allí para gastarlas,usarlas y olvidarlas.

Se acercó a otra caja, la número 302, y sacóun recorte de algo llamado Los Angeles Times:protesta de grupos defensores de los derechosParciales en la escalinata del Capitolio. Debajode ese, en la misma caja, había un recortesimilar del Seattle Times, y debajo, otro delChicago Sun. Todas las fechas eran de fines de2064, apenas unos meses antes de la GuerraParcial. Kira acabaría de cumplir cinco años.Obviamente los Parciales protagonizaban granparte de las noticias de la época, pero ella norecordaba que su padre hablara de ellos; ahoraque sabía que él había trabajado para ParaGen,eso era más comprensible. Si había trabajadocon ellos, o incluso ayudado a crearlos, eranatural que tuviera una posición distinta de la delresto del mundo; probablemente una que muypocos compartían. Al menos espero que hayatenido una actitud diferente, pensó. Si no,¿por qué había criado a uno de ellos comosu hija? Kira también se acordaba vagamente

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de su niñera y de un ama de llaves, pero ellastampoco mencionaban nunca a los Parciales.¿Acaso su padre les había pedido que no lohicieran?

¿Sabrían ellas lo que Kira era en realidad?Se volvió hacia las cajas de números más

bajos, encontró la 138 y sacó el papel que estabaarriba. Era otro recorte de periódico, esta vez dela sección financiera de algo llamado Wall StreetJournal, que describía vagamente elotorgamiento de un enorme contrato militar. Enmarzo de 2051, el gobierno estadounidense habíacontratado a ParaGen, una nueva compañía debiotecnología, para que produjera un ejército de«soldados biosintéticos». El artículo giraba entorno al costo del proyecto, las consecuenciaspara los accionistas y el impacto que tendríadentro de la industria biotecnológica. Nomencionaba nada sobre derechos civiles,enfermedades, ni otro de los temas dominantesque habían llegado a definir el mundo previo alBrote. Solo hablaba de dinero.

Kira revisó el resto de la caja y encontró

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más de lo mismo: la transcripción de unaentrevista con el director financiero de ParaGen;un memorándum interno de la misma compañíaacerca del nuevo contrato que la beneficiaba;una revista llamada Forbes con el logo deParaGen en la portada, delante de la silueta deun Parcial armado. Hojeó la revista y vio unartículo tras otro sobre dinero, sobre lastecnologías que se usaban para hacer másdinero, sobre todas las maneras en que laGuerra de Aislamiento, a pesar de ser «unaterrible tragedia», ayudaría a la economíaestadounidense. Dinero, dinero, dinero.

En la sociedad de East Meadow el dinerotenía su lugar, pero era muy pequeño. Casi todolo que necesitaban era gratis: si uno quería unalata de comida, un par de pantalones, un libro,una casa, lo que fuera, solo costaba el esfuerzode salir a buscarlo. El dinero se usaba casiexclusivamente para comprar alimentos frescos,como el trigo de las granjas y el pescado de lospueblos costeros, es decir, cosas para las cualeshabía que trabajar, y aun así, casi todas esas

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cosas se intercambiaban por otras en elmercado mediante un sistema de trueque.Nandita y Xochi habían desarrollado un negociolucrativo intercambiando hierbas aromáticas poralimentos frescos, y gracias a ello Kira siemprehabía comido bien. El dinero en sí consistía, porlo general, solo en créditos de trabajo: vales delgobierno por el tiempo trabajado en el hospital, larecompensa por brindar un servicio esencial queno producía ningún artículo intercambiable. Lealcanzaba para tener pescado fresco y vegetalespara el almuerzo, pero no mucho más. Era unaspecto secundario, casi insignificante de suvida. Los documentos de la caja 138 describíanun mundo en el cual el dinero lo era todo, no soloun medio para sostener la vida, sino su propósitomismo. Trató de imaginarse feliz por la guerracon los Parciales o con la Voz, alegrándoseporque de alguna manera le brindarían créditosextras, pero la idea le resultó tan ajena que rioen voz alta. Si así había funcionado el viejomundo, si eso era lo único que les importaba,quizá fuera mejor que se hubiera acabado. Tal

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vez había sido inevitable.—Eres real —dijo Afa.Kira dio media vuelta, sobresaltada, y

escondió la revista a su espalda, sintiéndoseculpable. ¿Se enojaría con ella por revisar susarchivos?

—¿Dijiste que soy…? —hizo una pausa—,¿real?

—Pensé que te había soñado —respondióAfa, al tiempo que entraba arrastrando los pies.Se detuvo junto a una de las cajas y la revisó alpasar, casi como si acariciara a un animal—.Hacía tanto tiempo que no hablaba con nadie, yanoche había una persona en mi casa, y penséque lo había soñado, pero sigues aquí —asintió—. Eres real.

—Sí, soy real —le aseguró, y devolvió larevista a la caja 138—. Estaba admirando tucolección.

—Tiene todo… casi todo. Hasta videos,pero no en esta sala. Tengo toda la historia.

Ella avanzó hacia él, preguntándose durantecuánto tiempo estaría dispuesto a hablar esta

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vez.—La historia de la Guerra Parcial —dijo—,

y del Brote.—Eso es solo una parte —dijo Afa,

mientras levantaba dos pilas de papelesengrapados, examinaba sus propias anotacionesen las esquinas superiores y volvía aacomodarlas en la caja—. Esta es la historia delfin del mundo, del apogeo y la caída de lacivilización humana, de la creación de losParciales y la muerte de todo lo demás.

—¿Y lo leíste todo?Afa volvió a asentir, con los hombros caídos,

mientras iba de una caja a otra.—Todo. Soy el único ser humano del

planeta.—Supongo que es comprensible, entonces

—dijo Kira. Se detuvo junto a una caja, la 341, ysacó una especie de informe del gobierno; algoque parecía un mandato judicial, con un selloredondo en la esquina. Quería respuestas, perosin presionarlo ni asustarlo al mencionar algoque él no quisiera recordar. Por ahora lo haré

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genérico—. ¿Cómo encontraste todo esto?—Yo trabajaba en las nubes —respondió, y

de inmediato se corrigió—, en la nube. Vivía alláarriba. Podía ir a cualquier lugar y encontrarcualquier cosa —señaló una caja con recortespolvorientos—. Era como un pájaro.

Vi tu nombre en ParaGen, quería volver adecirle. Sé que tienes información sobre elConsorcio, sobre el RM, la fecha devencimiento, lo que soy. Hacía mucho tiempoque buscaba esas respuestas, y ahora las teníadelante, divididas en cajas y atrapadas en uncerebro endeble. ¿Será solo por la soledad?Tal vez su mente funciona bien, pero hacetanto tiempo que no habla con nadie queolvidó cómo interactuar con la gente. Queríasentarlo y hacerle mil preguntas, pero ya habíaesperado tanto que podía esperar un poco más.Gánatelo, no lo asustes, ponlo de tu lado.

Leyó un poco del escrito judicial que teníaen la mano, algo acerca de que las palabras«Nación Parcial» se declaraban señal de apoyoal terrorismo. Los estudiantes no podían decirlas

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ni escribirlas en las escuelas, y quien searriesgara a usarlas en grafittis era susceptiblede enjuiciamiento por ser una amenaza para laseguridad nacional.

—Tienes mucho sobre los últimos días antesde la guerra —observó—. Veo que trabajastebastante para reunir todo esto. ¿Tienes algo…?—hizo una pausa, casi demasiado cauta parapreguntar. Quería saber sobre el Consorcio, queSamm le había dado a entender que era parte dela dirigencia Parcial, pero le preocupaba laposibilidad de que, si se lo preguntabadirectamente, como había hecho con ParaGen,Afa volviera a cerrarse—. ¿Tienes algo sobrelos Parciales en sí? ¿Sobre cómo estánorganizados?

—Son un ejército. Están organizados comoun ejército —respondió desde el suelo, estabamirando dos de las cajas y sus papeles; cadatres o cuatro cajas, fruncía el ceño y pasaba a lasiguiente.

—Sí —dijo Kira—, pero me refiero a suslíderes… los generales. ¿Sabes dónde están

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ahora?—Este murió —dijo, levantando un papel y

sin apartar la vista de las cajas. Kira se acercó aél y lo tomó con cuidado: era un artículo del NewYork Times, como algunos de los que había vistoantes, pero impreso de un sitio web en lugar derecortado de un periódico de verdad. El títulodecía: hunden flota del atlántico norte en lowerbay.

Kira levantó la vista, sorprendida.—¿Hundieron una flota Parcial?—Los Parciales no tenían armada —

respondió Afa, sin dejar de ordenar sus papeles—. Era una flota humana y la hundió la FuerzaAérea Parcial frente a la costa de Brooklyn.Fue el ataque militar más grande de la guerra,en represalia por la muerte del general Craig.Tengo uno sobre él, también.

Levantó otra página, y ella se la arrebatópara leer la información: «El general Scott Craig,líder de la revuelta Parcial y exportavoz delmovimiento por los derechos de los Parciales,fue asesinado anoche en un golpe audaz de

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comandos humanos…».—¿Lo matamos?—Era una guerra.—Y luego ellos destruyeron toda una flota

—contó los barcos que mencionaba el artículo,un conjunto inmenso que se dirigía al norte paraatacar la concentración de fuerzas Parciales enel estado de Nueva York. Los barcos llevabanpocos hombres, pues sus tripulaciones ya habíansido devastadas por la peste—. Veinte barcos, ysimplemente… mataron a todos los que iban enellos.

—Era una guerra —repitió Afa, al tiempoque le quitaba los papeles de las manos y volvíaa guardarlos en la caja.

—Pero no tenía por qué serlo —dijo Kira,siguiéndolo por la sala—. Los Parciales noquerían matar a todos; tú mismo dijiste que noeran malos. Querían la igualdad, querían haceruna vida normal, y podrían haberla hecho sinmatar a esos miles de tripulantes.

—Mataron a miles de millones —repusoAfa.

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—¿Estás seguro? —le preguntó Kira, entono apremiante—. Tienes todos estosdocumentos y artículos y todo lo demás…¿tienes algo sobre el RM? ¿Algo que diga dedónde vino?

—Soy el último ser humano del planeta —respondió en voz alta, apurando el paso para queella no lo alcanzara, y Kira se dio cuenta de queprácticamente le había gritado. Se apartó y seobligó a tranquilizarse; Afa debía tener algosobre el virus, pero ella jamás podría encontrarlosin su ayuda. Tenía que mantenerlo en calma, ya sí misma también.

—Perdóname —le dijo—. Lamento habertegritado. Estoy muy… —respiró hondo paraserenarse—, estoy buscando algunas respuestasmuy importantes, y tú las encontraste, y meentusiasmé demasiado.

—Sigues siendo real —dijo Afa, retirándosea un rincón—. Sigues aquí.

—Estoy aquí y soy tu amiga —le dijo,suavemente—. Tú has hecho algo increíble;encontraste toda la información que necesito.

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Pero no conozco tu sistema, no sé cómo estáorganizado. ¿Podrías, por favor, ayudarme aencontrar lo que busco?

—Tengo todo —dijo, con voz suave;subiendo y bajando la cabeza—. Tengo casitodo.

—¿Puedes decirme quién creó el RM? —preguntó; apretando los puños, obligándose a nolevantar la voz ni parecer agresiva.

—Eso es fácil —respondió Afa—. Fue elConsorcio.

—Sí —dijo Kira, asintiendo con avidez—, elConsorcio. Continúa. El Consorcio es ladirigencia de los Parciales, los generales, losalmirantes y las personas que tomaban lasdecisiones, ¿no es así? ¿Dices que ellos locrearon?

Eso era todo lo contrario de lo que le habíadicho Samm: él había insistido en que losParciales no habían tenido nada que ver, peroKira había sospechado que era mentira; no unamentira de él, sino de sus superiores. Si llevabanen el aliento la cura del RM, fabricada en sus

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propios cuerpos, entonces era innegable quehabía una conexión entre los Parciales y el virus.Era fácil llegar a la conclusión de que ellos lohabían creado y liberado.

Sin embargo, Afa negó con la cabeza.—No, el Consorcio no es la dirigencia

Parcial; ni siquiera está formado por ellos. Sonlos científicos que crearon a los Parciales.

Kira quedó boquiabierta por el asombro.—¿Los científicos? ¿ParaGen? ¿Humanos?Afa asintió.—Los generales Parciales aún siguen al

Consorcio, no sé por qué. De ellos reciben todassus órdenes.

—El Consorcio —dijo Kira, con dificultad—. El Consorcio creó el RM.

Afa asintió una vez más; no dejaba dehacerlo, y todo su cuerpo se mecía lentamentehacia adelante y hacia atrás.

—Entonces quienes destruyeron a lahumanidad eran… humanos —concluyó Kira, ybuscó a tientas una silla; al darse cuenta de queestaban todas llenas de cajas, se sentó

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pesadamente en el suelo—. Pero… ¿por qué?—Lo sé todo —dijo Afa, sin dejar de

mecerse—. Lo sé casi todo.

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CAPÍTULO DOCE

Kira se quedó mirando a Afa.—¿Cómo que lo sabes casi todo?—Nadie lo sabe todo.—Lo sé —dijo, esforzándose por evitar que

su temperamento se inflamara—. Ya sé que nolo sabes todo, pero es que aquí hay tanto… —levantó un puñado de hojas impresas de la cajamás cercana y las sacudió, sujetándolas confuerza—. Tienes cientos de cajas solo en estasala, y más en todo el edificio. Hay archivos entodas las habitaciones, en los armarios de lospasillos y unas veinte computadoras rescatadasen la sala donde cenamos anoche. ¿Cómo puedeser que tengas tanto, toda la historia de losParciales, y nada sobre la gente que los creó?

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—Tengo algunas cosas —dijo Afa,levantando la mano. Se apartó del rincón y sedirigió a la puerta más cercana con un trotecitotorpe—. Tengo algunas cosas en mi mochila…Nunca debo dejar mi mochila —salió corriendoal pasillo y gritó por encima del hombro,mientras ella lo seguía de cerca—, nunca debodejar mi mochila. Allí está todo.

Kira lo alcanzó en la cafetería, el laboratoriode informática improvisado donde habían cenadola noche anterior. Afa se agachó frente a suenorme mochila y abrió la cremallera; al hacerlo,dejó al descubierto gruesos fajos de papeles.

—¿Eso tienes en la mochila? ¿Más papeles?—Los más importantes —respondió él,

asintiendo—. Todas las claves de la historia, lospasos más grandes, los personajes másimportantes —sus dedos examinaron las hojascon la velocidad del rayo, guiados por unaevidente familiaridad—. Y los personajes másimportantes de todos eran los del Consorcio —extrajo una carpeta color café y la levantó en elaire con un ademán aparatoso—. El Consorcio.

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Kira tomó el legajo con el mismo cuidadocon que habría tocado a un bebé en la vieja salade maternidad. Era fino, tendría unas veinte otreinta hojas; patéticamente fino en comparacióncon la enorme cantidad de papeles quehinchaban la mochila. Al abrirlo, vio que laprimera hoja era una impresión de correoelectrónico, enmarcada por capas de símbolossin sentido. En el encabezado estaba el nombreque no se había atrevido a esperar:

Armin Dhurvasula.Armin.Su padre.El mensaje estaba fechado el 28 de

noviembre de 2051, y la lista de destinatarios erailegible: otra serie de símbolos al azar. Lo leyó,sin aliento:

—«Bien, es oficial. El gobierno ha enviadouna orden de compra por 250.000 BioSintes 3.Vamos a construir el ejército que acabará con elmundo» —miró a Afa—. ¿Él lo sabía?

—Sigue leyendo —le dijo. Ahora estabamás lúcido que antes, como si el tema que tanto

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conocía le hubiera rejuvenecido la mente.—«Un cuarto de millón de soldados» —

prosiguió Kira—. «¿Tienen idea de lo ridículoque es eso? Toda una ciudad pequeña de serescompletamente nuevos, no humanostécnicamente, pero aun así inteligentes,conscientes de sí mismos, capaces de tenersentimientos humanos. Una cosa era cuandohicimos algunos miles de Perros Guardianes,pero esta es una nueva especie humanoide» —aquellas eran las palabras de su propio padre.Tuvo que esforzarse por no llorar mientras lasleía—. «El gobierno, y hasta nuestra propia juntadirectiva, habla de ellos como de productos, perono es así como los verá la sociedad, y tampocoellos se verán así. En el mejor de los casosestamos regresando a los peores excesos de lagente Parcial y la esclavitud humana. En el peor,estamos haciendo que los seres humanosqueden completamente obsoletos».

Kira negó con la cabeza, con la miradaclavada en el papel.

—¿Cómo podía él saber todo esto? ¿Cómo

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pudo saberlo y no hacer nada para evitarlo?—Sigue leyendo —insistió Afa, y ella se

tragó las lágrimas.—«No sé dónde va a terminar todo esto,

pero sé que no hay nada que podamos hacerpara impedir que comience. El mecanismo yaestá en marcha, las tecnologías ya se hanprobado, Michaels y el resto de la junta podríanhacerlo con o sin nosotros. No podemos evitarlo,pero sí podemos hacer algo para darle un giro.No quiero decir nada más, ni siquiera en unservidor encriptado. Nos reuniremos esta nochea las nueve en el Edificio C. En mi oficina. Loprimero que haremos será averiguar conexactitud en quién podemos confiar».

Kira se quedó callada; leyó y releyó elmensaje hasta que las palabras parecierondesdibujarse y perder el sentido. Sacudió lacabeza.

—No entiendo.—Es la primera vez que aparece la palabra

—dijo Afa, al tiempo que se ponía de pie yseñalaba la última oración—. Dijo que tenían

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que averiguar en quién confiar. Por lo que pudededucir, esa noche, en esa reunión secreta,formaron el grupo y empezaron a usar la palabraConfianza como clave de Consorcio.

—Dice que trataban de darle un giro —observó Kira—. ¿Qué significa eso? ¿Estabanintentando modificar los planes para losParciales? ¿O a los Parciales mismos?

—No lo sé —respondió Afa, quitándole ellegajo de la mano. Se sentó y comenzó aacomodar los papeles en el suelo—. Todo lo quehacían estaba encriptado, por eso usaron esajerga aquí arriba, y aquí abajo. Descifré lo quepude, pero eran muy cuidadosos —acomodóotra impresión con esmero en el suelo frente a él—. Esta es la siguiente, aunque no dice mucho.Supongo que está en código, pero no en unoinformático; si no, habría podido descifrarlo. Seenviaban palabras y frases en clave para poderhablar sin que sus jefes los entendieran.

Kira se sentó frente a él y tomó eldocumento. Era otro correo electrónico, tambiénde su padre, pero esta vez hablaba sobre los

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espacios en el estacionamiento de la compañía.Afa había marcado varias palabras con círculos:Confianza. Paralelo. Seguro.

—¿Qué significan estas palabras?—Estoy bastante seguro de que «Paralelo»

era el nombre de su plan —respondió Afa—. Loque empezaron a elaborar aquella noche. Oquizá un segundo plan, pensado para serdesarrollado en forma paralela al primero. No sémuy bien lo del «Seguro», porque hablan de esode distintas maneras: a veces tratan de crearalgo llamado «Seguro», y otras veces pareceque intentan evitarlo, y no logro descubrir quées.

—Entonces, ¿qué dice este mensaje?Afa se lo quitó de las manos y tocó algunas

de las palabras marcadas.—Si lo he descifrado bien, están diciendo

que el plan está en marcha y han empezado atrabajar en el Seguro, y que necesitan mantenerun perfil bajo y esperar antes de volver areunirse —se encogió de hombros—. No puedoleer más que eso. Soy el último ser humano

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vivo.Ella asintió, al percibir por esa frase que el

momento de lucidez de Afa estaba pasando; enpocos minutos volvería a mascullar como antes.Kira lo presionó, tratando de averiguar algo másantes de que eso pasara.

—¿Dónde encontraste esto?—Lo bajé de la nube. Estaba encriptado,

pero yo conocía la mayoría de las claves.—Porque trabajabas en ParaGen —agregó

Kira, y contuvo el aliento, rogando que Afa nose cerrara al oír eso. Él se detuvo, inmóvil, yKira apretó el puño con desesperación.

—Yo era director de TI en la oficina deManhattan —respondió, y ella suspiró, aliviada—. Hacía años que venía observando creceresto, de una pieza a la siguiente. No sabíaadónde llegaría todo. No sabía hasta dónde.

—Conseguiste esto en las computadoras dela oficina —dijo Kira, mirando las hileras demáquinas que llenaban la cafetería—. ¿Hayalgún modo de conseguir el resto?

—No está en estas computadoras —

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respondió Afa, meneando la cabeza—. Está enlas nubes —se corrigió, y Kira vio que otrabrecha en su comprensión empezaba aagrandarse—; en la nube. En la red. ¿Sabescómo funciona la nube?

—Cuéntame.—No es que todo esté en el cielo —dijo—.

Cada dato está almacenado en unacomputadora, en alguna parte… una pequeñacomo estas, o una grande llamada servidor. Escomo… como un terrario de hormigas. ¿Algunavez tuviste una colonia de hormigas cuando eraspequeña?

—No —respondió ella, y le indicó con lamano que siguiera hablando—. Háblame de eso.

—Es como un montón de habitaciones, ymuchos caminos que las conectan entre sí.Podías hacer algo en un equipo y verlo en losdemás, porque la información viajaba por esoscaminitos. Cada equipo tenía un camino. Pero lanube no funciona.

Afa miró el suelo y vio los papeles, como sireparara en ellos por primera vez, y empezó a

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recogerlos. Estuvo callado un tiempo, y Kiravolvió a hablar, tratando de ponerlo nuevamenteen tema.

—Si todas estas cosas estaban en la nube,¿cómo podemos hacerla funcionar?

—No se puede —respondió, aún con vozfirme, aún «presente»—. Se acabó para siemprecon la red eléctrica. La nube solo funciona sifunciona cada una de sus piezas, todas lascomputadoras desde aquí hasta aquella con laque quieras hablar, como eslabones en unacadena. Al terminarse la electricidad, la nube seacabó con ella. Todos los caminos del terrario sellenaron, y las habitaciones ya no puedencomunicarse entre sí.

—Pero las habitaciones aún están —dijoKira—. Los datos aún están, en unacomputadora en alguna parte, esperando que laencendamos. Si podemos hallarla y conectarla aun generador, tú podrías leerla, ¿verdad?¿Conoces el sistema de archivo y el deencriptación?

—Conozco todo —respondió Afa—. Casi

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todo.—Y ¿dónde está el servidor de ParaGen?

—insistió ella—. ¿Está por aquí? ¿Está en latorre de oficinas? Vayamos a buscarlo… puedoir ahora mismo. Solo dime cómo encontrarlo.

Afa negó con la cabeza.—La oficina de Manhattan era solo

financiera. El servidor que necesitamos estádemasiado lejos.

—¿En la zona salvaje? —preguntó—.Escucha, Afa, puedo ir a la zona salvaje si esnecesario. Tenemos que encontrar el resto deestos registros.

—No puedo —dijo él, abrazando el legajo ycon la mirada clavada en el suelo—. Soy elúltimo ser humano vivo. Necesito mantener losarchivos a salvo.

—Primero tenemos que encontrarlos —insistió Kira—. Dime dónde están.

—Soy el último humano…—Yo estoy aquí, Afa —le dijo, tratando de

regresarlo a la coherencia—. Podemos haceresto juntos. No estás solo. Solo dime dónde está

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el servidor.—Está en Denver —respondió—. Del otro

lado del continente —volvió a mirar el suelo—.Es como si estuviera del otro lado del mundo.

—… avanzando por el LZ…La voz surgió de entre la estática como una

ballena que sale a la superficie, en un momentode claridad antes de sumergirse nuevamente enlas profundidades. La sala volvió a llenarse deruido blanco, una docena de señales diferentesque llegaban en oleadas y se entrecortabanmutuamente en los oídos de Kira. Afa se habíacerrado por completo, demasiado asustado porla conversación o por los pensamientos que estale había evocado. Kira lo había llevado a loscomercios de comida y le había dado ensaladade frutas, con la esperanza de que eso localmara, y lo había dejado solo para que serecuperara. Luego había revisado los archivosdurante un rato, desesperada por hallar lo que

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buscaba pero, sin Afa como guía, el sistema dearchivo era impenetrable. Mientras exploraba, elsonido de la estática la había atraído hasta lasala de radio, y allí escuchó, con impotencia, elsusurro de voces incorpóreas. En la consolabrillaban luces, como tenues estrellas verdes;cientos de botones, diales e interruptoresdesplegados frente a ella. No los tocó.

Escuchó.—… en la Compañía B. No… hasta que

ellos…—… órdenes de Trimble. Eso no es

para…—… ¡por todas partes! Dígale que no me

importa…La última voz había sido humana. Kira había

aprendido a reconocer la diferencia entre eltráfico radial humano y el de los Parciales,aunque no era muy difícil hacerlo: los Parcialeseran más profesionales, formales y fríos en sumodo de hablar. No era que carecieran deemociones, sino que no estaban acostumbradosa expresarlas verbalmente. El enlace transmitía

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en forma química toda su informaciónemocional, y sus comunicaciones radiales erandemasiado disciplinadas para necesitaremociones. Eran pragmáticos, aun en medio delcombate. Y había muchos combates.

Los Parciales habían invadido Long Island.Las voces humanas tenían un tono

desesperado y asustado que al principio la habíaconfundido. Aparecían entrecortadas enfragmentos diminutos sin sentido ni contexto. Lagente de Long Island estaba tensa y aterrada,pero Kira no lograba entender por qué. Prontocomenzó a oír disparos en el fondo, los sonidosya familiares de las balas que pasaban silbandohacia todos lados, detrás de los altavoces. ¿Erala Voz otra vez? ¿Otra guerra civil? Cuanto másescuchaba, más obvio se volvía: eran losParciales. Habían empezado a mencionarlugares que ella conocía, ciudades que habíavisitado en Long Island, y el orden en el cual losmencionaban sugería un avance implacabledesde la Costa Norte hacia East Meadow.

Y ella no podía hacer nada más que

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escuchar.Volvió a pensar en Afa y en lo que podría

hacer para traerlo nuevamente a la normalidad.En retrospectiva, el modo en que a veces él seevadía de la realidad era comprensible: estabasolo desde hacía doce años ininterrumpidos,desde el Brote, y quizá fingir que estaba solo erala única manera de calmarse. Kira rio al ver laironía del caso: un hombre que sabíaexactamente lo que ella necesitaba saber, perotan perdido, tan loco que ni siquiera podía hablarde eso. Las voces seguían llegando en oleadas asu alrededor.

—… más lugar, vuelvan al…—… la granja anoche, no hemos

contado…—… refuerzos. Consíganme a Sato…Kira abrió los ojos instantáneamente, pues el

nombre la había arrancado de sus cavilaciones.¿Sato? ¿Están hablando de Haru? Cuandoella se había marchado de East Meadow, él aúnestaba de licencia, dado de baja de la Red condeshonor por su participación en el secuestro de

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Samm. ¿Acaso lo habían reincorporado? ¿Ohablaban de otro Sato? Por favor, pensó, queno sea Madison. Que no sea Arwen. Si estánen problemas… No quería siquiera pensar enello.

Miró la consola de control, que en realidadno era una sola pieza sino una mescolanza detransceptores rescatados, sujetos todos juntoscon alambre, cable y cinta de embalar. Aquíhabía una vieja estación de radio, debajo de todo,pero aparentemente Afa la había reconstruidocasi de cero. Estaba demasiado oscuro para vercon claridad; Kira probó con su linterna debolsillo, hasta que se frustró y se dirigió a lasventanas. Afa las había tapado a todas concartón y madera terciada. Ella arrancó uno delos paneles y la sala se inundó de luz. Regresócorriendo a la consola y la examinó conatención, tratando de descubrir por cuál de losaltavoces había salido el mensaje. ¿Quién dijo«Sato»?

No había modo de saberlo con exactitud,pero redujo las posibilidades a dos. Los controles

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parecían estar más o menos agrupados en tornodel altavoz al cual pertenecían, y examinó lasperillas en busca de algo que le resultaraconocido. Ella había usado radios anteriormente,por supuesto, pequeños walkie-talkies durantelas incursiones de rescate, pero eran aparatosmuy sencillos: un volumen y un sintonizador. Pormás que estos fueran más complejos, tambiéndebían de tener eso, ¿no? Encontró lo que lepareció un sintonizador en uno de los altavocesque había seleccionado, y lo giró con sumocuidado. Siguió saliendo ruido blanco,interrumpido aquí y allá por fragmentos de lasotras radios. Ella se acercó más al aparato,concentrada en su sonido e ignorando todo lodemás.

—… cruzado aún, repito, la tercera…Parciales. Kira soltó el dial y se acercó al

siguiente altavoz en busca de la señal. Una señalde radio era algo delicado, una voz invisible ymuda en el cielo. Para oírla con claridad teníaque sintonizar su radio en la frecuencia exacta,con suficiente potencia, en perfectas

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condiciones atmosféricas y con la esperanza deque la radio que enviaba la señal también tuvierasuficiente potencia. Hasta el tamaño y la formade la antena eran importantes. Encontrar esaúnica señal, débil, en medio de todo aquel bullicioera…

—… sargento, vaya inmediatamente a lacima de aquella colina; necesitamos fuego decobertura en el flanco derecho. Cambio.

—Sí, señor, en marcha. Cambio —respondió la voz de Haru.

—¡Sí! —exclamó Kira, levantando el puñoen el aire. La señal era débil; probablementeestaban usando radiotransmisores portátiles,como los pequeños con los que ella habíaaprendido, y no tenían suficiente potencia paraenviar una señal clara a tanta distancia de laisla. Deben de estar cerca, pensó, en algunaparte del oeste de Long Island. ¿La base dela Red en Brooklyn? ¿Acaso los Parcialeshabían atacado primero allí? Intentó recordarlo que había aprendido en sus clases de Historiaacerca de las tácticas Parciales, y se preguntó

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qué significaría un ataque así. Una cosa era queestuvieran atacando la Costa Norte, pero siestaban destruyendo los cuarteles de la Red,seguramente planeaban una ofensiva a mayorescala. Anulaban las defensas para apoderarsede la isla sin problemas.

Kira escuchó atentamente todo lo que decíael equipo de Haru, y luego siguió escudriñandolas ondas aéreas, oyendo fragmentos detransmisiones, hasta que una le llamó laatención:

—… hasta la cima de la colina.Francotiradores preparados.

Kira maldijo. Era una comunicación Parcialque llegaba por otro altavoz. Todos los mensajesParciales habían entrado por distintos altavoces,incluso los de la misma voz y la misma batalla.Iban cambiando de frecuencia sobre la marchapara que nadie los oyera, pero no habíancontado con el taller sobreproducido y paranoicode Afa; Kira podía oír todo. Sabían adónde ibala unidad de Haru y que los Parciales teníanpreparada una emboscada. Y ella era la única

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que lo sabía.Buscó un micrófono, pero no había: ni

radiotransmisores de mano ni micrófonos detecho, nada. Revisó debajo de la consola y luegola rodeó a toda prisa para buscar detrás. Nada.Era como si Afa los hubiera retirado todos apropósito, lo cual, reflexionó con furia, era muyprobable. Él no quería comunicarse con nadie,solo escuchar. Recolectar información.

—… cerca de la cima, no hay moros en lacosta… —dijo la voz de Haru.

Kira lanzó otra palabrota, entre grito ygruñido de frustración; cayó de rodillas junto aunas cajas que había en el rincón y comenzó aabrirlas con frenesí en busca de un micrófono.La primera estaba vacía y la arrojó a un lado.La segunda estaba llena de cables y empezó aarrancarlos; parecía un nido gigante de gruesoscables de goma, y en cuanto llegó a laconclusión de que allí tampoco había micrófonos,la arrojó detrás de ella, aún enredada en lamaraña de cables. Tengo que prevenirlo. En latercera caja había altavoces, enchufes y

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manuales; en la cuarta y quinta, transceptoresviejos, medio vacíos y con partes faltantes.

Detrás de Kira, en los altavoces hubo unaerupción de disparos, gritos y estallidos deestática ensordecedora; y ella gritó mientrashurgaba en la última caja que solo tenía máscables.

—… ¡disparándonos! —gritó Haru—.¡Están disparándonos desde la cima! Perdí aMurray y…

La señal se cortó con un chasquido y unrugido de estática. Kira se desplomó en el suelo.

—¡Sato! ¡Sargento Sato! ¿Me copia?La voz del comandante humano resonó en

toda la sala, desdibujada por la señal que sedesvanecía.

Kira sacudió la cabeza e imaginó a Madisony Arwen, que acababan de perder un esposo yun padre. No era nada nuevo, en realidad; casitodo el mundo en East Meadow era huérfano, ydesde hacía más de una década… pero ese eraexactamente el problema. Los Sato habían sidoúnicos, los primeros de una generación: una

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familia de verdad, después de once largos años.Habían creado una esperanza. Haber perdidoeso, haber oído cómo sucedía, le dio una enormetristeza. Sollozó en el suelo, aferrada a los rollosde cables descartados como si pudieranconsolarla, protegerla o algo. Gimoteó y luego seenjugó la nariz.

No tengo tiempo para esto. Siguió tratandode dilucidar qué hacer con la información quehabía encontrado hasta ahora. Una cosa teníaclara: antes de formular su próximo movimiento,tendría que reunir más información de losarchivos de Afa. Pero ahora había una nuevaamenaza para todo lo que ella intentaba salvar.Si los Parciales y los humanos se destruíanmutuamente antes de que ella pudiera hallar susrespuestas…

Se puso de pie con desgano y, con unmovimiento de los hombros, se quitó de encimalos cables. La consola de la radio era un caos,pero no indescifrable. Se daba cuenta de quéperillas iban dónde, y qué controles seconectaban con qué altavoces. En alguna parte

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del techo había un banco de antenas, cargadas ylistas, y abajo, las docenas de transceptores,cada uno sintonizado con una frecuenciadiferente. Con este equipo podría oír cualquierradio en un área de mil quinientos kilómetros, omás, si tenía tanta potencia como Afa habíadicho. Y una vez que encontrara un micrófono(no si lo encontraba, sino cuando lo encontrara),también podría comunicarse. Algo habría en eseedificio, algo que hubiera quedado de los viejostiempos, y si Afa los había destruido todos,entonces lo hallaría en la ciudad, en loscomercios de artículos electrónicos y deestéreos. En alguna parte habría un micrófono.

Kira lo encontraría. Y lo usaría.

—Necesito un micrófono.Afa no estaba listo para otra confrontación,

pero Kira no tenía tiempo; había personasmuriendo y ella necesitaba ayudarlas. Elhombretón revisó sus provisiones de comida,

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espiando con ojos miopes las estanterías delatas.

—Yo no hablo con la gente —dijo—. Soloescucho.

—Ya lo sé —exclamó Kira—, pero yo sí.Los Parciales invadieron Long Island, y tengoamigos allá. Necesito ayudarlos.

—Yo no ayudo a los Parciales…—Trato de ayudar a los humanos —insistió.

Se pasó la mano por el cabello, ya cansada. Sesentía dividida por impulsos contrarios, inclusoen esa cuestión aparentemente sencilla: noquería que los humanos murieran, pero tampocoquería que murieran los Parciales. Quería salvara ambos, pero ahora que estaban abiertamenteen guerra, ¿qué podía hacer?—. Con unmicrófono y esta estación de radio puedo darlesinformación, despistarlos para que no seencuentren. Al menos hasta que se me ocurraalgo mejor.

Afa seleccionó una lata y se dirigió a lapuerta con su andar de pato.

—No puedes ayudar a los humanos. Soy el

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único que queda…—No, no es cierto —replicó Kira

levantando la voz, al tiempo que le bloqueaba elpaso. Afa le llevaba más de una cabeza deestatura, y pesaba más del triple que ella, perose apartó, asustado, como un globo que sedesinfla: la mirada hacia abajo, el mentón haciaadentro, los hombros encorvados y listo pararecibir un golpe. Ella suavizó la voz, pero no semovió—. Afa, en Long Island hay treinta ycinco mil personas, humanos. Necesitan nuestraayuda… necesitan el conocimiento que tienesaquí. Todo lo que está aquí les sirve. Tratan decurar el RM, y no saben nada sobre él, pero túsí. Que yo sepa, tienes por aquí, en alguna parte,la clave para producir la cura, para resolver elmisterio de la fecha de vencimiento de losParciales, para evitar otra guerra. Queda todauna sociedad humana, Afa, y necesita tusconocimientos —lo miró con firmeza—. Tenecesitan.

Él arrastró un poco los pies, luego dio mediavuelta bruscamente y regresó a la alacena; allí

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reunió más latas y volvió por el siguiente pasillo.Kira suspiró y se acercó para bloquearle lasalida por ahí también.

Afa se detuvo otra vez y miró al suelo connerviosismo; luego se apartó una vez más. Kirase quedó junto a la puerta; sabía que a la largatendría que pasar por ahí.

—No puedes esconderte para siempre —ledijo—, y no me refiero solo a esta habitación,sino a todo el mundo. Tienes que seguiradelante, o regresar, o hacer algo. Has reunidotoda esta información para poder mostrársela aalguien; ¡pues entonces vayamos a mostrárselaa alguien!

—No hay nadie a quien mostrársela —protestó el hombre, y giró, inseguro, en ellaberinto de latas y cajas apiladas—. Soy elúltimo humano que queda con vida.

—¿Sabes lo que creo? —dijo Kira,suavizando aún más la voz—. Que la razón porla cual insistes en que eres el último que quedaes que tienes miedo de encontrarte con alguien.Si todos los humanos están muertos, entonces no

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hay nadie con quien hablar, nadie a quien ayudar,y no corres el riesgo de decepcionar a nadie.

Ahora Afa estaba en el fondo de lahabitación, en la penumbra.

—Soy el último que queda.—Eres el último director de TI —dijo Kira

—. Al menos, que yo sepa. Con todo lo quesabes de computadoras, redes, radios y panelessolares… en serio, Afa, eres una especie degenio. Eres un genio. Hace mucho tiempo queestás solo, pero no tienes por qué estarlo. A míme estás ayudando, ¿no? Estás hablandoconmigo, y yo no te doy miedo.

—Sí me lo das.—Lo siento. No es mi intención. Pero es

necesario que enfrentes esto. ¿De qué teescondes, Afa? ¿A qué le temes?

Él se quedó mirándola en silencio antes deresponderle en un susurro, con la voz marcadapor años de dolor y miedo.

—Al fin del mundo.—El mundo ya se terminó —dijo Kira—.

Ese monstruo ya vino y se fue —se acercó a él

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muy lentamente—. En East Meadow locelebramos: no el fin, sino el comienzo. Lareconstrucción. El viejo mundo desapareció, y séque eso es mucho más doloroso para ti que paramí. Yo apenas lo conocí —dio otro paso más—.Pero este mundo está aquí. Tiene mucho queofrecernos, y necesita mucha ayuda denosotros. Deja atrás el viejo mundo y ayúdanosa construir uno nuevo.

El rostro de Afa estaba en sombras.—Eso decían ellos en sus mensajes de

correo electrónico.—¿Quiénes?—El Consorcio —esta vez habló con voz

diferente; no era aquel tono inseguro y lleno deconfusión ni el breve lapso de inteligencia, sinoun susurro lejano, casi en trance, como si el viejomundo mismo estuviera hablando a través de él—. Dhurvasula, Ryssdal, Trimble y todos esos.Sabían que estaban construyendo un nuevomundo, y que para hacerlo tendrían que destruirel viejo. Lo hicieron a propósito.

—Pero ¿por qué? —preguntó Kira, en tono

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apremiante—. ¿Por qué matar a todos? ¿Porqué poner la única cura en los Parciales? ¿Porqué conectar siquiera a humanos y Parciales?¿Por qué dejarnos con tantas incógnitas?

—No lo sé —respondió Afa con voz queda—. Traté de saberlo, pero no lo sé.

—Pues entonces averigüémoslo —le pidió—, juntos. Pero primero tenemos que ayudar —hizo una pausa, recordando las palabras deMkele, palabras que le habían parecidodesmesuradas al oírlo decirlas. Kira se lasrepitió ahora a Afa, desconcertada por cómohabía cambiado su situación—; la humanidadnecesita un futuro, y debemos luchar por él, perono podemos hacerlo a menos que lo salvemos enel presente —apoyó una mano en el brazo deAfa—. Ayúdame a encontrar un micrófono,para asegurarnos de que quede alguien a quiendarle todas estas respuestas.

Él la observó, angustiado; en la penumbraparecía pequeño e infantil.

—¿Eres humana? —le preguntó.Kira sintió que se le atoraba la voz en la

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garganta y el corazón le dio un vuelco en elpecho. ¿Qué necesitaba oír? ¿La ayudaría si ledecía que era humana? ¿Acaso otra cosa loaterraría y haría que volviera a encerrarse en símismo?

No. Lo que él necesitaba oír era la verdad.Ella hizo una pausa, respiró hondo y apretó elpuño para armarse de valor. Nunca lo habíadicho en voz alta, ni siquiera a sí misma. Seobligó a hablar.

—Soy Parcial —las palabras le parecieroncorrectas y equivocadas, verdaderas yprohibidas, terribles y maravillosas a la vez.Decir una verdad, quitársela del pecho, leprodujo un estremecimiento de liberación, perola naturaleza de la verdad le dio un escalofríoincómodo. Sintió que hacía mal en decirlo, y deinmediato se sintió culpable por sentirse mal porsu propia naturaleza. No era así—. Pero hededicado toda mi vida, he dado todo para salvara la humanidad —sus labios se abrieron en unaleve sonrisa, y casi echó a reír—. Tú y yosomos la mejor esperanza que tienen ahora.

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Afa dejó su lata, la levantó y volvió adejarla. Dio un paso, se detuvo, y asintió.

—De acuerdo. Sígueme.

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CAPÍTULO TRECE

Marcus se agazapó al abrigo de una pared debloques de cemento prefabricados que estaba amedio caer; una antigua cochera, supuso.Adentro había un auto, visible por un agujero enla pared, con el esqueleto del conductor aúnsentado al volante. Trató de imaginar por qué elhombre había muerto allí, sentado, incluso enuna cochera cerrada, pero ya no importabamucho. Si los Parciales encontraban a supatrulla, Marcus estaría tan muerto como eseconductor.

—No podemos darnos el lujo de proteger lasgranjas —dijo el soldado Cantona. Su voz era unsusurro apremiante, y no apartaba los ojos delbosque. Marcus había llegado a odiarlo, pero no

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podía negar que como soldado era eficiente—.Ni a los granjeros.

—No vamos a abandonarlos —replicó Harucon voz sibilante. Estaba al mando de la patrulladesde la muerte de Grant. Echó un vistazo a loscuatro granjeros escondidos junto a los soldados:dos hombres y dos mujeres, con los ojosdilatados de terror—. Por lo que veo, losParciales están capturando a todos los humanosque pueden. Nuestro trabajo es proteger a lagente, así que cuidaremos de estas personasdesde aquí hasta East Meadow.

—Nuestro trabajo es proteger a los civiles—repuso Cantona—. Eso era una granja detrabajo; así que estos cuatro podrían serconvictos.

—Si los Parciales los quieren —dijo Haru—,prefiero morir antes que entregárselos.

Marcus miró a los granjeros, armadosmínimamente con tres pistolas entre los cuatro.Le parecía extraño que unos prisioneros tuvieranacceso a las armas, pero con la amenaza de unejército Parcial, ¿quién sabía? Yo les daría

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armas a todos, pensó, y esperaría lo mejor.Cuando los enemigos son Parciales, todohumano es un aliado.

—Van a hacer que nos maten —dijoCantona. Su unidad, que antes constaba deveinte soldados, se había reducido a siete máslos granjeros; la mitad había caído en laemboscada y el resto durante la retirada,mientras corrían por el bosque a toda velocidadpara que no los alcanzaran los invasores—.Pueden seguirnos el paso muy bien —prosiguió—. Ese no es el problema; es que son muyruidosos. No saben mantenerse escondidos.

Los granjeros tenían los rostros curtidos yquemados por el sol, pero Marcus los viopalidecer al oír a los soldados debatir su destino.Sacudió la cabeza y se metió en laconversación.

—No son peores que yo.—No pienso dejar a nuestro médico.—Pero tiene razón —opinó Haru—. Con

Marcus en el grupo, hacemos suficiente ruidocomo para que nos encuentren, al margen de

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cuántos civiles llevemos.—Bueno, tampoco soy tan malo —protestó

Marcus.—Como sea, no importa —dijo Haru—. Si

no nos oyeron hablar, por ahora estamos fuerade peligro. Está oscureciendo y no tienenrazones para perseguir a un grupo de soldadosarmados que podrían estar tendiéndoles unaemboscada. Lo más probable es que se hayanretirado, reagrupado, y pueden apostar que vancamino a otra granja.

—Entonces ya no necesitan que losprotejamos —insistió Cantona, señalandonuevamente a los granjeros con un gesto—.Como sea, los dejamos libres, les decimos quevayan hacia East Meadow, y luego tratamos dereunirnos con nuestra unidad.

—No puedo captarlos en la radio —dijoHaru—. No nos queda una unidad con la cualreunirnos.

Uno de los soldados, un hombre corpulentollamado Hartley, levantó la mano, y el grupo hizosilencio al instante. Era una señal que conocían

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demasiado bien, y Marcus aguzó el oído,sujetando su fusil. Los Parciales tenían sentidosmás fuertes: mejor oído, mejor vista, de modoque podían detectar al grupo de Marcus desdelejos, pero en un bosque tan denso como aquel,aun así tenían que acercarse para enfrentarlos, ya esa distancia a veces los humanos podíanoírlos acercarse. Sin embargo, ellos no eran rivalpara una unidad de Parciales, con advertencia osin ella; el único enemigo al que habían logradomatar se había distraído por fuerzas mayores.Marcus y su grupo habían estado en fuga, lisa yllanamente, y aun así quedaba apenas unafracción de la cantidad original.

Se quedaron sentados, sin hacer ruido, conlos oídos alertas y los fusiles preparados. Elbosque que los rodeaba les devolvía la mirada,silencioso como un sepulcro.

Marcus oyó que de pronto uno de los vigíasmaldecía. Gritaba las primeras sílabas de unaadvertencia, cuando un pequeño disco negrochocó contra sus pies con un sonido metálico.Bajó la vista justo a tiempo para verlo estallar

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con un destello de luz cegadora y, en segundos,la patrulla entera estaba gritando. Marcus setapó los ojos con un gemido de dolor; no veíamás que imágenes remanentes de un blancobrillante. Hubo disparos; Haru gritó, la gentetambién. Marcus sintió una salpicadura delíquido caliente en las manos y se acurrucócontra la pared. Un cuerpo cayó a su lado, y élretrocedió, aterrado y con el alientoentrecortado. Cuando se le aclaró la vista, lapelea había terminado.

La senadora Delarosa estaba de pie a sulado, con un fusil en una mano y una gruesacapa con capucha.

—¿Qué? —exclamó Marcus, confundido.—Tienen suerte de que solo fueran dos —

dijo Delarosa—. Y de que logramos ganarles lamano —agregó, muy seria—. Y de que tuvimostan buena carnada.

—¿Dos qué?—Dos Parciales —dijo Haru, golpeándose

la oreja con la palma de la mano, como si lezumbara—. Y no nos llame carnada.

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—No sé de qué otro modo llamarlos —repuso Delarosa, al tiempo que daba vuelta yempujaba un cadáver con el pie. Marcus vio quehabía varios: soldados, una figura encapuchadacomo Delarosa y dos Parciales inertes con susinconfundibles uniformes grises blindados. Elque estaba junto al pie de Delarosa gimió, y ellavolvió a dispararle—. Estaban haciendosuficiente ruido como para atraer a todas laspatrullas Parciales en varios kilómetros a laredonda.

—¡Nos usaron de carnada! —repitió Haru,mientras se ponía de pie con dificultad. Lo quelo había incapacitado, fuera lo que fuera, lohabía dejado inestable—. ¿Sabía que estabanallí? ¿Cuánto tiempo estuvieron observando?

—El suficiente como para estar listoscuando llegaron —respondió Delarosa—.Sabíamos que, a la larga, ustedes atraerían a ungrupo, por eso nos escondimos —se arrodillójunto al cadáver y le quitó rápidamente todo elequipamiento que pudiera ser de utilidad: elblindaje corporal, los cargadores y varias

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cartucheras que tenía sujetas al pecho y a loshombros. Mientras trabajaba, se volvió y señalóhacia el disco negro que había en el suelo, juntoa los pies de Marcus—. Esa es la granadaaturdidora que arrojaron. Pensaron que ustedesestaban incapacitados y por eso bajaron laguardia.

Marcus intentó ponerse de pie, perodescubrió que estaba tan mareado como Haru.Se apoyó en la pared para sujetarse. Almoverse, un soldado se deslizó al suelo yMarcus se dio cuenta de que tenía en el rostroun orificio de bala.

—Deberían habernos prevenido.Delarosa dejó el equipamiento del primer

Parcial en un montoncito ordenado y empezó aquitarle el blindaje corporal.

—Los habrían encontrado de todos modos;de esta manera no nos descubrieron a nosotroshasta que fue demasiado tarde.

—Podríamos haberlos emboscado —repusoHaru. Miró alrededor, evaluando la situación.Marcus hizo lo mismo: tres soldados humanos

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muertos, más uno del equipo de Delarosa. Habíapor lo menos dos más entre los árboles,montando guardia en el perímetro—. Podríamoshaber estado preparados y no habríamos perdidoa tanta gente.

—Estábamos preparados —replicóDelarosa, acercándose al segundo cadáver—. Yfue una emboscada. Teníamos la situaciónperfecta, con una distracción perfecta, y aun asíperdimos a cuatro y hay dos civiles heridos —señaló a los granjeros—. Teníamos lascondiciones ideales y aun así mataron al dobleque nosotros. ¿Realmente querría intentar esode nuevo sin la distracción?

—¡Su distracción eran mis hombres!—¿De veras va a discutir conmigo por esto?

—le preguntó ella, poniéndose de pie paraenfrentarlo—. Le salvé la vida.

—Dejó que mataran a tres de los nuestros.—Si no hubiera hecho lo que hice, los

habrían matado a todos —replicó, tensa—, opeor aún, los habrían capturado. Nosenfrentamos a un enemigo mejor equipado,

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mejor entrenado y con mejores reflejos. Siquiere arriesgarse a tener una pelea de igual aigual, está tan ciego como el Senado.

—El Senado la envió a la cárcel —intervinoMarcus, que al fin logró ponerse de pie—.Estaba en una granja de trabajo… —se detuvo,pensativo—. ¿Estaba en esta granja?

Delarosa se volvió hacia el segundo Parcialy colocó todas sus pertenencias junto a las delprimero.

—Cuando era una granja de trabajo, sí.Ahora es solo… la escena de un crimen. Siquedaba alguien vivo, escapó.

—¿Usted escapó durante el ataque o huyóantes? —le preguntó Haru.

—No estoy aquí para matar humanos —respondió Delarosa; luego se puso de pie y loenfrentó directamente—. Me condenaron atrabajar en una granja, tiene razón. ¿Recuerdapor qué?

—Por matar a un humano —respondióMarcus—. En cierto modo, eso le restacredibilidad.

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—Por hacer lo necesario —repuso ella.Hizo una señal a uno de sus acompañantes, quetambién vestía con capa y capucha. Este seacercó a recoger los equipos—. Nosenfrentamos a la extinción de nuestra especie—dijo, en tono severo—. Eso está antes quetodo lo demás: antes que la bondad, la moralidad,la ley. Cosas que uno jamás habría hecho hacedoce años, ahora no solo son aceptables, sinonecesarias. Son un imperativo moral. Estoydispuesta a matar a cien o a mil Shaylon Brown,antes que dejar que nos ganen los Parciales.

—Eso mismo digo yo —acotó Cantona—.Es la única manera de sobrevivir a esto.

—Si mata a mil de los suyos, los Parciales nisiquiera van a tener que pelear —dijo Marcus—. Estará aliviándoles el trabajo.

Se oyó el canto de un pájaro en el bosque, yDelarosa levantó la vista.

—Es nuestra señal para marcharnos.Parece que estos dos tenían refuerzos.

Corrió hacia el borde del claro, pero Harunegó con la cabeza.

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—No iremos con usted.—Yo sí —dijo Cantona. Tomó un segundo

fusil de un soldado caído—. Vamos, Haru, sabesque tiene razón.

—¡No pienso abandonar a estos civiles!—En realidad —dijo uno de los granjeros—,

creo que yo también iré con ella.Era un hombre mayor, enflaquecido y

curtido por el trabajo duro. Levantó su rifle decaza y le quitó una pistola a otro soldado caído.

Cantona miró a Delarosa, que asintió yvolvió a mirar a Haru.

—No volveremos a usarlos de carnada.Dio media vuelta y se perdió en el bosque.

Su gente la siguió, luego el granjero y, por último,Cantona. Este se detuvo, saludó y la siguió a laespesura.

Marcus miró a Haru, luego a Hartley y a lostres granjeros que quedaban. Se habían armadocon fusiles y municiones de los soldados caídos.

—¿Dos de ustedes están heridos?—Podemos caminar —respondió una de las

mujeres, con expresión feroz.

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—Genial —dijo Haru—, pero ¿puedencorrer?

Se detuvieron en el patio de una escuela,jadeando por el esfuerzo. Los Parciales que losperseguían se habían cobrado la vida de dosmás, así que solo quedaban Marcus, Haru y dosgranjeros. Uno de ellos estaba herido; era unamujer de cabello castaño llamada Izzy; estabareclinada pesadamente contra la pared, con losojos cerrados y la respiración entrecortada. AHaru se le habían acabado las municiones, yMarcus le entregó su último cargador.

—Puedes aprovechar esto mejor que yo —hizo una pausa para tomar aliento y luego señalóa Izzy con la cabeza—. No puede seguir muchomás.

—Bájala de la pared —ordenó Haru, altiempo que se escondía entre la maleza—. Nosverán.

—No podrá volver a levantarse —dijo

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Marcus.—Entonces la cargaré.Marcus y el último granjero, llamado Bryan,

acomodaron a la mujer suavemente en el suelo yla apoyaron contra la pared, con la cabeza entrelas rodillas. Marcus le examinó los vendajes. Lehabían dado en el hombro; milagrosamente, labala no había tocado huesos ni arterias vitales,pero aun así era una herida grande y la mujerhabía perdido mucha sangre. Él ya le habíacolocado el vendaje dos veces, en paradasbreves como esa, y le había dado todos losanalgésicos posibles, sin llegar a dejarlainconsciente. Las vendas estaban empapadas ensangre, y a él se le nublaba la vista por elcansancio mientras empezaba a cambiarlas unavez más.

—Empiezo a desear que tuviéramos a unabanda de guerrilleros usándonos como carnada—dijo Haru.

Marcus frunció el ceño.—No es gracioso.—No era mi intención que lo sea.

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—Podrían hacerla bien —dijo Bryan—. Merefiero a la emboscada. Con suficientes armasen los bosques y un buen tirador, no tendríannecesidad de arriesgar una carnada.

—Es verdad —respondió Haru, aúnjadeando—, es verdad —sacó su radio y volvióa intentar comunicarse, con voz ronca por ladesesperación—. Aquí Haru Sato; tengo a unparamédico y dos civiles atrapados en la… —levantó la vista— escuela primaria Huntsman.No sé en qué ciudad. Si alguien me escucha,quien sea, por favor responda. No sabemos elalcance de este ataque, tampoco hacia dónderetirarnos. Ni siquiera sabemos dónde estamos.

Izzy tosió: una tos áspera que le sacudió elcuerpo hasta hacerla vomitar en el suelo.Marcus se apartó y luego terminó de vendarle elbrazo.

—Creo que a tu radio le pasa algo —opinóBryan—. ¿Cuándo fue la última vez querecibiste una llamada o te pudiste comunicar?

—Desde los francotiradores —respondióHaru, examinando el aparato con apatía. No

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tenía agujeros de bala, pero estaba bastantemaltrecho. A Marcus no le habría sorprendidoque estuviera roto.

—Déjeme ver —pidió Bryan, y se levantópara tomar la radio. Su cabeza sobresalió entrela maleza que los rodeaba; el hombre se sacudiósúbitamente, y del costado de su oreja salió unaráfaga de bruma roja.

Al instante, Marcus y Haru se echaron alsuelo, boca abajo. Sin el sostén del brazo deMarcus, Izzy cayó a un lado, inconsciente.

—Parece que hasta aquí llegamos —dijoMarcus—. O tu asesino acude a rescatarnos, ovamos a encontrarnos con la doctora Morgan.

—Perdóname si espero que sea el asesino.—Te va a encantar la doctora —dijo

Marcus—. Odia a los humanos casi tanto comotú a los Parciales.

Haru miró hacia el patio de juegos.—Tenemos casi un metro de maleza entre el

asfalto, que puede convertirse en dos metros silogramos llegar a lo que parece haber sido uncampo de fútbol —miró a Izzy—. No creo que

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podamos llevarla.—Yo la cargaré y correré —dijo Marcus—.

Tú cúbreme. Esos brotes más altos son solo…—No —respondió Haru—, pero eso es

exactamente lo que vamos a hacerles creer —señaló hacia atrás, a poca distancia de ellos,junto a la base de la pared de la escuela.Marcus vio el rectángulo negro de la ventanarota de un sótano—. Arrástrala hasta allíadentro —dijo, mientras recogía varios trozos deasfalto roto—. Haré lo posible por simular queestamos avanzando por la cancha.

Marcus asintió.—¿Cuánto tiempo nos dará eso?—Suficiente —respondió Haru—, si da

resultado. Buscaremos otra puerta y saldremospor el otro lado del edificio.

Marcus suspiró, mirando el ominoso agujeronegro de la ventana del sótano.

—Si me comen los tejones o lo que sea quehaya ahí abajo, voy a fingir que esta no eranuestra única opción viable.

—Ve.

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Marcus hizo girar a Izzy sobre su espalda, lelevantó los brazos y sujetó ambas muñecas conla mano izquierda; apoyado en el codo derecho,boca abajo, empezó a arrastrarse por el asfaltohacia la ventana. La superficie áspera lerasgaba la ropa, y una bala rebotó en la pared,encima de su cabeza. Se mantuvo abajo,tratando de no agitar la maleza. Mientras Haruarrojaba rocas hacia la cancha, siempre en unarco bajo para que los Parciales no las vieran;cuando estas caían, agitaban la maleza. AMarcus le pareció que debía de estar dandoresultado, porque el siguiente disparo dio entrelos arbustos, a unos seis metros de la pared.

Llegó a la ventana y espió hacia adentro; elaire estaba húmedo y desagradable, como enuna cueva. Pudo percibir olor a perro mojado. Amenos que lo hubieran abandonadorecientemente, el sótano se había convertido enuna guarida de animales; aunque era probableque estos no usaran esa entrada, pues el sueloalrededor de la ventana estaba flojo, y noaplastado como lo estaría si fuera un lugar de

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paso constante. No vio mucho, y decidió que lomejor sería entrar él primero y luego meter a lamujer herida.

Estaba apenas a medio entrar cuando Haruse agazapó junto a la ventana, agitado.

—Estoy casi seguro de que nosdescubrieron —dijo. Una bala dio contra lapared de ladrillos por encima de él—. Sí.Muévete.

Marcus terminó de arrastrarse al interior,cayó al suelo e inmediatamente se hundió envarios centímetros de lodo. Se puso de pie y jalóa la mujer, mientras más balas explotaban contrala pared. Apenas la ventana quedó despejada,Haru se lanzó hacia adentro y aterrizó en el lodocon un gemido entrecortado.

—Aquí huele a perros muertos.Marcus buscó en sus bolsillos una linterna,

mientras sostenía a Izzy con una mano.—Y me parece que esto no es simplemente

lodo.—Nada de luz —dijo Haru—. Sígueme.Se adelantó con un chapoteo. Era una tenue

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silueta en la oscuridad, a la que Marcus siguiócon el mayor sigilo posible. Además de unosdiez o doce centímetros de lodo líquido, el sótanoestaba lleno de escritorios de metal, libroscarcomidos y una hilera tras otra de viejascomputadoras portátiles, sujetas con cablesoxidados a unos armarios metálicos. Haru loscondujo con cuidado por el laberinto. A medidaque los ojos de Marcus se fueronacostumbrando a la oscuridad vio aparecer unapuerta delante de ellos. Haru la probó, esta seabrió pero, de pronto, todo el lugar se oscurecióaún más. La fuente de luz detrás de ellos habíasido obstruida repentinamente, y Marcus seechó al suelo.

Las balas surcaron el aire y los destellos delos disparos iluminaron la habitación en ráfagasentrecortadas. La delgada puerta de maderaquedó hecha jirones ante el ataque, y Marcusapenas alcanzó a ver a su compañero lanzarsedetrás del armario más cercano pararesguardarse.

—Sí que están decididos —exclamó Haru

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—. No es la primera vez que quiero matarte,pero nunca lo deseé tanto.

Luego respondió al fuego por la ventanaabierta, y el tirador se hizo a un lado. Marcusaprovechó la oportunidad para seguir avanzandoy cruzó la puerta con Izzy a rastras. Haruavanzó sin disparar, tratando de conservar suspocas municiones; pero el tirador regresó a laventana y lanzó otra intensa ráfaga de fuego.Haru disparó sus últimas balas, lo que obligó alParcial a alejarse, y rápidamente se desplazó porel barro a través de la puerta.

—En realidad, no estoy de acuerdo con loque voy a decir —comentó Marcus—, peroestamos a salvo. Al menos, por ahora.

Haru asintió, mientras se enjugaba el lodo dela cara.

—Mientras tengamos balas, y mientrassepan que las tenemos, no van a atravesar esaventana. Pero puedes estar seguro de queentrarán por otro lado —levantó la vista yMarcus pudo sentir su mirada penetrante, aunen la oscuridad—. Es hora de decidirse,

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Valencio: ¿quieres morir escondiéndote opresionando un gatillo?

—¿Y la opción «empapado en mi propiaorina»?

Haru rio.—Me parece que esa viene incluida en las

otras dos —olfateó—; además, ya estamosempapados en la orina de algo. Nadie notará ladiferencia.

—Prueba la radio —sugirió Marcus—.Nunca se sabe.

Haru la sacó de su cinturón y la levantó enla oscuridad.

—Con esta cosa es más probable que noscomuniquemos con Dios que con alguien quequede con vida en la Tierra.

—En ese caso, voy a rezar —Marcus tomóla radio y pulsó el botón—. Habla MarcusValencio, suponiendo que alguien pueda oírme.Estoy… escondido en un túnel fangoso quehuele a orina y con Haru Sato, aunque no sébien qué es peor. Tengo a una civil herida y auna brigada entera de Parciales vengativos que

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nos viene persiguiendo desde hace varioskilómetros, y nos ha reducido de veinte soldadosa dos. No sé si buscan conquistar la isla,atacarla, o nos matan por pura diversión. Nisiquiera sé si alguien está escuchando… que yosepa, podríamos ser los últimos humanos vivos.

Soltó el botón y al instante la radio cobróvida con un crujido.

—Ojalá hubiera cobrado una moneda porcada vez que oí eso —dijo la radio. La vozllegaba entrecortada, y fue tan repentina queMarcus casi suelta el aparato. Haru se puso depie, con los ojos dilatados.

—¿Quién habla? —preguntó Marcus,mirando a Haru con asombro. Sacudió lacabeza, apretó el botón y volvió a preguntar—.¿Quién habla? Repito, ¿quién habla?Necesitamos asistencia inmediata, refuerzos y…salvar nuestra vida —soltó el botón y se encogióde hombros con impotencia—. Será mejor queno me digan que no, solo porque no cumplí conel protocolo radial.

—El tráfico radial de los Parciales dice que

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te están buscando específicamente a ti, Marcus.La doctora Morgan te quiere para algo —seoyó.

Marcus se quedó helado al comprender porqué esa voz le resultaba tan familiar.

—¿Kira?—Hola, amor —dijo Kira—. ¿Me

extrañaste?—¿Qué? —Marcus no hallaba las palabras

—. ¿Dónde estás? ¿Qué pasa? ¿Por qué mebusca la doctora Morgan?

—Probablemente porque quiereencontrarme a mí —respondió ella—. La buenanoticia es que no tiene idea de dónde estoy.

—Qué alivio —dijo Haru, con sarcasmo—.Me alegro de que Kira esté a salvo.

Marcus apretó el botón de la radio.—Haru te envía saludos.—No te preocupes —dijo Kira—. Para él

también tengo buenas noticias: hay un ejércitode la Red avanzando hacia tu posición.

—¿En serio?—Salgan de la escuela y vayan al sur —les

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indicó—. Se encontrarán con un batallón de laRed que va por allí, a dos minutos como mucho.

—Maldición. Salgamos de este basurero —exclamó Haru. Cargó a Izzy sobre sus hombrosy se puso en marcha por el corredor.

—Espera —dijo Marcus, apresurándosepara alcanzarlo—. ¿Dónde estás? ¿Qué estápasando?

La radio había quedado en absoluto silencio,y Marcus regresó sobre sus pasos.Aparentemente allí había buena señal, pues elaparato cobró vida con un crujido.

—… ahora. Repito, tienen que irse ahoramismo. El batallón cuenta con un pequeñoarsenal de lanzagranadas, y piensan derribartodo el edificio.

—¡Espera! —gritó Marcus—. ¡Aún nosalimos!

—¡Pues salgan ya!Dio media vuelta y echó a correr; alcanzó a

Haru al pie de la escalera. Llegaron hasta unapuerta, y la probaron con sigilo antes de abrirla;daba a un amplio corredor. No se veían

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Parciales, y Haru señaló un par de puertas quependían, sueltas.

—Allá.Salieron corriendo por el lado sur del

edificio, y cruzaron una calle espaciosa y seresguardaron en otra más residencial. No hubogritos detrás de ellos ni volaron balas por encimade sus cabezas.

Marcus viró en una esquina, seguido decerca por Haru, que llevaba a Izzy sobre loshombros. Se acercó la radio a la boca y gritómientras corrían:

—¿Kira? Kira, ¿me oyes? ¿Qué estápasando?

—¿Cuántos años tenía yo cuando meconociste? —preguntó la voz de ella—. Subeesa misma cantidad de canales.

Cinco, pensó Marcus, nos conocimos en laescuela, en nuestro primer año aquí. Subiócinco canales, y se detuvo a pensar. Noorganizaron la escuela el primer año queestuvimos aquí. La conocí a los seis. Hizogirar el dial una ranura más.

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—¿Qué está pasando?—Este es un truco que solo dará resultado

una vez —dijo Kira—. Están escuchando lasfrecuencias de ustedes, pero yo estoyescuchando las de ellos. Te dije que hay unbatallón de la Red cerca de ustedes, y tengoaquí a un amigo que les dio un informe falso conla misma información. Los dos Parciales que losperseguían se replegaron, pero no estarán lejospor mucho tiempo, y el batallón que viene del surestá como a diez kilómetros. Tienen que llegarrápido allá, porque están buscándoteespecíficamente y van a ir por ti apenas se dencuenta de que fue un engaño.

—Entonces… —Marcus aminoró el pasopara recobrar el aliento—. ¿Qué hago ahora?

—Te ayudaré lo más que pueda —respondióKira—, pero no tenemos muchas opciones.Estuvimos escuchando las comunicaciones deMorgan, y aquí viene la mala noticia: no soloestán invadiendo la isla, sino que estánconquistándola. En cuestión de dos días, todoslos humanos que estén en Long Island serán

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prisioneros de los Parciales.

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SEGUNDA PARTE

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CAPÍTULO CATORCE

La primera alarma sonó a las cuatro de lamañana. Afa había colocado pequeñas alarmaseléctricas en las puertas y ventanas de la plantabaja, que sonaban en su dormitorio y en algunasde las principales salas de investigación, y lacampanilla despertó a Kira casi al instante.Seguía estando en el sofá del estudio defilmación, desde hacía poco más de una semana:el alojamiento más permanente que había tenidoen mucho tiempo. Las alarmas eranpersistentes, pero sonaban bajo para alertar a losocupantes sin que los intrusos se dieran cuenta.En cuestión de segundos Kira se levantó, sepuso los zapatos y tomó su fusil. Si tenía quehuir, eso era lo esencial.

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Claro que, con Afa dispuesto a volar todo eledificio, la idea de escapar descalza ydesarmada no era el peor de los escenarios.

Se encontró con él en el pasillo, y ambospermanecieron callados; Afa apagó la alarma yaguzó el oído. Si era falsa alarma, por el viento oalgún gato que había tocado el vidrio, el edificioquedaría en silencio. Kira escuchó con los ojoscerrados, rogando que nada…

Bip. Bip.Afa volvió a apagarla, esta vez en forma

permanente, y corrió pesadamente por el pasillohasta otro panel de interruptores. Los panelessolares del techo almacenaban una inmensacantidad de electricidad, más que suficiente paraalimentar por la noche los sistemas de seguridadimprovisados. Afa despertó un monitor enhibernación y la imagen cobró vida como unapresentación de diapositivas, justo a tiempo paramostrar a una silueta vestida de negro y conblindaje corporal ingresando por la ventana.Tenía un casco redondo con visor, la carta depresentación bien conocida del ejército Parcial,

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aunque este blindaje estaba marcado por lasbatallas y dañado, a tal punto que Kira sepreguntó si lo habrían recogido en algunaincursión. La imagen breve del intruso en lacalle iluminada por la luna reveló que era mujer,aunque la segunda figura que entró tras ellaparecía un hombre. Kira echó un vistazo a Afa,que tenía el rostro lleno de preocupación eindecisión; cuando sus otras casas se habíanvisto amenazadas, las había volado y ya, peroesta era su sede central, su biblioteca principalde documentos, el trabajo de su vida. No queríahacerla explotar.

Aunque, por otro lado, solía pensar con muypoca claridad en situaciones de estrés.

Ellos estaban en el séptimo piso y había dospisos enteros con medidas de seguridad paraevitar que cualquiera pudiera acceder a dondeestaba lo importante. En el primer piso estabanlos explosivos, suficientes para demoler todo eledificio, y Kira se ubicó entre Afa y eldetonador manual que los activaba, por si acaso.Siguieron observando por el circuito cerrado de

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cámaras cómo los intrusos, solo dos, avanzabancon cautela entre las habitaciones y los pasillos.De una cámara a la otra, los distintos ángulos ymonitores le daban a su avance una trayectorialoca, desarticulada. De izquierda a derecha en eltercer monitor; de derecha a izquierda en elprimero. De arriba abajo en el segundo y elcuarto simultáneamente, uno adelante y otroatrás. Se desplazaban lentamente, con susfusiles preparados, como dos formas incolorasen la oscuridad. Sus cascos parecíanproporcionarles visión nocturna, y ambos semovían en forma impecablemente coordinada.Señal segura de que el enlace estaba enfuncionamiento. No cabía duda de que eranParciales.

Kira revisó sus municiones con cuidado, sinapartar la vista de los monitores. Podría eliminara uno de los Parciales si lograba sorprenderlo,pero la probabilidad de matar a los dos eraminúscula. Si no huía ahora, probablementedespertaría en el laboratorio de la doctoraMorgan, desnuda, tendida sobre una mesa de

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operaciones, mientras la científica demente laabría para averiguar sus secretos.

Dio un paso para echar a correr, pero seobligó a detenerse. Respira, se dijo. Respirahondo. Conserva la calma. Nadie en elmundo es más paranoico que Afa; él sabeproteger su casa. Dale tiempo. Todavía hayun piso más entre nosotros.

La última cámara los mostraba en laescalera, probando la puerta y luego subiendolentamente. En el primer piso no había trampas,porque Afa no quería que algún animal detonaralas bombas por accidente, pero Kira esperabaque los Parciales lo interpretaran como una faltatotal de seguridad. ¿Serían menos cautelosos enel segundo piso? Kira contuvo el aliento, y lospies de los Parciales desaparecieron en laoscuridad al terminar la escalera. En el segundopiso no había cámaras, solo sensores y trampascazabobos automáticas.

En el panel de la pared se encendió una luzroja, y Kira oyó un violento estrépito que sacudióel edificio.

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—Mina antipersonal —explicó Afa—. Sellama Betty Saltarina; cuando pasa alguien, lamina salta por el aire un poco más de un metro,como una pelota, y luego explota así, en formade anillo —hizo un movimiento con las manospara demostrar un halo expansivo dedestrucción en un mismo plano—. Clavos,esquirlas y perdigones, justo a la altura delvientre. Tienen blindaje corporal, pero aun asípueden salir bastante lastimados sin afectar laestructura del edificio.

Ella asintió, con el estómago revuelto, yobservó la siguiente luz en la hilera. Si la BettySaltarina los había detenido, no se encenderíanmás luces. La amenaza se habría terminado ysolo habría que limpiar la escena. Kira rogó…

Se encendió la segunda luz.—Están avanzando por el pasillo este —dijo

Afa, con las manos unidas por delante como lasde un bebé, de aspecto débil y fetal. Tenía elrostro perlado de sudor.

—¿Cómo salimos? —preguntó Kira. Habíauna salida para incendios, lo sabía, pero también

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estaba llena de trampas, y esperaba que hubierauna manera más rápida de bajar. Afa tragó enseco, con la mirada clavada en las luces, y ellainsistió—. ¿Cómo salimos?

—Están en el pasillo este —dijo—, cerca delas escopetas. Tienen sensores de movimiento,no como las minas; no van a saber lo que lesespera hasta que sea demasiado tarde.

Se encendió la tercera luz, y Kira oyó unchasquido lejano. Esperó, apretando los dientescon desesperación, y el mundo se detuvo unmomento.

La cuarta luz cobró vida.—No —murmuró Kira, meneando la

cabeza.Afa miraba a un lado y otro del pasillo,

mientras abría y cerraba las manos sobre algunaherramienta imaginaria. No tenía armas defuego y, a duras penas, toleraba la de Kira; él lohacía todo con trampas, distantes eimpersonales. Si lograban llegar allí arriba,estaba indefenso.

—Afa —le dijo Kira, tomándolo por el codo

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—. Mírame —él no dejaba de buscar algo,moviendo la cabeza, y Kira se plantó confirmeza en su campo visual—. Mírame: van asubir hasta aquí y van a matarnos.

—No.—Van a matarte, Afa, ¿me entiendes? Van

a secuestrarme y a matarte, y quemarán todoeste edificio hasta que no quede nada…

—¡No!—… de todos tus archivos. ¿Entiendes? Vas

a perderlo todo. Debemos salir de aquí.—Tengo mi mochila —dijo el hombre,

apartándose de ella y arrebatando la enormemochila del suelo, pues nunca la dejaba lejos deél—. Nunca pierdo la mochila.

—Necesitamos salir de aquí y llevárnosla —le dijo, mientras lo guiaba hacia el estudio. Teníaunos segundos para tomar sus cosas y luegotendrían que correr, lo más rápido y lejos posible.Pensó en la estación de radio de arriba, enMarcus y en cómo lo había ayudado. La doctoraMorgan había tomado el control de EastMeadow y de los demás centros poblados de la

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isla, y lo único que Kira podía hacer era usar lasradios y mantener a Marcus un paso adelante desus perseguidores. Estaba a punto de perderlotodo. Afa se resistió y volvió hacia el panel desensores, mientras Kira corrió al estudio arecoger sus cosas.

—Pasaron por la sala de conferencias —dijo—. Se mueven despacio. Ya pasaron lasegunda Betty Saltarina en el pasillo este, y vanhacia… ¡ahora hay más!

Kira se levantó, con el bolso a medioempacar con lo que quedaba de su equipo desupervivencia.

—¿Qué?—Uno en el pasillo este y otro en el oeste.

Hay otro grupo —balbuceó, con voz másagitada y aguda—. ¡No vi entrar a nadie más!Estuve mirando los monitores… ¡los habría vistoentrar!

Kira cerró su mochila, dejó la bolsa dedormir y echó a correr nuevamente por elpasillo.

—No son más. Se separaron —señaló la

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séptima luz—. Aquí hay un corredor central,¿verdad? Es igual en todos los pisos. Es unequipo de dos, igual que tantos otros que estuvesiguiendo por la radio; no necesitan un segundoequipo, solo se separa el primero… —se detuvoa mitad de la frase—. Se separaron —repitió,como si esta vez significara algo totalmentediferente—. ¡Están solos! Afa, ¿por dóndellegan los pasillos separados al tercer piso?

—Por la escalera —murmuró.—Sí —dijo Kira, al tiempo que volvía a

ubicarse en la línea de visión de Afa—, ya séque por la escalera, pero necesito algo másespecífico. Tú construiste todo este sistema,sabes por dónde van a ir. Este —dijo, señalandoun punto rojo—. ¿Por dónde va a llegar al tercerpiso este punto rojo?

—Por la escalera trasera —respondió Afa,prácticamente tartamudo por el miedo. Buscó eldetonador manual de las bombas; ella lo detuvoy le apartó la mano—. La escalera de servicio.Sube desde la sala de recepción, en el fondo.

—Perfecto —dijo Kira. Le envolvió la mano

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con las tiras de la mochila y lo empujósuavemente para apartarlo del panel de control—. Tienes que salvar esta mochila, ¿me oyes?No vueles el edificio; si lo haces, perderás lamochila.

—Nunca debo perder la mochila.—Exacto. Busca cualquier vía de escape

que tengas planeada y sal, huye lejos y novuelvas en una semana. Si los Parciales se van,estaré aquí esperando. ¡Ahora vete!

Afa dio media vuelta y se alejó corriendopor el pasillo. Kira se cargó su mochila alhombro y corrió en la dirección opuesta, cruzó laúltima puerta y prácticamente se arrojó por laescalera. Sexto piso. Quinto. Si pudiera llegar altercero antes que ellos, si pudiera llegar mientraslos Parciales estaban separados, justo adondeella sabía que se dirigían, podría emboscar alprimero y retirarse antes de que apareciera elsegundo. Tenía la oportunidad de matar a losdos, pero era solo una oportunidad. Cuarto piso.

Tercero.Aminoró la marcha, dando cada paso con

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cuidado, y se detuvo en la esquina paraescuchar antes de doblar. La escalera estabavacía. Se acomodó sobre una rodilla, levantó elfusil hasta la mejilla y espió por la esquina haciael segundo piso. Una alfombra mohosa seextendía en la oscuridad. La puerta de metalhabía sido retirada por completo y ahora estabaarriba, como blindaje de uno de los pequeñosbúnkers de Afa; hacia allí escaparía ella,decidió. Mataría al primero, se refugiaría en unbúnker y esperaría que el segundo cometiera unerror. Si acaso los Parciales alguna vez loscometían.

El segundo piso estaba vacío, pero habíaseñales evidentes de caos. Los agujeros en lasparedes y en las cortinas de oscurecimientodemostraban que la última ronda de BettiesSaltarinas había estallado según lo planeado,pero no se veía ningún cuerpo. El piso estabatenuemente iluminado por los agujeros en lascortinas, y en la pared cercana al fondo ardíauna pequeña llama. Kira esperó, tratando derecordar cuál había sido la última trampa en el

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piso; algo incendiario, pensó, y obviamente nohabía dado resultado. El Parcial seguía adentro.

Esperó en la salida de la escalera, con elfusil preparado y apuntando. Apenas aparecieraun Parcial por la puerta, estaría muerto.

Esperó.Tal vez hice demasiado ruido, pensó. Me

habrá oído venir y se fue por otro lado… opeor, está esperándome. Podría volver asubir la escalera, pero perdería mi ventaja.No puedo matar a los dos a la vez. Si hayalguna posibilidad de emboscar a este, tengoque aprovecharla.

¿Hasta dónde habrá llegado el otro?Esta es la escalera de servicio, pero el otropasillo conduce a la escalera principal.¿Habrá llegado hasta allí? ¿Habrá subido?¿Afa habrá podido escapar? Deseó que suamigo hubiera sido lo bastante listo como parahuir, que no se hubiera quedado sentado en elpasillo con el dedo en el detonador, dispuesto ensu paranoia a destruir el trabajo de toda su vida(y junto con él, a Kira y a sí mismo) solo para

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protegerlo de los Parciales. Necesito volverarriba, pensó, y necesito quedarme aquí, ynecesito escapar. No sé qué…

Y entonces supo, con la misma certeza quesi lo hubiera visto con sus propios ojos, que habíaun Parcial en el tercer piso acercándose a ella.

La puerta de ese piso, igual que la delsegundo, había sido utilizada para el búnker deAfa. El acceso estaba abierto, y el Parcialtendría vía libre para dispararle apenas doblarala esquina. Es por el enlace, pensó, es la únicamanera de saberlo con tanta claridad.Transmite todo lo que hacemos. No tengotodo el complemento de sensores quedescribió Samm, pero aparentemente sí losuficiente para percibir dónde están… yquizá también para delatarme. Se tocó lachaqueta, deseando tener algo para arrojar, unagranada o siquiera una piedra para distraerlos,pero lo único que llevaba era el fusil, y paracuando pudiera apuntar con él, sería demasiadotarde. Tenía que moverse. Giró, lista para correrescaleras abajo hasta el primer piso, pero tuvo

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una segunda impresión, tan clara como laprimera, de que había otro Parcial abajo, en laescalera. No habían esperado junto a la puerta,sino que se habían adelantado y la habíanrodeado por completo. No tenía dónde ir sino alsegundo piso, donde aún quedaba una trampa.Se levantó de un salto y echó a correr.

Los agentes Parciales no se gritaron, pues elenlace los alertaba del peligro en un silenciomucho más efectivo, pero aun así Kira lo sintióen su cabeza como un grito químico: estácorriendo. Oyó un estrépito de pasos en laescalera detrás de ella, y disparó una ráfaga consu fusil hacia el piso de abajo, para que elsegundo Parcial no pudiera dispararle cuandopasara hacia la trampa mortal del segundo piso.Cruzó por la puerta abierta y se puso de pierápidamente; miró alrededor en busca de laúltima trampa, pero Afa la había escondidodemasiado bien. Un Parcial cruzó la puerta trasella; Kira dio media vuelta y disparó contra lapared en una línea mortal apuntada directamenteal pecho del atacante. Pero este, que era

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claramente la mujer —aunque llevaba el rostrooculto tras el casco con visor—, se detuvo al vera Kira, y luego convirtió su acometida: en ungiro acrobático recogió el fusil contra su pecho,se encogió formando una bola con su cuerpo ydio una voltereta por debajo de la ráfaga debalas de Kira antes de que esta alcanzara acorregir la puntería. La Parcial llegó apenas acentímetros de ella y disparó casi de inmediato.Para esquivar las balas Kira tuvo que lanzarse aun lado. La Parcial la siguió con increíblevelocidad y reanudó el ataque con una patadademoledora que le arrancó el fusil de las manos.Kira entró trastabillando en una sala deconferencias, recuperó el equilibrio y corrió másallá de la mesa de madera podrida hasta lasegunda puerta, del otro lado de la sala, apenastres pasos por delante de su contrincante. Volvióa salir al pasillo y corrió hacia la puerta, perocayó con estrépito cuando la Parcial le bloqueólas piernas desde atrás, y la caída le sacó el airede los pulmones. Se esforzó por respirarmientras forcejeaba frenéticamente con la

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mujer, y logró darle un fuerte codazo en elcostado del casco, lo cual la hizo retroceder.Kira giró sobre sí misma para apartarse y searrastró algunos centímetros hasta que laParcial, ya de pie, le pateó el muslo. Kira lanzóun gruñido de dolor y giró hacia un lado; cuandolevantó la vista, la Parcial estaba a pocos pasosde ella, con la bota levantada sobre un finísimoalambre de disparo. Con la mano señalaba unpunto por encima de la cabeza de Kira. Estalevantó la mirada y vio la boca de la trampaincendiaria de Afa, un lanzallamas que apuntabadirecto a su cabeza. Si la Parcial bajaba el pie,una llamarada asaría viva a Kira. Al darsecuenta se encogió de temor, con la mirada fijaen el visor sin rostro de la Parcial; en eseinstante oyó el grito de una voz masculina.

—¡Kira!Se quedó helada. Habría reconocido esa voz

en cualquier parte. Quedó boquiabierta al verlosalir del hueco de la escalera, con el casco enlas manos.

—¿Samm?

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CAPÍTULO QUINCE

—No iba a matarla —dijo la Parcial. Se apartódel alambre y se quitó el casco. Kira lareconoció: cabello negro azabache, bellísimosrasgos chinos y ojos oscuros que brillaban congenialidad aterradora. Era Heron, la Parcial quela había capturado antes y la había llevado conMorgan. La muchacha esbozó una sonrisaburlona como restándole importancia, y miró aKira de la misma manera en que alguien miraríaa un gatito perdido… alguien a quien no leagradaran los gatitos—. Solo quería asustarla.

Samm se inclinó y ayudó a Kira a ponersede pie; la muchacha se levantó dubitativa,tratando aún de procesar lo que estabaocurriendo.

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—¿Samm?—Me alegro de verte.—¿Qué…? ¿Por qué estás aquí?—Porque al fin te encontramos —respondió

Heron, y señaló al techo—. Todo el mundo sabeque estás en la radio, pero somos los únicos quese dieron cuenta de que estabas en Manhattan—hizo una reverencia simulando respeto—.Preferimos guardarnos esa información.

—Desde hace días sabemos que habíaalguien en este edificio —Samm recogió el fusilde Kira del suelo— pero además reconocimoslas señales de la misma persona que casi noshizo estallar dos veces, por eso nos tomamos untiempo para entrar. No tuvimos la certeza deque estabas aquí hasta… —hizo una pausa einclinó la cabeza, como haciendo cálculos—hace treinta segundos. Cuando te vi la cara.

Entregó el fusil a Kira, que lo aceptó,confundida.

—¿No me…? —se interrumpió al darsecuenta de que casi había revelado delante deHeron que era una Parcial. Iba a preguntar por

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qué no la habían captado en el enlace, dado queella los había percibido con tanta claridad, perono sabía si Samm se lo había dicho o no. Se lopreguntaría más tarde, en privado.

Hizo a un lado esos pensamientos y volvió amirar a Samm.

—Podrían haber llamado a la puerta y ya…Suspiró y sacudió la cabeza. No podían

llamar y ya, porque si se equivocaban y adentrohabía alguien más en vez de Kira, se estaríanexponiendo a un peligro mucho mayor: a unafacción Parcial opositora o a la trampa explosivade Afa. ¿Hasta dónde habrá llegado Afa?

—Una mejor respuesta a tu pregunta —dijoSamm— es que estamos aquí porquenecesitábamos encontrarte. Estás en peligro.

—La doctora Morgan está buscándote —explicó Heron, e hizo una pausa losuficientemente larga como para que Kira sesintiera incómoda, antes de añadir—: estamosaquí para asegurarnos de que no te encuentre.

—¿Ya no estás con ella? —preguntó Kira,con desconfianza.

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—Yo estoy conmigo —respondió Heron—.Siempre.

—Pero ¿por qué?Heron echó un vistazo casi imperceptible a

Samm, pero no respondió.—Está ayudándome —dijo Samm—.

Morgan está dedicando todos sus recursos abuscarte.

Kira eligió con cuidado las palabras de susiguiente pregunta.

—¿Cuánto sabe?—Sé que eres una Parcial —respondió

Heron—, si eso es lo que estás preguntando.Una especie rara que ninguno de los médicospudo identificar —sonrió ligeramente,levantando una ceja—. Supongo que aúnguardas el secreto, ¿verdad? ¿No se lo dijiste atus amigos humanos antes de marcharte?

—No es tan fácil —replicó Kira.—Es lo más fácil del mundo —dijo Heron

—, a menos que… Todavía intentas estar de losdos lados, ¿no es así? Con Parciales y humanosa la vez. ¿Tratas de salvar a ambos? No podrás

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hacerlo.—¿Y de pronto tú eres experta en mi vida?

—exclamó, enojada.Heron levantó las manos, simulando ponerse

a la defensiva.—Alto ahí, tigresa, ¿de dónde salió tanta

hostilidad?Kira casi le gruñó.—La última vez que te vi estabas

amarrándome a una mesa de operaciones.Trabajabas para la doctora Morgan. No veo porqué ahora debería confiar en ti.

—Porque aún no te he matado.—Creo que no entiendes mucho lo que es

confiar —dijo Kira.—Puedes confiar en ella porque yo confío

en ella —intervino Samm, e hizo una pausa—.Es decir, si todavía crees en mí.

Kira lo observó, recordando cómo la habíatraicionado… y cómo la había salvado.¿Confiaba en él? Un poco, sí, pero ¿cuánto?Exhaló largamente e hizo un gesto deimpotencia.

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—Dame una razón para hacerlo.—Deserté de la facción de la doctora

Morgan cuando te liberé del laboratorio —dijoSamm—. Heron nos siguió, esperó hasta queustedes se fueron y, después de que hablamossobre lo que habíamos visto, me propuso un plan:buscar nosotros mismos la cura para la fecha devencimiento. Por eso habíamos ingresado en lafacción de Morgan, en primer lugar, pero susmétodos se habían vuelto… de mal gusto.

—Eso es un eufemismo —repuso Kira.—La fecha de vencimiento nos matará en

menos de dos años —dijo Heron, y Kira notó undejo de frialdad e ira en su voz—. Hasta elúltimo Parcial del mundo acabará muerto.Frente a la certeza del genocidio, los métodos deMorgan no me parecen tan extremos.

Kira miró brevemente a Heron, y luego otravez a Samm.

—Y aun así la abandonaron.—Lo hicimos por ti —explicó Samm. Kira

sintió que una oleada reconfortante le recorría elcuerpo, pero siguió escuchándolo en silencio—.

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El descubrimiento de que eras Parcial lo cambiótodo, Kira; en este momento eres, literalmente,justo lo que esperamos ser desde hace veinteaños.

—¿Alguien que está perdido?—Humana —Samm dio un golpecito en la

foto de ella cuando era niña—. Lo eres. Creces.No estás esclavizada a un sistema químico decastas. Los exámenes preliminares de tu cuerpoque hizo la doctora Morgan sugieren que nisiquiera eres estéril.

—¿Cómo sabes eso? —le preguntó,confundida.

—La hemos estado espiando desde que tefuiste —respondió Samm—, tratando de estarun paso adelante. Está buscándote por todaspartes; la invasión de Long Island es su últimorecurso para hallarte y terminar susexperimentos.

—Pero ¿cómo es posible que no sepa lo quesoy?

—Ella está convencida de que el secreto denuestro vencimiento tiene que ver contigo —

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respondió Samm—. Sigue experimentando conhumanos, pero se concentra principalmente endos cosas: encontrarte a ti y al Consorcio.

—Querrás decir al resto del Consorcio —dijo Kira. Samm frunció el ceño, confundido, yKira explicó—: la doctora Morgan es parte delConsorcio. McKenna Morgan, especialista enbionanotecnología y mejoramiento humano.Trabajó en ParaGen durante años; tengo todo sucurrículum arriba.

—¿Cómo puede ser que haya trabajado enParaGen si es parte del Consorcio? —preguntóSamm, que seguía confundido. No soncientíficos humanos; son generales y médicosParciales que asumieron nuestro liderazgodespués del Brote.

—Será mejor que subamos —Kira frunciólos labios.

Afa se había ido sin dejar más rastro que unagujero humeante en la pared del octavo piso.

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Había utilizado un pequeño explosivo para abriruna brecha entre ese edificio y el contiguo, yhabía escapado mientras Kira peleaba con losParciales. Se había llevado su mochila, pero nohabía hecho volar el edificio, y Kira sabía quepronto regresaría; no soportaba estar lejos de subiblioteca por mucho tiempo. Mientras tanto,llevó a Samm y a Heron a una de las salas dearchivo, una antigua cabina de sonido con unamesa ancha y una serie de armariosacomodados en círculo. Allí guardaba Afa susregistros más extensos y valiosos sobre elfuncionamiento interno de ParaGen, y Kirahabía estado revisándolos meticulosamentedurante sus descansos de la radio. A medida quelos Parciales se volvían más sagaces y que loshumanos se retiraban fuera del alcance efectivode la radio, esos descansos se fueron haciendomás largos y rendidores.

—Primero esto —indicó Kira, mientrascolgaba su farol de aceite en un gancho de lapared y sacaba una hoja donde estaba impresoun viejo correo electrónico de la compañía—. Es

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la convocatoria a una reunión que el gerentefinanciero les envió a los directivos más altos delos laboratorios de ParaGen. Esta parte dearriba es una lista de direcciones de correoelectrónico… una especie de nombres en claveque usaba el sistema de computadoras paraenviar mensajes a la gente.

—Conocemos el correo electrónico —aclaró Heron.

—Oye —dijo Kira—: toda esta tecnologíaes nueva para mí… Tenía apenas cinco añoscuando ustedes destruyeron todo, ¿te acuerdas?

—Continúa —pidió Samm.Kira miró a los dos Parciales y por primera

vez reparó en lo distintos que eran. Samm, comosiempre, era directo; no decía ni la mitad de loque sentía, pero cuando hablaba era simple yutilitario. Había explicado su naturaleza taciturnacomo un efecto secundario del enlace: comoeste transmitía la mayor parte de su estadoemocional, no necesitaba hacerlo con palabras.Los Parciales usaban su voz para comunicarideas y sus feromonas para transmitir el

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contexto social de esas ideas: qué sentían alrespecto, si estaban nerviosos, relajados oentusiasmados. Para un observador humano noconectado al enlace, los Parciales eran fríos yrobóticos. Heron, en cambio, era llamativamentehumana en su forma de comunicarse: usabagestos faciales, modulaba la voz, empleabamodismos y hasta lenguaje corporal de un modoque Kira no había visto en ningún otro Parcial.Bueno, pensó, cualquier otro excepto yo.Aunque apenas puedo detectar el enlace ycrecí sin acceso a él. Hablo como humanaporque llevo toda la vida comunicándomecon ellos.

¿Cuál será la explicación de Heron?Samm la miraba con expectación, y Kira

volvió a poner su atención en la hoja impresa.—Comparé este mensaje con algunos de los

otros archivos que Afa tiene aquí, y creo queestas seis personas son el Consorcio; quizá faltealguien, pero estoy casi segura de que loscabecillas más importantes estaban en estegrupo —señaló cada dirección mientras los

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nombraba—: Graeme Chamberlain, KioniTrimble, Jerry Ryssdal, McKenna Morgan,Nandita Merchant y… —hizo una pausa—Armin Dhurvasula. Quizá reconozcan algúnnombre.

—La general Trimble dirige la Compañía B—dijo Samm—. Sabemos desde hace un tiempoque era parte del Consorcio, pero como dijeantes, el Consorcio está formado por Parciales,no por humanos. Y esa Morgan… es probableque haya más de una doctora Morgan en elmundo; no hay garantía de que sea la misma.

—Fíjate en su página informativa —insistióKira, al tiempo que le entregaba varias hojas—;esta es una impresión del sitio de la compañía enInternet. Hay una foto.

Heron tomó los papeles y Samm leyó porencima de su hombro, mientras ella los hojeaba.Se detuvieron en la foto y la examinaron conatención; no era de la mejor calidad, pero laimagen era inconfundible. Kira había pasadosolo unos minutos con la doctora, pero llevaba surostro grabado en la memoria, como una

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cicatriz. Era la misma mujer.—La doctora Morgan es Parcial —dijo

Heron, mientras dejaba los papeles—. Está en elenlace, todos la hemos percibido. Está connosotros desde antes del Brote. Es inmune alRM. Diablos, sobrevivió a una balacera conSamm a corta distancia cuando escapaste… esoes señal segura de que tiene reflejos Parciales.Es imposible que sea humana.

Kira asintió y hurgó en otro armario.—Uno de estos registros es un informe de

un investigador corporativo. Parece que algunosintegrantes del Consorcio se habían hechomodificaciones genéticas Parciales. Los líderesde la compañía se pusieron furiosos cuando seenteraron.

—¿Modificaciones genéticas Parciales? —repitió Samm—. ¿Y eso qué significa?

—Antes de dedicarse al área de losorganismos biosintéticos —explicó Kira—,ParaGen se había iniciado en biotecnología;hacían modificaciones genéticas para humanos:corregían defectos congénitos, mejoraban la

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fuerza y los reflejos de la gente y hastarealizaban modificaciones cosméticas, como elaumento mamario. Cuando ocurrió el Brote, casitodas las personas nacidas en hospitales deEstados Unidos tenían algún tipo demodificación genética desarrolladaespecíficamente por ParaGen o por alguna otracompañía de biotecnología. Este informe noentra en detalles, pero habla específicamente de«modificaciones genéticas Parciales». Creo quealgunos miembros del Consorcio estaban usandoen sí mismos la tecnología que habíandesarrollado para ustedes… nosotros.

—Se dieron el enlace y luego lo utilizaronpara controlarnos —dedujo Heron, en un tonocargado de rencor.

—O sea que se convirtieron en…semiParciales —dijo Samm. No lo manifestabaen forma evidente, pero Kira se dio cuenta deque estaba tan perturbado como Heron, aunquequizá menos furioso. Hizo una pausa y luegomiró a Kira—. ¿Crees que eso pueda ser lo queeres tú?

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—Yo pensé lo mismo —respondió—, perono hay manera de saberlo a ciencia cierta sinexaminar mejor el bioescaneo que me hizoMorgan. Sin embargo, todos los médicos queestaban allá parecían bastante seguros de queyo era Parcial, no un simple híbrido. Hablabande códigos Parciales específicos grabados en miADN. Pero no descarto nada.

Heron volvió a mirar la lista.—Así que Morgan es parte del Consorcio.

Igual que tu amiga Nandita —levantó la vista yla fijó en Kira.

Ella tuvo la súbita sensación de estar siendoanalizada… no por un científico, sino por undepredador. Casi esperaba que Heron se lanzarasobre ella y le mordiera el cuello. Bajó la vista,demasiado incómoda.

—Nandita me dejó un mensaje —les dijo.Sacó la foto del bolsillo de su mochila y se laentregó a Samm—. Hace tres meses encontréesto en mi casa; por eso me marché. Esa esNandita; ese es mi padre, Armin Dhurvasula, yla del centro soy yo. Kira… Dhurvasula.

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Aún le resultaba extraño decirlo. Quizá nisiquiera fuera ese su apellido. Nunca la habíanadoptado oficialmente, que ella supiera, porquetodos los papeles que había leído de aquellaépoca implicaban que a los Parciales no se losreconocía legalmente como personas. Ella nopodía llevar el apellido de su padre, comotampoco lo llevaría un perro o un televisor.

Samm observó la foto con atención; sus ojososcuros recorrían la imagen hacia uno y otrolado. Heron parecía más interesada en losdiversos documentos que estaban esparcidossobre la mesa.

—Entonces tu padre te creó en ParaGen —dijo Samm—. Él sabía que eras Parcial. Ytambién lo sabía tu tutora en Long Island.

—Pero ella nunca me dijo nada —respondióKira—. Me crio como humana… y creo que mipadre también. Al menos, no recuerdo ningunarazón para pensar que no fue así. Pero ¿porqué?

—Quería una hija —sugirió Samm.—Eras parte de su plan —corrigió Heron—.

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Todos lo somos. Solo que no sabemos cuál es —levantó otro correo electrónico, uno que Kirahabía estado estudiando la noche anterior—.Aquí dice que la doctora Morgan estabaasignada a «desempeño y especificaciones».

—Creo que eso significa que ella programólos atributos de supersoldados que tienenustedes —dijo Kira—. Cada integrante delConsocio desempañó un papel en la creación delos Parciales; ella se ocupó de todos esosaccesorios que los hacen lo que son: mayoresreflejos, mejor vista, curación acelerada,músculos más fuertes, etcétera. El resto delequipo intentó hacerlos lo más humanos posible,pero fue la doctora Morgan la que los hizo…más.

—Y sigue haciéndolo —dijo Samm. Dejó lafotografía y miró a Kira con aire sombrío—. Heoído algunos informes de que Morgan estámodificando el genoma Parcial, y Heron diceque la vio personalmente.

Heron levantó una ceja, sin dejar de revisarlas hojas sobre la mesa.

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—Parece que la doctora no puede dejar demeter mano.

—¿Estará intentando resolver la fecha deexpiración? —preguntó Kira—. Tal vez noencuentra los genes que los matan a los veinteaños, así que está incorporando modificacionespara tratar de suprimirlos.

—Puede ser —respondió Samm—; si esque algo así, es posible. Pero básicamente estáhaciendo más… bueno, como tú dijiste: estámejorándonos. Está creando ciertos Parcialesmás fuertes o más rápidos. Dicen que tiene todoun escuadrón que puede respirar bajo el agua.Se está apartando del modelo humano.

—Parece que le ha dado la espalda a lahumanidad —observó Kira—. O quizásimplemente le perdió la fe.

—En ParaGen tuvo ayuda —comentóHeron, mientras levantaba otro papel—. Miren:Jerry Ryssdal estaba asignado al mismoproyecto, o a otra parte de él.

Kira asintió, maravillada por la capacidad deHeron de organizar la información esparcida

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sobre la mesa. A ella le había llevado varios díashallar esas conexiones, pero Heron estabaarmando el rompecabezas en cuestión deminutos.

—No sé con exactitud cuál fue el aporte deRyssdal —dijo Kira—, pero creo que tienesrazón: algunos trabajaban en pareja.

—¿Pero no todos? —preguntó Samm.—Francamente, no tengo idea —dijo Kira,

encogiéndose de hombros—. Estamos hablandode los mayores secretos de una compañíaincreíblemente reservada, y de un círculo máshermético aún que aparentemente trabajabapara y contra ella a la vez. Hasta los datos másbásicos están sepultados bajo varias capas deseguridad y correo electrónico codificado, y nisiquiera puedo estar segura de que las pistas queencontré sean reales o solo datos erróneosdestinados a despistar. Afa lleva años trabajandoen esto, incluso desde antes del Brote, peroestá… incompleto. No tenemos las respuestas.Por otra parte, él está… —Kira hizo una pausa,sin saber bien cómo describir el estado del

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hombre—. Digamos que está solo desde haceaños y eso le afectó el cerebro, pero aun así esun genio. Estaba recolectando información sobreel fin del mundo incluso antes de que este seterminara. Tiene cosas sobre la Guerra deAislamiento, la industria biotecnológica, losParciales y… todo. Trabajaba en ParaGen;estaba a cargo del sistema informático, que esde donde viene casi todo esto —hizo un gestopara señalar toda la habitación, y Samm asintióal corroborarlo.

Heron recibió la información con actitudmás pasiva; pareció asimilarla mientrasestudiaba una serie de documentos a la vez. Susojos iban de un lado a otro, mientras leía lospapeles que tenía delante, y de pronto frunció elceño.

—Esto no es bueno —dijo.—¿Qué cosa? —preguntó Samm,

levantando la vista.—Morgan es parte del Consorcio…

tenemos dos ideas distintas de lo que es elConsorcio, pero ambas dicen que ella lo

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integraba. Y aparentemente el Consorcio creó alos Parciales.

—Eso ya lo sabemos —dijo Kira—. No sonnoticias fantásticas, pero tampoco son tanterribles.

—Creo que no estás prestando atención —repuso Heron—. Empieza a conectar las piezas:Morgan construyó a los Parciales, pero no suposobre la fecha de vencimiento hasta hace tresaños, cuando la primera generación empezó amorir. ¿Por qué no lo sabía? La cura del RMestá incorporada al sistema Parcial deferomonas, pero ella tampoco lo sabía. Tú eresuna especie de modelo nuevo de Parcial, y ellani siquiera tenía idea de tu existencia.

Las implicaciones golpearon a Kira como unpuñetazo en el vientre, y se desplomó en unasilla.

—Eso no es bueno.—No entiendo —dijo Samm—. Las tres

cosas que acabas de mencionar no tienen nadaque ver con el paquete de mejoras físicas en elque Morgan trabajó, por eso me parece

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comprensible que no supiera sobre ellas. ¿Porqué es tan importante?

—Porque significa que ellos no son quienescreíamos —dijo Kira—. No son lo quecreíamos que eran. Hace dos meses salí abuscar al Consorcio porque pensaba que teníantodas las respuestas, que eran un grupo degenios con un plan detallado sobre cómo debíafuncionar todo. La cura del RM, los detallessobre la fecha de vencimiento, las respuestassobre cómo encajo en todo esto; todo. Peroahora que por fin estamos averiguando sobreellos, no son más que… —suspiró alcomprenderlo, por fin—. Si todo lo que diceHeron sobre Morgan es cierto, están tanfragmentados como los demás. Se guardabansecretos entre sí; interferían el uno con eltrabajo del otro. Esperaba encontrar en ellos lasrespuestas que busco, pero empiezo a creer quequizás ellos tampoco las tienen.

—Y si ellos no las tienen —concluyó Heron—, nadie puede tenerlas.

Samm se quedó callado un momento, sumido

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en sus pensamientos. Kira analizó el problemadesde distintos ángulos, repasando todo lo quesabía sobre el Consorcio. Como fuera, cadaintegrante debería tener alguna respuesta,¿verdad? Aun así podía buscarlos, como le habíaindicado Nandita, y averiguar algo. Si no habíaningún plan, ella podía hacer uno. Estaban todaslas piezas. Y quizá hubiera algún integrante delConsorcio que sí lo supiera todo, que supervisarael proyecto, que pudiera decirle cómo armar elrompecabezas. Cómo encajaba ella en todo eso.

Tenía que creerlo.Samm rompió el silencio.—¿Y los científicos que trabajaron

directamente contigo? Tu padre y Nandita.¿Qué aportaron ellos?

—Mi padre hizo el sistema de feromonas —respondió Kira—, lo cual, supongo, es lógico: notengo todo el enlace, pero sí una versión de él.Tal vez lo diseñó a medida.

—¿Qué partes tienes? —le preguntó Heron.—No tengo idea —dijo Kira—. Sabía que

ustedes me esperaban en la escalera, y ustedes

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sabían que yo los esperaba, pero en estemomento no los percibo.

Heron levantó una ceja, entre burlona ycuriosa.

—Nos dimos cuenta de que estabas en laescalera porque eres casi tan sigilosa como unalce. No percibimos nada de ti en el enlace… niahora.

—Pero yo los sentí —insistió Kira—. Sabíacon exactitud dónde estaba cada uno deustedes.

—Interesante —observó Heron.—¿Y tú? —se dirigió a Samm. Recordó la

conexión que había sentido con él en ellaboratorio y de pronto se preocupó—.¿Percibes algo? —se sintió tonta porpreguntárselo, como una niñita, y no pudoformular una segunda pregunta: ¿Sentiste algo?

—Nada… en este momento —respondió,negando con la cabeza.

—¿Y antes? —preguntó Heron.—No… no estoy seguro.¿Qué significa esa expresión en sus

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ojos?, pensó Kira. ¿Por qué estos estúpidosParciales son tan difíciles de interpretar?

—Tal vez ella puede recibir, pero notransmitir —supuso Heron.

—O quizá su transmisor se desactivó dealguna manera —dijo Samm—. Aunque no sépor qué.

—Para esconderme o protegerme de losdemás Parciales —sugirió Kira—. Tampocorecibí esas «órdenes» de las que ustedeshablaban. Cuando la doctora Morgan quisoobligarte a obedecerla, no sentí nada.

—Pues considérate afortunada —dijoSamm, con expresión sombría.

—¿Será un modelo espía? —murmuróHeron—. Fuerza y reflejos ligeramentemejorados, físicamente atractiva, inteligenciaaumentada, habilidades humanas decomunicación y aparentemente orientada a laindependencia. Todo concuerda.

—¿Tienen modelos espías? —preguntóKira.

Heron rio, y Samm inclinó la cabeza con la

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expresión de confusión más humana que lehabía visto.

—¿Qué crees que es Heron?—Pero si yo fuera espía, ¿cuál es mi

misión? —preguntó Kira—. ¿Acaso voy adespertarme un día y una descarga de datos meordenará asesinar a un senador? ¿Cómo esposible que hayan planeado siquiera algo asícinco años antes del Brote?

—No tengo idea —respondió Heron—. Solodigo que es una posibilidad.

—Prosigamos —dijo Samm—: Dhurvasuladesarrolló el sistema de feromonas, pero ¿yNandita?

—Esa es otra de las grandes incógnitas quetenemos —respondió Kira—. Nandita y otrosujeto, Graeme Chamberlain, estaban trabajandoen algo llamado «el Seguro». Evidentemente, detodas las cosas que tenían que ver con eldesarrollo de los Parciales, esa es la mássecreta. No tengo ni un solo archivo queexplique lo que era el Seguro ni lo que hacía; nisiquiera quién lo ordenó.

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—¿Qué sabes de ese Chamberlain? —preguntó Samm—. Jamás lo había oído nombrar.

—Eso sí puedo decírtelo —respondió Kira—, pero es espeluznante… —abrió una carpetay sacó un único papel: un acta de defunción—.Apenas terminó de desarrollar el Seguro, semató.

Los tres quedaron en silencio. Kira habíarevisado los archivos de Afa con la mayorminuciosidad posible, y simplemente no tenían lainformación que ella necesitaba; sí suscitabanuna gran cantidad de interrogantes, como eltema de Chamberlain, pero nunca llegaban aresponderlos. Todos los secretos importantesseguían encerrados en alguna parte: ¿quiénesconformaban el Consorcio?, ¿por qué habíancreado el RM?, ¿qué era el Seguro?

¿Qué soy?, pensó Kira. ¿Cuál es mipropósito en todo esto? Sin más información,no había manera de saberlo.

Fue Samm, siempre pragmático, siempredirecto, quien volvió a romper el silencio.

—Tenemos que ir.

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—¿A dónde? —preguntó Kira.—A ParaGen —respondió Samm—.

Adonde sea que estuvieran ellos cuandoplanearon todo esto, cuando tomaron lasdecisiones. Si la información no está aquí, solopuede estar allá.

—Eso no va a ser fácil —le advirtió Heron.Kira asintió.—La sede central estaba en Denver. No

recuerdo mucho lo que estudié de geografía delviejo mundo, pero estoy bastante segura de queno queda cerca.

—Así es —dijo Heron—, y la ruta parallegar allá será, sin dudas, un infierno.

—¿Qué tan horrible puede ser? —preguntóKira, señalando alrededor con un gesto—.Llegamos hasta aquí, ¿no? ¿Acaso será peor?

—Francamente, no sabemos sobre Denver—respondió Samm, echando un vistazo a Heron—, pero es prácticamente imposible cruzar lamayor parte del Medio Oeste debido a Houston.Era la mayor refinería de petróleo y gas delmundo en el momento del Brote, y sin nadie que

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la mantuviera en funcionamiento, empezó adecaer. A la larga se incendió, quizá por un rayo,no lo sabemos; y diez años más tarde sigueardiendo y creando una nube tóxica de milquinientos kilómetros de ancho. El Medio Oestees un páramo tóxico, toda la zona adonde esosgases han llegado empujados por el viento delGolfo.

—¿Y ese es tu plan? —preguntó Kira.El rostro de Samm no se inmutó.—No era mi intención disfrutarlo, pero si es

la única manera, es la única manera.—No lo es —dijo Heron—. Podríamos

llamar a la doctora Morgan ahora mismo yterminar con todo esto: la búsqueda, la guerra,todo. Ahora estamos seguros de que, aunque nosepa todo sobre el RM y la fecha devencimiento, sabe más de lo que dejó entrever, yla información que tenemos podría ser suficientepara que desarrolle un plan para curarnos. Y notendríamos que cruzar ese páramo infernal.

—Matará a Afa —dijo Kira.—Es probable.

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—Matará a todos —insistió, percibiendo untono acerado en su voz—. Ella quiere resolver lafecha de vencimiento…

—A eso voy —dijo Heron.—… pero yo quiero resolver las dos cosas

—repuso Kira—: la fecha de vencimiento y elRM. Están conectados por medio de losParciales y de ParaGen, y si encontramos losarchivos de ParaGen, podemos conseguir lasrespuestas que necesitamos. Si nos rendimos ynos ponemos del lado de Morgan, los humanosmorirán.

—Los humanos van a vivir —la contradijoHeron—, Morgan dejará de matarlos cuando tetenga a ti.

—Bueno, morirán en unas décadas —insistió—, pero morirán. No se curará el RM, nopodrán reproducirse y la raza humana seextinguirá.

—¿Nunca se te ocurrió que tal vez hayallegado la hora de que se extingan? —preguntóHeron. Kira sintió como si le hubiera dado unpuñetazo en la cara—. Tal vez se acabó el

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tiempo de los humanos y es hora de que losParciales hereden la Tierra.

—No puedo creer que digas eso —respondió Kira con un siseo.

—Eso es porque todavía te crees una deellos —replicó Heron.

—¡Es porque me importa la gente y noquiero que muera!

—Todos los días mueren Parciales, ¿acasote importan?

—Ya te lo dije: intento salvar a todos…—¿Y si no puedes? Un viaje a través del

continente es increíblemente peligroso. ¿Y si nollegamos? ¿Y si llegamos y no hallamosrespuestas? ¿Y si tardamos tanto que todos losParciales mueren antes de que regresemos?¡No quiero arriesgar su vida solo porque tú nopudiste tomar partido! —los ojos de Heronestaban prácticamente dilatados de furia, peroKira le sostuvo la mirada sin miedo.

—Ya tomé partido —replicó, en tonosombrío—. Y eso incluye a todos. Y piensosalvar a todos.

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Heron la miró, furiosa, casi como un perroamenazante. Samm intervino desde su típicapostura imperturbable.

—Si vamos a ir, debemos ir ahora; cuantoantes nos marchemos, antes vamos a regresar—miró a Heron—. Te necesitamos, o nunca lolograremos.

Kira miró a ambos y se armó de valor.—Si vamos a hacer esto, debemos hacerlo

bien. Cualquier registro que encontremos estaráalmacenado en computadoras, sumamenteencriptado. ¿Alguno de ustedes sabe cómosuperar esa clase de seguridad?

Samm negó con la cabeza; Heron se limitó aseguir mirándola con furia.

Kira dio un largo suspiro.—Entonces tenemos que buscar a Afa.

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CAPÍTULO DIECISÉIS

Heron encontró a Afa en una farmacia cercana,escondido en el fondo de un pequeño refugio,que obviamente había preparado años antes. Senegaba a salir e insistía, de diversas maneras, enque era el último ser humano del planeta y enque no podía dejar su mochila. Heron regresó abuscar a Kira, tal vez porque, en caso dedesmayarlo de un golpe, habría tenido quellevárselo a rastras y no quería hacer elesfuerzo, y esta trató de convencerlo con calma.Lo último que querían era otra explosión.

—Necesitamos tu ayuda —le dijo. Era unafarmacia ubicada en un edificio más grande; enlas estanterías no quedaba nada comestible. Elpiso estaba cubierto de suciedad y huellas de

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animales. Afa estaba en la trastienda, con lapuerta cerrada, y parecía que la había bloqueadocon algo pesado. Kira no vio ningún explosivo,pero eso no significaba que no los hubiera—.Ellos son amigos míos, y necesitan tu ayuda.Tienes que decirnos cómo llegar a Denver.

—Denver ya no existe —respondió, y Kirareconoció el tono distante de su voz, esossonidos arrastrados y como ausentes queindicaban que Afa se había retirado a laprotección de su estupor, quizá másprofundamente de lo que ella había visto. Lainvasión de su edificio lo había afectado hasta lomás hondo—. Soy el último ser humano delplaneta.

—La gente ya no existe —admitió Kira—,pero la ciudad sigue allí. Los archivos están allí.Queremos ayudarte a completar tu trabajo… aencontrar todas las piezas que te faltan sobre elConsorcio, los Parciales y el Seguro. ¿Noquieres averiguar todo eso?

Afa lo pensó un momento.—Tengo todo en mi mochila —respondió,

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por fin—. Jamás dejo mi mochila.—Tienes casi todo —lo corrigió—. No

tienes datos sobre el Consorcio: ni sus planes nisus fórmulas ni sus secretos, sus motivos; nada.Necesitamos esa información, Afa; podría ser laúnica manera de salvarnos, a humanos y aParciales.

—Demasiado peligroso —murmuró—. Vana quemarse. Van a envenenarse.

Kira echó un vistazo a Samm y luego sevolvió nuevamente hacia la puerta de Afa.

—Nos cuidaremos lo más posible —dijo—.Mis amigos son los mejores exploradores queconozco, y yo también me desenvuelvo bastantebien. Podemos cubrirnos, llevar nuestra agua,defendernos de los animales salvajes…podemos hacerlo. Créeme, Afa, podemosrecuperar los archivos que faltan.

—Me parece que estás exagerando un poconuestras cualidades —susurró Heron—. Elpáramo va a ser un infierno, por mucho que nospreparemos.

—Él no tiene por qué saberlo —respondió

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Kira, también en un susurro.La farmacia estaba en silencio; todos

esperaban mientras Afa pensaba. Los pájarosvolaban afuera, entre los edificios en ruinas,observados atentamente por un gato salvajeapostado en el alféizar de una ventana alta. Elsol matutino convertía los autos oxidados ensombras desdibujadas en la calle.

—Podrían ir a Chicago —dijo Afa.—¿Qué? —Preguntó Kira volviéndose

inmediatamente hacia la puerta de Afa.—ParaGen estaba en Denver, pero su

centro de datos quedaba en Chicago —explicó.Ahora su voz se oía más clara, lúcida y segura—. ¿Recuerdas lo que te conté de la nube?Toda la información de la nube estabaalmacenada en alguna parte, en unacomputadora física, y la mayor parte de esealmacenamiento físico se centralizaba en unoslugares enormes llamados centros de datos. Elde ParaGen estaba en Chicago.

—¿Por qué no tenían sus datos en suspropias oficinas?

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—Porque con la nube las distancias nosignificaban nada —respondió Afa. Kira oyódeslizarse un cerrojo, luego otro, y dos más. Lapuerta se entreabrió, pero él siguió escondidodetrás—. Almacenar información digital enChicago era lo mismo que hacerlo en Denver,Manhattan o donde fuera, porque se podíaacceder a ella desde cualquier lugar. Comodirector de TI, yo trabajaba todo el tiempo con elcentro de Chicago, estableciendo permisos yseguridad, y tomando medidas para que nadiemás que nosotros pudiera acceder a los datos. Amenos que estén en papel, te garantizo queestán en el centro de datos.

—Si es así de fácil —preguntó Samm—,¿por qué nunca fuiste a buscar esa información?

—Son más de mil kilómetros —respondióAfa—; más si no se puede volar. No puedo irtan lejos… tengo que quedarme aquí con misarchivos.

Kira echó otro vistazo a Samm.—Pero te necesitamos, Afa. No podemos

hacerlo sin ti.

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—No puedo ir —repitió el hombre.—No lo necesitamos —dijo Heron,

levantando la voz lo suficiente para que Afa laoyera; Kira notó que lo hacía a propósito—. Loscentros de datos funcionan con electricidad,obviamente, así que tendremos que reactivar elgenerador auxiliar, que no durará mucho. Eso yaserá difícil. Luego tendremos que descubrir quéservidores guardan los archivos de ParaGen,entre esos cuál tiene los archivos del Consorcioy luego hallar los archivos con la informaciónque buscamos; y todo esto tratando de superarlos más potentes protocolos de seguridad quehabía en el viejo mundo.

—Yo ya sé todo eso —dijo Afa—. Podríaencontrarlo fácilmente.

Heron sonrió.—Pues ven a ayudarnos —pidió Kira.—No puedo dejar mis archivos.—Puedo arreglármelas muy bien sola —

prosiguió Heron, con una sonrisa maliciosa,buscando poner a prueba los conocimientos deAfa—. No lo necesitamos.

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—Nunca lo lograrán —dijo Afa.—Una vez que encontremos los archivos

correctos —dijo Heron—, tendremos quedecodificar los datos y descargarlos a unacomputadora portátil antes de que se agote elgenerador, así que probablemente tengamos unsolo intento. Será una proeza asombrosa, extraerun archivo de computadora de un edificio enruinas de una civilización perdida. Será comohackear las pirámides de Giza.

La puerta se abrió un poco más, y Heronasintió con aire triunfante.

—Ustedes saben sobre las zonas salvajes—señaló Afa—. Kira dijo que son exploradores.No saben sobre computadoras.

—Sé lo suficiente.La puerta se abrió más aún.—¿Saben cómo traspasar un cortafuego

Nostromo-7? —preguntó Afa, y Kira advirtió ladiferencia en su voz: estaba despertandomentalmente, estimulado por la idea. Habíapensado que Heron lo provocaba como unintento de hacerlo salir, desafiándolo a

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declararse mejor, pero en realidad estabaatrayéndolo con inteligencia. Le presentaba unreto tan interesante y tan dentro de su área deexperiencia, que él no podía sino entusiasmarse.Kira había hecho lo mismo con Marcus, más deuna vez, en sus investigaciones médicas.

Samm meneó la cabeza y dijo, con vozqueda:

—Esto no me gusta. Es peligroso llevarlo.—También lo es dejarlo —repuso Kira—.

La doctora Morgan también me busca a mí,¿no? ¿Crees que no va a encontrar estaestación de radio tarde o temprano? Y no serámuy indulgente con el hombre mentalmentedañado que encuentre aquí.

—No es solo que está mentalmente dañado—dijo Samm—; además es un paranoico quevuela edificios y no podemos controlarlo niprever sus actos. Si lo llevamos a la zonasalvaje, es tan probable que nos mate como quealgo lo mate a él.

—¿Cuáles son nuestras otras opciones? —preguntó Kira—. No podemos preguntarle a

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Morgan: A, porque es perversa; B, porque nosabe nada sobre mí, la fecha de vencimiento niel Seguro. Sería genial si encontráramos aNandita, pero toda la población de Long Islandla busca desde hace meses y no aparece.

—Podríamos hablar con Trimble —propusoSamm—, suponiendo que los de la Compañía Bno nos maten al vernos.

—Y suponiendo que todavía queda algo dela Compañía B —acotó Heron—. Morgan losha estado reclutando por montones. PeroTrimble no tiene que ver con las feromonas, elSeguro ni el vencimiento, según los archivos quenos mostraste. No sabrá más que Morgan.

Los ojos de Kira se dilataron.—¿Saben dónde está Trimble?—Está a cargo de la Compañía B —

respondió Samm—. Ella y Morgan son el rostroprincipal del Consorcio desde hace años; ahorasabemos que no es solo una mensajera, sino unade ellos.

—La Compañía B detesta a la Compañía D—agregó Heron—. La mayor parte de la guerra

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civil que viste aquí, en el continente, es unalucha entre ambas.

Kira hizo una mueca.—Sería mucho más fácil salvar el mundo si

aquellos a quienes intentamos salvar dejaran dematarse entre sí.

La puerta de Afa se entreabrió un poquitomás, y él espió con un ojo.

—No dijeron nada sobre los Nostromo-7, asíque supongo que no saben traspasar uno. Yo sí.

—No deberíamos estar haciendo esto —susurró Samm.

—Es un buen hombre —dijo Kira.—Está demente.—Ya lo sé —insistió Kira—. A mí no me

gusta esto más que a ti, pero ¿qué otra opcióntenemos? —miró a Heron—. ¿Realmentepuedes hacer algo de todo eso que decías?¿Conoces siquiera a alguien que pueda? Afa esimprevisible, lo admito, pero cuando su mentefunciona bien, es absolutamente brillante.

—Cuando su mente funciona bien —repitióSamm.

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—Pues vigilémoslo —propuso Kira—.Mantengámoslo lejos de las armas y explosivos;hagamos lo que haga falta para que permanezcacontento, lúcido y amigable —hizo una pausa—.Es la única manera de conseguir la informaciónque buscamos.

Los Parciales la observaron. Samm sevolvió hacia la calle.

—Vamos a necesitar caballos.—Podemos ir más rápido a pie —dijo

Heron.—Tú y yo, sí —respondió Samm—; Kira no,

y sin duda Afa tampoco. Por el modo en querespira, debe de pesar unos ciento treinta kilos.

Kira arqueó una ceja.—¿Puedes deducir su peso por su

respiración?—Es trabajosa e irregular —respondió

Samm—. Le va a dar un infarto antes de quelleguemos a la mitad del camino.

—Hay un campamento al noreste de aquí,no muy lejos —dijo Heron—, un puesto devigilancia de la Compañía A en el Bronx. No son

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precisamente amigables con la D, pero tampocobuscan pelea. Samm y yo podemos infiltrarnos,robarles los caballos y reunirnos con ustedes allá—dijo, señalando—, en el puente GeorgeWashington.

—¿Van a tomar por sorpresa un puesto devigilancia?

—Hay muy poca gente tan al sur —explicóHeron—. Solo están para vigilar la base militarde los humanos del otro lado de la bahía.Nosotros llegaremos desde un ángulo distinto yno van a sospechar nada.

—Aun así, me parece que será más difícilde lo que ustedes lo pintan —comentó Kira—.Digo, son Parciales, pero ellos también.

—Pero ninguno es como yo —dijo Heron.Se volvió y salió a la calle, cargándose el fusil alhombro—. Si quieren hacer esto, hagámoslo.Nos vemos mañana al mediodía en ese puente.Estén listos —agregó, y empezó a alejarse.

Kira miró a Samm.—Tú… —no sabía qué decir—. Cuídate…

Regresa.

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—Mañana al mediodía —dijo Samm. Vaciló,con la mano en el aire junto al brazo de Kira;luego dio media vuelta y siguió a Heron.

Kira se volvió hacia Afa, que seguíaescondido tras la puerta.

—¿Oíste eso? —le preguntó—. Tenemos undía y medio para prepararnos. Vamos a hacerlo.

—¿Crees que estoy mentalmente dañado?Kira sintió una oleada de calor en la cara.—Lo siento —le dijo, en tono suave—. No

sabía que nos oías.—Oigo todo.—Creo… —se detuvo, sin saber bien cómo

explicar lo que sentía—. Quiero que seamosrealistas, Afa. Eres un hombre brillante, y esotambién lo dije.

—Te oí.—Pero también eres… incoherente.

Incoherentemente capaz, supongo. Sé que esosuena terrible, pero…

—Sé lo que soy. Hago lo que puedo. Perosé lo que soy.

—Eres mi amigo —dijo ella con firmeza—.

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Haré todo lo que esté en mi poder paraayudarte.

Salió de detrás de la puerta; la lucidezbrillante había desaparecido y parecía un niñogigante.

—Esta es mi mochila —dijo, al tiempo quese la cargaba a los hombros—. Nunca dejo mimochila.

Kira lo tomó del brazo.—Volvamos a tu casa y empaquemos la

mía.

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CAPÍTULO DIECISIETE

Marcus corrió de un árbol a otro por la calledonde antes vivía Kira. Sus sentidos buscabanconstantemente cualquier cosa que parecierafuera de lo común: un crujir de hojas, una cara oun cuerpo, una puerta o ventana rotas. Elejército Parcial estaba apenas a media hora deallí, peleando con lo que quedaba de la últimaresistencia desesperada de la Red. Necesitabasalir de East Meadow, pero antes tenía quehacer algo.

La casa de Xochi tenía las ventanas y lospostigos cerrados, como las demás casas de laciudad. Marcus llamó a la puerta, vigilando losárboles con suspicacia; al fin y al cabo, en esacasa lo había abordado Heron.

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Oyó que se corría un cerrojo y Xochi abrióla puerta.

—Pasa —le dijo rápidamente, y volvió atrabar la puerta al cerrarla tras él.

La casa olía a albahaca, nuez moscada ycilantro, una cacofonía de aromas quecompetían entre sí. Xochi dejó el arma que teníaen la mano y siguió empacando con frenesí;Marcus se quedó de pie, incómodo, en el mediode la sala.

—¿Qué te trae por aquí? —le preguntó ella,levantando la vista desde su mochila a medioempacar—. Pensé que ya estarías en camino anuestro refugio —Xochi e Isolde habían elegidoun punto central de la isla adonde podía huir sugrupo de amigos y reunirse en caso de que ladefensa de la Red fracasara. Marcus norespondió de inmediato; aún no sabía cómoempezar. Tenía muchas preguntas, pero ¿querríaXochi hablar siquiera de ese tema? Ella fruncióel ceño al percibir su indecisión, y con un gestoseñaló hacia la cocina—. ¿Necesitas algo?¿Agua? Tengo unos limones que no voy a

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llevarme; puedo prepararte limonada.—Deja, no te preocupes.—No me lleva más que treinta segundos, si

quieres…—No, gracias —respondió. Movió el

mentón y los labios, como preparando la bocapara la conversación, pero era solo una tácticapara demorarla. Aún no sabía bien cómoempezar. Se sentó, volvió a ponerse de pie,nervioso, y señaló el sofá—. Siéntate.

Ella se sentó con aire solemne.—¿Qué pasa, Marcus? Nunca te había visto

así.—Hablé con Kira —dijo. Los ojos de Xochi

se dilataron, y Marcus asintió—. La primera vezfue hace tres semanas, cuando Haru y yoestábamos en el frente. Desde entonces, unasseis, quizá ocho veces. No sé dónde está, peroestuvo escuchando nuestras radios y las de losParciales, y pasándonos información; nada quenos ayude a ganar la guerra, obviamente, pero sísuficiente para evitar que nos mataran a Haru ya mí.

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—¿Está bien?—Está muy bien —respondió Marcus—.

Mejor que nosotros, al menos, aunque eso no vaa durar mucho si la encuentran. La doctoraMorgan está dedicando todos sus recursos aesto.

—Sí. Eso me dijo Isolde. Aparentemente, elmotivo de la invasión es encontrarla. ¿Sabes porqué?

—No —respondió Marcus—. Kira no quisocontármelo. Está rara desde que estuvo en ellaboratorio de Morgan, como si le hubieranhecho algo de lo que no quiere hablar.

—Fue una experiencia bastante traumática—recordó Xochi.

—Lo sé —respondió Marcus enseguida—,lo sé, pero… Déjame hacerte una pregunta:¿cuál es tu primer recuerdo de Kira?

Xochi se puso a jugar con las correas de sumochila, enrollándolas en pequeños cilindrosmientras hablaba.

—Yo estaba en la escuela, en la vieja, allado del hospital. Llevaba un par de años en las

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granjas con Kessler, pero peleábamos comotigres, ya por entonces, y por eso cuando cumplíocho años me envió a la escuela en EastMeadow.

Marcus casi sonrió al recordar.—Le pegaste a Benji Haul en tu primer día.Xochi se encogió de hombros.—Él se lo buscó. Pasé la tarde castigada, y

Kira estaba también allí por… no recuerdo; creoque había encendido fuego con el fósforo de laslamparillas o algo así, una de esas cosas locasque siempre estaban tramando ustedes dos.

—¿Y Nandita? —preguntó Marcus.Xochi frunció el ceño.—¿Qué me estás preguntando?—¿Cuándo la conociste? ¿Poco después de

eso?—No, fue por lo menos un año más tarde —

respondió Xochi—. Yo nunca venía aquí porqueestaba confinada a la escuela por orden deKessler, y tampoco la veía a Nandita allá,porque siempre que había presentaciones, feriaso algo así, yo corría a esconderme. Ya tenía

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suficientes problemas con mi mamá de mentira;no necesitaba estar con nadie más. ¿Por qué mepreguntas por Nandita?

—No te he contado todo —dijo Marcus, yse acercó más—. ¿Te acuerdas de aquellaParcial que siguió a Samm cuando salimos dellaboratorio de Morgan? Una asesina o algo así;él nos dijo que estaba observándonos cuandosubimos al bote para volver a casa.

—Sí, me acuerdo —respondió Xochi—.¿Por qué?

—Porque estuvo aquí. Hace cuatro o cincosemanas, en el patio de esta casa.

—¿Aquí?—Buscaba a Kira —prosiguió—, pero

también a Nandita. Tenía una foto de ambas,antes del Brote; estaban de pie delante deledificio de ParaGen.

Xochi se quedó helada.—Nandita no conocía a Kira antes del

Brote.—Eso creía yo también —dijo Marcus—.

¿Alguna de ellas mencionó algo alguna vez?

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—Nandita hablaba de cómo había conocidoa las chicas —farfulló Xochi—. Contaba unasanécdotas de cómo las había encontrado, unapor una…

—¿Y qué contaba de Kira?Xochi empujó su labio inferior hacia afuera,

pensativa.—La encontró en el continente —respondió

—, en un campamento de refugiados. Un díallegó un gran grupo de soldados,estadounidenses o de NADI o lo que fueran,con muchos sobrevivientes que habían recogido,y Nandita vio a Kira insultando a uno de losguardias porque no tenían flan.

—¿Insultándolo? —repitió Marcus,arqueando una ceja.

—Conoces a Kira —rio Xochi—. Esapasionada ahora, y ya lo era en aquel entonces.Nandita la llamaba «Pequeña Explosión».Además, tenía cinco años y acababa de pasarquién sabe cuánto tiempo sin nadie con quienhablar más que los soldados; probablementetenía un vocabulario monstruoso. El soldado no

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dejaba de pedirle disculpas por lo del flan, yaquella niñita seguía poniendo seriamente enduda la moral de su madre; entonces intervinoNandita para enseñarle modales —Xochi sonrió,con expresión distante—. Creo que la situaciónle pareció demasiado adorable para dejarlapasar, pero siempre insistió en que lo hizo paraenseñarle.

—¿Para enseñarle?—Solo hablaba de eso —prosiguió—, desde

que la conocí. Decía que tenía que enseñar asus niñas. No sé qué cosa; a mí me enseñóherbolaria.

—Si Nandita conocía a Kira desde antes —dijo Marcus—, ¿por qué habrá fingido locontrario?

—Dijiste que en la foto estaban delante deun edificio de ParaGen, ¿no?

—Sí.—Bueno, pues, si ella tuvo algo que ver con

ParaGen, no es tan sorprendente que hayaguardado el secreto. A algunos de susempleados los lincharon en los primeros días

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después del Brote, hasta que el Senado seorganizó y empezó a imponer el orden. Si yohubiera trabajado para la compañía que creó alos Parciales, aunque hubiera sido empleada delimpieza, no se lo habría contado a nadie.

—Pero ¿qué tiene que ver eso con Kira? —preguntó Marcus.

—Estoy tratando de dilucidarlo —respondió,y frunció la boca—. A ver qué te parece esto: alllegar a esta isla nadie conocía a los demás. Lapoblación de Estados Unidos cayó decuatrocientos cincuenta millones a cuarenta mil.Es más o menos una de cada mil doscientaspersonas. La probabilidad de que alguna de ellasconociera a otra era ridícula, y en los pocoscasos en que dos sobrevivientes sí se conocían,como Jayden y Madison, el doctor Skousen losinterrogaba como a nadie, tratando de hallaralgún factor correlativo de supervivencia. SiNandita declaraba que conocía a Kira desdeantes, no la habrían dejado en paz hastaaveriguar hasta el último dato. Y si alguno deesos datos decía que Nandita trabajaba en

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ParaGen, es probable que haya tenido mucharazón en tener miedo de que la apresaran einterrogaran, o peor, que la mataran, si la genteestaba lo bastante furiosa.

—Hasta el último dato —repitió Marcus,casi para sí mismo—. Casi deseo que lohubieran hecho.

—¿Que la hubieran matado?—Que la hubieran interrogado —aclaró

Marcus. Apoyó un dedo en una mesita y sepuso a trazar con él las vetas de la madera—.Hasta el último dato sobre las dos personas quelos Parciales buscan a tal punto que estándispuestos a dar vuelta esta isla —asintió—; sí,casi deseo que lo hubieran hecho.

—Tienes que informar al Senado sobreHeron —dijo Xochi.

—Se lo dije a Mkele —respondió—. No soyestúpido. Mkele está buscando a Nandita, perono estoy muy ansioso de contarle al Senado queestuve en contacto con el enemigo —movió eldedo lentamente en torno a las volutas de unnudo—. Creo que aún tenemos miedo de que

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nos linchen. Miedo de que nos atrapen. ¿Sabeslo que me dijeron las demás?

Xochi lo miró con recelo.—¿Cuáles demás?—Tus otras hermanas —dijo Marcus—,

Madison e Isolde. Fueron evacuadas en elprimer grupo para proteger a los niños; por esohablé con ellas brevemente antes de que sefueran. Dijeron que Kira no fue la primera niñaque Nandita adoptó.

—¿En serio? Digo, nunca supuse que lofuera hasta que empezamos a hablar de esafoto, pero ahora me parece raro que no lo fuera.

—Cuando llegó Kira, ya tenía a Ariel.Xochi asintió, como si ese dato fuera

especialmente profundo.—Ariel se mudó hace un par de años —dijo

—, antes de que yo viniera a vivir aquí. No laconocí bien, pero nunca se llevó bien con lasotras chicas, y le tenía un odio increíble aNandita.

Marcus las contó con los dedos.—Ariel, en Filadelfia; Kira, en un

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campamento de refugiados; Isolde, aquí, en laisla, y Madison, un año más tarde, cuandoJayden tuvo varicela: él se quedó en cuarentena,Madison se alojó aquí, y la situación resultó tanbien que nunca se fue. Madison me dijo queNandita peleó como una leona para que ladejaran mudarse aquí y no a otra parte.

—¿Por qué?—Nadie lo sabe —respondió Marcus—.

Pero Madison sí recuerda lo primero que le dijoNandita cuando la trajo a la casa: «Ahorapuedes enseñarme a mí».

—Y eso ¿qué significa? —preguntó,sorprendida.

—No lo sé —dijo Marcus, poniéndose depie—, pero solo queda una persona a quienpreguntarle —se dirigió a la puerta y quitó elcerrojo—. Tú ve al punto de reunión. Iré abuscar a Ariel.

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CAPÍTULO DIECIOCHO

Kira y Afa estaban esperando en el puenteGeorge Washington con varios equipos cuandoSamm y Heron aparecieron por fin con loscaballos, no justo al mediodía pero sí pocodespués. Afa, desde luego, traía su mochila,cargada a reventar con originales y copias detodos los documentos más importantes. Siocurría lo peor y su colección de archivosresultaba atacada o destruida, en su mochilatenía suficiente para… Kira no estaba segurapara qué. Para escribir un muy buen libro dehistoria sobre el fin del mundo. Lo quenecesitaban ahora eran las respuestas que ledieran sentido a todo: ¿Qué era el Seguro? ¿Porqué el Consorcio había acabado con el mundo?

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Y ¿cómo podían aprovechar ese conocimientopara salvar lo que quedaba?

—Es demasiado —dijo Heron, al tiempo quedetenía a su caballo. El animal relinchó, agitado—. Tendremos que dejar la mayor parte.

—Ya pensé en eso —respondió Kira,señalando algunas de las cajas con un gesto—.Afa insistió en traer algunos de sus archivosmás grandes, pero le dije que quizá no hubieralugar. Si quitamos todo eso, no está tan mal.

—Necesitamos otro caballo —dijo Afa,aunque estaba rehuyendo a los cuatro que teníadelante—. Necesitamos uno de carga, como…un transporte. Un portaequipaje para todas miscajas.

—Tendremos que dejarlas —dijo Samm,mientras se apeaba del caballo. Revisó lasdemás provisiones y asintió con aprobación—;comida, agua, municiones… y esto, ¿qué es?

—Es una radio —respondió Kira—. Quieroestar segura de que, llegado el caso, tendremosuna manera de comunicarnos.

—Es demasiado pequeña —observó Heron

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—. Con eso no podremos hablar con nadie.—Afa montó repetidoras por toda la zona

—dijo Kira—. Eso era el edificio de Asharoken,y el contiguo adonde conocimos a Samm.

—Donde capturaron a Samm —la corrigióHeron, con una levísima insinuación de sonrisaen los labios.

—Un momento —dijo Samm—. Todos esosedificios preparados, todas las explosiones,¿eran repetidoras de radio?

—Yo las monté —dijo Afa, mientrasreorganizaba las montañas de equipos—. Noquería que nadie las encontrara.

—¿Mataste gente por unas repetidoras deradio? —preguntó Samm.

—Y depósitos de archivos —añadió Kira—.La mayoría también eran refugios temporales.

—Eso no lo hace mejor —replicó Samm.—Ayer sabías que era un lunático paranoico

—le dijo Heron—. ¿Por qué ahora es distinto?—Porque está mal —respondió.—¿Y ayer no lo estaba?—Lo siento —dijo Kira—. Yo también perdí

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amigos por esas bombas.—Esas bombas, no: sus bombas.—Y a mí tampoco me agrada eso —insistió

Kira—. Exageró los cuidados y mató a personasinocentes, pero ¿sabes qué? ¿Qué bando no hahecho eso en esta estúpida guerra?

—Él no es un bando —repuso Samm—, esun comodín.

—Un comodín que necesitamos —dijoHeron—. Ayer lo aceptamos, y hoy vamos aseguir con el plan. Está desarmado; no lo dejescolocar ninguna bomba y estarás a salvo.

Samm la miró, enojado, pero no puso másobjeciones y, junto a Kira, comenzó a cargar elequipo en los caballos.

—Vamos a tener que montar otra repetidoraen los Apalaches —dijo Afa, mientras colocabacuidadosamente la radio en su alforja—. Notenemos nada que pueda enviar una señalconfiable por encima de una montaña.

—¿Esa también la vas a preparar conexplosivos? —preguntó Samm.

—¿Cómo sabes que traje explosivos? —le

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preguntó Afa, con el ceño fruncido—. Kira dijoque no podía traerlos.

—No puedes —respondió Samm; se puso arevisar todo con ferocidad, y por fin sacó unladrillo de C4 de un paquete lleno de comida. Selo mostró a Heron—. ¿Ves? En esto nosestamos metiendo.

—Pues revisa el resto y cerciórate de queno haya más —dijo la chica, que tomó el ladrilloy lo arrojó por el costado del puente. Aúnestaban sobre la ciudad, no sobre el agua, demanera que voló por el aire hasta que se estrellóen el pavimento.

Samm inspeccionó todo lo que habían traído,incluso la mochila de Afa, y cuando al fin quedósatisfecho, montaron y se dirigieron al oeste,cruzaron el puente y salieron a la zona salvaje: loque antes había sido Nueva Jersey. Kira miróatrás, hacia las cajas de archivos que habíanquedado abandonadas a un costado del camino.

—Viejos correos de ParaGen —dijo—.Quien los encuentre se llevará una extrañasorpresa.

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—Si alguien los encuentra —dijo Heron—,es que no hemos disimulado bien nuestrapartida.

Hacía años que Kira montaba a caballo,especialmente en las incursiones de rescate porEast Meadow y sus alrededores, así que losprimeros días del viaje se le hicieron fáciles.Heron y Samm también resultaron ser buenosjinetes, pero Afa, para sorpresa de nadie, no loera, y eso hizo que al principio la marcha fueralenta. Además, mientras cabalgaba, conversabade manera extraña y desarticulada: en unmomento hablaba de gatos y luego, desubrutinas de antivirus para Internet. Kira loescuchaba sin poner mucha atención, pues enlas últimas tres semanas había aprendido que, enrealidad, lo único que Afa quería hacer era decircosas en voz alta; llevaba demasiado tiempo solopara esperar una respuesta, y ella habíaempezado a sospechar que, aunque no hubiera

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nadie que lo escuchara, hablaría solo de todosmodos. Samm y Heron escudriñaban elhorizonte, observando el camino que losaguardaba y los edificios a los costados enbusca de señales de una emboscada. No eraprobable que la hubiera allí afuera; que ellossupieran, nadie vivía de ese lado de la ciudad nien ninguna otra parte del continente, pero eramejor prevenir que curar. El camino se curvabahacia el norte, luego al sur y nuevamente alnorte, serpenteando con indolencia por losdensos suburbios de Nueva Jersey. Al caer lanoche, aún estaban en zona urbana, con edificiosde oficinas, tiendas y apartamentos por todoslados. Pasaron la noche en un comercio deautopartes, con los caballos amarrados a unasestanterías altas para neumáticos. Heron tomóel primer turno para montar guardia, y Kira notóque los vigilaba a Afa y a ella tanto como acualquier cosa que pudiera estar acercándosedesde afuera.

Kira despertó en mitad de la noche,momentáneamente desorientada, pero al

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acostumbrársele los ojos y recordar dónde seencontraba, vio que ahora Samm estabamontando guardia, sentado sobre un escritorioen el rincón. Kira se incorporó y abrazó susrodillas con frío.

—Hola —susurró.—Hola —respondió Samm.Kira se quedó sentada, mirándolo, sin saber

bien qué decir ni cómo decirlo.—Gracias por regresar.—Tú me pediste que lo hiciera.—Digo, gracias por volver a buscarme. No

tenías por qué hacerlo.—También me pediste que hiciera eso —

respondió Samm—. Dijimos que averiguaríamoslo que pudiéramos, y luego volveríamos areunirnos para comparar notas.

—Es cierto —dijo ella, y se recostó contrala pared—. Y bien, ¿qué sabes?

—Que estamos muriendo.—Sí… por la fecha de vencimiento.—Tú dices eso, pero ¿de verdad entiendes

lo que significa?

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—Que los Parciales mueren a los veinteaños.

—La primera serie de Parciales llegó a laGuerra de Aislamiento hace veintiún años —dijo—. Fueron creados el año anterior. Todosnuestros líderes, nuestros veteranos de guerraya están muertos. Son lo más cercano quetenemos a nuestros ancestros —hizo otra pausa—. Yo fui parte del último grupo que se creó, ycumplo diecinueve en unos meses. Heron yatiene diecinueve. ¿Sabes cuántos quedamos?

—Siempre hablamos de «un millón deParciales» —dijo Kira—. «Hay un millón deParciales del otro lado del estrecho». Supongoque eso ya no es así, ¿verdad?

—Perdimos a más de la mitad.Kira acercó más las rodillas al pecho; de

pronto sentía más frío. La habitación le parecíapequeña y frágil, como una casa de cartón apunto de derrumbarse por el viento.

Quinientos mil muertos, pensó. Más dequinientos mil. La sola dimensión del número,casi veinte veces la población humana, la aterró.

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Su siguiente reflexión se presentó sin quererlo:No falta mucho para que estemos a mano.

Inmediatamente, se sintió terrible, porpensarlo siquiera. No quería que muriera nadiemás, fuera humano o Parcial, y por supuestotampoco quería «estar a mano». Antes habíaestado enojada con ellos, antes de empezar aentenderlos, pero eso ya había quedado atrás.¿O no? Al fin y al cabo, era una Parcial. Se leocurrió que quizá también tendría queenfrentarse a una fecha de vencimiento… y unmomento después se dio cuenta de que era tandiferente de los demás Parciales que tal vez notenía vencimiento. La primera idea laestremeció, pero la segunda la llenó de unatristeza profunda y vacía. La última de losParciales. La última de mi gente.

¿De qué lado estoy?Miró a Samm, que tenía la espalda contra la

pared, una pierna colgando del escritorio y elfusil tranquilamente apoyado a su lado. Era unprotector, un guardián que velaba por ellosmientras estaban indefensos. Si alguien

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intentaba atacarlos, no solo él lo vería primero,sino que además lo verían primero a él. Se habíacolocado en posición de riesgo para proteger auna chica a quien apenas conocía y a un hombreque no le agradaba y en quien no confiaba. Eraun Parcial, pero a la vez era un amigo.

Ese es el problema, pensó. Seguimospensando que hay dos bandos. No puedehaberlos, ya no.

De pronto sintió deseos de acercarse a él,de acompañarlo a montar guardia, de compartirun poco de calor corporal en el frío intenso de lanoche. Pero no lo hizo. Se cubrió con la mantahasta el mentón y habló.

—Lo resolveremos —dijo—. Vamos aencontrar al Consorcio y sus archivos, vamos aaveriguar no solo por qué hicieron esto sinocómo… cómo podemos revocar la fecha devencimiento, cómo podemos sintetizar la curadel RM. Sea yo lo que sea, y sea cual sea elpapel que me toca cumplir en esto. Ellos yasabían lo que sucedería, de una u otra manera, ycuando lo averigüemos podremos salvar a todos.

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—Por eso regresé —dijo Samm.—¿Para salvar al mundo?—Yo ni siquiera sabría por dónde empezar

—respondió. Su rostro era una máscara ensombras—. Vine para ayudarte. Eres la únicaque puede hacerlo.

Kira se envolvió más en la manta, tapándoseel cuello y los hombros. A veces un voto deconfianza puede ser lo más exasperante delmundo.

Con la primera luz del alba, empacaron y sepusieron en marcha, no sin antes alimentar y darde beber a los caballos para el viaje. Almediodía la ciudad casi había desaparecido, ypasaron la tarde en una zona rural, con densosbosques que, lenta pero implacablemente, ibandominando los pueblos anidados en las colinas.El parloteo constante de Afa también se fueapagando, como si la extensión de terrenosagrestes lo hiciera sentir incómodo. De vez en

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cuando, Kira lo oía murmurar para sí, pero nocaptaba lo que decía.

Kira no sabía cómo se llamaba su caballo,pues los habían robado, y pasó el resto del díatratando de hallar un nombre apropiado. El deSamm era porfiado y terco, de modo que quisollamarlo Haru, pero sabía que ninguno de susacompañantes apreciaría el chiste. Reflexionóque, para el caso, bien podría llamarse Xochi oKira. Finalmente se decidió por Buddy, un chicoa quien había conocido en la escuela y quepeleaba con los maestros casi por principio,porque eran la autoridad. El caballo de Sammtenía la misma actitud. El de Heron, en cambio,parecía casi decidido a obedecerla, o quizá erasimplemente que ella sabía controlarlo mejor.Buscando siempre entre sus conocidos, Kira lollamó Dug, por un alumno muy estudioso de sucurso de medicina. A su propio caballo, un pocotonto y tramposo, lo llamó Bobo y a la pobrecabalgadura de Afa, Odd u Oddjob, o cualquiervariante de ese nombre, según le diera la gana.Si Heron era la mejor jinete, Afa era el peor, y a

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veces el pobre animal parecía tan confundidocomo él: alzaba y bajaba la cabeza, caminaba decostado y hacía que Afa mascullara confrustración. Era casi gracioso, pero losretrasaba, y Kira trataba de darle consejos deequitación cada vez que podía, pero no parecíanservirle.

Ya casi estaba cayendo la noche cuandooyeron un grito de ayuda.

—Alto —indicó Samm, al tiempo que tirabade las riendas para detener a Buddy. Los demáspararon con él y aguzaron el oído al viento. Odddaba pisotones y resoplaba, y Heron miró a Afacon irritación. Kira intentó concentrarse, y volvióa oír la voz.

—¡Socorro!—Viene de allá —dijo Samm, señalando un

barranco que había al costado del camino. Entodas esas colinas había lagos, y durante siglos,riachuelos y arroyos habían ido trazandosenderos entre ellos. El barranco en cuestiónestaba cubierto por una espesura de árboles ymatorrales.

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—No importa —dijo Heron—. No tenemostiempo de detenernos.

—Alguien está en problemas —respondióKira—. No podemos dejarlo.

—Sí podemos —replicó ella.—Es un Parcial —dijo Afa—. Soy el último

ser humano del planeta.—No —lo contradijo Samm—. No estoy

enlazándome con nadie.—Tal vez esté demasiado lejos —sugirió

Kira.—O con el viento en contra —agregó

Heron—. Como sea, no me gusta; a cualquierhumano le gustaría tender una emboscada a ungrupo de Parciales, y sabemos que nuestrafacción no está tan al oeste.

—¿No dijiste que ya no tenías facción? —lepreguntó Kira. Heron se limitó a mirarla conenojo.

—Heron tiene razón —dijo Samm—. Nopodemos perder tiempo ni correr el riesgo.

—¡Socorro!El grito era lejano y no se oía bien, pero

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parecía la voz de una mujer joven. Kira apretólos dientes. Sabía que tenían razón, pero…

—Podría estar muriéndose —dijo—. Noquiero dormir esta noche acosada por el grito deauxilio de una moribunda.

—¿Quieres poder dormir? —le preguntóHeron, y esta vez fue Kira quien la miró conenojo.

—Sigamos adelante —dijo Samm, yacicateó a Buddy con las rodillas. El animalarrancó, y Bobo lo siguió sin esperar la orden. Yentonces…

—¡Socorro!—Yo voy —dijo Kira; tomó las riendas e

hizo girar a Bobo hacia el costado del camino—.Ustedes pueden venir si quieren.

—¿Por qué solo dice «socorro»? —preguntóAfa.

—Porque necesita ayuda —respondió Kira,mientras desmontaba al costado del camino. Lapendiente era empinada y estaba cubierta dearbustos, no creía que el caballo pudiera bajarcon la escasa luz que quedaba. Ató las riendas a

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una señal del camino y tomó su fusil.—Creo que debería gritar «Ayúdenme» —

comentó Afa—, o «¿Hay alguien allí?».—Oyeron nuestros caballos —dijo Samm,

que de pronto sacudió la cabeza y maldijo por lobajo—. Kira, voy contigo.

—¿Puedo quedarme con sus cosas cuandoestén muertos? —preguntó Heron, inmóvil sobresu caballo.

—Tú eres la espía —respondió Samm,señalando las colinas más abajo—. Rodéalosy… no sé, ayúdanos.

—Está oscureciendo —dijo Heron—, yasaben que estamos aquí, y nosotros no sabemosdónde están, cuántos son, qué armas tienen niqué están haciendo. Quieres que los rodee, nosé, ¿por arte de magia?

—Entonces quédate y vigila a los caballos—dijo Kira—. Volveremos pronto.

Saltó el cerco al costado del camino, seguidade cerca por Samm, y bajaron la pendiente concuidado. La maleza era densa y le trababa lasbotas, y el camino era tan empinado que Kira

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tuvo que aferrarse a los arbustos para nocaerse, y acabó por bajar casi en cuatro patas.El fondo no estaba mejor: la maleza llegabahasta la orilla.

Volvieron a oír el grito, cerca de unaquebrada angosta. Kira decidió que, de todosmodos, no estarían ocultos mucho tiempo más ygritó:

—¡Resiste, ya vamos!—No sé cómo pudieron llegar hasta allí —

dijo Samm, luchando con la maleza detrás deella. Casi al instante, Kira tropezó con unsendero angosto, y Samm chocó con ella alhacer lo mismo—. Un sendero de animales —observó—. ¿Ciervos?

—Perros salvajes —respondió Kira,observando la tierra gastada—. He visto antesesta clase de sendero.

—Debe ser un cazador herido o algo así,pero ¿quién sigue un sendero de perros?

Volvieron a oír el grito, esta vez más cerca,y Kira notó algo raro en la voz; parecíadistorsionada. Apretó el paso. La quebrada se

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convirtió en un barranco empinado; a la derechaapareció un muro gigante de piedra y, alrodearlo, encontraron un pequeño claro, de unosdos metros de ancho. En el centro había unenorme perro marrón. Kira se detuvo,sorprendida, mientras el animal la miraba concalma.

Samm llegó detrás de ella, vio al animal ylanzó una palabrota.

—¿Qué? —susurró Kira.—¡Socorro! —dijo el perro, y esbozó una

sonrisa aterradoramente humana—. ¡Socorro!—Atrás —dijo Samm, pero en ese momento

los arbustos que los rodeaban parecieron estallarcon más perros, monstruos pesados ymusculosos que les saltaron al pecho y laespalda para voltearlos. Samm cayó bajo dos deellos, y Kira apenas alcanzó a sostenerse justo atiempo, pero recibió una mordida profunda en elbrazo. Otro perro jaló sus piernas y logródesestabilizarla. Ella disparó con frenesímientras caía. El perro más cercano retrocediócon un grito de dolor, herido en el hombro, pero

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otro se abalanzó en su lugar y le lanzó untarascón hambriento a la garganta.

—¡Samm, ayúdame! —gritó. Sintió unosdientes filosos en la pierna, y más en laclavícula; su gruesa chaqueta de viaje apenasimpedía que los colmillos de la bestia leperforaran la carne. A su lado, los perros quehabían atacado a Samm estaban forcejeando ygruñendo, lanzando tarascones a granel, y Kirase preguntó por qué aún no lo habíaninmovilizado como a ella. Trató de levantar sufusil, pero vio que los perros también lo habíansujetado: un enorme animal lo sostenía contra elsuelo con su propio peso. Ella disparó de todosmodos, con la esperanza de que se asustara yhuyera. El disparo levantó polvareda en el suelo,y un perro que estaba del otro lado del clarosaltó a un lado con un aullido, pero la bestiaenorme que retenía el fusil solo gruñó a Kira,exhibiendo sus colmillos como guadañas.

El perro café a cuyo llamado habían acudidosaltó sobre el pecho de Kira y la dejó sin aire,luego se abalanzó hacia su garganta para

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terminar con ella. Pero cuando le faltaban pocoscentímetros cayó a un lado, y Kira sintió unchorro de sangre caliente sobre su pecho. Allevantar la vista, vio a Samm de pie a su lado,sin su fusil y con un cuchillo de caza empapadoen sangre en las manos. Le dio una estocada alperro que estaba junto al hombro de Kira, peroel enorme animal saltó hacia él y volvió aderribarlo. Ella recogió su fusil y otro perro seacercó de un salto para arrebatárselo, sujetandoel cañón con la mandíbula y presionándolo conlas patas contra el pecho de Kira para apartarlode los animales que amenazaban a Samm.Estaban atrapados.

Kira oyó un disparo detrás y vio que el perrocaía sin vida a sus pies; otro proyectil atravesólimpiamente la espalda del que sostenía el fusil, yel animal se desplomó sobre ella como una rocapeluda. La miraba a los ojos, mientras la vida loabandonaba, y susurró dos palabras con una vozhorrible e inhumana:

—Por favor.El animal murió con los ojos abiertos a unos

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diez centímetros de los de Kira. Ella lo miróaterrada, sin poder articular palabra alguna,aferrada al fusil como si se tratara de unsalvavidas. Oyó otro disparo y de pronto losperros estaban ladrando más que gruñendo; eransonidos cortos de comunicación. La manada diomedia vuelta y huyó, y el más grande se demorósolo para gruñir «Maldito» antes de perderseentre los árboles.

Apareció Heron, con su arma en el hombro.Saludó a Kira con un movimiento de la cabeza yde una patada le quitó de encima al animalmuerto.

Incluso estando libre, Kira no pudo moverse.—¿Ese perro acaba de decirme «maldito»?

—preguntó Samm.—Debemos irnos antes de que se reagrupen

—dijo Heron—. Vamos.—¿Qué…? —por fin, Kira pudo hablar.—Tenemos que irnos ahora —repitió Samm,

y le extendió una mano cubierta de barro ysangre—. Si logran aventajarnos, estamosmuertos.

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Ella tomó su mano y se puso de pie condificultad.

—¿Qué diablos está pasando?—Perros Guardianes —dijo Heron, mientras

los conducía a la salida, rodeando el muro deroca—. Los usábamos en la guerra.

—Son perros hiperinteligentes criados paraprestar asistencia en el campo de batalla —explicó Samm. Recuperó su fusil y se añadió ala fila detrás de Kira, caminando hacia atráspara mantener el fusil apuntado al sendero pordonde se había retirado la manada—. Son másgrandes, más aguerridos y tienen una capacidadbásica de habla. Allá los usábamos para todo.Debí reconocerlo apenas oí su voz, pero hapasado demasiado tiempo.

—¿Tenían perros monstruosos quehablaban?

—Los hizo ParaGen —respondió Samm—.Aparentemente, se volvieron salvajes.

Kira recordó el folleto que había visto en laoficina: mencionaba tanto un Perro Guardiáncomo un dragón. Miró al cielo, pero no vio

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acercarse nada dispuesto a destrozarla con susgarras feroces.

Además, había visto esas palabras, «PerroGuardián», en otra parte: en algunos informes debatalla que había leído en la biblioteca de Afa.Sacudió la cabeza, aturdida todavía, y siguiócaminando con dificultad por el sendero. No erasolo la palabra; ahora recordaba otra cosa, unaescena en su mente, uno de los pocos recuerdosque tenía de su padre. La había atacado unperro gigantesco, y él se había interpuesto parasalvarla. ¿Habría sido uno de estos, u otra cosa?

Lo peor era darse cuenta de que aquellabestia antinatural e inhumana provenía delmismo lugar que ella. Aunque se viera máshumana, su origen estaba más relacionado conel de esos Perros Guardianes que con el decualquier humano que hubiera conocido.

—Llevas doce años en Long Island —lerecordó Samm—. Es un entorno cerrado. Elresto del mundo ha cambiado.

—Tratan de rodearnos —dijo Heron—.¡Vámonos!

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Por favor, le había dicho el animalagonizante, y su cara se había quedado grabadaen la memoria de Kira. Aún conmovida, empezóa trepar.

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CAPÍTULO DIECINUEVE

Ariel McAdams había huido de la casa deNandita años atrás y se había ido a vivir sola enel lado sur de East Meadow, pero tras la muertede su bebé (casi todas las mujeres de LongIsland tenían uno o dos bebés muertos, debido ala Ley de Esperanza) se había marchado de laciudad. Marcus había encontrado una vagadirección en los archivos del hospital, y el hechode haberse quedado para buscar ese dato casi lehabía costado la libertad. Llevaba una radioportátil para escuchar los partes militares yhablar con Kira si alguna vez volvía a llamarlo, ylas noticias que oyó al abandonar East Meadoweran desalentadoras. El ejército Parcial habíatomado la isla apenas una hora después de su

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partida. No podía sino alejarse de allí. Volvió amirar la dirección que había anotado en unpapelito: «Una isla en Islip». No era muchainformación, pero era mejor que nada.

Por la radio también se enteró de que losParciales habían establecido un cerco en tornode East Meadow, de modo que gran parte de lapoblación había quedado atrapada allí antes depoder salir, y que estaban enviando equipos debúsqueda para que revisaran toda la isla y losllevaran a todos a ese lugar. Aun así, la isla eramuy grande y cien mil Parciales no podíanbuscar en todas partes a la vez. Marcusmantuvo un perfil bajo: jamás encendía fuego nicaminaba por espacios abiertos, y logró eludirloslos primeros días. Esto no va a durar mucho,pensó, pero si puedo encontrar a Ariel yesconderme en lugar de viajar, podré resistirmucho más.

La noche del segundo día, su radio cobróvida. Se le aceleró el corazón, pero pronto se diocuenta de que no era Kira ni otro informe de laguerrilla de la Red. Era la doctora Morgan.

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—Este es un mensaje general para losresidentes de Long Island —dijo Morgan—. Noqueríamos invadirlos, pero las circunstancias noshan obligado. Buscamos a una muchachallamada Kira Walker, dieciséis años,aproximadamente un metro setenta de estaturay pesa unos sesenta kilos. De ascendencia india,tez clara y cabello negro, aunque es posible quese lo haya cortado o teñido para disimular suidentidad. Entréguennos a esa chica y laocupación terminará; si siguen escondiéndola,ejecutaremos a uno de ustedes cada día. Lespedimos que no nos obliguen a hacer esto pormás tiempo que el necesario. Este mensaje sereproducirá en todas las frecuencias y serepetirá hasta que hayan cumplido con nuestrasinstrucciones. Gracias.

El mensaje terminó, y él se quedóescuchando, atónito, la estática que permanecíaen el aire.

Al cabo de un rato se silenció, Marcus giróel botón del sintonizador en busca de la siguientefrecuencia. Se estaba repitiendo el mensaje, tal

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como la mujer había anunciado, y él volvió aescucharlo, sin dar crédito a sus oídos. Lo siguióen cuatro canales más, como si estuviera segurode que todo era un sueño, de que no era cierto,pero siempre oía lo mismo: querían a Kira. Ymatarían a personas inocentes hastaencontrarla. Nada los detendría.

Esa noche, se puso a caminar de un lado aotro en su refugio improvisado, pensando en elmensaje. De eso se había tratado esa invasióndesde el comienzo; querían a Kira y estabandispuestos a todo por tenerla. ¿Por qué era tanimportante? ¿Para qué la necesitaban tanto?

¿Por qué Kira no se había comunicado conél?

No tenía paneles solares para su radio, puesel Senado y la Red se los habían incautado enlos primeros días posteriores al Brote, pero teníauna manivela y la hizo girar a más no poder paramantener la radio en funcionamiento. Sus díasempezaron a confundirse entre sí: caminabatodo el día en busca de Ariel y giraba lamanivela toda la noche, con la esperanza de que

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Kira lo contactara. Cuando llegó a Islip, buscóuna casa poco llamativa donde esconderse yconectó la radio a una bicicleta fija; mientraspedaleaba, escuchaba el siseo tenue de laestática radial, que recorría la casa. En susmomentos de mayor nerviosismo pensó en ir élmismo a Manhattan a buscarla, pues imaginabatoda clase de situaciones horribles: que la habíancapturado los Parciales o la habían devorado losleones, o simplemente había quedado atrapada alderrumbarse un edificio. Era una tontería queviajara sola, y él había sido un tonto alpermitírselo. Pero impedir que Kira hiciera unacosa era algo que él nunca había podido lograr.

La radio zumbaba, las ruedas chirriaban.Cuando el sol empezó a ponerse, descansó unrato para beber agua y comer una manzana quehabía arrancado de un árbol grande en el patio, yenseguida volvió a pedalear. Sabía que por lanoche era más probable que hubiera unallamada, pues a esa hora se hacía peligrosoviajar y Kira se detenía a descansar en algunaparte. Siguió pedaleando hasta pasada la

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medianoche. Las piernas le ardían, le palpitabanlos pies y tenía las manos ampolladas por elmanubrio. Se acostó, con la estática de la radioaún crujiendo en sus oídos, y se durmió.

Por la mañana pedaleó un poco más, ycuando se cansó de estar encerrado, salió atomar aire. Se frotó las pantorrillas doloridas yechó a andar, nuevamente en busca de Ariel.Una isla en Islip, pensó. El pueblo era enorme,pero solo tenía un sector de costa. Lo recorriótodo el día, con la radio en la mochila, buscandoalguna señal de vida humana. Al segundo díahalló una isla, y al tercero, una casa ocupada: elpasto cortado, una huerta cultivada, un porchecon signos de alguna vez haber estado cubiertode enredaderas, pero ahora bien limpio. Marcussubió los escalones de madera combados yllamó a la puerta.

No era una sorpresa oír que alguien cortabacartucho con una escopeta, así que Marcus ni seinmutó.

—¿Quién es?—Me llamo Marcus Valencio —respondió

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—. Nos hemos visto antes, pero hace algunosaños. Soy amigo de Kira.

Una pausa, y luego:—Vete.—Necesito hablar contigo —dijo Marcus.—Dije que te fueras.—Nandita desapareció…—Qué buena noticia.—Ariel, mira: no sé qué clase de

desavenencia tuviste con ellas; no sé por qué lasodias tanto. Puedo asegurarte que ellas no teodian. Pero no vine por eso; tampoco meenviaron, no voy a darles información ni adecirles que te visiten ni nada de eso. Y porsupuesto que no estoy tratando de encontrar aKira para entregarla. Solo trato de entenderalgo.

Ariel no respondió. Marcus esperó y esperó.Al cabo de un minuto, pensó que era probableque ella estuviera ignorándolo y dio media vueltapara marcharse, pero al hacerlo descubrió unpequeño banco en el porche; no era unahamaca, sino un asiento de madera donde

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sentarse a ver pasar el mundo. Le quitó un pocode polvo, se sentó y empezó a hablar.

—Lo primero que quiero preguntarte,suponiendo que me estás escuchando, es cómoconociste a Nandita. Hablé con las otras chicasa quienes adoptó, y todas me dicen que cuandola conocieron, ya vivías con ella. Isoldemencionó algo de Filadelfia, que allí estabascuando Nandita te encontró. De hecho, es elmismo lugar de donde procede Xochi, pero no sési eso significa algo. Lo que quiero saber es…¿de dónde viniste? ¿Cómo conociste a Nandita?¿Fue la historia de siempre: «la niñita perdidavagando por las calles»? Tenemos muchas deesas en la isla, una reconfortante cantidad, encierto modo extraño. Tu familia está muerta, tusvecinos también, tienes hambre o miedo o lo quesea y sales a buscar algo. En mi caso, fue leche.En casa había mucho cereal, y era lo único quesabía preparar a mis cinco años, así que comíaeso todos los días, pero pronto se me terminó laleche. Probé algunos otros bocados, comorevueltos con mantequilla y jalea, esa clase de

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cosas. Ni siquiera sabía usar el abrelatas —rio,y se enjugó una lágrima del rabillo del ojo—. Elcaso es que salí a buscar leche. No sé en dóndeesperaba conseguirla, y el mundo entero estabaa mi alcance, ¿no? Había cosas ardiendo, comoun auto y una farmacia, pero estaba enAlbuquerque y no había mucho follaje para quelas llamas se extendieran. Vi un par demangueras echando agua y agua y más agua;habían formado un arroyito en la alcantarilla.Pero no había nadie. Caminé hasta el comerciomás cercano que conocía (era de mi tío, unalmacén pequeño que estaba a unas cuadras decasa), pero estaba cerrado y no pude entrar, asíque seguí caminando y caminando, y toda laciudad estaba vacía. No había una sola persona.A la larga encontré un Walmart (si caminas losuficiente en una ciudad como esa, tarde otemprano encuentras uno) y entré a buscar laleche, y me crucé con un tipo al que jamás habíavisto en mi vida. Estaba llenando una carretillacon botellas de agua. Me miró y lo miré, y mesubió a la carretilla y me dio un paquete de

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embutidos. Hasta halló un poco de leche en elfondo del supermercado; era de larga vida, poreso aún no se había echado a perder, y comí untazón de cereales mientras él conseguía todo loque necesitaba. Se llamaba Tray, no sé suapellido. Él me llevó hasta la ciudad deOklahoma, donde al fin nos reunimos con laGuardia Nacional. Le perdí el rastro y,francamente, no sé siquiera si llegó aquí; meavergüenza decir que en los últimos años nopensé mucho en él. Supongo que, si está aquí,vive en el campo, en alguna parte, pescando oen una granja. Si viviera en la ciudad, lo habríavisto. Y no sé por qué te conté toda esta historia,salvo para decir que esa es la clase de genteque necesitamos, esa es la clase de gente quesomos. Nadie sobrevivió a menos que hayatrabajado con los demás, ayudándose unos aotros, y eso es lo que hizo del RM y del Brote elproceso de selección natural más excepcional dela historia. No sé cómo te encontró Nandita,pero lo hizo, te salvó y te trajo aquí, ahoradesapareció y solo estoy tratando de entender lo

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que pasa. ¿Qué sabía ella, qué hacía, por quéestaba aquí? ¿Por qué la buscan los Parciales?

—Nandita no me encontró en un Walmart—dijo Ariel por la ventana. Marcus se habíaserenado con el sonido de su propia voz, y esaspalabras lo sacaron de su ensimismamiento conun sobresalto. Las cortinas estaban cerradas ysu voz se oía apagada, pero clara—. Vino a micasa. Hacía unas veinticuatro horas que mispadres habían muerto. Vino y me llevó.

Marcus frunció el ceño, tratando de armar elrompecabezas.

—¿Crees que ella sabía que estabas allí?¿Que fue específicamente a buscarte?

—Creo que nunca me dejó despedirme.Marcus se volvió hacia ella, pero las cortinas

seguían bien cerradas.—Lo siento —dijo. Y agregó, porque no

había más que decir—: qué mal.Ariel no respondió.—Los Parciales la buscan —dijo Marcus—.

A Kira creo que la buscan por lo que hizo haceunos meses, pero a Nandita, porque creen que

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sabe algo. Y sí sabe algo… Ariel, vi una fotodonde ella y un tipo tenían a Kira entre los dos,frente a un complejo de ParaGen. Lo que seaque ella sabe tiene que ver con Kira, y losParciales nos han invadido para averiguar quées. Si tienes más información sobre esto… porfavor, dímela.

No hubo respuesta por un rato. Marcus oíala respiración superficial de Ariel detrás de lacortina, y esperó. De todos modos, no tenía otracosa que hacer.

—Nandita era científica —dijo Ariel por fin—. Hacía experimentos.

—¿Con Kira?—Con todas nosotras.

El interior de la casa de Ariel estaba lleno demacetas, observó Marcus.

—No sabía que fueras jardinera —le dijo,mientras sus ojos se acostumbraban poco a pocoa la oscuridad. Con tantas patrullas Parciales

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revisando la isla, la chica había cubierto todaslas ventanas lo mejor posible.

—Me crié con Nandita —respondió—. Lajardinería es una de las pocas cosas queconozco.

—¿Por eso la odias?—Ya te dije por qué la odio —dijo, bajando

el tono de voz.—Por los experimentos —dijo Marcus. La

miró—. ¿Estás lista para hablar de eso?—No —respondió, mirando hacia la calle—.

Pero eso no significa que no haya llegado lahora de hacerlo. —Cerró la puerta y lahabitación quedó sumida en la negrura.

Marcus dejó que sus ojos se adaptaran, y seconcentró en la silueta de Ariel.

—¿Qué clase de experimentos? ¿Por quélas otras chicas no dijeron nada de eso?

La voz de Ariel se aclaró.—¿Sabes cuánto hice para dejar atrás todo

eso? ¿Fingir que tengo una vida normal? Aceptéun trabajo que no necesitaba para mantenermeocupada; me embaracé dos años antes de que la

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Ley de Esperanza lo hiciera obligatorio. Hastaestoy acabando con la maleza de este estúpidojardín porque… porque eso hacía la gente antesdel Brote. Hice todo lo que pude, hasta evité amis propias hermanas…

—¿Qué pasó? —preguntó Marcus, en tonoapremiante—. ¿Qué fue tan malo?

—Todo empezaba en el desayuno —dijoAriel, mirando el suelo—. Nandita se levantabatemprano y nos preparaba té, de manzanilla,menta y esas cosas. Era herbolaria, obviamente,entonces tenía todo tipo de plantas en la casa yen el invernadero del fondo. Algunas cosaspodíamos tocarlas, como la manzanilla, perootras estaban en unos goteros de vidrio connúmeros en los costados, como frascos demuestras, y esos no podíamos tocarlos. Porentonces no me parecía extraño; nos regañabasolo cuando jugábamos en el invernadero. Perouna mañana me levanté temprano y bajé aayudarla con el desayuno, y vi que estabaponiéndole al té lo que había en los goteros. Nome habría llamado la atención; sin embargo,

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cuando le pregunté qué estaba haciendo pusocara de culpable. Le restó importancia; dijo queera un nuevo saborizante o algo así, pero nopude olvidar esa expresión en su rostro. Al díasiguiente volví a espiarla, y estaba haciendo lomismo, esta vez con otros goteros, mientrastomaba notas en un cuaderno.

—¿Alguna vez viste el cuaderno?—Sí. Una vez que entré al invernadero sin

ser vista, pero creo que ella se dio cuenta,porque nunca más volví a encontrar el cuaderno.No eran solamente notas sobre el té; hablaba denosotras, sobre la rapidez con que crecíamos,nuestro estado de salud, nuestra capacidadvisual y cosas por el estilo. Siempre nos hacíajugar a algo, como juegos de coordinación y dememoria, y después de ver ese cuaderno ya nopude jugar más a eso. No estaba divirtiéndosecon sus hijas: estaba poniéndonos a prueba.

—Tal vez lo hacía para… llevar la cuenta—dijo Marcus—. En realidad, no sé cómo debecomportarse un padre que se preocupa por sushijos; a lo mejor es normal.

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—No lo era —insistió Ariel—. Todo era unaprueba, un estudio u observación. No jugábamosa la pelota: nos la arrojaba para comprobarnuestros reflejos. No jugábamos a la mancha:hacíamos carreras entre nosotras por la calle.Cuando alguna se cortaba un dedo o se raspabala rodilla, ella se lo vendaba, pero no sin antesobservarla bien de cerca para ver hasta elmenor detalle.

—¿Por qué las otras chicas no dijeron nadade esto? Les pregunté todo lo que pude sobreNandita… todo lo que recordaran, lo que hacíanjuntas. No mencionaron nada de esto.

—Intenté hablar con ellas varias veces, perono me creyeron. Nunca vieron los goteros ni elcuaderno, y las carreras les parecían divertidas.

—Es que tú habías visto lo que pasaba entrebastidores —respondió Marcus—, por eso veíastodo con otra luz.

—Exacto.—Pero… —hizo una pausa para elegir con

cuidado sus palabras—. ¿Es posible…? No digoque seas mentirosa ni nada de eso, pero ¿es

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posible que aquello que viste de pequeña hayasido algo completamente inocente, y quesimplemente te hayas puesto… paranoica… yluego empezaste a ver algo insidioso donde no lohabía?

—¿Crees que no me lo pregunté cien vecespor día? —repuso Ariel—. Miles de veces medije que estaba loca, que era una ingrata, queestaba inventándolo todo, pero cada vez que lohacía, sucedía algo que me hacía pensar otravez. Todo lo que Nandita hacía era una maneraloca y retorcida de controlarnos, de hacer queactuáramos de cierta forma o pensáramos decierta manera; no sé qué.

—¿Cómo puedes estar segura de que eseera su propósito?

—Porque lo decía en el cuaderno —respondió Ariel—. Era sobre Madison y era unestudio de control.

—¿Qué decía?—Decía: «Madison: control». ¿Por qué te

cuesta tanto entenderlo?—Supongo que porque es… tan

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incongruente con lo que vi. ¿Se lo contaste aalguien?

Ariel bufó.—¿Alguna vez viste a una niña de ocho

años decirle a un adulto que su mamá trata decontrolarla?

—Pero al menos lo intentaste…—Claro que sí —respondió Ariel—. Probé

todo lo que pude, y de haber sabido entonces loque era el abuso sexual, también la habríaacusado de eso… cualquier cosa, con tal de salirde esa casa. Pero ella no nos lastimaba, mishermanas eran felices, y yo era Ariel, lapequeña cascarrabias. Nadie me creía, y al verque ni siquiera mis hermanas me creían, supuseque quizás el control ya estaba dando resultadoy Nandita les había anulado la mente o algopeor. Hice lo único que se me ocurrió: destruí elinvernadero.

Marcus frunció el ceño, pensando en elcomplejo invernadero del patio de Xochi.

—¿Ella misma reconstruyó eso?—Estás pensando en el nuevo —explicó

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Ariel—. Esto fue en la casa anterior. Lo hiceañicos con una barreta: cada vidrio, cadamaceta, cada cantero, cada gotero que encontré,aunque no estaban todos. Nandita prácticamenteexplotó cuando llegó a casa, lo cual me habríaencantado ver. Yo me escapé a una casa vacíaal otro lado de la ciudad, y pasó casi un meshasta que me encontraron. Supuse queNandita… bueno, no sé qué supuse que haría,pero no pensé que me llevaría de vuelta. Habíatenido tiempo para calmarse, supongo. Todavíaestaba furiosa, pero me llevó de vuelta.

—Porque te amaba —dijo Marcus,esperanzado.

—Porque me necesitaba para lo que fueraaquel experimento loco que estaba haciendo —lo corrigió Ariel—. No podía empezar de cerocon otra persona —suspiró y dio unos golpecitoscon los nudillos en los escalones de madera—.Era invierno, y en primavera nos mudamos. Elladijo que el agua había dañado la casa, pero porsupuesto, necesitaba un nuevo invernaderodonde cultivar sus hierbas. Me escapé algunas

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veces más pero, como «los niños son nuestrorecurso más preciado» y todo eso, siempre mellevaban de vuelta. Apenas tuve edad legal paravivir sola, me fui y nunca regresé.

—Tal vez los experimentos tenían que vercon el RM —dijo Marcus—. Viviste allí hasta¿qué edad? ¿Los dieciséis años?

—Sí.—Entonces ella llevó cuenta de todo, de los

cambios físicos, hasta la pubertad inclusive.—Seguramente.—Se me ocurre algo —dijo él—. Madison

tiene el único bebé vivo de la isla. Obviamente,gracias a que Kira halló la cura, pero ¿y si fueramás que eso? Es una coincidencia, por lomenos. ¿Crees que pueda haber sido por algoque hizo Nandita? Un sistema inmunitariomejorado, o un mayor… No sé, estoyadivinando. Pero quizá tenga que ver con lareproducción.

—No lo sé —respondió—. Hace años quetrato de no pensar en eso.

—Y ahora Nandita no está —prosiguió

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Marcus—. Desapareció por completo, seesfumó de la faz del planeta. Y sabes lo que esosignifica.

—¿Qué?—Que no está cuidando su casa —

respondió Marcus—. Y quizá haya dejadoalgunas de esas notas.

Ariel lo miró con suspicacia.—Eso está en East Meadow… ahora

controlado por los Parciales.Marcus asintió, y en su cara hubo un asomo

de aquella vieja sonrisa intrigante.—Allá están llevando a todos a los que

atrapan. Por eso nos va a resultar sumamentefácil llegar.

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CAPÍTULO VEINTE

—No puedo perder esta mochila —dijo Afa—.Soy el último ser humano del planeta.

—Se está poniendo peor —observó Samm.Buddy estaba más dócil y resoplaba,

mientras Samm le palmeaba el pescuezo. Kiraestaba convencida de que Buddy y Bobo eranhermanos, quizá porque eran del mismo color.

Llevaban una semana de viaje y seencontraban en medio de los Montes Apalaches.Afa había revisado una gran cantidad de mapas,marcando círculos y subrayando caminos,localidades y cumbres, y finalmente habíainsistido en que se desviaran hasta la altura delMonte Camelback, un gigante imponente queprometía un ascenso de trescientos metros. Allá

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había una repetidora de radio, afirmó, y con unode sus minipaneles solares Zoble podía volver aponerla en condiciones para mantener elcontacto con las radios de Long Island. Por unavez, Heron no puso objeciones, y subieron porun camino sinuoso que atravesaba lo queparecía un antiguo centro de esquí. Sin embargo,la cumbre fue una decepción: resultó que no erauna montaña, sino la avanzada de una inmensameseta que se extendía hacia el oeste, hastadonde los Parciales alcanzaban a ver. Heronrecorrió el lugar en busca de equipos quepudieran ser de utilidad, mientras Afa sedesplomaba con varios mapas y cálculoserróneos e insistía en que aquello estaba mal,que la montaña se encontraba allí y ellos estabanen el lugar equivocado. Tardaron casi dos horasen calmarlo, y solo lo lograron cuandoaccedieron a pasar la noche allí y montar elZoble de todos modos. Fuera una montaña o unameseta, el hecho era que había una repetidora, yKira se maravilló al ver el enorme enrejado de lavieja torre de metal. Afa les aseguró que había

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armado todo correctamente, pero anochecióantes de que terminara y no había manera deestar seguros hasta la mañana. La espera y laimposibilidad de hacer algo productivo pusoinquieta a Kira. Decidió cepillar a Bobo, ySamm la acompañó.

—Sé que lo necesitamos —dijo Samm envoz baja—. Solo que a estas alturas no sé si vaa servirnos de algo.

—¿Así lo ves? —le preguntó Kira—.¿Como una especie de herramienta?

—Sabes que no me refiero a eso —respondió—. Digo que estoy preocupado. Haceapenas una semana que salimos, y faltan por lomenos tres para llegar a Chicago, quizá más.Para entonces, será una piltrafa.

—Necesitamos mantenerlo tranquilo —repuso Kira y, como si hubiera estado esperandouna orden, Afa se puso de pie y se acercó a loscaballos con la mochila en los brazos.

—Tenemos que regresar —dijo, al tiempoque intentaba tomar la silla de montar de Oddjob

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con una sola mano—. Todos mis archivos, todolo que estamos buscando. Ya lo encontré, no esnecesario que vayamos a un centro de datos;tenemos que volver. Está todo allá, a salvo…

—Tranquilízate, Afa —le dijo Kira, mientrasle quitaba la silla con la mayor suavidad posible.El hombre estaba contagiando su agitación a loscaballos, y Samm hizo lo posible paramantenerlos en calma—. Ven aquí —le indicó.Ella lo tomó de la mano y lo llevó de regreso a lafogata—. Cuéntame sobre tu colección.

—Tú la viste —respondió Afa—, pero no laviste toda. No conociste la sala de sonido.

—Me encantó la sala de sonido —respondióella, con voz calma—. Allí tenías todos esoscorreos electrónicos de ParaGen.

Siguió haciéndolo hablar, con la esperanzade que el tema le levantara el ánimo, y al cabode casi media hora Afa pareció serenarse. Kirale extendió la bolsa de dormir y él se durmióabrazado a su mochila, como si esta fuera unosito de peluche.

—Está empeorando —volvió a decir Samm.

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—Lo cual es impresionante —acotó Heron—, tomando en cuenta lo mal que ya estaba.

—Yo lo estoy cuidando —dijo Kira—. Va allegar a Chicago.

—Hablas como si lo peor que pudiera pasares que se desmorone y no nos sirva —dijoHeron—. Creo que puede entrar en crisis ymatarnos. Ayer pensó que Samm quería robarlela mochila; anteayer, que tú tratabas de leerle lamente. Hoy me acusó dos veces de ser unaParcial.

—Eres una Parcial —le recordó Samm.—Con más razón, no quiero que se ponga

violento —repuso Heron—. En esta repetidorahay tres productos químicos distintos que sepodrían usar para fabricar una bomba, y lesgarantizo que este idiot savant sabe usar lostres. Es tan brillante como tú dijiste, pero estácompletamente quebrado, y no es unacombinación que me resulte cómoda en un viaje.

Kira observó a Heron a la luz del fuego,salpicada de lucecitas anaranjada y motasmarrones de oscuridad que bailaban sobre ella.

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Se veía cansada, y eso en sí mismo asustó aKira. Hasta entonces, la chica había sidoinvulnerable, más capaz de lo que Kira habríaesperado, pero si nunca dormía por temor a latraición de un demente…

—¿Qué quieres hacer? —le susurró Kira.—¿Yo? —preguntó—. Quiero ir a casa y

salvar a los Parciales. Pensé que lo había dejadoen claro.

—Tiene una pantalla en la mochila —dijoSamm— y una Tokamin para hacerla funcionar;eso también podría explicar sus problemasmentales, si lo afectó la radiación. En fin, quizápueda enseñarnos lo que tenemos que hacer enChicago, por si no llega.

—Mañana hablaré con él —dijo Kira—.Soy en la que más confía.

—Pero deja de querer leerle la mente —leadvirtió Heron—. Parece que eso le molesta.

Kira observó a los dos Parciales (a los otrosdos, se recordó) y se quedó pensando. ¿Quépasaría cuando llegaran a Chicago? ¿Estaríainfestada de Perros Guardianes, dragones o algo

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peor? ¿Acaso Afa los traicionaría, o lo haríaHeron? Por más que charlaran como amigos ybromearan, ella siempre se mantenía al margen,más como observadora que como participante.¿Qué cosa estaba observando? ¿Para quiénestaba haciéndolo?

Kira durmió recostada contra un árbol, deespaldas al fuego, con las manos sobre el fusil.Por la mañana probaron los paneles solares y larepetidora arrancó al instante. Afa lo habíaarmado todo a la perfección. Samm asintió y,aunque no lo dijo, a Kira le pareció que estabavisiblemente impresionado; sorprendido, casi concerteza, pero también impresionado.

—Buen trabajo —le dijo Kira a Afa,mientras lo palmeaba en la espalda.

—Los Zoble son muy duraderos —dijo él,aunque su voz parecía distinta—. Usan unamatriz de vaca loca con cristales de silicio paraaumentar la eficiencia.

Kira asintió, aunque no sabía muy biencuánto de esa respuesta había sido verdaderaciencia y cuánto pura incoherencia. La

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personalidad inteligente de Afa estabamezclándose con la infantil, lo cual, a la larga,podía ser bueno o malo. A ella le preocupabaque el andamiaje mental que le permitíafuncionar estuviera empezando a desmoronarse.

—Probemos la radio —le propuso.Afa la encendió y giró el dial con cuidado,

con los movimientos fáciles de una tarea técnicaque había hecho incontables veces. Giró yescuchó, giró y escuchó, hasta que por fin diocon una señal. Kira se acercó mientras Afa ledaba sintonía fina a la conexión.

—… retirado. Nuestras fuentes en la islainforman que solo…

—Parciales —dijo Heron.—¿Puedes distinguir cuáles? —preguntó

Kira.Afa las hizo callar, con la cabeza inclinada

hacia los altavoces.—… matando a uno nuevo cada día.—Del norte —dijo Heron—. Gente de

Trimble, de la Compañía B.—¿De qué están hablando? —preguntó

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Kira.Heron entornó los ojos.—Probablemente de la fecha de

vencimiento.—Tenemos que encontrar a Marcus —dijo

Kira, y apartó suavemente a Afa del dial.Durante la invasión, ella y Marcus habían

establecido una rutina rotativa de frecuenciaspara comunicarse, con la esperanza de que asífuera más difícil que los escucharan. Sumó losdías mentalmente, calculando qué frecuenciaestarían usando ese día, y esperó que él siguieraescuchando. Giró el dial y encendió elmicrófono.

—Cabeza Plana, aquí Phillips, ¿estás ahí?Cambio.

Apagó el micrófono y esperó una respuesta.—¿Cabeza Plana y Phillips? —preguntó

Heron, sonriendo con aire burlón.—Ese era su apodo en la escuela —explicó

Kira—. ¿Qué quieres que te diga? Tenía lacabeza un poco plana. Empecé a llamarlo asíhace un par de semanas, porque sabía que solo

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Marcus se daría cuenta de que el mensaje erapara él —se encogió de hombros—. Una capamás de seguridad paranoica. Y Phillips mepareció la opción natural para el otro apodo.

—Cabeza Plana y Phillips son dos tipos dedestornilladores —explicó Afa—. TambiénFrearson, hexagonal, Torx, y…

—Sí —lo interrumpió Samm, y le tocó elhombro para tranquilizarlo—, lo sabemos.

—¡No me toques! —chilló Afa,levantándose de un salto. Samm retrocedió—.¡Nunca dije que podías tocarme! —volvió achillar, con la cara roja de furia.

—Está bien, Afa —le dijo Kira, tratando decalmarlo—. No pasa nada, tranquilo… Voy allamar de nuevo, así que necesitamos silencio —el razonamiento de la necesidad técnica surtióefecto y Afa volvió a sentarse. Ella encendió elmicrófono—. Cabeza Plana, aquí Phillips, ¿meescuchas? Adelante, Cabeza Plana. Por favorresponde. Cambio.

Apagó el micrófono y se quedaronescuchando la estática.

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—Y Torx —dijo Afa en voz baja—, y depunta cuadrada, y Pozi, y Mortorq…

—Phillips, aquí Cabeza Plana —la voz deMarcus salía deformada y con estática, y lamano de Afa se extendió al instante paramejorar la sintonía. La voz aparecía ydesaparecía—: muy débil, dónde… en más deuna semana. Cambio.

La voz de Marcus dio lugar a una señalclara, y Kira esperó a que terminara; luegosonrió y encendió el micrófono.

—Perdón por el silencio, Cabeza Plana,estuvimos ocupados. Tuvimos que… —hizo unapausa para pensar la mejor manera de decirledónde estaban sin delatarse ante quien pudieraestar escuchando—, movernos. Mudar nuestrocampamento base; estaban muy cerca deencontrarnos. En adelante, nuestracomunicación será intermitente. Cambio.

—Es bueno saberlo —dijo Marcus—,estaba preocupado —hubo una larga pausa,pero él no había dicho «cambio» y Kira noestaba segura de si debía hablar de nuevo o no.

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Justo cuando iba a encender el micrófono,Marcus volvió a hablar—. ¿Sigues monitoreandoel tráfico radial? Cambio.

—Hemos tenido acceso intermitente, comodije —respondió—. ¿Qué pasa? Cambio.

Hubo otra pausa, y cuando Marcus habló, lohizo con voz dolida.

—La doctora Morgan se apoderó de la isla.La conquistó por completo; no la controla, comohizo Delarosa cuando tomó el poder; es másbien… un zoológico. Como un rancho. Estánarreando a todos los que encuentran, losmantienen cautivos aquí, en East Meadow, yluego los matan. Uno cada día —la voz deMarcus se había ido apagando hasta ser apenasun susurro desgarrado—. Cambio.

Kira ahogó una exclamación.—De eso hablaba la otra persona que oímos

—dijo Afa, y Kira lo hizo callar con un gestorápido de la mano. Pulsó el botón para hablar;sabía de antemano la respuesta a su pregunta,pero sentía la necesidad de formularla de todosmodos.

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—¿Por qué están matando gente? —vacilóunos segundos—. Cambio.

—Están buscando a Kira Walker —respondió Marcus. Aún se negaba a develar suidentidad, pero ella percibió el dolor en su voz ydeseó que nadie más estuviera escuchando esafrecuencia.

—Te advertí que las cosas se pondrían peor—dijo Heron. Señaló la radio—. A él también selo advertí.

—Cállate —dijo Kira.—Tienes que entregarte —insistió Heron.—¡Dije que te calles! —rugió Kira—.

Dame un minuto para pensar.—No le he dicho a nadie dónde está —

prosiguió Marcus, siguiendo con el engaño—.No es que sepa dónde pueda estar, pero no le hedicho a nadie lo que sí sé. Si se entrega… es porsu cuenta. Yo no tomaré esa decisión por ella.Cambio.

Kira se quedó mirando el aparato, como sipudiera abrirse por la mitad y revelar algunarespuesta milagrosa en su interior. Está

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matando a una persona por día, pensó. Todoslos días. Le pareció aterrador, horrible,desmesurado, pero… ¿acaso era realmente peorque lo que ya les estaba sucediendo a losParciales? Claro que a ellos no los estabanejecutando, pero aun así estaban muriendo. Ellale había insistido a Heron en que esa misión eramás importante que evitar aquellas muertes; queera más importante encontrar ParaGen,encontrar el Seguro. Ver qué respuestas teníapara ellos y resolver ese problema para siempre,para ambos bandos; no solo una mejoríatemporal sino una cura de verdad, permanente.Si estaba dispuesta a dejar atrás a los Parcialesmoribundos, también tenía que estar dispuesta adejar morir a los humanos, o todo sería unafalsedad. Solo mentiras.

Se estremeció, débil y asqueada por la ideade tanta muerte.

—No quiero estar en esta posición —dijo,con voz queda—. No quiero ser la que todosbuscan, la que tiene que elegir quién vive y quiénmuere.

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—Puedes rezongar o puedes solucionarlo —dijo Heron—. Regresa ahora; podrías salvar aambos: tendremos una oportunidad de curar elvencimiento de los Parciales y Morgan deja dematar a los humanos.

—Los salvaría por ahora —respondió Kira—. Yo quiero hacerlo para siempre —hizo unapausa, aún con la mirada fija en la radio, y sevolvió hacia Heron—. ¿Por qué estás aquí?

—Porque eres demasiado terca para dar lavuelta.

—Pero no tenías por qué venir con nosotros—insistió Kira—. Desde el comienzo estuvisteen contra de esta misión, pero viniste de todosmodos. ¿Por qué?

Heron miró a Samm.—Por la misma razón que tú —volvió a

mirar a Kira—. Por la misma razón por la que túconfiaste en mí: porque Samm confiaba en mí, yeso te bastó. Pues bien, Samm confía en ti, yeso me basta.

—¿Y si seguimos adelante?—Pensaré que eres una idiota —respondió

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Heron—, pero si aun así Samm confía en ti…—Estoy perdiendo tu señal —dijo Marcus.

Su voz también empezaba a deformarse—.¿Dónde estás? Cambio.

—No podemos decírtelo —respondió Kira.Ni siquiera puedo decirte con quiénes estoy—. Estamos buscando algo, y ojalá pudieracontarte más, pero… —se detuvo, sin saberbien qué decir, y por fin respondió—. Cambio.

Esperaron, pero no hubo respuesta.—Son condiciones atmosféricas pasajeras

—explicó Afa—. Quizá nuestra recepción sevio temporalmente mejorada o interrumpida pornubes o tormentas.

—Aún confío en ti —dijo Samm—. Si creesque estamos haciendo lo correcto, te seguiré.

Kira lo miró detenidamente, preguntándosequé veía Samm en ella que ella no veía. A lalarga se dio por vencida y sacudió la cabeza.

—¿Y el Seguro?—¿Qué hay con eso? —preguntó Samm.—No sabemos lo que es, pero la palabra

significa algo que no puede salir mal… o algo

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destinado a intervenir para arreglar las cosas.¿Y si el Seguro puede resolver todos nuestrosproblemas, y lo único que tenemos que hacer esencontrarlo y activarlo? —pensó en GraemeChamberlain, el integrante del Consorcio quehabía estado trabajado en eso y se habíasuicidado inmediatamente después determinarlo. Kira se estremeció a pesar del calor—. ¿Y si es algo horrible y, justo cuandopensamos que hemos resuelto todo, aparece elSeguro y lo vuelve a arruinar? No sabemos loque es. Podría ser cualquier cosa.

—¿Cómo sabes siquiera que es importante?—le preguntó Heron.

—Tiene que serlo —respondió—. ElConsorcio tenía algún tipo de plan. La cura de laenfermedad humana está en la feromonaParcial, y además estoy yo, una especie deParcial que vive en un asentamiento humano.Nada de esto es casual, y tenemos quedescubrir qué significa —hizo una pausa—.Debemos hacerlo. Es la misma discusión que yotenía con Mkele: el presente o el futuro. A veces

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hay que someter el presente a un infierno paraconseguir el futuro que queremos —se acercó laradio a la boca—. Seguiremos adelante —dijo,simplemente—. Cambio.

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CAPÍTULO VEINTIUNO

Otra manada de Perros Guardianes los siguiódesde el Monte Camelback hasta el ríoSusquehanna, pero nunca llegaron a atacarlos.Todas las noches Samm colgaba la comida y elequipo en las ramas de los árboles, y Heron yKira hacían lo posible por proteger a loscaballos. Afa dejó de dirigirle la palabra aSamm, y apenas hablaba con Heron; ambaschicas empezaban a sospechar que las pocasveces que lo hacía, la confundía con Kira.Estaba mejor por las mañanas, cuando tenía lamente descansada, pero cada día que pasaba sevolvía más receloso y furtivo. Kira comenzó aver emerger en él una tercera personalidad, unacruza peligrosa entre el niño confundido y el

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genio paranoico. Fue esa versión de Afa la quele robó un cuchillo a Kira e intentó apuñalar aSamm la siguiente vez que este se acercódemasiado a su mochila. Le quitaron el cuchillo,pero a Kira le preocupaba que a la larga elforcejeo fuera más perjudicial y alimentara sudesconfianza y su paranoia.

Mientras viajaban, Kira pensaba en suexperiencia con el enlace: en las veces quepodía percibir algo y en las que no. No lograbadescifrarlo, pero eso no significaba que notuviera sentido, sino solo que ella no tenía todaslas herramientas que necesitaba paraencontrárselo. Trataba de concentrarse, depercibir las emociones de Samm o detransmitirle algo, pero no podía, salvo cuandoestaban en alguna situación de mucho estrés,como en un combate. Al cabo de algunos díasde intentarlo sin resultados, directamente abordóel tema con Samm.

—Quiero que me enseñes a usar el enlace.Él la miró con actitud pasiva, aunque ella

sabía que debía estar transmitiéndole por el

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enlace algún dato que reflejaba su estadoemocional. ¿Estaba confundido? ¿Escéptico?Kira apretó los dientes y trató de percibirlo, perono pudo. O bien no logró distinguir la diferenciaentre eso y lo que ella creía estar percibiendointuitivamente.

—No se puede aprender a enlazarse —respondió Samm—. Es como… aprender a ver.O te funcionan los ojos o no te funcionan.

—Entonces quizá ya estoy haciéndolo y nopuedo reconocerlo. Enséñame cómo funciona,para poder darme cuenta cuando suceda.

Samm siguió cabalgando en silencio, y luegonegó con la cabeza; fue un gestosorprendentemente humano que habría asimiladode Kira o de Heron.

—No sé cómo describirlo, porque noimagino cómo sería no tenerlo —respondió—.Es como no tener ojos. Tú los usas para todo; lavista es tan importante para la vida de loshumanos y los Parciales que colorea todos losdemás aspectos de nuestra existencia. Inclusoeso: la palabra «colorea» como sinónimo de

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«afecta». Es una metáfora visual que describealgo no visual. Cuando imaginas a alguientratando de desenvolverse sin la vista, así escomo yo imagino a alguien tratando demanejarse sin el enlace.

—Pero la vista falla todo el tiempo —dijoKira—. Los ciegos pueden desenvolverseigualmente en la sociedad, y te aseguro queentienden las metáforas como esta de loscolores.

—Pero aun así la ceguera se considera unadiscapacidad —repuso Samm—, al menos entrelos Parciales.

—Entre los humanos también.—Pues ahí tienes —dijo—. Y nadie diría

que es una diferencia estilística; es literalmenteuna disminución de la capacidad.

—Mira esto —dijo Kira. Abrió los ojos,exagerando una expresión de sorpresa, y él noreaccionó—. ¿Viste?

—¿Qué cosa?—Acabo de abrir los ojos muy grandes.—Haces eso todo el tiempo —respondió

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Samm—. Mientras hablas, distintas partes de tucara y de tu cuerpo se mueven constantemente.Heron también lo hace. Yo pensaba que ellatenía temblores faciales.

Kira rio.—Eso se llama lenguaje corporal. La

mayoría de las señales sociales que ustedescomunican por medio de las feromonas, nosotroslas transmitimos con pequeños movimientosfaciales y gestos de las manos. Esto significaque estoy sorprendida —volvió a dilatar los ojos—. Así estoy escéptica —levantó una ceja—.Esto significa que no sé alguna cosa —seencogió de hombros, con las manos a loscostados y las palmas hacia arriba.

—¿Cómo hacen…? —Samm seinterrumpió, en el lapso en que un humanofrunciría el ceño o torcería la boca para debitarconfusión, y Kira supuso que estaríatransmitiendo «estoy confundido» por el enlace—. ¿Cómo enseñan eso? ¿Cuánto tarda unnuevo integrante de su cultura o un niño enaprender todas esas señas raras?

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Quiso imitar el encogimiento de hombros,pero le salió algo tieso y mecánico.

—Eso es como preguntarle a alguien quehabla alemán para qué se toma el trabajo deaprender todas esas palabras raras, si seríamucho más fácil hablar en español —respondióKira—. ¿Ustedes tienen que enseñarles losdatos del enlace a los nuevos Parciales?

—Hace años que no tenemos nuevosParciales —dijo Samm—; pero no, claro que no,y creo que entiendo a dónde quieres llegar. ¿Deveras este «lenguaje corporal» es tan inherentea los seres humanos como lo es el enlace paralos Parciales?

—Exactamente.—Pero entonces, ¿cómo…? —se

interrumpió, y Kira imaginó qué tipo de datosestaba expresando por el enlace—. Iba apreguntarte: «¿Cómo pueden entenderse por laradio cuando la mitad de su comunicación esvisual?», aunque supongo que el enlace tampocose transmite por la radio, de modo que en esoestamos parejos. Pero, por otro lado, los

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Parciales pueden entenderse aun en laoscuridad.

—Es cierto —respondió Kira—. Perotambién tenemos muchos indicios verbales queustedes no. Escucha estas dos oraciones: «¿Vasa comerte eso?» y «¿Vas a comerte eso?».

Samm se quedó mirándola, y Kira casi rio alverlo tan, supuso, confundido.

—Seguro que vas a decirme que ladiferencia de volumen cambia el significado dela oración. Para ese tipo de énfasis, nosotrosusamos el enlace.

—Pues parece que eso nos da una ventajaen la comunicación radial —dijo Kira, agitandolas cejas—. Quizá sea esa la clave para ganar laguerra.

Samm rio, y Kira se dio cuenta de que larisa, al menos, parecía ser bastante común entrelos Parciales. Probablemente no la necesitaban,ya que podían expresar diversión o humor pormedio del enlace, pero aun así reían. ¿Tal vez larisa estaba incorporada a algún segmentohumano de su genoma modificado? ¿O sería una

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reacción vestigial?—Basta de lenguaje corporal —dijo ella—.

Quiero practicar el enlace, así que dispara.—Disparar no hará que te resulte más fácil

detectar el enlace.—Es una expresión —explicó Kira—.

Envíame algo por el enlace, algún dato. Necesitoejercitar.

Pasaron los días siguientes practicando: Sammle enviaba mensajes feromonales sencillos yKira se esforzaba por sentirlos y reconocer quéemociones representaban. Un par de veces lepareció que podía percibirlos, pero la mayoríadel tiempo estaba completamente perdida.

Atravesaron los Apalaches por unacarretera ancha marcada con el número 80,desgastada y medio desmoronada en algunaspartes, pero en general intacta. Pudieronavanzar más rápido del otro lado del río, puesdejaron atrás a la manada de perros y,

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esperaban, también a cualquier otro posibleobservador. Con menos temor a un ataque,podían viajar más abiertamente, pero los tramosde campo abierto solo lograban acentuar en Afalo que Kira entendió como una crecienteagorafobia; él intentaba detenerse en casi todaslas ciudades, y se escondía dentro de librerías obibliotecas para revisar obsesivamente los libros.Gran parte de la zona estaba cubierta porcolinas bajas y largas, y Afa se sentía mejorcuando podían viajar entre ellas, actuandocómodo al abrigo de esas moles que, si bien noeran edificios, al menos limitaban su horizontevisual. Kira esperaba que tuvieran esa clase deterreno hasta llegar a Chicago, pero a medidaque avanzaban hacia el oeste se hacía más ymás llano. Cuando cruzaron el río Allegheny yvieron ante ellos las llanuras del Medio Oeste,los murmullos de Afa se hicieron másesporádicos y desorganizados. Al cruzar lafrontera entre Pensilvania y Ohio, Kira se diocuenta de que en realidad no hablaba sino quediscutía, mascullando furiosamente contra el

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coro de voces en su cabeza.Lo único que salvó a Afa en el Medio Oeste

fueron las ciudades, que allí eran más grandes yfrecuentes. Heron, en cambio, se volvía máscautelosa, siempre alerta ante un posible ataquede alguna fuerza que no hubieran visto. Semantuvieron lo más que pudieron sobre laInterestatal 80; pasaron por Youngstown ycontinuaron hacia el norte hasta un sitio llamadoCleveland. Ambas eran ciudades fantasmales,vacías, sin el kudzu que le daba aspecto dejungla al vecindario de Kira. Nueva Yorkpermanecía inmóvil y silenciosa, pero al menosla vegetación le proporcionaba una sensación devida. Aquí las ciudades estaban muertas,desnudas y medio desmoronadas, erosionadaspor el viento y las inclemencias del tiempo:monumentos que iban desdibujándose en unallanura vasta y despojada. Kira se sentía solanada más de mirarlas, y se alegró tanto comoHeron cuando las dejaron atrás. La carretera losllevó por la costa sur de un mar gris y ondeante,que Samm insistía en que era solo un lago; aun

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viéndolo en el mapa, a Kira le costaba creer queno fuera otra parte del océano que habíaconocido. Y, aunque nunca le había agradado —pues en sus costas se sentía pequeña y expuesta—, ahora sentía nostalgia por verlo. Echaba demenos a sus amigos, a Marcus. Bobo relinchó ysacudió sus crines, y ella lo palmeó en elpescuezo con gratitud. Jamás podría entendercómo el viejo mundo había podido manejarse sincaballos; no se podía acariciar a un auto.

En una ciudad llamada Toledo, el lago seencontraba con un río ancho que subía,serpenteante, desde el sur, y detuvieron loscaballos en la orilla de un barranco, más allá delcual había una caída de quince metros hasta elrío caudaloso. Ya no había más camino pordelante; abajo, en el río, yacían los escombrosdel puente de la I-80.

—¿Qué pasó aquí? —preguntó Kira. Elprecipicio la mareaba y el viento le agitaba elcabello—. Este puente parece demasiado nuevopara haberse desmoronado así.

—Mira las vigas —dijo Samm, señalando la

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infraestructura de metal que sobresalía,retorcida, del cemento de su lado de la costa—.Lo volaron.

—Eso te pondrá contento —dijo Heron aAfa, que estaba girando en círculos sobreOddjob, sin prestarles atención y murmurandoamenazas que Kira supuso que se dirigían solo amedias al caballo.

—Tendremos que buscar otro camino —dijoSamm, al tiempo que jalaba la rienda de Buddyhacia la izquierda para dar la vuelta.

Kira se quedó cerca del borde, escudriñandola orilla opuesta. El puente caído había formadouna especie de barrera en el río, no losuficientemente grande o alta como parabloquear la corriente, pero sí bastante como paraobligarla a agitarse y burbujear en su paso sobrelos escombros, hasta que volvía a calmarse delotro lado.

—¿Quién lo habrá volado? —preguntó.—Hubo una guerra —le respondió Heron

—. Probablemente no la recuerdes, erasbastante pequeña.

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—Ya sé que hubo una guerra —dijo,esforzándose por no mirarla con enojo—. Soloque no entiendo cuál de los dos bandos tenía unabuena razón para volar un puente. Me dijiste quelos Parciales se concentraban en los objetivosmilitares, así que no creo que hayan sido ellos, ylos humanos no habrían destruido sus propiasestructuras.

—Esa es la actitud que provocó la guerra —dijo Heron, y a Kira le sorprendió el matiz defuria que había en su voz.

—No entiendo —dijo Kira.Heron la miró, con una expresión entre

calculadora y desdeñosa; luego se volvió y miróhacia el río.

—Tu declaración tácita de soberanía. Estepuente pertenecía tanto a los Parciales como alos humanos.

—A los Parciales les otorgaron derechos depropiedad en 2064 —acotó Afa, con la miradafija en el camino, mientras Oddjob giraba una yotra vez—. Los tribunales de los estados nuncareconocieron esos derechos, y los Parciales no

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podían conseguir préstamos para comprar nada.New York Times, edición dominical, 24 deseptiembre.

—Ahí está tu respuesta —dijo Samm,señalando la línea del agua donde el río pasabaagitado sobre el puente caído—. Allá; sobresaledel agua a unos veinte metros de la costa.

Kira siguió con la vista la línea del dedo deSamm, al tiempo que se protegía los ojos delreflejo del sol en el río. Allí, divisó una pieza demetal que sobresalía del agua. Buscó susbinoculares y volvió a mirar, concentrándose enel metal, y vio que era el cañón de un tanque. Seveía el bulto de la carrocería justo bajo lasuperficie, encajado entre dos pedazos decemento y acero. Las marcas en sus costadosdecían: «328».

—Había un tanque sobre el puente cuandocayó.

—Probablemente había docenas —respondió Samm—. El 328 era un pelotónblindado de Parciales. Supongo que la milicialocal colocó los explosivos y voló el puente

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cuando los Parciales estaban cruzando, paramatar a la mayor cantidad posible.

—No habrían hecho eso —protestó Kira.—Hicieron eso y cosas peores —replicó

Heron.Samm habló con voz más apacible.—Al final de la guerra estaban

suficientemente desesperados como para hacercualquier cosa —dijo—. La victoria Parcial eracasi un hecho, y la liberación del RM lo empeorótodo. Los humanos morían por millones. Algunosestaban dispuestos a volar lo que sea, suspuentes, sus ciudades, incluso a sí mismos, contal de matar siquiera a uno de nosotros.

—Excelente ética —comentó Heron.—Y ¿qué me dices de la flota frente a la

bahía de Nueva York? —replicó Kira, enojada,mientras daba media vuelta para enfrentarla—.Lo vi en los archivos de Afa: veinte barcoshumanos hundidos, ningún sobreviviente; fue elataque más destructivo de la guerra.

—Veintitrés —corrigió Afa.—Fue en defensa propia —respondió

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Heron.—¿Hablas en serio? —preguntó Kira—.

¿De qué podían estar defendiéndose losParciales?

—¿Por qué sigues hablando así?—¿Así cómo?—Hablas de «ellos» en vez de «nosotros».

Eres Parcial; un poco diferente, pero eres unade nosotros. Siempre lo olvidas, pero tus amigoshumanos no lo harán. Y se van a enterar.

—¿Y eso qué tiene que ver? —preguntóKira.

—Dímelo tú —dijo Heron—. ¿Qué creesque va a hacer tu noviecito, Marcus, cuando seentere de lo que eres?

—Tranquilas —intervino Samm—.Cálmense. Esta discusión no nos llevará aninguna parte.

—Igual que el puente —gruñó Kira, y tiróde la rienda de Bobo para regresar a lacarretera. Quería gritar, gritarles a los dos,incluso a Afa, que ellos tenían la culpa por haberlibrado esa guerra y destruido el mundo antes de

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que ella tuviera edad suficiente para defenderlo.Pero no podía culparlos por ese acto dedestrucción masiva. Eso era lo peor de todo—.Busquemos otro camino.

Chicago estaba inundada.Habían tardado casi un mes en llegar, y cada

día estaban más ansiosos. Ya no tenían máspaneles solares; los habían ido dejando por elcamino como alimentación de varias repetidoras.Si encontraban archivos con información sobrecómo extender la fecha de vencimiento o desintetizar la cura del RM, podrían avisarle a sugente por radio en cuestión de segundos; enlugar de demorarse otro mes de regreso por unterritorio peligroso. Afa se entusiasmó muchocuando la vio aparecer ante ellos: una metrópolisgigantesca que parecía más grande aún (si esoera posible) que la ciudad de Nueva York. Sehallaba en las costas de otro lago gigante,formaba una curva en sus lados este y sur y se

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extendía sobre la llanura hasta donde Kiraalcanzaba a ver: rascacielos altísimos, trenesmonorriel y elevados, inmensas fábricas ydepósitos, y filas interminables de casas, oficinasy apartamentos.

Todo estaba semiderruido. Todo cubierto deagua oleosa y cenagosa.

—¿Debería estar así? —preguntó Kira.—En absoluto —respondió Samm. Estaban

en la terraza de un complejo de oficinas en ellímite de la ciudad, contemplando la escena conlos binoculares de él—. No está toda inundada,pero sí la mayor parte. Parece que el terrenotiene zonas altas y bajas, aunque nada muygrande. Apostaría a que no hay más que unoscentímetros de agua, quizá hasta un metro en lospeores lugares. Parece que el lago se extendiómás allá de sus límites.

—Chicago tenía docenas de canales queatravesaban la ciudad —dijo Heron—. Algunasde las calles menos inundadas van a ser, enrealidad, ríos profundos, pero al menos deberíanser fáciles de reconocer.

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—Esos canales eran las vías fluviales conmayor trabajo de ingeniería del mundo —dijoAfa con orgullo, como si los hubiera diseñado élmismo—. Fíjense que los ingenieros del viejomundo invirtieron el curso de uno de los ríos.Esas eran las glorias que teníamos, cuando lahumanidad mantenía a la naturaleza bajo estrictocontrol —le brillaban los ojos, y Kira solo pudoimaginar cómo se debía sentir al pensar en eso;tras pasar cuatro semanas en la zona salvaje,una ciudad tan ferozmente tecnológica habrásido para él como una respuesta a sus plegarias.

—Pues la naturaleza se defendió —respondió Heron—. Esperemos que no hayainundado tu centro de datos.

—Aquí está la dirección —dijo Afa,entusiasmado, al tiempo que sacaba de sumochila un papel doblado; otro correoelectrónico impreso, con una dirección marcadacon un círculo rojo cerca del pie—. Nuncaestuve ahí, así que no sé dónde queda.

Samm miró el papel y luego la ciudaddescomunal que se extendía frente a ellos.

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—Calle Cermak. Ni siquiera sé por dóndeempezar a buscar —echó otro vistazo al papel, yluego a las calles allá abajo—. Vamos anecesitar un mapa.

—Aquella torre parece ser un aeropuerto —dijo Kira, señalando una columna alta decemento que estaba cerca de la costa del lago—. Seguramente habrá un local de alquiler deautos, allí suelen tener mapas de las rutasregionales.

Los demás estuvieron de acuerdo yvolvieron a montar sus caballos. La mayoría delos caminos al aeropuerto estaban secos, perolas pocas áreas inundadas les resultaronproblemáticas. Algunas de las calles tenían aguaestancada poco profunda; otras simplementeestaban embarradas, pero aquí y allá algunacalle se había convertido en un arroyo o hastaen un río de corriente rápida. Las tapas de lasalcantarillas burbujeaban; el pavimento estabacombado por las pérdidas en las principalestuberías de agua, y a veces había calles enterasque se habían hundido debido a la sobrecarga de

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los desagües subterráneos. El olor eraapabullante, pero olía a lago, no a cloaca. Hacíatanto tiempo que la humanidad habíadesaparecido que ya ni siquiera olía mal.

Tardaron todo el día en llegar al aeropuerto,y acamparon para pasar la noche en una oficinade la planta baja. Amarraron a los caballos auna máquina de rayos X oxidada. Tal como Kirahabía sospechado, en el local de alquiler deautos había una gran cantidad de mapas, y a laluz de la linterna de Heron los estudiaron yplanearon su ruta para el día siguiente.

—El centro de datos está aquí —dijo Samm,señalando un punto cercano a la costa, justo enmedio de la zona más céntrica—. Con el lagotan cerca y canales por todos lados, creo quetendremos suerte si no acabamos nadando. Yesperemos que el agua no sea venenosa, ya queno queda tan lejos del páramo tóxico.

—Los caballos no podrán llegar —observóKira.

Heron miró la escala junto al margen de lapágina, tratando de calcular la distancia.

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—Es muy lejos para caminar sin ellos.Parece que podemos tomar la carretera 90 casihasta allá; si está elevada, como algunas hastaahora, no deberíamos tener problemas deinundación hasta las últimas cuadras.

—Y luego ¿qué? —preguntó Kira—.¿Dejamos los caballos atados a la autopista? SiChicago es como Manhattan, se los van a comerlos leones en las primeras horas. O esoshorribles perros parlantes.

Samm casi sonrió.—Quedaste impresionada, ¿no?—No entiendo cómo es que ustedes no —

dijo Kira.—Si los dejamos sueltos para que puedan

escapar de los depredadores, no losencontraremos cuando regresemos —dijo Heron—. Si queremos caballos, debemos correr elriesgo.

—¿A qué distancia está? —preguntó Kira,examinando el mapa más de cerca—.Podríamos dejarlos aquí, o en el piso de arriba,tal vez; si les hacemos un corral, no correrán

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tanto peligro.—Yo no quiero caminar —dijo Afa desde el

otro lado de la habitación, ocupado con supantalla portátil. Kira ni siquiera sabía que habíaestado prestándoles atención.

—Estarás bien —le dijo, pero Samm sacudióla cabeza.

—No sé si va a estar bien. Luce más débilque cuando iniciamos el viaje.

—Si no soporta caminar hasta allá, menosaún podrá regresar a casa —dijo Kira—.Dejemos los caballos en un lugar seguro ypodremos recogerlos a la vuelta.

Heron revisó el mapa, trazando la ruta conel dedo.

—Salimos por aquí y tomamos directamentela 90; es una autopista con peaje, pero tengoalgunas monedas. Aquí arriba se une con la 94 yva derecho al corazón de la zona céntrica.Salimos por este nodo vial grande, y de allíderecho hasta ParaGen; será apenas unkilómetro y medio por las calles.

Era difícil ver en el mapa qué tipo de

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edificios había a lo largo de la ruta, dado quehabía sido pensado para turistas y viajeros denegocios. Había algunos hoteles y centros deconvenciones marcados, así como un puñado derestaurantes famosos, pero nada que parecieraservirles a ellos. Por fin Heron se concentró enun edificio que tenía forma de círculo ladeado,cerca de la autopista.

—Aquí dice: «Wrigley Field». Es un estadiode béisbol. Seguramente habrá una bajada de laautopista y muchos lugares donde guardar loscaballos; tendrán comida y estarán contenidos yprotegidos.

Kira lo examinó y luego asintió.—Supongo que es nuestra mejor opción, y si

las cosas no salen como lo planeamos, nosiremos adaptando sobre la marcha. Durmamosun poco y salgamos al amanecer.

El aeropuerto tenía varios restaurantes, ypudieron rescatar muchas latas de comida de lascocinas; la mayoría eran latas de frutas, pero enun local hallaron un estante con algunas de polloy en un restaurante mexicano, a medio hundirse,

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encontraron otras de frijoles refritos y salsa dequeso. La mayor parte de la fruta se habíaechado a perder; los frijoles tenían un olorsospechoso y decidieron no arriesgarse, pero elpollo y el queso les sirvieron para tener una cenasabrosa, aunque un poco difícil de comer sinensuciarse. Encendieron una fogata en unbasurero metálico y calentaron la comida lomejor que pudieron; la sirvieron en bandejasdescartables (tan bien conservadas que parecíannuevas) y comieron con tenedores de plásticoque sacaron de una bolsa en la trastienda de unaantigua cafetería. Afa los ignoraba, con los ojosclavados en la pantalla, y solo comía cuandoKira le ponía un bocado directamente frente a lacara. Mascullaba algo sobre códigos deseguridad, así que lo dejaron trabajar tranquilo.

Kira se hizo cargo del primer turno deguardia, y mientras lo hacía, hablabasuavemente con Bobo, que mordisqueaba hojasde una maceta desbordada. Afa seguíatrabajando cuando Heron la relevó a las dos dela mañana. Sin embargo, cuando Kira despertó a

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las siete, lo vio dormido en su silla, desplomadosobre la pantalla oscura. Y no pudo evitarpreguntarse si se habría dormido naturalmente, osi Heron lo había dejado inconsciente de ungolpe.

Empacaron y se pusieron en marcha.Siguieron el mapa y descubrieron que Herontenía razón: la carretera era elevada.Atravesaron Chicago kilómetro tras kilómetro,como si fueran por un puente sobre un pantano,contemplando las casas, los parques y los patiosde las escuelas, todos inundados; el sol matutinoarrancaba destellos brillantes de la superficieoleosa del agua. Aquí y allá, un río atravesaba laciudad, revelando la presencia de una capafreática extremadamente alta, y Kira semaravilló de que alguna vez aquella ciudadhubiera estado seca. Al viejo mundo le habríacostado mucho trabajo mantener a raya el lago,los ríos y hasta el agua subterránea. Por un lado,se sintió orgullosa —como Afa el día anterior—y sonrió al pensar que ella era parte desemejante patrimonio cultural: una especie tan

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inteligente, tan capaz y decidida, que podíacontrolar los límites del océano e invertir elcurso de los ríos. Haber tomado aquella costacenagosa y haberla convertido en unamegaciudad era una verdadera hazaña.

Por otro lado, pensó solo en el orgullodesmedido. ¿Hasta qué punto sería fácil parauna civilización tan asombrosa ir tal vezdemasiado lejos? ¿Hacer algo indebido? ¿Hacerun sacrificio, una concesión o una justificaciónde más? Si habían sido capaces de construir unaciudad como esa, ¿por qué no habrían deconstruir una persona? Si podían controlar unlago, ¿por qué no una población? Si se puedesubyugar a la naturaleza misma, ¿por qué habríade escapárseles de las manos una enfermedad?

Kira pensó en el Consorcio, en todos susplanes secretos y sus intenciones ocultas. En elSeguro. ¿Qué era? ¿Querían salvar el mundo odestruirlo? Las respuestas estaban en el centrode datos, y este se encontraba muy cerca.

Siguieron la Interestatal 90 con rumbodirecto hacia el noroeste, hasta que por fin se

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curvó hacia el oeste para unirse a la 94.Descubrieron con desazón que allí empezaba abajar; no solo perdía elevación, sino queliteralmente corría por debajo del nivel del restode la ciudad, no al nivel del suelo, sino pordebajo. Lo que alguna vez había sido unacarretera, ahora era un indolente río, y solo laparte superior de los camiones más altossobresalía del agua.

—Tendremos que retroceder —dijo Samm.—Y luego ¿qué? —le preguntó Heron—,

¿viajar por las calles? Ya viste los huecos quehabía camino al aeropuerto; con tanta aguacubriéndolo todo, nunca sabremos si vamos apisar suelo sólido o a caer en un pozo.

Kira miró hacia atrás, recorrió con la vista elpaisaje urbano y luego volvió a mirar el río.

—Es demasiado lejos para que los caballosnaden.

—Son varios kilómetros —concordó Heron.—Busquemos un bote —propuso Afa.Kira lo miró.—¿Hablas en serio?

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—Dijeron que este camino llevadirectamente al centro de datos, ¿no? Sabemosque tiene suficiente profundidad para un bote;entonces, dejemos los caballos y usemos unbote.

—Tengo que admitir que es una ideabastante buena —asintió Samm—. Busquemosalgo que flote y pueda llevarnos.

Kira condujo a Bobo al borde de la carreteray miró la ciudad que los rodeaba. Allí, en elpunto de unión, la carretera era ridículamenteancha; había docenas de carriles, y casi al rasdel suelo. Del lado norte había una especie deestación de ferrocarril, pero al sur vieron lo queparecía un barrio residencial, probablemente elmejor lugar donde buscar un bote pequeño.Desmontó, estiró las piernas y tomó su fusil.

—Uno de ustedes, venga conmigo. A verqué encontramos por allá.

—Yo iré —dijo Samm. Desmontó de unsalto y siguió a Kira; la alcanzó rápidamente conpasos largos y ágiles. Pasaron por encima deuna barrera de cemento, luego otra y otra más,

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entre incontables carriles, caminos y direccionesque se entrecruzaban—. Es un buen plan.

Kira tomó impulso para pasar por encima deotra barrera.

—¿Lo del bote? Afa no es idiota.—Creo que he sido injusto con él.—No te ablandes mucho por una sola idea

buena —le dijo, sonriendo.—No es solamente eso —admitió Samm—,

es todo. Ha sido más fuerte de lo que yoesperaba. O al menos, tiene más capacidad derecuperación.

Cruzó la barrera tras ella. Kira asintió,distraída, observando los árboles al borde delcamino.

—Ha pasado por muchas cosas.—Once años de soledad —dijo Samm—,

huyendo y escondiéndose, sin nadie que loayudara ni con quien compartir. Con razónperdió la cabeza —se encogió de hombros—.Apenas es humano.

Kira se quedó helada.—Un momento —dijo, mientras daba media

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vuelta—. ¿Estás diciendo que es comprensibleque esté loco porque es humano?

—Digo que se desenvolvió mucho mejor quela mayoría de los humanos.

—Pero piensas que serlo es una desventaja—dijo Kira—. Que, en cierto modo, el hecho deser humano explica las deficiencias de Afaporque, vamos, al menos no se ensucia en lospantalones todo el tiempo.

—Yo no dije eso.—Pero fue lo que quisiste decir —insistió

Kira—. ¿Eso pensaste de mí? ¿Es bastante listapara ser humana?

—Tú eres Parcial.—Pero no lo sabías.—Nos diseñaron para ser perfectos —

explicó Samm—. Somos más fuertes,inteligentes y capaces porque nos hicieron así…No veo por qué está mal reconocerlo en vozalta.

Kira se apartó y superó de un salto la últimabarrera, y al hacerlo aterrizó con un chapoteo enel barro que había del otro lado.

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—Y después no entienden por qué loshumanos los odian.

—Espera —dijo él, siguiéndola de cerca—.¿Por qué estás así? Normalmente no te enojastanto.

—Y tú normalmente no haces comentariostan racistas sobre lo estúpidos que son los sereshumanos.

—Heron sí. Y nunca le saltas a la yugular.—Entonces, ustedes también deben poder

odiarnos —Kira se volvió hacia él—. ¿Es ese elproblema? ¿Sientes que soy injusta contigo?

—Eso no… —Samm se interrumpió—. Ah.—¿Ah? ¿Ah, qué?—Ya entiendo de qué se trata esto, y te pido

disculpas por haberlo mencionado.—Ya te dije de qué se trata esto. No trates

de echarle la culpa a otra cosa más que a tushombros perfectamente diseñados.

—Sigues hablando de los humanos como«nosotros» —explicó Samm en tono suave—.Aún te identificas con ellos.

—Pues claro que sí. Se llama empatía

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humana. Es lo que hacemos los humanos; nosidentificamos entre nosotros, nos importamosmutuamente. Es obvio que Heron no tienecorazón, pero tú… pensé que eras diferente.Tú…

Dejó la frase inconclusa. ¿Cómo podíaexplicarle que se sentía traicionada cuando élhablaba así de las personas a quienes amaba?¿Cuando seguía sin entender lo horrible queresultaba esa actitud? Se apartó y empezó acaminar.

—Lo siento —dijo Samm detrás de ella—.Pero Heron tiene razón: tendrás que dilucidarquién eres.

Kira levantó las manos en el aire confrustración, y le gritó sin darse vuelta:

—¿Para que pueda elegir de qué ladoestoy? —ahora estaba llorando, y las lágrimas leardían en las mejillas.

—Para que puedas ser feliz —respondióSamm—. Te estás partiendo en dos.

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CAPÍTULO VEINTIDÓS

Tardaron una hora en encontrar un bote, y novolvieron a hablarse más que con simplesmonosílabos. Aquí. Allá. No. Era una lanchapequeña, de unos tres metros y medio de proa apopa, montada en un remolque y encerrada enun patio que prácticamente desbordaba decamionetas y vehículos todoterreno. Kira larodeó, chapoteando en el agua poco profunda,para averiguar cómo estaba sujeta, cómodesengancharla, dónde podrían empujar unacamioneta o romper una cerca para sacarla delpatio. Aparentemente no había manera. Aúnestaba furiosa con Samm, pero por fin habló sinmirarlo.

—No creo que podamos sacarla de aquí.

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—Estoy de acuerdo —dijo con voz llana ysin emoción, pero él siempre era así. ¿Estabatan enojado con ella como ella lo estaba con él?La idea de que quizá no lo estuviera puso a Kiramás furiosa que antes—. Es obvio que aquí vivíaun hombre que disfrutaba del aire libre —observó, contemplando las motos decompetencia y las casas rodantes que habíacerca de la lancha—. Quizá tenga algo máspequeño en la cochera.

—O quizá era una mujer —replicó Kira, yde inmediato lamentó el tono petulante de suvoz. Puedes estar enojada con él sin volverteuna idiota. Se concentró en el problema quedebían resolver y volvió a mirar los neumáticosde la camioneta, pensando hasta dónde podríallegar si intentaba ponerla en marcha. Tenía losneumáticos desinflados y la gasolina que habíaen el tanque tenía doce años, así que, aunquearrancara, no llegaría muy lejos. ¿Hasta el finalde la calle? ¿Hasta salir de la casa? Estaban asolo una cuadra de la bifurcación sur del río dela carretera; si lograban llegar hasta allí, podían

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botarla al agua y seguir a remo. Probó la puertade la casa, suponiendo que si los dueñosmurieron allí, las llaves de la camioneta estaríandentro. La puerta estaba con llave, y Kira sacósu pistola para volar la cerradura, pero derepente Samm emergió, dando un fuerte golpecontra la puerta con una pequeña canoametálica.

—Adentro hay remos —dijo, señalandohacia la cochera.

—Es un poco pequeña.—Es lo mejor que encontré —respondió

Samm—. Solo soy un Parcial.Lo dijo sin sarcasmo alguno, porque nunca lo

había en su voz, pero Kira sintió una ligeraoleada de enojo que quizá provenía del enlace…o bien de su propia mente enfurecida. Losintiera ella o no, era evidente que Samm aúnseguía pensando en la discusión que habíantenido, y esa revelación la hizo sentir furiosa ytriunfante a la vez. Se obligó a no demostrarlo yentró a buscar los remos.

Cuando volvieron a la unión de las dos

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carreteras, primero remando y luego cargando lacanoa por la pequeña pendiente, encontraron aHeron y Afa solos.

—Até a los caballos en el patio ferroviario—les informó Heron.

—Ella me hizo bajar del caballo —dijo Afa—. Odio a ese caballo.

—En ese caso, deberías alegrarte dehaberte librado de él —dijo Kira. Miró a Heroncon desconfianza—. ¿Están a salvo?

—Al tuyo le di una pistola, por las dudas.—Perfecto —dijo Kira—. ¿Listos?Heron echó un vistazo a Samm y luego a

Kira, pensativa.—¿Qué pasó entre ustedes dos?—Nada —respondió Samm. Heron levantó

una ceja.Volvieron a colocar la canoa en el agua,

ayudaron a Afa a subir y lo acomodaron concuidado en el centro. La embarcación se hundióbastante con su peso, pero lo soportó, y Afasujetó su mochila con fuerza contra su pecho.

—Necesitamos un bote más grande. Traje

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toda nuestra salsa para nachos.—Qué rico —dijo Kira. Quería mirar a

Samm, para ver si estaba poniendo cara deexasperación o haciendo algún otro gesto dedesdén por la conducta infantil de Afa, pero nose atrevió; y sabía que, de todos modos, él noestaría haciendo nada de eso.

—Se va a mojar —agregó Afa.—No dejaremos que eso pase —le aseguró

Samm.Empujaron la canoa más lejos de la costa

inclinada y poco profunda, y Heron y Kirasubieron a su vez. Tomaron los remos, y Sammlos empujó un trecho más antes de subir éltambién. Estaba mojado hasta la cintura, y alsubir chorreó y salpicó todo el fondo del bote.Sin alterarse, Afa extendió una mano paraempujarlo fuera de la borda, pero Kira locontuvo. Se acomodaron para mantener el pesolo más equilibrado posible, y empezaron a remar.

El río fue haciéndose más y más profundo amedida que se adentraban en él. Las filas deautos, detenidos o chocados en los últimos

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momentos de vida de sus conductores,semejaban líneas de animales pardosagazapados en un abrevadero. Aquí había unoque tenía apenas los neumáticos delanterosmojados; allí había otro con el motor sumergido;más allá, uno del cual solo el techo y la antenasobresalían del agua. Siguieron remando sinhablar; el agua lamía los costados de la canoa, ypronto los remolques a diésel y los grandescamiones de transporte quedaron sumergidos:solo sus techos resplandecían a través del aguacomo esporádicos bancos de arena metálicos.

A los costados de la carretera fluvial habíaárboles, altos y ya no limitados por la supervisiónhumana; se habían adueñado de patios traseros,parques e incluso algunos tramos del camino.Cada uno o dos kilómetros pasaban por debajode un puente, las antiguas calzadas entre un ladoy otro de la carretera, y de estos a menudopendían musgo y enredaderas; no kudzu, sinoalgo con hojas más pequeñas que Kira noreconoció. Arrancó una al pasar por debajo, yvio que era cerosa al tacto. La frotó suavemente

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entre los dedos, preguntándose cómo sellamaría, y la dejó caer al agua.

El mayor peligro debajo de los puentes eranlas bandadas de aves acuáticas que se habíaninstalado allí y habían manchado las columnas decemento con sus excrementos blanco-amarillentos. Debajo del tercer puente, unabandada que dormitaba se alborotó cuandopasaron y levantó el vuelo. Afa intentógolpearlas, sobresaltado por la imagen y elsonido de cien aves que revoloteaban, y casivolcó el bote, pero Kira logró calmarlo. Leentregó su remo a Samm y se concentró enmantener tranquilo a Afa. El río era largo, másaún de lo que habían esperado, y ella empezó apreguntarse qué tan preciso era el mapa quetenían. Justo cuando iba a proponer que dieranla vuelta, segura de que se les había pasadoalguna curva, pasaron por el estadio que Heronhabía visto en el mapa. Kira anunció queestaban cerca, y asintió con actitudtranquilizadora mientras Afa le hablaba de lasespecificaciones técnicas del centro de datos.

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El camino ascendía por encima del agua unasola vez, en la última intersección antes de salirde la autopista y entrar en la ciudad. Cargaron lacanoa para cruzar, recorriendo la ciudad con lavista mientras lo hacían, y Kira señaló el edificioque suponía que era el centro de datos: unaconstrucción grande, de ladrillos, con dos torrescuadradas. Bajaron a pie al otro lado del cruce yvolvieron a subir al bote, aunque apenaspudieron remar unas cuadras más, pues laprofundidad se hizo demasiado escasa paramolestarse. Vadearon el último kilómetro,tanteando el suelo delante de ellos con palospara no caer en un pozo inesperado.Encontraron dos, y tuvieron que desviarse todauna cuadra para evitar el segundo. Cuandollegaron al centro de datos, Kira sonrió conorgullo: era el mismo edificio que había divisadodesde la colina. El agua les llegaba casi a lasrodillas, y Samm levantó la vista para observarla construcción de varios pisos.

—Espero que la computadora que buscas noesté en la planta baja —dijo—. Ni en el

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subsuelo.—No lo sabré hasta que las encendamos —

dijo Afa, al tiempo que se dirigía hacia la esquina—. El generador de emergencia debería estarafuera, en alguna parte. Busquen solvente parapintura.

Kira miró a Samm e inmediatamente apartóla vista, y dirigió la pregunta a Heron.

—¿Solvente?—Tal vez piensa redecorar la casa —dijo,

burlonamente.No alcanzaron a oír la respuesta de Afa, que

dobló la esquina del edificio, y Kira y losParciales se apuraron a alcanzarlo.

—… disuelve la resina —iba diciendo—.No es una solución efectiva a largo plazo,porque emite gases que son tóxicos, pero haráque ese motor funcione mejor que nunca endoce años.

El hombre estaba otra vez en su modalidadlúcida, quizá más consciente y entusiasmado delo que nunca lo había visto; aquí, en su elemento,era todo genio, sin rastros del niño que lo

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rezagaran. En comparación, Kira se sentía lamás lenta de los dos.

—¿De qué hablas? —le preguntó, dandogolpecitos nerviosos con la vara en el suelodelante de ella mientras trataba de alcanzarlo.

—De eso —respondió Afa, al tiempo quedoblaba la esquina trasera del edificio. Allí habíauna serie de postes de electricidad, cables ybloques metálicos gigantescos que alguna vezhabían estado pintados de gris, pero ahoraestaban moteados de óxido. Afa llegó al portóny forcejeó con las cerraduras—. Necesitamoshacer funcionar estos, por lo menos uno, y paraeso lo mejor es el solvente para pintura.

—Permíteme —dijo Heron, y sacó de sucinturón un par de ganzúas de metal. Las insertóen la cerradura, las giró ligeramente y lacerradura se abrió.

Afa entró a toda prisa, y al hacerlo casiperdió el equilibrio en el agua. Los bloquesmetálicos estaban marcados con diversossímbolos, rótulos y advertencias. Inclusomirándolos, Kira no estaba segura de para qué

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eran.—Este lugar fue uno de los centros de datos

más grandes del mundo —indicó—. Si sequedaba sin electricidad, la mitad del planetaperdía sus datos. Obtenía la energía de la red deenergía eléctrica, como todo el mundo, peroademás tenía todos estos como respaldo; si lepasaba algo a la red, o incluso a uno de estosgeneradores, había diez generadores más paracubrir la demanda. Funcionan con diésel, por esosolo necesitamos encontrar el… No entiendo —se alejó chapoteando en otra dirección, y Kiraleyó los rótulos del bloque metálico máscercano.

—No son generadores de electricidad —observó—. Son de… ¿frío?

—Es un sistema de refrigeración para elcentro de datos —gritó Afa. Regresó y otra vezcasi volvió a caerse mientras caminaba—.Nunca había visto uno tan grande. Pero ¿dóndeestán los generadores?

—Veamos adentro —propuso Heron, y lasiguieron hacia el interior.

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El edificio era más ornamentado de lo queKira había esperado: un estilo arquitectónicomás antiguo de ladrillos, yeso y paneles demadera. Hasta los techos eran abovedados. Laplanta baja estaba tan inundada como el exterior,gracias a los vidrios rotos y a las puertasvencidas; el agua les llegaba más arriba de lasrodillas, y en la superficie, como una corteza,flotaba una capa de polvo y basura. Habíaalgunas oficinas, pero la mayor parte del pisoconsistía en una sola sala inmensa, llena depared a pared con hilera tras hilera de torres decomputación: no solo pantallas, como lacomputadora portátil que Afa llevaba consigo,sino bloques gigantescos de memoria y poder deprocesamiento, cada uno más alto y ancho queKira. Había cientos, alineados como obeliscos, ya su alrededor flotaban trozos de cables y dematerial aislante.

—Esto no es bueno —dijo Samm—. Seráimposible hacerlos funcionar.

—Pues entonces esperemos que lo quebuscamos esté en otro piso —repuso Afa, y se

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encaminó junto a una fila de servidores hasta untanque grande de metal—. Y ojalá haya más deestos allá arriba.

—Es un tanque de gasolina —observó Kira,y Afa asintió con entusiasmo.

—Y el generador está justo al lado. Aquínecesitamos el solvente.

—Todavía no entiendo eso —dijo Kira.—La gasolina se degrada con el tiempo —

explicó Samm, asintiendo como si lo entendieratodo—. El petróleo que está dentro se convierteen resina, como una goma densa. Por esotampoco funcionan los automóviles.

—Eso lo sabe todo el mundo —comentóKira.

—Por eso él está buscando solvente —prosiguió Samm—. Disuelve la resina y vuelve aconvertirla en gasolina. Los gases residualesserían tóxicos, como dijo él antes, pero elgenerador funcionaría.

—Al menos, el tiempo suficiente para queconsigamos nuestros datos —concluyó Afa. Seencaramó en una escalera de metal y empezó a

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forcejear con la válvula del tanque.—Yo la abriré —dijo Samm, y lo empujó

suavemente a un lado—. Ustedes dos busquenun poco de solvente.

—Sí, señor —respondió Kira en tonoceremonioso, y logró contener una reverenciaantes de apartarse.

Heron la siguió y le habló en voz bajacuando salieron del edificio.

—Me alegra ver que ustedes dos se llevantan bien. ¿Hay algo que quieras contarme antesde apuñalar a Samm en la cara?

Kira no respondió; iba observando lasfachadas de los comercios, en busca de algo quese pareciera a una ferretería. Respiró hondo,tratando de serenarse.

—¿Piensas que los seres humanos soninferiores?

—Pienso que todos son inferiores.Kira se detuvo y miró con enojo a Heron,

que venía detrás; luego se volvió y siguiócaminando.

—¿Te parece que esa es la respuesta que

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busco?—Es un hecho —respondió Heron—. Los

hechos están demasiado ocupados siendo ciertoscomo para preocuparse por lo que tú pienses deellos.

—Pero eres una persona, no un hecho.¿Qué piensas tú?

—Los Parciales viven en un sistema decastas —respondió—. Los soldados son losmejores guerreros; los generales son los mejorespara liderar y resolver problemas; los médicostienen más conocimientos y destreza manual.Así nos diseñaron. No es una vergüenza saberque un general es más inteligente que uno,porque fueron diseñados genéticamente paraserlo —hizo una ligera reverencia y una sonrisadescarada se dibujó en su rostro—. Pero yo soyun modelo de espionaje, y estamos diseñadospara superar a todos en todo. Operamosindependientemente y funcionamos fuera de laestructura normal de mandos; enfrentamosproblemas en todas las categorías y losresolvemos sin asistencia externa. ¿Cómo podría

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no sentirme superior si está demostrado que losoy? —hizo una pausa, y se puso más seria—.Cuando sugerí que quizá tú también fueras unmodelo de espionaje, creo que fue el mejorcumplido que habría podido hacerte.

—No me entiendes —insistió Kira—. Ni túni Samm ni ninguno de los demás Parciales…—una vez más se detuvo y levantó las manoscon frustración—. ¿Cómo crees que va aterminar todo esto? ¿Ustedes nos matan, ynosotros a ustedes, hasta que no quede nadie?

—Estoy bastante segura de que ganaremosnosotros —respondió Heron.

—Y después, ¿qué? En dos años más,ustedes habrán superado su límite de veinte añosy estarán muertos. Y si algunos de nosotrossobrevivimos a la guerra, moriremos conustedes, porque necesitamos su feromona paravivir. ¿Y si evitamos la guerra? ¿Y siencontramos algo en este centro de datos,curamos el RM y el vencimiento y seguimos connuestra vida? Todos seguiremos viviendo, ytambién odiándonos, y tarde o temprano habrá

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otra guerra, y nunca vamos a escapar de eso sino cambiamos nuestra manera de pensar. Asíque no, Heron: no me gustan tus hechos ni tuactitud, ni tu explicación pretenciosa de por quéestá bien ser un imbécil racista y fascista.Maldición, ¿dónde hay una ferretería?

Doblaron otra esquina, y Kira vio un cartelque parecía prometedor, así que se dirigió haciaallá con toda su furia, con las botas empapadas.No se molestó en fijarse si Heron la seguía.

El local era una extraña combinación detienda de mascotas y ferretería básica, perotenía solvente, y Kira tomó dos latas de cuatrolitros en cada mano. Cuando se dio vuelta,Heron estaba justo detrás de ella, y tomó otrascuatro. Regresaron por el agua hasta losgeneradores, con cuidado de seguir la mismaruta por si había algún pozo que se les hubieraescapado a la ida.

Cuando regresaron, Samm y Afa habíanlogrado abrir la válvula de la gasolina, y Afaestaba tanteando el tanque con una vara larga.

—Está casi sólida —dijo—. Puede llevarnos

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un tiempo.—Hay más en la tienda, si las necesitamos

—dijo Kira, al tiempo que colocaba las lataspesadamente sobre la rejilla metálica cerca deltanque—. Traje un embudo.

—Primero debemos cerciorarnos de que esel tanque correcto —dijo Afa—. Samm estuvoexplorando y hay varios más en este piso, y ajuzgar por estos cables, también hay más arriba.

—Eso quiere decir que tenemos quedescubrir en qué servidor están los datos deParaGen —acotó Samm.

—Exacto —dijo Afa—. Los archivos quedigan qué servidores son de ParaGen estarán enla oficina de administración, tal vez arriba.

Buscaron la escalera más cercana ysubieron con pesadez. Kira se alegró de estarpor encima del nivel del agua. En el primer pisono había más que servidores, igual que en elsegundo, pero en el tercero había algunasoficinas pequeñas a lo largo de una hilera deventanas rotas. Afa dejó su mochila en el suelo,la abrió y sacó una Tokamin, una batería con

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forma de teléfono que brindaba energía casiperpetua pero solo en cantidades pequeñas, yhacía ya tiempo que los beneficios del dispositivohabían sido tradicionalmente anulados por laradiación ambiental que emitía. El viejo mundonunca había llegado a producirlas más allá de laprueba de concepto, y aunque los sobrevivientesde Long Island habían evaluado la idea, lahabían considerado demasiado peligrosa pararesultar práctica. Cuando no queda más que unpuñado de seres humanos, no tiene sentidoproducirles cáncer. Aparentemente, Afa sehabía fabricado la suya. Kira dio un paso atrás,y notó que Samm y Heron hacían lo mismo.Cuando Afa presionó el botón para encenderla,Kira apartó la cara, como esperando un estallidode energía gaseosa verde, pero lo único queocurrió fue que se iluminó el ícono en forma denuez que tenía en el centro. Luego enchufó labatería a una computadora del escritorio, comoesas de vidrio y marco negro que Kira habíavisto en la oficina de ParaGen en Manhattan.

El escritorio parpadeó: un panel de vidrio

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claro de un metro y medio que se encendía, seapagaba, una y otra vez. Por fin, con un estallidode luz azul, quedó encendido, y en él se vioesencialmente una versión más grande de lapantalla portátil de Afa. Era como si se hubieraabierto una ventana a otro mundo que hubierareemplazado la placa de vidrio por la vista deuna selva verde, tan clara y vívida que Kiraextendió la mano para tocarla. Era el mismovidrio, cubierto de polvo y suciedad, y aquí y alláaparecían defectos pixelados en la imagen. En elcentro, con un resplandor suave, había unrecuadro pequeño que solicitaba una contraseña:Afa probó algunas palabras sencillas, y luego sevolvió hacia su mochila y se puso a buscar algo.

—Busquen anotaciones —les dijo,señalando el resto de la habitación—. El setentay ocho por ciento de los oficinistas dejaban suscontraseñas anotadas cerca de suscomputadoras.

Kira y Samm recorrieron la oficina en buscade papelitos, aunque doce años de ventanasrotas y exposición a la intemperie la habían

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dejado tan desordenada que Kira pensó que noencontrarían nada que sirviera. Heron, encambio, se puso a revisar las fotos quequedaban, por si tenían algún nombre escrito enel dorso. Mientras, Afa sacó de su mochila undispositivo de memoria y lo insertó en un puertodel escritorio, y antes de que alguno hallara unacontraseña, él lanzó una breve carcajada.

—Ya está.—¿La contraseña? —preguntó Kira.—No, pero estos escritorios tienen una

modalidad de mantenimiento, y pude iniciarla.No podré ver los datos ni modificar nada, perome permitirá ver la configuración y, lo que esmás importante, la estructura de los archivos —la imagen de la pantalla ya no era siquiera unaimagen; en lugar de la jungla y los iconos habíatexto que iba pasando, dividido en ramas yanexos como un sistema de raíz basado enpalabras. Los dedos de Afa volaban sobre laimagen, expandiéndola por aquí, comprimiéndolapor allá, pasando fila tras fila de nombres yarchivos—. Esto es perfecto.

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—¿Quiere decir que podrás encontrar losservidores de ParaGen? —le preguntó Samm.Afa asintió, con los ojos clavados en la pantalla.Samm esperó un momento, y luego preguntó—:¿Cuánto tiempo te va a llevar?

—A menos que tengamos mucha suerte, lamayor parte de la noche —respondió Afa—.¿Pueden traerme un poco más de esa salsa paranachos?

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CAPÍTULO VEINTITRÉS

Samm revolvió el tanque de gasolina, y Kira sealegró al oír el sonido del líquido que golpeabalas paredes de metal.

—Parece que estamos listos.—Esto debería darnos suficiente energía

para todo el piso la mayor parte del día —dijoAfa.

Samm apretó bien la válvula del tanque;todos se apartaron y Afa pulsó el interruptorpara activarlo. Al cuarto intento crepitó condificultad por tanto tiempo en desuso; y alséptimo, se encendió con un rugido feroz. Caside inmediato se encendieron las luces deemergencia (aquellas lamparillas que no estabanquemadas ni rotas), y momentos después

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empezaron a sonar las bocinas del techo; dos deellas emitían una advertencia urgente de que elsuministro de electricidad del edificio seencontraba afectado, y la tercera simplementesoltaba aire y soplaba una nube de polvo.

Heron las miró con los ojos entrecerrados.—Esto va a ser un fastidio.—Vamos —dijo Afa—. No tenemos mucho

tiempo.—¿No dijiste que teníamos electricidad para

la mayor parte del día? —le preguntó Kira.—Electricidad, sí, pero no refrigeración.

Todas esas instalaciones de aquí al lado estánsolo para mantener la temperatura de esta sala,y no hay manera de hacerla funcionar de nuevo;y aunque pudiéramos encenderla, utiliza algunosproductos químicos raros que no vamos aencontrar en la ferretería de la esquina. Sin unsistema de refrigeración, estos servidorespodrían derretir sus circuitos, y unos a otros, conbastante rapidez.

El servidor de ParaGen estaba dos filas másallá, casi en medio de la sala, y cerca del

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generador que lo alimentaba y de unas ochentamáquinas más. Aun con el generador encendido,los servidores no parecían tener suficienteenergía para funcionar, así que Afa envió a Kiray a Samm a desenchufar las demáscomputadoras que estuvieran en el mismocircuito. Ella tardó un momento en dilucidarcuáles de los muchos cables correspondían alsuministro eléctrico, pero una vez que encontróel primero, los demás fueron más fáciles. Habíadesenchufado unos veinte, aún sin hablar conSamm, cuando Afa lanzó una exclamación detriunfo.

—¡Encendió!Samm se puso de pie para regresar, pero

Kira siguió trabajando. Si había funcionado aldesenchufar la mitad, funcionaría aún mejorcuando desconectara todos los demás. Por otraparte, seguía enojada con Samm y Heron y noquería estar cerca de ellos. ¿Cómo podían sertan cerrados? El racismo prácticamente habíadesaparecido desde el Brote, dado que habíapersonas de todas las formas y colores

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trabajando juntas, porque literalmente no habíanadie más con quien hacerlo. Kira recordaba aun renegado en un pueblo pesquero, un hombreal que había conocido en una incursión derescate, que la había llamado «cabeza contoalla» en alusión a su evidente ascendenciaindia, pero era una persona muy resentida ysolitaria, y ella había vivido tanto tiempo sinningún tipo de odio racial que tomó el insulto casicon humor. Era un chiste, algo de lo cual podíareírse más tarde con sus amigos: ¿Puedencreer lo que me dijo ese tipo? En Long Islandtodos trabajaban juntos y sin importar el aspectoque tuviera cada uno; lo importante era serhumano.

… a menos que seas Parcial.Se detuvo, con un cable en la mano, y de

pronto analizó la situación desde el otro lado. Asícomo Samm y Heron se considerabaninnatamente superiores, los humanos veían atodos los Parciales como innatamente malos, tandiferentes e inferiores que ni siquiera losconsideraban personas. Hasta hacía unos meses

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ella pensaba así, pero todo había cambiado alconocer a Samm.

Samm.Él la había convencido, con sus palabras y

sus actos, de que los Parciales también eraninteligentes, empáticos, que estaban furiosos ydivididos, en fin: que eran igualmente…humanos. Tenían otra biología, pero sus ideas ysus sentimientos eran casi idénticos. Ella mismaera la mejor prueba de eso: se había sentidohumana durante años; aún lo hacía. Pero ¿quiéndiablos era?

De pronto, sintió como en una oleada todo elpeso de cada kilómetro que había recorridodesde East Meadow hasta allí, cada río que laseparaba de sus amigos, cada montaña que seelevaba para mantenerlos distanciados. Sintióque las lágrimas le inundaban los ojos y sepreguntó qué estaba haciendo, por qué estabaahí, qué trataba de cambiar. Sus amigos, sushermanas, Marcus, todos juntos habían sido muyfelices y todo era muy sencillo. No tenían unavida perfecta, pero era su vida. Eran felices.

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Kira se sentó en el suelo, sollozando, sola.El generador dejó de zumbar y la habitación

quedó súbitamente a oscuras. Oyó fuertespisadas de botas y el grito de alarma de Afa:«¡Lo perdí!». Al levantar la vista, vio el suaveresplandor de la pantalla de Afa espiando entrelas torres, y abrió la boca para preguntar quéhabía ocurrido. Pero antes de que pudierahacerlo, una ráfaga de disparos surcó el aire yapagó la luz con un tintineo de vidrios rotos. Kirase arrojó al suelo y se agazapó detrás de unatorre.

Las salas de computación del centro dedatos estaban selladas contra toda interferenciaexterior; no había ventanas, lo cual significabaque, sin las luces, la oscuridad era casi total. Derepente, Kira empezó a percibir fragmentos deinformación del enlace, siempre más fácil dedetectar en situaciones de mucho estrés: lasorpresa de verse emboscados, la confusión deno saber de dónde provenía el ataque, la alarmade un compañero herido. Intentó organizar loque percibía. De alguna manera habían sido

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atacados por alguien increíblemente capaz, pero¿quién? No habían visto ningún indicio de queChicago estuviera ocupada. ¿Acaso había algúngrupo escondido allí? ¿O los habían seguido?¿Serían humanos o Parciales?

Kira era apenas una aficionada en cuanto aprocesar los datos del enlace, pero trató derecordar en lo que había sentido cuando Samm yHeron habían entrado en el edificio de Afa, y seesforzó por interpretar realmente la emoción quepercibía. Todo parecía venir de Samm y Heron,no de los atacantes. Eso quería decir que estoseran humanos, o bien Parciales con máscarasantigás, una táctica común cuando peleabanentre sí.

Se quedó inmóvil, escuchando, intentandodistinguir dónde estaba cada uno. Habíanapagado el generador, o incluso hasta lo habíandestruido, por lo tanto el atacante estaba allí. Lapantalla de Afa también se había hecho añicos,lo que significaba que el enemigo había estadoen una posición desde la cual había podidodisparar sin obstáculos. Probablemente estaba

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dos filas a su derecha, aunque no sabía siadelante o atrás. ¿Le habrían disparado tambiéna Afa? El enlace sugería algo sobre uncompañero herido, pero ella no sabía quién nidónde se encontraba.

Alguien se movió a su izquierda: ¿amigo oenemigo? No podía saberlo. Escuchó pisadas,tratando de discernir en qué dirección iban, yoyó el inconfundible sonido de pasos sobre elagua. Botas mojadas, pero ¿de quién? A menosque hubieran entrado por el techo, los zapatos delos invasores estarían tan mojados como los deSamm y Heron. Posiblemente más aún, porquehacía menos tiempo que habían salido del agua.Eso en sí mismo podía ser una pista, pero sinmás información, Kira no tenía manera desaberlo. Extendió las manos hacia sus propiasbotas y se las quitó lentamente, sin hacer ruido.Luego se quitó los calcetines mojados, y quedódescalza. Sería la única en toda la habitaciónque no hiciera ruido al caminar.

Otra catarata de datos del enlace pasó porsu mente: me encontraron; seguida, segundos

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después, por otra ráfaga de disparos. Despuéshubo otro sonido, como un disparo perodiferente. Kira no distinguió qué era, pero elfuego cesó y un cuerpo cayó pesadamente alsuelo; calculó que estaría a poco menos de diezmetros, atrás y a su izquierda. De pronto tuvo lasensación confusa de estar adormilada ydespierta a la vez, y la interpretó como otromensaje del enlace: uno de sus compañeroshabía sido drogado o sedado. Ese último disparohabía sido un dardo tranquilizante.

Eso significa que no quieren matarnos,pensó. ¿Quién quiere capturarnos? ¿Ladoctora Morgan? Pero ¿cómo nos encontró?

Kira se puso de pie, con la espalda apretadacontra la torre. Miró a ambos lados de la filadonde se encontraba, no vio nada y se escabullóhasta la de adelante con la mayor ligerezaposible. Sus pies descalzos no hicieron ningúnsonido sobre el piso de cemento, pero sintió unasgotas frías en las piernas y bajó la vista confrustración. Había dejado las botas, pero suspantalones seguían empapados, y estaba dejando

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un rastro de agua que delataría su posición conexactitud.

Oyó otro paso mojado, atrás y a su derecha.Alguien se acercaba. Se agachó y estrujó lospantalones tanto como pudo, para quitarles elexceso de agua. Era casi imposible teniéndolospuestos. Los pasos se acercaban más; calculóque estaban a tres filas de distancia. Apretó losdientes, estrujó la segunda pierna del pantalón.Otro paso mojado. Volvió a levantarse; sentía lospantalones fríos contra las piernas, pero ya nogoteaban. Se escabulló en silencio hasta lasiguiente fila, esta vez sin dejar rastros. Avanzóa otra fila, y a otra, deslizándose de costado,tratando de interponer tanta distancia comofuera posible entre ella y el atacante, en ladirección en que aquel menos lo esperaba.

La habitación volvió a estallar en ruido,gritos y armas automáticas, y el sonido metálicode las balas al perforar las torres decomputación. Esta vez cayeron dos cuerpos yKira volvió a sentir la leve aura de antelación delenlace: sueño, dolor y victoria. Su último

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compañero había caído, pero había eliminado apor lo menos uno de los atacantes. Ahora estabasola, y no tenía idea de cuántos enemigosquedaban.

Oyó un paso, pero no logró distinguir dedónde provenía. Luego una voz, demasiado bajapara entenderla. Tuvo una sensación repentinade pragmatismo decidido: encontrar al últimoobjetivo y completar la misión. ¿Eso provenía deella o del enemigo? Se sentía frustrada al no seraún lo suficientemente hábil para discernirlo.Respiró hondo, agazapada en la oscuridad, yrepasó la información limitada que tenía. Si esaúltima impresión eran datos del enlace, entoncessin duda los enemigos eran Parciales, y al menosuno de ellos se había quitado la máscara antigás.Los Parciales trabajaban en equipos de dosintegrantes (los había oído constantemente por laradio en la invasión a Long Island), pero tambiénempleaban equipos más grandes, según lamisión. Podría estar enfrentándose a un solocombatiente o a una docena. El silencio quereinaba en el centro de datos sugería que se

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había infiltrado un equipo pequeño; si había más,estaban esperando afuera.

Siguió pensando, tratando de hallar algo quepudiera servirle. Su fusil había quedado del otrolado de la sala, pero aún tenía consigo su pistola.¿Le serviría para algo? Los Parciales teníanmejoras visuales, y especialmente mejor visiónnocturna. Además era evidente, dado quehabían iniciado el ataque suprimiendo las luces,que tenían alguna manera adicional de ver en laoscuridad, quizá lentes amplificadoras. De serasí, ella estaba en clara desventaja, pero si podíainvertir la situación y cegarlo con el haz de sulinterna, quizá podría dispararle antes de que suobjetivo se recobrara. Tomó la pistola con lamano derecha y la linterna con la izquierda, y lasostuvo contra su cuerpo, apuntándola haciaadelante con el dedo en el interruptor.

Una bota aplastó algo, que resonó en elsilencio. Uno de los atacantes había pisado algo,tal vez los vidrios de la pantalla rota de Afa.¿Estaría bien su amigo? Sacudió la cabeza.Concéntrate, Kira. Si alguien había pisado los

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vidrios de Afa, entonces ella sabía dónde estabay podía encontrarlo. Se escabulló de una torre ala siguiente, agachada por debajo de la línea devisión. Un momento después, sintió una reaccióndemorada del enlace: por allá. No cabía duda deque era un Parcial, y probablemente dos, queusaban el enlace para coordinarse en silencio.Dos contra una, y ambos Parciales. Larodearían y la atraparían, la llenarían detranquilizante y la llevarían con la doctoraMorgan.

A menos que…Kira recordó lo que le habían dicho Samm y

Heron después de invadir el edificio de Afa: ellapodía sentirlos en el enlace, pero ellos no.Apenas estaba aprendiendo a usar su enlace,pero era posible que solo tuviera receptores y notransmisores. Esa debilidad era ahora su mayorventaja. Podía percibirlo todo, sin que lapercibieran.

Salvo por el movimiento, pensó, y maldijosu falta de entrenamiento en sigilo. Heron no seenlazaba conmigo, pero sí oía mis

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movimientos. Decidió que el mejor curso deacción era no moverse. En cambio, buscó uncargador de repuesto que llevaba sujeto alcinturón y, lentamente y con sumo cuidado,haciendo el menor ruido posible, extrajo unabala. Las balas siguientes se cargaban medianteun resorte, de manera que se colocaban enposición cada vez que se disparaba una; Kira lastrabó con el dedo para que el resorte subieralentamente y sin sonido. Guardó la bala en unbolsillo y repitió la operación, con cautela, atentaa cualquier indicio de los intrusos. Una tercerabala. Y una cuarta. Guardó cada una en unbolsillo distinto para que no se entrechocaran.Lentamente, levantó la primera con la mano,tomó impulso y luego la arrojó formando un arcopor encima de las torres, hacia la pared opuesta.Dio contra el yeso con un fuerte ruido, rebotó ypegó contra una de las torres antes de rodar porel suelo y detenerse. Por el enlace, sintió que losatacantes se ponían alertas, y un segundodespués llegó una advertencia táctica: es untruco. Kira se maldijo, enojada por pensar que

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podía dar resultado, pero se le ocurrió otra idea.Sacó la segunda bala del bolsillo y la arrojósuavemente hacia la torre más cercana; la oyógolpearla de costado y rebotar contra el piso decemento. El enlace volvió a encenderse y enviarel mismo mensaje coordinador: oí un sonido. esun truco.

Las pisadas que oyó a continuación sealejaban de ella. La doble simulación habíafuncionado.

Se torció hacia un costado y espió más alláde la torre tras la cual se estaba refugiando.Una de las torres, quizá diez filas más allá, seveía deformada en la oscuridad, abultada yredonda. Uno de los Parciales, adivinó;probablemente su rodilla o su codo alteraban lasilueta. Se agachó y volvió a preparar la linterna,observando la torre deformada. Esta se movió,se expandió y se separó hasta tomar una formavagamente humana cuando el Parcial salió deatrás. Estaba alejándose, con una pistola finalevantada por delante: el arma tranquilizadora.Ella se puso de pie y lo siguió, lenta y

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silenciosamente. El Parcial avanzó dos filas yella avanzó dos filas; si podía mantener eseritmo, llegaría a un punto en que pudieradispararle. Pero aún quedaba otro, y no sabíadónde estaba. Cada vez que cruzaba un pasilloabierto, corría el riesgo de quedar al descubierto.

Al dar el siguiente paso, su pie descalzo tocóalgo y Kira se detuvo en seco, sin querer apoyarsu peso en ello. Bajó la vista y vio unas líneastenues en la oscuridad, que se curvaban yretorcían como serpientes diminutas, y maldijopor lo bajo. Esta es una de las filas quedesenchufamos, pensó. El piso está cubiertode cables. Movió el pie a un lado y encontró unpunto seguro donde pisar. La superficie era unlaberinto de cables enroscados, y a cada pasotrataba de colocar el pie estratégicamente paraevitar pisarlos: aquí, girado de esta manera yorientado hacia aquel lado. Cada paso parecíademorar una hora.

El Parcial al que iba siguiendo estabaalejándose bastante. Ella sacó su tercera bala yla arrojó a la pared que él tenía delante. El

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Parcial se detuvo en seco, y Kira avanzó consigilo mientras percibía en su mente una cascadade conversación: oí algo. es un truco. ¿es untruco? El Parcial se dio cuenta demasiado tarde:se volvió para dispararle justo en el instante enque ella se le acercó por detrás, le puso lapistola semiautomática en el espacio quequedaba entre el casco y el blindaje del torso, ydisparó. Él cayó al suelo, y al instante Kirapercibió un mensaje (¡muerte!) y oyó unos pasosque corrían hacia ella. Se lanzó a un costado,dejó caer la linterna y arrancó el cargador de sucinturón; luego le quitó las balas a toda prisa, sinpreocuparse por el ruido. Arrojó al aire elpuñado entero de balas, con la espalda contrauna torre de computación, y cuando las balascayeron con estrépito, corrió a toda velocidadaprovechando para enmascarar sus movimientoscon una lluvia de cacofonía metálica. Percibióen el enlace fragmentos de frustración de suúltimo perseguidor: soldado caído. objetivoperdido. ira.

Kira se dio cuenta de que había perdido la

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linterna, y sin más balas que arrojar, se le habíanacabado los trucos. Revisó sus bolsillos en buscade algo que pudiera servirle, cualquier cosa…

la encontré. muerte.Kira apretó los dientes. ¿Cómo era posible

que la hubiera encontrado? Ella no estaba en elenlace; ¡el primero había estado a un metro deella sin darse cuenta!

muerte.Volvió a percibir aquella abrumadora

sensación de muerte, y maldijo en silencio. Soyyo, pensó. Los datos del enlace son todosferomonas, partículas diminutas, y yo estabajusto a su lado cuando liberó toda una nubede ellas. Las partículas de muerte están sobremí, me siguen como un sendero, y él puedeseguirlas hasta mí. Miró su pistola, demasiadopequeña para atacar directamente a un Parcialen alerta. No tenía nada más. Ojalá tuviera milinterna.

La bota del Parcial resonó en el suelo, máscerca que antes. Estaba casi sobre ella. Tengouna sola oportunidad. Cerró los ojos, tratando

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de recordar la disposición de la sala, con laesperanza de no haber perdido la orientación.Abrió los ojos y corrió.

Oyó un leve silbido de algo que cortaba elaire junto a ella y erraba por apenas unoscentímetros. Se hizo a un lado para esquivarlo,corrió por otra fila y volvió a agacharse. Otrosilbido, y otro dardo tranquilizador se estrellócontra una torre justo cuando ella pasaba porahí, tan cerca que dio un respingo involuntario.Saltó por encima de un cuerpo y presintió, másque verlo, que era Samm. Escuchó pasos detrás,que golpeaban el piso pesadamente, corriendohacia ella a toda velocidad. Casi llego. ElParcial sabía que la tenía atrapada, que no teníaa dónde ir. Una enorme forma redondeadaapareció en la oscuridad y Kira se escabulló,buscando frenéticamente a ciegas la gruesapalanca del generador. La encontró, la bajó confuerza y volvió al pasillo.

Las luces se encendieron y el Parcialtrastabilló apenas a dos metros de ella, cegadopor la súbita explosión de luz que sobrecargó su

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máscara de visión nocturna. Kira levantó lapistola y le disparó tres veces en el casco: loagrietó, lo partió y le atravesó la cabeza. ElParcial cayó como una bolsa de arena.

muerte.

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CAPÍTULO VEINTICUATRO

Afa había recibido un disparo en el muslo,con la única bala de verdad. El resto de losdisparos resultaron ser dardos tranquilizantes,posiblemente destinados a incapacitar a susvíctimas. La misma bala también habíadestrozado la pantalla de Afa, y Kira sepreguntó cuál había sido el verdadero objetivo, siel hombre o los datos. ¿Acaso los habíanseguido hasta allí para capturarlos o paraimpedir que averiguaran lo que estaba en lacomputadora? ¿O para ambas cosas?

Kira no pudo evitar preguntarse si tal vez noera ninguna de las dos. Echó un vistazo a Heron,quien lentamente iba recobrando la concienciaen el suelo. ¿Le habría disparado ella a Afa? ¿O

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Samm? ¿Qué motivos tendrían para hacerlo, ypor qué ahora? Si estaban confabulados con losatacantes, ¿por qué armar todo ese embuste decaer bajo los dardos tranquilizantes? Eso seríacomprensible solo si iban a perder, y si sabíanque iban a perder, ¿para qué molestarse enatacar? No tenía sentido, y Kira lo sabía. Laexplicación más probable era que los Parcialeshubieran venido a matar a Afa y capturar a losdemás. Aun así, ella no lograba alejar las dudas.¿Cómo era posible que los hubieran encontrado,a menos que alguien les hubiera informado suubicación? Se maldijo por no haber dejado a unocon vida para interrogarlo, aunque tuvo queadmitir que apenas había logrado salir ilesa.

Kira terminó de vendarle la herida a Afa,mientras este aún estaba inconsciente; luegorevisó a los atacantes y les quitó las armas paracontar las balas. Uno de ellos, de hecho, teníauna pistola con una bala menos. Kira no podíasaber cuánto hacía que se había disparado, perono creyó que un soldado entrenado emprendieraun combate sin el cargador lleno; por eso era

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probable que hubiera sido ese el que habíadisparado a Afa. Pero «probable» no era lomismo que «seguro», y ella lo sabía.

—¿Rescatando municiones? —le preguntóHeron.

Kira se volvió y encontró a la espía Parcialde pie detrás de ella, con aspecto desaliñadopero bien despierta. Volvió a colocar el cargadoren el arma y la dejó sobre el pecho del Parcialcaído.

—Este le disparó a Afa —dijo,incorporándose. Trató de mantener un tono decuriosidad sin demostrar demasiado interés—.¿Por qué le habrán disparado a él y a nosotrossolo intentaron sedarnos?

—Probablemente dispararon a la pantallapara apagar la luz —dijo Heron—. Estabanpreparados para la oscuridad, y nosotros, no. Esun procedimiento normal en las emboscadas.Esos dardos tranquilizantes no tienen potenciacomo para romper un vidrio como ese.

—Eso es comprensible —dijo Kira. Y loera. Tal vez. Sacudió la cabeza—. Al disparar a

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la pantalla, era casi seguro que le darían tambiéna Afa. Si querían capturarnos con vida, ¿por quéarriesgarse a herirlo de muerte?

Heron esbozó una sonrisa burlona y le quitóel casco al Parcial. Era una chica de rasgoschinos, como Heron, y de una bellezaasombrosa.

—Es espía. No hubo riesgo.—¿Cuántos? —preguntó Samm. Apareció

doblando la esquina de una torre decomputación, aún con los efectos de la droga;estaba como atontado y arrastraba las palabras.Kira agregó «recuperarse de los sedantes» a lalarga lista de cosas en las que Heron parecíasuperar al resto de los Parciales. No bromeabacuando dijo que estaba diseñada para sersuperior.

—Tres —respondió Kira, observando elcadáver de la muchacha—. Una espía y dossoldados, creo, aunque obviamente no estoy tanfamiliarizada con los modelos como… ¡Epa! —se arrodilló al notar algo extraño bajo loscabellos de la Parcial. Al apartarle el pelo, vio

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tres hileras de hendiduras en el cuello—. Heron,¿tú tienes branquias?

Heron se agachó y ladeó la cabeza de laParcial caída para inspeccionarle el cuello.

—Estos son de Morgan —dijo—. Agentesespeciales con las últimas «adaptaciones» de ladoctora. Revisa a los demás —les quitaron elcasco a los dos hombres y encontraron lasmismas agallas. Lanzó un silbido—. No eranexactamente soldados, entonces —miró a Kira—. ¿Y tú mataste a dos?

—Por un pelito —respondió—. Parece quetienen trajes de neopreno debajo del blindaje.¿Creen que hayan venido nadando? Estamos enla costa del lago Michigan y, a menos que hayatiburones parlantes de agua dulce de los que nome haya enterado, sería mucho más seguroviajar por agua que por tierra.

—Parte del viaje, puede ser —dijo Samm—.Aun así, tendrían que cruzar Michigan a pie; esdemasiado ancho para dar toda la vuelta.

—Parecen perfectamente capaces derespirar en tierra —observó Kira—. Podrían

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haber hecho ambas cosas.—No tiene sentido —dijo Heron—. Si nos

venían siguiendo desde Manhattan, no sehabrían molestado en enviar agentes conbranquias, pues desconocían nuestro destino;podríamos haber ido camino a las llanuras o aloeste, hacia el páramo tóxico. Pero si Morganya tenía agentes apostados aquí, una especie depuesto de avanzada en Chicago, ¿qué mejoresagentes para custodiar la ciudad que estos?

Kira asintió.—Es cierto. O… —se interrumpió; no quiso

proponer la otra explicación tan abiertamente: Ouno de ustedes es un espía y usó nuestraradio para decirles exactamente dóndeestábamos y hacia dónde íbamos.

—¿O qué? —preguntó Heron.—Nada —respondió. Volvió a mirar las

agallas, eludiendo la mirada de Heron, aunque laleve percepción del enlace le insinuó sussentimientos: desconfianza. ponerse en guardia.

confusión. Kira estaba casi segura de queesto último provenía de Samm, y sintió una

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oleada de alivio. Si estaba confundido,significaba que no había sabido del ataque.Tendría que buscar la manera de hablar con élen privado antes de que lo hiciera Heron.

—Quítenles los equipos —dijo Samm—.Dejaré los cadáveres arriba, en un armario.

Él y Heron se pusieron a limpiar los restosde la batalla, y Kira volvió a atender a Afa.Ahora respiraba mejor, gracias a los analgésicosque le había dado, pero seguía inconsciente.Estaba rodeado por los fragmentos de supantalla, y el asa lateral gris seguía conectada alservidor por medio de un cable. La pantalla eracomo una versión más pequeña del escritorio devidrio que habían visto arriba; el vidrio era soloel monitor, y toda la capacidad de procesamientoy memoria estaba almacenada en el armazón;en este caso, en el asa lateral. El servidor en síparecía intacto, y la transferencia de datos bienpodría seguir activa, transmitiendo todos lossecretos de ParaGen al asa. Pero sin pantalla,no podrían leerlos.

Estoy en un centro de datos, pensó. Está

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lleno de computadoras comerciales y, dadoque todos los que trabajaban aquíprobablemente estaban locos por latecnología como Afa, habrá también otrosdispositivos. Debe haber otra pantalla enalguna parte. Volvió a revisar a Afa, seaseguró de que estuviera bien y barrió lospedazos de vidrio para alejarlos de él lo másposible; luego volvió a subir a las oficinas.Empezó por las de las esquinas, las másgrandes, con la esperanza de que su mayorprestigio significara una o dos computadorasextras, pero no encontró nada: varias bases,pero ninguna pantalla para acoplar. La idea eraque fueran portátiles, pensó. Quien hayatenido una seguramente se la llevó a su casa.Siguió buscando, revisó las oficinas una por unay luego continuó con algunos de los cubículos.Le recordaron a las oficinas que habíainvestigado en Manhattan, y eso le dio una idea.Siguiendo una corazonada, dejó los cubículos yfue a revisar las habitaciones y los salones delfondo, en busca de cualquier cosa que estuviera

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rotulada con las iniciales que había en la puertade Afa: TI. Tecnología Informática. Por fin hallóla oficina de TI en la planta baja; el agua lellegaba hasta las rodillas. Su director seguía allí,muerto en su escritorio, con la parte superior delcuerpo cubierta de limo y la inferior, sin nadamás que huesos. Kira contuvo la respiraciónmientras revisaba los estantes, y en el cajón delescritorio encontró una pantalla ligeramente máspequeña que la de Afa. Volvió a salir y cerró lapuerta, haciendo arcadas; se enjuagó con elagua más limpia que había afuera y luegoregresó arriba, donde descubrió que Afa habíavuelto en sí.

—Le dispararon a mi pantalla —dijo, convoz suave e insulsa; había hecho una vez más laregresión al «niño confundido». Kira suspiró,sabiendo que eso era inevitable con un ataquecomo aquel, y se sentó a su lado paraconsolarlo. Afa la miró con ojos preocupados—.¿Y mi mochila?

—Está allá —le respondió, mientras letomaba el pulso. Elevado pero normal—. ¿Cómo

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te sientes?—Le dispararon a mi pantalla —repitió,

tratando de levantarse. Apenas apoyó peso ensu pierna herida, gritó y volvió a desplomarse enel suelo.

—Olvídate de la pantalla —dijo Kira—.Conseguí una nueva, pero a ti también tehirieron. Tienes que descansar.

—Necesito mi mochila.—Te dispararon, Afa, en la pierna…—¡Necesito mi mochila! —parpadeó, al

borde del llanto, y Kira se puso de pie paraalcanzársela, preguntándose si no tendría allíadentro otra pantalla y si no habría sidoinnecesario que pasara todo ese tiempo con elcadáver del director de TI. Le dio la mochila yAfa la sujetó contra su pecho, al tiempo que semecía hacia adelante y hacia atrás—. Nuncadebo dejar mi mochila —dijo—. Soy el últimoser humano del planeta.

—Se ve mal —dijo Samm.Kira asintió, demasiado exhausta para que le

importara ya lo que Samm pensara de Afa;

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además, era verdad.—Se refugió dentro de su cabeza —dijo—.

Pasará un rato hasta que logremos hacerlo salir.Samm estiró la cabeza hacia el servidor, y el

asa de la pantalla, que seguía conectada.—¿Tenemos todo?Kira levantó el asa. En la punta aún había

una lucecita verde encendida.—No lo sé. No me atrevo a desconectarla

por si todavía está transfiriendo datos.—¿Cuánto tardará?Kira se encogió de hombros y señaló a Afa

con un gesto.—El único que lo sabe está cantándole el

arrorró a su mochila. Está perdiendo sangre y notengo antibióticos para ayudarlo, mis pantalonesestán manchados con sangre de un tipo muerto,y realmente empiezo a desear que muchascosas hubieran sido diferentes.

Respiró hondo, sorprendida por su propiarespuesta.

—Estás bajo mucho estrés —observóSamm.

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Kira sintió que afloraban las lágrimas, y seenjugó una del rabillo del ojo.

—Sí, ¿alguna otra novedad?Él se quedó callado un momento, y tomó la

pantalla que ella había conseguido.—¿Crees que podamos conectar esta a la

otra?—Tiene un solo puerto —respondió Kira.

Volvió a enjugarse los ojos y se enderezó—. Nopodemos conectar la nueva pantalla hasta quedesconectemos el servidor, y no quieroestropearlo todo si todavía está descargandodatos.

—En ese caso, pondremos un perímetro ypasaremos la noche aquí —dijo Samm. Miróalrededor; las torres de computación obstruían lavisibilidad en todas las direcciones—. Pero nopodemos quedarnos en este lugar; no haymanera de proteger bien esta sala, y además elgenerador se dañó. Y también el tubo deescape. Está llenando el lugar de humo desolvente quemado.

—Genial —dijo Kira—. Era lo que nos

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faltaba.Samm se puso de pie y le tendió la mano.

Ella la tomó y quedó de pie frente a él. No seapartaron. Lo miró a los ojos y sintió… algo. Aveces todavía le costaba interpretar el enlace.

Él fue el primero en apartar la mirada.—Lo tomaré por los brazos —dijo, al tiempo

que se ubicaba detrás de Afa—. Llevémoslo aun lugar seguro.

Kira despertó sobresaltada a las dos de lamadrugada, segura de que algo estaba mal. Miróalrededor frenéticamente y buscó su fusil.

—¿Quién está ahí? ¿Nos atacan?—Tranquila —le dijo Heron—. Acaba de

apagarse el generador. Te habrá despertado elcambio en el ruido de fondo.

—Iré a revisarlo.—Probablemente se le terminó la gasolina, y

no volveremos a encenderlo pronto.—En ese caso, traeré el asa de la pantalla

—insistió—. Si ya tenemos todo lo que vamos aconseguir, prefiero que esté aquí con nosotros yno allá abajo, solo.

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—Lleva tu arma —dijo Heron. Su expresiónera indescifrable en la oscuridad, y el enlace, porlo que Kira podía sentir, estaba mudo—. Podríahaber más peces monstruosos.

—Gracias —respondió.Revisó el pulso y la respiración de Afa casi

por reflejo, y bajó la escalera. El gas venenoso,según habían descubierto, era más pesado que elaire, de modo que el lugar más seguro era elúltimo piso. Kira encendió la linterna en elextremo de su arma; la reconfortaba tener elfusil por delante en caso de que realmentehubiera alguien allá abajo. Las salas estabanoscuras; las escaleras, vacías, y el edificio, ensilencio, salvo por el sonido suave del goteo y elvaivén del agua. En el centro de datosaparecieron las torres de computación a sualrededor; proyectaban sombras largas bajo elhaz danzante de la linterna. Las manchas desangre de la batalla hacían que la escena, de porsí escalofriante, se volviera amenazadora, y Kiracaminó lentamente, conteniendo la respiraciónmientras pasaba entre los monolitos. Los gases

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del escape se arremolinaban en torno a sustobillos y pantorrillas, y el aire tenía un saboramargo. Encontró el asa, la desenchufó delservidor y regresó arriba rápidamente. Cuandollegó de vuelta al campamento, se sentó en subolsa de dormir, tomó la segunda pantalla yenchufó el cable.

—¿Vas a leerlo ahora? —le preguntóHeron.

—¿Qué estamos esperando?—Cierto —dijo Heron; se sentó detrás de

ella y espió por encima de su hombro.Kira parpadeó cuando la pantalla se

encendió, y redujo el brillo a un nivel tolerable.Un ícono pequeño en el centro de la pantalla leinformó que aún estaba intentando conectarsecon la otra asa, y Kira contuvo la respiraciónmientras el hexágono diminuto giraba y giraba.Se detuvo, y volvió a girar.

—Vamos, vamos —susurró. Un minuto mástarde se detuvo. conexión completa. Abrió lacarpeta de descargas y examinó la listainterminable; a la larga se dio por vencida y

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abrió la pestaña de búsqueda—. ¿Qué busco?—¿El Consorcio? —sugirió Heron—. ¿RM?

¿Vencimiento? ¿Tu nombre?Kira escribió K-I-R-A y pulsó Buscar. El

hexagonito giró pero no ofreció ningún resultado.—¿Qué?—Tal vez apareces con otro nombre.—Probaré con el de mi padre —escribió:

D-H-U-R-V-A-S-U-L-A. El hexágono volvió agirar mientras la máquina buscaba con rapidez, ypronto empezó a presentar resultados, archivotras archivo; pasaban tan rápidamente que nisiquiera alcanzaba a leer los títulos. La detuvoen 3,748 resultados y borró la búsqueda—.Supongo que tendremos que redefinir labúsqueda. A ver… —pensó, mordisqueándoseel labio, y luego ingresó una nueva palabra:

S-E-G-U-R-O.El hexágono giró. Doce resultados. Abrió el

primer archivo de la lista y descubrió que era uncorreo electrónico de Bethany Michaels,directora financiera de ParaGen, para su padre.Kira lo leyó en voz alta.

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—«La dirección conjunta tiene un últimopedido para el ejército de BioSintes: una especiede Seguro. Sé que ustedes insisten en lairreprochable lealtad de los BioSintes (sé queestá integrada en sus cerebros y todo eso), perome parece una petición muy razonable, dadaslas capacidades de los BioSintes, y algo que nopodríamos optar por desatender. Conjuntamentecon el ejército, necesitamos que diseñen unvirus. Si el ejército funciona mal, se rebela o porcualquier motivo se nos va de las manos,necesitamos poder apretar un botón y,esencialmente, desactivarlos. Necesitamos unvirus que destruya a los BioSintes sin hacerledaño a nadie ni nada más. Confío en que suequipo no tendrá problemas con el diseño ni laimplementación».

Kira se quedó mirando la pantalla.—El Seguro es el RM —dijo Heron—. Lo

ordenó su propio gobierno.Kira respondió en un susurro.—Y luego mató a quienes no debía.

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CAPÍTULO VEINTICINCO

Había sido fácil hacerse atrapar por losParciales. Marcus y Ariel empacaron sus cosas,se pusieron a caminar por la carretera másancha que encontraron, y al cabo de dos horaslos recogió una patrulla. El equipo de doshombres los cacheó, les confiscó las armas y losencaminó hacia East Meadow; pocos kilómetrosmás adelante se toparon con un camión, lleno yahasta la mitad de prisioneros humanos, que losllevó el resto del camino. Los humanos ibansentados en silencio, aterrados, y Marcus nonecesitó fingir su propio miedo ante laperspectiva de la ocupación Parcial. Se habíandejado atrapar a propósito, pero no tenían ideade lo que los Parciales pensaban hacer con

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ellos. Cuando llegaron a East Meadow, loshicieron bajar, volvieron a cachearlos y losinterrogaron. Aparentemente, no reconocieron aMarcus, o si lo hicieron, no les importó. Cercade la medianoche, los liberaron en la ciudad, sinnada más que la ropa que llevaban puesta.Buscaron una casa vacía y se escondieron hastala mañana.

No se arriesgaron a ir a casa de Nanditahasta la noche siguiente, pues temían que lossiguieran. Al llegar, descubrieron que losParciales ya la habían allanado y revisadominuciosamente hasta el último rincón.

—Si queda algo, me sorprenderé mucho —dijo Marcus, pero se pusieron a trabajar de todosmodos, con la esperanza de encontrar algúnindicio de los planes de Nandita que a losParciales se les hubiera escapado, si acasosabían lo que buscaban. Pasaron los días en lacasa vacía, revisándola con mucho cuidado ysigilo, y cuando oscurecía se escondían en casasvecinas, una diferente cada noche, esforzándosepor mantenerse invisibles.

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Las personas que atraían demasiado laatención siempre terminaban muertas en laejecución nocturna.

Empezaron por buscar en el cuarto deNandita: revisaron todos sus cajones y armarios,las cajas debajo de la cama, los espacios detrásde la cómoda y del gran espejo del tocador;incluso entre los colchones y en los bolsillos desu ropa. Buscaron también en el invernadero,aunque en los meses de la ausencia de Nandita,Xochi había ocupado gran parte de él yquedaban muy pocos lugares que no estuvieranllenos con su colección de hierbas y brotes. Alno encontrar nada, se pusieron a hurgar el restode la casa: primero en las gavetas y alacenas, ypor último levantaron las tablas del piso, cortaronlas tapicerías y hasta cavaron en el jardín. Ynada.

—Creo que tenemos que aceptarlo —dijoMarcus días después, al apoyarse con cansanciosobre la barra de la cocina—: o estos registrosde experimentos no existen, o ya no están aquí.

—Existen —le aseguró Ariel—. Los vi.

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—Tal vez se los llevó —sugirió Marcus. Sequedó mirando el agujero abierto que acababande dejar en la pared de la cocina. Más o menosun año atrás, Nandita había reparado allí unaparte del panel de yeso, algo que los Parcialesaparentemente no sabían, pero cuando loabrieron no encontraron nada más que unosclavos caídos—. Tal vez por eso se fue, paracontinuar sus estudios o analizar los resultados, oalgo así.

—O para esconderlos —dijo Ariel—. Oquizá directamente para destruirlos. Aunque nosé por qué habrá tomado esa decisión.

Marcus negó con la cabeza.—Estás dando por sentado que se fue por

su propia voluntad. ¿Y si la raptaron? ¿A ella ysus registros? Eso parece… —Marcus seinterrumpió, y luego lanzó una risita seca—. Ibaa decir que eso parece paranoico, pero dadas lascircunstancias, podría ser cierto. Creo que aestas alturas, nada me sorprendería.

—Si la raptaron, no estarían aquíbuscándola, ¿no crees?

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—Hay muchas facciones Parciales —razonó Marcus—. Podría haber sido alguno delos enemigos de Morgan.

—Tanto Nandita como la doctora Morganhicieron experimentos con Kira —dijo Ariel,asintiendo—. Hasta podrían haber estadotrabajando juntas.

—Me dio esa impresión cuando Heron meenfrentó —dijo Marcus—; aunque supongo queHeron no es precisamente la fuente másconfiable. Pero piensa en esto: por lo quesabemos, los experimentos recientes de Morgancon Kira fueron pura casualidad. Ella solo queríauna chica humana; nunca se esforzó mucho porconseguir a una específica.

—Que tú sepas —acotó Ariel.—Que nosotros sepamos —aceptó Marcus

—, pero yo estuve allí. Observé a Kira pasarpor todo esto, tomando todas las decisiones tan asu manera. Si Morgan quería a una chicaespecífica, lo único que tenía que hacer eraatacar la isla como lo está haciendo ahora, enlugar de montar una trampa ridículamente

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complicada para que Kira fuera a verla por supropia voluntad.

—Pero ¿y esa foto de la que me hablaste?—preguntó Ariel—. Tú viste a Kira y Nanditajuntas antes del Brote, lo cual ya resultabastante extraño, pero ¿en el edificio deParaGen? ¿Eso no te sugiere que aquí pasa algomuy raro? Tiene que haber algo más en esarelación.

—¿Como qué? —preguntó Marcus—. Porsupuesto que me llama la atención, pero ¿quépodría ser? Hace semanas que intentodescifrarlo; por eso acabamos de destruir toda lacasa, pero ¿qué significa? ¿Acaso el hecho deverlas en el edificio de ParaGen significa queKira es diferente? Casi todos tenemos algún tipode modificación genética de cuando éramosniños; ¿será que Kira tiene alguna especial?¿Que es importante por alguna razón? Coincidocontigo en esto, Ariel, pero honestamente no sélo que significa.

Oyeron un rumor y de inmediatoreconocieron el sonido de un motor, parecía

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bastante grande. Los Parciales habían traídovehículos motorizados nuevamente a EastMeadow, gracias a la abundancia de recursos yenergía de la que disponían, y los humanoshabían aprendido a estar alertas al sonido queindicaba que se acercaba la «policía». Parcial.Se agacharon, tratando de simular que no habíanadie en la casa. Dio resultado.

—Esta vez estuvieron más cerca que nunca—dijo Ariel—. Creo que saben que estamosaquí… es decir, que usamos esta casa.

—Los papeles que viste en el invernaderode Nandita… ¿qué más recuerdas de ellos?

—Ya te lo dije. Decían: «Madison: Control».Tenían mucha información física: estatura, peso,presión sanguínea y todo eso, no solo lecturasaisladas, sino datos que reflejaban cambios conel tiempo. Madison y yo tendríamos diez años,quizá cerca de once, justo estábamos entrandoen la pubertad, así que había muchos cambiosque verificar. Por lo menos la mitad eranproductos químicos… hierbas, supongo, pero ellahabía hecho algunas anotaciones sobre las

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distintas propiedades de cada hierba, y sobrealteraciones en las mezclas de los goteros deuna vez a la siguiente. Trataba de hallar lacombinación correcta para… algo. No lo sé.«Control», sea lo que sea.

—Ah, maldición… —dijo Marcus, con lamirada clavada en el suelo. Cerró los ojos ysacudió la cabeza lentamente al tomarconciencia—. Maldición, maldición…

—Cuidado con ese lenguaje, señor Valencio—exclamó ella, sonriendo.

—No se trata de control —dijo Marcus,mirando a Ariel—. ¿Cuánto sabes del métodocientífico?

—Yo vi lo que vi —insistió.—Por supuesto que sí —dijo él—, pero

tenías diez años y no supiste interpretarlo.Cuando un científico hace un experimento,siempre tiene por lo menos dos sujetos: elexperimento, en quien prueban las cosas, y elcontrol, en quien no lo hacen. Es un punto dereferencia, un sujeto de pruebas que no semodifica, cuyo único objeto es la observación,

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para tener con qué comparar lo que pase con elsujeto experimental. Es posible que Nanditaestuviera usando a Madison como sujeto decontrol para comprender mejor susobservaciones en Kira.

—Ella nunca había criado hijos —comentóAriel, viendo a dónde quería llegar Marcus conaquel razonamiento—. Cuando Kira hacía algoraro, Nandita no tenía manera de saber si erararo porque todos los niños lo son, o porque…por lo que sea que todavía ignoramos de Kira. Osea que todas éramos sujetos de control —dijo,comprendiendo poco a poco—. Tres controlescontra un experimento —frunció el ceño—. Eslógico, supongo, pero no explica nada. Nosabemos qué cosa estaba probando en Kira nipor qué ni qué tiene que ver con ParaGen.

Marcus se encogió de hombros.—Hay solo tres personas que lo saben —

dijo—: Kira, Nandita y la doctora Morgan. Teapuesto lo que quieras a que Morgan sabe por lomenos algo de eso; si no, no estaría destrozandoesta isla para encontrar a las otras dos.

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—Bueno, pues no pienso ir a preguntárselo—repuso Ariel.

—Y Kira no quiere decirme nada —dijoMarcus—. Tengo noticias de ella más o menosuna vez por semana, y nunca más que unossegundos. Donde sea que esté, la señal esincreíblemente débil.

Ariel contempló la casa saqueada; ahoraparecía un depósito de chatarra, más que unhogar.

—Si había aquí algún rastro de Nandita, losParciales lo encontraron antes que nosotros. Yaunque hallemos algún indicio de dónde podríaestar, nos llevan semanas de ventaja y nossuperan ampliamente en número. No haymanera de que podamos encontrar a Nanditaantes que ellos.

—No te rindas todavía —le dijo Marcus, yle mostró su radio—. La mayoría de losinformes que me llegan por aquí son de batallasParciales; una de las otras facciones sigueatacando a los que han ocupado la isla.

—¿O sea que quedaremos aplastados entre

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dos ejércitos Parciales? —preguntó Ariel—.Pensé que tratabas de levantarme el ánimo.

—Lo que quiero decir es que estándistraídos —explicó Marcus—. No puedenconcentrar toda su energía en buscarla, porquese pasan la mitad del tiempo peleando entreellos.

—Y nosotros pasamos casi todo el tiempoescondiéndonos de los Parciales —replicó Ariel—. Y aun así nos ganan.

Marcus soltó una bocanada de aire; pareciódesinflarse y se quedó mirando el suelo.

—Solo trataba de encontrar un lado positivo,pero creo que ya no nos queda ninguno —jugóun poco con el yeso roto, moviendo los pedazoscon el pie. Empezó a ocurrírsele algo—. O quizásí.

—¿Tenemos un lado positivo?—Tenemos un segundo ejército Parcial.—Ese es el peor lado positivo del que me

hayan hablado.—No —insistió Marcus, entusiasmándose

—. Piénsalo: la doctora Morgan ha levantado un

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ejército inmenso de Parciales con el propósitoexpreso de atacar nuestra isla y mantenernoscomo rehenes, y otro ejército de Parciales estáatacándola por eso. Los Parciales no pelean sinmotivo; son soldados, no… bárbaros. Su únicamotivación para cruzar el estrecho y atacar a lasfuerzas de Morgan es que están tratando dedetenerla, y la única razón para hacerlo es queestén en desacuerdo con ella.

Ariel frunció el ceño, visiblemente escéptica.—¿Dices que el segundo grupo de Parciales

está de nuestro lado?—Si A odia a B y C odia a B, entonces

A y C son aliados —dijo Marcus—. Es el…carácter transitivo de la ética de batalla, queacabo de inventar. Pero es cierto.

—El enemigo de mi enemigo es mi amigo —resumió Ariel.

—Yo sabía que había una frase así.—Entonces, ¿cómo nos ayuda eso? —

preguntó Ariel—. Seguramente uno de nosotrospodría salir de East Meadow y escapar sin quelas patrullas Parciales lo vean, por ejemplo, si el

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otro provoca una distracción lo suficientementegrande, pero luego ¿qué? ¿Ir al norteatravesando el territorio más ocupado de la isla,por una zona de batalla entre Parciales, con laesperanza de poder distinguir cuál grupo escuál? Terminarías aquí en menos de veinticuatrohoras, suponiendo que siguieras vivo.

—Salimos de la isla —dijo Marcus,meneando la cabeza—. Dejamos pelear a lossoldados, y nosotros vamos a hablardirectamente con los líderes.

—Quieres ir hasta el continente, solo, abuscar un grupo de Parciales.

Marcus rio.—¿Quién crees que soy? ¿Kira? No pienso

hacer esto solo: voy a recurrir al Senado.—El Senado huyó de East Meadow en la

invasión —le recordó Ariel—. ¿Qué te hacepensar que puedes encontrarlos?

—Que el senador Tovar era el jefe de laVoz —respondió Marcus—, y sé dónde estánalgunos de sus viejos escondites. Tú, ayúdame aescapar; necesito llegar al aeropuerto JFK.

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CAPÍTULO VEINTISÉIS

Kira miró a sus tres compañeros y asintió comopara convencerse de que lo que decía eraverdad.

—El Seguro era el RM. Lo creó ParaGen,por directivas del gobierno, como una manera decontrolar al ejército Parcial.

El rostro de Samm tenía una expresiónsolemne.

—¿Lo diseñaron para matar a los Parciales?—Era un interruptor de corte —explicó

Heron—. Si los Parciales se rebelaban, ¡bum!,activaban el Seguro y problema resuelto.

—Es una idea muy buena —dijo Afa, muydopado por los analgésicos, pero relativamentelúcido. Parecía pensar con claridad, aunque

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arrastraba las palabras, y sus inhibiciones, si lastenía, habían desaparecido—. Al margen delgenocidio, claro. Sin ánimo de ofender.

—Qué dulce eres —le dijo Heron, aunquesu rostro decía algo totalmente diferente.

—Entonces el Seguro estaba incorporado ennosotros —dijo Samm—. Era un botón biológicode autodestrucción.

—Que mató a quienes no debía —acotóAfa.

—No lo creo —repuso Kira. Levantó lapantalla y recorrió la estructura de archivos enbusca de uno en particular. Cuando lo encontró,lo seleccionó para que todos lo vieran—. Aquí,almacenado en la memoria caché, hay un correoelectrónico de comienzos de la epidemia de RM,adjunto a un artículo sobre una enfermedadmisteriosa que parecía haber salido de la nada.Los registros no dicen con exactitud cuándo seactivó el Seguro ni quién lo hizo, pero me pareceque fue unos tres días antes. Este correo enparticular es de Nandita a mi padre —giró lapantalla hacia ella y leyó en voz alta—: «Nueva

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superenfermedad cobra siete vidas humanas enSan Diego. Decenas de casos más pueden estarrelacionados» —levantó la vista—. El cuerpodel mensaje dice solamente: «Más rápido de loque pensábamos». Y no: «¡Qué horror! Estáatacando a quienes no debía».

—O sea que tal vez apuntaron a los sereshumanos a propósito —dijo Samm—. Lo cual…no tiene ningún sentido.

—No, no lo tiene —concordó Kira—, y poreso todavía no me convence la idea;simplemente señalo que es una posibilidad.

—¿Piensas hacer suposiciones locas sobreel resto de la información? —preguntó Heron—.¿O solo sobre esta parte? Quiero saber cuándodebo prestar atención otra vez.

Kira se exasperó por dentro, pero se cuidóde manifestarlo.

—Justamente —dijo—. El resto de lainformación está bastante claro. No hay ningunafórmula viral ni nada de eso, pero aquí hayregistros que detallan casi todo lo demás.Sabemos cómo lo hicieron: diseñaron las

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glándulas feromonales que hacen funcionar elenlace para que pudieran empezar a emitiresporas virales ante un estímulo químicoespecífico. Sabemos por qué lo hicieron: porqueles preocupaba la posibilidad de que el ejércitoParcial se rebelara, o algo peor, y queríandisponer de una manera fácil de desactivarlos.No fue la decisión más ética que hayan tomado,pero ahí está —apoyó la mano en la pantallaencendida—. Aquí hay registros donde lodebaten, donde lo planean; donde hablan de losdetalles específicos del contagio, tratando deprever con qué rapidez se diseminaría. Perotodo el tiempo se referían a los Parciales, yluego el virus atacó a los humanos, yliteralmente no hay ningún mensaje que hable delo extraño que fue eso. Al menos, nada delConsorcio. Hay un solo mensaje de NoahFreeman, CEO de ParaGen, a la junta directiva,que parece apoyar esta teoría —buscó elmensaje y lo leyó—: «No podemos confirmarque el equipo Parcial esté trabajando paraobstaculizar el proyecto Seguro, pero por las

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dudas, hemos contratado a nuevos ingenierospara que incorporen el Seguro a los nuevosmodelos. Si el equipo nos traiciona, aun así elSeguro va a funcionar».

—Eso parece confirmar lo que decías —observó Samm.

—Correcto —respondió Kira—. ElConsorcio incorporó el RM al genoma Parcial, yeste correo electrónico nos dice que la juntadirectiva conocía esa parte. Pero tambiénsabemos que el Consorcio incorporó la cura enellos, aunque lo hizo en secreto. Nunca semenciona en ninguno de los mensajes entre elConsorcio y sus jefes, y este mensaje del CEOimplica que sabían que el Consorcio trataba deobstaculizar el Seguro, pero no sabían cómo.Ese «obstáculo» debe de ser la cura. Solo semenciona un par de veces entre los integrantesdel Consorcio, y en mensajes extremadamenteencriptados. Sin Afa para descifrarlos, nuncahabríamos podido leerlos.

Afa se reanimó.—Usaron una araña de nivel seis según

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Paolo-Scalini, con…—En realidad, no nos interesa —lo

interrumpió Heron—. Lo importante es que erasecreto, lo cual es raro. No querían que susjefes se enteraran de que estaban desarrollandoun segundo Seguro para el gran Seguro que ellosquerían.

—Lo que aparentemente demuestra que elprimer Seguro estaba destinado a atacar a loshumanos a propósito —dijo Samm—. Si fue unamutación, la cura desarrollada previamente nopodría pararlo.

—Exactamente —dijo Kira, asintiendo—.Todo encaja demasiado bien como para quehaya sido un accidente.

—¿Y la fecha de vencimiento? —preguntóHeron—. Si mal no recuerdo, es la otra razónpor la que estamos aquí, ¿no? ¿Dice cómoanularla?

—Esa es otra cosa que parece haber sidosecreta —respondió Kira—. Mensajesencriptados y todo eso. Algunos integrantes delConsorcio estaban al tanto; otros, como Morgan,

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no. Sin leer los mensajes de varias semanasentre los miembros del Consorcio, no puedosaber por qué.

—Probablemente porque algunos pusieronobjeciones —supuso Samm—. Dijiste que habíadiscusiones sobre el Seguro, ¿no? Debía habergente que no estaba de acuerdo.

—Así es —dijo Kira—. A mi padre, porejemplo, le parecía inmoral crear nuevas formasde vida con mecanismos de autodestrucción.

No pudo sino sonreír ante aquellademostración de la bondad de su padre, al saberque se oponía a algo que ella tanto detestaba.Aun sabiendo que no tenía ninguna conexiónbiológica con él, o quizá porque lo sabía, esasotras conexiones tenían mucho más significado.

Afa asintió, casi en forma compulsiva, y sepuso a dibujar en el suelo con el dedo mientrashablaba.

—Entonces el Consorcio tenía un plan queno reveló a ParaGen, pero incluso entre elloshabía desacuerdos, o bien cada uno tenía supropio plan y no se lo decía a los demás. Tal vez

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fueron ambas cosas, o algo así.—Correcto —dijo Kira—. Había un plan;

por lo menos uno.—Pero ¿y la fecha de vencimiento? —

volvió a insistir Heron—. Dijiste que allí habíaalgo, ¿qué era?

—Solo teorías y proyecciones —respondióKira. Le acercó la pantalla—. Puedes leerlos túmisma, si quieres: largas conversaciones sobrela necesidad de una fecha de vencimiento paralos Parciales, y sobre qué tan larga debía ser suvida útil, cómo debería funcionar eso y quién ibaa desarrollarla. Y así sucesivamente. Pero nadade fórmulas, códigos genéticos ni detallesmédicos de ningún tipo.

—Igual que el virus —observó Samm—.Pensé que este centro tenía todos los archivosde ParaGen.

—Yo también —acotó Afa, mientras seguíadibujando garabatos con el dedo.

—Entonces, ¿dónde está el resto? —preguntó Kira—. ¿En otra torre? No sé sivamos a poder encender otra vez el generador.

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—Busqué en todo el directorio —respondióAfa—. Todo lo de ParaGen estaba en esa torre.

—Pero resulta claro que no está —repusoHeron—, entonces ¿dónde está el resto?

—No lo sé —respondió Afa.—Tal vez hay que volver a revisar el

directorio —dijo Samm, pero Kira negó con lacabeza.

—Es obvio que no querían que las partesmás importantes de su plan estuvieran en lanube, como la llama Afa. Los demás archivosestán exactamente donde pensábamos queestaban —respiró hondo, sin atreverse a decir losiguiente—, y allá iremos.

—No hablarás de ir a Denver —exclamóHeron.

—Claro que sí.—No iremos —dijo Heron—. Hicimos este

intento y no resultó; ahora seamos razonables yregresemos a casa.

—En casa no hay nada para nosotros —repuso Kira.

—¡Hay vida! Hay salvación, hay

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pensamiento racional. Ya hablamos de esto…—Y decidimos ir a Denver —le recordó

Kira—. Ese fue nuestro plan desde el comienzo.Creímos que aquí podíamos conseguir lo quenecesitábamos, pero no… lo intentamos y noresultó. Ahora tenemos que seguir.

—Tengo la pierna rota —dijo Afa.—Lo sé.—La bala tocó el hueso…—Lo sé —repitió Kira—. Lo sé, y lo siento.

¿Qué más podemos hacer? ¿Dar la vuelta yrendirnos porque la gran aventura no resultó?

—La gran aventura era Denver —dijoHeron—. Chicago era la única parte sensata delplan.

—Vinimos a buscar información sobre alConsorcio —insistió Kira—. Sobre ParaGen,sus planes, sus fórmulas, todo eso, para podercurar estas enfermedades…

—Podemos curarlas si regresamos —insistió Heron.

—No, no podemos —replicó Kira—.Podemos demorarlas, evitarlas por un tiempo.

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Tal vez si la doctora Morgan tiene mucha suerteestudiándome, haya algo que pueda hacer paraevitar la fecha de vencimiento. Pero aun asíestará el RM, y los bebés seguirán muriendo yno hay nada que podamos hacer para evitarlo.

Heron habló con voz helada.—Así que, como no puedes salvar a ambos,

dejarás morir a los dos.—Puedo salvarlos —insistió Kira—.

Podemos salvarlos, juntos, si vamos a Denver abuscar esos archivos.

Heron sacudió la cabeza.—¿Y si no están allá?—Están allá.—Y después, ¿a dónde? ¿Seguimos hasta la

otra costa? ¿Cruzamos el océano?—Están allá —repitió Kira.—Pero ¿y si no?—¡Pues seguimos buscando! Porque están

en alguna parte, lo sé.—¡No sabes nada! Es solo lo que quiere

creer tu psique confundida y desesperada.—Es la única explicación que conecta todo

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lo que hemos encontrado hasta ahora. No voy adarme por vencida y no voy a dar la vuelta.

Se hizo silencio. Kira y Heron quedaronmirándose, feroces como leonas.

—Yo no quiero ir al infierno —dijo Afa.—Harás que nos maten —dijo Heron.—Nadie te obliga a venir.—Aun así vas a hacer que te maten, y si tú

eres la clave para corregir la fecha devencimiento, es lo mismo.

—Entonces ven con nosotros —pidió Kira—. Podemos hacer esto, Heron, te lo juro. Todolo que hizo el Consorcio, cada fórmula queusaron, cada genoma que crearon, todo está allá,esperándonos. Vamos a buscarlo y llevémoslo acasa, y salvaremos a todos. A ambos bandos.

—A ambos —repitió Heron. Respiró hondo—. Nosotros y los humanos. Pues entonces serámejor que hagas todo lo que puedas, porque si lacuestión se reduce a unos o a los otros, teaseguro que quedaremos nosotros —se volvió ysalió de la habitación con grandes zancadas—.Si vamos a ir, pues que sea rápido; cada minuto

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que perdemos es una muerte más en casa.Kira también respiró hondo, llena aún de

adrenalina. Afa observó a Heron y luego dijo,con voz demasiado alta:

—Ella no me agrada mucho.—Ese es el menor de sus problemas —dijo

Kira. Miró a Samm—. Estuviste muy calladotodo este tiempo.

—Tú sabes cuál es mi posición —respondióSamm—. Confío en ti.

Kira sintió que se le llenaban los ojos delágrimas, y se los enjugó con la manga.

—¿Por qué? —preguntó, sollozando—.Muchas veces me equivoco.

—Pero si hay en el mundo alguna manerade que lo consigas, vas a mover montañas contal de hacerlo.

—Así como lo dices, parece muy sencillo.—Que sea sencillo no implica que sea fácil

—dijo Samm.—Primero deberíamos llamar a casa —

propuso Afa—. Ese tipo con quien hablassiempre… tenemos que avisarle que vamos a

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demorarnos.—No —dijo Samm, poniéndose de pie—.

Acaban de atacarnos. No sé si eran de unpuesto de avanzada o si nos siguieron, perocomo sea, corremos más peligro del quecreíamos. Nadie debe saber siquiera si estamosvivos, mucho menos a dónde vamos.

—No hace falta que digamos a dónde —dijoAfa—; podríamos usar un nombre en clave.Como Mortorq… es un destornillador.

—No —respondió Kira—. Cualquier cosaque digamos es una pista demasiado grande.Iremos, pero en secreto —miró la pantalla quetenía en la mano y la guardó en la mochila—. Ynos vamos ahora.

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CAPÍTULO VEINTISIETE

Las ruinas del aeropuerto JFK estaban rodeadaspor un enorme aro de pistas llanas y vacías, queobligaban a cualquier intruso a acercarse porterreno abierto. Un asalto bien coordinado, convehículos blindados, podría tomarlo fácilmente,pero quedaban pocos de esos en el mundo, y elejército rebelde de la doctora Morgan no teníaninguno. La Voz lo había defendido contra laRed con apenas un puñado de vigías yfrancotiradores, pero ahora ambos bandosestaban preparados para defenderloconjuntamente contra los Parciales. Marcuscruzó las pistas con inquietud, rogando que losguardias lo reconocieran como humano. Y quese tomaran el trabajo de intentar reconocerlo.

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Habían volado la autopista JFK, que llegabaal aeropuerto, junto con la mayor parte de laTerminal 8, para que cualquier fuerza queavanzara tuviera menos lugares dondeesconderse. Marcus se dirigió entonces a laTerminal 7, y a medida que se acercaba vio a losfrancotiradores en las sombras, siguiéndololentamente con sus fusiles.

—Alto ahí —ordenó una voz. Marcus sedetuvo—. Suelte sus armas.

—No tengo armas.—Entonces suelte todo lo demás.No llevaba mucho; solo una mochila llena de

caramelos duros y un par de litros de agua. Ladejó en el suelo y se apartó, con los brazosextendidos para demostrar que no tenía nada.

—Dese vuelta —le ordenó la voz, y Marcusobedeció.

—Soy solo un chico mexicano delgadito —dijo Marcus—. ¡Ah, esperen! Lo olvidé.

Metió la mano en el bolsillo de sus jeans ysacó un papel doblado y un lápiz gastado. Loslevantó para que los vieran y luego los depositó

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cuidadosamente en el suelo.—¿Se está burlando? —preguntó la voz.—Sí.Hubo un largo silencio, hasta que al fin

divisó a un hombre en la puerta, que le hacíaseñas de que se acercara. Marcus corrió hastala puerta abierta, donde encontró a soldados dela Red, que esperaban con ametralladoras. Losmiró con nerviosismo.

—Ustedes son humanos, ¿no?—Hasta la última célula de mi cuerpo odia a

los Parciales —respondió el soldado—. ¿Estáscon Delarosa?

—¿Qué?—La senadora Delarosa —repitió el soldado

—. ¿Trabajas con ella? ¿Tienes algún mensaje?Marcus frunció el ceño.—Un momento, ¿ella todavía…? —recordó

su encuentro con Delarosa en el bosque, cuandoél y Haru iban en retirada tras el primer ataqueParcial. Ella había estado escondida en elbosque, atacando patrullas—. ¿Sigue peleandocon los Parciales?

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—Con todo el apoyo de la Red —respondióel soldado—. Y lo hace muy bien.

Eso lo hizo pensar; la recordaba más comoterrorista que como luchadora por la libertad.Supongo que llega un momento en que todosse mezclan. Cuando la situación se vuelvedesesperada, todo vale…

No, no es cierto, pensó con firmeza. Alfinal de la guerra tenemos que ser los mismosque cuando empezamos.

—Soy solo un tipo —respondió Marcus—.No traigo ningún mensaje, ninguna entregaespecial ni nada.

—El área de refugiados está abajo —leinformó el primer soldado—. Trata de no comerdemasiado; no nos queda mucho.

—No se preocupen —respondió Marcus—.No me quedaré mucho tiempo. ¿Podría hablarcon el senador Tovar?

Los soldados se miraron, y luego el primerovolvió a mirar a Marcus.

—El señor Mkele prefiere interrogar a todoslos que llegan. Puedes hablar con él primero.

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Llevaron a Marcus por el aeropuerto y caside inmediato descendieron hacia la vasta red detúneles subterráneos que cruzaba todo elcomplejo. Le sorprendió encontrar todo uncampamento de refugiados en el subsuelo;aparentemente él no había sido el primero aquien se le había ocurrido refugiarse allí.

—¿Los Parciales no saben que están aquí?—preguntó Marcus—. Matarían con tal detomar este lugar.

—Han enviado un par de patrullas —respondió el soldado—. Hasta ahora hemospodido causarles más problemas de los quedesearían enfrentar.

—No será por mucho tiempo —comentóMarcus.

—Delarosa los está atacando por losflancos, y también otra facción Parcial. Entreellos mantienen al ejército principal demasiadoocupado como para molestarse con nosotros.

—Justamente por eso vine.El soldado lo condujo a una oficina pequeña

y llamó a la puerta. Marcus reconoció la voz de

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Mkele cuando les indicó que entraran. Elsoldado empujó la puerta.

—Un nuevo refugiado. Dice que quierehablar con el Senado.

Mkele levantó la vista, y Marcus sintió ciertoorgullo travieso al ver la sorpresa en los ojos delexperto en seguridad.

—¿Marcus Valencio?Sorprender a un hombre que se jactaba de

saberlo todo era una proeza impresionante.El orgullo fue seguido casi instantáneamente

por una oleada de desesperación. De algunamanera, ver que Mkele no lo tenía todo bajocontrol era el indicio más perturbador de cuántose estaban desintegrando las cosas.

—Hola —lo saludó Marcus al entrar—.Tengo una… petición. Una propuesta, supongo.

Mkele echó un vistazo al soldado, con ojosinseguros; luego volvió a mirar a Marcus y leseñaló una silla.

—Toma asiento.El soldado salió y cerró la puerta; Marcus

respiró hondo para calmar sus nervios.

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—Necesitamos ir al continente —le dijo.Los ojos de Mkele se dilataron y Marcus

tuvo la misma sensación de triunfo incómodo alver que había vuelto a sorprender al hombre. Alcabo de un breve instante, Mkele asintió, comosi comprendiera.

—Quiere buscar a Kira Walker.—No me molestaría encontrarla —

respondió—, pero ella no es el objetivo.Necesitamos enviar un grupo al norte, a unaciudad llamada White Plains, para hablar con losParciales que están atacando a la doctoraMorgan.

Mkele no respondió.—No sé con certeza qué facción está allá

—prosiguió Marcus—, pero sí sé que se oponena la de la doctora Morgan. Hace unos meses ungrupo de ellos atacó el hospital donde Kiraestaba atrapada, y fue así como pude sacarla deallí mientras ellos se mataban entre sí. Ahoraestán atacando otra vez a las fuerzas deMorgan; las siguieron desde el otro lado delestrecho, lo cual es un buen indicio de que

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quieren detener esta invasión.—Y usted piensa que por eso serán amigos

nuestros.—A igual a B igual a… Mire, Ariel tenía

una frase mucho mejor para expresar esto,ahora no la recuerdo. Pero sí: tenemos unenemigo común, así que tal vez consigamosayuda.

Mkele lo observó un momento más, y luegorespondió lentamente.

—Admito que hemos pensado en algo así,pero no sabíamos cómo ni dónde contactarlos.¿Está seguro de que están en White Plains?

—Muy seguro —respondió Marcus—.Samm nos contó todo: tienen un reactor nuclearque abastece a toda la región, por eso se quedanallá para mantenerlo. Si logramos llegar, yadmito que no será fácil, podrían estardispuestos a trabajar con nosotros para poner fina la ocupación y, quizá, encontrar algunas de lasrespuestas que buscamos antes de que seademasiado tarde. Vale la pena intentarlo.

—Siempre que no nos salga el tiro por la

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culata —dijo Mkele—. Es una misión a ciegasen territorio hostil, sin garantías de seguridad. Siva, acabará muerto.

—Por eso vine a verlo. Yo no soy Kira, nosirvo para liderar una cosa así; solo se meocurrió la idea.

—Así, cuando inevitablemente alguienmuera, seré yo en lugar de usted.

—Lo ideal es que no muera nadie —repusoMarcus—, pero usted puede planear susmisiones como prefiera. Mi recomendación esque viva por lo menos el tiempo suficiente paralograrlo.

Mkele tamborileó los dedos sobre elescritorio, un gesto sorprendentemente mundanoque parecía humanizar al hombre severo a losojos de Marcus.

—Hace un año te habría reprendido porimprudencia. Hoy, tal como está la situación,estamos dispuestos a intentar casi cualquiercosa. Tenía una unidad de soldados yapreparándose para una misión en el continente, yahora que nos das un objetivo claro, podemos

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lanzarla. Además, da la casualidad de quenecesitamos un paramédico, y alguien que tengaexperiencia tras las filas Parciales.

—Y supongo que está buscando unvoluntario.

—Esto es la Red de Defensa —respondióMkele—. No esperamos voluntarios. Partiráspor la mañana.

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CAPÍTULO VEINTIOCHO

Kira y sus compañeros iban camino a Denver.Habían abandonado el centro de datos alamanecer, después de vendarle a Afa la piernaherida lo mejor posible y de ayudarlo a recorrertres kilómetros de agua sucia. La canoa estabaexactamente donde la habían dejado, y fueronremando en silencio a recoger sus caballos.Samm remaba con movimientos largos ypotentes, mientras Heron y Kira observaban lascopas de los árboles en busca de algún indiciode ataque. Un perro solitario se detuvo en unpuente para mirarlos pasar, pero no habló niladró, y Kira no supo distinguir si era un PerroGuardián o simplemente un animal común quese había vuelto salvaje.

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Los caballos estaban ilesos peroaterrorizados, y a Samm y Heron les llevó variosminutos calmarlos lo suficiente como para quese dejaran ensillar. Kira le cambió las vendas aAfa, y entre todos lo ayudaron a montar aOddjob; se bamboleó e hizo una mueca de doloral sentir el cambio de presión en el músculoherido. Kira se mordió el labio, sentía rabia portener que llevar a Afa aún más lejos de suhogar; en realidad no estaba enojada con él nicon nadie; sino solo enojada. Enojada porquela vida es tan difícil, pensó. Nandita me criopara comportarme mejor. «Si tienes fuerzaspara quejarte, tienes fuerzas para haceralgo al respecto».

Ya estaban casi a mitad de camino entreLong Island y Denver, y pasarían dos mesesenteros antes de que Afa pudiera regresar a sucasa, dos meses que no tenían. No podíandejarlo, obviamente, así que debían llevarlo conellos, aunque el viaje se hiciera arduo. Además,pensó Kira, si en el laboratorio de Denverhay otro sistema informático, vamos a

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necesitar a Afa para acceder a él. Es elúnico que puede hacerlo.

Solo tenemos que asegurarnos de quesobreviva.

Una vez que todos estuvieron montados ylistos, Kira los condujo no hacia la carretera sinoa un gran hospital que había del otro lado.

—St. Bernard’s —dijo, leyendo el cartelgastado que estaba en la entrada delestacionamiento.

—¿Buscamos antibióticos en la farmacia?—preguntó Heron—. ¿O en barriles colgadosdel cuello de unos perros gigantes y peludos?

—Siempre y cuando los perros no hablen —respondió Kira—, me da lo mismo.

Aún le duraba el susto por los perrosparlantes, y la noche anterior había vuelto asoñar con ellos: consigo misma viviendo conellos, salvaje, rechazada tanto por la sociedadhumana como por la Parcial. Sabía que erainjusto odiarlos. Ellos no podían evitar ser lo queeran, como tampoco podía hacerlo ella. Hizo aun lado ese pensamiento y entró en el hospital,

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donde le mostró a Samm los medicamentos quenecesitaban, mientras Heron cuidaba a Afa y alos caballos. Llenaron todo un morral conantibióticos y analgésicos, y montaron paradirigirse al oeste.

Hacia el páramo tóxico.La ruta más rápida para salir de la ciudad

era por las vías del ferrocarril, que cruzaban lacarretera del río en línea recta en dirección sur-sudoeste y estaban elevadas, de modo que losmantenía por encima de las partes másinundadas. Siguieron la vía por varios kilómetros:pasaron por patios ferroviarios de maniobras,patios de escuelas, casas viejas y desvencijadas,iglesias inundadas y edificios derrumbados, ycruzaron un río desbordado. Las vías delferrocarril eran rectas y la mayor parte delcamino estaba seco, pero era pedregoso y loscaballos avanzaban muy despacio, por esocuando oscureció lo suficiente para detener lamarcha, ni siquiera habían llegado a la carretera.Se refugiaron en una biblioteca públicasemiderruida, dejaron que los caballos se

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alimentaran con los pastos altos del terrenoexterior cenagoso y luego los condujeron concuidado por la rampa de acceso hacia el interior,donde el piso estaba seco. Kira revisó lasvendas de Afa, le dio una dosis potente deanalgésicos y le limpió la herida mientras éldormía. Heron cazó ranas y lagartijas en elpantano y las asó sobre un fuego hecho conrevistas y sillas viejas. Los libros de la bibliotecaeran viejos y estaban podridos, y ya no quedabanadie en el mundo para leerlos, pero Kira seaseguró de que ninguno fuera a parar al fuego.Le pareció que no estaría bien.

Por la mañana descubrieron que estabanmuy cerca de la Interestatal 80, la mismaautopista enorme que habían seguido desdeManhattan, pero unos ciento cincuentakilómetros más al oeste que donde la habíandejado, en el límite oriental de Chicago.Volvieron a tomarla y vieron que estaba más altay seca que las vías del ferrocarril, y que a loscaballos les resultaba mucho más fácil caminarpor allí. Siguieron la autopista todo el día, con la

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ciudad extendiéndose sin fin en todas lasdirecciones: edificio tras edificio, calle tras calle,ruina tras ruina. Las localidades aparecían yquedaban atrás: Mokena, Nueva Lenox, Joliet,Rockdale; sus límites se desdibujaban formandouna sola metrópoli continua. Cuando volvió aanochecer, habían llegado al límite de Minooka yel camino se curvaba hacia el sur, rodeando lalocalidad. Por primera vez Kira vio camposabiertos que se extendían hacia el oeste. Elhorizonte era chato y sin formas, un océano detierra, pasto y ciénagas. Durmieron en undepósito inmenso, en lo que Kira supuso que eraun antiguo sitio de descanso para camioneros, yescucharon el golpeteo furioso de la lluvia sobreel ancho techo de metal. La herida de Afa noestaba mejor que la noche anterior, perotampoco estaba peor. Kira se acurrucó en subolsa de dormir y leyó a la luz de la luna unanovela de suspenso que había encontrado en labiblioteca. A este tipo lo perseguirán losdemonios, pensó, pero al menos puede tomaruna ducha caliente por la mañana.

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Se durmió con la nariz en el libro, y despertócómodamente envuelta en una manta. Sammmiraba por la ventana mientras el sol salía sobrela ciudad; miró a Kira brevemente y volvió aobservar el cielo, que iba aclarándose.

Kira se sentó, estiró la espalda y loshombros y trató de aflojar la articulación tiesadel cuello.

—Buenos días —dijo—. Gracias por lamanta.

—Buenos días —respondió él, sin apartar lamirada de la ventana—. No hay de qué.

Kira se levantó, se detuvo para colgar lamanta sobre una hilera de sillas cercanas yluego se agachó para abrir su mochila. Heron yAfa seguían durmiendo, así que habló en vozbaja.

—A ver qué hay de bueno para desayunaresta mañana. Tengo cecina de vaca, un saborindistinguiblemente diferente del de la cecina devaca, y… caramelos. Todo anterior al Brote, deaquel lugar donde nos detuvimos en Pensilvania—volvió a mirar el interior de su mochila—. Se

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nos está terminando la comida.—Deberíamos buscar en la ciudad antes de

partir —dijo Samm—. No estamos lejos delpáramo tóxico, y no sé si podemos confiar en loque encontremos allá.

—Anoche pasamos por un almacén —recordó Kira, al tiempo que sacaba de lamochila sus tres opciones de desayuno y lascolocaba en la mesa junto a Samm. Se sentó delotro lado y abrió los caramelos—. Podemosregresar allá antes de seguir el viaje, pero porahora, come.

Él miró la comida, eligió al azar un paquetede cecina y lo abrió. Lo olfateó cuidadosamentey luego sacó una tira de carne negra y retorcida,sólida como el cuero crudo.

—¿Qué hay que hacerle a la carne para quese mantenga bien doce años?

—Depende de lo que consideres «bien» —respondió Kira—. Puedes pasarte el día enterochupando esa cosa hasta que se ablande losuficiente como para comerla.

Samm arrancó una tira, larga, fina y casi

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risible por lo fibrosa.—Tendremos que hervirla —dijo, y volvió a

guardarla en la bolsa—. Pero es lo mismo: estacomida tiene casi nuestra edad. De hecho, talvez esa vaca tenía nuestra edad, y murió antesde que ese árbol brotara siquiera —señaló unálamo de seis metros que crecía entre las grietasdel asfalto del estacionamiento—. Y sinembargo, podemos comerla. Hoy no hay nadaen el mundo que pueda preservar así la comida.Y quizá no volvamos a tenerlo jamás.

—No sé si eso sería bueno —dijo Kira—.Prefiero la cecina fresca de Riverhead, sinduda.

—Es solo que… —dijo, e hizo una pausa—.Una cosa tras otra. Autos que no funcionan.Aviones que jamás volverán a volar. Sistemas decomputación que apenas sabemos usar, muchomenos recrear. Es como si… el tiempo estuvierapasando al revés. Somos arqueólogoscavernícolas en las ruinas del futuro.

Kira no dijo nada; siguió masticando loscaramelos blandos, mientras el sol se asomaba

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sobre la ciudad montañosa. Tragó y lerespondió.

—Lo siento, Samm.—Tú no tienes la culpa.—No me refería a lo de los cavernícolas ni

a la cecina ni… Lamento haberme enojadocontigo. Haberte dicho cosas que te hicieronenojar.

Samm observó el sol, sin decir nada, y Kiratrató de interpretarlo por el enlace, pero nopudo.

—Yo también lo siento —dijo—. No sécómo resolverlo.

—Estamos en guerra, Samm. Ni siquiera esuna guerra que podamos ganar; humanos yParciales están matándose entre sí, y a símismos, y a todo lo que pueden apuntar, porquees la única manera que conocen de resolver losproblemas. «Si no peleamos, vamos a morir».Pero tenemos que entender que vamos a moriraunque peleemos, y no queremos entenderloporque nos asusta demasiado. Es más fácilrecaer en los mismos ciclos de odio y represalia,

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porque así al menos estamos haciendo algo.—Yo no te odio, pero lo hice. Cuando me

capturaste, cuando volví en mí y te vi ycomprendí que todos los integrantes de miunidad estaban muertos. Tú estabas allí, y poreso te odié más de lo que sabía que podía odiar.También lamento eso.

—Está bien —respondió Kira—. Yotampoco soy precisamente inocente —sonrió—.Ahora lo único que hay que hacer es enviar acada humano y cada Parcial juntos de viaje alotro lado del país, para que aprendan a confiar ya entenderse.

—Me alegro de que haya una solución tansencilla —dijo. No sonrió, pero a Kira le pareciópercibir un asomo de sonrisa en el enlace. Ellacomió un poco más—. Eso es lo que quieresrealmente, ¿no? —le preguntó.

Ella lo miró con curiosidad.—Un mundo unido —agregó, mientras

seguía mirando por la ventana—. Un mundo enel cual humanos y Parciales vivan juntos y enpaz —le echó un vistazo de reojo.

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Kira asintió, masticando más despacio. Esoera exactamente lo que quería, lo que siemprehabía querido desde… Desde que se habíaenterado de lo que era en realidad: una Parcialcriada como humana, conectada con ambosgrupos sin ser realmente parte de ninguno.

—A veces pienso… —empezó a decir, y seinterrumpió. A veces pienso que es la únicamanera de que me acepten. No pertenezco aninguno de los dos grupos, ya no, pero siambos se unieran, ya no sería ese individuoextraño. Sería una más. Suspiró; la cohibíademasiado decirlo en voz alta—. A veces piensoque es la única forma de salvar a todos —concluyó, con voz queda—. De reunirlos atodos.

—Eso va a ser mucho más difícil que curarnuestras enfermedades —observó Samm.

—Lo sé. Vamos a encontrar los laboratoriosde ParaGen, a descubrir sus planes y susfórmulas, a curar el RM y la fecha devencimiento y todo lo demás, y aun así no tendráimportancia porque nuestra gente nunca va a

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confiar entre sí.—Algún día tendrán que hacerlo. Cuando

las opciones sean confiar o extinguirse, confiar oquedar en el olvido; ahí se darán cuenta de queno les queda alternativa y lo harán.

—Esa es una de las cosas que me agradande ti, Samm —dijo Kira—. Eres un optimistairremediable.

Durante los primeros días el camino fue recto yllano, casi al punto de resultar molesto. Habíaalguna que otra granja a los costados, con elpasto crecido y manadas de vacas y caballossalvajes, pero cada cosa que aparecía lesresultaba igual a la anterior, la misma granja quese repetía en una sucesión sin fin, hasta queKira empezó a sospechar que no estabanavanzando nada. De tanto en tanto, al sur, el ríoIllinois se acercaba lo suficiente como para quelo vieran desde la autopista, y de esa forma ellapudo registrar el avance. Viajaban lentamente,

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deteniéndose cada tanto para dar de comer ybeber a los caballos, y proporcionarle a Afa losmedicamentos que necesitaba. Su herida noestaba sanando muy bien, y Kira hacía lo quepodía para mantenerlo con buen ánimo.

A los tres días de salir de Chicago, llegarona una ciudad que parecía una isla, ubicada en laconfluencia de dos ríos. Cruzando el río Rockentraron en la ciudad llamada Moline, y laencontraron cenagosa pero navegable. Sinembargo, el río que estaba del otro lado hizo queKira se detuviera en seco. Era el Mississippi, yya no había puentes.

—Esto no es bueno —dijo ella, recorriendoel ancho río con la mirada. Había oído hablar deque en algunas partes tenía casi dos kilómetrosde ancho. Allí era más angosto, aunque suspartes más anchas parecían de unos ochocientosmetros, si no más. Era demasiado como paraque los caballos cruzaran a nado, especialmentecon Afa—. ¿Esto habrá sido por la guerra o porfalta de mantenimiento desde entonces?

—Es difícil saberlo —respondió Samm.

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—¿Acaso importa? —bufó Heron.Kira observó correr el río y suspiró.—Supongo que no. ¿Qué hacemos?—No podemos cruzar a Afa sin un puente

—dijo Samm—. Además, se nos mojaría laradio, y no confío en que sea tan a prueba deagua como dice ser. Propongo que sigamos lacosta hasta que encontremos un puente intacto.

—¿Hacia el norte o el sur? —preguntóHeron—. Esta vez sí importa.

—Según nuestro mapa, estamos ligeramenteal norte de Denver —respondió Kira—. Iremosal sur.

Hicieron retroceder a los caballos; Kirasusurró a Bobo para alentarlo y le dio unaspalmadas suaves en el pescuezo. La costa delrío estaba intransitable, no solo en la orilla mismasino a varios metros de allí, y en algunos lugarestuvieron que desviarse hasta cuatrocientosmetros. El terreno era demasiado empinado odemasiado cenagoso o había demasiadosárboles, y a menudo las tres cosas a la vez.Siguieron por una carretera angosta mientras

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pudieron, aunque más de una vez descubrieronque el río se había acercado demasiado y lahabía convertido en un pantano, carcomida porla corriente inexorable. Cuando esa carretera sedesvió, tomaron otra, aunque allí la historia era lamisma, y a veces hasta peor. El primer puenteque hallaron daba a la ciudad más grande quehabían visto después de Chicago, pero tambiénestaba destruido. Al segundo día se encontraronatrapados en un punto donde el camino se habíadesmoronado por completo por el agua: de unlado había un río y del otro un lago, y tuvieronque retroceder varios kilómetros. Allí el cenagalse extendía más de un kilómetro y medio deorilla a orilla, quizá hasta tres. Y Kira no pudosino preguntarse cuánto de su cálculo era exactoy cuánto era el resultado de su frustración eimpotencia. Era un sitio hermoso, lleno de aves,flores y luciérnagas que giraban en círculoslentos sobre el pantano, pero a la vez eraimposible cruzarlo. Encontraron un nuevocamino y lo siguieron hacia el sur, rogando quelos condujera a un puente.

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Al cabo de dos días de búsqueda llegaron alpueblo de Gulfport, que estaba más bajo el aguaque encima. Unos gruesos pilares de piedramarcaban el lugar donde alguna vez se habíaextendido un puente hacia una ciudad muchomás grande que quedaba al otro lado del río,pero con excepción de unas vigas queasomaban, desamparadas, entre la corriente, delpuente no quedaba nada. Kira lanzó unapalabrota y Afa se hundió, dolorido, en sumontura. Hasta Oddjob, a quien por lo general legustaba pasearse durante los descansos enbusca de brotes verdes, parecía demasiadodeprimido como para moverse.

—El puente tiene que haber caído por lafuerza del agua —dijo Samm—. Estas ciudadeseran demasiado pequeñas como para ser unfactor importante en la guerra, y ninguna era unobjetivo militar. Creo que, simplemente, el río esdemasiado… grande para su propio bien.

—Y para el nuestro también —acotó Heron.—Pero alguien tuvo que cruzarlo primero,

¿no? —preguntó Kira. Acicateó a Bobo y lo

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acercó más hacia la orilla, para espiar por lacurva entre los árboles tan al sur como alcanzóa ver—. Digo, alguien tuvo que construir lospuentes, y para eso alguien tuvo que cruzar.

—Pero no iban con Afa —le recordóHeron, con un tono de voz que parecía sugerirque lo dejaran atrás por el bien de la misión,pero Kira ni siquiera se molestó en mirarla conenojo. Sí le echó un vistazo a él, que dormitabaatado a su montura, cabeceando mientras losanalgésicos batallaban con la posición incómoda.

—Podríamos construir una balsa —sugirióKira—. Hay muchos árboles, y si queremosdesafiar a esa ciudad hundida, podríamosencontrar tablas por todos lados. Si construimosuna balsa lo suficientemente grande, podríamoscruzar con los caballos, y con Afa.

—La corriente es mucho más fuerte de loque parece —dijo Samm, pero Kira lointerrumpió.

—Lo sé —replicó, en tono más duro de loque era su intención—. Por eso no lo cruzamoshasta ahora, pero ¿qué opción tenemos? Ya

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vamos con el tiempo contado, incluso antes deese desvío de dos días en la direcciónequivocada. Tenemos que ir al oeste; puesentonces… vayamos al oeste. Es eso o seguirotras dos semanas hacia el sur.

—Tienes razón —dijo Samm—, pero noconstruiremos la balsa a menos que seaabsolutamente necesario, y llegado el caso,sabremos que esencialmente estaremosperdidos. Fíjate en aquella ciudad. Todas usabanel río para el transporte de cargas. Lo único quetenemos que hacer es encontrar unaembarcación que flote y usarla.

—Hasta ahora, todas las ciudades grandesestaban del otro lado —recordó Heron—. Amenos que quieras retroceder dos días hacia elnorte hasta Moline. No recuerdo haber vistoninguna barcaza por allá.

—Entonces sigamos hacia el sur —respondió Samm, e hizo avanzar a Buddy por elcamino—. Ya hemos llegado hasta aquí, ¿porqué no seguir?

—¿Esa te parece una buena razón para

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seguir? —le preguntó Heron—. ¿Por qué noseguir fracasando, ya que nos están saliendo tanbien los fracasos?

—Sabes que no soy muy bueno para elsarcasmo —dijo Samm.

—Pues entonces —gruñó Heron—, te lodiré más directamente: esto es una estupidez.Kira tiene sus propias razones para venir aquí,pero yo vine por ti. Confiaba en ti, y estoyesforzándome mucho por mantener viva esaconfianza, ¡pero míranos! Estamos en unpantano, perdidos en un país muerto, esperandoel próximo ataque o la próxima herida o elpróximo trecho de camino embarrado paracaernos al río y ahogarnos.

—Tú eres la mejor de nosotros —le recordóSamm—. Puedes sobrevivir a cualquier cosa.

—Sobrevivo porque soy lista —replicóHeron—. Porque no me meto en la clase desituaciones que podrían matarme, yfrancamente, esa es la única clase de situaciónen que estamos desde hace semanas.

—Podemos hacer esto —dijo Kira—. Solo

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necesitamos calmarnos un poco.—Ya sé que podemos hacerlo —repuso

Heron—. Aunque me queje, no soy idiota; séque podemos cruzar el maldito río. Solo quieroque me asegures que es lo correcto.

Kira empezó a responderle, pero Heron lainterrumpió.

—Tú no. Samm. Y por favor, dime que noes por esta… —señaló a Kira con un gestoairado—, lo que diablos sea.

Samm miró a Heron y luego hacia el otrolado del río.

—No basta, ¿verdad? Seguir, simplemente;tener fe en algo más grande, más inteligente ymejor informado. Así nos hicieron, a todos losParciales: para obedecer órdenes y confiar ennuestros líderes. Pero no basta. Nunca fuesuficiente —miró a Heron—. Hemos seguido anuestros líderes, y a veces ellos ganaron y otrasveces perdieron. Hacemos lo que nos dicen ycumplimos con nuestro papel. Pero esta decisiónes nuestra. Es nuestra misión. Y cuandoterminemos, la victoria, o la derrota, será

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nuestra. No quiero fracasar, pero si lo hago,quiero poder mirar atrás y decir: «Yo hice eso.Fracasé. Pero la decisión fue mía».

Kira lo escuchó en silencio, maravillada porla fuerza de sus palabras y de su convicción.Era la primera vez que se expresaba así, másallá de las simples declaraciones de «confío enKira», y lo que expresaba era lo contrario de«confío en cualquiera». Estaba allí porque queríatomar sus propias decisiones. ¿Acaso eso leimportaba tanto? ¿Era realmente algo tan pococomún? ¿Y cómo podría convencer a Heron,que ya era tan ferozmente independiente? Kirapodía ser tan Parcial como ellos, pero Sammestaba apelando a algo de la experienciacolectiva que tenían él y Heron, y Kira se diocuenta de que no lo entendía. Los dos Parcialesse quedaron mirándose, y ella no podía más quesuponer los datos que circulaban entre ellos porel enlace.

—De acuerdo —dijo Heron, e hizo girar asu caballo para seguir a Samm.

Se dirigieron al sur; Oddjob los siguió y Kira

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tomó la retaguardia, sumida en suspensamientos.

El Mississippi los condujo a más pueblosinundados, la mayoría más pequeños queGulfport: Dallas City, Pontoosuc y Niota. En elúltimo había otro puente derrumbado, que seextendía hacia las primeras colinas importantesque habían visto en varias semanas, un riscoescarpado y una ciudad llamada Fort Madison.Niota estaba en mejores condiciones que los trespueblos anteriores, y fueron vadeando hastadonde se atrevieron, en busca de algo quepudieran usar para cruzar el río. Samm encontróun extremo de una barcaza que asomaba del ríoen ángulo, pero nada que se mantuviera a flote.En efecto, la corriente era más fuerte de lo queKira había esperado, y salió de aquelespeluznante pueblo sumergido lo más rápidoque pudo.

—Bueno —dijo Heron, al tiempo que se

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dejaba caer junto a ella en el pasto—. Seguimossin avanzar, pero ahora estamos empapados.Explíquenme en qué hemos mejorado.

—No te preocupes —le dijo Kira—. Pormás calor y barro que haya aquí, en cualquiermomento vas a encontrar algo más de quéquejarte.

—Volvamos con Afa y los caballos —propuso Samm—. Si seguimos adelante, hoypodemos avanzar otros quince kilómetros.

—Espera —dijo Kira, con la mirada fija enel pueblo sumergido. Algo se había movido.Escudriñó el paisaje, protegiéndose los ojos delos reflejos brillantes en la superficie del agua.Se levantó una ola, y aquello volvió a moverse,grande y negro contra el agua resplandeciente—. La barcaza se mueve.

Samm y Heron miraron, y Kira susurró queesperaran, esperaran, esperaran… y luego otraola dio contra ella y se movió, muy ligeramente.

—Sigue a flote —dijo Samm—. Pensé queestaba hundida.

—Se mueve demasiado libremente para

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estar atascada —observó Heron—. Tal vez estáamarrada.

—Si la desatamos —dijo Kira—, quizápodamos usarla.

Dejaron sus armas y sus equipos pesados yvolvieron a entrar en el pueblo; esta vez nadaroncuando el río se hizo demasiado profundo comopara hacer pie. La corriente era fuerte, pero semantuvieron al abrigo de los edificios,sujetándose de los techos a medida queavanzaban hacia la barcaza. Esta se mecíaligeramente con la corriente, y era casi el objetoque estaba más lejos de la costa. Se treparon alúltimo edificio y la observaron desde el techo.

—Sin duda, se mueve —dijo Kira—.Apenas le cortemos la amarra, va a flotar yalejarse.

—Tendremos que amarrarla a otra cosa conuna cuerda más larga —respondió Samm—. Detodos modos, vamos a necesitar una línea deseguridad para quien vaya hasta allá.

—No será rápido —dijo Heron—, pero lesconseguiré una cuerda. El último edificio por el

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que pasamos era una ferretería. Volvió ameterse en el agua y Kira la siguió; no queríadejar que nadie, ni siquiera alguien de quiendesconfiara vagamente, entrara solo en unedificio inundado y en ruinas.

Perdieron el contacto con la pared ysintieron que la corriente las arrastraba hacia elsur entre los edificios, incluso mientrasintentaban nadar hacia el este para sostenersedel siguiente. Heron se aferró con una mano aun caño de desagüe pluvial oxidado, extendió laotra hacia Kira y la sujetó al pasar. Kira sintióalgo sólido bajo los pies —probablemente unauto o la cabina de un camión— y se impulsópara apartarse, mientras Heron la jalaba hacia laferretería. Se sujetó al alféizar de la ventana ycelebró que no hubiera restos de vidrio saliendode él; luego agachó la cabeza para nadar haciael interior.

En el edificio había unos treinta centímetrosde aire, atrapado entre el cielorraso y lasuperficie del río, aunque una leve brisa y unrayo de luz revelaron que el aire se mantenía

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fresco por uno o más agujeros en el techo. Elambiente húmedo había cubierto de musgo elcielorraso y la parte visible de las paredes. Kirase quitó un poco de musgo del cabello, mientrasHeron salía a la superficie a su lado.

—Parece que el río lo limpió bastante —ledijo Kira, pues la mayor parte de los paneles deyeso, así como cualquier cosa que hubieraestado sujeta a ellos, se había desprendido por elagua hacía ya mucho tiempo.

—Tiene que haber algo más abajo —respondió Heron, y se dirigieron a la secciónmás ancha de la pared sur; allí era menosprobable que el río se llevara los objetos quenecesitaban, e incluso a las mismas nadadoras.Heron se sumergió primero y se mantuvo bajo elagua tanto tiempo que Kira empezó apreocuparse seriamente; por fin salió a lasuperficie y se apartó de la cara el cabello negrocomo el carbón—. No hay cuerdas —le informó—, pero creo que encontré unas cadenas.

—Déjame ver —dijo Kira, y se sumergiócontra la pared. Intentó abrir los ojos y

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descubrió que el agua estaba demasiado oscuray lodosa como para poder ver algo. Palpó algopesado y enroscado, más liso que una soga peromás suave que una cadena, y trató delevantarlo. Saltó hacia arriba, salió a lasuperficie y se aferró a la pared—. Creo queencontré una manguera.

—¿Eso es suficientemente fuerte?—Debería serlo, si es lo bastante larga.Heron desenfundó su cuchillo, lo abrió y lo

sostuvo entre los dientes antes de volver asumergirse. Casi un minuto más tarde, salió conel cuchillo en una mano y un extremo de lamanguera en la otra.

—¿Cuánto tiempo puedes contener elaliento? —le preguntó Kira.

—Superioridad biológica —respondió—. Eslo que siempre te digo. Toma esto; el otroextremo sigue sujeto al estante con un precinto.

—Probablemente por eso no se la llevó elrío —dijo Kira, pero Heron ya había vuelto asumergirse. Salió al cabo de un rato y asintió:había tenido éxito. Kira empezó a enrollar la

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manguera lo mejor que podía, y después de lasprimeras veinte vueltas se detuvo—. Esto tienepor lo menos treinta metros.

—Pues hagámoslo, entonces —dijo Heron,y sujetó una parte de la manguera mientras Kiravolvía a salir por la ventana abierta.

Kira flotó más al sur de lo que era suintención, y al levantar la vista vio a Samm, quelas observaba desde su techo. ¿Estabasonriendo porque se alegraba de verla? Claroque habría estado preocupado por el tiempo quehabían tardado, pero Kira deseó que se hubierapreocupado por ella, específicamente, más quepor si habían o no conseguido una cuerda.

Hizo a un lado ese pensamiento y levantó unextremo de la manguera.

—Manguera —anunció, simplemente, casisin aliento por luchar contra la corriente.

Volvió a encaramarse en el techo dondeestaba Samm, quien la ayudó a subir. Herontrepó tras ella; no parecía ni de lejos tanexhausta como Kira.

Samm tiró de la manguera y la enroscó

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sobre el tejado cubierto de musgo. Señaló haciala orilla, donde Dug, el caballo de Heron, losobservaba con aire solemne.

—Creo que ese es el mejor lugar dondeatracar —dijo—. Está bastante despejado,según la profundidad que tenga, pero parece unabarcaza más bien poco profunda. Si volvemosallá y atamos un extremo de esto a… —hizouna pausa, mientras evaluaba los restos deconstrucciones que asomaban sobre el agua—.Aquel poste de luz. Puedo nadar desde aquí,atar esto, cortar lo que sea que la estáreteniendo, y entonces podremos jalarla hasta laorilla.

—Así de fácil, ¿eh? —preguntó Kira.—A menos que la barcaza esté sujeta con

cadenas de metal, sí —respondió Samm—. Lodifícil va a ser hacerla navegar cargada con loscaballos sin encallar en aquellos edificios.

—Supongo que somos los primeros enintentar atracar una embarcación al final de lacalle principal —dijo Heron—. No creo quehayan diseñado el pueblo tomando en cuenta la

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maniobrabilidad de las barcazas.—Usaremos palos —respondió Kira— para

impulsarnos contra el embate de la corrientedestructora de puentes del río Mississippi.

—¿Así de fácil? —le preguntó Samm.Kira levantó la vista y vio que sonreía; una

sonrisa tentativa, como si estuviera haciendo unaprueba. Ella le sonrió.

—Sí —respondió—. Así de fácil.No lo fue. Samm apenas pudo llegar a la

barcaza con la manguera atada al poste de luz, eincluso luego de cambiarla de lugar, descubrióque la corriente era demasiado fuerte cuando sesumergió en busca de las sogas de amarre… Noera una, como había esperado, sino cinco. Ató lamanguera y pasó casi media hora bajo el agua,tratando de cortar las cuerdas y subiendo muybrevemente para tomar aire. Kira no podía verlobien, pero había perdido casi todo el color ytemblaba de frío. Cada vez que Samm volvía asumergirse, ella contenía el aliento como paraacompañarlo, para ver cuánto aguantaba, y cadavez él parecía quedarse abajo más tiempo,

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durante lapsos imposibles, hasta que Kira dedujoque se había ahogado. Con una sacudidarepentina, la barcaza se movió, menos estable altener las amarras cortadas, pero él seguía sinsalir. Kira contó hasta diez. Nada. Entró en elagua, contando otra vez hasta diez, hasta veinte,y de pronto Heron nadaba junto a ella,sosteniéndose de la manguera que ahora setensaba hacia el punto de ruptura. La barcazavolvió a moverse, giró y chocó contra losedificios corriente abajo, y Samm surgió del río,desesperado por tomar aire. Kira lo sostuvo y lemantuvo la cabeza fuera del agua mientrasrespiraba.

—Listo —dijo Samm; le castañeteaban losdientes—. Vamos a amarrarla.

—Primero hay que calentarte —respondióKira—. Podría darte hipotermia.

—Si seguimos esperando, esta manguera seva a cortar —dijo Heron.

—Podría morir —insistió Kira.—Estaré bien —respondió él, temblando—.

Soy Parcial.

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—Llevémosla a la orilla —dijo Heron—, otodo esto no habrá servido de nada.

Regresaron guiándose por la manguera.Kira observaba a Samm y rogaba que no lediera un ataque de tanto temblar. Cuandollegaron a terreno lo suficientemente pocoprofundo para ponerse de pie, le frotó la espalday el pecho con movimientos furiosos queprobablemente aliviaron más su propiaconciencia que el estado de Samm. Kira seestremeció ligeramente al tocarlo, al sentir elcontorno firme de su pecho musculoso; lepareció tan fuera de lugar que bajó las manoscasi al instante, extrañada por la incongruencia.Ella era paramédica, no una jovencita romántica;podía tocarle el pecho a un hombre sinderretirse. Samm seguía temblando y los dientesle castañeteaban por el frío. Ella volvió afrotarlo, subiendo y bajando las manos por suspectorales y su esternón para devolverle unpoco de calor a su cuerpo. Un momentodespués, los tres sujetaron la manguera yempezaron a jalar la barcaza por la calle

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inundada. Afa los observaba con apatía desde lacosta, casi demasiado dopado por losanalgésicos como para ponerse de pie. Laembarcación flotó lentamente hacia ellos, ycuando lograron acercarla unos seis metros,Kira desató la manguera, fue hasta el siguientepunto firme, la ató allí y volvió a empezar. Labarcaza rozaba las casas, y se trabó con tantafirmeza en una de ellas que Heron tuvo quenadar hasta allá para destrabarla con un trozo demadera que trajo la corriente. Luego de más dedos horas, la habían acercado a la costa losuficiente como para que los caballos pudieranabordarla. Fueron menos de cien metros.

Volvieron a amarrarla, y al hacerlo se cortóla manguera y estuvieron a punto de perderla.Samm enrolló el extremo libre en su brazo y, conel otro, se aferró a una pared de ladrillos, con elrostro enrojecido de dolor mientras Kira y Herontrataban de asegurar mejor la barcaza. Unapesada puerta de madera arrancada de unmarco cercano sirvió de plancha, e hicieronsubir a los caballos uno por uno. Kira les

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hablaba con voz suave mientras Samm y Heronlos guiaban por los costados para mantenerlosen línea. Samm seguía temblando; Buddypareció asustarse por eso y empezó a moverse yretroceder con tanto nerviosismo que la puertase rajó. Lograron convencerlo de subir antes deque la puerta se rompiera del todo, y luegotuvieron que buscar otra para hacer subir aOddjob. El último fue Afa, que subió con elrostro lánguido, aferrado a su mochila con susbrazos enormes, como si fuera un salvavidas.

—No puedo dejar mi mochila —dijo—. Nopuedo dejar mi mochila.

—No la dejaremos —le aseguró Kira—.Siéntate aquí y no te muevas, estarás bien.

Heron cortó las líneas y se apresuró a tomarsu lugar al frente de la embarcación, adondellegó justo a tiempo para tomar una tabla yempujar contra la hilera de edificios hacia losque los lanzaba la corriente. Samm estaba delmismo lado, sus manos y brazos seguían pálidospor el frío. Kira estaba en el centro, tratando deapaciguar a los caballos. Estos relinchaban,

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inquietos por la inestabilidad de la barcaza, quese hundía y se movía de una manera a la que noestaban acostumbrados, y se asustaron más aúncuando la barcaza chocó contra la pequeñaferretería.

—¡Cuidado con los edificios! —gritó Kira,mientras trataba de evitar que Bobo se irguieraen dos patas y se soltara.

—¡Vete al diablo! —replicó Heron,apretando los dientes mientras trataba deimpedir que la inestable nave, atrapada por lafuerte corriente del río, volviera a chocar contrael edificio.

El río los empujaba tanto contra los edificioscomo hacia el centro, no con rapidez pero sí confuerza. No era de aguas rápidas, pero Kiraempezaba a darse cuenta de que hasta un ríoperezoso, cuando era así de grande, tenía unafuerza inmensa. Samm fue a ayudar a Heron, yentre los dos lograron evitar que el costado de laembarcación golpeara contra el último edificiode la hilera, y de pronto estaban fuera: libres delpueblo sumergido, libres de los escombros

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acumulados en las costas, libres de la estabilidadlimitada que habían ofrecido los edificios. Labarcaza giró lentamente en el agua, y loscaballos se agitaron, asustados. Samm corrió aayudar a Kira a controlarlos, pero Heron caminópor el borde, tratando de mantenerse en la partede la embarcación que iba al frente.

—Banco de arena —anunció, y se arrodillópara sostenerse del costado.

La barcaza se sacudió con el impactorepentino, y Kira casi perdió el equilibrio. Afacayó de costado, cerró los ojos y sujetó confuerza su mochila. Samm y Kira se separaron;cada uno tomó a dos caballos por las riendas ylos apartó un poco entre sí. El banco de arenalos hizo girar en la dirección contraria al rebotarcontra él, y por un momento enderezaron elrumbo. Kira recuperó el equilibrio, volvió asostener a los caballos, y Heron volvió a avisar,esta vez en tono más apremiante:

—¡Puente caído!—¿Qué? —gritó Kira.—Sosténganse de algo —respondió Heron,

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y de pronto la embarcación chocó con fuerzacontra un montón de vigas de acero retorcidasque apenas se veían en la superficie, pero eransólidas y mortales por debajo del agua. Loscaballos relincharon aterrados, y la barcazapareció gritar con ellos al rozar metal contrametal. La nave se inclinó peligrosamente, yluego giró hacia el otro lado mientras rodeaba elpuente caído. Kira se esforzó por controlar a losanimales.

—¡Necesitamos dirigirla! —gritó.—Sí —respondió Samm—, pero no creo

que sea posible en este momento.—Aquí viene otro —anunció Heron, y Kira

se sostuvo con fuerza mientras la embarcaciónse inclinaba, bajaba con un fuerte chapoteo y sesacudía.

Ahora estaban en medio del río, donde lacorriente era más rápida y profunda, y Kira viocon consternación que parecía estar llevándolosdirectamente entre los escombros del puente.Flotaban como un corcho en la superficie,arrojados de roca en roca, de acero en acero.

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Un choque particularmente intenso provocó uncrujido muy fuerte, y Kira escudriñófrenéticamente a su alrededor para ver si algose había roto. Heron se agachó para examinar elpiso y levantó la vista, enojada.

—Está entrando agua.—Fabuloso —respondió Kira—. ¡Vuelve a

sacarla!Heron la miró con furia, pero encontró una

tabla y trató de tapar el agujero. Por suerte, erauna grieta en el costado, no en el piso; de habersido así, pensó Kira, se habrían hundido casiinmediatamente. Como la tabla no dio resultado,Heron empezó a usarla de timón. La barcaza nole hizo caso y siguió moviéndose hacia donde lallevara el río. Volvieron a sacudirse con otroimpacto, y otro más, y Kira gritó al sentir que elpiso se ondulaba bajo sus pies. Los pisos nohacen eso.

—El piso está ondulado —anunció.Samm sostenía con fuerza a sus dos

caballos, aunque parecían dispuestos a partirloen dos.

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—¿Ondulado o hundido?—Creo que solo está… —empezó a

responder, pero la barcaza chocó contra otroobstáculo y el piso de metal gimió en protestapor algún movimiento inesperado.

—Hundido —dijo Heron, apoyando la tablacontra el piso para mantener el equilibrio—.Esto no va a terminar bien.

—¿Cuán mal puede terminar —preguntóKira—, suponiendo que al menos lleguemos alotro lado del río?

—Mal —respondió Heron—. Perderemosparte del equipo, quizá la mayor parte. Uncaballo, si no tenemos suerte; y a Afa, si latenemos.

—No vamos a perder a Afa —repusoSamm—. Si es necesario, lo llevaré yo mismohasta la orilla.

—Pues vas a tener que hacerlo —le dijoHeron—. Este cubo oxidado se nos estádesarmando, y el río está haciendo todo loposible por acelerarlo.

—Trata de llevarnos más cerca de la costa

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—pidió Kira.Heron la miró con ojos grandes e incrédulos.—¿Qué diablos crees que intento hacer

desde hace cinco minutos?—Ahora no estás intentando —gruñó Kira.—Será mejor que puedas nadar —dijo

Heron, con una mirada helada, mientras volvíade un salto hasta el borde—, porque Samm va asalvar a Afa y yo no pienso ayudarte.

Volvió a meter la tabla en el agua paracorregir el giro, pero no logró guiarlos enninguna dirección en particular. Estuvieron apunto de chocar contra un promontorio del otrolado, pero la misma corriente que los habíaalejado de la costa este ahora les impedíaacercarse a la costa oeste, y aun cuando por finlograron salir del área de los escombros, la navecrujía, se hundía y quedaba atrapada en la fuertecorriente. El río hacía una curva hacia el sur, yKira ya sentía que el agua le lamía los pies. Almirar río abajo, vio que había un amplio recodoen forma de U, tras el cual volvía a girar haciael este.

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—Mantén firme ese timón —le indicó aHeron—. El río está girando con tanta fuerzaque podría lanzarnos contra la orilla por allá.

—Eso no es una orilla, es un muelle —respondió Samm—. Si nos arroja contra él, nosva a doler.

—Solo… salva a Afa —pidió Kira, sin dejarde mirar hacia la costa.

El río se movía con una lentitudsorprendente para semejante fuerza, y lespareció que tardaban una eternidad en doblar lacurva. A Kira le preocupó la posibilidad de queno lograran tomar suficiente impulso para llegaral otro lado, pero poco a poco la costa oeste fueacercándose, y la agrietada barcaza dio un giroapenas más amplio que la curva del río. Vamosa encallar, pensó. Justo en medio de aquellaciudad. Ahora podía verla: edificios y muellesque se levantaban en la orilla cubierta de árbolesy juncos altos. La ubicación de la ciudad parecíaideal para recoger las cosas que el río traía porla curva, y Kira se preguntó si la habríanconstruido allí justamente con ese propósito. Sus

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pensamientos se hicieron más apremiantes amedida que la costa se acercaba, y la esperanzadel desembarco se convirtió en la certeza de quechocarían contra el embarcadero que les salía alencuentro. La ciudad estaba inundada, comocasi todas las localidades ribereñas, y Kiracalculó que la trayectoria los llevaría justo haciauna maraña de embarcaciones, troncos yescombros atrapados entre un grupo de edificiosy comercios viejos.

—¿Podemos resistir otro impacto? —preguntó.

—No, no podemos —respondió Heron; sepuso de pie y arrojó la tabla por la borda—.Salven lo que puedan —luego, tomó las riendasde Dug de las manos de Kira y pareció prepararal animal para saltar al agua.

Samm observó el choque inminente, soltóambas riendas y corrió hacia Afa. Los caballosretrocedieron, ariscos, y el súbito cambio depeso inclinó la nave, con lo cual Kira perdió elequilibrio y Oddjob cayó por la borda. Kiraaferró las riendas de Bobo, tratando de ponerse

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de pie, cuando la barcaza dio de lleno contra elmontón de escombros y se estrujó como sihubiera sido de hojalata. Kira cayó al agua y elrío se la tragó.

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CAPÍTULO VEINTINUEVE

El agua lamía los costados del barco mientraslos soldados lo apartaban del embarcadero.Marcus se aferró a la barandilla de lo que habíasido un yate de lujo, acondicionado por lossoldados de la Red y cargado con un tanque dela gasolina más limpia que pudieron hacer. Erandoce, incluidos Marcus y el senador Woolf, aquien todos los soldados llamaban comandanteWoolf. Marcus observó que el senador seencontraba mucho más en su elemento allí,como militar, que como político. Estabanzarpando del extremo sudoeste de Long Island,desde un muelle industrial identificado comoBahía Gravesend.

El plan era simple. Era posible que hubiera

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algunos Parciales hostiles en Manhattan, perotodo lo que habían aprendido de Samm sugeríaque nunca iban más al sur, pues estabandemasiado ocupados protegiendo susfragmentados puestos de avanzada en NuevaYork y Connecticut. El comandante Woolf habíatrazado una ruta que atravesaba la bahía baja deNueva York, a varios kilómetros de cualquiervigía que hubiera en Manhattan, rodeando lascostas del sur de Staten Island hasta la boca delcanal Arthur Kill. Desde allí, se dirigirían alnorte por las ruinas de Nueva Jersey, idealmentemanteniéndose ocultos de cualquiera queestuviera vigilando Manhattan, hasta llegar alpuente Tappan Zee para cruzar a White Plains.Si los veían los Parciales de Morgan, eranhombres muertos. Si la otra facción Parcial losdescubría en mal momento o con desconfianza,o si simplemente estaban de ánimo para matar,eran hombres muertos. Los soldados de la Rediban armados hasta los dientes, pero Marcussabía que eso no importaría si se topaban con unpelotón de Parciales que no tuvieran ganas de

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conversar. Y precisamente por eso darían unavuelta tan grande, para no toparse con ningunode ellos.

La bahía baja era un laberinto traicionero deobjetos hundidos: mástiles, andamios y antenasde radar que asomaban en el agua como unaselva de metal cubierta de lapas. El piloto era elmejor que pudieron encontrar en la isla, y losconducía entre todo aquello con una intensidadque le ponía los nudillos blancos. Aquel yate noera lo más maniobrable, y los controles estabanviejos y duros. Marcus cruzó el barco angosto(en un acto más valiente de lo que le gustabaadmitir) y se aferró a la barandilla junto a Woolf,que estaba mirando los restos de los barcoshundidos al pasar.

—Por favor, dígame que esos no son restosde sus misiones anteriores —le dijo Marcus.

—Se podría decir que sí —respondió Woolf—, pero esas misiones fracasaron hace doceaños. Esa es la gran flota de la NADI, quenavegaba hacia el norte para atacar el baluarte

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Parcial en Nueva York… posiblemente el mismoal que nos dirigimos ahora en White Plains. Lahundieron aviones Parciales antes de quepudiera entrar en el estrecho.

—¿Y siguen aquí? —preguntó Marcus,mirando las ruinas sumergidas—. Algunas navesasoman tanto del agua que no sé si se puedenconsiderar hundidas; más bien parecenencalladas.

—En esta parte, la bahía tenía apenas docemetros de profundidad —dijo Woolf—; y más enel centro, donde la dragaban para el paso de losbarcos, pero probablemente tendrá muchomenos ahora que se ha acumulado el sedimentode años. Los barcos más grandes están por allá—prosiguió, señalando al sudeste—, en unaplataforma submarina al sur de Long Island.Todos los que no pudieron entrar hasta aquí.

—¿Por qué los querían entrar hasta aquí?—le preguntó Marcus—. Aunque no estuvieranatacando un río angosto, una flota de esetamaño parece un ataque excesivo.

—Supongo que eso era precisamente lo que

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querían —respondió Woolf, mientras observabapasar lentamente otra monstruosidad metálica.Subían retorcidos desde el lecho del mar, comogigantescos tentáculos de metal, los últimosrestos helados de un kraken oxidado—. Sé queeso es lo que quería mi unidad.

Dejaron atrás lo peor al pasar por el sur deStaten Island, cruzando desde la bahía baja a labahía Raritan, pero incluso allí había peligros ybarcos hundidos. El piloto observaba la costanorte con ojo experimentado, y los llevó a unacaleta que se angostaba rápidamente hasta unaespecie de ciénaga.

—¿Por qué nos detenemos? —preguntóWoolf.

—Llegamos —respondió el piloto—. Este esel Arthur Kill.

—¿Este es el canal? —volvió a preguntar,asombrado. Parecía un arroyo que atravesabaun parque sinuoso, más que el canal profundo denavegación que habían visto en el mapa—.¿Está seguro?

—Créame —respondió el piloto—, yo vivía

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por aquí. Ese que está al oeste es el río Raritan,y este es el Arthur Kill. Es un canal artificial, yantes del Brote tenían que dragarlo todos losaños para mantenerlo abierto. Ahora que ya nose draga, supongo que se llenó de sedimento.

—Lo suficiente como para que le crezcanjuncos a los costados —dijo Woolf—. ¿Podemospasar?

—Puedo hacer el intento —dijo el piloto, ypuso el motor en baja velocidad.

Avanzaron a un ritmo casi perezoso por elangosto canal. Alrededor, las aves del pantanochillaban, cantaban y ululaban, y Marcus tuvo lasensación de estar en un safari a través de uncañón gigante de metal. A ambos lados losedificios eran opresivamente industriales, no lasconstrucciones otrora resplandecientes deManhattan, sino las derruidas plantas deprocesamiento de la Costa Química. En esazona, el agua tenía un brillo oleoso, y Marcus sepreguntó cómo era posible que las avessobrevivieran allí. Un pez gigante saltó delantede ellos para morder algo que estaba cerca de la

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superficie, y él no pudo evitar imaginar que entrelos juncos había cocodrilos mutanteshambrientos.

El piloto los llevó hasta el río Rahway, dondetuvo que desviarse. El Rahway bombeabasuficiente agua al canal para mantenerlo limpiohacia el sur, pero aparentemente los afluentesque estaban más al norte no desaguaban en estazanja artificial, y el tramo entre ese punto y laBahía Newark parecía sellado con sedimento yjuncos. Remontaron el Rahway hacia el oeste,ahora rodeados a ambos lados por altos silosquímicos, y lo siguieron hasta que pasaron bajouna serie de puentes enormes: uno ferroviario yuna carretera de varios carriles, tan ancha quese necesitaban cuatro puentes para contenerla.

—Esa es la Autopista de Nueva Jersey —informó el piloto, y los acercó a la costa cercade la base del ferrocarril—. Yo vivía cerca de labajada 17E.

Woolf hizo que el piloto los llevara hacia lacosta, donde los hombres de la Red recogieronsus equipos y empezaron a vadear hasta la

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orilla. Marcus miró con recelo los juncos de laribera, aún pensando que aparecería algúncocodrilo, y luego saltó tras ellos.

La Autopista de Nueva Jersey recorría laciudad por la costa: una metrópolis gigantescaseparada de Manhattan por otra metrópolisgigantesca.

—O no están vigilando tan al oeste —dijoWoolf—, o nos van a ver hagamos lo quehagamos. Yo digo que mandemos al diablo elsigilo y avancemos lo más rápido que podamos.

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CAPÍTULO TREINTA

—Solo unos minutos más —dijo Haru—. Ya vana llegar.

—Y con ellos, los Parciales —replicó elsoldado Kabza.

—Estaremos bien —dijo Haru—. ¿Cuántasde estas entregas hemos hecho, y cuántas veceste mataron los Parciales?

—Esa no es una manera muy justa dedecirlo —repuso Kabza, pero Haru lointerrumpió.

—Dije que estaremos bien —insistió—.Pregunta otra vez a la retaguardia.

Kabza tomó la radio y envió un mensaje enclave, susurrando al micrófono; luego escuchóatentamente mientras otro hombre respondía

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también en un susurro. Cerró la transmisión y sevolvió hacia Haru.

—Nuestra ruta de salida sigue despejada.Yo digo que dejemos esto aquí y nos vayamosahora mismo; la Voz puede encontrarlo sinnecesidad de que estemos aquí paraentregárselo. Al fin y al cabo, no nos estánpagando por esto.

—¿Dijiste «la Voz»? —preguntó Haru.—Claro que sí —respondió Kabza—.

¿Cómo los llamas tú?—Delarosa odiaba a la Voz —dijo Haru—.

Jamás adoptaría ese nombre.La radio parpadeó, y Kabza se la acercó al

oído. Al cabo de un momento, susurró un rápido:«Confirmado, cambio», y miró a Haru.

—La vanguardia los divisó. Deberían llegaren unos minutos.

—¿Los persiguen los Parciales?—No me lo informó —respondió Kabza con

tono cortante—. Creo que me lo habría dicho sifuera el caso, pero puedo llamarlo para ver si sele olvidó.

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—Tranquilo —dijo Haru—, eso es lo que tedigo. Estaremos bien.

—Fantástico —exclamó el soldado—. Mealegro de que confíes en esta mujer —hizo unapausa, vigilando el bosque—. Hablando de eso,¿por qué le tienes tanta confianza? ¿No ladetestabas?

—Delarosa y yo… no coincidimos enalgunas cosas —respondió Haru—. Cuandoescapó, estaba usando a algunos civilesinocentes como carnada; incluso a mí, y creoque por eso se justifica mi enojo. Pero estoytotalmente de acuerdo con los principios quedefiende: que es necesario proteger lo nuestro,que hay que destruir a los Parciales y que entiempos desesperados hacen falta medidasdesesperadas. Delarosa está dispuesta a hacerlo que sea necesario, y sabe que mientras noarriesgue innecesariamente a humanosinocentes, voy a apoyarla.

—¿A qué te refieres con «arriesgarinnecesariamente»? —le preguntó Kabza—.Pasé los últimos tres días en territorio hostil,

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escarbándome la nariz y esperando que nadiedecida matarme, todo para entregarle algo quebien podríamos habérselo dejado en algún lugarsecreto. ¿Eso no es innecesario?

—Esta vez su pedido fue… poco común —explicó Haru, escudriñando entre los árboles—.Quiero saber qué piensa hacer con esto.

Un momento después, el guardia delperímetro les hizo una señal silenciosa con lamano, y Haru y Kabza vieron emerger de entrelos árboles a tres figuras con capas.

Delarosa se quitó la caperuza y se quedó ensilencio, esperando. Haru se puso de pie y seacercó a ella.

—Llega tarde.El rostro de Delarosa estaba impasible.—Y usted es impaciente. ¿Tiene mis

equipos?Haru hizo una seña, y Kabza y otro soldado

les acercaron dos cajones pesados llenos deequipos de buceo: visores, patas de rana, trajesde neopreno y cuatro tanques de airecomprimido.

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—Los tanques son casi de primera —dijoHaru—. Los mejores que encontrará en LongIsland, fueron sacados con gran riesgo personalde las ruinas de la armería de la Red deDefensa.

Ella le indicó a sus seguidores queavanzaran, pero Haru se interpuso parabloquearles el paso.

—Antes de que se los lleven, quiero saberpara qué los van a usar.

—Para respirar debajo del agua —respondióDelarosa. Haru no cedió, y la mujer ladeó lacabeza—. Nunca me había preguntado por misplanes.

—Porque todo lo que había pedido hastaahora tenía un propósito obvio —explicó Haru—. Balas, explosivos, paneles solares, equiposde radio: las necesidades normales de una bandade guerrilleros. Pero ya conoce mis reglas y lascondiciones que pongo para traerle estas cosas,de modo que quiero que me asegure algo: queno van a dañar a ningún civil con lo que van ahacer.

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—Cada segundo que demoramos aquí, algúncivil sufre un daño —repuso.

—¿Para qué son los equipos de buceo? —insistió Haru, sosteniéndole la mirada.

—Para pertrecharnos —respondióDelarosa, simplemente—. En doce años hemossaqueado la mayor parte de esta isla, pero aúnse pueden encontrar muchas cosas fuera deella. Al darme esto, usted está asegurándose deque no le pida tantos favores en el futuro.

—¿Hay algo bajo el agua que puedaresultarles tan útil? Me parece que las armas oprovisiones que estuvieron tantos añossumergidas estarán bastante corroídas.

—Supongo que lo veremos.Haru se quedó mirándola, tratando de

decidir qué pensar. Por fin dio media vuelta paraalejarse.

—No me haga lamentar haberla ayudado.Se reunió con el resto de sus hombres y les

indicó con una señal que ya era hora demarcharse. El soldado Kabza lo alcanzó.

—Qué alivio —dijo—. Cuanto más consigan

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ellos mismos, menos tendremos que arriesgarnosasí.

—Puede ser —respondió Haru, todavíapensando en lo que le había dicho Delarosa, y encómo lo había dicho.

—¿Qué vas a hacer?Haru frunció el ceño; ya tenía un plan

formándose en su cabeza.—Vamos a seguirlos.

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TERCERA PARTE

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CAPÍTULO TREINTA Y UNO

Kira y sus compañeros perdieron la mayor partede sus equipos en el río: el fusil de Samm, laradio de Afa y casi toda la comida. Afa logróconservar su mochila, pero los documentos quecontenía estaban empapados e inservibles, puesel papel estaba desintegrándose y la tinta sedisolvía sin remedio. Su pantalla, por fortuna,sobrevivió al viaje, aunque la Tokamin que leproveía energía se había perdido con lacorriente. Kira sabía que esa era posiblementela pérdida más lamentable, sin embargo no fue laque más la entristeció: el caballo de Heron, Dug,se había quebrado las dos patas delanteras en elchoque. Había sobrevivido, pero no podía hacermás que gritar de dolor y de miedo, con la

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respiración frenética y la boca llena de espuma.Samm le había puesto fin a su sufrimiento conuna bala.

Apenas se recuperaron lo suficiente,prosiguieron la marcha. Samm, Heron y Kira seturnaban para montar a Buddy y a Bobo,mientras que a Afa, que seguía herido y casidelirante, tuvieron que atarlo a la montura deOddjob para que no se cayera. Kira estabaconvencida de que tenía la pierna infectada, yrevisaban todas las farmacias por las quepasaban, tratando de reemplazar losmedicamentos perdidos. Durante el viaje, Kirase sorprendió por su propia capacidad deseguirles el ritmo a los demás, no solo el paso delos caballos sino también su resistencia. Siemprese había sabido fuerte y lo había adjudicado auna vida de ardua supervivencia (tenía quetrabajar para todo, y eso le había dado un buenestado físico), pero ahora se daba cuenta de queera más que eso. Podía igualar a los Parcialespaso a paso, kilómetro a kilómetro. Era unaventaja, pero la perturbó advertirlo. Otra prueba

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de que, en el fondo, era profundamenteinhumana.

La ruta que seguían los llevó algunoskilómetros al norte, para retomar la carretera 34,por donde se dirigieron al oeste. Allí el paisajeera igual al que habían visto del lado este del río:praderas llanas hasta donde alcanzaba la vista,salpicadas aquí y allá por grupos de árboles ylíneas oscuras de pastos y matorrales, queseñalaban una hondonada, una zanja o algunaantigua granja. A Kira le pareció bonito,especialmente cuando el sol empezó a ponerse ytodo el paisaje, tanto la tierra como el cielo, seencendió con tonos feroces de rojo, amarillo yanaranjado. Miró a Samm, pues la escena leparecía demasiado bella para no compartirla conalguien, pero vio que tenía los ojosensombrecidos y el rostro taciturno. Se acercó aél y le llamó la atención con un movimiento de lacabeza.

—¿Qué pasa?—¿Qué? Nada.—Samm.

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Él la miró, y luego se volvió hacia el ocasoencendido.

—Es solo… esto.Kira le siguió la mirada.—Es bellísimo.—Sí. Pero también es… Yo estuve apostado

aquí, o tal vez solo pasé, durante la guerra.Era… —volvió a interrumpirse, como si elrecuerdo le resultara doloroso—. ¿Viste que encasa, en el este, todo está tan roto y derruido, ylos edificios están todos en ruinas y cubiertos dekudzu y maleza, y todo se ve… viejo? Estamosrodeados, cada minuto de nuestra vida, por laspruebas de lo que hemos hecho, de lo quehemos destruido. Pero aquí… —hizo otra pausa—. Mira esto. No hay una sola casa enkilómetros; solo un camino llano que está enbastante buenas condiciones. Es como si nohubiera habido una guerra.

—Entonces, ¿echas de menos losrecordatorios de la destrucción? —le preguntóKira.

—No es eso —respondió Samm—, es solo

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que… yo pensaba que el mundo estaba peor porlo que hicimos, nuestras dos especies, pero aquíno parece que al mundo le importe siquieraquiénes somos. O fuimos. Llegamos y nosfuimos, y la vida continúa, y la tierra que estuvoaquí antes que nosotros seguirá aquí cuandohayamos muerto. Los pájaros seguirán volando.La lluvia continuará cayendo. El mundo no seterminó; simplemente… se reinició.

Kira quedó en silencio, pensando en esaspalabras. Parecían muy puras, en cierto modo;no esperaba oírlas del Samm a quien creíaconocer. Era un soldado, un luchador, un muroestoico y, sin embargo, tenía un lado más blando,casi poético, que ella nunca había visto. Lo mirólargamente mientras cabalgaban. Aparentabadieciocho años, igual que todos los soldados dela infantería Parcial, pero hacía diecinueve queestaba vivo. Hacía diecinueve años que teníadieciocho. Si había llegado a la vida comoalguien de dieciocho, entonces en realidadtenía… ¿treinta y siete? La idea hizo que a Kirase le enmarañara el cerebro, tratando de

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dilucidar qué edad tenía Samm realmente pordentro. Cómo se veía él, y cómo la veía a ella.

Allí estaba otra vez ese pensamiento, y Kiragruñó, sacudiendo la cabeza, como si pudieraapartarlo de su mente del mismo modo en quese sacudía el cabello mojado para eliminar elagua. ¿Qué piensa de mí? ¿Qué pienso yo deSamm? Se dijo que no tenía importancia, quetenían cosas más serias de qué preocuparse,pero parecía que a su corazón eso no leimportaba. Se dijo que no tenía sentido tratar dedescifrar su relación, porque ni siquiera sabíaqué tipo de relación quería tener con él y, por lotanto, no tenía un marco de referencia. Sucorazón hizo caso omiso de todos susrazonamientos. Su mente trabajaba a más nopoder por sí sola, pensando en quién era Samm,en lo que era, de dónde venía y qué quería, y encómo Kira, la muchacha que no dejaba deponerlo en peligro, podía ser parte de todoaquello. Era la misma conversación que habíatenido con Marcus cientos de veces, y siemprehabía ansiado algo más. Con Samm, sin

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embargo…No. No es por eso que estoy aquí. No es

eso lo que estoy haciendo. Pensar en unfuturo con Samm es un ejercicio absurdo,sabiendo que él va a morir en un año por lafecha de vencimiento. Busca las respuestas.Resuelve el problema. No puedes tener unavida hasta que crees una que valga la penavivir.

Siguió cabalgando y observando la puestadel sol: cómo el cielo rojo se tornaba rosado,luego azul y, por último, adoptaba el tono púrpuraoscuro más profundo que hubiera visto. Mirócómo iban saliendo las estrellas, una por una,hasta que parecían iluminar toda la pradera.Acamparon en un campo abierto, donde asaronconejos que Heron cazó con una trampa. Kiracerró los ojos e imaginó que el mundo nunca sehabía terminado, que apenas estaba empezando,que cuando despertara por la mañana todoestaría como ese lugar: sano y entero, sincicatrices de interferencia humana ni de larebelión Parcial ni rastro alguno de civilización.

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Se durmió y soñó con la oscuridad.

Al día siguiente vieron el primer árbolenvenenado.

El viento estaba cambiando; las fuertescorrientes que soplaban desde los GrandesLagos poco a poco eran reemplazadas, más ymás con cada kilómetro que recorrían, porvientos del sur que llegaban desde el Golfo deMéxico. Aún no estaba tan mal, pero aquel árbolretorcido, enano y blanquísimo fue la primeraseñal de que los días tranquilos habían quedadoatrás. Estaban entrando en el páramo tóxico.

Al segundo día Kira lo olió, apenas un soploque llegó hasta su nariz en un vientecillo ligero:el olor acre, casi metálico, del aire envenenado,como una mezcla de azufre y ozono. Fue apenasun asomo, y enseguida desapareció. A lamañana siguiente, el olor la despertó y duró casitodo el día, y aquí y allá vieron más árbolesdescoloridos, como perturbadores esqueletos

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esparcidos por los bosquecillos al costado delcamino. El pasto que crecía junto a los postes delas cercas era más pálido, más ralo ydesesperado, y cada día era peor que el anterior.

La siguiente ciudad a la que llegaron era unlugar solitario llamado Ottumwa, y allíencontraron las calles, las paredes y los techosmanchados de residuos químicos, como si lamisma escorrentía de la lluvia fuera mortal. Porel centro de la ciudad pasaba un río, no tangrande como el Mississippi, pero por suextensión tampoco contaba con puentesimponentes. Todos se habían derrumbado,aunque Kira no pudo discernir si a causa de unsabotaje antiguo o por las inclemencias deltiempo. El agua, al menos, parecía fresca ycorría desde el norte, donde la tierra estaba máslimpia. Se detuvieron allí algunas horas pararevisar los comercios y restaurantes ruinosos enbusca de medicamentos y latas de comida queaún estuvieran en óptimas condiciones. Heronera buena cazadora, pero ahora que habíanentrado al páramo, probablemente ya no sería

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seguro comer ninguna presa. Kira volvió arevisar la herida de Afa, que no estaba mejor nipeor desde el naufragio, y le murmuró al oídopara tranquilizarlo.

—Ahora vamos a cruzar el río —le dijosuavemente, al tiempo que le echaba un pocodel agua dulce que les quedaba sobre el orificiode bala en la pierna—. Vamos a nadar, pero noes en absoluto como el anterior. Este será fácil.

—Se va a arruinar la radio —dijo Afa, conlos ojos a medio enfocar por la mezcla de dolory analgésicos—. No podemos mojarla, se va aarruinar.

—Pero ya perdimos la radio —le recordó—.No te preocupes.

—Podemos buscar una nueva.—Eso haremos —respondió con calma,

mientras le untaba la herida con abundanteNeosporina—. Después de cruzar el río.

—No quiero cruzar el río, volveremos achocar con el bote.

Y así siguieron, hablando en círculos,mientras ella le envolvía la herida con vendas

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bien apretadas y luego las cubría con bolsas deplástico y cinta de embalar, para que no semojaran. Cuando terminó, se acercó a Samm.

—Ni siquiera tiene conciencia de dóndeestamos —le dijo—. No tenemos por quéllevarlo más lejos… no tenemos derecho ahacerlo.

—No podemos dejarlo.—Ya lo sé —lo interrumpió; luego apartó la

mirada y prosiguió, en tono más suave—. Séque estamos haciendo todo lo que podemos porél, pero no me gusta. Cuando «todo lo quepodemos hacer para ayudarlo» implica«arrastrarlo por un páramo envenenado», hayalgo sumamente mal en las decisiones que nostrajeron hasta aquí.

—¿Qué habrías cambiado?Kira lo miró brevemente, fastidiada por su

implacable practicidad, pero sacudió la cabeza yadmitió la derrota.

—Nada, supongo; salvo, quizá, el ataque enel centro de datos. Y eso no fue algo quehayamos podido controlar. No me gusta tener

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que hacerlo pasar por esto, como tampoco megustaba tener que traerlo, pero no podemoshacer esto sin Afa, y él no puede sobrevivir sinnosotros. Es solo que… —miró a Samm,buscando en su rostro algún indicio decompasión—. Me siento mal por él. ¿Y tú?

—También —asintió—. No puedo evitarlo.Kira esbozó una sonrisa burlona y miró

hacia el otro lado del río.—Cualquiera diría que habrían diseñado a

los supersoldados sin sentimientos, para quefueran mejores… asesinos, supongo. En laguerra.

—En realidad, hicieron exactamente locontrario —respondió Samm. Kira lo miró,intrigada—. ¿No lo sabías? Fue una de lasprimeras normas de diseño que llevaron aParaGen a desarrollar los BioSintes de tipomilitar. Afa tiene en su mochila una copia de laresolución de la ONU, aunque dudo que a estasalturas esté legible. Habían tenido algunosproblemas con los robots y vehículosautomatizados, que tomaban algunas decisiones

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de moralidad cuestionable en el campo debatalla, y las únicas empresas que podíanobtener contratos para desarrollar unidadesmilitares autónomas eran las de biotecnología,que podían crear armas con reaccionesemocionales humanas.

—Supongo que es comprensible —asintióKira—. Es decir, siempre me sentícompletamente humana en lo emocional, asíque… —se encogió de hombros, sin saber cómoterminar la idea. Hizo una pausa, luego fruncióel ceño y miró a Samm—. Si tú… nosotros…fuimos diseñados para diferenciar lo que estábien o mal, me parece que por eso debería sermenos probable que cruzáramos la línea en elcampo de batalla.

—Nos enseñaron a distinguir el bien del mal,y luego nos pusieron en una situaciónincreíblemente mala —respondió Samm—. Larebelión fue el más humano de todos nuestrosactos, creo. Tienes que entender… piensa en tupropia vida, es el mejor ejemplo. En todomomento sientes el impulso constante de hacer

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lo correcto; ves a alguien en problemas y tienesque ayudarlo. Tuviste que ayudarme a mí, auncuando todos, incluso tú misma, pensaban queera el enemigo irredimible. No solo nosdiseñaron con conciencia, Kira; nos dieron unaconciencia hiperactiva, un sentido exaltado de laempatía que nos lleva a salvar vidas, a corregirlo que está mal y a ayudar a los oprimidos. Ydespués los oprimidos fuimos nosotros, entonces¿de qué otra manera podíamos reaccionar?

Kira asintió nuevamente, pero alcomprender las implicaciones, se volvió y lomiró, horrorizada.

—¿Les dieron un sentido agudo de laempatía y después los enviaron a la guerra?

Samm apartó la mirada y la dirigió hacia elotro lado del río.

—En realidad, no es muy diferente de enviara los humanos a pelear. Esa era la idea,supongo.

Heron llegó y dejó caer un atado deprovisiones en el suelo, entre ellos.

—Esto es lo último: pollo y atún en lata,

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vegetales deshidratados y un nuevo purificadorde agua. Aún estaba sellado y el filtro se veimpecable.

—Perfecto —dijo Samm—. Hora de irnos.Pusieron sus mochilas en bolsas plásticas

para basura que consiguieron en el almacén, dea dos o tres para máxima protección, y usaronmás cinta de embalar para sellar todo lo másherméticamente posible. Alzaron a Afa, loacomodaron en la montura de Oddjob, loamarraron, y cargaron todo el equipaje en loslomos de Buddy y Bobo. El agua estaba fría,pero la corriente era relativamente lenta y elcruce no presentó mayores dificultades. Del otrolado del río, el pasto estaba verde y sano, nutridopor el río limpio, pero apenas seis metros másallá encontraron más maleza amarillenta yenfermiza. Los edificios estaban tan marcadospor los desechos químicos como los que habíandejado atrás. Kira revisó el vendaje de Afa,comprobó que seguía bien sellado y decidiódejarlo así por el momento.

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El cielo se estaba nublando y a Kira le preocupóla posibilidad de que lloviera. Hacía un par dehoras que habían salido de la ciudad, siemprepor la carretera 34, cuando cayó la primeragota.

Siseó contra el pavimento.Era el turno de Kira de caminar, y se agachó

para tocar el calor que liberaba el asfalto. No lohabía. Estaba atardeciendo, y el día nubladohabía mantenido el suelo relativamente fresco.Cayó otra gota y también siseó, como si seevaporara al contacto.

—No está caliente —dijo Kira,enderezándose—. El siseo no es de vapor.

Cayó otra gota, y otra más.—No es vapor —dijo Heron—. Es ácido.Una gota cayó sobre Oddjob, y este protestó

de dolor. Ahora caían más, y Kira sintió un ardoragudo en el brazo. La gota de lluvia le habíadejado una pequeña marca roja, y de solomirarla empezó a dolerle más. Miró el cielo.

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—Esas nubes vinieron del sur, ¿no?—¡Corran! —gritó Samm, y sujetó las

riendas de Oddjob.Afa gritaba de dolor y terror, y abrazaba su

mochila empapada. Kira buscó su chaqueta conla mirada, pero se la había quitado para cruzar elrío; estaba, junto con todo lo demás que traían,en las bolsas selladas que cargaban los caballos.Sujetó a Bobo y corrió detrás de Samm, tirandodel caballo y tratando de controlarlo mientras lalluvia ácida caía sobre la cabeza y los flancosdel animal. Heron pasó corriendo, jalando aBuddy, y ella la siguió lo más rápido que pudo.Ahora la lluvia era más densa, y Kira sentía elácido en los brazos y la cara, que al cabo depocos segundos le ardían y le daban comezón.Extendió la mano libre hacia atrás, se soltó lacola de caballo y sacudió el pelo para formaruna especie de capa protectora sobre sus orejasy hombros. Se echó también un poco sobre lacara, aterrada por la posibilidad de que la lluviaardiente le entrara en los ojos, y siguió corriendoa tientas con la visibilidad limitada.

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Samm había visto una granja cerca delcamino, y estaba intentando cruzar a la fuerza lacerca de alambre de púas que rodeaba elcampo, mientras Oddjob tiraba de las riendas,enloquecido, relinchando para escapar delaguacero. Heron los alcanzó y empujó a Samma un lado, al tiempo que le entregaba las riendasde su propio caballo. Kira vio que ella habíahecho lo mismo con su pelo, pero Samm nocontaba con ese lujo y tenía la cara surcada porlargos verdugones rojos. Sus ojos estabanhinchados e inyectados de sangre. Heron sacóun cuchillo en cada mano y atacó los alambrescon movimientos encarnizados; cortó los cuatroy abrió una brecha en la cerca. Kira atravesó laabertura a toda prisa con Bobo, y tomó lasriendas de Buddy al pasar. Heron la siguió conOddjob y Afa.

Samm alcanzó a Kira y trató de tomar lasriendas de Buddy.

—¡Déjame ayudarte! —gritó—. ¡No puedescontrolar a ambos!

Los caballos retobaban enloquecidos, pero

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Kira los contuvo con mano de hierro y apartó aSamm con el pie.

—¡Ponte a cubierto! ¡Te quedarás ciego!—¡No voy a dejarte aquí!—¡Ve a abrir la casa para que podamos

entrar! —le gritó, y volvió a empujarlo. Al cabode un instante, él dio media vuelta y echó acorrer, tropezando por el campo sin cultivar.

Kira apretó los dientes, preguntándose cómoSamm podía ver siquiera, y tiró de los caballoscon todas sus fuerzas, utilizando a uno paramantener a raya al otro, y rogando que sushombros resistieran aquel esfuerzo. Tras unbreve forcejeo, los animales parecieron darsecuenta de que ella quería que corrieran, y en elcampo abierto bajaron la cabeza y avanzaron atodo galope hacia la casa; pero eso hizo queKira perdiera el equilibrio. Las riendas flojas laarrastraron hacia los cascos de Buddy, así quelas soltó y cayó sobre el lodo envenenado. Loscaballos siguieron corriendo, uno a la par delotro. Ella se puso de pie y los siguió, y mientrascorría se dio cuenta de que iba gritando, una

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mezcla de dolor y alarido de guerra.Llegó a la casa justo cuando Samm y Heron

atrapaban a los caballos, sintiendo un doloratroz. En la sala había un sofá y un sillón, y encada uno había un esqueleto mirando el viejotelevisor que estaba en la pared. Kira sentíacomo si cada centímetro de su cuerpo estuvieraquemado por el ácido, y al bajar la vistadescubrió que tenía un agujero en la camiseta.Se la quitó rápidamente y vio media docena másde agujeros en la espalda, así que la arrojó alotro lado de la habitación. Samm y Heron yahabían entrado y cerraron la puerta de un golpepara que los caballos no salieran a la lluvia. Losanimales estaban aterrorizados; seguíancorcovando, relinchando y destruyéndolo todo enla sala: el televisor, los muebles y hasta losesqueletos resultaron pisoteados. Kira trató dealcanzar a Afa, que seguía atado a la monturade Oddjob, pero no lograba acercarse. Heronrodeó con cautela el perímetro de la habitación,seguida por Samm, que tenía el rostro enrojecidoy los ojos cerrados con fuerza; avanzaban

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cuando los caballos dejaban un espacio yretrocedían cuando se acercaban demasiado.Kira oía el siseo del ácido en la ropa de Samm,entonces le arrancó la camiseta, que se partiócomo un papel mojado, y la arrojó a un lado.Heron también estaba desvistiéndose, y la pilade ropa quedó humeante en un rincón mientrasel ácido la consumía. Tenían la piel salpicada dedolorosas llagas rojas. Samm seguía con los ojoscerrados, y no lograba desprenderse el cinturón.Kira lo ayudó a sacarse los pantalones, y luegose quitó el suyo. Pronto los tres quedaron enropa interior, agitados, pensando qué hacermientras los caballos seguían destrozando lasala.

Afa gritaba y sollozaba histéricamente, peroal menos seguía con vida. Kira recorrió lacocina con la mirada, buscando algo que pudieraservirles; toallas para secarlos o comida paracalmarlos, y vio que el fregadero tenía dosgrifos: uno normal y una extraña bombaindustrial de mano. Se quedó mirándola,confundida por la incongruencia, y de pronto

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entendió.—¡Esto es una granja! —exclamó, mientras

corría a abrir las alacenas—. ¡Tiene un pozo!—¿Qué? —preguntó Heron.—Está demasiado lejos de la ciudad para el

sistema normal de suministro de agua, por esotiene un pozo, con su propio acuíferosubterráneo y su propia bomba de extracción —rebuscó en las alacenas hasta encontrar el cubomás grande que pudo, y regresó al fregadero—.En las granjas de Long Island hay un par deestos pozos, y son la única agua corriente entoda la isla. Estas bombas son totalmenteautónomas, así que deberían funcionar todavía.

Accionó la manija, pero estaba dura y seca.Abrió el refrigerador, encontró un frasco deencurtidos rancios y vertió el líquido sobre labomba para aflojarla. Volvió a accionarla, una yotra vez. De pronto cayó un chorro de agua enel cubo. Kira lo llenó mientras Heron fue abuscar otro, y cuando ese estuvo lleno lolevantaron juntas y arrojaron el agua a loscaballos para lavarles un poco el ácido.

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Siguieron bombeando, repitiendo el proceso yarrojando cubo tras cubo a los animales, hastaque Kira pensó que el pozo iba a secarse. Pocoa poco, los caballos se calmaron, y las dosmuchachas fueron a soltar a Afa y loarrastraron, aún sollozante, a la cocina. Susprendas también estaban comidas por el ácido ysu espalda era una masa de verdugones,quemaduras y ampollas. Heron bombeó otrocubo de agua, y Kira fue hasta los caballos paraquitarles las monturas y las bolsas y buscar losmedicamentos. Afa estaba ya demasiado roncopara gritar, y solo se mecía hacia adelante yhacia atrás en el suelo. Samm parecíainconsciente o en meditación profunda paracontrolar el dolor, y Kira se preguntó cuántodaño habrían sufrido realmente sus ojos. Sedetuvo, exhausta, y observó a Heron. Esta lamiró, igualmente agotada.

—¿Todavía piensas que tomamos la decisióncorrecta?

No, pensó Kira, pero se obligó a decir:—Sí.

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—Más vale que así sea —dijo Heron—.Apenas llevamos treinta kilómetros en estepáramo tóxico. Aún nos faltan más de mil.

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CAPÍTULO TREINTA Y DOS

Marcus y los soldados viajaron hacia el norte, através de las ruinas de la ciudad de Jersey,Hoboken y el vasto paisaje metropolitano aloeste del río Hudson. Su plan era dar un rodeoamplio para evitar cualquier encuentro conParciales hostiles que pudieran estar apostadosen Manhattan o en el Bronx, y para eso tuvieronque ir mucho más al norte de lo estrictamentenecesario, solo para poder cruzar nuevamente elrío Hudson. Al norte de Manhattan el río seensanchaba considerablemente, asemejándosemás a una bahía, y el puente que por finencontraron lo cruzaba casi en su punto máslargo: una aguja blanca que atravesaba el cielo,llamado Tappan Zee. Era más nuevo que

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cualquier puente que Marcus hubiera vistoantes, y supuso que lo habían reconstruido pocoantes del Brote. Tenía varios kilómetros delargo, y tardaron casi todo un día en cruzarlo. Elsolo hecho de que ese puente hubierasobrevivido era de por sí asombroso, pero que lohubiera hecho casi en perfecto estado eratestimonio de las glorias del viejo mundo. Lo hizopreguntarse si las generaciones futuras,suponiendo que llegara a haberlas, miraríanaquella hazaña arquitectónica con el mismoasombro con que veían las pirámides o la GranMuralla China. Un sendero a través del cielo.Probablemente le encontrarán algunaridícula explicación religiosa, pensó, algocomo que construimos un camino al cielo,que cada pilar representa un aspecto denuestra creencia y que la longitud del puentemultiplicada por su altura señala elequinoccio de primavera. El puente estabacubierto de autos, muchos chocados, volcados oamontonados en formas extrañas, y tuvieron queavanzar lentamente, deteniéndose para trepar

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por encima de las reliquias de metal caliente quese asaban al sol.

La ciudad que estaba del otro lado del río sellamaba Tarrytowny. Mientras salían del puentehacia las calles, escucharon una voz fuerte entrelas ruinas.

—¡Alto!Los soldados levantaron sus fusiles, pero el

comandante Woolf les hizo un gesto para que losbajaran.

—¡Venimos en son de paz! —respondió—.¡Venimos a hablar!

—Son humanos —dijo la voz, y Woolfasintió; tomó su fusil por el cañón y lo levantó enel aire, para demostrar lo más claramenteposible que no podía jalar el gatillo.

—Nuestras armas son solo para defensa —explicó—. No buscamos pelea. Queremoshablar con quien esté a cargo.

Hubo un largo silencio, y cuando la voz lerespondió, a Marcus le pareció que sonaba…vacilante.

—Diga cuál es su propósito.

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—Una Parcial llamada Morgan atacónuestro asentamiento y tomó a nuestra gentecomo rehén, y sabemos que es tan enemiga deustedes como nuestra. Entre los humanos hayun viejo dicho: «El enemigo de mi enemigo es miamigo». Esperamos que eso nos haga losuficientemente amigos para conversar un poco.

Hubo otra pausa larga, y luego la voz dijo:—Dejen sus armas en el suelo y apártense

de ellas.—Hagan lo que dice —ordenó Woolf, y se

inclinó para dejar su fusil en el suelo.Marcus hizo lo mismo, y todos los soldados

que lo rodeaban lo imitaron, algunos con másreticencia que otros. Eran diez, además deWoolf y Marcus, pero los tres Parciales queemergieron y subieron al puente hacia ellosparecían seguros de ser un rival más quesuficiente para doce humanos. Y Marcusconcordó con ellos. El Parcial que los liderabaera un hombre joven, como Samm, y Marcus sedio cuenta de que era lógico: todos los soldadosde la infantería Parcial tenían la misma edad,

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congelados en los dieciocho años. Supongo queconoceremos a los generales una vez queentremos en White Plains.

—Me llamo Vinci —dijo el Parcial, yMarcus reconoció por la voz al hombre que leshabía gritado unos minutos antes.

—Queremos proponerles un acuerdo —anunció Woolf—. Una alianza entre nuestragente y la suya.

Si Vinci se sorprendió, no lo demostró,aunque a Marcus siempre le había costadointerpretar a los Parciales. El hombre echó unvistazo a su grupo y luego volvió a mirar aWoolf.

—Temo que no podemos ayudarlos.Marcus dio un respingo, sorprendido.—¿Eso es todo? —preguntó Woolf—. ¿Nos

escucharán, pero ni siquiera van a pensar en loque decimos?

—No me corresponde a mí pensar en eso—respondió Vinci—. Soy un guardia, no ungeneral ni un diplomático.

—Entonces llévennos con alguno de ellos —

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insistió Woolf—. Con alguien que sí puedaescucharnos.

—Temo que tampoco puedo hacer eso.—¿No les permiten dejarnos entrar a su

territorio? —preguntó Woolf—. Pues envíen aun mensajero. Acamparemos aquí, o en elpuente, si les parece mejor; pero avísenle aquien esté a cargo que estamos aquí y lo quevinimos a ofrecerles. Hagan eso, por lo menos.

Vinci volvió a pensar un momento, aunqueMarcus no podía discernir si estabaconsiderando las opciones o si solo buscaba otramanera de negarse.

—Lo siento —dijo por fin—, es demasiadopeligroso en este momento. La guerra contra lasfuerzas de Morgan está… —se interrumpió,como si buscara las palabras más apropiadas—saliéndose de control.

—Estamos dispuestos a arriesgarnos —intervino Marcus.

—Nosotros no —repuso Vinci.—¿Por qué no nos escuchan, al menos? —

exclamó Woolf, dando un paso adelante, y de

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pronto los Parciales levantaron sus armas.Woolf parecía furioso, y Marcus se dio

cuenta de que estaba a punto de iniciar unapelea, con la esperanza de que le quedaransuficientes hombres para buscar a alguien conquien dialogar. Marcus se devanó los sesosanalizando qué podía hacer para aplacar lasituación. Pensó en Samm, en su manera dehablar y en las cosas que daban o no resultadocon él. Samm era infaliblemente pragmático yleal a sus líderes, casi al punto de la impotencia,aun cuando no estuviera de acuerdo con ellos.Rememoró todo eso, y de un salto se ubicódelante de Woolf, justo cuando parecía que iba areaccionar.

—Esperen —pidió Marcus, con nerviosismo,casi esperando un puñetazo, ya fuera de atrás odel frente—. Me llamo Marcus Valencio. Soyalgo así como el «consultor en relaciones con losParciales» en este grupo —lo dijo para ambaspartes, con la esperanza de apaciguarlos y deque le dieran la oportunidad de hablar—. Si mepermiten hacer una pregunta políticamente

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delicada, ¿a qué se refiere cuando dice que nopuede ayudarnos?

—Se refiere a que no quiere ayudarnos —dijo Woolf.

El guardia no respondió, pero al cabo de unmomento asintió.

—Es que no creo que ese sea el problema—dijo Marcus.

Vinci ya lo estaba mirando, pero ahoraconcentró toda su atención en él como un láser,y Marcus fue muy consciente del cambio deintensidad. Sonrió, nervioso, asegurándose deque aquella expresión depredadora era señal deque estaba en lo cierto: efectivamente, allí habíaun secreto, y Vinci era demasiado leal comopara admitirlo.

—Ustedes están muriendo —prosiguióMarcus—. No ustedes personalmente, o almenos no todavía, pero sí su gente. Sus líderes.Todos los Parciales tienen una fecha devencimiento a los veinte años, y ustedes no seenteraron de eso hasta que murieron losprimeros, y a estas alturas ya perdieron una

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segunda o tercera, o quizá incluso una cuartageneración de Parciales, y si no me equivoco,eso incluye a casi todos los generales. A todoslos que estaban a cargo.

Vinci no le dio la razón, pero tampoco lonegó. Marcus lo observó en busca de algúncambio de emoción o de expresión, pero losParciales tenían unos rostros tan impasibles queno podía adivinar lo que estaba pensando.Marcus siguió hablando.

—Creo que lo que está diciendo —concluyó— es que no podemos negociar una alianzaporque en su nación no queda nadie que tengasuficiente autoridad para hacerlo.

El grupo quedó en silencio. Marcus noapartó la mirada del rostro de Vinci, pero no seatrevió a mirar hacia atrás para ver la reacciónde Woolf. El viejo suspiró y habló en tono suave.

—Santo cielo, hijo; si ese es el problema,permítannos ayudar.

—No necesitamos su ayuda —replicó Vinci.—Ustedes son una nación sin líder —dijo

Woolf—, una nación de jóvenes.

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—Jóvenes que los derrotaron a ustedes —repuso Vinci, acaloradamente—, y que volverána hacerlo si nos dan motivos.

—Yo no me refería a esto —intervinoMarcus, interponiéndose nuevamente. Sabía queestaba como encogido, esperando un ataque queseguramente llegaría de uno u otro lado, pero sequedó allí de todos modos, e hizo una mueca conla esperanza de que se calmaran—. Vinci, micomandante no quiso decir que ustedes fueranincapaces de tomar sus propias decisiones nique necesiten que un humano viejo intervenga yse haga cargo de ustedes —miró a Woolf conintención—. Él sabe muy bien lo ofensivo queresultaría eso, y jamás lo diría ni lo sugeriría,¿verdad?

Woolf asintió, un poco avergonzado, yMarcus lo escuchó declarar con los dientesapretados:

—Por supuesto. No fue mi intenciónofenderlos.

—Muy bien —dijo Marcus, y echó unvistazo a Vinci antes de volver a mirar a Woolf

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—. Ahora bien, comandante Woolf, Vinci noquiso decir que descarta toda posibilidad deayuda, ni que preferiría iniciar otra guerragenocida antes que formar una alianza conusted.

—No hable por él —le dijo Woolf.Marcus se volvió hacia Vinci.—¿Me equivoco? En realidad no quiso decir

nada remotamente como eso, ¿verdad? Es decir,sabe que eso también resultaría ofensivo, ¿no escierto?

Vinci respiró hondo (el primer indicio socialque Marcus le veía) y negó con la cabeza.

—No queremos otra guerra con loshumanos.

—Excelente —dijo Marcus—. Ahora,¿creen que puedan tener una conversación sinperder los modales, o voy a tener que mediartodo el tiempo? Porque la verdad es que estoy apunto de orinarme encima.

Vinci miró a Woolf.—¿Este es su consultor en relaciones con

los Parciales?

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—Es poco ortodoxo pero eficiente —respondió Woolf. Se frotó el mentón—. Perodígame, ¿es verdad lo que él dijo? ¿Que todossus comandantes han muerto?

—No todos —respondió, y por la pausa quehizo, Marcus se dio cuenta de que no queríadecir lo que seguía—, pero la mayoría, sí. Nosqueda uno. Como ya se habrán enterado pornuestras operaciones en Long Island, estamostrabados en una guerra en pequeña escala conla facción de Morgan. Igual que ella, estamostratando de curar la fecha de vencimiento, comola llaman ustedes. Pero los métodos de Morganse han vuelto demasiado extremos.

—Es que el tiempo se acaba —dijo Marcus—. Creemos que podemos ayudarlos. Tenemosalgunas de las mejores mentes médicas delmundo, literalmente, trabajando para hallar lacura de nuestra propia enfermedad, que noslleva a la extinción. Con su ayuda podríamosresolver el problema del RM en cuestión desemanas, o al menos eso creemos, y luego todaesa inteligencia médica se podría concentrar en

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su fecha de vencimiento. Podemos salvarnosmutuamente.

—Pero necesitamos hablar con ese líder quemencionó —agregó Woolf—. ¿Puede llevarnoscon él o ella?

—Puedo llevarlos con ella, pero no lesgarantizo que vaya a servir de algo.

Woolf frunció el ceño.—¿Ella también está muriendo? ¿Le llegó…

—trató de encontrar las palabras adecuadas—la hora?

—Es integrante del Consorcio —respondióVinci—. Son nuestros líderes y, que nosotrossepamos, no tienen vencimiento. Pero la generalTrimble está… bueno, ya verán. Síganme, perodejen las armas. Y es peligroso, como ya lesdije; no se ofendan, pero un grupo de humanosno es más que peso muerto en una batalla entreParciales. Si ven u oyen algo que se parezcaremotamente a una balacera, escóndanse.

Woolf frunció el ceño.—¿Escondernos? ¿Eso es todo?Vinci se encogió de hombros.

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—Bueno, escóndanse y recen.

White Plains no se parecía a nada que Marcushubiera visto antes, aunque la forma en quellegaron debería haberlo preparado: no tuvieronque caminar ni subir a una carreta, sino queviajaron en la parte de atrás de un camión. Unode verdad, con motor. Lo conducía una Parcialllamada Mandy, presumiblemente uno de lospilotos de los que había hablado Samm, que losmiró con desconfianza durante todo el viaje, apesar de que los habían desarmado, registrado yhasta despojado de casi todo lo que llevaban.Marcus ya había visto vehículos motorizados enacción, por supuesto, pero le resultabaasombroso verlos en uso con tanta naturalidad.En East Meadow los utilizaban solo paraemergencias, cuando la velocidad era crucial.Aquí, se trasladaban en ellos como si nada.

Luego se cruzaron con otro camión en unaencrucijada, y otro más.

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Y por fin llegaron a la ciudad misma.Marcus había pasado tanto tiempo en una

ciudad en ruinas que le resultó asombroso, yhasta un poco perturbador, ver una enexcelentes condiciones. En lugar de peatones,las calles estaban llenas de autos; en lugar defaroles y velas, las casas estaban iluminadas conluz eléctrica: en los porches, en las calles, en lostechos y hasta en los anuncios de los edificios.La ciudad entera parecía resplandecer. Y algomás sutil, pero que lo dejó aún más perplejo:todos los edificios tenían ventanas. Las ventanashabían sido una de las primeras cosas que sehabían perdido después del Brote, pues los ciclosde congelamiento y descongelamiento habíanafectado los marcos de los edificios sincalefacción, y las aves y otros animales habíanhecho el resto. En East Meadow solo las casashabitadas tenían ventanas, así como unos pocospisos bajos del hospital y se esforzaban paraconservarlas, pero en las demás construccionesestaban rotas. Había observado lo mismo enBrooklyn, Manhattan y Nueva Jersey. Pero aquí,

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no. Era como ver una ciudad de antes del Brote,adelantada en el tiempo, intacta a pesar delapocalipsis que había destruido al resto delplaneta.

Pero ni siquiera eso es del todo cierto, sedijo Marcus. Los Parciales eran un ejército, yesta era una ciudad en guerra, sin un solo civil ala vista. Salvo yo, pensó. Soy el primer nocombatiente que este lugar ha visto en doceaños.

Y espero poder seguir siendo nocombatiente el tiempo suficiente paraterminar este trabajo y largarme de aquí.

Mandy los trasladó a un edificio grande en elcentro de la ciudad, rodeado por barricadashechas con bolsas de arena y coronado porreflectores y francotiradores. El ambiente erasombrío, y cada soldado que veían parecía estarbuscando algo: un ataque, seguramente, aunqueMarcus no pudo evitar preocuparse al pensarqué podía poner tan nerviosos a los Parciales.

Vinci los llevó al interior y explicó a cadanivel de seguridad (y había varios) que traía a

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una delegación de humanos para hablar con lageneral Trimble, y que ya les había confiscadolas armas. Curiosamente, con cada nuevopuesto de guardias y protocolo, Marcus se sentíamenos seguro, como si estuvieran entrando enuna prisión más que en un edificiogubernamental. En las paredes y los cielorrasoshabía luces de circulación de resplandor tenue,las cuales creaban un ambiente sobrenatural quecontribuía a aumentar su inquietud. Vinci loscondujo a un salón grande en el último piso, unaespecie de plaza con bancos y mesas bajas,rodeada de apartamentos y coronada por unaamplia claraboya enrejada. Un guardia que losseguía cerró con llave la puerta que daba alsalón exterior.

—Aquí se alojarán —anunció Vinci—. Noserá lo más cómodo pero, ahora que lo pienso,debe ser mejor que lo que tienen habitualmente.

—De eso no cabe duda —dijo Marcus—.¿Dónde está la fuente de chocolate?Sinceramente, me voy a decepcionar un poco sino viene sujeta al lomo de un oso polar

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encantado.—No vinimos a hospedarnos —dijo Woolf

—. Vinimos a reunirnos con Trimble. ¿Está?Vinci negó con la cabeza.—Está ocupada —respondió—. Esperen

aquí.—¿Cuánto tiempo? —preguntó Marcus—.

¿Una hora? ¿Dos horas?Se abrió una de las puertas exteriores,

dejando entrever un apartamento pequeño peroordenado, y de él salió una mujer que parecíaansiosa. Al verlos, la decepción se reflejó en surostro.

—¿No son los hombres de Trimble?—¿Y usted no es Trimble? —le preguntó

Woolf. Miró a Vinci—. ¿Qué pasa aquí?—Estoy esperando desde ayer —dijo la

mujer, mientras se acercaba a ellos.Marcus calculó que tendría entre cincuenta

y cinco y sesenta años; estaba en forma y eraatractiva, como aparentemente lo eran todos losParciales —pero no era una de las pilotos deaspecto joven, como Mandy, ni de las

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supermodelos asesinas, como Heron—. Esosignificaba, supuso, que aquella mujer eramédica, y le tendió la mano para estrechar lasuya.

—Hola, doctora.La mujer solo se limitó a mirarlos con

expresión severa.—Son humanos.—¿Está esperando desde ayer? —le

preguntó Woolf. Se volvió hacia Vinci—.Morgan está matando a nuestra gente; estamosmuriendo, en la guerra y en los hospitales, cadadía. Cada hora. Tiene que hacernos entrarantes.

—Pero no antes que a mí —intervino ladoctora—. Todos tenemos asuntos que nopueden esperar —miró a Vinci—. ¿Usted es suasistente? ¿Puede darle un mensaje?

—Soy solo un soldado, señora.—¿No está aquí? —preguntó Marcus—.

Digo, ¿está en el frente de batalla o algo así?¿En otra ciudad? Podemos ir adonde esté, si esmás fácil.

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—Está aquí —respondió la doctora,señalando unas puertas dobles anchas en lapared norte—. Solo que… no está disponible.

—¿Qué está haciendo que ni siquiera puedevernos? —preguntó Woolf—. ¿Está ocupada?¿Con quién está hablando si no con las personasque la necesitan?

—Estamos en medio de una guerra —respondió Vinci—. Ella está dirigiendo esaguerra desde un nodo central; no puede dejarlopor cada uno que viene a visitarla.

Uno de los soldados humanos lanzó unarisita burlona, era un hombre enorme, lleno demúsculos.

—Podríamos entrar por la fuerza —propuso.

—Esa no es la mejor táctica cuandoestamos tratando de ser diplomáticos —loreprendió Woolf.

—¿Hay algo que usted pueda hacer paraacelerar las cosas? —preguntó Marcus. Señalóa la doctora—. Es decir, probablemente usted yalo haya pensado, pero… no sé, ¿podemos

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enviarle un mensaje? ¿O avisarle por quéestamos aquí? Somos los primeros humanos enentrar en esta ciudad en doce años, venimos aproponer un tratado de paz y una alianzamédica; eso tiene que importarle.

—Sé que es importante —dijo Vinci—. Poreso los traje. Pero les advertí que sería difícil, ytendrán que tener paciencia.

—Eso es muy razonable —respondióMarcus—. Esperaremos.

—Salvo que eso mismo me dijeron a mí ayer—acotó la doctora, levantando una ceja—. Miinforme es igualmente importante, casi concerteza lo es más, pero Trimble recibe a la gentecuando a ella le conviene, cuando ella quiere, yno antes.

—Pues esperaremos —dijo Woolf—. Eltiempo que sea necesario.

Marcus se preguntó cuánta gente moriría,tanto allí como en Long Island, mientras ellosesperaban.

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CAPÍTULO TREINTA Y TRES

La doctora se presentó como Diadem, pero nodijo más que eso. Su hostilidad hacia Marcus yel resto de los humanos era palpable, yaparentemente no se debía solo a que le habíanquitado el lugar en la fila para ver a Trimble.Eso, añadido a la vigilancia constante de losguardias armados, y la amenaza cada vez mayorde la inminente guerra Parcial, hacía que elambiente en el salón empezara a parecerse másy más a una olla a presión. A Marcus lepreocupaba la posibilidad de que, si no lograbanhablar con Trimble pronto, los soldadosexplotaran.

Los minutos se convirtieron en horas. Cadavez que el reloj daba la hora, los hombres ponían

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cara de exasperación o suspiraban por la lentitudcon que pasaba el tiempo. Cada vez que seabría una puerta, todas las cabezas selevantaban para ver si por fin les había llegado elturno. El sol trazó un arco lento a través de laancha claraboya en el techo, mientras lossoldados Parciales entraban y salían, susurrandoconversaciones inquietas cuyo contenidoMarcus no podía más que suponer. Ninguna desus suposiciones era optimista. El comandanteWoolf estaba hartándose del encierro; caminabade un lado a otro de la habitación y trataba, sinéxito, de preguntar a los guardias qué estabapasando. Ni siquiera le permitían acercarse;primero le indicaban que se apartara con ungesto de las manos, y cuando él insistía,levantaban los fusiles. La actividad de fondoaumentó, y Marcus sintió la tensión en elambiente como un espíritu furioso, enardecido yvociferante. Decidió intentar hablar con Diademuna vez más, preguntarle qué ocurría, pero loúnico que hizo ella fue quedarse mirando a lossoldados, y Marcus percibió que era una

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expresión Parcial de enojo.—Están preparándose para la batalla —

respondió por fin—. La guerra está llegando aWhite Plains.

—Pero todas las fuerzas de Morgan estánen Long Island —dijo Marcus—. ¿Con quiénestán peleando?

Diadem rehusó responder.Cuando empezó a oscurecer, Marcus

comenzó a perder las esperanzas de llegar a vera Trimble, y juró no dormirse por temor a perdersu oportunidad durante la noche. Se mantuvoocupado examinando las diversas muestras detecnología que había en la habitación, objetos tanmisteriosos que apenas podía reconocerlos, peroque los Parciales parecían usar a diario. En unamesita encontró una barrita de plástico y lalevantó, seguro de saber lo que era peroabsolutamente incapaz de recordarlo… Algo desu niñez, lo sabía, pero ¿qué? Estaba cubierta debotones, y apretó un par para ver qué pasaba,pero no sucedió nada. Diadem lo observaba con

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los ojos calculadores de un insecto hambriento.—¿Quiere mirar algo? —le preguntó por fin.—No, gracias —respondió Marcus—. Solo

trataba de descubrir qué es esto.—Por eso se lo pregunté. Es un control

remoto; controla el holovid.—Recordaba haber visto uno antes. La

mayoría de las casas de East Meadow teníanunidades de pared, que se activaban por el hablao los movimientos. No había visto uno manual,como este, desde que era pequeño.

—Yo tengo uno montado en la pared encasa —comentó Diadem, aparentementedispuesta a conversar un poco. Marcus lededicó toda su atención—. Pero la sala deespera es tan grande y siempre hay tanta genteque los sensores se confundirían si seaccionaran solo con la voz o el movimiento. Esun poco raro usar estas cosas primitivas, pero enfin, utilizamos lo que más nos conviene.

—Lo que usted considera primitivo para míes futurista —dijo él, sin dejar de observar elcontrol remoto—. Poseen una planta nuclear

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que les da más energía de la que pueden usar.Nosotros tenemos un puñado de paneles solaresque apenas mantienen en funcionamientonuestro hospital. Una amiga mía tiene unreproductor de música, pero hace doce años queno veo un holovid en funcionamiento —se pusode pie y buscó con la mirada el proyector—.¿Dónde está?

—Donde usted está parado.Diadem se puso de pie, tomó el control

remoto y lo apuntó hacia la claraboya. Con unclic, el vidrio se oscureció para que no entrara laluz exterior, y un segundo clic encendió unabruma holográfica en medio del espacio entresillones, proyectada por cientos de lucecitasubicadas en el marco enrejado de la claraboya.

Marcus y Diadem estaban parados enmediode la bruma fotónica que iba cambiandopaulatinamente: diversos íconos de video semovían lentamente hacia adelante y hacia atrás,como el sedimento en una piscina.

Marcus se apartó para ver mejor y sonriócomo un niño al reconocer primero un título y

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luego otro. Se dio cuenta, divertido, de que todoslos títulos que conocía eran los programasinfantiles: Ventarrón el dragón, Escuela depesadilla, Robots a vapor, las cosas queapenas recordaba de antes del Brote. Lamayoría de los títulos eran películas «paraadultos», los programas policiales dramáticos, lashistorias románticas de médicos y las invasionesextraterrestres sangrientas que sus padresnunca le habían permitido ver. Mientrasexaminaba el menú, los soldados humanos seamontonaron a su alrededor, tan fascinadoscomo él. Marcus se dio cuenta de lo ridículosque parecerían, un puñado de tontos pasmadospor una tecnología de lo más común, y sepreguntó si Diadem había encendido el holovidsolo para divertirse al ver sus reacciones. Con lamisma rapidez con que lo pensó, se dio cuentade que no le importaba. Era una parte de su vidaque había perdido, y casi se le partía el corazónal volver a verla.

—¿Qué quiere mirar? —preguntó ella.El primer impulso de Marcus fue elegir

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Ventarrón, su dibujo animado preferido cuandoera niño, pero con tantos soldados presentes ledio vergüenza. Examinó la bruma en movimientoen busca de una película de acción, pero antesde que pudiera encontrar una que le gustara, elsoldado que estaba a su lado, el mismo gigantónde antes, esbozó una amplia sonrisa y exclamó:

—¡Ventarrón! Me encantaba ese programa.Ahora es un soldado, pensó Marcus, pero

cuando se acabó el mundo, no tenía más desiete u ocho años.

Diadem hizo un movimiento con el controlremoto, dispersó la bruma holográfica y eligió elícono de Ventarrón. Y de pronto allí estaba: unholograma gigante llenó el centro de la sala y elsimpático dragón púrpura atravesó volando lostítulos iniciales. «¡Ventarrón!», empezó el temamusical, y Marcus y los soldados cantaron lafrase siguiente al unísono: «¡Abre tus alas yvuela!».

Miraron todo el episodio, riendo y festejando,reviviendo por media hora la niñez que habíanperdido, sin embargo minuto a minuto la magia

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parecía escaparse. Los colores eran demasiadobrillantes; la música, muy estridente; lasemociones, demasiado amplias y las decisiones,muy obvias. Era hueco y enfermizo, comocomer mucha azúcar, y lo único en lo queMarcus podía pensar era: ¿Realmente es estolo que me perdí? ¿Esto es todo lo que era elviejo mundo? La vida posterior al Brote eradura, y los problemas que tenían eran dolorosos,pero al menos eran reales. De niño había pasadohoras enteras frente al holovid, mirando unprograma tras otro, un efecto tras otro, unabanalidad tras otra. El episodio terminó, ycuando Diadem lo miró, con el control remotopreparado para elegir otro, Marcus negó con lacabeza. Ella lo apagó.

—Parece estar muy triste, para ser alguienque acaba de ver a un amigable dragón púrpuraenviar a un mago a un lago de crema demalvaviscos.

—Sí, supongo que sí —respondió Marcus—.Lo siento.

Diadem dejó el control remoto.

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—Parece que le gustó el comienzo, pero noel final.

—En realidad, no —hizo una mueca y sedejó caer en el sofá—. Es solo que… —nosabía cómo explicarlo— no es real.

—Claro que no, es un dibujo animado —Diadem se sentó a su lado—. Un dibujoanimado tridimensional con fondos fotorrealistas,pero aun así, es solo un cuento.

—Lo sé —dijo Marcus, y cerró los ojos—.No es la palabra más apropiada, pero es… Meencantaba ver cómo el Mago Perverso salíaperdiendo —explicó—. Cada semana tramabaalgo distinto, y cada semana Ventarrón se loimpedía: uno, dos y ya. El problema aparecía yse resolvía en veintidós minutos. Me parecíagenial, pero… no es real. El bueno siempre esbueno, y el Mago Perverso siempre es… bueno,perverso. Lo dice su nombre.

—No había muchos programas infantilessobre ambigüedad y dilemas morales sinsolución —repuso ella—. No creo que lamayoría de los niños de cinco años estuvieran

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preparados para eso.Marcus suspiró.—Creo que ninguno de nosotros lo estaba.Vinci se acercó a hablar con ellos cuando ya

era de noche. Les ofreció disculpas porquetodavía no podían ver a Trimble y les trajonoticias del mundo exterior: la guerra no iba bieny se aproximaban cada vez más a la ciudad.

—Pero ¿quién está peleando? —preguntóWoolf—. Todas las fuerzas de Morgan están enLong Island.

—Hay otras… cuestiones —respondióVinci.

—¿Cuestiones? —preguntó Marcus—.Pensé que iba a decir «otras facciones». ¿Cómoque «otras cuestiones»?

Vinci no dijo nada y Marcus no pudodiscernir si estaba pensando qué responder osimplemente se negaba a hacerlo. Esperaron,tratando de descifrarlo, y de pronto se oyó unavoz al otro lado de la sala.

—Trimble los espera.Todos levantaron la vista y se pusieron de

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pie. Diadem prácticamente corrió hasta elguardia que estaba en la gran puerta doble, peroeste la detuvo con una mirada y,presumiblemente, con algún dato en el enlace.

—A usted, no; a los humanos.—Yo llegué mucho antes.—Trimble quiere verlos a ellos —replicó el

guardia. Miró a Vinci—. Trae a su comandantey a su «consultor en relaciones con losParciales» y síganme.

El corredor al que salieron por las puertasdobles era amplio y estaba limpio, casi vacío, enlo que Marcus empezaba a reconocer como elestilo típicamente pragmático de los Parciales:no necesitaban plantas, cuadros ni mesitaselegantes en el corredor, entonces no los tenían.Al final del pasillo había más puertas, de una delas cuales provenía un bullicio sorprendente.Marcus oyó gritos acalorados y… sí, disparos.¿Por qué hay disparos?

El guardia abrió esa puerta y una oleada decacofonía los envolvió: gritos, alaridos, susurrosy sonidos de batalla, y Marcus lo reconoció

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como la mezcla caótica de múltiples radios,todas transmitiendo a la vez, a todo volumen. Lahabitación tenía pantallas en las paredes,además de pantallas portátiles y altavoces detodos los tamaños y formas, e incluso, en unrincón, otro holovid que mostraba un mapagigantesco de Nueva York, que incluía LongIsland, además de algunas partes de NuevaJersey, Connecticut, Rhode Island e incluso máshacia el norte. No era una multitud de radios,sino de videos. En el mapa se veían puntos rojostitilantes; en las pantallas, rostros y cuerposcorrían de un lado a otro; jeeps, camiones yhasta tanques atravesaban ciudades y bosques.En medio de todo eso, bañada por la luz y elsonido de decenas de pantallas diferentes, habíauna mujer sentada ante un escritorio circular.

—Es ella —anunció el guardia, mientras sehacía a un lado y cerraba la puerta—. Esperen aque les hable.

Woolf y Vinci se adelantaron; Marcus, máscohibido, se quedó atrás junto al guardia. Lamujer estaba mirando hacia otro lado, y Woolf

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se aclaró la garganta para llamar su atención.Ella no lo oyó, o bien lo ignoró por completo.

Marcus observó las pantallas que cubrían lasparedes. Muchas mostraban la misma escena, amenudo desde la misma perspectiva, aunquesupuso que entre las aproximadamente cienpantallas había varias decenas de señalesdistintas. La mayoría eran imágenes de batallas,y él supuso que se transmitían en vivo. Trimbleestaba observando el desarrollo de la guerradesde un punto central, tal como había hechoKira con sus radios. Una vez más, se preguntó adónde había ido Kira, y si volvería a verla. Casitodo el mundo en East Meadow la había dadopor muerta, y nadie se había presentado paraponer fin a la ocupación asesina de la CompañíaD, pero él no perdía las esperanzas(probablemente en vano, lo sabía) de queestuviera viva.

Una de las pantallas más grandes repetíauna misma escena: un soldado que corría, unaexplosión de barro y pasto, y luego todo volvíaatrás en cámara rápida. El hombre caído volaba

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hacia adelante, aterrizaba suavemente y corríahacia atrás mientras el suelo volvía acomponerse; luego, de repente, el videocambiaba de dirección, el hombre corría haciaadelante y el suelo explotaba bajo sus pies. Alcabo de cuatro ciclos así, Marcus se dio cuentade que cada vez variaban la velocidad y lospuntos en que se detenía; no era unareproducción circular, sino que alguien estabamanipulando el video, retrocediéndolo yadelantándolo, buscando… algo. Él se adelantóy se movió ligeramente a un costado. Vio queTrimble estaba sentada ante una pantalla deescritorio que emitía un resplandor tenue, y susdedos se deslizaban a un lado y a otro por unaserie de controles móviles y perillas digitales.Acercaba y alejaba la imagen, hacía retrocedery avanzar el video, y siempre el muchacho moríaen la explosión.

—Disculpe —dijo Woolf.—Espere a que ella le hable —dijo el

guardia.—Llevo una semana esperando —repuso

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Woolf, y se adelantó.El guardia avanzó para detenerlo, pero Vinci

le hizo una seña para que no lo hiciera.—General Trimble —dijo Woolf—. Me

llamo Asher Woolf, soy comandante de la Redde Defensa de Long Island y senador delgobierno de Long Island. He venido a verlacomo representante designado de la últimapoblación humana en la Tierra, para proponerleun tratado de paz y compartir recursos.

Trimble no respondió; ni siquiera lo registró.Woolf volvió a adelantarse.

—Su gente está muriendo —insistió,señalando con un gesto las paredes—. Mi gentetambién, y ambos sabemos que no es solo por laguerra. Somos estériles y estamos enfermos,ustedes y nosotros. En pocos años más todosestaremos muertos, hagamos lo que hagamos;no importa cuántas guerras ganemos, cuántasveces ataquemos o nos defendamos odepongamos las armas. A su gente le quedandos años, según entiendo; la mía vivirá mástiempo, pero igualmente morirá al final.

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Debemos trabajar juntos para modificar esto —volvió a adelantarse—. ¿Me oye?

El guardia se acercó al notar el cambio detono de Woolf, pero Vinci corrió hacia elcomandante.

—Muchas gracias por recibirnos, general —dijo Vinci—. Entendemos que está muyocupada, coordinando tantas guerras a la vez…

—No está coordinando nada —replicóWoolf, señalando las pantallas con indiferencia—. Está mirando, nada más.

—Por favor, modere su tono o tendré quepedirle que se retire —le advirtió el guardia.

—¿Quiere que espere en silencio? —preguntó Woolf—. Puedo hacerlo. Esperé un díay una noche allá afuera, pero no tenemostiempo…

—Silencio —dijo Trimble en voz baja, yMarcus retrocedió, sorprendido, mientras Vinci yel guardia se tambaleaban bajo el peso de lavoluntad de la mujer. El guardia recobró elequilibrio y miró fijamente a Woolf, en silencio.Vinci abrió la boca, con su rostro enrojecido por

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el esfuerzo, pero no pudo hablar. Marcus habíavisto lo mismo cuando la doctora Morgan habíaordenado a Samm que la obedeciera; el líderordenaba y, gracias al enlace, los Parciales notenían otra opción que hacerlo.

—Nosotros no somos Parciales —dijoWoolf—. No puede doblegar nuestra mente consu «enlace».

—Yo tampoco soy Parcial —respondióTrimble.

Esto hizo que Woolf se detuviera en seco,confundido. Marcus lo vio buscando unarespuesta y se adelantó con lo primero que se leocurrió; cualquier cosa con tal de que ellasiguiera hablando.

—¿Es humana? —le preguntó.—Lo era.—Y ahora, ¿qué es?—Culpable —respondió ella.Esta vez fue Marcus quien quedó mudo por

la sorpresa. Buscó algo para decir, pero al noencontrarlo, se acercó y se ubicó entre Trimbley la pantalla, para obligarla a mirarlo. Era una

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mujer mayor, de sesenta y tantos años, tal vez;la misma edad de Nandita, y de tez similar.Nandita es el otro motivo por el que estamosaquí, pensó. También necesitamosencontrarla, como a Kira. Se aferró a esepensamiento, y cuando Trimble al fin lo miró, élle habló suavemente.

—Estoy buscando a una amiga mía —le dijo—. Otra humana, llamada Nandita Merchant.¿La conoce?

En los ojos de Trimble se encendió unachispa de reconocimiento, y Marcus volvió areflexionar acerca de su declaración de que unavez había sido humana. Ningún Parcial que élhubiera conocido era tan expresivo visualmente.La mujer se llevó las manos a la cara, mediocubriéndose la boca, y sus ojos se dilataron.

—¿Nandita está viva?—No lo sé —respondió Marcus, aún

sorprendido de que la mujer pareciera conocer aNandita—. Hace meses que no la vemos.¿Usted sabe algo de ella? ¿No vio, quizá, en suspantallas algo que nos ayude a encontrarla? —

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hizo una pausa, y vio que los ojos de la mujer sellenaban de lágrimas. Decidió aventurarse unpoco más—. Tampoco hemos visto a KiraWalker.

Una expresión extraña pasó por su rostro,como si estuviera observando un recuerdo muylejano.

—Nandita no tenía nada que ver con Kira—dijo, ladeando la cabeza—. La de ella sellamaba… Aura, creo. Aria. No, Ariel; eraAriel.

Los ojos de Marcus se dilataron, y en sumente se agolparon mil preguntas tanbruscamente que ninguna logró salir. ¿Ariel?¿Trimble sabía sobre Nandita y Ariel? Eso solopodía significar que Nandita se habíacomunicado con ella en algún momento; tal vezincluso había ido a verla allí. Y sin embargo,había preguntado si Nandita estaba viva, lo queimplicaba que, aunque hubiera estado allí, ya noestaba.

Mientras Marcus pensaba qué responder,sonó una alarma. Trimble giró su silla hacia un

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costado, pulsó un botón en su consola queprovocó una cascada de cambios en la pared,una nueva multitud de imágenes y videos:disparos de artillería, edificios que sederrumbaban, largas listas de nombres ynúmeros que pasaban tan rápido que Marcus nopodía siquiera intentar leerlos.

—Un nuevo ataque —dijo el guardia,aparentemente recuperado de su silencioforzado. Se adelantó, dio un golpecito en unaconsola pequeña y echó un vistazo al mapa en elholovid—. Esta vez dentro de la ciudad.

—¿Un ataque aquí? —preguntó Woolf. Sellevó la mano a la cintura, buscando algo que noestaba, y Marcus, sin quererlo, hizo lo mismo:buscó instintivamente su arma. Si atacaba unejército de Parciales, su grupo de humanosquedaría atrapado en el medio.

Y todavía no nos han dicho quién estáatacando, pensó Marcus. El hecho de saberque les ocultaban algo lo asustaba más quenada.

—Esto no debería pasar —dijo Trimble, con

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los ojos enfocados solo a medias en losdiagramas y videos que llenaban la pared quetenía delante—. Nada de esto debería pasar.

—¡Tiene que ayudarnos! —exclamó Woolf—. ¡Tenemos que ayudarnos mutuamente!

—Déjenme —ordenó Trimble, y de prontolos Parciales se dirigieron a la puerta y sujetarona Woolf y a Marcus al pasar. Sus manosparecían de hierro, y los sacaron de la habitacióncomo si fueran niños. Woolf y Marcus seresistieron, gritando todo el camino, pero fue envano. El guardia cerró la puerta sólidamente alsalir.

Marcus vio que Vinci estaba jadeando yabría y cerraba los puños vacíos, con la miradaclavada en el piso. No pudo discernir si era porira, cansancio u otra cosa. ¿Odio? ¿Vergüenza?

—Lo siento —les dijo—. Tenía laesperanza… Lo siento. Les advertí, peroigualmente… Esperaba algo más.

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CAPÍTULO TREINTA Y CUATRO

—¡Déjennos entrar! —ladró Woolf.—Estamos en medio de una guerra —

explicó Vinci—. Están peleando en la ciudad; silas cosas van mal, habrá un ataque aquí, en esteedificio. Ella no tiene tiempo para hablar conustedes.

—Pero no está haciendo nada —protestóMarcus. Miró a los demás, y los Parcialesrehuyeron su mirada—. Todos la vimos: es uncaso clásico de estrés traumático. Estádesenfocada, sus actos son mecánicos; la mitaddel tiempo ni siquiera parecía consciente de suentorno. No pueden tener a esa persona comolíder de sus ejércitos.

Los Parciales guardaron silencio.

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—Dijo que era humana —recordó Woolf—.Peor: dijo que había sido humana. ¿Qué significaeso? Pensé que era Parcial.

—Salvo que todos los generales Parcialesson hombres —señaló Marcus, recordando laexplicación de Samm sobre el sistema de castas—. Cada modelo se desarrolló para una tareaespecífica. Todas las mujeres mayores eranmédicas.

—Pero esa mujer es humana —repusoWoolf—. O al menos, lo era —tenía fuego enlos ojos—. Dígannos qué está pasando.

—Disculpen que los hayamos sacado arastras —dijo Vinci—. No pudimos hacer otracosa.

—Podrían haberla desobedecido —dijoWoolf.

—No —respondió Marcus, al comprenderlotodo—. Ella usó el enlace. Les dijo que salierany ellos se vieron obligados a hacerlo, quisieran ono.

Woolf frunció el ceño.—¿Qué clase de humano se convierte en

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general Parcial y tiene acceso al enlaceferomonal? —miró a los dos Parciales—. ¿Quéestá pasando?

Cuando Vinci empezó a responder, el otrosoldado le puso una mano en el brazo paraimpedírselo. Pero no le hizo caso y habló detodos modos.

—Ya lleva un tiempo así. Hace años quepeleamos con Morgan; en general no han sidomás que pequeñas escaramuzas que parten deun desacuerdo fundamental: qué hacer con loshumanos de Long Island. Si su existencia es unaamenaza o una necesidad. Si teníamos derechoa exterminarlos o debíamos dejarlos vivir o morircomo mejor pudieran, o si nos convendríamantener viva una población. Pero cuando sedesató esto de la fecha de vencimiento y losParciales empezaron a morir, todo empeoró.Morgan quiso usar a los humanos como sujetosde experimentos, y a Trimble no le pareciócorrecto. O al menos, no le pareció que fuera elmomento. Pero mientras Morgan se ha idofortaleciendo, sumando más Parciales a su

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causa y adoptando métodos más violentos,Trimble se ha negado a actuar. Cuando habla,dice que no quiere consentir un curso de acciónque podría llevar a la erradicación de la especiehumana. Pero no ofrece ninguna alternativa,ningún plan, y a medida que mueren más y másParciales, la cautela de Trimble ha comenzado averse más como miedo e indecisión. Hemosperdido muchísimos soldados por la facción deMorgan, y aun así ella no hace nada por evitarlo—miró a Marcus—. Queremos ayudarlos;hemos enviado todos los equipos que podemos aatacar la retaguardia de Morgan, paradesestabilizarla e impedir la eliminación de losúltimos humanos, pero sin un liderazgoverdadero por parte de Trimble…

Dejó la frase inconclusa, y Marcus oyó unaexplosión a la distancia.

—Pero ¿con quiénes están peleando aquí?—preguntó—. No puede ser con la compañía deMorgan, eso ya está confirmado.

—Están peleando entre ellos —respondióWoolf con voz queda.

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Marcus lo miró, sorprendido; luego miró aVinci y al otro soldado. No respondieron;permanecieron con la vista clavada en el suelo.

—¿Su facción está peleando consigomisma? —preguntó Marcus. Las implicacioneslo asustaron; recordó los disturbios en EastMeadow, cuando la lucha entre el Senado y laVoz finalmente llegó a un punto crítico. Recordólo encarnizada que se había vuelto cuando depronto los amigos se atacaban unos a otros,embravecidos por diferencias ideológicas—. Elfrente de batalla que se acerca, ¿es unarevolución? ¿Soldados de su compañía queahora apoyan a Morgan? Esta ciudad se va adestruir a sí misma.

—Aquí deberíamos estar a salvo —respondió Vinci, pero luego vaciló—. Bueno,quizás estemos a salvo. En este edificio, todosson leales a Trimble.

—¿Por qué? —preguntó Woolf, confundido—. Aunque estén en desacuerdo con Morgan,Trimble no sirve.

—Somos leales porque así nos hicieron.

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Porque así somos.El edificio retumbó con otra explosión, y

tanto Vinci como el guardia se pusieron en esaposición de alerta que Marcus había llegado aconocer: estaban examinando el enlace en buscade noticias de lo que había pasado. Se oyó eltableteo de los disparos distantes.

—La pelea se está acercando —dijo Vinci—. Vuelvan con sus hombres; necesito hablarcon la fuerza defensiva del edificio.

Regresaron a toda prisa por el corredorespartano.

—Podemos ayudarlos —ofreció Woolf—.Allí adentro tengo a diez soldados entrenados…

—Por favor —respondió—, es una batallaParcial. Solo nos estorbarían.

Vinci los llevó nuevamente por las puertasdobles hasta el área de recepción; allí los dejó ycorrió hacia el interior del complejo. El guardiade Trimble cerró las puertas al salir y las trabócon firmeza. En el área de espera quedaba unosolo de los soldados de Woolf, de pie junto a lapuerta de los dormitorios. Al verlos, les hizo

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señas de que se acercaran y los apremió,gritando:

—¡Rápido, comandante, tiene que ver esto!Woolf y Marcus corrieron hacia él. Los

demás soldados estaban apiñados contra laventana exterior, como niños, observando laciudad en un pavoroso silencio.

—Apártense de ahí —les dijo Woolf—, hayuna batalla.

Se interrumpió cuando los soldados lehicieron un lugar y vio lo que estaban mirando.Abajo, miles de Parciales, sin línea de batallaaparente, corrían, disparaban y se mataban entresí, en las calles, en los techos. La ventana dondeestaban se encontraba a quince pisos de altura,lo cual les daba un panorama aterrador de laescala de la batalla: literalmente, la lucha seextendía hasta donde podían ver.

Sin embargo, más aterradora que la escalade la batalla era su naturaleza. Hasta el máspequeño, herido y peor equipado de los soldadosParciales llevaba a cabo proezas que harían decualquier humano el héroe incuestionable de la

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Red. Marcus observó, atónito, cómo un soldadode infantería corría con ligereza por el techo deun edificio, al tiempo que disparaba su fusil conuna sola mano y acertaba a los francotiradoresque estaban apostados en el techo de otroedificio. Al llegar al borde, el soldado saltó haciaotro edificio, salvando una brecha de casi diezmetros, y aterrizó en un nido de ametralladorasque estaban disparando hacia otra dirección.Más impresionantes aún eran las personas aquienes les disparaba, que a pesar de su punteríainfalible, lograban dar un paso al costado convelocidad inhumana, esquivar las balas apenaspor milímetros y responder al fuego casi como sinada. El nido de ametralladoras donde habíaaterrizado el corredor se convirtió en untorbellino de cuchillos y bayonetas, cada unoblandido con una furia controlada que hizopalidecer a Marcus, y cada golpe se repelía conuna facilidad casi desdeñosa. Era una guerra desuperhombres, cada uno demasiado preciso paraerrar y demasiado rápido como para resultarherido.

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Marcus señaló las aeronaves quesobrevolaban la ciudad y se lanzaban al ataque,cazas de un solo piloto y artilleros de cincohombres, como un enjambre de abejas furiosas.

—¿Tienen Rotores?No había visto un vehículo aéreo desde

antes del Brote.—Esta ciudad es una revelación horrible

tras otra —observó Woolf.Como para demostrar que era verdad, surgió

desde atrás de un edificio alto otro Rotor, muchomás grande que los demás.

—Ese es de transporte —dijo, apartándosede la ventana—. Viene hacia aquí, seguramentea buscar a Trimble.

Los soldados salieron del campo de visión dela ventana y retrocedieron. Una bala perdidaperforó la ventana y fue a dar contra la pared,por encima de la cabeza de Marcus, que searrojó instantanemente al suelo.

—Arriba y afuera —ordenó Woolf—.Tenemos que ir al centro del edificio, a la sala deespera.

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Los soldados salieron corriendo enformación entrenada, manteniéndose agachadosy buscando refugio con una fluidez queanteriormente le daba a Marcus una sensaciónde seguridad, pero que ahora solo le parecía unapálida imitación de la precisión superior de losParciales. Los siguió y se mantuvo cerca deWoolf, deseando tener un arma pero conscientede que de nada le serviría.

Un Rotor pequeño pasó por encima de laclaraboya, disparando las ametralladoras, yMarcus oyó una explosión, no tenía idea de sihabía caído el Rotor o su objetivo, ni siquiera dequé bando era cada uno. Todos los vehículos leparecían del mismo color. Hubo otra explosiónen la ciudad, y el sonido de disparos y artilleríaque fluctuaba en el fondo hizo que Marcus sesintiera ciego e indefenso, agazapado detrás deun banco, porque sabía que algo estabaocurriendo pero ignoraba quiénes se disparaban,por qué lo hacían y dónde estaban.

Otra aeronave liviana pasó por encima de laclaraboya. Momentos después, lo siguió un

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artillero, en ruta perpendicular. Una sombraoscura cayó sobre la sala de espera, y desdearriba llegó un tableteo que vibró, potente, en eledificio.

—No nos conviene estar aquí —dijo Woolf.El enorme Rotor de transporte apareció,

ocupando todo el espacio de la claraboya, yMarcus comprendió demasiado tarde que estababajando sobre esta. El casco de metal hizoañicos la claraboya en el instante en que seabrieron las puertas y entraron los defensoresdel edificio. Desde el transporte, unaametralladora montada en un afuste desató unalluvia de fuego sobre los defensores, pero estosya se habían movido a un lado medio segundoantes. Las portezuelas del costado de laaeronave se abrieron incluso antes de que elcasco tocara el piso, y Parciales con trajesblindados salieron de un salto, disparando.

—¡Abajo! —gritó Woolf, y los soldados searrojaron al piso detrás de sofás y mesas,tratando de llegar a la habitación de la queacababan de salir. Marcus percibió un momento

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de confusión en los atacantes, una breve pausamientras evaluaban la nueva situación. Por algúnmotivo, identificaron a los humanos que huíancomo si fueran una amenaza y medio segundodespués se volvieron contra ellos, disparatando asangre fría. Los soldados se estremecieron ygritaron al darse cuenta de que el ataqueatravesaba sus filas. Marcus cerró los ojos alver que los cuerpos de sus compañeros caían asu alrededor.

Llegaron más refuerzos del edificio,mientras de la aeronave seguían saliendoParciales como una oleada interminable. Marcusechó un vistazo a la batalla, se acobardó y volvióa esconder la cabeza, con la esperanza de poderquedarse allí quieto y hacerse el muerto hastaque todo terminara. El ruido era ensordecedor,con decenas de armas automáticas disparando ala vez, y le preocupó la idea de perder el oído enforma permanente. Una mano lo sujetó por unapierna y no pudo contener el grito de terror queescapó de sus labios. Giró sobre sí mismorápidamente para ver quién era, y reconoció al

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comandante Woolf. El hombre le decía algo,pero él no podía oírlo. Muy cerca de Woolfhabía otros dos soldados humanos, todosagazapados detrás del precario refugio de unsofá. El hombre le dijo algo más, luego le hizoseñas para que lo siguiera y empezó aarrastrarse hacia la puerta más cercana. Lossoldados lo siguieron y Marcus empezó a hacerlo mismo. Una bala le dio al soldado que ibadelante de él, que cayó como una bolsa decarne, y Marcus se apresuró, desafiando elmiedo, desesperado por llegar a la puertaabierta. Sintió una punzada aguda en el brazo,pero por fin logró pasar, jadeando. Woolf y elúltimo soldado cerraron la puerta tras ellos.

El comandante dijo algo más, inaudible por elzumbido que había en los oídos de Marcus.Avanzaron siempre agazapados contra el suelo ycontra una pared, con la esperanza de poner lamayor cantidad posible de barreras entre ellos yla balacera. Marcus no podía usar el brazoderecho y, al examinarlo, vio un largo surco ensu tríceps: una bala le había rozado la superficie

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y desgarrado el músculo, pero no había llegado adañar el hueso. Se puso de pie, aturdido, con laintención de buscar un equipo de primerosauxilios, pero Woolf lo obligó a echarse al sueloy gritó algo que Marcus casi alcanzó a oír.Sacudió la cabeza y se señaló los oídos paraindicarle al comandante que no oía nada. Estefrunció el ceño, desconcertado; luego gritó algo,visiblemente enojado, metió la mano en el bolsillodel pecho y sacó un par de tapones anaranjadospara los oídos, que puso en la mano de Marcus.Woolf y el último soldado que quedaba, denombre Galen, estaban debatiendo algo, yMarcus se colocó los tapones.

Vamos a morir, pensó Marcus. No haymanera de salir de aquí; no importa quiéngane la pelea en la sala de espera, toda laciudad es zona de guerra. Volvió a analizar aquiénes se enfrentaban: a un ejército desoldados perfectos. Los humanos son menoságiles, tienen reacciones más lentas, son menoscoordinados, no están en el enlace…

—¡No estamos en el enlace! —gritó, al

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tiempo que aferraba el brazo de Woolf. Este lomiró, confundido, y Marcus le explicó lo queacababa de ocurrírsele. Su propia voz le parecíalejana y asordinada por el zumbido en sus oídos—. El enlace, el sistema feromonal que usanpara comunicarse; todos se están leyendo lamente. Cuando un tipo toma el arma paradisparar en un campo de batalla, dispara y elotro muere. Pero en estos espacios tanreducidos, el otro está lo suficientemente cercacomo para captar los datos del primer tipo en elenlace, entonces sabe que va a disparar y seaparta de la línea de fuego. Por eso nadie puedeacertarle a nadie.

Woolf respondió algo, pero Marcus seguíasin poder oírlo. Continuó hablando de todosmodos.

—Los Parciales usan el enlace pararastrearse, por eso cuando quieren esconderseusan máscaras antigás. Si uno no puedeenlazarse con ellos, puede defenderse de ellos.En la tierra de los Parciales, nosotros somoscomo… guerreros furtivos.

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Los ojos de Woolf se iluminaron alcomprender, y se volvió hacia Galen hablandorápidamente. Marcus no lo oía, pero empezó arecuperar al menos un poco de audición; elrugido sordo que antes le había parecido ruidoblanco se había convertido en un coro dedisparos, ecos de la batalla en la otra habitación.Volvió a agacharse, buscando alguna manera depoder aprovechar su falta de enlace y escapar.Samm había dicho que el enlace era algo tanarraigado en los Parciales que, después de doceaños, ya habían olvidado cómo pelear con unenemigo que no lo tuviera. Tiene que haberuna manera…

Woolf sujetó a Marcus por el brazo sano yseñaló los equipos que había del otro lado de lahabitación. Marcus se inclinó hacia él,acercándole el oído.

—Tenemos algunas palas en nuestro equipode supervivencia —le gritó Woolf—. Vamos aintentar atravesar la pared.

—¿Qué hay del otro lado? —preguntó.Woolf trazó un dibujo en la alfombra con el

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dedo, algo que semejaba vagamente la sala deespera y las puertas que había alrededor.

—Si mis cálculos son correctos, estamosapenas a dos habitaciones del pasillo de Trimble.Atravesar las paredes es la manera más rápidade salir del edificio.

Marcus asintió.—¿Y si las paredes son reforzadas?—En ese caso, veremos qué se nos ocurre.Los tres hombres corrieron agazapados

hasta sus equipos. Las pequeñas palas desupervivencia eran lo único que les habíanpermitido conservar; no podrían hacer daño aningún Parcial con ellas, pero sí a las paredes.La batalla seguía a pleno en la otra habitación, yWoolf aprovechó la cacofonía para disimular losgolpes a la pared.

—Aquí vamos, crucen los dedos —dijo, ydio el primer golpe.

Y la atravesó fácilmente.—Es solo yeso —confirmó Woolf.Retiró la pala, apuntó otra vez y de un golpe

sacó un pedazo de pared. Adentro había una

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capa de aislante rosado, y más allá otra pared deyeso. Woolf exclamó algo que Marcus noalcanzó a oír, presumiblemente algo triunfante yvulgar, y entregó sendas palas a Galen yMarcus. Los Parciales estaban demasiadoocupados como para seguirlos, y dado que elenlace no los delataba, pudieron trabajar conimpunidad. Pronto entre los tres habían abiertoun agujero de tamaño suficiente paraatravesarlo.

La nueva habitación estaba vacía, intactacon excepción de una caótica serie de impactosde bala en la pared, provenientes de la batallaParcial. Corrieron hasta el otro extremo yacometieron ese muro también, hasta abrir unabrecha irregular por la que Woolf espió.

—Es el corredor, y está vacío.¡Apresúrense!

Atacaron la pared con todo; Marcus, congolpes torpes de su mano izquierda, pues elbrazo derecho aún le colgaba, inútil (y dolorido)al costado. Quería parar para vendárselo o almenos inyectarse unos analgésicos, pero no

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había tiempo. Golpeó la pared como si estuvierafugándose del mismo infierno, perseguido portodos los demonios.

Salieron al pasillo y corrieron a la sala deTrimble, enarbolando las palas como hachas. Elruido de la batalla se oía fuerte a sus espaldas.Al final del corredor estaba Vinci, detrás de unpanel blindado, y los llamó al verlos acercarse.

—¿A dónde van?—Aterrizó una nave en la sala de…—Lo sé —dijo Vinci. Las puertas dobles

que daban a la sala de batalla se abrieron depronto y el soldado Parcial les hizo señas de queavanzaran; no hizo más preguntas y les entregóunas pistolas—. ¡No hay tiempo! —gritó—.¡Repliéguense a la sala de Trimble y traben lapuerta!

Woolf sujetó a Marcus por el brazo herido.El dolor fue atroz, pero no pudo evitar que elcomandante lo llevara a rastras hasta el interiorde la sala. Vinci entró y se colgó el arma delhombro. Cerraron rápidamente la puerta y latrabaron bien. Casi de inmediato, oyeron golpes

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del otro lado.—Estas puertas resistirán unos minutos,

pero necesitamos otra salida.—¿Hay otra salida de esta habitación? —

preguntó Woolf.—Esperemos que sí —respondió Vinci.—Genial —dijo Marcus—. El único tipo que

nos ayuda tiene el mismo plan que nosotros:esperar un milagro.

—¡General Trimble! —gritó Vinci, corriendohacia el centro de la habitación. La mujer estabasentada en la misma posición que antes,observando la revolución proyectada en cientosde pantallas, desde decenas de ángulosdiferentes—. ¡Tenemos que sacarla de aquí!

—Tiene que haber una salida —dijo Woolf,que lo seguía de cerca. Marcus corrió tras ellos,tratando de no alejarse para poder oírlos.

—Hay un Rotor en la habitación de arriba—dijo Trimble.

Habló con voz queda, y Marcus casi noentendió lo que dijo. Parecía más desconectadaque antes, y hablaba como entre una bruma de

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confusión.—Debe detener esto —le dijo Marcus,

adelantándose. Mientras caminaba, intentabaenvolverse el brazo con una venda del equipo deprimeros auxilios, para restañar el sangrado—.No se escape, haga algo. Envíe órdenes,coordine la guerra, ¡haga algo! —se detuvofrente a ella, y los ojos de la mujer se enfocarona medias en los suyos. Parecía aturdida, o quizáadormilada—. Esta gente se quedó con usteddurante años, esperando que la liderara. Es unadedicación que ni siquiera puedo imaginar; sifueran humanos, ya la habrían sacado de unaoreja, pero son Parciales, y ellos son leales a lacadena de mando. Aparentemente, hastaextremos estúpidamente ridículos, para llegar aesto. Están dispuestos a seguirla adonde sea,pero solo si usted los guía.

La mujer movió la cabeza ligeramente, yMarcus se dio cuenta de que ahora le dedicabatoda su atención, intensa y vaga a la vez.

—Destruí el mundo una vez —dijo Trimble—. No voy a consentir un plan que vuelva a

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destruirlo.—No hacer nada es tan criminal como

actuar mal —señaló Woolf, pero la segundaparte de la oración se perdió en un súbitoestallido cuando explotó la puerta detrás deellos. Los Parciales entraron por la abertura yocuparon posiciones con entrenada precisión.Vinci levantó su fusil para disparar, y unadocena de fusiles le apuntaron para responder.Marcus se arrojó al suelo, y toda su vida pasóliteralmente ante sus ojos. Su trabajo en elhospital. Kira. La escuela. El Brote. Sus padres,más claros en su mente ahora que en todos losaños anteriores.

—Lo siento, mamá —dijo—. Creo quepronto voy a verte.

Los Parciales rebeldes gritaron unasentencia de muerte para Trimble. Vinci semovió para cubrirla con su cuerpo. Woolf yGalen levantaron sus pistolas.

La mujer se puso de pie, se volvió hacia losParciales invasores y dijo una sola palabra:

—Deténganse.

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A Marcus le pareció como si los hubieragolpeado una ola invisible, que hubiera recorridola multitud y la hubiera congelado donde estaba.Antes habían estado quietos, pero ahora estabanrígidos, tan inmóviles como estatuas. HastaVinci parecía clavado en el piso, como si lapalabra de Trimble lo hubiera convertido enpiedra.

El enlace, pensó Marcus. Nunca lo habíavisto tan potente.

—Tengo un Rotor en la habitación de arriba—dijo Trimble, volviéndose hacia Marcus—.¿Sabe pilotearlo?

—Yo sí —respondió Woolf.—Entonces vayan. Es de corto alcance,

pero debería poder llegar a Manhattan, por lomenos —escribió un código en la pantalla quetenía más cerca de la mano—. Nadie losseguirá.

—¿Qué va a pasarle a usted? —le preguntóMarcus.

—Van a matarme.—Ni siquiera pueden moverse.

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—Tenía la esperanza de guiarlos —respondió Trimble—, pero lo único que hice fuerezagarlos. Ahora, rezagarlos es lo único quepuedo hacer. Váyanse.

—¿Y Vinci? —preguntó Marcus—. ¿Lomatarán a él también?

—No podré impedirlo.Marcus miró a Woolf, quien asintió y dijo:—Lo llevaremos con nosotros.—Rápido —dijo la mujer.Marcus tomó su equipo de primeros auxilios

y se dirigió a la escalera que estaba en uncostado. Woolf y Galen levantaron a Vinci, queestaba tieso como una tabla, y lo subieron trasél. Marcus se detuvo al final de la escalera.

—Gracias.—Si encuentra a Nandita —dijo Trimble, en

voz baja—, dígale… que lo intenté.—Lo haré.Cruzó la puerta y salió a un pequeño hangar,

y cuando Woolf y Galen pasaron con Vinci,cerró la puerta tras ellos. El Rotor era pequeño,pero parecía capaz de llevar a cuatro personas

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si se apiñaban. Mientras acomodaban a Vinci,este se aflojó súbitamente, respiró agitadamentey rogó:

—Tenemos que volver —a lo lejos selevantó un coro de voces, señal de que los otrosParciales también estaban libres—. Tenemosque ayudarla, van a… —se oyeron disparosdetrás de la puerta, y Vinci bajó la cabeza—. Noimporta —murmuró—. Abran las ventanillas ydifundan los datos. Que todos se enteren de queha caído un general.

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CAPÍTULO TREINTA Y CINCO

Mientras viajaban, Kira mantenía un ojo atentoal cielo, por si venía lluvia, y un ojo en loscampos que los rodeaban. En el páramo tóxiconunca podían darse el lujo de estar muy lejos deun lugar donde refugiarse, pero en las grandesllanuras del Medio Oeste a menudo estabanlejos de todo.

Perdieron otro caballo en la primera lluviaácida. Pero no, se recordó Kira , no perdimosa Buddy en la tormenta; lo perdimos en lacasa, en la casa donde yo lo llevé. Elcorcoveo enloquecido de los caballos, las cocesdesesperadas que lanzaban mientras el ácido lesquemaba la carne, habían destruido la habitacióny todo lo que había en ella, y para cuando por fin

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pudieron lavarlos y calmarlos, Buddy ya habíarecibido demasiados golpes en muchas partesdel cuerpo. Tenía rotas dos costillas y una patadelantera, y su mandíbula estaba hecha pedazos.Ella misma le puso fin a su sufrimiento. Nohabía nada más que pudiera hacer, se dijo,quizá por centésima vez. O lo llevaba adentroo lo dejaba morir bajo la lluvia ácida, y nopodía hacerle eso. El pensamiento no aplacósu conciencia, pero lo hizo a un lado de todosmodos. Lo peor era que ni siquiera era ese elproblema que más le preocupaba.

Tanto Kira como Heron habían sufridoquemaduras por el ácido, aunque al cabo deunos días las ampollas se habían reducido amarcas rojas. Samm quedó mucho peor, y pasótres días casi ciego hasta que su regeneraciónParcial acelerada logró combatir los venenos yreconstruir sus córneas. Afa, el único humanodel grupo, fue quien más sufrió. Habíasobrevivido unos angustiantes quince minutosatado al lomo de los caballos que corcoveaban ycoceaban, pero mientras tanto sus brazos y

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piernas habían resultado horriblementeafectados por el ácido, y sus ojos, aun peor quelos de Samm, no daban señales de habersanado. Kira se detenía en todas las ciudadespor las que pasaban para buscar ungüentos yanalgésicos, pero la mayor parte del tiempo lomantenían dopado y atado al lomo de Oddjob,tratando de que el viaje fuera lo más cómodoposible para todos. No sabían qué encontraríanen el complejo de ParaGen en Denver, peroKira esperaba que al menos ofreciera refugioadecuado y una clínica donde pudieranaprovisionarse. Afa merecía algo mejor que loque podían darle en el viaje.

La ruta 34 los llevó a través del estado deIowa: un vasto y llano tablero de ajedrez decampos de cultivo, ahora marcado solamentepor cercas blancas y árboles amarillentos yenfermizos. El viento envenenado soplaba sincesar desde el sur, interrumpido de tanto entanto por la lluvia ácida o, lo que era másaterrador aún, por enormes tormentas de polvonegro que barrían la tierra como enjambres de

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langostas, oscurecían el sol y arrancaban lasúltimas hojas desesperadas a los pocos arbustosque llegaban a extraer fuerza de la tierra tóxica.Al principio, Kira había tratado de usar elpurificador de agua en los arroyos amarillosoleosos que fluían aquí y allá, pero se dieron porvencidos cuando el purificador mismo empezó adescomponerse por el ataque cáustico. Optaronpor revisar todos los almacenes y centroscomerciales por los que pasaban en busca deagua embotellada; cargaban tanta como podíansobre sus propias espaldas y usaban a Bobo, elúltimo caballo que quedaba además de Oddjob,como animal de carga para trasladar las pocasprovisiones que les quedaban. Más difícil aúnera encontrar alimento limpio para los caballos, ya medida que transcurría el viaje, Kira se vioobligada a pasar más y más tiempo en lasparadas que hacían, impidiéndoles comer lospastos envenenados que crecían entre el polvo.La ropa buena de viaje que tenían habíaquedado en una pila humeante en el piso deaquella primera granja, y ahora iban vestidos con

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la ropa de la familia del granjero. Les quedabademasiado grande, pero Kira bromeó diciendoque al menos ahora estaban bien vestidos parael paisaje del Medio Oeste que estabanatravesando. Era la clase de chiste que pensabaque habría hecho Marcus.

Cuando el río Missouri apareció ante ellos,trazando un límite profundo y traicionero entreIowa y Nebraska, Heron gruñó:

—Si nunca más vuelvo a ver un río, serádemasiado pronto.

—Eso no tiene sentido lingüístico —observóSamm, pero Kira lo interrumpió.

—Es una expresión —le dijo, con la miradafija en el río. Suspiró—. Y en este caso,concuerdo con ella —el Missouri era espeso ypútrido, un río gris-verdoso con vetas amarillas yrosadas. Olía a detergente quemado y el airealrededor tenía un sabor extrañamente metálico.Kira sacudió la cabeza—. No es tan grandecomo el anterior, pero no quisiera correr ningúnriesgo con este. ¿Dónde está el puente máscercano?

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—Estoy buscando —dijo Samm.Había encontrado un nuevo mapa, para

reemplazar el que habían perdido en el cruce delMississippi, y ahora estaba de pie, desplegándolocon cuidado. Kira palmeó a Bobo en el cuello,para tranquilizarlo, y luego se acercó a Oddjob yAfa. El hombre estaba dormido, balanceándoseprecariamente en el arnés que habían armadopara mantenerlo sujeto a la montura. Aún no sehabía caído, pero Kira revisó las correas detodos modos, y le habló suavemente mientras lohacía.

—¿Quieren ir al norte o al sur? —preguntóSamm, examinando el mapa de rutas—. Hay uncruce al norte, en Omaha, y otro al sur, en laciudad de Nebraska, y estamos más o menos amitad de camino entre ambas.

—Omaha será más grande —opinó Heron—. Será más probable que los puentes sigan enpie.

—También nos queda más lejos —respondióKira, mientras revisaba el vendaje en la piernaherida de Afa—. Necesitamos salir pronto de

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las llanuras o él va a morir. De todos modos, a lalarga tenemos que ir hacia el sur; mejorhagámoslo ya.

—Si no tenemos tiempo para hacer undesvío —dijo Heron—, tampoco lo tendremospara volver al norte cuando encontremos elpuente de Nebraska en el fondo del río.Debemos ir a lo seguro.

—Si vamos al norte, hay que cruzar unsegundo río —intervino Samm, mirando el mapa—. El Platte confluye con el Missouri pocoskilómetros al norte de aquí, y si vamos a Omaha,tendremos que cruzar ambos.

—Bueno, pues entonces vamos al sur —dijoHeron—. Al diablo con el segundo río.

—Estoy de acuerdo —dijo Samm, al tiempoque volvía a plegar el mapa y levantaba la vista—. La ciudad de Nebraska parece bastantegrande, y si los puentes ya no están, podemos irun poco más al sur hasta la ciudad de Kansas.Allí los puentes eran inmensos; seguro quesiguen en pie.

—A menos que los hayan destruido en la

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Guerra Parcial —acotó Kira. Se pasó las manospor el cabello: muy engrasado, después desemanas de viaje sin agua limpia para lavárselo.Se encogió de hombros, demasiado exhaustapara pensar—. Solo espero que este páramo nose ponga peor cuanto más al sur vayamos.

El puente a la ciudad de Nebraska estaba, enefecto, en pie, y Kira elevó en silencio unaplegaria de agradecimiento mientras seacercaban a él. Una especie de dique que habíahacia el sur se estaba taponado con basura, ymás abajo del puente el río había crecido hastaformar un pequeño lago, que apestaba aproductos químicos y estaba cubierto por unacapa de espuma estancada, como un batido dehelado. El solo hecho de respirar el aire porencima de él era doloroso. Kira se ató otracamisa para cubrirse la boca y puso otra sobrela boca de Afa para tratar de filtrar lo peor. Amitad del puente se encontraron atascados por

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un grupo de autos chocados que formaban unamaraña que bloqueaba el paso por completo.Kira y Samm se esforzaron por apartarlos delcamino mientras Heron se adelantaba ainspeccionar el resto, y cuando lograron despejaruna brecha lo suficientemente amplia para quepasaran los caballos, Heron regresó con lanoticia de que algunas partes del puente estabaninestables, corroídas por el río al punto de quealgunos pedazos habían empezado adesprenderse. Avanzaron con cuidado,conteniendo la respiración. En un momento, Kirapudo ver entre las grietas a sus pies el aguamulticolor que corría lentamente debajo de ellos.Mantuvo una mano firme en las riendas deOddjob, con la esperanza de que no aparecieranmás grietas hasta que hubieran terminado decruzar. Llegaron al otro lado al cabo de mediahora, y si el suelo no hubiera estado envenenado,Kira le habría dado un beso.

La tierra al oeste del río era, increíblemente,más llana que la que estaba al este. Siguieron elmapa para retomar la I-80 en una ciudad

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llamada Lincoln, y avanzaron a buen ritmo porun tramo tan asombrosamente recto que durantedías no se desvió más que unos centímetros.Llegaron al río Platte, pero no tuvieron quecruzarlo, y cuando el camino se curvó hacia elnorte para seguir el río, ellos doblaron hacia elsur y más adelante retomaron la carretera 34 aorillas del río Republican. Se mantuvieron entrelos dos ríos, viajando en un amplio corredorentre campos descoloridos y ciudades corroídas.Durante el día, el sol calentaba los químicostóxicos del suelo y en los campos se elevabanvolutas de vapor y humo acre como fantasmas.Por la noche reinaba un silencio sobrenatural, singrillos, aves ni lobos que aullaran, hasta que noquedaba más que el viento, que mecía los pastospálidos y suspiraba entre los postigos de lasventanas de las casas en las que acampaban.Kira se mantenía atenta a la lluvia, pensando enBuddy y en el rostro ampollado de Afa.

Ahora Afa dormía la mayor parte del día,con los sedantes o sin ellos, y Kira estaba máspreocupada que nunca. La pierna fracturada se

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negaba a sanar, como si toda la fuerza delcuerpo de Afa estuviera concentrada en otropropósito. En un pueblo llamado Benkelman,Kira usó la mayor parte del agua que teníanpara lavarlo, de la cabeza a los pies, limpiarle elcabello, la herida de la pierna y las llagasprovocadas por el ácido, y le inyectóantibióticos. No sabía si le serviría de algo, puesal menos las heridas superficiales no parecíaninfectadas, pero no sabía qué otra cosa hacer.En el hospital de East Meadow habría tenidomás opciones, pero en una granja semiderruidaen medio de la nada no se podía hacer más quetener esperanza. Lo vendó bien y lo cubrió conmantas, y al día siguiente volvieron a amarrarloa la montura y continuaron rumbo al oeste, perosalieron de la carretera (que intentaba cruzar elrío, pero el puente ya no estaba) y avanzaron acampo traviesa. Pasaron por un pueblo llamadoParks, luego por otro más grande, Wray, ypronto el río fue disminuyendo hastadesaparecer y a los costados no había más quecampos, como si el mundo se hubiera quedado

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sin rasgos geográficos y no hubiera más quetierra y cielo, el limbo perdido de una nadainmutable.

Afa murió algunos días después, mientraslos viajeros seguían perdidos en el páramoamarillo pálido.

Lo enterraron en la tierra que olía a bateríasrotas, y se acurrucaron en un cobertizo de fibrade vidrio mientras la lluvia ácida caía a raudalesy disolvía su carne y blanqueaba sus huesos.

—¿Qué diablos estamos haciendo? —preguntó Heron. Samm la miró. Kira, demasiadocansada para moverse, se quedó tendida en elrincón con los ojos cerrados.

—Estamos salvando gente —respondióSamm.

—¿A quién? —insistió Heron. Kira levantóla vista, con la cabeza floja sobre el cuello, losmovimientos temblorosos y descoordinados trassemanas de malnutrición, agotamiento y miedo—. ¿Acaso hemos salvado a alguien? Matamosa alguien. Matamos a dos caballos. Afa viviódoce años solo, completamente solo, en una de

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las partes más peligrosas del mundo, y ahoraestá muerto —escupió en el suelo y se enjugó laboca con la manga—. Enfrentémoslo:fracasamos.

Samm escudriñó en la oscuridad el mapadesgastado por el uso, que casi se abría en losdobleces. La lluvia venenosa golpeteaba confuerza en la fibra de vidrio sobre sus cabezas.

—Ya estamos en Colorado —observó—.Desde hace varios días. No estoy cien porciento seguro de en qué parte, pero basándomeen la velocidad con que avanzábamos, creo queestamos… aquí —señaló un punto en el mapa,lejos de cualquier camino o ciudad.

—Sí —dijo Heron, sin siquiera mirar—.Siempre quise estar aquí.

—Heron está cansada —dijo Kira. Ellamisma estaba al borde de las lágrimas,prácticamente destruida por la muerte de Afa.Pero ahora no podía rendirse. Se incorporó,tomó el mapa que sostenía Samm y le tembló lamano por el esfuerzo—. Todos estamoscansados. Somos supersoldados genéticamente

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perfectos, diseñados para seguir adelante en laspeores condiciones, y apenas podemosmovernos. Necesitamos conservar nuestrasfuerzas si queremos llegar a Denver.

—¿Estás bromeando? —preguntó Heron—.No seguirás planeando completar esta misiónestúpida, ¿o sí? —se volvió hacia Samm,incrédula—. Sabes que ya es hora de hacer loque deberíamos haber hecho hace semanas: darla vuelta.

—Si estoy en lo cierto —respondió él—,estamos apenas a un día de viaje de Denver.Podríamos llegar mañana.

—¿Y hacer qué? —preguntó Heron—.¿Encontrar otro edificio en ruinas? ¿Arriesgar lavida para hacer arrancar su generador?¿Darnos de cabeza contra la computadoraporque todo lo que queremos averiguar estáatrapado detrás de encriptaciones, contraseñas yquién sabe cuántas otras medidas de seguridad?Afa era el único que podía resolver eso; sin él, nisiquiera sabemos movernos por el sistema dearchivo.

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—Estamos demasiado cerca como paraabandonar todo —insistió Samm.

—No estamos cerca de nada —replicó—.Vamos a ir y no vamos a encontrar nada, y todoeste viaje habrá sido una pérdida de tiempo paratodos. No curaremos el RM, no resolveremos lafecha de vencimiento; no haremos más quemorir en un páramo —se puso de pie,trastabillando—. Ni siquiera voy a decirlo.

—¿Decir qué? —preguntó Kira, en tonoapremiante—. «¿Te lo advertí?». «¿Deberíamoshaber dado la vuelta después de lo que pasó enChicago?». «¿Nunca deberíamos haber salidode Nueva York?».

—Elige tú.Kira se puso de pie con dificultad y acabó

jadeando por el esfuerzo.—Te equivocas. Vinimos con un trabajo por

hacer. Si no lo hacemos, Afa habrá muerto paranada. Igual que nosotros. Y nos llevaremos atodo el planeta.

—Vamos —dijo Samm, pero las chicas no leprestaron atención.

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Heron llegó hasta Kira antes de que esta sediera cuenta siquiera de que estaba moviéndose,y su puño la golpeó en el mentón con la fuerzade una maza. Kira trastabilló hacia atrás, yapreparándose para devolver el ataque antes deque su mente acabara de procesar el puñetazo,pero Samm se interpuso entre ambas.

—¡Basta!—Está loca —protestó Heron—.

Habríamos tenido una oportunidad si hubiéramosregresado al este después de lo de Chicago;habríamos podido ir con la doctora Morgan, oincluso con Trimble. Cualquier cosa nos habríadado una mejor oportunidad que esto. ¿Quéestás buscando, Kira? —le preguntó, mirándolapor encima del hombro de Samm—. ¿De qué setrata todo esto? ¿Tiene que ver siquiera consalvar a nuestra raza? ¿O a los humanos? ¿Oacaso toda esta expedición demente es solo paraque puedas averiguar qué diablos eres? Malditaegoísta.

Kira se quedó sin palabras. No había cosaque deseara más que golpearle la cabeza a

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Heron contra el suelo, pero Samm se mantuvosólidamente plantado entre las dos. Enfrentaba aHeron con actitud solemne, y mantenía a Kiraatrás con el brazo.

—¿Por qué viniste con nosotros? —preguntó Samm.

—¡Tú dijiste que confiabas en ella! —ladróHeron—. Me dijiste que viniera, por eso vine.

—Desde que te conozco, jamás hiciste loque se te dijo —recordó Samm—. Haces lo quequieres, cuando quieres, y si alguien te estorba,lo eliminas. Habrías podido detenernos encualquier momento. Habrías podidoincapacitarme a mí y secuestrar a Kira parallevársela a Morgan y hacer exactamente lo quequerías, pero no lo hiciste. Dime por qué.

Heron lo miró con ferocidad, y luego miró aKira con furia.

—Porque, de hecho, le creí. Ella hablaba deinvestigar todo lo que había hecho ParaGen parabuscar algún tipo de cura, y por alguna estúpidarazón creí que hablaba en serio.

—Y así era —dijo Kira, aunque su voz había

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perdido la belicosidad: se sentía agotada y vacía,hueca, como el cobertizo en el que estabanrefugiándose.

—Y tú —escupió Heron—. No puedo creerque sigas poniéndote de su lado. Te creía máslisto… pensé que podía confiar en ti. Supongoque esto es lo que me pasa por creer en algo.

Obviamente, sus palabras tenían la intenciónde lastimar profundamente a Samm, y a Kira lepartió el corazón oírlas, sabiendo cómo debíanhacerlo sentir. Pero si le afectaron, no lodemostró. En cambio, levantó una mano parasilenciar a Heron y se volvió hacia ella, con losojos oscuros por la fatiga.

—Dijiste que hablabas en serio. ¿Aún esasí?

Kira seguía alterada por las acusaciones deHeron, y se sentía más vacía al buscar unarespuesta. ¿Realmente estaba haciendo eso,haciéndolos pasar a todos por aquel infierno,haciendo pasar hambre a sus amigos, torturandoa los caballos y matando a Afa, solo por suspropias razones egoístas? No sabía qué decir, y

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se quedaron en un silencio tenso por lo que lespareció una eternidad.

—Lo único que me quedan son intenciones—dijo, por fin—. Vamos a ir allá, y lo que seaque encontremos será más que lo que tenemosahora. Al menos hay una posibilidad. Almenos… —dejó la frase inconclusa. Se habíaquedado sin palabras.

—Estás demente… —volvió a decir Heron,pero se detuvo cuando Kira se apartó y fue asentarse, y se desplomó doblando las piernas. Setendió en el suelo y deseó poder llorar.

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CAPÍTULO TREINTA Y SEIS

Haru Sato se movía furtivamente por la marañade túneles debajo del JFK; se mantenía lejos delos demás soldados cuando podía, y cuando loscorredores estrechos hacían imposible mantenerla distancia, los saludaba pasivamente con unmovimiento de cabeza. Llevaba su gorragastada echada hacia abajo sobre la cara yevitaba el contacto visual, con la esperanza deque nadie le hablara ni le preguntara a dóndeiba. Si descubrían que había huido de su unidad,lo arrestarían… o algo peor. No era buenmomento para ser desertor.

La oficina del señor Mkele estaba en mediode un pasillo largo, en lo que parecía haber sidoun área de despachos, ahora convertida en el

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último bastión de la civilización humana. Lasfuerzas de Morgan habían tomado EastMeadow y habían capturado a todos loshumanos que habían encontrado en la isla. Encuestión de días descubrirían ese escondite y elmundo humano llegaría a su fin. Su tiempo comoespecie dominante había terminado. Y lapoquísima resistencia que podían oponer semanejaba desde aquella oficina improvisada.

Bueno, pensó Haru, esta oficina y elcampamento itinerante de Delarosa. YDelarosa es más peligrosa de lo que jamássupimos.

Había un solo soldado, de uniforme arrugadoy sucio, montando guardia en la entrada de laoficina cerrada. Ya no había tiempo paraconversaciones educadas. Haru miró a amboslados del pasillo y lo vio relativamente vacío; lamayoría de los soldados de la Red que quedabanestaban arriba, en la defensa, o afuera, atacandolos flancos de Morgan. Por el momento, Haru yel guardia estaban solos. Volvió a miraralrededor, se decidió y caminó hacia el guardia.

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—El señor Mkele se encuentra ocupado —le informó el guardia.

—Déjame hacerte una pregunta —le dijo, altiempo que se acercaba.

A último momento, giró hacia la derecha ylevantó el brazo, como señalando algo, y cuandoel guardia volvió la cabeza para ver a dóndeapuntaba, Haru le clavó la rodilla en el vientre, altiempo que llevaba atrás el brazo izquierdo paratomar el fusil que el soldado tenía colgado delhombro. El guardia trató de sujetar el arma, aundoblado en dos y sin aliento, pero Haru loacomodó rápidamente para otro rodillazo, estavez en la cara, y el hombre se desplomó. Luegoabrió la puerta, empujó al hombre inconscientehacia adentro y entró tras él. Mkele se levantóde un salto, pero Haru ya había cerrado conllave.

—No llame a nadie —le pidió—. No vine ahacerle daño.

—Solo a mis guardias.—Anoche me ausenté sin permiso —le

informó Haru—. No podía arriesgarme a que él

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diera la alarma —acomodó al guardia concuidado en un rincón—. Solo deme cincominutos.

La oficina de Mkele estaba llena de papeles;no en desorden, como si acumulara basura, sinollena, y por lo que parecía, organizada con graneficiencia. Era un hombre que no usaba suoficina para aparentar o almacenar, sino paralargas horas de trabajo y estudio.

Mkele estaba sentado detrás de su escritoriocon un mapa de Long Island extendido ante él,marcado aquí y allá con los sitios de los ataquesde los Parciales, contraataques de la Red y,también (Haru no pudo evitar observarlo),algunas de las actividades supuestamentesecretas de Haru con Delarosa y sus guerreros.Supongo que no soy tan bueno para guardarsecretos como pensaba. Tal vez ya está altanto.

No, pensó Haru. Si supiera lo que tramaDelarosa, no estaría tan tranquilo.

—Vino a entregarse —dijo Mkele.—Si quiere verlo de ese modo —respondió

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—. Vine a traerle información, y si algo de esainformación me deja mal parado, estoy dispuestoa enfrentar las consecuencias.

—Debe de ser información muy importante.—¿A qué se dedicaba usted antes del

Brote? —preguntó Haru.Mkele lo miró un momento, como tratando

de decidir qué responderle, y luego señaló elmapa que tenía delante.

—A esto.—¿Inteligencia?—Cartografía —respondió. Esbozó una leve

sonrisa—. Tras el apocalipsis, hay que encontrarnuevas ocupaciones.

Haru asintió.—¿Conoce el caso de la Última Flota? No

sé su verdadero nombre; yo tenía siete añoscuando ocurrió. La flota que entró en el puertode Nueva York y fue destruida en un bombardeode la fuerza aérea Parcial. La llaman así porqueera nuestra última oportunidad para defendernosde los Parciales, y cuando se perdió la flota,terminó la guerra.

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—Lo conozco —respondió Mkele. Su rostroestaba en calma, atento pero sin delatarnerviosismo. Haru prosiguió:

—¿Sabe por qué los Parciales ladestruyeron?

—Estábamos en guerra.—Por eso la atacaron —lo corrigió Haru—.

Pero ¿sabe por qué lo hicieron con una fuerzatan avasalladora que hundieron todos los barcosy mataron a todos los que iban a bordo? Nuncahabían hecho eso en ningún otro ataque nicontraataque en la guerra. He oído las historiascientos de veces, contadas por los soldadosmayores de la Red de Defensa: cómo losParciales, que siempre habían demostrado másinterés en la pacificación y la ocupación, depronto decidieron aniquilar a una flota entera.Dicen que fue un mensaje, una manera de decir:«Dejen ya de pelear o se van a arrepentir». Esosiempre me pareció bastante razonable, así quenunca lo cuestioné. Pero ayer me enteré de laverdad.

—¿Por quién?

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—Por Marisol Delarosa —respondió Haru—. Había empezado a solicitar equiposextraños, cosas que no correspondían a ningunode sus métodos conocidos; por eso la seguí.

—¿Qué clase de equipos?—De buceo. Sopletes de acetileno. Cosas

que no tenían sentido entre un pedido y el otro,pero sumadas, conducían a lo mismo.

—Salvamento subacuático —dijo Mkele,asintiendo—. Supongo que eso significa que estáexplorando la Última Flota.

—La Última Flota no fue destruida paratransmitir un mensaje —dijo Haru—. Llevabaun misil nuclear.

El rostro de Mkele se tensó de inmediato, yHaru prosiguió.

—Era la «solución final» del gobierno deEstados Unidos: lanzar un misil nuclear contra elcuartel general de los Parciales en White Plainsy, de una vez por todas, borrar la mayor parte desu operación militar, aun a costa de ser una delas áreas más densamente pobladas en todo elpaís. Necesitaban entrar por allí para eludir los

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sistemas Parciales de defensa antimisiles; erauna misión suicida incluso antes de que losParciales descubrieran lo que estaban haciendo.Uno de los hombres de Delarosa, un sujetomayor que fue capellán de la marina antes delBrote, se puso a hablar de la misma soluciónfinal. Eso le dio la idea a ella. Él sabía todo tipode cosas, una vez que ella empezó a hacerle laspreguntas adecuadas. El misil estaba en undestructor de clase Arleigh Burke llamado TheSullivan —se inclinó hacia adelante—. Traté deavisarle a usted por radio, pero mi unidad sepuso del lado de Delarosa. No puedo detenerlayo solo, por eso vine lo más rápido que pude. Sitodo va bien, esta noche tendrán la ojiva nuclear.

—Que Dios se apiade de nosotros —susurró Mkele.

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CAPÍTULO TREINTA Y SIETE

Primero vieron las montañas: enormes crestasque se elevaban de las llanuras del Medio Oestecomo si fueran la pared donde terminaba elmundo. Las cumbres estaban blancas de nieve,incluso en verano. Poco después llegaron a lasafueras de la ciudad, a un suburbio llamadoBennett, blanqueado por la lluvia ácida, concalles manchadas de amarillo sulfuroso y plantasmarrones y quebradizas. Las planicies muertaslamían el borde de la ciudad como un océano depastos envenenados, y no había aves que seposaran en los aleros ni en los cables deelectricidad. Las ciudades en las que Kira sehabía criado, incluso las muy grandes, comoChicago y Nueva York, eran como monumentos

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en un cementerio descuidado, que señalaban unlugar de muerte pero estaban cubiertos deenredaderas, musgo e indicios de nueva vida.Denver, en cambio, era un mausoleo, sin vida ydesnudo.

Los viajeros habían distribuido su equipajeentre los caballos; Kira conducía a Bobo ySamm a Oddjob, que parecía más taciturno sinAfa amarrado a su lomo. Ella se preguntó sihasta la dieta de vegetales enlatados y avenainstantánea, los únicos alimentos limpios queencontraron en el páramo tóxico, empezaba aafectar a los animales. Si hubieran perdido aAfa en Chicago o lo hubieran enviado deregreso solo, podrían haber soltado los caballos yhaberles ahorrado todos los horrores del viaje,pero soltarlos en medio de las llanurasenvenenadas habría sido el colmo de la crueldady Kira no quiso saber nada de eso. Habíanperdido a Afa, pero salvaría a su caballo aunquele costara la vida.

Excepto que sé que eso no es verdad.Llegado el caso, me salvaré yo. Pensar en eso

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la hacía sentir culpable y le daba náuseas, e hizolo posible por despejar su mente.

La ciudad por la que pasaban era inclusomás grande que Chicago. El suburbio deBennett se extendía hacia el oeste, hasta el deNieveen; luego seguían Lawrence, Watkins yWatkins Farm, y así sucesivamente, en un marinfinito de urbanizaciones, centros comerciales yestacionamientos. El viento solitario hacía crujirlos montones de hojas quebradizas y vidriosrotos que había amontonados en las alcantarillasy contra las paredes de los edificios en ruinas.Heron iba mucho más adelante, explorando elcamino más por costumbre que por necesidad, yregresaba a intervalos regulares para informarque estaban acercándose a un aeropuerto, luegoa otro, y luego a un campo de golf. No habíanada importante que informar, nada que ver,salvo los huesos blanqueados de los millones depersonas y los armazones de metal oxidado delos edificios destruidos en el Brote. Sammencontró otro mapa de rutas en una gasolineraderruida y lo desplegó sobre el capó de un auto

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vacío. Los caminos se aglomeraban en el papelcomo un manojo de nervios.

—Según los archivos de Afa —dijo Kira—,el complejo de ParaGen estaba aquí, contra lasmontañas —señaló el límite oeste de la ciudad,en una zona llamada Arvada. Leyó el nombre enel mapa—. Reserva Conmemorativa RockyFlats. ¿Por qué habrán construido una plantaindustrial en una reserva?

Samm marcó el sitio donde se encontraban ymidió la distancia.

—Estamos a sesenta y cinco kilómetros.¿Cuánto mide esta ciudad?

—Sesenta y cinco kilómetros —respondióHeron—. Estamos cruzándola de cabo a rabo.De norte a sur es por lo menos el doble, así queagradezcan que hayamos venido por aquí.

Kira miró el cielo para calcular la posicióndel sol.

—Serán… ¿las tres de la tarde? ¿Tres ymedia? No vamos a recorrer sesenta y cincokilómetros antes del anochecer.

—Ni siquiera antes del anochecer de

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mañana si los caballos no se mueven un pocomás —repuso Heron—. Les digo quenecesitamos dejarlos y seguir sin ellos.

—No vamos a dejarlos —respondió Kira.—La culpa no va a revivir a Afa —le

recordó Heron.—Y la insensibilidad no va a acortar las

distancias —repuso Samm, mientras volvía aplegar el mapa—. Sigamos caminando.

Kira había abrigado la vana esperanza deque allí el páramo tóxico estuviera mejor,protegido de alguna manera por las montañas,los rascacielos o alguna particularidad del clima,pero la ciudad resultó ser aún más peligrosa quelas tierras que ya habían cruzado. La escorrentíaácida se acumulaba en los baches y lasdepresiones del camino, formando lagoscáusticos ahí donde las alcantarillas estabandemasiado obstruidas por la basura. En los pisosde los camiones abiertos a la intemperie sehabían formado salinas en miniatura, de dondelas partículas venenosas de la lluvia seevaporaban en un ciclo continuo hasta

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acumularse en masas cristalinas que selevantaban con el viento y quemaban los ojos yla garganta de los viajeros. Se envolvieron lacara con ropa extra y espiaban con cautela,entreabriendo apenas los ojos, siempre atentos alpeligro. Algunos de los productos químicos quesaturaban la ciudad eran inflamables, y habíaincendios aquí y allá; a veces volvían a arder porel calor, y todo el tiempo emitían sus venenos alaire con un flujo ininterrumpido de humo ycenizas.

Se detuvieron a pasar la noche en lo queparecía haber sido un hotel de lujo. La suntuosaalfombra verde del vestíbulo estaba desteñida enlos bordes y cubierta de polvo traído por elviento. Hicieron entrar a los caballos por unaancha puerta doble y acamparon en lo que habíasido un restaurante cinco estrellas, luego desellar la puerta para que pasara la menorcantidad posible de viento tóxico. Samm armóun corral para los caballos con viejas mesas demadera dura, y les dieron de comer de unaenorme cantidad de relleno para pastel de

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manzana enlatado que encontraron en la cocina.Kira comió atún mezclado con caldo de carnepara disfrazar el sabor; si nunca más volvía aver una lata de atún en su vida, se consideraríaafortunada. No se molestaron en montarguardia, y se desplomaron sobre la alfombra sinsiquiera desenrollar sus bolsas de dormir.

Al despertar a la mañana siguiente, Kiradescubrió que Heron ya había salido,probablemente a explorar por delante, si acasono los había abandonado. No habían habladomucho después de la pelea, y aunque Heronparecía resignada a acompañarlos a Denver, nohabía sido la misma desde entonces.

Samm estaba revisando cajas apiladascontra la pared junto a la cocina en busca dealgo que pudieran llevar consigo.

—La mayoría de las latas se echaron aperder —dijo, al tiempo que arrojaba a Kira unalata hinchada de puré de tomate—. En los

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hoteles nunca se consigue mucho; usandemasiados alimentos frescos, y la mayor partede las latas son de tamaño extragrande.

Kira señaló un envase de salsa de tomate dedieciocho litros que había en la mesa junto aSamm.

—No querrás acarrear eso cincuentakilómetros, ¿verdad?

—Aunque no lo creas —respondió. Hizouna pausa en su trabajo y se volvió hacia ella—.Lamento lo de Afa.

—Yo también.—Lo que quiero decir —prosiguió Samm—

es que lamento haber sido tan… pretencioso. Alprincipio.

—Nunca lo fuiste.—Arrogante, entonces —repuso Samm—.

La sociedad Parcial es tan sistematizada quesiempre sabemos a quién reportamos y quiénnos reporta a nosotros, quién está por encima ypor debajo. No lo traté como igual porque…supongo que no estoy acostumbrado alconcepto.

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Kira lanzó una risa hueca y se desplomó enuna silla cercana.

—Bueno, eso sí suena un poco pretencioso.—Me estás haciendo muy difícil ofrecer

disculpas.—Lo sé —respondió Kira, mirando el suelo

—. Lo sé y lo siento, no quise hacerlo. Has sidouna gran ayuda, y Afa no era precisamente lapersona más fácil de tomar en serio.

—Lo hecho, hecho está —dijo, y siguiótrabajando con las provisiones. Kira lo observó,no porque le interesara, sino porque le costabademasiado esfuerzo apartar la vista.

—¿Crees que encontraremos lo que vinimosa buscar? —le preguntó.

Samm siguió buscando latas de comida quepudieran utilizar.

—No me digas que empiezas a prestarleatención a Heron.

—Yo pensaba que tenía que haber un plan—dijo Kira—. Que aunque no supiera de quémanera se conectaba el RM con el vencimientoy lo que yo soy, había una relación entre todo

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eso. Pero si hubo un plan, no puedo evitarpensar que todo se echó a perder hace muchotiempo.

—No digas eso —dijo Samm; dejó las latasy se acercó hasta donde ella seguía sentada—.No lo sabremos hasta que lleguemos a ParaGen.No tiene sentido que dudes de ti ahora. Yonunca lo hice.

Ella sonrió, a pesar de todo. Habíaempezado a preguntarse si Heron tendría razón,si aquella búsqueda tenía más que ver con supropia frustración por saber que toda suexistencia había sido un accidente, un planmaligno o una mentira, que con salvar a ambasrazas. Sin embargo, él no lo dudaba. Una vezmás, no supo qué decir. Samm extendió unamano hacia la mejilla de ella.

Oyeron un ruido en el vestíbulo, y Sammempuñó su arma aun antes de que Kira se dieracuenta de que la tenía con él. Pero la bajórápidamente cuando apareció Heron. Esta sedetuvo un momento en la puerta al verlos juntos,pero solo un momento.

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—Empaquen —dijo—. Salimos ahoramismo.

Samm la miró en silencio, y luego se levantópara terminar de empacar la comida. Kira siguióa Heron desde la cocina hasta el salón principaldel restaurante, donde se puso a ensillar aOddjob.

—¿Viste algo? —le preguntó Kira.Heron aseguró bien la montura de Oddjob y

se dirigió a hacer lo mismo con Bobo.—Verde.—¿Cómo que «verde»?—El color. Lo conoces, supongo.—¿Viste color verde? ¿Te refieres a pasto

verde?Heron asintió y Kira quedó boquiabierta.—¿Hasta dónde llegaste?—Hasta el piso veinte —respondió Heron,

mientras terminaba con la silla de Bobo—. ¿Vasa ayudar?

—Claro —dijo Kira. Corrió hasta su bolsade dormir y empacó sus pocas cosasrápidamente—. Pero sigue explicándote, así no

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tengo que parar cada cinco segundos parahacerte otra pregunta.

—Este es uno de los edificios más altos dela zona —explicó Heron—, así que en lugar deadentrarme en la ciudad, subí hasta el últimopiso para ver qué se veía. Y vi verde… pasto,árboles, todo, en dirección a Rocky Flats. Comoun parche verde contra las estribaciones de lasmontañas.

—¿Justo donde se supone que está eledificio de ParaGen? —preguntó Samm.

—No estoy segura —respondió, al tiempoque se echaba el equipaje a la espalda—. Peroestoy bastante segura de que también vi humopor allá.

—Hay humo por todas partes —recordóKira—. La mitad de esta ciudad está ardiendo.

—Esos son incendios químicos —dijo Heron—. Aquel se parecía sospechosamente a unfuego de cocina. Por eso quiero llegar allárápidamente si hay alguien, podría encontrarnosantes de que lo descubramos, y eso sería unproblema. Pueden tratar de alcanzarme, pero no

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voy a esperarlos.Salió, fusil en mano, y corrió a través del

vestíbulo hacia la ciudad. Kira miró a Samm.—¿Gente?—No lo sé.—Averigüémoslo.Terminaron de empacar a toda prisa,

acomodaron con los músculos doloridos susúltimas cosas sobre los lomos de los caballos ysalieron a la ciudad. Durante la noche habíallovido, y las calles estaban muy traicioneras: delos techos caían gotas de ácido, y entre lasgrietas del asfalto habían surgido unas plantasextrañas, como tumores, que absorbían elveneno como esponjas y provocabanquemaduras dolorosas en las piernas de quienpasara demasiado cerca.

Se guiaron por la mejor señal queencontraron: un edificio alto y oscuro queparecía estar más o menos en la direcciónindicada. A medida que avanzaba el día,empezaron a sospechar que el rascacielos negropodría ser, efectivamente, el de ParaGen: esa

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torre solitaria, ubicada en la base de lasmontañas, los incitaba a seguir avanzando.Samm y Kira iban lo más rápido que podían,empujando a los caballos al límite de sus fuerzas,pero cuando volvió a caer la noche apenashabían llegado a las afueras de Arvada. Allí laciudad estaba tan blanqueada por el ácido ydesolada como el resto.

—No podemos parar —dijo Kira—. ¡Estátan cerca! —señaló la torre negra y lasmontañas que estaban más allá, tan próximos yaque se alzaban, imponentes, ante ellos—. Nopuedo acampar para pasar la noche sabiendoque lo que estuve buscando está allí mismo…Hay que seguir.

—Apenas podemos ver —respondió Samm,echando un vistazo a los miles de farolescallejeros, inútiles en un mundo sin electricidad—. Está oscuro, los caballos están exhaustos ytodas esas nubes indican que habrá lluvia.

Kira gruñó de frustración y se volvió con lospuños apretados, buscando algo que pudieraresolver su problema. Divisó un almacén y jaló a

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Bobo hacia allá.—Ahí. Dejemos los caballos y sigamos a

pie.Desensillaron en un salón de descanso que

había en el fondo del comercio, llenaron una tinade plástico con toda el agua embotellada queconsiguieron y cerraron la puerta para que loscaballos no se escaparan. Además, Kira sacócasi todo lo que llevaba en su mochila y dejósolo lo imprescindible: agua, una lona gruesapara protección y la pantalla de computadoracon toda la información que habían descargadoen el centro de datos de Chicago; no quería ir aninguna parte sin ella. Samm tomó su fusil yvarios cargadores de municiones, y Kira se diocuenta de que debía hacer lo mismo. Una vezlistos, salieron con sigilo. El cielo se estabadespejando, y a la luz de las estrellas la ciudadse veía vacía y descolorida.

Arvada era menos industrial que gran partede la ciudad que acababan de atravesar, aunqueesta característica hacía más deprimentes losefectos de la lluvia tóxica: en lugar de edificios

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blanqueados, atravesaron parques secos ypolvorientos y calles residenciales llenas decasas derruidas y árboles atrofiados y deformes.Samm parecía más nervioso que entusiasmado,pero su estado de ánimo cambió cuando llegarona un amplio lago: el agua no solo no era saladasino que estaba realmente fresca,completamente limpia de los venenos y químicosque habían plagado toda el agua que habían vistoen un mes. Soplaba una brisa suave desde lasmontañas, y Kira aspiró aire puro por primeravez en varias semanas: hojas verdes, frutasfrescas y… Sí, pensó, un ligero aroma a panrecién horneado.

¿Qué está pasando aquí? Las tierras quese extendían más allá del lago estaban verdes.No podían verlo, pero lo olían en el aire y losentían en el pasto blando y sano que pisaban.De alguna manera, contra toda lógica, habíanaturaleza viva al pie de la montaña, desde loslímites de la Reserva Rocky Flats. Kira fruncióel ceño y se aproximó a la cerca con cuidado.Estaba vieja y oxidada, pero más allá, la tierra

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estaba sana y con mucha vegetación; se notabaaun en la oscuridad. Un oasis de vida queflorecía en medio de la desolación. La torrenegra se alzaba como una grieta en el cielo.Entre los árboles se divisaban algunas luces, yKira levantó su fusil por protección.

Samm señaló con un gesto hacia la derecha,y siguieron la cerca con el mayor sigilo posible,entre los pastos y arbustos saludables querodeaban el misterioso complejo. Pronto llegarona un portón ancho, abierto y vacío, y loobservaron desde las sombras durante casi diezminutos hasta decidir que, en efecto, no habíaningún guardia. Por las densas malezas quecrecían en torno de la base del portón, Kirasospechó que hacía años que no se cerraba.

—¿Alguien vive aquí? —susurró.—Yo… —Samm parecía no saber qué

responder—. No tengo idea.—¿Hay algún puesto de avanzada? —

preguntó Kira—. ¿Algún tipo de… base Parcialo…?

—De haberlo descubierto, habría dicho algo.

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—Bueno, ¿quién más puede ser?Se quedaron mirando el portón, juntando

valor para entrar.—Todavía no hemos encontrado a Heron —

dijo Samm—. Podría estar allí adentro, oescondida y esperándonos.

—Hay una sola manera de averiguarlo.Kira avanzó lentamente, con el fusil

preparado. No pensaba andar con rodeoscuando ya estaban tan cerca, ni aunque hubieraun asentamiento Parcial allí. Al cabo de unmomento, Samm accedió y la siguió.

Cruzaron la cerca y entraron en el paraísoque estaba más allá. Kira se maravilló por lavibrante vegetación que los rodeaba, y volvierona ver las luces; era fuego, estaba segura, pero adiferencia de los desastres humeantes de laciudad, estas parecían fogatas pequeñas ycontroladas, tal como había dicho Heron.Fogatas de campamento u hogueras.Continuaron avanzando sigilosamente por laoscuridad, y pronto los oyeron.

Voces. Voces felices, que reían y cantaban,

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con otro sonido en medio, algo que Kira habíapensado que jamás volvería a oír. Echó a correr,olvidando toda precaución, y al verlos cayó derodillas, demasiado emocionada para correr,hablar o siquiera pensar.

Niños.El fuego de la hoguera saltaba y crepitaba

en medio de un claro, rodeado por edificios bajosy una multitud de personas que bailaban, ybailando en medio de ellos había niños…infantes y preadolescentes, niños de diez años yotros que apenas empezaban a caminar.Decenas de niños de todas las edades ytamaños, riendo, gritando alegremente yaplaudiendo, cantando mientras una pequeñabanda tocaba flautas y violines a la luz delfuego.

Kira se dejó caer en el pasto y lloró;sollozaba y trataba de hablar, pero no le salíanlas palabras. Samm se arrodilló a su lado y ellase aferró a él, abrazándolo, señalando a losniños, y Samm intentaba retenerla pero ella soloquería acercarse más, verlos con sus propios

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ojos, tocarlos y abrazarlos. Ya la habían visto, losniños, los adultos y todo el mundo. La músicahabía cesado y habían dejado de cantar, yestaban poniéndose de pie, sorprendidos. Sammvolvió a tratar de ayudar a Kira a levantarse, ypor fin ella logró hablar a la multitud de extrañosque se les iban acercando lentamente.

—Tienen niños.A su alrededor se congregó un semicírculo

de desconocidos, y ella observó que teníanlanzas y arcos, y alguna que otra arma de fuego.Una mujer, que tendría aproximadamente laedad de Kira, se adelantó apuntándole al pechocon un rifle de caza.

—Arrojen sus armas.

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CUARTA PARTE

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CAPÍTULO TREINTA Y OCHO

—¿Quiénes son ustedes? —preguntó Samm.La chica del rifle seguía apuntando al pecho

de Kira.—Dije que arrojaran sus armas.Él dejó caer su fusil al suelo. Kira estaba

demasiado atónita como para moverse y seguíaobservando a los niños; Samm le quitó el fusildel hombro y lo arrojó sobre el pasto.

—No venimos a hacerles daño —dijo Samm—. Solo queremos saber quiénes son.

La chica bajó ligeramente el rifle de caza;ya no apuntaba a través de la mira pero sí lomantuvo dirigido hacia ellos. Tenía cabello rubiorecogido en una cola de caballo, y llevaba unchaleco de cuero que parecía rústico y casero.

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—Ustedes primero —respondió—. ¿Dedónde vienen? Hace doce años que nadie cruzalas montañas.

Kira negó con la cabeza y por fin pudohablar.

—No vinimos por las montañas, sino por elpáramo. Somos de Nueva York.

La chica rubia levantó las cejas, y entre lamultitud que la rodeaba hubo murmullos deincredulidad. Una mujer mayor se adelantó conun niño pequeño en brazos, y Kira se quedómirándolo como si fuera un milagro en formahumana: de tres años, regordete y con mejillassonrosadas, el rostro manchado de tierra y delos restos de lo que había cenado. El niño la mirócon total inocencia; como si ella fuera lo másnormal del mundo, y le sonrió. Kira no pudo sinosonreírle a su vez.

—¿Y bien? —preguntó la mujer—. ¿Van aresponder?

—¿Qué? —preguntó Kira.—Dije que no es posible que hayan venido

de las Tierras Malas —dijo la mujer—, porque lo

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único que queda es el páramo.Samm apoyó una mano en el hombro de

Kira.—Creo que te distrajiste mirando al niño y

no la oíste.—Lo siento —dijo Kira, y se puso de pie.

La gente dio un paso atrás, pero mantuvieron lasarmas preparadas. Samm se quedó a su lado, yella lo tomó de la mano para sostenerse—. Essolo que… parece que hay muchas cosas queexplicar. De los dos lados. Empecemos denuevo —miró a la chica rubia—. Empecemospor lo básico: ¿son humanos o Parciales?

La mujer mayor la miró con suspicacia ycon una ira que no pudo disimular. Kira supo deinmediato que era humana. Será mejor fingirque nosotros también lo somos, pensó.

—Me llamo Kira Walker, y él es Samm. Soyparamédica en el asentamiento humano de LongIsland, en la Costa Este. Hasta hace cincominutos creíamos que el nuestro era el últimoasentamiento humano del mundo, y a juzgar porcómo hablan, apuesto a que ustedes también

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pensaban más o menos lo mismo. No teníamosmanera de saber que había otros sobrevivientes,pero… aquí están. Y aquí estamos —extendióuna mano—. Saludos de… —se interrumpiójusto antes de decir «otro ser humano», y tuvouna súbita sensación de nudo en las entrañas.Ya no podía decir eso. Tragó saliva y mascullóun final alternativo— otra comunidad humana.

Kira mantuvo la mano extendida, y con laotra se enjugó los ojos. Los colonos armados sequedaron observándola en silencio. Al cabo deun momento, la chica rubia señaló con la cabezahacia el este.

—¿Cruzaron las Tierras Malas?—Sí —dijo Kira.—Deben de estar muertos de hambre —

bajó por completo el rifle y tomó la mano deKira; la tenía tan áspera y encallecida como ella—. Me llamo Calix. Acérquense al fuego ycoman algo.

Samm recogió los fusiles y ambos siguierona Calix hacia la fogata. Algunos de los lugareñoslos observaban con recelo, pero parecían más

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curiosos que asustados. Kira no pudo evitarextender una mano hacia la criatura máscercana, una niña de unos nueve años, pero laretiró antes de tocarle el cabello negro rizado.La niña la vio, sonrió y le tomó la mano.

—Me llamo Bayley —dijo.Ella rio, tan conmovida y feliz que le costaba

reaccionar.—Me da mucho gusto conocerte, Bayley.

Me recuerdas a mi hermana. Se llama Ariel.—Qué bonito nombre. Yo no tengo

hermanas, solo hermanos varones.Todo parecía mágico en aquel lugar: que

Kira estuviera conversando con una niña, y queesta tuviera hermanos.

—¿Cuántos? —le preguntó, casi sin podercontener el entusiasmo.

—Tres —respondió Bayley—. Roland es elmayor, pero mamá dice que yo soy másresponsable.

—No lo dudo ni un minuto —dijo Kira, y sesentó en un banco junto al fuego.

Un puñado de niños llegó corriendo para

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mirar boquiabiertos a los recién llegados, peropronto se alejaron, demasiado llenos de energíacomo para detenerse más de un segundo. Unhombre corpulento que usaba un delantal llenode grasa le entregó un plato de puré de papasmezclado con abundante ajo y cebolla y cubiertocon un poco de queso blanco humeante, y antesde que pudiera agradecerle, le agregó uncucharón de chili con carne. El aroma picante lehizo cosquillas en la nariz y agua la boca, peroKira estaba demasiado impresionada como paraprobar un solo bocado. Otra niñita le sirvió unvaso de agua fresca, y ella lo bebió, agradecida.Samm agradecía a todos con voz queda y comíacon mesura y amabilidad, pero no dejaba deobservar a la gente y la zona, siempre cauteloso.

Calix y la mujer mayor que había habladoantes acercaron un banco y se sentaron frente aellos. El niño de tres años que esta tenía en suregazo se retorció hasta que pudo llegar al sueloy se fue corriendo a jugar.

—Coman —les dijo la mujer—, pero entrebocado y bocado, hablen. Su llegada es…

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bueno, como dijiste: no creíamos que quedaranmás humanos. Y el hecho de que les hayamosdado de cenar no implica que confiemos enustedes. Al menos, no todavía —esbozó unasonrisa tensa—. Me llamo Laura; soy unaespecie de alcaldesa en este lugar.

Kira apoyó su plato.—Lamento mucho lo de antes, Laura; no

quise ignorarte; es solo que… ¿cómo hacenpara tener niños?

Laura rio.—Como todo el mundo.—Es que de eso se trata —repuso Kira—.

Nosotros no podemos —de pronto se le ocurrióalgo que la hizo levantarse de un salto, aterradapor lo que podría haber traído consigo a aquellapoblación—. ¿No tienen RM?

—Claro que sí —respondió Calix—. Todo elmundo lo tiene —hizo una pausa y miró a Kiracon el ceño fruncido—. ¿Estás diciendo queustedes no tienen la cura?

—¿Tienen una cura?Calix parecía tan sorprendida como Kira.

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—¿Cómo pueden sobrevivir sin ella?—¿Cómo la hicieron? —preguntó Kira—.

¿Es la feromona? ¿Han podido sintetizarla?—¿Qué feromona?—La feromona Parcial, era nuestra mejor

pista. ¿No la hacen así? Por favor, tienen quedecírmelo… tenemos que llevar esto a EastMeadow…

—Por supuesto que no es una feromonaParcial —dijo Laura—. Los Parciales tambiénestán todos muertos —hizo una pausa y miró,nerviosa, a Samm y a Kira—. A menos quetraigan malas noticias, además de las buenas.

—Yo no diría que son necesariamente«malas» —respondió Samm, pero Kira lointerrumpió antes de que pudiera decir más. Lagente ya estaba recelosa; no tenía sentidodecirles que sus visitantes eran Parciales antesde transmitirles un poco más de confianza.

—Los Parciales siguen vivos —dijo Kira—.No todos; quizá medio millón, más o menos.Algunos son… más buenos que otros.

—Medio millón —dijo Calix, visiblemente

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asombrada por el número tan alto—. Es… —serecostó en su asiento, como si no supiera quédecir.

—¿Cuántos humanos? —preguntó Laura.—Antes lo sabía con exactitud —respondió

Kira—, pero ahora, calculo que habrá unostreinta y cinco mil.

—Gracias a Dios —dijo Laura, y Kira viocorrer lágrimas por las mejillas de la mujer.

Hasta Calix parecía complacida, como si elsegundo número fuera equiparable al primero.Kira empezó a sospechar; era como si lamuchacha no comprendiera realmente lamagnitud de ninguno de los dos números.

Kira se inclinó hacia adelante.—Y ustedes, ¿cuántos son?—Casi dos mil —respondió Laura, y sonrió

con orgullo agridulce—. Esperamos superar esacifra en los próximos meses, pero… treinta ycinco mil. Nunca soñé que hubiera tantos.

—¿Cómo es? —preguntó Calix. Dirigió lapregunta a Kira, pero no dejaba de dirigir brevesmiradas a Samm—. El mundo fuera de la

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Reserva. Hemos explorado algunas de lasmontañas, y tratamos de explorar las TierrasMalas, pero son demasiado extensas. Pensamosque abarcaban todo el mundo.

—Solo el Medio Oeste —respondió Samm—, y ni siquiera toda la región. Desde aquí hastael río Mississippi, más o menos.

—Cuéntame sobre la cura —pidió Kira,tratando de llevar la conversación a lo másimportante—. Si no la obtuvieron de losParciales, ¿qué es? ¿Cómo la preparan? ¿Cómosobrevivieron ustedes al Brote?

—De eso se ocupa el doctor Vale —dijoLaura—. Calix, corre a ver si aún estádespierto; querrá conocer a nuestros visitantes—la chica se puso de pie, echó un último vistazoa Samm y corrió hacia la oscuridad. Laura sevolvió nuevamente hacia Kira—. Fue él quiennos salvó del RM cuando empezó… bueno, node inmediato. Fue algunas semanas más tarde,cuando todos empezaron a darse cuenta de querealmente era el fin. Reunió a todos los quepudo, amigos de amigos y a quienes

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encontramos con vida. Y nos aplicó la cura, quesupongo que habrá sintetizado él mismo, dealguna manera. Luego nos instalamos aquí, en laReserva.

—¿Tienen la cura desde entonces? —preguntó Kira. Balbuceó un minuto, sin sabermuy bien cómo plantear la siguiente pregunta sinque resultara ofensiva; finalmente se rindió y laformuló directamente—. ¿Por qué no se lodijeron a nadie? ¿Por qué no salvaron a lamayor cantidad de gente posible?

—Lo hicimos —respondió—. Te lo dije:trajimos a todos los que pudimos encontrar,jóvenes y viejos, que no hubieran muerto ya porla guerra o por el virus. Pasamos semanasrecorriendo la ciudad, y enviamos autos en todaslas direcciones. Trajimos a todos los queencontramos, pero a esa altura ya no quedabanmuchos vivos. No te mentí, Kira, cuando dijeque sinceramente creíamos ser los últimoshumanos del mundo.

—Nosotros fuimos al este —comentó ella—. Lo poco que quedaba del ejército nos

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congregó a todos en un solo sitio.Laura sacudió la cabeza.—Parece que se les escaparon algunos.—¿Y por qué pensaban que los Parciales

estaban muertos? —preguntó Samm. Su vozsonaba tan neutra como siempre, pero Kira sedio cuenta de que algo le molestaba desde quehabían llegado a la Reserva. Se esforzó porcaptar sus sentimientos por el enlace, pero sin laapertura de conciencia que le daba el combate,sus sentidos eran demasiado débiles.

—¿Por qué no habrían de estar muertos? —preguntó Laura—. El RM los mató igual que anosotros.

—Espera, ¿qué dijiste? —preguntó Kira.Eso era una novedad; no solo una novedad, sinoalgo increíble—. El RM no afecta a losParciales —prosiguió—. Son inmunes a él. Deeso se trata… justamente.

Por un momento sintió pánico. Si en estaparte del mundo había una cepa mutante del RMque mataba a los Parciales, estaban en unpeligro terrible. Pero en tal caso, ya se habían

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expuesto. Era mejor serenarse y averiguar loque pudieran.

—Es verdad —dijo Laura—, pero luego elvirus mutó. Eso ocurrió aquí, en Denver: unacepa nueva apareció de la nada y arrasó con elejército Parcial.

Kira no pudo evitar echar un vistazo aSamm, para ver si demostraba alguna reacción,pero seguía tan impasible como siempre.Escuchaba con tanta atención que Kira pensóque debía de ser la primera noticia que recibíade aquello, pero no podía estar segura, nitampoco preguntarle allí, delante de todos.Decidió hablar con él más tarde. Se volvió haciaLaura.

—Si en Denver atacó una nueva cepa,seguramente habrán puesto esas fuerzas encuarentena para que no se difundiera. En el estenunca se oyó de una cepa del RM que matara alos Parciales.

Calix llegó corriendo, sin aliento, y señalóhacia el interior de la Reserva.

—El doctor Vale está despierto —dijo,

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respirando entrecortadamente—. Quiere verlos.Kira se levantó de un salto. Si ese doctor

había curado el RM, tal vez sabía más que ellasobre la fisiología Parcial y humana. Tal vez yahabía encontrado los archivos que ellosbuscaban y podía contarle más sobre elConsorcio, la fecha de vencimiento, y quizáincluso sobre quién y qué era Kira.Prácticamente corrió por delante de Calix, quela acompañó por el pueblo: un conglomerado deedificios de oficinas convertidos hacía tiempo enapartamentos. Allí había personas que no habíanestado junto a la fogata, pero aparentemente yase había corrido la voz y notó que la observabancientos de curiosos, desde las puertas, asomadosa las ventanas y en grupos en las esquinas.Miraban a Kira y a Samm con el mismoasombro que ella había sentido al verlos porprimera vez, y tenían una cura, y vivían en unparaíso. Era la mayor esperanza que habíasentido quizás en toda su vida.

A lo lejos, detrás del pueblo de edificios deoficinas, se elevaba una torre inmensa, alta

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como las que Kira había visto en Manhattan.Era negra como el carbón, como un agujero enel cielo nocturno, y apenas se distinguía, comoun trozo de oscuridad contra el fondo demontañas nevadas. Pensó que Calix losconducía hacia allá, pero se detuvo en unedificio bajo que parecía haber sido una bodegay luego convertido en hospital.

—Aquí está —les informó Calix, y abrió lapuerta.

Kira vio que era de vidrio, y con unsobresalto se dio cuenta de que en la Reservacasi todas las ventanas estaban sanas, clásicaseñal de presencia humana, y un fenómeno quesolo había visto en East Meadow. Eso la hizosentir más a gusto, y el hecho de estar entrandoen un hospital aumentó esa sensación. Samm, encambio, se rezagó, y tras un momento incómodoKira volvió para hacerlo entrar.

—Vamos —le dijo— ya estamos aquí. Estoes lo que buscábamos.

—Dejamos a los caballos —respondió él,con voz que era apenas más que un susurro—.

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No deberíamos dejarlos toda la noche; vayamosa buscarlos y reunámonos mañana con estesujeto.

—¿Eso es lo que tiene inquieto? —lepreguntó. Tiró del brazo de Samm—. Vamos, loscaballos estarán bien; podemos ir a recogerlospor la mañana.

—Nos dejaron conservar las armas —susurró Samm, y las zarandeó para enfatizar suspalabras—. Sé que eso hace parecer queconfían en nosotros, pero es espeluznante… notienen manera de saber si lo que decimos esverdad, y eso significa que más allá de lassonrisas y los agasajos, hay algún nivel superiorde seguridad que no vemos, y no me gusta nada.Volvamos por la mañana.

Kira se detuvo y lo observó. Le pareciópercibir la preocupación de Samm por el enlace,y si ella podía sentirla, tenía que ser muy intensa.

—Estás muy nervioso, ¿no?—¿Tú no?Kira miró alrededor. Aún los observaban, y

Calix esperaba, impaciente, junto a la puerta.

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Nadie estaba lo suficientemente cerca comopara oírlos; al menos, no con sentidos humanos.Se acercó más a Samm y susurró:

—Hay aquí un grupo de humanos que estánvivos, que encontraron una cura y están viviendoen torno del edificio que guarda los secretos delRM, el vencimiento y lo que diablos soy yo,Samm. Esto es lo que vinimos a buscar.

—Algo no está bien aquí.—Nadie nos ha amenazado…—Pero ¿dónde está Heron? —prosiguió—.

Salió por delante para investigar precisamenteeste lugar, y sin embargo no está aquí… Esosignifica que vio algo que no le gustó y se quedóal margen, o que ellos la vieron primero y lamataron. Digo, no pueden haberle hecho nadabueno, si están simulando que no la han visto. Yno quiero conocer al enemigo que es capaz dever primero a Heron y matarla.

Tiene razón, pensó Kira. Esto essospechoso, peligroso, demasiado buenopara ser cierto y, sin embargo…

—Tienen la cura —dijo—. Si están

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mintiendo sobre algo, no será sobre eso: hayniños por todas partes. Y si tienen eso, quizátengan más. Necesito entrar en ese edificio,Samm, tengo que entrar. Si quieres esperarmeafuera, está bien.

—No voy a dejarte sola —respondió él, ymiró hacia el hospital resplandeciente que estabaante ellos—. Entonces supongo que entraremos.

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CAPÍTULO TREINTA Y NUEVE

Calix los llevó por los pasillos, y Kira descubrióque el hospital no era un lugar improvisado, sinoun laboratorio reformado, equipado con losaparatos más modernos; eso también debía dehaber sido parte del complejo de ParaGen. Loscorredores estaban relativamente vacíos, pero aKira se le subió el corazón a la garganta al oírllantos de bebés; no eran gritos de bebésenfermos, como los que siempre habíaescuchado en East Meadow, sino llantos derecién nacidos sanos y voces de madres felicesque los arrullaban. Quería correr a verlos, perocontuvo las lágrimas y siguió a Calix. Primeronecesitaba la cura; después podía obteneralgunas respuestas.

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De pronto Samm se puso tenso y su cabezagiró como buscando algo. Instintivamente, Kiraadoptó una posición de combate, lista paraatacar. Él respiró hondo, recorrió el pasillo con lamirada y por fin miró a Kira. Ella empezó ahablarle, pero Samm sacudió la cabeza y señalócon un gesto a Calix. La muchacha rubia sehabía detenido junto a la puerta de una oficina yestaba mirándolos con expresión extraña.

—¿Todo bien?Kira notó que la pregunta iba dirigida a

Samm. Este empezó a responder, pero ella lointerrumpió.

—¿Esa es la oficina del doctor?—Sí —respondió Calix, y llamó a la puerta.Del otro lado, una voz hosca les gritó que

entraran, y siguieron a Calix al interior. El doctorVale era bajo y de aspecto común, de edadavanzada pero saludable. En realidad, Kira nopudo discernir si era mayor que el doctorSkousen o no, y se preguntó si se habríaaplicado alguna de las modificaciones genéticasque recibían algunas personas adineradas antes

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del Brote. En ese caso, no habría manera deadivinar su edad: podía tener entre sesenta yciento veinte años. Samm lo miró un momento yKira no pudo evitar sentir una vaga oleada desuspicacia: a él no le agradaba el médico; ella nonecesitaba el enlace para darse cuenta de eso.Se aclaró la mente y se preparó para laconversación, lista para lo que ocurriera.

—Tomen asiento, por favor —les dijo,señalando las sillas que estaban frente a suescritorio. Calix iba a sentarse con ellos, pero eldoctor Vale la detuvo con una sonrisa amable yun gesto que señalaba la puerta—. ¿Serías tanamable de esperar afuera, querida? Nuestrosinvitados tendrán muchas preguntas y no quieroque nos molesten.

Calix no parecía muy contenta, pero suspiróy salió de la habitación, no sin antes dirigirle unabreve sonrisa a Samm. Este ni siquiera pareciódarse cuenta, pues tenía toda su atención puestaen el doctor, y Kira sintió una inexplicablesatisfacción.

La chica cerró la puerta al salir, y Vale miró

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a Samm y a Kira.—Bien —dijo—. Conque ustedes son los

aventureros que cruzaron las Tierras Malas.—Sí, señor —respondió Kira—. Vinimos en

busca de… respuestas. Además, necesitamosuna cura para el RM, y entendemos que ustedha sintetizado una.

—Así es —respondió el médico—, así es.Díganme, ¿cuántos dijeron que son?

—¿Humanos o Parciales? —preguntó Kira.Vale sonrió.—Ambos.—Treinta y cinco mil humanos —respondió

Kira—. Más o menos. Y como medio millón deParciales.

Vale volvió a sonreír, casi radiante.—Entonces este encuentro es agridulce,

¿verdad? Enterarse en un segundo de que todolo que uno pensaba del mundo está obsoleto.Admito que no estaba preparado para estarevelación, y eso que me enorgullezco de estarpreparado para todo.

—Por favor, doctor —pidió Kira—.

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Hábleme de la cura.—Funciona —respondió Vale, levantando

las manos al tiempo que se encogía de hombroscon aire satisfecho—. ¿Qué más hay que decir?Inoculamos a todos los niños cuando nacen, y elRM ya no puede afectarlos. No es la mejorsolución a largo plazo, es verdad; detestaríapensar que, de aquí a cien años, seguiremosdándoles inyecciones a todos los bebés… peroeso es lo que hacíamos también antes del Brote,¿no es cierto? Vacunas, antibióticos y toda unaensalada química. Incluso antes del RM, elmundo se había vuelto mucho más hostil connuestra especie de lo que nos gusta admitir.

Había algo extraño en ese hombre, algo queKira no llegaba a identificar. Ella había crecidohaciendo una residencia médica y había pasadotoda su vida entre médicos, y ese doctor Valeera… diferente. No hablaba como tal.

—Lo que necesitamos —prosiguió el doctor,señalando hacia la ventana oscura que estabadetrás de él— es una cura que funcione comonuestra Reserva.

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—¿A qué se refiere? —preguntó ella.Vale volvió a sonreír.—Este paraíso donde vivimos fue alguna

vez tan mortal que era territorio restringido,vacío no solo de seres humanos sino también deplantas y animales. Un páramo yermo, bastanteparecido al que ustedes cruzaron, pero ahora lasituación ha cambiado, ¿no? Lo que latecnología nuclear destruyó, la biotecnologíalogró resucitarlo.

Kira frunció el ceño.—¿En este lugar hubo un bombardeo

nuclear?—No, no, no —respondió—; al menos, no

del modo en que estás pensando. La PlantaRocky Flats fabricó armas nucleares para laSegunda Guerra Mundial; fue el primeremplazamiento elegido para la producción debombas de hidrógeno. Por aquí pasó másmaterial radiactivo que por toda la ciudad deHiroshima, pero la tecnología, como hemos visto,suele escapársenos de las manos. La plantallegó a convertirse en un peligro tan grande para

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la salud que fue desmantelada por completo, y alcabo de décadas de trabajo de limpieza, por finse consideró que era apta para ser habitada. Nopor humanos, claro está: no era tan segura, pero¿a quién le gustan los venados, de todos modos?Que les dé cáncer; nosotros no los aseguramos.Así nació, en el año 2000, la Reserva de VidaSilvestre Rocky Flats, y así permaneció durantevarias décadas, lo suficientemente limpia comopara aplacar nuestra conciencia, sin llegar aestar realmente limpia. Esa es la capacidadhumana para el altruismo.

—Usted mencionó la biotecnología —dijoKira. No estaba segura de adónde quería llegarel médico con todo eso, pero al menos estabahablando. Lo instó a seguir, tratando deaveriguar más—. Supongo que entoncesapareció ParaGen.

—Supones bien —dijo Vale—. ParaGen,líder de una nueva industria que se desarrollabarápidamente. No siempre estuvimos aquí;empezamos del lado sur, en Parker. Peronuestra primera incursión en el reino de la

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biotecnología fue una serie de microbioshambrientos, programados para alimentarse decosas que nadie más quería…

—¿Usted trabajaba en ParaGen? —preguntó Kira.

—Claro que sí —respondió. Echó un vistazoa Samm, que aún estaba tenso en su silla, y sevolvió hacia Kira—. Gracias a mi trabajoanterior en biotecnología, la cura fue posible.

Kira tuvo que obligarse a no levantarse deun salto. ¿Un biotecnólogo de ParaGen? ¿Seríamiembro del Consorcio? Hervía de preguntas,pero aún no estaba segura de cómo encararlo.Si le preguntara directamente por los Parciales,la fecha de vencimiento, el Seguro o algo de eso,¿le respondería? ¿Se callaría? ¿Se pondríafurioso? Decidió dejar que siguiera hablando,para comprender mejor su personalidad.

—¿Usted desarrolló microbios?—Microbios que comían desechos —

respondió, feliz de estar hablando de ese tema—. Radiación. Metales pesados. Productosquímicos venenosos. Cosas muy diferentes, pero

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todas, a su manera, eran una fuente perfecta deenergía para un organismo diseñado para usarla.Un par de contratos con el gobierno, unos añospara que los microbios llevaran a cabo su magia,y de pronto la pobre zona arruinada de RockyFlats se convirtió en un Jardín del Edén.Semejante éxito trae más contratos, mayoresproyectos, más dinero. Con algunos éxitos más,se puede empezar a pedir cualquier cosa comopago, y uno de ellos resultó ser Rocky Flats, unárea perfecta para el desarrollo que nadie másquerría nunca. Es nuestra recompensa kármicapor haberla salvado, y los microbios todavíasiguen alimentándose en la tierra, manteniendo araya el páramo tóxico y preservando nuestrorincón del paraíso.

Le encanta hablar de todo esto, pensóKira. ¿Lo presiono un poquito más? Se aclaróla garganta.

—Entonces usted integraba el equipo deinvestigación que creaba nuevos organismos.

—Así es —respondió, y miró a Samm, queseguía frío y mudo como una estatua. Ella se

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preguntó qué estaba pasando, pero Vale volvió amirarla con una sonrisa amable—. Soyespecialista en genética, al punto de que hoy endía es posible hacer cualquier trabajo engenética. La cura que tengo es factible, porahora, pero necesito algo que funcione comoesos microbios: algo que viva bajo la superficie ynos proteja sin nuestra intervención. Algo quepase de madre a hijo.

—Pero aun así, lo que tiene ahora es unacura —dijo Kira—. Funciona. Donde nosotrosvivimos, en Nueva York, no hemos tenido unsolo bebé que sobreviviera desde el Brote.Encontramos la manera de curar a uno solo,hace unos meses, pero eso fue todo. Tenemosun bebé milagroso, pero ustedes tienen cientos.Hemos intentado reproducir nuestra cura y nopudimos, pero usted podría darnos un futuro. Porfavor… soy paramédica, me entrené toda mivida para este momento. Lléveme a sulaboratorio, enséñeme cómo lo hace, ypodríamos salvar a decenas de miles de niños. Atoda una generación —sintió que empezaba a

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llorar—. Podríamos volver a tener futuro.—La cura no se puede transportar —

respondió Vale.—¿Qué? —preguntó, confundida—. ¿Cómo

que no se puede transportar?—Ya verás.—Vamos ahora —exclamó Kira, mientras

se ponía de pie.—Ten paciencia —dijo el médico, y le indicó

que volviera a sentarse. Ella no se sentó—.Quiero ayudarlos, pero debemos tener cuidado.

—¿Cuidado de qué?—Aquí, en la Reserva, tenemos un equilibrio

muy delicado —dijo—. Los ayudaré, peronecesito hacerlo sin alterar ese equilibrio.

—Entonces déjenos ayudarlo —insistió Kira,con ansiedad—. He estudiado el RM, hemoscruzado el páramo, conocemos el terreno, lapolítica y todo lo demás. ¿Qué necesita saber?

—Esta noche, nada —respondió Vale—.Mañana hablaremos.

Kira apretó los puños con frustración.—¿Y la fecha de vencimiento?

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El médico levantó la vista, con los ojosgrandes y curiosos, como si no entendiera.

—La fecha de vencimiento de los Parciales—explicó—, el mecanismo en su genoma quelos mata al cabo de veinte años. ¿Sabe algo deeso? ¿Ha descubierto cómo funciona?

—Los otros les darán alojamiento —dijoVale. Se levantó de su silla y se dirigió a lapuerta. Ahora su voz sonaba menos segura, y enlugar de la alegría que le daba hablar de losmicrobios había incertidumbre—. Esta noche vaa llover, y microbios o no, no querrán estarafuera cuando llueva.

—¿Por qué no me responde? —insistióKira.

—Te responderé mañana —dijo—. Vayancon Calix, y enviaré a alguien a buscarlos por lamañana.

Abrió la puerta y señaló hacia el corredor.—A primera hora de la mañana —dijo Kira

—. Prométalo.Samm se puso de pie para seguirla.—Por supuesto —respondió—. A primera

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hora.Calix había estado sentada en el piso del

pasillo, y se levantó rápidamente.—Debemos apurarnos —dijo—. Se acercan

las lluvias ácidas; todo el mundo ya está adentro—miró a Samm—. Pueden quedarse en micasa, los dos, pero tenemos que darnos prisa.

Kira volvió a mirar a Vale, que aún tenía suirritante sonrisa adherida a la cara.

—A primera hora —le dijo, y dio mediavuelta para seguir a Calix, que ya corría por elpasillo.

Al llegar a la salida, la chica miró haciaafuera con cautela, y espió los nubarronesnegros que cubrían el cielo.

—Todavía no llueve. Vamos.Salió corriendo y Kira se dispuso a seguirla,

pero Samm la tomó del brazo.—Espera —le dijo, y se inclinó para

susurrarle al oído. Habló con voz tan baja queella apenas pudo oírlo—. ¿Lo sentiste?

—¿Qué cosa?—Al doctor Vale —respondió Samm—. Lo

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sentí en el enlace. Es Parcial.

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CAPÍTULO CUARENTA

Calix vivía a pocos edificios de allí, y llegaronjusto cuando empezaban a caer las primerasgotas de ácido.

—Lo que ParaGen puso en el suelo ayuda aproteger las plantas —dijo Calix—, pero ustedesno querrán que les caiga el ácido.

En la entrada había un hombre corpulento,que mantenía la puerta abierta para que entrarana toda prisa, y los reprendió por llegar tan tarde.

—¿Tratas de matarte, Callie?—Hasta ahora, nunca me ha atrapado la

lluvia —respondió Calix, y le dio una palmadaafectuosa en el brazo al pasar—. Gracias porsostener la puerta.

—No hay de qué. ¿Estos son los viajeros?

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Samm recorrió con la mirada el vestíbulo deledificio, que estaba atestado de curiosos. Sevolvió hacia el hombre y asintió.

—Así es. Necesitamos una habitación parapasar la noche, si la tienen.

—Quiso decir «por favor» —acotó Kira—.Y muchas gracias por su hospitalidad.

—Tengo lugar de sobra —respondió Calix, ypresionó el botón del ascensor.

Kira pasó a su lado en busca de la escalera,y se sobresaltó ligeramente cuando se abrieronlas puertas del elevador.

—Diablos.—¿Estás bien? —le preguntó Calix.—Es que donde yo vivo… —Kira se

estremeció levemente y entró tras ella en elascensor, con pies de plomo—. Donde yo vivono tenemos suficiente electricidad para loselevadores. Nunca había estado dentro de uno.

—Yo tampoco —dijo Samm, aunque Kirasabía que era mentira. Probablemente trataba deevitar la pregunta inevitable de por qué susexperiencias pasadas habían sido tan distintas.

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La chica pulsó un botón (el del último piso) ylas puertas se cerraron.

—Todo este complejo tiene electricidad —observó Kira—. No solo el hospital, sino todo.¿De dónde la obtienen?

—ParaGen había llegado a autoabastecersetotalmente unos años antes del Brote —explicóCalix—. Tenemos electricidad, agua corriente y,por supuesto, la Reserva misma, que nosprotege del páramo. Hasta hay suficientestierras para criar ganado, si pudiéramosencontrar vacas vivas.

—El chili de la cena tenía carne —recordóKira.

—En realidad, era de venado —respondióCalix, y miró a Samm con orgullo—. Yo mismalo rastreé. Hace ya dos años que soy cazadoracon todas las de la ley.

Samm asintió, lo cual era en él una grandemostración de emoción.

—Muy impresionante.Kira trató de no mirarlo mal. Al fin y al

cabo, lo que la chica había cazado no era ningún

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monstruo, como aquella cosa que la habíaperseguido en Nueva York.

El ascensor los dejó en el último piso, queKira reconoció de inmediato como un sector deoficinas, aunque la mayor parte de los cubículosse habían retirado. Los escritorios que quedabanestaban contra las paredes, cubiertos demacetas con plantas, libros y juegos de mesa.En un rincón había varias pelotas de goma.

—Este es nuestro patio —dijo Calix—. Yovivo aquí: en la Sala de Conferencias NúmeroDos.

Cada oficina y sala de conferencias por laque pasaban había sido convertida en unpequeño apartamento; muchos estabanocupados, y Calix saludaba con familiaridad asus vecinos al pasar. Los vecinos mirabanboquiabiertos a los recién llegados, pero no seles acercaban. La Sala de ConferenciasNúmero Dos tenía una decoración más austeraque la mayoría, y Kira se preguntó sisimplemente a la chica le gustaba menos ladecoración o tenía menos experiencia, o si de

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alguna manera era más pobre. Aparentemente,aquella sociedad no utilizaba dinero, pero Kiraempezaba a notar que allí casi nada era como loesperaba.

Como el hecho de que el médico fueraParcial.

Había una sola cama, que Calix tuvo laamabilidad de ofrecer a Kira, pero esta insistióen dormir en el suelo… del otro lado de lahabitación, donde pudiera hablar en privado conSamm una vez que su anfitriona se durmiera.Sin embargo, tras la primera hora de preguntasentusiasmadas acerca del mundo fuera de laReserva, Kira se dio cuenta de que era muchomás probable que Calix se mantuviera despiertamás tiempo que ellos, y no al revés. Al cabo dela segunda hora, Kira ya tenía demasiado sueñoy sintió que se le cerraban los ojos, mientrasSamm seguía respondiendo una pregunta trasotra.

Poco a poco fue quedándose dormida en suenredo de mantas en el suelo, a pocoscentímetros de donde Samm estaba sentado.

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Pasaron algunos momentos, su respiración sehizo profunda y pareja, y sintió algo que letocaba el dorso de la mano.

Él había apoyado su mano sobre la suya.

Despertó sobresaltada, se incorporó y extendióla mano para tocar algo, pero no recordaba qué.El sol se asomaba entre las cortinas de laventana, y la cama de Calix estaba vacía. Sammestaba dormido en el suelo, a su lado, rectocomo un cadáver. Ella se puso de pie, espió elpasillo, luego cerró la puerta con firmeza ysacudió a Samm para despertarlo.

—¡Samm!Él despertó como lo haría un depredador y

giró hasta adoptar una pose de combate contanta rapidez que Kira tuvo que esquivarlo parano recibir un golpe. Se quedó quieto, recorrió lahabitación con la mirada y luego la miró a ella.

—Lo siento —dijo—. Este lugar me tienecon los nervios de punta.

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—A mí también —respondió Kira—.Tenemos que averiguar qué está pasando. Porahora estamos solos, pero no sé cuánto faltapara que Calix regrese.

—El médico no es Parcial —dijo Samm.—Dijiste que lo era.—No corresponde a ningún modelo de

Parcial que yo conozca —explicó—. Lo hepensado toda la noche. No es general ni médiconi nada, lo cual significa que hay dosposibilidades. Una, que sea un modelo como tú,que aún no hemos visto y no se produjomasivamente. Eso no me parece probable,principalmente porque tú no emites datos por elenlace y él sí; además, tú cambias físicamentecon la edad y es obvio que él no podría ser tanviejo si hubiera empezado como niño hacediecisiete años. La segunda y más probable esque sea como Morgan: humano conmodificaciones genéticas que le permiten usar elenlace. Lo cual me lleva a una conclusiónbastante obvia.

—Que también es integrante del Consorcio

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—dijo Kira—. Dado todo lo que dijo sobre suhistoria con ParaGen, eso tiene mucho sentido.Probablemente era uno de los científicosprincipales.

—Significa también que puedeincapacitarme si lo desea —agregó él, con vozcalmada y desapasionada a pesar de la seriedadde sus palabras—. Anoche no me dio ningunaorden, pero si alguna vez lo hace, no sé si podrédesobedecerlo.

—Desobedeciste a Morgan.—Y me llevó varios minutos poder hacerlo,

y con extrema concentración —le recordóSamm—. El control que ejercen es casiimposible de quebrar, más aún en el caso delConsorcio que en el de los oficiales comunes. Sirealmente se lo propone, a corta distancia, no sési podré hacer algo. Incluso en el mejor de losescenarios, puede incapacitarme el tiemposuficiente para ir por ti.

—Y en el peor —agregó Kira—, puedeincapacitarme a mí también. Suponiendo quesepa lo que soy.

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—Morgan no lo sabía —recordó Samm—.Pero eso no significa nada: es obvio que tupadre y Nandita sabían que eras Parcial, peroMorgan, no. Ignoramos qué sabe o no Vale.

—Empiezo a darme cuenta de que elConsorcio no era muy confiado —comentó ella—. Es como si hubiera habido por lo menos dosgrupos, cada uno con sus intenciones.

—Sí. Eso explica en parte la existencia dealgunas pruebas contradictorias, pero no indicaexactamente qué significan esas pruebas.Necesitamos más información.

—Y eso probablemente estará en la torrecentral —dijo Kira—. El edificio en dondeestuvimos ayer parecía ser exclusivamentemédico. Si Vale vuelve a andarse con rodeos,esa torre es nuestra siguiente prioridad.

Samm asintió, y luego pensó un momento.—¿Alguna vez Nandita te controló?—¿Por el enlace, quieres decir?—Sí. ¿Alguna vez tuviste la impresión de

que te obligaban a algo?—No, que recuerde —respondió Kira. Lo

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miró y sintió una punzada de tristeza por algunasde las cosas que él había tenido que pasar—.¿Cómo es?

Samm suspiró.—Puede ser difícil de reconocer —admitió.

Hizo una pausa, y en su rostro hubo un levísimoasomo de sonrisa—. Claro que, para alguien tanpatológicamente independiente como tú, podríaser un poco más fácil.

Kira le dio una ligera palmada en el brazo.—No sabía que los Parciales sabían hacer

bromas.—Aprendo rápido.—Como sea —prosiguió ella—, no creo que

Nandita me haya controlado nunca por mediodel enlace, y no sé si Vale lo intentará siquiera—pensó un momento, preocupada de pronto—.Pero, sepa o no lo que soy, tiene que saber quetú eres Parcial, ¿no?

—No imagino cómo podría ignorarlo —respondió Samm—, pero tampoco imagino porqué no dijo nada. ¿Qué gana con mantener elsecreto? A menos que… ¿Y si nos identificó

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como Parciales, pero no sabe si sabemos que losabe?

Kira echó otro vistazo a la puerta; seguíacerrada.

—Es muy posible. Creo que tenemos quepartir de la base de que esconde algo. Aunquesea por su propio interés. No podría revelar queeres Parcial sin revelar que es uno de loscientíficos que nos crearon. Esta gente no es tanmilitante como nosotros, en East Meadow, peroaun así parece que tampoco les agradan losParciales. Si se enteraran de que su médicocolaboró en la producción del ejército rebelde,podría no caerles muy bien la noticia.

—Yo también llegué a esa conclusión —dijoSamm—. Como sea, son malas noticias paranosotros. Él tiene algo bueno aquí, unaminisociedad perfecta, y nuestra llegada, nuestraexistencia misma, representa una amenaza. Silos Parciales nos siguen hasta aquí, está perdido.Si nos siguen los humanos, está perdido. Si serevela la verdad sobre ti, sobre mí o él, todo elsecreto queda al descubierto y él está perdido.

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Sus mejores cursos de acción serían matarnos omantenernos aquí por tiempo indefinido. Y quizápor eso ayer no se ofreció a ayudarnos aentender la cura del RM.

Kira frunció el ceño, bastante inquieta por laaparente contradicción.

—A menos que antes haya dicho la verdad—repuso—. Dijo que no se podía «transportar».Eso podría significar que debe estar refrigerada.Obviamente, no podemos llevar algo así a travésde medio continente. Al margen de eso, por lomenos podría darnos la fórmula, o enseñarme elproceso. Pero se negó. No sé qué está pasando,pero tienes razón sobre el peligro.

—Y todavía no sabemos dónde está Heron—recordó Samm.

—Cierto —Kira tamborileó con los dedos enel suelo, tratando de desentrañar la maraña deposibilidades—. Si se acercara demasiado, él ladetectaría. Tal vez usó el enlace para capturarla.

—Ella está mucho más alto que la mayoríade nosotros en la jerarquía del enlace: es partede la independencia incorporada a los modelos

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de espionaje —Samm hizo una pausa, pensativo,y luego suspiró, un acto claramente humano queprobablemente se le había contagiado por pasartanto tiempo con Kira. A ella le pareciófascinante—. Aun así —prosiguió—, estabasubordinada a Morgan, y supongo que Valetendrá una jerarquía similar en el enlace. Podríatenerla prisionera en alguna parte.

—También es posible que ella lo hayadetectado primero y se haya quedado atrás.Conociendo a Heron, me parece muy probable.Bien podría estar buscando las respuestas enotra parte del complejo.

—En la torre central. Dado queaparentemente todos los edificios de aquí tienenelectricidad, habrá podido acceder a lascomputadoras con bastante facilidad. Pero esono significa que haya conseguido la información.Sin Afa para sortear las medidas de seguridad,no sé cómo vamos a hacerlo.

—Entonces empezaría con los archivosfísicos —repuso Kira—. Siempre y cuando eldoctor Vale no los haya hecho desaparecer; si

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está tratando de ocultar su identidad, podríahaber destruido muchos datos antiguos.

—Eso suponiendo que sí trata deesconderse —acotó Samm—. También cabe laposibilidad de que estemos malinterpretando porcompleto este lugar; quizá aquí todos sabenquién es él. Podríamos averiguar mucho más situviéramos a alguien en quien confiar paraobtener respuestas directas.

—No confío en Calix —dijo Kira enseguida,interrumpiéndolo antes de que pudiera sugerirlo—. Obviamente, es leal a Vale.

—Él es el líder aquí —repuso Samm—.¿Por qué no habría de serle leal?

—Justamente —respondió—. No digo queella sea espía ni nada de eso, solo que… si lehacemos muchas preguntas, él se va a enterar.

—Y ahora estás suponiendo que hay unaconspiración —dijo Samm—. El hecho de queVale sea sospechoso no convierte a los demásen enemigos. Lo más probable es que aquí todossean felices e ignoren el resto.

Kira negó con la cabeza.

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—Probable, pero no garantizado. No quieroconfiar en nadie hasta no saber mejor lo quepasa.

—Eso es lo único para lo que esta sociedadno está preparada —dijo él. Kira levantó lavista, y Samm sonrió, levemente, con lacomisura de la boca—. Eres una rebelde, KiraWalker. Incluso cuando no hay nada contra quérebelarse.

Ella sonrió.—Tal vez me hicieron así. ¿Hay algún

modelo rebelde de Parciales?—Nosotros iniciamos la guerra Parcial —

respondió, simplemente—. La rebelión es lo máshumano que tenemos.

El pestillo de la puerta se abrió con unchasquido y Kira levantó la vista de inmediato,momentáneamente aterrada de que losatraparan, pero luego se dio cuenta de que nadade lo que estaban haciendo podía resultarsospechoso. ¿Por qué no habrían de conversarlos recién llegados? Solo esperó que nadie loshubiera estado escuchando.

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Calix empujó la puerta con la cadera, puestraía un par de platos cargados con huevos ypapas fritas, ambos coronados con abundanteschiles rojos y verdes, y al recordar el chili de lanoche anterior, Kira tuvo la clara impresión deque al cocinero del lugar le gustaba la comidapicante.

—Están despiertos —observó la chica, ycolocó los platos en una mesa junto a la pared.Tenía una forma extraña, pues era el resto deuna mesa de conferencias mucho más grandeque había ocupado la sala. Sacó tenedores de subolsillo y señaló la comida con un ademánpomposo—. El desayuno está servido. Además,invité a un amigo, si no les molesta; no podíatraer todo sola.

Como si esa fuera la señal de entrada, seoyeron unos golpecitos en la puerta. Calix laabrió y entró un joven bajo, de rostro ancho ysonrisa traviesa. Tenía los brazos cargados degruesas tazas de plástico y una enorme jarra deagua.

—Gracias, Cal. Hola, chicos, soy Phan.

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—Hola —respondió Kira. Su estómagogruñó en forma audible, y ella hizo una muecade vergüenza—. Disculpen. Hace meses que nocomemos comida de verdad… Esto parecedelicioso.

Phan rio.—No hay problema, sírvanse —le quitó la

tapa a la jarra y empezó a servir el agua. Kiraobservó que, a pesar de su estatura, tendría sumisma edad—. Disculpen que haya irrumpido ensu desayuno, pero ustedes son lo másasombrosamente interesante que ha pasado aquíen toda la historia.

Kira rio entre dientes.—Yo podría decir lo mismo de ustedes.

Siempre tuvimos la esperanza de que hubieramás sobrevivientes, pero nunca habíamos podidoestar en contacto con ninguno.

—Siéntense y coman —les dijo Calix, y guioa Samm a la mesa con un toque leve en el brazo—. No se preocupen por nosotros, ya comimos.

—Túrnense para comer, así uno de ustedespuede hablar —propuso Phan, al tiempo que

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distribuía las tazas de agua—. Empiecen porcontarnos cómo diablos pudieron cruzar elpáramo; ninguno de nosotros pudo llegar siquierahasta Kansas. Creímos que, si alguna vezencontráramos un asentamiento, sería al oeste,del otro lado de las montañas.

Kira tragó su bocado de papas(increíblemente picantes, pero nada para lo cualno la hubiera preparado la comida de Nandita) yles hizo a su vez una pregunta.

—¿Alguna vez las cruzaron?—Si alguien las cruzó, nunca regresó —

respondió Calix—. Nosotros recorrimos losuficiente como para saber que los desechostóxicos no llegan muy lejos hacia el oeste. Lasmontañas frenan el viento, con lo cual la mayorparte del veneno se queda aquí, en la llanura,pero aun sin las lluvias ácidas, las montañas sonbastante peligrosas. Para llegar al otro lado hayque cruzar unos pasos muy altos, y muchos delos caminos están destruidos por el agua.

—Lo mejor sería una excursión al norte —dijo Phan—, atravesando Wyoming y el extremo

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de la cordillera, pero Vale no lo aprueba. Alláarriba está tan vacío como aquí, y no hay buenoslugares donde guarecerse de las tormentas. Éltiene que hacer reglas como esta, porque haygente como Calix que es lo bastante tonta comopara intentarlo.

—Cállate —replicó la chica, y le arrojó uncalcetín a la cara.

—¿Siempre tienen que hacer lo que diceVale? —preguntó Kira—. Pensé que Laura erala alcaldesa.

—No fue por no seguir los buenos consejosque llegué a ser cazador —respondió Phan—.Vale, Laura, los otros adultos, todos quierenmantenernos con vida.

Samm se llevó a la boca un gran bocado,aparentemente sin amilanarse por lo picante.

—¿También eres cazador?—Yo le enseñé todo lo que sabe —

respondió Calix.—Y yo después lo mejoré —acotó Phan,

con una gran sonrisa. Señaló a Samm con unmovimiento de la cabeza—. ¿Y tú?

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—No tenemos cazadores —respondióSamm—; al menos, no como casta. Yo soysoldado.

Calix frunció el ceño.—¿Tan mal están las cosas allá? Con los

Parciales, digo… ¿Los atacan tan a menudo quenecesitan soldados todo el tiempo?

—Tenemos que mantener una fuerzadefensiva —intervino Kira—, pero la mayoría sededica a otras cosas: granjeros, médicos y cosasasí. No tenemos la cura, y por eso gran parte delo que hacemos tiene que ver con buscarla.

—¿Cómo siguen vivos si no tienen la cura?—preguntó Phan.

—Igual que ustedes —respondió Kira—,somos inmunes. Los que la necesitan son losrecién nacidos.

—¿Son automáticamente inmunes? —preguntó Calix—. ¿Así como así?

Kira frunció el ceño.—¿Ustedes no?—Todos en la Reserva fuimos inoculados

hace doce años —respondió Calix—, justo

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después del Brote. Nunca oímos hablar deuna… inmunidad natural. Yo creía que el RMhabía matado a todos.

A Kira todavía no le cabía en la cabeza queallí la gente tuviera la cura desde hacía tantotiempo. Como fuera, ellos no habían tenidomanera alguna de obtenerla, pero el solo saberque la tenían, que todos los bebés que ella habíavisto morir habrían podido salvarse, volvió adesgarrarle el corazón.

—Si hay gente naturalmente inmune, podríahaber sobrevivientes en todas partes —dijoPhan—. Podríamos traer gente del continenteentero… de todo el planeta.

Kira echó un vistazo a Samm, y luego sevolvió nuevamente hacia ellos.

—¿Dejarían entrar más gente? Digo, sipudiéramos traerla hasta aquí.

—¿Estás bromeando? —preguntó Phan—.Es como un sueño hecho realidad.Probablemente haríamos una alfombra roja parapoder desplegarla en la entrada.

—Pero nunca nos permiten explorar muy

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lejos —comentó Calix. De pronto, su voz y surostro se ensombrecieron, y miró a Kira alhablar; fue prácticamente la primera vez que sedirigió a ella y no a Samm—. Siempre queremosrealizar expediciones en las Tierras Malas,especialmente la generación más joven, pero alos líderes no les agrada la idea. Quieren quenos quedemos cerca, a salvo. Dicen que en laReserva tenemos todo, pero… —señaló aambos con un gesto—. Ustedes son la pruebade que no es así. Por eso tienen que contarnosqué hay allá y quiénes están, para poderconvencerlos de que nos permitan explorar.Aunque sea un paraíso, no podemos quedarnosaquí para siempre.

—Hablas como alguien que conozco —dijoSamm. Kira no respondió, pues Calix tendríaque demostrarle más que una ligeradesconfianza en la autoridad para ganar suconfianza.

—Cuéntennos sobre los Parciales —pidióPhan—. Cuando éramos niños y estábamosescondidos aquí después del Brote, nos

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relataban historias sobre ellos. ¿Es cierto que unParcial puede arrojar un auto?

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CAPÍTULO CUARENTA Y UNO

Marcus y los soldados llegaron tan lejos comopudieron a bordo del Rotor robado, pero elejército Parcial rebelde les pisaba los talones.Un disparo afortunado les dio en el ala izquierdacuando sobrevolaban Nueva Rochelle, y Woolflogró arrancarle algunos kilómetros más a laaeronave, hasta que un puesto antiaéreo ubicadoen la costa los obligó a hacer un aterrizaje deemergencia en la bahía Pelham. Vinci queríadirigirse al sudoeste y cruzar el puente ThrogsNeck a Long Island, pero Woolf dijo que erademasiado peligroso; los puentes estaban llenosde trampas y explosivos, y no tenían manera decruzarlos a salvo. En lugar de eso, encontraronuna lancha en City Island, le pusieron toda la

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gasolina que consiguieron y cruzaron. LosParciales que los perseguían les dispararondesde la costa, pero no les dieron.Desembarcaron en Queens, junto a las ruinas dela base de la Red de Defensa, que habíaquedado reducida a una cáscara ennegrecida,arrasada por las bombas y quemada hasta loscimientos.

—Bienvenidos al último refugio humano —dijo Woolf—. Como pueden ver, no estamosmuy bien preparados para recibir visitas.

—Genial —exclamó Galen—. Nossalvamos de un ejército Parcial solo paraterminar tras las líneas de otro.

—Pero al menos escapamos —dijo Marcus—. ¿Qué hacemos ahora?

—Creo que no me equivoco si digo que lafacción pro Morgan ganó la batalla en WhitePlains —dijo Vinci—. Ahora que Trimble ya noestá, Morgan se ha consolidado como el mayorpoder en la región, pero hay otras facciones ypodrían ser amigables; aunque antes no hayanasumido una postura, es posible que los actos de

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Morgan los hayan inclinado a nuestro favor.—¿Lo suficiente como para organizar una

resistencia? —preguntó Woolf.—Tal vez sí, tal vez no —respondió Vinci—.

Depende de lo rápido que podamos unir a lasfacciones restantes, y de si alguna de ellas ya sesumó a Morgan. Temo que no tengo datosconfiables sobre eso.

—Entonces debemos volver allá —opinóMarcus—. Necesitamos encontrarlos a todos yreclutarlos para nuestra causa.

—Si es que siguen oponiéndose a Morgan—dijo Woolf. Miró a Vinci—. Hace doce años,su gente casi exterminó a nuestra raza en unarebelión. ¿Considera realmente que ahora sealiarían con los humanos? ¿En contra de supropia gente?

Vinci pensó un momento antes de responder.—Últimamente he aprendido a hacer mis

alianzas por motivos ideológicos, más queraciales. Esa es una lección que me enseñaronustedes. No coincido con la doctora Morgan, yno sé si estaré de acuerdo con quien gane la

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guerra civil en White Plains, pero sí estoy deacuerdo con ustedes. Dijeron que querían quetrabajáramos en conjunto para curarnos…nuestra fecha de vencimiento y su enfermedad.¿Eso sigue siendo verdad?

Woolf no respondió, pero Marcus asintió confirmeza.

—Absolutamente. Haremos todo lo quepodamos.

—En ese caso, estoy con ustedes —dijoVinci. Miró a Woolf—. Iniciamos una guerrapero nunca tuvimos la intención de acabar con elmundo; el virus no provino de nosotros. Tuvimosque enfrentar el sentimiento de culpa por lo quepasó hace doce años. Quedan muchos Parcialesque quizás estén buscando un motivo paravolver a confiar en los humanos, o al menos unopara vivir en paz. El infierno del que acabamosde escapar debería ser suficiente prueba de eso—les tendió la mano—. No puedo hablar portodos los Parciales, pero si están dispuestos aconfiar en mí, yo estoy dispuesto a confiar enustedes.

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Woolf vaciló, mirando la mano del Parcial.Marcus observó los ojos del viejo soldado,imaginando la batalla de recuerdos, odios yesperanzas que se estaría librando detrás deellos. Por fin, Woolf extendió la mano y estrechóla de Vinci.

—Jamás pensé que vería este día —miró alParcial a los ojos—. Como comandante de laRed de Defensa y senador de la última naciónhumana, considere esto un tratado oficial.

—Tienen mi apoyo —dijo Vinci—, y el decualquier otro Parcial que podamos reclutar.

—Y me gustaría besarlos a los dos —interrumpió Marcus—, pero este momentoconmovedor no significa nada si no conseguimosmás gente. ¿A dónde vamos ahora?

Woolf contempló las ruinas devastadas.—Antes de tratar de armar un ejército

Parcial, deberíamos al menos ver la situación delas fuerzas humanas. Hace tiempo que nosfuimos y ni siquiera sabemos qué está pasandoaquí. Pero aunque encontráramos una radio, nosé cuánto podemos decir. Las fuerzas de

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Morgan monitorean todas las frecuencias, y loúltimo que queremos es que ella se entere deque estamos organizando un ejército combinado.

—¿A dónde, entonces? —preguntó Vinci—.¿Les queda alguna base de operaciones queMorgan no haya conquistado?

—Sinceramente, no lo sé —respondió Woolf—. El Senado huyó a un viejo esconditeguerrillero, pero si tuviera que adivinar, diría queya fue tomado. Nuestra mejor opción es unaguerrillera llamada Delarosa.

—¿Está seguro? —preguntó Marcus—.Quizá no le agrade la idea de tener a un Parcialen las filas.

Vinci miró a Woolf.—¿Quiere aliarse con una racista?—Más bien, una extremista —respondió

Woolf—. Después de la invasión, sus métodosextremos la convirtieron en una de nuestrasfuerzas más efectivas. Conoce la isla mejor quelos invasores, y si alguien se las ha ingeniadopara que no la capturaran, es ella.

—¿Está seguro de poder confiar en ella?

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¿No va a dispararme en cuanto me vea?—Es pragmática —dijo Woolf—. Usa las

armas que tiene, y lo hace con la mayor eficaciaposible —le dio una palmada a Vinci en laespalda—. ¿Qué mejor arma podría querer queun Parcial?

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CAPÍTULO CUARENTA Y DOS

Calix abrió los brazos, como señalando latotalidad de la Reserva.

—¿Qué quieren ver primero?—Al doctor Vale —respondió Kira.—No será hasta la tarde —dijo Calix—.

Pregunté en el hospital y esta mañana tiene unnacimiento.

Kira sintió júbilo al pensar en un nacimiento,y ansiaba poder ver la administración de la curacon sus propios ojos, pero se obligó a no perderla concentración. Tenían muchas otras cosasque investigar.

—Esa torre negra grande que hay en medio—propuso.

—Demasiado peligroso —respondió Phan

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—. Era el edificio principal de ParaGen, y losParciales lo bombardearon durante la rebelión.Es increíble que siga en pie.

Valía la pena intentarlo, pensó Kira. Perosi no capturaron a Heron, ella tiene queestar allí.

Samm se inclinó para examinar el pasto, lotocó con un dedo con recelo y luego apoyó todala mano.

—¿Cómo sobrevive esto a la lluvia?—Por los microbios modificados que hay en

la tierra —respondió Calix—. Absorben elveneno demasiado rápido como para que lleguea hacerle daño a las plantas.

Kira también se arrodilló y pasó los dedospor el pasto suave y verde.

—Ni siquiera está descolorido. Losmicrobios deben de llegar hasta las hojas.

—Puede ser —dijo Calix—. No soycientífica, no lo sé.

—Pero sí les enseñan ciencia —supusoKira, mientras se ponía de pie—. Digo, aquítienen escuela, ¿no?

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—Claro que sí —respondió Calix—.¿Quieren verla?

Kira echó otro vistazo a la torre central, quese elevaba sobre la Reserva como una lápidaennegrecida. Allá quería ir, pero tendría queesperar el momento oportuno. Ya se sentía apunto de estallar de frustración, pero respiróhondo y esperó que Calix y Phan no se dierancuenta de lo tensa que estaba. Ya llegará elmomento, se dijo. Primero tenemos queganarnos su confianza.

—La escuela es fantástica —dijo Phan, y sepuso a caminar junto a Kira. Tenía más energíaque nadie que ella hubiera conocido; mientrascaminaban, se movía hacia aquí y hacia allá,sonreía y saludaba a todo el mundo mientrasinspeccionaba cada árbol y cada pared por losque pasaban, todo sin dejar de conversar—.Primero se aprende todo lo básico, como a leery escribir, matemáticas y todo eso. El doctorVale salvó a un puñado de maestros, así quesaben lo que hacen. De hecho, estuve con ellosdurante el Brote. Estaba en el kinder, y nos

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escondimos en un refugio antiaéreo después deun ataque Parcial, durante la primera etapa de laguerra. Atacaron tan rápido que ni siquieraalcanzaron a suspender las clases, así que no séqué fue de mi familia, pero supongo que esa fuela única razón por la que estoy vivo. Mala suertepara mis padres, obviamente, porque no estabanen la escuela y después no pudimosencontrarlos, pero ustedes dicen que hay genteque es naturalmente inmune, así que bienpodrían estar vivos. Eso es genial, la mejornoticia que hayamos tenido.

Kira no pudo sino sonreír, tratando de seguirel ritmo vertiginoso de la conversación de Phan.

—Lamento que hayas perdido a tus padres.Phan la miró con curiosidad.—¿Tú todavía tienes a los tuyos?Kira negó con la cabeza.—Tienes razón. Supongo que ya nadie tiene

a sus padres.—Algunos, sí —repuso Phan, encogiéndose

de hombros—. Hay familias completas a las queVale encontró y sanó. Pero no me molesta; no

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habría podido aguantar doce años si me hubierapasado todo el tiempo echando de menos a mifamilia. Hay que seguir adelante.

Kira observó a Samm y Calix, que ibanenfrascados en una conversación similar. Esperóque Samm no se descuidara y revelara algúnsecreto sobre quién era. Sin duda, la chicaestaba haciendo lo posible por distraerlo: lesonreía, reía y de tanto en tanto le tocabaligeramente el brazo o el hombro. Kira sintió unasúbita oleada de paranoia, convencida de queintentaba seducirlo para averiguar la verdad,pero aun mientras lo pensaba, se dio cuenta deque era una tontería. Probablemente Calixestaba entusiasmada por la llegada repentina deun chico apuesto a un lugar donde no habíamucho para elegir.

Por alguna razón, pensar en eso la hizoenojar más aún.

—Ser cazador no es el trabajo másimportante —continuó Phan—, pero sin duda esuno de los más necesario, porque es nuestraúnica manera de ingerir proteínas. Además de

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los huevos, claro. En las Rocallosas hayvenados, alces y cabras montesas, y este es elmejor lugar donde encuentran comida; por esodejamos los portones abiertos y quitamosalgunas de las cercas, para que puedan ingresar.Parece fácil, pero a veces no entran; y enocasiones entran lobos que vienen por lasgallinas, los niños o lo que sea. Entonces loscazadores somos los que ponemos trampas,seguimos rastros y mantenemos la cadenaalimenticia en la dirección correcta.

Había algo increíblemente alegre en sumanera de hablar; su jactancia no resultabaarrogante ni agresiva; simplemente estabaorgulloso y feliz de lo que hacía. Su entusiasmopor cada nuevo tema de conversación eracontagioso, más que opresivo. Pronto Kira dejóde intentar intervenir en aquel torrente de charla,y escuchó a Phan hablar de todo, desde pielesde lobo o la supervivencia en el páramo, hastalos detalles más ínfimos de la conversión de unedificio de oficinas en una vivienda. Pasaron porvarios edificios grandes, y hasta vieron una

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fuente en un patio con pasto. A Kira le maravillóla extraña mezcla de opulencia y supervivenciaque impregnaba aquella sociedad: contaban conagua corriente, electricidad y duchas, y hasta unequipo de jardineros que, pacientemente, cortabael césped y podaba los arbustos, pero por otraparte no tenían ninguna de las oportunidades derescatar cosas antiguas con las que ella se habíacriado. Todos los comercios de ropa que estabancerca habían sido asolados por las tormentasácidas o destruidos en incendios químicos, demodo que la vestimenta de la gente era unamezcla de tejidos caseros, cueros de animales yfragmentos cosidos de viejas cortinas y sábanas.Kira se dio cuenta de que a ellos quizá lesresultaba igualmente llamativo su entorno: undesfile de divas de la moda, con velas y estufasde leña en sus mansiones gigantes endecadencia. ¿Habría acaso algún lugar en laTierra donde la vida fuera normal? ¿La palabra«normal» todavía significaba algo?

La escuela estaba en otro edificio deoficinas, y en los dos pisos más bajos resonaban

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los gritos y chillidos felices de los niños. Elcorazón de Kira se aceleró a medida que elruido aumentaba; la asombraba la existencia, yla cantidad, de niños en la Reserva. Para estoestuve trabajando, pensó. Para escuchar estesonido, este caos loco y maravilloso. Unanueva generación que descubre el mundo yse apropia de él. Se le llenaron los ojos delágrimas, y se sintió indecisa entre el deseo dedetenerse a observar aquello, a absorber lafelicidad tan lentamente como pudiera para quedurara mucho más, o simplemente correr, abrirlas puertas y ahogarse en la alegría de tantosniños. Su ensueño se interrumpió cuando Sammle habló.

—Entra tú —le dijo—. Voy a buscar loscaballos.

—¿Solo? —lo miró, sorprendida—. Voycontigo; las ruinas son demasiado peligrosaspara una sola persona.

—No te preocupes —dijo Samm—. Sé quequieres ver a los niños. Calix dijo que meacompaña; tan cerca de la Reserva, conoce

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muy bien las ruinas.La chica sonreía, y Kira estaba tan

sorprendida que no lograba identificar laexpresión que tenía en su rostro. ¿Acaso estabacomplacida? ¿Demasiado complacida?¿Victoriosa? Tartamudeó, tratando de emitir unarespuesta. Por un lado, Calix seguramenteconocía mejor el territorio y por eso sería mejorcompañía para el viaje. Pero por otro, unaexcursión a las ruinas sería una oportunidad paraque Kira y Samm pudieran hablar en privado ybuscar a Heron… o para que Heron se pusieraen contacto con ellos. Si estaba ocultándose, nose acercaría con Calix allí. Además, por motivosque no lograba identificar, Kira todavía noconfiaba en la chica. No iba a seguir negándosea sí misma que el entusiasmo evidente de estacon Samm la ponía de mal humor. Pero era algomás que eso.

—Estaremos bien —le aseguró Calix—. Fuihasta allá decenas de veces. Creo que sé conexactitud en qué lugar los dejaron. Además, nohe visto un caballo desde el Brote. Me muero

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por verlos.—El tiempo está despejado —comentó

Phan—. Si van ahora, pueden volver para lahora del almuerzo. Seguro que esos caballosestarán con ganas de comer pasto de verdad,después de tanto caminar por el páramo.¿Cuánto tiempo estuvieron allá?

—Este… tres o cuatro semanas —respondió Kira. Seguía tratando de hallar unaprotesta plausible, cuando Samm y Calix sealejaron.

—Entremos —propuso Phan—. Esfantástico. Te va a encantar. Hoy estánhaciendo una obra los niños de tercero y cuartogrado. Algo sobre cuentos de hadas o algo así;la hacen todos los años.

Llevó a Kira al interior de la escuela, y ellalo siguió, distraída, observando cómo Samm yCalix doblaban la esquina y desaparecían.

La ciudad de Arvada parecía distinta a la luz del

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día; más desolada, en cierto modo, ahora que elsol brillaba en un cielo sin nubes. Sammrespiraba profundamente, atento a cualquierseñal de Heron en el enlace, pero lo único quepercibía era el olor a tierra, azufre y lejía. Elaroma tóxico del páramo.

Calix lo llevó por una intersección ancha ybrumosa, señalando con ojo experto unas levescolumnas de humo.

—Emisiones tóxicas —dijo—. La lluvia deanoche reacciona con algunos químicos secosque se juntan en las concavidades pocoprofundas, como esa, y se forma un gasvenenoso. Cuando sopla viento muy fuerte, llegahasta la Reserva, pero en un día como este sepueden sortear.

Calix siguió guiándolo; a ratos conversabacon voz suave sobre la ciudad, sus peligros yoportunidades, y otras veces simplementecaminaba en silencio. Sus conocimientos delpáramo y cómo funcionaba eran asombrosos, ySamm pensó en lo útil que habría sido tenerladurante el viaje. Habría sido mucho más fácil, y

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tal vez incluso habrían podido salvarle la vida aAfa. Me pregunto si querrá venir connosotros, pensó. Ella dijo que quería irse, ysería una aportación valiosa para el regreso,con todo lo que sabe acerca de cómosobrevivir en el páramo. Claro que si seentera de cómo están las cosas allá, tal vezdesista; para ella sería un cambio importantepasar de este paraíso al horror de la guerraen el este. Antes de sugerírselo, le preguntaréa Kira qué le parece.

—Es allá, ¿no? —preguntó Calix, señalandouna calle ancha y ruinosa. Él reconoció el centrocomercial al final de la calle y asintió.

Caminaron tranquilamente, sin temor a losenemigos ni a los depredadores, porque en esazona no los había. El mismo páramo que lostiene prisioneros, pensó Samm, a la vez losprotege de otras amenazas. Los mantiene asalvo y les da una vida tranquila, pero sialguna vez aparece una amenaza real, noestarán preparados. Observó el modo decaminar de Calix, segura y confiada pero alerta

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solo a peligros muy puntuales: podía detectar elgas envenenado, por ejemplo, pero pasaba porun sitio ideal para una emboscada sin siquierapercatarse. No durarían un solo día contraun enemigo de verdad. Será mejor que recenpara que la doctora Morgan nunca losencuentre.

Los caballos relincharon de hambre cuandoSamm se les acercó; se les había acabado lacomida y el agua estaba a punto de terminarse.Él les habló con sencillez, tratando de imitar eltono que usaba Kira para calmarlos, pero suspalabras seguían siendo directas ydesapasionadas, como si estuviera hablándole aotro soldado Parcial.

—Lamento que hayamos estado ausentestoda la noche —les dijo—. Encontramos a ungrupo de gente en el complejo de ParaGen.Tienen pasto de verdad y un manzanar, y agualimpia para beber. Vinimos a buscarlo —señalóa la chica—. Ella es Calix, una amiga.

Los caballos lo miraban con ojos oscuros yprofundos y pateaban el suelo, impacientes.

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—Son enormes —observó Calix—. Másque cualquier alce que haya visto.

—Tienen hambre y quieren salir. No lesgusta estar encerrados con sus propiosexcrementos; a este, en particular —palmeó aOddjob en el hocico y le acarició el lomo paratranquilizarlo—. Este se llama Oddjob y ese esBobo. Kira les puso los nombres.

Le enseñó a Calix a calmarlos, y luego acargarlos con el equipaje: primero una manta,luego la montura, bien apretada para que no seaflojara pero no demasiado para no lastimarlos.Los caballos estaban más flacos ahora quecuando empezaron el viaje en Nueva York, ySamm esperó que una breve estadía en laReserva les devolviera algo de fuerza y losengordara un poco. Los necesitarían para elviaje de regreso.

Aparentemente, Calix estaba pensando lomismo, porque sacó el tema mientras ensillaba aBobo.

—¿Cuánto tiempo piensan quedarse?—No lo sé —respondió Samm, aunque esa

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pregunta lo perseguía desde que habíanencontrado el asentamiento—. No podemosquedarnos mucho; vinimos a buscar la sedecentral de ParaGen con la esperanza de hallar lacura del RM, y ahora que sabemos que hay una,necesitamos llevarla lo antes posible. Nuestragente está en guerra y tenemos que… —seinterrumpió, sin saber muy bien cómo decir loque necesitaba sin revelar demasiado—. Paraserte franco, estamos buscando más que la cura—dijo—. Necesitamos información sobre losParciales. Tratamos de…

¿Cuánto debería decir? ¿Cuánto estabapreparada Calix para oír? La gente de ahí noparecía pensar mucho en los Parciales, ni bien nimal, pero era probable que siguieran culpándolospor el Brote. ¿Cómo reaccionaría ella a la ideade la paz entre las especies? Lo mirabafijamente, con ojos llenos de… ¿confianza?¿Amistad? Él no sabía interpretar las emocioneshumanas, y volvió a preguntarse cómo se lasarreglaban sin el enlace. Había visto antes esaexpresión en el rostro de Kira, pero no estaba

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seguro de lo que significaba.Decidió ser directo, al menos en parte. Tal

vez podían confiar en Calix más de lo que Kirapensaba.

—Estamos tratando de ayudar a losParciales. Ellos también tienen un problema, unaenfermedad que está matándolos, y si podemoscurarlos, podría ser una oportunidad de que hayapaz entre nuestras especies. Por eso vinimos alcomplejo de ParaGen, para ver siencontrábamos algo que nos ayudara… anosotros y a ellos.

—Tendrían que hablar con el doctor Vale —dijo Calix—. Él sabe muchísimo sobre el RM ylas enfermedades. Quizá sepa algo sobre lo queles está pasando a los Parciales.

—Allá tenemos médicos muy similares —dijo, pensando en Morgan. ¿Será que Vale yMorgan se conocen? ¿Vale será realmenteparte del Consorcio?

—Pero el doctor Vale curó el RM —repusoella—, hace como doce años. Sus médicostodavía no han podido hacerlo.

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—¿Eso no les llama la atención? —preguntóSamm—. ¿Que haya tenido la cura casi tanpronto como apareció el virus? ¿Apenassemanas después?

—Supongo que nadie se lo preguntó. Noestoy segura de lo que estás sugiriendo…¿piensas que tenía motivos siniestros? ¿Cómopuede ser siniestro salvarle la vida a la gente?

Si ya tenía preparada la cura antes delBrote, pensó Samm, y se la guardó para él ysu «Reserva». Pero el resto del Consorcio nola tenía, ¿verdad? Morgan o Nandita, oTrimble, de la Compañía B, ¿dónde estaba lacura para ellos? No tenía sentido, y esadiscrepancia perturbaba profundamente aSamm. Allí estaba pasando algo más de lo queél alcanzaba a entender, y eso no le gustaba.

—Lamento que hayan tenido que vivir tantotiempo así —dijo Calix; se apartó de Bobo y seacercó a Samm—. Aunque fueran naturalmenteinmunes, debe de haber sido horrible ver morir atodos los que conocían, ver a todos esos bebés,año tras año…

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—Sí, supongo que sí —respondió él, y caside inmediato se dio cuenta de lo que acababa dedecir; había hablado como alguien que estabafuera de la sociedad humana. Pero Calix nopareció notarlo; en cambio, tomó la mano deSamm con la suya, áspera y callosa pero tibia yamable. Él trató de enmendar el error con unadeclaración más firme—. Todos los bebés hanmuerto desde el Brote.

—¿No tienen niños? —una expresión deprofunda tristeza invadió los ojos de Calix alpensar en la vida en East Meadow—. Conrazón Kira estaba tan emocionada —hizo unapausa, mirando la mano de Samm—.¿Ustedes…? ¿Tú y Kira están…?

—¿Por irnos?—¿Juntos? —preguntó ella—. ¿Están…

casados? ¿Son novios?—No.Pero antes de que pudiera decir algo más,

ella lo besó; sus labios se apoyaron sobre los deél, suaves y blandos, su cuerpo tibio contra él ysu brazo tras la cabeza de Samm, para acercarlo

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más. Samm se quedó helado por la sorpresa ysu cerebro se derritió ante la sensación de loslabios de Calix, pero recuperó el control de símismo y la apartó con suavidad.

—Lo siento —le dijo—. No soy muy buenopara estas cosas.

—Yo podría enseñarte.—Digo que no soy muy bueno para la

comunicación —explicó—. No siempreentiendo… No es importante. Lo que quierodecir es que lamento si… te hice creer algo queno debía.

El rostro de Calix era una mezcla desorpresa y confusión.

—Disculpa. Parecías… interesado.—Lo siento —repitió Samm—. Creo que

estoy enamorado… Y creo que ella ni siquiera losabe.

Calix rio: un sonido hueco que reflejaba mástristeza que diversión. Se enjugó una lágrima yvolvió a reír.

—Bueno, ahora parezco una idiotairremediable, ¿no?

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—Yo soy el idiota. Tú no hiciste nada malo.—Eres muy amable al decir eso —dijo.

Respiró hondo y sacudió la cabeza, enjugándoseotra lágrima—. Si pudieras hacerme el favor deno contarle a nadie que… ehh… me arrojéencima de ti como una imbécil, también seríasmuy amable.

—Por supuesto —respondió Samm. Depronto le dio vergüenza estar mirándola, y buscóotra cosa en qué ocupar los ojos. Eligió el suelo,y se quedó observándolo, incómodo—. Eresmucho más directa que ella.

—Eso parece —dijo Calix. Él la observó porel rabillo del ojo mientras Calix volvía a loscaballos—. ¿Cruzaron juntos todo el continentey ninguno de los dos hizo nada? —bufó; otrarisita hueca—. Con razón no tienen niños.

—No es por eso —empezó a explicarSamm, pero ella lo interrumpió con otra risitanerviosa.

—Ya sé, ya sé, fue un chiste tonto.Perdóname, hoy me estoy comportando comouna estúpida, ¿no? Así es Calix.

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—Eres muy atractiva —le dijo Samm.—Eso no es lo que quiero que me digas en

este momento —rezongó Calix.Él se sintió terrible; primero, porque ella se

sentía terrible, y más aún porque no sabía cómohablarle. Maldito enlace, pensó. Sé cómohablar con las chicas Parciales, pero lashumanas son tan… Puso cara de exasperación.Son una especie totalmente diferente. Sesentía mal por haberle dado a Calix señales delas que no estaba consciente, y ahora ni siquieraera capaz de consolarla.

—Ojalá supiera qué decir. De verdad soy,como te dije, pésimo para la comunicación. Nosoy bueno para hablar…

—Está bien —le aseguró Calix rápidamente.—No, no está bien —replicó—. Estoy harto.

Quiero mejorar, pero no estoy hecho para esto.No quería cruzar todo un continente con Kira sindecir nunca nada, pero lo hice, porque no sécómo decirlo. Hay muchas cosas que mecuestan, pero… lo siento. De verdad.

Levantó la vista y vio que Calix había dejado

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de trabajar con los caballos y estaba mirándolo.Le habló con voz suave.

—¿Qué es lo que quieres decirle a Kira?Él se quedó inmóvil, expresando emociones

a través de mil datos distintos que Calix nisiquiera sabía que estaban allí. No era ese elmomento de decirle algo así a Kira; tenían cosasmás importantes que hacer. Sin embargo… Kirapiensa que soy una estatua, pensó. Unmaniquí sin emociones. Deliberadamente, imitólas señales de tristeza y resignación que habíaobservado en otros humanos: inhaló y soltó elaire lentamente.

Un suspiro.—No sé qué quiere ella —dijo, por fin—. Tú

dejaste en claro tus intenciones. Kira es unmisterio para mí.

—No sabes si ella también te ama.—Somos muy diferentes —dijo. Era difícil

explicarlo sin contar demasiado—. No sé si ellaquiere… lo que yo soy.

—Claro —dijo Calix—. Por lo que sabemos,puede que no le gusten los chicos apuestos,

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competentes y de buen corazón.—Eres muy buena —dijo Samm.—No me está sirviendo de mucho —repuso.

Luego suspiró, se apartó de los caballos y sesentó con las piernas cruzadas sobre una mesavieja y desvencijada—. Mira. Lo que tienes conKira no es la relación de la que esperaba estarhablando hoy, pero he hecho esto suficientesveces con Phan y estoy bastante segura depoder darte algunos consejos. En primer lugar,acerca de eso que dices: que no sabes lo queella quiere. Kira siente exactamente lo mismo;no hablé con ella ni nada, pero te lo garantizo. Nilo dudes. Te he observado desde que llegaron ala ciudad, y jamás dejaste entrever que ella teinteresaba. Por eso lo intenté. Si yo no vininguna señal, ella tampoco.

—Soy muy malo para la comu…—Lo sé —dijo Calix con firmeza—. Estoy

haciendo un resumen acelerado sobre lo pésimocomunicador que eres. Eso ya quedó claro;ahora sigamos adelante. Segundo paso: dijisteque estabas agradecido conmigo por haber sido

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tan directa con respecto a mis sentimientos, yfrancamente, yo te agradezco a ti que hayassido abierto respecto de los tuyos… una vez quelogré sacártelo. Prefiero saber lo que sientes enlugar de pasar semanas enteras abrigandoesperanzas, preguntándome y engañándome,que es exactamente lo que ella viene haciendo.

—No puedes saber eso —dijo Samm.—Claro que sí —replicó Calix—. No todo el

mundo es tan malo como tú para estas cosas,Samm. Cualquiera que tenga ojos puede ver quesiente algo por ti.

Él se quedó inmóvil, pero si un Parcial sehubiera enlazado con él en ese momento sehabría detenido en seco por la intensidad de susemociones. Se preguntó si sería cierto, sirealmente Kira tenía sentimientos por él, unParcial, alguien que había atacado a su gente,que la había traicionado y entregado a unademente y que le había causado más problemasque los que quería recordar. Un hombre a quienle quedaba apenas un año de vida hasta que lafecha de vencimiento borrara su vida y su futuro

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de golpe. No lo creía posible.—Ella tiene novio —dijo Samm—. Otro

paramédico, en Nueva York.—Nueva York está bastante lejos.—Pero vamos a volver.—Y si vuelves a hacer todo el viaje hasta

allá sin decirle nada, mereces perderla —dijoCalix.

Samm no pudo sino estar de acuerdo coneso.

—Marcus la hace reír —dijo—. Yo nopuedo.

—Siempre podrías tratar de darle un beso—sugirió Calix, con una sonrisa ácida—. A míno me salió muy bien, pero nunca se sabe.

—No creo que sea mi estilo.—Tu estilo es el celibato mudo —repuso

Calix—, y te garantizo que eso tampoco te va aservir. Habla con ella.

—Lo hago todo el tiempo.—Pues entonces empieza a decirle las

cosas indicadas —dijo Calix.

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CAPÍTULO CUARENTA Y TRES

—Vale todavía no quiere recibirnos —dijo Kira.Estaban sentados en un pequeño parque, un

grupo de mesas de pícnic en un bosquecillo deárboles en la Reserva. Samm y Calix habíanregresado a tiempo para el almuerzo, y Calix loshabía abandonado casi de inmediato para jugarun partido de fútbol americano con un grupomás grande de adolescentes en un campovecino. Phan también estaba en el partido, ycada varias jugadas se detenía para tratar deconvencer a Kira y a Samm de acompañarlos,pero ella tenía demasiado que hablar y preferíaaquella privacidad relativa. Samm, por su parte,estaba más callado que de costumbre, pero Kiralo interpretó como concentración renovada en la

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tarea que tenían por delante. Él insistía en queCalix no escondía ningún secreto, pero le contómuy poco sobre la excursión a las ruinas.

—Es obvio que Vale oculta algo —prosiguióKira—, y aunque nos quedemos sentados,esperando que nos reciba como prometió, esprobable que siga andando con rodeos. Escondealgo y no me gusta, y todavía no sabemos nadade Heron, y estoy harta. Es hora de ir aParaGen —le echó un vistazo: una torre alta ynegra que asomaba por detrás de los demásedificios—. Hoy Phan me llevó a recorrer ellugar, como para que conozca el complejo, yalgunos de los edificios están bastante cerca.Podríamos llegar casi hasta allá sin despertarsospechas, y después, no sé, tratar de ingresarsin que nadie nos vea. Sinceramente, dudo que aalguien le importe; Phan dijo que la torre habíaquedado estructuralmente inestable después delos bombardeos Parciales, pero no lucen muypreocupados por vivir tan cerca de ella. Dehecho, me parece que ni siquiera piensan enella.

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—¿Tiene algún cerco? —preguntó Samm.—Un muro bajo —respondió Kira—, hecho

principalmente de chatarra y muebles viejos.Quieren impedir que sin querer entren los niños,pero no parecen tener seguridad activa; eso esbastante típico de esta sociedad. No esperanque nadie los ataque, se rebele ni viole la ley, ypor lo que he visto, nadie lo hace nunca.

—Y, naturalmente, eso te hace sospechar—concluyó Samm.

—Eso haría sospechar a cualquiera —repuso Kira—. No existe la sociedad perfecta;siempre va a haber inconformes, delincuentes oalgo siniestro por debajo. Quizá Vale estáutilizando alguna especie de control mental paramantenerlos a todos en línea. Algo como elenlace, pero para los humanos —Samm la mirócon un intento razonable de expresarescepticismo. Ella respondió con una sonrisaburlona—. No sé qué, pero hay algo.

Se oyó un grito de triunfo, y al levantar lavista Kira vio que la mitad de los jugadoressaltaban con alegría. Un muchacho estaba

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tendido en el suelo, gimiendo en voz baja, con lapelota al lado, y Calix se estaba alejando de loque parecía haber sido un tacleo brutal; le corríaun hilo de sangre por la mejilla. Los ojos de Kirase dilataron por la sorpresa.

—¡Guau!, no tenía idea de que fuera tanintensa.

—Tiene algunas cosas que resolver —respondió Samm. Escudriñó el campo de juegocon los ojos entrecerrados—. Espero que nolastime a nadie.

—Esta es nuestra oportunidad —dijo Kira,al tiempo que apoyaba una mano en el brazo deSamm—. Espera hasta que empiecen otrajugada, y después sígueme. Si vamos detrás deaquellos árboles y a la izquierda, hacia aqueledificio, nos perderemos de vista antes de quese den cuenta de que no estamos.

—¿Y si nos ve alguien más?—Nunca nos prohibieron específicamente

que fuéramos allá —dijo Kira—. Si alguien nosdescubre, jugaremos a los «chicos nuevos en laciudad» y les daremos las gracias por

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prevenirnos de zonas peligrosas; luego nosreagrupamos y regresamos por la noche. Pero sihay siquiera una oportunidad de entrar ahora,quiero al menos intentarlo.

—De acuerdo —respondió Samm—. ¿Estásarmada?

—La semiautomática en la cintura, atrás.—La funda en el tobillo —dijo Samm—.

Ojalá no las necesitemos.Se quedaron en silencio, mirando el partido.

Phan se puso en la línea de ataque, listo paracorrer, sin detenerse para invitarlos a participardel juego. Los demás jugadores también sealinearon; el mariscal de campo llamó al saque,y Kira y Samm se escabulleron. Doblaron laesquina incluso antes de que terminara lajugada.

—Por aquí —indicó Kira, y llevó a Samm alo largo del edificio hacia el centro del complejo.

La torre se alzaba detrás del edificio, tanalta que era visible desde casi cualquier punto dela Reserva. Aquí y allá, la gente los saludaba,pero nadie a quien Kira reconociera de su breve

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recorrido con Phan. Ella les respondía el saludo,con la esperanza de que no se detuvieran aconversar, y nadie lo hizo. Dos edificios después,llegaron al borde del gran claro central. Más alláestaba el muro bajo, un revoltijo de mesas yarmarios rotos, y de tanto en tanto alguna roca oun árbol caído. Pasando ese muro se alzaba lainmensa silueta ennegrecida de la torre deParaGen. El exterior se parecía mucho a tantosotros rascacielos que ella había visto: un tableroesquelético de vidrios rotos y escombros quecolgaban. Pero, a diferencia de aquellos otrosedificios, este había sido atacado directamente yluego había soportado años de lluvia corrosiva, ytenía partes que estaban ennegrecidas,retorcidas o llenas de agujeros grotescos.Además, su forma era curiosa, pues se ibaahusando y mostraba salientes y ángulos quealguna vez habrían sido modernos y hermosos,pero que ahora solo contribuían a delinearaquella figura extraña y amenazante. Kira casipudo imaginar que veía luces en el interior, y porun instante fugaz creyó que eran los fantasmas

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de los antiguos empleados, que seguíantrabajando sin cesar en su tumba olvidada. Sereprendió por ser tonta, y trató de hallarexplicaciones más plausibles. ¿Acaso laelectricidad que alumbraba el complejofuncionaba también en la torre? ¿Qué había allíque necesitara luz? El claro se veía bloqueado yel pasto estaba crecido, como si nadie hubieraingresado al edificio en años.

—Heron estuvo aquí —dijo Samm.—¿Estuvo o está?—Los datos están demasiado débiles para

confirmarlo.—Ahora sabemos que Vale esconde algo —

dijo Kira. Miró alrededor—. Si logramos pasarpor encima del muro, quedaremoscompletamente ocultos por la maleza que haymás allá. Tal vez podamos entrar sin ser vistos.

—Sería mejor esperar hasta la noche.—¿Y tener otra vez a Calix y a Phan

pegados a nosotros? Esta es la mejoroportunidad que vamos a tener —miró alrededor—. No veo a nadie más; todos están

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almorzando, jugando al fútbol o lo que sea quehaga esta gente en este lugar espeluznante.

—Se llama «llevar una vida normal».—Y todo podría ser un espectáculo montado

para nosotros —repuso Kira.—¿De verdad crees…? —Samm sacudió la

cabeza—. No importa. Vamos.—Lamento todo esto —dijo ella con voz

suave. De pronto sentía que el peso de aquellabúsqueda interminable le aplastaba los hombros—. Lamento haberte arrastrado hasta aquí.

—Kira, ya sabes que creo en esto tantocomo tú. La vida normal de otras personas es loque hace que nuestra vida demente valga lapena.

Ella sintió una oleada de emoción.—Te prometo que, apenas terminemos de

salvar al mundo, iremos a almorzar y a jugar alfútbol.

—Trato hecho —respondió Samm.—¿Listo? —preguntó Kira, con la mirada en

la torre.—Intenta seguirme el paso —dijo él.

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Observó a su alrededor para ver si alguien losmiraba; luego se volvió hacia el edificio y aguzóla vista—. Ahora.

Corrieron por el claro abierto, esquivando lostroncos de árboles caídos que había dispersosentre el pasto. Samm llegó primero al muro ysaltó por encima hacia el pastizal que había másallá. Kira lo siguió y aterrizó entre las malezasaltas. Se quedaron quietos, por si escuchabangritos de alarma o persecución, pero ella no oyónada.

Samm estaba jadeando.—¿Te quedaste sin aliento? —susurró Kira

—. No pensé que eso podía pasarte.—Todavía estamos débiles por haber

cruzado el páramo. Nuestros cuerpos no estánfuncionando en su capacidad máxima.

—Yo estoy bien —repuso ella.—Yo también —dijo Samm—. Vámonos.Se arrastraron boca abajo entre la maleza,

para no ser vistos. Samm parecía haber vuelto ala normalidad, y Kira siguió por delante, decididaa llegar al edificio lo antes posible; escondidos o

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no, aún podían descubrirlos. Pronto se pusonerviosa y pensó que la poca velocidad quellevaban al arrastrarse estaba demorándolosdemasiado, y se incorporó un poco para espiarpor encima del pasto. El complejo de la reservaestaba tranquilo y en silencio. Volvió a ponerseen cuatro patas y avanzó más rápido. Samm lasiguió, con expresión seria y decidida. Cuandollegaron al edificio, él estaba respirandonuevamente en forma extraña, no agitado, sinorespirando larga y lentamente.

—¿Estás bien?—Me siento raro —respondió—. Agotado,

como si llevara varios días sin dormir.Kira no pudo evitar sentirse un poco

culpable. Yo no estoy cansada… ¿acaso Sammse estaba esforzando tanto más que yo?¿Habré cargado tan poco peso durante elviaje y ni siquiera me di cuenta?

—¿Necesitas descansar?—Aquí no —respondió Samm—. Tenemos

que entrar.El pastizal alto se extendía casi hasta el

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borde del edificio, donde podían ingresar porcualquiera de las aberturas que había del piso altecho: ventanales gigantescos destruidos en elataque Parcial. Casi toda la planta baja estabaabierta en el perímetro, sostenida por una seriede columnas centrales. No había nada más querecepciones y áreas de espera; cualquierarchivo que pudieran encontrar seguramenteestaría arriba, en las oficinas, y Kira divisó unapuerta entreabierta que daba a una escalera. Sela señaló a Samm y él asintió, con el pechosubiendo y bajando con ritmo lento y pausado.Kira contó por lo bajo: «Uno, dos, tres», y losdos se levantaron de un salto y corrieron por elsuelo cubierto de escombros hasta aquellapuerta. Kira llegó primero, varios pasos antesque Samm, y cuando él entró, cerró la puerta deun golpe. Se apoyó pesadamente contra lapared, jadeando, con los ojos cerrados.

—No creo que nos hayan visto —dijo ella—. Podemos descansar aquí un minuto antes desubir.

—Si descanso, voy a quedarme dormido —

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repuso Samm. Se esforzó por mantener los ojosabiertos, pero sus párpados estaban pesados yno le respondían—. Sigamos.

—¿Vas a estar bien?—De todos modos, tenemos que seguir —

respondió Samm—, así que no importa.Kira trató de protestar, de decirle que podían

regresar más tarde, pero él no quiso saber nada.—No tendremos otra oportunidad. Puedo

hacerlo.Se aferró a los pasamanos de ambos lados y

levantó una pierna que parecía de plomo. Kirase ubicó bajo uno de sus brazos, hizo que latomara de los hombros y ella lo sujetó por lacintura para ayudarlo. Ahora su respiración eramás profunda, casi como si ya estuvieradormido. Sus pasos eran arrítmicos, y a vecesnecesitaba tres o cuatro intentos para dar con laaltura correcta de un escalón.

—Vas muy bien —le dijo Kira, aunque sabíaque no era cierto. ¿Qué diablos pasa?—. Yafalta poco —lo sostuvo con fuerza, cargandocon casi todo su peso—. Eso es, solo un poco

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más.Al llegar al primer descanso, abrió la puerta

y Samm se desplomó en el suelo. El aire estabacargado de olor a tierra y plantas, y Kira viorastros de gatos y aves en el polvo que cubría laalfombra.

—Samm, ¿estás bien?No le pareció que nadie de afuera pudiera

verlos en ese lugar; era un escondite tan buenocomo cualquier otro.

—Samm, háblame.—No… —respondió con voz lenta y débil,

como si para pronunciar cada palabra tuvieraque forzarla a pasar por un colador muy fino y alsalir ya no le quedara fuerza. Samm cabeceó yabrió los ojos lo más que pudo, esforzándose pormantenerse consciente. Ella esperó queterminara la oración, pero cuando al fin volvió ahablar, dijo otra cosa—. Heron… aquí —otrapausa—. Dormido —volvió la cabeza hacia ella,pero sus ojos estaban obnubilados y fuera defoco—. Búscalo.

—¿Búscalo? —preguntó Kira—. ¿Que

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busque qué?Lo sacudió y le susurró al oído con urgencia,

pero no logró despertarlo. Está dormido; medijo que estaba dormido. Y aparentementeHeron está por aquí. Kira trató de obligarse ausar el enlace para detectar algún indicio de losdatos de Heron en el aire. Nunca había podidousarlo a voluntad; solo en combate podía confiaren el enlace, cuando la adrenalina parecíaamplificar su efecto. Pero ahora mi adrenalinaestá alta, pensó. Esto que le pasa a Samm memata de miedo, y no estoy detectando nada.¿Será, simplemente, que las feromonas decombate son más fuertes, o que estoy hechapara detectar las feromonas de combate ynada más?

Volvió a revisar a Samm, su pulso y surespiración. Estaban normales. Ahora que habíadejado de resistirse y se había dormido, susfunciones parecían haber vuelto a la normalidad.Se puso de pie, pensando qué hacer. ¿Debíaquedarse hasta que despertara, o dejarlo allí yseguir adelante? La segunda parecía la única

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opción viable, pero no le agradaba; ¿y si lepasaba algo mientras ella no estaba? Lo arrastróy lo acomodó de costado, de espaldas a unapared y, por delante, le puso un par decomputadoras de escritorio que encontró en loscubículos cercanos para que lo mantuvieranlevantado. Estaba tan profundamente dormidoque le preocupaba que, si llegaba a vomitar obabear, no pudiera reaccionar y se ahogara. Almenos, así lo protegería de esa posibilidad.

Es casi como si lo hubieran sedado, pensóKira. Pero ¿por qué le harían eso?, ¿ycómo? ¿Acaso Calix le había dado unadroga sin que se diera cuenta? ¿Por quéhabría de drogarlo y marcharse? Sacudió lacabeza. Puedo preguntarle más cuandodespierte. Ahora estoy aquí, al final denuestra búsqueda, y no sé cuánto tiempotenemos hasta que vengan por nosotros. YSamm tiene razón: si nos vamos ahora, nohay garantía de que tengamos otraoportunidad de encontrar lo que vinimos abuscar. Tengo que hallar los archivos.

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Se disculpó en silencio y luego revisó a todaprisa los escritorios que había en ese piso, enbusca de un directorio o un plano, alguna pistaque le indicara por dónde empezar. Obviamente,en ninguna parte se mencionaría al Consorciocon ese nombre, o al menos eso creía, peroconocía los nombres de sus integrantes por losregistros que habían visto en Chicago. Volvió arepetirlos mentalmente: Graeme Chamberlain,Kioni Trimble, Jerry Ryssdal, McKenna Morgan,Nandita Merchant y Armin Dhurvasula. Supadre. Descubrió un directorio pequeño y buscóallí los nombres, pero no encontró nada.

Decidió intentar otra cosa, enfocar elproblema desde otro ángulo. ¿Qué pistas teníaya, y con qué información contaba? Tardó unmomento en ordenar sus pensamientos; en lasúltimas semanas su mente había estadototalmente ocupada en llegar allí y sobrevivir.Tuvo que recordar los misterios que intentabaresolver. A la doctora Morgan le habíanasignado la creación de los increíbles atributosfísicos de los Parciales: su fortaleza, sus reflejos,

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su resistencia a las enfermedades y suasombrosa capacidad de sanarse. Jerry Ryssdalhabía trabajado en sus sentidos. El padre deKira había creado el enlace, y todo el sistema decomunicación por feromonas. Aún no sabíanada sobre Trimble. Por último, a GraemeChamberlain y a Nandita les habían asignado elproyecto Seguro. La plaga que puso fin almundo y que habían llegado a conocer comoRM. En Chicago se habían enterado de que elSeguro estaba dirigido a matar a los Parcialespor si alguna vez se rebelaban; había sido unasolicitud del gobierno estadounidense y unaorden de los ejecutivos de ParaGen, yaparentemente ese mandato había sido elincidente decisivo que había llevado a loscientíficos a formar el Consorcio. Pero dealguna manera, cuando al fin apareció el virus,mató a los humanos en lugar de desactivar a losParciales. No podía haber sido esa la decisióndel Consorcio; a Kira no le cabía en la cabezaque nadie, y mucho menos su padre y la únicafigura materna que había conocido, decidieran

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voluntariamente, a sabiendas y sin escrúpulos,destruir a tantas personas. Y Graeme se habíasuicidado, lo cual no le decía nada, pero aun asíla inquietaba profundamente.

Sin embargo, pensó, el Consorcio estabadividido, incluso mientras intentaba hacersus planes. La doctora Morgan no sabía nadasobre la fecha de vencimiento, por ejemplo, peroalguien tenía que haberla incorporado al ADNde los Parciales, alguien que tenía un plan.Había otros; además, estaban los nombres queMorgan había gritado cuando pensó que Kiraera una espía: Cronos y Prometeo. ¿Seríannombres en clave de algunas de las personasde la lista? ¿O eran otras personas? Y¿cómo encajaba en todo eso el doctor Vale?

Kira volvió al directorio y buscó algo quetuviera que ver con el plan del Consorcio:vencimiento. Seguro. Virus, virología, patología,epidemiología… buscó todos los sinónimos queconocía; «laboratorio», «investigación»,«genética», incluso, RM… Un momento. Sequedó mirando el directorio. No había RM, pero

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sí había ID. ¿Tendrá algo que ver con elvirus? ¿Quizá una versión anterior? Pero deninguna manera algo tan secreto apareceríaen un directorio tan general que ni siquieratiene los nombres de los científicosprincipales. Recordó su confusión con el cartelde TI y cómo había resultado ser una sigla:Tecnología Informática. ID será lo mismo, talvez… ¿Información y Datos? ¿Investigaciónde Datos?

Investigación y Desarrollo.Si el Consorcio estaba en alguna parte,

sería aquí. Pero ¿dónde está el piso C? Aquítodos los pisos están numerados. Buscó unplano, hurgando en todos los escritorios queencontró. Al pasar por tercera vez por elvestíbulo principal se detuvo en la salida de laescalera, pero no miró la escalera sino laspuertas que había al lado. Tres juegos de puertasdobles, todas en hilera.

Elevadores.La Reserva tenía un suministro continuo y

autónomo de energía eléctrica. Los elevador de

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los otros edificios aún funcionaban. Si allítambién funcionaban, para encontrar el piso Cbastaría con mirar los botones del ascensor. Ypara llegar tenía pulsar uno. Se adelantó yacercó el dedo al botón de llamada. Lo apretó.

En la profundidad de las entrañas deledificio, un motor cobró vida, y Kira sintió vibrarel piso al moverse las poleas y los engranajes. Elpozo de los ascensores se pobló de sonidosmetálicos y chirridos mecánicos, y ella dio unpaso atrás cuando la puerta que tenía delante seentreabrió con un fuerte ruido. El ascensorestaba solo parcialmente alineado con la puerta,con lo cual en la base quedaba una ampliabrecha que se abría hacia la oscuridad. Elhecho de que haya electricidad no implicaque les hayan dado mantenimiento en losúltimos doce años, pensó. Es asombroso quesigan funcionando. Las puertas trataron decerrarse, pero se habían dañado tanto al abrirseque no pudieron hacerlo. Kira vaciló, tratando dedecidir si tenía suficiente confianza en suestabilidad como para subir a mirar los botones.

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Echó un vistazo al hueco que se abría abajo yvio luces rojas en el fondo del pozo, por lomenos siete pisos más abajo. Son cinco nivelesde subsuelo, pensó. Tiene que haber uno demantenimiento, quizá dos. Y tres pisossubterráneos enteros.

A, B y C.Decidió evitar el ascensor; en cambio, volvió

a espiar dentro del pozo y en los rincones, enbusca de una escalera de mantenimiento.Encontró una a la que podía llegar con relativafacilidad, pero aun así tuvo un momento devértigo aterrador al extenderse sobre el abismonegro. Con las manos firmes en los travesañosde metal, soltó el resto de su cuerpo, sus piesencontraron la escalerilla y empezó a bajar.Cada piso estaba marcado, y lanzó un suspiro dealivio al pasar el piso 1 y ver que el siguiente erael A. Siguió bajando, se detuvo en el piso C ybuscó una salida. Junto a la escalera había unapuerta de mantenimiento; giró el picaporte y lapuerta se abrió sin problemas.

El pasillo al que salió estaba bien iluminado.

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El aire estaba fresco y había buena ventilación.A lo lejos, como un eco leve en el vacío, oyópasos.

A Kira se le subió el corazón a la garganta yse paralizó de miedo. ¿Sería Heron, que yaestaba allí? ¿O era algún otro? ¿Habrían oído elascensor? ¿Eran pasos de una o variaspersonas? ¿Venían o se alejaban? No lo sabía, yeso la asustaba demasiado como para moverse.Al cabo de un momento, se obligó a pensar. Sealo que sea, debo cruzar la puerta. No puedoirme así como así, y esta podría ser mi únicaoportunidad de averiguar lo que soy. Vaciló,tratando de armarse de valor, y se preguntó siadentro habría algún sistema de seguridad que laatacaría. No había disparado ninguna alarma alabrir la puerta. Respiró hondo, verificó que elarma siguiera donde la había escondido y entró.

El corredor resplandecía, no solo por lasluces, sino porque las paredes, los pisos y loscielorrasos eran blancos, como en un hospital.Percibió el leve rumor de algo en el piso, comoel motor de los elevador pero constante, como

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un zumbido de fondo. ¿El generador deelectricidad?, pensó. O un ventilador. Había,sin duda, una brisa ligera, ni fría ni caliente:simplemente aire en movimiento. Oyó pasos, tanpocos que supuso que tenía que haber una solapersona. Se esforzó por llegar al enlace,tratando de ver si era Heron, pero no percibiónada.

Buscó a tientas su pistola en la cintura delpantalón, la sacó y revisó la recámara y elcargador, para asegurarse de que estuviera listapara usarla. La levantó por delante con cuidado,y caminó con pasos leves. Oía caminar aalguien, pero estaba decidida a que no ladescubrieran.

El piso C era un laboratorio, mucho másintacto que los pisos superiores. A pesar de loque los Parciales le habían hecho a ese lugar, ladestrucción no había llegado a esa profundidad.Kira pasó por oficinas y salas de conferencias,por laboratorios y duchas, por habitacionesblancas y limpias llenas de equipos que nisiquiera reconocía. ¿Sería allí donde Vale

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fabricaba la cura? Sería lógico: sin duda,ParaGen tendría los mejores equipos deingeniería genética de la Reserva. ¿Acaso esosequipos eran la razón por la cual el doctor habíadicho que la cura no se podía «transportar»?Quizá los pasos que había oído eran de Vale.Kira empezó a caminar más rápido.

Volvió a oír los pasos, y a medida que seacercaba percibió una voz, un murmulloincomprensible de alguien que hablaba muysuave. Kira caminaba en el mayor silencioposible, temerosa aún de la persona a quienpodría encontrar o de lo que esta pudiera estarhaciendo. ¿Atacaría a una intrusa? ¿Tomaría supresencia como una amenaza? ¿Qué equiposestaría usando, y cómo? ¿La mataría paraproteger su secreto?

No importa. He llegado hasta aquí.Necesito saber.

Dobló la última esquina, entró en unahabitación enorme, y quedó boquiabierta. Anteella, en diez largas filas, había diez mesas demetal; sobre cada una yacía un hombre

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enflaquecido, casi esquelético. De cada unosubía un manojo de tubos y cables; algunosllevaban nutrientes a los cuerpos mientras otrosretiraban lo que parecían desechos o sangrerecirculada. Tenían los rostros descubiertos,pero del cuello de cada figura surgía un tubitoque perforaba la piel y se unía a la maraña detubos que pendían sobre ellos. En cualquier otrasituación, habría pensado que estaban muertos,pero vio que sus pechos se elevaban ydescendían débilmente y sus corazones latíancon lentitud detrás de sus costillas frágiles. Erancadáveres vivientes, inconscientes y perdidospara el mundo.

—¿Qué pasa aquí? —susurró.—Son Parciales —respondió el doctor Vale.Cuando Kira levantó la vista, lo vio del otro

lado de la habitación. Subió su arma casiinvoluntariamente y le apuntó, y el doctorlevantó las manos.

—Querías saber cómo sintetizo la cura —dijo Vale—. No lo hago: la recojo directamente—señaló hacia las mesas—. Te presento la cura

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del RM.

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CAPÍTULO CUARENTA Y CUATRO

Kira se quedó mirándolo, horrorizada.—¿Qué es esto? —preguntó Kira. No podía

dejar de mirarlo, horrorizada.—Es la salvación —respondió Vale—.

Todas las personas a quienes conociste aquí,todos los niños que viste, lo que llamaste«milagro»… Todo eso está aquí gracias a estosdiez Parciales.

—Esto es… —se interrumpió, se adelantó ysacudió la cabeza, aún tratando de procesar loque estaba viendo—. ¿Están dormidos?

—Sedados. No pueden verte ni oírte,aunque supongo que nuestras voces quizá secuelen en sus sueños.

—¿Sueñan?

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—Tal vez. Su actividad cerebral no es unaparte importante del proceso; no le he prestadomucha atención.

—¿Nunca despiertan? —preguntó ella, yvolvió a adelantarse.

—¿Para qué? Puedo atenderlos másfácilmente si están dormidos… dan muchosmenos problemas.

—No hable así —protestó Kira—. No sonplantas.

—Según la definición biológica estricta, no,pero la metáfora es apropiada —se acercó auno y revisó los tubos y cables que loconectaban al aparato que pendía del techo—.No son plantas, pero son como una huerta, y losatiendo con cuidado para cosechar el fruto quemantiene viva a la raza humana.

—La feromona —dijo Kira.—Técnicamente, se llama Partícula 223 —

respondió Vale—, aunque me acostumbré allamarla Ambrosía —sonrió—. El alimento devida.

—No puede hacer esto —dijo Kira.

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—Claro que sí.—Obvio que puede; siempre supimos que

cabía esta posibilidad, pero… no está bien.—Dígaselo a las miles de personas que han

salvado, y a los cientos más que van a salvareste año solamente —a Vale se le borró lasonrisa y su rostro se puso solemne—. Dos mil:son doscientas vidas cada uno de ellos. Ojalátodos fuéramos así de caritativos.

—Pero… ¡son esclavos! —protestó Kira—.Son peor que esclavos, son… su espeluznantehuerta humana.

—Humana, no —la corrigió con firmeza—.Cosas. Cosas vivientes, sí, pero la humanidadviene valiéndose de ellas desde que comenzó apensar. Un arbusto en campo abierto essimplemente un arbusto; con atención humana,se convierte en un cerco, un muro que nosprotege. Las bayas se convierten en tintas ytinturas; los hongos, en medicamentos. Lasvacas nos dan leche, carne y cuero; los caballostiran de nuestros arados y carruajes. Inclusoustedes usaron caballos para cruzar el páramo

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tóxico, un trabajo que, estoy seguro, nuncahabrían elegido por voluntad propia.

—Eso es diferente —replicó Kira.—No es en absoluto diferente. Un caballo,

al menos, es parte del mundo. Existen en laactualidad porque un millón de años de selecciónnatural no los mataron: se ganaron su derechode vivir. Los Parciales fueron creados en unlaboratorio, hechos por y para la humanidad. Sonsandías sin semillas o trigo resistente a lasplagas. No te dejes engañar por sus rostroshumanos.

—No es solo por sus rostros —dijo Kira,con vehemencia—, sino por sus mentes. Nopuede hablar con uno y decirme que no sonpersonas de verdad.

—Hasta las computadoras podían hablar, alfinal —repuso Vale—. Pero no por eso eranpersonas.

Kira sacudió la cabeza y cerró los ojos confuria y frustración. Sentía tanta repulsión poraquella revelación que apenas podía pensar.

—Tiene que liberarlos.

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—Y después ¿qué? —preguntó Vale. Ellalevantó la vista y lo vio hacer un gesto deamplitud, como si abarcara no solo el laboratoriosino también la Reserva, quizá el mundo entero—. ¿Debemos volver a la vida que lleva tugente? ¿A luchar en vano por curar unaenfermedad que no se puede curar? ¿A vermorir a miles de sus niños para que diezhombres, diez enemigos que se rebelaron y losmataron, no sufran?

—Es más complicado —replicó Kira.—Sí. Es exactamente lo que yo digo. Dices

que es cruel mantenerlos así, inconscientes yconsumidos; yo digo que sería más cruel, y paramás gente, liberarlos. ¿Sabes cómo losmantengo sedados? Ven aquí.

Se dirigió hasta el final de la primera fila demesas y le hizo una señal de que lo siguiera. ElParcial que estaba en la última mesa parecíasimilar a los demás, pero tenía equiposdiferentes. En lugar del tubo asomando pordebajo de su mandíbula, le habían puesto en todala garganta lo que parecía un respirador. Kira se

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acercó lentamente, con la pistola olvidada en lamano, y vio que tenía una pequeña serie deventiladores en el cuello.

—¿Qué es? —preguntó.—Es un sistema de ventilación —respondió

Vale—. A este lo llamo Williams, y fue mi últimacreación antes de que el tiempo y el desgasteinutilizaran nuestro equipo de modificacionesgenéticas. En lugar de producir Ambrosía,produce otra partícula diseñada por mí: unsedante extremadamente potente que afectasolo a los Parciales. La biomecánica que hubodetrás de eso fue monumental, te lo aseguro.

Kira quedó callada, pensando en Samm, yVale asintió como si supiera exactamente lo queestaba pensando.

—Supongo que tu amigo Parcial está arriba,dormido en alguna parte, ¿verdad? —señalóhacia el techo—. El sistema de ventilación de latorre todavía funciona admirablemente bien, ybombea el sedante a todo el edificio y a laReserva. Me interesaría saber hasta dónde llegóantes de sucumbir. Williams bien puede

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convertirse en nuestra principal defensa sialguna vez nos atacan los demás Parciales quemencionaste.

Kira trató de recordar: Samm no habíasentido los efectos hasta que se acercaron alclaro central (calculó unos cuarenta y cincometros de la torre), pero había estadoextrañamente aletargado toda la tarde. ¿Habríasido por el sedante o por otra cosa?

¿Hasta dónde tendría que llevarlo para quese le pasaran los efectos?

Volvió a mirar a Vale.—No puede hacer eso.—Estás repitiendo lo mismo todo el tiempo.—No puede convertir a una persona en un

arma.—Niña, ¿qué crees que son los Parciales?—Bueno… por supuesto que son eso, y

mire cómo resultó todo. ¿No aprendió nada delfin del mundo?

—Aprendí a proteger la vida humana a todacosta —respondió Vale—. Es un límite sobre elque dimos muchas vueltas, tratando de tener

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ambas cosas.—Usted no está haciendo esto para

proteger a los humanos —ladró Kira, al tiempoque retrocedía y levantaba la pistola—. Lo estáhaciendo por el poder. Usted controla la cura, ypor ende controla todo, y todo el mundo tieneque obedecerlo.

Vale lanzó una carcajada, tan inesperada,tan genuinamente divertida, que Kira no pudosino dar otro paso atrás. ¿Qué cosa se me estáescapando?, pensó.

—¿Qué ejemplos de opresión humana visteaquí? ¿Qué bota de hierro tengo puesta quenadie más ve? ¿Acaso la gente de la Reservano es feliz?

—Eso no quiere decir que sean libres —replicó Kira.

—Por supuesto que lo son. Pueden ir y venircomo les plazca; no tenemos guardias ni policía.No tenemos toque de queda, más que el peligrode las tormentas ácidas. No tenemos muros,salvo la extensión mortal de las Tierras Malas.No exijo tributo, no controlo las escuelas, no

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guardo ningún secreto salvo este —dijo,señalando con un gesto a los Parcialesagonizantes.

—Phan y Calix dijeron que no los dejamarcharse —Kira se crispó.

—Por supuesto que no los dejo marcharse—dijo Vale—. Hay muchos peligros allá afuera.Phan y Calix, como el resto de los cazadores,son vitales para nuestra comunidad. Pero aunasí son libres de irse cuando les plazca. El solohecho de que hagan lo que yo recomendé no meconvierte en tirano —señaló a Kira—. Ustedesmismos han tenido la libertad de marcharse, todoeste tiempo: la alborotadora recién llegada y supeligrosa mascota Parcial. Nadie les haimpedido irse, nadie vigila sus movimientos.Dime, Kira, ¿qué es lo que tanto censuras?

Ella sacudió la cabeza, confundida y a ladefensiva.

—Usted controla a esta gente.—Si lo interpretas libremente, supongo que

sí —respondió Vale—. Tú vienes de una tierradonde el control, por lo que pude deducir, se

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maneja a punta de pistola; donde el gobiernocompra la obediencia por medio de la escasez.Por lo que retiene. Yo mantengo el orden dandoa la gente exactamente lo que quiere: la cura delRM, casa y comida, una comunidad a la cualpertenecer. Ellos aceptan mi liderazgo porquelos guío bien y con eficiencia. No todas lasfiguras de autoridad son malas.

—Eso es una hipocresía, viniendo de alguienque está en un laboratorio secreto lleno deprisioneros casi muertos.

El hombre suspiró y se quedó mirándolaunos momentos. Finalmente, se volvió, se dirigióa un costado de la habitación y tomó una jeringacon un líquido claro que había en una bandeja.

—Ven conmigo, Kira, quiero mostrarte algo—se acercó a una puerta que estaba del otrolado de la habitación; tras cierta vacilación, ellalo siguió—. Todo este complejo está conectadopor una serie de túneles subterráneos —leinformó—. Permíteme recordarte, antes dereunirnos con los demás, que ellos no sabensobre los Parciales. Te agradecería discreción al

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respecto.—¿Porque le da vergüenza?—Porque muchos reaccionarían como tú —

respondió—, y algunos querrían castigar aúnmás a los Parciales.

—Usted no me conoce, doctor, pero no soyde las personas que se quedan calladas cuandoalgo no les gusta.

—Pero sí sabes guardar secretos —dijoVale.

Ella lo miró de reojo.—¿Se refiere a Samm?—¿Tienes otros secretos, además de ese?Kira lo observó un momento, tratando de

descubrir si él sabía, o sospechaba siquiera, loque ella era. Probablemente no, decidió, o mehabría preguntado por qué a mí no me afectael sedante para Parciales. A menos que sepamás que yo sobre mí…

Claro que sabe más, pensó; es parte delConsorcio. Sabe todo lo que vinimos aaveriguar. No puedo detenerlo yo sola,ahora no; pero si consigo las respuestas que

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necesito, quizá no sea necesario que lohaga. Pensó un largo rato antes de hablar.

—Guardaré su secreto… por ahora, perousted tiene que darme algo.

—¿La cura? —preguntó—. Como ves, es lamisma cura que tú misma descubriste… y, comote dije antes, no se puede transportar.

—La cura no —respondió—. Es mala, y loque sea que va a mostrarme no me harácambiar de opinión.

—Ya lo veremos.—Lo que quiero es información —insistió

Kira.—¿Qué clase de información?—Todo —dijo—. Usted ayudó a crear a los

Parciales, lo cual significa que sabe sobre elRM, el vencimiento y el Seguro. Quiero saberqué planes tenían y cómo se relaciona todo.

—Te daré toda la información que tengo —respondió Vale—. A cambio, como dijiste, deque guardes el secreto.

—De acuerdo —dijo Kira.—Bien —dijo Vale, y se detuvo junto a una

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puerta en el pasillo—. Pero primero, subamos.Kira leyó el rótulo de la puerta.—«Edificio Seis». Es el que convirtió en

hospital.—Así es.—Ya vi el hospital.—Lo que no viste es el bebé que nació esta

tarde. Sígueme —dijo, y abrió la puerta.Subió unos escalones y Kira lo siguió,

nerviosa de pronto. Claro que habría un nuevobebé; ¿por qué, si no, habría ido a la torre abuscar una jeringa con la cura? Se le hizo unnudo en el estómago. Había pasado tanto tiempode su vida en el hospital de East Meadow,trabajando en la maternidad mientras los bebésmorían y las madres lloraban con desesperación,que no pudo evitar sentir nuevamente la mismatensión. Pero esta vez era diferente: Vale teníala cura. Este niño no tendría que morir. Salvoque ella sabía de dónde provenía la cura. Cerrólos ojos y vio los rostros enjutos y macilentos delos Parciales. Estaba mal mantenerlos así, dijeralo que dijera Vale para justificarlo. Y sin

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embargo…Salieron a un pasillo y cerraron la puerta con

llave. Había personas que iban y venían, y Kirase asombró al ver que la mayoría parecíancontentas: reían, conversaban y sonreían,acunando contra su pecho a sus tibios bebésenvueltos en mantas. Madres, padres yhermanos. Familias de verdad, familiasgenéticas, como ella nunca las había visto. Lamaternidad donde trabajaba era un lugar demuerte y dolor, de lucha agotadora contra unenemigo implacable. Pero aquí todo era distinto.Las madres que venían a dar a luz sabían quesus hijos vivirían. Era una maternidad llena deesperanza y éxito. Tuvo que detenerse unmomento y apoyarse en la pared. Esto es todolo que siempre quise, pensó. Es lo que quierocrear en casa… es lo que quiero llevarles.Esperanza y éxito. Felicidad.

Y sin embargo…Detrás de tantos sonidos había uno que Kira

conocía demasiado bien: el llanto de un bebémoribundo. Sabía con exactitud, por intensa

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experiencia personal, cómo progresaría el virus,cómo atacaría a la criatura segundo a segundo.Si hacía apenas unas horas que el niño habíanacido, como había sugerido Vale, el RM aúnestaba desarrollándose en su sangre. Tendríafiebre, pero aún no era mortal. El virus estabareplicándose, célula por célula, desarrollandomás esporas virales, devorando el cuerpecitodesde adentro hasta que finalmente, mañana, talvez, la criatura prácticamente se cocinaría vivatratando de sobrevivir. En esta etapa inicial sepodía calmar el dolor y controlar la fiebre, peroel proceso en sí no se podía detener. Sin la curaferomonal, la muerte era inevitable.

Vale caminó por el pasillo en dirección alllanto; saludaba amablemente a la gente al pasar,y Kira lo seguía, aturdida. ¿Era eso lo que queríaque viera? ¿La cura en acción, cómo salvabauna vida inocente? Ella no sabía qué esperabalograr él con eso; ya conocía los riesgos,probablemente mejor que él, gracias a habervivido tanto tiempo sin ninguna cura. No la haríacambiar de opinión respecto de los Parciales

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cautivos, y tampoco compraría su silencio ni suacatamiento.

El doctor Vale empujó la última puerta, entróen la habitación y Kira vio que la madreprácticamente se desmayaba de alegría al verlo.El padre, igualmente agradecido y nervioso,estrechó con entusiasmo la mano del doctor.Este lo tranquilizó con una sonrisa y se puso aconversar sobre cosas triviales mientraspreparaba la jeringa, y todo el tiempo Kira sequedó contra la pared, observando al bebé quegritaba en la cuna. Los padres la miraron, peropronto dejaron de prestarle atención y volvierona concentrarse en el bebé. Ella los observó alzara su bebé en brazos, tan parecidos a Madison ya Haru, a todos los padres que había visto.

No importa, pensó. No pueden justificarlo que están haciéndoles a aquellos hombresen el subsuelo. Si estos padres supieran quehay personas vivas sufriendo así, ¿sealegrarían tanto de ver la cura? ¿Laaceptarían, incluso? Quería decírselos,contarles todo, pero estaba como congelada.

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Vale terminó de preparar la inyección y sevolvió hacia los padres para pedirles queabandonaran el cuarto.

—Por favor —les dijo, con voz queda—,necesitamos un momento de privacidad con suhijo.

Los ojos de la madre se dilataron de miedo.—¿Va a estar bien?—No se preocupen —dijo Vale—, será solo

un momento.No estaban convencidos de salir, pero

aparentemente confiaban en él y, tras una leveinsistencia y otra mirada curiosa a Kira, salieronde la habitación. Vale cerró la puerta con llave yse volvió con la jeringa… no hacia el bebé, sinohacia Kira, y se la ofreció como si fuera unregalo.

—Te dije que lidero a estas personasdándoles lo que quieren —dijo—. Ahora haré lomismo contigo. Toma.

—No quiero su cura —respondió Kira.—No estoy ofreciéndote la cura —dijo Vale

—. Te ofrezco la decisión: vida o muerte. Es lo

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que querías, ¿no? Decidir por todos qué estábien y qué está mal. Qué se justifica y qué esimperdonable —se acercó a ella y volvió aofrecerle la jeringa, sosteniéndola como si fueraun cáliz—. A veces, para ayudar a alguien esnecesario perjudicar a otro; nunca nos gusta,pero tenemos que hacerlo porque la alternativasería peor. He destruido diez vidas para salvardos mil; me parece mejor proporción que la quepodrían esperar la mayoría de las naciones. Notenemos delincuencia, pobreza ni sufrimiento,salvo el de ellos. Y el mío —agregó—, y ahorael tuyo —volvió a ofrecerle la jeringa—. Sicrees saber mejor que yo cómo valorar una vidaen comparación con otra, si sientes que debesdecidir quién vive y quién muere, hazlo. Salva aesta criatura o condénala a morir.

—Eso no es justo.—Tampoco es justo cuando tengo que

hacerlo yo —replicó Vale, con aspereza—. Peroaun así, hay que hacerlo.

Kira miró la jeringa, al bebé que gritaba, lapuerta cerrada con los padres del otro lado.

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—Ellos lo sabrán —dijo Kira—. Sabrán quéelegí.

—Por supuesto. ¿O estás sugiriendo que tuelección sería diferente según quién seenterara? Así no funciona la moralidad.

—Yo no dije eso.—Entonces, decide.Kira volvió a mirar hacia la puerta.—¿Por qué los hizo salir, si de todos modos

van a enterarse?—Para que pudiéramos tener esta

conversación sin ellos gritándote —respondióVale—. Toma tu decisión.

—No me corresponde hacerlo.—Eso no te preocupaba hace diez minutos,

cuando me dijiste que lo que yo hacía eraperverso —le recordó—. Dijiste que había queliberar a los Parciales. ¿Qué cambió?

—¡Usted sabe lo que cambió! —gritó Kira,señalando al bebé, que lloraba.

—Lo que cambió es que, de pronto, tu noblemoralidad se enfrenta a las consecuencias —dijo Vale—. Toda decisión las tiene. Nos

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enfrentamos a la amenaza real de la extinciónhumana, y eso hace que las decisiones seanpeores, y las consecuencias, horribles. Y aveces, cuando hay tanto en juego, una decisiónque antes nunca habrías tomado, que jamástomarías en cuenta en otras circunstancias, pasaa ser la única opción moral. La única medidaque puedes tomar y aun así seguir viviendocontigo misma al día siguiente —le puso lajeringa en la mano—. Me llamaste tirano. Ahoramata a esta criatura o conviértete tú misma enuna tirana.

Kira miró la jeringa que tenía en la mano, lasalvación de la raza humana. Pero solo si seatrevía a usarla. Ella había matado Parciales enbatalla; ¿acaso esto era diferente? Tomar unavida para salvar otra. Para salvar otras mil oquizá otras diez mil, para cuando terminaran. Encierto modo, esto era más misericordioso que lamuerte, pues los Parciales simplemente estabandormidos…

Pero no, se dijo, no puedo disculpar esto.No puedo justificarlo. Si le doy la cura a este

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niño, estaré apoyando la tortura y elconfinamiento de Parciales… de personas.De MI gente. No puedo fingir que me parecebien. Si hago esto, tendré que enfrentarlocomo lo que es. ¿Es esto lo que queda, alfinal de todo? ¿Una elección?

Tomó el pie del bebé, le clavó la aguja y leaplicó la inyección.

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CAPÍTULO CUARENTA Y CINCO

Ariel estaba sobreviviendo a la ocupaciónParcial de la misma manera en que sobrevivía atodo: permaneciendo sola. El ejército deocupación había hecho que muchos residentesde East Meadow se mudaran a alberguescomunitarios, donde buscaban fuerza en elhecho de agruparse, además de hacer acopio dealimentos y bebida en un único lugar. Eso sololos hizo más fáciles de capturar cuando losParciales empezaron a atacar la ciudad porsorpresa: llegaban de pronto y arrebatabanvíctimas para hacer experimentos o paraejecutarlas, ya era imposible saber bien paraqué. El solo tamaño del grupo y el ruido quegeneraban sus miembros hacía que fueran

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fáciles de atrapar, y de hecho, ningún grupo deciviles sin entrenamiento podía repeler un ataqueParcial. Ahora que Marcus no estaba, Arielpermanecía sola, mudándose de casa en casa,comiendo lo que otros dejaban y avanzadosiempre un paso por delante de los atacantes. Almantenerse escondida, había permanecido asalvo.

Hasta que los Parciales la encontraron.Ariel jadeó, esforzándose por seguir

corriendo. Conocía la ciudad como la palma desu mano, pero los Parciales eran más rápidosque ella y tenían sentidos más aguzados. Oía suspasos cayendo sobre la calle detrás de ella, losgolpes de sus botas pesadas, uno tras otro, conun ritmo implacable que se acercaba más y máscon cada respiración. Se lanzó a la izquierda através de una brecha en una cerca, luego a laderecha y nuevamente a la izquierda, por otracerca de madera. Sus pies hacían menos ruidoque los de ellos, apenas un susurro en laoscuridad, y contuvo el aliento mientrascaminaba sigilosamente por el pasto, forzando

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sus ojos en la penumbra para evitar pisar algunaramita o botella que pudiera delatarla. Unos piespesados pasaron corriendo a su lado,atravesaron la brecha en la cerca y siguieron atoda carrera por el patio que había más allá. Lossiguió un segundo par de botas, y Ariel asintió.Solo uno más. Solo un Parcial más que caigaen la trampa y estaré libre. Avanzó lentamentey en silencio, casi hasta donde terminaba elpasto; allí bajaría por una escalera a un refugioen un sótano que había usado ya una o dosveces, y se quedaría allí escondida hasta que susperseguidores se rindieran y fueran en busca depresas más fáciles. Lo único que tenía quehacer era llegar a la escalera…

El tercer par de botas se detuvo, casi a lamisma altura que ella, del lado opuesto de lacerca doble. Ariel se quedó inmóvil, sin hacer unsolo sonido, sin siquiera respirar. El Parcial dioun paso en una dirección y se detuvo. Volvió enla otra dirección, y se detuvo otra vez. ¿Quéestá haciendo? Pero al mismo tiempo que se lopreguntaba, supo qué estaba haciendo. Se había

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detenido porque había visto algo. Y sabía dóndeestaba ella.

Oyó una risita profunda.—Ah, eres buena —dijo el Parcial, riendo, y

saltó la cerca directamente hacia ella.Ariel maldijo por lo bajo y echó a correr otra

vez; olvidó toda cautela y emprendió una carrerapor la supervivencia. El Parcial saltó la segundacerca y corrió tras ella, pocos metros atrás, casitan próximo como para estirarse y tomarla por elcuello. Ella corrió lo más rápido que pudo,mientras su mente trataba con desesperación deadivinar cómo la había encontrado; se mantuvoen silencio, escondida, había hecho todo lo quehabía aprendido a hacer y, sin embargo, fuecomo si él hubiera sabido que estaba allí, casicomo un sexto sentido. Marcus le había habladodel enlace, y de cómo les permitía a losParciales encontrarse entre sí, pero todo eso nofuncionaba con los humanos, pues estos eran unpunto ciego en su sistema sensorial. Ariel habíaaprovechado eso y siempre le había dadoresultado. ¿De qué manera se había delatado?

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El Parcial estaba casi sobre ella; surespiración agitada resonaba tan fuerte en susoídos que Ariel estaba segura de que veníaapenas a unos centímetros y estaba jugando conella. Podía oler el sudor del Parcial, y el hedoragrio de su aliento en el aire. Eso es, pensó, fueel olor. Estuve corriendo tanto yescondiéndome por tanto tiempo queseguramente huelo horrible. No me vio ni meoyó ni me detectó en el enlace: me olió, comoun sabueso.

Pero no voy a rendirme.Bajó la cabeza y se lanzó a la carrera más

dura de su vida. De pronto, su cuerpo entró enespasmo y cayó al suelo, dio una voltereta alfallarle los músculos, y la inercia la hizo rodarhasta estrellarse. Sus sentidos vacilaron y sesobresaltaron; el mundo estaba totalmente alrevés. Se esforzó por enderezarse, pero le dolíatodo. Era como si la hubieran golpeado de llenocon un bate de béisbol, pero no entendía desdedónde. Poco a poco sus ojos fueronenfocándose, y vio al Parcial de pie, a su lado,

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con un bastón de choques eléctricos; lo pulsóvarias veces, y al hacerlo se formó un arco deluz azul brillante una y otra vez entre loscontactos.

—Eres luchadora —dijo, y enganchó elbastón en un aro del cinturón. Se arrodilló ysonrió, y sus dientes blancos resplandecieron ala luz de la luna—. Quizá pueda divertirme unpoco antes de entregarte al jefe.

Ariel quiso moverse, pero sus miembrosseguían sin obedecerla. El Parcial extendió lasmanos hacia su cuello.

—Alto —dijo una voz, y el Parcial se detuvoen seco. Su mano se congeló a pocoscentímetros del rostro de Ariel, inmóvil—. Depie —ordenó la voz; era una voz de mujer, peroAriel no podía ver quién era. Le resultabavagamente familiar, pero no lograba identificarla.El Parcial se puso de pie, con la mirada perdidafija al frente—. Saque su arma —el Parcialobedeció—. Aplíquese un choque eléctrico —elhombre encendió el bastón y lo levantó hacia supecho, pero se detuvo a pocos centímetros. Sus

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ojos parecían más duros, como si estuvieraresistiéndose, y ella notó que tenía la carabañada en sudor—. ¡Hágalo! —ordenó la voz, ylas defensas del Parcial se derrumbaron. Apoyóel bastón contra su propio pecho y cayó al sueloal instante; sus extremidades se agitaron cuandosu sistema nervioso entró en cortocircuito. Dealguna manera, su mano logró mantener elbastón presionado contra su pecho, a pesar deque el resto de su cuerpo se contraía y sesacudía, hasta que por fin quedó inconsciente. Elbastón cayó al suelo.

Es la doctora Morgan, pensó Ariel,mientras intentaba moverse. Logró apoyarse enun brazo y levantó la cabeza ligeramente, perotodo le daba vueltas y le costaba mantenerseerguida. Cuando Morgan estaba controlandoa Samm, pasó lo mismo; así exactamente lodescribieron Marcus y Xochi. La doctoraMorgan está aquí. Vino a buscarme ellamisma, como un vampiro en la noche. Logróapoyarse también en el otro brazo y se levantó,aún mareada; sus ojos no llegaban a enfocarse

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del todo. Se volvió y vio una figura en laoscuridad detrás de ella, pero le dolía la pierna yno podía correr.

—Doctora Morgan —graznó, pero su vozno la obedeció y las palabras salieron como unamezcla sin sentido. La figura salió a la luz de laluna.

Era una anciana, encorvada y oscura; no unvampiro, sino una bruja de cabello enmarañado.

—¡Tú! —dijo Ariel.—Hola, hija —la saludó Nandita—. Ven,

debemos encontrar a tus hermanas. Nuestromundo está por acabarse otra vez.

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CAPÍTULO CUARENTA Y SEIS

Kira caminaba en silencio por el oscuro corredorsubterráneo, sintiendo en la mano el peso de lajeringa vacía. Ahora se le hacía más pesada quecuando estaba llena.

—No sé cómo lo hace —dijo.—Eso era obvio —dijo Vale—, dado que

insistías tanto en que no podía hacerlo. Ahora,creo, has podido vislumbrar lo que cuesta serlíder.

—Eso no estuvo bien —replicó Kira—. Noera lo correcto. Pero… era lo único que podíahacer.

—Mientras te ayude a dormir esta noche…—dijo Vale. Suspiró, y su voz se volvió distante,pensativa—. En doce largos años, cada hora

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que no pasé atendiendo a los Parciales yrecolectando la cura, la pasé buscando unamanera de hacerla sin ellos. No van a durarpara siempre, pero es necesario que esta coloniasí. Estos niños van a crecer y tendrán suspropios hijos, y ¿qué los salvará entonces?Puedo acumular suficiente Ambrosía para otrageneración, tal vez dos, pero después, ¿qué?Hasta un humano «curado» sigue siendoportador; el RM estará con nosotros parasiempre.

—Tiene un año para descubrirlo —dijo ella—. Dieciocho meses, cuando mucho, hasta quetodos los Parciales mueran y los perdamos parasiempre.

—La fecha de vencimiento —asintió—. Estan trágica como el Seguro.

Solo el Consorcio sabe sobre el Seguro.Es hora de confrontarlo.

—Usted es uno de ellos, ¿no? Loscientíficos que hicieron a los Parciales. ElConsorcio.

Él se detuvo a medio paso y la miró. Cuando

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siguió caminando, su voz estaba diferente,aunque Kira no logró discernir su estado deánimo. ¿Sentía curiosidad? ¿Estaba a ladefensiva? ¿Lo había hecho enojar?

—Sabes mucho sobre lo que yo creía queera secreto —observó.

—Vinimos aquí por el Consorcio. Yo… —seinterrumpió; no quería revelarle todo. Decidió ira lo seguro y hablar de la manera más vagaposible— conocí a una mujer llamada NanditaMerchant. Ella me dijo que buscara alConsorcio; me dio a entender que ellos tendríanlas respuestas que necesitábamos para salvar aambas especies. Desapareció antes de quepudiera preguntárselo directamente.

—Nandita Merchant —repitió Vale, y estavez a Kira no le costó identificar las emocionesdel médico: estaba afectado por una profundatristeza—. Temo que ella nunca podrárecuperarse de lo que hizo con el Seguro. Es tanculpable como los demás.

Esta vez fue Kira quien se detuvo,sorprendida.

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—Espere —dijo—. ¿El Consorcio hizo esto?El Seguro era un virus, de eso nos enteramos enChicago, pero ¿usted está diciendo… queNandita, que todos ustedes, lo crearon para queatacara a los humanos? ¿A propósito?

—Yo no lo creé —respondió, sin dejar decaminar—. Desarrollé el ciclo de vida de losParciales, su crecimiento y desarrollo, el modoen que se aceleran hasta alcanzar una edadideal y luego se mantienen así… claro, hasta quellegan a la fecha de vencimiento. Pura poesía, telo aseguro; uno de los trabajos más sofisticadosde biotecnología de todo el proyecto.

Kira quedó boquiabierta.—¿Usted creó la fecha de vencimiento?—Fue un acto de bondad, créeme —

respondió Vale—. Cuando el gobierno solicitó unSeguro, propuse la fecha de vencimiento comouna alternativa más humanitaria…

—¿Qué tiene de humanitario matarlos?—Dije «más humanitaria». Los humanos,

por supuesto, también tenemos una «fecha devencimiento», cuando morimos de viejos. Es el

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mismo principio. Y el vencimiento no pone enpeligro a los humanos; en cambio, el Seguropodría hacerlo. De hecho, lo hizo. Pero esoseran todos mis argumentos sobre el Seguro y lafecha de vencimiento al principio, cuandotodavía no veíamos las cosas en su totalidad.Graeme y Nandita, que tenían a su cargo lacreación del Seguro, se dieron cuenta muchoantes que nosotros. Fueron ellos quienes crearonel RM.

—Conocí a Nandita… —Kira volvió avacilar, pero decidió que no tenía nada de malorevelar un poquito más de información—. Vivícon ella durante años; tenía una especie deorfanato, y yo fui una de las niñas a las queayudó. No es una genocida.

—No más que cualquier otro humano en susituación —repuso Vale, crípticamente—. Perolo mires como lo mires, ella y el resto del gruposomos, de hecho, genocidas.

—Pero eso no tiene sentido —insistió convehemencia—. Si ella quería matar, erradicarpor completo a la raza humana, habría podido

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traicionarnos con los Parciales, o esparcirveneno, o hacer un millón de cosas, pero no lohizo. Tuvo que ser su compañero —dijo,mientras lo seguía casi sin aliento, tratando dedescifrar las pistas en su mente—. GraemeChamberlain, el que se suicidó. ¿No puede serque él… no sé… haya modificado el Seguro aespaldas de los demás?

—Sigues sin poder ver la imagen completa—respondió Vale, sin mirarla ni una vezmientras avanzaba a paso rápido. Había algoque le estaba ocultando, algo que no queríadecir. Kira insistió.

—Pero tampoco tiene sentido queChamberlain haya actuado solo —dijo, yaminoró un poco el paso mientras pensaba másprofundamente en el problema. Corrió paraalcanzarlo—. La cura era parte del diseño de losParciales, incorporada a su constitucióngenética. ¿Por qué crearía él un virus destinadoa matar a todos los humanos del planeta, y luegouna cura perfectamente diseñada paraimpedirlo? No tiene sentido. Pero sí tiene sentido

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si…La respuesta estaba allí, en la punta de su

cerebro, y Kira se esforzó por captarla, porobligarla a convertirse en un pensamiento simpley comprensible. Había tantos trabajando,pensó, en tantas piezas diferentes. ¿Cómo serelaciona todo?

Vale caminó unos pasos más y luego se fuedeteniendo poco a poco. No se dio vuelta, y Kiratuvo que esforzarse para oír su voz.

—Yo me opuse al principio —dijo.—Pero ¿es verdad? —Kira se le acercó

lentamente—. Usted y el resto del Consorcio…¿hicieron esto a propósito? Alteraron el Seguropara que matara a los humanos en lugar de losParciales e incorporaron la cura en ellos… ¿Porqué?

Vale se volvió hacia ella, con el rostronuevamente velado por una profunda ira.

—Piensa un minuto en el Seguro, en lo quees y en lo que representa. Nos pidieron quecreáramos una nueva especie: individuos vivosque respiraban, razonaban y, gracias a la

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Resolución de las Naciones Unidas sobreRespuesta Emocional Artificial, sentían. Piensaen eso: nos dieron instrucciones específicas decrear un ser que pudiera reflexionar, sentir, quetuviera conciencia de sí mismo, y luego nosdijeron que le colocáramos una bomba en elpecho para que pudieran matarlo cuandoquisieran. Hace diez minutos querías liberar adiez Parciales moribundos y no toleraste la ideade matar a un solo niño humano. ¿Podríascondenar a muerte a toda una raza?

Ella tartamudeó ante la súbita ofensiva,buscando las palabras, pero él prosiguió sinesperar respuesta.

—Nadie que sea capaz de crear un millónde vidas inocentes y, al instante, encargar unmedio para eliminarlas a todas, sin piedad, esapto para ser responsable de ese millón devidas. Nos dimos cuenta de lo que estábamoscreando en los BioSintes: criaturas tan humanascomo nosotros mismos. Pero la junta deParaGen y el gobierno de Estados Unidos losconsideraban meras máquinas, como una línea

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de productos. Destruir las vidas de esos«Parciales» sería una atrocidad semejante atodos los genocidios que hemos visto en lahistoria de la humanidad. Y sin embargo, inclusoantes de lanzar a los primeros a una prueba decombate, comprendimos que ellos siempre losverían como armas y los harían a un ladocuando ya no les resultaran útiles.

Kira esperaba que el rostro del médico sefuera endureciendo al hablar, que se pusiera másfurioso al rememorar aquel horror; en cambio,se fue volviendo más suave, más débil.Derrotado. Estaba repitiendo un argumentoantiguo, pero ya sin fervor.

—En el nivel más fundamental —dijo Vale—, la humanidad no aprendería a ser«humanitaria», a falta de una palabra mejor, amenos que su vida literalmente dependiera deello. Por eso creamos el RM, y con él, la cura,ambos incorporados a los Parciales. Si el Segurono se activaba nunca, si la humanidad nuncallegaba al punto de sentir la necesidad dedestruir a los Parciales de una sola vez, nadie

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habría aprendido nada. Pero si la humanidaddecidía apretar el botón, bueno… —respiróhondo—. La única manera de que los humanossobrevivieran, entonces, sería mantener a losParciales con vida. Así como el hecho de privara los Parciales de derechos les costaría a loshumanos su humanidad, destruirlos como aproductos defectuosos les costaría la vida.

—Ustedes… —Kira apenas podía pensar.Buscó en vano las palabras que le dieran sentidoa todo aquello—. ¡Todo esto fue intencional!

—Les rogué que no lo hicieran. Era un plandesesperado, de consecuencias terribles… alfinal, incluso peores que lo que yo suponía. Perotienes que entender que no teníamos alternativa.

—¿Que no tenían alternativa? —repitió Kira—. Si tanto se oponían a eso, ¿por qué no se loplantearon a los ejecutivos o al gobierno? ¿Porqué no les dijeron que aquello era perverso, enlugar de llevar a cabo este horrible… castigo?

—¿Crees que no lo intentamos? —lepreguntó Vale— ¡Por supuesto que lo hicimos!Hablamos, insistimos, pataleamos y gritamos.

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Tratamos de explicarle a la junta directiva deParaGen lo que eran realmente los Parciales, loque representaban: una nueva forma de vidasensible, introducida en el mundo sin pensarcómo vivirían una vez que la guerra terminara.Les dijimos que el gobierno no tenía planes paraasimilarlos, que no había otra posibilidad másque el apartheid, la violencia, la revolución; quesería mejor cancelar todo el programa quecondenar a la humanidad a lo que iba a ocurrir.Pero los hechos, tal como ellos los veían, eransimples: número uno, el ejército necesitabasoldados. No podíamos ganar la guerra sin ellos,y el gobierno los conseguiría de alguna manera.Número dos: ParaGen podía crear esos soldadospara ellos, y diseñarlos mejor que cualquiercompañía de otro rubro. Nosotros hacíamosmilagros; creábamos árboles gigantes con hojascomo alas de mariposas, delicadas y perfectas, ycuando soplaba el viento se agitaban como unanube de arcoíris, y cuando el sol se ponía trasellos, el mundo se encendía con tonos irisados.Creamos una cura para la malaria, una

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enfermedad que mataba a mil niños por día, y laborramos del mundo. Eso no es soloconocimiento y experiencia, hija; es poder, y conesa clase de poder viene la codicia. Y aquíaparece el hecho número tres, y el que más noscondena. El CEO, el presidente, la juntadirectiva… El gobierno quería un ejército yParaGen quería vendérselo; ¿de qué servían losargumentos del Consorcio contra una gananciade cinco billones de dólares? Si no lescreábamos su ejército de Parciales, habríanencontrado a alguien de moral más maleablepara que lo hiciera. Tú no recuerdas el viejomundo, pero el dinero lo era todo. Y nada quenosotros hiciéramos iba a impedir que elgobierno comprara o que ParaGen vendiera.

»Veíamos las señales de lo que sucedería —prosiguió—, se iba a crear un ejército Parcial yno habría planes para darles los mismosderechos que a los humanos. Eso daba dosresultados posibles: o mataban a los Parcialescon ese Seguro en un genocidio semejante alHolocausto, o estallaría una revolución violenta

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que ganarían los Parciales, superiores en todosaspectos, y la humanidad tal como la conocemosquedaría destruida. Del modo que uno lo mirara,una especie resultaría diezmada, y la muerte deuna le costaría el alma a la otra. Lo único quenos quedaba era intentar, digamos, hallar unamanera de que ambas especies tuvieran quetrabajar juntas para sobrevivir. Por eso, cuandoArmin nos planteó su plan… bueno, no nosgustó; ni al principio ni nunca; pero sabíamosque teníamos la responsabilidad de llevarlo acabo. Era el único plan en el cual ambasespecies sobrevivían.

Kira contuvo el aliento.—Armin Dhurvasula.—¿También lo conoces?Negó rápidamente con la cabeza, y esperó

que su cara no la delatara.—He oído sobre él.—Un genio entre los genios —dijo Vale—.

Todo esto fue parte de su plan; él ideó el sistemade feromonas y diseñó toda la interacción delSeguro, la cura y todo lo demás. Fue una obra

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maestra de la ciencia. Pero a pesar de su plan yde nuestros mejores esfuerzos, sucedió lo peor.Te juro que nunca tuvimos la intención de quefuera tan devastador; ni siquiera entendemoscómo el RM tuvo una eficacia tan implacable.Supongo que no sirve de mucho consuelo pensarque, llegado el caso, esto era inevitable. Desdeel momento en que creamos a los Parciales,desde el momento en que pensamos en crearlos,no había posibilidad de obtener otro resultado.La humanidad prefiere destruirse, en cuerpo yalma, antes que aprender una simple lección.

Kira estaba demasiado asombrada comopara hablar. Había esperado un plan; habíarogado que el Consorcio tuviera uno, peroenterarse de que ese plan era la aniquilaciónmutua —obligar a ambas especies a trabajarjuntas o morir— era demasiado. Cuando por finhabló, lo hizo con voz débil y asustada, másinfantil que en muchos años, y la pregunta queformuló no era la que pensó que haría.

—¿Lo ha… visto en alguna parte? —tragóen seco, tratando de no delatar su nerviosismo

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—. ¿Sabe dónde está ahora Armin Dhurvasula?—No. No he vuelto a verlo desde el Brote.

Dijo que tenía que irse de ParaGen, perodesconozco a dónde ni qué está haciendo. Por loque sé, los únicos que quedamos somos Jerry yyo… y ahora también Nandita, supongo.

Kira recordó su lista de integrantes delConsorcio.

—Jerry Ryssdal —dijo—. Él también erauno de ustedes. ¿Dónde está?

—En el sur —respondió Vale, con actitudsolemne—. En el corazón del páramo.

—¿Cómo puede sobrevivir?—Con modificaciones genéticas —

respondió Vale—. Una vez apareció aquí por lanoche y apenas lo reconocí. Ahora es más…inhumano, incluso más que los Parciales. Estátratando de curar a la Tierra para que quedealgo que los mansos puedan heredar. Le dije queharía mejor en ayudarme a curar el RM, perosiempre fue muy decidido.

—Y hay dos más en el este —dijo Kira—.Dos facciones de Parciales están lideradas por

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miembros del Consorcio: Kioni Trimble yMcKenna Morgan.

—¿Están vivas? —los ojos de Vale sedilataron y quedó boquiabierto. Kira no pudodiscernir si la noticia lo alegraba o no—. ¿Dicesque lideran a los Parciales? ¿Que se han puestode su lado, contra los humanos?

—Eso creo. Ellas… No conozco a Trimble,pero la doctora Morgan se ha vueltocompletamente loca; está secuestrandohumanos y tratando de estudiarlos para curar lafecha de vencimiento de los Parciales.Aparentemente, no sabía de esa fecha hasta queestos empezaron a morir, pero está convencidade que puede resolverla con la biología humana.

Y conmigo, pensó, pero no lo dijo en vozalta. Aún no sabía lo que era ella, ni lo que haríaVale cuando se enterara. Y tenía quepreguntárselo. Se sentía dividida entre laparanoia y la desesperación.

—Trimble estaba al tanto de nuestro plan —dijo Vale—. Morgan y Jerry, no. Ellos diseñaronla mayor parte de la biología Parcial, pero no

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estábamos seguros de poder confiar en ellos encuanto al asunto del Seguro, y como no teníaque ver con la tarea que ellos hacían, no fuenecesario hacerlo.

—¿Quiénes son los otros? —preguntó Kira.—¿Qué otros?—Encontré todos esos nombres en mi

investigación —respondió Kira—, pero nunca viel suyo, y he oído de otros dos de los que todavíano sé nada.

—Mi nombre es Cronos Vale.—He oído el nombre Cronos —dijo, y echó

un vistazo cuidadoso a Vale—. Parece que ladoctora Morgan lo considera una amenaza.

—No me digas que la conociste.—No fue la experiencia más placentera de

mi vida.—Es mezquina, arrogante y desalmada. Al

final, prácticamente se había dado por vencidacon respecto a la humanidad como especie.

—Parece algo que ella haría.—Si alguna vez encuentra este lugar —

agregó Vale—, estamos condenados. Como

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habrás visto, mi filosofía es ligeramente opuestaa la suya.

—Usted quiere proteger a la humanidad,aunque eso signifique esclavizar a la razaParcial —dijo Kira, y empezó a vislumbrar laverdad—. ¿Qué fue de sus ideales? ¿Cuál es suplan ahora? ¿Que las dos razas sobrevivan?

—Después de doce años, por fin he llegadoa entender algo —respondió Vale—. Laextinción te obliga a elegir. No quiero hacerdaño a nadie, pero si puedo salvar a una solaespecie, ya elegí a cuál.

—No tiene por qué ser una o la otra. Hayuna manera de salvar a ambas.

—La hubo —replicó él—. Pero ese sueñomurió con el Brote.

—Se equivoca —dijo Kira, y sintió que se lellenaban los ojos de lágrimas—. Usted, Armin,Nandita y Graeme… todo el trabajo que hicierontenía que ver con esto, con que sobrevivieran lasdos razas. ¡Tiene que haber algo que yo puedahacer!

—Te prometí información —le dijo Vale—,

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y soy un hombre de palabra. Dime lo quenecesitas saber y te daré todo lo que pueda.

Bajaron la escalera hasta el laboratoriooculto en la torre, y Kira pensó en la pregunta;¡tenía tantas! ¿Por dónde empezar? Queríasaber cómo funcionaba el RM y cuál eraexactamente la relación entre el virus y la cura.Si el mismo ser producía ambas cosas, ¿cómointeractuaban? Quería saber también sobre lafecha de vencimiento: cómo funcionaba, cómopodían resolverla. Vale llevaba años trabajandoen el RM sin poder descifrarlo, pero no parecíatener interés en la fecha de vencimiento; quizásupiera algo valioso en lo que aún no hubieraprofundizado.

—Hábleme de la fecha de vencimiento —pidió.

—En realidad, no es más que unamodificación de mi trabajo sobre el ciclo de vida—respondió—. Diseñé a los Parciales demanera que su crecimiento se acelerara hastacierta edad y permaneciera allí, y congelé elproceso de envejecimiento regenerando

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continuamente su ADN. Al cumplir los veinteaños, ese proceso se revierte y el ADN sedegenera activamente. En esencia, envejecencien años en solo unos días.

—Samm no dijo que envejecen —recordóKira—, solo que… se descomponen. Como si sepudrieran en vida.

—A esa velocidad, el efecto es el mismo.No es la mejor manera de morir, pero fue la máselegante desde el punto de vista biológico.

Kira frunció el ceño, buscando todavía laspiezas que le faltaban para completar elrompecabezas.

—¿Cómo hizo para que Morgan no seenterara de la fecha de vencimiento?

—ParaGen era un laberinto de secretos.Nadie confiaba en nadie, y la junta directivaconfiaba menos aún en nuestros principalescientíficos. Por eso tuvimos que desarrollar dosSeguros.

—¿Dos? —repitió Kira, sorprendida.—Uno que mataría a los Parciales, como

ellos querían, y la gripe humana que

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desarrollaron Graeme y Nandita como parte denuestro plan. El Seguro Parcial nunca se pusoen producción, claro, pero aun así lo creé, paraenmascarar el resto de nuestro plan. La juntapodía ver el Seguro Parcial, podía obtenerinformes de avances y datos de pruebas, yquedar convencida de que estábamoscumpliendo sus órdenes; mientras tanto, lo que ala larga incorporamos a los modelos Parcialesproducidos a gran escala fue el otro Seguro.

—Un momento —dijo Kira. Abrió sumochila y buscó el asa gris de la pantalla rota deAfa, que tenía toda la información que habíandescargado en Chicago—. ¿Tiene un monitor alque pueda conectar esto?

—Por supuesto.Vale le ofreció un cable, y Kira lo enchufó.—Antes de venir aquí —dijo—,

descargamos una gran cantidad de archivos deun centro de datos en Chicago. Uno de ellos eraun memo del CEO de ParaGen a la juntadirectiva. Lo leímos porque mencionaba elSeguro, y en aquel momento no lo entendimos.

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Sin embargo, con lo que usted acaba decontarme… —la lista de los archivos aparecióen la pantalla, y ella la recorrió rápidamente—.Aquí está —lo abrió y leyó la línea pertinente—:«No podemos confirmar que el equipo Parcialesté trabajando para obstaculizar el proyectoSeguro, pero por las dudas, hemos contratado anuevos ingenieros para que lo incorporen a losnuevos modelos. Si el equipo nos traiciona, aunasí el Seguro va a funcionar».

—Actuaron a nuestras espaldas —exclamóVale, atónito.

—Eso pensamos todos cuando lo leímos —dijo Kira—, pero después de lo que usted mecontó, tiene que ser más que eso. Si la junta nosabía sobre el Seguro humano, el único quepodían incorporar a los nuevos modelos era elseñuelo de ustedes. El que mata a los Parciales.Eso quiere decir que probablemente todavía estépor allí, y si mata a los Parciales, matará a todoel mundo, pues son nuestra única manera deobtener la cura.

—Cierto —dijo Vale—. Pero fíjate en la

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fecha: 21 de julio de 2060. Eso fue dos añosdespués de que se creó la última serie deParciales militares. Solo puedo suponer que esteemail se refería a la línea de Parciales quenunca se lanzó masivamente.

—Los nuevos modelos… —dijo Kira, y dejóla frase inconclusa.

Soy yo, pensó. Eso es lo que soy: unnuevo modelo de Parcial. Incluso es el añoen que nací, cinco años antes del Brote. Serefiere a mí.

Llevo en mí el Seguro Parcial.—Pareces aterrada —observó Vale.Kira se apartó el cabello de la cara, tratando

de controlar su respiración.—Estoy bien.—No lo pareces.Ella miró a los diez prisioneros que yacían

inertes en sus mesas. Si algo me activa, losmataré. Mataré a Samm. Trató de evitar que letemblara la voz.

—¿Cuál era el disparador?—¿Del Seguro? Se disparaba con una

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sustancia química, administrada por el aire o porinyección directa. Solo algunos de los Parcialeseran portadores; fábricas virales, esencialmente,que se podían activar en un momento específico.Podríamos activar la cura del mismo modo.

—Sí —dijo Kira—, pero ¿cuál era eldisparador, específicamente? ¿Y sería el mismopara los nuevos modelos?

—Nada de eso importa. El presidente activóel Seguro para detener la rebelión Parcial, ycuando vi lo virulento que se había vuelto el RM,activé la cura. Ya está, se terminó. Esos nuevosmodelos que menciona el email eran soloprototipos y, que yo sepa, ninguno sobrevivió alBrote. Entonces eran apenas unas criaturas.

—Pero ¿y si sobrevivieron? —preguntóKira. ¿Y si algo la activa por accidente ydestruye a todos los Parciales que quedan enel planeta?

Vale se quedó mirándola, entre confundido ypensativo. Poco a poco, su expresión fuecambiando, y Kira no pudo evitar dar un pasoatrás.

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Él también retrocedió un paso.—Dijiste que viviste con Nandita, ¿verdad?

—le preguntó—. Un orfanato. ¿Cómo fueexactamente que encontró a las niñas a las queadoptó?

Lo observó con recelo, tratando de discernirsi él había adivinado lo que ella era en realidad.Parecía sospechar algo, pero ¿cuánto sabía concerteza? ¿Cuánto necesitaba saber antes dehacer algo… y qué haría? Si la consideraba unaamenaza, ¿la mataría allí mismo?

Kira abrió la boca para hablar, pero no se leocurrió nada que no la delatara. No puedoaparentar que sé demasiado, pensó, perotampoco tengo que dar la impresión de queestoy eludiendo el tema.

—Ella tenía cuatro niñas —respondió—.Nos encontró del mismo modo que todos losdemás padres sustitutos de la isla. Creo quealgunos fueron asignados por el Senado —noestaba segura de si eso era verdad, pero sonababien sin develar ningún dato específico—. ¿Porqué lo pregunta?

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—Algunos fueron asignados —repitió Vale—, ¿pero no todos?

—Nandita nos crio como a los demás niños—dijo, pero de pronto le vinieron a la mente laspreguntas de Marcus acerca de losexperimentos. Eso es, soy yo, pensó, todocoincide demasiado.

Él la observó detenidamente y dio otro pasoatrás. Kira echó un vistazo por encima delhombro del médico. ¿Estaría retrocediendo paraapartarse de una amenaza, o para llegar a unaalarma? ¿Cuánto tiempo tengo? La tensiónque había en la habitación era suficiente paradejar a uno sin palabras, y Kira sintió que unagota de sudor le corría por la parte baja de laespalda.

—¿Te das cuenta —le preguntó Vale, convoz queda— de cuánto daño podría causar elSeguro Parcial en este momento, si está libre?¿A la Reserva, a East Meadow, al mundoentero?

—Por favor —dijo Kira—, piense en lo queestá haciendo… —pero fue lo peor que pudo

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decir, y en el mismo instante en que las palabrassalieron de su boca, supo que un ruego equivalíaa una confesión.

Vale dio media vuelta, se lanzó hacia lamesa que estaba detrás de él y Kira ni siquieraesperó para ver qué intentaba alcanzar. Sevolvió y echó a correr tan rápido como pudo.Detrás de ella se oyó un disparo, y saltaronchispas del marco de la puerta, apenas a unoscentímetros de su cabeza. Dobló en la esquina yse lanzó hacia el final del corredor.

Se oyeron más disparos, pero ella corría másrápido que Vale y ya estaba demasiado lejospara la escasa puntería que él tenía. Dobló encada esquina a toda carrera, aminorando apenasla velocidad para cambiar de dirección, y llegóhasta el pozo del ascensor por el que habíabajado. Recién ahí se dio cuenta de que habíadejado el asa en el laboratorio, conectada a lacomputadora de Vale.

—No hay tiempo —murmuró; saltó a laescalerilla y empezó a trepar—. La buscaré mástarde.

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Era posible que lograra vencer a Vale (erasolo una posibilidad, según las modificacionesgenéticas que él tuviera), pero a esas alturasquizá ya había pulsado una alarma y pedidorefuerzos, y ella no podía hacer frente a toda laReserva. Su única esperanza era recoger aSamm y llevárselo antes de que alguien se dieracuenta de lo que estaba pasando.

Pero ¿hasta dónde tendría que alejarlo paraque pudiera escapar de la influencia delsedante? Y ¿cuánto tardaría en disiparse la dosisque ya tenía en su sistema?

Llegó al segundo piso y salió por la puertadel ascensor, que aún estaba entreabierta.Samm seguía cerca de allí, justo donde lo habíadejado. Kira cargó la mochila de Samm encimade la suya y lo jaló para ponerlo de pie. Él quedócolgando en sus brazos, laxo y pesado: noventakilos de músculos convertidos en peso muerto einútil. Se pasó el brazo de él por encima de suhombro y lo levantó, gruñendo por el esfuerzo,atenta todo el tiempo al sonido de unapersecución. No había nada detrás de ella, y no

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oyó nada afuera. Se dirigió con dificultad haciala escalera, medio cargando a Samm y medioarrastrándolo. Al llegar a la planta baja serecostó contra una pared para descansar, yobservó el claro con el pastizal que rodeaba latorre. Hacia el oeste había dos personasconversando, descansando a la sombra de unode los edificios de apartamentos improvisados,pero no parecían estar alertas. Kira volvió aacomodar a Samm y lo llevó a través delvestíbulo hasta el otro lado del edificio, y saliópor el este, donde no había nadie esperando. Elterreno era irregular, estaba surcado por raíces ymadrigueras de ardillas de tierra, y tuvo queavanzar lentamente.

Ojalá supiera dónde están los caballos,pensó, pero no tenía tiempo para buscarlos. Siella era portadora del Seguro Parcial, podíasignificar la muerte de los Parciales de Vale, dela Reserva y, a la larga, el fin de todos loshumanos y Parciales. Kira era una bombaviviente, y destruirla antes de que se detonarasería el objetivo primordial de Vale, mucho más

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que todo lo demás. Estaba dispuesto a sacrificarsu confidencialidad, su autoridad, lo que fueranecesario, con tal de preservar a la razahumana. Ella tenía que escapar o moriría.

Llegó al final del claro justo en el momentoen que un hombre doblaba la esquina del edificiomás cercano. Se detuvo, sorprendido. Kiraapretó los dientes, agobiada por el peso deSamm, y pasó a su lado.

—Hola —la saludó el hombre—. ¿Él estábien?

—Se desmayó —respondió Kira—. Solonecesita un poco de aire fresco.

Solo necesitamos llegar al portón, pensó;si tan solo llegamos al portón, estaremosbien.

—Ustedes son los recién llegados —dijo elhombre, que se puso a caminar a su lado—.¿Estaban en la torre?

—Salimos a caminar —respondió. Estabanacercándose a otro claro, y otro edificio, y másallá estaban el cerco y el límite de la ciudad. Silogramos llegar a la ciudad, podemos

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escondernos… pero necesito quitarme a estetipo de encima—. ¿Conoce a Calix? —lepreguntó.

—Por supuesto.—Búsquela, y dígale que dejamos un

medicamento importante en nuestro equipaje ensu habitación: un frasco rojo, con forma de cuñay un aro verde en la tapa.

Era un antibiótico, pero el hombre nonecesitaba saber eso; solo quería alejarlo. Elhombre asintió y salió corriendo, y Kira siguióavanzando con dificultad. Llegó al siguienteedificio, y allí había más gente, adultos y niños.Solo treinta metros, pensó. Casi llegamos.Algunas personas preguntaron por Samm conexpresiones de preocupación, y ella se esforzópor restarle importancia para no atraer másatención, pero empezó a juntarse más gente.

—¿Qué pasa?—¿A dónde van?—¿Qué está pasando?Y entonces se oyó otra voz a lo lejos, detrás

de ellos.

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—¡Deténganlos!La multitud levantó la vista, confundida. Kira

se abrió camino.—¡Deténganlos! —volvió a gritar la voz, y

ella la reconoció: era Vale. Siguió caminando,luchando por evitar que Samm cayera. Unamujer la tomó del brazo.

—El doctor Vale quiere que paren —le dijo.Kira sacó su pistola, y la mujer retrocedió

rápidamente.—El doctor quiere matarnos. Déjennos

marcharnos.La mujer se apartó, con las manos en alto, y

Kira siguió avanzando poco a poco, inclinada aun lado para mantener el peso de Sammcentrado sobre ella. Solo quince metros más.Se aferró a él con una mano y siguió jalándolohacia adelante y manteniendo a la gente alejadacon la pistola. Echó un vistazo atrás y vio queVale se acercaba con un grupo de cazadoresarmados.

—¿Dónde estamos? —gimió Samm,mareado pero despierto.

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—En graves problemas —le respondió Kira—. ¿Puedes caminar?

—¿Qué pasa?—Confía en mí. Despierta.—¡Deténganlos! —volvió a gritar Vale—.

Son espías, vinieron a destruir la Reserva.—Estamos marchándonos —dijo Kira, con

los dientes apretados, luchando paso a paso poralcanzar el portón abierto. Samm seguíaapoyándose en ella; intentaba caminar pero nolograba afirmarse lo suficiente para hacerlo solo.Los lugareños no habían tratado de detenerla, yaún se preguntaban qué hacer—. Solo déjennosir.

—Si los dejan ir, volverán con mil más comoellos —dijo Vale—. Son Parciales.

Samm habló, arrastrando las palabras.—Parece que la excursión de

reconocimiento no salió como planeamos.—No estás ayudándome —respondió Kira

—. ¿Todavía no puedes caminar?Samm trató de pararse, se tambaleó

ligeramente y volvió a caer sobre el hombro de

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Kira.—No muy bien.—¿Es cierto? —preguntó una voz.Al volverse, Kira vio a Phan, y le partió el

corazón ver en su rostro que se sentíatraicionado.

—Soy una persona —le respondió—. LosParciales…

—Los Parciales destruyeron el mundo —lainterrumpió Vale, al llegar hasta ellos—. Y ahoravinieron a terminar lo que empezaron.

—Miente —siseó Kira—. Usted lodestruyó, y ahora está viviendo en una fantasía,fingiendo que el pasado nunca ocurrió.

—No presten atención a sus engaños —dijoVale.

La multitud se acercó a ellos y el caminohasta el portón se fue cerrando más y más amedida que los rodeaban. Kira apuntó con lapistola aquí y allá, tratando de sostener a Sammcon el otro brazo.

—Por favor, Samm, necesito que despiertes.—Estoy despierto —respondió; ahora la

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gente estaba a pocos metros de ellos—. Yapuedo caminar.

Kira lo soltó y vio que podía mantenerse enpie.

—Tenemos que…Vale disparó.

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CAPÍTULO CUARENTA Y SIETE

—Les pido disculpas por mi ausencia —dijoNandita—. Estaba tratando de salvar al mundo.

Estaba de pie en la sala de su antigua casa,de la que Ariel había huido tantos años atrás yadonde había jurado no regresar jamás.

—¿Qué te hace pensar que vamos acreerte? —preguntó Ariel en tono cortante ycon los puños apretados.

—Ahora son adultas —respondió Nandita—, o casi. A los niños hay que protegerlos de laverdad, pero las adolescentes tienen queenfrentarla.

Cinco rostros la observaban, todas lasmujeres de la vida de Ariel: sus hermanasMadison e Isolde, su amiga Xochi y la madre de

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esta, la exsenadora Kessler. Hasta Arwen, labebé del milagro, estaba allí. Todas atrapadaspor el ejército Parcial, devueltas a East Meadowpara esperar, preocuparse y morir. Se habíanreunido en la casa de Nandita porque era elúnico hogar del que se habían marchado. Sisupieran lo estrecha que era nuestra relacióncon Kira, pensó Ariel, estaríamos en másproblemas todavía.

—Hace un año que la Red la busca —dijoKessler—. ¿Dónde diablos estuvo, y quérelación tiene con el ejército Parcial?

—Yo lo creé —respondió Nandita.—¿Qué? —balbuceó Kessler, la primera

que logró articular una respuesta. Ariel estabademasiado atónita como para decir algo—.¿Usted creó a los Parciales?

—Fui parte del equipo que desarrolló sucódigo genético —dijo, al tiempo que se quitabael abrigo y el pañuelo con que se cubría lacabeza. Tenía las manos arrugadas, pero sin loscallos que Ariel siempre le había visto. Dondefuera que hubiera estado, no había estado

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trabajando en una huerta ni haciendo ningún tipode trabajo manual.

—¿Y lo admite así como así? —preguntóKessler, ardiendo de furia—. Creó una de lasmayores fuerzas del mal que este mundohaya…

—Yo creé personas —repuso Nandita—,como cualquier madre. Y los Parciales, comocualquier hijo, tienen capacidad para el bien ypara el mal. No fui yo quien los crio ni quien losoprimió con tanta dureza que se vieron obligadosa rebelarse.

—¿Obligados? —repitió Kessler.—Usted, en su lugar, no habría hecho menos

—replicó Nandita—. Está más dispuesta acombatir lo que no le agrada que nadie que yoconozca; nadie salvo Kira, tal vez.

—Déjala hablar, Erin —intervino Xochi.Ariel nunca la había oído llamar a su madre deotro modo sino por su nombre de pila.

—Así que tú los creaste —dijo Isolde—.Eso no explica por qué desapareciste.

—Cuando los diseñamos, los hicimos

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portadores de la peste —explicó—. Noexactamente la que llegó a conocerse comoRM; la peste que se liberó fue aún más virulentade lo que era nuestra intención, y por razonesque no comprendemos del todo. Pero tambiénhicimos una cura, de la cual todos los Parcialesson también portadores, que se activaría con unsegundo disparador químico. Y después, comopueden ver, todo se fue al diablo.

—Todavía no nos has dicho dónde estuviste—dijo Ariel, con los brazos cruzados sobre elpecho. Estaba tan acostumbrada a odiar aNandita que aquellas confesiones la confundíanmucho. Por un lado, le daban más motivos paraodiarla y justificar sus sospechas y acusaciones.Pero por otro, ¿cómo podía confiar en lo quedijera Nandita, aunque se autoincriminara?

—Ten paciencia, ya llegaré a eso. Primerotengo que ponerlas en antecedentes.

—No es así —replicó Ariel—. Necesitamosrespuestas.

—Yo te inculqué mejores modales.—Me enseñaste a desconfiar de todo lo que

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dijeras —repuso—. Deja de quererconvencernos y limítate a responder nuestraspreguntas, o todas las mujeres que estamos enesta habitación te entregaremos con gusto a losParciales.

Nandita se quedó mirándola, y un fuego seencendió en sus ojos. Miró a Ariel, luego aIsolde y otra vez a Ariel.

—Muy bien —dijo—. Estuve ausenteporque estaba tratando de recrear el disparadorquímico que libera la cura.

Xochi frunció el ceño.—Eso parece muy fácil de entender.—Porque ya les di el contexto —respondió

Nandita—. Trabajé en ello once años, lo mejorque pude con los elementos de los que disponía,utilizando hierbas para destilar las sustancias quenecesitaba. El año pasado, mientras estaba deexcursión en busca de ingredientes, encontréalgo que no imaginaba que todavía existía: unlaboratorio con equipos de modificación genéticaen condiciones de ser utilizado, y tenía suficienteelectricidad para funcionar. Quise regresar por

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ustedes para llevarlas allá, explicarles todo yresolver el problema de una vez por todas, perodebido a la guerra civil, y ahora la invasiónParcial, viajar era muy peligroso.

—Pero ¿por qué nosotras? —preguntó Ariel—. ¿Por qué llevarnos al laboratorio… por quéusarnos para tus experimentos?

—Esa es la parte para la que todavía lesfalta el contexto. El disparador químico era paraustedes… la cura está en ustedes. En Kira,Ariel e Isolde.

—¡¿Qué?! —preguntó Madison.Isolde se quedó mirándola, azorada, y se

cubrió el vientre abultado con las manos comopara protegerlo de las palabras de Nandita. Arielesbozó una leve sonrisa; su confusión y terroraumentaron con una victoria que había tardadotanto en llegar que no pudo sino disfrutarla.

—Conque sí estabas experimentando connosotras.

—Tuve que recrear el disparador desdecero, y era un proceso que implicaba muchaspruebas y errores.

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—Un momento… —dijo Xochi—, dijisteque la cura estaba incorporada en losParciales… ¿Por qué querías obtenerla de ellastres?

—Acabas de responder tu propia pregunta—respondió Nandita.

—Somos Parciales —dijo Ariel, con los ojosfijos en la mujer—. Tu pequeño orfanato deParciales —quedó aturdida por la revelación,pero la ira la ayudaba a no perder laconcentración. Hacía tanto tiempo que la odiabay había desarrollado tantas teorías acerca de sucomportamiento, que le resultaba demasiadofácil creer en esa nueva idea—. ¿Cómo pudistehacernos eso? ¡Te tratamos como a una madre!

—No puedo ser Parcial —dijo Isolde, convoz que revelaba el dolor que sentía—. No losoy, estoy… embarazada. Los Parciales sonestériles —temblaba, reía y lloraba, todo a la vez—. Soy humana, como todo el mundo.

—Yo las vi crecer —objetó Kessler—. LosParciales no crecen.

—Son modelos nuevos —respondió Nandita

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—. Las primeras generaciones se crearon parala guerra, pero todo el mundo sabía que en algúnmomento la guerra se terminaría. ParaGen erauna compañía y los Parciales eran un producto,y la junta directiva siempre estabaadelantándose a lo que causaría furor en lasiguiente temporada. ¿Qué hacer con latecnología de BioSintes cuando ya no senecesitaran soldados?

Ariel sintió náuseas; de pronto, se sentía unaextraña en su propio cuerpo.

—Éramos criaturas —hizo una mueca—.¿Vendían niños?

—Creamos Parciales a los que la gentepudiera amar. Niños fuertes y sanos quepudieran ser adoptados y criados igual que loshumanos. Satisfacíamos una necesidad delmercado; fue la manera en que pudimosconvencer a nuestros jefes de que pusieran eldinero, y al mismo tiempo asimilábamos a losParciales, y la idea de los Parciales, en las filasde la humanidad. Los niños que creamos eran eleslabón perdido que haría que los Parciales

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dejaran de ser un horror ajeno a nosotros paraconvertirse en parte de nuestra vida cotidiana.Eran tan humanos como pudimos hacerlos:podían aprender y crecer, envejecer, y hastaprocrear —señaló a Isolde con un gesto—.Además de eso, tenían todos los beneficios deser Parciales: cuerpos y huesos más fuertes,músculos y órganos más eficientes, mejoressentidos y mentes más agudas.

—Y una sentencia de muerte a los veinteaños —acotó Xochi.

—No —dijo Nandita—, no tienen fecha devencimiento. En los modelos nuevos, todo sediseñó para igualar o mejorar la vida humana;sin limitaciones, sin jugar a dos puntas para noperder, con un Seguro.

—No estaban creando niños solamente —observó Ariel—, estaban reconstruyendo la razahumana.

Nandita no dijo nada.—No es verdad —dijo Isolde, levantando la

voz—. Nada de lo que dijiste es verdad. ¡Eresuna vieja loca y mentirosa!

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Ariel miró a su hermana adoptiva, y el odioque sentía por Nandita se tornó en la clase dehorror que estaba destruyendo a Isolde. Si eranParciales, eran monstruos. Habían destruido elmundo. Tal vez no personalmente, pero eranparte de lo mismo. Los demás, todas laspersonas con quienes se habían criado,pensarían que habían tenido algo que ver. Ya lasenadora Kessler estaba adelantándose poco apoco, colocándose entre Xochi y lasmonstruosidades Parciales que habían sido susamigas. ¿Qué pensaba que iban a hacer?¿Creería que ahora que Ariel sabía que eraParcial, de pronto empezaría a matar gente?¿Qué pensaría de ella el resto de la isla? ¿Queera una traidora? ¿Una agente encubierta?¿Una tonta o un monstruo? Al menos Ariel notenía amigos a quienes traicionar; ya estabaaislada por tantos años de vivir en las afueras.Isolde tenía amigas, familia, un empleo… unempleo en el Senado, en el corazón del gobiernohumano. ¿Acaso pensarían que era una espía?¿Qué le harían a una espía Parcial, embarazada

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o no?¿Qué harían los Parciales si se enteraran?

¿Lo sabrían ya? ¿Podría Ariel acudir a ellospara pedirles ayuda, o para ayudar a poner fin ala ocupación? Tal vez si se lo decía a uno de lossuyos…

Uno de los suyos. Una Parcial. La mente deAriel se rebeló, y se sintió enferma; corrió a lacocina y vomitó en el fregadero. Una Parcial.Todo lo que había pensado de Nandita eraverdad. Era incluso peor.

Nadie fue a la cocina a ayudarle.—¿Y el bebé de Isolde? —preguntó Xochi,

con voz dubitativa—. ¿Es…? ¿Qué es?¿Humano o Parcial?

—¡No soy Parcial! —gritó Isolde.Ariel se enjugó la cara y la boca, y se quedó

mirando por la ventana de la cocina hacia laoscuridad exterior.

—Supongo que es ambas cosas —respondióNandita—. Un híbrido de humano y Parcial.Supusimos que esto podía suceder, pero…tendré que hacer más estudios para averiguar

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con exactitud qué significa.Ariel regresó a la sala. Se sentía diferente.

Distanciada. Más que nunca.—Entonces pasaste años tratando de activar

la cura —dijo Madison— y luego, ¿qué? ¿Tefuiste a activarla en otra parte? ¿Sin las chicas?

—Encontré un laboratorio, como les dije.Con electricidad y autonomía. Habría vuelto abuscarlas, pero el clima político no eraprecisamente amigable en ese momento.

—No somos estúpidos —gruñó Kessler—.Si nos hubiera dicho que estaba trabajando enuna cura…

—Me habrían puesto impedimentos, igualque a Kira —repuso Nandita—. Y si les hubieradicho lo que acabo de contarles, me habríanenviado a prisión o, directamente, me habríanmatado.

—Bueno, deja de hablar y hazlo —dijoIsolde—. Volviste porque tienes la cura, ¿no esasí? Puedes desbloquearla y podemos salvar atodos.

Volvió a tocarse el vientre, y Ariel sintió un

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asomo de esperanza, pero Nandita sacudió lacabeza.

—¿Qué? —preguntó Xochi—. ¿No laencontraste?

—Claro que sí —dijo Nandita—. Tenía onceaños de datos biológicos de las chicas, trabajé enel proyecto original y tenía un laboratorio ideal.Sabía que había un disparador, y encontré lacombinación química exacta para activarlo —sacó un frasquito de vidrio de una bolsita quellevaba colgada del cuello y lo levantó;resplandeció con la luz—. Pero no es la cura.Alguien ya disparó la cura en todos los Parcialesque la tienen —miró a Madison—. Kiradescubrió eso mientras yo no estaba; así salvó atu bebé.

—¿Y entonces qué descubriste? —preguntóIsolde—. ¿Qué activa ese frasquito?

—Tengo una sospecha —dijo Nandita—.Pero no es buena.

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CAPÍTULO CUARENTA Y OCHO

—Creo que los perdimos —susurró Kira,jadeando por el esfuerzo. Llevaban casi unahora corriendo entre las ruinas, perseguidos decerca por lo que parecía la Reserva entera.Estaba tan cansada que apenas podía caminar, yse habían refugiado en un antiguo banco—. Nosé si puedo seguir un paso más. Ahora sé cómote sentías en la torre.

—Y cómo me siento todavía… —dijoSamm. Se desplomó contra la pared y fuecayendo lentamente al suelo, dejando unamancha de sangre de la herida que tenía en elbrazo—. Lo que haya sido ese sedante que Valeusó allá, es terriblemente potente. Véndame.

Kira se quedó junto a la ventana casi un

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minuto más, vigilando el camino en busca decualquier indicio de movimiento o persecución.Aún nerviosa, retrocedió hasta la pared dondese apoyaba Samm y sacó los restos de subotiquín médico. No el completo, pues ese habíaquedado en la habitación de Calix, sino unoesencial que llevaba en la mochila con las demáscosas que no quería perder de vista: su pistola,ya sin municiones; un puñado de los documentosde Afa, manchados por el agua; el asa, queahora había perdido en el laboratorio de Vale.Limpió la herida en el brazo de Samm, un surcoensangrentado donde la bala le había rozado eltríceps, y le dio un puñado de antibióticos paraque los tragara.

—Probablemente no vas a necesitarlos —ledijo—, a juzgar por lo que vi en tu sistemainmunológico, pero tómalos de todos modos. Mehace sentir mejor.

—No es tu culpa.—Estaba apuntándome a mí —respondió

Kira—. Fui yo quien lo puso furioso.—Y yo me interpuse a propósito —repuso

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Samm—. Te lo dije: Vale está en el enlace…supe que iba a dispararte antes de que lo hiciera.

—Eso no me hace sentir mejor —dijo Kira,mientras hurgaba el bolso en busca de vendas, ydescubrió que no le quedaba ninguna—. Todasse quedaron en la Reserva —dijo—. Espera,déjame ver qué encuentro.

Estaban escondidos en las oficinas traserasdel banco, lejos de la calle, y Kira se puso de piepara buscar algún tipo de tela.

—Ahora que tenemos un respiro —dijoSamm—, puedes contarme por qué de prontoquiere matarte. Supongo que nos descubrieronhusmeando en la torre.

—Descubrí su secreto —respondió Kira,mientras abría los cajones de un viejo escritoriode madera. Y él descubrió el mío, pensó, perono quiso contarle eso a Samm por el momento.¿Qué diría si supiera que soy portadora dela enfermedad que podría matar a todos losParciales del mundo?—. No tiene una curanueva. Recoge la feromona de un grupo deParciales que tiene encerrados y sedados en la

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torre. A uno de ellos lo modificó para queproduzca un potente sedante para Parciales; poreso te dormiste apenas entraste en el edificio.Así los mantiene incapacitados.

Samm guardó silencio un momento antes devolver a hablar:

—Eso es horrible.—Sí.—Tenemos que detenerlo.—Lo sé —respondió Kira—, pero primero

tenemos otras cosas por resolver. Por ejemplo,que no te mueras desangrado.

Encontró la chaqueta de un traje en unarmario pequeño y la sacó para examinarla. EnLong Island estaría llena de moho tras doceaños de humedad, pero allí, en las ruinas de unaciudad en el desierto, estaba bastante bienconservada. La llevó hasta donde estaba Samm,se sentó en el suelo, sacó su cuchillo y empezó acortarla en tiras anchas.

—Siempre quise verte de traje.—Tenemos que liberarlos —dijo Samm.Kira se detuvo a la mitad del corte.

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—No es tan simple.—Podemos regresar. De noche. De todos

modos, necesitamos buscar una manera derescatar a Heron. Hace demasiado tiempo quedesapareció; tiene que estar allá adentro.Podemos buscarla, liberar a los que tieneprisioneros y sacar a todos de allá.

—Lo sé —respondió Kira—, pero no es tansencillo. Los Parciales cautivos sonprácticamente esqueletos; no sé si podríansobrevivir fuera del laboratorio, ni hablar de unintento audaz de rescatarlos por la noche.

—¿Dirías lo mismo si fueran prisioneroshumanos?

Kira sintió como si le hubiera dado unabofetada.

—No digo que no tengas razón, solo digoque no es tan fácil. ¿Por qué te enojas conmigo?

—Es lo mismo que quiso hacerte la doctoraMorgan —dijo Samm—. Convertir un ser vivoen una caja de Petri para un experimentocientífico. Yo arriesgué mi vida y destruí misamistades por liberarte.

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—Ayudaste a capturarme.—Y después te liberé —replicó—. Hay una

posibilidad muy real de que lo que sea queMorgan quería hacerte hubiera dado resultado,de que ella pudiera aprender de tu biología algoque la ayudara a detener la fecha devencimiento, pero yo te liberé. Dime ahora quela razón por la que no quieres volver alláconmigo no tiene nada que ver con que esosParciales se usan para salvar vidas humanas.

Kira abrió la boca para negarlo, pero nopudo. No podía mentirle a Samm.

—O sea que lo que dices es que dejemosmorir a todos los niños humanos de aquí.

No lo dijo como una pregunta.—No sabes si pasaría eso…—Sé muy bien que sí —replicó,

interrumpiéndolo antes de que pudiera terminar—. Es lo que sucede en East Meadow todos losdías desde hace doce años, y estuve uno de esosaños en la maternidad, observándolo todo. Sisacamos a esos Parciales del laboratorio, losniños humanos que nazcan van a morir. No voy

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a dejar que pase eso.—¿Pero sí permitirás que sigan usando a

esos Parciales como máquinas? —le preguntó.Kira nunca lo había oído tan enojado. Parecíacasi… humano—. Eres Parcial, Kira. Ya eshora de que empieces a aceptarlo, maldición.

—No se trata de eso.—Por supuesto que sí. ¿O qué es?

¿Vergüenza? ¿Te avergüenzas de lo que eres?¿De lo que soy yo? Pensé que estabas haciendoesto para salvar a ambas razas, pero cuando lascosas se pusieron difíciles te volcaste al lado delos humanos. Heron viene explicando desde elprincipio cómo podríamos salvar a los Parciales,pero no quisiste hacerlo; primero tenías quevenir a buscar una manera de salvar a loshumanos.

—¡No es así de sencillo! —gritó Kira—. Sisacas a esos Parciales, esos niños van a morir.Esta comunidad se va a desintegrar. No quierohacer de esto una cuestión de números, pero eneste caso lo es: diez personas a cambio de dosmil, diez mil o veinte mil, a medida que la

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comunidad vaya creciendo. Si en ese laboratoriohubiera humanos que mantuvieran vivo a todoun hospital lleno de niños Parciales, estaríadiciendo lo mismo.

—Entonces, ¿por qué no tratarlos comohumanos? —preguntó Samm—. Que tú sepas,los Parciales podrían quedarse por voluntadpropia. ¿Les preguntó, siquiera? ¿Les explicó lasituación? No somos monstruos desalmados,Kira, y no merecemos que nos traten así.

—¿Te quedarías tú? —le preguntó Kira a suvez—. ¿Renunciarías a todo lo que tienes, atodas tus esperanzas y ambiciones paraconvertirte en… una vaca lechera? ¿Tequedarías aquí sin hacer nada y los dejaríasrecoger tus feromonas? Al menos tendrías aCalix para hacerte compañía.

—Kira, no sabes de lo que hablas.—¿Qué te parece esto? —prosiguió,

demasiado furiosa para detenerse—. El Parcialque produce el sedante se llama Williams. Es unarma viviente que no puede, por definición,convivir con otros Parciales. Vale le alteró el

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ADN, y no puede volver a modificárselo porquelos equipos se rompieron. La única manera deliberarlo es… —se interrumpió de pronto, aldarse cuenta de que ya no estaba hablando solode Williams. Estaba hablando de sí misma. Elarma viviente que amenazaba a todos los demásParciales solo por existir—. La única manera deque puedan ser libres —prosiguió, con vozqueda— es que él muera —se le hizo un nudoen la garganta, y se obligó a formular lapregunta final—. ¿Qué haces con él?

Por favor, no digas que lo matarías,pensó. Por favor, no digas que me matarías.

—Creo que… —Samm se interrumpió, yKira se dio cuenta de que estaba pensandoprofundamente—. Aún no lo había pensado —dijo—. No es sencillo, pero es…

Por favor, que diga que no, pensó Kira.—Supongo que a veces una persona tiene

que sufrir para que todas las demás puedan serlibres —dijo Samm, y ella palideció.

—Entonces, ¿lo matarías?—No me gustaría —respondió—, pero

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¿cuál es la alternativa? ¿Sacrificar a toda unacomunidad por una sola persona? Hay quehacer lo que es mejor para el grupo; si no, solohay tiranos.

—O sea que sacrificarías a uno por los otrosnueve —dijo Kira—, pero no sacrificarías a diezpara salvar a varios miles. Es poco coherente,¿no crees? ¿Acaso esta ciudad llena dehumanos no es uno de esos grupos para loscuales hay que hacer lo mejor?

—Lo que digo es que no se puede usar a laspersonas —respondió Samm—, porque laspersonas no son cosas. Aunque supongo que nodeberíamos sorprendernos, pues asíexactamente tratamos a Afa.

—¿Qué dices? Fui yo quien lo defendió,quien se puso de su lado todo el tiempo; hicetodo lo que pude por mantenerlo sano, portratarlo bien…

—Lo arrastramos a una situación que notenía nada que ver con él —le recordó Samm—porque lo necesitábamos. Lo usamos paranuestros propios fines, y no estoy diciendo que lo

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hayas hecho tú; todos lo hicimos, todos lotrajimos. Pero estuvo mal que lo hiciéramos, yahora está muerto y tenemos que aprender unalección de eso.

—¿Y la lección es dejar morir a máspersonas? —preguntó Kira—. Sé que tuvimos laculpa por la muerte de Afa, yo más que nadie, yno quiero cargar con eso en mi conciencia, peroaunque no pude salvarlo, sí puedo salvar a lasiguiente generación de niños humanos. No megusta la manera, y a Vale tampoco, pero sonelecciones imposibles. Todo lo que elijamos seráhorrible, trágicamente malo para alguien, enalgún lugar, pero ¿qué alternativa tenemos? ¿Noelegir? ¿Quedarnos de brazos cruzados y dejarmorir a todos? Esa es la peor elección de todas.

Samm habló con voz más queda, ya no conagresividad sino con sencillez y tristeza.

—No creo en las elecciones imposibles.—Pues entonces, ¿cuál es la respuesta?—Aún no lo sé —respondió—, pero sé que

hay otra respuesta. Y debemos encontrarla.Kira se dio cuenta de que estaba llorando, y

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se enjugó las lágrimas con el dorso de la mano.Todavía sujetaba una tira de la chaqueta, y laagitó débilmente.

—Dame tu brazo —dijo—. Hay quevendarlo.

—Hazlo lentamente —dijo Calix. Kira ySamm se sobresaltaron, y al darse vuelta vierona la rubia de pie detrás de ellos, con una pistolaen la mano—. Gracias por tener una discusióntan acalorada —agregó—. Fue mucho más fácilencontrarlos.

—No me quedan balas —dijo Kira, echandoun vistazo a la pistola que había dejado junto a lamochila, del otro lado de la oficina.

—A mí me queda una —dijo Samm—, peroestoy seguro de que podría matarnos a los dosantes de que llegara a sacar el arma.

—Es lo más acertado que hayas dicho —respondió Calix—. ¿Qué tal si sacas esa pistoladespacito y me la acercas con el pie?

Él tomó su pistola con dos dedos, lejos delgatillo, y la dejó caer al piso.

—Eso es —dijo Calix—; ahora patéala

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hacia mí.Samm obedeció y ella se agachó para

levantarla, sin dejar ni un momento de apuntarlescon la semiautomática que sostenía con la otramano. Comprobó que la pistola de Samm tuvierapuesto el seguro y la guardó en un morral quellevaba junto a la cintura.

—Ahora respondamos algunas preguntasantes de que vuelva a llevarlos a la Reserva.Primero —y le tembló ligeramente la voz—: ¿esverdad que son Parciales?

—Así es —respondió Kira—, pero eso nonos convierte en enemigos.

—El doctor Vale dijo que querían llevarsenuestra cura para el RM.

—Eso es una… —Kira miró a Samm yluego a Calix—. No queremos que nadie muera.

—Pero estás hablando de cerrar sulaboratorio.

—¿Sabes qué cosa es la cura? —lepreguntó Samm.

—Es una inyección —respondió Calix.—¿Pero sabes cómo la prepara?

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La confusión de la chica se disipó, y surostro serio adoptó un gesto decidido una vezmás.

—¿Qué importa eso?—La cura proviene de los Parciales —

explicó Kira—. Tiene a diez de ellos en unlaboratorio en el subsuelo, donde viven en comainducido desde hace doce años.

—Eso no es cierto —dijo Calix.—Los he visto —respondió Kira.—Mientes.—El doctor Vale creó a los Parciales —dijo

Samm—; hay mucho que no sabes de él.—Pónganse de pie —ordenó Calix—. Voy a

llevarlos de vuelta y vamos a hablar con eldoctor, para que todos sepan lo equivocados queestán ustedes.

—Eso será mucho más esclarecedor de loque crees —dijo Kira, mientras se levantaba.

De pronto, un disparo resonó en el edificio.Kira se dejó caer al suelo y se cubrió la cabeza.¿Me disparó? ¿O le disparó a Samm? Oyóotro disparo y un grito de dolor, y Calix se

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desplomó. Kira levantó la vista, sorprendida, yluego echó un vistazo a Samm; parecía tanperplejo como ella. Con las manos en el pecho,Calix rodaba por el suelo en un charco desangre que iba agrandándose. Kira gritó y corrióhacia ella.

—¡Calix!Ella gimió con los dientes apretados y gruñó

de dolor y de ira.—¿Qué hiciste?—Yo no hice nada. ¿Quién te disparó? —

apartó las manos de la muchacha del pechoensangrentado para buscar el orificio de la bala,y descubrió que la herida estaba en la mano. Elexceso de sangre provenía de un segundoorificio en el muslo—. Sigue presionando aquí—le dijo, mientras volvía a colocarle las manossobre el pecho—. Samm, necesito tu ayuda conesta pierna.

—¿Quién le disparó? —preguntó él, altiempo que sostenía los hombros de Calix parainmovilizarla.

—¿Quién crees tú? —preguntó Heron. Kira

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dio media vuelta y la vio entrar corriendo desdela calle en ruinas—. Estaba lejos y esta pistolano es tan precisa como debería. Quítense de ahípara que pueda acabarla.

—No queremos que la mates —dijo Kira,poniéndose delante del arma de Heron—.¿Dónde estuviste?

—Haciendo mi trabajo. ¿Viste la torre?—Por supuesto, y el laboratorio del

subsuelo.—Yo no pude acercarme lo suficiente —dijo

Heron—. Hay una especie de sedante queactúa en el enlace. Pero llevo dos días siguiendoa un hombre llamado Vale, y estoyrazonablemente segura de que es parte delConsorcio. Hay también algunos Parciales, enalguna parte. ¿Ese edificio es lo que creo quees?

—¿Crees que es una granja de feromonascon diez Parciales en coma?

—En realidad, no —respondió, sorprendida—; eso es… sabía que era malo, pero eso… mesorprende de tan malo. Como sea, detesto tener

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razón —miró a Calix, que seguía gimiendo dedolor y retorciéndose en el suelo—. En serio,déjenme que le dé el tiro de gracia.

—¡Basta de matar! —dijo Sammenérgicamente, y tanto Kira como Heron lomiraron. Había logrado levantarse a pesar deldolor de la herida.

—Totalmente de acuerdo: basta de matar —asintió Kira—. Ayúdame a sostenerla para quepueda revisar su herida.

—¿Por qué quieren salvar a… estahumana? —preguntó Heron. Miró a Samm—.Aunque supongo que a ti ya no tengo quepreguntártelo, ¿verdad?

—Es cazadora —respondió Samm—. No esuna enemiga. Aquí no hay soldados. Hasta quellegamos, ni siquiera sabían que todavía habíaguerra. Y nadie más que su líder sabía sobre losParciales del subsuelo. No voy a castigar aCalix por algo que hizo Vale.

Kira sintió una oleada de emoción en elpecho.

—Exacto.

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—Entonces no mataremos a nadie —dijoHeron—. Entraremos de noche, cuando esténcon la guardia baja, y Samm y yo te cubriremosmientras tú sacas a los prisioneros. Eres la únicade los tres que es inmune al sedante.

Samm habló antes de que Kira pudieraresponder.

—Vamos a liberarlos —dijo con firmeza—,pero no nos iremos… al menos, yo no.

—¡¿Qué?! —preguntaron Kira y Heron alunísono.

Samm miró a Kira.—Esa es la respuesta a la elección

imposible. Voy a hacer lo que dijiste: voy aquedarme con ellos.

—Es una estupidez —repuso Heron.—No puedo sacrificar la vida de nadie ni la

libertad de nadie si no estoy dispuesto asacrificar la mía. Vamos a liberar a los Parcialesque están prisioneros, y los humanos podránobtener la feromona de mí.

—Tú… —Kira estaba desconcertada.Buscó alguna manera, cualquiera, de disuadirlo

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—. Tienes solo un año —le dijo—; solo puedesayudarlos un año, hasta que te llegue elvencimiento.

—En ese caso, tienes un año pararesolverlo. Mejor ponte a trabajar.

—Todo esto es muy conmovedor —dijoHeron—, pero no tiene sentido. No vas aquedarte aquí, Samm.

Kira abrió la boca para discutir, pero sedetuvo al ver la expresión de Samm.Seguramente percibió algo en el enlace. Heronno estaba expresando su desacuerdo: estabaafirmando un hecho.

—Heron —dijo Samm lentamente—, ¿quéhiciste?

—Lo que debería haber hecho hace un mes—respondió, con expresión oscura y penetrante—: di aviso a nuestra gente.

Se hizo un silencio absoluto. Hasta Calixcalló, con los dientes apretados, mientraspresionaba sus heridas.

Kira miró a Samm, pero ya sabíaexactamente lo que él estaba pensando. Su

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confusión, mezclada con mucha ira, ardía contanta fuerza en el enlace que ella pudo sentirlacon claridad.

—¿De qué aviso habla? —siseó Calix entredientes.

—¿Llamaste a Morgan? —preguntó Kira—. ¿Nos traicionaste?

—Si quieres llamarlo así —respondió Heron—. Aguanté tu autodescubrimiento emocionalsuficiente tiempo; es hora de parar y hacer algo.Si a la doctora Morgan le sirve tu biología pararesolver el vencimiento, voy a dársela.

—¿Cuándo vas a entender esto? —lepreguntó Kira—. Es lo que Samm acaba dedecir: ¡ya no podemos tomar partido!

—Y lo dijo con mucha pasión —recordóHeron.

—¿Qué hiciste? —preguntó Samm, en tonoapremiante—. Específicamente.

—Encontré una radio de banda ancha quefuncionaba y llamé a la Compañía D por lasrepetidoras que montamos —respondió. Sevolvió hacia Kira—. Te di tu oportunidad e hice

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todo lo que pude para ayudarte, pero lasrespuestas que buscas no están aquí. Me hartéde perder el tiempo.

—Esta es una comunidad pacífica —dijoCalix—. Si traen aquí a un ejército Parcial, vana destruirnos.

—Allí está —dijo Samm, mirando haciaarriba.

Kira miró hacia el techo, no vio nada y sevolvió hacia Samm, que tenía la cabeza ladeada.No estaba mirando, sino escuchando. Ellafrunció el ceño e hizo lo mismo, tratando de oírlo mismo que él.

—¿Qué pasa? —preguntó Calix.—Yo no oigo nada —dijo Kira—, solo un…

un rumor, como un zumbido. Muy leve.—Hubo un tiempo en que ese era uno de los

sonidos más reconocibles de todo el planeta —dijo Heron—, pero hace casi doce años queustedes no lo oyen.

—¿Qué es? —preguntó Kira.—Un motor de turbina —respondió Heron

—. De un avión de carga. El ejército de Morgan

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ya llegó.

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CAPÍTULO CUARENTA Y NUEVE

Kira corrió hacia las tiras que había cortadopara el brazo de Samm.

—Lo siento, Samm; vas a tener que esperarun poco más para ese vendaje.

—Los medicamentos bastaron —respondióél, con los dientes apretados.

Kira volvió junto a Calix, apretó una mangadoblada de la chaqueta contra la herida de lapierna y se la envolvió lo más rápidamente quepudo con las vendas improvisadas.

—¿Para qué te molestas? —le preguntóHeron—. Ni siquiera sabes…

—Cállate —le dijo. Ató las tiras confirmeza, para poner tanta presión como seatrevía sobre el orificio sangrante, sin llegar a

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convertirlas en un torniquete—. ¿Cómo losientes?

—Bien —respondió Calix—. ¿Cuánto faltapara que pueda darle una patada en el trasero aesa Parcial?

Heron levantó las cejas.—Quédate aquí —le indicó Kira, mientras

envolvía la mano de Calix con otra venda—.Tengo analgésicos en mi bolso; no tomesdemasiados. Alguien vendrá a buscarte.

—¿A dónde van? —le preguntó.—A recibirlos. Si no viene nadie, busca

antibióticos y ponte lo más fuerte que puedasantes de tratar de cruzar el páramo. No esbueno para alguien con una herida en la pierna.

—Por favor —pidió Calix—. Por favor, nodejen que lastimen a nadie.

Kira tomó el rifle de la muchacha y corrióhacia la calle, seguida de cerca por Samm yHeron.

—¿Qué esperas lograr? —le preguntóHeron cuando la alcanzó.

Kira escudriñó el cielo en busca del avión.

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—Allá —dijo Samm, señalando hacia eleste. Kira siguió la línea de su dedo y la vio: unadiminuta cruz negra en el cielo gris pálido—.Parece que estuviera lejos, pero se mueverápido.

—Entonces corramos —dijo Kira—.Volvamos a la Reserva. Quién sabe lo que va ahacer Morgan con las personas resistentes alRM que encuentre allí. Tenemos que sacar atantos como podamos.

—Qué manera tan inteligente de pasar tusúltimos minutos —observó Heron.

—¿Quién te preguntó algo?—Yo tampoco quiero que mueran —

respondió—, aunque admito que nonecesariamente me importa si viven. Que yosepa, Morgan solo te quiere a ti.

—No sabes lo que les hará a esas personas—repuso Kira.

—Deberíamos escapar hacia el otro lado —opinó Samm—. Podemos perdernos en lasruinas y salvarte, Kira.

—Me gustaría verlos intentarlo —exclamó

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Heron.—No estamos escapando —dijo Kira—.

Escapé cuando Morgan invadió Long Island, yella empezó a matar rehenes para que yoapareciera. Pensé que había hecho lo correcto,pero no permitiré que vuelva a hacerlo.

—¿Qué estás diciendo? —le preguntóSamm, pero Kira señaló el avión gigantesco quebajaba por el cielo.

—Tenemos que ir a la Reserva, ¡ahora!Echó a correr a toda velocidad por las calles

ya familiares que conducían desde las afuerasde la ciudad hasta el límite de la Reserva,seguida por Samm y Heron. Mirabaconstantemente hacia arriba, tratando decalcular la velocidad y la distancia del avión. Novamos a llegar a tiempo, pensó; vienedemasiado rápido. Se esforzó por correr más,sin atreverse a aminorar el paso ni a desviarsedel camino. El avión se iba haciendo más y másgrande en el cielo mientras descendía, y prontolo oyó: un rumor grave que fue creciendo hastahacerse ensordecedor cuando Kira por fin llegó

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a la Reserva. Había guardias junto al portón, unamedida nueva para impedir la entrada a losintrusos, pero estaban demasiado abstraídosmirando el avión gigante que se acercaba comopara reparar en ella y los demás. El avión teníagrandes rotores en las alas, diseñados paraaterrizar verticalmente, y pasó volando al otrolado del cerco justo en el instante en que Kiracruzó el portón.

Ella gritó para llamar la atención de losguardias internos, aunque apenas logró oír supropia voz por el sonido de los motores. Sujetó alguardia más cercano, una muchacha; la hizogirar y le gritó al oído:

—Ese es un ejército Parcial… Es necesarioque saquen a todos de la Reserva y los lleven alas ruinas ahora mismo.

—Pero… —balbuceó la guardia, mirándola,luego miró al avión y de nuevo a Kira—.Debemos…

—No querrán estar aquí cuando aterricen—le gritó—. ¡Saquen a todos los que puedan yescóndanlos en la ciudad!

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Soltó el brazo de la chica y se internórápidamente en la Reserva. Por el rabillo del ojovio que la guardia reaccionaba y se dirigía haciael edificio más cercano. Pronto salió un grupo depersonas, niños horrorizados y padres con bebésen brazos, gritando de terror mientras corríanhacia las ruinas tóxicas de Denver.

Kira y Samm corrieron hacia el avión,gritando a todos los que veían que evacuaran ellugar. Heron se demoró detrás de ellos, parabloquearles la retirada si intentaban huir. Lossoldados Parciales ya empezaban a descenderdel avión cuando este aterrizó en el pasto;aseguraron un perímetro con eficienciaimplacable y luego lo expandieron, mientrascada equipo cubría al siguiente. Apuntaron susfusiles hacia Samm y Kira, pero no dispararon.

—Se enlazaron conmigo —dijo Samm—.Saben que somos nosotros.

—Arrojen sus armas —ordenó el soldadoque estaba en el borde del área de aterrizaje.Kira extendió su rifle de caza a un lado; no losoltó pero les mostró que no tenía las manos

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cerca del gatillo.—Me rindo —dijo—. Iré voluntariamente.—Arrojen sus armas —repitió el soldado.El viento de los rotores cortaba el aire,

apagaba sus palabras y azotaba el rostro de Kiracon el polvo que levantaba y con su propiocabello al viento. Ella hizo una mueca defrustración, pero dejó caer el rifle. Samm seguíadesarmado.

—¡No lastimen a los civiles! —gritó Kira.—Kira Walker —dijo una voz, y al levantar

la vista, Kira vio a la doctora Morgan bajandodel avión. No llevaba puesto su delantal delaboratorio, sino un traje negro formal—. Es ungusto volver a verla.

—No les haga daño —pidió ella—. Estaspersonas son inocentes.

—Samm —dijo Morgan, al detenerse frentea ellos—. No todos los días me cruzo con unsoldado rebelde de mi propio comando.

—No le ha respondido —dijo Samm.—Y no pienso hacerlo. Eres un traidor, y

ella, una enemiga; difícilmente son la clase de

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personas a quienes me sentiría obligada aescuchar.

—No quiero pelear con usted —repusoKira.

—Yo tampoco querría —dijo, con unasonrisa—. La última vez nos tomó por sorpresa,pero ahora no tiene ningún ejército Parcialrebelde que nos rodee mientras sus amigosintentan un rescate desordenado. Aquí tengotodo el poder, y le agradeceré que lo recuerde.

—No todo —dijo Vale. Se acercaba desdeel otro lado del claro; un grupo de Parciales lorodeaba más como una guardia de honor quecomo si escoltaran a un prisionero—. Tengo quedecir que tus soldados son muy obedientes.

Morgan frunció el ceño y Vale apretó losdientes. Kira no supo bien qué sucedía hasta quevio a los soldados incómodos, jalados en dosdirecciones por la autoridad opuesta de dosmiembros del Consorcio. Miró a Samm y lo viotambalearse; una gota de sudor le caíalentamente por la frente. Lo tomó de la mano.

—Eres más fuerte que ellos —le susurró—.

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No tienes por qué obedecer a ninguno de losdos.

Samm le apretó los dedos con fuerza, tantaque Kira sintió que se los iba a aplastar.

La batalla de voluntades continuó. Vale yMorgan se miraban sin bajar la vista, y enmedio, los soldados parecían indecisos. Kira vioque los nudillos se les ponían blancos al sujetarsus fusiles con desesperación, y uno de ellos sellevó una mano a la frente.

—¡Basta! —gritó Kira—. Esto no lleva anadie a ninguna parte. Doctora Morgan, ¿quéquiere?

Morgan siguió mirando a Vale un momentomás; luego apartó la vista y suspiró. Vale hizo lomismo, pero la alineación de los soldados noparecía haber cambiado nada; se manteníanleales a quien tenían más cerca. Kira observó aSamm, pero no notó ninguna expresión en surostro. Sintió que se le aceleraba el corazón y laaterró pensar que había vuelto a caer bajo elcontrol de Morgan, pero él le apretó la mano.Kira se dio cuenta, en ese momento, de que

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nunca en su vida había sentido tanto alivio.—Estoy aquí por mi estimado colega —dijo

Morgan. Miró a Vale y sonrió—. Estoyreuniendo al grupo otra vez, Cronos. Ya basta:es hora de revertir tu fecha de vencimiento deuna vez por todas.

—¿Tratas de hacerlo con modificacionesgenéticas? —le preguntó Vale—. Ya viste lo quele hicieron a Graeme y a Jerry —apoyó unamano en el hombro del soldado Parcial queestaba delante de él—. Nuestra mente no lotolerará, y las de ellos tampoco.

—Podemos convertirlos en lo que queramos—dijo Morgan—. Lo hemos hecho antes, ypodemos hacerlo otra vez. Ellos son el futuro.Nuestros hijos. Hechos a la imagen que nosplazca.

—La terapia genética no es la respuesta —dijo Vale.

—Tú debes saberlo —respondió Morgan—.Pero no tengo tiempo de resolver sola tusacertijos genéticos —miró a Kira—. Por esovine a buscarte, y a ella. El modelo nuevo. El

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que no tiene todas esas limitaciones molestas.—No dejaré que se la lleve —dijo Samm.Morgan se dispuso a responder, pero Kira

interrumpió:—Iré —dijo rápidamente.Samm empezó a protestar y Morgan parecía

verdaderamente atónita, pero Kira asintió yrespiró hondo.

—El conocimiento del doctor Vale, lasinvestigaciones de la doctora Morgan y mibiología. Heron tenía razón. Es la únicaoportunidad real que tenemos de curar elvencimiento —miró a Samm—. Es lo mismoque dijiste antes: la única elección moral essacrificarse uno mismo. Alguien tiene quehacerlo —dijo. Había ido a Denver en busca derespuestas, de un plan, de cualquier esperanzade ser parte de algo más grande, algo quepudiera salvar tanto a los humanos como a losParciales. Pero ese plan se había echado aperder hacía tiempo, y ella no era nada. Unexperimento fallido. Había dedicado su vida asalvar el mundo, pero ahora comprendía que no

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bastaba con dedicar su vida. Tenía queofrendarla. Volvió a mirar a Morgan—. Estoylista.

—Yo… —Morgan se interrumpió, y miró aKira con atención—. No esperaba esto enabsoluto.

—Yo tampoco —respondió. Apretó lamandíbula, tratando de no llorar—. Vámonos —dijo, con voz queda—. Ahora, antes de quepierda el valor.

—No querrás hacer esto, McKenna —dijoVale—. Cualquier experimento sobre Kirapodría activar el Seguro.

—¿Cómo dices? —lo miró con curiosidad.—El Seguro Parcial —explicó Vale—. El

señuelo que hicimos para engañar a ParaGen, elque mata a los Parciales. La junta lo incorporó auna nueva línea de prototipos Parciales sinnuestro conocimiento. Si por casualidad das conel disparador químico, podrías activarlo.

—¿A qué estás jugando, Cronos? —preguntó Morgan, aunque Kira notó en sus ojosun asomo de duda—. He visto sus escaneos

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médicos… pasé meses revisando cada célula desu cuerpo. Si hubiera otro paquete viral, lohabría visto.

—Pero no sabías lo que buscabas —repusoVale.

Morgan se quedó mirándolo, y luego echó unvistazo a Kira.

—¿Es cierto eso?—Yo… —Kira mantuvo los ojos fijos en

Morgan; tenía demasiado miedo de mirar aSamm—. Creo que tiene razón.

Morgan asintió vagamente, con ojosdistantes.

—En ese caso, tendremos que sercuidadosos —se volvió hacia el avión—.Llévenla. Vámonos de aquí.

—¿Qué vas a hacer con la Reserva? —lepreguntó Vale.

Por su ubicación, los soldados que lorodeaban y se encontraban totalmente bajo suinflujo, dejaron claro que estaban dispuestos apelear si él lo ordenaba. Pero estaban rodeadosy Kira dudaba de que aquel grupo pequeño, por

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leal que fuera, pudiera evitar que Morgan hicieraalgo.

La mujer miró alrededor, los edificiosintactos, el pasto y los árboles verdes y lasfamilias que rodeaban el avión, como si repararaen ellos por primera vez.

—Suponiendo que vienes conmigo, no veorazón para no dejar que tu pequeño terrariomuera en paz.

—En ese caso, iré contigo —dijo Vale.—Y yo me quedo —dijo Samm.Morgan puso cara de exasperación,

claramente irritada.—¿Qué te hace pensar que puedes pedir

algo?Él se mantuvo firme, con la expresión más

feroz que Kira le había visto jamás.—No es una petición.Morgan lo pensó un momento antes de

responder:—Muy bien —dijo, restándole importancia

con un ademán—. De todos modos, el exilioaquí es peor de lo que había planeado para ti —

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miró a Heron—. ¿Y tú? Yo diría que te ganasteel derecho de regresar al círculo íntimo, querida.

—Yo también me quedo.Eso sorprendió aún más a Morgan.—¿Y tu vencimiento?—Regresaré al este a tiempo —dijo Heron,

y echó un vistazo a Samm. Kira no podíasaberlo con certeza, pero parecían estarcompartiendo algo en el enlace. Supuso quemencionaría a los Parciales atrapados en latorre, y por eso la sorprendió la vaguedad de sussiguientes palabras—: tengo que atar algunoscabos primero.

—Muy bien, entonces.Morgan se volvió hacia el avión e hizo una

seña a los soldados para que llevaran a Vale y aKira tras ella. Kira vio que los humanos de laReserva se quedaban acobardados en unsegundo plano, observando con terror yfascinación cómo aquella enemiga del cielo sellevaba a su líder y los dejaba solos.

Tengo que ir con ellos, pensó. Tengo quedar un paso, y luego otro, y otro más, subir

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al avión e ir a… no sé a dónde. Al final.Sacudió la cabeza. Quiero ir, pero no quieromarcharme de aquí.

—Kira —dijo Samm, y ella sintió unalágrima en el rabillo del ojo.

—Samm —dijo—, lo siento… no sé…Se volvió hacia él, tratando de encontrar las

palabras apropiadas para decirle lo que sentía,pero ni siquiera ella misma lo sabía, y de prontoSamm la abrazó; la tomó en sus brazos y la besócon más pasión que la que ella nunca habíasentido en un beso. Ella también lo besó, y sintióque sus cuerpos se fundían entre sí, labios ybrazos y pechos y piernas, una sola persona enun momento de perfecta unidad. Se quedóabrazada a él tanto tiempo como pudo, y cuandoSamm se apartó para respirar, ella hundió lacara en su pecho.

—Perdóname por traerlos aquí, por todo loque hice —le dijo—. Lo siento.

—Yo elegí seguirte —respondió Samm, convoz profunda—. Y volveré a encontrarte.

Se besaron una vez más, y luego los

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soldados Parciales la llevaron al avión. Ella sevolvió y lo miró desde la escalerilla, y él sequedó mirándola, inmóvil.

Luego las puertas se cerraron y los rotoresse pusieron en marcha con un rumor que Kirapudo sentir en los huesos.

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CAPÍTULO CINCUENTA

El bebé de Isolde nació dos días más tarde, en eldormitorio de la casa de Nandita. Los invasoresParciales habían saqueado el hospital tiempoatrás en busca de equipos y medicamentos, demodo que no tenían más que sus manos paraayudarle. Madison tenía a Isolde de la mano,dándole instrucciones y aliento; la senadoraKessler recibió al bebé, y Nandita revisó amadre e hijo para ver si estaban bien. Era unvarón, e Isolde lo llamó Mohammad Khan. A laspocas horas, el niño enfermó. Le brotó en la pielun sarpullido escamoso, que en algunas partesse endurecía como cuero y luego formabaampollas. Isolde lo observaba con lágrimas enlos ojos. Acunaba a su bebé sin esperanzas de

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salvarlo.Pero aquello no era RM.La senadora Kessler examinó las ampollas,

protegida por una mascarilla de papel.—Esto no había pasado nunca —sacudió la

cabeza, tratando de alejar el miedo—. Decenasde miles de casos de RM, y jamás algo así.

—Es el primer híbrido de humano y Parcial—dijo Nandita—. Es el primer Parcial quecontrae el RM. No sabemos cómo va aafectarlo… ni cómo él va a afectar al virus —Nandita se quedó sumida en sus pensamientos,mirando a la criatura que lloraba—. «¿Quétosca bestia, habiendo llegado por fin suhora…?»[2] —dio media vuelta y se alejó.

Ariel observó al niño y se estremeció hastalos huesos.

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AGRADECIMIENTOS

Me encanta escribir estos agradecimientosporque hay muchas personas que me ayudan, ymerecen todo el crédito que pueda darles. Almismo tiempo, detesto escribirlos porque meaterra la posibilidad de olvidar a alguien. Estavez seré breve: gracias a mi editor, JordanBrown; a mi agente, Sara Crowe; mi publicista,Caroline Sun, y a todos los demás enHarperCollins y Balzer + Bray. Todos sonincreíbles.

Gracias a todos los escritores que mepermiten acompañarlos en sensacionales giras yeventos literarios, y gracias a los muchoslibreros increíbles que los organizan y que, con eltiempo, han llegado a ser buenos amigos. Más

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que nada, gracias a los lectores que asisten aestos eventos. Son ustedes quienes los hacenestupendos.

En lo personal, este libro no existiría sin miesposa, Dawn, que es la persona másmaravillosa que conozco.

Este libro existiría, pero no sería muy bueno,sin la contribución de mi hermano, Rob, y de miamigo Ben Olsen; ambos hicieron aportacionesnarrativas valiosísimas. Les diría qué partes,pero no quiero revelar nada de antemano.

Por último, quiero agradecer a la razahumana por ser tonta, dolorosa, maravillosa einspiradora. La gente es lo más asombroso quehaya creado el universo. Acepten sucomplejidad, no le pongan límites a sucreatividad y sean todo lo que puedan llegar aser. Son ustedes quienes hacen del mundo unamaravilla.

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Notas

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[1] N.T.: Walker: caminante, en inglés. <<

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[2] Cita en el original: «What rough beast, itshour come round at last…».

Verso del poema «La segunda venida» deWilliam B. Yeats, escrito luego de la PrimeraGuerra Mundial, en el cual vislumbraba eladvenimiento de un futuro sombrío. <<