Jose Carlos Mariategui Tomo 17

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    JOS CARLOS MARITEGUI

    Figuras y AspectosDe la

    Vida Mundial

    II(1926-1928)

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    BIBLIOTECA AMAUTALIMA-PER

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    POLITICA ITALIANA*

    Para los que en 1924 se emborracharon con exceso de ilusiones reformistas ydemocrticas, el balance de 1925 no puede ser ms desconsolador. El ao seha cerrado con fuertes prdidas para el reformismo y la democracia. EnFrancia, el cartel de izquierda ha entrado, en el curso de 1925, en un perodode disolucin. En Alemania, la eleccin de Hindenburg ha marcado un retornode los principios conservadores y militaristas. En Italia, sobre todo, el rgimenfascista, que en 1924 vacilaba, en 1925 ha contraatacado victoriosamente.

    Durante ms de un semestre, la heterognea coalicin del Aventino vivi en elerror de creer que el boicot del parlamento bastaba para traer abajo a Musso-lini. El partido comunista le record en vano que un rgimen instaurado por lafuerza no poda ser abatido sino por la fuerza. La democracia italiana no quiso

    discutir siquiera la proposicin comunista de convertir el Aventino en unparlamento revolucionario. Los socialistas -unitarios y maximalistas- sesolidarizaron con esta tctica pasiva. La batalla se libraba en la prensa. Laoposicin, duea de la mayor parte de los peridicos, se embriagaba con elestruendo de una ofensiva periodstica en gran estilo.

    Pero, naturalmente, por esta va no se poda llegar a la meta soada. NiMussolini era hombre de dejarse arredrar por una maniobra como la de laretirada al Aventino. Ni la oposicin po-

    --------------* Publicado enVariedades, Lima, 16 de Enero de 1926.

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    da suscitar una agitacin popular capaz de producir extra-parlamentariamenteun nuevo gobierno. El Aventino representaba un gesto negativo. No tena unprograma positivo, un mtodo creador. Y el tiempo, lgica y fatalmente, tra-bajaba por el fascismo. La tensin nerviosa producida por el asesinato deMatteotti se debilitaba a medida que los meses pasaban sin que el anti-fascismo empease el combate decisivo.

    En enero pasado, constatadas ya hasta el exceso la impotencia de la oposicinaventinista y la domesticidad de la oposicin parlamentaria. Mussolini com-prendi que era el instante de contraatacar. Los hechos han probado que no seequivocaba. Mussolini, en seis meses de defensiva, le haba tomado bien elpulso al adversario. Habia averiguado, por ejemplo, que no tena intencionesde presentarle combate, por el momento, sino en el terreno periodstico. Yque, en consecuencia, la posicin contra la cual deba dirigir sus fuegos era laprensa.

    La prensa no fue suprimida; pero si fueron suprimidos sus ataques. Mussolinisometi las noticias y los comentarios de la prensa a la justicia sumaria yrpida de los prefectos. Sus autoridades no se tomaban la molestia de la cen-sura previa. No prevenan; repriman. Las ediciones que contenan una noticiao un comentario demasiado heterodoxo eran secuestradas por la polica. Porconsiguiente, los peridicos sufran no slo en su propaganda sino, adems,en su economa.

    Mediante este simple sistema de represin. Mussolini consigui casi desarmara la oposicin. El bloque del Aventino pens entonces en el regreso a lacmara. A falta de la tribuna periodstica, haba que emplear la tribuna par-lamentaria. Pero a este respecto l acuerdo no era fcil. A la resolucin defi-nitiva, sobre todo, no

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    se poda arribar prontamente. Algunos diputados del Aventino se manifesta-ban reacios al retorno a Montecitorio. Esta especie de declaratoria de quiebrade una empresa acometida con tanta arrogancia y tanto nfasis les resultabams difcil de aceptar que todas las dosis posibles de aceite de ricino.

    Y tuvo as el Aventino un perodo de parlisis, durante el cual se incubaronacontecimientos sorpresivos, teatrales, destinados a obstruir el mismo caminodel retorno. El golpe frustrado de Zaniboni contra el Duce vino, hace un mes,a mudar la situacin. Zaniboni, ex-diputado socialista unitario, excombatientecondecorado con la medalla de oro al valor militar, fue sorprendido en uncuarto de hotel, estratgicamente ubicado, en instantes en que se preparaba adisparar sobre Mussolini los dos tiros de un fusil de precisin matemtica.

    El complot no poda ser atribuido a la oposicin aventinista. La polica deMussolini saba que Zaniboni obraba de acuerdo con unos pocos elementos

    demo-masones. No caba siquiera el procesamiento de su partido. Los hilos dela conjuracin no denunciaban la existencia de una red de preparativos revo-lucionarios. Denunciaban slo un estado de desesperacin en los temperamen-tos ms ardorosos y tropicales del Aventino. Pero el fascismo necesitaba sacarde este acontecimiento todo el partido posible. Y, sin duda, lo ha sacado.

    Mussolini prohibi a sus gregarios las represalias. Su orden fue obedecida.Mas, precisamente a la sombra de esta disciplinada abstencin de actos espo-rdicos de violencia y de terror, la polica carg a fondo contra la oposicin.No ha habido en Italia, a raz de la tentativa de Zaniboni, represalias indivi-duales de los "camisas no-

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    gras". El gobierno fascista ha preferido usar, con el mximo rigor, la represinpolicial.

    Todos los reductos legales de la oposicin han sido asaltados. Y muchos hancado definitivamente en manos del fascismo. El rgimen fascista ha aprove-chado la tentativa estpida de Zaniboni para disolver al partido socialistaunitario, para suprimir "La Giustizia", "La Voce Republicana" y otros diarios,para ocupar las logias masnicas, etc. Los sindicatos fascistas se han instaladomanu militareen el local de la cmara de trabajo de Miln, antigua ciudadeladel proletariado socialista, considerada inexpugnable por mucho tiempo.

    El episodio ms resonante de esta ofensiva fascista ha sido, tal vez, la con-quista del "Corriere della Sera". "La Stampa" de Turn y el "Corriere dellaSera" de Miln, sus dos mayores rotativos, eran las dos ms fuertes posicionesdel antifascismo en la prensa italiana. Mussolini poda suprimirlos. Pero esto

    le pareca, sin duda, demasiado "escuadrista". Mucha genteben pensantenole perdonara nunca el asesinato de dos peridicos en cuya lectura cotidiana sehaba habituado a formar su criterio. Lanzada a los vientos la noticia del golpefracasado, se presentaba, en tanto, la ocasin de ganar para el fascismo estasdos tribunas. "La Stampa" de Turn fue la primera en caer. El senador Fra-ssati, -percibido el peligro de la supresin lisa y llana del diario-, abandon sudireccin. Con el "Corriere della Sera" hubo que apelar a medios ms enr-gicos. El secretario general del partido fascista, Farinacci, puso a los herma-nos Crespi, principales accionistas del "Corriere", frente a este dilema: o lasuspensin del diario o su entrega al fascismo. Y los hermanos Crespi, pac-ficos industriales lombardos, optaron en seguida por el segundo trmino. Elolvido de una formalidad de la escritura celebrada en 1919 con el senador Al-

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    bertini, director y accionista del "Corriere", amo absoluto de sus destinos yopiniones, les proporcion el pretexto para la anulacin del contrato desociedad. En la edicin del 28 de noviembre ltimo, el senador Luigi Alber-tini y su hermano Alberto Albertini, tuvieron que despedirse melanclica-mente de sus lectores.

    Los hermanos Albertini, liberales de antigua estampa, pertenecen a una demo-cracia empeada en no combatir al fascismo sino legalmente. No se puedenegar al fascismo el mrito de haber hecho todo lo posible para modificar suactitud y destruir su ilusin.

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    EL VATICANO Y EL QUIRINAL*

    El cable anuncia la proximidad o, al menos, la probabilidad de una recon-ciliacin oficial entre la Iglesia Catlica y el Estado italiano. O sea la pro-babilidad de una liquidacin definitiva de la vieja "cuestin romana". Y lapoltica oportunsticamente filocatlica del fascismo podra autorizar esta vezla esperanza de un acuerdo entre el Vaticano y el Quirinal. Pero son dema-siado slidas y concretas las razones que aconsejan acoger el presurosoanuncio con escptica reserva. Se trata de una noticia que, desde hace algntiempo, era de vez en cuando por la plana cablegrfica de los rotativos. Losobservadores del tiempo y del espacio polticos pueden definirla como uncometa de la post-guerra.

    Cul sera la frmula del arreglo? Un telegrama ha hablado de una media-

    cin de la Liga de las Naciones destinada a dar al Papado un mandato sobreun pedazo de territorio. Pero el Vaticano se ha apresurado a demostrar loabsurda de esta frmula. Ni el Vaticano puede someterse al fallo de una So-ciedad de Naciones, en la cual la Iglesia no est representada y en la cual lasuspicacia de los nacionalismos latinos sospecha y denuncia una criatura delespritu protestante y de la finanza juda. Ni el Estado italiano que, desde eladvenimiento del fascismo al poder, se muestra hiperestsicamente ce-

    --------------* Publicado enVariedades, Lima. 23 de Enero de 1926 Con este mismottulo, aunque ciertamente con distinto contenido, public J.C.M. un artculoen El Tiempo, el 30 de Agosto de 1921, recopilado enCartas de Italia, Vol.15 de esta serie popular de Obras Completas. (N. de los E.)

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    loso de su soberana, puede encargar a la Sociedad de las Naciones, por lacual manifiesta tan poca estimacin, que resuelva un problema en el que elfascismo no puede ver sino un problema interno.

    Claro est que el gobierno fascista no se considera vinculado a los conceptosque inspiraron invariablemente, a este respecto, la poltica de los anterioresgobiernos de Italia. Frente a la "cuestin romana", como frente a todas lasotras cuestiones de Italia, el fascismo se siente libre o, en todo caso, no sesiente responsable del pasado. El fascismo pregona, cada da con ms fuerza,su voluntad de construir el Estado fascista sobre bases y principios absoluta-mente diversos de los que durante tantos aos han sostenido al Estado liberal.El Estado fascista aspira a ser la anttesis y la negacin del Estado liberal,calificado acerba y lapidariamente por la prosa agresiva de los "camisasnegras".

    El fascismo, sobre todo, aunque sus gregarios hayan credo necesario mu-chas veces administrar una buena dosis de aceite de ricino o de cachiporrazosa los mlites demasiado ardorosos e intransigentes del partido catlico,desenvuelve en el gobierno una poltica de simpata y de amistad a la Iglesia.Bien se puede afirmar que el fascismo, en materia religiosa, actitud delEstado ante la Iglesia, ha realizado el programa del partido popular o ca-tlico fundado hace siete aos por Don Sturzo en defensa de los intereses dela religin. Lo ha realizado a tal punto que ha hecho intil la existencia de unpartido catlico. "El Papa puede despedir a Don Sturzo", escriba hace dosaos y medio Mario Missiroli constatando el clericalismo de la poltica gu-bernamental de Mussolini. Y los hechos han venido a demostrar que no seequivocaba en esta afirmacin que a no pocos pudo parecer entonces exce-siva.

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    El acercamiento del fascismo a la Iglesia, por otra parte, no slo se ha operadoen el orden prctico, mediante una restauracin ms o menos poltica delcatolicismo en la escuela, antes irreductiblemente laica. Tambin ha habidouna remarcable aproximadacin en el orden terico. Los intelectuales fas-cistas, de Gentile a Pellizzi, se han complacido en el elogio de la Iglesia. Lo-renzo Giusso, comentando precisamente el libro de Missiroli a que pertenecela frase que acabo de citar, deca en diciembre de 1924 lo siguiente: "ElEstado abstracto masnico, que declaraba la guerra a la religin, ha sidosustituido por un Estado concreto que ha exaltado todos los valores delespritu, entre los cuales la religin tiene su sitio. Acusar al fascismo deanticlericalismo significa pronunciar su elogio. El fascismo ha instaurado unaera nueva en las relaciones de la Iglesia con el Estado, curando la herida queimpeda al catlico ser ciudadano. El fascismo ha remediado este tremendodualismo y ha liquidado todas las supervivencias posibles de las abstraccionessetecentistas". Y, ms recientemente, otros tericos del fascismo, afanosa-

    mente empeados en la destilacin de una doctrina fascista, han encontradoen el tomismo los fundamentos filosficos de esta doctrina.

    Nadie puede tomar en serio el sofstico esfuerzo de los que pretenden probarque, en el fondo, el fascismo no reniega ni contrasta de ningn modo al cris-tianismo. El conflicto espiritual y filosfico entre el nacionalismo fascista y eluniversalismo cristiano es demasiado patente. Lo es tambin la oposicinentre la violencia fascista y el evangelio de Jess. Las divergencias apareceninsanables hasta en este terreno poltico en que, con un poco de ductilidad yhermenutica jesuitas; devienen posibles todos los entendimientos. "Noobstante ciertas solidaridades practicas del instante -observa acertadamente

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    Mario Missiroli- la concepcin del Estado propia del fascismo, del naciona-lismo, del liberalismo gentiliano, es la negacin radical del catolicismo, comoaqulla que tiende, en ltimo anlisis, a resolver la Iglesia en el Estado, reco-nociendo en el Estado la capacidad de interpretar el elemento divino de lavida. Qu lejos estamos del tranquilo liberalismo cavouriano o de las pa-cificas tolerancias de la democracia y del mismo socialismo reformista! ElEstado "fuerte", el Estado "tico", el Estado pantesta, no tolera supremacasni paridad. Puede conceder en las escuelas el Crucifijo y el catecismo; perodetrs de este catecismo espan Lutero y Machiavello. Los catlicos, quetienen un vivo sentido de las posiciones tericas, lo saben, y advierten en talconcepcin del Estado un enemigo peligrossimo. Y cuando Don Sturzo hablade nacin "deificada" y De Gasperi recuerda a los pensadores clsicos delEstado moderno, -que contrastaron todos la doctrina catlica-, no tienen unasino mil razones".

    El hecho es, sin embargo, que, -doctrina y praxis aparte-, el Estado fascistatrata de apoyarse en el catolicismo. Y que, de acuerdo con este inters, actaun programa de restauracin del catecismo y del culto catlicos que ya le haganado la adhesin de ortodoxos doctores de la Iglesia. Todo lo cual confiere,en verdad a Mussolini una aptitud nica para afrontar la famosa "cuestinromana".

    Si cabe dudar de la probabilidad de un arreglo, es por otras razones. Es,verbigratia, porque el fascismo, que tanto ha hablado de robustecer y valorizar laautoridad del Estado, no puede absolutamente, sin grave dao para su poltica,llevar al Estado a una abdicacin, por muy atenuada que sta aparezca a losojos de Italia.

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    Desde este punto de vista, la solucin del viejo entredicho entre la IglesiaCatlica y el Estado italiano no se presenta hoy menos difcil que antes. Mu-ssolini y el fascismo saben que pueden permitirse cualquier desmn verbal,cualquiera licencia oratoria, contra el tundido Estado demo-liberal-masnico,tratado de claudicante y ablico. Pero que una cosa es renegar la herencia deGiolitti, de Nitti y de Orlando y otra sera renegar, en su sentido nacionalista ypatritico, elRisorgimento.

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    LA CRISIS ALEMANA Y EL REGIMEN PARLAMENTARIO*

    La prolongada y exasperante crisis ministerial, resuelta en Alemania, despusde una serie de maniobras y de fintas de los grupos parlamentarios, con elfeble ministerio Luther, ha venido, casi en seguida de una anloga crisisfrancesa, a ratificar todo lo que ya sabamos sobre la crisis del parlamenta-rismo. En Alemania, para obtener la mediocre y precaria solucin Luther hasido preciso que el mariscal Hindenburg, con un acento un poco marcial ybronco, recuerde a los partidos centristas, reacios a concertarse, el categricodilema: parlamento o dictadura. Hindenburg, con esta admonicin, ha dado aentender demasiado claramente su inclinacin, prudente y mesurada perofirme, por el segundo trmino.

    El parlamento no puede producir en Alemania un ministerio sostenido por una

    slida mayora. El bloque de derechas que llev a Hindenburg a la presidenciadel imperio est en minora en el Reichstag. El bloque democrtico y republi-cano que opuso la candidatura centrista de Marx a la candidatura derechistade Hindenburg, se encuentra, desde hace algn tiempo, roto, a consecuenciade un progresivo lgico viraje a derecha de los partidos demcrata y catlico.Por consiguiente, la nica frmula ministerial posible es la que ha producidopenosamente esta crisis. Un ministerio de tipo ms burocrtico que poltico,salido de una combinacin, no muy

    --------------* Publicado enVariedades, Lima, 30 de Enero de 1926

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    segura, de las derechas moderadas (partido popular alemn y partido popularbvaro) y de las izquierdas burguesas (partido demcrata y centro catlico).

    Este ministerio ms o menos centrista no tiene mayora en el Reichstag. Pero,en cambio, no tiene tampoco una oposicin compacta. Sus adversarios sereparten entre las dos alas extremas de la cmara. Son, a la derecha, los na-cionalistas y los fascistas; a la izquierda, los socialistas y los comunistas. Yestas dos, o cuatro, oposiciones, consideran los problemas y los negocios delEstado alemn desde diversos y opuestos puntos de vista.

    La vida de un ministerio minoritario se explica por esta pluralidad y esteantagonismo de las fuerzas adversarias. El ministerio vive del perenne desa-cuerdo entre las dos extremas. Su poltica consiste en buscar, en unos casos, elapoyo de la derecha y, en otros casos, el de la izquierda. Es una poltica debalancn y de equilibrio que debe esquivar, a toda costa, el riesgo de una

    votacin en que las dos extremas puedan encontrarse, en algn modo, deacuerdo en el s o en el no, aunque partan, como es natural, de principiosradicalmente adversos.

    Luther cree contar con los nacionalistas para la aprobacin de su polticainterna y con los socialistas para la de su poltica exterior. Sobre este clculoreposa toda la combinacin ministerial que preside y dirige. Su poltica debeser, con una curiosa equidad, reaccionaria dentro, democrtica fuera. (Nadams alemn que esto, observarn socarronamente los franceses).

    Pero este mecanismo de pndulo es, en la prctica, excesivamente delicado.La menor arritmia puede malograrlo. El gabinete es una nave que navegaentre dos filas de arrecifes y que, pa-

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    ra evitarlos, debe virar con precisin matemtica unas veces a la derecha yotras veces a la izquierda. Al menor golpe de timn equivocado, encallar aun lado o a otro.

    El rgimen parlamentario se ha salvado una vez ms en Alemania; pero estavez, en verdad, se ha salvado en una tabla. El tono y los bigotes militares deHindenburg no permiten, adems, hacerse demasiadas ilusiones sobre suseguridad en las futuras tempestades. La primera tempestad que turbe dema-siado sus nervios puede decidir a Hindemburg a echarlo por la borda.

    Los partidarios del parlamentarismo tienen razn para mostrarse melanc-licos. Su sistema funciona todava, regularmente, en la Gran Bretaa. Perotambin ah, cuando la amenaza de una huelga de mineros constrie algobierno conservador a una concesin al laborismo, el rol decisivo de lamayora parlamentaria aparece asaz desmedrado y disminuido.

    Hasta hace poco los partidarios del parlamentarismo se mantenan optimistassobre el porvenir del rgimen. Constatando los efectos del sistema de larepresentacin proporcional, decan que haba terminado la poca de losgobiernos de partido y que haba empezado la poca de coalicin. Eso eratodo. Pero los gobiernos de coalicin funcionan cada da peor y menos. Noslo es excesivamente difcil sostenerlos. Ms difcil todava, si cabe, escomponerlos. La alquimia de las coaliciones y de las amalgamas no ha en-contrado hasta ahora una frmula siquiera aproximada.

    Por el contrario, la experiencia de los aos post-blicos ha probado la im-posibilidad de constituir coaliciones homogneas y duraderas. Como loobserva en Francia un diputado reaccionario, Mr. Mandel, las coaliciones noson realiza-

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    bles sino "por un juego de concesiones reciprocas, de ventajas descontadasque desgarran la doctrina, disminuyen el valor combativo de los partidos, lossolidarizan el uno al otro, en un renunciamiento mutuo y una poltica negati-va". El mtodo de coalicin se resuelve en un mtodo de parlisis y de impo-tencia. Y la inestabilidad de los ministerios acaba, de otro lado, por exasperara la opinin, por acendrada que sea su educacin democrtica, hastapersuadirla de la necesidad de una dictadura.

    El remedio est para muchos en el abandono del sistema de la representacinproporcional. Pero esta solucin es de un simplismo extremo. La democracia,el parlamento, conducen fatalmente a la representacin proporcional. Larepresentacin proporcional es una consecuencia, es un efecto. No se llega aella por voluntad de los legisladores sino por necesidad del parlamentarismo.Y, en la presente estacin del parlamentarismo, no se puede renunciar a larepresentacin proporcional sin renunciar al propio rgimen parlamentario.

    Como lo acaba de recordar Hindenburg a la democracia alemana, no haymodo de escapar al dilema: parlamento o dictadura.

    En Alemania se observa, desde hace algn tiempo, un movimiento de con-centracin burguesa. Los partidos democrticos de la burguesa se han se-parado del partido socialista. Del gabinete presidido por Luther, forma parteMarx, el opositor de Hindenburg en las elecciones presidenciales. Marx,ministro de Hindenburg. He ah, sin duda, un sntoma de que las diversasfuerzas burguesas se reconcilian. Todava los demcratas y los catlicos sesienten demasiado lejos de los nacionalistas, esto es de la extrema derecha.Pero, de toda suerte, las distancias se han acortado sensiblemente. Y por estecamino se puede llegar a la constitucin de un frente nico de la burguesa.

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    Pero no se vislumbra, ni an por este camino, la solucin de la crisis delrgimen parlamentario. Porque su vida no depende slo de que crea en l laburguesa sino, sobre todo, de que crea en l la clase trabajadora. En cuanto elparlamento aparezca como un rgano tpico del dominio de la burguesa, elsocialismo reformista ceder totalmente el campo al socialismo revolucio-nario. O sea al socialismo que no espera nada del parlamento.

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    POLITICA INGLESA*

    La poltica inglesa, a primera vista, parece un mar en calma. El gobierno deBaldwin dispone de la slida mayora parlamentaria, ganada por el partidoconservador hace poco ms de un ao. Qu puede amenazar su vida? Ingla-terra es el pas del parlamentarismo y de la evolucin. Estas consideracionesdeciden fcilmente al espectador lejano de la situacin poltica inglesa a de-clararla segura y estable.

    Pero a poco que se ahonde en la realidad inglesa se descubre que el ordenconservador presidido por Baldwin, reposa sobre bases mucho menos firmesde lo que se supone. Bajo la aparente quietud de la superficie parlamentaria,madura en la Gran Bretaa una crisis profunda. El gobierno de Baldwin tieneante si problemas que no consienten una poltica tranquila. Problemas que,por el contrario, exigen una solucin osada y que, en consecuencia, pueden

    comprometer la posicin electoral del partido conservador.Si Inglaterra no se mantuviera an dentro del cauce democrtico y parla-mentario, el partido conservador podra afrontar estos problemas con supropio criterio poltico y programtico, sin preocuparse demasiado de lasondulaciones posibles de la opinin. Pero en la Gran Bretaa a un gobierno nole basta la mayora del parlamento. Esta mayora debe sentirse, a su vez, mso menos cierta de seguir representando a la mayora del electorado. Cuando setrata de adoptar

    --------------* Publicado enVariedades, Lima, 13 de Febrero de 1926.

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    una decisin de suma trascendencia para el imperio, el gobierno no consulta ala cmara; consulta al pas convocando a elecciones. Un gobierno que no secondujese as en Inglaterra, no sera un gobierno de clsico tipo parlamen-tario.

    El ltimo caso de este gnero est muy prximo. Como bien se recordar, en1923 los conservadores estaban, cual ahora, en el poder. Y estaban, sobretodo, en mayora en el parlamento. Sin embargo, para decidir si el Imperiodeba o no optar por una orientacin proteccionista, -combatidos por losliberales y los laboristas en el parlamento-, tuvieron que apelar al pas. El fallodel electorado les fue adverso. No habiendo dado a ningn partido la mayora,la eleccin produjo el experimento laborista.

    Ahora, por segunda vez, la crisis econmica de la post-guerra puede causar elnaufragio de un ministerio conservador. El escollo no es ya el problema de las

    tarifas aduaneras sino el problema de las minas de carbn. Esto es, de nuevoun problema econmico.

    La cuestin minera de Inglaterra es asaz conocida en sus rasgos sustantivos.Todos saben que la industria del carbn atraviesa en Inglaterra una crisispenosa. Los industriales pretenden resolverla a expensas de los obreros. Seempean en reducir los salarios. Pero los obreros no aceptan la reduccin. Endefensa de la, integridad de sus salarios, estn resueltos a dar una extremabatalla. No hay quien no recuerde que hace pocos meses este conflicto ad-quiri una tremenda tensin. Los obreros acordaron la huelga. Y el gobiernode Baldwin slo consigui evitarla concediendo a los industriales un subsidiopara el mantenimiento de los salarios por el tiempo que se juzgaba suficientepara buscar y hallar una solucin.

    El problema, por tanto subsiste en toda su

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    gravedad. El gobierno de Baldwin firm, para conjurar la huelga, una letracuyo vencimiento se acerca. Una comisin especial estudia el problema queno puede ser solucionado por medios ordinarios. El Partido Laborista pro-pugna la nacionalizacin de las minas. El Partido Conservador parece que,constreido por la realidad, se inclina a aceptar una frmula de semi-estadizacin que, por supuesto, los liberales juzgan excesiva y los laboristasinsuficiente. Y, por consiguiente, no es improbable que los conservadores sevean, como para las tarifas aduaneras, en el caso de reclamar un voto neto dela mayora electoral. No es ligera la responsabilidad de una medida quesignificarla un paso hacia la nacionalizacin de una industria sobre la cualreposa la economa britnica.

    Y ya no caben, sin definitivo desmedro de la posicin del gobierno conser-vador, recursos y maniobras dilatorias. La amenaza de la huelga est ah. Elgobierno que hace poco, para ahorrar a Inglaterra, el paro, se resolvi a

    sacrificar millones de esterlinas, conoce bien su magnitud. Y la ondulantemasa neutra que decide siempre el resultado de las elecciones, y que en laselecciones de diciembre de 1924 dio la mayora a los conservadores, no puedeperdonarle un fracaso en este terreno.

    El partido conservador venci en esas elecciones por la mayor confianza queinspiraba a la burguesa y a la pequea burguesa su capacidad y su programade defensa del orden social. Y una huelga minera sera una batalla revolu-cionaria. Cmo! -protestara la capa gris o media del electorado ante un paroy sus consecuencias -. Es sta la paz social que los conservadores nosprometieron en los comicios? Baldwin y sus tenientes se sentiran muyembargados para responder.

    Estas dificultades y en general todas las

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    que genera la crisis econmica o industrial tienen de muy mal humor a losconservadores de extrema derecha. Toda esta gente se declara partidaria deuna ofensiva de estilo fascista contra el proletariado. No obstante la diferenciade clima y de lugar, la gesta de Mussolini y los "camisas negras" tiene enInglaterra, la tierra clsica del liberalismo, exasperados e incandescentesadmiradores que, simplsticamente, piensan que el remedio de todos loscomplejos males del Imperio puede estar en el uso de la cachiporra y el aceitede ricino.

    Los conservadores ultrastas, llamados losdie-hards, acusan a Baldwin detemporizador. Denuncian la propagacin del espritu revolucionario en losrangos dellabour Party. Reclaman una poltica de implacable represin ypersecucin del comunismo, cuyos agitadores y propagandistas deben, a su juicio, ser puestos fuera de la ley. Sostienen que la crisis industrial dependedel retraimiento de los capitales por miedo a una bancarrota del antiguo orden

    social. Recuerdan que el partido conservador debi en parte su ltima victoriaelectoral a las garantas que ofreca contra el "peligro comunista" pattica-mente invocado por el conservantismo, en la vspera de elecciones, con unafalsa carta de Zinoviev en la mano crispada.

    La exacerbada y delirante vociferacin de losdie-hards ha conseguido, nohace mucho, de la justicia de Inglaterra, la condena de un grupo de comu-nistas a varios meses de prisin. Condena en la que Inglaterra ha renegadouna parte de su liberalismo tradicional.

    Pero losdie-hards no se contentan de tan poca cosa. Quieren una polticaabsoluta y categricamente reaccionaria. Y aqu est otro de los fermentos dela crisis que, bajo una apariencia de calma, como conviene al estilo de lapoltica britnica, est madurando en Inglaterra.

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    AUSTRIA, CASO PIRANDELLIANO*

    A propsito de la escaramuza polmica entre Italia y Alemania sobre lafrontera del Brennero no se ha nombrado casi a Austria. Pero, de toda suerte,este ltimo incidente de la poltica europea, nos invita a dirigir la mirada aeste Estado. El dilogo Mussolini-Stresseman sugiere necesariamente a losespectadores lejanos del episodio una pregunta: Por qu se habla de lafrontera talo-alemana? Para explicarse esta compleja cuestin es indispen-sable saber hasta qu punto Austria existe como Estado autnomo e inde-pendiente.

    El Estado austriaco aparece, en la Europa post-blica, como el ms paradjicode los Estados. Es un Estado que subsiste a pesar suyo. Es un Estado que viveporque los dems lo obligan a vivir. Si se nos consiente aplicar a los dramas

    de las naciones el lxico inventado para los dramas de los individuos, diremosque el caso de Austria se presenta como un caso pirandelliano.

    Austria no quera ser un Estado libre. Su independencia, su autonoma, re-presentan un acto de fuerza de las grandes potencias del mundo. Cuando lavictoria aliada produjo la disolucin del imperio austro-hngaro, Austria, quedespus de haberse sentido por mucho tiempo desmesuradamente grande sesenta por primera vez inslitamente pequea, no supo adaptarse a su nuevasituacin. Quiso suicidarse como nacin. Expres su deseo de entrar a formarparte del

    --------------* Publicado enVariedades, Lima, 20 de Febrero de 1926.

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    Imperio alemn. Pero entonces las potencias le negaron el derecho de desa-parecer. Y, en previsin de que insistiera ms tarde en su deseo, decidierontomar todas las medidas posibles para garantizarle su autonoma.

    El famoso principio wilsoniano de la libre determinacin de los pueblos sufriaqu, precisamente, el ms artero golpe. El ms artero y el ms burlesco.Wilson haba prometido a los pueblos el derecho de disponer de s mismos.Los artfices del tratado de paz quisieron poner en la formulacin de esteprincipio una punta de irona. La independencia de un Estado no deba serslo un derecho; deba ser una obligacin.

    El tratado de paz prohbe prcticamente a Austria la fusin con Alemania.Establece que, en cualquier caso, esta fusin requiere para ser sancionada elvoto unnime del Consejo de la Sociedad de las Naciones.

    Ahora bien. De este consejo forman parte Francia e Italia, dos potencias na-turalmente adversas a la unin de Alemania y Austria. Las dos vigilan, en laSociedad de las Naciones, contra toda posible tentativa de incorporacin deAustria en el Reich.

    A Francia, como es sabido, la desvela demasiado la pesadilla del problemaalemn. Para muchos de sus estadistas la nica solucin lgica de este pro-blema es la balkanizacin de Alemania. Bajo el gobierno del bloque nacionalFrancia ha trabajado ineficaz pero pacientemente por suscitar en Alemania unmovimiento separatista. Ha subsidiado elementos secesionistas de diversascalidades, empeada en hacer prosperar un separatismo bvaro o un sepa-ratismo renano. La autonoma de Baviera, sobre todo, pareca uno de losobjetivos del poincarismo. El imperialismo francs soaba con cerrar el pasoa la anexin de Austria al Reich mediante la consti-

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    tucin de un Estado compuesto por Baviera y Austria. Se tena en vista elvnculo geogrfico y el vnculo religioso. (Baviera y Austria son catlicasmientras Prusia es protestante. Y an tnicamente Austria se identifica mscon Baviera que con Prusia). Pero se olvidaba que su economa y su edu-cacin industriales haban generado, un cambio, en el pueblo austriaco, unatendencia a confundirse y consustanciarse con la Alemania manufacturera ysiderrgica, ms bien que con la Alemania rural. En todo caso, para que laidea del Estado bvaro-austraco prosperase, haca falta que prendiese, pre-viamente, en Baviera. Y esta esperanza, como es notorio, ha tramontado antespor el propio poincarismo. Para Francia, por consiguiente, como un anexo ouna secuela del problema alemn, existe un problema austriaco. "Basta echaruna mirada sobre el mapa -escribe Marcel Dunan en un libro sobre Austria-para comprender toda la importancia del problema austriaco, llave de lamayor parte de las cuestiones polticas que interesan a la Europa Central.Libre y abierta a la influencia de las grandes potencias occidentales, Austria

    asegura sus comunicaciones con sus aliados o clientes del cercano Orientedanubiano y balknico; abandonada por nosotros a las sugestiones de Berln,se halla en grado de aislarnos de nuestros amigos eslavos. Corredor abierto anuestra expansin o muro erguido contra ella, Austria confirma o amenaza laseguridad de nuestra victoria y an la de la paz europea".

    Italia, a su vez, no puede pensar, sin inquietud y sin sobresalto, en la posibi-lidad de que resurja, ms all del Brennero, una Austria poderosa. El pro-psito de restauracin de los Hapsburgo en Hungra tuvo su ms obstinadoenemigo en la diplomacia italiana, preocupada por la probabilidad de que esarestauracin produje-

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    se a la larga la reconstitucin de un Estado austro-hngaro.

    Pero, terica y prcticamente, ninguna de las precauciones del Tratado de Pazy de sus ejecutores logra separar a Austria de Alemania. Y, es por esto, que,cuando se trata de las minoras nacionales encerradas dentro de los nuevoslmites de Italia, no es Austria sino Alemania la que reivindica sus derechos oapadrina sus aspiraciones. Austria, en ltimo anlisis, no es sino un Estadoalemn temporalmente separado del Reich.

    La poltica de los dos partidos que, desde la cada de los Hapsburgo, com-parten la responsabilidad del poder en Austria, se encuentra estrechamenteconectada con la de los partidos alemanes del mismo ideario y la mismaestructura. El partido social-cristiano, que tiene en Monseor Seipel su po-ltico ms representativo, se mueve evidentemente en igual direccin que elcentro catlico alemn. Y entre el socialismo alemn y el socialismo aus-

    triaco, la conexin y la solidaridad son, como es natural, ms sealados to-dava. Otto Bauer, por no citar sino un nombre, es una figura comn -por lomenos en el terreno de la polmica socialista- a las dos social-democraciasgermanas. Y el partido socialista austriaco, de otro lado, es el que ms signi-ficadamente tiende en Austria a la unin poltica con Alemania.

    Concurre a aumentar lo paradjico del caso austriaco el hecho de que esteEstado funcione, presentemente, ms o menos como una dependencia de laSociedad de las Naciones. Destinado por la raza y la lengua a vivir bajo lainfluencia poltica y sentimental de Alemania, el Estado austriaco se halla,financieramente, bajo la tutela de la Sociedad de las Naciones o sea, hastaahora, de los enemigos de Alemania.

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    El Austria contempornea, es lo que no quisiera ser. Aqu reside el pirande-llismo de su drama. Los seis personajes en busca de autor afirman exasperada-mente, en la farsa pirandelliana, su voluntad de ser. Austria guarda en elfondo de su alma, su voluntad, ms pirandelliana si se quiere, de no ser. Peroel drama, hasta donde cabe un parecido entre los individuos y las naciones, essustancialmente el mismo.

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    ALEMANIA EN LA SOCIEDAD DE LAS NACIONES*

    En 1919, la entrada de Alemania en la Sociedad de las Naciones, habrareforzado considerablemente a este organismo. En 1926 lo refuerza much-simo menos. Los empresarios de la Sociedad de las Naciones han hecho unpsimo negocio negando a Alemania en 1919 el derecho que, siete aos mstarde, se encuentran obligados a reconocerle y casi a ofrecerle.

    El ingreso de Alemania en 1919 hubiese podido aprovechar a la realizacin deuna poltica de pacifismo democrtico y de internacionalismo wilsoniano. ElImperio alemn acababa de divorciarse de la monarqua para desposar lademocracia. En la presidencia del Reich el sufragio popular haba colocado,democrticamente, a un talabartero. En el gobierno y el parlamento domi-naban las fuerzas de la democracia. Por consiguiente, al seno de la Sociedad

    de las Naciones. Alemania habra podido mandar hombres como Erzberger,como Rathenau, como Wirth, como Mller, capaces de colaborar, con po-sitivo sentimiento democrtico, en los trabajos de la Liga. De otra parte, enese tiempo, la Liga habra dictado a Alemania -y no Alemania a la Liga- lascondiciones de admisin.

    En siete aos, el mundo ha dado muchas vueltas. Ha tramontado temprana-mente la ecumnica ilusin witsoniana. La Sociedad de las Naciones haperdido gran parte de su crdito de la

    --------------* Publicado enVariedades, Lima. 27 de Febrero de 1926.

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    primera hora. Los Estados Unidos le han rehusado su concurso. Ha surgido enEuropa un rgimen poltico el rgimen fascista que, fundado terica yprcticamente en la violencia, no disimula su desdn por la Liga y su ideolo-ga. El propio Estado alemn se ha transformado. No es ya la repblica social-democrtica de Ebert, Erzberger y Rathenau. A la cabeza de la Repblica seencuentra uno de los ms cuadrados generales de la monarqua. Alemania noingresa a la Liga de las Naciones para trabajar por una reorganizacin demo-crtica del mundo sino para reclamar su parte en la distribucin de colonias ymaterias primas.

    Mussolini que sabe encontrar frmulas agudas, aunque a veces, como con-viene a su prestigio decondottiere, prefiera un lenguaje un poco sibilino, hadefinido la Sociedad de las Naciones como "una liga de los Estados viejoscontra los Estados nuevos". El dictador italiano considera, por supuesto, entrelos Estados nuevos, al Estado fascista. Pero, si se prescinde de esta parte

    subjetiva de su opinin, no se puede negar que su frmula define bien lafuncin real de la Liga. A pesar de pertenecer al ms extremo caudillo de lareaccin, cualquier revolucionario puede suscribirla. Como est constituida, laSociedad de las Naciones, malgrado su programa y su retrica, no representaprcticamente otra cosa que los intereses del orden viejo en pugna con losintereses de un orden nuevo. (Para dar ms precisin a la frase de Mussolinibasta sustituir la palabra Estado por la palabra orden o rgimen).

    El caso de Alemania confirma esta tesis. La Liga se neg a admitir en su senoa Alemania en un tiempo en que Alemania pareca en trance de devenir unEstado nuevo. (Quin puede dudar de que en la cuarentena del Reich noinfluy la consideracin de su crisis revoluciona-

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    ra? Entre 1919 y 1923. Alemania se presentaba como un pueblo en peligro deentregarse al bolchevismo). En cambio ahora que, superado el perodo deofensiva revolucionaria, Alemania se presenta en un periodo de estabilizacincapitalista, que amenaza con culminar en una restauracin monrquica, losgobiernos que dirigen la poltica de la Liga no tienen ningn inconveniente eninvitar al gobierno del Reich a tomar asiento a su lado. Desde este punto devista, la admisin de Alemania no aparece como el resultado de un proceso dedemocratizacin de Europa sino, por el contrario, como la consecuencia de unfenmeno de desdemocratizacin de Alemania.

    Y esto no es el solo caso que denuncia el espritu esencialmente conservadorde la Sociedad de las Naciones. La exclusin de la China del Consejo de laLiga tiene la misma filiacin. Se ha dicho, para justificar esta exclusin, quela China, cada en la anarqua, carece de un gobierno estable. Pero la verda-dera razn es otra. Lo que molesta y preocupa al capitalismo europeo, en la

    China, no es su estado de anarqua sino su estado de revolucin. La situacinpoltica china no era en 1919 ms estable que en 1923. Inglaterra no encon-traba en la China en 1923 ms orden interno sino menos sumisin a su im-perialismo que en 1919. Un gobierno chino, por slido que sea realmente, nolo ser nunca para Inglaterra y, por ende, para la Sociedad de las Naciones si,como acontece en la actualidad, predomina en su composicin el partidonacionalista revolucionario (Kuo-Min-Tang) de sospechosa actitud frente albolchevismo ruso.

    La incorporacin de Alemania en la Liga es un matrimonio de conveniencia.No es a la Alemania de Weimar a la que las potencias que ganaron la guerraabren las puertas de la Liga. Es ms bien, a la Alemania de la restauracin. Y

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    esta Alemania impregnada de sentimiento nacionalista y conservador, no semover dentro de los debates de la Liga sino en la direccin que le sealen losintereses de su expansin industrial. La reivindicacin fundamental de Ale-mania no deja lugar a equvocos. Es una reivindicacin de su industria y sucomercio que se resuelve en un gesto imperialista: la demanda de colonias.

    El finado Len Bourgeois, uno de los padrinos y uno de los retores de laSociedad de las Naciones, tena fe absoluta en el porvenir de esta fundacinwilsoniana porque "la muerte no puede prevalecer sobre la vida". Pero en suselocuentes alegatos, no llegaba a demostrar que en la Sociedad de las Nacio-nes estuviesen la salud y la vida del mundo. Se puede pensar, con el profesorde derecho internacional Georges Scelle, que "la evolucin del nacionalismoal internacionalismo es una cosa cientficamente tan fatal y tan natural comolo fue en el pasado la formacin de los grandes Estados por encima de lasfeudalidades o como lo son hoy las agrupaciones federalistas". Pero esto no

    obliga a creer en una Sociedad de las Naciones que se apoya en la ideologademo-burguesa, fundamentalmente nacionalista en sus orgenes y en susraces histricas. La idea de la Sociedad de las Naciones intenta resolver elconflicto entre la poltica nacionalista y la economa internacionalista delorden burgus. Mas pretende resolverlo en servicio de este orden. No puedeadmitir ni tolerar la idea de su liquidacin y de su bancarrota.

    Que la Alemania de Hindenburg y Luther se asocie a esta tentativa no tieneabsolutamente ninguna trascendencia histrica.

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    ARISTIDES BRIAND*

    El sino de este viejo protagonista de la poltica francesa parece ser el de lacontradiccin y el del conflicto consigo mismo. Briand es como dicen J.Kessel y G. Surez el hombre "que despus de haber predicado la revueltadebi reprimirla, despus de haber clamado contra el ejrcito debi hacer laguerra, despus de haber combatido un tratado de paz debi aplicarlo". Kessely Surez agregan, diseando un sobrio y fuerte retrato, que Briand "tiene unaire despreocupado y sin embargo atento, cansado y sin embargo pronto parala accin, desencantado y sin embargo curioso".

    Este retrato histrico y psicolgico de Briand podra ser, tambin, el de lademocracia occidental. No ha tenido igualmente la democracia el extraodestino de renegar todos sus grandes principios, todas sus grandes afirma-

    ciones? Briand es su personaje representativo. Briand, que como Viviani,como Clemenceau, como Millerand, como casi todos los mayores estadistasde los ltimos veinte aos de la historia de Francia, procede de ese socialismoque la crtica aguda y certera de George Sorel marc a fuego.

    En el socialismo, este parlamentario elocuente, cuyos ojos de desilusionadotienen a veces un resplandor dramtico, debut con una actitud extremista.Fue uno de los primeros teorizantes de la huelga general revolucionaria. Peroeste extremismo dur poco. Briand, nacido bajo el sig-

    --------------* Publicado enVariedades, Lima. 13 de Marzo de 1926.

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    no de la democracia, no estaba destinado a la misin asctica de un Sorel.Haba en su espritu la movilidad y la inconstancia que en Italia deban sin-gularizar, ms tarde, a Arturo Labriola, en su trayectoria del ms intransigentesindicalismo revolucionario a la ms blanda profesin social-democrtica.

    Pocos aos despus de su gesto revolucionario, Briand se converta, dentrodel socialismo, en el abogado sagaz y dctil de la entrada de Millerand en elgabinete de Waldeck-Rousseau. Haba encontrado ya su camino. En la de-liberacin y manipulacin de las frmulas equvocas, sobre las cuales seconstruy en Francia la unidad socialista, haba descubierto su innata aptitudde parlamentario. La hora era del parlamento, no de la revolucin. Qu cosamejor que un parlamentario poda ser entonces, Briand? En el grupo de dipu-tados del partido socialista, el puesto de lder perteneca por antonomasia ypara toda la vida a Jaurs. Por consiguiente, haba que salir del socialismo.Millerand haba sealado la va.

    Briand, por la misma va, encontr pronto su ministerio. El fenmeno drey-fussista aseguraba a las izquierdas, al radicalismo demo-masnico y pequeoburgus, un largo perodo de gobierno. Y sus experimentos, sus maniobras,sus fintas, reclamaban en algunos puestos de su batalla parlamentaria a hom-bres de filiacin y estilo un poco rojos. A Briand se le llam al poder paraencargarle la aplicacin de la ley de separacin de la Iglesia y el Estado. Enconsecuencia, por una larga temporada parlamentaria, si no el lxico socia-lista, Briand conserv al menos una elocuencia, un ademn y una melena asaz jacobinos.

    Poco a poco, de su pasado no le qued sino la melena. Como jefe delgobierno, le toc, final-

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    mente, sentirse responsable de la suerte de la burguesa. El terico de lahuelga general revolucionaria acept, en la historia de la Tercera Repblica, elrol de represor de una huelga de ferroviarios.

    Vituperado por la extrema izquierda, calificado de "aventurero" por Jaurs, dequien haba sido teniente en la plana mayor de "L'Humanit", Briand seinscribi, definitivamente, en el elenco de lasbonnes a tout fairede laTercera Repblica. Sin embargo, la "unin sagrada" marc, en su biografa,una estacin adversa. Las derechas, usufructuarias principales de la guerra,miraban con recelo a este parlamentario orgnico que en su larga carrerapoltica haba hecho tan copioso uso de las palabras Libertad, Paz, Demo-cracia, etc.

    En las elecciones de 1919 Briand fue naturalmente uno de los candidatos delbloque nacional. Pero el predominio espiritual de las derechas en este vasto

    conglomerado, entrababa sus planes. Y Briand, por esto, emple su astuciaparlamentaria en la empresa de dividirlo. A derecha, en el bloque nacional,haba algunos jefes. Al centro, en cambio, no haba casi ninguno. La iz-quierda, batida en la persona de Caillaux, se contentaba con colaborar concualquier gobierno que se tiese de color republicano. Briand se daba cuentade la facilidad de devenir la cabeza de esta mayora acfala. "Yo aconsej alleader de la Entente republicana ha contado el propio Briand que sedecidiera a una operacin quirrgica y a constituir dos grupos en lugar de uno.No estbamos en la cmara para actuar sentimentalmente". El proyecto nau-frag. El bloque nacional prefiri subsistir como haba nacido. Mas Briandlogr siempre aprovecharse de su acefala. Cado Leygues, sobre la base deesta heterclita mayora, constituy por stima vez en su vida, el gobierno deFrancia. Su ministerio

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    escoll en Cannes. No obstante su experiencia de piloto parlamentario, Briandno pudo evitar los arrecifes del belicismo declamatorio del bloque nacionalque encontraban un apoyo activo en el presidente de la repblica, tentado porla ambicin de devenir en dictador de la victoria.

    Pero con las elecciones de 1924 lleg su revancha. Su instinto electoral lehaba consentido asumir, oportunamente, una actitud de hombre de izquierda.El bloque de izquierdas lo cont entre sus diputados. Y, consiguientemente,entre sus lderes. El primer experimento gubernamental le toc a Herriot; elsegundo a Painlev. A la derecha del sabio gemetra, a quien la agresivaprosa de Len Daudet define como el solo presente cmico que las mate-mticas han hecho a la humanidad, Briand aguardaba su turno.

    Situado a la derecha tambin, en el bloque radical-socialista Briand ha tenidoa ste, en ms de una ocasin, casi a merced de su pequeo grupo de dipu-

    tados. Y durante algunos meses, maniobrando diestramente en un mar enborrasca, ha sabido conservar a flote su octavo ministerio. Ha querido actuaruna poltica ms o menos derechista con un ministerio oficialmente sostenidopor las izquierdas. Algo fatigado, sin duda, de contradecirse un tanto solo, hapretendido que con l se contradijera una entera coalicin, de la cual formaparte el partido socialista oficial que, en los tiempos de Guesde, Vaillant yJaures lo reprob y conden por una desviacin despus de todo menos grave.

    Ha dejado creer, finalmente, que estaba dispuesto, en ltima instancia, aimponer a Francia su dictadura. Poincar se ha sonredo de esta posibilidad.Briand, dictador? imposible. Un parlamentario clsico, no puede asestar ungolpe de muerte al parlamentarismo francs. Cuando Francia se decida por undictador, lo

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    elegir, como es lgico, en la derecha. (El General Lyautey, desocupado des-de el fin de su regencia en Marruecos, se encuentra, por ejemplo, disponible).Esto es muy cierto. Pero es tambin muy sensible. Porque, despus de susvariadas contradicciones, nada coronara mejor la carrera del demcrata, delrepublicano, del parlamentario, que un golpe de estado contra la democracia,contra la repblica y contra el parlamento.

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    LA CRISIS DE LA SOCIEDAD DE LAS NACIONES*

    Con motivo de la ltima malandanza de Ginebra se ha agitado en todo elmundo el debate sobre la Sociedad de las Naciones. Esta vez, una buena partede la propia opinin demo-burguesa se ha manifestado propensa a convenir enla quiebra, en el fracaso de la ecumnica y universitaria concepcin de Wil-son. Nunca se haba percibido tan neta y claramente su crisis.

    Pero, en realidad, el episodio de Ginebra no ha revelado nada nuevo. Es unsntoma de la crisis; no es la crisis misma. La situacin de la Liga, antes deesta reciente desventura, no era sustancialmente mejor. La sensacin de fra-caso depende de que la reunin de Ginebra, en concepto de los fautores de laLiga, deba haber marcado, con la incorporacin de Alemania, un granprogreso hacia la realizacin de la idea wilsoniana. Descontando este hecho,

    inflaron anticipadamente su importancia. Por eso, aunque en Ginebra laentrada de Alemania no ha quedado sino diferida, la diplomacia mundial hasalido esta vez con una decepcin inslita.

    La verdadera significacin del incidente de Ginebra no est en lo que hafrustrado, que en verdad no ha sido mucho, sino en lo que ha descubierto o,ms bien, evidenciado. Que el ingreso de Alemania haya sido postergado poralgunos meses, no tiene nada de alarmante y dra-

    --------------* Publicado enVariedades, Lima, 27 de Marzo de 1926.

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    mtico. Pero no se puede decir lo mismo del conflicto de intereses y pasionesque ha causado la postergacin. Ese conflicto demuestra incontestablementeque, de acuerdo con sus antiguos hbitos diplomticos, los Estados no van a laLiga para cooperar sino, ms bien para combatirse. O, por lo menos,simplemente, para defenderse.

    Segn la doctrina wilsoniana, la Liga de las Naciones deba liquidar el sistemade alianzas y equilibrio internacionales que produjo la gran guerra. Mas, adespecho de la Liga, el sistema subsiste. Y la Liga se encuentra obligada aaceptarlo en su propia constitucin.

    El pleito por los sillones del consejo supremo de la Liga no tiene otro sentido.Francia que no quiere sentirse sola en el Consejo reclama un puesto en l parasu aliada Polonia. Alemania rehsa entrar al consejo si no es en condicionesde perfecta igualdad con las otras potencias que forman ya parte de l. Los

    puestos fijados por el tratado de Versalles resultan insuficientes. Las potenciasque los han ocupado no se avienen a perderlos. En tanto, los candidatos anuevos sillones aguardan a la puerta. Y un eventual aumento del nmero se-alado en Versalles no tendra otra consecuencia que multiplicarlos.

    El voto de un miembro del Consejo ha detenido la entrada de Alemania.Francia la Francia del bloque nacional responsable de la clusula absurdaque confiere este poder a un solo voto, puede haberse complacido de este altosufrido por su adversaria en el umbral mismo de la Liga. Pero maana, desdeque Alemania ingrese en el Consejo, el poder de un voto solitario y recalci-trante en las deliberaciones de la Sociedad tiene que parecerle un poder exce-sivo.

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    Se anuncia una revisin de los estatutos de la Sociedad de las Naciones. Laenmienda de la Sociedad comenz casi al da, siguiente de su creacin. Masno como avance sino como retroceso. La Sociedad de las Naciones se alejacada da ms del ideal de Wilson. Su salvacin parece residir en la reduccinde sus funciones, en la deformacin de sus fines. Inglaterra declara oficial-mente que el Consejo debe estar compuesto exclusivamente por las grandespotencias. Se ha excluido ya a la China. El humor de la diplomacia europea semuestra crecientemente adverso a conceder a un lejano pas de Amrica oAsia o a un pequeo pas de la misma Europa el derecho de intervenir en unacuestin decisiva acaso para el destino de Occidente. La conducta del Brasilen Ginebra no puede dejar de estimular este sentimiento.

    Si su consejo supremo se convierte en una conferencia de embajadores de lasgrandes potencias, como es el deseo de los conservadores britnicos, qucosa quedar de la Sociedad de las Naciones? Un escritor reaccionario,

    Jacques Bainville, constata con razn que la "participacin de los EstadosAmericanos o asiticos tiende a tonarse honoraria". Definiendo la actualsituacin de la Liga, Bainville observa que "ms o menos reducida a un roleuropeo, es un mecanismo anlogo a la corte de la Haya, la cual no impideninguna guerra".

    Los que hablan del "espritu de Locarno" tienen que aceptar, despus de suderrota en Ginebra, que la difusin y la influencia en el mundo de este espritude paz y de cooperacin son an muy limitadas. Italia que no parece extraa ala actitud del Brasil, es una de las grandes potencias que, tericamente, debanrepresentar ese espritu. Bien sabemos, sin embargo, que no hace otra cosaque sabotearlo. El fascismo es, por naturaleza, guerrero. Sus escritores

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    se burlan acrrimamente de las ilusiones pacifistas. Y todo el porvenir delrgimen fascista depende de la fortuna de la poltica internacional de Musso-lini para la cual sera funesto un equilibrio que consagrase la jerarqua inter-nacional establecida por los pactos de paz. Mussolini le ha prometido a supueblo la restauracin del Imperio romano.

    Los ms iluminados y sinceros fautores de la Sociedad de las Naciones ladestinan por largo tiempo a un oficio muy modesto si se le compara con elque le asign el pensamiento de Wilson. "El verdadero trabajo, la efectiva yfecunda actividad de la S.D.N. escribe Georges Scelle consiste hoy yconsistir por mucho tiempo en reconocer, analizar, organizar y desarrollar lasolidaridad entre las diversas comunidades sociales, estatales, etc., que lacomponen. Para juzgar este rol importante dispone de organizaciones tcnicasya evolucionadas: organizacin internacional del Trabajo, de las Comunica-ciones, de la Higiene; organizacin econmica y financiera que acaba de

    restaurar la economa austriaca; comisin de cooperacin intelectual; servi-cios diversos que colaboran en la obra social y humanitaria de la Sociedad".

    De esto a lo concebido por Wilson hay mucha distancia. Pero a nada ms quea esto puede aspirar la civilizacin burguesa. Los servicios de estadstica, deinformacin y de estudio de la Liga, he ah lo nico que existe y funcionaefectivamente. La Liga misma, como tal, no existe ni funciona sino en teora.En la prctica, no es ms que lo que acabamos de ver en la reunin deGinebra.

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    trariamente a lo que hasta entonces poda haberse pronosticado, los de unpvido y mesurado funcionario social-democrtico, sino los de un frentico yencendido agitador fascista. El opaco ferroviario, se sinti elegido para jugarun rol en la historia de Italia.

    Fue el organizador y el animador del fascismo en la provincia de Cremona,una de las provincias septentrionales donde prendi ms tempranamente elfuego mussoliniano. Esta actuacin le franque en las elecciones de 1921 laspuertas de la Cmara. Le toc a Farinacci ser uno de los fascistas que ingre-saron entonces al Parlamento para denunciar, tumultuariamente, los impro-perios y los anatemas de los entonces innumerables diarios de oposicin. Perodesde que el fascismo inici su contraofensiva, a continuacin de unfamoso discurso de Mussolini en la cmara, asumiendo toda la responsabi-lidad histrica y poltica de la violencia fascista y desafiando al bloque delAventino a acusarlo categricamente de culpabilidad en el asesinato de

    Matteotti, Farinacci result designado fatalmente por la situacin y losacontecimientos para ocupar el puesto de mando. La eleccin de Farinaccicomo secretario general del fascismo correspondi al nuevo humorescuadrista de los "camisas negras".

    Esta designacin era, ms an que el discurso de Mussolini del 3 de enero,una enftica declaratoria de guerra sin cuartel. Y no de otro modo son en losodos y en los nimos de los diputados del Aventino que, en seis meses de vo-ciferacin antifascista, haban consumido su energa y perdido la oportunidadde derrocar al fascismo.

    Durante ms de un ao, el puo y la frase crispados del terrible ferroviario deCremona han marcado el comps de la poltica fascista.

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    Los elementos templados y discretos del fascismo han tenido que sufrir,resignadamente, durante todo este tiempo, su implacable dictadura y supsima sintaxis. Un seco y agriokasede Farinacci, a poco de su asuncin dela secretara general, expuls del fascismo, marcndolo a fuego como untraidor, a uno de los ms significados entre estos elementos, Aldo Oviglio, ex-ministro de justicia del rgimen fascista.

    Pero un ao de represin policial y de movilizacin escuadrista ha bastado alfascismo para liquidar al bloque del Aventino y para sentar las bases de unalegislacin fascista que radicalmente modifica el estatuto de Italia. Otrasofensivas escuadristas sern, sin duda, necesarias en lo porvenir. Mas, porahora, el fascismo puede hacer reposar sus cachiporras. El juicio Matteotti haconcluido con la absolucin de los responsables, y hace ao y medio era parael propio Duce del fascismo un crimen nefando. En la audiencia de Chieti,Farinacci ha hecho no la defensa, sino ms bien la apologa, de Amerigo Du-

    mini y de sus secuaces. Despus de este ltimo golpe demanganello, no lequedaba a Farinacci nada que hacer en la jefatura del fascismo donde, pasadala tempestad, su virulencia y su belicosidad haban empezado a volverseembarazantes. Farinacci en 1925 era el jefe lgico del fascismo; en 1926, sumisin ha concluido. Mussolini, que, buen conocedor de la psicologa de sugente, usa frmulas solemnemente sibilinas, condensa el programa, fascistapara este ao en estas dos palabras: silencio y trabajo. Estas palabras, segn ellenguaje del "Popolo d'Italia", definen el estilo fascista en 1926.

    Los alals de Farinacci no se compadecan con el nuevo estilo fascista. Poresto, licenciado o no por Mussolini, Farinacci ha dejado el comando delpartido. Desde hace algn tiempo se sealaba y se comentaba su sordodisenso, su

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    silenciosa lucha con Federzoni. El ministro del interior, con Rocco, Mera-viglia, y otros, "nacionalistas", representa el sector moderado, tradicional,derechista del fascismo. Y por el momento, sta es la gente que debe dar eltono al rgimen. El escuadrismo, momentneamente, se retira a Cremona.

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    LA NUEVA RUSIA Y LOS EMIGRADOS*

    Hace tres aos que Herriot, de regreso de una visita a los soviets, certific ensu libroLa Russie Nouvelle, el deceso de la vieja Rusia zarista. "La viejaRusia ha muerto para siempre", declar Herriot categrica y rotundamente. Sutestimonio no era recusable ni sospechoso para la familia demcrata. Provenade uno de sus ms voluminosos y autorizados lderes. Prximo al gobierno,cauto y ponderado por temperamento, no poda suponerse a Herriot capaz deuna asercin imprudente respecto a Rusia.

    En el discurso de estos tres aos la Rusia nueva ha seguido creciendo. Des-pus del de Herriot, otros testimonios burgueses han confirmado su vitalidad.

    Para reanimar su decada campaa de prensa contra los soviets, la plutocracia

    francesa ha recurrido a un novelista y polemista, el seor Henri Beraud. Losnovelistas no tienen ordinariamente ms imaginacin que los polticos. Pero,aunque parezca imposible, tienen casi siempre menos escrpulos. El seorBeraud, digno espcimen de una categora venal y arribista, lo ha demostradocon un libro mendaz sobre Rusia, en cuya capital el obeso autor delMartyrde l'Obeseha pasado unos pocos das que le han parecido suficientes parafallar inapelablemente sobre la gran revolucin.

    Pero el propio libro del seor Beraud a cuyo testimonio amoral podemosoponer el honesto

    --------------* Publicado enVariedades, Lima, 17 de Abril de 1926.

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    testimonio de Julio Alvarez del Vayo no se atreve a negar la nueva Rusia.(No se propone sino deformarla y difamarla). Y, por supuesto, menos an seatreve a creer en la supervivencia o en la resurreccin de la vieja Rusia de losgrandes duques.

    Los nicos seres que osan, a este respecto, negar la evidencia, son los "emi-grados" rusos. Claro est, que todos no. La mayora se ha resignado, final-mente, con su derrota. La sabe definitiva desde hace mucho tiempo. Es unaminora de polticos desalojados y licenciados la que, inocua y dispersamente,protesta todava contra el rgimen establecido por la revolucin de octubre.

    Esta minora se fracciona en diversas corrientes y obedece a distintos cau-dillos. El frente anti-bolchevique es abigarradamente pluricolor y heterclito.Se compone de zaristas ortodoxos, liberales monrquicos, demcratasconstitucionales o "cadetes", mencheviques, socialistas revolucionarios,

    anarquistas, etc. Agrupadas estas facciones segn sus afinidades tericas, laoposicin resulta dividida en tres tendencias: una tendencia que aspira a larestauracin del zarismo, una tendencia que suea con una monarquaconstitucional y una tendencia que propugna una repblica ms o menossocial-democrtica.

    La ms desvada y gastada de estas fuerzas, la monrquica, es la que haadunado recientemente en Paris a sus corifeos. Sus deliberaciones no tienenninguna trascendencia. El mismo lenguaje tartarinesco de este congreso demayordomos y tinterillos de los primos y tos del ltimo zar, carece absolu-tamente de novedad. Los residuos del zarismo se han reunido muchas vecesen anlogas asambleas para discurrir bizarramente sobre los destinos deRusia. La amenaza de una expedicin decisiva contra los soviets ha si-

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    do pronunciada con idntico nfasis desde muchos otros escenarios.

    Los "emigrados" no logran engaarse, seguramente, a s mismos. No esprobable que logren engaar tampoco a los banqueros de Nueva York que,segn sus planes, deben financiar la campaa. El pobre gran duque Nicolsque anuncia su intencin de marchar marcialmente a Rusia, no ha tenidonimo para marchar burguesamente a Pars a asistir a la asamblea. El cabledice que corra el peligro de ser asesinado por los agentes del bolchevismo.Pero el bolchevismo no tiene probablemente inters en suprimir a un per-sonaje tan inofensivo y estlido.

    Los soberanos y los banqueros de Occidente, que han armado contra lossoviets en el perodo 1918-1923 una serie de expediciones, conocen dema-siado a esta gente. Conocen, sobre todo, su incapacidad y su impotencia. Sedan cuenta clara de que lo que los ejrcitos de Denikin, Judenitch, Kolchak,

    Wrangel, Polonia, etc., bien abastecidos de armas y de dinero, no pudieronconseguir en das ms propicios, menos todava puede conseguirlo ahora unejrcito del gran duque Nicols.

    El caso Boris Savinkov esclarece muy bien el drama de los emigrados. (Delos nicos emigrados que es dable tomar en cuenta). Savinkov, ministro delgobierno de Kerensky, socialista revolucionario, con una larga foja de ser-vicios de conspirador y terrorista, fue el adversario ms frentico y encar-nizado de los soviets. Desde la primera hora luch sin tregua contra el bol-chevismo. Particip en todas las conspiraciones y todos los complots anti-sovietistas. Organiz atentados contra los jefes del rgimen. Colabor conmonarquistas y extranjeros. Pero en estas campaas y fracasos acumul unadolorosa experiencia. Y, despus de obstinarse mil veces en

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    su rencor rabioso contra los soviets, acab por reconocer que stos repre-sentaban realmente los dos ideales de su larga vida de conspirador: la Revo-lucin y la Patria. Temerario, intrpido, Boris Savinkov no se content conuna constatacin melanclica de su error. Quiso repararlo heroicamente. Y sepresent en Rusia. Saba que en Rusia no poda encontrar sino la muerte. Massu destino lo empujaba implacablemente.

    El proceso de Savinkov es uno de los episodios ms emocionantes y dram-ticos de la revolucin. El jefe terrorista, el lder revolucionario, confes a sus jueces todas sus responsabilidades. Pero reivindic su derecho a renegar suerror, a abjurar su hereja: "Ante el tribunal proletario de los representantesdel pueblo ruso dijo yo declaro que me equivocaba. Yo reconozco elpoder de los soviets. Yo digo a todos los emigrados: el que ame al pueblo rusodebe reconocer su gobierno. Esta declaracin me es ms penosa de lo que meser vuestro veredicto. He comprendido que el pueblo est con vosotros no

    ahora, cuando los fusiles me apuntan, sino hace un ao, en Paris. Espero unacondena a muerte, No demando piedad. Vuestra conciencia revolucionaria osrecordar que fui revolucionario". El tribunal conden a muerte a Savinkov,pero gestion, en seguida, la conmutacin de la pena. El gobierno la conmutpor diez aos de reclusin. Luego, convencido de la sinceridad de la conver-sin de su adversario, le acord el indulto. Mas a Savinkov esto no le bastaba.Su vida de revolucionario incansable se resista a concluir pasiva y oscura-mente en la inaccin. Savinkov se haba sentido siempre nacido para servir ala revolucin social. Si la revolucin lo repudiaba, para qu quera su per-dn? La amnista, el olvido, eran un castigo peor que la muerte. Demasiadoimpetuoso, demasiado impaciente pa-

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    ra esperar silencioso e inerte, Boris Savinkov se suicid en la crcel.

    La vida romancesca y tormentosa de este personaje compendia y resume eldrama de la contra-revolucin. Las bufas baladronadas de los grandes duquesson slo su ancdota cmica.

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    LAS NUEVAS JORNADAS DE LA REVOLUCION CHINA*

    He escrito dos veces en "Variedades" sobre la China. La primera vez bos-quejando a grandes trazos el proceso de la revolucin. La segunda vez, exa-minando la agitacin nacionalista contra los diversos imperialismos que sedisputan el predominio en el territorio y la vida chinas.

    El cuadro general no ha cambiado. En el distante, inmenso y complejo esce-nario de la China, contina su accidentado desarrollo una de las ms vastasluchas de la poca. Pero las posiciones de los combatientes se presentan tem-poralmente modificadas. Los ltimos episodios sealan una victoria parcial dela contraofensiva reaccionaria e imperialista.

    La agitacin revolucionaria y nacionalista adquiri hace algunos meses una

    extensin inslita. El espritu anti-imperialista de Cantn, sede de la Chinarepublicana y progresista del Sur, arraig y prosper en Pekn, centro de unaburocracia y una plutocracia intrigantes y cortesanas. Las huelgas anti-imperialistas de Shanghai repercutieron profundamente en Pekn, donde losestudiantes organizaron enrgicas manifestaciones de protesta contra losataques extranjeros a la independencia china.

    Bajo la presin del sentimiento popular se constituy en Pekn un ministeriode coalicin, en el cual estaba fuertemente representado el

    --------------* Publicado enVariedades, Lima. 24 de Abril de 1926.

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    partidoKuo-Ming-Tang, esto es el sector de izquierda. El Presidente de laRepblica Tuan Chui Yi cuya dimisin nos acab de anunciar el cable norepresentaba nada. El poder militar se encontraba en manos del general pro-testante Feng-Yu-Hsiang quien, ganado por el sentimiento popular, se entre-gaba cada da ms a la causa revolucionaria.

    El problema de la China asumi as una gravedad dramtica precisamente enun perodo en que, diseado un plan de reconstruccin capitalista, el Occi-dente senta con ms urgencia que antes la necesidad de ensanchar y reforzarsu imperio colonial. Las potencias interesadas en la colonizacin de la Chinadiscutan desde haca algn tiempo, con creciente preocupacin, los mediosde entenderse y concertarse para una accin mancomunada. La marejadanacionalista de 1925 vino a colmar su impaciencia. Inglaterra, sobre todo, semostr exasperada. Y, sin ningn reparo, us con la China un lenguaje deviolenta amenaza. Las potencias que, como principio supremo de la paz,

    haban proclamado el derecho de las naciones a disponer de s mismas y que,ms tarde, haban declarado enftica y expresamente su respeto a la indepen-dencia de la China, hablaban ahora de una intervencin marcial que renovaseen el viejo imperio los truculentos das del general Waldersee.

    El gobierno de Pekn fue acusado, como antes el gobierno de Cantn, de serun instrumento del bolchevismo contra el occidente y la civilizacin. Kara-khan, embajador de los Soviets en Pekn, fue denunciado como el ocultoempresario y organizador de las protestas anti-imperialistas.

    Si se tiene en cuenta todas estas cosas, se comprende fcilmente el sentido delos ltimos acontecimientos. Chang-So-Lin, el dictador de la

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    no se desarmar absolutamente. Los desmanes imperialistas le darn muypronto una ocasin de reasumir la ofensiva.

    La responsabilidad del caos chino aparece, pues, ante todo, como una res-ponsabilidad de los imperialismos que en el viejo imperio ora se contrastan,ora se entienden, ora se combaten, ora se combinan. Si estos imperialismosdejaran realizar libremente al pueblo chino su revolucin, es probable que unorden nuevo se habra ya estabilizado en la China. El dinero del Japn, deInglaterra, de los Estados Unidos, alimenta incesantemente el desorden. Laaventura de todotuchun mercenario est siempre subsidiada por algnimperialismo extranjero.

    En un pas como la China, de enorme poblacin e inmenso territorio, dondesubsiste una numerosa casta feudal, la empresa de mantener viva la revueltano resulta difcil. Acta, en primer lugar, la fuerza centrfuga y secesionista de

    los sentimientos regionales de provincias que se semejan muy poco. En se-gundo lugar, la omnipotencia regional de los jefes militares (tuchuns) prontosa mudar de bandera. Untuchunpotente basta para desencadenar una revuelta.

    La repblica, la revolucin, no son slidas sino en la China meridional, dondese apoyan en un vasto y fuerte estrato social. Cantn, la gran ciudad industrialy comercial del sur, es la ciudadela delKuo-Ming-Tang. Su proletariado, supequea burguesa, son devotamente fieles a la doctrina revolucionaria deldoctor Sun-Yat-Sen. Esta es la fuerza histrica que cualesquiera que sean losobstculos que el capitalismo occidental le amontone en el camino, acabarsiempre por prevalecer.

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    lucin. El plazo se ha vencido sin que la solucin haya sido encontrada. Ycomo patrones y obreros no han modificado en tanto su actitud, el conflicto hasobrevenido inexorable. Esta vez est con los mineros todo el proletariadobritnico.

    Presenciamos, en la huelga general inglesa, una de las ms trascendentesbatallas socialistas. Los verdaderos contendientes no son los patrones y losobreros de las minas britnicas. Son la concepcin liberal y la concepcinsocialista del Estado. Las fuerzas del socialismo se encuentran frente a frentede las fuerzas del capitalismo. El frente nico se ha formado automticamenteen uno y otro campo. La prctica no consiente los mismos equvocos que lateora. Los reproches a la poltica conservadora que acompaan la declaracinno disminuyen el valor de sta. Y en el frente obrero, luchan juntos reformis-tas y revolucionarios. Thomas y Cook, Mac Donald y Savlatkala.

    Inglaterra es la tierra clsica del compromiso y de la transaccin. Mas en estacuestin de las minas el compromiso parece impracticable. En vano trabajandesde hace tiempo por encontrarlo los reformistas de uno y otro bando. Susesfuerzos no producen sino una complicada frmula de semiestadizacin delas minas, cuya ejecucin nadie se decide a intentar hasta ahora.

    El problema de las minas constituye el problema central de la economa y lapoltica inglesas. Toda la economa de la Gran Bretaa reposa, como es biensabido, sobre el carbn. Sin el carbn, el desarollo industrial britnico nohabra sido posible. Cuando elLabour Party propone la nacionalizacin delas hulleras, plantea el problema de transformar radicalmente el rgimeneconmico y poltico de Inglaterra. En un pas agrcola como Rusia la lucharevoluciona-

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    ria era, principalmente, una lucha por la socializacin de la tierra. En un pasindustrial como Inglaterra la propiedad de la tierra tiene una importanciasecundaria. La riqueza de la nacin es su industria. La lucha revolucionaria sepresenta, ante todo, como una lucha por la socializacin del carbn.

    El Estado liberal desde hace tiempo se ve constreido a sucesivas y espordi-cas concesiones al socialismo. Sus estadsticas han inventado el intervencio-nismo que no es sino la teorizacin del fatal retroceso de la idea liberal ante laidea colectivista. El perodo blico requiri un empleo extenso del mtodointervencionista. Y, durante la post-guerra, no ha sido posible abandonarlo. Elfascismo, que, en el plano econmico, propugnaba un cierto liberalismo,incompatible desde luego con su concepto esencial del Estado, ha tenido queseguir en el poder una orientacin intervencionista.

    Pero el intervencionismo no es una poltica nueva. No es sino un expediente

    moderno de la vieja poltica demo-liberal. En Inglaterra, por ejemplo, hapodido hace meses postergar el conflicto minero, pero no ha podido resolverla cuestin que lo engendra. El Estado liberal se queda inevitablemente enestas cosas a mitad de camino.

    Los hombres de Estado de la burguesa inglesa saben que la nica solucindefinitiva del problema es la nacionalizacin de las minas. Pero saben tam-bin que sta es una solucin socialista y, por ende, antiliberal. Y que elEstado burgus ha renegado ya una gran parte de su ideario, pero no puederenegarlo del todo, sin condenarse a s mismo terica y prcticamente.

    Por esto ninguno de los proyectos de semiestadizacin de las minas haprosperado. Han

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    tenido todos el defecto original de su hibridismo. Los han rechazado, de unaparte, en nombre de la doctrina liberal y, de otra parte, en nombre de la doc-trina socialista. Y, sobre todo, a consecuencia de su propia deformidad, se hanmostrado inaplicables.

    El gobierno conservador de Baldwin, que cuando, en la necesidad de evitar lahuelga, concedi a la industria un subsidio, se manifest intervencionista,representa en la lucha presente la concepcin del Estado liberal. (Conservan-tismo y liberalismo son trminos que designan actualmente en Inglaterra dostonalidades, dos caras de un mismo rgimen). Hace algunos meses su inter-vencionismo, denunciado como una abdicacin ante la amenaza obrera, de-tuvo la huelga. Ahora su abstencionismo, esto es su liberalismo, la ha dejadoproducirse.

    No hagamos predicciones. El desarrollo de la batalla puede ser superior al que

    son capaces de prever los clculos de probabilidades. Lo nico evidente hastaahora para un criterio objetivo es que se ha empeado en Inglaterra una for-midable batalla poltica y que sus resultados pueden comprometer definitiva-mente el destino de la democracia. Los ingleses tienen una aptitud inagotablepara la transaccin. Pero esta vez la mejor de las transacciones sera para elrgimen capitalista una tremenda derrota.

    Slo la imposicin cruda y neta de sus puntos de vista podra contener laoleada proletaria.

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    LA PROTESTA DE LA INTELIGENCIA EN ESPANA*

    Cada da se exaspera ms en Espaa el conflicto entre la dictadura y la inte-ligencia. Desde el confinamiento de don Miguel de Unamuno y de RodrigoSoriano en la isla de Fuerte Ventura, los ataques de la dictadura de Primo deRivera a la libertad de pensamiento no han reconocido ningn lmite. No lebasta al dictador de Espaa la supresin de la libertad de prensa y de tribuna osea de los medios de expresin del pensamiento. Parece decidido a obtener lasupresin del pensamiento mismo.

    Es probable que a Primo de Rivera y a sus edecanes les parezca que ste esnada menos que un modo de regenerar a Espaa. Un general que ha mostradopblicamente ms respeto por una cortesana que por un filsofo no puededarse cuenta de que casi los nicos valores espaoles que se cotizan an en elmundo son sus valores intelectuales y espirituales. Los bero-americanos so-

    bre todo, no creeramos viva a Espaa viva en la civilizacin y en el espri-tu sin el testimonio de Unamuno y sin el testimonio de los que, en elcastillo de Montjuich o en otra crcel de esta inquisicin marcial, dan fe deque no ha perecido la estirpe de don Quijote.

    Una dictadura de Primo de Rivera y de Martnez Anido, en tanto, carece parala historia contempornea hasta del inters de constituir

    --------------* Publicado enVariedades, Lima, 15 de Mayo de 1926.

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    un fenmeno original de reaccin o de contra-reforma. Esta dictadura militarno es, como lo ha dicho Unamuno, sino una caricatura de la dictadura fascista.Entre el Marqus de la Estrella y Benito Mussolini la diferencia de categoraes demasiado evidente. Uno y otro representan la Reaccin. Pero mientrasMussolini es un caso de condottierismo o cesarismo italianos, Primo de Ri-vera es apenas un caso de pretorianismo sudamericano, con todas las conse-cuencias y caractersticas histricas de una y otra clasificacin.

    Jimnez de Asa, confinado en las islas Chafarinas por haber protestadocontra este rgimen desde su ctedra de la Universidad de Madrid, es uno delos representantes de la inteligencia espaola que Hispano-Amrica msconoce y admira. Este solo ttulo deba haber hecho respetable su persona.Espaa no tiene hoy otra efectiva continuacin en Amrica que la que leaseguran su ciencia y su literatura.

    Las universidades hispanoamericanas, que han recibido a Jimnez de Asa

    como un embajador de la inteligencia espaola, han saludado en l a la Es-paa verdadera. Por sus claustros habra pasado, en cambio, sin ningn ecouna galoneada y condecorada figura oficial.

    Y uno de los mritos de Jimnez de Asa es, precisamente, la honrada fran-queza con que ha dicho a las juventudes hispanoamericanas su opinin sobrela dictadura de Primo de Rivera y el encendido optimismo con que les ha afir-mado su esperanza en la revolucin espaola. Jimnez de Asa no ser uno delos conductores de esta revolucin. No es un hombre de accin; es slo unhombre de ciencia. Su ideologa poltica me parece imprecisa. Est nutrida deabstracciones ms que de realidades. Pero revela, en todo caso, al intelectualhonesto, al cual

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    nada puede empujar a una tolerancia cmplice con el mal.

    El acta de acusacin de Jimnez de Asa, le atribuye en primer lugar, unacampaa de descrdito de Espaa en los pases de Hispano-Amrica. Perodesgraciadamente, para Primo de Rivera los llamados a fallar sobre estepunto, somos nosotros los hispanoamericanos. Y nosotros certificamos, por elcontrario, que en estos pases Jimnez de Asa no ha dicho ni hecho nada queno merezca ser juzgado como dicho y hecho en servicio de Espaa. Y delnico ibero-americanismo que tiene existencia real en esta poca.

    La deportacin de Jimnez de Asa, segn las entrecortadas noticias cable-grficas de Espaa, forma parte de una extensa ofensiva contra la inteligencia.Don Miguel de Unamuno ha sido reemplazado en su ctedra de Salamanca,medida que determin, justamente, la protesta de Jimnez de Asa, reprimidacon su reclusin en una isla de lgubre historia. J. lvarez del Vayo, el

    inteligente periodista a quien acaba de dar sonora notoriedad su honradotestimonio sobre la situacin rusa, ha sido apresado. Snchez Rojas, culpablea lo que parece de una conferencia sobre la personalidad de Unamuno, ha sidoconfinado en Huelva. Y la lista de prisiones y deportaciones de intelectualeses seguramente mucho ms larga. No la conocemos ntegramente por elceloso empeo de la dictadura de encerrar a Espaa dentro de sus fronteras.Pero las palabras que nos han llegado de una protesta de los ms esclarecidosy acrisolados escritores y artistas de Espaa, indican una mltiple y saudarepresin del pensamiento.

    La inteligencia hispano-americana tiene que sentirse solidaria, sin duda, conla espaola, en este perodo de inquisicin. Abundan ya las ex-

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    presiones de esta solidaridad. No en balde Unamuno es uno de los ms altosmaestros de la juventud hispano-americana.

    Pero la condenacin histrica del rgimen de Primo de Rivera y MartnezAnido no debe fundamentarse sustantivamente en su menosprecio ni en suhostilidad a los intelectuales. Este menosprecio, esta hostilidad no son sinouna cara, una expresin de la poltica reaccionaria. El sentido histrico de estapoltica se juzga, ante todo, por los millares de oscuros presos del proleta-riado, que han pasado hasta ahora por las crceles de Barcelona y Madrid.

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    PILSUDSKI Y LA POLITICA POLACA*

    A travs de una accidentada serie de experimentos y tanteos, Polonia busca suequilibrio. El tratado de paz le dio un extenso territorio, despus de resta-blecer su existencia como nacin libre. Pero le impuso al mismo tiempo, deacuerdo con el inters de los vencedores o, ms precisamente, de acuerdo conel inters de Francia y el inters de Inglaterra, una complicada funcin en elmecanismo poltico de Europa. Reconstituida con territorios que hasta lavictoria aliada formaban parte de los imperios alemn, austriaco y ruso, Polo-nia tiene, por otra parte, una composicin heterclita que le impide recons-truir prontamente su unidad nacional. Su poblacin se compone, en algunasprovincias, de polacos, rusos, alemanes y judos. Y a la pluralidad de nacio-nalidades, se suma la pluralidad de religiones. Hay en Polonia catlicos, orto-doxos, protestantes e israelitas. Predomina, naturalmente, la masa polaca y

    catlica, que constituye una gran mayora. Mas a esta nacionalidad, un pocoanquilosada por ms de un siglo de dominio alemn o ruso, le resulta excesivoel difcil trabajo de asimilacin de las minoras algenas que la paz aliada leha obsequiado.

    En Polonia, el conflicto entre la ciudad y el campo estorba el proceso declarificacin poltica. La burguesa urbana no se entiende muy bien con laburguesa rural. El proletariado industrial no se entiende tampoco bien con elproletariado campesino. En 1919, el Estado polaco

    --------------* Publicado enVariedades, Lima, 5 de Junio de 1926.

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    se encontr frente a una urgente cuestin agraria. La ola verde que, estimu-lada por la revolucin rusa, amenaz el orden burgus en toda la Europaoriental, donde la propiedad de la tierra estaba acaparada por una poderosaaristocracia, invadi Polonia con el mismo mpetu que en Rumania. Bulgaria,etc. Se dict entonces una ley que, sancionando el principio de la expropia-cin forzosa, limit la extensin de los fundos entre 160 y 900 hectreas.

    Pero la influencia de la clase latifundista, representada por los partidos de laderecha, ha evitado la ejecucin integral de la reforma agraria. Por consi-guiente, las campias siguen agitadas por una lucha obstinada entre bandosque no desarman.

    Pilsudski gobern contra los partidos de la derecha que reclutan principal-mente sus adeptos en la poblacin rural. Uno de estos partidos, la federacinpopular nacional, se apoya en los grandes terratenientes. Otro, el partido

    obrero cristiano nacional, rene en sus filas a los artesanos y campesinosobedientes al clero. Pero el partido agrario ms numeroso es el acaudilladopor Witos, el poltico a quien Pilsudski acaba de arrojar del poder. Este par-tido durante el gobierno de Pilsudski ocup en el parlamento polaco, en elcual contaba con 85 puestos, una posicin centrista. Sus intereses electoraleslo mantuvieron entonces al flanco del gobierno.

    Mas Pilsudski, polticamente, no obstante sus antecedentes socialistas, jug enel poder un rol contrarrevolucionario. Lo obligaban a este rol los compromi-sos internacionales de Polonia. El capitalismo occidental necesitaba que Polo-nia fuera una barrera anti-sovietista. Y Pilsudski que, adems alentaba sueosun poco napolenicos, se lanz a la aventura de una guerra con-

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    tra los soviets. Su plan era la federacin de todos los estados limtrofes deRusia, desde la Finlandia hasta la Georgia, bajo la tutela de Polonia. Si Polo-nia hubiese salido victoriosa de esta empresa, Pilsudski se habra aseguradodefinitivamente en el poder.

    Como esto no aconteci, Pils