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Arquidiócesis de Medellín / Abril 2013 / 203 / 1.200 Ejemplares / ISSN 1909-9584 / ARZOBISPO DE MEDELLÍN. FRANQUICIA POSTAL. DECRETO No. 27-58 1955 ”La comunión con el Obispo de Roma nos asegura que estamos bajo el verdadero pastoreo de Cristo y que nos guía la fuerza poderosa de su Espíritu”.

Informador mes de abril

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Informador Arquidiocesano

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REVISTA EL INFORMADOR CARATULA EDICIÓN 203. CIAN MAGENTA AMARILLO NEGRO. CUATRO COLORES. 12/04/2013.

PROGRAMACIÓNDE LA ARQUIDIÓCESIS CON MOTIVO DE LA CANONIZACIÓN DE SANTA LAURA MONTOYA

”La comunión con el Obispode Roma nos asegura que estamos bajoel verdadero pastoreo de Cristo y que nosguía la fuerza poderosa de su Espíritu”.

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CONTENIDO

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NON PLACET! NON PLACET!1962. HACIA LA LUMENGENTIUM (2)Por: Fernando José Bernal Parra, Pbro Facultad de Teología. U.P.B.

LA NOTICIA DEL DOMINGOPor: Jairo Alberto Henao Mesa, Pbro.

DE BERGOGLIO A FRANCISCOPor: José Jaime Brosel Gavilá, Pbro.

FRANCISCO:UN NOMBRE, UN PROYECTOPor: Jorge Alonso Buitrago, Pbro.

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LOS PROCESOS DEBEATIFICACIÓN Y CANONIZACIÓNDE LOS MÁRTIRES DEL SIGLO XXPor: Rafael Betancur Machado, Pbro.

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¿CUÁL ES LA PARTICIPACIÓNDEL SACERDOTE EN LAPASTORAL FAMILIAR?Por: Jorge Enrique García Gómez, Pbro.

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32EMERGENCIA VOCACIONALEN LA ARQUIDIOCESISPor: + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

7 HOMILÍA EN LA MISA CRISMALPor: + Ricardo Tobón Restrepo Arzobispo de Medellín

Arquidiócesis de Medellín / Abril 2013 / 203 / 1.200 Ejemplares / ISSN 1909-9584ARZOBISPO DE MEDELLÍN. FRANQUICIA POSTAL. DECRETO No. 27-58 1955

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Por: + Ricardo Tobón RestrepoArzobispo de Medellín

EMERGENCIAVOCACIONALEN LAARQUIDIÓCESIS

Crisis vocacional y pastoral vocacional

Cuando hablamos de Pastoral Vocacional, de una parte, estamos ante una realidad que de modo personal nos atañe a todos; en efecto, cada persona es vocación, es llamada original y amorosa de Dios para ser, para realizarse en Cristo, para cumplir una misión en la Iglesia y en el mundo, para llegar a la vida eterna. Por esto, cada uno está llamado a asumir y construir su vida dentro del plan salvífico de Dios y está lla-mado a dar testimonio de la obra que Dios hace en su vida para animar a otros a una profunda re-lación con Dios, que les abra todas las posibilida-des que tienen como imagen y semejanza suya.

Cuando hablamos de Pastoral Vocacional, de otra parte, tenemos que hacernos conscientes de una realidad verdaderamente inquietante. No pocas personas viven sin tener en cuenta su dimensión vocacional. Simplemente pasan los días y los años llevados y traídos por las fuerzas biológicas, sociales, económicas y culturales, que van condicionando de distintas maneras la vida de los seres humanos y de las sociedades. Es así como tenemos esposos, padres de fami-lia, educadores, líderes sociales, profesionales, religiosos y sacerdotes que cumplen roles y ser-vicios sin una verdadera experiencia vocacional.

Detrás de esta crisis vocacional hay muchas causas ya conocidas. La familia no siempre está

La Iglesia tiene el derecho y el deber de promover el nacimiento de las vocaciones sacerdotales, de aclarar la autenticidad de las mismas y, después, de acompañarlas en el proceso de maduración a través de la oración, el anuncio de la Palabra, la vida sacramental y la progresiva educación en la fe y la caridad.

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cumpliendo con la importante tarea de iniciar en la vida y ayudar a las personas a situarse ade-cuadamente en el mundo. La educación en no pocos casos se reduce a un servicio técnico de transmisión de datos y no afronta la noble tarea de acompañar las personas en la conquista de su libertad. Vivimos en un contexto cultural y social marcado por fuertes corrientes de pensa-miento laicista que pretende excluir a Dios de la vida de las personas y de los pueblos dejándolos sin horizontes de trascendencia y propiciando un degradante clima de superficialidad y frivolidad.

Estas situaciones de vacío y desesperanza afec-tan particularmente a muchos jóvenes, que cre-cen sin certezas esenciales en la vida, que no cuentan con instituciones sólidas y definidas que los acompañen, que se mueven frecuentemente en un ambiente violento y materialista y que no tienen la confianza y la ilusión para situarse fren-te a los cambios que vive la sociedad convulsio-nada por situaciones políticas, económicas, cul-turales y, sobre todo, éticas. Es así como llegan a la evasión que encuentran en la droga y en el sexo, o se instalan en la propuesta consumista y corren los peligros de la búsqueda del dinero fácil, o caen en una especie de letargo colectivo.

Sin grandes ideales y expectativas serias de fu-turo, muchos jóvenes optan por acomodarse a la vida que les resulte más fácil o simplemente por sobrevivir como náufragos de una sociedad en crisis de fe, de valores y de alma. De esta manera llegan tantos al matrimonio conducidos sólo por la pulsión sexual, o a un trabajo o profe-sión porque fue lo que les deparó la suerte, o a una posición y servicio en la sociedad sin ningún compromiso ni convicción. Tantos jóvenes están renunciando incluso al inconformismo y a la bús-queda creativa que son tan propios de su edad y condición. Tener esposos, maestros, líderes sociales, profesionales en diversos campos y sa-cerdotes sin vocación, configura una verdadera emergencia vocacional.

En este contexto debemos situar la pastoral vo-cacional, que debe ayudarle a todas las perso-nas, y especialmente a los jóvenes, a encontrar el sentido de su vida, a desarrollar sus potencia-lidades, a construir un proyecto para situarse y hacer su aporte en el plan de la salvación. Este acompañamiento será un signo de que la Iglesia no nos deja solos ante los desafíos de la vida, ni ante la necesidad de tomar grandes decisio-nes. Toda pastoral vocacional debe llevar a la persona a un encuentro con Cristo, que ilumine y transforme su vida, descubriendo el sentido de su existencia, planteándose la vida como vo-cación, descubriendo su puesto y misión en el mundo, decidiéndose a responder a la llamada de Dios con generosidad e integrándose en una comunidad de llamados.

Situación seriamente preocupante

Dentro de la pastoral vocacional, merece espe-cial cuidado el acompañamiento a las vocacio-nes para los ministerios ordenados. Nos dice el Concilio Vaticano II que “El Señor Jesús hizo par-tícipe a todo su cuerpo místico de la unción del Espíritu con el que él está ungido; puesto que en él todos los fieles se constituyen en sacerdo-cio santo y real, ofrecen a Dios, por medio de Jesucristo, sacrificios espirituales, y anuncian el poder de quien los llamó de las tinieblas a su luz admirable. No hay pues miembro alguno que no tenga su cometido en la misión de todo el cuer-po… Sin embargo, el mismo Señor constituyó a algunos de ellos ministros que, ostentando la potestad sagrada en la sociedad de los fieles, tu-vieran el poder sagrado del orden, para ofrecer el sacrificio y perdonar los pecados, y desem-peñaran públicamente, en nombre de Cristo, la función sacerdotal en favor de los hombres, para que los fieles se fundieran en un solo cuerpo, en que no todos los miembros tienen la misma fun-ción” (Presbyterorum ordinis 2).

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Por consiguiente, en la Iglesia debe existir una conciencia particular y unos medios específicos para acompañar en un exigente proceso a quie-nes Dios llama al ministerio sacerdotal. La voca-ción sacerdotal es un diálogo inefable en el que la iniciativa parte de Dios y la persona debe res-ponder. No hay vocación sacerdotal sin esos dos elementos esenciales: el don gratuito de Dios y la libertad responsable del hombre. Así aparece en todas las historias vocacionales descritas en la Biblia y así se ve en todas las vocaciones que se dan en la Iglesia. No hay auténtica vocación sin la gracia de la llamada y sin una respuesta dada con plena libertad. Para la realización de este proceso vocacional Dios se sirve de la mediación de la Iglesia, a través de personas que suscitan, ayudan en el discernimiento y acompañan en el itinerario de la respuesta.

La Iglesia tiene el derecho y el deber de promover el nacimiento de las vocaciones sacerdotales, de aclarar la autenticidad de las mismas y, después, de acompañarlas en el proceso de maduración a través de la oración, el anuncio de la Palabra, la vida sacramental y la progresiva educación en la fe y la caridad. En nuestra Arquidiócesis, debemos constatarlo con realismo y sinceridad, se han presentado deficiencias en el ejercicio de este deber. Tenemos un descenso notable en el número de candidatos al sacerdocio ministerial. En los próximos cinco años, los cálculos más optimistas no nos permiten pensar, por el actual número de seminaristas en el ciclo teológico, en la ordenación de más de seis presbíteros por año para trabajar dentro de la Arquidiócesis. Si en los últimos años se habían ordenado, en promedio, unos veinte sacerdotes por año, algo grave nos ha pasado.

Para explicar esta situación podemos aducir todas las causas derivadas del cambio social y cultural que vivimos, pero debemos pensar tam-bién que algo particular sucedió en la pastoral vocacional y en la vida arquidiocesana de 2005

a 2010, años en los que bajó tan notablemente el ingreso de candidatos idóneos para el sacer-docio. Tal vez, con la abundancia vocacional que se tenía, nos descuidamos en mantener una vida eclesial fuerte, en implementar una articulación de diversas vertientes pastorales al servicio de la promoción vocacional y en hacer un explícito llamamiento y un cuidadoso seguimiento a los jó-venes que pudieran tener una llamada de Dios al sacerdocio. No se trata de echarnos culpas, pero sí de reconocer que estamos en una verdadera emergencia vocacional y de actuar con prontitud y decisión.

Para percibir la gravedad de esta realidad, basta considerar que en los próximos años no se ve la posibilidad de acrecentar el servicio misionero en otras diócesis, no será tan fácil crear parroquias nuevas, no podrá pensarse en constituir o forta-lecer algunos equipos sacerdotales que resultan necesarios. Debemos estar atentos a que, por falta de oración, de acción pastoral y de un serio compromiso de todos, no lleguemos al “invierno vocacional” que se vive en algunas diócesis de Europa y que se ha vuelto un desafío con graves repercusiones en toda la Iglesia. Los invito a to-dos, entonces, a hacernos conscientes de esta emergencia vocacional y a comprometernos con responsabilidad en las acciones concretas que propongo a continuación.

Siete compromisos para asumir

1. Orar por las vocaciones. El primer recurso vocacional que nos enseñó Jesús es pedir al Padre obreros para la mies. Por eso, la prin-cipal actividad de la pastoral vocacional es la oración, que reconoce que las vocaciones son un don divino. En la oración se manifies-ta fundamentalmente la solicitud de la Iglesia por las vocaciones. Todos debemos tener la humildad, la confianza, la valentía de llamar con insistencia al corazón de Dios para que

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nos dé sacerdotes. Sugiero que esta sea una intención permanente en la oración de los fie-les los domingos y en las vigilias eucarísticas de los jueves.

2. Motivar a las familias en el trabajo por las vocaciones. La familia cristiana tiene una responsabilidad particular, puesto que es un primer seminario. Si bien la institución fami-liar atraviesa no pocas dificultades, la Iglesia sigue confiando en su capacidad educativa y de transmitir aquellos valores que capacitan al sujeto para plantear su existencia desde la relación con Dios. El futuro de las vocaciones se forja, en primer lugar, en el hogar. Esto exige que la familia cristiana esté abierta a la vida y se aplique con dedicación y esmero en la tarea de educar a los hijos en la fe.

3. Promover grupos y redes de grupos juveniles. Imposible tener vocaciones sin un esfuerzo permanente de evangelización de la juventud en los colegios y en las parroquias. Dentro de los programas pastorales de la Arquidió-cesis nos hemos propuesto la organización de grupos y redes de grupos juveniles que ayuden con procesos de formación cristiana a los adolescentes y jóvenes a ser discípulos misioneros capaces de dar vida al mundo. Muchas parroquias han tomado esto en se-rio, pero nos falta ir más lejos todavía. En el acompañamiento juvenil hay que estar aten-tos a los signos de vocación que tienen lugar en la vida cotidiana, para percibir el designio divino sobre algunos jóvenes.

4. Impulsar parroquias vivas y misioneras. Dios llama a cada uno por su nombre, es una lla-mada personal, pero quiere salvar y santificar a todos y cada uno, no de forma aislada e individual, sino constituyendo una comunidad de llamados. No pueden surgir vocaciones allí donde no se vive un espíritu auténtica-mente eclesial. Las vocaciones surgen en las parroquias vivas y misioneras, que saben integrar a los jóvenes en la comunidad y les dan participación en las diversas iniciativas

de apostolado. A su vez, el número de semi-naristas habla de la calidad de la vida pasto-ral de cada parroquia.

5. Implicar a los laicos en el trabajo vocacional. La pastoral vocacional es responsabilidad de todos los miembros de la Iglesia. Además del obispo, los presbíteros y los religiosos, tam-bién los laicos deben interesarse en que haya abundantes y cualificados obreros en la viña del Señor. Especialmente los catequistas, los educadores y los animadores de la pastoral juvenil tienen un papel fundamental en pro-poner el ideal sacerdotal a los niños y a los jóvenes y acompañar a aquellos que sienten algún indicio de una llamada de Dios.

6. Apoyar los Seminarios. Los Seminarios rea-lizan su tarea en nombre de toda la Iglesia diocesana. Sin una colaboración permanen-te del presbiterio, de las parroquias y de las demás instituciones eclesiales no les sería posible cumplir su misión. Para plantear a los seminaristas la llamada a la santidad y de-más compromisos que implica la formación se requiere un favorable contexto eclesial y un apoyo incondicional de toda la comunidad diocesana. No se puede dejar solo al Semi-nario o contradecir su trabajo sin un grave perjuicio para la Arquidiócesis. En este mo-mento, de un modo especial, el Seminario menor necesita el apoyo de todos.

7. Cooperar con los programas de la Pastoral Vocacional Arquidiocesana. La Pastoral Vo-cacional promueve diversas iniciativas que deben ser acogidas y secundadas especial-mente en las parroquias y los colegios católi-cos si queremos tener el número y la calidad de los sacerdotes que necesitamos. La forma de valorar los esfuerzos que hace la Pastoral Vocacional es cooperar con todos sus pro-gramas, especialmente con la promoción de grupos vocaciones y con la compañía espiri-tual y la ayuda económica para aquellos as-pirantes que inician el discernimiento de una posible llamada al sacerdocio.

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El testimonio de los sacerdotes

La pastoral vocacional, ya se ha dicho, es res-ponsabilidad de todos; sin embargo, es preciso subrayar la importancia de la figura del sacerdo-te como un elemento transversal en este trabajo. Los presbíteros deben participar con una sólida acción pastoral en medio de la juventud y con una explícita y permanente colaboración a los programas diocesanos de pastoral vocacional, pero sobre todo deben colaborar con un testimo-nio límpido de su sacerdocio. La vida del sacer-dote, a través de la sencillez, de la coherencia, de la caridad con los que sufren, de la gozosa imitación de Cristo, se convierte en el mensaje más directo.

Para llevar a cabo una renovada pastoral de las vocaciones sacerdotales, es fundamental que los sacerdotes vivan con radicalidad el Evangelio y se entreguen a su ministerio, ofreciendo un tes-timonio que exprese las actitudes profundas de quien vive configurado con Cristo. De esta ma-nera podrán suscitar en los jóvenes el deseo de entablar una amistad con Cristo, de entregarle su vida y de participar de su misión que comprome-te toda la existencia. Quienes hemos llegado al sacerdocio, de una u otra forma, nos hemos visto ayudados por el testimonio de:

- Sacerdotes discípulos files de Cristo, que vi-ven la configuración con él, como el centro que unifica toda su existencia y todo su mi-nisterio.

- Sacerdotes que son hombres de Dios, oyen-tes de la Palabra, entregados a la oración y que encuentran la fuerza para su vida y su misión en la Eucaristía.

- Sacerdotes que hacen de su existencia una ofrenda agradable al Padre, un don total de sí mismos a Dios y a los hermanos, siguiendo el ejemplo de Jesús.

- Sacerdotes que viven con radicalidad el Evangelio, como apóstoles de Cristo y en re-

lación amorosa con las personas a las que han sido enviados.

- Sacerdotes que renuncian a sí mismos y al mundo para hacer, en la obediencia, la volun-tad del Padre.

- Sacerdotes conscientes del ministerio tan grande que han recibido y llenos de celo y entusiasmo por la evangelización del mun-do.

- Sacerdotes que son hombres de verdadera comunión, que viven el misterio de la unión con Dios y con los hermanos a través de su gozosa entrega a la Iglesia.

- Sacerdotes felices y libres, que viven el mo-mento presente, que transmiten esperanza sin nostalgias del pasado y sin ansiedades por el futuro, pues les basta la experiencia profunda del amor con que Dios los ha elegi-do, consagrado y enviado.

Conclusión: La vocación es una forma de ver la persona humana en su dignidad y grandeza. La vocación al ministerio ordenado tiene una es-pecificidad y un cultivo particular en la Iglesia. Estamos en una emergencia vocacional en la Arquidiócesis. Nos hallamos en un tiempo apa-sionante para vivir el sacerdocio y para trabajar en la promoción de las vocaciones sacerdota-les. Es necesario mantener clara la identidad sacerdotal y ofrecer el testimonio de que somos hombres de Dios, que amamos a la Iglesia, que nos entregamos hasta dar la vida por la salva-ción de los demás. Es la hora de la fe, la hora de la confianza en el Señor que sigue llamando y que nos envía mar adentro a seguir echando las redes en la tarea indispensable de la pastoral vocacional.

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Por: + Ricardo Tobón RestrepoArzobispo de Medellín

HOMILÍA EN LAMISA CRISMAL

Saludo muy cordialmente a los Señores Obispos presentes, al Vicario General y demás Vicarios Episcopales, a los Señores Canónigos del Capí-tulo Metropolitano, a todos los queridos Presbí-teros y Diáconos, a los Religiosos y Religiosas, a las delegaciones de diversas Parroquias de la Arquidiócesis, a todos Ustedes Hermanos y Her-manas congregados en esta mañana. Los saludo con el más vivo deseo de que llegue a su cora-zón, “la gracia y la paz de parte de Jesucristo, el testigo fiel, el primogénito de entre los muertos, el príncipe de los reyes de la tierra” (Ap 1,59).

Que, en verdad, animados todos por la gracia y la paz de Cristo, vivamos, en esta solemne ce-lebración y siempre, la profunda unidad que nos vincula como Arquidiócesis de Medellín. Que sin-tamos hoy la alegría y la gratitud porque el Se-ñor nos ha dado en el Papa Francisco un nuevo sucesor del Apóstol Pedro, puesto por él mismo como fundamento visible de unidad en la fe y en la caridad y como garantía de que nuestra Iglesia particular está insertada en el misterio y la misión de la Iglesia una, santa, católica y apostólica.

La comunión con el Obispo de Roma nos ase-gura que estamos bajo el verdadero pastoreo de Cristo y que nos guía la fuerza poderosa de su Espíritu. Así lo hemos experimentando en los pontificados anteriores a través de los cuales se nos ha manifestado la admirable sabiduría y la amorosa conducción de Dios. Así lo creemos

Pidamos hoy a Dios con fuerza y con humildad que se mantenga viva en nosotros la llama del Espíritu que nos ha ungido y nos ha enviado para que podamos continuar viviendo con gozo la vocación que hemos recibido y para que no decaigamos en el empeño de la evangelización nueva y de la renovación de la Iglesia que estamos emprendiendo.

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ahora cuando estamos dispuestos a ver, enten-der y recibir todo lo que el Señor quiera decirnos y darnos a través del ministerio del nuevo Papa, que continuará el maravilloso camino que Dios viene haciendo con nosotros, especialmente, a partir del Concilio Vaticano II.

La unidad es indispensable para vivir el misterio y la gracia que entraña esta Misa Crismal, que nos introduce en la intimidad de la conciencia que Jesús tenía de sí mismo. La vocación y la misión del profeta que se nos ha relatado en la primera lectura eran la prefiguración de la voca-ción y la misión de Cristo. Jesús tiene la certeza de que las palabras del profeta se han cumplido plenamente en él; el origen de la misión redento-ra de Jesús es el poder del Espíritu Santo con el que, como dice el Evangelista, retornó a Galilea (Lc 4,14).

Es este poder el que mueve a Cristo a anunciar el Evangelio que consuela a los que sufren, que venda los corazones desgarrados, que da la li-bertad a los prisioneros, que ilumina los ciegos, que da la amnistía a los cautivos, que inaugura el tiempo de gracia. Con estas palabras se expre-sa la completa realidad de la misión redentora de Cristo. De una parte, porque en su intimidad Jesús experimenta: “el Espíritu del Señor está sobre mí, me ha ungido, me ha enviado”. Una misión que tiene su origen en el amor; un amor que no retrocede ni siquiera delante del sacrificio de sí mismo en la cruz: “El que nos amó nos ha librado de nuestros pecados con su sangre” (Ap 1,5).

De otra parte, porque con su acción redentora devuelve al hombre ciego, afligido u oprimido la grandeza y la dignidad de su humanidad. En su amor hasta la muerte la persona humana es como creada de nuevo y consagrada en su ver-dad esencial; continúa diciendo el Apocalipsis: “nos ha convertido en un reino y nos ha hecho sacerdotes de Dios su Padre” (Ap 1,6). La ver-

dadera dignidad del hombre tiene una condición real y sacerdotal. Queridos hermanos y herma-nas, a la luz de la Palabra de Dios podemos comprender lo que nos ha pasado y celebrando estos misterios podemos vivir lo que constituye el fondo de nuestro ser. Cada uno de nosotros, por la gracia eficaz del Bautismo, participa de la iden-tidad profunda de Cristo y está integrado en su misión redentora. También sobre nosotros está el Espíritu; también nosotros podemos sentir la fuerza y la responsabilidad de estar ungidos y de ser enviados.

A la realidad objetiva del sacramento del Bautis-mo debe corresponder nuestra apropiación sub-jetiva. Nuestra existencia y nuestra acción deben ser la continuación de la vida y de la misión de Cristo. De ahí la necesidad de que todos, como nos propone la Misión Continental y lo estamos trabajando con diversas iniciativas pastorales, hagamos un proceso permanente de discipulado para pensar, sentir y vivir como Cristo y nos com-prometamos, con empeño apostólico, a anunciar el Evangelio, en nuestras familias y lugares de trabajo, en nuestras parroquias y demás ámbitos de la sociedad, para cambiar el traje de luto que nos está poniendo el egoísmo y la violencia en perfume de fiesta. Se necesita la disponibilidad y el compromiso de todos los bautizados para que el proyecto de Dios, como decía el texto de Isaías, transforme el abatimiento en cánticos (cf Is 61,3).

Y nosotros los que hemos recibido el sacramento del Orden, por un título nuevo, estamos llamados a entrar en la experiencia que Cristo tiene de su identidad de ungido y a apropiarnos su misión redentora al servicio de los ciegos y afligidos, de los cautivos y de los que tienen desgarrado el corazón. Queridos hermanos, ésta es la tarea esencial de nuestra existencia sacerdotal. Esto implica una verdadera expropiación de nosotros mismos, para que el amor de Cristo por el Padre y por la humanidad tome posesión de nuestro yo.

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Se trata de un cambio total de nuestra identidad existencial. Hemos sido expropiados de nuestro propio yo, encerrado en sí mismo, para quedar insertos en el amor oblativo, en la misión reden-tora de Cristo.

Este acontecimiento formidable que ha comen-zado el día de nuestra ordenación, tiene un se-creto propio: el amor; el amor con que Cristo nos ha amado y el amor con que nosotros le hemos respondido. El lema episcopal del Papa Francis-co es precisamente “miserando adque eligen-do”: porque ha tenido compasión de nosotros al amarnos, nos ha elegido. Nuestra vida sacerdo-tal no puede estar habitada sino por la dinámica del amor. Si le introducimos otros huéspedes, nos condenamos a un destino de infelicidad y de infecundidad. Los signos de esta dinámica de amor son el don que el Señor nos ha hecho del carisma del celibato, la solemne promesa que hemos formulado de la obediencia, la decisión de tener un estilo de vida pobre y de disponibilidad para el Evangelio.

Queridos hermanos, dentro de poco renovare-mos nuestras promesas. Fuera de la dinámica del amor ellas no tienen sentido y pueden resul-tar un peso insoportable. El celibato se volvería solamente la renuncia a un bien humano funda-mental. La obediencia, en el mejor de los casos, sería sólo la condición para la conducción eficaz de una empresa. La austeridad de la vida resulta-ría muy pronto una pobre víctima de la lógica de la codicia y del consumo en que estamos inmer-sos en nuestra sociedad.

Pero no, en nuestro celibato se refleja y continúa el don que Cristo hace de sí mismo a su Esposa, la Iglesia. En el consenso de nuestra obediencia se reproduce la entrega de Cristo hasta la muerte de cruz (Fil 2,8). En nuestra renuncia a los bienes mostramos que hemos encontrado el verdadero tesoro que es Dios y su proyecto de salvar la humanidad. Queridos obispos y presbíteros, no

tengamos miedo de renovar las promesas que hemos hecho. Hagámoslo en un clima de alegría y agradecimiento, porque a pesar de nuestras debilidades y pecados, hay en el presbiterio un deseo generoso de poner la Buena Noticia que es Cristo en el corazón de todos los hombres; porque todos vemos con cuánto amor Dios nos sostiene. Digamos el sí que pronunciamos en nuestra Ordenación con la decisión y la emoción de aquel día. Digamos como Isaías: “Heme aquí” (Is 6,8); digamos como el mismo Cristo: “Aquí estoy Padre para hacer tu voluntad” (Heb 10,7). Dios es fiel para ayudarnos a continuar el cami-no.

Pidamos hoy a Dios con fuerza y con humildad que se mantenga viva en nosotros la llama del Espíritu que nos ha ungido y nos ha enviado para que podamos continuar viviendo con gozo la vocación que hemos recibido y para que no decaigamos en el empeño de la evangelización nueva y de la renovación de la Iglesia que esta-mos emprendiendo. Yo debo dar testimonio de que he visto la actuación del Espíritu en nuestro presbiterio cuando he percibido la disponibilidad y el entusiasmo con los que tantos sacerdotes han acogido e impulsado los programas pasto-rales que tenemos en marcha. Es verdad que en algunos campos apenas estamos empezan-do, pero el Señor bendecirá nuestra fidelidad y nuestra entrega. No dudemos de la belleza de nuestra vocación, no dejemos de amar a la Igle-sia, mantengamos la indispensable unidad entre nosotros, sintamos la necesidad que el mundo tiene de nuestro ministerio, no nos cansemos de evangelizar, no le neguemos nada al Señor. Sea-mos heroicamente fieles a Dios y a la causa de la humanidad.

Renovemos nuestras promesas pidiéndole al Señor en esta solemne Misa Crismal dos co-sas: que cada uno de nosotros pueda vivir me-jor, más límpida y eficazmente la condición de Cristo Pastor y que seamos capaces con nuestra

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vida y nuestras palabras de invitar a otros a ser sacerdotes, pues también aquí sentimos que la mies es mucha y los obreros pocos (cf Mt 9,37). Renovemos nuestras promesas unidos a todos nuestros hermanos del presbiterio; a los que en este momento nos representan sirviendo en otras diócesis; a los que están enfermos, algunos sufriendo mucho; a los que pasan por diversas pruebas y viven momentos de oscuridad, en los que sólo Dios los puede acompañar; a los que han partido a la casa del Padre, especialmente, al querido Mons. Tiberio Berrío que ayer ha dicho su último y definitivo “sí” a Dios.

Queridos religiosos, religiosas y fieles, pidan al Señor por sus sacerdotes, supliquen con fe que tengan el corazón de Cristo, que no se aparten nunca del amor misericordioso de Dios; esta oración finalmente es por Ustedes mismos que contarán con la buena conducción de pastores santos. Les suplico a todos, sacerdotes y fieles, que pidan mucho por mí para que al renovar mi decisión inquebrantable de servirle a Dios y a esta querida Iglesia de Medellín, cuente con las gracias y los colaboradores que me hagan capaz de realizar con fidelidad y con eficacia el difícil ministerio que se me ha confiado. Unidos a la Santísima Virgen, en cuyas entrañas fue ungi-do nuestro Señor Jesucristo y que nos enseña a contemplar la grandeza y la misericordia de Dios, vivamos toda la fuerza salvadora, la unidad eclesial y la santa alegría que entraña esta Misa Crismal.

Medellín, 21 de marzo de 2013

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INTRODUCCIÓN.

La resurrección del Señor está íntimamente impli-cada en el Misterio concreto de la Humanidad de Jesús de Nazareth.

Propongo acercarnos a la Resurrección por la vía de ser ella un hecho histórico del actuar de Dios Pa-dre que sustenta toda la realidad y la existencia de Jesús, y no sólo por el milagro puntual que quisiéra-mos demostrar positivamente, como se lo hace con ciertas cosas demostrables en laboratorio, donde el experimento se repite una y otra vez para ser verifi-cado y, por ende, demostrado.

La forma como conocemos sobre la resurrección no encaja, pues, con la epistemología positiva. Te-nemos que intentar otra episteme, a la que llamare-mos lógica y existencial.

La declaración de la cruz.

Los evangelistas declaran a Jesús como “el Hijo de Dios” en el momento de su expiración en la Cruz (Mc 15,39 // Mt 27,54; Lc dice “inocente”). Previo a ello habían impuesto un silencio obligatorio a los discípulos y a la comunidad que escucha el anun-cio del evangelio llamado el “secreto mesiánico”, el cual sólo podría ser roto cuando “llegare el momen-to” (Mc 8,30; 9,9; expresiones similares pueden ser: Jn 2,4; 6,15), momento identificado con la pasión,

1 Presbítero de la Arquidiócesis de Medellín. Magíster en exegesis Bíblica del PIB – Roma. Doctor en Teología de la UPB. Actualmente es Profesor de Sagradas Escrituras en la Facultad de Teología de la UPB-Medellín.

La Noticiadel Domingo

Por: Jairo Alberto Henao Mesa, Pbro1.

La Resurrección es tan descabellada como la vida misma. Es tan inverosímil como la existencia de todas las cosas. Creación y Resurrección de Jesús tienen sentido desde la sola existencia de Dios.

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muerte y resurrección. El efecto es el siguiente: La vida completa de Jesús sólo se puede entender a partir de su exaltación en la cruz.

La cruz, signo del poder humano (Lc 23,47: “verda-deramente este hombre era inocente”), se convierte en signo de victoria y triunfo, desde la perspectiva del Padre que ha enviado a Jesús, el cual asume sobre sí el peso de la obediencia del mismo Jesús, y desde la perspectiva del mismo Jesús (1Cor 1,24: “Es el poder y la sabiduría de Dios”).

Los que le mataron pretendieron vencer al predica-dor; en cambio, el predicador los ha vencido, con su donación, en las dimensiones sobre las que ellos apoyaban sus existencias:

• La noción de Dios.• La noción del Poder.• La concepción del Mundo.

A partir de estos tres elementos hagamos tres con-sideraciones.

Lógica del asunto.

(1) La vida de Jesús como un acontecer de Dios en medio de nosotros tiene su mayor esplendor y fas-cinación en el momento de la entrega de la propia vida en la Cruz. Allí mismo comienza la Resurrec-ción, como victoria.

Dios no sólo intervino en la Resurrección como acontecimiento puntual, sino que ya estaba intervi-niendo en todas las fases de su vida pública y pri-vada. Desde esta perspectiva no es menos teofáni-ca la presencia de Jesús en medio de los pobres y enfermos que la resurrección misma, lo que suce-de, según mi modo de entender, es que cada cosa es parte de un todo. El punto de vista de todos los evangelios es que Dios Padre actúa en Jesús Hijo, o Jesús Hijo actúa en Dios Padre. Hay una mutua cohabitación trascendente del Hijo en el Padre y del Padre en el Hijo.

Naturalmente, la resurrección por lo que tiene de inaudito, de no creíble, de no conmensurable, de no expresable, se queda como lo más teofánico del relato evangélico. Y, por supuesto, es muy impor-tante porque allí arranca toda nuestra fe en Él: Es la victoria sobre la muerte, es la victoria sobre el destino que los hombres quisieron darle a la exis-tencia de Jesús, es el signo más inaudito de que el Reino de Dios está en medio de nosotros. Nosotros no simplemente creemos en el rabino Jesús, sino en el que con su vida encarna al Mesías de Dios y esto es sellado con la entrega en la Cruz y la Re-surrección.

(2) La resurrección es tan descabellada como la vida misma. Es tan inverosímil como la existencia de todas las cosas. Creación y Resurrección de Je-sús tienen sentido desde la sola existencia de Dios. Hay personas para las que el mundo es un absur-do y personas para las que el mundo es resplandor de Dios (Sal 19). Contemplando la magnitud del cosmos el creyente y el no creyente están parados en el mismo sitio, sólo un acto de confianza a causa de los signos de credibilidad que asombran pueden mover a uno de los dos a la fe en Dios. Asimismo, frente a la resurrección, el creyente y el no creyente confían o no en Jesús a causa de los signos de cre-dibilidad, que son toda su vida, incluyendo la cruz misma.

San Pablo lo llegó a entenderlo así: “La cruz es es-tupidez para los griegos, escándalo para los judíos, pero para nosotros es la fuerza de Dios, sabiduría de Dios” (1Cor 1,22-23).

(3) La crucifixión de Jesús es el momento culmi-nante de toda su vida y por ello el momento culmen de Revelación; toda su vida es un profundo acto de Revelación entendida desde su comunión más absoluta con el Padre Creador. Así pues, en la Cruz se revelan tres cosas:

• Elalcancedelasdecisioneshumanas: Esto hace referencia a uno de los hechos más de-safiantes de la creación. El ser humano no es una piedra, no es un árbol, no es un animal

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doméstico, no es una mascota de Dios. El ser humano es libre y toma decisiones que impli-can la vida y la muerte. Las personas de aquel momento decidieron darle muerte a Jesús por medio de la cruz. Este era un hecho inevitable, tanto como son todas las cosas que el hombre decide hacer. Y agreguemos que el mismo Je-sús ha decidido tomar este riesgo, beber este cáliz, no salir corriendo ante la inminencia de un desenlace fatal. En la cruz se la jugó con toda libertad. Esto lo llama San Pablo “obediencia”. Obediencia que nace de la escucha, porque ha escuchado la voz de su Padre que le llama, se obedece. La obediencia no es algo que deje de implicar la libertad personal; es más, la libertad hace que la obediencia tenga razón y legitimi-dad.

• ElsentidoquedesdeDiosdescubrimosalaexistenciahumana, incluidaladelHijo. Los lenguajes bíblicos, las imágenes retóricas bí-blicas, la cosmovisión bíblica no habla de Dios evitando el mal que hay en el mundo, sino invi-tando al hombre a prevenirlo, a hacerse cargo de sus propias decisiones. Esto ocurre siempre en un crescendum narrativo muy largo de ex-poner aquí. Pero lo podemos resumir así: No evita que Adán y Eva –no escuchen-, no evita que Caín asesine a Abel, no evita que el Fa-raón esclavice al pueblo inmigrante, no evi-ta que David asesine a Urías, no evita que el pueblo transgreda, no evita que el pueblo vaya al exilio. Posteriormente a los hechos, en la dinámica narrativa, Dios interviene denuncian-do, exhortando, haciendo claridad sobre los hechos y llamando al arrepentimiento, a asu-mir las consecuencias de las cosas, haciendo del futuro algo posible y cualitativa nuevo. En el Nuevo Testamento, Dios no evita que haya tanto pobre, no evita que los romanos sean el gobierno de turno, no evita que las autoridades judías se la jueguen por el poder de turno, no evita el cáliz del Hijo, no evita la donación de la vida de cada uno de los apóstoles, pero se muestra como el dador de sentido de cada uno de estos sucesos. En esa tónica lo relatos ha-cen ver a Dios como el autor de todo, porque lo

ubican más allá del tiempo y del espacio, quizás en términos de causalidad mediata, al habernos llamado a la vida. Uno se queda perplejo ante las interpretaciones facilistas donde Dios es el que provoca directamente todo. Habría que profundizar más sobre este simbolismo narrati-vo del pueblo hebreo y cómo actualizarlo hoy. Lo inaudito e inaceptable son las respuestas fáciles y rápidas. Retomando el hilo inicial, lo revelado en la cruz como sentido de la existen-cia humana, incluida la del Hijo, es que el amor de Dios no nos abandona jamás, nos ha dado la vida y nos sigue llamando a la vida; muchos autores hablan de que la creación en sí misma no tiene perfección física o moral, esta perfec-ción la otorga Dios en el devenir histórico y en la plenitud escatológica. Dicho en pocas pala-bras: Jesús, con su entrega en la cruz, se fía de que Dios tiene la última palabra y no la muerte. Su vida valió la pena por el sentido pleno que alcanzó, incluso donándola cruentamente en la cruz. En sus manos, las manos de Dios, su vida está salvada y es signo de salvación; San Pablo la llama “primicia”.

• Dimensión escatológica y trascendente delaexistenciahumana. Lo que decimos de Je-sús, lo decimos por nosotros y para nosotros. La existencia de Jesús de la cual el evangelis-ta San Juan describe narrativamente una pre-existencia en Dios (Juan 1,1-2), en los primeros versículos del evangelio, y luego los Santos Padres reflexionan como “logos espermatikós” y “logos ensarkós”(Justino, Ireneo, Clemente de Alejandría), para explicar cómo existía en el Padre y cómo existió entre nosotros, tiene y es plenitud de revelación en cuanto existencia “escatológica” y “trascendente”. Esto quiere de-cir que la explicación de la Resurrección no la podemos buscar en las coordenadas espacio-temporales que nos definen y que son el marco de referencia de nuestra existencia actual, sino que se la debe encontrar en la trascendencia de Dios y particularmente en la escatología de la existencia de Jesús (“La realidad invisible que se ve en el Hijo es el Padre, la realidad visi-ble que se ve al Padre es el Hijo” – Ireneo, Adv

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Haer 4,6,6). Aquí hay que hacer un esfuerzo de comprensión, el intelecto y el corazón deben hacer un ejercicio de abstracción, sin dejarnos atrapar por los sentidos, esto es que Dios actuó en la Cruz de Jesús de forma trascendente y escatológica resucitándolo y superando el po-der aniquilador de la muerte que los hombres de aquella época aplicaron a Jesús. La existen-cia de Jesús entonces se la debe entender en el modo según Dios. A partir del hecho puntual de la crucifixión Jesús comienza a ser para to-dos nosotros “logos escatolikós”: Jesús “entra” en su plenitud gloriosa y definitiva, Dios Padre; Lukas dice “sube”, Juan deja entrever la noción de exaltación. En fin, Jesús crucificado- resuci-tado es la más definitiva palabra del Padre.

Credibilidad.

Los relatos de Resurrección están puestos allí para la fe de la comunidad, para suscitar la confianza de la comunidad; surgen en un contexto de comu-nión con Jesús y anuncian esa experiencia todos los días.

Desde esa premisa, entonces, no resucitó un cadá-ver. La experiencia misma no es equiparable a lo de un quirófano o sala de urgencias, cuando el mé-dico aplica electrochoques en el cuerpo de uno que tenía el tiquete de ida ganado y, fruto de la elec-tricidad más el suministro de adrenalina líquida, el corazón del paciente arranca de nuevo. No fue eso lo que pasó con Jesús.

Nuestros prejuicios occidentales y espacio tempo-rales no llevan a hacer preguntas legítimas como: ¿Qué pasó con el cuerpo? ¿Veían realmente el cuerpo? ¿Tocaban realmente el cuerpo? ¿Hay cuerpo?

Esas preguntas, por la forma como son planteadas no tendrán jamás respuesta que satisfaga a quien las hace. Nadie mostrará la foto, nadie repetirá el experimento en un laboratorio para dar una com-probación positivista. Esa epistemología no aplica en el caso de la resurrección del Señor.

El mismo San Pablo parece habérselo preguntado en la Carta a los Corintios y responde así:

“Vaya pregunta tonta. Cuando se siembra, la semi-lla tiene qué morir para que tome vida la planta. Lo que se siembra no es la planta que ha de brotar, sino el simple grano, sea de trigo o de otra cosa. Después Dios le da la forma que él quiere, y a cada semilla le da el cuerpo que le corresponde. No to-dos los cuerpos son iguales; uno es el cuerpo del hombre, otro el de los animales, otro el de las aves y otro el de los peces. Del mismo modo, hay cuerpos celestes y cuerpos terrestres; pero una es la hermo-sura de los cuerpos celestes y otra la hermosura de los cuerpos terrestres. El brillo del sol es diferente del brillo de la luna y del brillo de las estrellas; y aun entre las estrellas, el brillo de una es diferente de las otras. Lo mismo pasa con la resurrección de los muertos. Lo que se entierra es corruptible; lo que resucita es incorruptible. Lo que se entierra es despreciable; lo que resucita es glorioso. Lo que se entierra es débil; lo que resucita es fuerte. Lo que se entierra es un cuerpo material; lo que resucita es un cuerpo espiritual. Si hay cuerpo material, tam-bién hay cuerpo espiritual” (1Cor 15,35-44).

El referente de la Resurrección no es el cuerpo sino algo muchísimo más que el cuerpo que es la pre-sencia en todo este acontecimiento de Dios Padre Creador. Jesús vive en el Padre. Aquel a quien los hombres quisieron eliminar es levantado por el Pa-dre, primera acepción del tiempo verbal (perfecto pasivo = Él ha sido levantado) en el vocablo griego utilizado - egeiroô.

Siendo Dios el referente de la Resurrección y no el cuerpo, su nueva presencia trasciende lo temporal y lo cronológico. Su existencia es algo mucho más que la mía, situada en el tiempo y el espacio. Él, como está en Dios, vive la misma trascendencia del Padre. Si reconocemos a Dios en la vida, allí está el resucitado; si reconocemos a Dios en la Eucaris-tía, allí está el resucitado; si reconocemos a Dios en cada uno de nosotros, somos habitados por el Resucitado.

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Comunicabilidad del asunto.

Estos elementos que subyacen al acontecimiento de la Resurrección, están contenidos en una arma-zón narrativa más compleja que el mismo relato de la pasión. Mientras en lo referente a la pasión los detalles y la filigrana abundan, incluso hay datos coincidentes, los relatos de la resurrección parten de un esquema muy sencillo que luego es amplia-do con fines parenéticos o catequísticos dentro de la comunidad y que se hacen difíciles de ordenar cronológicamente, quizás porque nos están conce-bidos para ser ordenados como tales.

El esquema simple está constituido por los siguien-tes elementos:

1. El sepulcro vacío.2. La piedra movida del sepulcro.3. Las mujeres, su experiencia y testimonio.4. Los discípulos, su experiencia y testimonio.

A partir de estos elementos, cada evangelista re-compone los cuadros narrativos a través de apa-riciones, comidas, diálogos y escenificaciones so-lemnes como la ascensión.

Es evidente que poner todos estos relatos juntos genera más confusión en los datos que unidad de criterio. Pero, para quienes sospechan que los evangelios son contradictorios debo responder que si las cosas se leen de esa forma, no son menos contradictorios los relatos de la llamada de los pri-meros discípulos, escena de la que tenemos tres versiones: Marcos (1,16-20), Juan (1,35-51) y Lu-cas (5,1-11). En igual sentido se podrían comparar las acciones taumatúrgicas de Jesús, las parábolas de Jesús y episodios puntuales.

Cada evangelista es anuncio y memoria en una co-munidad determinada, la cual le ha dado identidad y autoridad canónica al texto, debido a que con su punto focal se quiere destacar x o y aspecto del acontecimiento. Y muy a pesar de este estilo na-rrativo, aquello que le da unidad a todos los relatos es el acontecimiento Jesucristo. Por esto se llaman

“evangelios” y no “biografías”. Ellos son un “anun-cio gozoso” sobre Jesús, no la recopilación al vacío de la vida de Jesús.(Continuará en la próxima edición).

Palabras del Papa Francisco en la audiencia del 3 de abril de 2013:

Pero, ¿cómo se nos transmitió la verdad de fe de la Resurrección de Cristo? Hay dos tipos de testimonio en el Nuevo Testamento: algunos en forma de profe-sión de fe, es decir, de fórmulas sintéticas que indi-can el centro de la fe; otros, en cambio, con forma de relato del acontecimiento de la Resurrección y de los hechos vinculados a ella. El primero: la forma de la profesión de fe, por ejemplo, es la que acabamos de escuchar, o bien la de la Carta a los Romanos donde san Pablo escribe: «Si profesas con tus labios que Jesús es Señor, y crees con tu corazón que Dios lo resucitó de entre los muertos, serás salvo» (10, 9). Desde los primeros pasos de la Iglesia es bien firme y clara la fe en el Misterio de la Muerte y Resurrec-ción de Jesús. Hoy, sin embargo, quisiera detenerme en la segunda, en los testimonios en forma de relato, que encontramos en los Evangelios. Ante todo nota-mos que las primeras testigos de este acontecimien-to fueron las mujeres. Al amanecer, ellas fueron al sepulcro para ungir el cuerpo de Jesús, y encuentran el primer signo: la tumba vacía (cf. Mc 16, 1). Sigue luego el encuentro con un Mensajero de Dios que anuncia: Jesús de Nazaret, el Crucificado, no está aquí, ha resucitado (cf. vv. 5-6). Las mujeres fueron impulsadas por el amor y saben acoger este anun-cio con fe: creen, e inmediatamente lo transmiten, no se lo guardan para sí mismas, lo comunican. La alegría de saber que Jesús está vivo, la esperanza que llena el corazón, no se pueden contener. Esto debería suceder también en nuestra vida. ¡Sintamos la alegría de ser cristianos! Nosotros creemos en un Resucitado que ha vencido el mal y la muerte. Ten-gamos la valentía de «salir» para llevar esta alegría y esta luz a todos los sitios de nuestra vida. La Re-surrección de Cristo es nuestra más grande certe-za, es el tesoro más valioso. ¿Cómo no compartir con los demás este tesoro, esta certeza? No es sólo para nosotros; es para transmitirla, para darla a los

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demás, compartirla con los demás. Es precisamente nuestro testimonio.

Después de las apariciones a las mujeres, siguen otras: Jesús se hace presente de un modo nue-vo: es el Crucificado, pero su cuerpo es glorioso; no ha vuelto a la vida terrena, sino en una nueva condición. Al comienzo no le reconocen, y sólo a través de sus palabras y sus gestos los ojos se abren: el encuentro con el Resucitado transforma, da una nueva fuerza a la fe, un fundamento inque-brantable. También para nosotros hay numerosos signos en los que el Resucitado se hace recono-cer: la Sagrada Escritura, la Eucaristía, los demás Sacramentos, la caridad, aquellos gestos de amor portadores de un rayo del Resucitado. Dejémonos iluminar por la Resurrección de Cristo, dejémonos transformar por su fuerza, para que también a tra-vés de nosotros los signos de muerte dejen espacio a los signos de vida en el mundo.

DOMINGO II DE PASCUA

LECTIO: Primera lectura tomada de los Hechos de los Apóstoles (5,12-16).

Los Apóstoles hacían muchos signos y prodigios en el pueblo. Todos solían congregarse unidos en un mismo espíritu, bajo el pórtico de Salomón, pero ningún otro se atrevía a unirse al grupo de los Apóstoles, aunque el pueblo hablaba muy bien de ellos. Aumentaba cada vez más el número de los que creían en el Señor, tanto hombres como mu-jeres. Y hasta sacaban a los enfermos a las calles, poniéndolos en catres y camillas, para que cuando Pedro pasara, por lo menos su sombra cubriera a alguno de ellos. La multitud acudía también de las ciudades vecinas a Jerusalén, trayendo enfermos o poseídos por espíritus impuros, y todos quedaban sanados. Palabra de Dios.

MEDITATIO

La principal obra de los apóstoles, luego de la Re-surrección, fue encarnar a Jesús mismo. Sus obras

comienzan a ser semejantes a las suyas, porque finalmente han comprendido a Jesús como Buena Noticia y han hecho el proceso de la fe a partir de la Crucifixión, los eventos de la resurrección y el don de Pentecostés. Sus vidas que alguna vez estuvie-ron atravesadas por la incomprensión, el miedo y el desconcierto, comenzó a reflejar sabiduría, convic-ción y coraje.

El pueblo de Israel tuvo que atravesar el desier-to, dejar atrás la esclavitud como norma de vida y construir a partir del ideario del Sinaí una comuni-dad que llamamos de la Alianza. Los discípulos tu-vieron que morir de alguna forma, en la muerte de su maestro, confiar y dejarse llenar por el Espíritu del Resucitado, para comenzar a construir una co-munidad, que continuaba la Historia de Salvación, pero que estaría fundamentada sobre la Nueva Pie-dra, aquella que desecharon los arquitectos, Jesús Crucificado y Resucitado.

¿Y nosotros hoy sobre qué estamos fundamentan-do nuestra vida para al menos merecer el título de Comunidad? Aquello que los discípulos llevan a otras personas es la Buena Noticia, el Evangelio de Jesús y que es Jesús mismo. Ese sigue siendo el reto.

LECTIO: Segunda lectura tomada del libro del Apocalipsis (1,9-11ª.12-13.17-19).

Yo, Juan, hermano de ustedes, con quienes com-parto las tribulaciones, el Reino y la espera perse-verante en Jesús, estaba en la isla de Patmos, a causa de la Palabra de Dios y del testimonio de Je-sús. El Día del Señor fui arrebatado por el Espíritu y oí detrás de mí una voz fuerte como una trompeta, que decía: “Escribe en un libro lo que ahora vas a ver, y mándalo a las siete Iglesias que están en Asia”. Me di vuelta para ver de quién era esa voz que me hablaba, y vi siete candelabros de oro, y en medio de ellos, a alguien semejante a un Hijo de hombre, revestido de una larga túnica que estaba ceñida a su pecho con una faja de oro. Al ver esto, caí a sus pies, como muerto, pero él, tocándome con su mano derecha, me dijo: “No temas: Yo soy

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el Primero y el Último, el Viviente. Estuve muerto, pero ahora vivo para siempre y tengo la llave de la Muerte y del Abismo. Escribe lo que has visto, lo que sucede ahora y lo que sucederá en el futuro”. Palabra de Dios.

MEDITATIO

De este Juan se dice que fue un profeta, un discípu-lo de los apóstoles; otros apuntan a que fue el mis-mo evangelista Juan, el apóstol amado. Dejemos las cosas ahí. Que los eruditos sigan cavando en el terreno de la historia. Nosotros quedémonos, por lo pronto, con la Palabra que hay allí dentro: Una comunidad sorprendida por la violencia y la perse-cución de un momento, pero que leerá su historia a partir de la victoria de Cristo Resucitado, vence-dor del mal. Piedra angular sobre la que la historia misma se apoya: Él es el principio y el fin. Él está antes, en y después.

Y, precisamente, es el domingo el que comienza ser signo de que la vida de los creyentes se apoya y sustenta sobre algo distinto, la victoria de una per-sona concreta, que goza de toda la Trascendencia de Dios, el Resucitado. Esta experiencia no la tiene Juan el sábado ni el lunes, sino el domingo. El día que fue testigo de la victoria. En esa victoria toma aliento la comunidad, se nutre del Padre, del Hijo en el Espíritu.

Una buena forma de aterrizar este mensaje tiene que ver con el domingo mismo. No es lo mismo pen-sar que la semana comienza con el lunes, cuando todos estamos aperezados. Es positivo pensar que nuestra semana comienza en domingo, con algo muy bueno: El descanso, la reunión familiar y la ce-lebración de la Eucaristía Comunitaria. El frontis de nuestras casas, comúnmente, dicen cómo se vive adentro. El domingo tiene que significar que nos apuntalamos sobre la victoria de Cristo Resucitado y que ello da sentido, fuerza, sabiduría y esperanza a los demás días de combate, los que componen la semana.

LECTIO: Evangelio según san Juan (20,19-31).

Al atardecer del primer día de la semana, los dis-cípulos se encontraban con las puertas cerradas por temor a los judíos. Entonces llegó Jesús y po-niéndose en medio de ellos, les dijo: “¡La paz esté con ustedes!”. Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: “¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes”. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: “Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan”. Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le di-jeron: “¡Hemos visto al Señor!”. Él les respondió: “Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré”. Ocho días más tar-de, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: “¡La paz esté con uste-des!”. Luego dijo a Tomás: “Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hom-bre de fe”. Tomás respondió: “¡Señor mío y Dios mío!”. Jesús le dijo: “Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!”. Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro. Éstos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre. Pala-bra del Señor.

MEDITATIO.

El primer fruto de la Cruz como victoria sobre el mundo es que los hombres alcancemos el don de la paz. Y por eso el relato de la aparición del Resu-citado, las palabras dirigidas a los discípulos en la escena y el pequeño episodio de Tomás son una bella y profunda representación.

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Los que deben cosechar ese fruto son los discí-pulos, encerrados, llenos de temor, llenos de frus-tración (caldo de cultivo del odio y la venganza). Jesús entra en lo más íntimo de sus existencias, allí donde se ocultan los miedos y con su Palabra de Resucitado, como el Padre en la vaciedad y os-curidad previas a la creación, recrea y hace nuevas las cosas diciendo: Paz a vosotros. Primero reciben ellos la invitación a la paz y luego son enviados a llevarla a los demás.

Hoy necesitamos del don de la paz. Primero hay que entenderla a ella. No hay forma mejor de expli-carla que como lo hacía los hebreos: Donde existe la tierra existe la paz, donde existe la justicia exis-te la paz, donde existe el pan existe la paz, don-de existen las condiciones razonables para la vida existe la paz. No es ausencia de guerra, es cons-trucción de la vida.

Hoy necesitamos el perdón. Hay necesidad de en-tenderlo en su doble dimensión: La personal y la social. La primera hace referencia al equilibrio inte-rior que se pierde cuando somos ofendidos, cuando somos las víctimas. La espiritualidad es el ejercicio más sensato para que un corazón agobiado beba de la fuente que le devuelve la paz. Esto es de la sabiduría de Jesús y de la sabiduría de todos los pueblos. A secas es muy difícil que un corazón re-cupere el equilibrio y la armonía.

Lo segundo hace referencia a la construcción social del perdón. Cada comunidad tiene la facultad de en-contrar los mecanismos razonables para dar el per-dón y la reconciliación. Cuando se ve en el victimario: examen de conciencia, dolor de corazón, propósito de enmienda, verdad y reparación entonces la comu-nidad puede determinar que ha llegado el momento de extender la mano y hacer juntos el camino. ¿Pero cuando en el corazón del victimario no hay examen, no hay dolor, no propósito, no hay verdad, no hay re-paración cómo se puede construir la reconciliación? La reconciliación o involucra a todos o no es posible, o deja de ser cálculo político del gobernante de turno o será siempre una cosa fundamentada en la mentira y por ello no se cerrará jamás la herida.

La Iglesia tiene que seguir predicando la reconcilia-ción como una convicción de Jesús, pero al mismo tiempo debe tener el carácter y temple del maestro para reconocer lo oscuro de los procesos comunita-rios y sociales y debe saber pararse en el atrio del templo y tirar al piso las monedas de los cambistas. La Iglesia, como decía el Papa Francisco, no debe ser una ONG piadosa, pero tampoco un partido po-lítico que hace parte de la Mesa de Unidad Nacio-nal. La Iglesia está anclada en el Misterio de Cristo Crucificado y Resucitado.

DOMINGO III DE PASCUA.

LECTIO: Primera lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles (5,27b-32.42b-41).

En aquellos días, el sumo sacerdote interrogó a los Apóstoles y les dijo: -- ¿No os habíamos prohibido formalmente enseñar en nombre de ese? En cam-bio, habéis llenado Jerusalén con vuestra enseñan-za y queréis hacernos responsables de la sangre de ese hombre.

Pedro y los Apóstoles replicaron: -- Hay que obe-decer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús a quien vosotros matasteis colgándolo de un madero. La diestra de Dios lo exaltó haciéndolo jefe y salvador, para otor-garle a Israel la conversión con el perdón de los pecados. Testigos de esto somos nosotros y el Es-píritu Santo, que Dios da a los que le obedecen.

Prohibieron a los apóstoles hablar en nombre de Jesús y los soltaron. Los Apóstoles salieron del Sa-nedrín, contentos de haber merecido aquel ultraje por el nombre de Jesús. Palabra de Dios.

MEDITATIO.

Me gusta el temple de estos apóstoles. Son dis-tintos de aquellos que temían en el camino hacia Jerusalén y que estudiamos el viernes Santo en la Meditatio sobre la Cruz. Escribo estas líneas el día que Margaret Tatcher muere en Londres. A pesar

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de que uno no puede estar de acuerdo en todo lo que un político hace, sin embargo, recuerdo cuan-do Ronald Reagan decía que “el mejor hombre de Europa se llamaba Margaret Tatcher”. Hubo otro entre los ingleses y cuya biografía es muy sabrosa e interesante de leer: La vida de Winston Churchill.

Los apóstoles dan testimonio de su fe ante las au-toridades del sinedrio. También ellos, como Jesús, son llevados ante las autoridades. El evangelista Lucas goza de presentar el camino de la Iglesia so-bre las huellas del camino mismo de Jesús. Y ahí es donde está lo más valioso de este relato. Porque representa para nosotros todo un desafío, a veces, y una denuncia contra nosotros, muchas veces. Nuestro caminar tiene que ser sobre la base de Je-sús predicador de la Buena Noticia, Crucificado y Resucitado. En virtud de ello hablamos de fidelidad.

Para conseguirlo se necesita carácter. Si somos débiles. Si somos irreflexivos. Si somos cómodos, no generaremos el espacio del análisis para corre-gir las distorsiones y hacer una actualización razo-nable de la Buena Noticia entre nosotros. El camino de Jesús, es el camino.

LECTIO: Segunda lectura del libro del Apocalip-sis (5,11-14).

Yo, Juan, en la visión escuché la voz de muchos ángeles; eran millares y millones alrededor del tro-no y de los vivientes y de los ancianos, y decían con voz potente: -- Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza.

Y oí a todas las criaturas que hay en el cielo, en la tierra, bajo la tierra, en el mar -todo lo que hay en ellos-, que decían: -- Al que se sienta en el trono y al Cordero la alabanza, el honor, la gloría y el poder por los siglos de los siglos.

Y los cuatro vivientes respondían: -- Amén.Y los ancianos se postraron rindiendo homenaje. Palabra de Dios.

MEDITATIO.

Son unas imágenes muy evocadoras del cómo lee la historia el discípulo Juan. Se está a punto de abrir el libro, el libro donde está escrito el sentido de la historia humana, y ése tal que merece hacerlo es el “Cordero degollado”, del cual dan testimonio los “Cuatro vivientes”, seguramente los cuatro evange-listas (si damos por acertada una explicación muy antigua).

El contexto general es el sufrimiento de la comuni-dad, que está siendo perseguida por Nerón a me-diados del siglo I, o por Domiciano al final del siglo I. Y la victoria se la encuentra mirando la victoria de Cristo sobre la cruz. Esa es precisamente la gran sabiduría de la que habla San Pablo. En el crucifi-cado los griegos ven algo estúpido y los judíos algo escandaloso, pero para los que creen es fuerza de Dios.

Una de las ideas más importantes que nos deben quedar de las celebraciones pascuales es aquella que nos invita a tener la reciedumbre necesaria para enfrentar nuestras propias decisiones. El su-frimiento en sí mismo no es bueno. Nadie, al ser llamado a la vida, fue invitado a sufrir. El único sufri-miento que tiene sentido es el de la lucha contra el sufrimiento. La evangelización consiste en llenar el mundo del Espíritu del Resucitado que nos anima a llevar el pan donde éste falta, a llevar la salud don-de se carece de ella, a llevar sabiduría donde abun-da la oscuridad, a proponer el amor donde todo es banalidad, a exhortar al trabajo donde todo es pere-za, dejación e ignorancia. Incluso hay un momento oscuro de la vida de las comunidades donde las cosas no se solucionan de la noche a la mañana. Deberíamos tener el coraje de hablar de algo muy absurdo: Una generación hace que la otra viva. Moisés y los padres del pueblo hebreo murieron en el desierto, pero lo atravesaron; sus hijos llegaron a la tierra y la cultivaron. Suena duro para una menta-lidad inmediatista. Pero a eso se le llama propósito, sentido. Éste es una percepción existencial y moral, no un concepto intelectual. Es decir, se escribe en el alma, no en la páginas de un diario.

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¿Tiene esta generación que vivimos “propósito” y “sentido”? ¿Quiere ella dejar algo a la que sigue?

LECTIO: Evangelio según san Juan (21,1-19).

En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apare-ció de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás apodado el Mellizo, Natanael el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos discípulos suyos. Simón Pedro les dice: -- Me voy a pescar. Ellos contestaban: -- Vamos también nosotros contigo. Salieron y se embarcaron; y aquella noche no co-gieron nada.

Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Jesús les dice: -- Muchachos, ¿tenéis pes-cado? Ellos contestaron: -- No. Él les dice: -- Echad la red a la derecha de la barca y encontrareis.La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo que Jesús tan-to quería le dice a Pedro: -- Es el Señor.

Al oír que era el Señor. Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaba de tierra más que unos cien metros, re-molcando la red con los peces. Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan. Jesús les dice: -- Traed de los peces que aca-báis de coger.

Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cin-cuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red. Jesús les dice: -- Vamos, almorzad. Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quien era, porque sabían muy bien que era el Señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da; y lo mismo el pes-cado. Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos.

Después de comer dice Jesús a Simón Pedro: -- Si-món, hijo de Juan, ¿me amas más que estos? Él le

contestó: -- Sí, Señor, tu sabes que te quiero. Jesús le dice: -- Apacienta mis corderos.

Por segunda vez le pregunta: -- Simón, hijo de Juan, ¿me amas? Él le contesta: -- Sí, Señor tu sa-bes que te quiero. Él le dice: -- Pastorea mis ovejas.

Por tercera vez le pregunta: -- Simón, hijo de Juan, ¿me quieres? -- Se entristeció Pedro de que le pre-guntara por tercera vez si lo quería y le contesto: -- Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero.

Jesús le dice: -- Apacienta mis ovejas. Te lo ase-guro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero cuando seas viejo, extende-rás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras.

Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios. Dicho esto, añadió: Sígueme. Pala-bra del Señor.

MEDITATIO.

El último evangelio en aparecer en la escena de las comunidades primitivas fue el evangelio de San Juan. Finales del siglo I. Tuvo el tiempo de meditar y considerar los significados de la existencia de Je-sús, de su pasión y resurrección, como para ofre-cernos grandes discursos, grandes episodios, todos llenos de dramatismo, de sicología, de significación para la vida de la comunidad. El episodio de hoy domingo incluso es debatido por los especialistas como un añadido posterior. Dejemos de lado esa discusión que pertenece a otro ámbito. Recibamos el texto como Palabra Canónica que nos entrega la Comunidad Primitiva para alentarnos en la fe.

Si miramos el cuadro vemos a los grandes perso-najes de grandes episodios del evangelio: Los pro-tagonistas de las Bodas de Caná, Simón el del ca-mino, Tomás el incrédulo, Natanael el israelita fiel, los Zebedeos y los Otros. Y la aparición tiene como telón de fondo dos grandes ideas que explican a Jesús mismo: La pesca y la cruz.

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Como lo hemos reiterado varias veces el tema de la cruz no era del agrado de los discípulos. Eso de dar la vida tiene sus vainas tanto ayer como hoy. Creo que más hoy. De hecho uno de las tradiciones sobre la pasión más recordada es aquel episodio donde Pedro niega, por miedo, tres veces a Jesús (Jn 18,15-18; 25-27 // Mc 14; Mt 26; Lc 22). Sobre esa base se narra este episodio: El discípulo teme-roso es invitado a vivir la más plena comunión, el amor, con el maestro a partir del dar la vida. Pedro es reivindicado, le falta aún derramar la sangre de la reivindicación. Pero para que los discípulos lo en-tendieran faltaba la última de las lecciones, aquella que se hace en silencio en la montaña de la cruci-fixión.

Y aquí es donde tiene sentido la primera parte del evangelio actual: Mientras los otros evangelistas ponen esta pesca milagrosa al inicio del relato, Juan la ubica al final, luego de la exaltación de la Cruz. Porque la Cruz enseña lo oscuro del esfuer-zo, del salir a pescar y no encontrar nada. Y volver a salir y con la fuerza del resucitado volver llenos de pescado, de frutos.

De entre las muchas metáforas que usó Jesús para hablar de la vida incoada por la Buena Noti-cia están “el sembrador” y “la semilla de mostaza”. El “sembrador” porque nos recuerda al campesino que madruga, tiene paciencia, abona, espera, hace la limpieza y disfruta la cosecha. De la “semilla” recordamos lo pequeño, lo sencillo, lo simple, que tiene a ser el fundamento de lo grande, de lo que revienta en su sazón, de lo que se disfruta como gran cosecha.

DOMINGO IV DE PASCUA

LECTIO: Primera lectura de los Hechos de los Apóstoles (13,14.43-52).

En aquellos días, Pablo y Bernabé desde Perge si-guieron hasta Antioquía de Pisidia; el sábado entra-ron en la sinagoga y tomaron asiento.

Muchos judíos y prosélitos practicantes se fueron con Pablo y Bernabé, que siguieron hablando con ellos, exhortándolos a ser fieles a la gracia de Dios.

El sábado siguiente, casi toda la ciudad acudió a oír la palabra de Dios. Al ver el gentío, a los judíos les dio mucha envidia y respondían con insultos a las palabras de Pablo.

Entonces Pablo y Bernabé dijeron sin contempla-ciones: “Teníamos que anunciaros primero a voso-tros la palabra de Dios; pero como la rechazáis y no os consideráis dignos de la vida eterna, sabed que nos dedicamos a los gentiles. Así nos lo ha mandado el Señor: “Yo te haré luz de los gentiles, para que lleves la salvación hasta el extremo de la tierra.””

Cuando los gentiles oyeron esto, se alegraron y alababan la palabra del Señor; y los que estaban destinados a la vida eterna creyeron.

La palabra del Señor se iba difundiendo por toda la región. Pero los judíos incitaron a las señoras dis-tinguidas y devotas y a los principales de la ciudad, provocaron una persecución contra Pablo y Berna-bé y los expulsaron del territorio.

Ellos sacudieron el polvo de los pies, como protesta contra la ciudad, y se fueron a Iconio. Los discípu-los quedaron llenos de alegría y de Espíritu Santo. Palabra de Dios.

MEDITATIO.

El Padre Jean-Noël Aletti escribió una pequeña obra sobre los Hechos de los Apóstoles titulada “Il racconto come teologia” (la narración como teolo-gía). Quiere mostrar cómo el evangelista San Lucas tiene la gracia de contar historias, hacer una obra de larga duración hasta el encarcelamiento final del Pablo, donde muestra como la Historia de Salva-ción se prolonga en la Iglesia Primitiva. Al contar los episodios utiliza marcos referenciales para que las cosas se asemejen y evidencien la continuidad: Si Jesús es llevado al sanedrín, los apóstoles también;

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si Jesús perdona desde la cruz, Esteban lo hace desde el lugar del apedreamiento; si Jesús sana al paralítico, Pedro también lo hace. De esta forma se hace Teología, no a través de abstracciones sino de historias. Probablemente podemos decir lo mis-mo de los otros evangelistas pero Lucas tiene la virtud de haber hechos dos textos en continuidad.

Hoy tenemos un episodio que es muy importante como antesala del capítulo 15, cuando los Apósto-les deciden, definitivamente, que los bautizados no son simplemente judíos sino que son discípulos de Jesús. Esto es tan importante como responder a la pregunta ¿Quién soy Yo? ¿Quiénes somos noso-tros? Si no respondemos a esa pregunta no sabe-mos para dónde vamos o cuál es nuestra misión. Y si respondemos mal: ¡Peor!

Dicho lo anterior, se empieza a mostrar cómo la comunidad de los cristianos va tomando distancia de la sinagoga judía. Es decir, ellos comienzan a comprender que con la Cruz de Jesús ha pasado algo de mayor trascendencia que los mueve a ver el mundo en coordenadas más diversas y amplias.

¿Quiénes eran los Gentiles? ¿Personas que no creían en Dios? R/ NO. Los gentiles eran aquellos que no cabían en el molde judío por no serlo de sangre, por pertenecer a otras culturas, por tener otras prácticas, incluso prácticas de fe.

Y lo que el Espíritu del Resucitado hace durante toda la obra de los Hechos de Apóstoles es tum-bar esas divisiones, abrir puertas, hacer encontrar a las personas como facultados para la escucha de la Palabra del Señor, dignos del Bautismo y de la ciudadanía del Reino.

Dos acciones me llaman la atención: Los discípulos van a los Gentiles. Los Gentiles, por el encuentro, se alegran y se incorporan a la Vida Eterna. ¡Qué reto! La dinámica del Resucitado empieza a trastocar moldes viejos y generar dinámicas nuevas. Atrás queda el sábado como imposición, atrás queda la idea de que existen personas distintas y menospre-ciables, lugares donde no está Dios; atrás queda el

confort del lugar tradicional de culto. Adelante está el futuro y las gentes que necesitan del encuentro con el Resucitado. Adelante está la Casa Cristiana, donde realmente iniciará la vida de la Iglesia. La Casa, la Familia. Así comienza Lucas a dar forma a la Eclesiología y Misionología más sencilla y ope-rativa: Somos la familia de Dios y anunciamos esto desde las familias, en las familias, dejando atrás todo lo que nos ata y nos hace perder dinamismo.

LECTIO: Segunda lectura del libro delApocalipsis (7,9.14b-17).

Yo, Juan, vi una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua, de pie delante del trono y del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos.

Y uno de los ancianos me dijo:- “Éstos son los que vienen de la gran tribulación: han lavado y blan-queado sus vestiduras en la sangre del Cordero.

Por eso están ante el trono de Dios, dándole culto día y noche en su templo. El que se sienta en el trono acampará entre ellos.

Ya no pasarán hambre ni sed, no les hará daño el sol ni el bochorno. Porque el Cordero que está de-lante del trono será su pastor, y los conducirá hacia fuentes de aguas vivas. Y Dios enjugará las lágri-mas de sus ojos.” Palabra de Dios.

MEDITATIO:

Durante la gran depresión económica de los Es-tados Unidos en los años 1930 y siguientes, hubo una idea que marcó la vida de esa Nación tan im-portante y apetecida por muchos: Grupos de fami-lias construyeron pequeños pueblos, de pocas fa-milias, donde se vivieran los valores, donde todos se ayudaran mutuamente, donde pudieran vivir con dignidad, con una cierta sencillez, con seguridad y con esperanza. Así nacieron muchos pequeños pueblos de ensueño en los Estados Unidos, que cuando se los conoce quisiéramos vivir allí. Fue una idea que nutrió la esperanza y los volvió al con-

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tacto mutuo como la mejor forma de superar una crisis generada por la especulación del dinero.

Este texto del Apocalipsis es evocador, es espe-ranzador. Nació en el contexto del sufrimiento de las comunidades cristianas primitivas perseguidas. Y si un ojo miraba al crucificado victorioso, el otro soñaba con que todo sufrimiento puede ser venci-do, incluso, por el sentido que le demos a la vida en el momento del sufrimiento puede suceder que recuperemos el sentido de la existencia misma.

La comunidad primitiva, en Juan, nos invita a pen-sar la presencia de Dios como Victoria Final. A dar-le razón incluso al morir y a la lucha contra el sufri-miento. Sembrar la esperanza es muy difícil, pero aunque no lo aceptemos, el ser humano noble se aferra siempre a este principio para confortar, para esperar, para levantarse y seguir luchando.

En Cristo Resucitado vemos nuestra propia victoria y por ello damos un sentido de discípulos que cami-nan, que van detrás, a nuestra vida, incluso en me-dio de la tribulación; la cual viene como consecuen-cia de las decisiones humanas pero que puede ser transformada por la fe, la esperanza y el amor.

El cuadro del Apocalipsis no es para especular…. Es para contemplar y soñar desde Dios nuestro futuro.

LECTIO: Evangelio según san Juan (10,27-30).

En aquel tiempo, dijo Jesús: “Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la vida eterna; no perecerán para siempre, y nadie las arrebatará de mi mano.

Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre.

Yo y el Padre somos uno.” Palabra del Señor.

MEDITATIO.

Gabo es un amigo que ríe conmigo cuando habla-mos de que los sacerdotes celebramos nuestro día

cuatro veces en el año: El Jueves Santo, el día del Buen Pastor, el día de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote y el aniversario de nuestra propia Orde-nación. Todavía ríe más porque le digo que no sa-bemos dónde guardar tantos regalos.

Este domingo nos trae la figura de Jesús Pastor. De los discípulos de Jesús como pastores de las co-munidades primitivas, de nosotros como pastores de nuestras comunidades.

No evitaré las ganas de poner aquí las resonan-cias del Papa Francisco, porque son sencillas y elocuentes. Él decía a los jóvenes reclusos de la cárcel Casal del Marmo, el pasado Jueves Santo:

• “El que está más alto debe estar al servicio de todos”.

• “¿Qué significa? Que debemos ayudarnos, los unos a los otros”.

• “Pero es un deber que viene del corazón: lo amo. Amo esto y amo hacerlo porque el Señor así me lo ha enseñando”.

• Y cuando un joven, ante todos, le preguntó: «Pero ¿por qué has venido aquí hoy?», sim-plemente respondió: Es un sentimiento que ha salido del corazón; he sentido esto. Donde es-tán aquellos que tal vez me ayudarán más a ser humilde, a ser un servidor como debe ser un obispo.

Y en la misa Crismal nos dijo esto que es lapidario y desafiante:

De la belleza de lo litúrgico, que no es puro ador-no y gusto por los trapos, sino presencia de la glo-ria de nuestro Dios resplandeciente en su pueblo vivo y consolado, pasamos ahora a fijarnos en la acción. El óleo precioso que unge la cabeza de Aarón no se queda perfumando su persona sino que se derrama y alcanza «las periferias». El Se-ñor lo dirá claramente: su unción es para los po-bres, para los cautivos, para los enfermos, para los que están tristes y solos. La unción, queridos hermanos, no es para perfumarnos a nosotros mismos, ni mucho menos para que la guardemos

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en un frasco, ya que se pondría rancio el aceite... y amargo el corazón.

Al buen sacerdote se lo reconoce por cómo anda ungido su pueblo; esta es una prueba cla-ra. Cuando la gente nuestra anda ungida con óleo de alegría se le nota: por ejemplo, cuando sale de la misa con cara de haber recibido una buena noticia. Nuestra gente agradece el evan-gelio predicado con unción, agradece cuando el evangelio que predicamos llega a su vida cotidiana, cuando baja como el óleo de Aarón hasta los bordes de la realidad, cuando ilumina las situaciones límites, «las periferias» donde el pueblo fiel está más expuesto a la invasión de los que quieren saquear su fe. Nos lo agradece porque siente que hemos rezado con las cosas de su vida cotidiana, con sus penas y alegrías, con sus angustias y sus esperanzas. Y cuando siente que el perfume del Ungido, de Cristo, lle-ga a través nuestro, se anima a confiarnos todo lo que quieren que le llegue al Señor: «Rece por mí, padre, que tengo este problema...». «Bendí-game, padre», y «rece por mí» son la señal de que la unción llegó a la orla del manto, porque vuelve convertida en súplica, súplica del Pueblo de Dios. Cuando estamos en esta relación con Dios y con su Pueblo, y la gracia pasa a través de nosotros, somos sacerdotes, mediadores entre Dios y los hombres. Lo que quiero señalar es que siempre tenemos que reavivar la gracia e intuir en toda petición, a veces inoportunas, a veces puramente materiales, incluso banales – pero lo son sólo en apariencia – el deseo de nuestra gente de ser ungidos con el óleo per-fumado, porque sabe que lo tenemos. Intuir y sentir como sintió el Señor la angustia esperan-zada de la hemorroisa cuando tocó el borde de su manto. Ese momento de Jesús, metido en medio de la gente que lo rodeaba por todos la-dos, encarna toda la belleza de Aarón revestido sacerdotalmente y con el óleo que desciende sobre sus vestidos. Es una belleza oculta que resplandece sólo para los ojos llenos de fe de la mujer que padecía derrames de sangre. Los mismos discípulos –futuros sacerdotes– toda-

vía no son capaces de ver, no comprenden: en la «periferia existencial» sólo ven la superficia-lidad de la multitud que aprieta por todos lados hasta sofocarlo (cf. Lc 8,42). El Señor en cam-bio siente la fuerza de la unción divina en los bordes de su manto.

Y, finalmente, me tumbó esa sentencia suya: “Pas-tores con olor de oveja”.

DOMINGO V DE PASCUA

LECTIO: Primera lectura de los Hechos de los Apóstoles (14,21b-27).

En aquellos días, Pablo y Bernabé volvieron a Lis-tra, a Iconio y a Antioquía, animando a los discípu-los y exhortándolos a perseverar en la fe, dicién-doles que hay que pasar mucho para entrar en el reino de Dios.

En cada Iglesia designaban presbíteros, oraban, ayunaban y los encomendaban al Señor, en quien habían creído. Atravesaron Pisidia y llegaron a Panfilia. Predicaron en Perge, bajaron a Atalía y allí se embarcaron para Antioquía, de donde los ha-bían enviado, con la gracia de Dios, a la misión que acababan de cumplir.

Al llegar, reunieron a la Iglesia, les contaron lo que Dios había hecho por medio de ellos y cómo había abierto a los gentiles la puerta de la fe. Palabra de Dios.

MEDITATIO.

Cualquiera de los versos de este lectura nos permi-te ver un mundo de sueños:

• Perseverar en la fe. Sí. Ese encuentro entre el hombre y Dios, entre Dios y el hombre, asal-tado a veces por los momentos de oscuridad, que hasta los grandes santos han padecido. “¿A dónde te escondiste amado y me dejaste con gemido? Salí tras ti corriendo y eras ido”,

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“bien sé yo la fuente que mana y corre… aun-que es de noche”, recitaba San Juan de la Cruz. Debemos perseverar en la fe, cultivarla, orar, hacer silencio, meditación, escuchar, porque en Jesús se revela una experiencia de fe “de la no-che oscura”.

• En cada Iglesia designaban presbíteros. Es la audacia de esos primeros apóstoles que inven-taron lo que había que inventar para que el evan-gelio tomase forma de familia, de comunidad.

• Reunieron a la Iglesia. La alegría de una comu-nidad era la alegría de todas las comunidades. La tragedia de una comunidad particular era la tragedia de las otras comunidades. ¡Tan distin-to hoy!

LECTIO: Segunda lectura del libro delApocalipsis (21,1-5ª).

Yo, Juan, vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra han pa-sado, y el mar ya no existe. Y vi la ciudad san-ta, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, enviada por Dios, arreglada como una novia que se adorna para su esposo. Y escuché una voz potente que decía desde el trono: “Ésta es la mo-rada de Dios con los hombres: acampará entre ellos. Ellos serán su pueblo, y Dios estará con ellos y será su Dios. Enjugará las lágrimas de sus ojos. Ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni do-lor. Porque el primer mundo ha pasado.” Y el que estaba sentado en el trono dijo: “Todo lo hago nuevo.” Palabra de Dios.

MEDITATIO.

¿Cómo hacer nuevo todo? Ya el profeta Isaías ha-blaba de Dios como aquel que hace brotar flores de en medio de las cenizas. Jeremías canta que vendrán los tiempos de una Nueva Alianza, de un Nuevo Pueblo, de un Nuevo Reino.

Nosotros confiamos en que el evangelio es fuerza de Dios y que viviendo una vida evangélica la rea-lidad puede ser transformada, hasta que llegue la transformación final. Cuando la noche oscura se

abate sobre la fe, dos Teresas escribieron esto: “Si no puedo creer, podré al menos amar”.

LECTIO: Evangelio según san Juan(13,31-33ª.34-35).

Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús: “Aho-ra es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glo-rificado en él. Si Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo: pronto lo glorificará. Hijos míos, me queda poco de estar con vosotros.

Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también en-tre vosotros. La señal por la que conocerán todos que sois discípulos míos será que os amáis unos a otros.” Palabra del Señor.

MEDITATIO.

No tenemos otra forma de mostrar al Resucitado que a través de los significados del amor. El culmen de su palabra, de su ser signo del Padre en medio de la humanidad se dio por medio de la entrega en la cruz, de la que dijo “era la glorificación”, es decir, el máximo resplandor del –cabod- de Dios, de su Gloria.

Sueña extraño que Dios mismo sea más esplen-doroso en este anonadamiento del Hijo. Y a eso somos invitados todos nosotros a ser discípulos esplendorosos por la entrega de cada uno, por el reconocer en el otro al destinatario de lo mejor de nosotros mismos, nosotros mismos.

Quizás pudiéramos decir que no hay otra forma más linda de vivir que en el amor de los herma-nos. Todas las imágenes que se recrean en los do-mingos de Pascua son positivas, porque esa es la Resurrección, la victoria sobre el mal. Dios vence el mal, del cual la muerte es el último bastión. El segundo domingo la Paz, el tercero el amor recon-ciliado de Pedro, el cuarto el Buen Pastor que lleva a prados y aguas frescas, el quinto el amor como entrega de la vida o la vida entregada por la abun-dancia del amor.

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En la cuarta palabra de Jesús en la Cruz, decía: “A la Iglesia como institución compuesta por hom-bres se le endilgan muchos pecados. Y es verdad, donde hay hombres hay pecados. Pero también es cierto que la Iglesia está compuesta por los muchos que han dado su vida, que no han esperado nada temporal a cambio, que han querido seguir las hue-llas del maestro que subió hasta la cruz”; porque nuestro amor nace en el amor de Cristo Crucifica-do, el cual nos muestra que “no hay vida que ten-ga sentido, sino aquella en la que hay entrega, en la que nos volvemos semilla, para que luego otras generaciones tengan vida. ¡En la Cruz se revela el amor más radical!”.

BIBLIOGRAFIA

• Papa Francisco. Homilía en la Misa Crismal. Leído en www.vatican.va/lasantesede.omelie.santamessadelcrisma.28marzo2013.

• Papa Francisco. Audiencia General del 3 de abril de 2013. Leído en www.vatican.va/lasan-tesede.udienze.3aprile2013.

• Joseph Ratzinger. 2011. Jesús de Nazaret. Desde la entrada en Jerusalén hasta la resu-rrección. Mexico: Planeta.

• Jean-Noël Aletti. 1996. Il racconto come teo-logia. Studio narrative del terzo Vangelo e del libro degli Atti degli Apostoli. Roma: Edizione Dehoniane.

• Jairo Henao. 2013. Notas sobre la resurrección en los evangelios. Ad usum privatum tantum.

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NON PLACET! NON PLACET!1962. Hacia laLumen Gentium (2)

Por: Fernando José Bernal Parra. Pbro.Facultad de Teología. U.P.B.

El ocho de diciembre de 1962 el papa Juan XXIII clausuró solemnemente la primera etapa del Conci-lio Ecuménico Vaticano II. Para la gran mayoría de los padres conciliares esa fue la última ocasión de ver y de escuchar al “papa bueno”, quien ese día se despedía de “su” concilio ya que su vida carga-da de bondad y de trabajo eclesial estaba ya casi llegando a su fin. El Señor de la Iglesia lo quería junto a sí.

Esta primera etapa, un poco más de ocho sema-nas, fue de tanteos y aprendizaje en el cómo de la labor sinodal, para más de dos mil doscientos pa-dres conciliares, entre patriarcas, cardenales, obis-pos y superiores generales de las congregaciones religiosas masculinas.

Ya durante esas semanas se fueron delineando dos grandes tendencias en el aula conciliar: la cole-gial y la curialista.

La “mayoría”, jalonada por los episcopados cen-troeuropeos, que quería un concilio en el que, con plena fidelidad a la tradición y con radical apertura a la Sagrada Escritura y a los Padres de la Igle-sia, se exploraran caminos nuevos, en orden a un más adecuado e inteligible anuncio de la Palabra del Evangelio en el mundo contemporáneo. Era la tendencia colegial.

La “minoría”, orientada por los prelados más cerca-nos a los métodos de la Curia Romana, que quería

Al final de la primera sesión, en efecto, apareció de manera clara a todos que el Concilio Vaticano II sería en lo sucesivo, en la historia, un concilio centrado en la Iglesia, y que todos los esquemas, simplemente yuxtapuestos hasta ese momento, serían reagrupados en torno a esta idea maestra.

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hacer del debate conciliar una especie de ratifica-ción del magisterio reciente y, principalmente, de las encíclicas de los papas de los últimos cien años, desde Pío IX hasta Pío XII. Así el concilio sería una reafirmación de la que podría ser llamada “Época piana”. Era la tendencia curialista.

En ese mes de diciembre los resultados no pare-cían muchos desde el punto de vista cuantitativo. Otra cosa, como se vería después, sería el definiti-vo balance cualitativo. Los grandes temas para una evaluación serían en ese momento cuatro: liturgia, revelación, medios de comunicación e Iglesia.

El esquema previo para la renovación de la vida litúrgica de la Iglesia, preparado por la comisión preconciliar correspondiente, en la que se notó la influencia determinantemente positiva de su secre-tario el P. Annibale Bugnini, profesor de liturgia en las Universidades Lateranense y Urbaniana, y pre-sentado finalmente al concilio, debido a la censura que entonces recayó sobre Bugnini, por el nuevo secretario de la comisión Ferdinando Antonelli fue, en general, bien recibido por el aula conciliar.

El debate se centró sobre todo en el tema de la lengua litúrgica, ya que para muchos ésta era in-tocable según, afirmaban ellos, se desprendía de las orientaciones del papa Pio XII y del mismo Juan XXIII, quien sólo siete meses antes de la inaugura-ción del concilio promulgó la constitución apostóli-ca Veterum Sapientia1, urgiendo la intensificación de la enseñanza del latín en el proceso de la forma-ción de los futuros sacerdotes y dando, por ende, un espaldarazo a su utilización en la liturgia de la Iglesia.

Pero el esquema previo fue aprobado por una ma-yoría inesperada que comprendía el noventa y sie-te por ciento de los padres conciliares, y enviado entonces de nuevo a la comisión correspondiente para ser revisado de acuerdo a las reservas y su-gerencias manifestadas por los participantes en el evento sinodal.

1 Febrero 22 de 1962.

El esquema sobre “Las Fuentes de la Revelación”, presentado y defendido por el cardenal Alfredo Ottaviani, cabeza de la llamada entonces “Supre-ma Congregación del Santo Oficio”, o simplemente “La Suprema”, no pasó, en cambio, el duro escru-tinio conciliar y fue retirado por expreso mandato del papa Juan XXIII para ser sometido a una total reelaboración.

La temática relativa a los medios de comunicación social fue aprobada en sólo tres días de debate y no logró acaparar realmente la atención del con-cilio, ya que éste esperaba entonces con ansias el tema considerado como realmente central, el De Ecclesia, el estudio del esquema sobre la Iglesia.

Ya en el artículo anterior hicimos referencia a ese esquema, redactado por la comisión doctrinal pre-paratoria en once capítulos y al acalorado debate que suscitó en el aula conciliar. El cardenal Ottavia-ni, a quien no le faltaban dotes de ironía, manifestó, en la misma presentación del documento, el prime-ro de diciembre de 1962, que esperaba fuertes crí-ticas, “ya ha sido juzgado” manifestó. Escuchemos sus palabras:

“Espero oír la habitual letanía de los padres del concilio: es un texto académico, no es ecuménico, no es pastoral, es negativo (…) Os diré algo que tal vez no sepáis: Antes incluso de que este esquema fuese distribuido, ¡Escuchadme! ¡Escuchadme!, ya se había preparado un esquema alternativo”.2

El formidable purpurado romano ciertamente no se equivocaba. Las críticas no se hicieron esperar y más de un esquema alternativo estaba ya en pre-paración para ser tenido en consideración una vez la asamblea hubiese objetado el texto oficial.

Recordemos ahora que las intervenciones de los personajes más representativos del quehacer con-ciliar, cardenales y obispos, fueron en su mayoría abiertamente negativas. La expresión “Non placet”, “Non placet”, que hemos querido utilizar para el títu-lo del presente artículo, fue el dictamen que se repi-

2 Acta Synodalia Sacrosancti Concilii Vaticani II, 1 / 4, p. 121.

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tió una y otra vez en boca de algunos de los padres cuya autoridad era más reconocida, especialmente en las filas de la “mayoría”.

La descalificación del esquema fue iniciada por el cardenal Achilles Liénard, obispo de Lille en Fran-cia, el más antiguo de los cardenales, como que había sido incorporado al colegio cardenalicio por el papa Pío XI en 1930. Al iniciarse el concilio lle-vaba ya treinta y dos años de cardenalato y había participado por lo tanto en los conclaves que eligie-ron a los papas Pío XII y Juan XXIII. Recordemos, de paso, sin apartarnos de nuestro tema, una fuerte ironía eclesial: fue precisamente Liénard quien or-denó sacerdote y posteriormente obispo a Marcel Lefebvre quien, como es sabido, se convertirá en el adalid del desacato al Vaticano II.

Las críticas al esquema sobre la Iglesia por parte del venerable purpurado, de Liénard, fueron mesu-radas, pero abrieron las compuertas a muchas otras opiniones negativas. Participaron directamente se-tenta y siete padres, otros lo hicieron por escrito. Recordemos la intervención, recibida con aplausos por los padres conciliares, del obispo de Brujas en Bélgica monseñor De Smedt quien pidió simple y llanamente que el esquema fuera devuelto a la co-misión para una revisión total. Debemos destacar también la intervención del arzobispo de Colonia, cardenal Frings, quien afirmó que el esquema se li-mitaba a la tradición latina de los últimos cien años, y no podemos dejar de recordar que su asesor teo-lógico era nadie menos que Joseph Ratzinger.3

El concilio se autocomprendió entonces como una instancia viva y pensante al servicio de la Iglesia. Más de dos mil doscientos padres no se habían des-plazado hasta Roma para bendecir simplemente el trabajo previo y para aprobar sin más los esquemas de las comisiones preparatorias con el argumento, como algunos pretendieron afirmar, de que esos esquemas habían sido ya aprobados por el papa. Juan XXIII aprobó la presentación de estos trabajos al concilio, pero, ciertamente, los presentó sólo como puntos de partida para la libre reflexión sinodal.

3 Cfr. Alberigo. Giuseppe, Historia del Concilio Vaticano II, Vol. II. Sígueme, Sala-manca, 2002. p. 311.

Lo cierto fue que, al clausurarse la primera etapa, la discusión, el tema capital sobre la Iglesia quedó en suspenso. El esquema ciertamente no tenía la más mínima posibilidad de ser aprobado si era presenta-do nuevamente, en su forma original, a la segunda etapa conciliar que ya había sido convocada por el papa Juan para el mes de septiembre de 1963. Los once capítulos, escritos en ochenta y dos páginas en lenguaje técnico y escolástico, pobres desde el punto de vista eclesiológico y ecuménico, no tenían ningún orden de sucesión lógico. Se hacía forzoso entonces un proceso de total reelaboración.

Esta tendría lugar, y de la manera que nos propo-nemos explicar en el próximo artículo, durante el período que se constituirá en uno de los momentos más interesantes e intensos del trabajo conciliar, es decir, los meses que transcurrieron entre la clausu-ra de la primera sesión por Juan XXIII en diciembre de 1962 y la inauguración de la segunda el 29 de septiembre de 1963 por el recién electo papa Paulo VI, es decir, durante la llamada ordinariamente pri-mera intersesión.

En el artículo anterior elencábamos algunas de las críticas principales que fueron lanzadas en contra del esquema previo. Sin embargo, para ir paso a paso en este interesantísimo camino que habría de conducir finalmente a la “Constitución Dogmática sobre la Iglesia, Lumen Gentium”, no será redun-dante que profundicemos ahora en esas objeciones y reparos. Así podremos comprender mejor la situa-ción a la que se llegó en diciembre de 1962.

Las objeciones recaían sobre el tratamiento que se daba a varios temas de fondo: la pertenecía a la Iglesia, la relación entre la Iglesia Católica y el Cuerpo Místico de Cristo, el servicio del magisterio a la comunidad eclesial, la relación entre la teología y el magisterio, la manera inadecuada de entender el ecumenismo, la ausencia total de cualquier re-ferencia a los presbíteros, la no incorporación a la reflexión conciliar de las profundizaciones eclesio-lógicas de los últimos decenios.

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El esquema previo sobre la Iglesia y, en general, los esquemas elaborados por la “Comisión Teoló-gica Preconciliar”, parecían ignorar la perentoria necesidad de un retorno a la Sagrada Escritura y a la Patrística, y limitarse a ser una especie de resú-menes de las encíclicas de los últimos papas y, en especial, de Pío XI y de Pío XII y, en lo referente a la Iglesia, a las posiciones restrictivas de la encícli-ca “Mystici Corporis” de 1943. Es de notar aquí que el P. Sebastián Tromp, jesuita holandés, profesor de la Universidad Pontificia Gregoriana y secreta-rio de la comisión, era tenido normalmente como el principal redactor de esta encíclica.4

Ya el futuro cardenal, P. Yves Congar, había antici-pado en su diario, varios meses antes, sus temores acerca de esta manera de proceder. Escuchemos su anotación del cinco de marzo de 1962:

“¡Qué nivel tan bajo si se compara con los capítulos del Concilio de Trento! (…) Esta comisión teológi-ca ha trabajado enteramente en el clima del “Santo Oficio”, teniendo por consigna hacer una especie de suma de la enseñanza pontificia desde Pío IX. Todas las referencias se hacen desde las encícli-cas y los discursos pontificios”.5

En su “Diario” el P. Congar nos comparte, además, una confidencia que le fue hecha por Carlo Colom-bo, teólogo del cardenal Montini: “Para el P. Tromp una encíclica está por encima de un texto claro de la Escritura”.6 Y en el mismo “Diario” anota el veinti-dós de septiembre de 1961 durante la preparación para el concilio: “Se me responde muchas veces: La regla de fe no es la Escritura sino el magiste-rio viviente. ¿Qué hace usted con las afirmaciones pontificias?”.7

La pertenecía a la Iglesia, limitada a quienes es-tuvieran en plena comunión con la sede de Roma y la identificación simple y llana entre la Iglesia Católica Romana y el Cuerpo Místico de Cristo,

4 Congar, Yves, Diario de un Teólogo. Trotta, Madrid, 2004. p. 114.5 Congar Yves, Mon Journal du Concile, I. Cerf, Paris, 2002. p. 88. Las traducciones

son nuestras.6 Idem. p. 59.7 Idem. p. 67.

eran un obstáculo prácticamente invencible que se ponía al camino de ecumenismo. Para éste sólo quedaba una posibilidad: motivar el regreso de los cismáticos y de los herejes al seno de la única Iglesia. Era el ya largamente superado “ecumenis-mo del retorno”.

Para la “Comisión Teológica” los cristianos no ca-tólicos estaban simplemente “ordenados” hacia la Iglesia, para el “Secretariado” su pertenencia era real, aunque no plena.

Estas posiciones motivaron una gran preocupación en el seno del “Secretariado para la Unión de los Cristianos”, recientemente elevado por Juan XXIII al rango de “Comisión”, y, en especial, en su presi-dente el cardenal jesuita alemán Agustín Bea, pala-dín como ningún otro del talante ecuménico que el papa Juan quería para el evento conciliar.

Es bueno también subrayar que la “Comisión Teo-lógica” rechazó siempre cualquier intento de cola-boración con el “Secretariado” presidido por Bea, con el argumento de que sólo ellos, los presididos por Ottaviani y Tromp, tenían competencia en te-mas en los que directamente se implicara la doc-trina. La realidad se encargó de mostrar cómo, a la larga, la reflexión conciliar se apartó de todos los proyectos elaborados desde esa perspectiva.

Dos aspectos parecían rescatables del esquema, aunque también serían sometidos a cambios y pre-cisiones: el capítulo sobre el laicado redactado por Gérard Philips, sacerdote profesor de la Universi-dad de Lovaina y uno de los principales asesores del episcopado belga. En nuestro próximo artículo, que versará sobre el proceso de reelaboración del esquema acerca la Iglesia, él será uno de los indis-cutidos protagonistas. El otro aspecto que puede ser considerado como positivo, son algunas re-flexiones sobre el servicio eclesial del magisterio, salidas de la pluma de Carlo Colombo, teólogo ase-sor, como ya hemos dicho, del cardenal Juan Bau-tista Montini, arzobispo entonces de Milán y futuro papa Paulo VI.

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La asamblea conciliar, al contrario de lo que suce-dió con el esquema sobre la Revelación, no some-tió a ninguna votación el esquema sobre la Iglesia. Las intervenciones de los cardenales Suenens y Montini, a las que hemos aludido en los artículos anteriores, sobre la necesidad de orientar el trabajo conciliar hacia la reflexión sobre el “misterio” y el “ministerio” de la Iglesia, sobre el “hacia adentro” y el “hacia afuera”, sobre el “ser” y el “hacer” eclesial cerraron prácticamente el debate conciliar de 1962.

Estas intervenciones tuvieron un antecedente me-morable en el discurso radiofónico emitido por Juan XXIII el once de septiembre de 1962, exactamente un mes antes de la apertura del concilio, y en el que el papa había utilizado ya las expresiones “ad intra” es decir “hacia adentro” y “ad extra” es decir “hacia afuera” como indicativas del plan para la reflexión conciliar futura sobre la Iglesia.

Vendría entonces el trabajo de la primera interse-sión, de la que algunos comentaristas han llamado “la segunda preparación del concilio”, y allí se ges-taría una propuesta, no enteramente nueva, pero sí cargada de una orientación renovadora, para pre-sentar a la consideración del concilio en su segun-da etapa o sesión, la de 1963. Allí el primer aspecto a tratar sería precisamente el tema de la Iglesia.

Terminemos esta sencilla reflexión recordando estas palabras del cardenal Suenens en sus “Re-cuerdos” del concilio: “Al final de la primera sesión, en efecto, apareció de manera clara a todos que el Concilio Vaticano II sería en lo sucesivo, en la his-toria, un concilio centrado en la Iglesia, y que todos los esquemas, simplemente yuxtapuestos hasta ese momento, serían reagrupados en torno a esta idea maestra”.8

Debate, polémica, tensiones, posiciones divergen-tes. Pero el Espíritu del Señor, el dador y construc-tor de la unidad, estaba presente guiando a la Igle-sia en esa nueva efusión de Pentecostés que fue el Concilio Ecuménico Vaticano II.

8 Suenens, Leo Joseph, Recuerdos y Esperanzas. EDICEP, Valencia, 2000. p. 72.

BIBLIOGRAFÍA.

Ramírez Zuluaga, Alberto. En los cincuenta años de la inauguración del Concilio Vaticano II, UPB, Medellín, 20120.

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Madrigal, Santiago. Vaticano II: Remembranza y Actualización. Sal Terrae, Santander, 2002.

Madrigal, Santiago. Tiempo de Concilio. Sal Tarrae, Santander, 2009.

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Suenens, Leo Joseph, Recuerdos y Esperanzas. EDICEP, Valencia, 2000.

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De Bergoglioa Francisco

Por: José Jaime Brosel Gavilá, Pbro1.

Eran las 20.15 del pasado 13 de marzo cuando el cardenal Jean-Louis Tauran, venciendo los sín-tomas de su enfermedad, realizaba el esperado anuncio: “Habemus Papam”. Al jolgorio inicial suce-dió un silencio entre quienes estábamos en la Plaza de San Pedro cuando fue pronunciado el nombre del elegido. “¿Quién ha dicho?”, fue mi primera pre-gunta al sacerdote que tenía al lado. La prensa no nos había preparado para escuchar el nombre del cardenal Bergoglio, quien no estaba incluido entre las listas de “papables” que nos presentaba. La sor-presa inicial dejó paso a una serie de recuerdos so-bre situaciones vividas en los días anteriores.

Quienes residimos en la “Domus Paulus VI”, la casa sacerdotal situada en las inmediaciones de Piaz-za Navona, tuvimos la suerte de compartir con el cardenal Jorge Mario Bergoglio los días previos al Conclave, mientras duraron las congregaciones ge-nerales. Aquí se alojaba normalmente cada vez que venía a Roma. Los pequeños detalles cobran en este momento una importancia singular. Recuerdo su carácter afable, al tiempo que discreto, así como su notable delicadeza en el trato. Solía preguntar si podía compartir con nosotros la mesa antes de ocu-par uno de los sitios disponibles. Uno de esos días, el cardenal Bergoglio se sentó frente a mí. Mantu-vimos una conversación agradable y distendida. El cansancio tras una jornada marcada por las reu-niones cardenalicias no hacía aconsejable abordar temas profundos, y la necesaria prudencia invitaba a huir de ámbitos comprometidos.

Los puntos que el Papa ha subrayado pertenecen a lo central y esencial de la fe cristiana. Y al Evangelio es a lo que nos quiere acercar con sus palabras y sus gestos el papa Francisco, el gran Párroco.

1 Oficial del Pontificio Consejo para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes

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Bromeando sobre algunos asuntos, a cierto punto le comenté: “Eminencia, ciertamente estarán muy atentos sobre el perfil del próximo Papa. Si lo eligie-ran a usted -le dije con una sonrisa-, tenga por se-guro que intentarán buscar en su pasado, e incluso le llegarán a acusar de alguna supuesta pelea en el patio del colegio cuando era niño”. Él sonrió, y tras unos instantes de silencio indicó que estos elemen-tos ciertamente se tienen en cuenta, pero con todo, sentenció, para los cristianos es más importante la misericordia y la capacidad de conversión. Estoy convencido que éste será uno de los temas básicos del nuevo Pontificado. Ya al día siguiente de la elec-ción, en su visita a la basílica de Santa María la Ma-yor, invitaba a los confesores a “ser misericordioso con las almas, lo necesitan”. Y en el primer Ángelus rezado desde la ventana del apartamento pontificio, comentando el evangelio de la mujer adúltera (cfr Jn 8,1-11), el papa Francisco afirmaba: “¿Habéis pensado en la paciencia de Dios, la paciencia que tiene con cada uno de nosotros? Ésa es su miseri-cordia. Siempre tiene paciencia, paciencia con no-sotros, nos comprende, nos espera, no se cansa de perdonarnos si sabemos volver a él con el corazón contrito”. Y continuaba indicando que Dios “no se cansa nunca de perdonar, pero nosotros, a veces, nos cansamos de pedir perdón”.

Otro de los temas fundamentales, como ya ha su-brayado con sus gestos, es el de la oración. De he-cho, podríamos decir que gran parte de su alocución desde el balcón central de la basílica vaticana lo ocupó este tema: “Recemos siempre por nosotros: el uno por el otro. Recemos por todo el mundo, para que haya una gran fraternidad”. Y seguidamente, y como ha reiterado en sus otras intervenciones, pidió la oración por él: “Os pido un favor: antes que el Obispo bendiga al pueblo, os pido que vosotros recéis para el que Señor me bendiga: la oración del pueblo, pidiendo la Bendición para su Obispo. Ha-gamos en silencio esta oración de vosotros por mí”. El silencio que se creó en la Plaza de San Pedro fue impresionante. Miles de personas rezando ante un Papa que se inclinaba ante Dios y ante el pueblo que por él intercedía. Y concluyó manifestando su deseo de ir a rezar al día siguiente ante una ima-

gen de la Virgen. Eso fue lo primero que hizo, y de hecho, cuando sus colaboradores le indicaron que debía recibir al sastre, el Papa Francisco sentenció: “Primero la Virgen”. Y allí marchó, ante el icono de la Salus Populi Romani, tan romana y tan jesuítica, cuya iconografía extendieron por todo el mundo los miembros de la Compañía de Jesús como signo de su unión al Santo Padre.

Y junto a la importancia de la oración es necesario situar el de la centralidad de la Eucaristía. El Papa Francisco destaca por un modo de celebrar sobrio, esencial, digno, donde intenta evitar todo elemento que pueda ensombrecer la grandeza del Misterio. Ya lo vimos en la primera misa en la Capilla Sexti-na y lo experimentamos en la celebración de inau-guración de su ministerio. Frente a la jovialidad y espontaneidad de sus intervenciones públicas, en la celebración eucarística lo vemos profundamente concentrado, gustando cada momento. No era ex-traño encontrar al cardenal Bergoglio en la capilla principal de nuestra residencia, incluso asistiendo al sacerdote que en ese momento podía estar ce-lebrando.

Nos encontramos ante una persona trasparente, honesta, que ama la simplicidad, consecuente con sus profundas convicciones, con una actitud que escapa a toda estrategia: intenta ser coherente, hasta en los detalles más pequeños, con aquello que cree. Creo que ésta es la clave correcta de lectura de todos los detalles con los que nos ha sorprendido desde su elección a la Sede de Pedro, muchos de los cuales nos ha transmitido la prensa.

Terminado el cónclave, se desplazó desde la Ba-sílica Vaticana hasta la residencia de Santa Marta en uno de los microbuses en los que viajaban los cardenales, del mismo modo que había llegado, a pesar de las indicaciones para que fuera en el ca-rro. Y una vez allí ocupó en el comedor uno de los sitios que en ese momento quedaban libres.

La mañana del jueves, para desplazarse a Santa María la Mayor, pidió un vehículo más sencillo que el que le habían preparado, “que consuma menos”.

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Y tras la visita al santuario mariano regresó a aque-lla que había sido su residencia habitual en Roma, la “Domus Paulus VI”, para recoger sus pertenen-cias y pagar la factura. Con la jovialidad y la ele-gancia que le caracterizan, afirmó que debía pagar para dar ejemplo, no aceptando la invitación que el director le hacía.

En la casa de Santa Marta continuó inicialmente en la habitación 207, aquella que le había correspondi-do por sorteo para los días del cónclave, en vez de pasar a la dispuesta para quien hubiera sido elegido Papa. Y en dicha residencia sigue todavía, compar-tiendo con toda normalidad la liturgia y las horas de comida con los sacerdotes que habitualmente allí viven y que, concluido el Cónclave, han regresado a sus habitaciones. Y es que, como él mismo ha señalado a quienes ponían alguna objeción, “estoy acostumbrado a estar con mis sacerdotes”.

Estos días la prensa italiana también se ha hecho eco de la llamada telefónica que el Papa Francis-co ha hecho personalmente al quiosquero cercano a su residencia en Buenos Aires para agradecerle sus atenciones y cancelar la suscripción a algunos periódicos, o a un amigo para felicitarle en su cum-pleaños.

Podemos quedarnos con lo anecdótico, pero estoy convencido que aquello que deberíamos subrayar es su interés por despojar de todo valor a lo que realmente es accesorio, de modo que reluzca cla-ramente lo único importante: el Evangelio de Cristo, que debe traducirse hasta en los detalles más pe-queños de la vida. Ciertamente, los puntos que el Papa ha subrayado pertenecen a lo central y esen-cial de la fe cristiana. Y al Evangelio es a lo que nos quiere acercar con sus palabras y sus gestos el papa Francisco, el gran Párroco.

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Francisco:Un Nombre,un Proyecto

Por: Jorge Alonso Buitrago. Pbro.

En el discurso que el recién electo Santo Padre Francisco, impartió para los medios de comunica-ción el pasado 16 de marzo del presente año en la Sala Pablo VI, dio en algunos de los detalles del conclave que determinó su elección como Sumo Pontífice de la Iglesia Católica Universal, el motivo por el cual decidió tomar este nombre. En ese mo-mento determinante del conclave, el Cardenal Jor-ge Mario Bergoglio, se encontraba al lado del Car-denal Claudio Hummes, Arzobispo emérito de Sao Paulo (Brasil) y Prefecto emérito para la congrega-ción del Clero. En el instante en que el Cardenal Bergoglio supera los votos, siente la confortación de este hombre y le pide en esos instantes emocio-nantes “No te olvides de los pobres” e inmediata-mente, el Cardenal Bergoglio, piensa en el pobre de Asis, al igual que piensa en las guerras (Supondría en la imaginación del cardenal las guerras Malvi-nas con Inglaterra y la dictadura del General Videla ambas vividas en su natal Argentina y quizá la rea-lidad bélica por la cual pasa nuestro mundo: Siria, Irak, México, Colombia, etc) una realidad dolorosa que debe acabarse trabajando en consecución de la Paz y con este pensamiento conjuga dos virtudes fundamentales que Cristo predica en su Evangelio y que son aplicables en el Santo Francisco: La po-breza y la Paz.

El nombre según la Sagrada Escritura, marca una misión y una identidad. En el instante de cambiar de nombre importa en este caso un cambio de per-sonalidad y de misión, dado que el nombre es un símbolo que descubre el carácter y el sentido del hombre. En la Sagrada Escritura, vemos como el

El mismo Cristo hijo de Dios, ha cambiado el nombre a Pedro, por el de Cefas (Cf Mt 16, 18), considerando en la figura del Apóstol a aquel que va a consolidar la Iglesia de Cristo que es nuestra Iglesia. Es por ende que el nombre de Francisco, va a determinar una mi-sión específica en este nuevo sucesor de Pedro que toma la capitanía de esta barca Eclesial.

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nombre de Abran es cambiado por el de Abraham (Cf Gn 17, 5-6), el de Saray por Sara (Cf Gn 17, 15-16) y el de Jacob por Israel (Cf Gn 32, 29) estos nombres fueron sustituidos por Dios, puesto que es él el que marca el designio de cada hombre con base al llamado determinado. El mismo Cristo hijo de Dios, ha cambiado el nombre a Pedro, por el de Cefas (Cf Mt 16, 18), considerando en la figura del Apóstol a aquel que va a consolidar la Iglesia de Cristo que es nuestra Iglesia. Es por ende que el nombre de Francisco, va a determinar una misión específica en este nuevo sucesor de Pedro que toma la capitanía de esta barca Eclesial.

Si miramos cualquier santoral o cualquier informa-ción acerca de San Francisco de Asis en los blogs de la internet, podemos darnos cuenta que nace en el seno de la Familia Bernardone en el año 1182, su nombre en primera instancia era el de Juan, pero su Padre Pedro, le cambia el nombre por el de Francisco, que quiere decir “El pequeño France-sito”, aludiendo a que este hombre gozaba mucho del país Galo. Los inicios de la Santidad de Fran-cisco datan desde el momento de su terquedad, cuando combate en la guerra entre Asis y Perugia cae enfermo y en sueños oye la voz del cielo que le pide consagrarse en servicio al jefe supremo de todos que es Dios, y no las cosas vanas o externas.

Podemos mirar tres aspectos de la vida de Francis-co de Asis en los cuales se refleja esta doble acción que el Papa Francisco, ha orientado con base a la Pobreza y a la Paz:

1. Cuando Francisco abraza de un modo total la fe, él comienza a vivir el Evangelio en su per-sona. De un modo total el sentido del desape-go por lo terrenal, convive en primera instancia con los leprosos de Asis (De quienes sentía un escrúpulo total), realizando con este gesto el poder sacrificarse a favor de los demás. Luego visita los enfermos en los hospitales y va hacía los más miserables, dándoles en regalo cuanto llevaba consigo, inclusive las telas que su Padre Pedro vendía.

También en el momento mediante el cual Fran-cisco abraza la pobreza como una virtud del Evangelio de Jesucristo, al que él mismo se acomoda, quiere repercutir esa experiencia en medio de su comunidad fundante. Por eso vive en sí las palabras de Jesús en el Evangelio: “Id y proclamad que el Reino de Dios está cerca. Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis. No llevéis en la faja oro, plata ni calderilla; ni tampo-co alforja para el camino, ni túnica de repuesto, ni sandalias, ni bastón” (Mt 10, 7-10). Francisco toma en serio estas palabras al pié de la letra y se propuso a dedicarse de un modo lleno a los pobres.

2. Francisco, al inicio de su vida apostólica, se es-tablece a las afueras de Asis, precisamente a una pequeña capilla llamada San Damián y que estaba arruinada. Él rezando ante ese crucifijo, le parecía que Cristo le decía varias veces “Fran-cisco, restaura mi Iglesia que está en ruinas” en-tendiendo de un modo interpretativo que debía reconstruir las paredes de esa pequeña capilla, se empeña junto con el Padre capellán de esa capilla a restaurar. Pero en realidad la Iglesia que Francisco debía restaurar era la Iglesia de Cristo. De hecho el Papa de ese tiempo Inocen-cio III, ve en sueños a un hombre que sostiene las columnas de la Iglesia de Roma que estaban a punto de derrumbarse, ese hombre con un há-bito café era Francisco. Él había en primera ins-tancia había ido con los primeros discípulos a Roma a pedir la autorización pontificia para ex-pandir su orden por todo el mundo. Sin embar-go, no fueron aprobados por la extremidad en la regla. A raíz de este sueño del Papa, Francisco y su orden viven el Evangelio de Cristo con todo el ardor posible. Y los Franciscanos, se dedican de lleno a reformar la Iglesia, congestionada por tantas herejías (Especialmente los albigenses), y se dedican a estudiar el Evangelio con total disposición, para enseñarlo no sólo a los po-bres, sino también en el ámbito universal de la época. Las universidades.

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3. Francisco en un hecho determinante, va a con-ciliar la sangrienta persecución que los Cristia-nos sufrían a raíz de las cruzadas de manos de los Musulmanes, va directamente a Egipto a ha-blar con el Sultán, para lograr una conciliación eficaz. Fuera de ello, propone la paz como un método de realización universal, hasta tal punto de proponerla como petición orante. “Hazme un instrumento de tu paz”. En ese amor entrañable por la persona de Jesús, él mismo en ese empe-ño de invitar a la gente a amar profundamente a Jesucristo, dice “El amor no es amado”, porque quizá existe guerra, violencia e intolerancia. Él se propone de lleno a trabajar por la paz y la armonía, por medio del Evangelio como directriz principal.

En el momento de su muerte acontecido en 1226, acostado en el suelo, pide a sus herma-nos que amen siempre como Cristo ha amado. Un mandato esencial que el mismo Cristo nos ha dejado como legado (Jn 15, 12-13). El sig-nificado de dar la vida a la manera de Cristo, trabajando por el bien de una Iglesia, fue lo que testimonió el Cardenal Bergoglio, cuando ejerce como Arzobispo de Buenos Aires (Argentina), un compromiso con los pobres en medio de rea-lidades violentas de las villas (Barrios Popula-res) de esta gran metrópoli del mundo. Fuera de eso el ser capaz de desafiar la corrupción del gobierno y los pensamientos modernistas de entablar el matrimonio entre homosexuales además la legalización del aborto. Al estilo de Francisco que conoce y ama la paz, nuestro nuevo Pontífice está en esa hermosa directriz de ser como él un verdadero Instrumento de la Paz.

En la primera Homilía que el Santo Padre Francis-co, imparte al colegio cardenalicio en la capilla Six-tina, un día después de su elección, hace énfasis en edificar, caminar y confesar a Cristo, pero este Crucificado, un medio eficaz para vislumbrar el se-guimiento a él. En la figura de San Francisco de Asis, podemos notar en este Santo a alguien que en verdad abraza la Cruz de Cristo; Edifica en él,

camina en él y lo confiesa con su vida, hasta tal punto que lleva sobre su cuerpo las llagas de Cris-to, pensando tanto en sus heridas, a través de un retiro espiritual que realiza en el monte Alvernia.

Comúnmente vemos las imágenes de San Francis-co de Asis, abrazando a Cristo Crucificado. Quizá esta imagen, se refleja en nuestro nuevo Santo Padre Francisco, que ha decido abrazar la cruz de Cristo, para ser capaz de restaurar la Iglesia, vivir el consejo evangélico de la pobreza como una op-ción para seguir y caminar con Jesús, trabajar por la paz y la armonía de todas las naciones al estilo de San Francisco que repetía esas palabras en sa-ludo “Paz y Bien”, y que al abrazar esa Cruz, pueda edificar, caminar y confesar a Jesús el Señor, para el bien de nuestra Santa Madre Iglesia.

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¿CUÁL ES LAPARTICIPACIÓN DEL SACERDOTE EN LA PASTORAL FAMILIAR?

Por: Jorge Enrique García Gómez, Pbro

Conversando con el P. Gilberto Gómez, del Insti-tuto para el Matrimonio y la Familia de la Univer-sidad Pontificia Bolivariana y amigo muy cercano de este departamento de Familia de la Arquidió-cesis de Medellín, nos hicimos la pregunta de cuál es la participación del sacerdote en la Pas-toral Familiar.

Sobra decir que la preocupación es conjunta en cuanto que cualquier dependencia de la Cu-ria Arzobispal debe trabajar muy de la mano de sus sacerdotes y de ahí la importancia de esta reflexión que queremos compartirles, para ir lo-grando unir fuerzas en esta tarea de anunciar LaBuenaNuevadelAmorConyugalyFamiliar.

De lo que se trata, es de presentar unos linea-mientos, frutos de este diálogo, que están so-portados en la Exhortación Apostólica Familia-ris Consortio del 22 de noviembre de 1981, en lo referente al papel tan fundamental que debe asumir el sacerdote en el acompañamiento a las parejas y a las familias.

¿Cuáleslarealidad?

Partimos del hecho de que las familias constitu-yen el tejido íntimo de la Iglesia misma. Por eso considera que la Pastoral Familiar es básica y prioritaria.

En este sentido cadaIglesia local y, en concreto, cada comunidad parroquial debe tomar una conciencia más viva de la gracia y de la responsabilidad que recibe del Señor, en orden a la promoción de la Pastoral Familiar. Los planes de pastoral orgánica, a cualquier nivel, no deben prescindir nunca de tomar en consideración la pastoral de la familia” (F.C. 70).

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Básica, porque siempre tiene que estar presen-te, aún en las expresiones más especializadas de la pastoral. “En este sentido cada Iglesia lo-cal y, en concreto, cada comunidad parroquial debe tomar una conciencia más viva de la gra-cia y de la responsabilidad que recibe del Señor, en orden a la promoción de la Pastoral Familiar. Los planes de pastoral orgánica, a cualquier ni-vel, no deben prescindir nunca de tomar en con-sideración la pastoral de la familia” (F.C. 70). Trátese de Evangelizar a niños, jóvenes, uni-versitarios, obreros, militares, campesinos, ar-tistas, intelectuales, prisioneros, en fin, siempre hay que atender los aspectos de la vida familiar, porque todos ellos tienen familia, aún ésta sea rudimentaria.

Y Prioritaria, porque se debe anteponer a otras actividades pastorales. Sin familia no hay Igle-sia. “Hay que llevar a cabo toda clase de esfuer-zos para que la pastoral de la familia adquiera consistencia y se desarrolle, dedicándose a un sector verdaderamente prioritario, con la certeza de que la evangelización, en el futuro, depende en gran parte de la Iglesia doméstica” (F.C. 65). Como pastoral básica, la Pastoral Familiar cuida de los cimientos, de las raíces. Es una pastoral humilde, pero con la que hay que contar para la edificación de la Iglesia.

De esta manera podemos definir la Pastoral Fa-miliar como el conjunto de actividades mediante las cuales se construye la Iglesia-FAMILIA DE DIOS a partir de las familias-Iglesias. La Iglesia es Familia de Dios y Cuerpo de Cristo. Sus célu-las son las familias que llevan en sí la marca de la Iglesia.

¿QuépapeltieneelsacerdoteenlaPastoralFamiliar?¿Esallí unser extraño,unagentetangencial?

1. “Constituye una parte esencial delminis-teriodelaIglesiahaciaelmatrimonioyla

familia” (F.C. 73). Los sacerdotes, digámoslo a propósito, NO SOMOS HOMBRES SIN FA-MILIA. El celibato del sacerdote no es una re-nuncia a la paternidad ni un desprecio del ma-trimonio. Al contrario, los sacerdotes vivimos la paternidad y el matrimonio en forma diferen-te. El sacramento del Orden es una consagra-ción de nuestro amor a la Iglesia. Jesucristo es esposo de la Iglesia y el sacramento del Orden nos permite participar de la unión con-yugal de Cristo con su Iglesia. Al igual que el sacramento del Matrimonio, esto trae consigo responsabilidades y privilegios. Y el sacerdote está llamado a descubrir la grandeza de esta relación. Es posible que se haya querido lucrar los privilegios sin atender a las responsabilida-des, como esos maridos que han terminado desencantados del matrimonio. Han querido gozar de los privilegios conyugales sin asumir en serio el papel de esposos. Como sacer-dotes nos ha de interesar todo el ámbito de la vida conyugal y familiar.

2. “Seextiendenosóloalosproblemasmo-ralesylitúrgicos,sinotambiénalosdeca-rácterpersonalysocial” (F.C. 73). Le debe interesar al sacerdote que de verdad acom-paña a la familia, además de otros aspectos tales como si están casados, si sus hijos es-tán bautizados, si frecuentan el sacramento de la reconciliación,…, también si se aman, si pelean y cómo resuelven sus conflictos, si se perdonan, si se respetan, si se ayudan, si son cariñosos entre sí, si tienen trabajo, si dialo-gan, si se divierten juntos, si cultivan la ale-gría. Debe preocuparse por el estilo de edu-cación humana y cristiana, por los valores que inculcan, por la manera como ejercen la auto-ridad. “Ellos (los sacerdotes) deben sostener a la familia en sus dificultades y sufrimientos, acercándose a sus miembros, ayudándoles a ver su vida a la luz del Evangelio” (F.C. 73). En esta última frase está expresado el estilo de la misión y la participación del sacerdote en la

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Pastoral Familiar. El ministerio del sacerdote es diferente de la preocupación de un traba-jador social o de un consejero familiar. Le co-rresponde, no sólo con la palabra sino también y especialmente con el ejemplo, ayudar a que la pareja de esposos y sus hijos aprendan a examinar su vida diaria a la luz del mensaje de Jesús. El cristiano está llamado a cultivar unos valores que el mundo habitualmente pisotea. El amor que nos enseña Jesús es diferente del “amor” que enseña el mundo. La generosidad, el perdón, el sacrificio, la castidad, la nobleza, la honradez, son palabras sin sentido en un mundo utilitario e idólatra. En las mentes im-pregnadas de la cultura del mundo materialis-ta son palabras y conceptos que no les evocan valores respetables, sino que les provocan el sarcasmo.

3. “Siseejerceconeldebidodiscernimientoyverdaderoespírituapostólico” (F.C. 73). Y de esa capacidad de discernimiento necesita-mos en todas las actividades pastorales, pero con especial énfasis en la Pastoral Familiar. El sacerdote debe cultivar un fino olfato que le permita distinguir cuándo es el amor y cuán-do el egoísmo bien disfrazado el que impulsa a obrar. Distinguir cuáles valores están real-mente en juego en los propios actos y a cuáles valores se les está dando prioridad relegando otros a un segundo y tercer plano. Sólo así, cuando se hace un discernimiento en la propia vida, se podrá ayudar a los fieles de las dife-rentes comunidades a realizar su propio dis-cernimiento, a aquilatar sus conciencias, para que puedan ser árbitros de sus propios actos y no simples veletas que se limitan a registrar la dirección del viento de sus temores, ambi-ciones y egoísmos. Y con verdadero espíritu apostólico, porque la misión como sacerdotes carecería de sentido si no estuviera definida por el Evangelio.

4. “Suenseñanzaysusconsejosdebenes-tar siempreenplenaconsonancia conelMagisterioauténticodelaIglesia…” (F.C. 73). El sacerdote es “Apóstol”, “enviado” por alguien. Ese “Alguien” que envía es el que da sentido a su vida y a su misión. Su fe y sus exigencias no son algo arbitrario que se acepta porque sí. Es porque el sacerdote es seguidor de su Maestro, Jesús, por lo que acepta su Verdad y su llamamiento a “SER DISCÍPULOS” y a “HACER DISCÍPULOS” lo que especifica su tarea. El sacerdote es “EN-VIADO” a llevar el mensaje de Jesús y no a enseñar sus opiniones personales como sus-tituto de su verdad y de su Evangelio. Como “Apóstoles” debemos una fidelidad sin re-servas a la Iglesia de Jesús, encargada de transmitir, sin recortes ni adulteraciones, la Verdad que le ha sido encomendada en cus-todia por Jesús,“…demodoqueayudealpueblodeDiosaformarseunrectosenti-dodelafe,quehadeaplicarseluegoenlavidaconcreta.EstafidelidadalMagisteriopermitirátambiéna lossacerdoteslograrunaperfectaunidaddecriteriosconelfindeevitaransiedadesdeconcienciaenlosfieles” (F.C. 73).

DestinatariosdelaPastoralFamiliar

La Pastoral Familiar no sólo enriquece a las pa-rejas y a las familias. También los sacerdotes son destinatarios de las riquezas de naturaleza y de gracia que circulan en el interior de las parejas y de las familias en la medida que van siendo evangelizadas.

¡Cuántos sacerdotes han redescubierto el valor del celibato a contraluz del amor sencillo y tier-no de las parejas! ¡Cuántos han comprendido a través del amor conyugal cómo es el amor que Cristo demuestra a la Iglesia! ¡Cuántas veces han recibido lecciones imborrables de generosi-dad, de perdón, de entrega y de sacrificio, que

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superan por completo las ideas elaboradas entre libros y aulas!

Para lograr desempeñar esta misión, no por difí-cil menos interesante, el Santo Padre Juan Pablo II recuerda que se necesita preparar “adecuada y seriamente”. Esta preparación requiere la adqui-sición de sólidos conocimientos no sólo teológi-cos sino también aquellos aportes necesarios de las ciencias humanas que permitan comprender el fenómeno de la vida familiar y orientar la ac-ción pastoral por buen camino. La naturaleza es obra de Dios y descubrir sus secretos, respetar sus leyes y ayudar a su desarrollo es un home-naje al Creador.

Pero no sólo conocimientos teóricos. Se necesita también “saber hacer”, “saber actuar”. Es necesa-rio equiparse de una buena metodología de traba-jo, sin la cual no sería eficaz el trabajo. Los éxitos y fracasos, tanto propios como ajenos, las expe-riencias logradas, son una escuela incomparable para aprender ese “saber actuar” que se requiere.

Endefinitiva,¿cuáleslaparticipacióndelsa-cerdoteenlaPastoralFamiliar?

El sacerdote “… deben comportarse constante-mente, con respecto a las familias, como padre, hermano, pastor y maestro, ayudándolas con los recursos de la gracia e iluminándolos con la luz de la verdad” (F.C. 73).

Identificamos en esta expresión cuatro roles que han de estructurar el estilo habitual de trabajo del

sacerdote. Estos cuatro roles provienen de la na-turaleza misma del sacerdocio y de su misión. Se participa de la misión sacerdotal de Jesucristo y la tarea en la Iglesia es transparentarlo, hacerlo vivo y presente, a través de la limitación humana y pecadora que también envuelve al sacerdote.

Ser Padres: Dar vida, más vida, fomentar la uni-dad y estimular el liderazgo.

Ser Hermanos: Reconocer los vínculos que nos atan a los demás. El sacerdote pertenece con su comunidad a una misma familia. No es mejor ni peor. Necesita aprender de ellos, ser solidarios con ellos, apoyarlos y abrirse a recibir su apoyo.

Ser Pastores: Cuidar un rebaño que es del Se-ñor y apacentarlo con la Verdad del Evangelio y con los sacramentos. Ser pastores al estilo de Jesús, dando la vida por la grey y entregándose con sacrificio.

Ser Maestros: Enseñando la verdad de Jesús con el ejemplo y con la palabra. Ser maestro in-cluye ser primero discípulos, aprendices. El sa-cerdote no puede renunciar a ser maestro, pero no puede ser el único maestro.

Si se logra cumplir y combinar adecuadamente estos cuatros roles, como la Iglesia nos pide, es-tamos seguros de que nuestras familias encon-trarán en nosotros los sacerdotes que necesitan y merecen.

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LOS PROCESOS DE BEATIFICACIÓN Y CANONIZACIÓN DE LOS MÁRTIRES DEL SIGLO XX

Por: Rafael Betancur Machado, Pbro.

1. INTRODUCCIÓN

El siglo XX tuvo el mayor número de guerras de toda la historia y el mayor número de persecucio-nes religiosas, que no deben confundirse con las represiones por motivos políticos. Las guerras han provocado “caídos”, las represiones víctimas y las persecuciones religiosas “mártires de la fe”. En el siglo XX volvieron los mártires como en los oríge-nes del Cristianismo. Las formas del martirio han sido muy variadas: Desde las más despiadadas y crueles hasta las más refinadas y sutiles.

Los grandes responsables de las persecuciones del siglo XX han sido el comunismo y el nazismo a los que la Iglesia se ha enfrentado valientemente. Rusia y los países europeos del Este, México, Ale-mania y los países sometidos al III Reich fueron los más afectados en término generales.

Pero el número más elevado de “mártires” lo dio Es-paña, que volvió a ser tierra de mártires durante el trienio de 1936 a 1939, con un anticipo en octubre de 1934. Muchos de ellos murieron gritando: “Viva Cristo Rey”, para reclamar la realeza divina frente a los totalitarismos.

Pío XI y Pío XII hicieron vigorosas denuncias de las ideologías que inspiraron las persecuciones religiosas del siglo y exaltaron el heroísmo de los mártires.

Juan Pablo II intensificó las beatificaciones de los mártires del siglo XX –iniciadas por Pablo VI- y de-

Hoy día, pues, la Iglesia considera mártires no solamente a los que derramaron su sangre en defensa de la fe o de alguna otra virtud, sino también a aquellos que, sin derramamiento de sangre, han sacrificado igualmente la propia vida, en circunstancias particulares, por coherencia de fe y de limitancia católica.

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nunció nuevas formas de persecución y de repre-sión religiosa.

2. EL BEATO JUAN PABLO II ELEVA A LOS ALTARES A LOS MÁRTIRES DEL SIGLO XX

Las persecuciones a causa de la fe en el siglo XX han sido a veces semejantes a aquellas otras que el martirologio de la Iglesia ha escrito ya en los siglos pasados. Dichas persecuciones toman diversas formas de discriminación de los creyentes y de la comunidad de la Iglesia. Vencido definitivamente el nazismo, fue el comunismo quien mantuvo nuevas y muy refinadas formas de persecución religiosa, que se han manifestado de la forma que sintetizó S.S. Juan Pablo II en su discurso que pronunció en Lourdes en 1981.

También habló después el Papa con mucha fre-cuencia de los mártires del siglo XX. En la carta apostólica Tertio Millennio Adveniente, n. 37, el Papa expresó que: “Al término del segundo mile-nio, la Iglesia volvió de nuevo a ser Iglesia de már-tires. Las persecuciones de creyentes –sacerdotes religiosos y laicos- pusieron una gran siembre de mártires en varias partes del mundo. El testimonio de Cristo dado hasta el derramamiento de la sangre se ha hecho patrimonio común de católicos, ortodo-xos, anglicanos y protestantes, como reveló Pablo VI en la homilía de la canonización de los mártires ugandeses. Y en la bula de convocación del gran Jubileo del año 2000, Incarnationis mysterium, el Papa escribió: “Este siglo que llega a su ocaso ha tenido un gran número de mártires, sobre todo a causa del nazismo, del comunismo y de las luchas raciales o tribales. Personas de todas las clases so-ciales han sufrido por su fe, pagando con la sangre su adhesión a Cristo y a la Iglesia, o soportando con valentía largos años de prisión y privaciones de todo tipo por no ceder a una ideología transformada en un régimen dictatorial despiadado”

Juan Pablo II, desde 1982 hasta 1999, canonizó al Padre Kolbe. A Edith Stein y a los diez márti-

res españoles de Turón (Asturias), y beatificó a 405 mártires del siglo XX (además de otros muchos de diferentes siglos), de los cuales

• 230 son mártires de las persecución religiosa española;

• 110 son mártires del nazismo en Polonia;• 26 son mártires de la persecución de Méjico• 10 son mártires de la persecución nazi en Ale-

mania y otros países de Europa;• El resto pertenecen a países de los cinco con-

tinentes y a situaciones sociopolíticas diversas.

Junto a estos, el Papa Juan Pablo II canonizó y beatificó un número impresionante de hombres y mujeres de toda edad, raza y condición, proclaman-do cerca de 300 santos y casi mil beatos. De este modo quizo dar al mundo de hoy el testimonio que la Iglesia, a pesar de las miserias e infidelidad al Evangelio de sus hijos, en todos los tiempos, pero sobre todo en los últimos siglos, ha sido una Iglesia en la que ha florecido la santidad evangélica, no de forma excepcional o esporádica, sino en formas extraordinariamente numerosas y diversas. Sobre todo ha querido animar a los cristianos de hoy a emprender el camino de la santidad, tratando de vivir el evangelio incluso cuando las situaciones son difíciles y peligrosas para la misma vida. Por este motivo, Juan Pablo II, entre las personas que canonizó y beatificó, dio un puesto de relieve a los mártires de la fe y de la caridad y quizo que para el Jubileo del 2000 se preparara un Liber Martyru, que recoja los nombres de todos los cristianos que a lo largo del siglo XX fueron asesinados por la fe y por la caridad en cualquier parte del mundo.

3. DIFERENCIAS ENTRE LA BEATIFI-CACIÓN Y LA CANONIZACIÓN

La declaración de santidad se puede decir que es tan antigua como la misma Iglesia. En los prime-ros siglos esta declaración se hacía de una manera sencilla y casi espontánea respecto a los mártires, y luego también respecto a los confesores y a las vírgenes. Brotaba del sentido de la fe del pueblo,

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de la “vox populi”, que luego era aceptaba por los Jerarcas de la Iglesia. Los primeros Papas y los cristianos que murieron víctimas de las persecucio-nes que los emperadores romanos desencadena-ron contra ellos hasta principios del siglo IV fueron conocidos como mártires. En el concilio Vaticano II explica esta actuación de la Iglesia en la Lumen Gentium, n. 50.

Con el paso del tiempo ha evolucionado el proceso para la declaración de santidad. A partir del siglo X se pedía con frecuencia la aprobación del Papa, y desde el siglo XIII se reservó exclusivamente a él. Los Papas Urbano VIII y, sobre todo, Bendicto XIV en el siglo XVIII, establecieron las normas que han de seguirse en las dos fases de que consta la declaración de santidad: La beatificación y la cano-nización, ambas reservadas al Romano Pontífice.

Juan Pablo II declaró que “En estos años se han multiplicado las canonizaciones y beatificaciones, que manifiestan la vitalidad de las Iglesias locales, mucho más numerosas hoy en los primeros siglos y en el primer milenio”

No es éste el lugar para describir el proceso que se sigue en esas causas. Pero me parece oportuno dedicar unas líneas a la explicación de dos nocio-nes que menudo intervienen en la vida cristiana, especialmente, en lo que se refiere a la piedad ha-cia nuestros hermanos que nos han precedido: La beatificación y la canonización.

Para hacer una aclaración objetiva sobre las con-secuencias que una cosa y otra – la canonización y la beatificación de un cristiano- entrañan para la vida de cada uno de nosotros, nada mejor que ana-lizar el ritual de cada uno de estos actos, y la praxis oficial de la Congregación para el culto Divino en la regulación del culto, sin entrar en la diversidad de prácticas canónicas que han existido, a través de la historia de la Iglesia, para estas cuestiones limi-tándonos estrictamente a los textos actuales. Esto nos dará el sentido básico del tema, que iluminará nuestra conciencia.

Todos tenemos experiencias de personas conoci-das que suscitan, incluso en vida, nuestra admira-ción y veneración. Muchos recordamos en nuestras diócesis, cuidades o pueblos, personas concretas tanto religiosos como seglares que según la opinión general de la gente vivieron como santos y deci-mos de ellos: “fue un santo”. En otros casos, la ve-neración queda más reducida al grupo de los que conocen directamente a la persona; es el caso de los fundadores de una Congregación religiosa. En otros casos, además, hay el hecho de los cristianos que han manifestado su fe con la donación de su vida a causa del Señor: son los mártires.

Es normal que este sentimiento que se tiene en la vida hacia una persona se quiera mantener des-pués de la muerte. Al fin y al cabo, el recuerdo es una de las cosas que todos deseamos, y la Sagra-da Escritura lo considera como una de las caracte-rísticas del justo: “El justo será siempre recordado”. De aquí puede nacer simplemente el mantenimien-to cordial del recuerdo entre los conocidos, como hacemos con las personas de nuestra familia, o puede nacer –si el recuerdo es notable y extenso- el deseo de que sea conservado de una manera pública en la Iglesia.

Así se origina el proceso a través del cual se espera que se pueda llegar a que el cristiano que se re-cuerda sea propuesto oficialmente, como testimo-nio de vida cristiana.

¿Qué es, pues una “Beatificación”? Es una primera respuesta oficial y autorizada del Santo Padre a las personas que piden poder venerar públicamente a un cristiano que consideran ejemplar, con la cual se les concede permiso para hacerlo.

La fórmula se dice precisamente en respuesta a la petición hecha por el obispo de la diócesis que ha promovido el proceso.

El obispo diocesano usa esta fórmula latina: “Bea-tissime Pater, Ordinarius (u Ordinarii, si habla en nombre de otros obispos en el caso de varias beati-ficaciones) humillime a Sanctitate tua petit (o petunt)

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ut Venerabilis Servus Dei...numero Beaterum ads-cribere benignissime digneris”. (Beatísimo Padre, el ordinario (u los ordinarios, se habla en nombre de otros obispos en el caso de varias Beatificaciones) humildemente pide a S.S.(o piden que el venerable siervo de Dios os digne bondadosamente inscribir en el numero de los bienaventurados).

Y el Papa responde así: “Nos (plural mayestático: Yo, el papa), acogiendo el deseo de nuestro her-mano (el nombre del obispo que ha hablado, con la diócesis que le corresponde), el de muchos otros hermanos en el episcopado, y de muchos fieles, después de haber consultado a la Congregación para las causas de los Santos, con nuestra auto-ridad Apostólica concedemos la facultad de llamar “Beato” al siervo de Dios (el nombre), y que su fies-ta pueda ser celebrada el día (día de la muerte), cada año, en los lugares y forma establecidos por el derecho”.

La “Beatificación” pues, no impone nada a nadie en la Iglesia. Pide, eso sí, el respeto que merece una decisión del Papa, y el que merece la piedad de los hermanos cristianos. Por esto la memoria de los beatos no se celebra universalmente en la Iglesia, sino solamente en los lugares donde hay motivo para hacerlo y se pide. Incluso en estos ca-sos, excepto cuando se trata del fundador de una Congregación, o de un patrono, o de la Iglesia don-de está enterrado, la memoria es siempre libre y no obligatoria, para respetar el carácter propio de la Beatificación.

La fórmula de la Beatificación puede proclamar-la otro, por ejemplo, un cardenal, en nombre del Papa. Así se hacía habitualmente hasta los tiempos de Pablo VI, que empezó a hacerlo personalmente.

¿Qué añade la canonización? La perspectiva es diferente. Y los textos son diversos, además que en este caso es el Papa en persona quien lo hace, según las normas actuales.

Ante todo, la petición no la hace un obispo singu-lar –es decir, el obispo de la diócesis en la que se

ha hecho el proceso canónico, que suele ser la del lugar en el que se ha muerto el santo – sino “la Santa Madre Iglesia”, y, en su nombre el prefecto de la Congregación de las Causas de los Santos, acompañado por un Abogado Consistorial y por el postulador de la causa, quien dice: “Santo Padre, la Santa Madre Iglesia pide que, por medio de vuestra Santidad, el beato (la beata) N. sea inscrito/a en el catálogo de los santos, y pueda ser invocado(a) como santo(a) por todos los fieles”.

He aquí la respuesta del Papa, que pronuncia la fórmula solemne de la canonización en estos tér-minos:

“Para honor de la Santísima Trinidad, para la exal-tación de la fe católica y el incremento de la vida cristiana, con la autoridad de Nuestro Señor Jesu-cristo, de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, y la nuestra, después de haber reflexionado intensa-mente, y de haber implorado asiduamente el auxilio de Dios, siguiendo el consejo de muchos hermanos nuestros en el episcopado declaramos y definimos como Santo/a el/la beato/a N., y lo incluimos en el catálogo de los Santos estableciendo que éste/a ha de ser honrado/a en toda la Iglesia entre los Santos con piadosa devoción. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”.

No se trata pues de una “facultad”, sino de una pro-puesta que hay que aceptar: “ha de ser honrado/a en toda la Iglesia”. Esto, no obstante no es lo mis-mo que insertar la celebración de este santo o san-ta en el calendario litúrgico universal. Los criterios para esto son de carácter tradicional y pedagógico.

Según la praxis actual, para la beatificación bas-ta un milagro realizado después de la muerte del siervo de Dios y comprobado por un proceso. Se requiere otro milagro realizado después de la Bea-tificación para obtener la canonización. Sin em-bargo, dada la rigidez de la Congregación en la aprobación de hechos milagrosos, si es posible, es aconsejable preparar, por lo menos, dos procesos, sobre presuntos milagros, para asegurar así mejor la beatificación o la canonización.

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4. GEOGRAFÍA DE LAS PERSECUCIO-NES RELIGIOSAS DEL SIGLO XX.

Después de la gran persecución religiosa que des-encadenó la Revolución francesa, durante el siglo XIX las persecuciones afectaron por lo general a los territorios de misión, pero el siglo XX ha cono-cido las mayores persecuciones de la historia y ha tenido mártires en casi todos los países de los cinco continentes, aunque en circunstancias y medidas diversas.

La gran persecución a las misiones de China en 1990 fue provocada por la insurrección de los Boxers o “Asociación de la justicia y de la armonía”, que afectó a los misioneros franciscanos, jesuitas y salesianos y provocó una verdadera hecatombe de católicos y protestantes, con miles de mártires.

También en los albores del nuevo siglo la secta cis-mática de Gregorio Aglipay, fundador de la “Iglesia Filipina independiente”, ensangrentó las Islas Filipi-nas a raíz de la salida de los españoles y de la pos-terior ocupación de la isla por los norteamericanos.

Dos jóvenes –Salvador Perles y Juan Perpiñá, llamados los mártires de la Inmaculada-, de la ar-chidiócesis de Valencia fueron asesinados por los anticlericales en 1904, durante una manifestación religiosa. Estos dos seglares fueron los primeros mártires españoles del siglo XX.

En 1909, la “semana trágica” de Barcelona afectó gravemente a los edificios sagrados y provocó gra-vísimos daños, desórdenes sociales y asesinatos de personas.

La revolución anticlerical de 1924 en Brasil fue un golpe contra la Iglesia, mientras algunos misione-ros fueron asesinados por aquellas fechas en Maji-mai (Tanzania).

Siguieron después los diversos momentos de per-secución religiosa en México, durante los años 20 y 30, con un elevado número de mártires.

La persecución religiosa desecandenada por la se-gunda República Española (1931-1939) provocó el mayor holocausto conocido en la Iglesia desde los tiempos del Imperio Romano, superior por crueldad y número de mártires a la Revolución francesa.

Las persecuciones de los nazis afectaron de modo particular a Alemania, Austria y Polonia, donde hubo numerosos mártires, pero también a Francia e Italia.

A los años sucesivos pertenecen las violencias del Ejército Soviético durante la Segunda Guerra Mun-dial; las violencias de los nacionalistas Ucranianos; la persecución de cristianos en Oceanía (Papúa-Nueva Guinea); las violencias de los comunistas chinos contra los cristianos y las masacres durante la guerra chino-japonesa.

Después de la Segunda Guerra Mundial las perse-cuciones comunistas caracterizaron la historia de los países de la Europa oriental: Albania, Bulgaria, Croacia, Montenegro, República Checa, Rumania, URSS, Eslovaquia, Ucrania, Hungría.

En tiempos más recientes, guerras, masacres de cristianos y religiosos han sido martirizados en Ar-gelia y Libia en los años 80 y 90, y en otros países del África Central y de la región de los grandes la-gos: Burundi (1989-1990), Camerún, Etiopía y Eri-trea (años 80), Gabón (1977), Guinea Ecuatorial (1983), Kenia (emergencias Mau-Mau de los años 1952-1954), Libera (1989. Nigeria (1995), Zaire (hoy llamada República Democrática del Congo, 1960-1964); y en el África Austral: Angola (1982-1984), Lesotho (años 80), Madagascar (años 80) Mozambique (1985), Sudáfrica (1985), Zimbawue (1977-1979).

De una primera lectura de los datos sobre África emerge de forma evidente la preponderancia de testimonios dados en años recientes, en conexión a menudo con la opción de los misioneros de que-darse junto a las poblaciones y de no abandonar los países africanos durante los años de liberación de las potencias coloniales, como también en situacio-

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nes de extremo peligro, en todos los conflictos re-gionales estallados después de 1989 (por ejemplo en Argelia).

Numerosos son también los países de América central y meridional, que han conocido persecucio-nes y violencias por motivos religiosos, a lo largo del siglo pasado, y sobre todo, en los últimos trein-ta años, a menudo en conexión con exigencias de justicia y caridad, en contextos de guerras civiles o de opresión: Colombia (1991), Argentina (1976), Bolivia (1980), Brasil (1976-1985), Ecuador (1987-1985), El Salvador (años 80), Guatemala (años 80), Guayana (1979), Haití (1971), Honduras (1975), México (1927-1928/1987), Panamá (1989), Perú (1987-1991), Puerto Rico (1991), Santo Domingo (1965) y Venezuela (1946-1991).

En Asia, numerosos mártires han testificado su de durante las persecuciones comunistas en China (1933-1989: Diversas fases de la persecución co-munista), Corea del Norte (1949-1950), India (1949-1950), Indonesia (1944-1945). Las persecuciones contra los cristianos han ensangrentado Tahilandia al comienzo de los años 40. Otras persecuciones estaban en conexión con acontecimientos bélicos y con el conflicto de los japoneses. Finalmente, situa-ciones de opresiones habían provocado violencias de carácter religioso en Filipinas (1976-1977/1984-1985), en Bangladesh (1971-1974) y Laos (años 1960-1972). Hay que añadir también los dos países del Medio Oriente afectados por masacres violen-cias: Irak (1915-1918) y Líbano (1975-1990).

Todavía en nuestros días, nuevas y más graves persecuciones estaba soportando la Iglesia en China, en Vietnam y en otros países del extremo oriente, donde el poder del partido comunista pro-hibía tajantemente o limitaba fuertemente la Iglesia religiosa.

En Oceanía los hechos mas graves tuvieron lugar en Papúa-Nueva Guinea en los años 1942-1943, como ya se ha dicho.

5. CAÍDOS, VÍCTIMAS Y MÁRTIRES

El siglo XX ha pasado a la historia como el de las grandes guerras civiles o nacionales, internaciona-les y mundiales provocadas por diversas ideologías contrapuestas que sembraron odio y causaron el mayor número de victimas que la humanidad había conocido y, junto a ellas, también el mayor nume-ro de mártires desde las persecuciones del Imperio Romano. Nunca antes como durante ese siglo se había sembrado tanto odio y tantos creyentes ha-bían derramado sus vidas por Cristo. Y no solo por que había en la tierra muchos mas hombres que hace dos mil años. Desde el Imperio Otomano al África de los Grandes Lagos, desde Méjico hasta Albania, desde España hasta Rusia, desde El sal-vador hasta China, la lista era larga, muy larga. Las persecuciones de creyentes –sacerdotes, religio-sos y laicos- habían supuesto una gran siembra de mártires en varias partes del mundo. La historia nos ayuda a descubrir la crueldad de las persecuciones de ese siglo y, en particular, las provocadas por las ideologías nazi y comunista.

Durante muchos años había existido una gran con-fusión entre lo que se entendía por –represión po-lítica- y lo que realmente era persecución religiosa. No había que confundir lo religioso, con lo político o con lo social eso es superfluo recordarlo a cuantos vivieron las tragedias, pero era necesario recuperar la memoria histórica para todos, y en especial para los cristianos porque debíamos tener un acuerdo lucido que nos ayudara a discernir lo que era bueno y justo en cada momento.

A las cosas había que llamarlas por su nombre y no favorecía a nadie – y desde luego no favorecía a la verdad- fingir que se había olvidado lo que había ocurrido, las responsabilidades que ha habido en el pasado y las críticas que debían hacerse para esclarecerlo. La verdad y la justicia sobrevivían al sectarismo y a la manipulación histórica, aunque se realizaban con métodos científicos.

Las persecuciones religiosas habían sido la mayor tragedia conocida por la Iglesia durante el siglo XX

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y su tributo de sangre el más ingente que registra la historia.

Durante las guerras había caídos en acciones bé-licas en todos los bandos, por que luchaban en los frentes de batalla.

Había también en las retaguardias, victimas de la represión política por motivos ideológicos.

Unos y otros merecieron el máximo respeto y eran recordados como héroes y modelos a imitar por quienes siguen sus respectivos ideales.

Pero a los que murieron a causa de la persecución religiosa, en el contexto de una guerra o fuera de ella, hay que llamarles mártires de la fe.

En el caso concreto de España, hay que decir que los eclesiásticos y las religiosas fueron asesinados sencillamente por que representaban a la Iglesia y los seglares –hombres y mujeres de Acción Católi-ca y de otros movimientos eclesiales-, por el mismo motivo; es decir, por que trabajaban apostólicamen-te en la Iglesia y para la Iglesia. Pero ni unos ni otros estaban implicados en luchas políticas o ideológi-cas, ni entraron jamás en ellas. Y a esto se le llama “persecución religiosa” y no “represión política”, y a estas personas se les llama mártires, ya que murie-ron única y exclusivamente por motivos religiosos. No fueron caídos en acciones bélicas ni victimas de la represión política, sino sencillamente mártires de la fe durante la persecución religiosa, que es el titulo máximo que puede alcanzar un cristiano.

Por lo que se refiere a los mártires Españoles se suele decir con frecuencia: “los mataron el guerra”. Esta expresión no es exacta por que los mártires no estaban en guerra contra nadie, lo mas que podría decirse es que los mataron durante la persecución religiosa en tiempos de la guerra civil por que los mártires nunca fueron combatientes en el campo de batallas sino personas que desarrollaban pacífi-camente su labor apostólica en las parroquias o en otros lugares: escuelas, colegios, orfelinatos, hos-pitales, asilos, leproserías, etc. Es decir, su labor

social inmensa, que nunca ha sido suficientemen-te reconocida la Iglesia, y que quedo brutalmente truncada por aquella persecución religiosa sin pre-cedentes en la historia de la humanidad. Lo mismo hay que decir de los seglares, hombres y mujeres, que estaban en sus casas desarrollando sus acti-vidades normales y fueron sacados violentamente para ser asesinados por que eran católicos desta-cados y colaboradores de las parroquias.

Sabemos que el termino “mártir” encierra varias acepciones en el lenguaje corriente. Significa ante todo la persona que sufre o muere por amor a Dios, como testimonio de su fe, perdonando y orando por su verdugo, a imitación de Cristo en la Cruz. También se aplica al que es victima de unos idea-les sociales o políticos y al que sufre sencillamente por alguien o algo. La primera acepción es la más genuina y original por que se aplicó a los primeros cristianos que murieron por la fe. Este es precisa-mente el significado de la palabra “mártir” en griego y en latín. Las otras acepciones no dejan de ser conceptos por extensión o figurados.

La hagiografía ha transmitido la imagen de mártir tal como lo conocieron los primeros siglos del cris-tianismo y tal como fue confirmada en los siglos su-cesivos. Es mártir el que muere a causa de la fe o por odio a la fe. El mártir es el “testigo”, el “confesor” de la fe por excelencia; el que derrama su sangre y sacrifica su vida por Cristo.

6. MÁRTIRES DE CRISTO REY.

En nombre de Cristo Rey pudieron los católicos re-sistir a los totalitarismo del siglo XX y muchos de ellos murieron gritando su nombre, sobre todo en México y en España, donde la II República dio co-mienzo en 1931 a una serie de medidas discrimina-torias contra los católicos, que muy pronto adquirie-ron características persecutorias y desembocaron en la crueldad de 1936. Los católicos fueron per-seguidos en nombre de principios masónicos, co-munistas, anarquistas o nazis y fueron ante todos asesinados por Cristo Rey.

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La idea moderna de Cristo Rey fue elaborada en torno a 1860 por el jesuita francés Henri Ramiere (1821-1884), pero, si bien desde ese año se habla-ba del “reinado social de Jesucristo”, este jesuita contribuyó a extender la expresión y la idea entre 1870 y 1880 abriendo un debate sobre el significa-do político del reino social incitando a los católicos a empeñarse políticamente, en lugar de esperar pa-sivamente el fin de los tiempos, como muchos de los contrarrevolucionarios. Él sostenía que el triun-fo de la revolución francesa debía ser contrastado por los cristianos con un compromiso político a la construcción del “reino social de Cristo”. Se trató pues, de una respuesta polémica a la revolución francesa, que había negado a Dios y destronado a Cristo para proclamar los derechos del hombre, considerado el verdadero rey.

La fiesta de Cristo Rey tuvo sus orígenes en la de-voción al Sagrado Corazón de Jesús, que, su bien fue anterior a Santa Margarita – María Alacoque (1647-1690), adquirió con ella gran preeminencia. Pero fue en el siglo XIX cuando se desarrolló con mayor esplendor, hasta el punto de ser calificado como el año del “Sagrado Corazón”.

La institución de la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús fue promovida en 1899 por el jesuita turinés Sanna Solaro (1824-1908); después fue retomada por san Pío X y sostenida sobre todo por Marthe Émile Tamisier (1844-1910) en numerosos congre-sos eucarísticos. En el mundo católico se desarrolla-ba entonces la discusión entre los que subrayaron al aspecto religioso y espiritual de la cuestión, que ya había quedado claro en la fiesta del Sagrado Cora-zón, y los que revelaban el aspecto social y público.

Desde este momento se difundió enormemente la devoción a Cristo Rey y la teología política inicial adquirió la profundidad de la reflexión espiritual. De este modo, Cristo Rey sirvió también para contras-tar las doctrinas políticas del tiempo, todas ellas to-talitarias: comunismo, nazismo y fascismo. Porque si Cristo es Rey, por consiguiente, fundamento de la vida colectiva, se instaura una separación defini-tiva con las teorías raciales de la vida pública.

7. CONCEPTO ACTUAL DE MARTIRIO

Recientemente en concepto actual de martirio ha tenido una cierta evolución debido a factores his-tóricos. A los cristianos los puede matar no solo una persona –el emperador o el Rey que ordena la ejecución- sino también un sistema político que se contraponga radicalmente al cristianismo y que tenga como objetivo la eliminación de aquellos ca-tólicos que –a juicio de las autoridades políticas o militares- representen el mayor obstáculo a la difu-sión y a la consolidación del mismo sistema político.

La muerte puede ser provocada con o sin derrama-miento de sangre. Con los modernos y refinados métodos se puede matar a una persona sin que la misma persona se de cuenta. En este caso se trata siempre de una muerte violenta. Por ello muere már-tir no solo quien es decapitado, crucificado, arroja-do a las fieras o asesinado con arma de fuego, sino también quien muere a causa del veneno que se le ha inyectado en el cuerpo con una simple inyección mortal de acido fénico o de cualquier otro ácido.

Ésta fue una nueva modalidad de provocar la muer-te, propia en gran parte del periodo nazi, que se ve-rifico en algunos casos. Se trata, pues, de un ele-mento nuevo que se añade al de la eliminación física mediante un prolongado encarcelamiento, que, ya de por si, con toda probabilidad, había provocado la muerte aun sin necesidad de ésta última causa de su muerte, es decir, sin necesidad de tal inyección.

Para que quien muera así pueda ser proclamado mártir se exigen dos condiciones. La primera se re-fiere al propósito, la voluntad y el designio de quien decide procurar la muerte. Este debe actuar por odio contra la fe. El ejecutor material podría incluso no se movido por el mismo espíritu perverso. Pero es suficiente que lo sean sus jefes, los responsa-bles últimos de las decisiones.

La segunda condición es que quien sufra la muerte, la sufra por amor y fidelidad a Cristo y que se ofrez-ca como victima a Dios perdonando a sus propios asesinos y rezando por ellos.

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Estos requisitos se han verificado en muchos már-tires de nuestro siglo. Tanto los ya canonizados o beatificados como aquellos que tienen en curso el relativo proceso. Se podrían aducir muchos ejem-plos, pero es suficiente decir que ellos se prepa-raron desde tiempo al martirio – por ejemplo, en España, desde el comienzo de la segunda Repú-blica, por que la mayoría de los católicos la vivió como un régimen opresor de la Iglesia y como un sistema político que violaba la libertad religiosa, y en Polonia, desde el momento de la invasión nazi-; y este propósito nunca lo revocaron; es mas, lo intensificaron en el periodo de encarcelamiento en las “checas” republicanas o el los campos de con-centración nazis.

Dando su vida a Cristo por la libertad de la Iglesia y de su nación, repitieron por experiencia directa, las gestas y el sacrificio de aquellos mártires que constituyen la gloria mas fúlgida de la Iglesia y el testimonio mas autentico de la palabra del Señor cuando preanunció a sus discípulos que sufrirían persecuciones.

Hoy día, pues, la Iglesia considera mártires no so-lamente a los que derramaron su sangre en defen-sa de la fe o de alguna otra virtud, sino también a aquellos que, sin derramamiento de sangre, han sacrificado igualmente la propia vida, en circuns-tancias particulares, por coherencia de fe y de limi-tancia católica.

A la concepción actual de martirio, autentico aun-que sea incruento, se ha llegado en tiempos recien-tes por el desarrollo de los sistemas modernos de persecución. En efecto mientras en el pasado el martirio se consumaba generalmente en poco tiem-po, incluso a veces en pocas horas, es decir, cuan-do los candidatos al martirio eran arrojados a las fieras, quemados a fuego lento, o bien pasados por las armas o abatidos a golpes de armas, hoy día se requieren tiempos mas largos por que los mé-todos persecutorios han cambiado. Sin embargo, esto comporta un cúmulo de sufrimientos físicos y a veces también morales muchos mas pesados que en épocas anteriores; por ello, quien da hoy prueba

heroica de fidelidad y valentía, justamente es con-siderado verdadero mártir, aunque la inmolación de su vida sea incruenta.

Ejemplos de estos los hemos tenido en gran nu-mero a lo largo del siglo XX, especialmente en los países dominados por el comunismo ateo y por el nazismo hitleriano. Algunos sacerdotes, religiosos y seglares forman parte del ejercito de los márti-res de la refinada crueldad moderna, que destruye físicamente a sus victimas sin derramamiento de sangre, pero con métodos y medios seguramen-te todavía mas diabólicos que los tradicionales, y ciertamente no menos brutales que los del pasado. Son verdaderos héroes de nuestro tiempo y, ade-más, expresión de la resistencia católica a las ideas neopaganas del nacionalsocialismo o al ateísmo del comunismo.

Otros mártires beatificados han muerto a conse-cuencia de los sufrimientos padecidos en la cárcel o en sus domicilios controlados, sin que haya habido una intervención última que causara la muerte del mártir. Las causas de sus muertes no se produjeron en pocos días u horas, sino a lo largo de años tras un extenso periodo de encarcelamiento o de exilio, para ilustrar el carácter de estos mártires, muertos a causa de sufrimientos, retorna con naturalidad, la imagen del camino de Cristo hacia el Calvario.

8. MÁRTIRES BEATIFICADOS DEL SI-GLO XX

A los sacerdotes, religiosos y seglares que entre-garon sus vidas por Dios y sólo por Dios el pueblo comenzó a llamarles mártires. El número de los que han sido elevados a los altares hasta ahora ascien-de a 230. En gran parte están agrupados por ór-denes y congregaciones religiosas. Nueve de ellos han sido canonizados el 21 de noviembre de 1999 y nada tuvieron que ver ni con el levantamiento mi-litar del 36 ni con la guerra civil que vino después, pues fueron martirizados en Turón, en octubre de 1934, durante la revolución comunista de Asturias.

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Los beatificados son:

- Tres carmelitas descalzas de Guadalajara, aba-tidas por las calles de la ciudad.

- 26 pasionistas de Daimiel, casi todos estudian-tes muy jóvenes, fusilados en grupos y lugares diferentes.

- 71 hermanos de la orden Hospitalaria de San Juan de Dios, siete de ellos eran colombianos, todos muy jóvenes, fusilados en lugares distintos.

- 51 seminaristas claretianos, ejecutados todos a la vez junto con sus formadores.

- Los obispos Diego Ventaja de Almería, y Ma-nuel Medina, de Guadix, y siete Hermanos de las Escuelas Cristianas, asesinados en fechas diversas en la provincia de Almería.

- Nueve Sacerdotes Operarios Diocesanos, fusi-lados en lugares y fechas diferentes.

- 13 Escolapios, muertos en lugares diversos. - Tres Hermanas Marianitas de Ciudad Real, fu-

silados en fechas y lugares distintos. - 17 hermanas de la doctrina Cristiana, de Misla-

ta, sacrificadas en el Picadero de Paterna (Va-lencia).

- Siete Hermanas de la Visitación (Salesas), in-moladas en Madrid.

- Siete Agustinos Recoletos de Motril (Granada), asesinados junto con el párroco Manuel Martin.

Otros sufrieron martirio individualmente:

- Mercedes Prat y Prat (1880-1936), de la com-pañía de Santa Teresa; aunque sobrevivió por algunas horas con terribles dolores a los pri-meros disparos, sus lamentos, atrajeron a los milicianos quienes, pasando de nuevo por el mismo lugar, le volvieron a disparar, murió des-angrándose.

- Pedro Poveda Castroverde (1874-1936), sacer-dote Diocesano, fundador de la institución Tere-siana, fusilado en Madrid.

- Victoria Diez y Bustos de Molina (1903-1936) de la institución Teresiana, fusilada en Hor-nachuelos (Córdoba) junto a otras personas y arrojada a una mina.

- Anselmo Polanco (1881-1939), OSA, Obispo de Teruel y su vicario General Felipe Ripoll (1881-1939) ejecutados en Pont de Molins (Gerona) el 7 de febrero de 1939, cuando faltaban pocos días para el final de la guerra civil.

- Vicente Vilar David (1889-1937), seglar casado, ingeniero industrial, rematado a tiros en plena calle a pocos pasos de su casa en Manises (Va-lencia).

- Florentino Asencio Barroso (1877-1936), Obis-po de Barbastro, torturado, mutilado y después fusilado.

- Ceferino Gimenez Malla (1861-1936), seglar, apodado (El pelé), gitano Español, ejecutado en Barbastro por haber defendido a un sacerdote.

- Maria del Sagrario de San Luis Gonzaga (El-vira Moragas Cantarero) (1881-1936) carmelita descalza, la primer mujer farmacéutica, fusilada en Madrid.

- Rita Dolores Pujalde Sanchez (1853-1936) que había sido superiora general de las Hermanas de la Caridad del Sagrado Corazón de Jesús, martirizada en Madrid a los ochenta y tres años junto con Francisca Aldea Araujo (1881-1936) asesinada en Madrid.

Tras ellos van camino de los altares, porque tienen ya aprobados por el Santo Padre, los relativos decretos:

- Alfonso López López (Secorún, Huesca, 16 de noviembre 1878, samalús, Gerona, 5 de Agosto 1936 en Samalús (España).

- María Guadalupe (María Francisca) Ricart Olmos, religiosa profesa de la II orden de los Siervos de María (Albal, Valencia – Spagna, 23 febrero 1881 – Silla, 2 octubre 1936).

- María Baldillou y cinco compañeras, religiosas de las Escuelas Pías Hijas de María, Y Dolores y Consolación Aguiar-Mella Diaz, seglares del Uru-guay, asesinadas en Valencia el 8 de octubre de 1936 y en Madrid el 19 de septiembre de 1936.

9. “VENERABLES” BEATIFICADOS POR EL AHORA PAPA EMÉRITO BENE-DICTO XVI.

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S.S Benedicto XVI, ahora Papa emérito, también engrosó el listado de Beatos de la Santa Madre Iglesia. Conozcamos año por año a quienes les dio esta distinción de Beatos.

En el año primero de su pontificado, 2005, concedió las siguientes Beatificaciones:

• Ascensión Nicol Goñi (14 de mayo).• Mariana Cope de Molokai (14 de mayo).• Ladislao Findysz (19 de junio).• Bronislao Markiewicz (19 de junio).• Ignacio Klopotowski (19 de junio).• Clemens August von Galen (9 de octubre).• Josep Tàpies y seis Compañeros, mártires (29

de octubre).• María de los Ángeles Ginard Martí, mártir (29

de octubre).• Eurosia Fabris (6 de noviembre).• Charles de Foucauld (13 de noviembre).• María Pía Mastena (13 de noviembre).• María Crucificada Curcio (13 de noviembre).• Anacleto González Flores y 8 compañeros,

mártires (20 de noviembre).• José Trinidad Rangel (20 de noviembre).• Andrés Solá y Molist (20 de noviembre).• Leonardo Pérez Larios (20 de noviembre).• Ángel Darío Acosta Zurita (20 de noviembre).

En el año segundo de su pontificado, 2006

• Luis Biraghi (30 de abril).• Luis Monza (30 de abril).• Agustín Thevarparampil (“Kunjachan”) (30 de

abril).• María Teresa de San José (Anna Maria Taus-

cher van den Bosch) (13 de mayo).• María de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo

(Maria Grazia Tarallo) (14 de mayo).• Rita Amada de Jesús (Rita Lopes de Almeida)

(28 de mayo).• Eustaquio van Lieshout (15 de junio).• Sara Salkaházi (17 de septiembre).• Moisés Tovini( 17 de septiembre).• María Teresa de Jesús (Maria Scrilli) (8 de oc-

tubre).

• Margarita María López de Maturana (22 de oc-tubre).

• Pablo José Nardini (29 de octubre).• Mariano de la Mata Aparicio (5 de noviembre).• Eufrasia del Sagrado Corazón de Jesús Elu-

vathingal (3 de diciembre).

En el año tercero de su pontificado, 2007

• Luis Boccardo (14 de abril).• Maria Magdalena de la Pasión (Costanza Sta-

race) (15 de abril).• Francisco Spoto (21 de abril).• María Rosa Pellesi (29 de abril).• Carmen del Niño Jesús (María del Carmen

González Ramos) (6 de mayo).• Carlos Liviero (27 de mayo).• Basilio Antonio María Moreau (15 de septiembre).• Estanislao de Jesús y María (Juan Papczyński)

(16 de septiembre).• María Celina de la Presentación (Jeanne Ger-

maine Castang) (16 de septiembre).• María Merckert (30 de septiembre).• Albertina Berkenbrock (20 de octubre).• Manuel Gómez González (21 de octubre).• Adílio Daronch (21 de octubre).• Francisco Jägerstätter (26 de octubre).• Celina Chludzińska Borzęcka (27 de octubre).• 498 Mártires del siglo XX en España (28 de oc-

tubre).• Ceferino Namuncurá (11 de noviembre).• Antonio Rosmini (18 de noviembre).• Lindalva Justo de Oliveira (2 de diciembre).• En el año cuarto de su pontificado, 2008• Josefina Nicoli (3 de febrero).• Celestina de la Madre de Dios (Maria Anna Do-

nati) (30 de marzo).• Candelaria de San José Paz Castillo Ramírez

(27 de abril).• María Magdalena de la Encarnación (3 de

mayo).• Margaret Flesch (4 de mayo).• Marta Wiecka (24 de mayo).• María Josefina de Jesús Crucificado (1 de junio).• Santiago Ghazir Haddad (22 de junio).• Josefa Hendrina Stenmanns (29 de junio).• Vincenza Maria Poloni (21 de septiembre).

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• Michał Sopoćko (28 de septiembre).• Luis Martin y María Celia Guérin (19 de octubre).• Pedro Kibe Kasui y 187 compañeros mártires

(24 de noviembre).• José Olallo Valdés (29 de noviembre).• En el año quinto de su pontificado, 2009• Rafael Luis Rafiringa (7 de junio).• Juana Emilia de Villeneuve (5 de julio).• Eustachio Kugler (Joseph) (4 de octubre).• Ciriaco Maria Sancha y Hervás (18 de octubre).• Carlo Gnocchi (25 de octubre).• Zoltán Lajos Meszlényi (31 de octubre).• Maria Alfonsina Danil Ghattas (22 de noviembre).

En el año sexto de su pontificado, 2010

• Josep Samsó i Elias, sacerdote y mártir (23 de enero).2

• Bernardo Francisco de Hoyos, Sacerdote Je-suita (18 de abril).

• Angelo Paoli, Sacerdote Carmelita (25 de abril).• José Tous y Soler, OFM. Cap., fundador de las

Hermanas Capuchinas de la Madre del Divino Pastor (25 de abril).3

• Teresa Manganiello, virgen, terciaria francis-cana, inspiradora de la Congregación de las Hermanas Franciscanas Inmaculadinas (22 de mayo).

• Maria Pierina De Micheli, virgen del Instituto de las Hijas de la Inmaculada Concepción de Bue-nos Aires (30 de mayo).

• Jerzy Popieluszko, sacerdote y mártir (6 de junio).• Manuel Lozano Garrido “Lolo”, laico (12 de ju-

nio).• Alojzij Grozde (Lojze), laico y mártir (13 de ju-

nio).• Estéphan Nehmé (Joseph), religioso de la Or-

den Libanesa Maronita (27 de junio).• Leopoldo de Alpandeire Sánchez Márquez,

OFM (12 de septiembre).• María de la Inmaculada Concepción, virgen (18

de septiembre).• John Henry Newman, Cardenal y fundador (19

de septiembre).• Chiara Badano, laica (25 de septiembre).• Anna Maria Adorni, viuda y fundadora (3 de oc-

tubre).

• Szilárd Bogdánffy, obispo y mártir (30 de octubre).• Maria Barbara de la Santísima Trinidad (Barba-

ra Maix), virgen y fundadora (6 de noviembre).

En el año séptimo de su pontificado, 2011

• Juan Pablo II, Sumo Pontífice (1 de mayo, pre-sidida por S.S. Benedicto XVI).4

• Giustino Maria Russolillo, presbítero y fundador (14 de mayo, presidida por Card. Angelo Amato).

• Georg Häfner, presbítero y mártir (15 de mayo, presidida por Card. Angelo Amato).

• María Clara del Niño Jesús, virgen (21 de mayo, presidida por Card. Angelo Amato).

• Dulce Lopes Pontes, virgen (22 de mayo, presi-dida por Card. Geraldo Majella Agnelo).

• Maria Serafina del Sacro Cuore (Clotilde Micheli) (28 de mayo, presidida por Card. Angelo Amato).

• Juan de Palafox y Mendoza, obispo (5 de junio, presidida por Card. Angelo Amato).

• Alois Andritzki, sacerdote y mártir (13 de junio, presidida por Card. Angelo Amato).

• Marguerite Rutan, religiosa y mártir (19 de ju-nio, presidida por Card. Angelo Amato).

• Johannes Prassek, Eduard Müller y Hermann Lange, mártires (25 de junio, presidida por Card. Angelo Amato).

• Serafino Morazzone, sacerdote; Clemente Vis-mara, misionero; y Enrichetta Alfieri, religiosa (26 de junio, presidida por Card. Angelo Amato).

• János Scheffler, obispo y mártir (3 de julio, pre-sidida por Card. Angelo Amato).

• Elena Aiello, fundadora (14 de septiembre, pre-sidida por Card. Angelo Amato).

• Francesco Paleari, presbítero (17 de septiem-bre, presidida por Card. Angelo Amato).

• Maria Jula Ivanišević, Kata Ivanišević (Marija Jula), Jožefa Bojanc (Marija Krizina), Jožefa Fabjan (Marija Antonija) y Terezija Banja, már-tires (24 de septiembre, presidida por Card. An-gelo Amato).

• Antonia María Verna, virgen (2 de octubre, pre-sidida por Card. Angelo Amato).

• Anna Maria Janer, fundadora (8 de octubre. presidida por Card. Angelo Amato).

• María Catalina Irigoyen Echegaray, religiosa (29 de octubre, presidida por Card. Angelo Amato).

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• Francisco Esteban Lacal y 21 compañeros,5 presbíteros y mártires; y Cándido Castán San José, laico y mártir (17 de diciembre, presidida por Card. Angelo Amato).

En el año último de su pontificado, antes de su re-nuncia el 28 de febrero de 2013, en el año 2012 Batificó a:

• Hildegard Burjan, laica (29 de enero).• María Inés Teresa del Santísimo Sacramento,

Religiosa y Fundadora (21 de abril, presidida por Card. Angelo Amato).

• Giuseppe Toniolo, laico (29 de abril, presidida por Card. Salvatore De Giorgi).

• Pierre-Adrien Toulorge, mártir (29 de abril, pre-sidida por Card. Angelo Amato).6

• Marie-Louise de Lamoignon, fundadora (27 de mayo, presidida por Card. Angelo Amato).

• Jean-Joseph Lataste (Alcide Vital) (3 de junio, presidida por Card. Angelo Amato).7

• Cecilia Eusepi, religiosa (17 de junio, presidida por Card. Angelo Amato).

• Mariano Arciero (24 de junio, presidida por Card. Angelo Amato).

• Louis Brisson, presbítero (22 de septiembre, presidida por Card. Angelo Amato).

• Gabriele Allegra, presbítero (29 de septiembre, presidida por Card. Angelo Amato).

• Federico Bachstein y trece compañeros de la Orden Franciscana Menor (13 de octubre).

• Maria Luisa Prosperi, religiosa (10 de noviembre).• María Crescencia Pérez, religiosa (17 de no-

viembre).• Maria Troncatti, religiosa (24 de noviembre,

presidida por el Card. Angelo Amato).

10. NUESTRA PRIMERA SANTA EN CO-LOMBIA: LA MADRE LAURA MON-TOYA UPEGUI.

María Laura de Jesús Montoya Upegui (Jericó, An-tioquia, Colombia, 26 de mayo de 1874 - Medellín, Colombia, 21 de octubre 1949), mejor conocida como La Madre Laura, fue una misionera católica

colombiana, oriunda del municipio de Jericó en An-tioquia. Fue bautizada el mismo día de su nacimien-to con el nombre de María Laura de Jesús. Hija de Juan de la Cruz Montoya y María Dolores Upegui, tuvo dos hermanos: Carmelina, que era mayor y Juan de la Cruz, su hermano menor. Su padre, que era médico y comerciante, murió asesinado cuando ella tenía dos años de edad. Este hecho, ocasio-nó una difícil situación económica en su familia. Su madre se vio obligada a emplearse como maes-tra de religión. Por este motivo, cuando Laura era aún niña, tuvo que habitar primero en la finca de su abuelo Lucio Upegui en Amalfi y posteriormente viajó con su madre y hermanos al municipio de Don Matías, en donde vivieron por algún tiempo.

Debido a la precaria situación económica de su ma-dre, Laura fue dejada en un hogar de huérfanos en Robledo (actualmente comuna 7 de la ciudad de Medellín) el cual era dirigido por su tía María de Je-sús Upegui, religiosa fundadora de la Comunidad de Siervas del Santísimo y de la Caridad. Sin haber re-cibido instrucción previa, su tía la inscribió a los 11 años de edad como externa en el Colegio del Espíritu Santo, una institución educativa frecuentada por ni-ñas de clase alta de la ciudad. No obstante, en razón de las adversidades que vivió al habitar un hogar de huérfanos, sin dinero para comprar libros mientras estudiaba en un colegio de clase alta, se sintió mar-ginada y al finalizar el año se retiró de la institución.

Al año siguiente se marchó a habitar cuidando de una tía enferma, en una finca de San Cristóbal. Mientras estaba allí se entregó a las lecturas es-pirituales que despertaron el deseo de hacerse re-ligiosa carmelita. En 1887 regresó brevemente a Medellín, al lado de su madre y al poco tiempo su abuelo se enfermó, por lo que se retira nuevamente a la finca de Amalfi a cuidar de él hasta su muerte.La muerte de su abuelo empeoró la situación finan-ciera de la familia. Cuando Laura tenía 16 años, la familia decidió que debía hacerse maestra para ayu-dar económicamente a su madre y hermanos. De esta manera, se presentó a la Escuela Normal de Institutoras de Medellín y obtuvo una beca del go-bierno. Para su sustento al inicio de sus estudios, su tía María de Jesús Upegui le dio alojamiento, ofre-

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ciéndole a cambio dirigir el manicomio. Al poco tiem-po se presentó una vacante en el internado y pasó a habitar en la misma Escuela, obteniendo excelentes resultados en sus estudios.11 En 1893 se graduó como maestra elemental de la Escuela Normal.

Laura, se dedicó a formar jóvenes dentro de la fe cristiana y católica en diferentes escuelas públi-cas del departamento de Antioquia. Su primera experiencia docente fue en Amalfi, en donde fue nombrada directora de la Sección Superior de la Escuela municipal, según el decreto 234 de ene-ro de 1894. En ella procuró impartir sus enseñan-zas siguiendo una orientación religiosa que no era del agrado de todas las autoridades del municipio. Finalmente, algunos opositores a la formación reli-giosa interpusieron una queja ante la gobernación del departamento, a la cual la gobernación dio res-puesta en favor de Laura, apoyada por el secretario de Instrucción Pública Pedro A. Restrepo, quien la conocía muy bien desde su paso por la Normal de Medellín. La guerra civil de 1895 obligó al cierre de las escuelas del departamento, lo cual forzó a Lau-ra a mantener únicamente las clases preescolares en su propia casa.

En agosto de 1895 fue nombrada maestra en la Es-cuela Superior Femenina de Fredonia. La apertura de otro Colegio de señoritas en Fredonia por parte del cura del pueblo propició un reto para Laura que no llegó a afectar su buen desempeño en la Escuela Superior Femenina, pues terminó siendo preferida por la población. El 23 de febrero de 1897 fue trasla-dada a Santo Domingo. Allí decidió dar catolicismo a los niños en el campo. Mientras desarrollaba su carrera pedagógica, cultivó la mística profunda y la oración contemplativa. Debido a su experiencia do-cente, su prima Leonor Echavarría le ofreció colabo-rar en la dirección del recién inaugurado Colegio de la Inmaculada en Medellín. El colegio ganó mucho prestigio en la ciudad, en él estudiaban hijas de fa-milias de ingresos altos. Al morir su prima Leonor el 10 de junio de 1901, el colegio quedó completa-mente en manos de Laura. En noviembre de 1905 el escritor Alfonso Castro comenzó a publicar una novela llamada “Hija Espiritual” en la revista “Lectu-ra Amena”, cuya intriga desacreditó notablemente al

Colegio de la Inmaculada y a su directora Laura, a tal punto que llevaron a su cierre definitivo.

Tras el cierre del colegio, Laura fue nombrada maestra de la escuela de La Ceja en donde estu-vo por un poco tiempo y en 1907 la población le solicitó fundar un colegio en Marinilla. Estando allí comprendió que su misión era evangelizar a las co-munidades indígenas de la región.

A la edad de 39 años, Laura decidió trasladarse a Dabeiba en compañía de 6 catequistas con la aprobación del obispo de Santa Fe de Antioquia, monseñor Maximiliano Crespo Rivera, para trabajar con los indígenas Emberá Chamí. Desde entonces dedicó el resto de su vida al apostolado y las misio-nes. El 14 de mayo de 1914 fundó la Congregación de Misioneras de María Auxiliadora y Santa Cata-lina de Siena con un grupo de catequistas que la acompañaban a las misiones. A partir de entonces se dedicó a establecer con las hermanas misione-ras centros cercanos a las comunidades indígenas, cuya casa principal estaba en Dabeiba. Estableció las constituciones de la Congregación y en 1917 las presentó ante el obispo Maximiliano Crespo Rivera. En 1919 fundó en San José de Uré una misión para trabajar con los negros de la región.

Practicó la literatura, escribió más de 30 libros en los cuales narró sus experiencias místicas con un estilo comprensible y atractivo. Su autobiografía se titula “Historia de la Misericordia de Dios en un alma”. En 1939 el presidente Eduardo Santos la condecoró con la Cruz de Boyacá. Pasó sus últimos 9 años de vida en silla de ruedas. Falleció en Medellín el 21 de octubre de 1949, tras una larga y penosa agonía. La congregación de misioneras contaba con 90 casas en el momento de su muerte y estaba conformada por 467 religiosas que trabajaban en tres países.

La causa para la beatificación de la Madre Laura fue introducida el 4 de julio de 1963 por la Arquidiócesis de Medellín. El 11 de julio de 1968 la congregación religiosa de misioneras fundada por ella recibió la aprobación pontificia. Fue declarada siervo de Dios en 1973 y posteriormente declarada venerable el 22 de enero de 1991 por el papa Juan Pablo II. El propio Juan Pablo II la beatificó el día 25 de abril de 2004

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en una ceremonia religiosa realizada en la Plaza de San Pedro en Roma en presencia de 30.000 fieles. El entonces actual Arzobispo de Medellín Alberto Giraldo Jaramillo erigió por medio del Decreto 73 de 2004 el Santuario en donde reposan las reliquias de la Madre Laura. Posteriormente el Congreso de Colombia aprobó la ley 959 del 27 de junio de 2005 por la cual se le rinde homenaje a la Beata Madre Laura y reconocimiento a su obra evangelizadora. Su fiesta se celebra el 21 de octubre.

El día 20 de diciembre del año 2012 en Ciudad del Vaticano, el cardenal Angelo Amato dio a conocer que el Papa Benedicto XVI dio la autorización para la canonización de la beata, siendo la primera per-sona de nacionalidad colombiana quien sería reco-nocida como santa en la Iglesia Católica. Habiéndo-se reconocido ya un milagro obrado por intercesión suya, por el cual fue declarada beata, se recono-ció un segundo milagro, siendo éste realizado en favor de un médico antioqueño, quien, de en una manera inexplicable para la ciencia, fue sanado de una enfermedad terminal. La fecha final para la ce-lebración del rito de canonización se anunció el 11 de febrero de 2013. Su canonización se realizará el próximo 12 de mayo de 2013.

BIBLIOGRAFÍA

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• A.D Martín Rubio “persecución religiosa y repre-sión sociopolítica en la provincia de Badajoz du-rante la guerra civil (1936-1939” Hispania Sacra 47 (1995) 37-65.

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• J.L. Alfaya, como un río de fuego. Madrid 1936 (Ma-drid, Ediciones Universitarias Internacionales 1997)

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• J.F. Rivera Recio, la persecución religiosa en la diócesis de Toledo (1936-1939), 3ra edición corre-gida y ampliada por Jaime Colomina Torner (Tole-do, Arzobispado Toledo, 1995)

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• Las normas actualmente vigentes para las causas de canonización de los siervos de Dios están contenidas en una ley pontificia peculiar (can. 1403), promulga-da por Juan Pablo II el mismo dia de la promulgación del Derecho Canónico (25/01/1983). Cf. F. Veraja, la beatificazione. Storia problema prospettive (Sussidi per lo studio delle Cause dei Santi, 2), Roma, S. Con-gregazione per le Cause dei Santi, 1983.

• S.S Juan Pablo II, Carta apostólica Tertio Millen-nio Adveniente, n. 37.

• Sobre la temática general remito a mi estudio “Persecuzione religiose e martiri del XX secolo”, Monitos Ecclesiasticus (1998) 647-732.

• Sobre las devociones al Sagrado Corazón y a Cristo Rey: F. de Giogi, revista di Storia della Chiesa in Italia 48 (1994 365-459.

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REVISTA EL INFORMADOR CARATULA EDICIÓN 203. CIAN MAGENTA AMARILLO NEGRO. CUATRO COLORES. 12/04/2013.

PROGRAMACIÓNDE LA ARQUIDIÓCESIS CON MOTIVO DE LA CANONIZACIÓN DE SANTA LAURA MONTOYA

”La comunión con el Obispode Roma nos asegura que estamos bajoel verdadero pastoreo de Cristo y que nosguía la fuerza poderosa de su Espíritu”.