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Im Not a Serial Killer

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I AM NOT A SERIAL KILLER

Primer libro Serie John Cleaver

Dan Wells

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SINOPSIS

John Wayne Cleaver es peligroso, y lo sabe.

Se ha pasado su vida haciendo lo posible para no estar a la altura de su potencial. Está obsesionado con los asesinos en serie, pero en realidad, no quiere convertirse en uno. Así que por su propio bien, y la seguridad de los que lo rodean, vive bajo rígidas reglas que ha escrito para sí mismo, llevando una vida normal como si se tratara de una religión privada que podría salvarlo de la condenación.

Los cadáveres son normales para John. A él le gustan, en realidad. Ellos no exigen ni esperan la empatía que no es capaz de ofrecer. Tal vez eso es lo que le da la objetividad para reconocer que hay algo diferente en el cuerpo que la policía acaba de encontrar detrás de la lavandería Wash-n-Dry, y para apreciar lo que significa esa diferencia.

Ahora, por primera vez, John tiene que enfrentarse a un peligro aparte de sí mismo, una amenaza que no puede controlar, una amenaza para todos y todos los que amaría, si pudiera.

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Para Rob, que me dio el mejor incentivo que un hermano menor puede dar:

consiguió que le publicaran un libro primero.

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AGRADECIMIENTOS Traducido por DarkVishous

ste libro debe su existencia a muchas personas, la mayoría (que yo sepa) no es un asesino serial.

En primer lugar debo mencionar a Brandon Sanderson, quien me encerró en el coche un día y me dijo que dejara de hablar sobre ellos y sólo lo escribiera. Eso resultó ser una buena idea. Esa idea fue más desarrollada y refinada por una serie de grupos de escritura y lectores críticos, incluyendo a (pero no limitándolo) Pedro Ahlstrom, Karla Bennion, Steve Diamond, Nate Goodrich, Nate Hatfield, Alan Layton, Jeanette Layton, Drew Olds, Ben Olsen, Bryce Moore, Janci Paterson, Emily Sanderson, Ethan Skarstedt, Isaac Stewart, Eric James Stone, Sandra Tyler, y Kaylynn Zobell.

En el ámbito profesional, tengo que agradecer a mi editor, Moshe Feder, y a mi absolutamente increíblemente maravillosa agente, Sara Crowe. Sin su ayuda ese libro aún podría estar bien, pero no sería increíble y nunca hubieras oído hablar sobre él. Si encuentras que es impresionante, y si, de hecho, lo encuentras en absoluto, tienes que agradecérselo.

Especiales agradecimientos a mi amada esposa, Dawn, que me ha apoyado a lo largo de la escritura de este libro, y nunca me abandonó luego de leerlo. En otros miembros familiares que tampoco me abandonaron incluyo a mi hermana Carmen, mi hermano Rob, mi madre de ley, Martha, y mis pobres padres, Robert y Patty. A todos ustedes: déjenme reiterar que este libro no es autobiográfico. Lo prometo.

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1 Traducido por Clyo

a señora Anderson estaba muerta.

Nada llamativo, simplemente por la vejez, ella fue a la cama una noche y nunca despertó. Dicen que fue una manera pacífica y digna de morir, que supongo es

técnicamente cierto, pero los tres días que tomó para que alguien se dé cuenta de que no la habían visto en mucho tiempo, se llevó la mayor parte de la dignidad en la situación. Eventualmente su hija pasó por casa para ver cómo estaba y encontró su cadáver podrido de tres días y apestando como un animal de carretera muerto. Y lo peor no es la descomposición, son los tres días, los tres días enteros antes de que a nadie le importara lo suficiente como para decir: “Espera, ¿dónde está esa señora que vive por el canal?” No hay mucha dignidad en eso.

Pero, ¿pacífica? Por supuesto. Ella murió tranquilamente mientras dormía el treinta de agosto, según el forense, lo que significa que murió dos días antes de que algo desgarrara a Jeb Jolley de adentro hacia afuera y lo dejara en un charco detrás de la lavandería. No lo sabíamos en ese momento, pero eso hizo que la señora Anderson sea la última persona en el Condado de Clayton que tuvo una muerte de causas naturales durante casi seis meses. El Asesino de Clayton tuvo el resto.

Bueno, la mayoría. Todas menos una.

Conseguimos el cuerpo de la señora Anderson el sábado dos de septiembre, después de que el médico forense terminara con ella—o, creo que debería decir que mi mamá y mi tía Margaret consiguieron el cuerpo, no yo.

Ellas son las que dirigen la funeraria; yo sólo tengo quince años. Había estado en la ciudad la mayor parte del día, mirando a la policía limpiar el desorden con Jeb, y regresé justo cuando el sol comenzaba a bajar. Me deslicé por detrás, sólo en el caso de que mi mamá estuviera en el frente. En realidad no quería verla a ella.

Nadie estaba en la parte de atrás todavía, sólo yo y el cadáver de la señora Anderson. Yacía perfectamente inmóvil en la mesa, bajo una sábana azul. Olía a carne podrida y repelente de insectos, y la ventanilla de ventilación zumbando con fuerza sobre nosotros no estaba haciendo mucho por ayudar. Me lavé las manos en silencio en el fregadero, preguntándome cuánto tiempo tenía, y toqué suavemente el cuerpo. La piel vieja era mi favorita, seca y arrugada, con una textura como de papel antiguo. Los forenses no habían hecho mucho para limpiar el cuerpo, probablemente porque estaban ocupados con Jeb, pero el olor me decía que por lo menos habían pensado en

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matar a los bichos. Después de tres días en el calor de fin del verano, probablemente había un montón de ellos.

Una mujer abrió la puerta de la parte frontal de la funeraria y entró, con el aspecto de un cirujano en sus batas verdes y máscaras. Me quedé inmóvil, pensando que era mi madre, pero la mujer sólo me miró y se acercó a un mostrador.

“Hola John,” dijo, recogiendo unos trapos estériles. No era mi mamá para nada, era su hermana Margaret, eran gemelas, y cuando sus rostros estaban enmascarados apenas y podía distinguirlas. La voz de Margaret era un poco más clara, sin embargo, un poco más... energética. Me imaginé que era porque nunca había estado casada.

“Hola, Margaret.” Di un paso atrás.

“Ron se está volviendo perezoso,” dijo, cogiendo una botella con atomizador de Dis-Spray1. “Ni siquiera la limpió, sólo declaró las causas naturales y pasó por encima de ella. La señora Anderson se merece algo mejor que esto.” Ella se volvió para mirarme. “¿Sólo te vas quedar allí o me vas a ayudar?”

“Lo siento.”

“Lávate.”

Le di la vuelta a mis mangas con impaciencia y volví al lavadero.

“Sinceramente,” continuó, “ni siquiera sé qué es lo que hacen por allá, en la oficina del médico forense. No es que estén ocupados, apenas y pueden mantenerse en el negocio por aquí.”

“Jeb Jolley está muerto,” le dije, secándome las manos. “Lo encontraron esta mañana, atrás del Wash&Dry.”

“¿El mecánico?” preguntó Margaret, su voz volviéndose más baja. “Eso es terrible. Es más joven que yo. ¿Qué pasó?”

“Asesinado,” le dije, y agarré una máscara y un delantal de un gancho en la pared. “Piensan que tal vez fue un perro salvaje, pero sus tripas estaban en una especie pila.”

“Eso es terrible,” dijo Margaret nuevo.

“Bueno, tú eres la que se preocupaba por quedarse fuera del negocio,” le dije. “Dos cuerpos en un fin de semana es dinero en el banco.”

1 Dis-Spray es usado en el tratamiento de olores putrefactos y ofensivos. Es muy efectivo al rociar heridas de cáncer, lesiones erupciones, heridas traumática y condiciones externas similares. Es maravilloso para desodorizar y preservar áreas donde hay resbalamiento de piel, cuerpos ahogados, restos exhumados y de hecho en donde sea que haya putrefacción, tanto temprana como avanzada.

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“Ni siquiera bromees de esa manera, John,” dijo ella, mirándome con severidad. “La muerte es una cosa triste, incluso cuando paga por tu hipoteca. ¿Estás listo?”

“Sí.”

“Sostén su brazo hacia fuera.”

Agarré el brazo derecho del cuerpo y tiré de él hasta estirarlo. El rigor mortis hace que un cuerpo esté tan tieso que apenas se puede mover, pero sólo dura un día y medio, y éste había muerto hacía tanto tiempo que todos los músculos se relajaron de nuevo. Aunque la piel parecía papel, la carne de debajo era suave, como la masa. Margaret roció con desinfectante el brazo y comenzó a frotarlo suavemente con un paño.

Incluso cuando el médico forense hace su trabajo y limpia el cuerpo, nosotros siempre lo lavamos de nuevo antes de empezar. El embalsamamiento es un proceso largo, con un montón de trabajo muy preciso, y se necesita de un borrón y cuenta nueva para empezar.

“Esto huele muy mal,” le dije.

“Ella.”

“Ella huele muy mal,” le dije. Mamá y Margaret eran inflexibles cuando se trataba de ser respetuosos con la persona fallecida, pero parecía ser un poco tarde en esta etapa. Ya no era una persona, era sólo un cuerpo. Una cosa.

“Ella sí que huele,” dijo Margaret. “Pobre mujer. Me gustaría que alguien la hubiera encontrado antes.” Levantó la vista hacia la ventanilla de ventilación zumbando detrás de la reja en el techo. “Esperemos que el motor no se nos queme esta noche.” Margaret decía lo mismo antes de cada embalsamamiento, como un canto sagrado. El ventilador continuaba crujiendo desde arriba.

“Pierna,” dijo. Me pasé a los pies del cuerpo y enderecé la pierna, mientras que Margaret la rociaba. “Voltea tu cabeza.” Yo mantuve mis manos enguantadas en el pie y me volví para mirar a la pared, mientras que Margaret levantaba la sábana para lavar los muslos.

“Algo bueno salió de esto, sin embargo,” dijo ella, “y es que puedes apostar a que cada viuda en el condado recibió una visita hoy, o va a recibir una mañana. Todos los que oyeron hablar de la señora Anderson van a ir directamente a visitar sus propias madres, sólo para asegurarse. La otra pierna.”

Yo quería decir algo acerca de cómo todos los que oyeron de Jeb irían directamente a visitar a su mecánico, pero Margaret no apreciaba ese tipo de bromas.

Nos movimos por todo el cuerpo, de la pierna al brazo, del brazo al torso, del torso a la cabeza, hasta que todo fue limpiado y desinfectado. El cuarto olía a muerte y jabón.

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Margaret arrojó los trapos en el compartimiento del lavabo y empezó a recoger los materiales reales para el embalsamamiento.

Había estado ayudando a mamá y Margaret en la funeraria desde que era un niño pequeño, desde antes de que papá se fuera. Mi primer trabajo había sido la limpieza de la capilla: recoger los programas, volcar ceniceros, aspirar el suelo, y otros trabajos ocasionales que un niño de seis años podría hacer sin ayuda. Tuve trabajos más grandes conforme fui creciendo, pero no llegué a ayudar con las cosas realmente divertidas—embalsamamiento—hasta que tuve doce años. El embalsamamiento era como... no sé cómo describirlo. Era como jugar con una muñeca gigante, vestirla y bañarla y abrirla para ver qué había dentro. Vi a mamá una vez cuando tenía ocho años, husmeando a través de la puerta para ver cuál era el gran secreto. Cuando abrí de un corte a mi osito de peluche la semana siguiente, creo que no se dio cuenta de la conexión.

Margaret me entregó un trozo de algodón, y yo lo sostuve listo, mientras ella los metía en pequeñas matas con cuidado debajo de los párpados del cuerpo. Los ojos estaban empezando a hundirse, desinflándose a medida que perdían humedad, y el algodón ayudaba a mantenerlos de la forma adecuada para la vista. También ayudaba a mantener los párpados cerrados, pero Margaret siempre les agregaba un poco de crema de sellado, por si acaso, para mantener la humedad y que se queden cerrados.

“Pásame la pistola de agujas, ¿quieres John?” pidió ella, y me apresuré a bajar el algodón y coger la pistola de una mesa de metal en la pared. La pistola es un tubo largo de metal con dos hoyos del tamaño de un dedo a un lado, como una jeringa hipodérmica.

“¿Puedo hacerlo esta vez?”

“Claro,” dijo ella, tirando hacia atrás el labio superior del cuerpo y la mejilla. “Justo aquí.”

Puse la pistola suavemente hacia arriba en contra de las encías y la apreté, integrando una pequeña aguja en el hueso. Los dientes eran largos y amarillos. Añadimos una aguja más a la mandíbula inferior y enroscamos un hilo a través de ellas, luego los retorcimos con fuerza para mantener la boca cerrada. Margaret untó crema de sellado sobre un soporte de plástico, como la cáscara de una tajada de naranja, y la colocó dentro de la boca para mantener todo en su lugar.

Una vez que nos habíamos encargado de la cara, arreglamos el cuerpo con cuidado, enderezando las piernas y doblando los brazos sobre el pecho en la clásica pose “estoy muerto.” Una vez que el formaldehido se mete en los músculos, se levantan y se quedan rígidos. Tienes que establecer las características primero, para que la familia no tenga la vista de un cadáver deformado.

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“Sostén su cabeza,” dijo Margaret, y yo, obediente puse una mano en cada lado de la cabeza del cadáver para que esté firme. Margaret probó con los dedos un poco, justo encima de la clavícula derecha, y luego cortó una larga y profunda línea en el cuello de la anciana. Casi no hay derramamiento de sangre cuando se corta un cadáver. Debido a que el corazón no está bombeando, no hay presión arterial y la gravedad tira de toda la sangre hacia abajo, a la parte posterior del cuerpo. Como éste había estado muerto más de lo habitual, el pecho estaba flácido y vacío, mientras que la parte de atrás estaba casi morada, como un hematoma gigante. Margaret metió la mano en el agujero con un gancho de metal pequeño y sacó dos grandes venas—bueno, técnicamente, una arteria y una vena—y colocó una cuerda alrededor de cada una. Eran de color púrpura y pulidas, dos bucles oscuros que tiraban hacia fuera del cuerpo por unos centímetros, y luego se deslizaban de vuelta al interior. Margaret se volteó para preparar la bomba.

La mayoría de las personas no se dan cuenta de la cantidad de productos químicos diferentes para embalsamar que se utiliza, pero lo primero que llama la atención no es cuántos de ellos hay, sino cuántos colores diferentes se ven. Cada frasco—el formaldehído, los anticoagulantes, los cauterizantes, germicidas, acondicionadores, y otros—tienen su propio color brillante, como jugo de frutas. La fila de los fluidos de embalsamamiento se ve como los sabores de jarabe en un puesto de conos de nieve. Margaret escogió sus productos químicos con cuidado, como si estuviera eligiendo los ingredientes para una sopa. No todos los cuerpos necesitan todos los productos químicos, y averiguar la receta adecuada para aplicársela a un cadáver era tanto un arte como una ciencia. Mientras trabajaba en eso, solté la cabeza y cogí el bisturí. No siempre me dejaban hacer incisiones, pero si lo hacía mientras que no estaban mirando, por lo general podía salirme con la mia. Yo era bueno en esto también, lo cual ayudaba.

La arteria que Margaret había retirado se utilizaría para bombear por el cuerpo completo el cóctel químico que estaba haciendo, mientras llenaban el cuerpo, los viejos fluidos, como la sangre y el agua, se verían empujados hacia la vena expuesta y de ahí a un tubo de drenaje, y desde allí hasta el suelo. Me había sorprendido al descubrir que todo sólo se iba por el sistema de alcantarillado, pero en realidad—¿a dónde más podría ir? No es peor que cualquier otra cosa allá abajo. Sostuve la arteria firmemente y corté poco a poco a través de ella, con cuidado de no cortar completamente. Cuando el agujero estuvo listo, agarré la cánula—un tubo de metal curvado—y deslicé el extremo más estrecho en la abertura. La arteria era elástica, como una manguera delgada, y cubierta con pequeñas fibras de los músculos y capilares. Puse el tubo de metal suavemente sobre el pecho e hice un corte similar en la vena, esta vez insertando un tubo de drenado, el cual se conectaba a una bobina larga de tubo de plástico transparente que serpenteaba hacia abajo al desagüe en el suelo. Apreté las cuerdas que Margaret había atado alrededor de cada vena, sellándolas y cerrándolas.

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“Eso se ve bien,” dijo Margaret, empujando la bomba encima de la mesa. Estaba sobre ruedas para mantenerla fuera del camino, pero ahora ocupaba su lugar de honor en el centro de la habitación, mientras que Margaret conectaba la manguera principal a la cánula que había colocado en la arteria. Ella estudió el sello brevemente, asintió con la cabeza en señal de aprobación, y vertió el primer químico—un primer anticoagulante de color naranja brillante para disolver los coágulos—en el tanque en la parte superior de la bomba. Pulsó un botón y la bomba se sacudió del sueño a la vida, sincopada como un latido de corazón real, y ella lo miraba atentamente mientras jugaba con las perillas que controlaban la presión y la velocidad. La presión en el cuerpo se normalizó rápidamente, y muy pronto la oscura y espesa sangre iba desapareciendo por la alcantarilla.

“¿Cómo va la escuela?” preguntó Margaret, quitándose un guante de goma para rascarse la cabeza.

“Sólo han pasado un par de días,” le dije. “No hay mucho que suceda en la primera semana.”

“Es la primera semana de la escuela secundaria, sin embargo,” dijo Margaret. “Eso es muy emocionante, ¿no?”

“No realmente,” le dije.

El anticoagulante casi había desaparecido, por lo que Margaret vertió un acondicionador de color azul brillante en la bomba para ayudar a que los vasos sanguíneos estén listos para el formaldehido. Se sentó. “¿Conociste nuevos amigos?”

“Sí,” dije. “Toda una escuela nueva se trasladó a la ciudad durante el verano, por lo que milagrosamente no me tengo que quedar con la misma gente que he conocido desde el jardín de infantes. Y por supuesto, todos querían hacer amistad con el chico raro. Fue muy dulce.”

“No deberías burlarte así de ti mismo,” dijo.

“En realidad, me estaba burlando de ti.”

“Tampoco deberías hacer eso,” dijo Margaret, y me di cuenta por sus ojos de que estaba sonriendo ligeramente. Se volvió a poner de pie para agregar más productos químicos en la bomba. Ahora que las dos primeras sustancias químicas se encontraban recorriendo a través del cuerpo, ella comenzó a mezclar el líquido de embalsamar, una verdadera crema hidratante y un ablandador con agua para evitar la hinchazón de los tejidos, conservantes y germicidas para mantener el cuerpo en buen estado (bueno, tan bien como podría estarlo en este punto), y el tinte para darle un brillo rosado, muy realista. La clave de todo esto, por supuesto, es el formaldehido, un poderoso veneno que mata todo lo que esté en el cuerpo, endurece los músculos, encurte los órganos, y hace todo el “embalsamamiento” real. Margaret añadió una buena dosis de

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formaldehido, seguido por un espeso perfume verde para cubrir el penetrante aroma. El tanque de la bomba era una olla de remolinante pegote de colores brillantes, como la máquina de granizados en una estación de gasolina. Margaret cerró bien la tapa y me hizo salir por la puerta trasera, la ventilación no era lo suficientemente buena como para arriesgarse a estar en la habitación con esa cantidad de formaldehido. Ahora estaba totalmente oscuro afuera, y la ciudad se había puesto casi silenciosa. Me senté en los escalones de atrás, mientras que Margaret se apoyaba contra la pared, mirando a través de la puerta abierta en caso de que algo fuera mal.

“¿Tienes algo de tarea que hacer?” preguntó.

“Tengo que leer las introducciones de la mayoría de mis libros de texto para el fin de semana, lo que, por supuesto, todo el mundo siempre hace, y tengo que escribir un ensayo para mi clase de historia.”

Margaret me miró, tratando de ser indiferente, pero sus labios estaban apretados y empezó a parpadear. Yo sabía por una larga asociación, que esto significaba que algo la estaba molestando.

“¿Te asignaron un tema?” preguntó.

Yo mantuve mi rostro impasible. “Las figuras importantes de la historia americana.”

“Así que. . . ¿George Washington? O tal vez Lincoln.”

“Ya lo escribí.”

“Eso está muy bien,” dijo, no lo decía en serio. Se detuvo un instante más, y luego dejó caer su pretensión. “¿Tengo que adivinar, o vas a decirme sobre cuál de tus sicópatas escribiste?”

“No son 'mis' sicópatas.”

“John. . .”

“Dennis Rader2,” dije, mirando hacia la calle. Lo atraparon hace pocos años, así que pensé que tenía un buen ángulo de 'los acontecimientos actuales'.”

“John, Dennis Rader es el asesino ATM. Es un asesino. Pidieron una figura grandiosa, no un—”

“El profesor pidió una figura importante, no una grandiosa, así que los tipos malos también cuentan,” le dije. “Incluso sugirió a John Wilkes Booth como una de las opciones.”

2 Dennis Rader es un asesino en serie que mató a diez personas entre 1974 y 1991. Era conocido como el asesino BTK o el estrangulador BTK. BTK significaba “Bind, Torture, Kill.” (Ata, Tortura, Mata), que era su infame firma. Fue sentenciado a 10 cadenas perpetuas consecutivas.

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“Hay una gran diferencia entre un asesino político y un asesino en serie.”

“Ya lo sé,” dije yo, volviendo a mirarla. “Es por eso que lo he escrito.”

“Eres un chico muy inteligente,” dijo Margaret, “y lo digo en serio. Eres probablemente el único estudiante que ya ha terminado con el ensayo. Pero no puedes. . . no es normal, John. En verdad esperaba que vencieras esta obsesión con los asesinos.”

“No asesinos,” le dije, “asesinos en serie.”

“Esa es la diferencia entre tú y el resto del mundo, John. Nosotros no vemos la diferencia.” Ella volvió a entrar para empezar a trabajar en la cavidad del cuerpo—succionar toda la bilis y veneno hasta que el cuerpo este purificado y limpio. Quedándome fuera en la oscuridad, miré al cielo y esperé.

No sé qué es lo que estaba esperando.

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2 Traducido por DarkVishous

Corregido por Caroliberta

o nos dieron el cuerpo de Jeb Jolley esa noche, ni siquiera un poco después, y pasé la semana siguiente anticipándolo sin aliento, corriendo a casa de la escuela todas las tardes para ver si había llegado. Me sentía como en Navidad. El forense

estaba manteniendo el cuerpo mucho más tiempo de lo habitual con el fin de realizar una autopsia completa. El Clayton Daily tenía artículos cada día sobre la muerte, finalmente confirmando el martes que la policía sospechaba de asesinato. Su primera impresión era que Jeb había sido asesinado por un animal salvaje, pero al parecer había habido varios indicios que apuntaban a algo más deliberado. La naturaleza de las pistas no estaba, por supuesto, revelada. Era la cosa más sensacional que había ocurrido en el Condado de Clayton en toda mi vida.

El jueves nos devolvieron nuestros ensayos de historia. Recibí puntuación completa, y un “¡interesante elección!” escrito en el margen. El chico con el que me juntaba, Maxwell, perdió dos puntos por extensión y dos más por las ortografía. Él había escrito media página sobre Albert Einstein, y escribió Einstein de diferente manera cada vez.

“No es como si hubiera mucho que decir acerca de Einstein,” dijo Max, cuando nos sentamos en una mesa en el rincón de la cafetería de la escuela. “Él descubrió e=mc2, y las bombas nucleares, y eso es todo. Tengo suerte de haber escrito media página en total.”

No me gustaba Max realmente, que era una de las cosas más socialmente normales sobre mí—a nadie le gustaba realmente Max. Era de baja estatura, del tipo gordo, con gafas e inhalador, y un armario lleno de ropa de segunda mano. Más que eso, él tenía una actitud insolente y rayada, y también hablaba en voz muy alta y con autoridad sobre temas que realmente conocía muy poco. En otras palabras, él se comportaba como los brabucones, pero sin nada de fuerza o carisma que lo respaldara. Todo eso me venía bien, porque tenía la cualidad que más deseaba en una amistad en la escuela—a él le gustaba hablar y le importaba muy poco si le prestaba atención o no. Era parte de mi plan para pasar desapercibido: Solos, éramos un chico raro que hablaba de sí mismo, y un chico raro que nunca hablaba con nadie; justos, éramos dos chicos raros que aparentaban tener una conversación. No era mucho, pero nos hacía parecer un poco más normales. Dos errores hacían un acierto.

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La secundaria Clayton era vieja y se caía a pedazos, como todo lo demás en la ciudad. Los niños se transportaban en autobuses de aquí a todas partes del condado, y supuse que una buena tercera parte de los estudiantes procedían de granjas y pueblos fuera de los límites de la ciudad. Había un par de chicos que no conocía—algunas de las familias más alejadas educaban a sus hijos en casa hasta llegar a la escuela secundaria—pero la mayor parte de los chicos de aquí eran los mismos viejos compañeros con los que había crecido desde el jardín de infancia. Nadie nuevo llegaba nunca a Clayton, ellos sólo pasaban por la interestatal y apenas miraban mientras pasaban. La ciudad yacía y se deterioraba a un lado de la carretera, igual que un animal muerto.

“¿Sobre quién escribiste?” dijo Max.

“¿Qué?” No había estado prestando atención.

“Pregunté sobre quién escribiste en tu ensayo,” dijo Max. “Supongo que de John Wayne.”

“¿Por qué lo haría sobre John Wayne?”

“Porque llevas el mismo nombre.”

Tenía razón, mi nombre es John Wayne Cleaver. El nombre de mi hermana es Lauren Bacall Cleaver. Mi padre era un gran fan de las películas clásicas.

“Ser llamado igual que alguien no quiere decir que ellos sean interesantes,” le dije, todavía mirando a la multitud. “¿Por qué no escribiste tú sobre Maxwell House?”

“¿Es un hombre?” preguntó Max. “Pensé que era una compañía de café.”

“Escribí sobre Dennis Rader,” le dije. “Él era el ATM.”

“¿Qué es ATM?”

“Ata, Tortura, Mata,” le dije. “ATM era cómo Dennis Rader firmaba su nombre en todas las cartas que escribió a los medios de comunicación.”

“Eso es enfermo, hombre,” dijo Max. “¿A cuántas personas mató?” Él obviamente no estaba muy perturbado por ello.

“Tal vez diez,” dije. “La policía no está segura todavía.”

“¿Sólo diez?” dijo Max. “Eso no es nada. Cualquiera podrías matar a más que eso robando un banco. Ese tipo en tu proyecto el año pasado era mucho mejor en ello que eso.”

“No importa cuántos matan,” le dije. “Y no es impresionante, está mal.”

“¿Entonces porqué hablas de ellos todo el tiempo?” preguntó Max.

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“Porque lo malo es interesante.” Estaba sólo parcialmente dedicado a la conversación, sobre todo pensaba en cuán genial sería ver un cuerpo que había sido desarmado después de una autopsia.

“Eres raro, hombre,” dijo Max, dando otro mordisco a su sándwich. “Eso es todo lo que hay que decir. Algún día vas a matar a un montón de gente—probablemente más que diez, porque eres un sobre cumplidor—y luego van a tenerme en la TV preguntándome si lo vi venir, y voy a decir, ‘Diablos sí, ese chico estaba gravemente jodido.’”

“Entonces supongo que tengo que matarte primero,” dije.

“Buen intento,” dijo Max, riéndose y sacando su inhalador. “Soy, como, tu único amigo en este mundo—no me matarías.” Él tomó una bocanada de su inhalador y se lo guardó en el bolsillo. “Además, mi padre estaba en el ejército, y tú eres un delgado emo. Me gustaría ver que lo intentaras.”

“Jeffrey Dahmer,” dije, sólo medio escuchando a Max.

“¿Qué?”

“El proyecto que hice el año pasado era sobre Jeffrey Dahmer,” le dije. “Él era un caníbal que mantenía las cabezas cercenadas en el congelador.”

“Ahora me acuerdo,” dijo Max, sus ojos oscureciéndose. “Tus carteles me dieron pesadillas. Qué pasada.”

“Las pesadillas no son nada,” le dije. “Esos carteles me dieron un terapeuta.”

* * *

Había estado fascinado—traté de no usar la palabra ‘obsesionado’—con los asesinos seriales durante mucho tiempo, pero no fue hasta mi reporte de Jeffrey Dahmer en la última semana de la escuela media, que mi madre y maestros se preocuparon lo suficiente para meterme en terapia. El nombre de mi terapeuta era doctor Ben Neblin, y durante el verano había tenido una cita con él todos los miércoles por la mañana. Hablamos de un montón de cosas—como la ida de mi padre, y lo que un cuerpo muerto parecía, y lo bonito que era el fuego—pero sobre todo hablamos de los asesinos en serie. Él me dijo que no le gustaba el tema, que le hacía sentirse incómodo, pero eso no me detuvo. Mi madre pagaba las sesiones, y yo realmente no tenía nadie más con quien hablar, así que Neblin llegó a oír todo.

Después de la escuela comenzó el otoño, nuestras citas fueron trasladadas al jueves por la tarde, así que cuando terminó mi última clase, cargué mi mochila con demasiados libros y pedaleé las seis manzanas hasta la oficina de Neblin. A mitad de camino,

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doblé por la esquina del viejo teatro y tomé un desvío—la lavandería Wash-n-dry estaba tan sólo dos manzanas más abajo, quería ir al lugar donde fue asesinado Jeb.

La cinta de la policía estaba caída, finalmente, y la lavandería estaba abierta, pero vacía. La pared del fondo sólo tenía una ventana, una pequeña y enrejada, de un amarillo que suponía pertenecía al baño. El terreno estaba casi completamente aislado, el periódico decía que la investigación policial era muy dura—nadie había visto ni oído el ataque, a pesar de que suponían que había sucedido en torno a la diez de la noche, cuando la mayoría de los bares seguían abiertos. Jeb probablemente había estado regresando a su casa de uno cuando murió.

Casi esperaba encontrar alguna figura de tiza sobre el asfalto—una para el cuerpo y otra con los infames montones de tripas más cercanas. En su lugar, toda la zona había sido lavada con una manguera de alta presión, y toda la sangre y la grava enjuagada.

Dejé mi bicicleta contra la pared y lentamente caminé alrededor para ver lo que pudiera mirar, cualquier cosa. El asfalto estaba ensombrecido y fresco. Parte de la pared había sido fregada también, casi hasta el techo, y no fue difícil averiguar donde había estado el cuerpo. Me arrodillé y miré de cerca la tierra, localizando aquí y allá un manchón púrpura en la textura del asfalto, donde la sangre seca se había aferrado y resistido al agua.

Después de un minuto, me encontré con una mancha oscura en el suelo cerca de mí—del tamaño de una mano, algo más negro y espeso que la sangre. Tomé un poco de ella con mi uña y el pedazo de la misma parecía ceniza grasienta, como si alguien hubiera limpiado una barbacoa de carbón. Me limpié el dedo en mis pantalones y me puse en pie.

Era extraño, estar de pie en un lugar donde alguien había muerto. Coches zumbaban lentamente por la calle, silenciados por las paredes y la distancia. Traté de imaginar qué había pasado aquí—de dónde había venido Jeb, a dónde iba, por qué se dirigió a la parte de atrás, y dónde había estado parado cuando el asesino lo atacó. Tal vez había llegado tarde a algo y se apresuró para ahorrar tiempo, o tal vez estaba borracho y tambaleándose peligrosamente, inseguro de dónde estaba. En mi mente, lo vi con la cara roja y sonriente, ajeno de la muerte que lo acechaba.

Imaginé al atacante también, pensando—sólo por un momento—dónde podría esconderme si fuera a matar a alguien aquí. Había sombras en todo el lote, diferentes ángulos de cercas, paredes y suelo. Tal vez el asesino había estado al acecho detrás de un viejo coche, o en cuclillas detrás de un poste telefónico. Me lo imaginaba al acecho en la oscuridad, con ojos calculadores cuando Jeb tropezó, borracho e indefenso.

¿Estaba enojado? ¿Estaba hambriento? Las cambiantes teorías de la policía eran nefastas y tentadoras—¿qué podía atacar tan brutalmente, pero con tanto cuidado, que la evidencia señalaba tanto al hombre como a la bestia? Imaginaba las garras y los

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dientes brillantes rápidamente abriéndose camino a través de la luz de la luna y la carne, enviando altos arcos de sangre en la pared de atrás.

Me detuve un momento más, absorbiendo todo culpablemente. El doctor Neblin se preguntaría por qué llegaba tarde y me castigaría cuando le dijera donde había ido, pero eso no era lo que me molestaba. Al venir aquí, yo estaba cavando los cimientos de algo más grande y más profundo, arañando pequeñas líneas en la pared que no me atrevía a violar. Había un monstruo detrás de esa pared, y la había construido tan fuerte para mantener a raya al monstruo, que ahora se agitaba y se estiraba, inquieto en su sueño. Había un nuevo monstruo en la ciudad, al parecer—¿despertaría esa presencia al que yo mantenía oculto?

Era hora de irse. Volví a mi bicicleta y maniobré las últimas manzanas hacia la oficina de Neblin.

* * *

“Rompí una de mis reglas hoy,” le dije, mirando hacia abajo a través de las persianas de la ventana a las calles debajo de la oficina de doctor Neblin. Los brillantes coches pasaban por delante en un desfile desigual. Podía sentir los ojos de Neblin en la parte posterior de mi cabeza, estudiándome.

“¿Una de tus reglas?” preguntó. Su voz era constante y uniforme. Era una de las personas más tranquilas que yo conocía, pero de nuevo, pasaba la mayor parte de mi tiempo con mi mamá, Margaret y Lauren. Su tranquilidad era una de las razones por las que venía aquí por propia voluntad.

“Tengo reglas,” dije, “para evitar que haga alguna cosa… mala.”

“¿Qué tipo de cosas?”

“¿Qué clase de cosas malas?” le pregunté, “¿O qué tipo de reglas?”

“Me gustaría oír ambas, pero puedes empezar con lo que quieras.”

“Entonces será mejor empezar con las cosas que estoy tratando de evitar,” dije, “las reglas no tendrán ningún sentido para ti si no sabes esas.”

“Eso está bien,” dijo, y me di vuelta para mirarlo de frente. Él era un tipo bajito, calvo, sobre todo en la parte superior y usaba pequeñas gafas redondas con finos marcos de color negro. Siempre llevaba un bloc de papel y, en ocasiones tomaba notas mientras hablábamos. Eso me ponía nervioso, pero él se ofreció a dejarme ver sus notas en cualquier momento que le preguntara. Nunca escribía notas como ‘qué fenómeno’ o ‘este chico está demente’, sólo eran simples notas para ayudarle a recordar de lo que

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hablábamos. Estoy seguro de que tenía un libro de ‘qué fenómeno’ en alguna parte, pero lo mantenía escondido.

Y si no tenía uno todavía, iba a hacer uno después de esto.

“Pienso,” le dije, observando su rostro por una reacción, “que el destino quiere que me convierta en un asesino serial.”

Él levantó una ceja, nada más. Dije que él era tranquilo.

“Bueno,” dijo, “estás obviamente fascinado por ellos—has leído sobre el tema probablemente más que nadie en la ciudad, incluyéndome a mí. ¿Deseas convertirte en un asesino serial?”

“Por supuesto que no,” le dije. “Específicamente quiero evitar convertirme en un asesino serial. Sólo que no sé cuantas oportunidades tenga.”

“Entonces, las cosas que tú quieres evitar hacer son, ¿qué? ¿Matar personas?” Él me miró torcido, una señal de que yo había llegado a conocer que significaba que él estaba bromeando. Siempre decía algo un poco sarcástico, cuando comenzábamos a meternos en cosas realmente pesadas. Pienso que es su manera de enfrentarse a la ansiedad. Cuando le conté sobre el momento en que disequé a una ardilla viva, capa por capa, él salió con tres bromas seguidas y casi rió tontamente. “Si has infringido una regla tan grande,” continuó, “estoy obligado a ir a la policía, sea confidencial o no.”

Aprendí las leyes sobre confidencialidad del paciente en una de nuestras primeras sesiones, cuando hablé por primera vez sobre iniciar un incendio. Si él pensaba que yo había cometido un delito, o que tenía intención de hacerlo, o sí él creía que yo era un peligro legítimo para cualquier persona, la ley le obligaba a informar adecuadamente a las autoridades. También era libre bajo la ley de discutir todo lo que yo dijera con mi madre, teniendo una buena razón o no. Los dos habían tenido un montón de discusiones durante el verano, y ella había hecho de mi vida un infierno a causa de ellas.

“Las cosas que quiero evitar son mucho menores en la escala que matar,” le dije. “Los asesinos en serie por lo general—casi siempre, de hecho—son esclavos de sus propias compulsiones. Matan porque tienen que hacerlo, y no pueden detenerse a sí mismos. No quiero llegar a ese punto, por lo que establecí reglas acerca de las cosas más pequeñas—como la forma en que me gusta ver a las personas, pero no me dejo a mi mismo observar a una persona durante mucho tiempo. Si lo hago, me obligo a ignorar a esa persona durante una semana, y a ni siquiera pensar en ello.”

“Así que hay reglas para detenerte de las pequeñas conductas de asesinos seriales,” dijo Neblin, “con el fin de mantenerte lo más lejos de las grandes cosas como sea posible.”

“Exactamente.”

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“Creo que es interesante,” dijo, “que usaras la palabra ‘compulsiones’. Eso como que elimina el tema de la responsabilidad.”

“Pero estoy asumiendo la responsabilidad,” le dije. “Estoy tratando de detenerlo.”

“Lo haces,” dijo, “y eso es admirable, pero comenzaste toda esta conversación diciendo que el ‘destino’ quiere que seas un asesino en serie. Si dices que es tu destino convertirte en asesino serial, entonces, ¿no estás realmente esquivando la responsabilidad pasándole la culpa al destino?”

“Digo ‘destino’,” me expliqué, “porque esto va mucho más allá de algunas peculiaridades de simples comportamientos. Hay algunos aspectos de mi vida que no puedo controlar, y sólo pueden explicarse por el destino.”

“¿Por ejemplo?”

“Me llamo igual que un asesino serial,” le dije. “John Wayne Gacy, mató a treinta y tres personas en Chicago, y enterró a la mayoría de ellos en el espacio que había debajo de su casa.”

“Tus padres no te nombraron por John Wayne Gacy,” dijo Neblin. “Lo creas o no, le pregunté especialmente a tu madre acerca de ello.”

“¿En serio?”

“Soy más inteligente de lo que parezco,” dijo. “Pero tienes que recordar que un eslabón de coincidencia con un asesino serial no es un destino.”

“El nombre de mi padre es Sam,” dije. “Eso me hace el Hijo de Sam, un asesino serial en Nueva York, quien contó que su perro le decía que matara.”

“Así que tienes vínculos coincidentes con dos asesinos seriales,” dijo. “Eso es un poco extraño, lo admito, pero todavía no estoy viendo un conspiración cósmica en tu contra.”

“Mi apellido es ‘Cleaver’” le dije, “¿Cuántas personas conoces que se llamen como dos asesinos en serie y un arma homicida?”

El doctor Neblin se removió en su silla, dando golpecitos con el bolígrafo en contra de su papel. Esto, lo sabía, significaba que estaba tratando de pensar. “John,” dijo después de un momento, “me gustaría saber qué tipos de cosas te asustan, en concreto, así que vamos mirar hacia atrás y ver lo que dijiste antes. ¿Cuáles son las reglas?”

“Te dije sobre lo de observar a la gente,” dije, “Esa es una grande. Me encanta ver a la gente, pero sé que si veo a una persona por mucho tiempo, voy a empezar en estar demasiado interesado en ellos—voy a querer seguirlos, ver a dónde van, con quién hablan, y encontrar qué los motiva. Hace unos años, me di cuenta de que en realidad estaba acechando a una chica en la escuela—literalmente la seguía a todas partes. Ese

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tipo de cosas pueden ir demasiado lejos en un apuro, así que hice una regla: Si veo a una persona por mucho tiempo, entonces la ignoro durante toda una semana.”

Neblin asintió con la cabeza, pero no interrumpió. Estaba contento de que no me preguntara el nombre de la chica, ya que incluso hablar de ella de esa manera se sentía como si rompiera mi regla de nuevo.

“Luego tengo una regla acerca de los animales,” le dije. “¿Te acuerdas de lo que hice con la ardilla?”

Neblin sonrió nerviosamente. “La ardilla seguramente ya no.” Sus bromas nerviosas se estaban volviendo más patéticas.

“Esa no fue la única vez,” dije. “Mi padre solía poner trampas en el jardín para ardillas y topos, y esas cosas, y mi trabajo, todas las mañanas, era comprobar y golpear cualquier cosa que no estuviera muerta con una pala. Cuando tenía siete años empecé a abrirlas, para ver qué aspecto tenían en su interior, pero después comencé a estudiar a los asesinos seriales y dejé de hacerlo. ¿Has oído hablar de la tríada MacDonald?”

“Tres rangos compartidos por un noventa y cinco por ciento de los asesinos en serie,” dijo el doctor Neblin. “Mojar la cama, piromanía, y crueldad hacia los animales. Tú sí, admito, tienes las tres cosas.”

“Lo descubrí cuando tenía ocho años,” le dije. “Lo que realmente me afectó no fue el hecho de que la crueldad hacia los animales podía predecir un comportamiento violento—era que hasta que leí sobre ello, nunca pensé que fuera malo. Estaba matando animales y destrozándolos, y yo tenía la reacción emocional de un chico jugando con Legos. Es como si ellos no fueran reales para mí—no eran más que sólo juguetes con los que jugar. Cosas.”

“Si no sentías que estuviera mal,” preguntó el doctor Neblin, “¿Por qué te detuviste?”

“Porque es entonces cuando me di cuenta de que yo era diferente de otras personas,” le dije. “Allí había algo que hacía todo el tiempo, y no le daba importancia, y resulta que el resto del mundo piensa que es totalmente reprensible. Fue entonces cuando supe que tenía que cambiar, así que empecé a hacer las reglas. La primera era: No te metas con los animales.”

“¿No matarlos?”

“No hacer nada con ellos,” respondí. “No tendré una mascota, no voy a acariciar a un perro en la calle, y ni siquiera me gusta ir a la casa donde alguien tiene un animal. Debo evitar cualquier situación que pueda llevarme de nuevo a hacer algo que sé que no debo hacer.”

Neblin me miró por un momento. “¿Algunas otras?” preguntó.

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“Si alguna vez siento que quiero lastimar a alguien,” dije, “les doy un cumplido. Si alguien realmente me molesta, hasta que los odio tanto que empiezo a imaginarme a mí mismo matándolo, digo algo agradable y le doy una gran sonrisa. Me obliga a pensar en cosas agradables, en lugar de malas, y por lo general hace que desaparezcan.”

Neblin pensó un momento antes de hablar. “Es por eso que lees mucho sobre asesinos en serie,” dijo. “No sientes el bien y el mal de la manera que otras personas lo hacen, por lo que leyendo sobre ellos encuentras qué es lo que supones que debes evitar.”

Asentí. “Y por supuesto, ayuda que sean muy geniales para leer sobre ello.”

Él hizo unas notas en su libreta.

“Así que, ¿qué regla rompiste hoy?”

“Fui al lugar donde encontraron el cuerpo de Jeb Jolley,” dije.

“Me preguntaba por qué no lo habías mencionado todavía,” comentó. “¿Tienes alguna regla que te mantenga alejado de las escenas de crímenes violentos?”

“No específicamente,” le dije. “Es por eso que era capaz de justificarme ante mí mismo. Realmente no estaba infringiendo una regla específica, aunque estaba rompiendo el espíritu de ellas.”

“¿Y por qué fuiste?”

“Porque alguien fue asesinado allí,” dije. “Yo. . . tenía que verlo.”

“¿Eras un esclavo de tu compulsión?” preguntó.

“Se supone que no debes voltearlo hacia mí.”

“En cierto modo, sí,” dijo Neblin. “Soy un terapeuta.”

“Veo cadáveres todo el tiempo en la funeraria,” dije, “y creo que eso está bien—mamá y Margaret han trabajado allí durante años, y no son asesinas en serie. Así que veo un montón de gente viva, y veo un montón de gente muerta, pero nunca he visto a una persona viva volverse una persona muerta. Soy. . . curioso.”

“Y la escena del crimen es lo más cercano que puedes conseguir sin cometer un delito por ti mismo.”

“Sí,” dije.

“Escucha, John,” dijo Neblin, inclinándose hacia adelante. “Tienes un montón de factores predictivos de comportamiento de asesinos seriales, lo sé—de hecho, creo que hay más factores predictivos de los que he visto nunca en una sola persona. Pero debes recordar que las predicciones son sólo eso—predicen lo que puede suceder, no profetizan lo que va suceder. Noventa y cinco por ciento de los asesinos en serie orinan

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la cama, y prenden fuego y lastiman animales, pero eso no quiere decir que el noventa y cinco por ciento de los niños que hacen esas cosas se convertirán en asesinos en serie. Estás siempre en control de tu propio destino, y siempre eres tú el que toma tus propias decisiones—nadie más. El hecho de que tengas esas reglas, y que las sigas con tanto cuidado, dice mucho de ti y de tu carácter. Eres una buena persona, John.”

“Soy una buena persona,” dije, “porque sé lo que las buenas personas se suponen que hacen y las copio.”

“Si eres tan cuidadoso como dices que eres,” dijo Neblin, “nadie nunca sabrá la diferencia.”

“Pero si no soy lo suficientemente cuidadoso,” le dije, mirando por la ventana, “¿quién sabe lo que podría pasar?”

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3 Traducido por Nanao-chan

Corregido por anvi15

amá y yo vivíamos en un apartamento de un solo piso sobre la funeraria; las ventanas de nuestro salón tenían vista a la entrada principal, y nuestra única puerta conducía hacia una serie de escalones muy juntos hacia el camino de

entrada lateral. La gente siempre pensaba que era escalofriante vivir sobre una funeraria, pero realmente era como vivir en cualquier otra casa. Seguro, teníamos cadáveres en el sótano, pero también teníamos una capilla, así que se compensaba. ¿No?

Para la noche del sábado aún no teníamos el cuerpo de Jeb. Mamá y yo nos comimos la cena en silencio, dejando que la pizza compartida y el ruido de la TV sustituyeran a la compañía y la conversación de una relación real. Teníamos puestos Los Simpsons, pero realmente no los estaba viendo—yo quería ese cuerpo. Si la policía lo retenía mucho más tiempo, no seríamos capaces ni siquiera de embalsamarlo, simplemente lo meteríamos en una bolsa y lo mantendríamos en un funeral con el ataúd cerrado.

Mamá y yo siempre estábamos en desacuerdo sobre qué pizza pedir, así que hacíamos que el lugar donde las encargábamos las partiera por la mitad por nosotros: mi mitad con salchicha y champiñones, y su mitad con pepperoni. Incluso Los Simpsons eran algo negociado—los ponían después de las noticias, y desde que cambiar de canal significaba un riesgo de pelea, simplemente dejábamos el siguiente programa.

Durante el primer corte comercial, mamá puso su mano sobre el mando a distancia, lo cual normalmente significaba que iba a silenciar la televisión y hablar sobre algo, lo que usualmente significaba que íbamos a meternos en alguna discusión. Descansó su dedo en el botón de silenciar la televisión y esperó, sin presionarlo. Si ella dudaba todo este tiempo, de lo que quería hablar era probablemente muy malo. Tras un momento retiró la mano, cogió otro trozo de pizza y le dio un mordisco.

Nos sentamos tensamente durante la siguiente parte del programa, sabiendo lo que estaba por venir y planeando nuestros movimientos. Pensé en levantarme e irme, escapando antes del siguiente corte comercial, pero eso sólo la contrariaría. Mastiqué despacio, mirando atontadamente como Homero saltaba y chillaba y corría por toda la pantalla.

M

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Otro anuncio vino, y la mano de Mamá se cernió sobre el mando a distancia de nuevo—sólo brevemente esta vez—antes de pulsar el botón de silenciado. Masticó, tragó y habló.

“Hablé con el doctor Neblin hoy,” dijo ella.

Pensé que eso debería tener algo que ver con esto.

“Él dijo que. . . bueno, dijo algunas cosas muy interesantes, John.” Ella mantuvo sus ojos en la televisión, en la pared, en el techo. En todas partes menos en mí “¿Tienes algo que decir por tu parte?”

“¿Gracias por mandarme a un terapeuta, y siento que realmente lo necesite?”

“No seas insolente, John. Tenemos un largo camino por delante y me gustaría pasar lo más que podamos antes de que nos volvamos insolentes.”

Tomé una profunda inspiración, mirando la televisión. Los Simpsons habían vuelto, no menos loco con el sonido apagado. “¿Qué dijo?”

“Me dijo que tú. . .” Me miró. Tenía unos cuarenta años, lo que ella afirmaba era bastante joven, pero en una noche como ésta, discutiendo en la enfermiza luz de la televisión, con el pelo negro echado hacia atrás, los ojos verdes bordeados de preocupación, lucía golpeada y superada. “Él me dijo que tú pensabas que ibas a matar a alguien.” Ella no debería haberme mirado. No podía decir algo así y mirarme al mismo tiempo sin que ninguna emoción emergiera a la superficie. Lo observé por el sonrojo de su cara y el ácido en su mirada.

“Eso es interesante,” dije, “sobre todo porque no es lo que le dije. ¿Estás segura de que esas fueron las palabras que él usó?”

“Las palabras no son la cuestión aquí,” respondió ella. “Esto no es una broma, John, esto es algo serio. El...no sé. ¿Así es cómo va a terminar todo para nosotros? Eres todo lo que me queda, John.”

“Las verdaderas palabras que usé,” dije, “fueron que seguía estrictas reglas para asegurarme de que no hacía nada malo. Parece que estarías bastante feliz sobre eso, pero por el contrario me estás gritando. Por esto necesito terapia.”

“‘Feliz’ no es un hijo que tiene que seguir reglas para mantenerse sin matar a nadie,” explotó ella. “‘Feliz’ no es un psicólogo diciéndome que mi hijo es un sociópata3. ‘Feliz’ es—”

“¿Él dijo que era un sociópata?” Eso era genial. Siempre lo había sospechado, pero era agradable tener un diagnóstico oficial.

3 Sociópata: es una patología de índole psíquico que deriva en que las personas que la padecen pierden la noción de la importancia de las normas sociales, como son las leyes y los derechos individuales.

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“Trastorno de personalidad antisocial,” dijo ella, alzando la voz. “Lo busqué. Es una psicosis.” Desvió la mirada. “Mi hijo es un psicótico.”

“El TPA está principalmente definido como una falta de empatía,” dije. También lo busqué hace un par de meses. La empatía es lo que permite a la gente interpretar emociones, del mismo modo que los oídos interpretan el sonido; sin ella te vuelves emocionalmente muerto. “Eso significa que no conecto emocionalmente con otras personas. Me preguntaba si él se iba a dar cuenta de eso.”

“¿Cómo sabes eso?” preguntó. “Tienes quince años, por el amor de dios, deberías estar. . . no sé, persiguiendo chicas o jugando a videojuegos.”

“¿Estás diciéndole a un sociópata que persiga chicas?”

“Te estoy diciendo que no seas un sociópata,” contestó ella. “Sólo porque estés abatido todo el tiempo no significa que tengas un desorden mental—significa que eres un adolescente, tal vez, pero no un sicópata. La cuestión es, John, no puedes simplemente tener las notas de un doctor para sacarte de la vida. Vives en el mismo mundo que el resto de nosotros, y tienes que lidiar con eso del mismo modo que el resto de nosotros.”

Tenía razón, podía ver muchos beneficios de ser oficialmente un sociópata. Ningún molesto proyecto de grupo en la escuela, por poner un ejemplo.

“Pienso que esto es todo por mi culpa,” dijo ella. “Te llevé dentro de la funeraria cuando sólo eras un niño, y te confundí de por vida. ¿En qué estaba pensando?”

“No es por la funeraria,” dije. Se me erizaron los pelos ante la sola mención—ella no podría quitarme eso. “¿Margaret y tú han trabajado allí durante cuando tiempo? Y no han matado a nadie hasta ahora.”

“Tampoco somos sicópatas.”

“Entonces estás cambiando tu historia,” dije. “Acabas de decir que la funeraria me confundió, ¿y ahora dices que me confundió porque ya estaba confundido? Si vas a ser así, entonces no puedo ganar sin importar lo que haga, ¿verdad?”

“Hay muchas cosas que puedes hacer, John, y tú lo sabes. Deja de escribir en tus ensayos sobre asesinos en serie, para empezar—Margaret me ha dicho que lo hiciste de nuevo.”

Margaret, sucia soplona “Tuve puntos positivos en ese trabajo,” dije. “La profesora lo adoró.”

“Ser realmente bueno en algo que no deberías estar haciendo no lo hace mejor de ninguna manera,” dijo mamá.

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“Es clase de historia,” dije, “y los asesinos en serie son parte de la historia. Como también lo son las guerras, el racismo y el genocidio. Supongo que olvidé firmar para la clase de historia de “sólo cositas buenas,” lo siento por ello.”

“Sólo desearía saber el por qué.”

“¿Por qué, qué?”

“Por qué estás tan obsesionado con los asesinos en serie.”

“Todo el mundo tiene que tener un hobby,” dije.

“John, no te atrevas ni siquiera a bromear sobre esto.”

“¿Sabes quién es John Wayne Gacy?” pregunté.

“Lo sé,” dijo ella, lanzando hacia arriba sus manos, “gracias al doctor Neblin. Desearía haberte llamado de otra manera.”

“John Wayne Gacy fue el primer asesino en serie sobre el que aprendí,” dije. “Cuando tenía ocho años, vi mi nombre en una revista junto a la foto de un payaso.”

“Te he pedido hace sólo diez segundos que pararas con esta obsesión sobre asesinos en serie,” dijo ella. “¿Por qué estamos hablando sobre esto?”

“Porque querías saber el por qué,” dije, “y estoy intentando decírtelo. Vi aquella foto y pensé que tal vez era una película de payasos con el actor John Wayne—papá solía mostrarme sus películas de vaqueros todo el tiempo. Resultó ser que John Wayne Gacy era un asesino serial que se vestía de payaso en las fiestas del vecindario.”

“No entiendo a dónde quieres llegar con esto,” dijo mamá.

No sabía cómo explicar lo que quería decir; la sociopatía no era simplemente estar emocionalmente sordo, sino también era estar mudo emocionalmente. Me sentí como los personajes en nuestra TV silenciada, agitando las manos y gritando y nunca diciendo una palabra en voz alta. Era como si mamá y yo hablásemos lenguajes completamente diferentes y la comunicación era imposible.

“Piensa en una película de vaqueros,” dije, agarrándome el pelo. “Son todas iguales—un vaquero con sombrero blanco cabalga disparando a vaqueros con sombrero negro. Sabes quién es bueno, quién es malo, y sabes exactamente lo que va a ocurrir.”

“¿Y?”

“Así que cuando un vaquero mata a alguien ni siquiera pestañeas, porque pasa todos los días. Pero cuando un payaso mata a alguien, eso es nuevo—es algo que nunca viste antes. Aquí está alguien que pensaste que era bueno, y él está haciendo algo tan terrible que las emociones normales humanas ni siquiera pueden lidiar con ello—y entonces vuelve a cambiar y hace algo bueno de nuevo. Eso es fascinante, mamá. No es raro estar obsesionado con esto, lo raro es no estarlo.”

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Mamá me miró fijamente por un segundo.

“Así que, ¿los asesinos en serie son una especie de héroes de película?” preguntó.

“Eso no es para nada lo que estoy diciendo,” dije. “Están enfermos y desviados, y han hecho cosas terribles. Simplemente no pienso que es automáticamente enfermo y desviado querer aprender más sobre ellos.”

“Hay una gran diferencia entre querer aprender más sobre ellos y pensar que tú vas a volverte uno de ellos,” dijo mamá. “Ahora, no te estoy culpando—no soy la mejor madre, y Dios sabe que tu padre era incluso peor. El doctor Neblin dijo que haces reglas para ti mismo, para mantenerte alejado de malas influencias.”

“Sí,” dije. Finalmente ella estaba empezando a escuchar—a ver las cosas buenas en vez de las malas.

“Quiero ayudar,” dijo, “así que aquí va una nueva regla: no ayudarás más en la funeraria.”

“¡Qué!”

“No es un buen lugar para los niños,” dijo ella, “y no debería haberte dejado nunca ayudar en la habitación trasera en primer lugar.”

“Pero yo—” ¿Pero qué? ¿Qué podía decir que no la asustara más de lo que estaba? ¿Necesito la funeraria porque me conecta con la muerte de una forma segura? ¿Necesito la funeraria porque necesito ver los cuerpos abiertos como flores y que hablen conmigo y me digan lo que saben? Ella me echaría a patadas de casa completamente.

Antes de que pudiera decir nada más, el teléfono móvil de Mamá sonó su enlatada rendición de la obertura de William Tell que Mamá había asignado como tono de llamada para la oficina del forense—una llamada al deber. Sólo había una cosa por la que el forense podría estar llamando a las diez y media una noche de sábado, y ambos lo sabíamos. Suspiró y escarbó en el bolso para coger el teléfono.

“Hola Ron,” dijo ella. Pausa. “No, está bien, estábamos terminando de todas formas.” Pausa. “Sí, lo sabemos. Lo estábamos esperando.” Pausa. “Estaré abajo en un minuto, así que cuando sea que puedas venir está bien. En serio, no te preocupes por eso—ambos sabíamos el horario cuando firmé el contrato.” Pausa. “Tú también. Hablaré contigo más tarde.”

Colgó el teléfono con un suspiro.

“Supongo que sabes de lo que se trataba,” dijo ella.

“La policía terminó con los restos de Jeb.”

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“Lo traerán en quince minutos,” dijo ella. “Necesito ir abajo. Yo. . . necesitamos terminar esta discusión más tarde. Lo siento John, por todo. Ésta tenía que haber sido una agradable cena familiar.”

Volví a mirar la televisión. Homero estaba estrangulando a Bart.

“Quiero ayudarte,” dije. “Son más de las diez, estarás allí toda la noche si lo intentas hacer sola.”

“Margaret ayudará,” dijo ella.

“Y eso te llevará cinco horas en vez de ocho—aún es demasiado tiempo. Si ayudo habremos terminado en tres horas.” Mantuve mi voz calmada y estable; no podía dejar que me quitara todo, pero no me atrevía a dejarla saber cuán importante era para mí.

“El cuerpo está en condiciones penosas, John. Está partido en pedazos. Va a llevar mucho tiempo juntarlo de nuevo, y va a ser muy perturbador y tú eres clínicamente un sicópata.”

“Ouch, mamá.”

Levantó su bolso. “O te molesta, en cuyo caso no debes ir, o no te molesta, en cuyo caso deberías haber dejado de ir hace mucho tiempo.”

“¿Realmente quieres dejarme aquí solo?”

“Encontrarás algo constructivo que hacer,” dijo ella.

“Vamos a juntar las piezas de un cuerpo,” dije, “¿qué es más constructivo que eso?” Hice una mueca al instante, el humor negro no ayudaría a mi caso para nada. Había sido un reflejo, cortando la tensión con un chiste de la forma en la que el doctor Neblin lo hacía.

“Y no me gusta la forma en la que bromeas sobre la muerte,” dijo ella. “Los funerarios están rodeados de muerte—la respiramos cada minuto de cada día. Ese contacto puede hacer que le pierdas el respeto. Lo he visto por mí misma, y me molesta. Si la muerte no te fuese tan familiar, serías un poco mejor.”

“Estoy bien, mamá,” dije. ¿Qué podía hacer para convencerla? “Sabes que necesitas la ayuda, y sabes que no quieres dejarme solo.” Incluso si no tenía empatía, mamá sí la tenía, y eso significaba que podría usarla contra ella. Donde la lógica fallaba, la culpa podría salvar el día.

Suspiró y cerró sus ojos, estrujándolos contra alguna imagen mental que sólo podía imaginarme. “Bien. Pero terminemos esta pizza antes.”

* * *

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Mi hermana Lauren se fue de casa hace seis años, dos años después de que papá lo hiciera. Tenía sólo diecisiete años, y sólo Dios sabía en qué estaría metida cuando se fue. La casa tenía muchos menos gritos ahora, lo que era agradable, pero los gritos que quedaban estaban normalmente enfocados en mí. Más o menos hace seis meses, Lauren volvió a Clayton, haciendo autoestop desde no se sabe dónde, y contritamente le pidió a mi madre un trabajo. Ellas se hablaban, y nunca nos visitó o nos invitó a visitar su apartamento, pero trabajaba como la recepcionista de la funeraria y se llevaba lo suficientemente bien con Margaret.

Todos nos llevábamos lo suficientemente bien con Margaret. Era la goma de aislamiento que mantenía a nuestra familia alejada de los chispazos y cortocircuitos.

Mamá llamó a Margaret mientras terminábamos nuestra pizza, y aparentemente Margaret llamó a Lauren porque estaban ambas allí cuando por fin bajamos a la funeraria—Margaret en su sudadera y Lauren arreglada para un sábado en la noche en la ciudad. Me preguntaba si habíamos interrumpido algo en particular.

“Hey, John,” dijo Lauren, viéndose salvajemente fuera de lugar detrás del elegante escritorio en la oficina principal. Vestía una chaqueta de brillante vinilo negro sobre un top rojo brillante, y su pelo había sido recogido hacia arriba en un moño en estilo ochentero sobre su cabeza. Tal vez era una noche temática en el club.

“Hey, Lauren,” respondí.

“¿Esos son los papeles?” preguntó mamá, mirando a Lauren por encima de mi hombro.

“Casi termino,” dijo Lauren, y mamá fue hacia la parte trasera.

“¿Ya está aquí?” pregunté.

“Lo acaban de dejar,” dijo ella, escaneando los fajos de papeles una vez más. “Margaret lo tiene en la parte trasera.”

Me giré para ir.

“¿Sobrevives?” preguntó. Estaba ansioso por ver el cuerpo, pero me volví hacia ella.

“Lo suficiente. ¿Y tú?”

“Yo no soy la que vive con mamá,” dijo ella. Permanecimos por un largo momento en silencio. “¿Has oído algo sobre papá?”

“No desde mayo,” dije. “¿Y tú?”

“No desde Navidad.” Silencio. “Los primeros dos años él me mandó un regalo por San Valentín en Febrero.”

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“¿Él sabía dónde estabas?”

“Le pedí dinero algunas veces.” Dejó en la mesa su bolígrafo y se levantó. Su falda combinaba con la chaqueta, brillante vinilo negro.

Mamá la odiaría, por eso probablemente Lauren la trajo. Agarró los papeles en un montón uniforme y caminamos a la habitación trasera.

Mamá y Margaret ya estaban allí, parloteando despreocupadamente con Ron, el forense. Una bolsa para cuerpos pálida y azul llenaba la mesa de embalsamamiento, y eso era todo lo que podía hacer para no correr y abrirla. Lauren le acercó los papeles a mamá, quien les echó un rápido vistazo antes de firmar unas cuantas hojas y darle todo el paquete a Ron.

“Gracias, Ron. Que tengas una buena noche.”

“Siento dejarte esto a estas horas de la noche,” dijo él, hablando con mamá pero mirando a Lauren. Él era alto, con el pelo negro muy arreglado y echado hacia atrás.

“No es problema,” dijo mamá. Ron cogió los papeles y dejó la habitación trasera.

“He terminado con lo que necesitaban de mí,” dijo Lauren, sonriendo a Margaret y a mí y asintiendo educadamente a mamá. “Diviértanse.” Caminó de vuelta a la oficina principal, y un momento después escuché la puerta delantera abriéndose y cerrándose con llave.

El suspenso me estaba matando, pero no me atreví a decir nada. Mamá estaba tolerando apenas mi presencia allí, y sobreexcitarse ahora haría probablemente que me echara a patadas.

Mamá miró a Margaret. Dándose tiempo para prepararse, parecían tan diferentes la una de la otra, pero en una situación como esta—en ropa de trabajo gris y sin maquillaje—apenas las distinguía. “Hagámoslo.”

Margaret encendió el ventilador. “Espero que este cacharro no se agote esta noche.”

Nos pusimos los delantales y nos lavamos las manos, y mamá abrió la cremallera de la bolsa. Mientras que apenas habían manoseado a la señora Anderson, Jeb Jolley había sido lavado y recogido tantas veces por Ron y por los forenses estatales que olía casi por entero a desinfectante. El hedor de la descomposición se filtraba más despacio mientras rodábamos el cuerpo fuera de la bolsa y lo colocábamos en la mesa. Tenía una enorme incisión con forma de “Y” desde los hombros hasta más abajo del centro de su pecho; en muchas autopsias esta línea hubiese continuado hasta la ingle, pero aquí había degenerado hasta debajo de las costillas en una accidentada red de cortes y desgarrones sobre la mayor parte de la sección central. Los bordes habían sido arrugados y parcialmente cosidos, aunque algunas secciones de piel se perdían. Las

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esquinas de una bolsa de plástico se dejaban ver a través de los agujeros de su abdomen.

Inmediatamente pensé en Jack el Destripador, uno de los primeros asesinos en serie recordados. Él destrozaba a sus víctimas tan viciosamente que la mayoría eran apenas reconocibles.

¿Había sido Jeb Jolley atacado por un asesino en serie? Era realmente posible, ¿pero de qué tipo? El FBI dividía a los asesinos en serie en dos categorías: organizados y desorganizados. Un asesino organizado fue Ted Bundy—suave, encantador e inteligente que planeaba sus crímenes y cubría las pistas tan bien como podía más tarde. Un asesino desorganizado era como el Hijo de Sam, que luchaba por controlar sus demonios internos y mataba precipitada y brutalmente cada vez que esos demonios se liberaban. Se llamaba a sí mismo el Señor Monstruo. ¿Qué tipo de asesino había matado a Jeb, el sofisticado o el monstruo?

Suspiré y me obligué a descartar el pensamiento. Esta no era la primera vez que había estado ansioso por encontrar un asesino en serie en mi ciudad natal. Necesitaba regresar con mi mente al cadáver en sí mismo, y apreciarlo por lo que era y no por lo que quería que fuese.

Margaret abrió el abdomen del cadáver, revelando una gran bolsa de plástico que contenía algunos de sus órganos internos. Estos eran habitualmente quitados durante la autopsia, de todas formas, aunque por supuesto en el caso de Jeb habían sido quitados o se los habían quitado un poco antes de su muerte. Incluso si habían sido quitados, aún teníamos que embalsamarlos—no podíamos tirar una parte de la gente a la que amabas porque no queríamos tratar con ello, y no estábamos equipados con una incineradora. Margaret dejó la bolsa en un carrito y lo llevó hacia la pared para trabajar en los órganos; estarían llenos de bilis y otros fluidos, cosas que el líquido de embalsamar no puede combatir, así que tenían que ser succionado. En un embalsamamiento normal, esto era hecho después de echar el formaldehido, pero lo agradable de un cuerpo de autopsia era que podías hacer el embalsamamiento y el trabajo de órganos al mismo tiempo. Mamá y Margaret habían estado haciendo esto juntas durante tantos años que se movían suavemente, sin necesidad de hablar.

“Ayúdame, John,” dijo mamá, alcanzando el desinfectante—ella era mucho más que perfeccionista como para no lavar un cuerpo antes de embalsamarlo, incluso uno tan limpio como éste. La cavidad del cuerpo era grande y estaba vacía, aunque el corazón y los pulmones estaban casi intactos, y la sección media de Jeb parecía un globo desinflado y sangriento. Mamá lo lavó y lo cubrió con un tejido.

Un pensamiento vino sin consentimiento a mi mente—los órganos habían sido apilados en la escena del crimen. Muy pocos asesinos se quedaban con los cuerpos tras el acto, pero los asesinos en serie lo hacían. Algunas veces los posicionaban, los

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desfiguraban o jugaban como si fueran muñecas. A esto se le llamaba ritualizar la matanza, y era bastante parecido a lo que le había pasado a los órganos de Jeb.

Tal vez sí había sido un asesino serial. Meneé mi cabeza para limpiarla de estos pensamientos, y sujeté el cuerpo mientras mamá le echaba el spray con Dis-spray.

Jeb no había sido un hombre pequeño, y sus miembros estaban incluso más rellenitos ahora que habían sido llenados con fluido estancado. Presioné mi dedo contra su pie y la huella se quedó durante unos pocos segundos antes de que volviese a su forma original. Era como darle golpecitos a un malvavisco.

“Deja de jugar,” dijo mamá. Lavamos el cuerpo, y entonces retiramos el tejido de su cavidad torácica. Sus entrañas estaban ribeteadas de grasa. Aún había lo suficiente de su sistema circulatorio en su sitio para usar la bomba, pero hacerlo mucho abriría las heridas y el goteo haría que la bomba perdiera fluido y presión. Teníamos que cerrar todo eso.

“Pásame el hilo,” dijo mamá. “Más o menos de diecisiete centímetros.” Me quité los guantes de plástico, los tiré a la papelera, y comencé a cortar la longitud de hilo. Ella trasteó en la cavidad e investigó algunas arterias mayores en mal estado, y en cada ocasión en la que encontraba una yo le daba un trozo de hilo para atarlo. Mientras trabajábamos, Margaret encendió el aspirador y comenzó a succionar todo los residuos dentro de los órganos, uno por uno, usaba una herramienta llamada trocar, que era básicamente una boquilla de aspirador con una cuchilla en el extremo. Lo pinchó en un órgano, succionó todo el residuo, entonces se mudó a otro órgano.

Mamá dejó una vena y una arteria abierta en la cavidad torácica y comenzó a conectarlas a la bomba y al tubo de drenaje; no había necesidad de abrir los hombros cuando el asesino ya había abierto el pecho por nosotros. El primer agente químico en la bomba era un coagulante, que viajaba despacio por el cuerpo y ayudaba a cerrar los agujeros demasiado pequeños para coser a mano. Algunos de ellos comenzaron a gotear en el torso vacío, pero este goteo paró tan pronto como el coagulante hizo contacto con el aire, espesándose y cosiendo el cuerpo. Solía preocuparme que también pudiese obturar el tubo de salida, pero la entrada era lo suficientemente larga como para que no sea posible.

Mientras esperábamos, estudié los cortes en el abdomen del cadáver. Eran probablemente hechos por animales, y un área de su lado izquierdo tenía lo que parecía como una marca de garras—cuatro cortes andrajosos, más o menos dos centímetros de ancho, que se extendían más o menos a unos treinta centímetros del ombligo. Este era el trabajo del demonio, por supuesto, aunque nosotros no sabíamos eso todavía. ¿Cómo podríamos? En ese entonces, ninguno de nosotros ni siquiera sospechaba que los demonios eran reales. Puse mi propia mano sobre las marcas y me pregunté si lo que fuera que las había hecho tenía una mano mucho más grande que la

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mía. Mamá me frunció el ceño, y estaba a punto de decir algo cuando Margaret refunfuñó enojadamente.

“¡Mierda, Ron!” gritó ella. No tenía mucho respeto por el forense. La ignoré y volví a mirar las marcas de garras.

“¿Qué sucede?” preguntó mamá, andando hacia ella.

“Nos falta un riñón,” dijo Margaret, atrayendo mi atención inmediatamente. Los asesinos en serie a veces se quedaban con recuerdos de sus asesinatos, y las partes corporales eran una de las opciones más habituales. “He buscado en la bolsa dos veces,” dijo Margaret, “pensarías que Ron se las arreglaría para mandarnos todos los órganos, por el amor de Dios.”

“Tal vez no había uno para mandar,” dije. Ellas me miraron, e intenté parecer despreocupado. “Tal vez quienquiera que lo matara se lo llevó.”

Mamá frunció el ceño. “Eso es. . .”

“Totalmente posible,” dije interrumpiéndola. ¿Cómo podía explicar esto sin decir asesinos seriales’? “Vistes el tamaño de esa marca de garra, mamá—si eso fuese un animal dejándose llevar por sus instintos, no es tan descabellado pensar que comió algo mientras estuvo allí.” Tenía sentido, pero sabía que no había sido ningún animal. Algunos de los cortes eran demasiado precisos, y por supuesto estaban los ordenados montones de entrañas. ¿Tal vez era un asesino en serie que cazaba con un perro?

“Comprobaré los documentos,” dijo mamá, quitándose los guantes y tirándolos en la papelera mientras iba a la parte delantera. Margaret buscó en la bolsa una vez más, pero meneó la cabeza; el riñón no estaba ahí. Casi no podía contener mi excitación.

Mamá regresó con una copia de los papeles que Lauren le había dado al forense. “Está mencionado aquí en la sección de comentarios: ‘Riñón izquierdo perdido.’ Esto no nos dice que estén reteniéndolo como evidencia y haciéndole pruebas, simplemente está perdido. Tal vez se lo habían quitado antes o algo así.”

Margaret sacó el riñón restante, señalando al roto conducto que llevaría al riñón perdido. “Esto es un corte reciente,” dijo. “No hay cicatrización ni nada similar.”

“Pensarías que Lauren podría haberlo mencionado,” dijo mamá airadamente, dejando los papeles y poniéndose otro par de guantes de plástico de la caja. “Voy a tener una charla con ella.”

Mamá y Margaret volvieron al trabajo, pero yo me quedé ahí, con un ramalazo de energía llenándome y vaciándome al mismo tiempo. Ésta no era una muerte normal, y no había sido un animal salvaje.

Jeb Jolley había sido víctima de un asesino serial.

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Tal vez había venido de otra ciudad, o tal vez esta era su primera víctima, pero era un asesino en serie igualmente. Las señales eran obvias para mí ahora. La víctima había estado indefensa, sin enemigos conocidos o amigos cercanos o familia. Sus amigos del bar dijeron que había estado pacífico y feliz durante toda la noche antes de que se fuera, sin peleas ni discusiones, así que no era un crimen pasional ni bajo los efectos del alcohol. Alguien con la necesidad de matar había estado esperando en el solar tras el Wash-n-Dry, y Jeb había sido un objetivo oportuno, en el lugar equivocado en el momento equivocado.

El periódico y la escena del crimen en sí misma habían contado una confusa historia de furia mezclada con simplicidad—de violencia animal dando paso a un calmado y racional comportamiento. El asesino ordenó los órganos en un montón y, aparentemente, se tomó el tiempo tras destrozar el cuerpo para calmarse y quitar un solo órgano.

La muerte de Jeb Jolley era prácticamente un ejemplo de manual de una muerte por un asesino desorganizado, arremetiendo ferozmente y después manteniéndose en la escena, desprovisto de empatía, para ritualizar al cadáver—arreglarlo, coger un souvenir y dejar los restos antes de que nadie lo viese.

No había duda de por qué la policía no había mencionado el riñón robado. Si hubiesen dicho que un asesino en serie estaba robando partes del cuerpo, habría cundido el pánico. La gente raramente se sentía segura tal como estaban las cosas, y ésta era sólo la primera muerte.

Pero no sería la última. Esto era, después de todo, lo que define a los asesinos en serie: siguen matando.

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4 Traducido por DarkVishous

Corrección por anvi15

ra principios de Octubre—la temporada de quema de hojas. El otoño era mi época favorita del año, no a causa de la escuela, o la cosecha de verduras o cualquier otra cosa mundana, sino porque los ciudadanos del Condado de

Clayton sacarían a relucir sus hojas y quemarlas, las llamas volando alto en el aire fresco del otoño. Nuestro patio era pequeño y sin árboles, pero la pareja de ancianos al otro lado de la calle tenía un gran patio lleno de robles y arces, y no tenían hijos o nietos que cuidaran de ellos. En el verano cortaba su césped por cinco dólares a la semana; en el invierno despejaba sus caminos de entrada por tazas de chocolate caliente; y en el otoño rastrillaba sus hojas por la simple emoción de verlas arder.

El fuego es una cosa breve, temporal—la definición misma de impermanencia. Comienza de repente, rugiendo a la vida cuando el calor y el combustible se unen y se encienden, y baila hambrienta mientras todo a su alrededor se ennegrece y crespa. Cuando ya no hay nada para consumir, desaparece, sin dejar nada atrás más que cenizas del combustible utilizado—trozos de madera y hojas de papel que eran demasiado impuras para arder, demasiado indignas para unirse al fuego en su baile.

Parece que el fuego no deja nada atrás—las cenizas realmente no son parte de las llamas, son parte del combustible. El fuego cambia de una cosa a otra, extrayendo energía y convirtiéndola en. . . bueno, en más fuego. El fuego no crear nada nuevo, simplemente es. Si otras cosas deben ser destruidas para que el fuego deba existir, eso está bien con el fuego. En cuanto al fuego se refiere, eso es para lo que estaban ahí en primer lugar. Cuando se van, el fuego se va también, y aunque es posible encontrar evidencia de su paso no encontrarás nada del fuego en sí—no luz, no calor, ningún fragmento rojo de una llama. Desaparece de nuevo hacia donde quiera que venga, y si siente o recuerda, no tenemos manera de saber si siente o se acuerda de nosotros.

A veces, mirando hacia el corazón azul brillante de la danzante llama, me pregunto si se acuerda mí. “Nos hemos visto antes. Nos conocemos el uno al otro. Recuérdame cuando me haya ido.”

Al señor Crowley, el anciano cuyas hojas quemé, le gusta sentarse en el porche, y ‘ver el mundo pasar,’ como él lo llama. Si se me ocurría rastrillar el patio mientras él estaba fuera, se sentaba y me contaba sobre su vida. Había sido un ingeniero del sistema de agua del condado durante la mayor parte de su vida, hasta el año pasado, cuando su

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salud se puso demasiada mala y se retiró. Era viejo de todos modos. Hoy, deambuló lentamente, y apoyó dolorosamente su pierna sobre un taburete después de sentarse.

“Buenas tardes para ti, John,” dijo él. “Buenas tardes para ti.” Era un hombre viejo pero uno grande, ancho y poderoso. Su salud estaba yéndose, pero estaba lejos de parecer débil.

“Hola, señor Crowley.”

“Puedes dejarlas, sabes,” dijo él, señalando el césped cubierto de hojas. “Hay muchas más que caerán antes de haber terminado, y sólo tendrás que hacerlo de nuevo.”

“Dura más de esta manera,” le dije, y él asintió alegremente.

“Eso sí, John, lo hace.”

Rastrillé un poco más, juntando las hojas con movimientos suaves, incluso delicados. La otra razón por la que quería hacer esto en su jardín esa tarde era que había pasado casi un mes y el asesino serial no había atacado de nuevo. La tensión estaba poniéndome nervioso, y necesitaba quemar algo. No le había contado a nadie de que sospechaba que se trataba de un asesino en serie, porque, ¿quién me creería? Ya estaba obsesionado con los asesinos en serie, me decían. Por supuesto que pensaba que éste sería uno. No me importaba. No importa lo que piensan los demás cuando tienes razón.

“Hey John, ven aquí un segundo,” dijo el señor Crowley. Él hizo un gesto hacia su silla. Hice una mueca por la interrupción, pero me calmé y fui de todos modos. Hablar era normal—era lo que las personas normales hacían juntas. Necesitaba práctica. “¿Qué sabes sobre teléfonos celulares?” preguntó, y me mostró el suyo.

“Sé un poco,” le dije.

“Quiero enviarle un beso a mi esposa.”

“¿Quiere enviar un beso?”

“Kay y yo conseguimos estos ayer,” dijo, jugueteando torpemente con el teléfono, “y se supone que podemos tomar fotos y enviarlas el uno al otro. Así que quiero enviarle un beso a Kay.”

“¿Quiere tomarse una foto de usted mismo arrugando un beso y luego enviárselo?” A veces no entiendo a la gente en absoluto. Mirar al señor Crowley hablar sobre amor era como escuchar hablar sobre otro idioma—no tenía ni idea de qué estaba pasando.

“Suena como si lo hubieras hecho esto antes,” dijo él, entregándome el teléfono con una mano temblorosa. “Muéstrame cómo se hace.”

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El botón de la cámara estaba claramente etiquetado, así que le mostré cómo hacerlo y le tomé una inestable foto de sus labios. Le mostré como enviar la foto, y volví a mi rastrilleo.

La idea de que yo pudiera ser sicópata no era nada nuevo para mí—había sabido desde hacía un tiempo que no me conecto con las personas. No los entiendo, y ellos no me entienden, y en qué idioma emocional hablaban estaba más allá de mi capacidad de aprender. El trastorno de personalidad antisocial no podía ser diagnosticado de forma oficial hasta que tuvieras los dieciocho años de edad—antes de eso, sólo se trataba de ‘trastorno de conducta.’

Pero seamos honestos: el trastorno de conducta era una forma amable de decirle a los padres que sus hijos tienen un trastorno de personalidad antisocial. Yo no veía ninguna razón para bailar en torno al tema. Era un sicópata, y era mejor tratar con ello ahora.

Rastrillé una pila de hojas a la gran fogata a un lado de la casa. Los Crowley utilizaban hoyos para las fogatas y asaban hot dogs en el verano, e invitaban a todo el vecindario. Vengo cada vez, haciendo caso omiso de las personas y tendiéndome únicamente al fuego—si el fuego era una droga, el señor Crowley era mi mejor facilitador.

“¡Johnny!” gritó, el señor Crowley desde el porche, “¡ella me envió un beso de vuelta! ¡Ven a ver!” Le sonreí, obligándome a simular una ausente conexión emocional. Quería ser un chico de verdad.

La falta de conexión emocional con otras personas tenía un curioso efecto de hacer que me sienta separado y extraño—como si estuviera observando la raza humana desde alguna parte, desapegado e indeseado. Me he sentido así por años, muchos años antes de conocer al doctor Neblin y mucho antes de que el señor Crowley enviara ridículas notas de amor en su teléfono celular. La gente se escabullía por allí, haciendo sus pequeños trabajos y criando a sus pequeñas familias, gritando emociones sin sentido al mundo y todo al mismo tiempo mientras sólo observas desde la barrera, desconcertado. Esto lleva a algunos sicópatas a sentirse superiores, como si toda la humanidad fuera simplemente animales que cazaban o desdeñaban; mientras que otros sentían una rabia caliente, fuerte, celosa, desesperados por tener lo que no se puede. Yo simplemente siento soledad, una hoja sentada a millas de distancia en una gigante pila comunal.

Apilé algo de leña cuidadosamente en la base de la pila de hojas, y encendí un fósforo en su corazón. Las llamas atraparon y crecieron, aspirando aire, y un momento después, la pila estaba rugiendo con calor, el brillante fuego bailando perversamente sobre ella.

Cuando el fuego apague, ¿qué dejará?

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* * *

Esa noche el asesino atacó de nuevo.

Lo vi en la televisión durante el desayuno; la primera muerte había atraído un poco de atención fuera de la ciudad sólo por su naturaleza sangrienta, pero la segunda—tan sangrienta como la primera, y mucho más pública—llamó la atención de un reportero de ciudad y su equipo de filmación. Ellos estaban allí, para gran consternación del sheriff del Condado de Clayton, transmitiendo a la distancia, borrosas imágenes de un cuerpo destripado por todo el estado. Alguien debió de haber conseguido hacer la foto antes de que los policías lo cubrieran y alejaran a los espectadores.

No había duda ahora. Era un asesino en serie. Mi madre vino desde la otra habitación, su maquillaje a medio hacer; la miré, y ella me devolvió la mirada. Ninguno de los dos dijo una palabra.

“Este es Ted Rask yendo hasta ustedes desde Clayton, una ciudad habitualmente tranquila que hoy es escenario de un verdaderamente horripilante asesinato—el segundo de esta naturaleza en menos de un mes. Éste es un informe exclusivo de Five Live News. Estoy aquí con el Sheriff Meier. Dígame, Sheriff, ¿qué sabemos acerca de la víctima?”

El Sheriff Meier estaba frunciendo los labios bajo el ancho bigote gris, y miraba con irritación mientras el reportero se acercaba a él. Rask era famoso por el melodrama sensacionalista, y por la mueca del sheriff, incluso puedo decir que él no estaba complacido con la presencia del reportero.

“En este momento, no deseamos causar una angustia indebida a la familia de la víctima,” dijo el sheriff, “o infundir un miedo innecesario en la población de este condado. Agradecemos la colaboración de todos en mantener la calma y no difundir rumores o información errónea acerca de este incidente.”

Había eludido por completo la pregunta del reportero. Por lo menos no fue voleado por Rask sin pelear.

“¿Ya saben quién es la víctima?” preguntó el reportero.

“Llevaba una identificación, pero no queremos divulgar esa información en este momento, esperamos la notificación de la familia.”

“Y el asesino,” dijo el periodista, “¿tiene alguna pista de quién podría ser?”

“No tenemos comentarios en este momento.”

“Con este incidente viniendo tan cerca detrás de los talones del primero, y por ser de tan similar naturaleza, ¿creen que ambos podrían estar conectados?”

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El sheriff cerró los ojos un instante, un suspiro visual, y se detuvo un momento antes de hablar. “No queremos discutir la naturaleza del caso en este momento, para ayudar a preservar la integridad de nuestra investigación. Como he dicho antes, apreciamos la discreción de todo el mundo y la actitud de calma en no difundir rumores acerca de este incidente.”

“Gracias, Sheriff,” dijo el periodista, y la cámara giró de nuevo hacia el rostro del reportero. “Una vez más, si usted acaba de unirse a nosotros, estamos en el Condado de Clayton, donde un asesino acaba de atacar, posiblemente por segunda vez, dejando un muerto y un aterrorizado pueblo a su paso.”

“Estúpido Ted Rask,” dijo mamá, acechando la nevera. “Lo último que esta ciudad necesita es pánico de un asesino de masas.”

Un asesino de masas y un asesino serial son completamente diferentes, pero no quería empezar una discusión sobre esa distinción en este momento.

“Creo que la última cosa que queremos son asesinatos,” le dije cuidadosamente. “El pánico por asesinatos sería lo último.”

“En un pueblo pequeño como este, el pánico puede ser igual de malo, o peor,” dijo, vertiendo leche en un vaso. “La gente se asusta y se va, o se queda en sus casas por la noche con sus puertas cerradas, y de repente los negocios empiezan a fallar y las tensiones aún más.” Ella tomó un trago de leche. “Todo lo que se necesita entonces es una persona de mente pequeña para empezar a buscar un chivo expiatorio, y el pánico se convierte bastante rápido en un caos.”

“No podemos mostrar el cuerpo en detalle,” dijo Rask en la televisión, “porque realmente es un espectáculo espantoso, terrible y la policía no nos deja acercarnos lo suficiente, pero sí tenemos algunos detalles. Nadie parece haber presenciado el asesinato en sí, pero quienes han visto de cerca el cuerpo reportan que la escena del crimen es mucho más sangrienta que el asesinato anterior. Si se trata del mismo asesino, puede ser que lo próximo que haga sea más violento, lo que podría ser un siniestro signo de lo que vendrá.”

“No puedo creer que esté diciendo eso,” dijo mamá, cruzando los brazos con rabia. “Estoy escribiendo una carta para la estación hoy.”

“Hay una mancha de aceite o algo similar en el suelo cerca del cuerpo,” continuó Rask, “posiblemente de una fuga de un motor en el momento en que a coche se huyó. Traeremos más detalles según vayan llegando. Este es Ted Rask con un reporte exclusivo de Five Live News: la Muerte Acecha El Corazón de América.

Volví a pensar en la mancha que había visto detrás de Wash-n-dry—negra y aceitosa, como barro rancio. ¿Era la mancha junto al cuerpo de la nueva víctima la misma cosa? Había profundas corrientes en la historia, y estaba decidido a entenderlas todas.

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* * *

“La cuestión central de los perfiles psicológicos,” le dije, mirando fijamente a Max mientras comía su almuerzo, “no es ‘lo que el asesino hace’, sino ‘¿qué es lo que está haciendo que no tiene que hacer?’”

“Amigo,” dijo Max, “creo que es hombre lobo.”

“No es un hombre lobo,” le dije.

“Has visto las noticias de hoy, el asesino tenía ‘la inteligencia de un hombre y la ferocidad de una bestia.’ ¿Qué otra cosa va a ser?”

“Los hombres lobos ni siquiera son reales.”

“Dile eso a Jeb Jolley y al tipo muerto de la Ruta 12,” dijo Max, tomando otro bocado y luego continuó con la boca llena de comida. “Algo los desgarró bastante bien, y no era algún un asesino serial pensante.”

“La leyenda del hombre lobo se inició probablemente a causa de asesinos seriales,” le dije. “Los vampiros también—son hombres quienes cazan y matan a otros hombres, y eso suena como un asesino en serie para mí. Ellos no tenían esta psicología en ese entonces, por lo que crear algún monstruo loco lo explicaba todo.”

“¿De dónde sacas estas cosas?”

“Bibliotecacriminal.com,” le dije, “pero estoy tratando de hacer un punto aquí. Si quieres entrar en la mente de algún asesino en serie, tienes que preguntarte: ‘¿Por qué está haciendo algo que no tiene hacer?’”

“¿Por qué querría entrar en la mente de un asesino serial?”

“¿Qué?” pregunté. “Por qué no—de acuerdo, escucha, tenemos que averiguar por qué hace lo que hace.”

“No es así,” dijo Max, “para eso está la policía. Estamos en la secundaria, y lo que tenemos que averiguar es de qué color es el sujetador de Marci.”

¿Por qué pasaba tiempo con este chico?

“Piénsalo de esta manera,” le dije. “Digamos que eres un gran fan de. . . ¿de qué eres fan?”

“De Marci Jensen,” dijo él, “y Halo, Linterna verde, y—”

“Linterna Verde,” dije. “Comics. Eres un gran fanático de los comics, entonces digamos que un nuevo autor de comics se muda a la ciudad.”

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“Genial,” dijo Max.

“Sí,” dije, “y él está trabajando en un nuevo comic, y tú quieres averiguar cuál es. ¿No sería eso genial?”

“Acabo de decir que es genial,” dijo Max.

“Piensas en ello todo el tiempo, e intentas averiguar qué es lo hace, y comparas tus teorías con las teorías de otras personas, y te encanta.”

“Seguro.”

“Eso es lo que esto es para mí,” dije. “Un nuevo asesino serial es como un nuevo autor trabajando en un nuevo proyecto, y él está justo aquí, bajo nuestras narices y estoy tratando de descifrarlo.”

“Estás loco, hombre,” dijo Max. “Estás realmente loco, como para un manicomio.”

“En realidad, mi terapeuta piensa que lo estoy haciendo bastante bien,” dije.

“Sí, lo que sea,” dijo Max. “¿Cuál es nuestra gran pregunta?”

“¿Qué es lo que está haciendo el asesino que no tiene hacer?”

“¿Cómo sabemos qué es lo que tiene que hacer?”

“Todo lo que técnicamente tiene que hacer,” dije, “suponiendo un objetivo básico de matar gente, es dispararles. Esa es la manera más fácil.”

“Pero él los está destrozando,” dijo Max.

“Entonces esa es nuestra primera cosa: él se acerca a ellos en persona y ataca mano a mano.” Saqué un cuaderno y escribí. “Eso probamente significa que él quiere ver a sus víctimas de cerca.”

“¿Por qué?”

“No lo sé. ¿Qué más?”

“Él ataca de noche, en la oscuridad,” dijo Max. Se estaba metiendo en ello ahora. “Y los agarra cuando no hay nadie más alrededor.”

“Eso probablemente pertenece a la categoría de algo que tiene que hacer,” le dije, “sobre todo si los quiere atacar personalmente—no quiere que nadie más lo vea.”

“¿Eso no cuenta para tu lista?”

“Supongo, pero nadie que mate busca realmente ser visto, así que no es un rasgo muy singular.”

“Sólo agrégalo a la lista,” dijo Max, “no siempre tienen que estar solamente tus ideas en la lista.”

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“De acuerdo,” le dije, escribiéndola, “está en la lista: no busca ser visto; no quiere que nadie sepa quién es.”

“O lo que es.”

“O lo que es,” dije, “lo que sea. Ahora vamos a seguir adelante.”

“Él saca las entrañas de sus víctimas,” dijo Max, “y los apila en un montón. Eso es bastante genial. Podríamos llamarlo el Apilador de Tripas.”

“¿Por qué iba a apilar sus entrañas en una pila?” pregunté. Una chica pasó junto a nuestra mesa y nos lanzó una extraña mirada, así que bajé la voz. “Tal vez él quiere tomarse un tiempo con sus víctimas, y disfrutar de la matanza.”

“¿Crees que saca sus entrañas mientras aún están vivos?” preguntó Max.

“No creo que eso sea posible,” le dije. “Lo que quiero decir es, tal vez quiera disfrutar de la matanza después del hecho. Hay una famosa cita de Ted Bundy que dice—”

“¿Quién?”

“Ted Bundy,” dije. “Asesinó a treinta personas o más en todo el país en los años setenta—por él inventaron el término ‘asesino serial.’”

“Sabes una mierda extraña, John.”

“En fin,” dije, “en una entrevista antes de ser ejecutado, dijo que después de que matas a alguien, si tienes el tiempo suficiente, ellos podían ser lo que quisieras que fueran.”

Max se quedó en silencio por un momento.

“No sé si me gustaría hablar más de esto,” dijo.

“¿Qué quieres decir? No te molestaba hace un minuto.”

“Hace un minuto, hablábamos de sacar tripas,” dijo Max, “y eso asqueroso, no temeroso. Estas cosas son un poco más jodidas, sin embargo.”

“Pero acabamos de empezar,” le dije. “Estamos entrando en ello. Es el perfil de un asesino serial, por supuesto que va a ser jodido.”

“Es sólo que me está asustando un poco, ¿okay?” dijo Max. “No lo sé. Tengo que ir al baño.” Él se levantó y se fue, pero dejó su comida atrás. Por lo menos no se iba para siempre. No es que me importara si lo hiciera.

¿Por qué no puedo tener una conversación normal con alguien? ¿Sobre algo de lo que quisiera hablar? ¿Estaba realmente tan jodido?

Sí, lo estaba.

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5 Traducido por DarkVishous

Corregido por anvi15

ay un lago en las afueras de la ciudad, sólo unos kilómetros más allá de nuestra casa. Su verdadero nombre es Lago Clayton, como era predecible, puesto que todo en el condado se llama Clayton, pero a mí me gustaba llamarlo el Lago

Freak. Contaba con un kilómetro y medio de ancho, y unos pocos kilómetros de largo, pero no era un puerto ni nada; las playas eran pantanosas y llenas de cañas, y el agua se llenaba de algas cada verano, así que nadie iba a nadar allí tampoco. Dentro de un mes o dos, se congelaría y la gente iría a patinar y pescar en el hielo, pero eso era todo—en cualquier otra época del año, no había ninguna razón para ir allí y nadie lo utilizaba para nada.

Al menos eso es lo que yo pensaba antes de encontrar a los fenómenos.

Sinceramente, no sé si son fenómenos o no, pero tengo que asumir que hay algo mal en ellos. Los encontré el año anterior, cuando no podía soportar estar solo en casa con mamá durante otro minuto, subí a mi bicicleta y pedaleé por la carretera sin ninguna dirección. No iba al lago, sólo estaba yendo, y el lago pasó a estar en la misma dirección. Pasé a un coche con un hombre en él, sentado allí, estacionado a la orilla de la carretera, mirando al lago. Luego pasé a otro. Media milla más tarde, pasé un camión vacío—no sé dónde estaba el conductor. Un centenar de metros más abajo había una mujer fuera de su coche, apoyada sobre el capó—sin mirar a nada, sin hablar con nadie, sólo apoyada allí.

¿Por qué todos estaban aquí? En el lago no había mucho que mirar. No había nada que hacer. Mis pensamientos se dirigieron de inmediato a las actividades ilícitas—tráfico de drogas, aventuras de amor secretas, personas deshaciéndose de un cuerpo—pero no creo que eso fuera todo. Creo que ellos estaban allí por la misma razón por la que yo estaba allí: necesitaban alejarse de todo lo demás. Eran fenómenos.

Después de eso, fui al lago cada vez que quería estar solo, que era cada vez más a menudo. Los fenómenos estaban allí, a veces diferentes, a veces los mismos, dispuestos a lo largo de la carretera ribereña como un collar de perlas rechazadas. Nunca hablamos—no encajábamos en ningún otro lugar, así que era absurdo suponer que encajaríamos mejor entre nosotros. Sólo venimos, nos quedamos, pensábamos, y nos vamos.

Después del estallido de Max a la hora del almuerzo, se mantuvo alejado de mí el resto del día, y después de la escuela, salí al Lago Freak para pensar. Las hojas habían

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pasado de largo la fase de color naranja brillante y se desvanecían en el marrón, la hierba de la orilla de la carretera estaba rígida y muerta.

“¿Qué hizo asesino que no tenía que hacer?” dije en voz alta, dejando caer la bici en el suelo, y quedándome de pie frente a un parche caliente de sol.

Podía ver los coches, pero ninguno estaba lo suficientemente cerca como para que la gente me escuchara. Los fenómenos respetaban la privacidad del otro. “Robó un riñón del primero, pero, ¿qué se llevó del segundo?” La policía no estaba hablando, pero nos gustaría tener el cuerpo en la funeraria pronto. Recogí una piedra y la arrojé al lago.

Miré hacia debajo en la carretera, a unos cien metros, al coche más cercano; era blanco y viejo, y el conductor estaba mirando hacia el agua.

“¿Eres el asesino?” le pregunté en voz baja. Había cinco o seis personas aquí, en diversos puntos de la carretera. ¿Cuánto tiempo pasaría antes de que la predicción de mamá se hiciera realidad y la gente empezara a culparse unos a otros? La gente temía lo que era diferente, y quien era más diferente que la mayoría iba a ganar la lotería de la caza de brujas. ¿Sería uno de los fenómenos que se escapaba en el lago? ¿Qué harían con él?

Todo el mundo sabía que yo era un bicho raro. ¿Me culparían?

* * *

El segundo cuerpo llegó a la funeraria ocho días más tarde. Mamá y yo habíamos hablado poco sobre mi sociopatía, pero me aseguraba de esforzarme más en la escuela como una forma de sacarla fuera de la escena—haciéndola pensar en mis buenas características en vez de las más perturbadoras. Al parecer funcionó, porque cuando llegué a la funeraria después de la escuela y las encontré trabajando en el cuerpo de la segunda víctima, mamá no me impidió ponerme un delantal y una mascarilla, y comenzar a ayudar.

“¿Qué falta?” le pregunté, sosteniendo botellas para mamá, mientras ella vertía formaldehido en la bomba. Margaret sólo tenía unos pocos órganos en el mostrador a su lado, y estaba muy ocupada pegándolos con trocar y limpiándolos. Supuse que el resto de los órganos ya estaban dentro. Mamá había cubierto el cuerpo con un tejido, y yo no quería arriesgarme a mirar debajo de él mientras ella estaba de pie allí.

“¿Qué?” preguntó mamá, mirando las marcas en un lado del depósito de la bomba mientras vertía.

“La ultima vez había un riñón desaparecido,” le dije. “¿Qué órgano es esta vez?”

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“Todos los órganos están allí,” dijo, riendo. “Dale un respiro a Ron—no siempre va a perder algo. Sin embargo, hablé con tu hermana acerca de los trámites, como ella necesita leerlos un poco más profundamente, y decirme sobre cualquier anormalidad que encuentre. A veces no sé qué hacer con esa chica.”

“Pero. . . ¿estás segura?” pregunté. El asesino tuvo que tomar algo. “Tal vez fue la vesícula biliar, y Ron pensó que este tipo se la había sacado ya, así que no lo notó.”

“John, Ron y la policía—y el FBI también, debería señalar—han tenido este cuerpo durante más de una semana. Los expertos forenses le han pasado por encima con un peine de dientes fino en busca de todo lo que pudiera permitirles atrapar a este psicópata. Si un órgano hubiera faltado, se habrían dado cuenta.”

“Está goteando,” dije, señalando el hombro izquierdo del cuerpo. Un brillante químico azul se filtraba debajo de la sábana, mezclada con remolinos de sangre coagulada.

“Pensé que lo había emparchado mejor que eso,” dijo mamá, coronando el formaldehido y entregándomelo. Apartó la sábana para revelar el muñón de un hombro, vendado fuertemente, la mitad inferior empapada de un púrpura azulado. El brazo se había ido. “Qué fastidio,” dijo, y comenzó la caza de algunas vendas más.

“¿Su brazo no está?” Miré a mamá. “¿Pregunté qué faltaba, y no pensaste en mencionar su brazo?”

“¿Qué?” preguntó Margaret.

“El asesino se llevó su brazo,” dije, dando un paso adelante, hacia el cuerpo, y retirando la sábana. El abdomen estaba desgarrado, igual que el anterior, pero no tan grotescamente; las heridas eran menores, y había muchas menos. La muerte del granjero—Dave Bird, de acuerdo con su etiqueta—no había sido eviscerada. “La evisceración y el amontonamiento de órganos—él no hizo eso esta vez.”

“¿Qué estás haciendo?” dijo mamá duramente, arrancando la tela de mi mano y cubriendo el cuerpo hasta arriba. “¡Muestra un poco de respeto!”

Había estado hablando demasiado y lo sabía, pero no podía detenerme. Era como si mi cerebro hubiera sido abierto, y cada pensamiento en su interior se hubiera derramado al suelo.

“Pensé que estaba haciendo algo con los órganos,” le dije, “pero él estaba tamizando a través de ellos para encontrar lo que quería. No estaba organizándolos o jugando con ellos o—”

“¡John Wayne Cleaver!” dijo mamá con dureza. “¿Qué demonios estás delirando?”

“Esto cambia todo el perfil,” le dije, deseando por dentro callarme, pero mi boca seguía en marcha. Mi nuevo descubrimiento era demasiado emocionante. “No es lo

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que hace con los cuerpos, es lo que toma de ellos. Sacarles todas las tripas era sólo una manera fácil de encontrar un riñón y no el ritual de la muerte—”

“¿El ritual de la muerte?” preguntó mamá. Margaret dejó el trocar y me miró, podía sentir sus ojos escudriñándome, y sabía que estaba en problemas. Había dicho demasiado. “¿Te gustaría explicarte?” preguntó mamá.

Necesitaba arreglar esto de alguna manera, pero estaba profundamente dentro de ello. “Sólo estoy diciendo que el asesino no estaba jugando con los cuerpos,” le dije. “Eso es bueno, ¿verdad?”

“Estabas emocionado,” acusó mamá. “Estabas contentísimo sobre el cadáver de este hombre y la forma en la que fue desgarrado.”

“Pero—”

“Vi alegría en tu rostro, John, y no creo haberla visto nunca antes, y era a causa de un cadáver—una persona real, con una familia real, y una vida real, y no puedes conseguir suficiente de ello.”

“No, eso no es—”

“Fuera,” dijo mamá, su voz estaba llena de firmeza.

“¿Qué?”

“Fuera,” dijo. “Ya no estás autorizado a estar aquí.”

“¡No puedes hacer eso!” grité.

“Soy la dueña y tu madre,” dijo ella, “y estás demasiado nervioso acerca de esto, no me gusta la forma en la que estás actuando o las cosas de las que estás hablando.”

“Pero—”

“Debería haber hecho esto hace mucho tiempo,” dijo, poniendo una mano en su cadera. “Te está restringida la habitación de atrás—Margaret no te dejará entrar tampoco, y voy a hacérselo saber a Lauren, también. Ha llegado el momento para que consigas algunos pasatiempos normales y unos amigos de verdad, y no quiero volver oír hablar sobre esto.”

“¡Mamá!”

“Ya no,” dijo. “Ve.”

Quería golpearla. Quería golpear las paredes, y a los mostradores y al granjero muerto sobre la mesa y recoger el trocar y estrujarlo en la estúpida cara de mamá y succionarle el cerebro—

No.

Cálmate.

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Cerré los ojos. Estaba rompiendo demasiadas reglas. No podía pensar así, no podía dejar que la ira se hiciera cargo. Mantuve mis ojos cerrados, y poco a poco fui quitándome los guantes y mascarilla.

“Lo siento,” dije. “Yo—” No podía simplemente salir de aquí para nunca no volver, tenía que pelear, y. . .

“Lo siento,” dije de nuevo. Me quité el delantal y salí por la puerta de atrás. Podría hacer frente a esto más adelante. En este momento mis reglas eran más importantes.

Tenía que mantener ese monstruo detrás de su muro.

* * *

Odiaba Halloween. Todo era tan tonto—nadie estaba realmente asustado, y todo el mundo caminaba cubierta de sangre falsa o cuchillas de goma, o peor de todo, en trajes que ni siquiera eran de miedo. Halloween se suponía que era en la noche, cuando los espíritus malignos caminaban por la Tierra—la noche cuando los druidas quemaban niños en jaulas de mimbre. ¿Qué tenía eso que ver con vestirse como el Hombre Araña?

Dejé de preocuparme por Halloween cuando tenía ocho años, casi al mismo tiempo en que empecé a aprender sobre asesinos seriales. Eso no quería decir que dejara de disfrazarme, sólo que dejaba de recoger mis propios trajes—cada año mamá se ponía a hacer algo y yo lo usaría, lo ignoraría, y me olvidaría de ello hasta el año entrante. Algún día tendría que contarle sobre Ed Gein, cuya madre lo vistió como una niña la mayor parte de su infancia. Pasó la mayor parte de su vida adulta matando mujeres y confeccionando ropa con su piel.

Este año, había pensado que Halloween sería bueno—después de todo, teníamos un verdadero demonio en la ciudad, con colmillos, garras y todo. Eso debería contar algo. Pero ninguno de nosotros lo sabíamos aún, así que en vez de asustarnos en nuestros sótanos orando por la salvación, terminamos en el gimnasio de la escuela pretendiendo disfrutar del baile de Halloween. No estaba realmente seguro qué era peor.

Los bailes escolares en primaria habían sido bastante terribles, y mamá me hizo ir a todos ellos. Puesto que ella no tenía ninguna intención de cambiar esa política cuando llegué a secundaria, esperaba que al menos los bailes mejoraran. No lo hicieron. El baile de Halloween resultó ser estúpido—un momento en que todos los torpes, desgarbados, medio desarrollados mutantes de la secundaria se reunían, como de costumbre, a estar junto a las paredes del gimnasio mientras las luces de colores brillaban animadamente y el subdirector reproducía viejas canciones por los megáfonos de la escuela. Como parte de la iniciativa de mamá de ‘hacer algunos

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amigos reales’ ella estaba, como siempre, obligándome a ir, aunque en un gesto de buena voluntad me permitió elegir mi propio traje. Porque sabía que se enfadaría, fui como payaso.

Max estaba disfrazado de algún tipo de comando del ejército, vestido con una chaqueta de camuflaje de su padre, y algunas manchas marrones de maquillaje en su rostro. También había traído una pistola de plástico, a pesar de la repetida advertencia de la escuela de no llevar armas, por lo que, por supuesto, el director la había tomado en la puerta.

“Esto apesta,” dijo Max, golpeando su puño y mirando a través del gimnasio al director. “Voy a ir a robarla de vuelta, perro, realmente lo haré. ¿Crees que me la devolverá?”

“¿Acabas de llamarme ‘perro’? pregunté.

“Amigo, juro que voy a obtener mi pistola de vuelta, y él ni siquiera lo sabrá. Papá me enseñó algunos dulces movimientos—nunca sabrá que estuve allí.”

“Estás usando el camuflaje equivocado,” le dije. Estábamos en nuestra posición habitual, acechando una esquina, y yo veía, desde la pared, el flujo de las personas yendo y viniendo desde los refrescos a las paredes.

“Mi papá obtuvo esta chaqueta en Irak,” dijo Max, “es lo más real que hay.”

“Entonces será impresionante cuando el señor Layton esconda tu arma en Irak,” dije, “pero estamos en un baile escolar en el medio oeste de Norteamérica. Si no quieres que te vea, necesitas vestirte como una víctima de accidente automovilístico. Hay un montón de eso esta noche. O necesitas un orificio de bala falso en la frente.” Prótesis baratas de sangre estaban a la orden del día por lo menos en la mitad de los chicos del baile. Podrían pensar que dos horribles asesinatos en la comunidad harían a la gente un poco más sensible al respecto, pero ahí lo tienen. Al menos, nadie se disfrazó de un mecánico eviscerado.

“Eso hubiera sido dulce,” dijo Max, mirando pasar un agujero de plástico de bala. “Eso es lo que voy hacer mañana en la noche de truco-o-trato—los asustará como la mierda.”

“¿Irás al truco-o-trato?” se rió una voz. Era Rob Anders, pasaba caminando con un par de sus amigos. Todos ellos me odiaban desde el tercer grado. “Un par de pequeños bebés saliendo de truto-o-trato, ¡eso es para niños!” Se fueron riendo.

“Sólo voy por mi hermanita,” se quejó Max, mirando sus espaldas. “Voy a sacar mi pistola; este disfraz se ve mucho mejor con una pistola.” Se alejó hacia la puerta del fondo, dejándome solo en la oscuridad. Decidí ir a tomar un trago.

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La mesa de refrescos era bastante escasa—una bandeja de vegetales hervidos, un par de medias donas, y un cuenco lleno de jugo de manzana y Sprite. Me serví una copa y de inmediato la dejé caer cuando alguien me golpeó por detrás. El jugo volvió a caer en el recipiente, junto con mi copa, salpicándome la muñeca y el brazo. Rob Anders y sus amigos rieron mientras se alejaban.

Solía tener una lista de personas a las que iba a matar algún día. Eso estaba en contra de mis reglas ahora, pero había veces que extrañaba mucho esa lista.

“¿Eres eso?” Preguntó la voz de una chica. Me volví y vi a Brooke Watson, una chica de mi calle. Iba disfrazada un poco como mi hermana había estado la otra noche, con ropa de los años ochenta.

“¿Soy qué?” pregunté, pescando mi taza de la fuente.

“El payaso de Eso, ese libro de Stephen King,” dijo Brooke.

“No,” dije, escurriendo mi manga en la taza salvada, y mojando las servilletas. “Y creo que ese payaso se llamaba Pennywise.”

“No lo sé, nunca lo he leído,” dijo ella, mirando hacia abajo. “Está en la estantería de mis padres, sin embargo, y he visto la portada, así que pensé que tal vez estabas disfrazado de eso—no lo sé.”

Ella estaba actuando de manera extraña, como si estuviera. . . no podría decirlo. Me había entrenado para leer las señales visuales en las personas que conocía bien, por lo que me daba cuenta de lo que sentían, pero alguien como Brooke era ilegible para mí.

Dije lo único que pude pensar. “¿Eres punk?”

“¿Qué?”

“¿Que nombre tenían las personas de los ochenta?” pregunté.

“Oh,” se rió. Era una risa hermosa. “Soy mi madre, en realidad—quiero decir, ésta era su ropa de la secundaria. Supongo que debería decir que soy Cyndi Lauper, supongo, o algo, porque disfrazarse como tu madre es bastante patético.”

“Casi me visto como mi madre,” dije, “pero estaba preocupado por lo que diría mi terapeuta.”

Ella rió de nuevo, y noté que pensaba que estaba bromeando. Probablemente fuera lo mejor, ya que decirle que la segunda mitad del traje de mi madre—un gigante cuchillo de carnicero falso atravesando la cabeza—probablemente la asustaría. Era realmente muy bonita—largo cabello rubio, ojos brillantes y una amplia sonrisa, con hoyuelos. Le devolví la sonrisa.

“Hey, Brooke,” dijo Rob Anders, caminado con una sonrisa maliciosa. “¿Por qué hablas con este niño? Todavía va a hacer truco-o-trato.”

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“¿En serio?” preguntó Brooke, mirándome. “Iba a ir también, pero no estaba segura—todavía suena divertido, incluso si estamos en secundaria ahora.”

No podía entender la clase de emoción que Brooke estaba transmitiendo, pero la vergüenza era algo con lo que estaba muy familiarizado, y Rob Anders estaba derramándola ahora como ondas.

“Yo. . . sí,” dijo Rob. “Creo que si suena un poco divertido. A lo mejor nos vemos por ahí.”

Sentí un repentino impulso de apuñalarlo.

“Pero, ¿qué pasa con ese disfraz de payaso, John?” dijo, volviendo la atención hacia mí. “¿Vas a hacer malabares para nosotros, o meterte todo entero en un coche?” se rió, y miró hacia atrás para ver si sus amigos reían también, pero se habían alejado para hablar con Marci Jensen—estaba disfrazada como un gatito, en un traje que hacía muy evidente por qué Max estaba obsesionado con su sujetador. Rob miró por un momento, luego se volvió rápidamente. “Entonces, ¿qué es lo que va a ser, payaso? ¿Por qué sonríes tan grande?”

“Eres un gran chico, Rob,” le dije. Él me miró de manera extraña.

“¿Qué?” preguntó.

“Eres un gran chico,” le dije. “Ese es un disfraz muy bueno, y me gusta especialmente el agujero de bala en tu frente.” Esperaba que se fuera ahora. Decir cosas agradables a las personas que realmente me enfadaban era una de mis reglas, para ayudar a evitar que las cosas se agraven, pero no sabía cuánto tiempo podía seguir así.

“¿Te estás burlando de mí?” preguntó, mirándome fijamente.

No tenía ninguna regla para lo que sucedería si la persona a la que halagara no se fuera.

“No,” dije. Traté de improvisar, pero ya estaba fuera de equilibrio. No sabía qué decir.

“Creo que sonríes porque eres un retrasado mental,” dijo, dando un paso más cerca. “‘Derr, soy un payaso feliz’”

Él realmente estaba volviéndome loco. “Tú eres. . .” necesitaba un cumplido. “Escuché que lo hiciste bien en ese examen de matemáticas de ayer. Buen trabajo.” Era todo lo que pude imaginar. Debería alejarme, pero. . . quería hablar con Brooke.

“Escucha, bicho raro,” dijo Rob. “Esta es una fiesta para gente normal. La fiesta de fenómenos es por el pasillo, en el baño de los góticos. ¿Por qué no te vas de aquí?”

Él estaba actuando rudo, pero era sólo un acto—la típica postura de macho de quince años. Estaba tan enojado que podría haberlo matado allí mismo, pero me obligué a

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calmarme. Yo era mejor que esto—y era mejor que él. ¿Quería dar miedo? Le daría algo que lo asustara.

“Estoy sonriendo porque estoy pensando en cómo luce tu interior.”

“¿Qué?” preguntó Rob, y luego se echó a reír. “Oh, gran hombre, intentas amenazarme. ¿Crees que me asustas, bebito?”

“Me diagnosticaron clínicamente con sociopatía,” le dije. “¿Sabes lo que eso significa?”

“Significa que eres un fenómeno,” dijo.

“Eso significa que tú eres tan importante para mí como una caja de cartón,” le dije. “No eres más que una cosa—un pedazo de basura que nadie ha tirado todavía. ¿Es eso lo que quieres que te diga?”

“Cállate,” dijo Rob. Todavía actuaba como rudo, pero podía que sus bravatas estaban empezando a fallar—no sabía qué decir.

“La cosa con las cajas,” dije, “es que puedes abrirlas. A pesar de que son completamente aburridas en su exterior, podrías ver por dentro algo muy interesante. Así que, mientras tú estás diciendo todas esas cosas estúpidas y aburridas, me estoy imaginando lo que sería cortarte y ver lo que tienes allí.”

Hice una pausa, mirándolo, y él me devolvió la mirada. Estaba asustado. Lo dejé colgarse en el miedo un momento más, y luego volví a hablar.

“La cosa es, Rob, que no quiero abrirte. Eso no es lo quién quiero ser. Así que hice una regla para mí mismo: en cualquier momento en que desee abrir a alguien, diré algo agradable en su lugar. Es por eso que digo, Rob Anders de la calle Carnation al 232, que eres un gran chico.”

La boca de Rob estaba abierta como si estuviera a punto de hablar, luego la cerró y se apartó. Se sentó en una silla, sin dejar de mirarme, luego se levantó otra vez y salió del salón. Lo observé todo el camino.

“Yo. . .” dijo Brooke. Me había olvidado que ella estaba allí. “Esa fue una interesante manera de sacártelo de encima.”

No sabía que decir—ella no debería haber escuchado eso. ¿Por qué fui tan idiota?

“Sólo cosas,” le dije rápidamente, “yo. . . lo escuché en una película, creo. ¿Quién habría pensado que se asustaría tanto?”

“Sí,” dijo Brooke. “Tengo que. . . fue un gusto hablar contigo, John.” Ella sonrió insegura, y se alejó.

“Amigo, eso fue increíble,” dijo Max.

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Me di vuelta por la sorpresa. “¿Cuándo llegaste aquí?”

“Estuve aquí la mayor parte del tiempo,” dijo, viniendo por un lado de la mesa de los refrescos, “y eso fue increíble. Anders prácticamente cagó en sus pantalones.”

“Igual que Brooke,” le dije, mirando en la dirección que se había ido. Todo lo que vi fue una gran masa de gente en la oscuridad.

“¡Eso fue divertido!” dijo Max, recogiendo un poco de ponche. “Y después ella estaba detrás de ti, también.”

“¿Detrás de mí?”

“¿Te. . . te perdiste eso? Estás ciego, hombre. Ella estaba por pedirte de ir a bailar.”

“¿Por qué me pediría ir a bailar?”

“Porque estamos en un baile,” dijo Max, “y porque eres un horno rugiente de un caliente payaso encantador. Me sorprendería si alguna vez volviera a hablar contigo, sin embargo; eso fue impresionante.”

* * *

La noche siguiente, Max y yo fuimos de truco-o-trato con su hermanita Audrey. Hicimos su barrio primero, su mamá nos seguía nerviosamente con una linterna y esas cosas de gas pimienta. Cuando terminamos allí, nos llevó a mi barrio, y el señor Crowley negó con la cabeza cuando fuimos a su casa.

“No deberían andar tan tarde,” dijo, frunciendo el ceño. “No es seguro con un asesino allí fuera.”

“Todas las luces de la calle estás encendidas,” dije, “y las luces de los porches, y tenemos a un adulto con nosotros. Incluso hablaron en las noticias de poner algunos policías extras. Estamos probablemente más seguros esta noche que la mayoría de las demás.”

El señor Crowley se escondió detrás de su puerta para toser con fuerza, luego se volvió hacia nosotros. “No estén demasiado tiempo fuera, ¿me oyen?”

“Tendremos cuidado,” le dije, y el señor Crowley nos entregó los caramelos.

“No quiero que esta ciudad viva con miedo,” dijo con tristeza, “solíamos ser tan felices aquí.” Volvió a toser, y cerró la puerta.

Las cosas que habían parecido una tontería a la luz del día—sangre falsa y extremidades protésicas—parecían más siniestras ahora en la oscuridad de la noche. Más aterradoras. El asesino estaba de vuelta en la mente de todos, y estaban

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nerviosos—todos comprando en las tiendas, las máscaras de susto de Halloween estaban siendo reemplazadas por verdadero terror de vida o muerte.

Fue el mejor Halloween de mi vida.

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6 Traducido por Fallen Star Corregido por Endri_rios

ste es Ted Rask con un informe exclusivo de Five Live News desde Clayton, un pueblo tranquilo presa de una crisis en continuo aumento que algunos llaman El Asesino de Clayton. Mucha gente aquí tiene miedo de salir de su

casa por la noche y algunos incluso tienen miedo durante el día. A pesar de este penetrante sentido de temor, todavía hay esperanza. La policía y el FBI han hecho un avance sorprendente en su investigación.”

Eran las seis de la tarde y yo estaba viendo las noticias. Mamá dijo que era raro para un joven de quince años estar tan interesado en las noticias, pero como no nos sintonizaba Court TV, las noticias locales por lo general eran lo único que me interesaba. Además, el asesino serial era todavía un tema candente, y el reportaje actual de Ted Rask se había convertido en el programa más popular de la ciudad—pese a, o quizás debido a, su desalentador sentido del melodrama. En el exterior, una tormenta de nieve de noviembre se propagaba con fuerza, pero adentro entrábamos en calor gracias al fuego del frenesí de los medios.

“Como recordarán de mi primer informe sobre la muerte de un agricultor de la zona, David Bird,” dijo Rask, “había una sustancia aceitosa encontrada cerca del lugar. Inicialmente se sospechaba que había sido dejada por algún tipo de fuga de un vehículo, pero las pruebas forenses han demostrado ser de naturaleza biológica. Según una fuente anónima en la investigación, el FBI fue capaz de encontrar en esa sustancia una muestra muy pequeña de ADN en un avanzado estado de degeneración. Temprano esta mañana, se identificó que el ADN parecía ser humano en su origen, pero que ahí, lamentablemente, es donde termina la pista. El ADN no coincide con ninguna de las víctimas, ni tampoco coincide con ninguno de los sospechosos actuales, con los casos locales de personas desaparecidas o con cualquier persona en los registros estatales de ADN. Debo resaltar aquí que la base de datos de ADN que estamos tratando es muy limitada—la tecnología es nueva y hay muy pocos registros en cualquier ciudad que sean anteriores a cinco años. Sin pruebas de ADN generalizado comparable con la base de datos de huellas dactilares nacional, esta firma de ADN podría no ser identificada nunca.”

Él era tan férreo y serio, como si pudiera ganar un premio de periodismo a través de un carisma impoluto. Mamá todavía lo aborrecía y se negó a verlo—Es sólo cuestión de tiempo, dijo ella, antes de que empiece señalar con el dedo y que alguien salga

“É

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herido. Las tensiones eran altas en el pueblo y la perspectiva de un tercer asesinato se cernía sobre todos nosotros como una nube.

“Mientras la policía ha estado comprobando las evidencias de la escena del crimen,” dijo Rask, “el equipo de Five Live News ha estado haciendo una investigación por su cuenta y hemos encontrado algo muy interesante: un caso sin resolver de hace más de cuarenta años en el que aparece una sustancia negra muy similar a la encontrada en este caso. ¿Podría esto ayudar a atrapar al asesino? Sabremos más sobre esa historia por la noche, en las noticias de las diez. Este es Ted Rask, Five Live News. Te devuelvo la conexión, Sarah.”

Pero Ted Rask no regresó a las diez. El Asesino de Clayton lo atacó. Su camarógrafo lo encontró poco después de las ocho y media en el callejón detrás de su motel, destripado y sin una pierna. Untada en su cara y su cabeza había una masa enorme de lodo negro y acre. Debía estar caliente, porque le habían salido ampollas de color rojo como una langosta.

* * *

“Escuché que has estado aterrorizando a los niños en la escuela,” dijo el doctor Neblin.

Ignoré al doctor y miré por la ventana, pensando en el cuerpo de Rask. Algo en todo aquello estaba. . . mal.

“No quiero que uses mi diagnóstico como un arma para asustar a la gente,” dijo Neblin. “Estamos haciendo esto para que puedas mejorar, no para que puedas lanzar tu patología en las caras de otras personas.”

Caras. La cara Rask estaba manchado con el lodo—¿por qué? Parecía humillante—algo que el asesino nunca había hecho antes. ¿Qué estaba pasando?

“Me estás ignorando, John,” dijo Neblin. “¿Estás pensando en el nuevo asesinato de ayer?”

“No fue un asesinato,” dije, “fue un asesinato en serie.”

“¿Hay alguna diferencia?”

“Claro que hay diferencia,” le dije dándome la vuelta para mirarlo. Me sentí casi. . . traicionado por su ignorancia. “Eres psicólogo, tienes que saber eso. Un asesinato es. . . bueno, diferente. Los asesinos son personas como borrachos y maridos celosos—tienen motivos para lo que hacen.”

“¿Los asesinos seriales no tienen motivos?”

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“Matar es su única razón,” dije. “Hay algo en el interior de un asesino en serie que está hambriento, o vacío, y el matando es como lo llenan. Llamar a esto asesinato lo hace. . . mezquino. Lo hace sonar estúpido.”

“Y no quieres que un asesinato en serie suene estúpido.”

“No es eso, es. . . no sé cómo decirlo.” Me volví hacia la ventana. “Está mal.”

“Quizás estás intentando hacer a los asesinos en serie algo que no son,” dijo Neblin. “Quieres darles algún tipo de significado especial.”

Lo ignoré, taciturno. Los coches en el exterior conducían lentamente sobre la capa de hielo negro que cubría la calle. Tenía la esperanza de que uno de ellos atropellase a un peatón.

“¿Viste las noticias ayer por la noche?” preguntó Neblin. Él me estaba tentando a hablar mencionando mi tema favorito. Guardé silencio y miré por la ventana.

“Me parece un poco sospechoso,” dijo. “Ese periodista anunció que tenía una pista relacionada con el asesino y luego murió justo una hora y media antes de tener la oportunidad de revelar esa pista para el mundo. Me parece que había encontrado algo.”

Bien pensado, Sherlock. Las noticias de las diez habían llegado a la misma conclusión.

“En verdad no quiero hablar de esto,” le dije.

“Entonces tal vez podamos hablar de Rob Anders,” dijo Neblin.

Volví a mirarlo. “Quería preguntar quién te habló de eso.”

“Recibí una llamada de la orientadora de la escuela de ayer,” dijo Neblin. “Hasta donde yo sé, ella y yo somos los únicos que hablaron con él. Le provocaste pesadillas, sin embargo.”

Sonreí.

“No es divertido, John, es un signo de agresión.”

“Rob es un matón,” le dije. “Lo ha sido desde tercer grado. Si quieres algunos signos de agresión, sólo síguelo a todas partes durante unas horas.”

“La agresión es normal en un chico de quince años,” dijo Neblin, “matón o no. Cuando me concierne es cuando la agresión proviene de un sociópata de quince años que está obsesionado con la muerte—especialmente cuando, hasta ahora, has sido un modelo de comportamiento no confrontacional. ¿Qué ha cambiado recientemente, John?”

“Bueno, hay un asesino serial en la ciudad robando partes del cuerpo de la gente. Podrías haberte enterado. Ha salido en las noticias.”

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“¿La presencia de un asesino en la ciudad te ha afectado?”

El monstruo de detrás de la pared se agitó.

“Está muy cerca,” le dije, “más cerca de lo que han estado nunca los asesinos que estudio. Voy a sacar libros y conectarme a Internet y leer acerca de asesinos en serie para—bueno, no por diversión, pero ya sabes lo que quiero decir—pero ellos están tan lejos. Son reales, y su carácter real es parte de lo que es fascinante, pero. . . esto es Ninguna Parte, EE.UU. . . . se supone que son reales en otro lugar, no aquí.”

“¿Tienes miedo del asesino?”

“No tengo miedo de ser asesinado,” le dije. “Las tres víctimas hasta el momento han sido hombres de mediana edad, así que supongo que va a seguir ese patrón—lo que significa que estoy a salvo, y mamá y Margaret y Lauren están seguras.”

“¿Y tu padre?”

“Mi padre no está aquí,” le dije. “Ni siquiera sé dónde está.”

“¿Pero tienes miedo por él?”

“No,” dije lentamente. Era cierto, pero había algo que no le estaba diciendo y podía decir que él lo sabía.

“¿Hay algo más?”

“¿Debería haberlo?” pregunté.

“Si no quieres hablar de eso, no lo haremos,” dijo Neblin.

“Pero, ¿qué pasa si es necesario?” pregunté.

“Entonces lo haremos.”

A veces los terapeutas pueden ser muy abiertos de mente, era un milagro que no se guardaran nada en absoluto. Lo miré fijamente durante un rato, sopesando los pros y los contras de la conversación que sabía que iba a venir y, finalmente, decidí que no podía hacerme daño.

“Tuve un sueño la semana pasada en el que mi padre era el asesino,” le dije.

Neblin no reaccionó. “¿Qué hizo?”

“No lo sé, ni siquiera vino a verme.”

“¿Querías que te llevara con él cuando matase?” preguntó Neblin.

“No,” dije, incómodo en la silla. “Yo. . . quería llevarlo conmigo a dónde no pudiera matar nunca más.”

“¿Qué pasó después?”

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De repente, no quise hablar de lo que sucedió después, a pesar de que yo había sacado el tema. Era contradictorio, lo sé, pero soñar con matar a tu padre puede hacerte eso. “¿Podemos hablar de otra cosa?”

“Claro que sí,” dijo y escribió una nota en su papel.

“¿Puedo ver esa nota?” pregunté.

“Claro.” Neblin me pasó su cuaderno.

Primera razón: Asesino en la ciudad. No quiere hablar sobre su padre.

“¿Por qué pusiste ‘primera razón’?” pregunté.

“La primera razón por la que asustaste a Rob Anders. ¿Hay más?”

“No sé,” dije.

“Si no quieres hablar de tu padre, ¿qué tal de tu madre?”

El monstruo detrás de la pared se agitó. Había llegado a pensar en él como un monstruo, pero era sólo yo. O la parte más oscura de mí, por lo menos. Probablemente piensen que sería espeluznante tener un verdadero monstruo escondido dentro de ti, pero créeme—es mucho, mucho peor cuando el monstruo es en realidad tu propia mente. Llamarlo monstruo parecía distanciarlo un poco, lo cual me hacía sentir mejor con eso. No mucho mejor, pero tomo lo que puedo.

“Mi madre es una idiota,” le dije, “y ya no me dejará entrar a la parte de atrás de la funeraria. Ha pasado casi un mes.”

“Hasta anoche, nadie ha muerto en casi un mes,” dijo. “¿Por qué quieres ir al cuarto de atrás, si no hay trabajo que hacer?”

“Yo solía ir mucho allí, a pensar,” le dije. “Me gustaba.”

“¿Tienes algún otro sitio al que puedas ir a pensar?”

“Voy al Lago Freak,” le dije, “pero hace demasiado frío ahora.”

“¿Lago Freak?”

“Lago Clayton,” le dije. “Hay un montón de gente extraña allí. Pero prácticamente crecí en esa funeraria—ella no me lo puede quitar.”

“Me dijiste antes que sólo habías estado ayudando en la parte de detrás un par años,” dijo el doctor Neblin. “¿Hay otras partes de la funeraria a las que le tengas apego?”

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“Ese periodista murió ayer anoche,” le dije ignorando su pregunta, “y podríamos conseguirlo—lo van a mandar a casa para el funeral, por supuesto, pero podrían enviárnoslo a nosotros primero para embalsamarlo. Necesito ver ese cuerpo y ella no me va a dejar.”

Neblin hizo una pausa.

“¿Por qué necesitas ver el cuerpo?” me preguntó.

“Para saber lo que está pensando,” le dije, mirando por la ventana. “Estoy tratando de entenderlo.”

“¿Al asesino?”

“Hay algo mal con él y no lo puedo entender.”

“Bueno,” dijo Neblin, “podemos hablar del asesino, si eso es lo que quieres.”

“¿En serio?”

“En serio. Pero cuando hayamos terminado, tendrás que responder a cualquier pregunta que te haga.”

“¿Qué pregunta?”

“Ya lo sabrás cuando te pregunte,” dijo Neblin sonriendo. “Entonces, ¿qué sabes sobre el asesino?”

“¿Sabías que le robó un riñón al primer cuerpo?”

Neblin ladeó la cabeza. “No había oído eso.”

“Nadie lo ha hecho,” dije, “así que no lo cuentes. Cuando el cuerpo llegó a la funeraria le faltaba el riñón—todo lo demás parecía que había sido destrozado, pero el riñón había sido cortado muy limpiamente.”

“¿Y qué pasa con el segundo cuerpo?”

“Él tomó el brazo,” dije, “y el abdomen fue acuchillado, pero no destripado—la mayor parte de las entrañas aún se encontraban dentro.”

“Y en el tercero tomó una pierna,” dijo Neblin. “Interesante. Así que amontonó los órganos como si el primer ataque fuera un incidente—no está ritualizando los asesinatos, sólo toma partes del cuerpo.”

“Eso es exactamente lo que le dije a mamá,” dije, levantando las manos.

“¿Justo antes de que te echara del cuarto de atrás?”

Me encogí de hombros. “Creo que es una cosa bastante espeluznante que decir.”

“Lo que me interesa a mí,” dijo Neblin, “es la forma en que abandona los cuerpos—no los toma o los esconde, simplemente los deja para que la gente los encuentre.

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Esto generalmente significa que el asesino en serie está tratando de hacer una declaración, por lo que vamos a ver el cuerpo y obtener el mensaje que está tratando de dejar. Pero si lo que dices es cierto, entonces él no está mostrando los cuerpos—sólo golpea de forma rápida y desaparece, pasando el menor tiempo con sus víctimas como le sea posible.”

“Pero, ¿qué significa eso?” pregunté.

“Por un lado,” dijo Neblin, “probablemente odia lo que está haciendo.”

“Eso tiene mucho sentido,” le dije asintiendo con la cabeza. “No había pensado en eso.” Me sentí estúpido por no haber pensado en ello. ¿Por qué no se me ocurrió que un asesino podría no disfrutar de un asesinato? “Pero desfiguró el cuerpo del periodista,” dije, “así que tuvo algún tipo de motivo más allá de acabar con su vida.”

“Con un asesino en serie,” dijo Neblin, “el motivo es muy probablemente que sea emocional: él estaba enfadado, frustrado, o confundido. No cometas el error de pensar que los sociópatas no puede sentir—lo sienten muy profundamente, simplemente no saben qué hacer con sus emociones.”

“Dijiste que no le gustaba matar,” le dije, “pero hasta ahora él ha tomado un recuerdo de los tres. Eso no tiene sentido—¿por qué tomar las cosas de un acontecimiento que no quiere recordar?”

“Esa es una buena para reflexión,” dijo Neblin escribiendo en su libreta, “pero ahora es momento de mi pregunta.”

“Muy bien,” le dije suspirando y volviendo a mirar por la ventana. “Acabemos de una vez.”

“Dime lo que estaba haciendo Rob Anders justo antes de que lo amenazaras de muerte.”

“No lo amenacé con matarlo.”

“Has hablado de su muerte de forma amenazante,” dijo Neblin. “No vamos a hilar fino.”

“Estábamos en el gimnasio de la escuela para el baile de Halloween,” le dije, “y él estaba como molestarme—burlándose y golpeando mi bebida y cosas por el estilo. Así que cuando estaba hablando con alguien, él se acercó y empezó realmente a burlarse de mí, y yo sabía que las dos únicas maneras de deshacerse de él eran darle un puñetazo o asustarlo. Tengo una regla de no hacer daño a la gente, por lo que lo asusté.”

“¿No tienes una regla sobre amenazar con matar a la gente?”

“No había llegado todavía,” le dije. “Tengo una ahora.”

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“¿Con quién estabas hablando?”

“¿Por qué importa eso?”

“Tengo curiosidad acerca de con quién estabas hablando.”

“Una chica.”

El monstruo detrás de la pared gruñó, de forma baja y retumbante.

El doctor Neblin ladeó la cabeza. “¿Tiene un nombre?”

“Brooke,” le dije, de repente incómodo. “Ella no es nadie. Ha vivido en mi calle por años.”

“¿Es linda?”

“Es un poco joven para ti, doctor.”

“Déjame expresarlo de otro modo,” dijo sonriendo. “¿Te atrae?”

“Pensé que estábamos hablando de Rob Anders,” le dije.

“Sólo era curiosidad,” dijo, haciendo una nota en su libreta. “Estamos a punto de terminar por hoy de todos modos. ¿Hay algo más de lo que quieras hablar?”

“No lo creo.” Miré por la ventana, los coches pasaban con cuidado entre los edificios, como los escarabajos en un laberinto. La camioneta de Five Live News se deslizó poco a poco hacia el este—fuera de la ciudad.

“Parece que los espantó,” dijo Neblin, siguiendo mi mirada.

Probablemente tenía razón. . . espera. Eso era. Esa era la pieza que le faltaba.

El asesino los había espantado.

“No es un asesino en serie,” dije de repente.

“¿No lo es?” preguntó Neblin.

“Está todo mal,” le dije, “no puede ser. Él no huyó después—mostró el cadáver, justo como dijiste, al untar ese lodo sobre él. Él no sólo estaba tratando de encubrir la noticia, estaba tratando de asustarlos. ¿No lo ves? ¡Él tenía una razón!”

“Y crees que los asesinos en serie no tienen razones.”

“No lo hacen,” dije. “Busca a través de todos los antecedentes penales que tienes y nunca encontrarás un asesino en serie que mate a alguien sólo porque se esté acercando demasiado—la mayoría de ellos salen a su encuentro para obtener más atención de los medios de comunicación, no menos. A ellos les encanta. La mitad escriben cartas a la prensa.”

“¿No tener fama cuenta como una razón?”

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“No es lo mismo,” le dije. “Ellos no matan porque quieran atención, quieren llamar la atención porque matan. Quieren que la gente vea lo que están haciendo. Matar es todavía la principal razón—la necesidad básica que los asesinos están tratando de satisfacer. Y este tipo tiene algo más. No sé lo que es, pero está ahí.”

“¿Qué pasa con John Wayne Gacy?” preguntó Neblin. “Él mataba gays porque quería castigarlos. Esa es una razón.”

“Muy pocos de los hombres asesinados eran realmente gays,” dije. “¿Cuánto sobre él has leído en realidad? La razón no era la cosa gay, era una excusa—él necesitaba matar algo, y diciendo que estaba castigando a los pecadores lo hacía sentirse menos culpable por ello.”

“Te estás sobreexcitando un poco, John,” dijo Neblin. “Tal vez deberíamos parar ahora.”

“Los asesinos en serie no tienen tiempo para matar a los periodistas curiosos, porque están demasiado ocupados matando a gente que se adapte a su perfil de víctima: ancianos, niños pequeños, estudiantes universitarios rubios, lo que sea,” le dije. “¿Por qué éste es diferente?”

“John,” dijo Neblin.

Podía sentir cómo me mareaba, como si estuviera hiperventilando. El doctor Neblin tenía razón, era el momento de parar. Respiré hondo y cerré los ojos. Ya habría tiempo para esto más tarde. Sin embargo, sentía un zumbido de energía, como el sonido de un torrente de agua en mis oídos. Este asesino era algo diferente, algo nuevo.

El monstruo detrás de la pared olfateó bruscamente el aire. Olía a sangre.

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7 Traducido por Maricel_Redbird

Corregido por verittooo

oté al vagabundo por primera vez junto al cine ubicado en el centro de la ciudad. Clayton tiene una buena cantidad de vagabundos—gente que viene de manera pasajera en busca de trabajo, comida, o un billete de autobús con destino al

pueblo contiguo—pero éste era diferente. No mendigaba, ni hablaba con la gente. Él sólo estaba mirando. Observando. Nadie observaba tanto a la gente, y durante tanto tiempo, a excepción de mí, y yo tenía serios problemas emocionales. Decidí que cualquiera que me recordara tanto a mí mismo se merecía que lo vigilara—él podría ser peligroso.

Mis reglas no me dejaban seguirlo, o incluso buscarlo, pero lo vi unas cuantas veces más durante los días siguientes—sentado en el parque viendo a los niños deslizarse por los bancos de nieve en el estacionamiento, o parado junto a la gasolinera, fumando y mirando a la gente llenar sus tanques. Era como si nos estuviera evaluando, comparándonos con alguna lista en su cabeza. Yo casi esperaba que la policía viniera para llevárselo, pero no estaba haciendo nada ilegal. Él sólo estaba allí. La mayoría de las personas—especialmente los que no leen libros de perfiles criminales sólo por diversión, como yo—lo pasarían por alto. Él tenía algún tipo de extraña habilidad para mezclarse, incluso en un lugar bastante pequeño como el Condado de Clayton, y la mayoría de la gente no lo notaba.

Cuando las noticias reportaron un robo algunos días más tarde, él fue la primera persona en la que pensé. Estaba alerta, era analítico, y había observado nuestra ciudad el tiempo suficiente como para saber a quién valía la pena seguir a casa para robar. La pregunta era si era sólo un ladrón, o algo más. Yo no sabía cuánto tiempo había estado en la ciudad—si había estado alrededor durante un tiempo, bien podría ser el Asesino de Clayton. Con mis reglas o sin ellas, necesitaba saber cuál sería su próximo movimiento.

Era como estar parado al borde de un acantilado, tratando de convencerme a mí mismo de saltar. Seguía mis reglas por una razón—me ayudaban a impedir que hiciera cosas que no quería hacer—pero éste era un caso especial, ¿verdad? Si él era peligroso, y si romper esta regla ayudaba a detenerlo—y era realmente una regla de menor importancia, después de todo—entonces valdría la pena. Era algo positivo. Luché conmigo mismo durante una semana, y finalmente racionalicé la idea de que era

N

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mejor, a largo plazo, romper esta sola regla y seguir al vagabundo. Incluso podría salvar la vida de alguien.

El día previo al día Acción de Gracias no tenía clases, y aunque el cuerpo de Ted Rask ingresó a la funeraria esa mañana, mamá se negó a que la ayude, así que mi día estaba libre. Fui al centro y di vueltas por una hora hasta que lo encontré, sentado en el banco de la parada de autobús junto a la ferretería Allman. Crucé la calle y me dirigí al ‘Hamburguesa Amigable’ y me senté en la mesa de la ventana para verlo.

Él era del tamaño adecuado como para ser el Asesino de Clayton—no enorme, pero grande, y se veía lo suficientemente fuerte como para derribar a un tipo como Jeb Jolley. Tenía el cabello castaño y largo, a la altura de la barbilla y lo usaba enmarañado. No era un look extraño en el Condado de Clayton, especialmente en el invierno—era extremadamente frio, y el cabello largo ayudaba a mantener las orejas calientes. Le iría mucho mejor si tuviera una gorra, pero supongo que los vagabundos no pueden elegir.

Su respiración era entrecortada y agitada—muy diferente a las largas y perezosas nubes de las otras personas en la calle. Eso significaba que estaba respirando rápidamente, que significaba que estaba nervioso. ¿Estaba buscando una víctima?

El autobús iba y venía, pero él nunca lo abordó. Estaba observando algo al otro lado de la calle—frente a él, lo cual significaba que eso estaba del mismo lado que yo. Miré a mi alrededor—la librería Estación Twain estaba a la izquierda de la hamburguesería, y la tienda de Suministros de Caza de Earl estaba a su derecha. El vagabundo estaba observando la tienda de caza, lo cual era un poco inquietante. La calle de enfrente tenía un par de autos, uno de los cuales me resultaba familiar. ¿A quién conozco con un Buick blanco?

Cuando el señor Crowley salió de la tienda de caza cargado con suministros de pesca, supe por qué el coche me era tan familiar—pasaba la mayor parte del tiempo a quince metros de mi casa. Forzarte a ti mismo a no pensar en la gente hacía que detalles tan simples como ése fuesen difíciles de recordar.

Cuando el vagabundo se levantó y cruzó la calle corriendo en dirección al señor Crowley, supe que la situación se había convertido en algo muy importante, muy de repente. Yo quería escuchar eso. Salí a la calle, me arrodillé junto a mi bicicleta, e hice todo un show pretendiendo abrir la cadena. Ni siquiera la había encadenado a nada, pero estaba al lado de unos tubos y pensé que ni Crowley ni el vagabundo estaban prestando demasiada atención. Estaba a uno buenos diez metros de distancia de ellos—si tenía suerte, no me prestarían atención en absoluto.

“¿Pesca?” dijo el vagabundo. Parecía de unos treinta y cinco o cuarenta años, curtido por el viento y la edad. Dijo algo más, pero estaba demasiado lejos como para oírlo. Giré mi cabeza para tener un mejor ángulo.

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“Pesca en el hielo,” dijo el señor Crowley, sosteniendo un cincel. “El lago se congeló hace una semana o dos, y pienso que ya es seguro para caminar sobre él.”

“No me digas,” dijo el vagabundo. “Yo solía ir a pescar en el hielo todo el tiempo en mis viejos días. Pensaba que era un arte perdido.”

“¿Un compañero pescador?” preguntó el señor Crowley, animándose. “No mucha gente de por aquí se interesa en la pesca en el hielo—Earl tuvo que encargar el nuevo taladro especialmente para mí. Tan frío como lo está hoy, y con el viento soplando en aumento, apuesto a que ni siquiera habrán patinadores—voy a tener todo el lago a mí solo.”

“¿En serio?” preguntó el vagabundo. Fruncí el ceño—había algo en su voz que me molestó. ¿Iba a robar la casa de Crowley mientras él salía a pescar?

¿Iba a seguirlo hasta el lago para matarlo?

“¿Estás ocupado?” preguntó el señor Crowley. “Es horriblemente solitario estar solo en el lago, y me vendría bien algo de compañía. Tengo una caña de pescar extra.”

Crowley, idiota. Llevar a este tipo a cualquier lugar es una idea estúpida. Tal vez Crowley tiene Alzheimer.

“Es muy amable de tu parte,” dijo el vagabundo, “pero no quisiera ser una molestia.”

¿En qué estaba pensando Crowley? Pensé en interceptarlo para advertirle, pero me contuve. Probablemente sólo estaba imaginando cosas; este tipo seguramente estaba bien.

Aunque el señor Crowley coincidía perfectamente con el perfil de las víctimas—hombre mayor blanco con una estructura ósea de gran tamaño.

“No te preocupes por eso,” dijo Crowley. “Sube. ¿Tienes un gorro?”

“Me temo que no.”

“Entonces vamos y consigamos uno de camino al lago,” dijo Crowley, “y un poco de comida extra. Un amigo con el cual pescar vale cinco dólares.”

Se subieron al coche y se marcharon. Casi me levanto nuevamente para advertirle, pero yo sabía a dónde iban—y sabía que tardarían un tiempo en comprar la comida y el gorro. Era un riesgo, pero podría ser capaz de llegar allí antes que ellos y esconderme. Quería ver qué sucedía.

Llegué al tramo más usado del lago en tan sólo media hora, donde la pendiente desde la carretera hasta la costa era más gradual, y se podía caminar por el borde. No había señales del señor Crowley o de su peligroso pasajero, o de nadie más en realidad. Tendríamos el lago a nosotros. Escondí mi bici en un banco de nieve en el lado sur del claro, y me agaché en un pequeño conjunto de árboles hacia el norte. Si el señor

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Crowley en realidad venía con el objetivo de pescar, aquí es a donde lo haría. Me senté a esperar.

El lago estaba congelado, como Crowley había esperado, y colmado de nieve blanca. En el otro extremo, se levantaba una colina, alta solamente por su contraste con la extensión plana del lago. El viento azotaba por ambos lados, creando vórtices, remolinos, tornados y espirales de aire que se hacían visibles por la nieve dentro de ellos. Me encogí en las sombras y me congelé mientras el viento formaba rostros en el cielo.

Expuesto a la naturaleza—frío, calor, agua—es la forma más deshumanizante de morir. La violencia es apasionada y real—los últimos momentos cuando luchas por tu vida, disparando un arma o luchando contra un asaltante o pidiendo ayuda a gritos, tu corazón bombea fuertemente y tu cuerpo hormiguea con energía; estás alerta y despierto y, por ese breve momento, más vivo y humano que nunca. No es así con la naturaleza.

A merced de los elementos sucede lo contrario: tu cuerpo se entumece, tus pensamientos son lentos, y te das cuenta de cuán mecánico eres en realidad. Tu cuerpo es una máquina, llena de tubos y válvulas y motores, de conexiones eléctricas y bombas hidráulicas, y funcionan correctamente sólo dentro de cierta serie de condiciones. Con el descenso de las temperaturas, tu máquina se rompe. Las células comienzan a congelarse y se destruyen; los músculos utilizan más energía para hacer menos; la sangre fluye muy lentamente, y a lugares equivocados. Tus sentidos se desvanecen, la temperatura de tu cuerpo se desploma y tu cerebro dispara señales aleatorias que tu cuerpo es demasiado débil para interpretar o seguir. En ese estado ya no eres un ser humano, eres una anomalía—un motor sin aceite, cayéndose a pedazos en su último esfuerzo inútil para completar su última tarea sin sentido.

Escuché a un auto aproximándose y me adentrarse en el claro. Giré la cabeza imperceptiblemente para mirar desde la esquina de mi ojo, manteniéndome oculto entre los árboles, y reconocí el Buick blanco de Crowley. El vagabundo salió primero y miró oscuramente al lago, hasta que la otra puerta se abrió y Crowley tosió.

“No he ido a pescar en hielo desde hace algún tiempo,” dijo el extraño, mirando hacia el señor Crowley. “Gracias de nuevo por permitirme acompañarte.”

“No es problema en lo absoluto,” dijo el señor Crowley, caminando hacia el baúl. Le entregó al extraño una caña de pescar y un cubo lleno de herramientas, redes, un taladro de hielo, y un par de sillas plegables, después cerró el baúl. Llevaba una caña para él, y un pequeño enfriador. “Yo tengo dos de todo, por si acaso,” dijo, sonriendo. “Hay suficiente chocolate caliente aquí para mantenernos a los dos cálidos y felices.”

“El almuerzo me dejo bien lleno,” dijo el vagabundo, “no te preocupes por eso.”

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“Aquí somos socios,” dijo Crowley, “lo que es mío es el tuyo, y lo tuyo es mío.” Sonrió.

“Lo que es tuyo es mío,” dijo el extraño, y sentí que una sensación de peligro se elevaba. ¿Qué estaba haciendo el señor Crowley? Recoger a un vagabundo de esta forma podía ser mortal, incluso si no lo llevabas contigo al medio de la nada—incluso si no hubiera un asesino psicópata suelto.

Miré las manos del vagabundo en busca de cualquier evidencia de algún arma en forma de garras, pero eran normales. Tal vez no era el asesino después de todo. De cualquier manera, me estaba muriendo de curiosidad—si él era el asesino, quería ver cómo lo hacía.

Fruncí el ceño entonces, preguntándome a mí mismo. ¿De verdad estaba más interesado en ver al asesino que en salvar la vida de Crowley? Sabía que no debería estarlo—si yo fuera una persona normal, con empatía, salvaría la vida de Crowley. Pero no lo era.

Así que miré.

El señor Crowley comenzó a caminar con cuidado por la pendiente del lago hacia la costa, y el extraño lo siguió muy de cerca. Me encogí en mi refugio de árboles, en silencio, tratando de mantenerme lo más pequeño y oculto como me fuese posible.

“Espera un minuto,” dijo el extraño, “ese café finalmente me está afectando. Tengo que ir a mear.” Bajó cuidadosamente su cubeta y balanceó la caña cuidadosamente por encima de ésta. “Sólo será un momento.” Él huyó de nuevo por la pendiente y me estremecí, aterrado de que pudiera venir a mis árboles a hacer pis, pero se fue hacia el lado más alejado del coche.

Mi bici estaba ahí. Sin duda, él la vería.

El hombre tardó tanto en elegir un buen lugar que empecé a sospechar. Eché un vistazo a Crowley, y supuse que él también sospechaba. Arrugas de nervios cubrieron su rostro, y miró de vuelta hacia el hielo como si se tratara de un reloj gigante y se le estuviera haciendo tarde para algo. Tosió dolorosamente.

Yo esperaba que el vagabundo notara mi bici en cualquier momento y gritara, o sacara una motosierra de entremedio de los árboles con un grito, pero no pasó nada. Encontró un lugar que le gustaba, se detuvo, y tras una larga pausa, se subió la cremallera y se dio la vuelta.

Se debe haber tropezado con mi bici prácticamente. ¿Por qué no dijo nada? Tal vez la había visto, y sabía que yo estaba aquí, y se estaba tomando su tiempo cuidadosamente hasta que pudiera matarnos a Crowley y a mí juntos.

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“Tengo que decir nuevamente que esto es extremadamente amable de tu parte,” dijo el vagabundo. “Estoy muy en deuda contigo, y no sé cómo podría pagarte.” Se rió. “Lo más bonito que tengo es este gorro, y tú eres el que lo compró.”

“Ya pensaremos en algo,” dijo Crowley, y se quitó el guante para rascarse su barba. “Nada más voy a tomar el crédito por todos los peces buenos.” Él sonrió ampliamente, después volvió a toser.

“Suena como si la tos fuese cada vez peor,” dijo el extraño.

“Sólo un pequeño problema con mis pulmones,” dijo Crowley, volviéndose hacia el lago congelado. “Va a solucionarse muy pronto.” Dio un paso sobre el hielo, testeándolo con un pie.

El vagabundo llegó a la parte inferior de la pendiente, y se quedó un momento junto al cubo de herramientas. Se agachó para recogerlo, luego se detuvo, miró rápidamente hacia la carretera, y llevó su mano dentro de su chaqueta. Cuando la retiró, tenía un cuchillo—no era una navaja o un cuchillo de caza, sólo un largo cuchillo de cocina cubierto de polvo y óxido. Parecía que lo había robado de un depósito de chatarra.

“Estoy pensando que debemos dirigirnos hacia allá,” dijo Crowley, apuntando hacia el noreste. “El viento es igual de malo en todos lados, pero esa es la parte más profunda del lago, y no está demasiado lejos del nacimiento del río. Vamos a tener un poco más de corriente por debajo de nosotros, y eso nos servirá para una mejor pesca.”

El vagabundo se adelantó, su mano derecha apretada alrededor del cuchillo y su mano izquierda de lado para mantener el equilibrio. Estaba a sólo un brazo de distancia de la espalda de Crowley; un paso más y podría dar el golpe asesino.

Crowley se rascó la barbilla de nuevo. “Me gustaría agradecerte por venir aquí conmigo.” Tosió. “Vamos a hacer un buen equipo, tú y yo.”

El vagabundo se acercó un paso.

“No tienes familia,” dijo Crowley, “y yo apenas puedo respirar.” Tosió. “Entre nosotros dos, creo que hacemos casi una persona entera.”

Espera—¿qué?

El vagabundo hizo una pausa, tan perplejo como yo, y en esa fracción de segundo Crowley se dio la vuelta y arremetió con su mano desenguantada—más larga ahora, de alguna manera, y más oscura, sus uñas se alargaban imposiblemente en garras afiladas de marfil. El primer golpe hizo volar el cuchillo de la mano del sorprendido hombre, girando hacia adelante, cerca de mi grupo de árboles, y el segundo revés colapsó con la cara del extraño, derribándolo sobre la nieve acolchonada. El vagabundo se puso en pie, pero Crowley hizo a un lado el refrigerador y la caña y saltó sobre el hombre, rugiendo como una bestia. Otra garra hizo su salida a través del otro guante de

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Crowley, desgarrándolo a medida que crecían y las dos garras se deslizaron por el brazo en alto del extraño, rebanando la carne del hueso. El hombre estaba fuera de mi vista ahora, profundamente en la nieve, pero podía oírlo gritar—un grito sin forma de dolor y sorpresa. Crowley rugió de nuevo con la boca llena de relucientes dientes como agujas. Dos viciosos golpes más tarde, y todo quedó en silencio.

El señor Crowley se inclinó sobre el cuerpo en una nube de vapor, sus brazos eran demasiado largos, y sus garras sobrenaturales brillaban por la sangre. Su cabeza había crecido bulbosa y oscura, sus orejas eran puntiagudas como cuchillas. Su mandíbula estaba antinaturalmente baja, y erizada con dientes. Él jadeaba pesadamente, y mientras lo observaba poco a poco volvía a la forma que conocía—sus brazos y manos se acortaron, sus garras se echaron hacia atrás para convertirse en uñas normales, y su cabeza se desinfló y reformó. Un momento más tarde, era el simple y viejo señor Crowley nuevamente, tan normal como podía serlo. Si no fuera por las manchas de sangre en su ropa, nadie hubiera imaginado en lo que se había transformado o lo que había hecho. Tosió y tiró su andrajoso guante izquierdo, dejándolo caer pesadamente al suelo.

Me senté en estado de shock, mi rostro picado por el viento y las piernas calientes por mi propia orina. Yo ni siquiera recordaba el haberme orinado encima.

El señor Crowley era un monstruo.

El señor Crowley era el monstruo.

Yo estaba demasiado asustado como para pensar en esconderme—simplemente me senté y observé, congelándome y con náuseas. Crowley extendió nuevamente su brazo derecho con su mano en forma de garra y comenzó a cortar a través de las varias capas de ropa del extraño.

“Trataste de matarme,” murmuró. “Te había comprado un gorro.” Lo alcanzó con ambas manos e hizo una mueca, y oí un horrible chasquido—una, dos, tres, cuatro-cinco-seis—toda una cadena de costillas rotas. Se inclinó más abajo, fuera de mi vista, y se paró un momento después sosteniendo un par de ensangrentadas bolsas sin forma.

Pulmones.

Lentamente, el señor Crowley comenzó a desabrocharse el abrigo. . . luego su primera camisa de franela. . . después la segunda. . . luego la tercera. Pronto su pecho quedó al desnudo en medio del frío y apretó los dientes, respirando pesadamente y cerrando los ojos. Él cambió los irregulares pulmones a su mano izquierda humana, llevó su garra demoníaca hasta su vientre, y se abrió a sí mismo justo debajo de las costillas. Jadeé, justo cuando un gruñido escapaba de los dientes apretados de Crowley; no parecía que me hubiese escuchado. La sangre brotaba de su vientre abierto y se tambaleó, pero se enderezó rápidamente.

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Yo estaba más allá de un estado de shock—demasiado entumecido por lo que había visto como para hacer otra cosa además de mirar.

El señor Crowley volvió a toser, doblado por el dolor, y empujó los pulmones desesperadamente por la herida en su abdomen. Cayó al suelo de rodillas, su cara retorcida por el dolor, vi como el último pedacito de pulmón desaparecía dentro de él, como si algo lo hubiese succionado desde el interior. Sus ojos se abrieron de repente, más anchos de lo que creía posible, y su boca se movía con temor en un jadeo silencioso e inútil en busca de aire. Algo oscuro brotó de la herida y lo alcanzó rápidamente, sacando otro par de pulmones—similares a los primeros pero estos eran negros y enfermizos, como los pulmones en los comerciales acerca del cáncer. Los pulmones negros silbaron a medida que se deslizaban de su herida abierta, y los dejó caer sobre el cadáver del extraño. Se detuvo un momento, suspendido en el silencio absoluto de la asfixia, inmóvil y sin aire, luego inhaló abrupta y ruidosamente, como un buzo que emerge de un estanque, desesperado por aire. Tomó tres bocanadas más así, grandes y hambrientas, y luego comenzó a respirar a un ritmo más tranquilo y medido. Su mano derecha volvió a la normalidad, cambiando de alguna manera de monstruo a humano, y se agarró la herida abierta con ambas manos. El agujero se selló, cerrándose solo como una cremallera. Medio minuto más tarde, su pecho estaba como nuevo otra vez, blanco y sin cicatrices.

Las ramas por encima de mí se sacudieron repentinamente, tirando un montón de nieve al suelo alrededor de mi escondite. Me mordí la lengua para no gritar en alarma, y me lancé de espalda en el hueco entre los troncos. Ya no podía ver Crowley, pero lo escuché cuando se puso de pie; me lo imaginé tenso y preparado para luchar—listo para matar a cualquiera que hubiese sido testigo de aunque sea una parte de sus acciones. Contuve la respiración mientras se dirigía a mis árboles, pero no se detuvo ni miró, siguió de largo y se agachó para buscar algo en la nieve—el cuchillo descartado, supuse—después de un minuto se incorporó y caminó hacia su coche. Oí el clic del baúl al abrirse, y un ruido de plástico, después la puerta se cerró de un golpe y volvió hacia el cadáver, sus pasos eran tranquilos y deliberados.

Acababa de ver morir a un hombre. Acababa de ver a mi vecino de al lado matarlo. Era demasiado para procesarlo; sentí como comenzaba a temblar sin control, aunque no sabía si era de frío o de miedo. Intenté de agarrar fuertemente mis piernas para evitar que sacudieran la maleza y me delataran.

No estoy seguro de cuánto tiempo me quedé allí en la nieve, escuchándolo trabajar, y rezando para que no me encontrara. Había nieve en mis zapatos, pantalones y camisa; se había deslizado a través de mi cuello y por mi cinturón, todo eso estaba frío—tan frío que quemaba. En el exterior, los huesos crujían, el plástico hacía ruido, y algo húmedo era aplastado, una y otra vez. Eones más tarde escuché a Crowley arrastrando

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algo pesado, seguido de un gruñido de esfuerzo y el clic de sus botas sobre el hielo del lago.

Dos pasos. Tres pasos. Cuatro pasos. Cuando alcanzó los diez pasos me permití levantarme—muy lentamente—y espiar por entremedio de los árboles. Crowley estaba sobre la superficie del agua helada, una bolsa plástica negra sobre sus hombros y la sierra de hielo colgando de su cinturón. Caminó despacio y con cuidado, probando sus pasos y marchando a través del viento helado. Su silueta se hacía cada vez más pequeña, y fuertes ráfagas cargadas con fragmentos de hielo soplaban a su alrededor con furia, como si la naturaleza estuviera enojada por lo que había hecho—o como si algún poder oscuro estuviera complacido. A un metro de distancia, su silueta solitaria desapareció completamente en el viento y la nieve, y él se había ido.

Salí torpemente de entremedio de los árboles, mis piernas como gelatina y mi mente corriendo. Sabía que necesitaba cubrir mis huellas de alguna manera, y rompí una rama de pino que estaba lo suficientemente baja como para alcanzarla. Caminé de espaldas hacia mi bicicleta, borrando mis huellas en el camino—había visto a un indio hacerlo en una de esas viejas películas de John Wayne. No era perfecto, pero tendría que funcionar. Cuando llegué a mi bicicleta, la levanté y corrí hacia el lado más alejado los árboles, esperando que Crowley no alcanzara a ver mis huellas desde la escena del asesinato. Llegué a la calle y salté a mi bici, pedaleando como loco para llegar a la ciudad antes de que él regresara y me pase en su coche.

A mi alrededor, los pinos estaban oscuros como los cuernos de los demonios, y la puesta de sol sobre los robles volvía sus ramas desnudas de un color rojo como huesos sangrientos.

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8 Traducido por Nikky*

Corregido por Caroliberta

ormí muy poco esa noche, perseguido por lo que había visto en el lago. El señor Crowley había matado a un hombre—lo mató, así como así. Un momento estaba vivo, gritando y peleando por su vida, y al siguiente no era nada más que un saco

de carne. La vida, sea lo que sea, se había evaporado a nada.

Anhelaba volver a verlo y me odiaba por eso.

El señor Crowley era un monstruo de alguna clase—una bestia con forma humana que pareció absorber los pulmones del hombre que había matado. Pensé acerca de la pierna faltante de Ted Rask, el riñón de Jeb Jolley y el brazo de Dave Bird—¿Crowley había absorbido esas partes también? Me lo imaginaba construido completamente con piezas de muertos; el doctor Frankenstein y su monstruo en un sólo asesino impío. Pero, ¿dónde había empezado? ¿Qué había sido antes de que la primera pieza fuera robada? Vi de nuevo una visión de piel oscura y curtida, una cabeza bulbosa y largas guadañas como garras. Yo no era religioso y sabía casi nada acerca del ocultismo o lo sobrenatural, pero la palabra que saltaba en mi mente era “demonio.” El Hijo de Sam había llamado demonios a los monstruos en su vida. Me imaginé que si era lo suficientemente bueno para el Hijo de Sam, lo era para mí.

Mi madre fue lo suficientemente inteligente para dejarme solo. Tiré mis orinadas ropas en la lavandería cuando llegué a casa y me duché. Supuse que vio las ropas o las olió y asumió que habría tenido uno de mis accidentes. Es raro para los que mojan la cama perder el control estando despiertos, pero todas las razones por las que podrían ocurrir—ansiedad intensa, tristeza o miedo—eran lo suficientemente sensibles que ella evadió el tema esa noche y se quitó la frustración con la lavandería en vez de conmigo.

Cuando salí de la ducha, me encerré en mi cuarto y me quedé allí casi hasta el mediodía del día siguiente, aunque estuve tentado a quedarme más tiempo. Era Día de Acción de Gracias, y Lauren había rechazado venir; la tensión en la casa sería abrumadora, después de lo que yo acababa de pasar, sin embargo, una cena tensa no era nada. Me vestí y fui a la sala de estar.

“Hola, John,” dijo Margaret. Ella estaba sentada en el sofá y veía el final del desfile de Macy.

D

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Mamá miró hacia arriba desde el mostrador de la cocina. “Buenos días, cariño.” Ella nunca me llamaba cariño a no ser que estuviera tratando de compensar algo. Gruñí una vaga respuesta y vertí cereal en un plato.

“Debes estar hambriento,” dijo mamá. “Vamos a comer en unas cuantas horas, pero anda—no has comido desde el almuerzo de ayer.”

Odiaba cuando era tan buena conmigo, porque parecía como si sólo lo hiciera en emergencias. Era como un reconocimiento abierto de que algo estaba mal; prefiero que las cosas se agraven en silencio.

Mastiqué mi comida lentamente, preguntándome que harían mamá y Margaret si supieran la verdad—que yo no me había estado escondiendo por el miedo o el tumulto emocional, sino porque estaba fascinado por las posibilidades de un asesino sobrenatural. Había pasado la noche juntando pedazos del rompecabezas y el perfil criminal, yo estaba encantado por lo bien que funcionaba todo. El asesino estaba robando partes para reemplazar otras que no funcionaban más—Crowley tenía malos pulmones, así que él consiguió unos nuevos y tenía sentido que él hubiese matado a las otras víctimas por la misma razón. Su pierna solía ser dolorosa, pero ayer él había caminado sin cojear y sin esfuerzo—había reemplazado su pierna mala con una que le robó a Rask. El fango negro encontrado por cada víctima venía de las viejas y degeneraba partes que descartaba. Las víctimas eran hombres viejos y grandes porque Crowley era un hombre viejo y grande, y necesitaba partes del cuerpo que le encajaran. La doble naturaleza de los violentos asesinatos y los metódicos resultados venían de la propia doble naturaleza de Crowley—un demonio en el cuerpo de un hombre.

O, más correctamente, un demonio en un cuerpo formado por otros hombres. La historia de cuarenta años que Ted Rask había encontrado en Arizona era probablemente la misma cosa—probablemente el mismo demonio. ¿Habría allí más demonios como él? ¿Había estado Crowley en Arizona hacía cuarenta años? Rask, a pesar de ser un idiota exhibicionista, estaba en algo, y él murió por eso.

A lo largo de mis pensamientos, seguí yendo atrás, al asesinato mismo, y la sangre, y los sonidos, y los gritos de un hombre moribundo. Supe, académicamente, que debería molestarme más—que debería estar vomitando, o llorando, o bloqueando mis recuerdos. En vez yo simplemente comí un plato de cereal, y pensé sobre lo que haría ahora. Podría enviar a la policía a su casa, pero, ¿qué evidencia encontrarían? La última muerte había sido un vagabundo que nadie podría recordar, y mucho menos extrañar, y Crowley había hundido el cuerpo y toda la evidencia en el lago; él se estaba volviendo más inteligente. ¿Drenarían el lago por una información anónima? ¿Buscarían en la casa de un hombre respetado por la palabra de un quinceañero? No podía imaginar que lo hicieran. Si quería que la policía me creyera, tenía que llevarlos a la escena de un asesinato—tenían que cogerlo poseído por el demonio. Pero, ¿cómo?

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“John, ¿puedes ayudarme con el relleno?” Mamá estaba parada con la tabla para cortar apio, viendo el desfile en el otro cuarto.

“Seguro”, dije y me levanté. Me pasó el chuchillo y un par de cebollas del refrigerador. El cuchillo era casi idéntico con el cual el vagabundo había intentado matar a Crowley. Lo levanté un poco, entonces corté a través de las capas de cebolla.

“Tiempo para el jugo,” dijo ella, y sacó al pavo del horno. Recogió una larga jeringa, pinchó el pavo y apretó el émbolo. “Vi esto en la televisión ayer,” dijo ella. “Es caldo de pollo, sal, albahaca y romero. Se supone que es muy bueno.” Por fuerza de hábito empujó el émbolo justo encima de la clavícula del pavo, justo donde habría insertado el tubo de la bomba en el cadáver. La vi inyectar el caldo e imaginé la agitación del pavo, embalsamado con sal y sazonadores, llenándolo con artificial perfección mientras una corriente espesa de sangre y horror goteaba del fondo y huía en la tierra. Pelé la piel de la segunda cebolla, seca y como papel, y corté el bulbo a la mitad.

Mamá cubrió el pavo y lo puso de vuelta en el horno.

“¿No necesitamos poner el relleno dentro?” pregunté.

“En realidad no cocinas el relleno dentro del pavo,” dijo, hurgando en la alacena. “Ése es un caso de intoxicación por alimentos a punto de pasar.” Retiró una pequeña botella de vidrio con un poco de líquido café en el fondo. “Oh no, se nos está acabando. John, ¿cariño?”

Allí estaba la palabra de nuevo. “Sí.”

“¿Puedes ir donde los Watson y pedir un poco de vainilla? Seguro que Peg tiene un poco; al menos alguien en esta calle tiene su cabeza bien puesta.”

Ésa era la casa de Brooke. No me había permitido pensar en ella desde que el doctor Neblim me preguntó sobre ella—podía sentir mi fijación por ella, pensando mucho en ella, entonces mis reglas intervinieron y me detuvieron. Quería decir que no, pero no quería tener que explicar por qué. “Seguro.”

“Lleva un abrigo, está nevando de nuevo.”

Me puse mi chaqueta y bajé las escaleras hasta la funeraria. Estaba oscuro y silencioso; lo amaba así. Podría tener que volver más tarde, si podía hacerlo sin hacer que mamá sospechara. Salí a través de una puerta lateral y miré al otro lado de la calle a la casa del señor Crowley. La nieve había cubierto todo con una manta blanca de cinco centímetros. Nada estaba sucio después de nevar, al menos no que pudieras ver; la superficie de cada auto, casa y alcantarilla estaba blanca y calma. Pesadamente pasé por la nieve a donde los Watson, dos casas más allá y toqué el timbre.

Un grito ahogado vino a través de la puerta. “Yo abro.” Escuché pasos y Brooke Watson abrió la puerta. Estaba usando jeans y una sudadera, con su rubio cabello

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curvado en un moño sostenido en su lugar por un lápiz. La había evitado desde el baile, cuando había retrocedido con cautela. Ahora ella sonrío—verdaderamente sonrió—cuando me vio. “Hey, John.”

“Hey. Mi mamá necesita vainilla o algo así. ¿Ustedes tienen?”

“¿Cómo, helado?”

“No, es café, es para cocinar.”

“Mamá,” llamó ella, “¿tenemos vainilla?” La mamá de Brooke dio un paso en el vestíbulo, limpiando sus manos en una toalla, y me hizo señas para que entrara.

“Vamos, pasa—no lo dejes esperando allí afuera, Brooke, lo congelarás hasta la muerte.” Ella sonreía cuando lo dijo y Brooke se rió.

“Mejor pasas,” dijo ella con una sonrisa. Me sacudí la nieve de mis zapatos e ingresé, Brooke cerró la puerta.

“Es tu turno, Brooke. ¡Ven!” gritó una voz aguda, vi al hermano menor de ella, y a su padre, sentados en el piso con un juego de Monopoly extendido frente a ellos. Brooke se dejó caer en el suelo e hizo rodar el dado, entonces contó su movimiento y gimió. Su hermano pequeño, Ethan, rió con alegría cuando ella contó una pila de monedas de juego.

“¿Muy helado allá afuera?” me preguntó el padre de Brooke. Él aún estaba en pijama, con calcetines de lana gruesa para mantenerse abrigado.

“Es tu turno, papá, anda,” dijo Ethan.

“No está tan mal,” dije recordando anoche. “El viento se ha ido al menos.” Y yo no me estoy escondiendo en los árboles mientras mi vecino arranca los pulmones de un hombre, y eso es bueno, también.

La mamá de Brooke volvió al cuarto con un pequeño Tupperware4 de vainilla. “Esto debería ser suficiente,” dijo. “¿Te gustaría una taza de chocolate caliente?”

“¡A mí sí!” gritó Ethan, saltó y corrió hacia la cocina.

“No gracias,” dije. “Mamá necesita esto para algo, y debería volver pronto.”

“Si necesitas algo más sólo házmelo saber,” dijo con una sonrisa. “¡Feliz día de Acción de Gracias!”

“Feliz Día de Acción de Gracias, John,” dijo Brooke. Abrí la puerta y ella se puso de pie para seguirme. Se veía como si fuese a decir algo, entonces sacudió la cabeza y rió. “Nos vemos en la escuela,” dijo y asentí.

4 Tupperware: Es una maraca registrada por el Químico Estadounidense Earl Silas Tupper quién creó un recipiente plástico donde transportar comida herméticamente.

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“Nos vemos en la escuela,”

Ella saludó con la mano mientras yo bajaba los escalones, mostrando una amplia sonrisa. Fue dolorosamente hermoso y me forcé a alejar la mirada. Mis reglas estaban muy arraigadas. Ella estaba más segura de esta forma.

Caminé penosamente de vuelta a casa, empujé la vainilla bien al fondo en mi bolsillo y apreté mis manos en puños para abrigarme. Cada casa se veía igual en la nieve—un césped blanco, un porche blanco, un techo blanco, las esquinas redondeadas y los pasos entorpecidos. Nadie habría adivinado, manejando por allí, que en una de estas casas habitaba una familia alegre, en otra habitaba una media familia miserable, y otra escondía la guarida de un demonio.

* * *

La cena de Acción de Gracias pasó tan bien como se podía esperar en mi casa. Cada canal daba una película familiar o un partido de futbol, mamá y Margaret miraban con suavidad mientras comían. Arreglé mi silla para tener una buena vista de la casa de Crowley, miré por la ventana durante toda la comida.

Mamá pasó los canales inquieta. Antes de que papá se fuera, Acción de Gracias era el día del futbol, desde el inicio hasta el final, mamá se quejaba de esto cada año. Ahora cambiaba los juegos agresivamente, deteniéndose más tiempo en los canales de no-juegos, como si fuera a darle un mayor status. Estos no le recordaban a Papá, así que eran mejor que el resto.

Mis padres nunca se llevaron súper bien, pero todo se puso peor el año anterior a que se fuera. Eventualmente, él se fue a un apartamento al otro lado de la ciudad, donde se quedó por casi cinco meses mientras el divorcio se abría camino por el tracto intestinal de las cortes locales. Me quedé con él cada dos semanas, pero incluso el más pequeño contacto que hacían mientras hacían el cambio era mucho para ellos y eventualmente ellos sólo se quedaban en lados opuestos del estacionamiento del supermercado, tarde en la noche cuando estaba vacío, yo acarreaba mi almohada y mochila de un auto a otro en la oscuridad. Tenía siete años. Una noche, a medio camino del auto de mamá, escuché el motor de papá rugir; él encendió las luces altas y se puso en la carretera, dobló la esquina y desapareció en un enojado sonido. Fue la última vez que lo vi. Enviaba regalos en Navidad y a veces en mi cumpleaños, pero nunca había una dirección de remitente. Era como si estuviera muerto.

Nuestra cena terminó con pastel de calabaza comprado en la tienda y un bote de crema batida. El cuerpo del pavo estaba agazapado en el centro de la mesa como una araña; pensé acerca de la muerte del hombre en el lago, extendí la mano y arranqué una

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costilla del pavo con mis dedos. La televisión zumbó en el fondo. Hubo una marcada ausencia de conflicto: esto era lo más cerca que mi casa estaba de ser feliz.

“Buenas tardes, bienvenidos a Five Line News. Soy Walt Daines.”

“Y yo soy Sarah Bello. Mucha gente está escogiendo celebrar su fiesta de Acción de Gracias con un pavo frito, pero las frituras pueden ser peligrosas. Más en un minuto, pero primero una actualización del asesino del Condado de Clayton quien hasta el momento ha reclamado tres vidas, incluyendo a nuestro reportero Ted Rask. Aquí está Carrie Walsh con el reporte.”

Nosotros tres nos sentamos derechos con los ojos pegados en la televisión.

“La ciudad de Clayton tiene miedo,” dijo la joven reportera parada en el Wash-n-Dry; ella probablemente había estado atascada en este trabajo, porque era muy menor para pasar por encima de cualquier otro. Estaba mucho más brillante en televisión de lo que estaba afuera en este momento, supuse que probablemente ella había filmado este segmento cerca de las dos de la tarde. “La policía patrulla las calles a todas horas del día e incluso ahora a completa luz del día, estoy acompañada por una escolta armada de oficiales de la policía.” La cámara fue hacia atrás para mostrar que ellas estaba flanqueada por un oficial en cada lado. “¿A qué le tienen tanto miedo?” dijo. “Tres asesinatos sin resolver, en el periodo de tres meses. La policía tiene muy pocas pistas, pero el reportero investigador Ted Rask descubrió evidencia muy sensitiva, el asesino lo mató por ello.” Su voz era constante, pero sus ojos estaban inyectados en sangre y sus nudillos agarrando el micrófono estaban blancos como un hueso. Estaba aterrada. “Hoy, asistidos por el Agente Forman del FBI, nosotros le traemos esa evidencia, para ayudar a atrapar al asesino.”

La escena se desvió a algún tipo de establecimiento de registros y el agente del FBI explicó en una voz en off la historia de Emmett T. Openshaw, un hombre de Arizona que desapareció de su casa hace cuarenta y dos años. Mostraron una foto: era adulto, pero no muy viejo—¿cuarenta, quizás? No soy muy bueno adivinando las edades. Él parecía vagamente familiar, en la forma en que todas las fotos lo parecen—esa persistente impresión en la parte trasera de tu cabeza que si la persona tenía un corte de pelo moderno y ropas modernas, podría ser alguien a quien ves cada día. La policía encontró sangre y signos de violencia, pero ningún cuerpo. Lo más importante, y la razón por la que la historia estaba relacionada con el Condado de Clayton, también habían encontrado un charco de lodo negro en el medio del piso de la cocina de ese hombre. La policía tenía algunas teorías, las cuales la reportera nerviosamente explicó, pero ninguna de ellas coincidía con lo que yo había visto—¿cómo podrían?

Miré la pantalla de la televisión e imaginé al señor Crowley en Arizona. Él golpeaba en una puerta, este hombre la abría y Crowley le contaba alguna historia acerca de un auto roto o mapa perdido. Le pedía pasar y el hombre se lo permitía y cuando le daba

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la espalda, Crowley arrancaba la garganta del hombre y se robaba su. . . ¿qué? La policía nunca encontró el cuerpo así que nunca supieron que el asesino le robado una parte.

Pero, ¿por qué escondería los cuerpos en ese entonces y ahora no esconde los tres primeros? No tenía sentido. Retrocediendo en las clasificaciones del FBI, era como si solía ser un asesino organizado, pero ahora no. Y ahora el ataque al vagabundo se había vuelto a mover al lado organizado del espectro. ¿Por qué?

Las imágenes de las noticias cambiaron para mostrar al agente del FBI, sentando en una suave oficina para una entrevista que debía haber sido filmada temprano. “Las pruebas de ADN han continuado en el caso Clayton,” dijo el Agente Forman, “y el lodo encontrado junto a las tres víctimas es compatible—el FBI no pudo identificar de quién es el ADN, pero sabemos que es definitivamente de la misma persona.”

¿La misma persona? Eso no tenía ningún sentido tampoco. Si el lodo venía de los órganos descartados, y cada órgano viene de un cuerpo diferente, ¿el ADN no debería ser diferente cada vez? Esa clase de ciencia estaba un poco más allá de un nivel de décimo grado, desafortunadamente, así que no podría descubrirlo yo mismo, y desde que estaba basando mis teorías en información que el agente del FBI no tenía, él no ofrecía ninguna otra explicación tampoco.

“Emmett T. Openshaw murió hace muchos años desafortunadamente, así que una prueba de ADN no es posible,” dijo el Agente Forman, “y nada del lodo encontrado en su casa fue guardado como evidencia. Francamente, no sabemos por qué o si quiera si esta información es significante—sólo que el asesino lo quiere mantener en silencio. Si esta información significa algo para ti, o si tienes algo que nos conduzca a todo, por favor habla con la policía. Tu identidad se mantendrá confidencial. Gracias.”

La pantalla cambió a la reportera, quién asintió secamente y miró a la cámara. “Ésta es Carrie Walsh con Five Live News. Volvemos contigo, Sarah.”

¿Alguna pista en absoluto? ¿Incluso la más absurda?

Era obvio que el demonio era más que la suma de sus partes. Él podía transformar sus manos—una de las cuales perteneció a un granjero dos meses atrás—en garras demoníacas. Necesitaba partes de cuerpos humanos, eso parecía más seguro, pero cuando las absorbía se convertían en partes de él. Ellas tomaron sus propiedades y fuerzas y, aparentemente, su firma de ADN.

Pero si eso era verdad, ¿por qué el ADN era reconocido como humano? ¿Los demonios tenían ADN?

Absurdo o no, necesitaba ir a la policía. La única otra alternativa era tratar de pararlo yo mismo, y ni siquiera sabía dónde empezar. ¿Dispararle? ¿Apuñalarlo? Él podía sanar de una herida seria, así que dudaba que eso fuera a funcionar. A demás, sabía

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que sería un error. Había pasado mucho tiempo protegiéndome de pensamientos de violencia para tropezar en esto ahora. El monstruo detrás del muro se tensó y gruñó, despierto y ansioso por ser liberado. No permitiría dejarlo libre—¿quién sabe qué haría?

Mi único dilema, de nuevo, era cómo hacer que la policía me creyera. Tenía que darles más que sólo mi palabra—tenía que ofrecer alguna clase de evidencia. Si venían y miraban la casa del señor Crowley, probablemente no encontrarían nada. Él estaba siendo tan cuidadoso ahora, escondiendo muy bien sus huellas. Si quería que ellos supieran a ciencia cierta, tenían que ver lo que yo—tenían que atraparlo en el acto, salvar a la víctima y ver sus garras de demonio por ellos mismos.

El único camino que podía tomar era estudiarlo, seguirlo, llamarlos cuando hiciera su movimiento. Tenía que convertirme en la sombra del señor Crowley.

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9 Traducido por Sanmar

Corregido por Caroliberta

a parte más difícil fue el primer paso: salir por la puerta, cruzando la calle hasta el camino hacia el porche delantero del señor Crowley. Dudé antes de llamar. Si él me había visto en el lago—en el caso de que tuviera alguna sospecha de que

conocía su secreto—podría matarme sigilosamente. Llamé a la puerta. Estábamos a varios grados bajo cero, pero mantuve mis manos fuera de los bolsillos, listo para mantener el equilibrio si tenía que correr.

La señora Crowley abrió la puerta. ¿También ella era un demonio?

“Hola, John, ¿cómo estás hoy?”

“Bien, señora Crowley ¿Y usted?” Oí un crujido en la casa detrás de ella—Era el señor Crowley moviéndose lentamente de un cuarto a otro. ¿Sabría ella lo que era en realidad?

“Estoy bien, cariño, ¿qué te ha llevado hasta aquí en esta tarde tan fría?” La señora Crowley era vieja y menuda, el mayor estereotipo de ‘ancianita bondadosa’ que había visto nunca. Llevaba gafas y se me ocurrió que el señor Crowley no—¿robaría ojos nuevos cada vez que se le estropeaban los suyos?

“Nevó anoche,” dije. “Quería despejarles las aceras.”

“¿En Acción de Gracias?”

“Sí,” dije. “En realidad no tengo nada mejor que hacer.”

La señora Crowley sonrió pícaramente. “Sé porque estás aquí en realidad,” dijo. “Quieres un poco de chocolate caliente.”

Sonreí—una cuidada y ensayada sonrisa diseñada para mostrarme exactamente como un chico de doce años al que habían cogido haciendo una travesura. Había trabajado en ella toda la noche. La señora Crowley me daba chocolate caliente cada vez que limpiaba su nieve; era el único momento en el que era invitado a entrar. Estaba allí hoy, porque necesitaba que me invitaran a entrar—tenía que ver si el señor Crowley estaba saludable o enfermo y lo mal que estaba. Con el tiempo tendría que volver a matar, y si quería llamar a la policía para cogerle en el acto, necesitaba saber exactamente cuándo pasaría.

L

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“Pondré un poco en el hornillo ahora mismo,” dijo. “La pala está en el cobertizo.” Cerró la puerta y anduve alrededor de la casa, mis pies crujían suavemente sobre la nieve. Había empezado.

El señor Crowley vino al porche unos minutos más tarde, era la imagen de la salud; andaba alto y estirado y no tosió ni una vez. Sus nuevos miembros trabajaban bien para él. Anduvo hasta el borde de la barandilla y se quedó mirándome. Traté de ignorarle, pero estaba demasiado nervioso como para darle la espalda. Me puse de pie y me encaré con él.

“Buenas tardes,” dije.

“Buenas tardes, John,” respondió más jovial de lo que nunca lo había visto. No podría decir si sospechaba de mí o no.

“¿Ha tenido un buen día de Acción de Gracias?” pregunté.

“Muy bueno,” dijo, “Muy bueno. Kay prepara un pavo delicioso, te diría—el mejor del estado.”

No me estaba mirando, estaba mirando alrededor, hacia la nieve, los árboles, las casas, todo. Casi diría que estaba contento y supongo que tiene sentido. Tenía un nuevo y flamante par de sanos pulmones, literalmente, tenía una nueva vida. Me pregunté cuánto tiempo le iba a durar.

No iba a matarme. No parecía sospechar que yo conocía su secreto en absoluto. Satisfecho porque estaba a salvo por ahora, volví al trabajo.

Durante las siguientes dos semanas, pasé mis días limpiando la nieve y las noches rezando, porque hubiera más. Cada dos o tres días encontraba una nueva excusa para visitar a los Crowleys—limpiar otro montón de nieve, cortar leña o ayudar en las compras. El señor Crowley era tan simpático como siempre, hablando, bromeando y besando a su esposa. Parecía el modelo de la buena salud, hasta que un día atisbé un laxante mientras desembolsaba la compra del mercado.

“Es su estómago,” dijo la señora Crowley con una sonrisa maliciosa. “Nosotros los ancianos no podemos comer como solíamos, las cosas empiezan a venirse abajo”

“Pensaba que se veía bastante sano.”

“Sólo un pequeño problema con su digestión,” dijo. “No hay de qué preocuparse.”

Bueno, a menos que el señor Crowley tuviera sus ojos puestos en tu sistema digestivo.

Pero no tenía miedo por ella, probablemente no valía la pena robar los órganos de una persona de setenta años, pero había algo más que eso. Él la trataba bien; la saludaba con un beso cada vez que entraba a la habitación. Incluso si ella era tan sólo una coartada, no le haría daño.

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El nueve de diciembre, a altas horas de la noche del sábado, el señor Crowley salió de su casa y le quitó las placas de la matrícula a su coche. Estaba viéndole desde mi ventana, completamente vestido y tan pronto como hubo guardado las placas y se hubo marchado, me deslicé silenciosamente escaleras abajo y crucé la puerta principal. El viento soplaba lo suficiente como para cortar con frialdad a través de la bufanda que llevaba sobre la cara y tuve que montar despacio para mantener el equilibrio sobre las carreteras heladas. Le había quitado los reflectores a mi bici, haciéndola apenas visible en la negrura, pero no tenía miedo de ser atropellado. Las carreteras estaban virtualmente vacías.

El señor Crowley también estaba conduciendo despacio y seguí sus luces traseras a cierta distancia. Los únicos sitios abiertos a esa hora de la noche eran el hospital y el Flying J, cada uno en un extremo de la ciudad. Asumí que iba al último para intentar recoger a otro vagabundo, pero en cambio se dirigió lentamente hacia el diminuto centro de la ciudad. Tenía sentido, probablemente estaría vacío a esta hora de la noche, pero si encontraba a alguien podría matarlo impunemente. No había negocios abiertos, ni casas, ni testigos que oyeran los gritos.

De pronto, otro coche dio la vuelta en la esquina, muy por delante de mí, y se detuvo cerca del señor Crowley en un semáforo. Era un coche de policía. Me los imaginé preguntándole si todo estaba en orden, si necesitaba algo, si había visto algo sospechoso. ¿Le estarían preguntando acerca de sus matrículas perdidas? ¿Se habían dado cuenta? La luz se puso verde y ellos se mantuvieron quietos un poco más, después se fueron—los policías siguieron rectos y Crowley giró a la derecha. Pedaleé duro para alcanzarlo, anticipando su ruta y bajando por una carretera lateral para evitar la luz de las farolas. No quería que me vieran, ya fuera Crowley o los policías.

Cuando le volví a encontrar, Crowley estaba estacionado, hablando con un hombre en la acera. Los vi durante unos instantes, fijándome en que el hombre se irguió dos veces observando la calle; no estaba buscando nada, simplemente observando. ¿Sería el elegido? Llevaba un anorak oscuro y una gorra de beisbol, muy lejos de ir lo suficientemente abrigado con este tiempo y a esta hora de la noche. Crowley estaba ofreciéndole casi con total seguridad que subiera: “Ven, aléjate del frio, subiremos la calefacción y te llevaré hacia donde necesites. A mitad de camino, te destriparé como a un pez.”

El hombre volvió a observar. Le miré sin respiración. Francamente no sé si lo quería dentro o fuera del coche. Iba a llamar a la policía, por supuesto, pero ellos podrían no llegar a tiempo. ¿Qué iba a hacer si moría ese tipo? ¿Debería abandonar mi plan y simplemente correr para avisarle? Si lo salvara, Crowley tan sólo buscaría a cualquier otro. No podría seguirle el resto de mi vida, advirtiendo a la gente. Tenía que aceptar el riesgo y esperar el momento correcto.

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El hombre abrió la puerta del copiloto y se metió en el coche de Crowley. Ya no había vuelta atrás.

Había un teléfono público fuera de la gasolinera en Main, y si podía alcanzarlo a tiempo, podría llamar a la policía y decirles cómo encontrar el coche. Ellos podrían arrestar a Crowley, podrían dispararle; de un modo u otro todo acabaría. El coche de Crowley giró hacia la derecha y yo hacia la izquierda, manteniéndome en las sombras hasta que estuviera fuera de mi vista.

Cuando alcancé el teléfono público, cubrí el micrófono con mi bufanda, usando guantes para mantenerlo todo libre de huellas dactilares. No quería que nadie llegara hasta mí rastreando la llamada.

“911, ¿cuál es el motivo de la emergencia?”

“El Asesino de Clayton tiene otra víctima, en su coche, ahora mismo. Dígale a la policía que busquen un Buick LeSabre blanco en algún lugar entre el centro y la fábrica de madera.”

“El—” el asistente hizo una pausa. “¿Has dicho el Asesino de Clayton?”

“Le vi coger una nueva víctima,” dije, “envíen a alguien ahora.”

“¿Tiene alguna evidencia de que ese hombre es el asesino?” preguntó el asistente.

“Le he visto matar a alguien más,” dije.

“¿Esta noche?”

“Hace dos semanas.”

“¿Reportó este incidente a la policía?” El asistente sonaba casi. . . aburrido.

“No te estás tomando esto en serio,” dije. “Va a matar a alguien ahora mismo. ¡Trae a la policía!”

“Un coche patrulla ha sido avisado para patrullar el área entre el centro y la fábrica de madera de Clayton por motivos de una denuncia anónima,” dijo el asistente aburrido. “La número trece de esta semana, podría añadir. ¿A no ser que quisieras darme un nombre?”

“Te vas a sentir realmente estúpido por la mañana,” dije. “Envía algunos policías ahora, voy a tratar de detenerlo.” Colgué y salté sobre mi bicicleta. Tenía que encontrarlos.

Habían girado hacia la fábrica de madera hacía unos diez minutos. Ahora podrían estar en cualquier parte, incluyendo el Lago Freak. Volví hacia la calle principal donde habían doblado, para intentar seguir o adivinar el camino que habían tomado, pero a mitad de camino oí como se cerraba fuertemente la puerta de un coche y fui a investigar. A una manzana y media, rodeado de escaparates silenciosos y a la débil luz

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de la luna, el coche del señor Crowley estaba aparcado detrás de otro a un lado de la carretera. Crowley estaba andando desde el maletero hasta un bulto en el suelo. A medida que me iba acercando, pude ver que el bulto era un cuerpo tirado sobre una lona. Ya era demasiado tarde.

Dejé mi bici en las sombras y me acerqué más a Crowley mientras estaba de espaldas. Alcancé una esquina, quedando a tan sólo media manzana de distancia, y me metí en el hueco de un escaparate. Pensé que el segundo coche sería el de la víctima, averiado en el peor lugar posible, en la peor noche posible—en la oscuridad, lejos de oídos humanos, y cerca del señor Crowley. Probablemente Crowley le había encontrado buscando ayuda, y se ofreció para echar un vistazo.

Cerca del cuerpo, sobre la lona, había un montón de lodo negro y humeante—Crowley ya había realizado el cambio, de estómago o de intestinos o de cualquier cosa que necesitara esta vez, y había tenido la precaución de preparar un manto de tierra para cubrir las nocivas pruebas. Estiró las esquinas de la lona y empezó a enrollarla justo cuando los faros de la policía se hicieron visibles. Me agaché mientras pasaba por delante de mí y pude ver a través de la esquina de cristal como el señor Crowley dejó lo que estaba haciendo, agachó la cabeza y lentamente se puso de pie.

Uno de los policías bajó del coche y apuntó su arma tras la cobertura que le daba la puerta abierta; la silueta del otro se recortaba en el asiento del conductor, hablando por radio. El cuerpo estaba enrollado en la lona y escondido, pero había sangre en el suelo a causa del ataque inicial.

“Ponga las manos arriba,” dijo el policía. Conocía a algunos de ellos en la ciudad, pero no podía reconocer a éste en la oscuridad. “¡Túmbese en el suelo, ahora!”

El señor Crowley se dio la vuelta lentamente.

“¡Señor! ¡No se dé la vuelta! ¡Túmbese inmediatamente!”

Crowley volvió a encararles, alto y fornido frente a los brillantes focos. Su sombra se extendía detrás de él a lo largo de una manzana, un gigante hecho de oscuridad.

“Gracias a Dios que están aquí,” dijo Crowley, “Acabo de encontrarlo. Creo que ese asesino lo alcanzó.” Los pantalones de Crowley estaban empapados en la sangre de la víctima; me sorprendió que incluso intentara esa mentira.

“Dese la vuelta y túmbese sobre su estómago,” dijo el policía. Su arma era como una extensión de su brazo, negra y erguida. Las garras de Crowley estaban escondidas ahora, se veía perfectamente humano, aunque perfectamente amenazante. Sus ojos eran estrechos y sombríos, su boca era una línea recta bien cerrada, carente de emociones.

“Dese la vuelta y túmbese sobre su estómago,” dijo el policía. “No se lo volveremos a pedir.”

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Los ojos de Crowley parecían taladrar al oficial, y yo me preguntaba que estaría sintiendo. ¿Enfado? ¿Odio? Miré más de cerca, de modo que pude ver el destello de una luz en su mejilla. Lágrimas.

Estaba triste.

El policía del lado del conductor abrió su puerta y bajó del coche. Era más joven que su compañero, y sus manos temblaban. Cuando habló su voz era vacilante. “Los refuerzos están en camino—” dijo, pero antes de que pudiera terminar la frase, Crowley se abalanzó sobre ellos, aún en su forma humana, pero gruñendo furiosamente. El policía más viejo gritó una advertencia y ambos hombres empezaron a disparar, bala tras bala chocando contra el pecho de Crowley. Él cayó al suelo.

“Santa—” dijo el policía joven.

El policía más viejo bajó su arma lentamente y miró a su compañero. “Sospechoso abatido,” dijo. “Nunca pensé que esa pista fuera nada bueno—cual es ésta, ¿la tercera en una noche?”

“Cuarta,” dijo el policía joven.

“Bien, ¿y qué estás esperando?” preguntó el mayor. “¡Llama a una ambulancia!”

En un instante, Crowley se había levantado de nuevo, encontrándose al lado del policía viejo, su cara se había alargado de una forma inhumana, su boca era una caja de irregulares colmillos. Garras de hueso blanco acuchillaron los intestinos del policía, el cual murió casi al instante. Crowley, el demonio, saltó sobre el coche patrulla hacia el joven policía, quien gritó y disparó salvajemente, dándole a la esquina trasera del coche del señor Crowley justo antes de que el demonio saltara sobre él haciéndole caer fuera de mi vista. El policía gritó una vez más y se detuvo.

La violencia cesó tan rápido como había empezado. Los policías, el demonio, las armas, la calle, el frío cielo nocturno—todo estaba silencioso como una tumba.

Crowley llegó por el lateral del coche de policía un momento después, llevando los dos cuerpos con su brazo derecho, el izquierdo le colgaba inútil a un lado. Volvía a ser completamente humano. Desenrolló la lona y dejó caer los cuerpos cerca de su primera víctima; se detuvo por un momento observando la escena—tres cadáveres, un mar de sangre, dos coches extras y un agujero de bala en su brazo. Nunca sería capaz de cubrirlo todo antes de que llegaran los refuerzos.

Crowley volvió al coche de policía y apagó las luces, la carnicería quedó en una silueta grisácea. Rebuscó en su interior un poco más y no pude oír otra cosa que crujidos y arañazos hasta que salió, tirando un par de paquetes negros sobre los cuerpos. Me imaginé que era la cámara del coche patrulla, pero no había forma de estar seguro desde esta distancia.

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Todavía quedaba tiempo. El policía había pedido refuerzos, pero incluso si no lo hubiera hecho, alguien tendría que venir y encontrar a Crowley. No era posible que escondiera todo esto.

Se quitó el abrigo y la camisa de franela, tirándolos sobre la lona y se quedó ahí, pálido y semidesnudo bajo la luz de la luna. Su brazo izquierdo estaba gravemente herido a causa de la bala y se lo tocó dejando escapar un gruñido. Abrió la mano derecha—sus dedos se convirtieron suavemente en garras—y los apoyó en el hombro. Se colocó cuidadosamente sobre la acera, preparándose para algo, y saltó cuando sonó fuertemente el teléfono móvil de su cintura. Cogió el teléfono móvil con la mano buena y descolgó llevándoselo a la oreja.

“Hola Kay. Lo siento, querida, no podía dormir.” Pausa. “No te lo dije porque no quería despertarte. No te preocupes, cariño, no es nada. Sólo insomnio. Fui a dar una vuelta con el coche.” Pausa. “No, no es mi estómago, me siento bien.” Miró a la pila de cadáveres que tenía a sus pies. “De hecho, mi estómago está mejor de lo que ha estado en semanas, querida. Sí, volveré pronto a casa, duérmete. Yo también te quiero, cariño. Te quiero.”

Así que ella no era un demonio, no sabía nada sobre aquello.

Apagó el teléfono y a tientas lo devolvió a su sitio. Entonces extendió la mano y la deslizó por su hombro izquierdo, desgarrando la carne y dejando el hueso libre con un chasquido enfermizo. Me caí de la sorpresa. Él jadeó, cayendo de rodillas, y lanzó el brazo hacia la primera víctima, donde comenzó a chisporrotear y a contraerse. Una vez separado de quién sabe qué energía mantenía vivo al demonio, el miembro se convirtió en lodo en cuestión de segundos.

Torpemente, con un sólo brazo, Crowley hizo lo mismo con el cadáver de uno de los policías, quitándole el abrigo y seccionándole el brazo izquierdo. Juntó el miembro con su mutilado hombro y asombrado, pude ver como la carne parecía querer alcanzarlo, envolviéndolo y atrayéndolo más, soldándolo y fluyendo juntos como si fuera masilla. Poco después, el brazo se movía, levantándose sobre el hombro y Crowley empezó a hacerlo girar en círculos, primero pequeños y cada vez más y más amplios, comprobando su peso y movimiento. Satisfecho, y temblando de frío, cogió un puñado de bolsas de basura del maletero y empezó a empaquetar los cuerpos.

Me descubrí a mí mismo preguntándome de entre todas las cosas, por qué no cogió el brazo de su primera víctima—¿por qué complicarse en desvestir al policía cuando tenía un cuerpo perfectamente bueno a su lado, ya preparado y listo?

Oí un coche acercándose, ruedas que surcaban pesadamente la nieve y miré hacia atrás. Una Pickup pasó a una manzana y media de distancia, por la calle principal, de un rojo brillante bajo la luz de las farolas. No había podido ver el espeluznante trabajo

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del señor Crowley desde tan lejos y en medio de semejante oscuridad. El camión continuó y su ruido de perdió en la distancia.

Crowley trabajó rápida y eficientemente, colocando a los policías en el maletero del coche averiado de la primera víctima. El dueño del coche, bien envuelto en bolsas de basura, fue a parar al maletero del coche de Crowley, junto a los restos de su ropa metidos en bolsas, la lona ensangrentada y el hardware robado del coche de policía. Era un plan ingenioso—cuando los investigadores encontraran a los policías, podría parecer que eran las únicas víctimas y el dueño del coche sería el natural sospechoso. Si Crowley escondía bien el cuerpo del hombre, nunca descubrirían que también había sido una víctima aquella noche—en cambio, lo tomarían como el principal sospechoso, mandando a la policía y al FBI fuera de la pista de Crowley durante semanas.

Crowley se metió en su coche, arrancó y se fue. Nadie había venido. Él se había salido con la suya.

Se enfrentó con dos policías armados y volvía sin un raspón—de hecho, en mejores condiciones que cuando había empezado. La evidencia se había ido, y las pruebas que había dejado apuntaban a otro. Tan pronto como hubo conducido hasta que pude perderle de vista, corrí a mi bici y pedaleé tan rápido como pude en la otra dirección—lo último que quería era que alguien me encontrará allí y me asociara con el crimen.

¿Cómo podría alguien detener a ese demonio? Era virtualmente imposible de matar y demasiado fuerte e inteligente para la policía. Habían hecho todo lo que habían podido, empleando todo su entrenamiento y habilidad—le habían acribillado a balazos, por el amor de Dios—y ahora estaban muertos. Todos los que habían visto a Crowley aquella noche estaban muertos.

Todos excepto yo.

Menuda estupidez ¿Qué podía hacer yo? ¿Advertir a más policías y llevarlos hacía su muerte como había hecho con esos dos? Estaban muertos por mi culpa—Crowley les había matado, pero sólo porque yo lo obligué a hacerlo. Él sólo había querido matar a un hombre esta noche y gracias a mi intromisión, dos más estaban pudriéndose en un maletero. No podía repetirse. Tal vez hubiera sido mejor dejarlo en paz, dejarlo matar a su ritmo, uno al mes en vez de tres en una noche. Yo no sería el responsable de más muertes.

Excepto que ya no estaba matando una vez al mes—su última víctima había sido hacía menos de tres semanas. Estaba aumentando la velocidad—tal vez su cuerpo se estaba echando a perder más rápido. ¿Cuánto tiempo pasaría antes de que empezase con uno a la semana? ¿O al día? Tampoco quería ser responsable de esas muertes, no si podía evitarlas.

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¿Pero cómo? Paré de pedalear y me senté en la bicicleta, en mitad de la calle, pensando. No podía atacarle, incluso si tuviera un arma, ya había visto lo estúpida que era esa idea. Si dos policías entrenados en combate no pudieron matarlo, entonces estaba claro que yo tampoco podría. No así.

El monstruo detrás del muro se abrió paso, despierto y hambriento. Yo puedo hacerlo.

No.

¿No?

Tal vez podría. Eso era lo que me daba miedo, ¿verdad? ¿Qué pudiera matar a alguien? Bueno, ¿y si ese alguien fuera un demonio? ¿No estaría bien eso?

No, no lo estaría. Me controlaba por una razón—las cosas en las que solía pensar, las cosas por las que construí ese muro para prevenir, estaban mal. Matar estaba mal. No lo haría.

Pero si no lo hacía, el señor Crowley lo haría de nuevo, una y otra vez.

“¡No!” dije en voz alta—enfadado conmigo mismo, enfadado con Crowley.

¡Enfádate! ¡Déjalo salir!

No. Cerré los ojos. Sabía que tenía un lado oscuro y sabía de lo que era capaz, de lo mismo que los asesinos seriales. Había leído sobre ello y estudiado sobre lo que podían hacer. Maldad. Muerte. Las mismas muertes de las que era capaz el señor Crowley. No quería ser como él.

Pero si paraba cuando hubiera terminado, no sería como él. Si lo detenía a él y después conseguía detenerme a mí mismo, nadie más tendría que morir.

¿Podría hacerlo? Una vez tirado abajo el muro, ¿podría reconstruirlo?

¿Acaso tenía otra opción? La alternativa era contárselo a alguien, pero si eso llevaba a algún inocente a una muerte segura, aunque sólo fuera uno, entonces sería la peor. Sería mejor que lo matara yo mismo. Significaría menos muertes, menos dolor para todos. Nadie sufriría en absoluto, excepto Crowley y yo.

Si lo hacía, tendría que ser cuidadoso. Crowley era una criatura de pura potencia, demasiado poderoso como para enfrentarle cara a cara. Las estrategias que había estudiado, los asesinos que yo podría imitar, estaban especializados en aplastar a los débiles, dominando a aquellos que no podían defenderse solos.

De repente me hice a un lado, girando mi cabeza y vomitando sobre la carretera.

Había siete personas muertas, siete en tres meses. Y él estaba tomando velocidad. ¿Cuántos más morirían si no le detenía?

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Podía hacerlo, todo el mundo tiene debilidades, hasta los demonios. Él mataba a causa de una, después de todo—su cuerpo se estaba cayendo a pedazos. Si tenía una debilidad, podría tener más. Si conseguía encontrarlas y explotarlas, acabaría con él. Podía salvar la ciudad, el país y el mundo. Podía detener al demonio.

Y lo haría.

No más preguntas, basta de esperar. Había tomado mi decisión, era el momento de derribar el muro, de tirar las reglas que había creado para mí mismo.

Era el momento de dejar salir al monstruo.

Volví a subirme en la bicicleta y monté hasta llegar a casa, derribando las reglas a medida que iba llegando. Ladrillo tras ladrillo, el muro se vino abajo y el monstruo estiró las piernas, flexionó las garras, se lamió los labios.

Mañana, cazaríamos.

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10 Traducido por verittooo

Corregido por Caroliberta

os levantamos el día siguiente con una fresca nevada—apenas unos centímetros, pero justo la excusa que necesitaba. Era una mañana de domingo inactivo, pero crucé la calle a las ocho en punto, pala en mano. El auto de Crowley estaba en el

camino de entrada, cubierto de nieve, y me detuve sorprendido cuando me di cuenta de que el agujero de bala en la esquina trasera había sido reemplazado una enorme y arrugada abolladura. Las luces estaban destrozadas, y la pintura se había descascarado. Parecía como si hubiera estado en un accidente automovilístico. Lo estudié por otro momento, preguntándome qué había pasado, después caminé hacia el porche y toqué el timbre.

El mismo señor Crowley atendió la puerta—alegre, humano, y viéndose tan inocente como cualquier hombre podría verse. Lo vi matar a cuatro personas en el último mes, pero aún así, casi dudé—sólo por un segundo—que un hombre como él pudiera lastimar una mosca.

“Buenos días, John, qué te trae—bueno ya veo, sí nevó. No se te escapa una, ¿no es así?”

“No, es verdad.”

“Bueno, no hay prácticamente nada ahí,” dijo, “y no necesito ir a ningún lugar hoy. Por qué no lo dejas, y le damos la oportunidad de que caiga algo más antes de que te tomes todo el trabajo. No tiene sentido pasar la pala dos veces.”

“No es trabajo, señor Crowley,” dije.

“¿Quién está en la puerta?” llamó la señora Crowley, apareciendo desde el interior de la casa. “Oh, Buenos días, John. ¡Bill, aléjate de la puerta, vas a llamar a tu muerte!”

El señor Crowley se rió. “Estoy bien, Kay, lo prometo—ni siquiera un estornudo.”

“Estuvo levantado toda la noche,” dijo la señora Crowley, envolviendo un abrigo alrededor de los hombros de él, “Dios sabe haciendo qué y dónde, y entonces me dice que estrelló el auto. Será mejor que le echemos un vistazo al daño, ahora que hay luz afuera.”

Le disparé una mirada al señor Crowley, que guiñó un ojo y se rió. “Derrapé un poco en el hielo anoche, y ella piensa que fue un complot comunista.”

“No te burles, Bill, esto es—oh Señor, es peor de lo que pensaba.”

N

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“Estuve conduciendo anoche,” dijo el señor Crowley, saliendo para reunirse con nosotros en el porche, “y derrapé con el hielo cerca del hospital—fui directamente fuera de la carretera y hacia una pared de cemento. El mejor lugar para hacerlo, sin embargo—un puñado de enfermeras y doctores estaba ahí a los pocos segundos para asegurarse de que estuviera bien. Sigo diciéndole que estoy bien, pero ella sigue preocupada.” Puso un brazo alrededor de sus hombros, y ella giró para abrazarlo.

“Sólo estoy agradecida de que estés bien,” dijo ella.

Asumiendo que se deshizo del cuerpo apropiadamente, la bala en el auto era el último poco de evidencia que podría conectarlo con los asesinatos, pero él se había encargado de eso admirablemente. Tenía que darle crédito, era bastante bueno en cubrir sus huellas. Todo lo que tenía que hacer era sacar la bala y golpear esa esquina del auto contra una pared lo suficientemente fuerte para esconder el daño previo. Haciéndolo en el hospital había sido especialmente inteligente—ahora tenía todo un grupo de testigos que pensaban que sabían exactamente lo que había pasado con su auto, y si los presionaban, también podrían testificar que él había estado en el lado opuesto del pueblo del lugar de los asesinatos. Había enterrado las evidencias y se había dado una coartada al mismo tiempo.

Me volteé para verlo con nuevo respeto. Él era listo, muy bien—pero, ¿por qué ahora, y no antes? Si era tan inteligente, ¿por qué dejó a los tres primeros cuerpos donde cualquiera pudiera encontrarlos? Se me ocurrió que tal vez era nuevo en esto, y justo ahora estaba aprendiendo cómo hacerlo bien. Tal vez él no había matado a ese hombre en Arizona después de todo—o quizás había habido algo diferente sobre esa muerte que no lo había preparado para esto.

“John,” dijo la señora Crowley, “quiero que sepas que apreciamos todo lo que haces por nosotros—no podemos volver a las últimas semanas sin encontrarte ahí para ayudar.”

“No es nada,” dije.

“Tonterías,” dijo ella. “Éste es uno de los peores inviernos en años, y somos demasiado viejos para pasarlo solos—tú has visto cómo la salud de Bill viene y va. Y ahora algo como esto, bueno, es bueno saber que nuestros vecinos nos están cuidando.”

“No tenemos hijos propios,” dijo el señor Crowley, “pero tú eres prácticamente un nieto para nosotros. Gracias.”

Los miré a ambos, estudiando las señales de gratitud que había llegado a reconocer en ellos—sonrisas, manos entrelazadas, algunas lágrimas en las esquinas de los ojos de la señora Crowley. Esperaba sinceridad de ella, pero incluso el señor Crowley parecía emocionado. Levanté la pala y empecé a despejar los escalones.

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“No es nada,” dijo nuevamente.

“Eres un chico dulce,” dijo la señora Crowley, y ambos volvieron a entrar.

De algún modo se sintió apropiado que la única persona que pensaba que yo era dulce era una mujer que vivía con un demonio.

* * *

Pasé el resto de la mañana limpiando sus veredas y caminos de entrada, y pensando sobre cómo matar al señor Crowley. Mis reglas seguían saltando a mi mente, espontáneamente—estaban demasiado arraigadas como para irse sin dar pelea. Pensé en diferentes formas de matarlo, e inmediatamente me encontré diciendo cosas agradables sobre él. Recorrí todo su horario en mi cabeza, e inmediatamente me sentí desviar hacia otros temas. Dos veces, dejé de palear y me giré para ir a casa, subconscientemente intentando distraerme antes de que se convirtiera en una obsesión. Mis viejas reglas me hubieran dicho que ignore al señor Crowley durante una semana completa, como me he forzado a ignorar a Brooke, pero las cosas eran diferentes ahora, y las reglas se tenían que ir. Me había estado entrenando por años para mantenerme alejado de la gente, para desterrar cualquier afecto que intentaba formarse, pero todas estas barreras necesitaban derribarse; todos esos mecanismos necesitaban ser apagados, o guardados, o destruidos.

Fue escalofriante al principio—como sentarse muy quieto mientras una cucaracha se sube a tu zapato, sigue por tu pierna, y se mete debajo de tu camiseta, y no la alejas. Me imaginé a mí mismo cubierto de cucarachas, arañas, sanguijuelas, y más, todas retorciéndose, sondeando, y degustando, y yo tenía que permanecer inmóvil, y acostumbrarme completamente a ellos. Necesitaba matar al señor Crowley (un gusano arrastrándose sobre mi cara), quería matar al señor Crowley (un gusano arrastrándose hacia mi boca), quería acuchillarlo (un enjambre de gusanos arrastrándose encima mío, enterrándome)—

Los escupí y temblé, volviendo a la realidad, parado en la acera y alejando la nieve. Esto tomaría un tiempo.

“¡John, entra y toma algo de chocolate!” Era el señor Crowley, llamándome desde la puerta abierta. Terminé los últimos metros de acera, y entré para sentarme en la mesa de la cocina y sonreí educadamente, preguntándome si acuchillar al señor Crowley podría siquiera funcionar. Recordé el tajo en su estómago cuando robó los pulmones del vagabundo, sellándose como una bolsa Ziploc. Podía curarse después de un aluvión de disparos. Sonreí otra vez, tomé otro sorbo de chocolate, y me pregunté si podía hacer que le volviera a crecer la cabeza.

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Pensamientos oscuros llenaron el resto de mi día, y una por una, destrocé mis reglas. Cuando fui a la escuela a la mañana siguiente me sentí demacrado y aterrado—como una nueva persona en un cuerpo viejo que apenas le queda. La gente me miraba por encima, ignorándome como siempre, pero eran un par de ojos nuevos los que devolvían la mirada, una mente nueva que miraba el mundo a través de este caparazón extraño. Caminé por los pasillos, me senté en las clases, y miré a las personas a mí alrededor como si las viera por primera vez. Alguien me empujó entre clases y lo seguí a lo largo del pasillo, imaginando cómo sería vengarme lentamente, pedazo por pedazo, mientras lo colgaba de un gancho en el sótano. Sacudí la cabeza y me senté en las escaleras, respirando pesadamente. Esto no estaba bien; contra esto había luchado toda mi vida. Los niños pasaban rápidamente como ganado en un matadero, como sangre en una red de arterias. La campana sonó fuertemente y desaparecieron como cucarachas, dispersándose y agrupándose hacia sus agujeros. Cerré mis ojos y pensé acerca del señor Crowley. Por eso es que estás haciendo esto, a él es al que quieres. Deja en paz al resto. Volví a respirar hondo y me puse de pie, limpiando el sudor de mi frente. Tenía que ir a clases. Tenía que ser normal.

A mitad de clases, el director convocó a todos los profesores a una reunión especial. Mi profesora de inglés, la señorita Parker, regresó quince minutos después, más pálida de lo que había visto alguna vez en un cuerpo con vida. El salón quedó en silencio en cuanto entró, y la vimos caminar lentamente hacia su escritorio, y sentarse pesadamente, como si el peso de todo el mundo estuviera en sus hombros. Tenía que ser algo relacionado con el asesino. Me preocupé por un momento de que Crowley hubiera vuelto a matar, y me lo hubiera perdido, pero no. Era demasiado pronto. Tenían que haber encontrado a los cuerpos de los policías.

Después de un minuto de silencio mortal, nadie se atrevía a hablar, la señorita Parker levantó la mirada.

“Volvamos al trabajo.”

“Espere,” dijo Rachel, una de las mejor amigas de Marci. “¿No va a decirnos qué está pasando?”

“Lo siento,” dijo la señorita Parker, “es sólo que recibí una muy mala noticia. No es nada.” Entrecerró los ojos tan pronto como lo dijo, sus ojos rojos, y me pregunté si empezaría a llorar.

“Suena como si todos los profesores recibieron muy malas noticias,” dijo Marci. “Creo que nos merecemos saber qué fue.”

La señorita Parker frotó sus ojos y negó con la cabeza. “Debería estar manejando mejor esto. Por eso le dijeron primero a los profesores—para poder hacérselo más fácil al resto de ustedes. Obviamente no estoy haciendo un muy buen trabajo.” Secó sus ojos y miró hacia arriba. “El director Layton nos acaba de informar que han

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encontrado dos cuerpos más.” Hubo un jadeo colectivo por parte de los estudiantes. “Los cuerpos de dos policías fueron encontrados en el baúl de un auto en el centro de la ciudad.”

Brooke no estaba en mi clase en este periodo, y me pregunté si su profesor estaba compartiendo la misma noticia. ¿Cómo reaccionaría Brooke ante esto?

“¿Es el mismo tipo?” preguntó un chico llamado Ryan, dos filas detrás de mí.

“Ellos piensan que sí,” dijo la señorita Parker. “Las. . . heridas. . . en las víctimas se parecen a las de las primeras tres. Y tenía la misma. . . cosa, la cosa negra.”

“¿Saben los nombres de los policías?” preguntó Marci. Ella estaba blanca como una hoja. Su papá era policía.

“No era tu papá, cariño. Él es el que encontró el auto y llamó para reportarlo.”

Marci estalló en lágrimas, y Rachel se levantó para abrazarla.

“¿El asesino tomó algo de los cuerpo?” preguntó Max.

“En verdad no creo que eso sea apropiado, Maxwell,” dijo la profesora.

“Apuesto a que lo hizo,” gruñó Max.

“Sé que esto es difícil,” dijo la señorita Parker. “Créanme, yo. . . bueno, estoy tan conmocionada como ustedes. Sólo tenemos a una consejera escolar, y cualquiera es libre de ir a hablar con ella si quieren, pero si quieren hablar conmigo, o ir al baño, o sentarse en silencio. . . o nosotros podemos hablar sobre esto como clase. . .” Escondió el rostro en sus manos. “Ellos dicen que no debemos preocuparnos—que el patrón es consistente, o algo así—no sé cómo se supone que eso debe confortarlos, y yo lo siento tanto. Desearía saber qué decir.”

“Significa que sus métodos no han cambiado,” dije. “Están preocupados de que pensemos que él está empeorando, porque dos cuerpos fueron encontrados esta vez en lugar de uno.”

“Gracias, John,” dijo la señorita Parker, “pero no necesitamos obsesionarnos en los. . . métodos criminales.”

“Sólo estoy explicando lo que querían decir los policías,” dije. “Ellos obviamente piensan que eso nos hará sentir mejor.”

“Gracias,” dijo ella, asintiendo.

“Pero él sí mató a dos esta vez,” dijo Brad. Él y yo solíamos ser amigos, cuando éramos pequeños, pero han pasado años desde que hicimos algo juntos. “¿Cómo pueden decir que sus métodos no han cambiado?”

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La señorita Parker pensó por un momento sobre qué decir, pero devolvió una mirada perdida. Después de un momento se volvió hacia mí. Yo era el experto.

“El punto que están tratando de hacer,” dije, “es que el asesino se tiene bajo control. Si estuviera matando a un tipo diferente de víctima, o si estuviera matando más viciosamente, o más frecuentemente, significaría que algo ha cambiado.” Todos los ojos estaban sobre mí, y por una vez no estaban frunciendo el ceño o burlándose—estaban escuchando. Me gustó. “Verán, los asesinos seriales no atacan aleatoriamente, tienen necesidades específicas y problemas mentales que determinan todo lo que hacen. Por alguna razón, este tipo necesita matar adultos masculinos, y esa necesidad se acumula más y más hasta que no puede controlarla, y la suelta. Ese proceso toma como un mes, en su caso, que es el por qué tenemos una víctima por mes.” Eran todas mentiras—él estaba matando más frecuentemente, y no era un asesino serial regular, y su necesidad era física en vez de mental—pero era lo que la policía estaba pensando, y era lo que la clase quería oír. “La buena noticia es que esto significa que él no matará a nadie en este salón.” Hasta que se desespere y suceda que estés en el lugar equivocado en el momento equivocado.

“Pero hubieron dos víctimas,” dijo Brad otra vez. “Eso es el doble de personas esta vez—eso me parece una gran diferencia a mí.”

“Él no mató a dos personas porque está empeorando,” dije, “mató a dos porque fue estúpido.” No quería dejar de hablar—todavía estaba demasiado encantado de que estuvieran escuchando de verdad. Yo estaba hablando acerca de lo que amaba, y nadie me callaba, o decía que era un fenómeno; querían escuchar. Era un subidón de poder. “Ustedes han visto la forma en que sólo deja los cuerpos a la vista para que cualquiera los encuentre—probablemente sólo se abalanza sobre ellos al azar, agarrando al primer tipo que pase, matándolo, y escapando. Esta vez el tipo resultó ser un policía, y los policías tienen compañeros, y se dio cuenta demasiado tarde de que no podía matar a uno sin matar a ambos, si quería salirse con la suya.”

“¡Cállate!” gritó Marci, parándose. “¡Cállate, cállate, cállate!” Ella me arrojó un libro, pero siguió de largo y chocó contra la pared. La señorita Parker se levantó de un salto para detenerla.

“Cálmese todo el mundo,” dijo la señorita Parker. “Marci, ven conmigo—toma su bolso, Rachel. Eso es, vamos.” Ella puso su brazo alrededor de Marci, y la guió cuidadosamente hacia la puerta. “El resto de ustedes quédense aquí, y quédense tranquilos. Volveré tan rápido como pueda.” Ellas dejaron el salón y nosotros nos sentamos allí por varios minutos, al principio en silencio, después en bajos murmullos de conversaciones privadas. Alguien pateó mi silla y me dijo que dejara de ser un idiota, pero Brad se acercó para hacerme una pregunta.

“¿De verdad piensas que sus métodos siguen iguales?” preguntó Brad.

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“Por supuesto que no,” dije. Sin la señorita Parker podía ponerme un poco más vívido en mi discusión. “Él solía atacar a una persona indefensa en cada ataque, y esta vez mató a dos policías armados. Eso es un ascenso, ya sea que quieran decírnoslo o no.”

“Mierda, hombre,” dijo él. Los chicos a su alrededor negaron con la cabeza.

“Esto pasa todo el tiempo con los asesinos seriales,” dije. “Cualquiera que sea su necesidad, una muerte al mes ya no lo está satisfaciendo. Es como una adicción—después de un tiempo, un cigarrillo no es suficiente, así que necesitas dos, luego tres, después todo un paquete, o lo que sea. Está perdiendo el control, y va a empezar a matar mucho más frecuentemente.”

“No, no lo hará,” dijo Brad, inclinándose más. “Encontraron estos cuerpos en un auto, lo que significa que pueden encontrar a este bastardo rastreando sus patentes. Y entonces voy a ir a su casa y matarlo yo mismo.” Los otros chicos asintieron sombríamente. La caza de brujas había comenzado.

* * *

Brad no era el único que quería venganza. La policía no reveló el nombre del dueño del auto, pero un vecino lo reconoció en las noticias de las seis y para las noticias de las diez, había una multitud fuera de la casa del tipo, tirando piedras y gritando por sangre. Carrie Walsh todavía estaba atascada con esta noticia, y la cámara la mostraba agazapada junto a la camioneta de noticias mientras la muchedumbre gritaba aireadas frases pegadizas hacia la casa.

“Esta es Carrie Walsh con Five Live News, con ustedes desde el Condado de Clayton, donde los ánimos, como pueden ver, están ardiendo peligrosamente.”

Reconocí al padre de Max en la multitud, gritando y sacudiendo su puño. Todavía usaba su cabello muy corto, estilo infantería, por su tiempo en Irak, y su rostro estaba rojo por la ira.

“La policía está aquí,” dijo Carrie, “y lo ha estado desde antes de que la muchedumbre se formara. Éste es el hogar de Greg y Susan Olson, y su hijo de dos años. El señor Olson es contratista y dueño del auto donde fueron encontrados los dos policías muertos esta mañana. El paradero del señor Olson siguen desconocidos, pero la policía lo está buscando en relación con los asesinatos. Ellos están aquí hoy para ambas cosas, interrogar a su familia, y para protegerlos.”

En ese momento, la multitud empezó a gritar más fuerte, y la cámara giró y enfocó a un hombre—el mismo agente del FBI de antes, el Agente Forman—guiando a la mujer y al niño fuera de la casa. Un policía local los seguía con una maleta, y algunos más

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trabajaban para mantener a la muchedumbre atrás. Carrie y su camarógrafo empujaron a través de la multitud, y ella le gritó preguntas a la policía. Los oficiales ayudaron a la señora Olson y a su hijo a entrar a una patrulla, y el Agente Forman se acercó a la cámara. De cada lado, gente furiosa gritaba y cantaba, “casada con un asesino.”

“Disculpe,” dijo Carrie, “¿puede decirnos qué está pasando aquí?”

“Susan Olson está siendo puesta bajo custodia, por su propia seguridad y por la de su hijo.” El hombre habló rápidamente, como si hubiera preparado la declaración antes de dejar la casa. “En este momento, no sabemos si el señor Greg Olson es un sospechoso o una víctima, pero él es ciertamente una persona de interés en este caso, y estamos trabajando a contra reloj para encontrarlo. Gracias.” El Agente Forman ingresó en el auto y se alejó manejando, dejando a varios oficiales de policía atrás para calmar a la multitud y restablecer el orden.

Carrie lucía como si quisiera estar lo más cerca posible de la policía, sus manos estaban temblando, pero encontró a un miembro de la muchedumbre y comenzó a entrevistarlo—con sorpresa, me di cuenta que era el señor Layton, mi director.

“Discúlpeme señor, ¿puedo hacerle algunas preguntas?”

El señor Layton no estaba vociferando como la mayoría en la multitud, y se veía avergonzado de estar de repente ante la cámara; me imaginé que se conseguiría una buena charla de la junta escolar la mañana siguiente. “Um, seguro,” dijo, entrecerrando lo ojos ante la luz de la cámara.

“¿Qué puede decirnos sobre los sentimientos en su pueblo hoy?”

“Bueno, mire a su alrededor,” dijo él. “La gente está enojada—están muy enojados. La gente se está dejando llevar. Las muchedumbres siempre son estúpidas, lo sé, excepto por ese breve momento en el que tú estás en una, y entonces tienen mucho sentido. Yo ya me siento estúpido sólo por estar aquí,” dijo, mirando a la cámara una vez más.

“¿Siente que este tipo de cosas volverá a pasar con la siguiente muerte?”

“Puede volver a pasar mañana,” dijo el señor Layton, levantando las manos. “Puede volver a pasar cuando sea que algo irrite a la gente. Clayton es una comunidad muy pequeña—probablemente todos en el pueblo conocían a una de las víctimas, o vivía en uno de sus vecindarios. Este asesino, quien quiera que sea, no está matando extraños—nos está matando a nosotros; está matando personas con caras, nombres y familias. Yo honestamente no sé cuánto tiempo esta comunidad pueda contener ese tipo de violencia sin explotar.” Le entrecerró los ojos a la cámara de nuevo, y la imagen se cortó.

A su alrededor, la muchedumbre se estaba dispersando, ¿pero por cuánto tiempo?

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Sólo tomó unos pocos días para que nuevas evidencias de ADN salieran a la luz, todas exonerando a Greg Olson, y la policía lo empapeló por todas las noticias en un intento de devolverles a la señora Olson y a su hijo un poco de sus vidas. La policía, por supuesto, había limpiado la nieve en la escena del ataque y encontrado la acera cubierta con sangre, la mayoría estaba casi segura que era del mismo Olson, en cantidades que lo hacían casi seguro otra víctima. Los rumores se empezaron a desparramar sobre un tercer juego de marchas de neumáticos, balas fantasmas que habían sido disparadas pero no encontradas, y, el más contado de todos, un tipo de ADN que era compatible con la misteriosa sustancia negra—sólo que esta vez, el ADN no había salido del lodo, sino de una mancha sangrienta dentro del coche de policías. Eso significaba que hubo cuatro personas en la escena de los asesinatos, no tres, y los forenses del FBI estaban seguros de que la cuarta, no Greg Olson, era el asesino.

Por supuesto, algunas personas empezaron a sospechar que había una quinta.

“Te ves diferente hoy,” dijo el doctor Neblin en nuestra sesión semanal de los jueves. Había estado derribando mi sistema de reglas por cinco días ya.

“¿Qué quieres decir?” pregunté.

“Sólo estás. . . diferente,” dijo. “¿Algo nuevo?”

“Siempre preguntas lo mismo junto después de que alguien muere,” dije.

“Siempre estás un poco diferente después de que alguien muere,” dijo Neblin. “¿Qué piensas sobre eso esta vez?”

“Intento no hacerlo,” dije. “Ya sabes, reglas y todos eso. ¿Qué piensas tú sobre eso?”

Neblin pausó por sólo un momento antes de responder.

“Tus reglas nunca te habían detenido de pensar sobre las muertes antes,” dijo él. “Hemos hablado bastante de ellas.”

Ese fue un error estúpido. Estaba tratando de actuar como si todavía estuviera siguiendo mis reglas, pero aparentemente no era muy bueno en eso. “Ya sabes, yo sólo. . . parece diferente ahora, ¿no lo crees?”

“Claro que sí,” dijo el doctor Neblin. Él esperó a que dijera algo, pero yo no pude pensar en nada que no sonara sospechoso. Nunca intenté esconderle nada a Neblin antes—era difícil.

“¿Cómo va la escuela?” preguntó.

“Bien,” dije. “Todos tienen miedo, pero es bastante normal supongo.”

“¿Tú tienes miedo?”

“No realmente,” dije, aunque estaba más asustado de lo que nunca lo había estado, sólo que no por alguna razón que él supiera. “El miedo es. . . es una cosa extraña,

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cuando piensas en ello. La gente sólo está asustada por otras cosas, nunca tienen miedo de sí mismos.”

“¿Deberían tener miedo de sí mismos?”

“El miedo es sobre cosas que no puedes controlar,” dije, “el futuro, o la oscuridad, o alguien intentando matarte. No tienes miedo de ti mismo, porque siempre sabes qué es lo que vas a hacer.”

“¿Tienes miedo de ti mismo?”

Miré por la ventana y vi a una mujer en la acera, parada en una acumulación de nieve y mirando al tráfico. “Es como esa mujer,” dijo, señalándola. “Ella podría tener miedo de que un auto la golpee, o de que el hielo la haga resbalar, o que el otro lado de la calle no tenga ningún lugar donde pararse, pero no tiene miedo de cruzar la calle—cruzar en su propia decisión, y está lista para lograrlo, sabe cómo hacerlo, y debe ser bastante fácil. Ella va a esperar hasta que no haya autos, pisará cuidadosamente el hielo, y hará todo dentro de su control para mantenerse a salvo. Pero son las cosas que no puede controlar las que la asustan. Cosas que le pueden pasar, no cosas que hace. Ella no se queda en la cama en la mañana y dice ‘espero no encontrarme con ninguna calle hoy, porque tengo miedo de intentar cruzarla.’ Ahí va.”

La mujer vio una brecha en el tráfico y se apuró a través de la calle. No pasó nada.

“A salvo,” dije. “No pasó nada en lo absoluto. Ahora ella volverá al trabajo, donde pensará sobre otras cosas a las que le teme—‘espero que mi jefe no me despida; espero que la carta llegue a tiempo; espero que el cheque no rebote.’”

“¿La conoces?” preguntó Neblin.

“No,” dije, “pero está a pie en esta parte del pueblo a las cuatro de la tarde, así que sólo hay un par de cosas que puede estar haciendo—probablemente no fue a buscar nada, porque no estaba cargando con nada más que un bolso, así que el banco o la oficina de correo parecen las opciones más obvias.” Me detuve de repente, volví a mirar a Neblin. Nunca había teorizado sobre las personas frente a él antes—mis reglas nunca me habían dejado pensar tanto sobre extraños al azar. Quería acusarlo de haberme engañado, pero él no había hecho nada, sólo me había dejado hablar. Miré sus ojos, buscando alguna señal de que supiera el significado de lo que había estado haciendo. Él me devolvía la mirada, pensando. Analizando.

“Buenas suposiciones,” dijo Neblin. “Yo tampoco la conozco, pero apuesto a que tienes razón sobre la mayoría de esas cosas.” Está esperando por algo—a que yo admita lo que hice, tal vez, o que le dijera por qué mis reglas eran tan diferentes hoy. No dije nada.

“La última noticia sobre las muertes de la semana pasada fue sobre una llamada al 911,” dijo él.

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Uh oh.

“Aparentemente alguien llamó desde un teléfono público—uno justo en la calle principal—y reportaba un ataque por el Asesino de Clayton. Justo ahora, la teoría es que el asesino mató a Greg Olson, algún testigo lo denunció, y cuando el despachador envió a la policía, el asesino los mató también.”

“No había oído sobre eso,” dije. “Tiene sentido, sin embargo. ¿Saben quién llamó?”

“Él no se identificó,” dijo Neblin, “o ella no lo hizo, quizás. La voz estaba un poco aguda, así que piensan que fue una mujer o un niño.”

“Espero que sea una mujer,” dije.

Neblin levantó una ceja.

“Lo que sea que pasara esa noche,” dije. “Estoy seguro de que no es el tipo de cosas que un niño deba ver nunca. De verdad podría estropearlo.”

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11 Traducido por DarkVishous

Corregido por Serena

l señor Crowley despertaba cada mañana alrededor de las seis treinta. No hacía uso de la alarma, él sólo despertaba—décadas de trabajar en el mismo empleo, día tras día, lo tenían condicionado hasta que fue una segunda naturaleza, y ahora,

poco después de la jubilación, no podía valerse por sí mismo. Yo sabía esto porque vi la calle a través de mi ventana por unos días, viendo qué luces se iluminaban, y una vez que sabía dónde ir, me ponía en cuclillas y escuchaba fuera de su casa. Normalmente no podría haberlo hecho sin dejar huellas incriminatorias en la nieve, pero por un golpe de suerte, alguien mantenía el camino del señor Crowley extraordinariamente limpio. Yo podía ir y venir como quisiera.

A las seis y media de la mañana, el señor Crowley despertó y maldijo. Era como un reloj— era un reloj cucú viejo y vulgar, eso prácticamente podía definirlo. Era la única vez que maldecía en todo el día, por lo que yo podía decir; supongo que le ayuda a limpiar su mente y comenzar el nuevo día, reuniendo los pensamientos oscuros de la noche en un tapón de moco mental y escupiéndolo en una sola palabra. Su dormitorio estaba en la esquina posterior derecha de la casa, y después de sus maldiciones diarias, caminó en la oscuridad hacia el baño y se lavó. Me imagino su cara, en el fregadero. La luz se encendió, el inodoro fluyó, él mismo corrió a una ducha de agua caliente que cuece al vapor en la ventana exterior. A las siete, estaba vestido y en la cocina.

Su desayuno lo determiné principalmente por el olor—él tenía un pequeño ventilador en la campana por encima de la estufa y siempre que lo encendía, los olores se derramaban en una nube. Comenzó con el calor anodino del agua hirviendo, el tenue olor del café instantáneo y por último, el rico aroma de trigo y azúcar de arce, lo que me hacía hambriento a cada momento. Desde mi lugar en la ventana de la cocina, pude subir a la estrecha cornisa en los cimientos de la casa, invisible desde la calle, y mirar a través de una brecha en la cortina para ver su brazo mientras él comía. Arriba y abajo moviéndose lenta y rítmicamente, llevando la cuchara a su boca y luego cayendo hacia atrás para esperar mientras masticaba. Podía avanzar más lejos si quería, para ver más de lo que comía, pero sólo arriesgándome a ser descubierto. Estaba satisfecho con permanecer fuera de la vista y llenar las lagunas con mi mente. Después que terminó de comer, raspó la silla en el suelo, dio seis pasos al fregadero, y enjuagó su tazón con una ráfaga de agua que sonaba como reventar la estática de una radio. Usualmente, en ese momento Kay despertaba y entraba, y él le daba el beso de los buenos días.

E

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Yo lo espié así durante una semana, una vez incluso omitiendo la escuela para averiguar qué es lo que hacía durante el día. Lo que yo estaba buscando y no podía encontrar, era miedo—si pudiera averiguar a qué le tenía miedo, cualquier cosa, yo podría utilizarlo para detenerlo. Sabía que no me dirigía a una lucha directa; la única manera en la que podía vencer a este demonio era engañarlo, entrar en una posición de debilidad y aplastarlo como un insecto. Era fácil para la mayoría de los asesinos en serie, porque atacaban a personas más débiles que ellos. Yo estaba atacando algo más fuerte, así que sabía que no había ninguna posibilidad de que él me tuviera miedo; tenía que buscar otra cosa a la que temiera. Una vez que lo encontrara, podía aparecerme con eso y ver cómo reaccionaba. Si él reaccionaba bastante fuerte, podría incluso engañarle con un estúpido error y darme una oportunidad.

No pude encontrar ninguna indicación de miedo en su comportamiento, así que decidí volver a lo básico—el perfil psicológico había comenzado a construirse cuando sospechaba primero que era un asesino en serie. Yo había excavado en mi portátil una tardía noche y leí a través de mi lista: “Se acerca a sus víctimas en persona y ataca de cerca.” Yo solía pensar que decía algo importante acerca de su psicología y por qué hacía lo que hacía, pero ahora sabía mejor—él hacía lo que hacía porque necesitaba nuevos órganos y les atacó en persona porque sus garras de demonio eran simplemente la mejor arma que tenía.

El siguiente punto en la lista era exactamente lo que estaba buscando: “Él no quiere que nadie sepa quién es.” Max me había hecho escribir eso, pero yo había pensado que era demasiado obvio—el problema era, que era tan obvio que no lo había considerado. Era el miedo perfecto: él no quería que nadie supiera lo que realmente era. Sonreí para mí mismo.

“No es un hombre lobo, Max, pero casi.”

El señor Crowley era un demonio, y él no quería que nadie lo supiera. Incluso un asesino normal no quiere que nadie sepa sus secretos. Lo que el señor Crowley temía—el primer pedacito de la presión que podía comenzar ejercer sobre él—fue descubierto. Ya era hora de que le enviara una nota.

Escribir la nota era más complicado de lo que esperaba. Al igual que la llamada al 911, yo no quería que nadie fuera capaz de localizarlo hacia mí. No podía usar mi propia escritura, obviamente, por lo que necesitaba una computadora para imprimirlo. Aunque eso tuviera contratiempos—había leído una vez acerca de un caso de asesinato, donde llamaron a un experto para demostrar en qué máquina de escribir fue escrito la falsa carta de suicidio y por todo lo que sabía, se podía hacer lo mismo con las impresoras. Estaba mejor prevenir que lamentar, lo que significaba que no podía usar la impresora de nuestra casa. La impresora de la escuela era una posibilidad, pero teníamos que registrarnos para poder utilizarla, lo que dejaría un claro registro electrónico de quien había escrito la nota con exactitud. Me decidí en utilizar la

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impresora de la biblioteca, durante el momento más ocupado del día de allí, cuando nadie tenía tiempo para prestar atención a un chico de quince años. Yo podía escabullirme, escribirla, imprimirla e irme sin dejar rastro. Como el tiempo todavía era frío, helado, podía incluso utilizar guantes sin que nadie sospechara, y así evitar las huellas dactilares. Enterré la nota en el medio de líneas de texto sin sentido, sólo en caso de que alguien llegue a la impresora y lea lo que estaba escribiendo. Cuando llegué a casa, corté la frase que quería y lo pegué en una hoja limpia.

Mi primera nota fue simple:

SÉ LO QUE ERES

Entregar la nota fue tan difícil cómo hacerla. Tenía que estar en alguna parte dónde Kay no lo encontrara, porque probablemente vaya derecho a la policía o, al menos, a un vecino. Cualquier persona normal lo haría. El señor Crowley, por otro lado, sin duda la mantendría para sí mismo; no querría revelar nada que pudiera recaer sospechas sobre él. Sí él lleva la nota a la policía, querrían saber más acerca de él—enemigos que pudiera tener, cosas que él podría haber hecho, cualquier cosa que pueda hacer que alguien quiera venganza. Esas eran las preguntas que él no quería que la policía siquiera hiciera, y mucho menos supiesen las respuestas. Él lo mantendría en secreto, sí—pero sólo si él era el único que lo sabía.

El otro problema era encontrar una forma de entregar la nota sin que fuera obvio que yo lo había hecho. Sería fácil de ocultarla en el cobertizo, por ejemplo, porque Kay nunca la encontraría allí, pero yo estaba en el cobertizo todo el tiempo. Yo sería la primera persona que viniera a la mente cuando tratara de adivinar quién la había dejado. Tampoco quería esconderla en alguna parte que arrojara sospechas sobre el futuro de mis varios puntos de vigilia alrededor de la casa. Si la deslizaba a través de, por ejemplo, la ventana de la cocina, nunca sería capaz de ocultarme fuera y verlo tomar el desayuno otra vez. Tuve que elegir mi método de entrega con mucho cuidado.

Finalmente me decidí por su coche. Crowley y su esposa, cada uno lo conducía la mitad del tiempo, pero había casos específicos cuando uno conduce sin el otro—Kay abarrotándose de compra, por ejemplo, lo hacía todos los miércoles por la mañana y siempre sola. Para el señor Crowley, eran los juegos de futbol, que veía la mitad del tiempo en el bar del centro. Empecé a estudiar su horario de la tarde y compararla con la guía de televisión, y descubrí que él iba al bar cada vez que había un juego de los Seattle Seahawks en ESPN; supongo que él no conseguía ese canal en su casa. En el siguiente juego de los Seahawks, me colé en el coche antes de salir y coloqué la nota doblada debajo del limpiaparabrisas.

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Vi su camino de entrada desde mi ventana, mirando a través de una grieta en las sombras tan pequeña que él nunca podría haber sabido que estaba allí. Él salió de su casa, sonriendo alegremente acerca de algo, y se dio cuenta de la nota, mientras que abría la puerta del coche. La recogió, la desdobló, y contempló la calle con los ojos oscuros. Su alegría se había ido. Me volví hacia atrás, desapareciendo en la oscuridad de mi habitación. Apenas podía ver al señor Crowley mientras se metía en su coche y se marchaba.

* * *

Unas noches más tarde, tuvimos una fiesta en el vecindario, que es donde todos lo de la cuadra se reúnen juntos en el patio del señor Crowley y conversan, ríen y fingen que nada está mal, mientras que nuestras casas quedan vacías propensas al robo. Esta fiesta en particular no se trataba sobre el robo, sin embargo, sino del asesino serial; estábamos todos reunidos en un amplio grupo “seguro,” mirándonos el uno al otro. Hubo incluso un pequeño discurso sobre la seguridad y el bloqueo de las puertas, y ese tipo de cosas. Quería decirles que lo más seguro que podían hacer era no traernos a todos al patio trasero del señor Crowley, pero parecía lo suficientemente manso esta noche. Si él era capaz de voltearse hacia afuera y asesinar a cincuenta personas a la vez, al menos estaba poco dispuesto a hacerlo en este momento. Sin embargo, yo no estaba preparado para atacarlo, tampoco—todavía estaba tratando de aprender más acerca de él. ¿Cómo puedo matar a algo que ya se había regenerado de una lluvia de balas? Este tipo de cosas requiere de una planificación, y la planificación toma tiempo.

Más que hablar de la seguridad, el verdadero propósito de la fiesta era para convencernos que no habíamos sido derrotados—que incluso con un asesino en la ciudad, nosotros no teníamos miedo, y no nos derrumbaríamos en una multitud. Lo que sea. Más que cualquier declaración hueca de valentía, era el hecho de que habíamos asado hot-dogs, lo que significaba que tenía que avivar el fuego del fogón de los Crowley.

Empecé con un fuego masivo, quemando enormes bloques de madera de un árbol muerto que los Watson habían recortado de su patio trasero durante el verano. El fuego era luminoso y cálido, perfecto para empezar la fiesta, y luego como la charla sobre seguridad se prolongaba, me fui a trabajar con el atizador y un par de pinzas largas, formando y cultivando el fuego para producir gruesas capas de carbón color rojo brillante. Los fuegos en la cocina son diferentes a los fuegos normales, ya que estás en busca de equilibrio, calor estable en vez de simple luz y calidez. Las llamas dan paso a las erupciones bajas, y resplandor rojo brillante de la quema de la madera desde el interior. Arreglé el fuego cuidadosamente, encaminando al oxígeno a través

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de chimeneas en miniatura para crear grandes hornos de calcinación. Justo a tiempo, la reunión terminó y la gente se volvió para empezar a cocinar.

Brooke estaba allí con su familia, por supuesto, y sin hacerlo evidente, la miré a ella y a su hermano mientras ensartaban una par de hot-dogs y se había acercado a la fosa, Brooke sonrió cuando se agachó a mi lado con su hermano en el otro lado. Sostuvieron a lo largo sus palillos en el centro de las llamas, donde éstas todavía bailaban, y luché conmigo mismo por casi treinta segundos antes de atreverme a hablar con ella.

“Prueba desde aquí,” le dije, señalando con mi pinzas una de las camas de carbón. “Van a cocinarse mejor.”

“Gracias”, dijo Brooke, ella ansiosamente señaló el lugar a Ethan. Movieron sus hot-dogs, que de inmediato comenzaron a oscurecerse y cocinarse. “Wow,” dijo, “eso es genial. Sabes mucho sobre el fuego.”

“Cuatro años de Cub Scouts,” le dije. “Es la única organización que conozco que en realidad enseña a niños pequeños a incendiar cosas.”

Brooke se echó a reír. “Debes de haber hecho grandes méritos en tu insignia de incendios premeditados.”

Quería seguir hablando, pero no sabía que decir—había dicho mucho más en la fiesta de Halloween. Probablemente la aterrorizaba, y no quería hacer eso de nuevo. Por otro lado, me encantaba su risa, y quería volver a escucharla. De todas maneras, pensé que, si ella hacía una broma sobre incendios, probablemente podría hacer una también sin verme demasiado espeluznante.

“Dijeron que yo era el mejor alumno que habían tenido,” le dije. “La mayoría de los exploradores sólo queman una cabaña, pero yo quemé tres cabañas y un depósito abandonado.”

“No está mal,” dijo ella, sonriendo.

“Me mandaron a competir a nivel nacional,” añadí. “¿Te acuerdas del gran incendio forestal en California el verano pasado?”

Brooke sonrió. “Oh, ¿ese fuiste tú? Buen trabajo.”

“Si, gané un premio por eso. Es una estatua, como un Oscar, pero tiene la forma de Smokey, el Oso y lleno de gasolina. Mamá pensó que era un botella de miel e intentó hacer un bocadillo.”

Brooke se rió en voz alta, casi dejó caer su palillo con el hot-dog, y luego se rió de nuevo de su propio error.

“¿Están hechas ya?” preguntó Ethan, examinando su hot-dog. Era la quinta vez que lo había sacado, y apenas había tenido tiempo para dorarse.

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“Así parece,” dijo Brooke, mirando su propio hot-dog, y poniéndose de pie. “¡Gracias, John!”

Asentí, y vi como corrió de nuevo a la mesa de juegos para los panecillos y la mostaza. Vi su sonrisa, y aceptar una botella de kétchup del señor Crowley, y el monstruo en mi mente se irguió y mostró sus colmillos, gruñendo con rabia. ¿Cómo se atrevía a tocarla? Parecía que tenía que mantener un ojo en Brooke, para mantenerla a salvo. Me sentí empezando a gruñir, y obligué a mi boca formar una sonrisa en su lugar. Me volví de espaldas al fuego, y vi a mi mamá sonriéndome sospechosamente desde el otro lado. Gruñí interiormente—no quería tratar con algún estúpido comentario que seguramente haría sobre Brooke cuando llegáramos a casa. Decidí quedarme en la fiesta lo más tarde posible.

Ethan y Brooke no habían venido de nuevo al fuego a comer, y no tuve otra oportunidad para hablar con ella esa noche, la vi entregando tazas de polietileno con chocolate caliente, y esperaba que ella me diera una a mí, pero la señora Crowley le ganó de mano. Bebí chocolate, y tiré la taza al fuego, observando la escoria ennegrecerse en la madera y la curvatura de espuma de polietileno y la burbujas, desaparecer en las brasas. La familia de Brooke se fue poco después.

Pronto, los hot-dogs estuvieron todos asados, y como la gente empezó a alejarse, alimenté a los grandes fuegos con troncos, avivado en una columna de fuego rugiente. Era hermoso, tan caliente que los rojos y naranjas se aceleraron en los amarillos y blancos cegadores, tan caliente que la multitud se echó hacia atrás, tirando en mi chaqueta. Era tan brillante y caliente como un día de verano junto a ese fuego, aunque era de noche a finales de diciembre en todas partes. Caminé alrededor de los bordes, empujándolo, hablándole, riéndome con él cuando devastó la madera, y aniquiló los platos de papel. La mayoría de los fuegos crujen y estallan, pero eso no es realmente el fuego hablando, es la madera. Para escuchar el fuego en sí, se necesita un gran fuego como este, un horno tan poderoso que ruge con su propio viento. Me agaché lo más cerca que me que atreví y escuché su voz, un grito en voz baja de alegría y rabia.

En mi clase de biología, hablamos acerca de la definición de la vida: para ser clasificado como un ser vivo, una cosa tiene que comer, respirar, reproducirse y crecer. Los perros lo hacen, las rocas no, los árboles lo hacen, el plástico no. Fuego, con esa definición, está vibrantemente vivo. Se alimenta de todo, desde la madera a la carne, excretando de los residuos en forma de ceniza, y respira el aire igual que un ser humano, tomando el oxígeno y emitiendo carbono. El fuego crece, y cuando se propaga, crea nuevos fuegos que se extienden y hacen nuevos fuegos por su cuenta. El fuego bebe gasolina y excreta ceniza, lucha por el territorio, ama y odia. A veces cuando observo a la gente caminando penosamente a través de sus rutinas diarias, pienso que el fuego está más vivo que nosotros—más brillante, más caliente, más

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seguro de sí mismo y hacia dónde quiere ir. El fuego no llega a un acuerdo, el fuego no tolera, el fuego no “sale adelante.” El fuego hace.

El fuego es.

“¿Con qué alas osó elevarse?” dijo una voz. Me di la vuelta y vi al señor Crowley, sentado a unos metros detrás de mí en una silla de campo, mirando fijamente el fuego. Todos los demás se habían ido, y yo había estado demasiado absorto en el fuego para darme cuenta.

El señor Crowley parecía distante y preocupado, no me estaba hablando a mí, como supuse al principio, pero sí con él mismo. O tal vez con el fuego. Jamás cambiando la mirada, volvió a hablar. “¿Qué mano osó ese fuego sujetar?”

“¿Qué?” pregunté.

“¿Qué?” dijo, como si saliera de un agitado sueño. “Oh, John, todavía estás aquí. No es nada, sólo un poema.”

“Nunca lo oí,” dije, volviendo de nuevo al fuego. Estaba más pequeño ahora, todavía fuerte, pero no de larga rabia. Debería haber estado aterrorizado, solo en la noche con un demonio—pensé de inmediato que tenía que haberme encontrado de alguna manera, debía de saber que yo conocía sus secretos y le dejé una nota. Pero era obvio que su mente estaba en otra parte—algo lo había alterado, obviamente, metiéndolo en un estado de ánimo un tanto melancólico. Estaba pensando en la nota, tal vez, pero no estaba pensando en mí.

Más que eso, sus pensamientos fueron absorbidos en el fuego, dibujándolo, y empapados en él como el agua en una esponja. Mirando la forma en la que veía el fuego, sabía que a él le gustaba lo que había hecho. Es por eso que hablaba—no porque sospechara de mí, sino porque ambos estábamos conectados al fuego, y por lo tanto, de alguna manera, entre sí.

“¿Nunca lo has escuchado?” preguntó. “¿Qué enseñan en la escuela estos días? ¡Es William Blake!” Me encogí de hombros, y después de un momento volvió a hablar. “Lo memoricé una vez.” Se deslizó hacia la ensoñación de nuevo. “‘¡Tigre! ¡Tigre! ardiendo brillante, en los bosques de la noche, ¿Qué ojo o mano inmortal pudo idear tu terrible simetría?’”

“Suena familiar,” le dije. Nunca había prestado mucha atención a español, pero me figuré que me recordaba a un poema sobre el fuego.

“El poeta le pregunta al tigre quién lo hizo, y cómo,” dijo Crowley con la barbilla enterrada en el cuello. “‘¿Qué martillo? ¿Qué cadena? ¿En cuál horno estaba su cerebro?’” Sólo sus ojos eran visibles, pozos negros reflejando las llamas danzantes. “Él escribió dos poemas así, sabes—‘El Cordero’ y ‘El Tigre.’ Uno de ellos fue hecho de dulzura y amor, y el otro, forjado por el terror y la muerte.” Crowley miró hacia mí,

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sus ojos oscuros y pesados. “‘Cuando los astros arrojaron sus lanzas, y humedecieron sus lágrimas el cielo—¿sonrió al contemplar su obra? ¿Aquel que creó al Cordero, te creó a ti?’”

El fuego crujió y se agrietó. Nuestras sombras bailaban en la pared de la casa detrás de nosotros. El señor Crowley se volvió hacia el fuego.

“Me gusta pensar que el mismo hizo a ambos,” dijo. “Me gusta pensarlo.”

Los árboles situados fuera del fuego brillaban blancos, y los árboles de más allá se perdían en la oscuridad. El aire estaba quieto y oscuro, y el humo suspendido como la niebla. La luz del fuego atrajo a la niebla y la encendió hacia arriba, abrumando las farolas y tapando las estrellas.

“Es tarde,” dijo el señor Crowley, aún inmóvil. “Corre a casa. Me sentaré con el fuego hasta que los carbones se extingan.”

Me levanté y alcancé el atizador, preparándome para difundir las brasas, pero él extendió una temblorosa mano para detenerme.

“Déjalo ser,” dijo. “No me gusta matar un fuego. Sólo déjalo ser.” Colgué el atizador y crucé la calle hasta mi casa. Cuando llegué a mi habitación, miré hacia atrás y lo vi, todavía sentado, todavía mirando.

Había visto al hombre matar a cuatro personas. Lo había visto arrancar sus órganos, desprenderse su propio brazo, y transformarse ante mis ojos en algo grotescamente inhumano. De alguna manera, a pesar de todo eso, sus palabras sobre el fuego esta noche me perturbaron más de lo que cualquier cosa había hecho nunca.

Me pregunté de nuevo si él sabía sobre mí—y si lo hacía, hace cuanto tiempo tenía antes de que me hiciera callar de la forma en que silenció a Ted Rask. Estuve a salvo en la fiesta, y después, porque había muchos testigos. Si hubiera desaparecido en su patio, después de que cincuenta o más personas me hubieran visto allí, sería levantar demasiadas sospechas. Decidí que no había nada que pudiera hacer. Si él no lo sabía, necesitaba seguir con mi plan, y si lo hacía, entonces no había mucho que pudiera que hacer para detenerlo. De una u otra manera, sabía que mi plan estaba funcionando—mi nota lo había molestado, tal vez muy profundamente. Tenía que mantener la presión, aumentar más y más el miedo, hasta que estuviera aterrado, porque ése sería el momento que podría controlarlo.

Al día siguiente enviaría otra nota, otra manera, de hacer claras mis intenciones:

YO VOY A MATARTE

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12 Traducido por Sanmar

Corregido por Serena

rooke se levantaba cada mañana alrededor de las siete; su padre lo hacía a las seis y media, se duchaba, se vestía y entonces levantaba a los chicos mientras su madre preparaba el desayuno. Iba a la habitación de Ethan y encendía las luces, a

veces tirando de las sábanas jugando o cantando en voz alta, y una vez le lanzó una bolsa de brócoli congelado a la cama cuando no quiso levantarse. Brooke, por otra parte, era una privilegiada—su padre simplemente llamaba a la puerta de su cuarto y le decía que se levantara, yéndose sólo cuando escuchaba una respuesta. Ella era una mujercita después de todo, más responsable que su hermano a la vez que más necesitada de intimidad. Nadie irrumpía en su cuarto, nadie se asomaba, nadie la veía hasta que ella así lo quería.

Nadie excepto yo.

El cuarto de Brooke estaba en la segunda planta de su casa, en la esquina izquierda trasera, lo que significaba que tenía dos ventanas—una en el lateral que daba a la casa de los Peterman, la cual tenía siempre con las cortinas echadas, y otra en la parte de atrás, mirando al bosque, que siempre permanecía al descubierto. Vivíamos en las afueras de la ciudad por lo que no teníamos vecinos ni casas detrás y en general no había nadie en millas en aquella dirección. Brooke pensaba que nadie podía verla. Yo, en cambio, pensaba que era preciosa.

La veía sentarse poniéndose a la vista, haciendo la colcha a un lado y estirándose lujuriosamente antes de peinarse el pelo con los dedos. Dormía con anchos chándales de color gris, los cuales se veían extrañamente aburridos para ella. A veces se rascaba las axilas o el trasero—algo que jamás haría una chica si hubiera sabido que alguien la estaba viendo. Ponía caras en el espejo; a veces bailaba un poco. Después de un minuto o dos recogía su ropa y dejaba el cuarto directa a la ducha.

Me pregunté si podría ofrecerme para despejarles la nieve como hacía con el señor Crowley, de modo que podría ponerla donde quería y conseguir más acceso al jardín. Sería sospechoso, pensé, a no ser que lo hiciera en toda la calle y no tenía tiempo para eso. Ya estaba demasiado ocupado con lo que tenía encima.

Cada día encontraba una nueva forma de entregarle una nota al señor Crowley—algunas en su coche, como antes, otras pegadas en las ventanas o pegadas con celo en los marcos de las puertas, más alto de lo que Kay podía alcanzar. Después de la

B

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segunda, ninguna de las notas eran amenazas directas. En vez de eso, le mandaba pruebas de que sabía lo que estaba haciendo.

JEB JOLLEY-RIÑÓN

DAVE BIRD-BRAZO

Como le dejaba notas sobre las víctimas, me aseguré de no incluir al vagabundo que había matado en el lago—en parte porque no sabía su nombre y en parte por que seguía teniendo miedo de que hubiese visto las huellas de mi bici en la nieve y no quería que sumara dos más dos.

El último día de colegio le mandé una nota que decía:

GREG OLSON-ESTÓMAGO

Esa fue la más importante porque el cuerpo de Greg Olson aún no había sido encontrado—por lo que Crowley sabía, nadie conocía lo del estómago. Después de leerla, se encerró en casa, cavilando. A la mañana siguiente fue a la ferretería y compró un par de candados, añadiendo seguridad extra al cobertizo y a la puerta del sótano. Estaba un poco preocupado porque se volviera demasiado paranoico y que empezara a perderle la pista, pero tan pronto como terminó de poner los candados vino a mi casa y me dio una nueva llave para el cobertizo.

“He cerrado el cobertizo, John; nunca se es demasiado cuidadoso en estos tiempos.” Me dio la llave. “Ya sabes donde están las herramientas así que tan sólo mantenlas limpias como haces siempre y gracias de nuevo por tu ayuda.”

“Gracias,” dije. Aún confiaba en mí—por dentro estaba gritando de alegría. Le brindé mi mejor sonrisa de ‘nieto adoptado.’ “Seguiré limpiando la nieve.”

Mi madre apareció por las escaleras a mi espalda. “Hola, señor Crowley, ¿Está todo bien?”

“He puesto algunos cerrojos nuevos,” dijo. “Le recomiendo que haga lo mismo, ese asesino todavía anda suelto.”

“Tenemos la funeraria cerrada muy bien cerrada,” dijo mamá, “y hay un buen sistema de alarma atrás donde guardamos las sustancias químicas. Creo que estamos bien.”

“Tiene un buen chico,” dijo sonriendo. Entonces una expresión angustiada nubló su rostro y echó un vistazo a la calle receloso. “Esta ciudad ya no es tan segura como

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solía serlo. No trato de asustarlos, simplemente. . .” Volvió a mirarnos. “Tengan cuidado.” Dio media vuelta y caminó al otro lado de la calle con los hombros pesados. Cerré la puerta y sonreí.

Lo había engañado.

“¿Vas a hacer algo divertido hoy?” preguntó mamá. La miré con recelo y alzó sus manos inocentemente. “Sólo preguntaba.”

Pasé junto a ella y subí las escaleras. “Voy a leer un rato.” Era mi excusa habitual para pasar horas en mi cuarto mirando la casa de Crowley desde la ventana. En ese momento del día no podía acercarme, así que mirar por la ventana era lo único que tenía.

“Has estado pasando demasiado tiempo en tu cuarto,” dijo ella siguiéndome escaleras arriba. “Es el primer día de las vacaciones de navidad, deberías salir y hacer algo divertido.”

Esto era nuevo—¿qué le pasaba? Había estado fuera de casa más tiempo que dentro, arrastrándome alrededor de la casa del señor Crowley y de la de Brooke. Mamá no sabía dónde iba ni lo que estaba haciendo, pero no podía pensar que pasaba mucho tiempo en mi cuarto. Tenía otra cosa en mente.

“Está esa película que anunciaban,” dijo. “Por fin llegó ayer a la ciudad. Podrías ir a verla.”

Me di la vuelta y de nuevo la miré fijamente. ¿Qué estaba haciendo?

“Sólo digo que podría ser divertido,” dijo, entrando en la cocina para evitar mi mirada. Estaba nerviosa. “Si quieres ir,” gritó desde allí, “tengo algo de dinero para las entradas.”

‘Entradas’ en plural—¿a que estaba jugando? De ninguna manera iría a ver una película con mi madre. “Puedes ir a verla si quieres,” dije. “Quiero terminar este libro.”

“Oh, yo estoy muy ocupada ahora mismo,” dijo saliendo de la cocina con un puñado de billetes. Me los ofreció con una sonrisa ansiosa. “Puedes ir con Max. O con Brooke.”

¡Aha! Esto era sobre Brooke. Sentí como mi cara se ponía roja, di media vuelta y fui a mi cuarto. “¡He dicho que no!” pegué un portazo y cerré los ojos. Estaba enfadado pero no sabía por qué. “Estúpida madre, mira que intentar mandarme a ver una estúpida película con la estúpida de. . .” no podía decir su nombre a gritos. Se suponía que nadie sabía lo de Brooke, ni si quiera ella lo sabía. Pateé mi mochila y se desplomó, demasiado llena de libros como para volar a través del cuarto que era lo que quería.

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Sentarse a oscuras con Brooke no estaría tan mal, pensé, sin importar la peli que fuera. Podía oír su risa en mi cabeza y pensé en cosas ingeniosas que decirle para volver a hacerla reír. “Esta película es un asco, deberían estrangular al director con su propia cinta.” Brooke no se reiría con eso; pondría los ojos como platos y se largaría, igual que en el baile de Halloween.

“Eres un fenómeno,” dijo. “Eres un enfermo fenómeno psicótico.”

“¡No, no lo soy—tú me conoces! Me conoces mejor que nadie en el mundo porque yo te conozco a ti mejor que a nadie en el mundo. He visto cosas que nadie más ha visto. Hemos hecho los deberes juntos, hemos visto la tele, hemos hablado por teléfono—”

Estúpido teléfono—¿con quien hablaba ahora por teléfono? Tenía que encontrarlo y matarlo.

Maldije por la ventana y—

Estaba en mi cuarto, respirando con dificultad. Brooke no me conocía porque no habíamos compartido nada, porque todo lo que habíamos hecho juntos en realidad eran cosas que había hecho ella sola mientras la veía a través de su ventana. La había visto hacer los deberes un par de noches antes y supe que teníamos la mismas tareas, pero no contaba cómo hacerlo juntos porque ella no sabía que estaba allí. Y entonces cuando el teléfono sonaba, ella lo cogía y le decía hola a algún otro, era como si pretendiera separarnos. Ella sonreía al invasor y no a mí, lo cual me daba ganas de gritar, pero sabía que nadie estaba interrumpiendo nada porque yo era la única persona en el mundo que sabía que algo estaba pasando.

Me presioné los ojos con las palmas de las manos. “La estoy acechando,” murmuré. Se suponía que no debía ser así; se suponía que estaba observando al señor Crowley, no a Brooke. Rompí mis reglas por él y por nadie más, pero el monstruo había destrozado el muro y tomado el control antes de que supiera qué estaba haciendo. Apenas pensaba en el monstruo ahora, porque nos habíamos mezclado tan completamente que éramos uno. Miré hacia arriba y paseé por la habitación hasta la ventana, mirando fijamente a la casa del señor Crowley. “No puedo hacer esto.” Volví a mi cama y le di otra patada a la mochila, más fuerte esta vez, arrastrándola por el suelo. “Necesito ver a Max.”

Cogí el abrigo y salí pitando sin decirle nada a mamá. Había dejado el dinero en el borde de la encimera de la cocina y lo cogí cuando pasé, guardándolo en el bolsillo y cerrando la puerta de un portazo detrás de mí.

La casa de Max estaba a tan sólo unas millas de distancia y podría llegar bastante más rápido en mi bici. Miré a otro lado cuando pasé por la casa de Brooke y fui volando por la carretera demasiado rápido, sin preocuparme por el hielo o por los coches. Me vi a mi mismo poniendo las manos alrededor del cuello de Brooke, primero acariciándolo y luego apretándolo hasta que ella gritaba, pateaba y se ahogaba hasta

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que cada uno de sus pensamientos estaba centrado en mí y en nada excepto yo, entonces sería todo su mundo y—

“¡No!”

Mi rueda trasera pasó por una placa de hielo negro y se deslizó debajo de mí haciéndome girar. Me las arreglé para permanecer en pie, pero tan pronto como me mantuve de nuevo, salté de la bici, la levanté y la estampé contra un poste de teléfono. Resonó y vibró en mis manos, sólida y real. La dejé caer y me apoyé en el poste, rechinando los dientes.

Debería estar llorando. Ni siquiera puedo llorar como un humano.

Miré alrededor para ver si alguien me había visto. Pasaban algunos coches, pero nadie me estaba prestando atención. “Tengo que ver a Max,” murmuré de nuevo y cogí la bici otra vez. Hacía semanas que no lo veía fuera del colegio—pasaba todo mi tiempo solo, escondiéndome entre las sombras y mandándole notas al señor Crowley. Lo cual no era seguro, incluso sin mis reglas. Especialmente sin mis reglas. Mi bici parecía estar bien—con algún arañazo pero no abollada. El manillar estaba torcido, demasiado apretado como para enderezarlo sin mis herramientas. Fui directo a casa de Max y me forcé a mí mismo a no pensar más que en él. Era mi amigo, tener amigos era normal. No podía ser un psicópata si tenía un amigo.

Max vivía en un dúplex cerca de la fábrica de madera, en un barrio que siempre olía a humo y a serrín. La mayoría de los residentes de la ciudad trabajaban en la fábrica, incluida la madre de Max. Su padre conducía un camión, transportando normalmente madera de la fábrica y apenas pasaba por casa. No me gustaba el padre de Max, cada vez que iba a su casa lo primero que buscaba era la enorme cabina diesel. Hoy no estaba, de modo que probablemente Max estaría solo en casa.

Dejé mi bici en el jardín y toqué el timbre. Llamé una segunda vez hasta que Max abrió la puerta con cara de aburrimiento, al verme abrió los ojos como platos.

“Ven a echar un vistazo, tío. ¡Mira lo que me ha comprado mi padre!” Se lanzó al sofá cogiendo el mando de una Xbox 360, levantándolo como si fuera un premio. “No va a poder estar con nosotros en navidad así que me lo ha dado antes. Es alucinante.”

Cerré la puerta y me quité la chaqueta. “Genial.” Estaba jugando a algún tipo de juego de carreras, respiré aliviado—era exactamente el tipo de pérdida de tiempo sin sentido que necesitaba. “¿Tienes dos mandos?”

“Puedes usar el de papá,” dijo apuntando a la tele. Había otro mando al lado de ella, con el cable perfectamente enrollado. “Sólo asegúrate de no romperlo, porque cuando vuela, mi padre va a traer a Madden y vamos a jugar una temporada completa de fútbol juntos. Se va a cabrear mucho si estropeas su mando.”

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“No voy a darle con un martillo,” dije enchufándolo y retirándome al sofá. “Vamos a jugar.”

“En un minuto,” dijo, “tengo que terminar esto primero.” Le dio a continuar e hizo un par de carreras, asegurándome entre una y otra que era un torneo y que acabaría pronto pero que no sabía guardar el juego hasta que lo hubiera terminado. Finalmente puso una carrera cara a cara y jugamos durante una hora o dos. Me ganaba continuamente, pero no me importó, estaba actuando como un chico normal y no tenía que matar a nadie.

“Apestas,” dijo finalmente. “Y tengo hambre. ¿Te apetece algo de pollo?”

“Claro.”

“Aún nos queda de anoche, era nuestra navidad adelantada para papá.” Fue a la cocina y volvió con un cubo medio lleno de pollo frito, nos sentamos en el sofá tirando los huesos de nuevo al cubo cada vez que nos acabábamos un trozo. Su hermana pequeña pasó por allí, cogió un pedazo y volvió silenciosamente a su habitación.

“¿Vas a ir a algún lado estas navidades?” preguntó.

“No tenemos ningún sitio a donde ir,” dije.

“Nosotros tampoco.” Se frotó las manos en el sofá y busco entre los huesos para coger otro muslito. “¿Qué has estado haciendo?”

“Nada,” dije. “Cosas. ¿Y tú?”

“Has estado haciendo algo,” dijo mirándome. “Apenas te he visto estas dos semanas, lo que quiere decir que has estado haciendo algo por ti mismo. Pero, ¿qué podría ser? ¿Qué hace el joven psicótico de John Wayne Cleaver en su tiempo libre?”

“Me atrapaste,” dije. “Soy el Asesino de Clayton.”

“Eso también fue lo primero que se me ocurrió,” dijo, “pero él solo ha matado a. . . ¿Cuántas, seis personas? Tú lo harías mejor que eso.”

“Más no significa automáticamente mejor,” dije volviendo a ver la tele. “La calidad tiene que valer para algo.”

“Apuesto a que sé qué has estado haciendo,” dijo apuntándome con su muslito. “Tú te has estado haciendo a Brooke.”

“¿Haciendo?” pregunté.

“Enrollándose,” dijo Max, frunciendo los labios. “Poniéndola a tope, dándole mambo.”

“Creo que ‘dar mambo’ tiene que ver con bailar,” dije.

“Y yo creo que mintiendo eres bueno,” dijo Max.

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“¿Te refieres a que soy bueno a que estoy bueno?” pregunté. “Contigo nunca se sabe.”

“Estas totalmente interesado en Brooke,” dijo, cogió un poco más de pollo y riendo con la boca muy abierta. “Aún no has dicho que no.”

“No creo que tenga que desmentir algo que nadie podría creer,” dije.

“Sigues sin negarlo.”

“¿Por qué iba a estar detrás de Brooke?” dije. “Eso ni siquiera sabe quién soy yo—¡diablos!”

“Whoa,” dijo Max. “¿Qué ocurre?”

Había llamado ‘eso’ a Brooke. Fue una estupidez, fue algo. . . horrible. Yo era mejor que eso.

“¿He dado demasiado cerca del blanco?” preguntó Max relajándose de nuevo.

Le ignoré mientras miraba al infinito. Llamar ‘eso’ a seres humanos era un rasgo propio de los asesinos seriales, ellos no pensaban en los demás como personas, sólo como objetos, porque eso hacía que torturar y matar fuera más fácil. Era difícil herirle a ‘él’ o a ‘ella,’ pero a ‘eso’ era fácil. ‘Eso’ no tenía sentimientos, ‘eso’ no tenía derechos. ‘Eso’ sólo era una cosa y podías hacer lo que quisieras con ‘eso.’

“Hola,” dijo Max. “Tierra llamando a John.”

Siempre había llamado ‘eso’ a los cadáveres, incluso aunque mamá y Margaret me hicieran parar si me oían. Pero nunca había llamado ‘eso’ a una persona antes. Estaba perdiendo el control. Por eso había ido a ver a Max, para ganarlo de nuevo y no estaba funcionando.

“¿Quieres ver una película?” pregunté.

“¿Quieres contarme que mierdas está pasando?” preguntó Max.

“Necesito ver una película,” dije, “o algo. Necesito ser normal—tenemos que hacer cosas normales.”

“¿Cómo sentarnos en el sofá y hablar de lo normales que somos?” preguntó Max. “Nosotros, la gente normal, lo hacemos todo el tiempo.”

“¡Vamos Max, estoy hablando en serio! ¡Todo esto va en serio! ¡Por qué crees que he venido aquí!”

Sus ojos se entrecerraron. “No lo sé,” dijo, “¿Por qué has venido?”

“Porque yo estoy. . . algo está pasando,” dije. “Yo no soy. . . ¡no lo sé! Lo estoy perdiendo.”

“¿Perdiendo qué?”

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“Todo,” dije, “lo estoy perdiendo todo. Rompí todas las reglas y ahora el monstruo está fuera, y he dejado de ser yo mismo. ¿No puedes verlo?”

“¿Qué reglas?” preguntó Max. “Me estás asustando, hombre.”

“Tengo unas reglas para mantenerme normal,” dije. “Para mantenerme. . . a salvo. Para mantener a todo el mundo a salvo. Una de ellas es que tengo que salir por ahí contigo porque tú me ayudas a estar normal y no lo he estado haciendo. Los asesinos en serie no tienen amigos ni compañeros, simplemente están solos. Así que si estoy contigo, estoy a salvo y no voy a hacer nada. ¿No lo entiendes?”

El rostro de Max se ensombreció. Lo conocía desde hacía lo suficiente como para conocer sus gestos, lo que hacía cuando era feliz y lo que hacía cuando se enfadaba. En ese momento, tenía los ojos medio cerrados y el ceño fruncido, lo que significaba que estaba triste. Me cogió por sorpresa y le devolví la mirada en estado de shock.

“¿Por eso has venido aquí?” preguntó.

Asentí, desesperado por encontrar algún tipo de conexión. Sentía como si me estuviera ahogando.

“Y por eso es por lo que llevamos tres años siendo amigos,” dijo. “Porque te fuerzas a ti mismo, porque piensas que eso te hace normal.”

Mira quién soy. Por favor.

“Bien, felicidades John,” dijo. “Eres normal. Eres el mayor maldito rey de la normalidad, con tus estúpidas reglas y tus amigos falsos. ¿Hay algo de lo que hagas que sea real?”

“Sí,” dije. “Yo. . .” Allí, con él mirándome fijamente, no fui capaz de pensar algo.

“Si sólo estás haciéndote pasar por mi amigo, entonces en realidad no me necesitas para nada,” dijo, levantándose. “Puedes hacer todo eso tú solo. Ya nos veremos por ahí.”

“Vamos, Max.”

“Largo de aquí,” dijo.

No me moví.

“¡Fuera!” gritó.

“No sabes lo que estás haciendo,” dije, “necesito—”

“¡No te atrevas a culparme porque seas un bicho raro!” dijo a gritos. “¡Nada de lo que hagas es por mi culpa! ¡Ahora, lárgate de mi casa!

Me levanté y cogí mi abrigo.

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“Póntelo fuera,” dijo Max abriendo la puerta. “Maldita sea, John, todo el mundo en el colegio me odia. Ahora ni siquiera tengo a mi amigo fenómeno.” Avancé hacia el frío y él dio un portazo detrás de mí.

* * *

Esa noche el señor Crowley volvió a matar, y yo me lo perdí. Su coche no estaba cuando volví de casa de Max y la señora Crowley dijo que se había ido a ver el partido. Esa noche no jugaban ninguno de sus equipos, pero pedaleé hasta el centro de todas formas para ver si podía encontrarle. Su coche no estaba en su bar de deportes favorito, ni en ningún otro, así que me acerqué al Fliying J para ver si estaba allí. No aparecía por ningún lado. Llegué a casa pasado el anochecer y aún no había vuelto. Estaba tan furioso que quería gritar. Tiré mi bicicleta de nuevo y me senté en la entrada para pensar.

Quería ir a ver qué estaba haciendo Brooke—estaba desesperado por ver lo que estaba haciendo—pero no lo hice. Me mordí la lengua retándome a mí mismo a hacerme sangrar, pero en vez de eso me levanté y le di un puñetazo a la pared.

No podía dejar que el monstruo tomase el control. Tenía un trabajo que hacer y un demonio que matar. No me podía permitir perder el control antes de hacer lo que debía—no, eso no estaría bien. No podía perderlo totalmente. Tenía que estar concentrado, tenía que coger a Crowley.

Si no podía encontrarlo, al menos podría enviarle una nota. Hoy me había distraído mucho, no había preparado una aún y tenía que hacerle saber que aunque no pudiera verle, sabía lo que estaba haciendo. Me devané los sesos buscando algo que pudiera escribir sin que me incriminara. El despacho de la funeraria estaba cerrado, por supuesto, y no me atrevía a subir a buscar un papel en caso de que mamá estuviera aún despierta. Corrí al jardín del señor Crowley, apenas visible en la oscuridad y busqué algo que me sirviera. Finalmente encontré una bolsa de sal para la nieve en su porche; la tenía ahí para echarla en las escaleras y aceras por el hielo. Me dio una idea y se me ocurrió un plan.

A la una de la mañana cuando Crowley llegó, su coche dio la vuelta y se detuvo de repente, en mitad de la entrada. Allí, iluminada por los faros, había una palabra escrita con cristales de sal. Cada letra se extendía noventa centímetros a lo largor del asfalto, brillando bajo la luz:

DEMONIO

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Un momento después, el señor Crowley condujo hacia delante y emborronó la palabra con su coche, luego se bajó y barrió los restos con el pie. Lo observé desde la oscuridad de mi cuarto, mientras me pinchaba con un alfiler, haciendo muecas por el dolor.

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13 Traducido por DarkVishous

Corregido por Endri_rios

eliz Navidad!”

Margaret bullía en la puerta con un montón de regalos, y mamá la besó en su mejilla.

“Feliz Navidad para ti,” dijo mamá, teniendo algunos de los regalos y apilándolos junto al árbol. “¿Tienes otra cosa en el coche?”

“Sólo la ensalada, pero Lauren lo está llevando para arriba.”

La mandíbula de mamá cayó, y Margaret sonrió con picardía.

“¿Está realmente aquí?” preguntó mamá en voz baja, asomando su cabeza por la puerta para mirar hacia abajo por las escaleras. Margaret asintió. “¿Cómo lo hiciste?” preguntó. “La he invitado unas cinco veces y no pude conseguir un sí de ella.”

“Tuvimos una muy buena charla anoche,” dijo Margaret. “Además, creo que su novio la dejó.”

Mamá miró a su alrededor frenéticamente. “No estamos listos para cuatro—John, corre y trae otra silla para la mesa, voy a poner otro lugar. Margaret, eres maravillosa.”

“Lo sé,” dijo Margaret, quitándose el abrigo. “¿Qué harías sin mí?”

Yo estaba sentado junto a la ventana, mirando intensamente a la casa del señor Crowley a través de la calle. Mamá me pidió dos veces más por una silla antes de que me levantara, tomara la llave y me dirigiera a la puerta. Fue sólo en los días pasados que me dejó tomar la llave de nuevo, y sólo porque ella había comprado demasiada comida para Navidad y había tenido que guardar lo que sobraba en la nevera de la funeraria. Pasé a Lauren en las escaleras.

“Hey, John,” dijo ella.

“Hey, Lauren.”

Lauren miró a la puerta. “¿Está de buen humor?”

“Ella estuvo a punto de explotar serpentinas de sus oídos cuando Margaret le dijo que estabas aquí,” dije. “Probablemente esté matando una cabra en tu honor en estos momentos.”

“¡F

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Lauren puso los ojos en blanco. “Veamos cuánto dura.” Miró por las escaleras. “Mantente cerca, ¿de acuerdo? Puede que necesite un respaldo.”

“Sí, yo, también.” Hice otro paso en las escaleras, luego me detuve y la miré. “Te llegó algo de parte de papá.”

“No puede ser.”

“Llegaron aquí ayer—una caja para cada uno.” Yo había agitado la mía, la hurgué, y la alcé a la luz, pero todavía no pude saber que era. Todo lo que realmente quería era una tarjeta—sería la primera noticia que tendríamos de él desde la Navidad pasada.

Conseguí una silla adicional de la capilla de la funeraria y la llevé escaleras arriba. Mamá estaba revoloteando de una habitación a otra, hablando en voz alta mientras tomaba los abrigos, y ponía la mesa y revisaba la cena. Era su estilo característico de atención indirecta—sin hablar con Lauren o darle a ella un tratamiento especial, pero mostrando que le importaba al mantenerse ocupada a causa de Lauren. Era dulce, supongo, pero también era la etapa embrionaria de ‘yo hago mucho por ti y a ti no te importa’ gritando partido. Le di tres horas antes de que Lauren saliera furiosa. Al menos tendríamos tiempo para comer en primer lugar.

La comida de Navidad fue jamón y patatas, aunque mamá había aprendido la lección en Acción de Gracias y no intentó cocinar por ella misma—compramos el jamón pre cocido, lo almacenamos en el congelador de la sala de embalsamiento por unos días, luego lo calentamos la mañana de Navidad. Comimos en silencio durante casi diez minutos.

“Este lugar necesita un poco de alegría navideña,” dijo Margaret bruscamente, soltando el tenedor. “¿Villancicos?”

La miramos fijamente.

“No lo creo,” dijo. “Bromas, entonces. Vamos a contar algo cada una y el mejor gana un premio. Yo empiezo. ¿Has hecho ya lo de geometría, John?”

“Sí, ¿por qué?”

“Por nada,” dijo Margaret. “Entonces, hubo una vez que un jefe indio con tres hijas, o indias. Todos los bravos en la tribu querían casarse con ellas, por lo que él decidió celebrar un concurso para todos los valientes—todos los bravos saldrían a cazar, y los tres que trajeran de vuelta las mejores pieles llegarían a casarse con sus indias.”

“Todo el mundo sabe ese,” dijo Lauren, rodando los ojos.

“Yo no,” dijo mamá. Yo tampoco sabía.

“Entonces voy a seguir adelante,” dijo Margaret, sonriendo, “y no te atrevas a arruinarlo. Así que, en fin, todos los valientes salieron, y después de mucho tiempo comenzaron a regresar con pieles de lobo y pieles de conejo y cosas por el estilo. El jefe

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no se dejó impresionar. Entonces un día, un valiente volvió con una piel de oso pardo, que es bastante sorprendente, por lo que le permitió casarse con su hija más joven. Luego, el siguiente hombre volvió con una piel de un oso polar, que es aún más sorprendente, por lo que el jefe le permitió casarse con su hija mediana. Esperaron y esperaron y, finalmente, el último valiente volvió con la piel de hipopótamo.”

“¿Un hipopótamo?” preguntó mamá. “Pensé que esto era Norteamérica.”

“Lo es,” dijo Margaret, “es por eso que una piel de hipopótamo era tan genial. Era la piel más sorprendente que la tribu había visto nunca, y el jefe dejó que ese valiente se casara con su hermosa hija mayor.”

“Ella es dos minutos mayor que yo,” dijo mamá, mirándome con una mueca burlona. “Nunca me deja olvidarlo.”

“Deja de interrumpir,” dijo Margaret, “esta es la mejor parte. Las indias y los bravos se casaron y un año más tarde todos ellos tenían hijos, la india más joven tuvo un hijo, la hija del medio tuvo un hijo, y la india mayor tuvo dos hijos.”

Ella hizo una pausa dramática, y la miramos durante un momento, esperando. Lauren se echó a reír.

“¿Hay una frase de remate?” pregunté.

Lauren y Margaret lo dijeron al unísono: “Los hijos de la india del hipopótamo era iguales a los hijos de las mujeres indias de las otras pieles.”

Sonreí. Mamá rió, sacudiendo la cabeza. “¿Esa era la frase de remate? ¿Por qué es incluso divertido?”

“Ese el teorema de Pitágoras,” dijo Lauren. “Es una fórmula matemática para. . . algo.”

“Triángulos derechos,” dije, y miré fijamente a Margaret. “Te dije que ya había hecho lo de geometría.”

Mamá pensó un poco, y luego volvió a reír cuando ella finalmente lo consiguió. “Esa es la broma más tonta que he oído nunca. Y creo que la palabra “india” es ofensiva.”

“Entonces será mejor que pienses en algo mejor,” dijo Margaret. “Turno de Lauren.”

“Yo ayudé con la suta,” dijo, apuñalando un bocado de ensalada. “Eso cuenta.”

“Entonces,” dijo Margaret a mamá. “Sé que tienes algo gracioso en esa cabeza.”

“Oh, muchacha,” dijo mamá, apoyando su barbilla en su puño. “Broma, broma, broma. Oh, ya tengo una.”

“Oigámosla,” dijo Margaret.

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“Dos mujeres entraron en un bar,” dijo mamá. “La primero de ellas miró a la otra y dijo: yo tampoco lo vi.” Mamá y Margaret se echó a reír, y Lauren se quejó.

“Un poco corta,” dijo Margaret, “pero voy a dejar que pase. Muy bien, John, te toca a ti, ¿Qué tienes?”

“Yo realmente no sé ningún chiste,” dije.

“Tienes que tener algo,” dijo Lauren. “¿Dónde está ese viejo libro de bromas que solías tener?”

“Realmente no sé uno,” le dije. Me imaginé a Brooke riendo cuando hablábamos sobre la medalla al mérito de incendio, pero no podía convertir eso en una broma. ¿Sabía yo algún chiste en absoluto? “Espera, uh, Max me dijo una vez una broma, pero van a odiarlo.”

“No importa,” dijo Margaret, “ponla sobre nosotros.”

“Realmente van a odiarlo,” dije.

“Adelante con ello,” dijo Lauren.

“Siempre y cuando sea limpio,” dijo mamá.

“Eso es gracioso,” dije, “porque se trata de limpieza.”

“Estoy intrigada,” dijo Margaret, apoyada en la mesa.

“¿Qué haces cuando tu lavavajillas deja de funcionar?”

Nadie ofreció una respuesta. Tomé una respiración profunda. “Abofetearla.”

“Tienes razón,” dijo mamá con el ceño fruncido, “Yo lo odio. Pero las buenas noticias son, que sólo te ofreciste a limpiar la mesa. Vayamos a la sala de estar, señoritas.”

“Yo digo que gané,” dijo Margaret, de pie. “Mi broma fue más divertida.”

“Pienso que yo gané,” dijo Lauren, “porque me las arreglé para no decirles ninguno.”

Ellas se fueron a la otra habitación y yo recogí los platos. Por lo general, odiaba limpiar la mesa, pero hoy no me importaba, todo el mundo era feliz y nadie estaba peleando. Podían durar más de tres horas después de todo.

Cuando terminé de apilar los platos en el fregadero, me uní a ellos en la sala de estar, y nos entregaron los regalos. Había conseguido una loción de manos para todos. Mamá me dio una lámpara de lectura.

“Pasas mucho tiempo leyendo,” dijo, “y, a veces tan tarde en la noche, pensé que podías usarla.”

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“Gracias, mamá,” le dije. Gracias por creer en mis mentiras. Margaret me dio una nueva mochila de uno de esos tamaños grandes alpinistas con una botella de agua y un tubo para botellas pegado a él. Siempre me reía de los niños que lo llevaban.

“La mochila que tienes se está cayendo a pedazos,” dijo Margaret. “Estoy asombrada de que las correas todavía estén.”

“Hay una par de hilos que aún los sujetan,” le dije.

“Esto va a llevarte todos tus libros sin romperse.”

“Gracias, Margaret,” lo pongo a un lado con decisión de tratar de eliminar el tonto tubo para botella después.

“Nunca leí esto, así que puede apestar,” dijo Lauren, y me entregó un regalo en forma de libro. “Pero yo sabía que había una película, y el título parecía un poco apropiado, si no era otra cosa.”

Lo abrí, y encontré un grueso libro, un comic, una novela gráfica, o como fuere que los grandes lo llamasen. El título era Hellboy. Lo levanté y señalé el título, y Lauren sonrió.

“Son dos regalos en uno,” se rió, “un libro de historietas, y un apodo.”

“Yay.” dije rotundamente.

“La primera persona en llamarlo ‘Hellboy’ tiene que abrir sus regalos afuera,” dijo mamá, sacudiendo la cabeza.

“Gracias, sin embargo,” le dije a Lauren, y ella sonrió.

“Es hora de abrir lo de su padre,” dijo mamá, y Lauren y yo tomamos cada uno nuestras cajas. Eran simples cajas marrones de envío, las habíamos dejado de esa forma por si acaso las cosas del interior no estaban envueltas. Nunca se sabía con papá. La mía era pequeña, aproximadamente del tamaño de un libro de texto, pero considerablemente más ligero. Utilicé mi llave de casa para cortar la cinta de embalaje. Dentro había una tarjeta y un iPod. Abrí la tarjeta, lenta y deliberadamente, tratando de no mostrarme emocionado. Tenían un tonto dibujo animado de un gato y uno de esos horribles poemas acerca de lo gran hijo que era yo. Papá había escrito una nota en la parte inferior, y lo leí en silencio.

Hey, Tigre. ¡Feliz Navidad! Espero que hayas tenido un gran año. Disfruta del noveno año, mientras puedas, porque el próximo año es la escuela secundaria y es un juego totalmente nuevo. ¡Las chicas van a estar encima de ti! Te va a encantar este iPod. Lo llené con toda mi música favorita, todas las cosas que solíamos cantar juntos. ¡Es como tener a tu papá en el bolsillo! ¡Ya nos veremos!

—Sam Cleaver

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Ya había comenzado la secundaria, por lo que estaba un año atrasado, pero estaba intrigado también por lo de la música. Ni siquiera sabía dónde estaba viviendo papá. Él no había puesto la dirección de remitente en el paquete, pero podía recordar montar en el coche y cantar juntos a sus bandas favoritas: The Eagles, Journey, Fleetwood Mac y otras. Me sorprendía, por alguna razón, que lo recordara también. Ahora podía sacar mi iPod, seleccionar una canción, y estar más cerca de mi padre de lo que lo había estado en cinco años.

La caja del iPod todavía estaba sellada. Rompí el plástico, confundido, y abrí la caja, el iPod estaba sin tocar, y la biblioteca estaba completamente vacía. Se había olvidado.

“Maldita sea, Sam,” dijo mamá. Me volví y vi que había leído la tarjeta. Ella había visto la metida de pata del año escolar y la promesa rota, y ella colgaba la cabeza con cansancio, frotándose las sienes. “Lo siento mucho, John.”

“Eso se ve bien,” dijo Lauren, mirando por encima. “Tengo un reproductor portátil de DVD y un DVD de Apple Dumpling Gang, al parecer lo utilizábamos para ver juntos, y él pensó que era algo especial o algo así. No lo recuerdo.”

“Él me vuelve tan loca,” dijo mamá, poniéndose de pie y caminando a la cocina. “Ni siquiera puede comprar su amor sin arruinarlo hasta arriba.”

“Un iPod parece muy bueno para mí, también,” dijo Margaret. “¿Hay algo malo en ello?” Ella leyó la tarjeta y suspiró. “Estoy segura de que lo olvidó, John.”

“¡Ese es todo el problema!” gritó mamá desde la cocina. Ella estaba golpeando ruidosamente alrededor de los platos, ventilando su ira sobre ellos, mientras los estrepitaba contra el fregadero y en el lavavajillas.

“Sin embargo, a pesar de ello,” dijo Margaret, “es mejor tenerlo vacío de todos modos, puedes llenarlo con cualquier cosa que quieras. ¿Puedo verlo?”

“Adelante,” dije, de pie. “Voy a salir.”

“Espera, John,” dijo mamá, corriendo desde la cocina, “vamos a comer el postre, compré dos pasteles diferentes, y un poco de crema batida, y. . .”

La ignoré, agarrando mi abrigo del armario del vestíbulo, y caminando hacia la puerta. Ella me llamó de nuevo, pero cerré la puerta, pisando fuerte por las escaleras y cerré la puerta de la calle también. Me subí a mi bicicleta y me alejé, sin mirar atrás para ver si me había seguido fuera, sin mirar hacia arriba para ver si estaban mirando por la ventana. No me fijé en la casa del señor Crowley, no miré a la casa de Brooke, sólo pedaleé mi bicicleta y observé las líneas en la marcha de la acera, y pedí a Dios, que en la calle que cruzara un camión se estrellara contra mí y limpiara todo el pavimento.

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Veinte minutos después, yo estaba en el centro, y noté que había andado casi directamente hasta la oficina del doctor Neblin. Estaba cerrado, naturalmente, cerrado, vacío y oscuro. Dejé de pedalear y me quedé allí, tal vez diez minutos, observando los bucles de nieve azotados por el viento, girando alrededor y arronjándolos contra las paredes de ladrillo. No tenía nada que hacer, a dónde ir, ni nadie con quién hablar. No tenía ni una sola razón de existir.

Todo lo que tenía era al señor Crowley.

Había un teléfono en el final de la calle, el mismo que había usado para llamar al 911 un mes antes. Sin saber por qué, apoyé la bici en su contra, depositando un cuarto, y marqué el número de teléfono del señor Crowley. Mientras sonaba, saqué la cola de mi camiseta y la envolví en el otro lado del teléfono para ocultar mi voz, rezando para que realmente funcionara. Después de tres tonos, respondió.

“¿Hola?”

“Hola,” dije. No sabía que decir.

“¿Quién es?”

Hice una pausa. “Soy el que te ha estado enviando notas.”

Colgó.

Maldije, saqué otra moneda, y marqué de nuevo.

“¿Hola?”

“No cuelgue el teléfono.”

Clic.

Sólo tenía dos monedas restantes. Llamé de nuevo.

“Déjame en paz,” dijo. “Si sabes tanto sobre mí, entonces sabrás lo que voy hacer si te encuentro.” Clic.

Tuve que pensar en algo para mantenerlo en la línea, necesitaba hablar con alguien, con cualquiera, demonio o no. Deposité mi última moneda y marqué de nuevo.

“¡Dije—!”

“¿Duele?” pregunté, interrumpiéndolo. Pude oír cómo respiraba con dificultad, caliente y enojado, pero no colgó. “Arrancaste tu propio brazo,” le dije, “y cortaste tu propio vientre. Sólo quiero saber si duele.”

Él esperó, sin decir nada.

“Nada de lo que hace tiene sentido,” le dije. “Tú escondes algunos cadáveres y no ocultas otros. Sonríes a un tipo un minuto y extraes su corazón al siguiente. Ni siquiera sé lo que—”

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“Duele como el infierno.” Se quedó callado un momento. “Me duele todo el tiempo.”

Me respondió. Había algo en su voz, una emoción que no pude identificar. No era exactamente felicidad, no era del todo fatiga. Era algo en el medio.

¿Alivio?

Meses de curiosidad se derramaron en una inundación. “¿Tienes que esperar a que algo se descomponga antes de remplazarlo?” pregunté, “¿Tienes que robar partes de las personas? ¿Y qué hay de ese tipo en Arizona—Emmett Openshaw? ¿Qué le robaste a él?”

Silencio.

“Robé su vida.”

“Tú lo mataste,” dije.

“No sólo lo maté,” dijo Crowley, “robé su vida. Él habría tenido una larga, creo yo. Más que eso, al menos. Se habría casado y tendría hijos.”

Eso no sonaba bien.

“¿Qué edad tenía él?” pregunté.

“Treinta, creo. Le digo a la gente que tengo setenta y dos años.”

Había asumido que Openshaw era mayor, al igual que sus recientes víctimas.

“Tú escondiste su cuerpo—tan bien que nadie lo ha encontrado, entonces. ¿Por qué no escondiste al de Jeb Jolley? ¿O a los otros dos después de ese?”

Silencio. Una puerta cerrada.

“Todavía no lo sabes, ¿verdad?”

“Estás actuando como un asesino por primera vez,” dije, tratando de descifrar a través de él. “Lo has hecho para mejorar con cada uno, y has empezado a esconder los cuerpos, lo cual tiene sentido si nunca has hecho esto antes, pero lo hiciste. ¿Es todo un acto? Pero, ¿por qué pretendes ser inexperto si podrías seguir completamente silencioso en su lugar?”

“Espera,” dijo y tosió. Él amortiguaba el teléfono, pero todavía podía escuchar la tos fuerte. Tos falsa, que era como sonaba, y había algo detrás de eso. Un estruendo. Él silenció el teléfono, pero era más difícil de escuchar que antes—había estática en la línea, o un ruido blanco.

¿Qué estaba él haciendo?

“Actué inexpertamente porque lo era,” dijo. “He tomado más vidas de las que puedes adivinar, pero Jeb fue el primero que no pude. . . conservar.”

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“¿No pudiste conservar? Pero—” ¿Podía conservar almas? ¿Podía absorber la vida, así como partes del cuerpo?

¿O podía tomar la vida en lugar de partes del cuerpo?

“Te llevaste todo el cuerpo de Emmett,” dije, “y su forma. Y tomaste el cuerpo de otra persona antes de eso, y de otra persona anteriormente. Tiene sentido. Nunca tuviste que esconder los cuerpos antes, ya que te lo llevabas todo, y dejabas tu cuerpo viejo atrás. Es por eso que no había tanto fango en la casa de Emmett—descartaste el cuerpo entero allí, no sólo una parte, y tú—”

Ding. . . ding. . . ding. . .

“¿Qué es eso?” pregunté.

“¿Qué es qué?” dijo él.

“Ese ruido. Suena como un. . .” Golpeé el teléfono y agarré la bicicleta, buscando frenéticamente el camino.

Era una señal de giro. Crowley estaba en su coche y me estaba buscando.

No había nadie en la calle principal. Monté en mi bicicleta y disparé hacia la esquina, virando alrededor de ella con demasiada rapidez y deslizándome sobre el hielo. Él no estaba en esta calle tampoco. Me enderecé y pedaleé tan fuerte como pude a la siguiente esquina y di la vuelta, y bien, en otra dirección, lejos de su casa y la ruta que probablemente seguiría.

Ése era el por qué había dicho tanto. El señor Crowley estaba en un teléfono celular, y si tenía identificador de llamas, debe de haber escuchado que estaba en un teléfono público, por lo que me mantuvo hablando mientras él salía, iba hacia su coche, e iba en busca de mí. Sólo había dos, o tres teléfonos públicos en la ciudad, y probablemente estaba comprobando todo. El Flying J, la estación de gasolina de la planta de madera, y la gasolinera que estaba en la Principal. Se había cerrado por Navidad, gracias a Dios, no habría empleados que me describieran al viejo y bondadoso señor Crowley cuando apareciera haciendo preguntas. Pero la Navidad también era un problema—cada edificio en el centro estaba cerrado, todas las puertas cerradas, y todas las tiendas vacías. No había ningún lugar para esconderme.

¿Qué estaría abierto en un pueblo pequeño como el de Clayton? El hospital, pero no, probablemente había un teléfono público allí también, y Crowley podría pasar para comprobarlo. Oí un coche y me volví hacia la acera sobre un césped cubierto de nieve, lo que me obligó a cambiar mi camino a lo largo de un lado del edificio de apartamentos. Había un hueco entre dos edificios, y la mitad de un medidor de gas, me apreté alrededor de él, y me agaché a un lado, mirando a la calle al final de un desfiladero de ladrillo largo. El coche que escuché no pasó—no supe quien había sido, o dónde había estado pasando, sólo necesitaba ocultarme.

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Me pasé el resto de la tarde y noche allí, temblando en la nieve. Pude sentir cómo mi cuerpo reaccionaba, apagándose por el frío, pero no me atrevía a moverme. Me imaginé los ojos de fuegos del señor Crowley yendo y viniendo a través de la ciudad, tejiendo una red estrecha y apretada a mí alrededor. Cuando había estado a oscuras casi una hora, me monté a mi bici de nuevo, mis rígidos miembros, mis manos y pies ardiendo de frío. Hice mi camino a casa, vi que el coche de Crowley estaba aparcado perfectamente en su camino de entrada y fui escaleras arriba.

La casa estaba vacía y silenciosa, todo el mundo se había ido.

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14 Traducido por Yuki_252

Corregido por Caroliberta

i conversación telefónica con el señor Crowley, sonó a través de mi cabeza una y otra vez durante los próximos tres días, a la exclusión de todo lo demás. Mamá llegó a casa la noche de Navidad llorando y gritando que habían

pasado todo el día buscándome, y dónde había ido, y que ella estaba tan contenta de que estaba a salvo, y miles de otras cosas que no escuché porque estaba demasiado ocupado pensando en el señor Crowley.

El día después de Navidad, Margaret vino y los tres nos fuimos a un restaurante de carnes, pero no hice caso de ellos y ni de mi comida, sumido en mis pensamientos.

Estoy seguro de que ellas pensaron que estaba deprimido a causa del regalo de Navidad de papá, pero prácticamente me había olvidado acerca de eso—todo lo que podía pensar era en las pistas y las confesiones del señor Crowley, y no había lugar en mi cabeza para nada más. Para el miércoles, mamá ya había dejado de tratar de levantarme el ánimo, aunque a veces la pillé mirándome desde el otro lado de la habitación. Yo estaba agradecido de tener por fin algo de paz y tranquilidad.

El señor Crowley casi me había confesado que él solía robar cuerpos enteros, pero que ahora sólo estaba robando piezas. Le dio sentido de alguna manera—eso explicaba por qué el ADN de los pedazos seguían apareciendo como la misma persona, ya que todo el cuerpo había venido de Emmett Openshaw. También se explica por qué era tan bueno matando, pero tan pobre en ocultar la evidencia. Es probable que matara a Jeb Jolley por la desesperación, muriendo por la falta de un buen riñón, y simplemente no pensó por adelantado qué hacer con respecto al cuerpo—porque nunca había tenido que hacer nada con el cuerpo antes. Mientras el año fue pasando y él fue matando a más personas, se hizo mejor en ello, e incluso comenzó a buscar víctimas anónimas, al igual que el vagabundo solitario que llevó a Lago Freak. Incluso ahora, un mes más tarde, nadie sabía que el hombre estaba desaparecido, y que el asesino de Clayton había cobrado otra víctima justo antes de Acción de Gracias. Nadie sabía sobre el que había matado poco antes de Navidad, tampoco— el que yo había pasado por alto—así que supuse que era un vagabundo también, podría haber otros que incluso de los que yo no sabía nada.

M

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También me dio una idea bastante clara de por qué él nunca toma más de una pieza de cada víctima. Si se toma todo el cuerpo también le daría la apariencia de ese cuerpo, de seguro probablemente estaba preocupado, que tomar demasiadas piezas de un cadáver podría abrumar a la apariencia que estaba tratando de mantener. Su cuerpo podría tratar con un brazo aquí y un riñón allí, pero si demasiado de esa víctima comenzara a arrastrarse, él podría perder a Bill Crowley, la identidad que estaba luchando tanto por mantener.

Así que, sí, se estaba volviendo cada vez mejor en matar de esta manera, en lugar de la manera antigua, pero la pregunta sigue siendo: ¿por qué había cambiado? ¿Y por qué había allí un periodo de cuarenta años sin ninguna muerte?

Traté de ponerme en su lugar—un demonio, vagando por la tierra. Matando a alguien y robando su cuerpo para iniciar una nueva vida.

Si yo pudiera hacer lo que quisiera, ¿por qué iba a estar aquí en el condado de Clayton? Si pudiera ser tan joven y tan fuerte como yo quería, ¿por qué iba a ser viejo, tan viejo que me caía a pedazos? Si pudiera matar a una persona y desaparecer sin dejar rastro, ¿por qué me quedaría, matando a una docena de personas, y dejando más y más evidencia que la policía podría utilizar para encontrarme?

Traté de construir otro perfil psicológico, a partir de la misma pregunta clave: ¿qué hizo el asesino que no tuviera que hacer? Se quedó en un solo lugar. Él mantuvo una identidad, y se hizo viejo. Y mató, una y otra vez—eso tenía que significar algo. ¿Lo disfrutaba? Él no parecía hacerlo. Pero si me las arreglé para averiguar cómo trabajaba, entonces matar a esta cantidad de gente, era sin duda algo que no tenía que hacer. Él tenía otra opción. Así que, ¿por qué lo estaba haciendo?

Si él no tenía que hacerlo, eso significaba que quería hacerlo. ¿Por qué quería envejecer? ¿Por qué quiere quedarse en este olvidado pueblo en medio de esta nada de hielo? ¿Qué tenía Clayton que el demonio no pudo encontrar en otro? No podía averiguarlo por mi cuenta, necesitaba al doctor Neblin. Tenía una reunión con él el jueves, lo que me dio un día para planificar mi estrategia—cómo conseguir las respuestas que necesitaba sin dar nada a cambio.

Mamá me recordó mi reunión en el desayuno a la mañana siguiente, y parecía realmente sorprendida de que por la tarde cuando en realidad me fui sin preguntar y dirigí en bicicleta hasta el centro de la cuidad. Supongo que, desde su punto de vista, fue la primera cosa activa que había hecho desde que me escapé el día de Navidad, para mí, era sólo una oportunidad de hablar con alguien en quien confiaba.

“¿Cómo estuvo la Navidad?” preguntó Neblin, ladeando su cabeza para un lado.

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Lo hacía cuando estaba tratando de ocultar algo, probablemente él ya había oído todo sobre Navidad por mamá. El doctor Neblin era un mentiroso terrible, algún día tendría que jugar al póquer con él.

“Tengo un escenario para usted,” le dije. “Quiero su opinión.”

“¿Qué tipo de escenario?”

“Un falso perfil psicológico,” le dije. “He estado haciéndolos para divertirme durante las vacaciones de Navidad, y tengo uno en el que estoy más o menos colgado.”

“Está bien,” dijo. “Dispara.”

“Digamos que eres un cambia-formas,” le dije. “Puedes cambiar tu cara, e ir a donde sea que quieras, y ser quien quieras ser. Puedes ser de cualquier edad, de cualquier tamaño, nacionalidad, y hacer lo que quieras. Ahora imagina que estás en una mala situación, obligado a hacer cosas que no te gustan. Si tienes este tipo de libertad, ¿por qué decidirías quedarte?”

“Así que es una cuestión de riesgo y recompensa,” dijo. “Yo me quedo y vivo con dificultades, o me escapo de las dificultades a costa de perderme a mí mismo.”

“No eres tú mismo,” le dije, y me estremecí ante lo expuesto que me sentía, me estaba abriendo a un montón de preguntas incómodas, sobre todo si él pensaba que yo estaba oblicuamente refiriéndome a mí mismo. “Te perdiste a ti mismo hace mucho tiempo, y has sido una cadena de alguien más quién sabe por cuánto tiempo.”

“Entonces es una cuestión de identidad también,” dijo. “Si soy alguien más, ¿es tan bueno como ser yo? Si no puedo ser yo mismo de nuevo, ¿estoy mejor en no ser nadie en absoluto, o escoger un nuevo ser para volverme?”

“Así es,” dije, asintiendo con la cabeza. “Puedes permanecer como una persona, en un lugar, hacer una cosa para siempre, y odiarlo, o puedes ser libre de todo, sin responsabilidades, sin problemas, sin equipaje.”

Se me quedó mirando un momento. “¿Hay algo que deseas decirme?”

“Quiero que me diga qué podría hacer que te quedes en una situación así,” le dije. “Sé que piensas que esto es acerca de mí, pero no lo es, no puedo explicarle. Ahora en serio—no tienes nada por un lado, y todo por el otro. ¿Por qué te quedaría?

Él lo pensó durante un par de minutos, dando golpecitos con el lápiz en su cuaderno, y frunciendo el ceño. Fue por esto que vine al doctor Neblin, él me toma en serio, no importa lo que diga o cuán loco suene.

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“Una pregunta más,” dijo. “¿Soy un sociópata?”

“¿Qué?”

“Éste es tu rompecabezas,” dijo Neblin “y como a menudo hemos discutido, tienes fuertes tendencias sociópatas. Quiero saber si debo responder de una norma de estado emocional, o de la falta de una.

“¿Cuál es la diferencia?”

El doctor Neblin sonrió. “Ahí está tu respuesta, dijiste que la segunda opción, salir y comenzar una cadena de nueva vida, tiene libertad—no tiene ‘equipaje.’ Cuando un sociópata ve equipaje, una personalidad típica vería las conexiones emocionales. Amigos, familiares, seres amados, no todos nosotros podemos olvidarnos de ellos tan fácilmente. Ellos nos definen y nos hacen ser quienes somos. A veces las personalidades que nos rodean son las que nos hacen completos.

Conexiones emocionales. Seres queridos.

“Kay.”

“¿Qué?”

“Yo. . . dije que Okay.”

Era Kay Crowley. El señor Crowley realmente estaba enamorado de ella—no fingiendo estarlo, no usarla como una cubierta, él estaba real y verdaderamente enamorado de ella. Había tratado de ponerme en el lugar de Crowley y no funcionó, no porque su mente era diferente, sino porque la mía sí lo era. El demonio amaba a su esposa.

“Me tengo que ir,” le dije.

“Acabas de llegar.”

Crowley lo había hecho tal vez cientos de veces, tal vez unas miles de veces, saltando de cuerpo en cuerpo, vida tras vida. Él se trasladó a una nueva ciudad y comenzó de nuevo, y cuando los poderes de su demonio no podían sostener más al cuerpo, él los dejaba y se pasaba al siguiente. Él dejó a Emmett Openshaw en Arizona y huyó aquí, al condado de Clayton para ocultarse y volver a empezar, pero entonces conoció a Kay, y ahora era diferente. Dejar este cuerpo significaba dejarla a ella, y él no podía hacerlo, así que, en lugar de irse, se estaba parchando a sí mismo poco a poco—arreglando cada parte, mientras éstas se rompían en vez de empezar de nuevo.

“¿John?”

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“¿Huh?”

“¿Hay algo de lo que desees hablar?” preguntó el doctor Neblin.

“No, no, yo. . . tengo que irme. Tengo que pensar.”

“Llámame, John,” dijo Neblin, de pie y sacando un tarjeta de visita. “Llámame si quieres hablar, de cualquier cosa.” Él escribió un segundo número, el número de su casa, supuse, en la parte posterior de la tarjeta, y me la entregó. Me di cuenta de que repentinamente estaba preocupado—líneas de preocupación estaban grabadas en su rostro como heridas, y él me miraba con ansiedad.

“Gracias,” murmuré, y salí de la oficina, recogí mi abrigo en la sala de espera y bajé las escaleras, me subí en la bicicleta y pedaleé a casa. Fue, no sin rumbo, no desesperadamente, tampoco nerviosamente, yo estaba tranquilo por primera vez en semanas. Había encontrado su debilidad.

Amor.

* * *

Pasé la tarde encerrado en mi cuarto, revisando mis notas y mirando por la ventana por el señor Crowley. El amor era la grieta en su armadura, lo sabía, pero no había pensado en un plan para explotarlo todavía. Creé y descarté una docena de ideas diferentes, desesperado por encontrar una que pudiera detenerlo antes de que él volviera a matar.

Pero él ya estaba poniéndose muy enfermo, lo haría pronto y yo no estaba preparado. Efectivamente, poco después de medianoche, el señor Crowley se tambaleó a su coche. Se veía peor de lo que jamás lo había visto—él estaba esperando el mayor tiempo posible para arreglarse él mismo. Me pregunté si podría tener que reemplazar más de una cosa, y entonces me cuestioné si eso era posible—si tomaba mucho de una persona, se volvería esa persona lo quisiera, ¿o no? Eso explicaría el por qué sustituye un solo órgano a la vez.

Abrí mi puerta sin hacer ruido, mamá todavía estaba despierta, mirando Letterman. Volví a cerrarla con llave, y fui a la ventana. Era una caída larga hasta el suelo, pero Crowley se estaba escapando. Me envolví en mi abrigo, me puse mi nueva adquisición—una máscara de esquí negro—y salté.

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El señor Crowley había ido demasiado lejos como para que pudiera seguir sus luces, por lo que monté tan rápido como pude al Flying J, esperando que fuera allí por otro vagabundo. El Flying J fue difícil de alcanzar con la bicicleta, así que monté a la base de la colina detrás de éste y subí, evitando la autopista y las luces. Crowley estaba estacionándose, solo, no había encontrado a nadie todavía. Me tambaleé hacia abajo de la colina de nieve y rodé las pocas cuadras hacia la rampa de salida de la autopista en donde lo vi volver de la ciudad, yendo en dirección hacia la planta de madera. Tal vez él iba a tratar de conseguir un vigilante nocturno o algo así, un inocente don nadie que estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado. Su coche iba desviándose peligrosamente, y me di cuenta que probablemente no podía esperar a que una víctima don nadie apareciera—él tenía que matar a la primera persona que encontrara, a la una de la mañana, que todavía sería casi imposible. Lo seguí a unas pocas cuadras de distancia, tan negro como la noche.

Se dio la vuelta a unas calles, y cuando llegué a la esquina, lo vi levantarse detrás de una cabina de diesel. El motor del camión se apagó, la puerta se abrió y un hombre bajó de un salto; su aliento flotaba como un fantasma en el aire helado. El hombre corrió hacia la parte delantera del camión, pero Crowley salió de su coche y le gritó. El hombre hizo una pausa y le devolvió el grito. No pude oír lo que sea que estaba diciendo. El hombre señaló a una la casa detrás de él—un dúplex.

Se me heló el corazón. Miré hacia arriba a la placa de la calle por encima de mí: Redwood Street.

Ése era el padre de Max.

“¡No!” Grité, pero ya era demasiado tarde—el padre de Max miró hacia mí, y Crowley se tambaleó hacia él, con las uñas hacia fuera, dejándolo en el suelo con una garra brillante y luego cayó sobre él con una furia animal. El padre de Max era un torbellino de sangre y garras, y Crowley se paró por encima de él tambaleándose por un momento antes de caer al lado del cuerpo. Los dos hombres yacían inertes en el suelo helado, la calle estaba silenciosa como una tumba.

Di un paso tentativo hacia adelante. Crowley se había empujado demasiado fuerte—tal vez él mismo se había empujado más allá de su propia capacidad para regenerar. Él ni siquiera había tomado un órgano todavía, tal vez el padre de Max estaba vivo todavía, y yo lo podía ayudar. Las casas estaban oscuras y nadie había oído mi grito, o el ataque. Troté lentamente hacia los cuerpos, casi deslizándome sobre un trozo de hielo. Nada se movía.

Al acercarme, pude ver que el padre de Max estaba más allá de cualquier esperanza—su cuerpo estaba hecho pedazos, roto y ensangrentado. Una pila de entrañas echaba vapor sobre el asfalto congelado. Sentí al monstruo dentro de mí que se agitaba con

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más fuerza que nunca, me instaba a arrodillarme, sentir los órganos brillantes. Cerré los ojos luchando por el control. Cuando abrí los ojos de nuevo miré a Crowley, boca abajo, todavía medio demonio, con los brazos alargados, grabados con el músculo inhumano. Sus dedos largos y negros terminaban en garras terribles blancas como la leche. Al igual que las entrañas expuestas, el cuerpo de Crowley estaba humeante en el frío.

Yo quería darle una patada, quería darle un puñetazo, golpearlo y arrastrarlo por la calle hasta que no quedara nada—sin garras de demonio, sin un cuerpo humano, sin ropa, sin memoria alguna. Mi mente rugía al pensar en todo el mal que él había hecho, pero era más que eso. Yo estaba celoso. Se había matado a sí mismo, y quitado mi oportunidad.

El vapor hervida a su alrededor, y de repente su cuerpo dio un espasmo. Salté hacia atrás, deslizándome sobre el hielo y cayéndome sobre mi espalda. La cabeza del demonio se levantó bruscamente, luchando por respirar a través de una boca demasiada llena de colmillos para ser real. Yo revolví mis pies y me alejé de nuevo. El demonio débilmente se empujó a sí mismo sobre sus brazos y se volvió hacia mí. Sus oscuros párpados se deslizaban grotescamente sobre sus grandes ojos cristalinos, como si no me pudiera ver con claridad. Sentí mi cara para asegurarme de que la máscara de esquí todavía estuviera allí. En esta oscuridad, es probable que no pudiera decir quién era. Sus colmillos brillaron débilmente en la oscuridad, pálida y fosforescente. Arrastró hacia mí una titubeante garra antes de colapsar de nuevo sobre el hielo, tosió y volvió la cabeza, en busca de algo, y cuando su mirada cayó sobre los jirones restos del padre de Max, se olvidó de mí y penosamente se arrastró hacia ellos.

Di unos pasos rápidos a su alrededor, tratando de ver si podía mover el cuerpo, arrástralo fuera del alcance del demonio, pero estaba demasiado cerca, había perdido mi oportunidad. El demonio se va a regenerar, y luego iba a venir detrás de mí. Yo sólo podía esperar que no me haya reconocido en la oscuridad. Si pudiera irme rápidamente y mantenerme en la delantera, podría nunca saber que estuve allí.

Mi casa estaba a veinte minutos en bicicleta durante el día, pero lo hice en diez—acelerando en el centro de calles vacías, pedaleando imprudentemente a través de las intersecciones, tomando sólo el tiempo para permanecer fuera de la nieve con el fin de no dejar pistas.

Puse mi bicicleta con cuidado contra el costado de la casa, tratando de coincidir con su posición anterior lo más cerca que pude, sólo por si acaso; la casa estaba exactamente a como cuando se fue, por lo que no sospecharía de mí. Me arrastré hasta la escalera y escucho a través de nuestra puerta—el televisor estaba apagado, parecía que mamá se había ido a dormir. Abrí la puerta sin hacer ruido y me deslicé en la oscuridad,

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cerrándola con fuerza detrás de mí. Me quité los guantes y la máscara de esquí, agradecido por el calor, y me dejé caer cansadamente sobre el sofá, estaba a salvo.

Pero algo andaba mal, y no podía acertar con mi dedo a señalar qué era.

Todo parecía bastante tranquilo, pero no demasiado tranquilo, el reloj de la cocina seguía corriendo como si fuera normal, el horno estaba soplando como de costumbre. Escuché a través de la puerta de mi mamá, frotando mis manos por el frío, y la escuché bien bajo, incluso respirando. Todo estaba bien—

¿Por qué estaba frío? No me había fijado en un primer momento, porque estaba mucho más cálido que en el exterior, pero me di cuenta ahora, sobre todo aquí en el pasillo, estaba definitivamente más frio de lo que debería estar. Abrí la puerta para ver a mi habitación, pero el picaporte no giraba, estaba cerrado con llave.

Había bajado por la ventana, no por la puerta, y la ventana seguía abierta.

El señor Crowley estaría en casa en cualquier momento, preguntándose quién lo había estado observando, y vería mi ventana abierta y las huellas en la nieve por debajo de ella. Lo haría sospechar, se preguntaría si la ventana estaba cerrada cuando él se fue. Vendría a ver, y ahí estaré yo, fuera de mi cuarto, solo en la oscuridad, con la puerta de mi habitación cerrada, despierto a la una de la mañana. Mamá se despertará y preguntará—delante de él—cómo salí de mi habitación y él lo sabría, y nos mataría a los dos.

Empecé a ir de nuevo hacia las escaleras, para salir a la calle y cerrarla, pero eso sería aún peor—él llegaría a casa y me vería en el exterior, tratando de subir de nuevo por la ventana del segundo piso y sabría que yo lo había seguido.

La puerta de mi habitación se abría para dentro, así que no podía hacer saltar a las bisagras. Pensé en darle patadas para que se fuera hacia abajo, pero no sabía si podía—y sabía que mamá me escucharía y despertaría, y nunca me perdonaría por la destrucción de una puerta. Estaba sorprendió de que pudiera dormir en este frío, me asomé por la ventana de la sala. La calle estaba clara. Él aún estaba fuera, todavía había tiempo. ¿Qué podía hacer?

Crowley sospecharía si me veía tratando de ocultarme, ¿pero y si no me oculto en absoluto? La calle estaba vacía; me quité el abrigo y me puse el viejo—que era de otro color al del que él que había visto—y volví a salir sin mis guantes y mi lentes de esquí. Llegué al banco de nieve por debajo de mi ventana y trepé sobre él justo a tiempo. Las luces del señor Crowley aparecieron en el final de la calle, muy lejos. Lo vi acercarse más y más, y al coche en sí salir a la luz, y del mismo modo que comenzó a disminuir la velocidad, yo salí corriendo delante de él, agitando los brazos

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frenéticamente hacia los faros. El coche se detuvo con un chirrido, y él desenrolló su ventana.

“¿John, qué rayos estás haciendo aquí afuera?”

“¿Puedo dormir en su casa esta noche?” pregunté.

“¿Qué?”

“Mamá y yo tuvimos una pelea,” le dije. “Salté por la ventana, iba a huir, pero. . . hace mucho frío. ¿Puedo, por favor, dormir en su casa?”

Él miró al otro lado de la calle a mi casa, mi ventana abierta, y mis cortinas ondeando en la brisa tenue.

“Por favor,” le pregunté.

“No creo que eso sea una buena idea,” dijo. “Mi casa no es. . . no es seguro estar fuera así en la noche, John, hay. . . merodeadores, no es seguro para ti o tu madre.

“No me lleve de vuelta,” le dije, tratando de evocar las lágrimas. No pude. “Yo no quiero que ella sepa que me fui.”

Pensó un minuto. Me di cuenta de que estaba más sano que antes—más alerta, más estable, y mucho más constante. Apenas se podía decir que había estado enfermo. “¿Si te prometo no decirle a tu madre, te vas a casa?”

“La puerta de mi dormitorio está cerrada desde el interior, no puedo entrar de nuevo, y si ella me ve en la sala de estar se dará cuenta eventualmente.”

Pensó un momento más, y miró nerviosamente alrededor del barrio; obviamente, pensaba que su acosador lo estaba viendo. “Mi escalera llegará,” dijo al fin. “Te podemos poner dentro de nuevo de esa forma, pero tienes que prometerme que no tratarás de escaparte de esta forma de nuevo.”

“¿Y no le dirá nada a mamá?”

“Lo prometo,” dijo. “¿Trato?”

“Trato.” Pasó por delante de mí en la entrada de su casa, y juntos sacamos la escalera extensible de su cobertizo, y la pusimos bajo mi ventana. “¿Puede guardarla usted solo?” le pregunté.

“Soy un hombre viejo,” dijo sonriendo, “pero no un inútil.”

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“Gracias,” dije, y subí a mi ventana. Entré, lo saludé con la mano, y él dobló la escalera y se la llevó. Cerré la ventana con fuerza, cerrando también las cortinas, y lo vi desde la oscuridad. Lo había engañado de nuevo.

El señor Crowley guardó la escalera y entró a la casa—pero no cerró la puerta. Seguí mirando, intrigado, y un momento más tarde, volvió a salir e hizo algo que no me esperaba—escribió algo en un trozo de papel y lo pegó con cinta adhesiva en su puerta. Busqué en la oscuridad por los binoculares, y traté de centrarme en la nota, sin mover mis cortinas, estaba muy oscuro para leer. Me senté junto a la ventana toda la noche, esperando, y cuando llegó la mañana miré, leyendo a través de los binoculares con las débiles luces antes del amanecer.

NO PUDISTE DETENERME Y NUNCA PODRÁS

Era una nota para su acosador, haciendo alarde de su poder y prácticamente prometiendo seguir matando a más personas, una y otra vez. Apenas había pasado una semana desde el último, ¿cuánto tiempo pasará para el siguiente? Él era un asesino a sangre fría y malvado, no importa lo mucho que ame a su esposa o que ayude a su vecino. Él era un demonio. Eso era un demonio.

Y tenía que morir.

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15 Traducido por Kar

Corregido por Caroliberta

a nueva muerte estaba por todas las noticias a la mañana siguiente. Roger Bowen, conductor de camión local, esposo, y padre, fue encontrado desgarrado por la mitad en la calle frente a su casa. El asesino ni siquiera se había molestado en

mover el cuerpo, olvídense de esconderlo.

Mamá lucía como si quisiera abrazarme―para reasegurarme a mí o a ella misma, que todo iba a estar bien. Supongo que es lo que deben hacer las madres, y me sentí culpable de que la mía no pudiera hacerlo. Sabía, por la forma en que me miraba, que quería consolarme, y que sabía que yo no necesitaba ser consolado. Yo no estaba triste, estaba pensativo. No me sentía mal porque él hubiera muerto, me sentía culpable porque yo no había sido capaz de detener a su asesino. Me preguntaba, entonces, si yo estaba haciendo todo esto porque quería salvar a los chicos buenos, o si sólo quería matar al chico malo. Y me preguntaba si eso haría alguna diferencia.

Mamá me preguntó después de un rato si quería llamar a Max, y yo sabía, objetivamente, que debería hacerlo, pero no sabía qué decir, así que no lo hice. Así

como nadie podía consolarme, yo no podía consolar a nadie más―eso era del reino de la empatía, y yo sería completamente inútil. Supongo que podría haber dicho, ‘Hola, Max, sé quién mató a tu papá, y voy a matarlo a él también,’ pero no soy

estúpido―psicópata o no, soy lo bastante inteligente para saber que así no es como la gente se habla la una a la otra. Mejor mantenerlo todo en secreto.

Tan pronto como la policía desocupó la escena del crimen la noche del sábado, hubo

una vigilia por el padre de Max. No era un funeral―el equipo forense del FBI estaba

tan sólo empezando su autopsia―sino una simple reunión, donde todos íbamos juntos y encendíamos velas y rezábamos o lo que fuera. Quería vigilar la casa de los Crowley en vez de ir, pero mamá me hizo asistir. Sacó unas viejas velas de cena de un cajón trasero de algún lugar y nos pasamos por ahí. Me sorprendí de cuán grande era la vigilia.

Max estaba sentado en su pórtico, rodeado por su hermana, su madre, y toda la familia Bowen que vivía fuera de la ciudad, quienes habían venido a consolarlos. Me parecía que ellos querrían alejarse de una ciudad bajo amenaza de un asesino en serie y no acercarse, pero, ¿qué sabía yo? Las conexiones emocionales te hacían hacer cosas estúpidas, supongo.

L

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Margaret se nos unió, y pusimos flores en la calle donde el cuerpo había sido encontrado; ya había una gran pila ahí. Alguien había comenzado una segunda pila para Greg Olson, también un hombre de familia, y que aún estaba desaparecido, pero no era ni de cerca tan grande como la otra; mucha gente aún se aferraba a la idea de que él era culpable de algo. La señora Olson y su hijo estaban ahí, mostrando solidaridad con la comunidad, pero había una escolta policial rondando en las cercanías, sólo en caso de que alguien iniciara una pelea.

Yo tenía frío, y estaba ansioso por volver a vigilar la casa de los Crowley, pero más que

todo estaba aburrido―todo lo que estábamos haciendo era estar de pie sosteniendo velas, y no le veía el punto. No estábamos consiguiendo nada. No estábamos encontrando al asesino, o protegiendo al inocente, o dándole a Max un nuevo papá. Sólo estábamos ahí, dando vueltas, observando impotentes las pequeñas llamas que derretían nuestras velas, gota a gota.

Al menos nuestra vigilia vecinal hubiera encendido un fuego. Yo podría encender uno

ahora―estaríamos calientes, tendríamos luz, y, bueno. . . tendríamos un gran fuego. Esa era su propia recompensa. Miré a mí alrededor buscando algo que encendiera, pero mamá me tiró de repente hacia el otro extremo de la vigilia.

“Hola, Peg,” dijo ella, inclinándose y abrazando a la señora Watson. Brooke y su familia habían llegado, todos llorando. La cara de Brooke estaba húmeda con lágrimas, redondas y levantadas como ampollas, y tuve que contenerme de inclinarme para tocarlas.

“Hola, April,” dijo la señora Watson. “Es tan terrible, ¿no es verdad? Es simplemente tan. . . Brooke, cariño, ¿puedes llevar las flores? Gracias.”

“John puede mostrarte donde están,” dijo mi mamá rápidamente, girando para enfrentarme.

Me encogí de hombros. “Vamos,” dije, y Brooke y yo caminamos a través de la multitud. “Es bueno que esté aquí,” dije, medio bromeando, medio molestándola. “Es bastante difícil encontrar la gran pila de flores en medio de la calle.”

“¿Lo conocías?” preguntó Brooke.

“¿A Max?”

“A su padre,” dijo ella, limpiando sus ojos con un dedo enguantado.

“No muy bien,” dije. Yo sí lo conocía bastante bien en realidad―era ruidoso, arrogante, y fanfarroneaba de cualquier cosa de la que tuviera al menos media opinión. Lo odiaba. Max lo idolatraba. Estaba mejor sin él.

Llegamos a la pila y Brooke dejó las flores.

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“¿Por qué hay dos pilas?” preguntó.

“Esa es por el tipo desaparecido, Greg Olson.”

Ella se arrodilló y sacó una flor de su buqué, y avanzó un paso hacia la pila más pequeña.

“Brooke,” dije, luego me detuve.

“¿Qué?” Su rostro se ensombreció. “No crees que él sea el asesino, ¿o sí?”

“No, yo sólo. . . ¿Crees que esto ayuda? Tiramos algunas flores en la calle, y mañana él asesina a otro. No estamos ayudando en nada.”

“Yo creo que quizás sí,” dijo Brooke. Sorbió y se limpió la nariz. Sus ojos estaban rojos por el llanto. “No sé qué pasa cuando morimos, o a dónde vamos, pero tiene que haber algo, ¿verdad? Un cielo, u otro mundo. Quizás ellos nos observen, no lo

sé―quizás pueden vernos.” Depositó sus flores en la pila de Greg Olson. “Si así es, quizás los anime saber que no los olvidamos.” Se envolvió con sus brazos temblando en el frío, y miró hacia la oscuridad.

“Max recuerda a su padre condenadamente bien,” dije, “pero eso no se lo devuelve. ¿Y qué hay de todos los otros? Él ha asesinado a gente que ni siquiera conocemos—debe haberlo hecho. Si escondió el cuerpo de Greg Olson, probablemente haya escondido el de alguien más. Si recordar es importante, entonces, ¿qué pasa con ellos? Nadie los extraña siquiera.”

Los ojos de Brooke se humedecieron de nuevo. “Eso es terrible,” su rostro era de color rojo brillante por el frío, como si alguien le hubiera dado una fuerte bofetada en ambas mejillas. Mirarla me hizo enojar, y sentí como se aceleraba mi respiración.

“No pretendía ponerte triste,” dije. Me quedé mirando mi vela, en lo profundo en el corazón de la llama. Recuérdame. . .

Brooke tomó otra flor de su buqué y la puso a un lado, comenzando una tercera pila en la calle.

“¿Para qué es eso?” pregunté.

“Para los otros,” dijo ella.

Pensé en el vagabundo al fondo del Lago Freak. ¿Le importaba a él que una chica estúpida pusiera una flor en la calle? Él aún estaba en el fondo del lago, y el hombre que lo puso ahí aún estaba matando, y esa flor no iba a evitar ninguna de las situaciones.

Me volteé para alejarme, pero alguien pasó por delante y depositó otra flor en la nueva pila de Brooke. Me detuve un segundo, mirando las dos flores cruzadas en el asfalto. Un momento después, una tercera se les unió.

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Todos parecían saber qué estaba sucediendo. Era como mirar una bandada de pájaros dando vueltas en el cielo, volteándose y cayendo y alzándose sin ninguna

orden―simplemente sabían qué hacer, como un pensamiento compartido. ¿Qué

pasaba con los otros pájaros―aquellos que no podían leer las señales, y siguen yendo derecho cuando la bandada tomaba un giro amplio y comunal?

Oí una voz familiar y miré hacia arriba―el señor Crowley había llegado, con Kay a su lado, y estaban hablando con alguien a sólo tres metros de distancia. Él estaba

llorando, justo como Brooke―justo como todos menos yo. Los héroes en las historias tenían que luchar con demonios horribles de ojos rojos y brasas ardientes; los ojos de mi demonio sólo estaban rojos por las lágrimas. Lo maldije entonces, no porque sus lágrimas fueran falsas, sino porque eran reales. Lo maldije por mostrarme con cada lágrima y cada sonrisa y cada emoción sincera que tenía, que yo era un fenómeno. Él era un demonio que mataba por capricho, que dejó al padre de mi único amigo yaciendo en piezas en un camino congelado, y aún así se adaptaba mejor que yo. Él era innatural y terrible, pero pertenecía aquí, y yo no. Yo estaba tan lejos del resto del mundo que había un demonio entre nosotros cuando intentaba mirar hacia atrás.

“¿Estás bien?”

“¿Qué?” pregunté

Era Brooke, mirándome con extrañeza. “Dije, ¿estás bien? Estabas apretando los

dientes―lucías como si estuvieras listo para matar a alguien.”

Por favor ayúdame, le rogué en silencio. “Estoy bien” No estoy bien, y voy a matar a alguien, y no sé si seré capaz de parar. “Estoy bien, regresemos.”

Caminé de vuelta hacia mamá. Brooke me siguió, sus manos metidas en sus bolsillos, sus ojos mirando mi cara cada pocos pasos.

“¿Podemos irnos?” le pregunté a mamá. Ella se volteó hacia mí, sorprendida.

“Me gustaría quedarme un rato más,” dijo, “no he hablado con la señora Bowen todavía y tú no has visto a Max, y—”

“¿Podemos irnos por favor?” Mantuve mis ojos en el suelo, pero sabía que todos me estaban mirando.

“Comenzamos una nueva pila de flores” dijo Brooke, rompiendo la incómoda tensión. “Hay una por el señor Bowen, y una por el señor Olson, pero empezamos una nueva por las víctimas que no conocemos. Sólo por si acaso.”

Le lancé una mirada, y ella me sonrió, débil y. . . algo. ¿Cómo se supone que yo supiera? La odié entonces, y a mí mismo, y a todos los demás.

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La gente aún me estaba mirando, y no podía decir si estaban mirando a un humano o a un monstruo. Ya ni siquiera estaba seguro de cuál era.

“De acuerdo,” dijo mamá, “podemos irnos. Fue agradable verte, Peg. Margaret, por favor, dale nuestros recuerdos a los Bowens.” Caminamos hacia el auto y yo entré silenciosamente, frotando mis piernas en el asiento helado. Mamá encendió el carro y echó a andar la calefacción, pero aún tomó unos cuantos minutos antes de que algo se calentara.

“Eso fue muy dulce de tu parte, lo de empezar una nueva pila,” dijo mamá, a medio camino.

“No quiero hablar,” dije.

Podía sentirme empeorando—pensamientos oscuros se arrastraban sobre y a través de mí como gusanos en un cadáver, y eso era todo lo que podía hacer para acabar con ellos. Quería matar al señor Crowley, pero a nadie más. El monstruo estaba confundido, y sacudía mi cabeza como los barrotes de una jaula. Susurraba y rugía, suplicándome constantemente que cazara, matara, y que lo alimentara. Quería más miedo. Quería poseer. Quería la cabeza de mamá en un poste, y la de Margaret, y la de Kay. Quería a Brooke atada a una pared, gritando sólo por nosotros. Durante las últimas semanas, me había encontrado gritándole que se detuviera, o hiriéndome para herirlo, pero era más fuerte que yo. Podía sentir como se deslizaba mi control.

Anduvimos en silencio el resto del camino, y cuando llegamos a casa vertí un bol de cereal y encendí el televisor. Mamá lo apagó. “Creo que tenemos que hablar.”

“Dije que no quiero—”

“Sé lo que dijiste, pero esto es importante.”

Me puse de pie y caminé de vuelta a la cocina. “No tenemos nada de qué hablar.”

“Eso es exactamente de lo que tenemos que hablar,” dijo ella, mirándome desde el

sofá. “El papá de tu mejor amigo ha sido asesinado―siete personas han sido

asesinadas en cuatro meses―y obviamente no estás lidiando con esto muy bien. Apenas me has dicho una palabra desde Navidad.”

“Apenas te he dicho una palabra desde el cuarto grado.”

“Entonces, ¿no es hora ya?” preguntó, poniéndose de pie. “¿No tienes nada que decir, acerca de Max, o tu padre, o algo? Hay un asesino en serie en la ciudad, por el amor de Dios, eso es lo que más te gusta en el mundo. No podíamos hacer que dejaras de hablar de eso hace algunos meses, y ahora estás prácticamente mudo.”

Me moví hasta quedar fuera de su vista detrás de la pared de la cocina y comí otro poco de cereal.

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“No huyas de mí,” dijo, siguiéndome a la habitación. “El doctor Neblin me contó sobre tu última visita.”

“El doctor Neblin necesita callarse la boca,” dije.

“Él está tratando de ayudarte,” dijo mamá. “Yo estoy tratando de ayudarte. Pero tú no nos dejas entrar. Sé que no sientes nada, pero al menos dime en qué estás pensando.”

Arrojé el bol de cereal a la pared tan fuerte como pude, rompiéndolo. La leche y el cereal se esparcieron por la habitación.

“¿Qué demonios crees que estoy pensando?” grité. “¿A caso te gustaría vivir con una madre que piensa que eres un robot? ¿O una gárgola? ¿Crees que puedes simplemente

decir lo que quieras y rebotara? ‘¡John es un loco! ¡Apuñálalo en la cara―no puede sentir nada!’ ¿Crees que yo no puedo sentir? ¡Lo siento todo, mamá, cada puñalada, cada grito, cada susurro tras mis espaldas, y estoy listo para apuñalarte de vuelta, si eso es lo que se necesita para llegar a ti!” Azoté mi mano contra el mostrador, encontré otro bol y lo lancé contra la pared. Recogí una cuchara y la tiré hacia el refrigerador, luego cogí un cuchillo de cocina y me preparé para lanzarlo también, pero de pronto noté que mamá estaba rígida, su rostro pálido y sus ojos como platos.

Estaba asustada. No sólo asustada―estaba asustada de mí. Estaba aterrada de mí.

Sentí que me recorría un escalofrío―un disparo de luz, una ráfaga de viento. Estaba ardiendo. Me sorprendió el poder de ésta, de emoción pura, sin filtrar.

Esto era. Esto era lo que nunca había sentido antes―una conexión emocional con otro ser humano. Había probado la amabilidad, había probado el amor, había probado la amistad. Había tratado de hablar, compartir y observar, y nada había funcionado hasta ahora. Hasta el miedo. Sentí su miedo en cada centímetro de mi cuerpo como un zumbido eléctrico, y estaba vivo por primera vez. Necesitaba más justo entonces o el anhelo me comería vivo.

Levanté el cuchillo. Ella se estremeció y retrocedió. Sentí su miedo de nuevo, más

fuerte ahora, en perfecta sincronía con mi cuerpo. Era una descarga de vida pura―no sólo miedo, sino control. Agité el cuchillo, y el color huyó de su rostro. Avancé y ella se echó hacia atrás. Estábamos conectados. Estaba guiando sus movimientos como un

baile. Supe en ese instante que así es como el amor debía ser―dos mentes en paralelo, dos cuerpos en armonía, dos almas en unidad absoluta. Ansiaba avanzar de nuevo, dictar su reacción. Quería encontrar a Brooke y encender este mismo miedo abrasador en ella. Quería sentir esta unidad brillante y gloriosa.

No me moví.

Éste no era yo.

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El monstruo estaba entrelazado a mí alrededor tan completamente que no podía decir dónde terminaba y comenzaba yo, pero aún estaba ahí, en algún lugar.

¡Más! gritaba él.

Mi muralla se había ido, la jaula del monstruo, destruida, pero los escombros aún estaban ahí, y de alguna manera en ese instante encontré esa muralla de nuevo. Estaba de pie sobre los escombros de una vida que yo había construido meticulosamente

durante años―una vida que nunca disfruté, de cuya felicidad me había apartado, pero una vida que valoraba, alegre o no. Valoraba las ideas tras ella. Los principios.

Eres malvado, me dije a mí mismo. Eres el Señor Monstruo. No eres nada. Eres yo.

Cerré los ojos. El monstruo se había dado un nombre ahora―había robado su nombre de el Hijo de Sam, quien se llamaba a si mismo Señor Monstruo en una carta al periódico. Le había rogado a la policía que le pegara un tiro, así no asesinaría de nuevo. No podía detenerse.

Pero yo podía. No soy un asesino serial.

Bajé el cuchillo.

“Lo siento,” dije. “Siento haberte gritado. Siento haberte asustado.”

Su miedo fluyó fuera de mí, la exquisita alegría de la conexión me fue drenada, y los vínculos cortados. Estaba solo de nuevo. Pero aún era yo.

“Lo siento,” dije de nuevo, y caminé bordeando la esquina, bajé por el pasillo y entré a mi cuarto. Cerré con llave.

Me aferré desesperadamente a una ligerísima capa de auto-control, pero el monstruo aún estaba ahí, aún fuerte, y más molesto que nunca. Yo lo había vencido, pero sabía que saldría de nuevo, y no sabía si podría vencerlo una segunda vez.

Así era como el Hijo de Sam había terminado su carta: “Déjame cazarte con estas palabras: ¡Volveré! ¡Volveré!”

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16 Traducido por Sofy Gutz y Arantxa Rodríguez

Corregido por Caroliberta

a víspera de año nuevo transcurrió sin incidentes—algunos fuegos artificiales en la televisión, un poco de champán falsa del supermercado, y nada. Nos fuimos a la cama. Salió el sol. Era el mismo mundo que siempre había sido, sólo que más

viejo. Un paso más hacia el final del tiempo, que apenas vale la pena celebrarlo en absoluto.

Casi todo lo que hice en estos días era observar al señor Crowley, asomándose por mi ventana durante el día y mirando hacia la noche. Un día, ayudando en los quehaceres, me robé la llave de su sótano, y la metí en un pequeño agujero en el forro de mi abrigo. Conocía su horario cada minuto, y el diseño de su casa al más mínimo detalle. Pronto se fueron juntos en un viaje de compras combinado—ella necesitaba alimentos, él necesitaba un nuevo grifo para el fregadero de la cocina—y al mismo tiempo que se habían ido, me deslicé por la puerta del sótano. Allí estaba el laberinto de almacenamiento en el sótano, que conduce a las habitaciones de arriba. Allí estaba la silla donde él veía la televisión, y en la cama donde dormían juntos. Dejé una nota debajo de su almohada:

ADIVINA ¿QUIÉN SOY?

En la mañana del viernes 5 de enero, el padre de Max llegó a la funeraria, limpio, analizado y sacado de la camioneta de policía en tres bolsas blancas. Crowley le había cortando y arrancado por la mitad, y sabía que el FBI le debe haber cortado más allá, en busca de pruebas. Mamá necesitaría una foto sólo para juntarlo de nuevo. Me quedé en el borde de la bañera y miré a la ventana del baño como Ron, el forense, y alguien con una placa del FBI llevaba las bolsas a la sala de embalsamiento. Mamá y Margaret salieron, y los cuatro charlaron mientras hacían la transferencia y firmaban los papeles. Pronto, los hombres volvieron a su camioneta y se alejaron. El ventilador de embalsamiento cobró vida debajo de mí, y cerré la ventana.

Mamá estaba subiendo las escaleras, probablemente en busca de una merienda antes de empezar. Me retiré rápidamente a mi habitación, cerrando la puerta detrás de mí; había estado evitándola casi patológicamente desde que la amenacé de la otra noche. Para mi sorpresa, el eco de sus pasos iba por la cocina, el cuarto de baño, la sala de

L

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lavandería e incluso en su propio dormitorio. Ella llegó al final del pasillo y llamó a mi puerta.

“John, ¿puedo pasar?”

No dije nada, y miré por la ventana a la casa de Crowley. Él estaba en su sala, pude ver la luz, y los destellos azules en la cortina, reflejándose desde el televisor.

“John, tengo algo que hablar contigo,” dijo mamá otra vez. “Una ofrenda de paz.”

Yo no me moví. La oí suspirar y sentarse en el pasillo. “Sé que hemos tenido tiempos difíciles—hemos tenido un montón—pero todavía estamos juntos, ¿verdad? Quiero decir, somos las dos únicas personas en la familia que han logrado seguir juntas. Incluso Margaret vive sola. Sé que no somos perfectos, pero. . . seguimos siendo una familia, y somos todo lo que hemos tenido.”

Me moví en la cama, mirando fuera de la ventana a su sombra debajo de la puerta. Mi cama crujió cuando me moví, casi imperceptiblemente, pero yo sabía que lo había oído. Ella volvió a hablar.

“He estado hablando mucho con el doctor Neblin, acerca de lo que estás sintiendo y necesitas. Me gustaría hablar contigo en su lugar, pero. . . bueno vamos a intentar algo. Sé que esto es una locura, pero. . .” Pausa. “John, sé que amas ayudarnos a embalsamar, y yo sé que no has sido el mismo desde que te lo prohibimos. El doctor Neblin piensa que lo necesitas más de lo que pensaba. Dice que podría hacer algo bueno. Estabas mucho más. . . controlado de ese entonces, de todos modos, así que tal vez tiene razón, y eso ayude. No sé. Es el único momento real que pasamos juntos también, por lo que pensé. . . Bueno, el cuerpo del señor Bowen está aquí, y vamos a empezar, y. . . eres bienvenido a venir a ayudarnos si lo deseas.”

Abrí la puerta. Se paró rápidamente, y me di cuenta, cuando se levantó, de que su cabello estaba un poco más gris de lo que recordaba.

“¿Estás segura?” pregunté.

“No,” dijo ella, “pero estoy dispuesta a darte una oportunidad.”

Asentí con la cabeza. “Gracias.”

“Hay unas reglas que debes saber en primer lugar,” dijo mamá, y bajó las escaleras. “Número uno, no le digas a nadie sobre esto, excepto tal vez el doctor Neblin. Especialmente no a Max. Número dos, haz exactamente lo que decimos, cuando lo decimos. Número tres—” Llegamos a la sala de embalsamiento y se detuvo en la entrada. “Este es un cuerpo muy horrible, John. El señor Bowen se rasgó por la mitad en el tronco, y la mayor parte de su abdomen ni siquiera existe. Si tienes que salir, por el amor de Dios, sal—estoy tratando de ayudarte aquí, no de marcarte de por vida. Ahora muéstrame que puedo confiar en ti, John. Por favor.”

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Asentí, y miré su cara por un momento. Sus ojos eran una mezcla de tristeza y determinación. Me preguntaba si podía ver a través de mis ojos como ventanas, en la obscuridad, y el monstruo que acechaba allí. Abrió la puerta, y entramos.

El cuerpo de Roger Bowen estaba en la mesa de embalsamiento en dos piezas, con una diferencia de cinco o seis centímetros de la parte superior a la inferior que no acababa de reconocer. Su pecho estaba marcado con una gran ‘Y’ de la incisión—hombro con el esternón, hombro con el esternón, y bajando por el centro desde el esternón hasta lo que quedaba de su cintura. La incisión fue cerrada ligeramente atada, con una colcha raída. Margaret estaba en el mostrador de lado, clasificando los órganos internos de la bolsa de la autopsia y preparándose para su limpieza con el trocar.

Estaba en casa de nuevo. Las herramientas en las paredes estaban acomodadas en sus lugares, la bomba de embalsamiento estaba obedientemente acomodada en el mostrador, el formaldehido y otros productos químicos de colores parecían festivos en filas a lo largo de la pared. Me sentí caer en los familiares patrones de limpieza, desinfección, costura y sellado. Su rostro estaba golpeado, y su mandíbula estaba rota, pero la reconstruimos con masilla y lo coloreamos con maquillaje.

Mientras trabajábamos, pensé en Crowley, y cómo se había derrumbado en la calle después de matar al padre de Max. Había ido demasiado lejos, esperando hasta el último momento posible antes de la matanza. Pero tenía sentido—dejando pasar el tiempo entre las muertes, le hacía más difícil de rastrear, y le dio tiempo de que el escándalo público se calmara. La gente se había hecho menos cuidadosa ahora. Esta vez, sin embargo, había sido casi demasiado tiempo—apenas logró remplazar sus órganos en crisis y regenerarse. Peor que eso, había tenido un testigo—yo—prácticamente en sus manos, y luego se había visto obligado a dejarme escapar. Eso parecía una debilidad que podría utilizar, pero, ¿cómo?

Siempre había estado el ángulo del miedo—no quería ser descubierto y ahora había sido, de manera irrefutable, y en forma de demonio. Ahora sabía que quienquiera que le envió esas notas no era un farol.

Pero viéndolo esa noche reveló más de su miedo, había revelado algo acerca de cómo el demonio trabajaba, biológicamente. Ya me había imaginado que su cuerpo se caía a pedazos, pero no me había dado cuenta de lo frágil que era. Si pudiera estar tan cerca de la muerte sólo por esperar demasiado tiempo, entonces yo no tenía por qué matarlo, sólo impedir la regeneración, y que muera por su propia cuenta. Una herida a través de su estómago, una bala en el hombro—eran heridas que podían curar, tal vez en cuestión de segundos. Sin embargo, sus órganos internos eran diferentes por alguna razón. Cuando dejaban de funcionar, él dejaba de funcionar. Todo lo que necesitaba era una manera de asegurarme de que dejara de funcionar permanentemente.

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Utilizando una foto, mamá y yo terminamos la reconstrucción de la cara del señor Bowen, después, comenzó el embalsamiento real. El cuerpo estaba demasiado dañado para embalsamarlo normalmente, lo que hizo nuestro trabajo más difícil y más fácil, al mismo tiempo. En el lado positivo, sólo hemos tenido que preparar la mitad del cuerpo para la visualización, la mitad superior se vistió y se mostró, mientras que la mitad inferior y los órganos fueron cuidadosamente en un par de grandes bolsas de plástico, para ser empujado hacia abajo en la mitad inferior de la caja, fuera de la vista. No importa cómo muere alguien, nunca es una buena idea mirar en la mitad inferior del ataúd. A pesar de que empresarios fúnebres preparan el cuerpo entero para el entierro, que sólo tienen que hacer parte de éste presentable. Si ya no hay nada de eso que puedas ver, lo más probable es que no quieras ver nada en absoluto.

La parte más difícil, por supuesto, era que tenía que inyectar los productos químicos de embalsamiento en tres lugares diferentes: una inyección en el hombro derecho, y una en cada una de sus piernas. Hicimos nuestro mejor esfuerzo para sellar los vasos sanguíneos principales antes de la extracción en un coagulante para cerrar los más pequeños, y luego mamá comenzó a mezclar el cuidado coctel de tintes y fragancias que acompañará al formaldehido. Puse un tubo de drenaje, y vimos como la sangre vieja y la bilis se drenaba de forma segura.

Margaret miró al ventilador girando tenazmente por encima de nosotros. “Espero que el motor no falle.”

“Vamos a salir, por si acaso,” dijo mamá. “Nos merecemos un descanso, de todos modos.” Era tarde, y ya estaba por debajo de los cero grados centígrados, así que nos retiramos a la lúgubre capilla, en lugar del estacionamiento, y nos relajamos en los bancos finamente tapizados, mientras que el cuerpo se curaba lentamente en la otra habitación.

“Buen trabajo, John,” dijo mamá. “Lo estás haciendo muy bien.”

“Es verdad,” dijo Margaret, cerrando sus ojos y masajeando sus sienes. “Todos estamos haciendo un buen trabajo. Casos como estos me hacen querer perder el control y comprarme un jacuzzi.”

Mamá y Margaret se estiraron y suspiraron; estaban cansadas y aliviadas de haber terminado, pero yo estaba ansioso por hacer otro. Esta clase de trabajo seguía fascinándome—la meticulosa atención a los detalles, las habilidades finamente pulidas, la precisión requerida para cada paso. Fue mi padre quien me enseñó lo que tenía que hacer, primero me llevó cuando tenía apenas siete años, y me mostró las herramientas, recitó sus nombres, me enseñó a ser respetuoso en presencia de los muertos. Fue ese respeto que unión a mis padres en un principio, por lo que la historia cuenta—dos directores fúnebres, desesperados por compañía viviente e impresionados por su

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respeto mutuo por los difuntos. Ellos trataban su trabajo como si fuera una profesión. Si alguno de los ellos hubiera sido la mitad de bueno con los vivos como lo eran con los muertos, probablemente aún estarían juntos.

Me quité el delantal y me dirigí a la oficina principal. Lauren estaba ahí, obviamente aburrida—apenas había que hacer, y ella estaba jugando Buscaminas en la computadora mientras esperaba que fueran las cinco en punto. Eran las 4:54.

“Te dejaron ayudar,” dijo Lauren, sin levantar la mirada del monitor. La pantalla volvía su rostro pálido y fantasmal. “Nunca me podría meter en esas cosas. Es mejor aquí.”

“Es mucho menos animado aquí, irónicamente,” dije.

“Eso es correcto, frótalo,” dijo Lauren. “¿Crees que quiero pasarme mi día entero aquí sin hacer nada?”

“Tienes veintitrés años,” le dije. “Puedes hacer todo lo que quieras. No tienes que andar por aquí.”

Ella hizo clic en los cuadrados en su pequeño campo minado, marcando los puntos con banderas, analizando el área alrededor de ellas cuidadosamente. Ella hizo clic mal, y la pantalla explotó.

“No te das cuenta de lo que tienes aquí,” dijo al final. “Mamá puede ser una bruja a veces, pero. . . nos ama, ¿sabes? Te ama. No olvides eso.”

Miré por la ventana. La calle ya estaba oscureciendo, y la casa del señor Crowley se inclinó amenazadoramente en la nieve.

“El amor no es la cuestión,” dije al fin. “Sólo hacemos lo que siempre hacemos, y seguimos adelante.”

Lauren se volvió hacia mí. “El amor es la única cuestión,” dijo. “Apenas puedo soportar estar cerca de ella, pero es sólo porque ella está tratando demasiado duro amarnos, y mantenernos juntos, y tomar la iniciativa. Me tomó mucho tiempo darme cuenta.”

Una ráfaga de viento sopló por la ventana, presionándose contra el cristal y aullando fuertemente entre las rendijas de la puerta principal.

“¿Qué pasa con papá?” pregunté.

Ella se detuvo por un momento. “Mamá te ama lo suficiente para cubrirte de él, creo.” Hizo una pausa. “Y yo también.” Eran las cinco de la tarde, y ella se puso en pie. Me

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preguntaba qué hora sería donde estaba papá. “Mira, John—¿por qué no vienes alguna vez? Podemos jugar cartas o ver una película o lo que sea. ¿Suena divertido?”

“Sí, claro,” le dije. “En algún momento.”

“Nos vemos, John.” Apagó la computadora, se puso su parca, y caminó a través del viento. El aire helado se abrió paso a través de la puerta, y tuvo que luchar para cerrarla detrás de ella.

Subí las escaleras pensando en lo que había dicho—el amor puede ser una fortaleza, pero también, era una debilidad. Era la debilidad del demonio.

Y yo sabía cómo usarla.

* * *

Cogí mi iPod de mi habitación, todavía sin usar desde que lo había dejado de lado en Navidad, me subí a mi bicicleta y me empecé a pedalear a Radio Shack. El estúpido regalo de mi padre me iba a venir muy bien, después de todo.

Al principio, cuando empecé a acechar al señor Crowley, había estado buscando una debilidad. Ahora, tenía tres, y juntas hacían una oportunidad. Lo pensé, cuidadosamente, mientras manejaba, pedaleando con precaución a través de la capa fina de nieve de la tarde.

La primera debilidad era su temor de ser descubierto, y con ello su determinación de esperar un tiempo entre los asesinatos. Él esperará y esperará, posponiéndolo hasta el último momento posible—lo he visto pasar, y he observado ‘el último momento posible’ acercarse más y más precariamente. Creo que esto va más allá del miedo—él evitaba matar como si lo odiara, como si no pudiera soportarlo hasta que la necesidad biológica lo forzara. La próxima vez que él matara, yo estaba seguro, él estaría al borde de la muerte, listo para caer. Ni siquiera tenía que presionarlo al borde, sólo detenerlo de arrastrarse de vuelta.

Ahí fue donde su segunda debilidad se produjo: su cuerpo se estaba degenerando más rápido de lo que podía arreglarlo. La noche que mató al padre de Max, casi había muerto, y si no hubiese tenido una víctima recién muerta justo en frente de él, probablemente no hubiera sobrevivido. Si fuera capaz de distraerlo de su caza, y atráelo antes de que tuviera la oportunidad de matar a nadie, él no sería capaz de regenerarse, en absoluto. Me lo imaginaba desesperado, incapaz de alcanzar una

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víctima a tiempo, sudando y maldiciendo y, al final, derritiéndose en un charco hirviendo de lodo negro como la tinta.

Me detuve en Radio Shack, apoyé la bicicleta contra la pared, y entré.

“Me dieron esto en Navidad, pero ya tengo uno,” dije, sacando la caja del iPod abierta y poniéndolo en frente del empleado. No tenía uno pero, por alguna razón, pensé que sonaría mejor si lo hiciera. Realmente necesitaba que esto funcionara. “¿Puedo cambiarlo por crédito de la tienda?”

El empleado se levantó y abrió el costado. “Ya ha sido abierto,” dijo.

“Mi madre lo hizo,” dije, acumulando las mentiras. “Ella no sabía nada sobre su política. Pero, está sin usar—ella lo encendió una vez, por diez segundos, y eso fue todo. ¿Todavía puedo cambiarlo?”

“¿Tienes el recibo?”

“Me temo que no,” le dije, “fue un regalo.” Me quedé quieto y lo miré, deseando que dijera que sí. Finalmente, él revisó su registro y miró a la pantalla.

“Te voy a dar crédito parcial por él,” dijo. “¿Quieres una tarjeta de regalo?”

“Está bien,” dije rápidamente. “Voy a tomar algo ahora y traértelo.”

El empleado asintió con la cabeza, y me dejé llevar de vuelta a los sistemas GPS. Esto iba a funcionar. Estaba seguro de que podía matar a Crowley de esta manera—sólo tenía que distraerlo lo suficiente para que dejara de regenerarse, y él moriría. Yo había visto su cuerpo casi fallando una vez, y estaba seguro de que podría ocurrir de nuevo. Y sabía la mejor forma de distraerlo: su tercera debilidad. El amor. Él haría cualquier cosa por su esposa—incluso le había visto contestar el teléfono en medio de un ataque para hablar con ella. Si recibiera otra llamada, y algo en el teléfono le convenciera de que su esposa estaba en peligro inmediato, dejaría lo que sea que estuviera haciendo y se iría.

Y con la preparación adecuada, podía enviarle alguna evidencia muy convincente.

Finalmente encontré lo que estaba buscando: un rastreador GPS, emparejado con un teléfono para decirte exactamente dónde estaba el rastreador a todo momento. Comprobé el precio, lo llevé al frente, y lo coloqué en el mostrador.

El empleado lo miró curiosamente, tal vez preguntándose por qué un adolescente cambiaría un iPod por un aburrido GPS, pero se encogió de hombros y lo hizo sonar.

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“Gracias,” dije, y caminé hacia el exterior. Me sentía ansiosamente preocupando ahora que tenía un plan. Quería volver corriendo en ese momento y empezar mi ataque, pero sabía que tenía que esperar. Necesitaba alguna forma de ocultar la evidencia de todo lo que iba a hacer, para que la policía nunca lo pudiera vincular conmigo. Y cuando llegara el momento, tenía que hacer la amenaza a su esposa perfectamente creíble. Sería difícil de lograr.

Pero si funcionaba, el demonio estaría muerto.

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17 Traducido por Fran

Corregido por Endri_rios

l domingo por la mañana me acerqué al demonio directamente, bajo la apariencia del bondadoso John Wayne Cleaver, y le pregunté si había cualquier tarea que podría hacer. No había nevado desde hacía tiempo, aunque la nieve estaba

apilada muy alta a lados de la carretera, y por lo que a mí me tocó palear la nieve, aquello era muy usual. Le dije que estaba trabajando en la reparación de su hogar para mi insignia de mérito, y le mostré la lista de las reparaciones que necesitaba hacer en su casa, y nos pasamos el día itinerante en su casa, arreglando los grifos que goteaban y retocando la pintura de sus paredes. Me aseguré del aceite de las bisagras de la puerta de su dormitorio—eso muy útil. Él estaba alegre todo el tiempo, pero yo lo observaba atentamente, y podía decir que estaba enfermo. Sus pulmones de nuevo, tal vez, o su corazón. Había pasado apenas una semana, pero estaba muriendo otra vez. Mataría de nuevo más tarde.

Había un puñado de temas relacionados con el coche en la lista de insignia de mérito, y aunque el coche no estaba teniendo ningún problema, él estaba encantado de dejarme cambiarle el aceite y practicar colocar el neumático de repuesto. Hacía demasiado frío afuera como para que se quedara conmigo mucho tiempo, sin embargo, y eventualmente se retiró al interior para sentarse en un sillón caliente, agarrándose el pecho. Aproveché la oportunidad para ocultar mi rastreador de GPS en uno de los asientos, bien pegado para que no se sacudiera por ahí. Las baterías se suponían que deberían de durar casi un mes, pero supuse que podría ir a cazar esa misma noche. Lo comprobé cuando llegué a casa, sacando mi teléfono y reduciendo a cero en la señal del coche. El mapa no era increíblemente detallado, pero era suficiente para salir adelante. Su coche apareció como una flecha. Kay hizo un viaje hasta la farmacia por la tarde, y vi la flecha parpadeante salir a la calle, condujo hasta el centro de la ciudad, y entró en el estacionamiento de la farmacia. Vi cada paso, y vi cómo esperaba cada semáforo y se detenía en cada señal de stop. Fue impresionante.

Antes de que ella regresara, me colé en su patio trasero y me subí a la pared del fondo, aferrándome con cuidado a los ladrillos. Éste era el momento de la siesta del demonio, y yo lo escuchaba para asegurarme de que estaba dormido. Su respiración era regular, pero marcada por jadeos y resuellos. Él estaba cada vez peor. Pegué una nota a su ventana, y me bajé, desapareciendo a través de los paseos palados con cuidado sin dejar una sola huella.

E

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NO FALTA MUCHO.

Recogí varias cosas para mi mochila, así estaría listo para salir en cualquier momento. Necesitaba un poco de cuerda o tiras de tela para Kay, y encontré lo que necesitaba en la propia basura del demonio: unas viejas cortinas, remplazadas en Navidad, y desechadas cuando colgó las nuevas por fin. Las tomé silenciosa y furtivamente, escapé a mi patio trasero, donde la rompí en tiras largas y robustas y las guardé en mi mochila. No sé si se puede levantar una huella digital de una cortina, pero yo llevaba guantes por si acaso.

El demonio se despertó poco después de que Kay volviera, y su respiración se volvió más agitada, casi por una hora. Pude ver que iba y venía frente a sus ventanas, cojeando lentamente, deteniéndose de vez en cuando para agarrarse el pecho. Agarró el sofá con la otra mano para mantener el equilibrio, haciendo una mueca. Él no iba a durar mucho.

Las nubes se volvieron de un negro siniestro en el cielo, y cuando cayó la noche, vino como un manto de la oscuridad más pura que borraba las estrellas. Apenas unas horas más tarde, cuando el demonio no aguantó más, se fue temblando a su coche y se marchó en busca de otra víctima.

Era el momento de reunirme con la mía.

Ya estaba vestido—con ropa abrigada color negro, la máscara de esquí para ocultar mi rostro, y guantes para ocultar mis huellas. Me puse mi mochila, y me deslicé silenciosamente al exterior. Mamá ya estaba dormida, y yo esperaba que todos los demás en la calle estuvieran dormidos también. Quería entrar a escondidas en el patio del demonio por la parte trasera, fuera de la vista, pero de esa manera dejaría huellas en la nieve sin derretir. Era mejor correr a través de la calle arada y paladas a pie, en las que no dejaría rastro. Siempre había sido receloso de ser visto o identificado husmeando, pero ésta noche mi paranoia se había multiplicado un millón de veces. No había vuelta atrás en esto, yo no sería capaz de escapar de las cosas que pensaba hacer. Revisé la calle por última vez cuando llegué a la puerta de afuera, me aseguré a mí mismo de que estaba completamente vacía, y atravesé la calle. Por lo menos no teníamos alumbrado público.

Llegué a casa de los Crowley y corrí alrededor de la puerta del sótano, sacando la llave. El interior estaba completamente negro, y cuando entré en escena y cerré la puerta detrás de mí, estaba completamente ciego. Saqué una linterna pequeña de mi bolsillo, y encontré mi camino a través de las cajas y los estantes a la base de las escaleras. Las filas de tarros de cristal devolvían el guiño del resplandor de mi pequeña luz, y aunque sabía que no eran más que remolacha y melocotones en conserva, me los

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imaginaba llenos de de órganos en vinagre—riñones, corazones, vejigas y cerebros, mostrados como especiales en un estante de tienda de comestibles. Cuando llegué a las escaleras, bajé lentamente, contando cada paso—yo había aprendido antes que el sexto peldaño chillaba con fuerza en el lado derecho, y el séptimo chillaba suavemente del lado izquierdo. Evité los lugares cuidadosamente y subí las escaleras.

Las escaleras me llevaron a la cocina, que parecía cruda e incolora en la luz de la luna. Revisé la unidad GPS y vi que el demonio siguió manejando, en algún lugar del centro. Buscando víctimas, supuse—quizás de camino a la carretera para encontrar polizones y otros viajeros. Lo que quiera, siempre y cuando se mantenga en movimiento.

Caminé con cuidado por el pasillo, mi linterna extinguiéndose. Me movía por medio de memoria ahora, recordando los trabajos de reparación que había hecho el sábado. El demonio me había dado un completo recorrido por la casa, y como mis ojos se acostumbraron a la oscuridad, me di cuenta de dónde estaba y dónde tenía que ir. La sala de la cocina se extendía hacia atrás en la casa y, cerca de la puerta de atrás, la escalera principal se levantaba y serpenteaba hacia el frente, hasta el segundo piso.

La casa estaba en completo silencio. Comprobé una vez más el GPS—el demonio seguía manejando. Subí.

En la parte superior de las escaleras conté las puertas, y me acerqué a la segunda de la derecha. El dormitorio principal. Abrí la puerta lentamente, temeroso de un chillido, pero las bisagras no hicieron ningún ruido en absoluto, sonreí, satisfecho con mi previsión en aceitar. La habitación estaba a oscuras, iluminado sólo por un radio-reloj en un antiguo vestidor. La señora Crowley estaba dormida, pequeña y frágil. Incluso con un edredón pesado más grande que ella, se veía diminuta, como si su fuerza de vida se hubiera retirado para pasar la noche, y su cuerpo se había replegado sobre sí mismo. La cama parecía tragársela. Si no fuera por el aumento visible y la caída de su respiración, habría dudado de ella aún estaba viva.

Esta diminuta mujer era lo que el demonio quería, tanto que estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para quedarse con ella. Dejé mi mochila, contuve la respiración, y encendí una lámpara.

Ella no se despertó.

Tomé la cómoda, empujando a un lado las gafas y los estuches para joyas, hasta que encontré lo que necesitaba: el teléfono celular de la señora Crowley. Lo abrí, caminé de nuevo hacia la puerta, frente a la cama, y comencé a tomar fotos con el teléfono—clic, guardar, paso, clic, guardar, paso, clic, guardar, paso, cada vez más cerca. Tendría un buen efecto dramático cuando los envíe. Me incliné más cerca para

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la última foto, sosteniendo el teléfono justo encima de su cara para un primerísimo plano. La imagen era horrible e invasiva, era perfecta. Empezando la fase dos.

Bajé el teléfono, las fotos espeluznantes estaban almacenadas de forma segura en la memoria, y caminé lentamente hasta el otro lado de la cama. Me detuve y me acerqué a ella, pensando. Yo no podía hacer esto—no había forma de que yo pudiera hacer esto. Mi monstruo ya se había desatado una vez, amenazando a mi mamá y bebiendo de su miedo, como un elixir para salvar vidas. Si tomo este último paso, y sigo adelante con mi plan, el monstruo volvería a salir—yo estaría manteniendo la puerta abierta, invitándolo a salir. Renunciaría a todo el control de mis instintos más oscuros, y no quedaría nada que lo detuviera de enloquecer y quemar el mundo. No me atreví a hacerlo.

Pero tenía que hacerlo. Sabía que tenía que hacerlo. Había llegado demasiado lejos para dar marcha atrás, y si me detenía ahora estaría condenando a muerte a un hombre—cualquiera que Crowley estuviera cazando, él lo matara, porque yo no estaría allí para detenerlo. Y si no terminaba esta noche, nunca se detendría, y Crowley volvería a matar, de nuevo, de nuevo, una y otra vez, y otra vez, hasta que no quede nadie. Tenía que tomar una postura, y tenía que tomarla ahora.

Tomé una profunda respiración y deslicé la funda fuera de la almohada del señor Crowley, sosteniéndolo sobre la cabeza de Kay. Dudé, sólo una fracción de un segundo, mientras el monstruo rugía dentro de mí, me suplicaba, rogaba, me maldecía para hacerlo. Esto era lo que el monstruo quería, ¿verdad? Esta es la razón porque lo dejé escapar en primer lugar—para hacer las cosas que yo no podía. Me quedé mirando un momento mirando a Kay, me disculpé en silencio, y dejé salir al monstruo. Mis manos abrieron la bolsa y la puse sobre la cabeza de la anciana.

Ella se agitó, despertándose por la sorpresa, pero tenía tiempo de sobra para tirar la bolsa hacia debajo de su clavícula firmemente. Ella gruñó algo, todavía medio dormida, y lanzó un golpe con un brazo. Su golpe fue débil. Extendí la mano y arranqué el radio-reloj de la pared, haciendo estallar el cable, y la golpeé en el costado de la cabeza. La señora Crowley se atragantó con un grito, convirtiéndolo en un gemido, y rodó hacia mí, fuera de la cama. Le golpeé de nuevo, la parte gruesa del radio golpeó horriblemente la funda de almohada, y cuando ella no dejó de moverse, le golpeé por tercera vez. No tenía la intención de pegarle en absoluto, pero su débil resistencia fue lo que me llevo a hacerlo. Estaba tratando de noquearla, lo que siempre parecía tan fácil en las películas, sólo un golpe rápido y ya está, pero esto fue prolongado y brutal, rompiendo la radio en su cabeza una y otra vez. Cuando por fin estaba en calma, grotescamente tendida en el suelo, me incliné sobre ella, jadeando.

Me abalancé sobre ella otra vez, ansioso por terminar de matarla, hambriento por el increíble impacto del peso en los huesos, y la emoción megalomaníaca de tener una víctima completamente en mi poder. Me incliné sobre ella, pero agarré del borde de la

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cama en el último momento, tirándome hacia atrás y forzándome a mirar hacia otro lado.

¡Es mía!

No. La máscara de esquí me estaba sofocando, al igual que la funda de almohada sobre Kay. Me arranqué la máscara y jadeé en busca de aire, luchando por el control. Me incliné hacia Kay otra vez, y tuve que alejarme, tropezando contra la pared. Me sentí como si estuviera jugando a uno de los videojuegos de Max, pulsando a tientas los controles desconocidos y viendo como mi personaje en la pantalla corre desesperadamente en círculos. El monstruo rugía otra vez, y yo mismo me di un puñetazo a un lado de mi cabeza, saboreando el dolor agudo en los nudillos y el ring opaco en mi cabeza. Caí de rodillas, respirando profundamente, y una neblina parecía caer sobre mis ojos. Yo ardía en deseos de atacar de nuevo, desesperado, y el monstruo se rió. No podía parar. Levanté el radio-reloj de nuevo.

Mi mano se detuvo en el aire, los nudillos blancos alrededor de la radio, y pensé en el doctor Neblin. Él me podía sacar de este estado. Apenas podía pensar, pero sabía que si hablaba con él en este momento, iba a salvar mi vida y la de Kay. No pensaba en las consecuencias, no pensaba en las evidencias que dejaba, no pensaba en la confesión que estaba a punto de hacer—simplemente me acurruqué en el suelo, saqué la tarjeta de visita que Neblin me había dado, y marqué el número de su casa.

El teléfono sonó seis veces antes de que contestara. “¿Hola?” Su voz era cansada y áspera—probablemente lo había despertado. “¿Quién es?”

“No puedo parar.”

El doctor Neblin se detuvo un momento. “No puedo parar. . . John? ¿Eres tú?” Él se despertó casi al instante, como si reconocer mi voz había encendido un interruptor en su cabeza.

“Está afuera ahora,” dije en voz baja, “y no puedo volver a meterlo. Todos vamos a morir.”

“¿John? ¿John, dónde estás? Cálmate, y dime dónde te encuentras.”

“Estoy en el borde, Neblin, estoy fuera del borde. Estoy por encima del borde y estoy cayendo en el infierno del otro lado.”

“Cálmate, John,” dijo. “Podemos trabajar con esto. Sólo dime dónde estás.”

“Estoy abajo, en las grietas de las aceras,” le dije, “en la suciedad, y la sangre, y las hormigas están mirando arriba, estamos todos condenados, Neblin. Estoy en las grietas y no puedo salir.”

“¿Sangre? Dime lo que está pasando, John. ¿Has hecho algo malo?”

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“¡No era yo!” declaré, a sabiendas de que estaba mintiendo. “No fui del todo yo, era el monstruo. No quería dejarlo salir, pero tenía que hacerlo. Traté de matar un demonio, pero creé otro, y no puedo parar.”

“Escúchame, John,” dijo el doctor Neblin, más grave e intenso de lo que yo nunca lo había oído. “Escúchame. ¿Estás escuchando?”

Apreté mis ojos cerrados y rechiné los dientes.

“Ya no es John, es el Señor Monstruo.”

“No, no lo es,” dijo Neblin. “Es John. No es John Wayne, o el Señor Monstruo, o cualquier otra persona, eres John. Tú tienes el control. Ahora, ¿me estás escuchando?”

Me balanceo hacia atrás y hacia adelante.

“Sí.”

“Bien,” dijo. “Ahora debes prestar mucha atención: no eres un monstruo. No eres un demonio. Tú no eres un asesino. Eres una persona buena, con una voluntad fuerte y una moral alta. Lo que sea que has hecho, puedes conseguir atravesarlo. Podemos hacer lo correcto de nuevo. ¿Todavía estás escuchando?”

“Sí.”

“Entonces, dilo conmigo,” dijo, “Podemos hacer lo correcto de nuevo.”

“Podemos hacer lo correcto de nuevo.” Miré el cuerpo de Kay Crowley, desplomada en el suelo con una funda de almohada sobre su cabeza. Sentí que debería llorar, o ayudarla, pero en lugar de eso simplemente pensé, sí, puedo hacer lo correcto nuevo. Mi plan seguirá funcionando. Todo esto valdrá la pena si mato al demonio.

“Bien,” dijo el doctor Neblin, “ahora dime dónde estás.”

“Me tengo que ir,” dije, levantándome a mis rodillas.

“¡No cuelgues!” gritó Neblin. “Por favor, quédate en el teléfono. Tienes que decirme dónde te encuentras.”

“Gracias por su ayuda,” le dije, y colgué el teléfono. Me di cuenta que el radio-reloj estaba todavía en mi otra mano y la arrojé a un lado con asco.

Miré a Kay. ¿La había matado? Le arranqué la almohada tan bruscamente como había arrancado la máscara, y comprobé su cabeza en busca de signos evidentes de daño. Se sentía bien, sin sangre o roturas, y estaba respirando entrecortadamente. Ver su cara era demasiado para mí, así que volví la cabeza. No quería pensar en ella como persona. No quería pensar que lo que acababa de hacer se lo había hecho a un ser vivo, un ser humano. Era más fácil sin un rostro.

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El teléfono sonó abruptamente, sorprendiéndome, así que miré al identificador de llamadas. El doctor Neblin. Por primera vez, se me ocurrió que mi llamada dejaría pistas—evidencias en su teléfono, y en el de la señora Crowley, que llevarían a los investigadores inevitablemente de vuelta hacia mí. Respiré hondo. No había forma de parar ahora—con o sin evidencia, necesitaba matar al demonio.

El pensamiento del demonio me inundó de miedo, y comprobé el GPS. El coche seguía avanzando, todavía tenía tiempo. Cerré los ojos para no ver a Kay y le puse de nuevo la funda de almohada sobre la cabeza, más suave en esta ocasión, y cogí el teléfono para tomar más fotos. La llamada de Neblin había dejado de sonar, y momentos después, un pequeño pitido me dijo que había dejado un mensaje de voz.

Mis imágenes ahora eran más elaboradas, ya que me tomé el tiempo para arreglar el cuerpo. Estaba tirado en el suelo, en camisón de flores, pequeños calcetines azules de hospital en los pies, y una funda de almohada en la cabeza.

Ella estaba sobre su espalda, la radio rota junto a su cabeza.

Estaba tendida en el suelo, mi sombra ominosa cae sobre ella.

Saqué las tiras de tela desgarrada de cortina de mi mochila y le até las muñecas, tan fuerte como pude. Sus huesos eran delgados y frágiles, y pensé que probablemente podría romperlos a la mitad si quería. Me di cuenta de que ya estaba apretando con una mano, presionando hacia el punto de quiebre, y me aparté.

¡Déjala en paz!

Suavemente, estiré las muñecas atadas por encima de su cabeza, y las até de forma segura a un radiador debajo de la ventana. Hice lo mismo con sus tobillos, atándolos primero uno al otro y luego a los pies de la cama. Todo el rato, sacando fotos, disparo tras disparo, manteniendo un ojo en el GPS portátil.

El coche del demonio dejó de moverse.

Dejé caer el teléfono, agarré el GPS con ambas manos, con los ojos pegados a la pantalla débilmente resplandeciente. Él estaba en el lado lejano de la ciudad, cerca de donde vivía Lauren, en una intersección. Contuve la respiración. Él comenzó a conducir de nuevo, y la dejé salir. Falsa alarma.

Quité la funda lo suficientemente lejos para ver la boca de la señora Crowley, y la amordacé con otra tira de la cortina. Ella todavía estaba inconsciente, y seguía respirando en forma uniforme, pero yo no quería correr ningún riesgo de que despertara y pidiera ayuda. Tomé otra foto de su cara, y luego empujé la funda hacia abajo. Tenía suficientes fotos ahora. El monstruo rugió otra vez dentro de mi cabeza—una imagen de sus brazos, atados en el centro del piso, sería tan efectiva—pero me

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esforzaba por ignorarla. Con un ojo puesto en el GPS re-empaqué mi mochila. Era el momento de la fase tres.

Y entonces el demonio se detuvo de nuevo.

La esquina de la calle en la pantalla era desconocida, pero las dos calles fueron nombradas después, con nombres de flores, entonces, pude adivinar en qué vecindario se encontraba. Los Jardines, justo de este lado de las vías del tren que va por la ciudad hasta la planta de madera. Estaba muy cerca de donde había matado al padre de Max. Estaba seguro de que estaba siendo vigilado, y estaba tomando un gran riesgo. Tal vez había sido detenido por un policía. Tenía la unidad de GPS en una mano y el teléfono en la otra, a la espera. El coche estaba inmóvil. Era ahora o nunca. Había creado un mensaje de texto, en el que se adjuntaba la primera foto de Kay, y marqué el número del señor Crowley:

MI TURNO

Tan pronto como envié el mensaje, había creado uno nuevo, luego el tercero, y luego más, dejé caer la unidad GPS, y usé ambas manos sobre el teléfono para enviar una avalancha de horror. Pronto dejé de enviar mensajes del todo, sólo fotos, una tras otra, en un registro paso a paso como un catálogo de todo lo que la esposa del demonio había sufrido. Me detuve un momento para echar un vistazo a la pantalla del GPS y maldije en voz alta a la flecha inmóvil. ¿Por qué no se mueve? ¿Qué estaba haciendo? Si no lo agarra a tiempo, mataría a alguien, y todo el plan—todo lo que había hecho—se perdería. No quería dejarlo matar a nadie, ni siquiera una persona más. ¿Había esperado demasiado tiempo?

El teléfono volvió a sonar, y casi lo dejé caer. Miré el identificador de llamadas y vi que era el número del señor Crowley—tenía toda su atención. No hice caso de la llamada y le envié más fotos: Kay durmiendo, Kay encapuchada y amordazada, Kay atada al radiador. Un momento después la flecha en la pantalla echó hacia atrás, se volvió y salió disparada a la carretera. La carnada había funcionado, pero, ¿sería suficiente? Miré fijamente la pantalla, esperando que el coche disminuyera la velocidad, o se cayera por un lado de la carretera—cualquier signo de que su cuerpo se hubiera destruido finalmente a sí mismo. Pero nada cambió.

El demonio estaba saludable, el demonio estaba loco como el infierno, y el demonio se dirigía directamente hacia mí.

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18 Traducido por Maddie Corregido por Afroday

a flecha del equipo GPS corrió más cerca. Miré alrededor de la habitación, a las sabanas revueltas sobre la cama, el desorden disperso sobre la cómoda, y el cuerpo golpeado de mi vecina de al lado extendido, atado y amordazado en el suelo. No

pude limpiar nada de eso—apenas tendría tiempo para salir antes que el demonio vuelva, mucho menos de encontrar un lugar para esconderme. Estaría muerto en unos pocos segundos y Crowley desgarraría mi pecho y sacaría mi corazón. Después de lo que le he hecho a su esposa, probablemente él mataría a toda mi familia también, sólo por venganza.

Bueno, toda en la familia excepto papá—buena suerte encontrándolo. A veces vale la pena estar alejado de tu hijo psicópata.

Sin embargo, incluso si me hubiera dado por vencido, el monstruo dentro de mí no lo hubiera hecho. Levanté la vista de mis pensamientos fatalistas y me encontré reuniendo mis cosas—el equipo GPS, la máscara de esquí, la mochila—y dirigiéndome a la puerta de la habitación. Mientras mi intelecto se encontraba con mi instinto de auto preservación, volví sobre mis pasos a la habitación, pasando la vista por el suelo por cualquier cosa que podría haber caído. Las pruebas de ADN no me preocupan—había pasado tanto tiempo en casa por razones legítimas que probablemente podría explicar todo lo que la policía encontrara. Me dije a mí mismo que los registros telefónicos también podrían ser explicados o borrados, y que de alguna manera, todavía podía ocultar quién era yo. Llevé el teléfono conmigo, sólo para estar seguro. Como acto final, apagué la lámpara y me deslicé en el oscuro pasillo.

La casa estaba negra del todo, y me tomó un momento para que mis ojos se acostumbraran a la oscuridad. Trastabillé ciegamente hacia las escaleras, mi mano en la pared sin atreverme a usar mi linterna de bolsillo. Sentí mi camino cuidadosamente por las escaleras, un paso a la vez. A mitad del camino, vi un rayo de luz de la ventana en la puerta de atrás. La luz de la luna, tenue y sobria. Llegué a la planta baja y giré hacia las escaleras del sótano, pero otra luz estaba creciendo en las ventanas de enfrente amarillo pálido y el monótono rugido de un motor aumentó rápidamente a un grito furioso.

Crowley estaba de vuelta.

L

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Olvidé el sótano y corrí a la puerta de atrás, desesperado por estar fuera de la casa antes de que el demonio entrara. La perilla se atascó, pero giré con fuerza y saltó un pequeño botón, desbloqueando el pestillo. Abrí la puerta, salí al exterior e hice que se cerrara detrás de mí tan rápida y silenciosamente como pude.

El coche chirrió en la entrada y los arboles distantes de detrás de repente se inundaron con un resplandor amarillo intenso, deslumbrando a medida que los faros delanteros del coche llegaban por el patio lateral y hacia afuera a través de la nieve. Escuché la puerta del coche abriéndose y el demonio rugir, y me di cuenta demasiado tarde que no logré bloquear la puerta trasera detrás de mí. Todavía estaba agachado junto a ella por el miedo, si él la comprobaba, yo estaría muerto. Quería abrirla otra vez y bloquear la perilla, pero el sonido de la puerta principal abriéndose me dijo que era muy tarde, el demonio estaba en la casa. Salté unos pocos pasos por el concreto y corrí hacia la esquina de la casa. Caminando alrededor significaba enfrentar a la luz de los faros, donde sería imposible esconderse, pero quedarme aquí significaba que él me vería cuando abriera la puerta trasera. Tomé un respiro profundo y corrí a través de las luces, zambulléndome en la oscuridad del cobertizo del jardín.

No hubo ningún sonido detrás de mí. La puerta trasera no se abrió. Me maldije a mí mismo por estar asustado de algo tan pequeño—por supuesto que él no se daría cuenta del diminuto botón en la perilla desbloqueada, no cuando estaba corriendo a toda prisa para rescatar a su esposa. Un momento después, escuché un alarido desde el segundo piso, confirmando mis suposiciones. Había ido directamente a Kay y yo podría ser capaz de escapar después de todo.

Me deslicé de vuelta a la luz, furtivo y cauteloso, listo para correr y convencido de que si él me veía, correr no haría ninguna diferencia. No sabía cuánto tiempo tenía. Él podría desatar a Kay inmediatamente o tal vez podría esperar hasta que recupere su forma humana; el podría quedarse y cerciorarse de que ella estaba bien, o podría precipitarse de regreso afuera para encontrar a la persona que la había herido. No tenía ninguna manera de saberlo, pero sí sabía que mis posibilidades de escapar disminuían con cada segundo que me retrasaba. Tenía que irme ahora.

Me quedé cerca de la casa, caminando rápidamente hacia las deslumbrantes luces. Mantuve mi mirada advertida, protegiéndolos de la luz tanto como era posible, para que fuera más fácil que se adaptaran a la oscuridad de más lejos. Cuando alcancé el coche de Crowley, salí corriendo alrededor del último carril, lejos de la casa. Me agaché en el neumático y pude mirar por encima del coche y ver la parte delantera de la casa de Crowley: La puerta entreabierta y las cortinas aún levantadas firmemente. Miré mi propia casa, a un millón de kilómetros lejos de la calle. Hielo y nieve la rodeaban, como minas terrestres y alambre de púas, esperando para hundirme, o mostrar una huella, o simplemente retrasarme mientras corro por el refugio de casa. Si pudiera llegar al otro lado y entrar a mi casa, estaría a salvo—Crowley nunca podría

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sospechar que yo había estado involucrado—pero era un largo camino a través de una calle abierta. Todo lo que bastaría era una sola mirada a través de la centena y todo habría terminado. Me preparé a mí mismo para echar una carrera. . .

. . . y fue entonces cuando vi el cuerpo en el asiento del pasajero.

Desplomado por debajo de la línea de la ventana, pero en la penumbra de la puerta abierta pude verlo—un hombre pequeño, mitad escondido en la sombra y un abrigo de lana gris, tendido sobre una piscina de sangre.

Me dejé caer sobre el pavimento congelado, paralizado por el impacto. No me había detenido al demonio de matar en absoluto—yo ni siquiera le había ralentizado, había tomado demasiado tiempo con las imágenes, y con Neblin, luchando con mis impulsos más oscuros, hasta que ni siquiera me importó. Y para el momento en que me distraje, el demonio ya había encontrado una víctima y robado un órgano. Él ya se había regenerado y todo porque no pude controlarme a mí mismo. Quería golpear la puerta del coche, o gritar, o hacer algún tipo de sonido, pero no me atreví. En cambio, el monstruo dentro de mí, suave e insidioso, se deslizó hacia adelante para mirar el cadáver. En todos estos meses de asesinatos y embalsamientos, nunca había estado todavía a solas con un cuerpo recién muerto. Quería tocarlo mientras estaba todavía tibio, mirar la herida, para ver lo que el demonio había tomado. Era un impulso estúpido y un riesgo más estúpido todavía, pero no me detuve. El Señor Monstruo estaba demasiado fuerte ahora.

El lado del conductor estaba abierto, pero yo estaba en el lado del pasajero, lejos de la casa, y abrí la puerta silenciosamente. El coche aún estaba marchando en vacio, y esperé que el ruido bajo enmascarara cualquier sonido que hiciera. Abrí el abrigo del cuerpo, buscando por el corte en el abdomen, que se había vuelto tan familiar en otras víctimas del demonio.

No había ninguno.

La cabeza estaba deformada grotescamente, con la cara plantada en el asiento, pero cuando miré desde la puerta, pude ver que la garganta había sido cortada, probablemente por una de las garras del demonio. Esa era la única herida. El abrigo no tenia daños y la carne debajo de él se sentía bien. La sangre en el asiento y en el suelo parecía venir únicamente de la herida del cuello.

¿Qué había tomado? Me asomé a ver la nuca más de cerca. Aún estaba ligado, pero las venas y el cuello habían sido cortadas enteramente. Nada parecía haberse perdido del todo. Finalmente, Miré la cara del hombre, girando atrás el cuello y removí a un lado la sangre y el cabello enmarañado, y en aquel instante casi grito.

El hombre muerto era el doctor Neblin.

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Me tambaleé hacia atrás, casi cayéndome del coche. El cuerpo cayó lentamente de vuelta al asiento, sin vida. Miré hacia arriba a la casa de Crowley en estado de shock, luego de vuelta al coche.

Él había matado al doctor Neblin.

Mi mente buscó es significado de la revelación. ¿Crowley estaba detrás mí? ¿Él ya había elegido como blanco a la gente que conocía? Pero, ¿por qué Neblin cuándo mi madre estaba cruzando la calle? Porque necesitaba un cuerpo masculino, supuse. Pero no—era muy extraño. No podía creer que él supiese que yo estaba involucrado. Yo hubiera visto algún indicio de eso.

Pero entonces, ¿por qué Neblin?

Me quedé mirando su cadáver recordando nuestra llamada telefónica, y sentí enfriarme. Neblin me había dejado un mensaje de voz. Saqué el teléfono y marqué, asustado de lo que sabía que iba a escuchar.

“John, no deberías estar solo ahora mismo, necesitamos hablar. Voy en camino—ni siquiera sé si estás en casa o en algún otro lugar, pero puedo ayudarte. Por favor déjame ayudarte. Estaré allí en pocos minutos. Nos vemos pronto.”

Él había venido para ayudarme. En medio de una helada y fría noche de enero, él había dejado su casa yendo a las calles desiertas a ayudarme. Calles desiertas donde un asesino estaba cazando presas frescas y sin hallarlas, hasta que un pobre e indefenso doctor Neblin caminó directamente a su vista. Él era el único hombre en el pueblo que el demonio podía encontrar.

Y él lo había encontrado por culpa mía.

Me quedé mirando el cuerpo, pensando en todos los demás que se habían ido antes: Jeb Jolley y Dave Bird; los dos policías a los que había llevado a su muerte; el vagabundo del lago al que no hablé por salvarlo; Ted Rask y Greg Olson y Emmett Openshaw y no obstante de muchos otros de los que no supe. Eran un desfile de cadáveres, descansando inertes en mi memoria, como si nunca hubieran estado vivos en absoluto—una hilera de cadáveres eternos extendiéndose a través de la historia, perfectamente conservados. ¿Cuánto tiempo había estado ocurriendo esto? ¿Cuánto tiempo más seguiría? Sentí que estaba condenado a seguir la fila por siempre, lavando y embalsamando cada cadáver nuevo como un sirviente del demonio—jorobado, lascivo y mudo. Crowley era el asesino y yo su esclavo.

Yo no lo haría. Esa fila de cadáveres terminaba esta noche.

El demonio no había tomado ningún órgano de Neblin aún, lo que significa que de un momento a otro, él volvería a salir de su casa, desesperado por regenerarse. Si primero escondo el cuerpo, él podría marchitarse y morir. Agarré el cuerpo por los hombros y lo puse de pie. Mis guantes se deslizaron húmedamente a través de la sangre de la

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herida, y lo dejé ir abruptamente—estaba envolviéndome a mí mismo con evidencia. Di un paso atrás, luchando con mi paranoia. ¿Me atrevía a vincularme a mí mismo con el crimen? Había sido muy cuidadoso—moviéndome silenciosamente, ocultando mis pistas, planeando por meses mantenerme completamente distanciado de cualquiera de los ataques y de cualquiera de mis respuestas a ellos. No podía tirarlo todo por la borda ahora.

¿Pero había algún otro camino? Ocultar el cuerpo era mi única oportunidad para matar al demonio, pero no podía hacerlo cubriéndome con la sangre de Neblin—si trataba de mantener la sangre fuera de mí, arrastrando el cuerpo por el pie, dejaría un rastro de sangre que arruinaría todo el plan. Necesitaba mantener el cuerpo fuera del piso y eso significaba llevarlo todo sobre mí mismo. Me saqué mi abrigo, envolviéndolo alrededor de la cabeza y los hombros de Neblin como una venda, y lo agarré por los hombros.

Un súbito aullido de la casa cortó a través de silencio. Caí de nuevo, mis ojos precipitándose primero a la puerta trasera, luego adelante, atrás y hacia adelante, preguntándome de qué dirección podría surgir el demonio. El Señor Monstruo gritaba en mi cabeza, me dijo que corriera, que me escapara de allí para salir de manera segura y volver a intentarlo la próxima vez. Eso era lo más inteligente que hacer, lo más analítico que hacer. El demonio viviría, pero también lo haría yo. Podía detenerlo eventualmente sin arriesgar nada por mi cuenta.

Mi mirada cayó en Neblin. Él no se hubiera marchado, pensé. Neblin había salido de su casa en medio de la noche, sabiendo perfectamente que había un asesino en serie suelto, porque quería ayudarme. Él hizo lo que necesitaba hacer, a pesar de que lo puso en peligro. Tengo que dejar de pensar como un psicópata. O me pongo en peligro o Crowley vuelve a matar. Hace dos meses, incluso hace dos horas, la elección hubiera sido obvia: salvarme a mí mismo. Incluso ahora sabía, objetivamente, que eso era lo más inteligente que hacer. Pero Neblin había muerto tratando de enseñarme a pensar como un humano normal—a sentir como un humano normal. Y a veces los seres humanos arriesgaban sus vidas para ayudarse unos a otros por la forma en que se sentían. Emociones. Conexiones. Amor. Yo no lo sentía, pero le debía al Neblin intentarlo.

Agarré a Neblin por las axilas y tiré de él hacia mí, sintiendo su camisa ensangrentada golpear contra mi abrigo y cubriéndome del ADN incriminatorio. Hubo otro alarido en la casa pero lo ignoré, teniendo a Neblin de espaldas y sacándolo del coche hasta sus piernas—todavía limpias de sangre—se dejaron caer sobre la calzada. La sangre se quedó en mi ropa en vez de caer al suelo, apreté mis dientes y comencé a moverme. El cuerpo era más pesado de lo que parecía. Recordé haber leído que los cadáveres y cuerpos inconscientes son más difíciles de levantar que los activos, debido a que los músculos flácidos no compensan el movimiento y equilibrio. Él se sentía como un saco de cemento mojado, desgarbado e imposible de llevar. Mantuve su cabeza y sus

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hombros presionados firmemente contra mi pecho, mis brazos envolviendo sus axilas y cerrados a través de su esternón. Girando mi cuerpo cuidadosamente, me equilibré en un pie y tiré la puerta con mi otro pie, casi consiguiendo cerrarla antes de que el brazo de Neblin cayera a un lado y el peso de su cuerpo cambiara torpemente. Yo caí contra el coche, aferrándome firmemente al cuerpo y tratando de mantenerlo erguido. Nada de sangre había goteado, por lo menos no aún.

Hubo un estallido de algún lugar dentro de la casa, como si Crowley hubiera caído contra algo—o rotó en un ataque de rabia. Di un codazo a la puerta del coche y se cerró a su vez. Yo estaba totalmente en la calle, empecé a retroceder lentamente al patio trasero de Crowley. Fui cautelosamente, paso a paso, dependiendo de mi memoria para que me guiara con seguridad más allá de la nieve, sin molestar ni dejar rastros. Paso a paso. Oí otro choque, ahora más cercano, en algún lugar de la planta baja, y apreté los dientes. Estaba casi allí.

Alcancé el cobertizo y maniobré las piernas de Neblin más lejos en el camino de entrada. El cobertizo estaba situado en paralelo al camino de entrada, con la puerta hacia la calle, por lo que siempre estaba limpia una pasarela delante de él, lo que lleva fuera de la calzada. Eran sólo unos metros de largo pero fue lo suficiente para mí, para pasar por el otro lado del cobertizo y tirar el cuerpo en la estrecha brecha entre el cobertizo y la cerca de madera de tablilla. Arrastré a Neblin tanto como pude sin meterme a mí mismo detrás del pequeño cobertizo y lo dejé caer pesadamente en la nieve.

La puerta trasera resonó y contuve mi respiración. Los pies de Neblin aún sobresalían pasando la parte delantera del cobertizo, aunque sólo unos cuantos centímetros. Toda esta brecha estaba a la sombra de los todavía brillantes faros por un muro de nieve, así que el demonio podría no ver los pies. Pero si venía a buscar por aquí, si hubiera dejado cualquier clase de rastro visible, lo vería con seguridad.

Contuve mi respiración por siglos, escuchando cada sonido: El ruido bajo del coche, el suave campaneo del tablero de instrumentos, los latidos de mi propio corazón. El demonio dio unos cuantos pasos al otro lado del cobertizo, arrítmico y débil, luego dio un paso o se tambaleó hacia la nieve. La capa superior helada crujía bajo sus pies—una vez, dos veces, tres veces, de nuevo acompañadas por pasos normales a través del cemento. Él estaba inestable y lento. Esto podría funcionar.

Escuché los pasos arrastrarse a sí mismos hacia abajo, al camino de la entrada: paso-parada, paso-tropiezo. No me atreví a respirar, cerrando mis ojos y rezando que el demonio se vuelque y muera, que se diera por vencido y se termine para siempre. Paso-parada, paso-pausa, paso-gruñido. Se movía más lento de lo que alguna vez lo había hecho. Me quedé completamente inmóvil, temeroso de moverme una pulgada y el frio, la nieve, el aire amargo empezó a tener efecto en mí. Otra vez sentí la misma sensación de deterioro físico, lo había sentido cuando descubrí por primera vez al

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demonio, cuando me había ocultado en la nieve en el Lago Freak, consciente de cada lento latido y vacilante sentido. Mis manos y pies estaban en llamas con alfileres, que se desvanecía a un el hormigueo, que se desvanecía a nada en absoluto. Mi cuerpo estaba gastado como una máquina de relojería pasada, silenciosamente liquidado hasta que el último equipo vuelva, la última primavera aparezca y toda la cosa se detenga para siempre.

Equilibrándome cuidadosamente, sin buenos lugares para poner mis pies por el estrecho hueco, me agaché y poco a poco, imperceptiblemente, puse el pie de Neblin detrás del cobertizo. Pulgada a pulgada, sin hacer un sonido. Los pasos en el camino de entrada continuaron, deteniéndose y atormentando. Plegué las rodillas de Neblin hacia arriba y cuidadosamente—oh, tan silenciosamente—las apoyé contra el cobertizo. Una sombra negra pasó enfrente de los faros, llenando la valla y el cobertizo y el patio detrás de mí con una enorme forma de demonio: una cabeza bulbosa y diez uñas como guadañas, con su pesado abrigo y pantalones colgando flojos sobre sus delgadas extremidades, inhumanas. Me preguntaba si incluso había tenido la oportunidad de volver a su forma humana, o si había sido obligado a ayudar a Kay así. Él debe estar muy cerca de la muerte.

Di un delicado paso hacia delante, colocando mi pie cuidadosamente y miré a hurtadillas alrededor del borde del cobertizo. El demonio luchó por mantenerse en pie y se tambaleó alrededor del coche, sus garras arañando a través de la pintura al inclinarse en el capó por apoyo. Se abrió camino lentamente hacia el asiento del pasajero, se detuvo por un momento, casi se dobló y cogió el mango. Cuando su mano dejó el coche, perdió su equilibrio y cayó de costado en la nieve, con un pesado aterrizaje. Se cortó la respiración en mi garganta y mi corazón ya esforzándose, se aceleró aún más. ¿Qué fue eso? ¿Estaba muerto? Con un gemido patético, el demonio se levantó sobre sus rodillas, se aferró a su pecho, y chilló inhumanamente. Aún no estaba muerto, pero estaba muy cerca, y lo sabía.

El demonio se arrancó su pesado abrigo y se lanzó hacia adelante, cayendo contra el coche. Sus garras enormes y blancas parecían brillar y se excavaron en el metal, con una fuerza aterradora, para levantarse de nuevo en posición vertical. Una mano tomó la manija de la puerta con sus garras, luego se detuvo en el aire. Se quedó mirando el coche, sin moverse.

Había visto el sitio vacio. Sabía que su única esperanza estaba perdida. Él demonio cayó en sus rodillas y lloró—no un rugido o un bramido, sino un lamento, un llanto agudo.

Ése era el sonido que después de esto siempre asociaré con la palabra desesperación.

El llanto del demonio se convirtió en un grito—de rabia o frustración, no podría afirmar—y volvió a luchar con sus pies. Lo observé dar un paso hacia atrás por el

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camino de entrada, luego un paso hacia la calle, demasiado confundido para decidir, luego colapsó otra vez sobre sus rodillas. Avanzó un poco, usando sus garras para gatear, y finalmente cayó boca abajo al suelo. Me sentía como colgado en ese momento por horas, esperando por una contradicción, o una embestida, o un grito—pero no vino nada. El mundo entero estaba congelado e inmóvil.

Esperé otro momento, largo y desesperante, antes de atreverme a dar un paso afuera. El demonio estaba inerte en el camino de entrada, sin vida como el cemento en el que estaba acostado. Salí de mi escondite y avancé hacia adelante, sin apartar la vista del cuerpo. Débiles volutas de vapor iban a la deriva en el aire de la noche. Caminé lentamente hacia él, entrecerrando los ojos contra la embestida luminosa de los faros y lo miré.

La sensación era peculiar, como una construcción de una emoción visceral que se superaba rápidamente—éste no era sólo un cuerpo, era mi cuerpo, mi propio cadáver, acostado inmóvil. Era como una pieza de arte, algo que yo había hecho con mis propias manos. Estaba lleno de un fuerte sentimiento de orgullo y entendí por qué tantos asesinos seriales dejan sus cuerpos para ser descubiertos: cuando creas algo tan hermoso, quieres que todos lo vean.

Estaba finalmente muerto.

Pero, ¿porqué no se estaba desmoronando? me pregunté, como los órganos gastados siempre habían hecho antes. ¿Si la energía que lo mantenía unido se había ido, por qué estaba todavía. . . unido?

Un destello de luz llamó mi atención, mi cabeza se levantó bruscamente. La luz había venido de la primera ventana de mi sala. Un segundo más tarde, las cortinas fueron puestas a un lado. Era mi mamá—ella debió haber oído el rugido del demonio, y ahora estaba buscando una explicación. Me agaché al lado del coche, fuera de las luces, a sólo centímetros de distancia del demonio. Ella se quedó en la ventana un largo tiempo antes de alejarse y dejar la cortina caer de nuevo a su sitio. Esperé que la luz se apagara pero se quedó encendida. Un momento después la luz del baño se encendió, sacudí mi cabeza. Ella no había visto nada.

El demonio se contrajo.

Instantáneamente, toda mi atención volvió al demonio caído, tan cerca que prácticamente podía tocarlo. Su cabeza rodó a un lado y su brazo izquierdo se sacudió salvajemente. Me levanté de cuclillas y di un paso atrás. El demonio agitó su brazo otra vez antes de plantarlo firmemente en el suelo y levantarse. Levantó los hombros, aun con la cabeza gacha, luego temblorosamente pateó su pierna hacia un lado. Luchó con su pierna un momento antes de rendirse y llegar con su otro brazo. Estaba arrastrándose hacia adelante.

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Alcé la vista justo a tiempo para ver otra luz encenderse, esta vez en mi habitación. Mamá había ido a verme y ahora sabía que no estaba allí.

¡Haz Algo! Me grité a mí mismo. El demonio se tiró hacia delante con toda la longitud de su larguirucho brazo, luego avanzó con el otro. De alguna manera había logrado revivirse, al igual que lo había hecho cuando mató al papá de Max. Sólo que esta vez no tenía un cuerpo fresco extendido a unos metros de distancia—la fuente más cercana de órganos era yo y aparentemente él no sabía que yo estaba allí. En su lugar él estaba arrastrándose. . .

Hacia mi casa.

Sus garras cavaron en el asfalto más allá de la alcantarilla y empezó a arrastrarse de nuevo hacia adelante. Sus movimientos eran lentos, pero deliberados y poderosos. Cada movimiento que hacía parecía un poco más fuerte, un poco más rápido.

Otro pedazo de luz y una ráfaga de movimiento—mi mamá había abierto la puerta de servicio y se quedó en su luz como un faro, su pesado abrigo envuelto sobre su camisón. Sus pies estaban metidos en sus botas para la nieve de soporte alto.

“¿John?” su voz era clara y fuerte, y tenía un borde crudo que había aprendido a reconocer como preocupación. Ella había salido a buscarme.

El demonio extendió otro brazo hacia adelante emitiendo un sobrenatural gruñido a medida que se acercaba más a mi casa—ahora más rápido que antes y más ansioso. Estaba dejando trozos negros de sí mismo pegados al asfalto, chisporroteando con un calor antinatural mientras se descomponían en segundos. Mamá debió haberlo oído, porque se volteó para mirarlo. Estaba casi a la mitad del camino ahora.

“¡Ve adentro!” grité y eché a correr hacia ella. La cabeza del demonio se irguió y se acercó salvajemente con sus largos brazos mientras pasaba. Corrí hacia un lado, dándole un amplio espacio, pero se levantó en sus pies y se abalanzó sobre mí. Me tropecé hacia un lado y el demonio cayó, perdiéndome por centímetros. Se golpeó de espaldas a la calle, aullando de dolor.

“John, ¿qué está pasando?” gritó mi mamá, aún mirando con horror al demonio en la calle. Ella no podía verlo claramente desde donde estaba, pero vio lo suficiente para estar aterrorizada.

“¡Ve adentro!” volví a gritar, corriendo junto a ella y tirando de ella hacia la puerta. Mis guantes dejando manchas rojas oscuras en su abrigo.

“¿Qué es eso?” preguntó ella.

“Mató a Neblin” dije, tirándola de vuelta a la casa. “¡Vamos!”

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El demonio estaba de vuelta en la pista, arrastrándose en línea recta hacia nosotros con su boca brutalmente luminosa y colmillos como agujas. Mamá comenzó a cerrar la puerta, pero la agarré y la forcé de nuevo a abrirla.

“¿Qué estás haciendo?”

“Tenemos que dejarlo entrar,” dije, tratando de empujarla hacia la funeraria. Ella no se movía. “Tenemos que hacérselo fácil o puede ir a la puerta de lado.”

“¡No lo vamos a dejar entrar aquí!” chilló ella. Él había alcanzado nuestra calzada.

“Es la única manera,” dije y la empujé hacia atrás. Ella perdió su control sobre la puerta y se desplomó contra la pared, mirándome con el mismo horror con el que había mirado al demonio. Era la primera vez que había apartado la vista del demonio y sus ojos se movían a través de la sangre que manchaba mi pecho y mis brazos. El monstruo dentro de mí se cabreó, recordando el cuchillo de la cocina, ansioso por dominarla de nuevo con miedo, pero me calmé y abrí la puerta de la funeraria. Vas a matar muy pronto.

“¿A dónde vamos?” preguntó mamá.

“Al cuarto de atrás.”

“¿A la sala de embalsamiento?”

“Sólo espero que pueda encontrar el camino,” la jalé conmigo al vestíbulo de la funeraria, encendiendo las luces y corriendo hacia el cuarto de atrás. La puerta dio un golpe detrás de nosotros, pero no nos atrevimos a mirar. Mamá gritó, y corrimos hacia la sala de nuevo.

“¿Tienes las llaves?” pregunté, empujando a mamá contra la puerta. Ella buscó en el bolsillo de su chaqueta y sacó un llavero. El demonio gritó desde el vestíbulo y yo vociferé de regreso, sacando mi tensión en un rugido primario. Se tambaleó alrededor de la esquina justo cuando mamá abrió la cerradura. Fue casi chorreando ahora que su cuerpo se desmoronaba. Entramos por la puerta más allá a la sala. Mamá corrió al fondo buscando a tiendas las llaves otra vez, pero yo encendí las luces y fui directamente al lado de la habitación. Enrollado en una pila ordenada estaba nuestra única esperanza—el trocar aplanado, encaramado como una cabeza de serpiente en la punta de su larga manguera de aspiración. Di la vuelta al interruptor para ponerlo en marcha y miré hacia el abanico del ventilador lentamente farfullando a la vida.

“Esperemos que el ventilador no se queme,” dije y me lancé contra la pared, justo al lado de la puerta abierta. A través de la sala, mamá abrió la cerradura y lanzó la puerta de par en par al exterior, mirando hacía mi con terror abyecto.

“¡John, ya está aquí!”

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El demonio entró en la habitación, llegando a ella con las garras como brillantes cuchillas de afeitar. Blandí el trocar zumbando con todas mis fuerzas directamente a través del pecho de demonio. Se tambaleó hacía atrás, con los ojos más abiertos de lo que jamás habría creído posible. Escuché el ruido sordo como de algo húmedo—su sangre tal vez, o todo su corazón—se desprendieron de su casi podrido cuerpo, y se deslizaron por la válvula de vacío. El demonio cayó de rodillas a medida que más fluidos y órganos eran aspirados y escuché el familiar y repugnante silbido de carne degenerándose a fangos. La válvula de vacio curvada y ahumada por el calor. Me aparté y vi como el cuerpo del demonio comenzó a devorarse a sí mismo, sacando fuerzas y vitalidad de cada extremidad para regenerar los tejidos que se estaban perdiendo. El demonio parecía descomponerse ante mis ojos, ondas lentas de desintegración viajaban por sus manos y pies, sus brazos y piernas y luego arrastrándose oscuramente sobre el torso.

No me di cuenta que mamá vino a mi lado, pero a través de una bruma, me di cuenta que me agarró firmemente mientras mirábamos horrorizados. Yo no la sostenía del todo—sólo me quedé mirando.

Pronto el demonio apenas estaba ahí en absoluto—un pecho hundido y una cabeza retorcida me miraron desde un charco de humeante alquitrán con forma de hombre. Jadeó por aire, aunque no podía imaginar que sus pulmones estaban del todo suficientes como para tomar aliento. Poco a poco me quité mi máscara de esquí y di un paso hacia adelante, presentando una visión perfecta de mi cara. Esperaba se que sacudiera, enloquecido por la rabia y el dolor y desesperado por recoger mi vida y salvarse a sí mismo. Pero en vez de eso, el demonio se calmó. Me vio acercarme, ojos amarillos me siguieron hasta que me quedé encima. Le devolví la mirada.

El demonio tomó una respiración profunda, con sus pulmones irregulares aleteando con esfuerzo. “Tigre, tigre. . .” dijo. Su voz era un ronco susurro. “Ardiendo vivo.” Tosió con dureza, lagrimeando de agonía con cada sonido.

“Lo siento,” dije. Eso era todo lo que podía pensar para decir.

Atrajo otra respiración entrecortada, ahogándose en su propia materia en descomposición.

“No quería lastimarte,” dije, casi suplicante con él. “No quería lastimar a nadie.”

Sus colmillos colgaban en su boca como hierbas marchitas. “No. . .” dijo, luego se detuvo en un terrible ataque de tos, luchando por componerse. “No les digas.”

“¿No decirles a quienes?” preguntó mamá.

El horrible rostro se contorsionó una última vez, de rabia o de esfuerzo o miedo, y esa voz insoportable jadeó una frase final: “Recuérdame cuando ya no esté.”

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Asentí. El demonio levantó la vista hacia el techo, cerró sus ojos, y se hundió en sí mismo, desmoronándose y disolviéndose, fluyendo lejos en un montón deforme, candente y negro.

El demonio estaba muerto.

Afuera, la nieve empezó a caer.

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19 Traducido por Fallen Star

Corregido por Afroday

e quedé mirando el negro desastre en el suelo, tratando de entender todo lo que había sucedido. Sólo un minuto antes, aquél lodo había sido un demonio—y sólo una hora antes había sido mi vecino, un amable anciano que amaba a su

esposa y me daba chocolate caliente.

Pero no, el lodo era sólo lodo—algún remanente físico de un cuerpo que nunca había sido realmente suyo en primer lugar. La vida detrás de eso, la mente o el alma o lo que sea que lo hizo vivir en un cuerpo vivo, había desaparecido. Era un fuego, y nosotros éramos su combustible.

Recuérdame cuando ya no esté.

“¿Qué fue eso?”

Miré hacia arriba y vi a mi mamá. Me di cuenta que sus manos me agarraban con fuerza por los hombros, su cuerpo sólo un poco por delante del mío. Se había colocado entre mí y el monstruo. ¿Cuándo había hecho eso? Mi mente estaba cansada y oscura, como una nube de tormenta cargada de lluvia.

“Era un demonio,” le dije, alejándome de ella y caminando hasta el interruptor de vacío. Lo apagué y el zumbido claro de ruido se desvaneció, dejando sólo silencio. El tubo de vacío estaba deformado grotescamente, fundido en una pila humeante de nocivos rizos de plástico. Parecían como los intestinos de una bestia mecánica. La hoja del trocar estaba untada con lodo, y lo saqué con cuidado, con dos dedos, de la masa del suelo.

“¿Un demonio?” preguntó mi madre dando un paso atrás. “Qué. . . ¿por qué? ¿Por qué un demonio? ¿Por qué está aquí?”

“Nos quería comer,” le dije, “más o menos, es el Asesino de Clayton, mamá, él que ha estado robando partes de cuerpos. Los necesitaba para sobrevivir.”

“¿Está muerto?”

Fruncí el ceño ante la masa del suelo. Se parecía más a una vieja fogata que a un cuerpo. “Creo que sí. No sé muy bien cómo funciona.”

“¿Cómo sabes todo esto?” preguntó ella, volviéndose hacia mí. Sus ojos miraban mi cara en busca de algo. “¿Por qué estabas fuera?”

M

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“Por la misma razón que tú,” mentí. “Oí un ruido y salí. Estaba en casa de los Crowley, haciendo algo—matándolos supongo. Oí gritos. El doctor Neblin estaba en el auto de los Crowley, muerto, así que lo alejé a arrastras donde el demonio no pudiera encontrarlo. Ahí fue cuando saliste tú, y vino hasta aquí.”

Ella miró mi cara, mi abrigo empapado de sangre, mi ropa empapada de nieve derretida y el sudor frío. Vi como su mirada me abandonaba y viajaba por toda la habitación, teniendo marcas ensangrentadas de mis huellas dactilares en las paredes y encimeras, y el humo, cenizas fangosas en el suelo. Casi podía leer sus pensamientos a medida que se dibujaban en su rostro—conocía a esta mujer mejor de lo que conocía a nadie en el mundo, y podía leerla casi con más facilidad que a mí mismo. Ella estaba pensando en mi psicopatía y mi obsesión por los asesinos en serie. Estaba pensando en el momento en el que la amenacé con un cuchillo, y en la forma en la que yo miraba a los cadáveres, y sobre todo en lo que había leído y oído y temido desde la primera vez que había descubierto, hacía años, que yo no era como los demás niños. Tal vez estaba pensando en mi padre con sus propias tendencias violentas y se preguntaba hasta dónde estaba llegando yo—o qué tan lejos había llegado—por el mismo camino. Pensó en ello una y otra vez, ordenando cada uno de los escenarios, y tratando de averiguar en qué pensar. Y entonces hizo algo que probó, sin lugar a dudas, que realmente no la entiendo en absoluto.

Me abrazó.

Abrió los brazos y me atrajo, tirando de mi espalda con una mano y mi cabeza con otra y lloró—no con tristeza, sino con aceptación. Lloró aliviada, balanceándose suavemente hacia atrás y hacia adelante, atrás y adelante, cubriéndose de la sangre de mi abrigo y guantes, y sin importarle en absoluto. Puse mis brazos alrededor de ella también, sabiendo que a ella le gustaría.

“Eres un buen chico,” dijo, apretándome más fuerte. “Eres un buen chico. Has hecho algo bueno.” Me preguntaba cuánto había adivinado, pero no me atreví a preguntar. Simplemente la abracé hasta que estuvo lista para parar

“Tenemos que llamar a la policía,” dijo, dando un paso atrás y frotándose la nariz. Cerró la puerta de atrás y cerró con llave. “Y tenemos que llamar a una ambulancia, en caso de que él hiriera a los Crowley también, como has dicho. Todavía podrían estar vivos.” Abrió el armario lateral y sacó la fregona y un cubo y luego negó con la cabeza y los empujó hacia dentro de nuevo. “Tienen que verlo tal como está.” Ella bordeó la orilla del lodo con cuidado y se dirigió hacia el pasillo.

“¿Estás segura de que deberíamos llamar?” pregunté, siguiéndola de cerca. “¿Nos creerán siquiera?” La seguí por el pasillo hasta la oficina, caminando casi sobre sus talones, como tratando de disuadirla de esto. “Podemos llevar a la señora Crowley al

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hospital nosotros—pero tendría que cambiarme primero, estoy cubierto de sangre. ¿No sería sospechoso?” Me vi en la cárcel, en el juzgado, en una institución, en una silla eléctrica. “¿Qué pasa si me arrestan? ¿Qué pasa si ellos piensan que maté a Neblin y a los otros? ¿Qué pasa si leen los archivos de Neblin y piensan que soy un psicópata y me mandan a la cárcel?”

Mamá se detuvo, se volvió y me miró directamente a los ojos. “¿Has matado a Neblin?”

“Por supuesto que no.”

“Por supuesto que no,” dijo. “Y no mataste a nadie más.” Dio un paso atrás y abrió su abrigo, y me mostró la sangre en los bordes y en el camisón. “Los dos tenemos sangre,” dijo, “y somos los dos inocentes. La policía entenderá que tratamos de ayudar, y tratamos de mantenernos con vida.” Soltó su abrigo y dio un paso hacia mí, agarrándome los brazos con fuerza y agachándose ligeramente para tener nuestros rostros a sólo pulgadas de distancia. “Pero lo más importante es que estamos juntos en esto. No voy a dejar que te lleven a ninguna parte y nunca voy a dejarte, nunca. Somos una familia. Siempre estaré aquí para ti.”

Algo hizo clic en algún lugar, en lo más profundo de mí y me di cuenta que había estado esperando escuchar esas palabras durante toda mi vida. Ellas me aplastaron y me liberaron al mismo tiempo, encajando en mi alma, como una pieza del rompecabezas perdida hace mucho tiempo. La tensión de la noche, de todo el día, de los últimos cinco meses, fluía en mí como la sangre de una vena abierta, y me vi por primera vez como mi madre me veía—no un psicópata, no un acosador, no un asesino, sino un niño triste y solitario. Caí en la cuenta, por primera vez en años, de que era capaz de llorar.

* * *

En los pocos minutos antes de que llegara la policía, mientras mi madre entraba en la casa de los Crowley para comprobarlos, tomé el teléfono celular del señor Crowley de su destrozada chaqueta. Por si acaso, miré en los bolsillos de Neblin y lo tomé también. No tenía tiempo para disponer de ellos adecuadamente, por lo que los tiré junto con el teléfono de Kay—por encima de la cerca de atrás de los Crowley y hacia el bosque de más allá. No había huellas allí, sólo acres de nieve intacta, por lo que esperaba que estarían a salvo hasta que pudiera encontrarlos y deshacerme de ellos de manera más permanente. En el último momento, justo a tiempo, me acordé de mi set de GPS, y saqué la segunda unidad del sitio donde la había escondido en el auto

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de los Crowley. Los arrojé en el bosque también, justo cuando la primera sirena estuvo lo suficientemente cerca como para oírla.

Pronto las taladrantes sirenas fueron seguidas por luces intermitentes y una larga línea de coches de policía, ambulancias, un equipo de materiales peligrosos, e incluso un camión de bomberos. Los vecinos miraban desde los porches y ventanas, temblando en sus abrigos y zapatillas, como un ejército de uniformes, se extendieron por toda la calle y aseguraron toda la zona. El cuerpo de Neblin fue hallado y fotografiado; Kay, todavía inconsciente, fue tratada y llevada al hospital, mi madre y yo fuimos interrogados; y el desorden en nuestra funeraria fue cuidadosamente estudiado y catalogado.

El agente del FBI que había visto en las noticias, el Agente Forman, entrevistó a mi madre y a mí en la funeraria la mayor parte de la noche—juntos al principio, luego de uno en uno, mientras el otro limpiaba. Le dije, y a todos los demás que me preguntaron, la misma historia que le había dicho a mi madre—que había oído un ruido, había salido fuera para comprobarlo y vi al asesino entrar en la casa de los Crowley. Me preguntaron si sabía dónde estaba el señor Crowley, y les dije que no lo sabía. Me preguntaron por qué había decidido trasladar el cuerpo de Neblin y no pude pensar en una razón que no pareciera una locura, así que sólo dije que parecía una buena idea en aquel momento. El lodo en el fondo de la habitación fue más o menos ignorado: dijimos que no teníamos idea de cómo llegó allí. No podría decir si nos creyeron o no, pero al final todo el mundo parecía satisfecho.

Antes de irse, me preguntaron si necesitaba ver a un consejero que me ayudara a hacer frente a la desaparición simultánea de dos hombres que yo conocía bastante bien, pero dije que ver a un segundo terapeuta para hablar de mi primer terapeuta me parecía un poco desleal. Nadie se rió. El doctor Neblin lo habría hecho.

Por la mañana, la historia se había extendido y mutado: el Asesino de Clayton había matado a Bill Crowley mientras éste estaba conduciendo tarde en la noche, y luego mató a Ben Neblin en su camino de regreso de la casa de los Crowley. Allí, el asesino había comenzado a golpear y torturar a Kay hasta que sus vecinos—mamá y yo—notamos que algo andaba mal y lo interrumpimos. El asesino vino después por nosotros, pero huyó cuando nos resistimos, dejando detrás de sí nada más el lodo negro y misterioso reconocible en los ataques anteriores. Nadie creería que el atacante era una especie de monstruo de desintegración, por lo que no nos molestamos en explicarlo de esa manera.

Había varios finales perdidos de la historia, por supuesto, aquellos en los que los rumores comenzaron a volar—no había cuerpo, ni del asesino ni de Crowley, por lo que por supuesto, todavía podría estar vivo en algún lugar—pero yo sabía que el largo calvario había terminado. Por primera vez en meses, me sentía en paz.

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Me imagino que más sospechas podrían haber caído sobre mí si Kay no hubiera sido mi más firme defensora—ella juró a la policía que yo era un buen chico, y un buen vecino y que nos queríamos como si fuéramos familia. Cuando encontraron mis pestañas en su dormitorio, ella les dijo cómo había ayudado al señor Crowley con las bisagras de la puerta; cuando encontraron mis huellas dactilares en las ventanas de su coche, les dijo cómo la había ayudado a revisar el aceite y la presión del neumático. Todas las preguntas que tenían podían ser respondidas por el hecho de que me había pasado casi todos los días en su casa durante dos meses consecutivos. La única prueba irrefutable de verdad estaba en los celulares, pero hasta ahora, nadie los había encontrado.

Además de todo eso, yo era un niño—no creo que alguna vez realmente me tomaran seriamente como un sospechoso. Si yo hubiera tratado de encubrir lo que había sucedido aquella noche, estoy seguro de que habría parecido más sospechoso, pero yendo directamente a la policía con todo, parecía que me había ganado un poco de confianza. Después de un tiempo, era casi como si nunca hubiera ocurrido.

Esperaba que la muerte del demonio me llevara a perseguir mis sueños, o algo así—pero me encontré una y otra vez centrado en las últimas palabras del demonio: ‘Recuérdame.’ No estaba seguro de querer hacerlo—era un asesino despiadado y malvado, y yo no quería volver a reflexionar sobre alguna de esas cosas de nuevo.

La cuestión era que había un montón de cosas en las que yo no quería pensar—cosas que había pasado años sin pensar—e ignorándolas nunca habían llegado realmente a ninguna parte. Creo que era hora de seguir el consejo de Crowley y recordar. Cuando la policía finalmente la dejó sola, fui a visitar a Kay Crowley.

Ella me abrazó cuando abrió la puerta. Sin palabras, sin felicitaciones, sólo un abrazo. No me lo merecía pero me abrazó. El monstruo rugió, pero le hice bajar la vista, me recordaba que esta mujer era frágil y sabía lo fácil que sería de matar, pero concentré toda mi energía en el autocontrol. Esto era mucho más difícil de lo que quería admitir.

“Gracias por venir,” dijo con los ojos llenos de lágrimas. Su ojo derecho estaba morado y me sentí mal.

“Lo siento mucho.”

“No lo sientas querido,” dijo ella, llevándome dentro de la casa. “No hiciste nada más que ayudar.”

La miré de cerca, estudiando su rostro, sus ojos, todo. Éste era el ángel que domesticaba al demonio, el alma que lo atrapó y lo retuvo con una potencia que nunca había sentido antes. El amor. Ella vio la intensidad de mi mirada y miró hacia atrás.

“¿Qué sucede, John?”

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“Háblame de él,” le dije.

“¿Sobre Bill?”

“Bill Crowley,” le dije. “He vivido en la calle toda mi vida, pero no creo que realmente lo conociera en absoluto. Por favor, cuénteme.”

Era su turno para estudiarme—sus ojos tan profundos como pozos, mirándome desde un pasado muy temprano.

“Conocí a Bill en 1968,” dijo ella, llevándome a la sala y sentándome en el sofá. “Nos casamos dos años después—el próximo mes de mayo habría sido nuestro cuarenta aniversario.”

Me senté frente a ella y escuché.

“Los dos estábamos en nuestros treinta,” dijo, “y en esos días, en esta ciudad, ser soltera con treinta años me hacía una solterona. Me había resignado, supongo, pero entonces un día, Bill llegó en busca de un puesto de trabajo. Yo era la secretaria en la oficina de agua en aquel momento. Era muy guapo y tenía una ‘alma anticuada’—no estaba en esas cosas hippie, como tantas personas por aquel entonces. Él era educado y de buenos modales, y me recordó un poco a mi abuelo, en la forma en que siempre llevaba un sombrero, y abría las puertas a las damas, y se ponía de pie cuando alguien entraba en una habitación. Él consiguió el trabajo, por supuesto, y lo veía cada mañana cuando entraba—él siempre fue muy amable. Fue quien empezó a llamarme Kay, sabes—mi verdadero nombre es Katherine, y todo el mundo me llamaba Katie o señorita Wood, pero me dijo que incluso Katie era demasiado largo y lo acortó a Kay. Estaba siempre en movimiento—siempre haciendo algo nuevo y corriendo de un lado a otro. Tenía pasión por la vida. Puse mis ojos en él después de sólo un par de semanas.” Ella se rió en voz baja y sonreí.

El pasado del señor Crowley se desplegó ante mí como una pintura, rica en color y textura, y la profundidad con la comprensión de su tema. No era un hombre perfecto, pero por un tiempo—por un muy largo tiempo—había sido uno bueno.

“Salimos durante un año antes de que se declarara,” continuó la señora Crowley. “Entonces un domingo, estábamos cenando en casa de mis padres con todos mis hermanos y hermanas y sus familias, todos estábamos riendo y hablando y él se levantó y salió de la habitación.” Ella tenía una mirada lejana en sus ojos. “Lo seguí y lo encontré llorando en la cocina. Me dijo que nunca lo había ‘entendido’ antes; lo recuerdo con tanta claridad, la forma en la que lo dijo: ‘Nunca lo había entendido antes, Kay. Nunca lo entendí hasta ahora.’ Él me dijo que me amaba más que a nada en el cielo o el infierno—era muy romántico con sus palabras—y me pidió allí mismo que me casara con él.”

Ella se sentó en silencio por un momento con los ojos cerrados, recordando.

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“Se comprometió a estar a mi lado para siempre, en la enfermedad y en salud. . . En sus últimos días, estaba más enfermo que sano—tú viste la forma en que estaba—pero él me decía de nuevo, todos los días: ‘Me quedaré a tu lado para siempre.’”

* * *

No creo que mi mamá se diera cuenta de que una nueva persona se había mudado a vivir con nosotros ese día, pero había estado con nosotros desde entonces. Mi monstruo estaba fuera ahora para siempre y yo no podía dejarlo a un lado. Traté—todos los días lo intentaba—pero no funciona de esa manera. Si fuera tan fácil de quitárselo de encima, no sería un monstruo.

Una vez que el demonio estaba muerto, traté de reconstruir el muro y poner mis reglas en su lugar, pero mi propia naturaleza más oscura se defendió en todo momento. Me dije que no me permitiría pensar en herir a la gente nunca más, pero en cada momento de descuido, mis pensamientos se dirigían hacia la violencia de forma automática. Era como si mi cerebro tuviera un protector de pantalla lleno de sangre y gritos y si alguna vez lo dejaba inactivo durante mucho tiempo, esos pensamientos se abrirían y se harían cargo. Empecé a adquirir aficiones que mantenían a mi mente ocupada—leer, cocinar, juegos de lógica—cualquier cosa que detuviera a ese protector de pantalla mentar de volver. Funcionó por un tiempo, pero tarde o temprano, tendría que dejar las aficiones e ir a la cama y luego yacería allí, solo en la oscuridad, y lucharía con mis pensamientos hasta que me mordía la lengua y golpeaba mi colchón y pedía clemencia.

Cuando finalmente me di por vencido en tratar de cambiar mis pensamientos, decidí que las acciones eran la siguiente cosa mejor. Me obligué a comenzar a dar cumplidos a la gente una vez más, y me obligué a permanecer lejos de los patios de los demás—prácticamente le agarré un miedo patológico a las ventanas, sólo de forzarme a no mirarlas. Los pensamientos oscuros seguían allí, por debajo, pero mis acciones quedaron limpias. En otras palabras, era muy bueno fingiendo ser normal. Si me encontrabas en la calle, nunca imaginarías lo mucho que quería matarte.

Había una regla a la que nunca reiniciaría; el monstruo y yo optamos por ignorarla por diferentes razones. Apenas una semana había pasado antes de que mamá me obligara a hacerle frente. Estábamos cenando y viendo Los Simpsons otra vez—momentos como aquél era prácticamente las únicas veces que hablábamos.

Estábamos cenando y viendo Los Simpson otra vez, momentos como aquel eran prácticamente las únicas veces que hablábamos.

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“¿Cómo está Brooke?” preguntó mi madre silenciando la tele. Mantuve mis ojos fijos en la pantalla.

Está genial, pensé. Tiene un cumpleaños dentro de poco y me encontré con la lista de invitados completa para su fiesta de pijamas arrugada en la basura de su familia. A ella le gustan los caballos, el manga y la música de los ochenta, y siempre llega justo lo suficientemente tarde como para tener que correr para alcanzar el autobús escolar. Sé su horario de clases, su GPA, su número de seguridad social, y la contraseña de su cuenta Gmail.

“No sé,” dije. “Está bien, supongo. No la veo muy a menudo.” Sabía que no debería estar siguiéndola, pero. . . bueno, yo quería. No quería renunciar a ella.

“Deberías invitarla a salir,” dijo mi madre.

“¿Invitarla a salir?”

“Tienes quince años,” dijo mi madre, “casi dieciséis. Es normal. Ella no tiene bichos.”

Sí, pero probablemente yo los tenga. “¿Se te olvidó todo lo sociópata?” pregunté. Mi madre frunció el ceño. “No tengo ninguna empatía, ¿cómo se supone que voy a formar una relación con alguien?”

Era una gran paradoja de mi sistema de reglas: si me obligaba a no pensar en las personas en las que más tendía a pensar, evitaría cualquier mala relación, pero evitaría cualquier buena relación con la misma intensidad.

“¿Quién dijo algo acerca de una relación?” dijo mi madre. “Puedes esperar hasta los treinta para tener una relación si quieres—sería mucho más fácil para mí. Sólo estoy diciendo que eres un adolescente y debes divertirte.”

Levanté la vista hacia la pared. “No soy bueno con la gente, mamá,” le dije. “Tú más que nadie deberías saber eso.”

Mamá se quedó en silencio por un momento y traté de imaginar lo que estaba haciendo—frunciendo el ceño, suspirando, cerrando los ojos, pensando en la noche en la que la amenacé con un cuchillo.

“Has estado mucho mejor,” dijo al fin. “Ha sido un año difícil y no has sido tú mismo.”

Había sido más yo mismo en los últimos meses de lo que nunca lo había sido en mi vida, en realidad, pero no iba a decírselo.

“Lo que tienes que recordar, John,” dijo mi madre, “es que todo es cuestión de práctica. Dices que no eres muy bueno con la gente—bueno, la única manera de mejorar es salir y hacerlo. Hablar. Interactuar. No vas a desarrollar habilidades sociales sentado aquí conmigo.”

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Pensé en Brooke, y los pensamientos sobre ella llenaron gran parte de mi mente—algunos buenos, otros muy peligrosos. No quería renunciar a ella, pero no confiaba en mí mismo a su alrededor tampoco. Era más seguro de esta manera.

Mamá tenía un punto, sin embargo. La miré rápidamente—el rostro cansado, la ropa desgastada—y pensando en lo mucho que se parecía a Lauren. Lo mucho que se parecía a mí. Ella comprendió lo que estaba pasando, no por experiencia, sino a partir de la empatía pura y despejada. Ella era mi mamá y me conocía, pero yo apenas la conocía en absoluto.

“¿Por qué no empezar con algo más fácil?” le dije, cogiendo mi pizza. “Voy a, ya sabes, llegar a conocerte y después seguir desde allí.” La miré de nuevo, esperando algún tipo de comentario despectivo sobre cómo hablar con otras personas era ‘seguir’ para ella, pero en su lugar vi sorpresa. Sus ojos estaban muy abiertos, su boca estaba apretada, y había algo en la esquina de su ojo. Vi como se desarrollaba una lágrima.

Ella no estaba triste. Conocía los estados de ánimo de mi mamá lo suficiente como para decir eso. Este tipo de lágrimas, eran algo que nunca había visto antes. ¿Shock? ¿Dolor?

¿Alegría?

“Eso no es justo,” le dije, señalando la lágrima. “Ponerse sentimental conmigo es hacer trampa.”

Mi madre ahogó una carcajada y me dio un gran abrazo. La abracé con torpeza, sintiéndome estúpido, pero del tipo contenido. El monstruo miró a su cuello, delgado y sin protección y se imaginó cómo sería romperlo por la mitad. Me fulminé con la mirada a mí mismo y retiré el abrazo.

“Gracias por la pizza de esta noche,” le dije. “Está buena.” Era el único cumplido que podía pensar.

“¿Por qué dices eso?” preguntó.

“No hay ninguna razón.”

* * *

Mientras las semanas se convertían en meses, la investigación continuaba, pero con el tiempo se dieron cuenta de que las matanzas se habían detenido para siempre, y el condado de Clayton se deslizó lentamente hacia una apariencia de normalidad.

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Sin embargo, la especulación era común, y las teorías crecieron más salvajemente con el tiempo: tal vez era un vagabundo o un asesino en busca de una emoción; tal vez se trataba de un hombre que cosechaba órganos para el mercado negro; tal vez se trataba de una secta diabólica que utilizaba a las víctimas en los indecibles rituales. La gente quería que la explicación fuera tan grande y llamativa como los propios asesinatos, pero la verdad era mucho más aterradora: el verdadero terror no proviene de monstruos gigantes sino de los pequeños y de aspecto inocente. Personas como el señor Crowley.

Personas como yo.

Tú nunca nos verás venir.

FIN DEL PRIMER LIBRO

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MR. MONSTER

Maté a un demonio. No sé si técnicamente era un demonio de verdad, pero sí sé que era una especie de monstruo con garras y colmillos y todo el asunto, y que mató un montón de gente. Así que lo maté. Creo que era lo correcto. Al menos se detuvieron las muertes. Bueno, pararon por un rato.

En I Am Not a Serial Killer, John Wayne Cleaver salvó a su pueblo de un asesino aun más espantoso que los asesinos en serie que estudia obsesivamente. Pero resulta ser que incluso los demonios tienen amigos, y la desaparición de uno de ellos ha atraído a otro al Condado de Clayton.

Pronto hay nuevas víctimas para que John trabaje en la morgue, y un nuevo misterio que resolver. Pero John ha probado la muerte, y la naturaleza oscura que usaba como arma, la persona oscura que él llama “Sr. Monstruo”, puede que ahora lo esté usando a él.

Nadie está a salvo en Clayton, a menos que John pueda vencer a dos adversarios de pesadilla: el demonio desconocido que debe cazar, y el demonio interno del que nunca puede escapar.

En esta secuela de su brillante debut, Dan Wells sube las apuestas con un thriller que es igual de fascinante e incluso más intenso. Se disculpa por adelantado por las pesadillas.

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CRÉDITOS • FORO DARK GUARDIANS

http://darkguardians.foros-activos.es/forum

• TRADUCTORAS A CARGO Verittooo y Clyo

• TRADUCTORAS

Clyo DarkVishous Nanao-chan Fallen Star maricel_redbird Nikky* Sanmar Verittooo Kar yuki_252 Sofy Guts Fran Maddie Arantxa Rodríguez

• CORRECTORA A CARGO Fangtassia

• CORRECTORAS

Caroliberta Anvi15 Endri_rios Serena Fangtasiia. Afroday Verittooo

• DISEÑO

Pamee

• RECOPILACIÓN Y REVISIÓN FINAL Verittooo y Clyo

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