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Junto a sus primos los ostrogodos, los visigodos llegaron a las fronteras del Imperio Romano huyendo de los Hunos. Un trágico error romano les dio la victoria en la batalla de Adrianópolis y desde entonces formaron parte del mundo romano, ayudando con sus guerreros a Roma. Hasta que en 476 dC, Teodorico, rey de los ostrogodos, depuso al último emperador romano. Mientras, los visigodos, asentados en España, habían fundado un reino que habría de existir hasta la invasión musulmana del año 711. Í N D I C E 1.- INTRODUCCIÓN. Por José I. Lago 2.- ORÍGENES HISTÓRICOS DEL PUEBLO GODO 3.- LOS GODOS Y EL IMPERIO ROMANO. LA FRONTERA DEL DANUBIO 4.- LOS GODOS Y EL IMPERIO ROMANO. ADRIANÓPOLIS 5.- LOS GODOS Y EL IMPERIO ROMANO. ROMA 6.- LOS GODOS Y EL IMPERIO ROMANO. DE ITALIA A LA GALIA 7.- SUEVOS, ALANOS Y VÁNDALOS 8.- EL REINO VISIGODO DE TOLOSA 9.- EL REINO VISIGODO DE TOLEDO. LA GÉNESIS 10.- EL REINO DE LOS SUEVOS EN HISPANIA 11.- EL REINO DE TOLEDO. LEOVIGILDO, HERMENEGILDO Y RECAREDO 12.- EL REINO DE TOLEDO. DE LIUVA A RECENSVINTO 13.- SAN LEANDRO Y SAN ISIDORO 14.- EL REINO DE TOLEDO. DE WAMBA A RODRIGO 15.- EL FIN DEL REINO VISIGODO

Historia de Los Visigodos

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Page 1: Historia de Los Visigodos

Junto a sus primos los ostrogodos, los visigodos llegaron a las fronteras del Imperio Romano huyendo de los Hunos. Un trágico error romano les dio la victoria en la batalla de

Adrianópolis y desde entonces formaron parte del mundo romano, ayudando con sus guerreros a Roma.

Hasta que en 476 dC, Teodorico, rey de los ostrogodos, depuso al último emperador romano.

Mientras, los visigodos, asentados en España, habían fundado un reino que habría de existir hasta la invasión musulmana del año 711.

Í N D I C E1.- INTRODUCCIÓN. Por José I. Lago

2.- ORÍGENES HISTÓRICOS DEL PUEBLO GODO

3.- LOS GODOS Y EL IMPERIO ROMANO. LA FRONTERA DEL DANUBIO

4.- LOS GODOS Y EL IMPERIO ROMANO. ADRIANÓPOLIS

5.- LOS GODOS Y EL IMPERIO ROMANO. ROMA

6.- LOS GODOS Y EL IMPERIO ROMANO. DE ITALIA A LA GALIA

7.- SUEVOS, ALANOS Y VÁNDALOS

8.- EL REINO VISIGODO DE TOLOSA

9.- EL REINO VISIGODO DE TOLEDO. LA GÉNESIS

10.- EL REINO DE LOS SUEVOS EN HISPANIA

11.- EL REINO DE TOLEDO. LEOVIGILDO, HERMENEGILDO Y RECAREDO

12.- EL REINO DE TOLEDO. DE LIUVA A RECENSVINTO

13.- SAN LEANDRO Y SAN ISIDORO

14.- EL REINO DE TOLEDO. DE WAMBA A RODRIGO

15.- EL FIN DEL REINO VISIGODO

16.- EL FIN DE LOS VISIGODOS

17.- EL EJÉRCITO GODO 04-05-03

18.- LA BATALLA DE ADRIANÓPOLIS

19.- BIBLIOGRAFÍA

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INTRODUCCIÓN

 

¡Los bárbaros!

Los causantes de la ruina de Roma, de la destrucción de la Civilización, de pillajes y caos sin medida. Así se nos han presentado durante siglos y siglos a los pueblos que destruyeron el Imperio Romano de Occidente, ya que el de Oriente continuó su existencia hasta el año 1.453.

¿Quiénes eran estos barbaros?

La palabra "bárbaro" significa "extranjero" en latín, pero tal debió ser el poso que quedó en los habitantes del Imperio que a su primitivo significado se le añadió otro mucho más terrorífico.

El principal peligro del Imperio Romano venía de su larguísima frontera septentrional, formada por los cursos de los ríos Rin y Danubio, ya que en el sur, en África y en el Este, el peligro no fue realmente grave comparado con el que se gestaba más allá de las fronteras fortificadas bañadas por estos dos caudalosos ríos centroeuropeos.

Los "bárbaros" más conocidos son los germanos, que habitaban lo que hoy es Alemania, Austria, parte de Suiza y se extendían hacia el Este. En realidad, salvo los hunos y pocos más, los romanos consideraron a todos los "enemigos europeos" como germanos, ya que, o bien lo eran realmente, o bien, como en el caso de los godos, habían pasado tanto tiempo entre ellos que se habían germanizado. Los germanos eran una raza formada por multitud de tribus que, o bien se dedicaban a matarse entre sí o bien a crearle problemas a Roma. Tras aquellas fronteras fortificadas los germanos sabían que existía un paraíso de orden y cultura, de enorme riqueza y extensión, mientras ellos vivían en sus selvas boscosas o sus macizos montañosos. Y evidentemente, a los germanos les gustaba la idea de entrar en el Imperio, idea que a los romanos no les hacía la menor gracia, ya que aquella entrada sólo sería el vehículo de su destrucción, y por eso Roma había fortificado las fronteras y colocado allí a sus legiones, para impedir la invasión que los germanos intentaban una y otra vez, incansablemente.

Sin embargo, a lo que temían realmente los romanos no era a una razzia o expedición de saqueo que podía cruzar las fronteras, saquear un par de aldeas y volverse con el botín a su selva. Lo que verdaderamente temían los romanos era una invasión masiva, una migración de naciones enteras que desbordara las fronteras.

La primera gran migración conocida por Roma fue la de los cimbrios, teutones y otros más que reunió a más de 800.000 personas que desde el Quersoneso Címbrico (la actual península de Dinamarca) habían llegado a las puertas de Italia arrasando todo a su paso. Aquella aventura costó a Roma las espantosas derrotas de Noreia (113 aC) y Arausio (105 aC) que causaron casi 100.000 muertos entre legionarios romanos y aliados italianos. Sólo el genio militar de Cayo Mario consiguió frenar a los invasores en las brillantes batallas de Aquae Sextiae (102 aC) y Vercellae (101 aC) exterminando a los invasores y consiguiendo salvar a Roma y a la Civilización del desastre.

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El sobrino de Cayo Mario, un procónsul llamado Cayo Julio César, llegó a la provincia que el Senado le había asignado para gobernar, la Galia Cisalpina, justo cuando 368.000 helvecios, habitantes de la actual Suiza y alrededores se preparaban para lanzarse a depredar las Galias. Tras vencerlos (58 aC) y enviar a los supervivientes de regreso a su hogar, César supo que las Galias estaban siendo utilizadas como cabeza de puente de una invasión germana que ya tenía a 150.000 germanos allí. Y allí fue César y allí se quedaron la inmensa mayoría de esos germanos que sirvieron de abono para la próxima cosecha.

Aquella campaña impresionó tanto a César que decidió que si los galos no eran capaces de defender su tierra de los germanos tendría que hacerlo Roma por ellos, y César conquistó las Galias y llevó las fronteras de Roma hasta el Rin. El asesinato de César impidió a Roma conquistar Germania y establecer un colchón de seguridad más amplio, y así se quedó la frontera. A pesar de los esfuerzos de Druso que llegó en una soberbia campaña ¡hasta el Elba!, la derrota del inútil de varo en Teutoburgo sirvió de excusa a Augusto para retirarse de Germania. Mala estrategia aquella que dejó hipotecado el futuro del Imperio durante siglos y que al final causaría su ruina, ya que poco después, por el siglo I dC, los habitantes de la zona sur de la actual Suecia, lo que llamaban Götaland, cruzaron el Báltico y se establecieron en el norte de la actual Polonia.

Eran los Godos.

Y entonces ellos no lo sabían, pero la estrategia pasiva de Augusto, continuada después por los sucesivos emperadores romanos con respecto a Germania serviría para que ellos pudieran asentarse tranquilamente allí, hasta que a principios del siglo III se instalaron a orillas del mar Negro, en la zona de Crimea, de donde fueron expulsados por los temibles Hunos. Para entonces los godos se habían desgajado en dos naciones: los Visigodos y los Ostrogodos. Cuando le pidieron permiso al emperador Valente, un auténtico inútil, para cruzar la frontera del Imperio Romano el inútil se lo dio, y la cosa acabó en el año 378 con el ejército romano de Occidente exterminado en Adrianópolis, el inútil de Valente muerto y los godos campando a sus anchas por el Imperio.

Cuando el rey ostrogodo Odoacro se proclamó rey de Italia deponiendo al último emperador romano, Rómulo Augústulo, enviándole a una lujosa villa con una pensión y devolviendo las enseñas imperiales a Bizancio, capital del Imperio Romano de Oriente, en el año 476, los visigodos ya se habían asentado en España y formado un reino que habría de existir hasta que en 711 la invasión musulmana lo destruyó. Fue el primer reino genuinamente español, germen de lo que sería la nación española. En ese nuevo reino convivieron los hispano-romanos y los visigodos aunque nunca llegaron a fusionarse. El Reino Visigodo de España se hundió en 711 por problemas internos y traiciones, un ejército musulmán invadió España justo cuando los visigodos acababan de salir de una nueva guerra civil. Para plantar cara a los musulmanes el rey vencedor, don Rodrigo, tuvo que contar con los vencidos pero en plena batalla de Guadalete éstos se pasaron a las filas del invasor. El ejército de don Rodrigo fue vencido por los musulmanes y toda la península, a excepción de Asturias, quedó bajo dominio mahometano. La población hispano-romana ni supo ni pudo reaccionar mientras destacados elementos de la sociedad como algunos clérigos de importancia y buena parte de la comunidad judía se ponían de parte del invasor.

Pero no todo se vino abajo tan fácilmente como la mayoría de los historiadores creen.

Ni mucho menos.

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Varios nobles visigodos escaparon a Asturias, la única zona libre y uno de ellos, un oficial de don Rodrigo llamado Pelayo, consiguió derrotar el 22 de julio de 722 a una expedición de conquista musulmana en la épica batalla-trampa de Covadonga, salvando a Asturias del dominio musulmán. Don Pelayo fue elegido rey y así se conseguirá la creación de un pequeño pero férreo núcleo de resistencia al invasor mahometano que tras ¡ochocientos años! de durísima lucha consiguió, en 1.492, expulsar de España a los últimos invasores musulmanes.

¡Casi nada!, aunque para entonces "visigodos" ya no quedaban, puesto que la conquista musulmana impulsó la necesidad de un cambio rápido en absolutamente todo el pensamiento tanto militar como social, económico y político y las estructuras visigodas fueron sustituidas por otras más adecuadas a la nueva realidad. Pero fueron visigodos los que allí resistieron, conscientes de que su mundo había muerto y creando uno nuevo a la vez que luchando por su existencia. Gracias a ello, gracias a esa conjunción de mantener lo mejor (el carácter guerrero) y desechar lo peor (todo lo demás), la población española no se rindió a la invasión musulmana, permaneció mayoritariamente fiel a su religión cristiana a pesar de las persecuciones a que fue sometida y permaneció fiel a su ideal de nación libre e independiente, nuestra bandera desde los tiempos de los Iberos. Y por ello hoy España es una nación libre, democrática e integrada en el mundo Occidental, el Mundo Libre y no la finca de un sultán.

Los visigodos fueron los responsables de la pérdida de España, primero por no comprender el gravísimo peligro que amenazaba desde el sur, segundo porque ni supieron ni quisieron fundirse con la población hispano-romana y tercero porque con sus luchas internas comprometieron la seguridad de la nación.

Pero al menos lo mejor de ellos, aún perdiendo toda su identidad como pueblo, consiguió salvar la parte fundamental de la cultura española y dejar el terreno preparado para que España consiguiera al fin su Libertad e Independencia.

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2.- Orígenes históricos del pueblo godo.

El pueblo godo tiene su origen histórico en las tierras del Sur de lo que hoy es Suecia. Los godos eran un pueblo indoeuropeo, de tronco nórdico. Su lengua, hasta donde se sabe de ella, entronca con el germano antiguo y posiblemente tuviera la misma raíz. No se sabe con certeza en qué época los godos se diferenciaron de otros pueblos nórdicos vecinos de ellos, tales como gépidos, jutos, etc. Por ello no es posible trazar con total exactitud las raíces de los godos hasta su primer origen. 

Lo que sí es cierto es que los godos entran en la historia cuando autores romanos los mencionan como habitantes de las costas bálticas de los que hoy es Alemania y Polonia ya en el siglo I d.C. Su migración desde Escandinavia no puede ser datada con precisión aunque se suele aceptar la primera mitad de ese siglo como fecha aproximada. 

A lo largo de casi dos siglos los godos van emigrando hacia el Sureste hasta establecerse, en la primera mitad del siglo III d.C., en las orillas del Mar Negro, al Este del río Dniester, en lo que hoy son Moldavia y Ucrania. 

Ese rincón de Europa debió ser entonces muy concurrido, pues allí se encuentran sármatas, vándalos, alanos, restos de los escitas, y presionando desde el Este, comienzan a hacer su aparición los hunos. Esta amalgama de pueblos, escasamente civilizados, a menudo en guerra los unos contra los otros, que habitaban el territorio de la actual Ucrania, sobrevivía a base de hacer incursiones dentro de la Dacia que ya no era una provincia romana sino un territorio fronterizo abierto a cualquier pillaje. 

Hasta el momento de asentarse en las costas del Mar Negro los godos tenían una estructura social muy similar a la de otros pueblos seminómadas. Todos los hombres adultos eran por definición hombres libres y guerreros. Se agrupaban según estructuras clánicas (esto es, se agrupaban familias con otras con las que compartieran vínculos de consanguinidad), en las que un grupo reducido de caciques eran los jefes del clan a efectos de impartir justicia y repartir las tareas. Sin embargo estos jefes no tenían poder ejecutivo, que quedaba reservado a la asamblea de hombres libres del pueblo godo, que en ocasiones de especial peligro o guerra nombraba a un líder que los condujera, líderes que los romanos llamaron “reyes” en sus crónicas. El godo normal vivía de la tierra, cultivándola junto con su familia más cercana. Sólo en tiempos de guerra tomaba las armas, lo que era derecho y deber de todo godo adulto. En consecuencia todos los hombres eran campesinos-soldados y hombres libres orgullosos de serlo. 

Esta cualidad de nación en armas o de pueblo guerrero sería precisamente la cualidad que les haría valiosos a los ojos del Imperio según el Imperio iba siendo progresivamente incapaz de mantener la seguridad y el orden en sus fronteras. Lo malo es que con ello el Imperio se acostumbraría (como veremos) a que los bárbaros fueran la solución militar para todos sus problemas.

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3.- Los godos y el Imperio Romano. La frontera del Danubio.

Dacia pone en contacto a los godos (y sus confederados) con el Imperio Romano al hacerlos vecinos. 

El contacto se acentuó cuando los godos, a partir del año 240, cruzan en varias ocasiones el Danubio para pillar en tierras imperiales, en Moesia y Tracia. A la vez los godos van asentándose en Dacia, donde explotan las riquezas minerales que luego exportan al Imperio. 

Esta situación provoca un cambio radical en la economía y en la sociedad de los godos, que pasan de ser un pueblo seminómada en el que todos los hombres libres tienen los mismos derechos ante sus caudillos, y en el que todos los hombres son guerreros en potencia, a una economía agrícola en la que existen varias castas especializadas. Por un lado aparecen campesinos que quedan liberados, a cambio de cultivar las tierras, de la obligación de guerrear. Aparece una casta de guerreros profesionales, y aparece una aristocracia goda que en un primer momento basa su riqueza y su poder en las ganancias del comercio con el Imperio. Este cambio a una economía agrícola (con la excepción de la aristocracia, como queda dicho) es fundamental porque a partir de ese momento la política de los godos como pueblo es encontrar tierras fértiles en las que poder asentarse. Este proceso de transformación económica y social se da en todo el territorio ocupado por los godos, pero de forma más acentuada en los godos del Oeste, al calor de la tranquilidad del “limes”, mientras que sus primos del Este tienen su retaguardia abierta a incursiones de escitas o hunos. 

La potencia militar de los godos se incrementa porque de sus vecinos reciben varios adelantos tecnológicos: la equitación, los estribos, el arco, y las tácticas de caballería armada con arcos. Con estos avances más la incipiente riqueza del comercio con el Imperio los godos se transforman en una potencia entre los pueblos de su entorno, y por ello, en un problema cada vez mayor para el Imperio. 

La penetración en Dacia acentúa la diferencia entre las dos ramas de los godos, los visigodos (o “godos del Oeste”), habitantes de la Dacia, y los ostrogodos (o “godos del Este”), separados de los anteriores por el río Dniester. 

No se sabe a ciencia cierta hasta donde llega esta distinción entre visigodos y ostrogodos. Ciertamente, ambos grupos seguían hablando la misma lengua, tenían las mismas leyes orales, y si existe una diferencia en su estructura social se debe a la diferente situación política de sus asentamientos: estable en el Oeste, donde no hay riesgo de ataques; inestable al Este, donde pueblos aún más bárbaros que los godos pillan lo que pueden. 

Mi particular punto de vista es que cuando el Dniester pasó a ser frontera de las dos “provincias” godas, una al Oeste y otra al Este, en cada una de ellas los hombres libres se agruparon en torno a un número limitado de clanes o caudillos clánicos que eran los que los guiaban y mandaban, por la natural tendencia humana a confiar en el que uno conoce y está cerca y desconfiar del que vive lejos y además no es pariente tuyo. 

La importancia de los godos en la economía de la zona, y por supuesto, la importancia de su potencia militar, que era un peligro en potencia para la frontera del Danubio, llevó al

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emperador Aureliano (ese emperador que se proclamó nada menos que “deus et dominus natus”, esto es, “nacido dios y señor”) reconocer legalmente el asentamiento godo en Dacia, en el año 270. De este modo, el Imperio reconocía a los godos como nación vecina y amiga... de momento, pues las incursiones godas al otro lado del Danubio, aunque menores, siguieron, no obstante lo que dijeran los tratados.

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4.- Los godos y el Imperio Romano. Adrinópolis.

Pero los godos eran imprescindibles para la seguridad del “limes” danubiano, y así, Constantino el Grande los convirtió en federados del Imperio el año 332. En ese punto de la historia, los godos eran un pueblo semibárbaro, si se les compara con otros vecinos como sármatas y alanos: estaban asentados, habían comenzado a aceptar la prédica cristiana (en la versión arriana)... Quizá Constantino y sus ministros consideraron un precio razonable pagar a los godos por proteger la frontera danubiana, en lugar de protegerla el Estado romano. 

Pero como un César, un Trajano, un Marco Aurelio, hubieran comprendido de inmediato, los subsidios eran vistos por los godos, correctamente, como lo que eran: una prueba de la debilidad del Imperio, de la impotencia del Imperio para mantenerlos fuera de sus fronteras. En lo sucesivo, si querían más oro, los godos sólo tenían que cruzar el río, saquear un par de pueblos y renegociar al alza los subsidios recibidos del Imperio. Oro que, por cierto, cada vez escaseaba más en el Imperio. 

Aplicando la lección, los godos cruzaron el Danubio en 348 para reclamar su soborno, perdón, quiero decir sus subsidios (que el Imperio había interrumpido con la excusa de que los godos habían atacado a los sármatas), derrotando después a un contingente de tropas imperiales. El emperador Constancio tuvo que pactar con ellos. No obstante, en 370 fueron derrotados por Valente en la guerra que éste libró contra un rebelde que pretendía su trono porque cometieron el error de aliarse con el bando perdedor. En ese momento volvieron a perder sus subsidios. 

La situación estaba más que clara: si quieres oro, amenaza al Imperio; si quieres que te paguen, derrótalos. Esto hubiera acabado en buena lógica con una guerra a muerte entre godos e imperiales a partir del momento en que el Imperio ya no pudiera pagar más o a partir del momento en que los godos no quisieran mantener el feudo. 

Pero la situación se precipitó cuando los hunos arremetieron contra la retaguardia de los godos, los derrotaron, y los godos corrieron a pedir auxilio al Imperio (¿no eran federados suyos, después de todo?). El emperador Valente, con gesto magnánimo, les permitió cruzar el Danubio en 376 y asentarse en Tracia. Con ello Valente había metido al enemigo en casa y además había desguarnecido la frontera danubiana, que al Norte, carecía ya de toda defensa. 

Los godos que cruzaron el Danubio fueron los que vivían en la Dacia, es decir, los visigodos, más algunos primos suyos ostrogodos que habían cruzado el Dniester empujados por los hunos. El resto de los ostrogodos tuvo que rendir vasallaje a los hunos. Más difícil es precisar el número de godos que cruzaron el río. Si se calcula una media de 5 miembros por familia, el número de 200.000 guerreros más sus familias se antoja exagerado. Quizá 200.000 godos en total, con una estimación máxima de unos 300.000, incluyendo no combatientes, estaría más cerca de la realidad, con un número de guerreros que oscilaría entre 40 y 100.000, dependiendo de si los campesinos-soldados tomaban las armas o no. 

Bueno, y a todo esto ¿dónde están los subsidios en oro? Los godos querían su oro aunque ahora estuvieran al otro lado del Danubio. Los imperiales tenían otro punto de vista. Si no había defensa del “limes” no había oro. 

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Y en buena lógica, los godos hicieron lo que cabía esperar, recorrer Tracia, Mesia y el resto de los Balcanes saqueando y pillando. 

El emperador Valente se asustó lo bastante (no por los saqueos, ojo, sino porque los godos amenazaban su espléndida capital, Constantinopla) como para enviar contra ellos un ejército al frente del cual se puso él mismo. Además, pidió ayuda al emperador de Occidente, que era su sobrino Graciano. 

Sin embargo, Valente decidió no esperar a su sobrino, quizá para llevarse él todo el mérito, y atacó a los godos, que mientras él avanzaba habían intentado tomar Adrinópolis. Las fuerzas de Valente se elevaban a unos 50-60.000 soldados, bien entrenados y encuadrados, aunque algo inferiores en caballería. Sin embargo, era una fuerza impresionante. 

Ambos ejércitos chocaron. Corría el año 378 d.C. El relato de la batalla de Adrinópolis se cuenta en otra parte de la web del mestre José I. Lago, y por ello no será relatada de nuevo. Para nuestro relato es suficiente saber que tras la derrota imperial los godos se hicieron los amos y señores de los Balcanes. Sólo su inexperiencia en el arte de los asedios impidió que las grandes ciudades, y entre ellas Constantinopla, cayeran en sus manos.

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5.- Los godos y el Imperio Romano. Roma.

En Occidente reinaba un nuevo emperador, el español Teodosio, veterano y experimentado militar que no iba a consentir que los godos fueran los amos de los Balcanes. En consecuencia entre 378 y 382 guerreó contra ellos hasta lograr su derrota y sumisión. Teodosio renovó el feudo y por él los godos recibieron tierras en Tracia y Mesia, provincias que ellos mismos habían despoblado y arruinado. 

El feudo trajo la paz, y la paz duró mientras Teodosio vivió, porque Teodosio (y los godos) comprendió lo que Valente no fue capaz, que sólo la mano dura podía mantener quietos a los godos y hacerlos respetar el feudo con el Imperio. 

Pero Teodosio murió y como consecuencia inmediata los godos reanudaron sus correrías sin que nadie se lo impidiera. Tras agotar los recursos de Tracia y Mesia se desplazaron hacia Grecia, en la que se asentaron... de momento. Corría el año 390. 

El regente del Imperio de Oriente, Rufino [1], un ostrogodo que había llegado a ser el tutor del legítimo emperador y hombre fuerte del Estado, le propuso en 401 un pacto a Alarico, rey de los godos. Le nombraría “magíster militum” de Iliria y le daría tierra allí a cambio de su abandono de Grecia y la paz con el Imperio. Con semejante nombramiento, Rufino reconocía una vez más la debilidad del Imperio, que ahora se agravaba un grado más puesto que darle a Alarico ese nombramiento significaba reconocerle como amo absoluto de Iliria, sin subordinación al Imperio mas que a través de un pacto (pacto que los godos y Rufino con ellos ya sabían lo que duraban). Sin embargo, la jugada era astuta porque Iliria era una provincia fronteriza con el Imperio de Occidente que normalmente pertenecía a éste, pero que por los tumultos habidos tras la muerte de Teodosio estaba en poder del Imperio de Oriente. De ese modo Rufino le traspasaba el problema de los godos al emperador de Occidente, Honorio, hijo de Teodosio. 

Y en efecto, esta tarea de pasar la patata caliente le salió de perlas a Rufino porque una vez que los godos vieron que Iliria era una tierra más agreste y pobre que la que habían dejado, imposibilitados de dar la vuelta, planearon invadir Italia para pasar a la Galia. Los godos pasaron a ocupar el Norte de Italia (aquella Galia Cisalpina que en otro tiempo gobernara César), y ya no como amigos. Sin embargo sus planes de invasión fracasaron tras ser derrotados por Estilicón, un general vándalo que era el regente de Honorio, emperador de Occidente. Tras derrotar a los godos Estilicón les propuso un nuevo pacto: Alarico mantendría su título de “magíster militum” de Iliria y tendría oro. 

Los godos aceptaron (qué remedio les quedaba), pero Alarico no volvió a Iliria, y sus guerreros se quedaron donde estaban, porque el godo, que no era tonto, comprendió que el pacto sólo tendría validez mientras Estilicón fuera lo bastante fuerte como para sostenerlo. Alarico podía esperar. 

Estilicón hacía lo que podía por mantener la dignidad imperial, y por ello su plan a largo plazo era atacar y acabar con los godos, pero mientras tanto otros bárbaros invadieron en Norte de Italia, y ya para acabarlo todo, Estilicón desapareció de la escena en 407 para atender unas gravísimas noticias que le llegaron del “limes” del Rin: una coalición de suevos, vándalos y alanos había cruzado el río la Nochevieja de 406 y derrotado a los

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francos, otro pueblo germano federado al Imperio y que era responsable de la seguridad del Rin. 

Con Estilicón fuera del juego, Alarico reanudó sus correrías por el Norte de Italia, poniendo cerco a Milán (la que no llegó a tomar), llegando a las cercanías de la capital de Honorio, Rávena (ciudad rodeada de pantanos y bien abastecida desde un puerto inexpugnable... para los godos, que no tenían flota), e incluso amenazando Roma. 

La reacción de Honorio fue digna de un emperador de aquellos tiempos. No hizo nada. Él vivía feliz en Rávena dedicado a labores... digamos lúdicas, con su corte de efebos. Peor aún, fue lo bastante idiota como para dejarse enredar en una conspiración palaciega, llamar de vuelta a Estilicón y asesinarle en el año 408. 

Parte de las tropas de Estilicón se unieron a Alarico. Estas tropas no eran romanas, sino que estaban formadas por bárbaros: hunos, godos, alanos... y en consecuencia no se sentían vinculadas con el Imperio mas que a través de la fidelidad de su general. Pero su general ya estaba muerto y en consecuencia se buscaron un nuevo patrón. 

Con estos refuerzos Alarico asoló la mitad septentrional de Italia sin impedimentos, hasta llegar al fatídico día del 24 de Agosto de 410 en que saqueó con sus tropas Roma. Lo que Aníbal no fue capaz de hacer, lo que Atila no conseguiría, lo había logrado Alarico con la complicidad de un emperador rastrero e incompetente y de un puñado de patricios romanos que no tuvieron reparos en abrir las puertas de Roma a los godos a cambio de que sus propiedades no fueran tocadas.

[1] La degeneración de ambos Imperios puede verse con claridad en el hecho de que el gran Teodosio dejara a dos bárbaros como regentes de sus hijos, los emperadores de Occidente y Oriente. Sin embargo, Teodosio fue listo, porque Rufino y Estilicón defendieron los intereses de sus señores con una lealtad que ningún patricio romano hubiera prestado.

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6.- Los godos y el Imperio Romano. De Italia a la Galia.

Saqueada Roma, los godos ponen rumbo al Sur, con la vaga idea de embarcar para Cartago y las ricas provincias agrícolas del Norte de África. Tarea difícil ya que los godos desconocían el arte de navegar. Como fuera, la muerte de Alarico en 411 paraliza estos planes, y entonces los godos, guiados ahora por Ataúlfo, invierten su marcha y se dirigen al Norte de Italia para luego marchar a la Galia. Saqueando por el camino, eso sí. 

Aquí hacemos una digresión para hablar (no por última vez) de Gala Placidia, hermanastra del emperador Honorio y rehén de los godos desde el saqueo de Roma. 

Esta dama debió influir mucho en la corte goda, porque los godos pasaron de ser el mayor problema de orden público del Imperio de Occidente a unos fieles aliados que, si bien nunca dejaron de mirar por su beneficio, en lo sucesivo serían uno de los apoyos más firmes del trono en las Galias y en Hispania. No me creo que Gala Placidia hiciera esto por amor a su hermano, ni por amor a Roma. Aunque no es algo más allá de toda duda, casi con seguridad lo que trató de hacer fue elevar al trono de Occidente a su descendencia con el apoyo de la fuerza militar goda. Y para llevar a cabo tal deseo necesita dos cosas: que los godos acepten apoyar el trono imperial, y que los godos acepten vivir conforme a un marco legal (que diríamos hoy) estable. El discurso que Paulo Orosio pone en boca de Ataúlfo durante su boda no puede provenir sino de las maniobras de Gala Placidia. De lo contrario, no se entiende que el cuñado del difunto Alarico de repente comienza a cantar loas al Imperio y a la ley romana. ¡Con la cantidad de veces que la había quebrantado! 

Por supuesto, a cambio de este apoyo godo al Imperio no quedaba más remedio que reconocer el dominio godo sobre Provenza, legalizando su posesión. 

Como paso previo, el emperador Honorio usó a Ataúlfo para restablecer su autoridad en la Galia, donde, desde 407, se sucedían “emperadores” a una velocidad de vértigo, apoyados unos por pueblos bárbaros, otros por la aristocracia galorromana, en unas relaciones de poder que cambiaban de mes en mes. La Galia en aquella época era un “Rick´s Café Americain” en el que se mezclaban vándalos, suevos, alanos, francos, burgundios, godos, hunos... que estaban en guerra unos con otros, cambiando de bando cada poco tiempo y apoyando como “emperador” a marionetas que les pudieran hacer el juego. 

Ataúlfo cumplió bien su obligación, barriendo de enemigos de Honorio la Galia y sometiendo (más o menos) a los demás pueblos bárbaros a su autoridad. A cambio, Ataúlfo asienta a su pueblo en la Provenza, ocupando Narbona, Toulouse y hasta Burdeos, aunque no puede tomar Marsella. Con estos dominios Ataúlfo se ha convertido en amo y señor del Imperio de Occidente. Basta echar un vistazo al mapa para ver que los godos se asentaron justo donde cortaban las comunicaciones terrestres entre Italia y la Galia, y entre Italia e Hispania. 

Ataúlfo fija su capital en Narbona, y allí mismo, en 414, se casa con Gala Placidia. 

No se sabe con absoluta certeza si el feudo con los visigodos fue renovado antes o después de esta boda. Las negociaciones se iniciaron antes porque Honorio exigía la devolución de su hermana, cosa que no tendría sentido de otro modo, pero parece que la ratificación del acuerdo debió ser posterior a la boda. 

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Éste es el primer jalón en la creación del Reino godo de Tolosa. Con el asentamiento en Provenza y posterior feudo los visigodos tienen una base territorial sobre la que asentar su señorío. De ahí a poco (de hecho, lo dirán los hijos de Teodorico I) los godos dirán que aquellos trozos de la Galia en que se asientan es su “patria”, su tierra paterna. Casi simultáneamente al feudo comienzan a aparecer en la corte visigoda condes, secretarios, y otros funcionarios menores, que actúan al servicio de los godos en la administración de las tierras que habitan. Dicho de otro modo, los visigodos comenzarán a usar para su propio provecho y gobierno el aparato estatal del Imperio, lo que configura el segundo jalón del Reino de Tolosa. 

Poco después de restablecido el feudo, y en uso del mismo, Honorio usa a los godos para imponer orden en Hispania. En 415 los visigodos entran por primera vez en territorio peninsular como mandados del poder imperial. Y en ese papel limpian la Tarraconense de oponentes, destacando además guarniciones godas en Barcelona y Tarragona. 

Poco le dura su triunfo a Ataúlfo. En 415 es asesinado en Barcelona por un cliente de Sarus, un godo que primero fue aliado de Honorio, luego su enemigo, y con el que acabó Ataúlfo. Se hace con el poder de los godos un tal Sigerico, al que asesinan también al poco, haciéndose con el poder Valia, de la familia de Ataúlfo. Esta riña a puñaladas marca el comienzo del “morbus gothorum”, el regicidio, que era la manera más usual que tenían los visigodos para discutir los asuntos sucesorios. Andando los siglos, el “morbus gothorum” acabaría, para siempre, con el reino visigodo y también con el propio pueblo visigodo.

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7.- Suevos, alanos y vándalos.

He hablado de estos tres pueblos de pasada al referirme a su cruce del Rhin en el 406. Conviene hacer una digresión para hablar con más detalles de estos tres pueblos porque su historia va pareja con la de la propia Hispania. 

Los suevos eran un pueblo indoeuropeo, de la familia germánica. El origen geográfico de los suevos no está demasiado claro. Parece que estaban asentados en la costa del Báltico cuando la migración de godos y otros pueblos los empujó al Sur, estableciéndose a finales del siglo I d.C. en el alto Danubio. Allí son citados por primera vez por los historiadores romanos como uno de los pueblos germánicos contra los que luchó Marco Aurelio. Los suevos no eran un pueblo seminómada, como los godos, sino que eran agricultores y, cuando entran en la historia romana, estaban completamente sedentarizados. Sin embargo, la irrupción de los hunos a finales del siglo IV los empuja hacia el curso alto del Rhin, donde, coaligados con alanos y vándalos, intentarán varias veces el cruce del río, siendo rechazados por las tropas de frontera y por los francos al servicio del Imperio, hasta la Nochevieja de 406 en que lograrán el cruce sobre el curso del río congelado. 

Los vándalos eran otro pueblo indoeuropeo de familia germánica. Se cree que habitaban las regiones ribereñas del Báltico (en las actuales Alemania y Polonia) hasta que la llegada de los godos los obligó a desplazarse hacia el Sur, un poco actuando como vanguardia de los godos, hasta asentarse en las riberas del Mar Negro, siendo por tanto vecinos y en ocasiones aliados de los godos. Los ataques hunos que destruyeron el reino ostrogodo movieron a los vándalos hacia el Oeste, saltando del valle del Dniester al valle medio del Danubio, donde se encontraron con los suevos ya en movimiento, y con ellos siguieron avanzando hasta el curso alto del Rhin. 

Los alanos eran un pueblo también indoeuropeo pero de familia irania. Por tanto, de lengua distinta a la de suevos y vándalos. Se cree que los alanos eran primos de los hunos. Su origen no está claro. Unos apuntan a las estepas de Centroasia, mientras otros los hacen proceder del Norte del Irán. Se trataba de un pueblo nómada en el más amplio sentido de la palabra, y además sometidos s la presión de los hunos, lo que motivó que se desplazaran hacia el Oeste, hasta llegar a las costas y estepas de lo que hoy es Ucrania, donde formaron alrededor del siglo III un reino que abarcaba buena parte de lo que hoy es esta nación. En consecuencia, los godos se los encontraron allí cuando se asentaron en su vecindad. Las relaciones entre ambos pueblos, aunque no se les puede calificar de amistosas, tampoco parecen que estuvieran marcadas por el odio que más tarde sentirían los godos por los hunos. De los alanos los godos aprendieron el uso de la caballería, los estribos, los arqueros a caballo y parte de las artes metalúrgicas que practicaban. Por tanto el contacto entre ambos pueblos debió ser fructífero, especialmente por parte goda. Con los ostrogodos, los alanos trataron de resistir el empuje de los hunos, pero al ser derrotados marcharon hacia el Oeste siguiendo más o menos la ruta que antes siguieron los vándalos hasta llegar al limes romano situado en el Rhin. 

Explicados los orígenes de estos pueblos se puede comprender que su alianza era algo provisional. Los suevos, pueblo sedentario, buscaban tierras y estabilidad. Alanos y vándalos, seminómadas, buscaban botín. 

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Como ya se ha dicho, estos tres pueblos cruzaron el Rhin la Nochevieja del 406, derrotaron a los francos defensores del limes occidental, y entraron en las Galias. ¿Cuántos eran? No es fácil saberlo. Las estimaciones oscilan entre 100.000 y 500.000 personas. La última cifra es exagerada, mientras que la primera es escasa si se tiene en cuenta que, después de perder rezagados en la Galia [1], su número seguía siendo lo bastante numerosos como para poblar parcialmente tres provincias. Quizá la cifra de 300.000 personas, de los cuales unos 80-100.000 serían guerreros, es una estimación aceptable. De esta cifra el mayor contingente correspondía a los suevos. 

La coalición bárbara cruzó las Galias con rapidez, dejando una estela de pánico y saqueos detrás. Amagaron con asentarse en Bretaña, pero la resistencia de la población local les hizo desistir. A finales del Verano o principios del Otoño de 409 se plantaron frente a la vertiente atlántica de los Pirineos, prácticamente desguarnecidos, y los cruzaron en un amplio frente que iba de Roncesvalles a Somport. Habían entrado en Hispania. 

La entrada de estos bárbaros en la Península causó un efecto secundario de un alcance inimaginable para ellos. Las comarcas altas del Ebro, y las situadas más al norte, para entendernos, lo que hoy es La Rioja, la Baja Navarra, Álava, con parte de las actuales provincias de Burgos y Cantabria, eran de las más pobres de la Hispania romana, aunque bastante menos que las zonas aún más norteñas (lo que hoy son las provincias de Cantabria, Vizcaya y Guipúzcoa). La entrada de los germanos empujó a masas de población hacia el Norte y el Oeste desde las comarcas mencionadas en primer lugar. Entre ellos a los vascones que hasta entonces habían vivido al Sur del Ebro. Esta masa de gente se volcó sobre unas tierras ya de por sí pobres y azotadas además por revueltas (más antiseñoriales que antirromanas) desde finales del siglo III. Con lo cual se creó una situación explosiva. Los habitantes de estas tierras no tenían muchas más alternativas que dedicarse al pillaje y al saqueo. Se formaron bandas de “bagaudas”, gente pobre que no tenía nada que perder y que sólo subsistía de lo que saqueaba. Por contagio se alzaron bandas de cántabros y astures (pueblos ambos poco romanizados [2]) que se unieron a la revuelta “bagauda”. Los “bagaudas” pronto fueron un problema serio para el orden público en las mitades Norte de las provincias Tarraconense y Cartaginense. Sin fuerzas militares para contrarrestar la amenaza, el Imperio vio como en las comarcas indicadas la autoridad imperial o simplemente provincial se esfumaba. 

Ajenos de momento a lo que habían provocado, los bárbaros deambularon sin rumbo fijo por Hispania, saqueando a su paso, y sobre todo, creando en la hasta entonces tranquila Hispania un pánico tremendo. Aprovechando la confusión, un tal Máximo se proclamó emperador en Tarragona, aumentando el alboroto en Hispania. Ésta era, a grandes rasgos la situación en Hispania cuando Honorio decidió, con la ayuda de los soldados visigodos, poner un poco de orden. 

El Imperio ofreció a los bárbaros en 411 un pacto: aceptarían la condición de federados y a cambio recibirían tierras en Hispania. El trato fue aceptado. Los suevos se establecieron en la provincia Gallaecia, entre el Miño y el Duero. Los vándalos asdingos en las tierras situadas entre Lugo y Astorga. Los vándalos silingos en el Occidente de la provincia Bética, entre el Guadiana y el Guadalquivir. Los alanos en las tierras comprendidas entre Ávila, Salamanca, Plasencia y Toledo. Es de destacar que en ningún caso los bárbaros ocuparon o habitaron las ciudades romanas de estas comarcas. 

Sin embargo, mientras los suevos buscaban tierra y al obtenerla se quedaron tranquilos, para vándalos y alanos el feudo no significaba la paz. Los asdingos comenzaron una guerra

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con los suevos que acabó con su propia derrota, por lo que migraron al Sur junto a sus primos silingos. Llegados allí, los vándalos ahora reunidos nombraron un antiemperador, obligando a intervenir al Imperio. Las tropas imperiales fueron derrotadas (422), lo que, aparte de otras consecuencias, abrió a los vándalos la posibilidad de ocupar los puertos de la Bética, desde los cuales se dedicaron a ejercer piratería contra el Levante hispano, las islas Baleares, y el África romana. Esto último era gravísimo para el Imperio, pues ponía en peligro el suministro de grano a Roma e Italia. Ya de paso, los vándalos saquearon a conciencia Sevilla, Cartagena y otras localidades. 

Curiosamente, no por ello perdieron la condición de federados, y por ello organizaron una campaña contra los suevos, que amenazaban Mérida, pero al morir el jefe de los suevos cesó la amenaza y no hubo campaña. 

En la Primavera de 429 los vándalos, mejor dicho, su rey Genserico, decidieron embarcar para África con el fin de hacerse con las mejores zonas agrícolas del Imperio. Por increíble que pareciera, dado que nadie se les oponía, lograron barcos con los cuales lograron cruzar el Estrecho, llegando a Tánger y Ceuta [3]. Luego se desplazaron al Este, haciéndose (después varios años de lucha) con el control del África romana y controlando por tanto las fuentes de producción de la mayor región cerealera del Imperio, que en lo sucesivo tuvo que comprar el grano a los vándalos, además de soportar sus razzias piratas en el Mediterráneo Occidental. 

En Hispania el terreno queda despejado para que los suevos sean el poder predominante. Los suevos estaban más asentados que vándalos y alanos, pero no por ello eran menos bárbaros (culturalmente hablando) y en consecuencia, no desaprovecharon la oportunidad de expandir su reino, ocupando primero las comarcas abandonadas por los asdingos (422), luego la mitad norte de la Gallaecia (428-438), para luego saltar al valle del Tajo y posteriormente al del Guadiana, estableciendo guarniciones tan al Sur como Lisboa y Mérida (439). Contaban con dos puntos fuertes para esta expansión: su sólido asentamiento gallego (que garantizaba una retaguardia estable) y el hecho de que sus reyes eran católicos [4], por lo que eran vistos por muchos hispanos como mal menor frente a alanos y vándalos, arrianos teóricos, las más de las veces paganos puros y duros. Para el 446 los suevos ocupaban la Gallaecia, Lusitania, Bética y la mayor parte de la Cartaginense [5]. 

El cenit del reino suevo llegó en 449, cuando el rey Rékhila, católico, se casó con una hija del rey Teodorico de los visigodos, con lo que se convirtió en aliado de los godos a la vez que federado del Imperio y poder dominante “de facto” de la Península. Tan segura era su posición que actuando en salvaguarda de los intereses del Imperio, organizó dos expediciones contra los “bagaudas” [6].

[1] Un grupo de alanos lo bastante numeroso como para tener rey propio se asentó en Valence (Francia), donde aún se les encuentra treinta años más tarde según las crónicas de la época.

[2] ¿Y cómo podían estar poco romanizados si llevaban cerca de cuatro siglos bajo gobierno romano? Pues porque la romanización, entendida como proceso de aculturación de todos los pueblos comprendidos dentro del Imperio, y cuyo vehículo en Hispania es la

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urbanización, se hace menos intensa, hasta desaparecer, a partir de finales del siglo II, a consecuencia de la situación política del Imperio.

[3] El punto de origen del cruce fue Tarifa, según Gregorio de Tours. Tarifa, o Julia (Iulia) Traducta, según su nombre romano. Conviene no olvidar este nombre cuando lleguemos al final del reino visigodo.

[4] A partir de 448, aproximadamente.

[5] Esto no quiere decir que hubiera asentamientos suevos en todas estas regiones, ni tan siquiera que hubiera guarniciones o gobernantes suevos en ellas. Las más de las veces los suevos simplemente aprovechaban las discordias internas entre los hispanorromanos para colocar como obispos o condes a sus partidarios.

[6] Que por otro lado ya se habían llevado varios escarmientos a manos de las autoridades romanas de la Tarraconense con ayuda de los federados visigodos.

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8.- El reino visigodo de Tolosa.

Dejábamos a nuestros amigos los visigodos, después de un pequeño “intermezzo” sangriento, con un nuevo rey, Valia, establecidos en la Provenza, aunque sin dominar las grandes ciudades, y con parte de sus tropas en Hispania. 

Los godos eran indispensables para mantener el control imperial sobre las Galias, y conscientes de esto los visigodos se dedicaron a expandir su reino a costa de otros bárbaros, y también de los galorromanos, que tuvieron que defender de sus ataques Toulouse, Narbona, Marsella y Arlés, la capital de la prefectura de las Galias. En ningún momento recibieron castigo alguno del emperador Honorio, que bastante tenía con evitar que sus cortesanos no se apuñalaran entre ellos, o le apuñalaran a él mismo. 

La posición de los godos se vio incluso reforzada cuando, a la muerte de Honorio (423), y tras un breve interregno también un tanto sangriento, subió al trono de Occidente Valentiniano III, hijo de Gala Placidia, que se convertía en regente de su hijo (que sólo tenía 4 años) con el apoyo del Imperio oriental. Dados sus lazos con los visigodos, la dama Placidia perdonó a los visigodos pecadillos sin importancia como el saqueo de Arlés (427) y la práctica anexión a su reino de Septimania. 

Éste constituye el tercer jalón en la construcción del Reino de Tolosa. El Imperio ya no tenía poder para someter a los visigodos a su obediencia. El curso de los acontecimientos había dado de hecho la independencia a la nación visigoda respecto al Imperio. Y por ello este punto debe considerarse como la auténtica fecha de fundación del Reino de Tolosa. Paralelamente, los visigodos van reforzando su control sobre el aparato gubernativo de la Galia. En este punto ya destituyen y nombran condes (gobernadores locales o comarcales y jueces de los “romanos” ahora súbditos de los visigodos) a su antojo. 

Pero sigamos. En el juego de poder que siguió a la coronación de Valentiniano, en el cual la Galia, y no Italia, era el centro de atención, la posición de los visigodos sólo tenía rival en la figura de Aecio, un patricio romano que era amigo de los hunos y que contando con ellos como aliados impuso su poder en la parte central y septentrional de la Galia. Además intervino en la política imperial hasta derrotar a los “placidistas” y hacerse con el control del joven emperador. Llegó a un “modus vivendi” con la corte de Bizancio [1], y buscó y obtuvo la alianza con los visigodos, a los que renovó el feudo en 439. En 435 el Imperio había llegado a un acuerdo con los vándalos, según lo cual se les reconocía el dominio de Mauritania y parte de Numidia, lo que en la práctica era un reconocimiento de la independencia vándala, ya que el Imperio no podía derrotarlos militarmente. Las cosas fueron aún peor porque los vándalos (que sabían de sobra el valor de estos tratados) rompieron el pacto, haciéndose con Cartago, y dejando en la práctica al Imperio sólo con Tripolitania y parte de Mauritania como provincias soberanas. El Imperio volvió a pactar. No podía hacer otra cosa. 

¿Las consecuencias? La más importante, que el Imperio no podía pagar a los bárbaros los alimentos estipulados en los feudos. ¿El resultado? El aumento de los impuestos que pagaban los ciudadanos del Imperio para pagar el grano del que vivían Italia y los bárbaros. ¿La consecuencia? Rebelión contra el Imperio (un poco de bagaudas por todas partes); agitación de los bárbaros (que nunca necesitaban una excusa demasiado válida)... En estas circunstancias el Imperio de Occidente no era más que un árbol comido de

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parásitos que tenía los días contados. La fecha de su caída dependía de cuanto tiempo pudieran mantener el equilibrio de poder entre los bárbaros, y en este juego Aecio y sus aliados hunos eran la pieza clave. 

No es de extrañar que en estas circunstancias muchos nobles y magnates galorromanos, incluso obispos católicos que hasta entonces habían echado pestes de los “bárbaros herejes” (esto es, arrianos) se acercaran a los príncipes bárbaros buscando su ayuda o su protección. 

Éste es el cuarto jalón sobre el que se edificó el Reino visigodo de Tolosa. La corte visigoda pasa de ser un centro autónomo de poder (un Estado dentro del Estado) para ser el poder sin el que no se pude hacer nada en la Galia. Es decir, los visigodos suplantan al Estado romano allá donde llegan con sus guarniciones. El Imperio no puede hacer mas que resignarse y ceder el gobierno de los galorromanos a los visigodos. Esto es un reconocimiento de soberanía que ha añadirse al ya realizado de hecho reconocimiento de independencia que conformaba el tercer jalón del Reino de Tolosa. 

Pero sigamos, que la fiesta no ha acabado. Los hunos llevaban varios años recibiendo sobornos (o subsidios, tanto da) del Imperio. Los hunos no querían feudos ni tierras. Querían oro. Punto. Si había oro había paz. Si no... Y así estaban las cosas cuando Honoria, hermana de Valentiniano III, le envió una carta a Atila, jefe de la confederación de los hunos, en la que ¡le pedía su ayuda! porque su hermano pretendía casarla con el rey Genserico de los vándalos. Ella le ofrecía a Atila ¡casarse con él! a cambio de su ayuda [2]. Corría el año 450. 

Atila cazó la oportunidad al vuelo y pidió de dote la mitad del Imperio. O dicho de otro modo, pidió el Imperio de Occidente para sus herederos. Valentiniano III se negó, claro, y estalló la guerra. 

Valentiniano ordenó a Aecio que organizara un ejército que se enfrentase a Atila. El ejército “romano” que resultó de ello estaba formado por visigodos, francos, alanos, burgundios, algunos hunos fieles todavía a Aecio, y sorprendentemente, también por romanos. La principal fuerza de este ejército radicaba en la caballería visigoda y romana. 

Por su parte las tropas de Atila, aunque mayoritariamente de hunos, estaban integradas también por ostrogodos y por diversos pueblos germánicos. 

Ambos ejércitos chocaron el 20 de Junio de 451 en los Campo Cataláunicos, cerca de Mauriac (Francia). La victoria fue de las tropas al servicio del Imperio. Sin embargo, Atila no murió y los hunos siguieron siendo, aunque debilitados, algo a tener en cuenta. Justo lo que Aecio quería. Porque los visigodos eran enemigos acérrimos de los hunos, y tras esta victoria (en que murió su rey Teodorico I) se convirtieron en el pueblo bárbaro más poderoso de Occidente. Aecio necesitaba a los hunos como contrapeso. 

El hijo y heredero de Tedorico I, Turismundo, se hizo nombrar rey en su capital de Tolosa (Toulouse) y, consciente de su fuerza, rompió el feudo con el Imperio. 

Sin embargo esta política duró poco. Teodorico II y Federico, hermanos de Turismundo, le quitaron de en medio según práctica habitual visigoda (“morbus gothorum”), y restablecieron el feudo con el Imperio.

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Como consecuencia inmediata, Valentiniano ordenó a los dos hermanos (453-454) que marcharan a la Tarraconense para limpiarla de bagaudas. Cosa que hicieron. Pero en este caso, una vez liquidado el trabajo, los visigodos se aseguraron de dejar guarniciones permanentes en la provincia. Además, y según un pacto con los suevos por el Imperio, éstos abandonarían las provincias Tarraconense y Cartaginense. Como garantía de este pacto los visigodos ocuparon, en nombre del Imperio, varios puntos estratégicos en estas provincias. Se sabe que en Barcelona y Tarragona tuvieron guarniciones. También las hubo en otros puntos del valle del Ebro: Zaragoza y Calahorra, apoyos sin los cuales era imposible controlar a los bagaudas. No se sabe con absoluta certeza qué otros puntos controlaban los visigodos. Es fácil presumir que controlaban Cartagena y también Elche defendiéndolas a la vez de vándalos y suevos. Pero de otras ciudades sólo puede hacerse conjeturas. 

La siguiente convulsión del Imperio llegó en 455 cuando Valentiniano decidió quitarse de en medio a Aecio del mismo modo en que lo había hecho Honorio con Estilicón. Lo mandó llamar a Rávena y le asesinó. Poco después, dos clientes de Aecio (de origen alano) asesinaron al emperador. Muchos contemporáneos de aquellos sucesos (como Hidacio, obispo de la actual ciudad portuguesa de Chaves, entonces ciudad de Gallaecia) vieron en este asesinato el fin del Imperio. Con Valentiniano se extinguía la dinastía de Teodosio. 

Se autoproclamó emperador un tal Petronio Máximo, pero los visigodos apoyaron a Avito, un colaborador cercano de Aecio. Tras proclamar a Avito emperador en Tolosa y Narbona los visigodos marcharon a Italia. Pretendían ocupar la sede imperial y con ello, el reconocimiento del Imperio de Oriente a su candidato al trono [3]. 

Éste es el quinto jaló n en la historia del reino de Tolosa. Los visigodos comienzan ahora a desplegar una política exterior que ya no se basa tan sólo en su supervivencia, sino que tiene intereses a medio y largo plazo, en este caso, controlar el emperador y al Imperio. Y ¿quién se lo podía impedir? 

Oriente no reconoció a Avito y además usó a los vándalos (entre los cuales se había refugiado la viuda de Valentiniano, que reclamaba el trono para sus hijos) para combatir a los visigodos. En la lucha entre godos y vándalos por Italia salieron ganadores los primeros y como figura destacada Ricimero, un suevo al servicio visigodo. Ricimero, además, en 457, recibió honores del Imperio de Oriente, que ya no estaba gobernado por la familia de Teodosio y que por tanto no se sentía obligado hacia la familia de Valentiniano. 

¿Alguien se ha perdido en este culebrón? Pues aún hay más. Los suevos aprovecharon las circunstancias para romper su alianza con los visigodos y volvieron a ocupar parte de la Cartaginense y Tarraconense. 

Como consecuencia, Teodorico II atacó a los suevos en Hispania, derrotándolos en la batalla del río Órbigo (5 de Octubre de 456) y capturando posteriormente a su rey Rekhiario. Los visigodos ocuparon varios puntos del reino suevo: Astorga, Oporto, Lugo... De hecho el reino suevo, aunque nominalmente independiente, quedaba subordinado a los visigodos y además perdía buena parte de su territorio [4]. En teoría Teodorico actuaba en nombre del “emperador” Avito, pero no parece que éste tuviera mucho margen de maniobra para poder opinar. 

No por ello los combates acabaron, sino que los suevos, organizados en varios grupos torno a la familia de Rekhiario y sus sucesores siguieron resistiendo, aunque esto se explicará con más detalle en otro apartado. 

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Así, con la victoria sobre los suevos tras la obtenida contra los vándalos, y la de los Campos Cataláunicos, ya no podía dudar nadie de que los visigodos eran los amos de Occidente, y no sólo un Estado dentro del Estado imperial. 

¿La prueba? Ricimero (al servicio de los godos, no lo olvidemos) depuso a Avito y nombró emperador a un tal Mayoriano (457). Lo primero que hizo éste fue marchar a Arlés a ganarse la confianza de los visigodos, posiblemente algo muy parecido a arrodillarse delante de ellos. 

Mayoriano se ganó esa confianza, y junto a Teodorico organizó una expedición contra los vándalos partiendo de Elche, pero los vándalos destruyeron la flota. De regreso a Italia, Mayoriano fue asesinado por orden de Ricimero (461). En su lugar nombró a Libio Severo, que a cambio, entre otras cosas, permitió que un comes ocupase Narbona en nombre de los visigodos. Con ello legitimaba la posesión de Septimania por los visigodos y de paso ponía en sus manos las rutas entre Hispania, el Norte de la Galia e Italia. 

No contento con eso, Ricimero se aseguró de que todos los mandos imperiales de Hispania leales a Mayoriano fueran depuestos. Los nuevos mandos fueron todos hombres de confianza de los visigodos. Además, Libio Severo los subordinó a la autoridad de Teodorico, por lo que “de facto” el gobierno civil de las provincias de Hispania pasó de manos imperiales a visigodas entre 462 y 464. 

Esta circunstancia señala el fin del proceso iniciado alrededor del feudo firmado en 415 y que antes he señalado como segundo jalón en la creación del Reino de Tolosa. 

A finales de 465 Libio Severo murió (parece que también de “morbus gothorum”). Ricimero no nombró a otra marioneta como emperador sino que mantuvo el puesto vacante mientras él era el hombre fuerte de Italia y Teodorico II el amo de las Galias e Hispania. No es de extrañar que los contemporáneos de estos hechos (e Hidacio lo era) dieran por liquidado al Imperio. 

En 466 Teodorico II murió (otro caso más de “morbus gothorum”). Le sustituyó su hermano Eurico, que decidió no renovar el feudo con el Imperio (cierto ¿para qué?), aunque reclamó a Bizancio el nombramiento de otro emperador, posiblemente para usarlo de títere. Por esas fechas el Imperio de Oriente sufrió una derrota en Cartago frente a los vándalos, que reafirmaron así su independencia. Como consecuencia, los bizantinos hubieron de dejar tranquilos a Eurico y a Ricimero, ya que no tenían medios para atacarles. 

Con Eurico el reino de Tolosa llega a su cenit. Ya era desde los Campos Cataláunicos el reino más poderoso, pero ahora era el más extenso y a él estaban subordinados (de mejor o peor gana, generalmente de peor) otros pueblos tales como burgundios y alanos. Por ello Eurico sufrió ataques de sus vecinos que buscaban derrocar el poder godo que se avecinaba. Sin embargo Eurico derrotó a bretones y burgundios (470-471), ocupando la Septimania de forma completa. Los galorromanos, que ya no esperaban nada del Imperio, habían apoyado a bretones y burgundios para quitarse de encima a los visigodos, pero habían fallado. 

De este enfrentamiento arranca el conflicto religioso que hasta 589 haría enemigos a los visigodos arrianos y a sus súbditos católicos galorromanos (primero) e hispanorromanos (después). Aunque la población galorromana (con sus obispos a la cabeza) siempre había

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visto a los visigodos como bárbaros y herejes, hubieron de tolerar a la fuerza su presencia ya que su poder era delegado del Imperio, pero según los visigodos aumentaban su fuerza, y más y más tierras dependían para su gobierno civil de los visigodos, los obispos, en su doble calidad de pastores del pueblo católico y de líderes de la población nativa (frente a los invasores extranjeros), plantaron cara a los visigodos. Junto con los magnates galorromanos los obispos aspiraron a quebrar el poder visigodo por sus propios medios, tramando para ello alianzas antigodas con ayuda de otros pueblos bárbaros [5]. La primera de ellas fue la de 470. Desde entonces, los visigodos podían contar con la enemistad de la aristocracia galorromana, con los obispos católicos a la cabeza. 

Aunque no liquidado (de manera fornal) el Imperio de Occidente, el poder real de sus emperadores no llegaba más allá de los Alpes y Sicilia, y aun eso si Ricimero les dejaba. En cambio los godos controlaban la Galia al Sur del Loira y desde los pasos alpinos a Burdeos. Además controlaban la mayor parte de las provincias Tarraconense, Cartaginense, Lusitania [6] y Bética. 

Para acabar de rematar el asunto, Ricimero derrotó a los ostrogodos (471) que habían entrado en Italia en apoyo del emperador Antemio. Ricimero asesinó a Antemio y le dio la púrpura a otra marioneta, Olibrio. 

Poco después (475) Eurico compilaba su código legal, en esencia un refrito del código legal de Teodosio con las actualizaciones imprescindibles, más las leyes que regían las relaciones entre romanos y godos, además de (y esto es vital) algunas leyes godas, hasta entonces expresadas sólo de forma oral. Con este código el reino de Eurico disponía de ley escrita, lo que le situaba a la misma altura que el Imperio. 

Éste es el sexto jalón y último de los que conforman los procesos históricos (que no dialécticos) que culminaron en la aparición del Reino de Tolosa como Estado y como nación. 

Parecía que el viejo sueño de Alarico de reemplazar la Romania por la Gotia se iba a cumplir. 

La convulsión final del Imperio tuvo lugar a renglón seguido. 

Cierto Glicerio había sido hecho emperador según el modo habitual, pero Oriente apoyaba a Julio Nepote (Iulius Nepos), que llegó al trono en 474 con el apoyo bizantino, aprovechando que Ricimero ya no contaba en Italia (¿había muerto o se encontraba en la corte de Eurico?) y que su sucesor Gundobado (un burgundio al servicio de los visigodos) no estaba a la altura de su patrón. 

Sin embargo Glicerio tuvo tiempo de hacer que los ostrogodos derrotados por Ricimero se desplazaran de sus posesiones en Panonia a Iliria a la Provenza, pero al hacerlo así descubrió los accesos a Italia por esa parte. Julio Nepote no tuvo ocasión de hacer nada, estaba muy ocupado preparando el acto de rendición que significaba entregarle Auvernia a Eurico. Julio fue expulsado del trono por Orestes, magíster militum, es decir, jefe del ejército, aunque de ejército el Imperio debía tener más bien poco. Orestes nombró emperador a su hijo Rómulo Augústulo (Rómulo el Pequeño Augusto). Al año siguiente (476) una confederación de bárbaros entró en Italia por el boquete dejado por los ostrogodos. Su jefe, Odoacro, pidió tierras en Italia. Se le negaron. Entonces asesinó a Orestes y depuso a Rómulo. Pero eso sí, siendo un bárbaro de buena educación, le envió las

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insignias del emperador de Occidente al de Oriente, Zenón. Zenón tenía bajo su protección a Julio Nepote, que había huido del golpe de Estado de Orestes, pero no nombró a un nuevo emperador. Ordenó almacenar (con respeto, eso sí, el también tenía unos modales exquisitos) las insignias imperiales, y a eso se redujo el Imperio de Occidente: a un par de trastos viejos en un baúl del palacio de Zenón en Bizancio. 

El Imperio de Occidente ya no existía. Sic transit. 

Inmediatamente (477) Zenón firmó acuerdos con ostrogodos y visigodos que en esencia eran un compromiso de status quo con los visigodos, a los que reconocía de hecho como potencia hegemónica de Occidente. Y de momento, así dejó las cosas. Zenón usó a Julio Nepote para combatir a los bárbaros de Odoacro, y a la muerte de Julio, usó con el mismo fin a los ostrogodos de Teodorico, los cuales se desplazaron a Italia, destruyendo a Odoacro y los suyos, y estableciendo un reino ostrogodo que con base en Italia cubría también Retia, Iliria, Panonia, y parte de Provenza. El rey de los ostrogodos no nombró a nadie emperador de Occidente, con lo que también en Oriente daban por liquidado el Imperio occidental, sustituido por un conglomerado de señoríos bárbaros en los cuales la potencia dominante la formaban los godos con sus dos grandes reinos. 

Eurico gozó de cierta paz en sus últimos años de reinado. Murió en 484, sucediéndole su hijo Alarico II. El nuevo rey visigodo perfeccionó la tarea de gobierno de su padre, consolidando la estructura gubernativa del Reino de Tolosa. El momento cumbre de tal proceso lo constituyó la promulgación de la Lex Romana Visigotorum, un nuevo texto legal compilado sobre la base del código de Eurico. 

Mientras esto sucedía al Sur de la Galia, un nuevo poder tomaba forma al Norte y el Este: el de los francos. Los francos habían estado asentados hasta el fin del Imperio en el Rhin Superior. Estaban divididos en varias ramas y la relación entre ellos eran tormentosas. El fin del Imperio les dio la ocasión de expandir sus dominios sin restricciones (o casi). El primero en verlo así fue Clodoveo, rey de los francos salios. Derrotó a sus parientes los francos ripuarios de los que fue nombrado rey. La victoria de Clodoveo sobre los ripuarios fue interpretada por éste como una señal divina. Como consecuencia, se convirtió al catolicismo, el primer rey bárbaro en hacerlo. De inmediato extendió su reino hasta el Sena eliminando a Siagrio, un noble galorromano que se había proclamado Rex romanorum a la vista de lo poco que cabía esperar del Imperio. Tras ello Clodoveo extendió sus dominios hasta el Loira, lo que le hacía en ese momento vecino de los visigodos. 

Clodoveo contaba con el apoyo de la mayor parte de los nobles y eclesiásticos de la región que controlaba. Puestos a elegir, los galorromanos católicos preferían a un bárbaro católico (Clodoveo) que a uno arriano (Alarico). Este apoyo fue decisivo puesto que sin él Clodoveo hubiera carecido de retaguardia y de fuerzas como para enfrentarse a los visigodos, que eran la mayor potencia militar del Occidente. Además de ello, Clodoveo obtuvo el apoyo de los burgundios [7]. 

El escenario estaba listo para que ambas potencias, franca y visigoda, chocaran. La guerra estalló alrededor de 501, pese a los intentos del rey ostrogodo Teodorico por mantener la paz. Tras varias escaramuzas sin mucha importancia la batalla decisiva se libró en Vouillé, cerca de Poitiers, en 507. Los visigodos fueron inapelablemente derrotados, y su rey muerto. 

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Los francos aprovecharon de inmediato su victoria. Tomaron Burdeos y saquearon Tolosa. Tomaron Arlés y pusieron cerco a Narbona. El hundimiento del reino visigodo en la Galia pudo ser aún más catastrófico de no haber intervenido el ostrogodo Teodorico, al que no le interesaba ni la derrota de sus parientes ni que los francos fueran demasiado poderosos. Teodorico se convirtió en regente y protector del rey visigodo (que era su sobrino). Prestó apoyo militar a los visigodos para salvaguardar sus posesiones en Septimania, con lo que evitaba que los francos tuvieran salida al Mediterráneo. Usó a los burgundios como contrapeso al poder de los francos en la Galia dándoles tierras en Borgoña. A largo plazo la política de Teodorico no tuvo mucho efecto, pero a los visigodos les rindió un servicio crucial: la supervivencia de su pueblo y de su reino, aunque ahora el centro de poder de este reino se tenía que trasladar de la Galia a Hispania.

[1] El emperador en aquel momento era Teododio II, hijo de Arcadio, que era a su vez hermano de Honorio e hijo de Teodosio I. Por tanto Teodosio II era sobrino de Gala Placidia y primo de Valentiniano III. Por aquello de que la familia es lo más importante, Teodosio II no podía ver con buenos ojos que su tía fuera eliminada de la política del Imperio, pero dejó hacer a Aecio mientras no amenazase la legitimidad de su primo, que a fin de cuentas era la misma legitimidad que le sostenía a él en el trono de Bizancio.

[2] No deja de ser curiosa la escala de valores de la patricia: mejor un huno que un vándalo.

[3] Curioso detalle. Los visigodos, al buscar el reconocimiento de su candidato por parte de Bizancio, reconocían implícitamente que la legitimidad imperial estaba asociada a la legítima descendencia de Teodosio I, que aún ocupaba el trono de Oriente en la persona de Pulqueria, hermana de Teodosio II.

[4] Aunque seguían manteniendo guarniciones en Lisboa, Mérida y la parte occidental del Bética (parece que incluso en Sevilla), perdienron todo lo que habían ganado en la Tarraconense y la Cartaginense.

[5] Porque del Imperio ya no esperaban nada, y con razón.

[6] Esta provincia a partir de 469, en que tropas visigodas acabaron con la resistencia de los suevos, y aunque el reino suevo no fue aniquilado, quedó sujeto al rey visigodo.

[7] No debe interpretarse esta guerra entre francos y visigodos como una guerra de religión. Hubo nobles galorromanos, católicos, que apoyaron a Alarico. Entre ellos, un descendiente de Aecio.

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9.- El reino visigodo de Toledo.

Como ya he dicho antes, en Hispania existían varias guarniciones godas desde años antes. Sin embargo, eso no quiere decir que los visigodos se asentaran por esas mismas fechas en la Península. A lo que parece, los visigodos civiles, esto es, visigodos que buscaban un asentamiento con intención de población definitiva, no entraron en la península hasta el 494-497. Se asentaron en la Tarraconense, sobre todo en lo que hoy es Cataluña, y en el valle del Ebro. Asimismo entraron en la Cartaginense, estableciendo poblamientos en la Meseta Norte, desde Soria hasta Ávila. Estos primeros colonos visigodos seguramente serían los familiares de los soldados que mantenían el poder visigodo en Hispania, más los clientes, siervos y esclavos de los señores visigodos que mandaban esas tropas. 

Por supuesto, la cosa cambió radicalmente a raíz de Vouillé. 

A partir de esa fecha el pueblo visigodo se traslada masivamente de la Galia a Hispania, y al hacerlo llevan consigo su estructura de Estado. 

El asentamiento visigodo no fue homogéneo. No podía serlo dado su escaso número. La mayor densidad de asentamientos se da en la Cartaginense, en concreto en la Meseta Norte, en un triángulo delimitado aproximadamente por las ciudades de Palencia, Sigüenza y Toledo. Los siguientes asentamientos en número se dan en la Tarraconense, desde la costa hasta la tierra fronteriza que ya se llamaba Vardulia [1]. Según se remontaba el curso del Ebro la densidad de población visigoda disminuía. Y por supuesto, en la Septimania (o Galia Gótica), de la que los francos no llegaron a echarlos. 

De este modo el Norte de la Cartaginense, la Tarraconense y Septimania eran provincias “godas”, mientras que los reductos “romanos” (entiéndanse por tales a los hispanorromanos) eran la Bética (sobre todo), Lusitania y la parte Sur de la Cartaginense [2]. Gallaecia era en ese momento “sueva” con un toque céltico alrededor de Mondoñedo, habitado por bretones de origen y cultura céltica. Pero mientras que “godos” y “romanos” deben entenderse más como conceptos culturales antagónicos (los bárbaros por un lado; los herederos del Imperio por otro) que a veces degeneraba en enfrentamiento político, los conceptos “suevo” y “godo” son desde un principio sinónimo de trinchera política, porque ni suevos ni godos iban a tolerar que en Hispania hubiera un reino dominante que no fuera el suyo. Y, en cualquier caso, el término “suevo” ha de tomarse con mucho cuidado ya que la mayor parte de la población bárbara de Gallaecia se había fundido con los nativos hispanorromanos, incluso hasta el punto de borrar las diferencias religiosas casi por completo. La cornisa cantábrica permanecía de momento independiente al poder de los reyes visigodos y a causa del retroceso de la romanización en la zona, más bárbara aún que la antigua Gotia [3]. 

Este es el escenario étnico que se presenta a principios del siglo VI. Sobre este sustrato humano los visigodos trasladan a Hispania las formas de gobierno que ya habían tenido en la Galia. Esto es, una monarquía electiva basada en la aristocracia visigoda, organizada conforme a la legalidad del código de Alarico. En ningún momento los visigodos se consideraron a si mismos invasores ya que su asentamiento en Hispania había sido legalizado por el difunto y no llorado Imperio de Occidente. La población hispanorromana tampoco los vio como invasores, sino como vecinos molestos y groseros, gente con la que había que acostumbrarse a vivir, aunque nunca de rodillas. 

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Otro aspecto a tener en cuenta es que los visigodos no cambian de modo alguno las formas de gobierno de los hispanos. Los gobernantes visigodos se superponen a los funcionarios de la administración romana sin que haya (en principio) interferencia. Las dos poblaciones estaban segregadas desde el punto de vista legal. Los visigodos tenían sus propios jefes militares, que ejercían de jueces. La máxima autoridad civil de los hispanorromanos, cuando existe, es el obispo de la ciudad o el rector nombrado a efectos de gobernarlos. Los hispanorromanos asimismo tenían jueces (iudices) propios, y además casi toda la administración económica estaba en sus manos, aunque sometida al tesoro del reino, es decir, al tesoro visigodo. 

Por lo que toca a la política, dejábamos a los visigodos tras Vouillé con un rey menor de edad (Amalarico, hijo de Alarico II), con el ostrogodo Teodorico como regente y protector del reino (con un poder delegado en Teudis, un ostrogodo pariente del difunto Alarico que actuaba como su hombre de confianza entre los visigodos), y en poder del tesoro real de los visigodos. 

De momento la corte visigoda se mantuvo en Narbona, pero el centro de poder se desplazaba a la Península según lo hacía el contingente humano de los godos. Teudis dio un giro a las relaciones de los visigodos con los “romanos”. Practicó una política de tolerancia con la Iglesia católica. Él mismo se casó con una noble hispanorromana y católica, y arregló el matrimonio de Amalarico con una princesa franca. De este modo los visigodos comenzaron a buscar alianzas con la nobleza local, fuera gala o hispana. 

Hasta 530 reinó la paz. Una paz a lo bárbaro, eso sí, nada de la “pax augusta” que Roma había procurado a todas sus provincias. 

En este intervalo pacífico (para lo que era la época) Teudis puso un poco de orden en Hispania nombrando condes (comes) y jueces (iudex). Además organizó varios concilios eclesiásticos en Tarragona, Gerona y Toledo, lo que prueba que políticamente la Iglesia católica estaba subordinada al trono visigodo y que además no era, al menos de momento, hostil a Teudis. 

Por esas fechas Amalarico llegó a la mayoría de edad y tomó posesión de su reino. Entonces cometió el error de tratar de llegar a una alianza con los francos. Estos interpretaron tal oferta como una señal de debilidad de los godos y no sólo rechazaron la oferta, sino que se inventaron un “casus belli” asegurando que Amalarico intentaba convertir a su esposa, católica, al arrianismo. Con semejante pretexto atacaron a los visigodos y los derrotaron. Los francos se hicieron con el control de Narbona y obligaron a la corte de Amalarico emigrar a Barcelona con el tesoro real. Allí, en Barcelona, Amalarico fue asesinado en 531. 

Entonces Teudis se hizo con el poder asumiendo el título de rey. Sin embargo no hubiera tenido trono en que sentarse si de nuevo la intervención del rey ostrogodo Teodorico no hubiera salvado a los visigodos del desastre total. Como ya dije, a Teodorico, convertido en el señor de Occidente, no le interesaba que los francos fueran muy poderosos. 

Teudis estableció su sede provisionalmente en Barcelona. Nunca más la corte visigoda tendría asentamiento permanente fuera de Hispania. El cambio del centro de gravedad del reino visigodo fue deliberado. Teudis buscó la amistad con los hispanorromanos para asentar su reino, y lo consiguió. 

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En 533 tropas bizantinas al mando del general Belisario destruyeron por completo el reino vándalo en el Norte de África. Se hicieron también con el control de las Baleares y Pitiusas, además de Tánger y Ceuta. 

Teudis se sintió amenazado y por ello destacó guarniciones a la costa levantina y de la Bética, levantando fortificaciones y otras obras defensivas. Con ello los godos asentaban sus reales en la zona más romanizada de Hispania, que antes había estado en un estado de semiindependencia. Sin embargo los bizantinos prefieron atacar Italia (para entonces Teodorico había muerto), por lo que la mayor amenaza para los visigodos siguieron siendo los francos. 

En 541 se reanudaron las hostilidades entre visigodos y francos. Los francos atacaron Septimania, y, cruzando los Pirineos, también Zaragoza, que resistió un asedio de más de un mes. Pero al cabo Teudis pudo rechazar a los invasores, mitad por la guerra, mitad por negociaciones. Quizá por ello se sintió lo bastante fuerte como para intentar tomar Ceuta, en un momento en que las conquistas bizantinas parecía que iban a esfumarse. Sin embargo, Ceuta resistió a los visigodos, y como consecuencia de este fracaso militar, Teudis fue asesinado en Sevilla en 548. 

Esta fecha marca un hito en la historia de los visigodos. Si los lectores han sido capaces de llegar hasta aquí habrán notado que una misma dinastía gobernó a los visigodos desde Alarico hasta Teudis. Con la muerte de este último, se extingue dicha dinastía. Y no sólo eso, sino que en lo sucesivo no habría ya más dinastías reales visigodas. Hubo reyes visigodos que lograron dejar el trono a sus hijos, pero para hacerlo tuvieron que dejar asegurada la sucesión otorgando poder a nobles (clientes) que luego apoyasen al presunto heredero. Esto, a la larga, debilitó la autoridad de los reyes, y causaría de forma directa el fin de la monarquía visigoda. 

Pero mientras celebraban los funerales de Teudis esto no importaba mucho a la nobleza visigoda, que eligió rey a Teudiselo, otro ostrogodo. Teudiselo fue asesinado en Sevilla a finales de 549. El siguiente rey electo fue Ágila, un visigodo. 

Ágila era el representante del partido “nacionalista” de los visigodos, es decir, la facción partidaria de la segregación entre “romanos” y visigodos, y de la preferencia de la Iglesia arriana (considerada como iglesia “nacional” de los godos) frente a la Iglesia católica [4]. 

Semejante política no le hizo ganar muchos amigos entre los hispanorromanos. Además, Ágila instaló su corte en la ciudad de Sevilla, que era de lejos la ciudad más romanizada de Hispania. Por ello su corte pronto se llenó de conspiradores deseosos de echarlo del trono. Uno de ellos, Atanagildo, fue más listo que los demás y, tras asegurarse el apoyo de los católicos hispanorromanos, pidió ayuda militar a los bizantinos (finales de 553). 

Varias ciudades de la Bética se sublevaron contra Ágila, que tuvo que huir hacia Mérida mientras Atanagildo se hacía con el control de la provincia con ayuda bizantina. En Mérida Ágila fue asesinado en 554. Sus asesinos eran nobles del bando “nacionalista” que se apresuraron a cambiar de chaqueta. Como he dicho, su corte estaba repleta de conspiradores. Atanagildo se hizo con el trono de esta manera. 

Apenas llegado a él quiso quitarse de encima a los bizantinos, pero ya era tarde. Los bizantinos se hicieron con el control de una franja de terreno que iba desde Elche hasta casi Cádiz. Esta franja incluía la ciudad de Cartagena (que acabaría convertida más o

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menos en la capital de la “Hispania bizantina”), y llegaba hasta Córdoba, donde se asentaron al principio los gobernadores llegados de Oriente. 

Atanagildo estableció su capital en Toledo, dejando el Sur, tan peligroso políticamente hablando. Peligroso primero, porque una vez sentado en el trono siguió la política “nacionalista” de Ágila (de ahí la conspiración que le costó la vida, en la que estaban implicados todos los nobles que antes apoyaban a Ágila), y segundo, porque con los bizantinos de vecinos cualquier conjura era posible. En cambio, Toledo estaba en la zona de mayor asentamiento de los visigodos, tenía buenas comunicaciones con el Sur y el Este, y además, por la configuración de la ciudad, se encontraba mejor defendida que Sevilla. Para un rey como él, Toledo era la capital idónea. 

El nuevo rey guerreó varias veces contra los bizantinos, a los que no logró arrebatar ninguna porción significativa de terreno. La guerra entre visigodos y bizantinos se recrudeció a partir de 565 (fecha en la que muere el emperador Justiniano), pero no debió de prolongarse más allá de 567, fecha en que Atanagildo muere de causas naturales (para variar). 

La ciudad de Toledo, capital del reino visigodo, en el siglo VII, en que llega a su esplendor. Los concilios y las coronaciones reales se hacían habitualmente en la iglesia de San Pedro y

San Pablo, situada en los terrenos en los que se levanta hoy la catedral de Santa María.

Respecto a los otros enemigos externos, los francos, Atanagildo inauguró con ellos una política de alianzas y pactos matrimoniales con los que pretendía mantener el equilibrio de poder entre las distintas cortes francas, neutralizando así el peligro sobre Septimania [5]. 

Muerto Atanagildo fue nombrado rey Liuva I, que debía ser el duque (dux) de Septimania, ya que fue proclamado en Narbona y no en Toledo. 

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Liuva debía ser ya de edad avanzada, o no gozar de buena salud, porque en 568 asoció al trono a su hermano Leovigildo, en el que delegó poderes casi absolutos para gobernar desde Toledo, mientras él seguía en Septimania con un ojo puesto en los francos. La asociación de Leovigildo era un truco legal para que a la muerte de Liuva sus clientes y fieles (la “comitiva regia”, en palabras de la época) encontraran a Leovigildo en las gradas del trono y en consecuencia no tuvieran mejor candidato al mismo. Además, Leovigildo tenía de su parte fama de buen guerrero, y eso era importante para la nobleza visigoda. Por si fuera poco, Leovigildo se casó con la viuda de Atanagildo hacia 568, con lo que debió sumar a sus clientes los del difunto rey. Esta asociación fue la mejor obra política de Liuva en su corto reinado. Liuva falleció en 572, posiblemente en Narbona. 

Tal como estaba previsto, tras su muerte fue elegido rey Leovigildo. Y con él se abría otro capítulo en la historia de los visigodos.

[1] Este topónimo ha dado muchos quebraderos de cabeza a los historiadores. Por “Vardulia” se entendía en tiempos prerromanos a la tierra habitada por los várdulos, unos primos lejanos de los vascones. La Vardulia prerromana se extendía más o menos por lo que hoy es la provincia de Soria. El nombre desaparece de los mapas hasta principios del siglo V, en que empieza a llamarse Vardulia a esa esquina de España en la que se juntan Álava, La Rioja y Burgos y que se prolonga hasta los primeros Montes Cantábricos. En esta fase de la historia los várdulos ya no existían o estaban completamente fusionados con los vascones. Precisamente la confusión entre la “Vasconia” (la tierra habitada por los vascones) y la “Vardulia” hace que no pueda delimitarse con exactitud el alcance geográfico de Vardulia. En época de los visigodos, Vardulia era una tierra de frontera entre su reino y los dominios de vascones y cántabros más al Norte.

[2] Por estas fechas y a causa de esta división étnica los hispanorromanos empiezan a distinguir entre “Carpetania”, denominación que cubre la mitad Norte de la Cartaginense, cuya capital sería Toledo, y la Cartaginense propiamente dicha, cuya capital sería Cartagena.

[3] El asentamiento de los godos en las zonas indicadas tuvo como efecto el desplazar aún más gente desde el valle del Ebro hacia “Vardulia”, Cantabria y Vasconia, agravando la situación de una zona ya de por sí inestable y que nunca llegó a recuperarse de los bagaudas. En consecuencia los visigodos se craron a sí mismo un problema permanente de rebeldía en el Norte, problema que aún no estaba resuelto cuando llegarón los musulmanes a la Península.

[4] Este término de partido “nacionalista” o sector “nacionalista” aparecerá muchas veces en lo sucesivo. Ojo con él y con su significado, que va evolucionando con el tiempo para pasar de describir a los visigodos partidarios de la segregación y dominio de los “romanos” a aplicarse a los nobles visigodos más reaccionarios, esto es, más godos que hispanogodos.

[5] Los francos tenían un sistema monárquico hereditario. Además, los francos consideraban al reino propiedad del rey (a diferencia de los visigodos, para los que el reino era patrimonio del pueblo), por lo que éste podía dividirlo para legarlo a sus hijos. En la época de Atanagildo había tres reinos francos en la Galia, uno con capital en París, otro en Metz y el tercero con capital en Chalons-sur-Saone.

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10.- El reino de los suevos en Hispania.

Dejábamos a nuestros amigos suevos en mala situación, después de haber sido derrotados en la batalla del río Órbigo. Su rey, Rekhiario, fue hecho prisionero poco después, y finalmente asesinado. Con él se extinguía su dinastía, lo que sería fuente de no pocos problemas cuando empezó el baile de candidatos al reino suevo. 

Para los visigodos estos hechos tuvieron la consecuencia de someter al reino suevo a su dominio. Pero para los suevos y demás habitantes de Gallaecia las consecuencias de esta derrota fueron mucho más tremendas. 

Para empezar, los visigodos entraron en Gallaecia como en provincia recién conquistada. Saquearon, robaron y cometieron esos desmanes que han dado en castellano ese sentido a la palabra “bárbaro”. Los visigodos destacaron guarniciones en varios puntos clave del reino suevo y dejaron a un gobernador del reino suevo nombrado por ellos, pero no ocuparon el territorio completo. De inmediato en la estela de los visigodos se levantaron varios presuntos sucesores de Rekhiario en el trono suevo, y estalló entre ellos una guerra civil, que se agravó por la sublevación de parte de la población hispanorromana, harta ya de bárbaros y de sus pleitos, y se complicó por el hecho de que los suevos no iban a tolerar el gobierno de los visigodos. En consecuencia, la confusión y la destrucción se hizo la señora de Gallaecia. 

El gobernador visigodo, Aiulfo, se proclamó rey, quizá con la intención de encabezar a los suevos a la independencia, pero fue asesinado. Dos pretendientes, Framta y Maldras, eran en este momento (Verano de 457) los más fuertes, aunque sólo controlaban Gallaecia entre el Miño y el Duero, y la parte de la Lusitania que habían ocupado previamente. La parte Norte de la provincia quedó más o menos en manos de los “romanos”. 

Para poner un poco de orden, Teodorico II echó a las guarniciones suevas de la Bética y la mayor parte de la Lusitania, y finalmente, él mismo volvió a entrar en la Península (Verano de 458). 

Surgió por entonces en el centro de Gallaecia otro pretendiente, Rekhimundo, que se dedicó a guerrear contra los “romanos” de Orense y Lugo. Poco después Maldras fue asesinado, pero surgió otro pretendiente llamado Frumario. 

Desde Sevilla, Teodorico II intentó por la diplomacia llegar a algún acuerdo con vándalos y suevos, pero en semejante panorama eso era imposible, así que envió a uno de sus generales a que pusiera orden a punta de espada. Este general, Sunyerico, conquistó Santarem y limpió Lusitania de suevos de uno u otro bando (finales de 460). 

Pero el interés de Teodorico estaba centrado en la política del Imperio (en sus restos, más bien). Por ello el problema suevo se fue arrastrando hasta que en 465 y resueltos a finalizarlo de una vez por todas, los visigodos hicieron asesinar a Frumario e impusieron en el trono a Remismundo [1], el cual juró fidelidad a Teodorico. Éste anvió además a uno de sus hombres para que a punta de espada arreglase las diferencias entre suevos e hispanorromanos, actuando de juez. La jugada le salió bien y logró devolver una cierta paz

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a la provincia. El éxito de los visigodos fue tal que la familia real sueva volvió al arrianismo. 

Pero no por ello volvió plenamente la paz. Los suevos reclamaban sus antiguas posesiones en Lusitania. Los visigodos se las negaban. Poco después (466) moría Teodorico II y aprovechando la situación los suevos reanudaron la guerra contra los visigodos atacando Orense, Coimbra y Lisboa. En este caso contaban con ayuda notable de los hispanorromanos, que por lo visto preferían a los suevos antes que a los visigodos. Eurico, sucesor de Teodorico, envió más tropas a la Península. Eurico logró derrotar a los suevos haciéndoles retroceder a los límites de Gallaecia e imponiendo de nuevo el juramente de fidelidad de Remismundo a Teodorico (468 ó 469). 

Desgraciadamente llegados a este punto surge un problema grave de falta de información sobre los suevos. Los cronistas que mencionan a los suevos lo hacen de pasada y sólo con relación a su influencia en la historia de los visigodos, lo que no es gran cosa. Precisamente por estas pocas menciones y de pasada, podemos deducir que el reino suevo se mantuvo más o menos independiente y en paz con los visigodos después de 469. Esto se debió tanto a lo rotundo de la victoria visigoda como al agotamiento de la población de Gallaecia después de una década de practicar el todos contra todos. A los visigodos las complicaciones en Hispania no les interesaban demasiado. Su reino estaba centrado en la Galia y miraba a Italia. Dejaron guarniciones en Astorga, Coimbra y Lisboa como freno a los suevos, y eso fue todo. 

No hay constancia de que inmediatamente después de Vouillé los suevos se alzaran contra los visigodos. Poco después la situación era como pensárselo dos veces. El asentamiento masivo de godos en la Meseta Norte convirtió al Bierzo en una región de frontera entre suevos y godos, pero ahora la relación de fuerzas estaba claramente a favor de los visigodos. Por eso los suevos se mantuvieron tranquilos dentro de sus fronteras en los años en que el reino de Toledo se consolidaba. 

Los suevos y los godos vuelven a entrar en rumbo de colisión a causa, curiosamente, de la intervención bizantina en Hispania. Los bizantinos, entre otras cosas, reabrieron las líneas de comunicaciones entre el Oeste y el Este del Mediterráneo gracias a las conquistas de Justiniano, y eso permitió la llegada a la Península de misioneros católicos enviados desde Constaninopla. 

Uno de estos misioneros, San Martín, oriundo de Panonia, que había estudiado en Tours, llegó hacia 545 a Gallaecia para fundar monasterios y convertir arrianos. Este santo obró en 550 la curación milagrosa del hijo del rey, Teodemiro, y a consecuencia de ello la familia real sueva se convirtió al catolicismo [2]. Además, los reyes suevos otorgaron importantes concesiones de tierras y bienes para que San Martín pudiera fundar monasterios. Este movimiento monacal trajo un cierto renacimiento religioso en el reino suevo. Como consecuencia del mismo tuvo lugar el I Concilio de Braga (569), siendo ya rey Teodemiro. En este concilio y en el II de Braga (572; en esta fecha el rey suevo era Miro) se trató de reorganizar la iglesia sueva y devolver a los obispados a sus límites romanos, ya que con las guerras del siglo anterior se habían producido cambios importantes. 

Estos dos hechos no podían ser mirados con buenos ojos por los visigodos. Como católicos los suevos eran un pueblo potencialmente hostil, pero es que además la restauración de los límites de los obispados tenía necesariamente que causar conflictos territoriales con los godos en las diócesis fronterizas entre uno y otro reino. 

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Por si fuera poco, en 572 Miro atacó a astures y cántabros en tierras que en otros tiempos habían pertenecido a la provincia Cartaginense. 

Esta campaña fue usada por Leovigildo como casus belli. Reunió un ejército y en 572-574 atacó los asentamientos suevos en el valle del Duero, expulsándolos al Norte del río. Fundó Villa Gothorum (actual Toro) como fortaleza de frontera contra ellos. En 574 atacó a los cántabros, a los que derrotó. Esta campaña cántabra sugiere que los cántabros habían sido derrotados por Miro y obligados a prestarle tributo u obediencia. Con esta maniobra Leovigildo impedía los ataques desde el Norte al Bierzo, comarca que cobra especial importancia estratégica porque en ella se encuentran los pasos de Galicia a la Meseta. Teniendo a Toro y a Astorga en su poder, Leovigildo tenía abiertos los caminos de invasión del reino suevo. 

Y en efecto al año siguiente, 575, Leovigildo invade el reino suevo desde la comarca berceña. Se hace con Orense y todo el Sureste del reino suevo. En 576 la campaña se inicia con ataques contra las posiciones suevas en el valle del Duero, especialmente Oporto y Braga. En este momento Miro pacta la paz con Leovigildo a cambio de someterse a él. 

Las cosas quedaron así hasta la rebelión de Hermenegildo Éste pidió ayuda a los suevos usando el argumento religioso como pretexto. Miro accedió y avanzó hacia Sevilla con un ejército, pero antes de llegar siquiera al valle del Guadiana supo que Hermenegildo estaba prisionero y su rebelión abortada. No le quedó más remedio que pactar otra vez una paz con Leovigildo. Este hecho, el que pactase sin combatir, más las derrotas sufridas en 572-576, indica claramente que la fuerza militar de los suevos era pequeña en comparación la visigoda. Hay que tener en cuenta que los suevos no eran un pueblo especialmente guerrero, y eso auguraba su fin. 

Hacia el año 583 Miro murió y le sucedió su hijo Eborico. Eborico estuvo poco tiempo en el trono. Fue asesinado en 585 y su asesino, Andeca, se casó por la fuerza con su madre y se proclamó rey. Con Eborico se extinguía su dinastía, lo que tendría fatales consecuencias para los suevos. 

Leovigildo usó este asesinato como excusa para intervenir en el reino suevo. Depuso a Andeca (no le asesinó, lo que abona la sospecha de que Andeca fuera un agente visigodo) y le envió a un monasterio. Surgió entonces un pretendiente, Malarico, que decía ser de la familia de Miro, pero pronto fue derrotado y capturado. Con este último intento, Leovigildo acabó con toda resistencia sueva en 586. En lo sucesivo Gallaecia sería gobernada por un dux visigodo. 

Leovigildo se proclamó rey de “Galia, Spania y Gallaecia”. Este título era usado para resaltar la incorporación del reino suevo a la monarquía visigoda, pero también quiere decir que en el antiguo reino suevo se mantuvo en vigor la ley sueva y otras características propias del antiguo reino. Sin embargo, los suevos, como pueblo, estaban ya casi totalmente fusionados por la población hispanorromana de Gallaecia (lo que explica en parte lo fácilmente que Leovigildo conquistó el país allá donde sus antepasados encontraron grandes dificultades). Nunca más sintieron el deseo de luchar por su independencia o por sus costumbres. La ley sueva no debió sobrevivir al Código de Recesvinto, si es que llegó a tanto. La lengua sueva desapareció con la gente sueva antes de la invasión musulmana. Es seguro que cuando Alfonso I entra en las antiguas comarcas suevas ya no se habla allí más que el latín arromanzado que dará lugar al gallego y al portugués.

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[1] Según algunos autores, Remismundo es el mismo Rekhimundo de que hablaba antes. La diferencia en el nombre se debería a un simple problema de transliteración. Pero cuando San Isidoro habla de él escribe con claridad “Remismundo” y le considera distinto a Rekhimundo, por lo que me inclino a pensar que eran dos personas distintas.

[2] San Martín de Dumio murió en 580, antes de la rebelión de Hermenegildo.

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11.- El reino de Toledo. Leovigildo, Hermenegildo y Recaredo.

Estos tres personajes (junto con San Leandro y San Isidoro) son el gozne sobre el que la historia de la Hispania visigoda gira para dar paso a una nueva época. Por ello he querido dedicarles un capítulo entero y darles la extensión que se merecen. 

Como he dicho, Leovigildo llegó al trono apoyado por los clientes y fieles de su hermano Liuva, más, posiblemente, los antiguos clientes de Atanagildo, que veían en Leovigildo un “nacionalista” más. Y desde luego, el perfil de Leovigildo antes de llegar al trono apuntaba a ello. 

Sin embargo, Leovigildo tuvo una intuición genial que le puso por encima de estos criterios. Leovigildo decidió gobernar no con el apoyo del los nobles visigodos más apegados a la tradición germánica, ni tampoco con el apoyo de los nativos hispanorromanos. Tanto unos como otros se aferraban a tradiciones caducas: los visigodos a unas costumbres que podían ser aceptables en el siglo IV, pero no en el VI; los hispanos a un recuerdo imperial que era sólo eso, un recuerdo, es decir, nada. Leovigildo decide conscientemente iniciar una política de fusión de ambos elementos para dar lugar al nacimiento de una nueva sociedad, hija por igual de visigodos y romanos. 

Hay autores que piensan que Leovigildo inició esta política sólo con el propósito de salvar a los visigodos de la desintegración y la absorción por parte de los hispanos. Si así fuera estaría plenamente justificado, ya que a fin de cuentas era el rey de los visigodos y a ellos se debía, pero yo pienso que fue mucho más allá. Durante todo su reinado Leovigildo tendió puentes entre los dos pueblos tratando de ganarlos por igual en la tarea de hacer nacer una nueva sociedad [1]. Por ello yo pienso que la política de Leovigildo trasciende la mera política de supervivencia y se convierte en una política de futuro, y por ello, deliberada, lo que hace más grande el empeño de Leovigildo. Como dice un buen amigo, no le culpo porque fracasase. Le culparía si no lo hubiera intentado. 

Para comenzar su reino Leovigildo reanudó la guerra con los bizantinos, que él mismo había iniciado hacia 570, antes de llegar al trono. En 571 retomó Medina Sidonia, con lo que despejaba las amenazas contra Sevilla desde el Sur. En 572 retomó Córdoba. Este hecho fue crucial. El prestigio de Leovigildo subió tanto que por primera vez un rey visigodo se atrevió a usar los símbolos de la realeza: cetro, corona y manto. Acuñó moneda en su propio nombre. Cambió los usos de la corte creando una nobleza palatina en la que además de los hombres de su séquito entraban los altos funcionarios del aparato estatal, y entre ellos, los primeros hispanos. 

De este modo en el reino visigodo se organizó “de facto” una administración en la que los cargos de la administración civil y económica eran de origen hispano (los herederos del antiguo orden ecuestre que a través de los “iudices” urbanos habían sobrevivido a la caída del Imperio) mientras que la militar y palatina era competencia exclusiva de godos. 

En 573 Leovigildo organizó una campaña contra los suevos, a los que derrotó varias veces. Fundó Villa Gothorum (actual Toro, en la provincia de Zamora) como baluarte contra los suevos. Luego organizó una campaña contra los cántabros, contra los cuales refundó la fortaleza de Amaya [2]. 

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En este punto retomó la política internacional de Atanagildo con los francos. Casó a su hijo mayor Hermenegildo con una princesa franca y estableció nuevos pactos con las tres cortes francas. De este modo, además, evitaba que los suevos los ganaran como aliados. 

Despejado el panorama político, Leovigildo entró en Gallaecia, haciéndose con el control de la región de Orense y obligando al rey suevo Miro a rendirle sumisión. Era 576. 

Por esas fechas, más o menos, asoció al trono a sus dos hijos Hermenegildo y Recaredo, con la intención clara de que fueran sus herederos en el trono. 

En 577 Leovigildo reprimió una sublevación en Sierra Morena. Poco después, en 579, nombraba a su hijo Hermenegildo duque de la Bética, con sede en Sevilla. A Recaredo le concedió en 578 el gobierno de una ciudad de nueva fundación, Recópolis (en Zorita de los Canes, a unos 70 km. de Madrid). Esta ciudad y su “hinterland” abarcaban la mayor parte de la provincia de Madrid y de Guadalajara. 

En 580 Leovigildo estaba en el cenit de su poder. Había derrotado a enemigos internos y externos, había hecho incuestionable su política de afianzar la autoridad real y había logrado asociar a sus dos hijos al trono. 

En 580 organizó en Toledo un concilio arriano, el más importante de los celebrados en Hispania. En él Leovigildo, como cabeza de la iglesia arriana goda, hizo por eliminar todas las trabas procedimentales y rituales impuestas a los que abandonaban el catolicismo para hacerse arrianos. Leovigildo demostraba con esto que lo que buscaba era eliminar las diferencias religiosas entre los dos pueblos y buscar la unidad espiritual usando como base común el arrianismo. Sin embargo, el éxito de esta medida fue bien escaso. El arrianismo era una religión “nacional” vinculada al pueblo godo, mientras que el catolicismo era la religión de las masas populares, de la gente culta y de los nobles de origen hispano, que no veían ventaja en convertirse. Como digo el éxito fue escaso pero demostraba la buena voluntad del rey. 

Poco después o poco antes de este concilio el rey comenzó a tener problemas con su hijo mayor. La mujer de Hermenegildo era católica, y le había dado un hijo que lo más probable era que fuera educado en el catolicismo, lo que le descartaría (a ojos de los visigodos) como sucesor el trono. Además, Hermenegildo gobernaba en la ciudad más católica y romana de Hispania, Sevilla, por lo que es imposible que su corte personal y él mismo no acusaran alguna influencia. Por supuesto Leovigildo debía ser consciente de ello, pero no hizo nada por evitarlo. Y si no lo hizo fue porque no quiso. 

Si Hermenegildo se convirtió por esas fechas al catolicismo, es algo que es dudoso y desde luego, yo no me voy a pronunciar al respecto. Lo que sí es cierto es que ya a finales de 580 Hermenegildo acuñaba moneda en Sevilla en su nombre, y no en el de su padre, lo que era una clara declaración de independencia. En 581 aparecen monedas de Hermenegildo con leyendas que hacen fácil suponer que ya era católico, si no lo era antes, y que usaba su catolicismo para afirmar su independencia del trono toledano. 

Leovigildo no debió ver peligro inminente, o prefirió dejar que su hijo recapacitara. El caso es que en 581 organizó una campaña contra los vascones, no contra su hijo. Esta campaña fue todo un éxito. Igual que había hecho con suevos y cántabros, fundó una fortaleza como cabeza del territorio fronterizo: Victoriacum, la actual Vitoria (capital de Álava). 

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Tras la campaña llamó a Toledo a su hijo, seguramente para discutir con él las diferencias. Hermenegildo se negó a ir, y además organizó sediciones en varias ciudades que se rebelaron contra Leovigildo. Y no eran ciudades sin importancia: Córdoba, Mérida y Ébora (o Elbora) [3]. Con estas adquisiciones Hermenegildo controlaba la Bética, el valle del Guadiana y amenazaba Toledo. En consecuencia, Leovigildo ya no podía fingir que no pasaba nada. 

En 582 Leovigildo retomó Mérida. Al año siguiente reunió más tropas (seguramente procedentes del Norte) y se lanzó al ataque a fondo. En 583 retomó Sevilla y poco después de Sevilla, Córdoba, donde se había refugiado su hijo, que fue capturado. La guerra acabó a principios de 584 con la victoria total de Leovigildo. Además salió fortalecida de ella, dado que los francos (a los cuales había pedido ayuda Hermenegildo) vieron en ella una prueba de fortaleza del rey visigodo. Los bizantinos, otros a los que Hermenegildo había pedido ayuda y a los cuales había enviado su mujer e hijo, tampoco hicieron nada por ayudarle. 

Inmediatamente después de la derrota de Hermenegildo, Leovigildo se volvió contra los suevos, que habían enviado un ejército a Mérida. La derrota sueva supuso el fin de su reino (como ya he explicado en otro capítulo). Casi a la vez los francos atacaban Septimania. La excusa oficial era el apoyo al católico Hermenegildo, pero es más probable que, como siempre, lo que buscasen los francos fuera conquistar la provincia de una vez por todas. Leovigildo puso al frente de la defensa a su hijo menor Recaredo, el cual logró derrotar a los francos sin perder territorio. Como he dicho antes, esta guerra civil supuso el afianzamiento de Leovigildo en el trono tras derrotar a sus enemigos internos y externos. Toda una hazaña, dadas las circunstancias. 

Hermenegildo pasó varios meses en prisión, primero en Toledo, luego en Valencia. Durante todo este tiempo Leovigildo intentó convencer a su hijo de que abjurara del catolicismo y se hiciera arriano, cosa a la que Hermenegildo se negó siempre. Harto ya de esta situación, y sin duda pensando que era la única salida, Leovigildo ordenó decapitar a su hijo mayor en Abril de 585. 

De esta guerra civil se han hecho varias interpretaciones. Una de ellas es que la guerra fue una guerra de religión entre arrianos y católicos. 

Personalmente estoy de acuerdo con la versión que en su día recogió San Isidoro, que es la fuente más cercana a los hechos. Hermenegildo era un rebelde que quería usurparle el trono a su padre y usó para ello su condición de católico (de cuya conversión sincera ni San Leandro ni San Isidoro dudaban), intentando ganarse el apoyo de los suevos, bizantinos y francos, por un lado, y a la población hispanorromana, por otro. El hecho de convertirse al catolicismo no era por sí solo suficiente para ganarse la enemistad de Leovigildo o para quedar excluido de la sucesión al trono (aunque sin duda el partido “nacionalista” de los godos lo hubiera tenido muy presente), y desde luego no era razón para que su padre le declarara la guerra. Pero la rebeldía, acompañada de la sedición, era otro cantar. A eso Leovigildo no podía permanecer indiferente. 

Finalizada la guerra Leovigildo siguió firme en su política de amistad con los católicos. No hubo persecución de católicos, lo que abona más la teoría de que no se trata de una guerra de religión. Si algún obispo católico fue expulsado de su sede (que los hubo) se debió a la desobediencia de estos obispos al poder real, ya que Leovigildo, en tanto que rey, era jefe político de las dos iglesias. 

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Uno de estos obispos fue el de Mérida, que pasó a la sede de Alcalá, territorio de asentamiento visigodo, donde supuestamente se encontraba convenientemente vigilado. Pero esta circunstancia propició una carambola del destino: Recaredo, cuya ciudad Recópolis dependía de la sede complutense, entró en contacto con un obispo católico que había conocido de cerca y apoyado la rebelión de su hermano. 

Sin ser una guerra de religión, quedaba patente de sobra la debilidad del arrianismo, que sólo se sostenía como religión nacional de los godos, es decir, de una escasa minoría, frente a suevos, bizantinos y francos católicos (pueblos todos ellos vecinos de los visigodos, conviene no olvidar), más la inmensa mayoría de hispanos de origen romano y religión católica. 

Sin duda los dos factores combinados pesaron en el ánimo de Recaredo que se convertía en el único heredero de Leovigildo. 

Pero mientras tanto, suevos y francos decidieron probar la fortaleza de Leovigildo. Los suevos fueron derrotados en 585. Y esta vez definitivamente, dado que en lo sucesivo los reyes visigodos se titulan reyes “de Hispania y Gallaecia”, lo que indica claramente que habían incorporado el reino suevo al propio [4]. 

Los francos fueron algo más duros de pelar. Septimania tuvo a Recaredo al frente de su defensa. Derrotó a los francos en 584 y luego otra vez a finales de 585. Los tres reinos francos estaban en ese momento desunidos y ocupados cada uno de sus propios temas, y esta división redundó en ventaja visigoda. Las hostilidades no debieron continuar mucho después de la última fecha indicada, ya que en la Primavera de 586 Recaredo pudo dejar Septimania para marchar a Toledo. Su padre estaba enfermo y se moría. 

Leovigildo falleció en Abril o Mayo de 586. Su hijo Recaredo, que sumaba a los fieles de su padre su éxito guerrero contra los francos y la lealtad que le mantuvo durante la guerra civil, fue aceptado sin discusión como su heredero y sucesor. 

De inmediato se vio que Recaredo seguiría la política de reconciliación de su padre, así como, en general, su política de entendimiento entre visigodos e hispanos. Pero estas dos políticas estaban al servicio de un fin mayor. 

Pocos meses después de llegar al trono convocó un concilio conjunto de obispos arrianos y católicos. No se conoce en detalle lo que se trató en este concilio, pero parece casi seguro que en él se inician negociaciones para la unión entre ambas iglesias, aunque se disfraza la reunión como un encuentro teológico para salvar las diferencias doctrinales entre unos y otros. 

Acabado este concilio, Recaredo logra sellar nuevos acuerdos con los reyes francos. Por las mismas fechas (587) logra el apoyo de los fieles de su madrastra Godesvinta (que era la facción “nacionalista” de los visigodos, la de los nobles que apoyaron a Ágila y Atanagildo). Consolidada la paz interna y externa, y en marcha el diálogo entre ambas iglesias, deja pasar un par de años hasta que las cosas maduren [5]. 

Y así, en el año 589, Recaredo convoca el III Concilio de Toledo, durante el cual, el 6 de Mayo, Recaredo y su familia anunciaban su conversión al catolicismo, y tras ellos el grueso de los nobles visigodos, y la inmensa mayoría de los obispos arrianos. Todos ellos abjuraron del arrianismo y firmaron un documento en el que declaraban profesar la fe

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católica. No hubo cesión doctrinal o teológica: la Iglesia católica se mantuvo firme en todos sus dogmas; su unidad doctrinal con Roma se mantuvo intacta. 

Es importante resaltar este último punto. En realidad no se trató de una unión de las dos iglesias, sino de la incorporación de los fieles arrianos a las filas de los católicos, aunque eso sí, de una forma pactada y tutelada desde el trono para evitar humillaciones o jactancias que hubieran dado al traste con la unidad religiosa. 

¿Buscaban Leovigildo y Recaredo aplicar el principio “una religión un pueblo”? Muchos son los que han escrito al respecto y los que han señalado que mientras hubiera dos religiones en la Hispania visigoda era imposible completar la fusión de godos e hispanos en un solo pueblo, aunque entre ambos, después de un siglo de asentamiento en Hispania, hubiera lazos de sangre ya casi inseparables. 

Desde mi punto de vista esto no es así. Hay que señalar también que la segregación jurídica de godos e hispanos siguió siendo efectiva. Cada uno de ellos era heredero de una tradición jurídica diferente, y en consecuencia, no se les podía aplicar el mismo derecho. Además, los hispanos estaban excluidos de la sucesión al trono; los altos cargos militares y palatinos del reino seguían en manos de visigodos, y ellos eran los que sostenían al trono políticamente. 

Por ello no debe considerarse que la conversión de los godos fusionó a ambos pueblos. No llegó a tanto, pero sí abrió las puertas a que en lo sucesivo la monarquía dual de “hispanos y godos” se convirtiera en un único reino hispanogodo, hijo de Grecia, de Roma y de Gotia. 

Otro factor añadido es que aunque la conversión de los visigodos se hizo de forma pactada, lo menos traumática y humillante posible para ellos, este hecho (la conversión) era un triunfo enorme para los católicos españoles. Sin duda era una garantía de futuro para el reino godo, ya que desaparecía la tensión religiosa, pero los más “nacionalistas” de entre los godos no dejaron nunca de ver este suceso como una victoria de los hispanos, y ello creó otras dificultades. 

Durante el reino de Recaredo el mayor foco de conflicto seguía radicando en la Hispania bizantina, cuya capital, Cartagena, reforzó sus murallas el mismo año en que Recaredo se convirtió al catolicismo. Eso dejaba las cosas bien claras. Los bizantinos habían esgrimido el pretexto religioso e imperial para actuar en Hispania, pero ahora les bastaba sólo el imperial. Recaredo no luchó contra ellos. Por lo menos no abiertamente. Posiblemente ello se debiera más a los deseos de paz del rey que al temor que pudieran causarle los bizantinos. Después de todo, Recaredo era un guerrero con éxito. 

Así, en paz, llegó a su fin el reinado de Recaredo a finales de 601, tras designar a su hijo como heredero y sucesor.

[1] No me atrevo a hablar del nacimiento de una nueva nación, como espero aclarar en el capítulo sobre San Isidoro.

[2] Esta campaña originó que los vascones cruzasen por primera vez los Pirineos para entrar en la Galia.

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[3] La Ébora de los carpetanos, la Caesaróbriga de los romanos, es decir, la actual Talavera de la Reina.

[4] Esta expresión desaparecerá de las monedas visigodas poco tiempo después, lo que a su vez es señal de que Gallaecia fue completamente incorporada al reino visigodo, sin ninguna particularidad que recordase al antiguo reino suevo.

[5] Recaredo abortó en 588 una revuelta palatina organizada por los “nacionalistas” godos, seguramente descontentos de la política del monarca.

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12.- El reino de Toledo. De Liuva a Recesvinto.

El hijo de Recaredo, Liuva II, fue elevado al trono por los fieles de su padre. Pero antes de un año una revuelta palaciega le privó del trono. La revuelta estaba organizada por los mismos “nacionalistas” que en 588 habían pretendido echar del trono a su padre. Uno de estos nobles, Viterico, fue nombrado rey. 

El nuevo rey no abjuró del catolicismo (fue uno de los nobles que en 589 firmó una profesión de fe católica), ni hizo volver a los godos al arrianismo. Eso da prueba de lo sólido que había sido el III Concilio de Toledo. Sin embargo, Viterico permitió que parte de la nobleza volviera en secreto (esto es, de una manera no pública) al arrianismo. En este sentido Viterico significa la reacción de los godos más apegados a la tradición goda. Pese a ello este rey marca un punto de inflexión. En lo sucesivo los católicos ya no estarían excluidos de la sucesión al trono. 

Lo más señalado del nuevo rey fue que intentó una alianza con los burgundios que le sirviera de contrapeso a la amenaza de los francos, pero esta alianza no llegó a concluirse. Como respuesta trató de empujar a los lombardos que ocupaban el Norte de Italia a una guerra contra los burgundios, pero el plan también le salió mal, como le salió mal un intento de mezclar en estas conjuras a los reyes francos. En definitiva no consiguió nada, lo que suponía la pérdida de dinero y esfuerzo, y el descrédito de la política internacional del reino. 

Visto el panorama, Viterico sufrió un empacho de “morbus gothorum” durante un banquete a principios de 610. Su sucesor fue Gundemaro, un noble guerrero también miembro del sector “nacionalista” de los visigodos. 

El nuevo rey inició dos campañas, una contra los vascones, a los que derrotó y sometió, y otra contra los bizantinos, ésta con escaso éxito. 

En cuanto a política interna, convocó un sínodo (que no concilio) eclesiástico en Toledo. Gundemaro también se había convertido al catolicismo y aunque “nacionalista” no siguió la política de Viterico sino que demostró que su conversión era sincera. 

Además Gundemaro trató de recomponer la política externa visigoda enviando embajadores a los reyes francos, pero circunstancias externas a su política la malograron. En efecto, el reino franco de Austrasia fue destruido por el de Neustria, que absorbió al primero. Por otro lado, Brunequilda, una noble visigoda hija de Atanagildo, y que había casado con uno de los reyes francos, perdió toda influencia en las cortes francas. Hasta ese momento Brunequilda había servido como aglutinante y directora de los elementos pro-godos de las cortes francas. Pero en ese momento perdió su influencia y poco después fue asesinada. En consecuencia Gundemaro inició una guerra contra los francos a los que tomó un par de ciudades en Septimania. 

Asombra la cantidad de trabajo que fue capaz de desarrollar Gundemaro en tan poco tiempo. Murió a principios de 612, de causas naturales. 

Le sucedió en el trono Sisebuto. A diferencia de sus predecesores, Sisebuto había sido educado como romano más que como godo. Hablaba y escribía en latín, tenía fama de buen

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católico y piadoso, y tenía también fama de erudito. En consecuencia, Sisebuto es el primer rey hispanogodo, en el sentido de que fue el primer rey que llegó al trono sin que su educación romana fuera un obstáculo para ello. Esto señala un segundo punto de inflexión. Desde este momento los nobles “romanos” (culturalmente hablando) ya no estarán excluidos del trono. Sí seguían excluidos todos aquellos que no pudieran reivindicar su pertenencia a alguna de las familias de magnates visigodos. El criterio de la sucesión al trono se había trocado de lo sociocultural a la mera cuestión de sangre. 

La primera política de Sisebuto fue estabilizar sus relaciones con los francos. Conseguido esto (no sin esfuerzo) se volvió a los bizantinos, a los que atacó duramente y con éxito. En 620 logró el inmenso éxito de rendir Cartagena después de un complicado juego de negociaciones y traiciones. Poco después, bien por la fuerza o por la diplomacia (acompañada a veces de un poco de traición) logró arrebatar a los bizantinos casi todas sus posesiones peninsulares. Para mayor seguridad de que los bizantinos no se harían fuertes otra vez en esos territorios, destruyó las defensas de Cartagena y otras ciudades, y para vigilar cualquier posible intento bizantino, creó una circunscripción militar con sede en Orihuela, con el fin de vigilar el Levante frente a nuevos ataques bizantinos. 

El éxito de limpiar de bizantinos la Hispania peninsular le permitió a Sisebuto asociar al trono a su hijo Recaredo II. 

Además de contra los bizantinos Sisebuto organizó varias campañas contra cántabros y vascones, aunque no las dirigió él en persona ya que su atención estaba fija en el Sur. 

Sisebuto falleció a finales del invierno de 621. Le sucedió su hijo Recaredo II, pero murió a los pocos días [1], y como sucesor fue elegido Suintila. 

Suintila era un general de éxito (había sido uno de los que había dirigido la campaña contra vascones y cántabros), y además era hijo de Recaredo I. Sumaba por tanto su fama militar a la herencia paterna más el apoyo de los fieles de su difunto padre. Es decir, era un rey aceptable tanto por “nacionalistas” como por “hispanogodos” (entendiendo por tales a los visigodos más romanizados). 

Fue Suintila quien en 625-628 completó la expulsión de los bizantinos de la Hispania peninsular [2]. Completando la obra de Sisebuto, destruyó las fortificaciones de las ciudades de la orilla hispana del estrecho, y creó una circunscripción militar allí con sede en Tarifa al cargo de un tal “comes Iulianis” o “conde de Iulia” (Traducta). 

Pese a este enorme éxito Suintila no era un rey muy popular entre los visigodos. Sus contemporáneos dijeron de él que era un tirano y un déspota. Así, surgieron varios rebeldes entre 630-631 que conspiraron contra él. Uno de ellos, Sisenando, se rebeló en la Tarraconense con las fuerzas que debían atacar a los vascones (nuevamente en pie de guerra) y pidió ayuda a los francos, que hicieron avanzar sus tropas hasta Zaragoza. Suintila marchó desde Toledo a hacerles frente, pero antes de la batalla entre Suintila y Sisenando los partidarios del primero desertaron y se pasaron al otro bando. Sisenando fue aclamado como rey por el ejército. Suintila fue hecho prisionero y murió varios años más tarde sin recobrar la libertad. Estamos a principios de 631. 

Sisenando ya ocupaba el trono, pero lo había ocupado por la fuerza de las armas y no por elección de los nobles. En consecuencia, Sisenando convocó en 633 un concilio, el IV de

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Toledo, con el fin de que el poder eclesiástico sancionara la legalidad de su acceso al trono. Tenemos aquí otro de los jalones históricos del reino visigodo. 

Hasta el III Concilio de Toledo los concilios eran asambleas religiosas de obispos que se reunían para tratar temas dogmáticos o de ordenamiento eclesial. Dado que los reyes visigodos eran la cabeza de la Iglesia católica, y dado que los obispos eran “de facto” y en ocasiones “de iure” los gobernadores civiles de sus propias diócesis, el Estado visigodo tenía interés en ellos, los convocaba y presidía, y procuraba hacer ley sus conclusiones. El III Concilio de Toledo se convierte en el primer concilio que trasciende lo religioso para convertirse en un concilio en el que se encuentran reunidos el poder eclesial y el poder palatino. Pero este concilio se convocó con un fin concreto, sancionar la conversión de la corte goda. Ahora Sisenando da un paso más allá y convierte la reunión conciliar en una asamblea de los notables del reino, tanto religiosos como de la administración civil y palatina (que se incorporan a las reuniones como miembros de pleno derecho), y lo hace concretamente con un fin político que afecta a todo el reino, y no solo con un fin eclesial. 

Buena parte de los concilios de Toledo convocados desde esta fecha se harían “ad regem confirmandum”, siguiendo la tradición de Sisenando, esto es, para ratificar y sancionar el acceso del nuevo rey al trono. Pero también de estos concilios saldrían los cuerpos legales que regirían la administración del reino visigodo. Se convierten por tanto en concilios nacionales, y como tales, en una institución más del estado visigodo. 

Este hecho era el triunfo definitivo de los hispanorromanos, que habían pasado en menos de un siglo de ser discriminados y segregados (Ágila y Atanagildo) a ser colaboradores y partícipes en el gobierno (Leovigildo y Recaredo) y ahora, a través de sus obispos, eran poco menos que el “poder legislativo” [3] del reino visigodo. 

Pero de momento, ajeno a las consecuencias de este cambio crucial, Sisenando logró convencer al concilio de que Suintila había sido derrocado del trono por su tiranía. El concilio, actuando como institución del reino, despojó de sus bienes al depuesto rey y a su familia, incluso a aquellos que se habían pasado al bando de Sisenando. 

Sisenando no duró mucho en el trono. En Marzo de 636 moría. 

A Sisenando le sucedió, tras un corto interregno, Khintila. De inmediato convocó el V Concilio de Toledo (Junio de 636) con intención de que la Iglesia le ratificara su apoyo. En este concilio no sólo se apoya el acceso de Khintila al trono sino que también se ordena una protección especial para Khintila y su familia, aun en el caso de muerte o de derrocamiento de éste. Además se regulaba por primera vez la sucesión al trono cuando (sin entrar en el proceso de elección del rey) el concilio defendía que el rey otorgara bienes y tierras a sus fieles, bienes y tierras que el siguiente rey podía repartir de nuevo a sus propios fieles, pero sin mengua de los derechos adquiridos por los primeros. Asimismo se establece claramente que la elección del nuevo rey sólo podía recaer en uno de los miembros de la alta nobleza militar y palatina (por tanto visigoda) del reino. Con esto es obvio que se buscaba algún modo de evitar la guerra civil en la elección de los nuevos reyes. Lo que habían cambiado los tiempos. Los reyes visigodos buscaban ahora entre los obispos hispanos algún remedio al “morbus gothorum”. 

Khintila se pasó casi todo su reinado luchando contra sus diversos enemigos internos [4], que debieron ser tantos que en Enero de 638 convocó el VI Concilio de Toledo (al que

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asistieron muchos obispos que no estuvieron en el V) para reafirmar lo que el V había dicho sobre la protección a su persona. 

Después de este último concilio hubo la posición de Khintila se consolidó lo bastante como para tener paz y asociar al trono a su hijo Tulga. Khintila murió en Diciembre de 639 y su hijo fue nombrado rey. 

El nuevo rey gobernó durante más de dos años, pero siendo de corta edad y sin apoyos sólidos en lo político, su reinado no fue sino una sucesión de conspiraciones y revueltas. Al final, en Abril de 642, un grupo de conspiradores se apoderaron de Tulga, le tonsuraron y le obligaron a aceptar el orden sacerdotal. Los concilios V y VI habían excluido de la sucesión al trono a los eclesiásticos, así que mediante esta maniobra Tulga quedaba depuesto. Por lo menos al pobre Tulga no le dieron a probar el “morbus gothorum”. 

Los conspiradores estaban conchabados con Khindasvinto (o Chindasvinto), un noble visigodo que se había pasdo el reinado de Tulga tramando conspiraciones contra él. Procedía de los asentamientos visigodos del Norte, donde era jefe militar de frontera. Se trataba de un hombre ya anciano, pero todavía vigoroso. Khindasvinto era visigodo de pura cepa, que tenía una educación primaria, que sólo entendía el argumento de la fuerza y que en su larga vida había sido testigo de la debilidad de los distintos reyes que le habían precedido. En consecuencia lo primero que hizo al llegar al trono fue iniciar una purga de fieles a Khintila y Tulga y de todo aquel que le quisiera hacer sombra. Organizó el asesinato de varias familias de la nobleza visigoda, a las que confiscó todos sus bienes. Nunca se había visto, en toda la historia de los godos, semejante carnicería. Khindasvinto afirmó su trono sobre el terror. 

Khindasvinto no convocó ningún concilio, y además de eso, se entrometió en la vida eclesial nombrando obispos que fueran de su gusto. Así pensaba desarticular la posible reacción a sus crímenes encabezada por la Iglesia. Nunca ningún rey se había atrevido a tanto, ni siquiera en tiempos de los arrianos. La situación con la Iglesia llegó a un punto de ruptura cuando, a la muerte del arzobispo de Toledo, Khindasvinto trató de colocar a un presbítero cercano a él. De inmediato el arzobispo de Zaragoza inició una serie de protestas que se extendieron a otros altos eclesiásticos del reino. 

Una vez logró colocar en la silla toledana a uno de los suyos convocó Khindasvinto un nuevo concilio, el VII de Toledo, en 646. Este concilio fue distinto a los anteriores. Asistieron pocos obispos, y los que lo hicieron fueron presionados por el terror godo para que todo transcurriera según quería el monarca. De este modo logró Khindasvinto la sanción eclesial para perseguir a sus enemigos y obtuvo el apoyo de una parte de la Iglesia a su persona.

 

Poco después, en 649, asoció al trono a su hijo Recesvinto. Esta asociación fue solicitada en parte por altos dignatarios hispanos. Recesvinto había sido educado en la cultura romana, y sin duda los hispanos debían ver en él un freno al despotismo de su padre.

Khindasvinto reinó hasta 653, año en que murió, sucediéndole Recesvinto. 

Éste convocó de inmediato otro concilio, el VIII de Toledo, en Diciembre de 653. A él acudieron casi todas las dignidades eclesiásticas del reino. Recesvinto buscaba el

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reconocimiento a su trono, pero ofrecía a cambio una amnistía a todos los perseguidos por su padre, a los que restituiría sus libertades. Sus bienes no. Recesvinto tuvo buen cuidado de reunir todas las posesiones de tierras que los distintos reyes habían otorgado desde Suintila, y colocarlas bajo el patronazgo del rey, que podía distribuirla a su gusto. Asimismo Recesvinto se quedó con los bienes expoliados por su padre, pero no a título personal, sino como parte del tesoro real. De este modo Recesvinto se convertía en el hombre más rico del reino, y además, podía repartir tierras a sus fieles. 

Más importante aún, este concilio regula por primera vez el modo en qué ha de elegirse al rey. Se establece que la elección ha de hacerse en Toledo, o donde el rey anterior hubiera muerto. Se establece que son los nobles palatinos y la autoridad eclesial quienes ha de aprobar el nombramiento. Se prohíbe que las tropas (el ejército visigodo) proclamen a nadie rey. 

Esto era un avance, pero la cuestión estaba en si las leyes de los concilios tendrían más fuerza que los feudos con el difunto Imperio. Para demostrar que no, un rebelde llamado Froila se alzó contra Recesvinto. Con ayuda de los vascones puso cerco a Zaragoza, aunque la ciudad resistió y Recesvinto derrotó a Froila (654). 

Ese mismo año tuvo lugar el hecho más importante de todo el reinado: se hizo público el “Forum iudiciorum”, el texto legal que reunía en un solo cuerpo todo el derecho del reino visigodo. Este es otro hito en el reino godo puesto que con este código desaparecía la segregación jurídica entre hispanos y godos. El “Forum” se basaba el la revisión que Leovigildo había hecho del código de Alarico con la adición de las leyes promulgadas por los reyes desde Recaredo a Recesvinto. Recesvinto tenía la fuerza suficiente como para imponer el “Forum” a todos sus súbditos, y así lo hizo, acabando con la segregación legal entre hispanos y godos [5]. 

Tan bueno fue este código legal que tres siglos más tarde, rebautizado “Fuero juzgo”, seguía siendo la mayor fuente de derecho en Portugal, Galicia, Asturias, León y Castilla. 

La promulgación de este código trajo aparejada otra consecuencia, que se venía gestando desde el IV Concilio de Toledo. La ocupación bizantina había trastocado la organización provincial romana y había modificado los límites entre las sedes episcopales. Reunificado el reino se podía proceder a la recuperación del territorio de cada diócesis. Y así se hizo, no sin ciertas dificultades y varios concilios intermedios. De paso, Recesvinto aprovechó para ajustar el gobierno de su reino al sistema provincial romano. Al frente de cada provincia estaría un “dux” (duque) como máximo jefe militar y civil. Por debajo de él podría haber otros duques o condes (“comes”) encargados de circunscripciones militares (como las de Orihuela y Tarifa contra los bizantinas, la del Bierzo contra los astures, la de Amaya contra los cántabros y la de Pamplona contra los vascones). Las ciudades y sus comarcas adyacentes estarían gobernadas por un conde, subordinado al “dux” de su provincia. El conde tendría a sus órdenes a distintos funcionarios encargados de la hacienda y la administración de justicia. Este armazón se basaba en la pervivencia del sistema administrativo romano en las ciudades. En cuanto a los conventos jurídicos (unidades administrativas inferiores a la provincia), fueron más o menos restaurados también, aunque con ligeros cambios en cuanto a sus capitales, que se procuraron hacer coincidir con las sedes episcopales. 

De este modo, y casi simultáneamente, Recesvinto había conseguido modernizar tanto la administración de justicia como la administración del reino que ahora sí que se parecía a

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un Estado. Un Estado semibárbaro, si se compara con el romano, pero desde luego, más avanzado que el de Tolosa. 

El reinado de Recesvinto marca el cénit del reino visigodo en Hispania. A su muerte, el 1 de Septiembre de 672, dejaba un reino en paz, cohesionado en lo religioso y en lo jurídico, dotado de un incipiente Estado de inspiración romana, con las cuentas saneadas y un buen tesoro en reserva. Nunca había sido el reino visigodo tan poderoso. Nunca, desde la edad dorada del Imperio, había estado Hispania tan bien administrada y tan próspera. Desde la Edad de Oro del Imperio la cultura (generada sobre todo por los hispanorromanos) había llegado a un punto tan alto. 

Ello no obstante, el reino visigodo tenía sus debilidades internas, que se manifestarían con toda su crudeza en el siguiente reinado.

[1] ¿Se imaginan los lectores de qué murió Recaredo II? ¿De "morbus gothorum"? ¡Premio!

[2] La Hispania bizantina queda reducida desde este momento a la sola posesión de las Baleares y Pitiusas y a la de Ceuta, Tánger y su hinterland. Esto plantea otra cuestión interesante. Es difícil creer que Ceuta pudiera ser completamente abastecida desde Constantinopla. La metrópoli estaba demasiado lejos como para poder reaccionar en caso de un peligro inminente. ¿Contaban ya entonces los gobernadores de Ceuta con apoyo desde la otra orilla del Estrecho? Yo me inclino a pensar que sí. Y en ese caso si interlocutor natural era el “comes Iulianis”, que era el encargado de vigilar la orilla visigoda del estrecho.

[3] Tómese esta expresión con cuidado y en ningún caso en el sentido moderno del término.

[4] Los externos (francos y bizantinos) no constituían en ese momento ninguna amenaza seria para los visigodos. Los francos a causa de su desunión, y los bizantinos porque justo en este año comienzan una nueva guerra contra los persas.

[5] El “Forum” no acabó con la tradición goda de las leyes orales, sino que las puso por escrito y las adecuó a las circunstancias. Es muy probable que en sus asentamientos de los Campos Góticos muchos juicios particulares entre godos se siguieran con uso exclusivo de las leyes orales godas. Hay testimonios que indican que esa costumbre se mantuvo el siglo IX. En cambio, el Código de Recesvinto acabó definitivamente con las leyes orales suevas, si es que entonces se seguían usando en Gallaecia.

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13.- San Leandro y San Isidoro.

Las vidas de estos dos santos son imprescindibles para comprender la historia visigoda de sus tiempos, por la influencia que tuvieron, y por el legado que dejaron tras de sí. 

Leandro e Isidoro eran hermanos. Su madre era visigoda y casi con seguridad arriana. Debía pertenecer a la nobleza, dado el cargo de su esposo, pero no hay nada que asegure que era de familia real. Su padre, Severiano, era un hispano de antepasados griegos que ocupaba un puesto de importancia en la administración civil de la provincia Cartaginense. La invasión bizantina obligó a emigrar a toda la familia de su Cartagena natal (donde nació Leandro en 530) a Sevilla donde nacieron los demás hermanos menores: Fulgencio [1], Florentina [2] e Isidoro (éste último en 560). 

Leandro ingresó en una orden monástica, pero la prematura muerte de sus padres le obligó a encargarse de la educación de sus hermanos. Tenía fama de persona inteligente, buen orador y además había estudiado con los mejores profesores de su época. Por ello no sorprende que procurara dar a sus hermanos una mejor educación tan extensa como la que él mismo tenía. 

En 578 Leandro se convirtió en metropolitano de Sevilla por elección popular. Al poco tiempo entró en contacto con Hermenegildo, que era el jefe político de su provincia. Si intervino en la conversión de Hermenegildo es algo que se duda, aunque es difícil pensar que no tuvo nada que ver, y yo estoy convencido de que en efecto fue Leandro quien convirtió a Hermenegildo. Poco después de esto, con Hermenegildo ya en franca rebeldía contra su padre, envió a Leandro a Constantinopla como embajador suyo con el fin de que negociara el apoyo bizantino a su causa. En Constantinopla pasó Leandro tres años (de 581 ó 582 a 585, más o menos), en los que aprovechó para seguir estudiando y mejorando su formación monástica y bíblica. En Constantinopla conoció a Gregorio, vicario del Papa ente el emperador. Años después Gregorio sería elegido Papa. La historia le conoce como San Gregorio Magno. Lo de Magno se lo ganó por su sabiduría y erudición. Esta pareja de amigos santos se divertían estudiando juntos y discutiendo de leyes, de gramática y de teología. Lástima que ningún cronista registró sus conversaciones, que sin duda debieron ser muy jugosas. 

Leandro regresó a Hispania en 585. Si regresó aún en vida de Leovigildo debió ser porque su implicación en la guerra civil había sido escasa o quizá porque no esperaba castigo del rey. Si esperaba esto último, se equivocó. Leovigildo le desterró fuera de Sevilla, aunque no se atrevió ni a quitarle la mitra ni a matarle, como pedían algunos nobles visigodos que veían en él al verdadero instigador de la revuelta de Hermenegildo. 

El propio Leovigildo no debía verlo así porque ya a punto de morir le levantó el castigo y le encomendó que cuidara a su hijo Recaredo [3]. 

Hay que dejar claro que Leovigildo no pretendía con ello que Recaredo se convirtiera al catolicismo. Simplemente Leandro era el mayor talento que había en la Iglesia hispana (y en Hispania entera), y Recaredo necesitaría su apoyo y su ayuda en el trono. Con este hecho, completamente deliberado, Leovigildo ponía a su hijo menor, que ya conocía por boca de Massona de Mérida la verdad de la conversión y rebelión de Hermenegildo, a tiro de otro obispo que lo conocía todo aún mejor. 

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Es indudable que sin Leandro cerca del nuevo rey no se hubiera producido el III Concilio de Toledo, ni tampoco se hubiera llegado al entendimiento con los obispos arrianos. Leandro se había pasado su estancia en Constantinopla estudiando a los padres y conocía a fondo el poso doctrinal e histórico del arrianismo. Sin su presencia es difícil pensar que se hubiera llegado a un entendimiento entre católicos y arrianos. 

Y como prueba de ello, el III Concilio de Toledo fue presidido por él. A él, Leandro, le entregó su tomus el rey Recaredo y él fue testigo de la conversión de la corte visigoda entera. 

Tras este éxito de conversión (que fue conveniente conocido y celebrado por su amigo el papa Gregorio) Leandro se convirtió sin discusión en la figura más importante del reino por detrás del rey. 

De él escribió después su hermano Isidoro: “Leandro, hijo de Severiano, de la provincia Cartaginense de España, fue monje de profesión, y siendo monje fue nombrado obispo de la iglesia de Sevilla, en la provincia Bética; hombre de conversación suave, de ingenio brillantísimo, ilustrísimo por su vida tanto como por su ciencia, hasta el punto de que su fe y por su habilidad el pueblo de los Godos volvió de la herejía arriana a la fe católica.” [4] 

Sin embargo, Leandro seguía siendo un monje al que por las circunstancias le tocó dedicarse a la cosa pública. El resto de su episcopado lo pasó dictando obras sobre la liturgia (entre otras cosas, fue el que introdujo en la misa el recitado del Credo como profesión de fe) y la vida monacal. Falleció en Sevilla en 596 en olor de santidad. 

Fue elegido sucesor suyo en la sede sevillana su hermano Isidoro. Si Leandro tenía fama de inteligente y culto, Isidoro era el doble que su hermano. A diferencia de Leandro Isidoro era un obispo al que le preocupaban y mucho las vicisitudes del reino. 

Por ello escribió su “Historia de los Godos, Vándalos y Suevos”, fuente imprescindible de esta época ya que Isidoro tuvo acceso a todos los archivos y a todas las personas notables del reino. 

San Isidoro fue el primero (el segundo para el que piense que lo mismo llegó a vislumbrar Leovigildo) que se dio cuenta de que la Hispania de su tiempo no era la Hispania romana sino algo nuevo. Una Hispania romana en cuanto a que su cultura y ciencia venía casi en exclusiva de su herencia romana. Pero a la vez una Hispania pasada por el tamiz de los visigodos, que habían dado forma a un nuevo edificio con los ladrillos del viejo. En consecuencia Isidoro creía que la fusión de godos e hispanos no sólo era inevitable sino además deseable para permitir que esta Hispania nueva, que no era la de Augusto o Adriano, pero tampoco la de Diocleciano, llegase a desarrollar todo el potencial que tenía. 

Conviene aclarar que en la visión de Isidoro Hispania sería una parte de la “Romania”, entendida ésta como el legado cultural y social del difunto Imperio. Por ello no cabe pensar, en mi opinión, que Isidoro tuviera en mente una Hispania como nación-Estado independiente. Para Isidoro los reinos que eran los herederos del difunto Imperio de Occidente tenían cimientos comunes, eran hijas de un mismo hecho histórico, por lo que eran interdependientes entre sí, casi como provincias autónomas de un mismo reino [5]. 

Coherentemente con esta idea suya, genial y revolucionaria, Isidoro dedicó todo su episcopado a reunir el legado del Imperio y de la vieja Hispania para transmitirlo a la

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nueva Hispania. Y dedicó su esfuerzo a dar forma a la monarquía visigoda según este concepto. 

En ambos aspectos tuvo éxito. Isidoro logró compilar buena parte del saber de su época para legarlo como herencia nacional a godos e hispanorromano. Creó escuelas episcopales que difundieran el saber atesorado y lo pusieran al servicio de los hispanos, no de una élite intelectual. Primero fundó en Sevilla, luego le siguieron imitadores en Toledo, Mérida y Zaragoza. La intervención de Isidoro en el IV Concilio de Toledo fue imprescindible para convertir a la Iglesia en un poder moderador y el propio concilio en un esbozo de cortes nacionales a las que debía someterse para su aprobación la legislación del reino. 

Los españoles de hoy en día podemos estar bien agradecidos a San Isidoro. Sin él la historia de Hispania tendría un agujero negro entre los siglos VI y VII. Sin él, ni españoles ni portugueses modernos hubiéramos recibido la herencia de Roma y de Gotia casi intacta. 

El IV Concilio fue el momento álgido de su episcopado y su influencia, que coincidió además con el reinado de Sisenando, un visigodo por raza y costumbres pero hispano de cuna y romano por educación, cultura y saber. En la persona del rey Sisenando veía Isidoro el paradigma de la nueva Hispania. 

Vislumbrando ya lo que sería el futuro, fallecía Isidoro, en olor de santidad, en Sevilla, el 4 de Abril de 634, pocos días después del rey Sisenando. 

La historia de los visigodos tiene un antes y un después de San Leandro y San Isidoro. Estos dos hermanos son los que dan forma a la monarquía visigoda, que pasa de ser una monarquía bárbara y extraña al pueblo hispano (por lo cultural, religioso y político) a ser una monarquía plenamente hispana.

[1] Conocido por la historia como San Fulgencio. Fue obispo de Écija.

[2] Conocida por la historia como Santa Florentina. Profesó de monja en uno de los conventos reformados por su hermano mayor, del cual llegó a ser abadesa.

[3] De este encargo real nace la leyenda de que Leovigildo se convirtió en católico en su lecho de muerte. Personalmente pienso que no hay pruebas de ello aunque tampoco es imposible. ¿Mi opinión? Que no se convirtió. Entre otras cosas, si lo hubiera hecho, San Isidoro no hubiera dejado de contarlo.

[4] De viris illustribus.

[5] Hoy en día los que no lo ven claro son los políticos de Bruselas, empeñados en que la “civilización europea” nació por generación espontánea.

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14.- El reino de Toledo. De Wamba a Rodrigo.

A la muerte de Recesvinto fue elegido rey Wamba (o Vamba). En su elección hubo ciertas irregularidades ya que no se cumplieron todas las condiciones indicadas en el VIII Concilio de Toledo. Básicamente el nombramiento de Wamba fue realizado por la aristocracia militar “nacionalista”, y se les presentó a los palatinos y obispos como hecho consumado. Pese a todo, Wamba fue ungido rey. 

Pero al poco estalló la primera revuelta. Sicronizadamente se alzaron los vascones y el conde de Nimes. Con amenazas tan separadas entre sí (Nimes era la ciudad de Septimania más lejana a Toledo), Wamba organizó dos ejércitos, uno a sus órdenes contra los vascones y otro al mando del duque Paulo contra los rebeldes. 

Paulo marchó a Zaragoza y luego a Narbona. Allí se le unieron el dux de la Tarraconense, Ranosindo, y otros rebeldes y le proclamaron rey. No se trataba sólo de un rival de Wamba. Paulo y los suyos buscaban la secesión de Septimania y Tarraconense para constituir un nuevo reino, y de hecho Paulo le envió a Wamba negociadores que llegasen a un arreglo sobre esta base. Este hecho no tenía precedentes en la historia visigoda, porque para los visigodos el reino era patrimonio del pueblo, no un patrimonio personal que pudiera dividirse a la muerte de su dueño [1]. Wamba se alarmó lo suficiente como para interrumpir la campaña contra los vascones y marchar contra Paulo y los suyos, a los que derrotó completamente. Paulo pidió ayuda a francos y bizantinos, pero ninguno de los dos estaba en condiciones de prestarle ayuda. Los francos, por su división y debilidad; los bizantinos, porque bastante tenían con los musulmanes, que ese año 673 asediaron Constantinopla por primera vez. 

De vuelta en Toledo, y una vez hecho un escarmiento a los rebeldes, Wamba proclamó el 1 de Noviembre de 673 una ley que imponía el servicio de armas a todos los súbditos del reino. Con esta ley, en el momento en que cualquiera, godo o hispano, seglar o eclesiástico, supiera de un ataque enemigo, tendría que presentarse a las autoridades con todas las fuerzas que pudiera reunir. Lo más interesante de esta ley es su preámbulo, en el que Wamba se lamenta de los males que le ha causado al reino la inasistencia militar de parte de la población. 

Así pues, acabamos de llegar a otro nudo en la historia de los visigodos. De pueblo en armas, de pueblo belicoso y guerrero donde los hubiera, han pasado a ser un pueblo en el que hay gente que no presta servicio militar. ¿Y cómo se ha llegado a eso? 

La razón fundamental es que la nobleza visigoda se había convertido en una nobleza terrateniente. Los visigodos pobres (el “estamento llano” visigodo, podríamos decir) se ocupaban de la agricultura y no del servicio de armas. El pueblo visigodo ya no era un pueblo de guerreros. Por otro lado, los nobles tenían su comitiva de fieles militares, que eran realmente la fuerza militar que podía defender al reino, pero al estar pagados por los nobles y no por el rey, ya no obedecían al rey visigodo en tanto que líder del pueblo visigodo, sino a sus propios patrones, que a fin de cuentas eran los que les pagaban las soldadas. Si a estos dos factores añadimos los males del sistema monárquico electivo, con sus trapicheos, sus componendas y sus puñaladas traperas, es fácil imaginarse en qué empleaban los nobles godos sus fuerzas militares mejor que en la defensa del reino. 

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Este punto es vital para entender la caída del reino visigodo, y volveré a él en su debido momento. 

Proclamada esta ley el siguiente paso que da Wamba es convocar el XI Concilio de Toledo (Noviembre de 675), celebrado en paralelo con el III Concilio Bracarense, para la provincia Gallaecia. 

No puede decirse que estos concilios tuvieran como fin confirmar al rey, que por otro lado ya había sido coronado y ungido dos años antes. El fin de estos concilios es el de reforzar la administración del Estado y confirmar la legislación de Wamba. Además, ambos concilios trataron de temas litúrgicos, que supongo que al rey no le preocuparían demasiado. 

Pasadas las primeras tribulaciones, el reinado de Wamba fue bastante tranquilo, aunque llegó a un punto y final bastante abrupto. En 680 Wamba cayó enfermo y pidió recibir la tonsura eclesiástica y los santos óleos [2]. Pero en vez de morirse, Wamba sanó, para llevarse la sorpresa de que al ser ya eclesiástico, y según lo mandaban los cánones de los concilios toledanos, ya no podía ser rey. De inmediato se reunió la asamblea de nobles, que proclamó rey a Ervigio. 

Wamba protestó porque había sido tonsurado sin su consentimiento, pero Ervigio le ganó por la mano y le envió a un monasterio. Muchos fieles de Wamba pensaron que todo había sido un complot de Ervigio y los suyos para quitarle el trono, y que la supuesta enfermedad había sido producto de las drogas (de hecho, un siglo después ésta es la versión de los hechos que recoge la Crónica de Alfonso III, o sea, que el escándalo debió ser grande). Si esto fue así, se trataba de un golpe de Estado en toda regla. Abonaba la sospecha el que el nuevo rey fuera hijo de Ardabasto (un noble griego que se refugió en 643 en la corte goda y llegó a ocupar altos cargos en las administraciones de Khindasvinto y Recesvinto) y de una sobrina de Khindasvinto. Dado que Wamba fue elegido rey por los godos “nacionalistas” presentando a los demás nobles el hecho consumado, la elección de Ervigio suponía la reacción de los hispanogodos y de los fieles de Recesvinto. 

Por si acaso Ervigio convocó de inmediato el XII Concilio de Toledo (Enero de 681) con el fin de legalizar su elección. El concilio ratificó la legalidad de la ordenación de Wamba y de la posterior elección de Ervigio. Además de éste, se trataron otros dos asuntos de importancia. El primero fue la suavización de la ley militar de Wamba (argumento que fue esgrimido para probar que Wamba era un tirano). El segundo, la preeminencia del obispo metropolitano de Toledo sobre todos los demás metropolitanos y obispos del reino. En efecto, en este concilio se determinó que era el metropolitano de Toledo el que tenía el derecho de consagrar a los obispos de las sedes vacantes en el reino. Con esto se conseguía centralizar las elecciones episcopales en una sola persona y se evitaban abusos con nombramientos ilícitos. A la larga, esta potestad de los obispos toledanos sería de gran beneficio para los visigodos y sus herederos, como ya veremos. 

En 683 se convocó otro concilio en Toledo para afirmar la validez de todo lo acordado en el anterior, con mención expresa de la protección debida a la persona del rey y de su familia. No se puede afirmar claramente, pero parece que este concilio de 683 se convocó después de un intento de derrocamiento de Ervigio, seguramente organizado por los fieles del tonsurado y no difunto Wamba. 

Por estas mismas fechas tiene lugar un acontecimiento que pasó desapercibido a los ojos de la corte toledana. 

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Entre 682-683, Uqba ibn Nafi, gobernador de Kairuán (capital militar de la Berbería recién conquistada por los musulmanes), organiza una expedición hacia Occidente. Se trata más bien de un reconocimiento en fuerza que de un intento de conquista serio. Con sus fuerzas llegas hasta la orilla del Atlántico después de haber recorrido el interior de Marruecos. La expedición finalizó en 687, año de la muerte de Uqba. 

¿Contactó Uqba con los gobernantes de Tánger y Ceuta? No se sabe. Personalmente estoy convencido de que sí. Uqba, por lo que sabemos, era un administrador y militar competente. No me cabe en la imaginación el que organice una expedición de reconocimiento hasta el litoral atlántico y deje de reunir información sobre Tánger y Ceuta, ciudades de las que sin duda tendría informaciones a través de sus contactos con los bereberes. 

Ervigio, al que seguramente los bereberes, cristianos o musulmanes, no debían preocuparle mucho, murió el 15 de Septiembre de 687. Le sucedió Égica, que estaba casado con una hija del difunto rey, aunque él mismo era sobrino de Wamba. Égica llegó al trono con el apoyo de los fieles de su tío y de los visigodos “nacionalistas”, pese a su alianza familiar (y supongo que política) con la familia de Ervigio. 

Égica fue designado sucesor por Ervigio, pero los nobles de palacio no debieron verlo muy claro. Se inició un interregno en el que los fieles de Égica negociaron con los de Ervigio un “modus vivendi”. Al final Égica garantizó las personas y bienes de la viuda y la familia del difunto rey a cambio de que no le estorbasen en el trono. Este pacto evitó una guerra civil aunque a costa de ahondar en las divisiones partidistas de la corte visigoda. 

Finalmente, Égica fue ungido rey en Toledo en Diciembre de 687. De inmediato (Mayo de 688) convocó un concilio, el XIV de Toledo, con el fin de legalizar su acceso al trono y también para que el concilio le autorizara a romper el pacto a que había llegado con la familia y los fieles de Ervigio. Lo primero lo consiguió; lo segundo no. 

El nuevo rey no llegó a ser un nuevo Khindasvinto, pero casi. El reinado de Égica se vio alborotado por continuas rebeliones e intentos de sublevación que reprimió con mano dura. El momento álgido se alcanzó en al año 693 en el que un grupo de conspiradores elevó al trono al dux Sunifredo en Toledo. Égica acusó de estar involucrado en la rebelión a la familia del difunto Recesvinto, y al mismísimo metropolitano de Toledo, al que quitó la mitra a golpe de espada. 

Decido a acabar de una vez por todas con sus enemigos, y para sancionar sus decisiones y eliminar a los enemigos que tuviera dentro de la Iglesia, Égica convocó ese mismo año 693 el XV Concilio de Toledo [3]. Se salió con la suya, pero no contento con eso, Égica hizo una revisión del Código de Recesvinto para endurecer las penas por traición y sedición. Además se imponen la obligación de que los cargos palatinos y de la administración del reino jurasen fidelidad al nuevo rey apenas fuera ungido. 

En el XV Concilio de Toledo Égica acusó directamente a los judíos de haber estado envueltos en la conspiración contra él. Qué razones tenía para acusarlos, no se sabe, y quizá la simple sospecha le bastaba. Como fuera, Égica consiguió del concilio medidas legales contra los judíos de todas las provincias, salvo Septimania. Al año siguiente, 694, comienzan a aparecer en las costas españolas mercaderes griegos y judíos que llegaron huyendo de la guerra entre Bizancio y los musulmanes. Égica no miró a los recién llegados mejor que a los que ya estaban en Hispania. Ese mismo año 694 Égica obtiene del XVI

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Concilio de Toledo un endurecimiento de las leyes antijudías, con la excusa de que los judíos constituyen un peligro para la estabilidad del reino. Una vez más, Égica no presentó argumentos convincentes, sino la simple sospecha. 

La situación había llegado a un punto de tirantez enorme. Égica reinaba, pero en cualquier momento podía surgir una nueva conspiración, y el puño de hierro del rey no se bastaba a eliminarlas todas. Fue entonces cuando un grupo de hispanogodos, apoyados por la jerarquía eclesial, comenzó a ver a Witiza (o Vitiza), hijo del rey, educado en la cultura romana, como una alternativa a su padre. Se repetía un poco con el tándem Égica-Witiza lo que pasó con Khindasvinto y Recesvinto. En la época de 693-694 Witiza era el dux de la provincia Gallaecia. 

Sólo que en este caso, además, las facultades mentales de Égica declinaban a ojos vistas. Rindiéndose a la evidencia, Égica asoció al trono a su hijo Witiza en 697 (XVII Concilio de Toledo), y de inmediato delegó en él casi toda la tarea de gobierno. 

Égica vivió hasta 702, siendo el rey nominal, pero de hecho era su hijo el rey. El XVIII Concilio de Toledo (700) certificó la incapacidad de Égica para reinar y autorizó a que Witiza, en vida de su padre, ocupara el trono. Muerto Égica no había muchas más alternativas al trono que la de Witiza, que en consecuencia fue elegido rey y ungido en Toledo. 

Las primeras medidas de Witiza consistieron en amnistiar a los nobles perseguidos por su padre. El fin de estas medidas no era enteramente altruista. Con ello buscaba reconciliarse con los fieles de Ervigio y con la cúpula eclesial a fin de garantizar la sucesión en la persona de sus hijos, que eran entonces casi niños. Witiza no era tonto y sabía lo que ocurría cuando un príncipe joven llegaba al trono, por muy poderoso que fuera su padre (casos de Liuva II y Tulga). 

El reinado de Witiza no fue tan inestable como el de su padre, pero la lucha soterrada entre partidos de unos y otros en la corte debilitaron el trono y el reino más que una guerra civil cruenta, como se vio a su muerte. 

Witiza murió en 710. Su deseo era que alguno de sus hijos ocupara el trono, pero éstos eran demasiado jóvenes y la nobleza visigoda no los tuvo en consideración. Fue elegido rey Rodrigo. 

Rodrigo era nieto de Khindasvinto. El padre de Rodrigo había participado en conspiraciones contra Égica, y había muerto prisionero. El nuevo rey había sido dux de Lusitania con Witiza. En consecuencia, Rodrigo no era un bastardo advenedizo como la leyenda quiso mostrar. Se trataba de un miembro de la más alta nobleza del reino. 

La elección de Rodrigo no fue tranquila. El nuevo rey no pertenecía al partido de los fieles de Égica y Witiza, y no era de su familia. Si Rodrigo contaba con el apoyo de los hispanogodos, es otra cuestión. Parece ser que éstos andaban divididos y descabezados tras la represión de Égica, y una parte de ellos apoyaba a los hijos de Witiza (fruto de la política del difunto rey de atraerlos a sus partidarios). La familia de Witiza debía temer la represión del nuevo rey porque casi todos ellos escaparon de Toledo. 

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En esta lucha de partidos al nuevo rey no le dio tiempo a convocar ningún concilio. A poco de ser ungido rey, Rodrigo tuvo que tratar con una rebelión en la Tarraconense y con una sublevación de vascones. 

Rodrigo marchó a tierra de los vascones en la Primavera de 711, con la intención, probablemente, de sofocar luego la rebelión de la Tarraconense. Estando en el Norte, a principios de Junio de 711, recibió mensajes del dux de la Bética, Teodomiro, en el que le informaban que un pequeño ejército extranjero había desembarco en Algeciras, que contaban estos extranjeros con la ayuda de traidores y que él, el dux, había sido derrotado en algunas escaramuzas contra ellos. En consecuencia, solicitaba refuerzos con urgencia. Rodrigo juzgó esta inesperada amenaza como algo más grave que la de los vascones. Interrumpió la campaña para dirigirse, vía Toledo, a Córdoba, adonde convocó a sus fieles y las fuerzas del reino para principios de Julio de 711.

[1] Justo al contrario que los francos, para los cuales el reino era propiedad del rey y éste podía dividirlo a su antojo, cosa que además hicieron en varias ocasiones.

[2] Era costumbre de la época entre la alta nobleza recibir la tonsura, junto con el diaconado o presbiterado, en el lecho de muerte.

[3] En 691 ya había convocado el III Concilio de Zaragoza (éste destinado sólo a los obispos de la Tarraconense, lo que hace sospechar que allí tenía Égica un buen puñado de enemigos).

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15.- El fin del reino visigodo.

¿Cómo es posible que el reino visigodo cayera ante un solo golpe? ¿Cómo es posible que una sola derrota acabara con un reino? 

No hay una respuesta fácil, ni única, a estas dos preguntas. 

A lo largo de estas páginas se ha mencionado varias veces el “morbus gothorum”, el regicidio, la enfermedad que impedía dar estabilidad al reino godo y que perpetuaba los males de la monarquía hereditaria. Éste es el primer peldaño de la escalera que acaba en la destrucción del reino. 

El segundo peldaño es la debilidad militar creciente del reino visigodo. Tan clara la vio Wamba que promulgó una ley militar, aunque sus sucesores se preocuparon de ablandarla, con las consecuencias que es fácil imaginar. 

El tercer peldaño es la disgregación del reino godo que llega a puntos de casi desintegración. He hablado de la rebelión de Paulo en tiempos de Wamba. Una secesión hubiera sido impensable en tiempos anteriores a Khindasvinto, pero la purga de nobles que éste hace elimina a mucha de la antigua nobleza del reino; los nuevos nobles (entre los que se encontraban extranjeros griegos, como Ardabasto) ya no ven al reino como un patrimonio del pueblo sino como un patrimonio personal. Este proceso de disgregación se agrava en tiempos de Égica, que tiene que hacer jurar fidelidad a los funcionarios del reino para que la administración funcione al servicio del reino, y no al servicio de las banderías de los nobles. 

El cuarto peldaño es la división entre visigodos e hispanorromanos. Aunque con los años las divisiones se hacen más borrosas, hasta casi desaparecer, siempre hubo una latente enemistad política entre los herederos de los bárbaros y los herederos de la Hispania romana. Pero si todo fuera tan sencillo como un pelea entre visigodos y “romanos”, las cosas serían fáciles. 

Sin embargo, la cuestión se agravaba por la división de la nobleza militar y palatina goda en varias facciones. Básicamente dos, los que yo he llamado los “nacionalistas” y los “hispanogodos”. Esto es especialmente grave en el último tramo del reino godo. Éste es el quinto escalón, que nos lleva de vuelta a los orígenes del problema: el “morbus gothorum”, el regicidio para acabar con un rey que no es de mi bando y poner a uno que sí lo sea. 

Y en la etapa a la que hemos llegado todos estos factores se combinan. 

La familia de Witiza se dedica tramar una conspiración contra Rodrigo. Dado que dentro del reino su fuerza es limitada, y dado que ni bizantinos ni francos pueden ser de gran ayuda, recurren a otro elemento externo: los musulmanes. 

Al-Walid, hijo de Abdul-Malik, califa de los musulmanes, creó la provincia de Ifriquiya, a cuyo frente puso a Musa ibn Nusair, nuestro Muza, en 704. Muza organiza varias campañas para acabar la conquista del Magreb y de Mauritania. La primera se pone en marcha en 705. Para 707 Muza ha completado la conquista de sus objetivos, con ayuda de tribus bereberes islamizadas que han hecho de vanguardia de choque contra sus parientes

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bereberes cristianos. Manda esta vanguardia Tarik ibn Ziyad. Entonces Muza se vuelve al Sur, a Mauritania, y tras unos primeros éxitos, al Norte, a Tánger y Ceuta. La primera de estas ciudades es conquistada sin problemas (y allí establece Tarik su cuartel general), pero la segunda, bien fortificada y construida en un istmo, es hueso duro de roer. 

Los musulmanes organizan una razzia contra la Península en el Verano de 710. La maniobra les sale bien y consiguen botín sin casi combate. Quizá en este momento se echaron de menos las defensas que Sisenando y Sisebuto había demolido décadas antes. Mientras, el comes Iulianis, o su delegado en Ceuta, sigue resistiendo [1]. 

Pero llega la muerte de Witiza y el comes Iulianis actúa como intermediario entre los witizanos y los musulmanes para sellar una alianza que permita a los primeros recuperar sus bienes y a los segundos hacerse con botín. Es interesante hacer notar que según las crónicas los witizanos no reclaman a los musulmanes apoyo para ocupar el trono de Toledo, sino para recuperar los “fundos reales”, bienes inmuebles asociados a la corona que no les pertenecían desde la muerte de Witiza. Y de ahí se sigue que estos visigodos, ni sus fieles, levantaran un dedo para echar a los musulmanes de Hispania, una vez recuperados esos bienes. 

Como he dicho: división, banderías de nobles, debilidad militar, y una percepción del reino como posesión personal, adobado todo con la traición. Así cayó el reino visigodo. 

Y así, a finales de la Primavera de 711, bien abastecido e informado por el comes Iulianis, Tarik desembarca en “al-jazirat al-Andalus”, la Isla de los Vándalos, pues así es como llamaban los bereberes a Hispania, tan fresco estaba el recuerdo de aquellos vándalos que desde Hispania se les echaron encima. Su ejército no es muy numeroso, pero está compuesto por gente fanatizada y dispuesta a pelear. Además, conoce bien el terreno gracias a los informes de los witizanos, y cuentan con ellos como aliados. 

Rodrigo debía ignorar completamente que los musulmanes estaban en tratos con los witizanos. De ser así, hubiera tomado medidas para alejarlos o detenerlos. Pero la historia dice que entre los nobles que se le reunieron en Córdoba estaban varios hijos de Égica (entre ellos Oppas u Obbas, el famoso “obispo don Opas” de la leyenda, y Sisberto) y de Witiza. Otro factor que abona esta impresión es que en ningún momento sospecha del comes Iulianis, del que lo último que debía saber era que seguía defendiendo Ceuta y que no tenía nada que ver en la incursión de 710 (ocurrida más o menos mientras Witiza aún estaba vivo). 

Rodrigo inicia el contacto con los musulmanes en una serie de escaramuzas. Se trata de un soldado experimentado y trata de conocer a su enemigo, y su fuerza, mientras va acumulando las suyas. Tanto le preocupan estos choques a Tarik que le pide refuerzos a Muza, el cual se los envía. 

Después de varios tanteos, la batalla decisiva tiene lugar el 19 o el 20 de Julio de 711, a orillas del río Guadalete, cerca de Medina Sidonia, en la provincia de Cádiz. 

Los witizanos abandonan el campo de batalla, dejando a Rodrigo sólo frente a los musulmanes. Durante la batalla el rey muere, y sus fieles se desbandan. La victoria musulmana es total. 

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Tarik de inmediato explota su victoria presionando hacia el Norte para ocupar los pasos del Guadalquivir. Derrotan en Écija a los supervivientes del ejército de Rodrigo, que se desbanda completamente. En este punto, Tariq, aconsejado por el comes Iulianis, toma una decisión de gran importancia. Destaca una pequeña fuerza para bloquear Córdoba (donde se encontraba el cuartel general de Rodrigo y algunos de sus fieles), y él, con el grueso de las tropas, marcha por Jaén hacia Despeñaperros para luego seguir hacia Toledo. En esta ciudad los conspiradores se habían hecho con el poder, obligando a los partidarios de Rodrigo a marchar a Mérida. 

Tarik llega a Toledo, se hace con el control de la capital, que sus hombres saquearon a fondo, y desde allí se hace dueño del terreno que lo circunda: Caesaróbriga (Talavera de la Reina, en el camino a Mérida), Complutum (Alcalá de Heranes), Recópolis... Con ello Tarik domina el corazón del reino visigodo y tiene abiertos los caminos para nuevas expediciones. Desde Toledo le escribe a Muza comunicando su victoria, pidiendo más tropas, e informando de que apenas encuentra resistencia. 

Porque apenas la hubo. Muerto Rodrigo, y con la familia de Witiza dedicada al saqueo del reino, no hubo rey electo que sucediera a Rodrigo ni ningún noble que organizase la defensa. Muchos nobles visigodos, después de la toma de Toledo, huyeron al Norte, a los Campos Góticos en los que tenían sus lares. La nobleza hispana carecía de poder militar, especialmente los eclesiásticos. En algunas partes, como en Córdoba o Mérida, los fieles de Rodrigo organizaron a la población local para la defensa. Pero carecían de coordinación entre ellos y a la larga su esfuerzo era en vano. 

Como he dicho: desunión y traición, y tras la derrota, confusión. 

Sólo en la Tarraconense se tomaron algunas medidas organizadas. Un tal Ákhila se proclamó rey y se hizo con el control de la parte oriental de la provincia, y con Septimania [2]. Pero Ákhila carecía de fuerzas militares suficientes. El grueso del ejército visigodo había desaparecido con Rodrigo. 

Tarik invernó en Toledo. En la Primavera de 712 organiza un ataque contra los Campos Góticos con el fin de destruir cualquier intento de los godos de lanzar desde allí un ataque. Los nobles visigodos (los que quedan) vuelven a huir, esta vez llegando hasta Gallaecia y Cantabria [3]. 

En el Verano de 712 le llegaron los refuerzos pedidos por Tariq, encabezados por Muza en persona. Muza conquista Sevilla tras asediarla, y luego se dirige hacia Mérida. Sin embargo, Mérida resistiría hasta el Verano de 713. 

Simultáneamente, los hijos de Muza se encargan de conquistar la parte oriental de la Bética, y luego se dirigen a la Cartaginense. Allí, el dux Teodomiro les cierra el paso durante unos meses, pero al final tiene que capitular en Abril de 713 [4]. Como consecuencia de esta capitulación, se establece una región cristiana autónoma bajo la obediencia de Muza, con capital en Orihuela. 

Firmado este pacto, uno de los hijos de Muza se establece en Sevilla, desde donde lanza varios ataques contra la provincia Lusitania a fin de someterla. 

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Al fin, Muza y Tarik se encuentran a medio camino entre Mérida y Toledo, en Almaraz (“al-maraj”, que significa “el encuentro”). Los dos discuten. El jefe, celoso por el éxito de su subordinado, y el subordinado, que prefiere tener al jefe lo más lejos posible. 

El Invierno del 713-14 lo pasan juntos en Toledo. 

Al comenzar el buen tiempo avanzaron por Alcalá y Sigüenza hasta llegar a Zaragoza, ciudad que asediaron y conquistaron. Muza se queda allí, pero Tarik sigue y conquista Lérida, Barcelona y Tarragona. 

En este momento debió producirse la muerte o derrocamiento de Ákhila, al cual sucede un tal Ardo, cuyo reino se reducía ya solo a Septimania. 

Llegados a este punto, Muza y Tarik son requeridos para dar cuenta de la conquista al califa. Antes de partir, como medida de precaución, Muza asienta a varios grupos de bereberes en el vale del Ebro con la intención de que le sirvan de “limitanei”. Luego, remontando el río, antes de llegar a la tierra de los vascones, pacta una tregua con un conde llamado Casio. Sus hijos se convertirán al Islam y serán llamados los “banu-Qasi”, los hijos de Casio, los dueños y señores del alto valle del Ebro hasta la tierra de los vascones. 

Del valle del Ebro salta a la Meseta, y por la antigua calzada romana que desde Burdeos iba hasta Astorga (y que era la espina dorsal de la frontera Norte de los visigodos), vuelve a someter los Campos Góticos, entrando en Galicia, donde llega hasta Lugo. No hay resistencia. Después de dejar varias guarniciones en Lugo, Orense y Astorga, marcha a Sevilla, donde se le une Tarik para ir a ver al califa. Era Septiembre de 714. Antes de marchar nombra a su hijo Abdul-Aziz gobernador de “Spania”, con sede en Sevilla. 

Ni Tarik ni Muza volvieron a Hispania. Las envidias, el reparto del botín, los odios personales... les enemistaron con el califa. 

Abdul-Aziz murió asesinado en 716, pero antes de morir trató de consolidar el dominio musulmán de varias formas. Dio tierras a grupos de sus seguidores para que actuaran de “limitanei”. Así, crea una especia de provincia de frontera con los yemeníes en El Bierzo. Entre Mérida y Toledo (las antiguas tierras de los carpetanos) asentó a otros yemeníes. Hubo bereberes en Galicia y en el valle del Ebro. Sirios y árabes se asientan en la Bética y en el Levante. Donde no puede llegar con sus hombres, pacta con los gobernantes locales, que le pagarán tributo a cambio de dejarlos en paz. En algunos puntos, como en Córdoba, Elvira (Granada) o Toledo pacta con los judíos, que se hacen con el control de las ciudades. Finalmente, se apoya en los hispanogodos, especialmente en sus aliados los hermanos e hijos de Witiza (que se asientan entre Sevilla y Córdoba, donde todavía vivía alguno de ellos cuando se redacta la crónica mozárabe de 754). Él mismo se casa con una mujer goda. 

Tras la muerte de Abdul-Aziz llegó a Sevilla como nuevo gobernador Al-Hurr. Al-Hurr fue destituido en 717 acusado de corrupción, y para sustituirle llegó as-Samh ibn Malik al-Khawlami. As-Samh organizó en 720 una expedición contra Septimania. Conquistó Gerona casi sin lucha, para, cruzando los Pirineos, atacar luego Narbona, a la que conquistó tras seria lucha y asedio. Posiblemente en esta lucha muere Ardo, con lo que acaba la resistencia de los visigodos. As-Samh penetra luego en tierras francas, y allí, cerca de Tolosa, son derrotados los musulmanes por primera vez el 10 de Junio de 721. La victoria

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corresponde a Eudo, dux franco (aunque independiente) de Tolosa. As-Samh murió en la batalla, y sus subordinados no siguieron presionando a los francos. 

El siguiente gobernador de “Spania” fue Anbasa ibn Suhaym al-Kalbi. Anbasa primero envió una expedición de castigo contra Gallaecia, donde unos pocos rebeldes atacaron las guarniciones musulmanas en 720-721. Las tropas de Anbasa aseguran el dominio de toda la región, pero dejan escapar camino de los montes astures a un pequeño grupo de rebeldes godos entre los que se encuentra un tal Pelayo o Pelagio. 

En 722 estos rebeldes eran ya más que una molestia, y Anbasa, desde Septimania, ordena a uno de sus subordinados, Munuza, jefe de los “limitanei” bereberes del Bierzo, que acabe con él. Cerca de la peña de Covadonga, el 22 de Julio de 722 un ejército musulmán es derrotado por primera vez por fuerzas hispanas. Pelayo es elegido rey por sus compañeros de aventuras, y comienza la Reconquista [5]. 

Pese a esta derrota Anbasa organiza una nueva campaña en Septimania. En 725 asedia y toma Carcasona, y ese mismo año se le rinde Nimes, la última ciudad visigoda de Septimania. 

En este punto podríamos cerrar este capítulo. Anbasa ha logrado completar la conquista y control de todos los territorios antaño pertenecientes al reino visigodo. Con ello se puede decir del reino godo lo que dije de Roma: Sic transit. 

Sin embargo, voy a seguir un poquito más. 

Tras su victoria en Septimania Anbasa entre en la Galia, tomando y saqueando Autun ese mismo año 725. Siguiendo la ruta de menor resistencia, gira a su derecha para entrar en el antiguo reino burgundio (en el que no había fuerzas militares dignas de mención) y luego sigue hacia el Norte, ya en tierras francas. En Sens, a la orilla del río Sena, muere en combate Anbasa el 10 de Enero de 726. 

Tras Anbasa llegaron varios gobernadores. Uno de ellos, Abd-al-Rahman al-Gafiqui, retoma el ataque contra la Galia, ahora sí teñido de “yihad”, y es derrotado y muerto por las tropas francas de Carlos Martel en Poitiers, el año 732. Entre esa fecha y 734 Carlos Martel perfecciona su victoria anexionando al reino franco el ducado de Tolosa, y luego el antiguo reino burgundio: Lyon y Arlés. Con esta medida Carlos asegura la defensa del Sur del reino franco frente a nuevas expediciones musulmanas que partan de Septimania. 

Pero aún hay más. La expansión franca ponía a tiro Provenza, región independiente, muy romanizada, que había lograda quitarse de encima a ostrogodos, burgundios y lombardos. Los provenzanos pidieron ayuda a los musulmanes para resistir la expansión franca. Un ejército musulmán, partiendo de Narbona, entra en Arlés. Carlos Martel se lanza contra ellos y sus aliados provenzanos. Retoma Arlés y luego conquista Aviñón. En ese momento (740) tiene lugar en la Península una gran sublevación de los bereberes. Los musulmanes retiran su ejército y así Provenza pasa a ser conquistada por los francos (741). Ese mismo año 741 moría Carlos Martel. 

Había sido el salvador de la monarquía franca al evitar la destrucción del reino, había derrotado a los musulmanes y con sus conquistas había creado un “cinturón sanitario” alrededor de Septimania que serviría de valladar frente a cualquier futuro ataque musulmán. Y con ello Carlos Martel rinde a la naciente Europa un servicio impagable.

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[1] Se sabe con seguridad que Ceuta era aún posesión del Imperio oriental en 643. Pero después, hasta la aparición del comes Iulianis en la historia y as leyendas, no se sabe nada de Ceuta. Mi punto de vista es que hasta la caída de Cartago la ciudad estaba nominalmente sometida a Bizancio, aunque sus gobernadores debían haber llegado a acuerdos de asistencia con los señores de la otra parte del Estrecho, especialmente con los gobernadores de la demarcación militar de Tarifa. A partir de la caída de Cartago los gobernantes de Ceuta debieron ya rendir sumisión formal al reino visigodo. Ceuta sería incorporada al “gobierno militar” de Tarifa, es decir, puesta a las órdenes del comes Iulianis. Siendo esta región tan sensible, no tiene nada de extraño que este comes fuera un miembro de la familia de Witiza o uno de sus fieles de confianza, lo que es razón suficiente como para que apoye a los witizanos en su conjura.

[2] Hay una explicación alternativa a la proclamación de Ákhila. Según ella Ákhila se rebeló contra Rodrigo poco después de llegar éste al trono, haciéndose con el control de parte de la Tarraconense y Septimania. Nunca llegó a ser reducido por Rodrigo, y ahí estaba cuando llegaron los musulmanes. Si Ákhila era un rival de Rodrigo o un rey secesionista, como lo había sido Paulo, es algo que puede discutirse, aunque yo me inclino por la primera opción. Esta explicación alternativa tiene algún problema con la cronología, pero nada especialmente grave.

[3] Cantabria era otro distrito militar, con capital en Amaya, a cuyo frente se encontraba un dux desde los tiempos de Ervigio (685).

[4] Hay una confusión en torno a este Teodomiro. ¿Se trata del dux de la Bética o de otro Teodomiro, dux del distrito militar de Orihuela?

[5] La leyenda de Covadonga identifica a un tal Alqama como jefe del ejército derrotado por Pelayo. Se sabe seguro que Munuza era el jefe militar de toda la frontera musulmana de León a Lugo. Además Munuza y Pelayo habían tenido sus diferencias antes de 722. Por ello considero más probable que fuese Munuza en persona el jefe de la expedición, pero bien pudo poner al frente a un subordinado, que sería el Alqama de la leyenda.

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16.- El fin de los visigodos.

La mayor parte de las historias de los godos se dan por cerradas en el momento en que el reino visigodo es destruido por los musulmanes. De tal modo que parece que desde ese momento los visigodos pasan a ser parte de la historia y la Hispania visigoda pasa a ser la Hispania de la Reconquista. Esto es un error. Por eso no concluyo esta página con el capítulo anterior. 

Los visigodos no se suicidaron en masa después de la derrota musulmana. También es ridículo pensar que varios cientos de miles de visigodos cambiaran de la noche a la mañana de cultura, lengua y costumbres. Igualmente es ridículo pensar que la cultura hispanovisigoda, que había alcanzado la cumbre no muchos años antes con San Isidoro, como ya dije, fue suplantada de golpe por la cultura de los recién llagados invasores. Ni mucho menos. La cultura hispanovisigoda se mantuvo viva durante un cierto tiempo, y fue uno de los dos factores que mantuvo la cohesión cultural y social en la Hispania que acababa de sufrir un cambio revolucionario en lo político. 

Sin embargo la marea de la Historia refluía para los visigodos, que acabarían desapareciendo. 

Los primeros en desaparecer de la historia fueron los visigodos, como pueblo. 

Sus asentamientos en el Norte de la Meseta habían sido atacados por Tarik para evitar que la región en que vivían la mayor parte de los godos étnicos se convirtiera en un foco de revuelta. Y lo debió hacer bien, porque en ningún momento esta región fue origen de alzamientos o conspiraciones. El pueblo llano godo, así golpeado, carecía de sus líderes naturales, nobles u obispos, que estaban muertos o huidos. 

Con todo su debilidad (agravada por la falta de jefes), los godos siguieron más o menos subsistiendo hasta los tiempos de Alfonso I. Este rey de Asturias vivió en los años de la sublevación berebere (740-741). Los bereberes, al alzarse, dejaron desguarnecida toda la Gallaecia y buena parte de la Meseta Norte. Alfonso se aprovechó de ello para conquistar ciudades como Lugo, Tuy, Braga, Coimbra... Sus expediciones llegaron tan al Sur como Segovia. Pero Alfonso no era tonto y sabía que los musulmanes volverían salvo que él pudiera defender todos esos territorios. Para defenderlos inició un programa de repoblación, que fue especialmente intenso en Galicia, en las comarcas de Mondoñedo hacia el Atlántico, y al Norte del Miño. De este modo Alfonso pudo incorporar Galicia al reino de Asturias. ¿Y de donde sacó Alfonso la masa humana que necesitaba para repoblar? Pues de los asentamientos de los Campos Góticos, que quedaron casi desiertos. 

Así, los godos, desarraigados de la que era su “patria” desde hacía dos siglos, y a medio destruir por los musulmanes, fueron a parar a una nueva tierra en la que olvidaron sus leyes, su lengua y su nación para fusionarse con la población autóctona. Hay constancia de la aparición de topónimos en lengua germánica hasta principios del siglo IX en estas comarcas gallegas. Después, nada. Éste era el fin del pueblo visigodo. 

Mientras se desarrollaba esta escena se van desarrollando en paralelo los hechos que acaban con los visigodos como hecho cultural. No hay que olvidar que aunque hubiera godos étnicos que hablaban su lengua y tenían sus leyes, la mayor parte de la población

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hispana vivía en un entorno cultural hispanogodo, hijo de la cultura romana pasada por el tamiz visigodo. Esta cultura era común a la mayor parte de los hispanos antes de la conquista musulmana. Pero con la conquista desaparecen los dos elementos cohesionadores de dicha cultura. 

El primer factor que mantuvo la cohesión fue la Iglesia. 

Según los cánones de los distintos concilios de Toledo el metropolitano de Toledo era cabeza de la Iglesia hispana y estaba, como tal, dotado del poder para ordenar y proveer de obispos las sedes vacantes. Además, el metropolitano de Toledo era desde hacía más de un siglo la fuente fundamental de la doctrina eclesial. Cuando había una disputa acerca de las fechas de celebración de las fiestas, acerca de la liturgia o de la biografía de un santo, se recurría al obispo de Toledo. Y lo que él decía casi casi sentaba cátedra. 

Estas potestades de los metropolitanos de Toledo mantuvieron abierta la línea de comunicación entre la Iglesia del Sur (la situada en tierras musulmanas) y la del Norte (la que se encontraba fuera de la soberanía musulmana). Pese a dos dificultades. La primera, obvia, es que el poder político ya no era favorable a los intereses de los católicos. La segunda, que tras la ocupación de Toledo el metropolitano electo huyó a Roma, y allí murió. Por esta razón la Iglesia hispana estuvo unos años (los años clave de la consolidación musulmana) acéfala. Luego, un tal Cixilo fue nombrado vicario, a la espera de que el metropolitano electo regresara o muriera. Pasó lo segundo, y tras ello se siguieron nombrando metropolitanos de Toledo. 

Los nuevos metropolitanos se encontraron con un panorama bastante deprimente. Muchos obispos electos habían huido de sus diócesis, a Asturias, a la Galia, a Roma, con lo que se había trastocado el orden eclesial. Y en muchos casos también el orden civil. Como consecuencia había quedado destruido la administración en esas diócesis. Un eslabón más en la cadena del fin de los visigodos. Además, muchos templos habían sido saqueados, otros confiscados por los invasores, se habían perdido las propiedades agrícolas que sostenían a muchos monasterios (y en ocasiones los monasterios se habían despoblado)... 

Pese a todo los metropolitanos, y con ellos los demás obispos de la Iglesia del Sur, trataron de mantener la unidad y cohesión de la Iglesia hispana. 

En 752-753, un comes visigodo llamado Ansemundo aprovechó las discordias internas de los musulmanes para poner Nimes, Agde y Beziers bajo la protección de los francos. Se trataba de una medida defensiva frente a los musulmanes. Y además tomada a regañadientes (a fin de cuentas, visigodos y francos habían peleado durante dos siglos por Septimania). A la muerte de Ansemundo estas ciudades se rebelaron contra los francos. Éstos aprovecharon la coyuntura para penetrar aún más en Septimania, y así entre 752 y 759 casi toda Septimania, incluyendo Narbona, estaba bajo su poder. Esto no trajo la paz, y así en 754-756 los hispanogodos se levantaron contra los francos, acaudillados por los nobles de origen godo que aún quedaban. 

Como es natural, los obispados de Septimania entraron en la órbita de la Iglesia gala una vez que Septimania fue absorbida. Así, 766 se encuentra al obispo de Narbona entre el séquito de Wilcarius, obispo de Sens y vicario papal para la Galia. Esto provocó roces con el metropolitano de Toledo, que seguía siendo el único que podía nombrar a los obispos de las sedes hispanogodas, aunque éstas se encontraran bajo tutela franca. 

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En 778 Carlomagno inicia su célebre campaña hispana. Cruza los Pirineos por Roncesvalles, toma Pamplona (a la que deja sin murallas), asedia Zaragoza, y al retirarse de vuelta a la Galia la retaguardia de su ejército es destruida por los vascones en Roncesvalles (15 de Agosto de 778). Carlomagno, de esta fallida expedición, saca la conclusión de que le es imposible actuar en Hispania sin la ayuda de la nobleza local y sin el apoyo de la Iglesia hispana. Ve claro que los hispanos no quieren estar sometidos ni a musulmanes ni a francos. En consecuencia Carlomagno inicia una campaña de aproximación a los obispos hispanogodos de las diócesis de Septimania y de la Tarraconense. 

En 782-785, como parte de esta maniobra, Wilcarius escribe varias cartas a Elipando, metropolitano de Toledo, y usa como emisario a Égila, un hispanogodo nombrado obispo de Elvira (Granada). Elipando responde con furia a lo que piensa que es una intromisión de Wilcarius en su terreno. Además de las respuestas en tono desabrido de Elipando, Wilcarius tiene en su poder un informe de Égila en el que le cuenta todo lo malo que ha visto en las diócesis hispanas. Entre otras cosas, Égila afirma que los obispos hispanos son todos herejes adopcionistas. Wilcarius escribe en este sentido a Elipando, y Elipando reacciona de manera aún más desabrida diciendo que la herejía no existe, que se la ha inventado Égila [1]. 

En 785 Elipando convoca un concilio en Sevilla en el que los obispos hispanos se reafirman en sus posturas doctrinales, que no eran heréticas, aunque no sabían expresarlo correctamente. Con eso Wilcarius ya tenía un “casus belli” contra los obispos hispanos. 

Al finalizar el concilio se le abre otro nuevo frente, éste inesperado, a Elipando. Las conclusiones del concilio fueron enviadas a todos los rincones de Hispania. Incluso a Asturias. Y allí, un monje del monasterio de Liébana llamado Beato se opone a ellas por heréticas. Beato también tenía una educación eclesial más gala que hispana, y, al igual que Wilcarius, tenía detrás un poder político interesado en que la querella entre clérigos pasara al campo político. En el caso de Beato, se trataba de los reyes de Asturias, que pretendían crear sedes episcopales nuevas en su territorio (lo que iba en contra de los dispuesto por los concilios toledanos) que no estuvieran sujetas al poder de los musulmanes a través de su influencia sobre el metropolitano de Toledo. 

Ese año 785 los francos se hacen con el control de Gerona, y de los valles de Pallars y Ribagorza, a los que crean condados. Estos dos valles pertenecían a la diócesis del obispo de Urgel, Félix, un hombre de Elipando al que Wilcarius no logra convencer ni de que Elipando sea hereje ni de que es mejor tener a los francos por amos antes que a los musulmanes. 

En consecuencia, en 791 Carlomagno acusa formalmente a Elipando de hereje. En Junio de 792, un concilio celebrado en Ratisbona y presidido por el mismo Carlomagno condena a Elipando y a todos los que le apoyen. Carlomagno consigue convencer al Papa de que los hispanos son herejes, y éste autoriza a Carlomagno y Wilcarius a que intervengan en las diócesis hispanas para poner orden. 

Con esto Carlomagno ha roto el hilo conductor entre la Iglesia del Sur y la Iglesia de Septimania y el Norte de la Tarraconense. A partir de estas fechas los obispos de Septimania ya no serán nombrados en Toledo sino en Aquisgrán. Y tampoco lo serán los obispos de las sedes con las que se vaya haciendo Carlomagno, como las de Barcelona (801), Tarrasa (801 o Tarragona (808). En cuanto a Urgel, Félix será condenado por hereje en

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otro concilio en Francfort, en 794, será depuesto de su sede en 799 y obligado a vivir en Sajonia, en un convento, hasta su muerte. 

Por lo que toca al otro frente de este conflicto, el papa Adriano, en respuesta al concilio de Francfort de 794 escribe una carta dirigida a las “Iglesias de Hispania y Gallaecia”, lo que es tanto como certificar que la Iglesia asturiana ya no depende de Toledo. Poco antes, en 792, el rey de Asturias Alfonso II había trasladado la capital de su reino a Oviedo, y allí había creado (ilegalmente, según los concilios toledanos) una nueva diócesis. Con esto, la separación entre la Iglesia del Sur y la de Asturias es un hecho, aunque el hilo conductor se mantuvo hasta 799, año en que muere Elipando [2]. 

Estos hechos rompen definitivamente la línea de comunicación que existía entre Sur y Norte de Hispania. La Iglesia, como elemento coherente heredado del reino visigodo, ya no existe. A partir de este momento, aunque todas unidas por la fe común, cada una de estas iglesias seguirá una evolución distinta. 

El segundo factor que mantuvo la cohesión fue la creación cultural e intelectual de los hispanogodos. 

Según iba pasando el tiempo la cultura de los hispanos del Sur, los sometidos al gobierno de los musulmanes, se iba haciendo menos viva. Por un lado la conversión al Islam de varios cientos de miles de hispanos apartó a estos conversos de seguir siendo agentes creadores de cultura porque se asimilaron a otra nueva. Por otro lado los hispanos que aún mantenían la cultura visigoda fueron poco a poco vieron reducido su margen de maniobra. Aunque no fueron perseguidos (al menos no formalmente) sufrieron la expropiación de iglesias y monasterios, con sus tesoros culturales, reliquias y recuerdos de otra época. Fueron gravados con impuestos especiales, restringiendo el mecenazgo que pudiera haber entre ellos. Su cultura tuvo que competir con la nueva cultura musulmana (de raíz más bien siria que árabe), que gozaba de una mejor situación y además contaba con el apoyo del poder político, del que los cristianos estaban excluidos. 

En consecuencia, cuando se quiebra el primer elemento de cohesión (la Iglesia) los “godos” [3] que vivían en tierras islámicas sólo tuvieron dos opciones: convertirse y desaparecer entre el resto de la población islámica, o emigrar al Norte cristiano. 

Una situación llena de tensiones que se agravó a partir de la llegada de los Omeyas a la Península. Los Omeyas, como hijos de los califas, eran también defensores de la fe islámica. Los dos primeros Omeyas no tuvieron especial interés en reprimir a los cristianos mientras éstos no se unieran a sus enemigos, pero Abd-al-Rahman II era de otra pasta, y poco a poco les fue apretando las tuercas a los cristianos. 

La situación estalló en el Verano de 850, en Córdoba, cuando dos cristianos fueron ejecutados por blasfemia. Muchos otros cristianos protestaron por ello, y, hartos ya de someterse, se dedicaron a blasfemar contra el Islam en público. Abd-al-Rahman II estaba lo bastante asentado en el trono como para no temer una revuelta, y reprimió duramente a los cristianos. Además, buscó el apoyo de la Iglesia del Sur. Pero mientras que el metropolitano de Sevilla condenó la búsqueda del martirio voluntario, el obispo de Córdoba apoyó a los mártires sin dudar [4]. La revuelta y los martirios voluntarios siguieron. Abd-al-Rahman murió en 852, sucediéndole su hijo Muhammad, que heredó el problema incluso agravado, puesto que tras el concilio de Córdoba el problema se había

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extendido a Sevilla, Mérida, Toledo, y otras ciudades. Parecía que lo que empezó siendo un conflicto religioso podía degenerar en un alzamiento general de los cristianos mozárabes. 

El nuevo califa decidió cortar por lo sano. Destruyó varios monasterios (entre ellos el de Tábanos, cerca de Córdoba, que era tenido por el foco de la insurrección), confiscó iglesias, ejecutó a varios cientos de cristianos (entre ellos al obispo de Córdoba), y en definitiva, organizó la primera persecución efectiva de cristianos en Al-Andalus. 

Ahora a los cristianos sólo les quedaba emigrar o morir. 

La revuelta de los mártires llegó a su fin en torno al 860. Como resultado Sevilla y Córdoba, las capitales culturales de Hispania (y lo habían sido desde el siglo IV), y en menor medida Toledo, Mérida, y otras ciudades importantes, ya no eran centros de creación cultural de los cristianos, y ni tan siquiera podían transmitir a los reinos del Norte el legado cultural hispanogodo porque ya no quedaba nadie que lo recordase. 

Así, en la primera mitad del siglo IX, siglo y medio después de la conquista musulmana, llegaba a su fin la historia social y cultural del pueblo de los visigodos. Sic transit.

O quizá no acabe aquí esta historia. A fin de cuentas los visigodos dejaron tras de sí, además de su legado histórico y cultural, a sus hijos y nietos, que somos nosotros, los portugueses y españoles de hoy en día.

Sarcófago de piedra visigodo, del siglo VII.

[1] El adopcionismo es una herejía según la cual Jesucristo no es hijo de Dios en cuanto ser humano físico, sino sólo en lo espiritual. Algo así como si el Padre hubiera tomado una persona humana ya existente y la hubiera “adoptado” como hijo suyo otorgándole sólo la divinidad de la parte espiritual. Para más información sobre esta herejía puede consultar la página web “La herejías” de Manuel González. La herejía adopcionista era un tema recurrente en la Iglesia hispana, y se debía sólo a una confusión terminológica. La Iglesia, fuera de Hispania, al hablar de Jesús le calificaba de “assumptus” para referirse a su naturaleza, mientras que en Hispania se usaban los términos “adoptivus” o “adoptatus”.

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Ya en 688 había surgido un roce con Roma al enviar el XIV Concilio de Toledo una profesión de fe en la que figuraban estas expresiones. Roma replicó preguntando si es que los hispanos eran herejes. San Julián, obispo de Toledo, replicó que Roma no había entendido correctamente las expresiones que habían usado, y en una larga respuesta expuso las razones de la confusión. El Papa se dio por satisfecho con esto. Égila, un godo con educación franca, posiblemente tampoco entendió el error terminológico, pero su informe le bastó a Wilcarius (y a Carlomagno) para esgrimir la acusación de herejía. Y Elipando agravó el error mandando al cuerno a Égila y Wilcarius, en lugar de responder como San Julián.

[2] Antes de muerte Elipando preservó la unidad interna de la Iglesia del Sur en un sínodo celebrado en Toledo en 793. En este sínodo los obispos del Sur se reafirmaron el lo acordado en el concilio de Sevilla de 785.

[3] Ya entonces los hispanogodos que vivían en tierras musulmanas empiezan a ser llamados “mozárabes”, término equivalente a “arabizado”.

[4] Concilio celebrado en Córdoba en Noviembre o Diciembre de 852.

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EL EJÉRCITO GODO

 

El ejército godo fue el ejército que venció a Roma en la batalla de Adrianópolis. Frente a lo mucho que se ha dicho durante siglos, los ejércitos del ámbito germánico (que en Europa era prácticamente todo lo que no era Roma) no eran, ni mucho menos, esa informe masa de bárbaros (en todos los sentidos) desprovistos de cualquier sentido táctico. Era cierto que carecían de un sentido estratégico claro, ya que las tribus, salvo en contadas ocasiones, sólo se agruparon bajo la figura de un jefe único o rey cuando consiguieron tierras de manera permanente. Pero los ejércitos germánicos combatieron contra Roma con un sentido táctico muy desarrollado.

La primera referencia que tenemos de la organización de los ejércitos germánicos nos la da, cómo no, Julio César en sus Comentarios de la Guerra de las Galias. En el comienzo del Libro IV, César narra:

"La nación de los suevos es la más numerosa y guerrera de toda la Germania. Se dice que tienen cien circunscripciones, cada una de las cuales contribuye anualmente con mil soldados para la guerra. Los demás se quedan en casa trabajando para sí y para los ausentes. Al año siguiente alternan; van éstos a la guerra, quedándose los otros en casa. De esta manera no se interrumpe el trabajo y queda cubierto el ejército." Cayo Julio César. Comentarios de la Guerra de las Galias. Libro IV.

Es preciso decir que este texto se refiere a los suevos, la tribu más importante de Germania, también la más belicosa (el mismo Ariovisto era suevo). Por ello César la toma como ejemplo de la organización militar germana, lo que nos indica que los germanos tenían un sistema militar perfectamente organizado, con un ejército permamente de carácter rotatorio anualmente. Creo muy importante destacar que César comenta que cada podes, que yo he traducido como "circunscripción" tenía que colaborar al esfuerzo conjunto con mil hombres. ¿A qué se refería César cuando habla de los podes?, probablemente a clanes o asociaciones de familias unidas por algún vínculo común.

Y ahora, el amable lector me preguntará: ¿y qué tienen que ver los godos del siglo IV dC con los germanos del siglo I aC?

Pues mucho, en verdad. Como ya nos ha explicado Eborense, los godos provienen de Escandinavia y se asientan en la Germania septentrional a orillas del Báltico. En la Antigüedad, muchos pueblo estuvieron en contacto con los germanos y casi todos ellos llegaron a integrar sus costumbres, e incluso sus lenguas con el paso del tiempo. Ya lo vimos en el caso de la migración de los cimbrios y teutones y volvemos a verlo con los godos, un pueblo que prácticamente a todos los efectos puede considerarse "germano", no por origen, sino por asimilación cultural. Por ello, evidentemente, lo primero que los godos copiaron de los germanos fue su sistema militar, un sistema cuyos lejanos ecos perdurarán en España hasta la invasión musulmana del año 711 de nuestra Era.

César describe el modo de combatir de los germanos en formación de "falange", es decir, en línea de combate contínua. Lo que es propio de pueblos formados por tribus coaligadas, que marchaban a la guerra formando un frente común. La formación en línea no dejaba

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dudas sobre quién ocupaba mejor o peor sitio, es decir, evitaba rencillas. Además, los germanos conocían un buen número de artes tácticas como demostraron en sus contínuas guerras contra Roma, por lo que podían en determinados casos formar unidades menores con objeto de conseguir maniobras de flanqueo, por ejemplo. Lo que sabemos es que no solían guardar reservas tácticas, y su propia definición de pueblos prácticamente nómadas obligaba a que fuera todo el pueblo el que marchara a la batalla, mujeres, niños y ancianos incluidos, que se quedaban en el campamento, formado dentro de un círculo de carretas tiradas por bueyes, el medio en el que se desplazaban estos pueblos.

Sobre las unidades tácticas, es previsible que combatían agrupados por tribus y clanes, sin que haya una cifra exacta (la que da César es aproximativa) de cuántos efectivos componían las unidades, si es que realmente éstas existían, cosa que tampoco está clara. Si leemos atentamente los Comentarios de la Guerra de las Galias nos daremos cuenta de la similitud que existe entre el modo general de hacer la guerra de los galos y el de los germanos, que tiempo tuvieron para ser influenciados, y muy negativamente, por cierto.

Así pues, lo mejor es pensar en unidades más pequeñas formadas en cada una de las grandes unidades tribales, posiblemente por el agrupamiento de los efectivos de los distintos clanes u aldeas. Era una estructura complicada que sin embargo, dejó su impronta en los ejércitos medievales y que continuaría hasta que, paulatinamente, los ejércitos fueron desfeudalizándose y profesionalizándose a la par.

 

ARMAMENTO

El armamento de los pueblos germánicos era muy simple pero efectivo: lanza de acometida de unos dos metros de longitud con punta y contera de hierro, espada larga tipo celta de hierro, escudo plano con forma ovalada o rectangular de madera y como protección, yelmo y cota de malla de hierro. Como todos los pueblos germánicos y similares, los godos no eran demasiado partidarios de la protección personal, también influía en que una cota de malla era muy costosa, y de hecho pocas unidades romanas la seguían utilizando. Como particularidad, los godos, al igual que otros pueblos germánicos, utilizaban un hacha arrojadiza, la famosa "francisca".

Gracias a la batalla de Adrianópolis, la caballería pareció vencer a la infantería, lo cual es un mito, y esas grandes frases que se refieren a la superioridad de la caballería goda sobre el ejército romano no se mantienen con un análisis histórico serio y riguroso, como demostraremos en el capítulo sobre la batalla que sigue a continuación. Esas imágenes de miles de jinetes paseándose por Europa están muy bien para las películas, pero para nada más. La caballería goda era, como en todos los ejércitos germanos, un complemento táctico, que en Adrianópolis fue de gran importancia, pero a los romanos los derrotaron los infantes godos, no sus jinetes que, de hecho, acabaron combatiendo desmontados. Cosa típicamente germana, como no podía ser menos.

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Jefe godo y jinete, por Angus McBride.

Guerreros godos por Angus McBride.

En ambas ilustraciones, referidas a la época de la batalla de Adrianópolis, podemos observar el típico armamento germano.

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378 dC. LA BATALLA DE ADRIANÓPOLIS

 

La batalla de Adrianópolis tiene una importancia decisiva en la Historia ya que fue la derrota más importante de Roma después de Cannas y, a diferencia de ésta, sus consecuencias fueron terribles para el Imperio.

 

ANTECEDENTES

Como ya hemos visto, los godos procedían de Escandinavia y, tras una larga migración, aparecieron a las puertas del limes romano. A partir del año 240 dC comenzaron a realizar incursiones para depredar la Dacia, costosamente conquistada por el gran emperador Trajano y estúpidamente abandonada por el intelectual Adriano, cuya cabeza estaba tan ocupada con su amigo Antinoo, que en lugar de pensar en la seguridad del Imperio, se dedicó a abandonar las nuevas conquistas y a construir inútiles muros que de nada sirvieron. La estrategia de César, derrotar al enemigo allí donde se hallara, y si se hallaba en el mismísimo infierno, pues allí que se iba, fue dejada de lado por Augusto, cuya visión estratégica no incluía aspectos meramente militares. Así, el Imperio Romano, diseñado por César, fue edificado por Augusto con un terrible defecto de construcción: sus cimientos, y a pesar de los esfuerzos de Trajano por retomar la idea estratégica de César, sus sucesores se empeñaron en no prestar atención al problema.

Sólo la soberbia superioridad táctica del ejército romano mantenía a salvo esa frontera de juguete llamada "limes", pero como la "Línea Maginot" francesa o la "Muralla Atlántica" alemana, las líneas defensivas estratégicas no son más que un despilfarro que lleva a una ruina segura.

Tarde o temprano, pero a la ruina segura. Como bien supieron los espartanos: no son los muros los que tienen que defender a los hombres, sino los hombres los que tienen que defender los muros.

Y así encontramos a los godos presionando el limes del Danubio, precisamente el más débil, en un momento en el que la superioridad táctica romana sobre sus enemigos se venía abajo. Las sucesivas crisis económicas provocan una drástica reducción de la calidad del equipamiento militar romano cuya más nefasta consecuencia es que las legiones tengan que equiparse con el mismo equipo que las tropas auxiliares y que éstas empiecen a equiparse con lo que pueden encontrar por ahí. De la magnífica lorica segmentata, la coraza de placas articuladas del siglo I dC pasamos de nuevo a la cota de mallas, se abandonan el pilum, el gladius y el scutum y los soldados romanos pasan a equiparse igual que los germanos, incluso las soberbias legiones desaparecen y son sustituidas por dos tipos de unidades: los limitanei o unidades de frontera que más que soldados son aduaneros y los comitatenses, un "ejército móvil" que en teoría debe acudir allí donde esté el peligro. Lo que hizo en realidad esta reforma de Constantino fue desbaratar la superioridad táctica de la infantería romana, la auténtica clave de la hegemonía militar de Roma desde la conquista

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de Italia. En realidad, Constantino, que acababa de ganar una guerra civil contra Majencio, lo que hizo fue convertir el ejército romano en un elemento meramente defensivo, alejado de las necesidades estratégicas lógicas y cada vez más alejado de los ciudadanos romanos, y de esta manera, la defensa del Imperio era algo que iba cada vez más alejándose de los ciudadanos. Lo verdaderamente milagroso es que con semejante doctrina estratégica, Roma consiguiera subsistir hasta el año 476.

 

Convertidos en "federados" a sueldo, los godos se especializaron en el chantaje al Imperio que, en lugar de resolver la situación por las bravas, se dedicó a untarles con más oro a cambio de defender sus fronteras ¡que los mismos godos atacaban cada dos por tres! ... y en esto llegaron los hunos desde el Este. En 376 el emperador de Oriente (el Imperio se hallaba dividido en dos mitades), en un nuevo disparate más, les permitió cruzar el Danubio y asentarse dentro de las fronteras imperiales, hecho que los godos agradecieron dedicándose a saquear todo lo que encontraban a su paso. El emperador Valente, comprendió por fin el error cometido y pidió ayuda al emperador de Occidente, su sobrino Graciano, que le envió un ejército, pero Valente, que era un pésimo político, aún era peor militar. Convencido de que podía derrotar a los godos él sólo, marchó con su ejército hacia Adrianópolis sin esperar los refuerzos. Quizás pensaba que igual que los atenienses no necesitaron a los espartanos en Maratón él también era capaz de derrotar a los godos sin ayuda...

Para el relato de la batalla tenemos dos buenas romanas: Paulo Orosio y Amiano Marcelino. Si bien su relato estricto de la batalla es correcto, no lo es su interpretación. Más adelante veremos por qué.

 

LAS FUERZAS ENFRENTADAS

Muchas lagunas son las que se abren sobre nosotros en el tema de las fuerzas en combate. Personalmente considero un grave error comentar literalmente la Notitia Dignitatum, un extenso e interesantísimo listado militar romano que se conserva y que se puede fechar a finales del siglo IV y comienzos del V, precisamente porque la Notitia nos muestra el ejército reconstruido tras el desastre de Adrianópolis y creo seguro que tras él se introdujeron importantes cambios, como por otra parte parece lógico.

La aproximación más lógica es que Valente contaba con un ejército de unos 60.000 hombres y los godos con unos 200.000 guerreros, aunque esta última cifra puede que se refiera a todo el conjunto de hombres, incluidos siervos, etc. Que los godos superaban en más del doble de número a los romanos parece lógico, pero la cifra concreta, 150.000 ó 200.000 no la conocemos, yo me inclino más por una cifra cercana a los 150.000 guerreros de todas clases.

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El siguiente cuadro es mi aproximación especulativa al total de fuerzas empeñadas:

Godos: 150.000.

ADRIANÓPOLIS     .

Romanos de Oriente: 56.500

CaballeríaGuardia de Fritigerno: 1.000 Scholae Palatinae: 1.500

Guardia de Alatheo: 500 Equites Palatinae: 1.000

Guardia de Sphrax: 500 Equites Comitatenses: 5.000

Grethungos: 2.500Alanos: 1.500Hunos: 500

Otros: 5.000

11.500 7.500

Infantería pesada

Guerreros godos: 105.000 Legiones Palatinae: 5.000

Otros: 12.500 Auxilia Palatinae: 6.000

Otros: 10.000

122.500 21.000

Infantería ligera

Grethungos: 1.000 Auxiliares:: 28.000

Otros: 20.000

21.000 28.000

La inmediata creción de un ejército móvil de 20.000 reclutas tras el desastre concuerda perfectamente con los 21.000 que debieron componer tal fuerza en Adrianópolis, la cifra de 25.000 infantes ligeros, la antigua infantería auxiliar altoimperial es aproximada, sin embargo, las unidades que según la Notitia Dignitatum no participaron en la batalla son de infantería auxiliar, así que parece lógico que Valente las mantuviera en reserva (estratégica, que no táctica). Así, la suma concuerda con un total aproximado de 60.000 hombres que parece la más razonable, aunque como son tan pocos los datos que tenemos que evidentemente, puedo equivocarme en mi planteamiento.

El Ejército Imperial de Oriente era un buen ejército, aún no siendo ni la sombra del de César o Trajano, pero era un ejército profesional y sus hombres estaban a la altura de las circunstancias, no así su mando como ya hemos visto. El núcleo del ejército eran las legiones palatinae, unidades de élite de 1.000 hombres cada una de las que Valente empeñó

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aquí cinco, además de ellas estaban los auxilia palatinae y otro tipo de unidades auxiliares, en conjunto esta fuerza de élite debía rondar los 21.000 hombres. Un gran núcleo de unidades heterogéneas auxiliares de infantería ligera, cuyo número debía ser mayor que el de las anteriores, completaría las fuerzas de infantería. La caballería era primordialmente pesada y la formaban unidades también de élite. Yo he calculado un total de 7.500 jinetes.

A pesar de comentarios como los de Amiano Marcelino, los "bárbaros" no desconocían los secretos de la táctica. Ni mucho menos. Ya César tuvo que vérselas en su campaña contra los helvecios de 58 aC con una impecable maniobra de flanqueo, excelentemente ejecutada. El desprecio que los historiadores romanos sienten por la táctica de los bárbaros, no es más que el reflejo del orgullo patriótico ya expresado mucho antes por Tácito. De hecho, la trampa que Decébalo le montó a Trajano en Tapae en 101 dC, es más propia de un Aníbal que de un "bárbaro". Fue precisamente la soberbia la que derrotó a los romanos en Adrianópolis. Su propia soberbia. El ejército godo no era, ni mucho menos, esa masa amorfa de bárbaros que algunos románticos indocumentados imaginan. Los godos tenían un ejército perfectamente profesionalizado, organizado con unidades altamente especializadas, veteranas y muy capacitadas.

Frente a mucho de lo que se ha dicho, la "gran" superioridad" de la caballeríoa goda frente a la romana no es más que otro mito. La habitual explicación sobre la victoria goda gracias a la caballería es simplona, y aquí no hago más que seguir la línea de grandes historiadores militares como Ferril. La batalla de Adrianópolis, como la de Cannas, la de Zama o la de Farsalia, tienen un fuerte componente táctico en la caballería, pero en ninguna de estas batallas resultó tan decisivo como para dar la victoria. De hecho, lo más probable es que parte de la caballería goda combatiera desmontada. Tampoco estoy de acuerdo con los que apuntan que Adrianópolis fue una batalla de infantería y que la maniobra de la caballería goda (que más tarde estudiaremos) no tuvo tantas consecuencias como Amiano u Orosio nos hacen ver.

Ni una cosa ni la otra, la realidad siempre suele estar en el término medio.

LA BATALLA

Durante siglos, la historiografía, empezando por la romana, nos ha narrado la batalla de Adrianópolis como la consecución de una serie encadenada de desaciertos y casualidades. Nada más lejos de la realidad. Ojalá que este modesto relato sirva para dejar, de una vez, bien claro qué es lo que en realidad ocurrió en Adrianópolis.

Desaciertos por parte romana los hubo, ¡todos y más!, pero casualidades, ni una sola. Adrianópolis fue una trampa hábilmente montada por los godos, en la que el inútil de Valente cayó como el pardillo que era. Los relatos de Orosio y Amiano no son más que reflejos del estilo de Tito Livio cuando narra Cannas. Para entender la historia militar hace falta algo más que saber de estreategia y táctica y ese algo nos lo da el estudio de las fuentes. ¿Qué fuentes? pues las romanas, ya que fuentes godas no tenemos, y visto el resultado, no me extraña que los godos no se apresuraran a poner por escrito lo que había ocurrido: ya lo habían hecho los romanos por ellos mismos, que bien complacidos debieron quedar.

Valente llegó a la elevación de terreno donde los godos habían acampado con su característico círculo de carros... ¡sin que ni él supiera que estaban allí, ni los godos supieran que llegaba!

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Se ve que ni los romanos tenían exploradores ni los godos tampoco, y que ambas formaciones se dieron de bruces al doblar una esquina en plena noche. Pero resulta que en el terreno que circunda el lugar de la batalla es, materialmente imposible, "esconder" un ejército de 60.000 hombres que marcha con su tren de bagaje. Resulta también que los romanos tenían 7.500 jinetes, que según algunos debieron dedicarse a recoger margaritas por el camino, en lugar de servir como avanzada de cobertura. Y resulta que los godos tenían unos 12.000 jinetes que, parece ser, fueron todos ellos sin excepción enviados a forrajear. Todos, porque según algunos, allí no quedó ni uno para darse una vuelta a ver si pasaba algo. Y así tenemos un ejército de 60.000 hombres que comienza una marcha en la mañana por terreno prácticamente despejado y llega, a las 14:00 de la tarde ¡un 9 de agosto! (que no se supone precisamente un día frío y con niebla...) y en medio de una llanura de varios kilómetros de extensión, se da de bruces con el campamento de 150.000 godos.

Seguimos... Los romanos llegan ante el campamento godo a la hora octava, las 14:00, forman en orden de batalla, con la vanguardia en el ala derecha y la retaguardia (la última en llegar) en el ala derecha. Todo esto con los romanos agotados por la larga marcha, sin haber comido y abrasados por el sol. Ni tiempo tuvieron para beber un trago de agua.

Pero el desastre aún sería alimentado convenientemente por un mando incapaz. Según el relato de Amiano, parte de las tropas ligeras se adelantó para combatir contra los godos. Esto es perfectamente lógico si al mando está un Valente, que debió ver que su larga línea de marcha tardaba demasiado en formar el orden de batalla y ordenó a sus tropas ligeras que sirvieran de cobertura al despliegue ¡y atacaran a los godos! Pero no se espante el amable lector, que aún veremos algunos ejemplos más de la ineptitud de este emperador con menos luces tátcticas que un cabo furriel.

¿Qué hubieran hecho un Mario, un César o un Trajano? Primero no hubieran ido a Adrianópolis en esas condiciones, pero si hubieran ido, desde luego, lo primero que se hubieran preguntado es: ¿dónde está la caballería goda? y no hubieran tardado ni diez segundos en darse cuenta de la trampa que había allí montada. Pero Valente, militarmente hablando, no le llegaba a la suela de las caligae ni a la mula emérita del último contubernium de la legión más novata de César. Formado su ejército en dos líneas, con los auxiliares en primera línea y las legiones y cuerpos de élite en segunda, y con la mayor parte de la caballería en su ala izquierda, porque los godos habían agrupado carros en el ala contraria para que sirvieran de barricada (hasta en eso picó Valente), la suerte de los romanos estaba echada. Así que lanzó a su ejército contra los godos, que habían formado una línea de combate frente a su campamento, al mando de Fritigerno. Los relatos antiguos nos dicen que el ala izquierda romana empujó la formación goda obligándola a retirarse.

Por supuesto, porque fue precisamente por ahí por donde apareció la caballería goda para cargar contra la línea romana. La caballería del ala izquierda de Valente, unos 6.000 jinetes fue atacada y vencida por los 12.000 godos que "salieron de la nada". Después rodearon la formación romana y atacaron el ala derecha que también derrotaron, dejando a la infantería sin cobertura, en terreno despejado, en franca inferioridad numérica, agotados, hambrientos, sedientos y con la certeza de que allí morirían.

Y entonces aquellos soldados enviados al desastre por Valente demostraron lo que valían.

Herederos de aquellas legiones de Escipión el Africano, de Mario, de César y de Trajano, aquellos hombres resistieron a pie firme en sus posiciones, defendiendo sus estandartes.

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Entre ellos, Valente, el hombre responsable de aquel desastre, cuyo último acto fue combatir junto a sus hombres hasta el final, lo que póstumemente le honra, aunque no le libera de la culpa de la derrota.

Con la caída de la tarde, los godos rompieron lo que quedaba de las líneas romanas destruyendo los restos del ejército de Oriente.

De los 60.000 hombres de Valente, menos de 20.000 consiguieron retirarse con vida de aquel infierno. Entre los muertos estaba el propio emperador que cayó combatiendo junto a sus soldados.

Su cuerpo no pudo ser identificado.

 

Adrianópolis fue la más grande derrota de Roma desde su fundación, 1.131 años antes. Militarmente el Imperio Romano, tanto el Occidental como el Oriental eran superiores a sus enemigos, pero los errores de un emperador incompetente dieron al traste con esa superioridad. Occidente jamás se recuperó de ese desastre que destruyó a un ejército competente junto con su sistema de mandos, pero lo más grave es que ese ejército era irreemplazable, tanto en tropa como en mandos y por ello Roma se vió obligada a depender de sus vencedores godos que se aliaron con ella para defenderla. Evidentemente esta situación sólo podía llevar al desastre y en el año 476 el rey ostrogodo Teodorico depuso al último emperador de Occidente. El Imperio Romano de Oriente sobrevivió 1.000 años más porque estaba mejor gobernado. Y precisamente ésa fue la diferencia entre la caída de Roma y el esplendor de Bizancio, la diferencia de calidad entre sus gobernantes, aunque el responsable de la batalla que hundió militarmente al Imperio fuera, precisamente, el emperador de Oriente.

17.- Bibliografía.

El libro fundamental para esta obra, el que me ha servido de referencia y de hilo conductor (especialmente en los últimos capítulos) es: 

“Orígenes de España y Portugal”, vols. I y II, de Harold Livermore (edición para la "Biblioteca de Historia" de la Ed. Orbis, Barcelona 1988)

Otra bibliografía usada se relaciona a continuación: 

“Catalunya carolingia”. Ramón de Abadal (edición en castellano de la obra original –1949- del Institut d´Estudis Catalans, Barcelona 1995).

“Historia de España”. Instituto Gallach. Ed. Océano S.A. Barcelona 1984. “Los vascos”. Julio Caro Baroja. Ed. CSIC. Madrid, 1961. “El ejército visigodo. Desde sus orígenes a la batalla de Guadalete”. Roberto Muñoz y

Ángel García. Ed Almena. Madrid, 2003. “The Goths and their Kingdoms”. Edward James. Oxford Press, 1982. “El reino de los suevos”. Camilo Torres. Fundación Pedro Barrié de la Maza. La Coruña ,

1977.

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“Consideraciones militares sobre la conquista arábiga. De Guadalete a Toledo”. Coronel de Infantería José Miranda Calvo. Caja de Ahorros de Toledo. Toledo, 1977.

“Los godos y la epopeya española”. Ramón Menéndez Pidal. Ed. CSIC. Madrid, 1956. “ Historia de España”. Luis Gómez de Valdeavellano. Ed. Actualidad Española. Madrid,

1965. También la reimpresión de la ed. Prensa Española, Madrid 1985. “Concilios visigóticos e hispano-romanos”. José Vives. Ed. Barcelona. Madrid, 1963. Revista “Cuadernos de Historia de España”. Buenos Aires. Varios números.