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EDMOND HAMILTON LO MEJOR DE EDMOND HAMILTON Scans: J.M.D. y Umbriel, Bizien Edición:Jack!2006 Edición especial para PAPYRE.CO.CC (c)2010

Hamilton, Edmond - Lo mejor de Edmond Hamilton

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EDMOND HAMILTON LO MEJOR DE EDMOND HAMILTONScans: J.M.D. y Umbriel, Bizien Edicin:Jack!2006 Edicin especial para PAPYRE.CO.CC (c)2010 En este compilado de relatos de Edmond Hamilton hay 16 relatos. Se agradece la colaboracin de J. M. C., Sadrac, Umbriel, y Bizien. Dos de los cuentos, "El profesional" y "Exilio", rizan el rizo como deca Frabetti, en lo que hace a la profesin de escritor de ciencia ficcin y de fantasa.

El hombre que vio el futuro relata un viaje en el tiempo y es el cuento ms dbil del conjunto "Involucin", "La galaxia maldita", y "El hombre que evoluciono" son caractersticos del estilo de los cuentos de Imperios galcticos. La estrella de la vida es un fragmento de un relato ms extenso del mismo tipo."Rquiem" tambin se encuadra en el mismo contexto, aunque tiene mayor vuelo literario. Hacia las estrellas es una novellette publicada como complemento de una narracin de Brackett-Bradbury en el volumen 3 x infinito, de la antigua coleccin Galaxia de Editorial Vrtice. En la coleccin original en ingls (Three times infinity, 1958, que inclua: "Lorelei of the red mist" de Leigh Brackett y Ray Bradbury; "The golden helix" de Theodore Sturgeon; y "Destination Moon" de Robert A. Heinlein) no apareca Hacia las estrellas. Esta novellette es tpica de la poca y del autor en el sentido de exaltacin del hombre y de nuestro planeta Tierra. "El dios-monstruo de Mamurth", La isla del durmiente, y "Tierra extraa" son fantasas con reminiscencias lovecraftianas. "El valle de los dioses", y El crepsculo de los dioses, desarrollan poderosas fantasas picas sobre antiguos mitos. "El que tena alas" es un cuento extrao, pattico, que podra haber sido escrito por Ballard. Cmo es estar all afuera, la ltima incorporacin, traducido por Gra, es uno de los mejores relatos que he ledo en aos. En sntesis un conjunto de cuentos muy valioso y con un amplio espectro argumental y de estilo escrito por uno de los grandes maestros de la ciencia ficcin norteamericana. Edmond Hamilton naci en Youngstown, Ohio, el 21 de octubre de 1904. Su padre era dibujante de chistes para los peridicos y su madre maestra, pero a causa de dificultades econmicas, los Hamilton debieron dedicarse a llevar una granja. Como estudiante fue excepcional, por lo que su familia, convencida de que era un genio, lo envi a la Universidad. Pero, como l mismo admitira luego, tras el primer ao me aburrieron las clases. Por ello, se fue volviendo cada vez ms introvertido y comenz a coleccionar viejos libros entre los que se encontraban buena cantidad de obras fantsticas. Abandonados sus estudios, al ser expulsado de la Universidad, comenz a trabajar como empleado de ferrocarril, pero al ser eliminado su puesto en 1924, Hamilton se decidi a escribir un primer relato, que iba a ser el inicio de la carrera literaria que le permitira no volver a tener que trabajar nunca ms como asalariado. En esta carrera se destacan obras tales como: The moon menace, The time raider, The star stealers, City at the worlds end, Los reyes de las estrellas, y Return to the stars. No obstante, es probable que como ms se lo recuerde sea como el creador de uno de los ms famosos hroes de la ciencia ficcin: el Capitn Futuro [Captain Future]. Dos de los cuentos, "El profesional" y "Exilio", rizan el rizo como deca Frabetti, en lo que hace a la profesin de escritor de ciencia ficcin y de fantasa. El hombre que vio el futuro relata un viaje en el tiempo y es el cuento ms dbil del conjunto "Involucin", "La galaxia maldita", y "El hombre que evoluciono" son caractersticos del estilo de los cuentos de Imperios galcticos. La estrella de la vida es un fragmento de un relato ms extenso del mismo tipo."Rquiem" tambin se encuadra en el mismo contexto, aunque tiene mayor vuelo literario.

"El dios-monstruo de Mamurth", La isla del durmiente, y "Tierra extraa" son fantasas con reminiscencias lovecraftianas. "El valle de los dioses", y El crepsculo de los dioses, desarrollan poderosas fantasas picas sobre antiguos mitos. "El que tena alas" es un cuento extrao, pattico, que podra haber sido escrito por Ballard. En sntesis un conjunto de cuentos muy valioso y con un amplio espectro argumental y de estilo escritos por uno de los grandes maestros de la ciencia ficcin norteamericana. INDICE: Cmo es estar all afuera? Hacia las estrellas El crepsculo de los dioses El dios-monstruo de Mamurth El hombre que evolucion El hombre que vio el futuro La galaxia maldita La isla del durmiente El que tena alas Exilio El valle de los dioses Involucin La estrella de la vida Tierra extraa Rquiem El profesional *** CMO ES ESTAR ALL AFUERA? 1 Yo no quera vestir el uniforme cuando dej el hospital, pero no tena otra ropa all, y estaba tan feliz de salir que no iba a quejarme. Pero tan pronto como sub al avin que me llevaba a Los Angeles, me arrepent de usarlo. La gente me miraba y murmuraba. La azafata me brind una enorme sonrisa especial. Debe haberle dicho algo al piloto porque vino, estrech mi mano y dijo: - Bueno, supongo que un viaje como ste es una especie de degradacin para usted. Un hombre menudo entr, mir a su alrededor buscando un asiento, y tom el que estaba a mi lado. Era un sujeto de cincuenta o sesenta aos, nervioso, con gafas, y le tom unos minutos quedar acomodado. Entonces me vio; se qued mirando mi uniforme y el pequeo botn dorado que deca DOS - Vaya -dijo-. Es uno de esos de la Expedicin Dos! -y entonces, aunque solamente lo haba supuesto, dijo-: Bueno, ha estado en Marte!. - S -dije-. Estuve all.

Sonri mirndome como si fuese una maravilla. No me gustaba, pero su curiosidad era tan amistosa que no pude molestarme. - Dgame -dijo-. Cmo es estar all afuera? El avin se estaba elevando y mir hacia el desierto de Arizona que se deslizaba all abajo. - Diferente -dije-. Es diferente. La respuesta pareci satisfacerle completamente. - Seguro, se lo apuesto -dijo-. Yendo a casa, seor? - Haddon. Sargento Frank Haddon. - Va a casa, sargento? - Mi casa est en Ohio -le respond-. Voy a L.A. a visitar a algunas personas antes de ir a casa. - Bueno, eso est bien. Espero que todo vaya bien, sargento. Se lo merece. Sus muchachos hicieron un buen trabajo all afuera. Bueno, le en los peridicos que despus de que la U.N. enve algunas expediciones ms, tendremos ciudades all afuera y lneas regulares de pasajeros, y todo eso. - Mire -dije-, toda esa basura es para los pjaros. Puedes construir ciudades en Mojave y tenerlas mucho ms cerca. Hay una sola razn para irse tan lejos como Marte, y es el uranio. Pude ver que no me estaba creyendo. - Oh, seguro -dijo-. S que tambin es importante, el uranio que estamos usando en nuestras centrales de energa, pero eso no es todo, verdad? - Eso ser todo por un largo, largusimo tiempo -dije. - Pero, mire sargento, el artculo de este peridico dice No dije nada ms. Para cuando l termin de decirme sobre el artculo del peridico estbamos descendiendo en L.A. Sacudi mi mano cuando salimos del avin. - Dese un tiempo, sargento! Seguramente lo merece. Escuch que un montn de tipos de la Dos no regresaron. - S -dije-. Escuch eso. Sent los temblores otra vez cuando entraba en L.A. Fui a un bar y tom un bourbon doble que me hizo sentir un poco mejor. Sal y busqu un taxi, le ped que me llevara hasta San Gabriel. El taxista era gordo con una cara roja y ancha. - Al momento, seor -dijo-. Dgame, es uno de esos tipos de Marte? - Correcto -dije. - Bueno, bueno -dijo-. Dgame, cmo es estar all afuera? - Bastante aburrido, en cierta manera -le dije. - Puedo apostar a que s -dijo, y se lanz dentro del trfico-. Estaba en la Armada cuando la segunda guerra mundial, hace veinte aos, y eso era lo que era, un trabajo aburrido el noventa por ciento del tiempo. Supongo que eso no ha cambiado. - No era una expedicin de la Armada -expliqu-. Era una de las Naciones Unidas, no de la Armada, pero tenamos oficiales y reglas de disciplina como en la Armada. - Seguro, la misma cosa -dijo el taxista-. No necesita decirme lo que es. Hace tiempo, en el cuarenta y dos o en el cuarenta y tres, recuerdo que Me recost y observ Huntington Boulevard por la ventanilla. El sol me baaba -pareca estar muy caliente- y el aire estaba pesado y hmedo. No me haba sentido tan mal en la meseta de Arizona, y era un poco difcil respirar ac abajo. El taxista me pregunt la direccin en San Gabriel.

Tom el pequeo paquete de cartas de mi bolsillo y busqu la que deca Martin Valinez y que tena la direccin en el reverso. Se la di al taxista y volv a poner las cartas en mi bolsillo. Deseaba ahora no haberles respondido nunca. Pero cmo poda evitarlo si los padres de Joe Valinez me escribieron al hospital? Y era igual con la hija de Jim, y la familia de Walter. Tuve que responder, y lo que hice fue prometerles una visita; si ahora me marchaba para Ohio sin hacerlo me sentira un canalla. Justamente, ahora deseaba ser un canalla. La direccin nos llev hacia el lado sur de San Gabriel, un sector que an tena un suave tono mexicano. Haba un almacn con una pequea casa a su lado, y un vallado alrededor del terreno de la casa; un lugar hogareo, muy ordenado pero extrao frente a todo ese estuco liso californiano. Entr en el almacn, un hombre alto y oscuro con ojos tranquilos me vio, llam con voz baja a una mujer, se acerc rodeando el mostrador, y estrech mi mano. - Es el sargento Haddon -dijo-. S. Por supuesto. Estbamos deseando que llegara. La esposa lleg apurada desde el fondo. Pareca demasiado vieja para ser la madre de Joe, que haba sido slo un chico; pero entonces no me pareci vieja, sino gastada. - Por favor, una silla -le dijo a Valinez-. No ves que est cansado? Y saliendo del hospital. Me sent y fij la vista en un cajn de frascos de pimienta que se vea entre ellos, y me preguntaron cmo me senta, y si estaba feliz de volver a casa, y desearon que mi familia estuviese bien. Eran gentiles. No haban dicho una palabra sobre Joe, y esperaban que yo dijese algo. Y me sent en apuros, ya que no haba conocido bien a Joe, no realmente. Haba sido trasladado a nuestro escuadrn apenas un par de semanas antes de salir, y si no hubiese sido nuestra primera baja nunca hubiese sabido de l. Finalmente tuve que hacerlo, y todo lo que pude pensar en decir fue: - Ellos les escribieron los detalles acerca de Joe, verdad? Valinez asinti grave. - S, que muri de shock a las veinticuatro horas de haber salido. La carta fue muy buena. Su esposa tambin asinti. - Muy buena -murmur; me mir, y supongo que se dio cuenta de que no saba qu decir, porque dijo: - Puede decirnos algo ms. Pero no, si es doloroso. Poda decirles ms. Oh, s, poda decirles mucho ms, si hubiese querido. Estaba claro en mi mente, como una pelcula que has visto una y otra vez hasta que te la sabes de memoria. Poda contarles sobre la salida que mat a su hijo. Las largas filas de nosotros, espaldas uniformadas subiendo al Cohete Cuatro y a los otros diecinueve que lanzaban llamaradas en la meseta, el rechinar de la maquinaria, el sonido de los silbatos, y el interior del enorme cohete mientras subamos las escaleras. La pelcula estaba corriendo otra vez en mi mente, clara como el cristal, y otra vez estaba en la Celda Catorce del Cohete Cuatro, mientras los minutos pasaban, y los muros que se estremecan cada vez que alguno de los otros cohetes era disparado, y nosotros diez metidos en nuestras literas, prisioneros en esa habitacin de metal y sin ventanas, esperando. Esperando, hasta que esa enorme, gigantesca mano nos dio una tremenda bofetada que nos hundi en las literas, quitndonos el aire, luchando por respirar, y la sangre que ruga en la cabeza, y el estmago que se revolva a pesar de todas las pldoras que nos haban dado, y escuchabas la enorme carcajada, brooooom! broooom! broooom!

Aplastar, aplastar, una y otra vez, sacudiendo los intestinos y quitndonos el aire, y alguien que se descompona, y otro que moqueaba, y el broooom! broooom! Rindose mientras nos mataba; y entonces el gigante dej de rer, y dej de abofetearnos, y pudimos sentir nuestros cuerpos doloridos y temblorosos y te sentas maravillado de tenerlo todava. Walter Millis maldeca en la litera debajo de la ma, y Breck Jergen, nuestro sargento entonces, colgando dolorosamente de la asidera para mirarnos, y entonces, en medio de las voces, una voz delgada y entrecortada que deca algo como: - Breck, creo que estoy herido Claro, era su muchacho Joe, y haba sangre en sus labios, y la tena, y lo supimos cuando lo miramos y vimos que la tena. Un muchacho buen mozo, un poco plido ahora mientras se sostena la mano en el medio del cuerpo y nos miraba. Expedicin Uno haba probado que la salida provocara daos internos en cierto porcentaje, siempre, y en nuestro escuadrn, en nuestra pequea celda sin ventanas, haba sido Joe el daado. Si solamente se hubiera muerto y listo. Pero no poda morirse y listo, tena que yacer en su litera todas esas horas y ms horas. Los mdicos vinieron y le pusieron un saco rgido todo alrededor del cuerpo y lo doparon, y eso fue todo, y las horas pasaron. Y estbamos tan afectados y tan descompuestos que no tenamos por l la simpata que hubiramos debido tener hasta que comenz a quejarse y rogarnos que le quitramos ese saco. Finalmente Walter Willis quiso hacerlo, y Breck no se lo permiti, y estaban discutiendo y estbamos escuchando cuando las quejas se detuvieron, y ya no hubo necesidad de hacer nada por Joe Valinez. Nada ms que llamar a los mdicos, quienes entraron en nuestra pequea prisin de acero y se lo llevaron. Claro, poda contarles a los Valinez todo acerca de su Joe, verdad? - Por favor -susurr la seora Valinez, y su esposo me mir y asinti calladamente. Entonces les cont. Les dije: - Saben que Joe muri en el espacio. Haba sido afectado por el shock de la salida, y estaba inconsciente, sin sentir nada. Entonces despert, antes de morir. Pareca no sentir dolor alguno, ni un poquito. Estaba acostado all, mirando las estrellas por la ventana. Eran hermosas, las estrellas en el espacio, como ngeles. Las mir, y entonces susurr algo, se recost y estaba muerto. La seora Valinez comenz a sollozar suavemente. - Morir all afuera, mirando las estrellas como ngeles Me levant para irme y ella no me mir. Fue hasta la puerta del pequeo almacn, y Valinez me acompa. Estrech mi mano. - Gracias, sargento Haddon. Muchas gracias. - Claro -dije. Me met en el taxi. Saqu la carta y la hice pedazos. Le ped a Dios no haberla tenido nunca. Le ped no haber tenido ninguna de las otras que an tena. 2 Tom el primer avin a Omaha. Antes de llegar me qued dormido en el asiento, y comenc a soar, y eso no era bueno. Una voz dijo: - Estamos bajando. Y estbamos bajando, el Cohete Cuatro estaba bajando, y all estbamos en la celda de nuestro escuadrn, amarrados a las literas, esperando temerosos, deseando que hubi-

ese una ventana para mirar para afuera, deseando que nuestro cohete no fuese el nico en estrellarse, deseando que ninguno se estrellase, y que si uno se estrellaba que no fuese el nuestro - Estamos bajando Bajando, con los chorros que comenzaban a bramar por debajo de nosotros, golpendonos, no tan constante como en la salida, sino golpe-golpe-golpe, y otra vez golpe-golpe. La voz de Breck nos llamaba a travs de la celda, pero no poda or por el rugido que haba en mis odos entre chorro y chorro. No, no era en mis odos, el rugido vena de la pared a mi lado: habamos llegado a la atmsfera, habamos entrado. Los chorros en sucesin relampagueaban sin cesar, crash-crash-crash-crash-crash! Montaas cayeron sobre m, y as era eso, y no permitas que sea la nuestra, Dios, no permitas que sea la nuestra Entonces el impacto y la negrura, y finalmente alguien aullando roncamente en mis odos, y Breck Jergen, con el rostro mortalmente blanco, echado sobre m. - Desajusta y sal, Frank! A todos los hombres, fuera de las literas todos los hombres fuera! Habamos aterrizado, sin estrellarnos, pero estbamos medio muertos y ellos queran que saliramos, en este instante, y no podamos. Breck nos aullaba: - Pnganse las mscaras para respirar! Mscaras colocadas! Tenemos que salir! - Mi Dios, acabamos de aterrizar, estamos hechos pedazos, no podemos! - Tenemos que hacerlo! Algunos de los otros cohetes se han estrellado en el aterrizaje y tenemos que salvar a cualquiera que an est vivo! Mscaras colocadas! Rpido! No podamos, pero lo hicimos. Nos haba dado esos meses de disciplina y era para esto. Jim Clymer estaba listo y de pie, Walter estaba tratando de soltarse de la litera debajo de m, los silbatos sonaban como dementes en algn lugar y las voces gritaban roncas. Mis rodillas se doblaron cuando toqu el suelo. Young Lassen, a mi lado, trataba de decir algo y entonces se encogi. Jim se inclin sobre l, pero Breck estaba en la puerta aullando: - Djalo! Ya vamos! Los silbatos chirriaban sobre nosotros todo el tiempo mientras bajbamos las escalerillas del pozo, y la mscara lastimaba mi nariz; una vez abajo un oficial despeinado gritaba que nos uniramos al Escuadrn Cinco, y la pasarela que se tambaleaba debajo de nuestros pies. Fro. Fro congelante, y un plido brillo desde un pequeo sol que se reduca all contra un cielo color bronce, y una ondulante planicie de arena rojo oscuro a nuestro alrededor, con arena que se deslizaba de abajo de nuestros pies mientras seguamos al capitn Wall hacia el distante montn de metal que estaba extraamente apoyado y roto en un pequeo valle poco profundo. - Vamos, hombres, apurarse! Apurarse! Todo como en un sueo: la manera que caminbamos con nuestro calzado aislado con plomo paso a paso, y las voces que llegaban a travs de los resonadores de las mscaras, amortiguadas y distantes. Pero no fue sueo sino pesadilla cuando nos trepamos al bulto metlico y miramos lo que haba sucedido al Cohete Siete con su casco de metal arrugado como papel, y un puado de hombres que se arrastraban fuera de l baados en sangre, y el sonido gorgoteante de los tanques que se vaciaban, y las voces implorantes:

- Auxilio! Auxilio! Solamente que no haba sucedido, no haba sucedido an, ya que estbamos otra vez en Cohete Cuatro, entrando, y no hemos aterrizado an, pero lo haremos en cualquier momento. - Estamos bajando No poda pasar por lo mismo otra vez. Aull y me trab en lucha con las grapas de la litera, y estaba en el asiento de mi avin, y una atemorizada azafata a un pie de distancia me deca: - Estamos llegando a Omaha, sargento. Estamos bajando. Todos me estaban mirando, todos los otros pasajeros, y me pregunt si haba estado hablando en sueos desde que puse mi espalda sobre ese asiento, como todas esas noches en el hospital cuando trataba de no dormir. Me enderec y todos ellos dejaron de mirarme y simularon no haber estado mirndome. Bajamos en el aeropuerto. Era medioda, y el clido sol de Nebraska se senta bien sobre la espalda cuando sal. Tena suerte, ya que cuando pregunt en la terminal cmo ir hasta Cuffington haba un colectivo a punto de salir. Un granjero se sent junto a m, un joven fornido que me ofreci cigarrillos y me dijo que haba solamente unas horas de camino hasta Cuffington. - Est su hogar all? -pregunt. - No, mi hogar est en Ohio -le dije-. Uno de mis amigos vena de aqu. Se llamaba Clymer. No lo conoca, pero record que uno de los muchachos de la ciudad se haba ido con la segunda expedicin a Marte. - S -dije-. se era Jim. No pudo contenerse por ms tiempo. - Cmo es estar all afuera? Le dije: - Seco. Terriblemente seco. - Puedo apostar que lo es -dijo-. A decir verdad, est muy seco por aqu, este ao, para la cosecha de trigo. El ao pasado estuvo bien. El ao pasado Cuffington, en Nebraska, era una ancha calle con negocios, y otras calles con rboles y casas viejas, y campos de trigo amarillo todo alrededor tan lejos como llegaba la vista. Haca un poco de calor y me sent bien sentado en la estacin de autobuses mientras miraba la delgada gua telefnica. Haba tres familias Graham en ella, pero la primera que telefone era la correcta, seorita Ila Graham. Habl rpido y excitada, dijo que vendra, y le dije que esperara al frente de la estacin de autobuses. Me par debajo del toldo, mirando hacia la tranquila calle y pensando que eso explicaba cmo haba sido Jim Clymer, un muchacho tranquilo, de movimientos lentos. El lugar era relajado, como l lo haba sido. Lleg una cup y la seorita Graham abri la puerta. Era una chica de cabello castao, no especialmente bonita, pero de esa clase de chica que piensas que es buena, una muy buena chica. - Se ve tan cansado -dijo- que me siento culpable de haberle pedido que venga. - Estoy muy bien -dije-. Y no hay problema en detenerme en un par de sitios en mi camino hacia Ohio. Mientras ella conduca a travs de la pequea ciudad le pregunt si Jim no tena familia all.

- Sus padres murieron en un accidente automovilstico hace aos -dijo la seorita Graham-. Vivi con un to en una granja en las afueras de Grandview, pero no se llevaban bien y Jim se vino a la ciudad y tom un trabajo en la central elctrica. Cuando giramos en la esquina agreg: - Mi madre le alquilaba una habitacin. As fue como nos conocimos. As fue como nos comprometimos. - S, claro -dije. Era una casa grande y cuadrada, con una entrada profunda delante y algunos rboles alrededor. Me sent en una silla de mimbre y la seorita Graham trajo su mam afuera. La madre habl un poco sobre Jim, cmo le extraaban, y declar que l era como un hijo. Cuando su madre regres adentro, la seorita Graham me mostr un pequeo montn de sobres azules. - Estas eran las cartas que recib de Jim. No hay muchas, y no eran muy largas. - Estbamos autorizados a enviar solamente un mensaje de treinta palabras cada dos semanas -le dije-. Haba un par de miles de nosotros all afuera, y no podan permitirnos atestar el transmisor todo el tiempo. - Es maravilloso lo que Jim pudo poner en esas pocas palabras -dijo, y me ofreci algunas. Le un par: Me tengo que pellizcar para darme cuenta de que soy uno de los primeros hombres de la Tierra que pisar un mundo extrao. De noche, en el fro, miro hacia la estrella verde que es la Tierra y apenas me doy cuenta de que ayud a que un viejo sueo fuese realidad. Otra deca: Este mundo es sombro y solitario, y misterioso. An no sabemos mucho de l. Sin ir ms lejos, nadie ha visto nada vivo fuera de los lquenes que inform la Expedicin Uno, pero debe haber algo ms. La seorita Graham me pregunt: - Era todo liquen all arriba, slo lquenes? - Eso, y dos o tres clases de extraos cactus -dije-. Y roca y arena. Eso era todo. A medida de que lea ms de esas pequeas cartas azules, supe ahora que conoca mucho mejor que antes al Jim que haba partido. Haba algo sobre l que nunca sospech. Era un romntico. No lo habamos sospechado, porque era tan tranquilo y lento, pero ahora vea que todo el tiempo l era ms romntico con respecto a lo que hacamos que cualquiera de nosotros. No nos dej saberlo. Nos habramos burlado de l si lo hubiera hecho. Nuestro nombre para Marte, despus de que estuvimos hartos de l, era el Agujero. Poda ver ahora que Jim se haba sentido temeroso de nuestras burlas para dejarnos saber que l lo vea ms atractivo en su mente. - sta fue la ltima que recib antes de que se enfermara -dijo la seorita Graham. sa deca: Salgo maana hacia el norte con una de las expediciones cartogrficas. Viajaremos sobre un territorio que ningn otro humano ha visto jams. Asent. - Yo mismo estaba en ese grupo. Jim y yo estbamos sobre el mismo medio-oruga. - l estaba emocionado, verdad, sargento? Me sorprendi. Recordaba el viaje y fue un infierno. Nuestra tarea era simplemente hacer un sondeo cartogrfico preliminar, controlando posibles depsitos de uranio con los Geiger.

No hubiera sido tan malo, si la arena no hubiese comenzado a volar. No era arena como la de la Tierra. Estaba molida hasta polvo por millones de aos de volar sobre ese mundo seco. Se meta dentro de nuestras mscaras, de nuestras gafas protectoras, y en los motores de las orugas, y en la comida, el agua y las ropas. No hubo nada por tres das, sino fro, viento y arena. Emocionado? Me hubiese redo de eso antes. Pero ahora no lo haca. Puede que a Jim le haya gustado. Tena mucha paciencia, ms de la que yo tena. Puede que se imaginara que ese condenado viaje era una maravillosa aventura en un mundo extrao. - Seguro, l estaba emocionado -dije-. Todos lo estbamos. Cualquiera lo hubiera estado. La seorita Graham recogi las cartas y dijo: - Usted tambin tuvo fiebre marciana, verdad? Le dije que s, que solamente un poco, y que por eso tuve que permanecer en reacondicionamiento en el hospital cuando regres. Ella esper a que yo continuara, de modo que segu hablando: - An no saben si es algn tipo de virus, o el efecto de las condiciones de Marte en los organismos terrestres. Al final, la fiebre no era tan mala, y estaba dopado. - Bueno, Jim la tuvo, estuvo bien cuidado? -pregunt; sus labios temblaban un poco. - Seguro, estuvo bien cuidado. Tuvo el mejor cuidado que haba -ment. El mejor cuidado que haba? Era una burla. Los primeros casos tuvieron cuidados decentes, posiblemente. Pero ellos nunca se imaginaron que caeran tantos. No haba lugar en nuestro pequeo hospital y se tuvieron que quedar en sus literas en las barracas de aluminio cuando enfermaron. Todos los doctores cayeron, menos uno, y dos murieron. Habamos estado seis meses en Marte cuando nos atac, y la soledad ya nos haba derrotado. Todos los cohetes, menos cuatro, haban regresado a la Tierra, y estbamos solos en ese mundo muerto; nuestra pequeo pueblo de barracas se apiaba bajo ese odioso cielo rojizo, y detrs de ella estaban la arena y las rocas hasta el infinito. Te vas al Polo Norte y acampas all, y sientes lo solitario que es. Era peor all afuera, mucho peor. El primer entusiasmo se haba ido haca tiempo, estbamos cansados, con nostalgia -como nunca antes habamos sentido- de ver pasto verde, brillo de sol, rostros de mujeres y escuchar el agua correr; no podramos tenerlo hasta que la Expedicin Tres viniera a relevarnos. Ningn muchacho maravilla perda los estribos all afuera. Y entonces lleg la fiebre de Marte, en lo mejor. - Hicimos por l todo lo que pudimos -dije. Seguro que lo hicimos. Todava poda recordar cmo Walter y yo corrimos en el fro de la noche hasta el hospital por ayuda mdica, mientras Breck se quedaba a su lado, y cmo no pudimos conseguir nada. Recuerdo cmo Walter mir hacia arriba, al ardiente cielo, mientras corramos de regreso, y cmo sacudi su puo hacia la enorme estrella verde que era la Tierra. - La gente all arriba se va de baile esta noche, a espectculos, se sienta en habitaciones templadas a rer! Por qu tienen que morir buenos hombres all afuera para conseguirles uranio y energa barata? - Basta ya -le dije cansado-. Jim no morir. Un montn de muchachos la pasaron. Los mejores cuidados que haba? Eso era realmente gracioso. Todo lo que podamos hacer era lavarle la cara, y darle las pldoras que el mdico haba dejado, y ver que se debilitaba da a da hasta que muri. - Nadie poda hacer por l ms de lo que se hizo -le dije a la seorita Graham. - Me alegro -dijo-. Supongo que es una de esas cosas.

Cuando me levant para irme, me pregunt si quera ver la habitacin de Jim. Dijo que haban dejado todo igual. No quera pero, cmo decrselo? Fui con ella arriba; mir y dije que estaba todo bien. Abri un gran armario. Estaba lleno de filas ordenadas de viejas revistas. - Son todas las viejas revistas de ciencia ficcin que l lea cuando era nio -dijo-. Siempre las cuidaba. Saqu una. Tena una cubierta brillante, con una nave espacial, no como nuestros cohetes sino una cosa aerodinmica, y los anillos de Saturno de fondo. Cuando la dej, la seorita Graham la tom y la coloc nuevamente en su lugar en la fila, como si alguien fuera a regresar y no le gustara encontrar las cosas fuera de sitio. Insisti en llevarme en coche hasta Omaha, y al aeropuerto. Pareca triste por dejarme ir, y supongo que era yo era el ltimo nexo real con Jim, y que cuando me hubiese ido habra terminado todo para siempre. Me preguntaba si ella lo superara con el tiempo, y pens que s. Las personas superan esas cosas. Supuse que se casara con otro buen tipo y me pregunt qu haran con las cosas de Jim, con todas esas viejas revistas, las que nadie regresara a leer. 3 Nunca me hubiese detenido en Chicago si pudiese haber eludido que tena que hacerlo, ya que la ltima persona de quien quera hablar con cualquiera era de Walter Millis. Debera ser fcil para m pasar de largo y dejar toda esa basura que se supona nadie conoca. Pero el padre de Walter me haba telefoneado al hospital un par de veces. La ltima dijo que los padres de Breck llegaran desde Wisconsin para verme tambin, de modo que qu otra cosa poda decir sino s, me detendr. Pero no me gustaba para nada, y supe que tendra que ser cuidadoso. El seor Willis me esperaba en el aeropuerto y me estrech la mano y me dijo qu gran favor estaba yo hacindoles, y cmo apreciaba que me hubiese detenido cuando deba estar ansioso de regresar a mi hogar y mis padres. - Est bien -dije-. Mi Pa y mi Ma fueron a verme al hospital cuando regres. Era esa clase de hombres de buen aspecto, fornido y un poco estirado, segn pens. Pareca amigable, pero tuve la sensacin de que me miraba preguntndose por qu haba regresado yo, y su hijo Walter no. Bueno, no poda culparle por eso. Su automvil estaba esperando, un enorme coche con chofer, y salimos rumbo al norte de la ciudad. El seor Willis seal unas pocas cosas para hacer conversacin, especialmente una central de energa atmica que pasamos. - Es solamente una de miles, distribuidas por todo el mundo -dijo-. Van a transformar toda nuestra economa. Este uranio marciano ser la gran cosa, sargento. Dije que s, que supona lo mismo. Yo sudaba sangre esperando que comenzara a preguntar sobre Walter. Y no saba an qu le dira sobre l. Poda meterme en camisa de once varas si abra demasiado mi gran boca, ya que eso que haba sucedido a la Expedicin Dos era un secreto estricto, y todos habamos sido informados que debamos mantener nuestras bocas cerradas. Pero l dej pasar el tiempo, hablando de otras cosas. Me enter que su esposa no estaba muy bien y que Walter haba sido su nico hijo. Tambin me enter que era un len en los negocios y un tipo forrado en billetes. No me gustaba, s me haba gustado Walter, y su viejo pareca una persona pomposa, con toda esa charla sobre negocios brillantes.

Quiso saber en cunto tiempo pensaba yo que el uranio marciano llegara en cantidad, y le dije que pensaba que no sera muy pronto. - La Expedicin Uno solamente localiz los depsitos -dije-, y la Dos realiz el mapeo y asent una base preliminar. Por supuesto que el asunto sigue en desarrollo, y escuch que la Cuatro tendr cien cohetes. Pero Marte es un asunto rudo. El seor Millis dijo con conviccin que yo estaba equivocado, que el mundo estaba hambriento de energa, y que eso acelerara las cosas ms de lo que yo esperaba. De repente dej de hablar de negocios, me mir y pregunt: - Quin era el mejor amigo de Walter all afuera? Lo pregunt como disculpndose. Era un tipo estirado, pero todo mi disgusto por l se fue en ese momento. - Breck Jergen -le dije-. Breck era nuestro sargento. Se las arreglaba para mantener el escuadrn unido, y l y Walter se llevaron bien desde el principio. El seor Millis asinti pero no dijo nada ms acerca de eso. Seal por la ventana el lago distante y dijo que estbamos casi en su hogar. No era un hogar, era una enorme mansin. Entramos y me present a la seora Millis. Era una mujer plida y mustia quien dijo estar encantada de conocer a uno de los amigos de Walter. De alguna manera tuve la sensacin de que, aunque l era un tipo estirado, senta lo de Walter ms que ella. Me llev hasta un dormitorio, arriba, y dijo que los familiares de Breck llegaran despus de la cena, y que yo poda descansar un poco antes de eso. Me sent y mir a mi alrededor. Nunca haba estado en un lugar tan lujoso, y viendo la casa y el modo en que viva esta gente, comenc a comprender por qu Walter perda los estribos ms que el resto de nosotros. Haba sido un buen tipo ese Walter, pero de mucho temperamento, y ahora vea que tambin un poco consentido. La disciplina en la base de entrenamiento haba sido ms ruda para l que para la mayora de nosotros, y era por esto. Me sent; tem la cena que estaba preparndose, y mir por la ventana hacia la piscina y la cancha de tenis, y me pregunt si alguien las usara ahora que Walter se haba marchado. Pareca una locura que un tipo con una vida como sta se fuera a Marte y se matara. Quit la manta de satn de la cama para no ensuciarla con mis zapatos, me acost y cerr los ojos; me pregunt qu les dira. El problema era que no saba qu historia les haban contado los oficiales. - El Oficial Comandante siente pesar en informarles que a su hijo le han disparado como a un perro Ellos no habran recibido nunca un telegrama como se. Pero qu les haban enviado? Deseaba tener la oportunidad de saberlo. Maldita sea, por qu no me dejaron en paz, todas estas personas? Comenzaron a pasar por mi mente otra vez, y los psiclogos me dijeron que deba olvidar, pero cmo? Debera ser mejor decirles la verdad. Despus de todo, Walter no fue el nico que se vol los sesos all afuera. En esos dos ltimos meses tan duros, montones de tipos andaban por all quejndose a los gritos. La Expedicin Tres no vendr! Estamos atrapados y a ellos no les importa lo suficiente para enviar ayuda! Esa era la lnea de la conversacin. Lo escuchabas un montn de veces en esos das. No podas culpar a los muchachos por eso tampoco. La cuarta parte de nosotros estbamos postrados por la fiebre marciana, los constructores de tumbas tapizaban el valle ms all del borde, las raciones adelgazaban, las medicinas disminuan, todos nosotros mirbamos hacia el cielo por si veamos los cohetes que nunca llegaron.

Haba alguna demora en la Tierra, nos explic el Coronel Nichols. Era nuestro Oficial Comandante ahora (el General Rayen haba muerto). Haba una pequea demora, pero pronto los cohetes estaran en camino, que seramos relevados, solamente debamos aguantar. Eso era lo que hacamos, aguantar. Noches en las que nos sentbamos en la barraca y escuchbamos a Lassen toser en su litera, y pareca que gigantes de viento, fros gigantes, estuviesen gritando y riendo alrededor de nuestro pequeo conjunto de refugios. - Maldita sea, si no vendrn, por qu no nos vamos a casa? - Todava tenemos los cuatro cohetes -dijo Walter-, nos pueden llevar de regreso. - Mira Walter -el rostro serio de Breck se volvi ms grave-. Hemos hablado demasiado sobre todo eso. Djalo. - Puedes culpar a los hombres por hablar de eso? No somos hroes de historieta. Si se han olvidado de venir a buscarnos, por qu nos quedamos? - Tenemos que hacerlo -dijo Breck-. La Tres vendr. Siempre pens que no habra sucedido lo que sucedi si no hubiese habido esa falsa alarma. Esa que puso loco a todo el campamento, con los muchachos gritando: - La Tres est aqu! Los cohetes descendieron al oeste de Rock Ridge! Solamente cuando llegaron all se encontraron con que ningn cohete haba descendido, pero que haba una lluvia de pequeos meteoros que explotaban mientras caan. Creo que la causa fue la decepcin. No lo s con seguridad porque ese mismo da me dio la fiebre marciana, y el piso se levant y me golpe y despert en mi litera con alguien que me pona una inyeccin, y mi cabeza enorme como una pelota. Yo no estaba muy conciente, solamente un poco, lo suficiente para ver todo nublado, y no supe acerca del motn que se estaba gestando hasta que me despert una vez con Breck inclinado sobre m, y que vi que llevaba un arma, y que tena un brazalete de la P.M. Cuando le pregunt cmo estaba todo, dijo que se estaba hablando tan salvajemente sobre tomar los cuatro cohetes y volver a casa que la polica militar haba doblado su cantidad y que Nichols haba publicado severas advertencias. - Walter? -pregunt. Breck asinti. - Es el lder y se enfrentar una corte marcial cuando esto termine. El maldito idiota! - No dudo de que tiene mucho coraje, t lo conoces -dije. - S, pero no soporta la disciplina, nunca lo hizo bien, y ahora que las cosas aprietan est explotando. Bueno, te ver ms tarde, Frank. Le vi ms tarde, pero no de la manera que esperaba. Era el da en que escuchamos los ecos atenuados de disparos, y la sirena de alarma, hombres corriendo, y los medio-orugas arrancando velozmente. Y cuando consegu salir de mi litera y de la tienda, todos estaban marchando hacia los grandes cohetes, y un cabo me grit desde un jeep: - Todo explot! Los malditos estpidos atacaron con armas, intentaron tomar posesin de los cohetes y quisieron obligar a la tripulacin a llevarles a casa. Todava poda recordar los resbalones y balanceos del jeep mientras nos alejaba de all, la pequea multitud apiada debajo de los amenazantes cohetes, apiada alrededor de algo que esconda el suelo, y al Mayor Weiler aullando sus rdenes. Cuando pude ver lo que estaba en el suelo eran siete u ocho hombres y la mayora estaban muertos. A Walter le haban disparado justo en el corazn. Me contaron ms tarde que fue por haber sido el lder, por ir al frente, que fue el primer amotinado herido. Un P.M. estaba muerto, y otro estaba sentado con toda la parte del medio de su uniforme teida de rojo, y era Breck, y estaban trayendo una camilla para l. El cabo dijo: - Hey, ese es Jergen, el jefe de su escuadrn! Y le dije:

- S, es l. Es gracioso cmo puedes hablar cuando algo as te golpea, cmo dices palabras tales como: S, es l. Breck muri esa noche sin haber recuperado el conocimiento, y all estaba yo, todava medio enfermo, y Lassen que se mora en su litera, y cinco de nosotros era todo lo que quedaba del Escuadrn Catorce, y as era todo. Cmo poda el H.Q. permitir que una cosa as se supiera? Sera un buen anuncio de reclutamiento para ms expediciones a Marte que ellos contaran cmo se quebraron los muchachos de la Dos y realizaron acciones locas como sas. No los culpo por decirnos que lo mantuvisemos en secreto. De todos modos, no era algo de lo que quisiramos hablar. Pero era seguro que me pona en un punto delicado ahora, encantador. Iba a bajar a hablar con los padres de Breck y los padres de Walter, y ellos tendran que saber cmo murieron sus hijos y les dira: - Vuestros hijos, probablemente, se mataron el uno al otro, all afuera. Claro, poda decirles eso, verdad? Pero, qu iba a decirles? Saba que el H.Q. haba informado eso como muertes accidentales, pero qu clase de accidente? Bien, se hizo tarde y tuve que bajar, y cuando lo hice los padres de Breck estaban all. El seor Jergen era carpintero, un hombre alto y huesudo con ojos muy azules como los de Breck. No dijo mucho, pero su esposa era una mujer pequea que hablaba por los dos. Dijo que se me vea tal cual las fotografas que Breck haba enviado desde la base de entrenamiento. Dijo que tena tres hijas, dos de ellas casadas, y que una de las casadas viva en Milwaukee y que la otra en la Costa. Dijo que le haba elegido el nombre a Breck por una historia de Robert Louis Stevenson, y le dije que haba ledo el libro en la secundaria. - Es un buen nombre -dije. Me mir con sus ojos brillantes y dijo: - S. Era un buen nombre. Fue una buena cena. Me dieron todo lo que pensaron que me poda gustar, y todo de lo mejor, y no le sent el sabor a nada de lo que com. Despus, en el saln de estar, se sentaron y esperaron, y supe que era mi turno. Les pregunt si tenan algn detalle sobre el accidente, y el seor Millis dijo que no, que solamente les dijeron muerte accidental. Bueno, eso lo haca ms fcil. Me sent, frente a los cuatro que miraban mi rostro, y comenc a inventar. - Fue -dije- uno de esos miles de millones. Vern, en Marte caen ms meteoritos que en la Tierra porque el aire es ms delgado y no los quema tan rpido. Y uno golpe el borde del depsito de combustible y un grupo de tanques comenz a explotar. Yo estaba en cama por la fiebre, as que no lo vi, pero escuch todo. Se poda escuchar la respiracin de todos de tan quietos que estaban, as que continu con mi historia. - Un par de muchachos fueron desmayados por el golpe y hubiesen ardido si unos pocos no hubiesen llegado con extintores. Mantuvieron el fuego lejos de los grandes tanques, pero otro tanque pequeo explot, y Breck y Walter fueron los dos alcanzados, y ellos murieron al instante. Cundo termin de decirlo me son falso y tuve miedo de que no se lo creyesen. Pero nadie dijo nada hasta que el seor Millis dej escapar un suspiro y dijo: - As que fue eso. Bueno bueno, si tena que suceder, fue misericordiosamente rpido verdad?

Dije que s, que lo haba sido. - Solamente que no entiendo por qu no nos dejaron saberlo. No me parece justo. Tena una respuesta para eso. - Es algo secreto porque ellos no quieren que la gente se entere del peligro de los meteoros. Es por eso. La seora Millis se levant y dijo que no se senta muy bien, que la excusara y que me vera en la maana. El resto de nosotros pareca no tener mucho que decir uno al otro, y nadie objet cuando sub a mi dormitorio un poco ms tarde. Estaba listo para acostarme cuando son un golpe en la puerta. Era el padre de Breck; entr y me mir fijamente. - Fue solamente una historia, verdad? - S -dije-. Fue solamente una historia. Sus ojos me penetraron y dijo: - Supongo que tiene sus propias razones. Slo dgame una cosa. Lo que hubiese sucedido, se comport Breck adecuadamente? - Se comport como un hombre, todo el tiempo -dije-. Era el mejor de nosotros, primero hasta el final. Me mir. Algo que vio en m le hizo creer. Me estrech la mano y dijo: - Muy bien, hijo. Lo dejaremos as. Yo tena suficiente. No los enfrentara nuevamente en la maana. Escrib una nota agradecindoles y presentando mis excusas; baj y sal calladamente de la casa. Era tarde pero me levant un camin, y el conductor dijo que iba cerca del aeropuerto. Me pregunt cmo eran las cosas en Marte y le dije solitario. Dorm en una silla del aeropuerto y me sent mejor ya que al da siguiente estara en casa y todo estara bien. Eso pens. 4 Era casi el atardecer cuando llegamos a la villa, ya que mi padre y mi madre no saban que vena en un vuelo anterior y tuve que esperar en el aeropuerto de Cleveland. Cuando entramos en la calle Market vi un gran cartel pintado que cruzaba: HARMONVILLE DA LA BIENVENIDA A SU HOMBRE ESPACIAL Hombre espacial, eso era yo. Los peridicos haban comenzado a llamarnos as, supongo, porque era una buena palabra para los encabezados. Todos nos llamaban as. Nos habamos sentado all, encerrados en una celda que volaba, pero ahora ramos hombres espaciales. Haba uniformes brillantes formados debajo del cartel y vi que era la banda de la escuela. No dije nada, pero mi padre vio mi cara. - Bueno, Frank, s que ests cansado, pero estas personas son tus amigos y quieren darte una verdadera bienvenida. Eso era bueno. Pero todo estaba comenzando otra vez, los sentimientos que haba tenido mientras venamos de Cleveland. ste era mi lugar, esta tierra del viejo Ohio con sus pequeas villas y sus granjas ondulantes. Se vea bien en junio. Se vea muy bien y me senta mejor todo el tiempo. Y ahora no me senta tan bien, porque vea que tendra que hablar algo ms sobre Marte. Pa detuvo el automvil debajo del cartel, y la banda escolar comenz a tocar, y el seor Robinson, vendedor de Chevrolet y alcalde de Harmonville, subi con nosotros.

Me estrech la mano y dijo: - Bienvenido a casa, Frank! Cmo era estar all afuera en Marte? - Haca fro, seor Robinson -dije-. Un fro espantoso. - Debiste estar aqu en febrero pasado! -dijo. - Dieciocho bajo cero, casi un rcord. Se inclin hacia afuera e hizo una seal, y Pa comenz a conducir otra vez, con la banda tocando y marchando por delante. No fuimos muy lejos, calle Market abajo por debajo de los viejos arces, pasamos las iglesias y las viejas casas blancas hasta la Grange Hall, grande y cuadrada. Haba un pequea multitud delante de ella, y lanzaron una aclamacin, no muy alta y no muy real. Descend y estrech las manos de personas a las que realmente no vi, y entonces el seor Robinson me tom del codo y me condujo adentro. Los asientos estaban todos ocupados y la gente se puso de pie, y sobre el pequeo escenario del fondo haban colocado una decoracin de flores; era un globo hecho de rosas rojas con una seal por encima que deca Marte y a su lado otro globo hecho todo de rosas blancas que deca Tierra, y un pequeo cohete hecho de flores que colgaba entre ambas. - Lo prepar el Garden Club -dijo el seor Robinson. - Casi todos en Harmonville contribuyeron con las flores. - Seguramente es hermoso -dije. El seor Robinson me tom del brazo, me subi al pequeo escenario y todos aplaudieron. Era toda gente que conoca, gente de las granjas cercanas a la nuestra, mis maestros de escuela, y todos los de por all. Me sent en una silla y el seor Robinson hizo un pequeo discurso, acerca de cmo los muchachos de Harmonville siempre se presentaron cuando algo grande ocurra, cmo fueron a la Guerra de 1812 y a la Guerra Civil y a las dos Guerras Mundiales, y cmo uno de ellos haba ido hasta Marte. - Las personas siempre se han preguntado -dijo-, cmo es all afuera en Marte, y aqu est uno de nuestro propios muchachos de Harmonville que nos ha venido a contar. Y me anim a levantarme, y lo hice; aplaudieron una vez ms, y me qued parado pensando qu les contara. Entonces de repente, mientras estaba all dudando, tuve la respuesta de algo que siempre nos haba dejado perplejos all afuera. Nunca pudimos entender por qu los muchachos que regresaron de la Expedicin Uno no nos haban sealado lo duro que iba a ser. Y ahora saba por qu. No lo haban hecho porque habra sonado como si se estuvieran quejando de lo que tuvieron que pasar. Y ahora, yo no poda por la misma razn. Mir a los rostros brillantes e interesados, rostros que haba conocido por toda mi vida, y supe que lo que les dira no sera bueno, de cualquier manera. Ya que ellos haban ledo esas historias de los peridicos, acerca del extico planeta rojo y heroicos hombres espaciales, y si alguien les mostraba algo diferente se sentiran decepcionados. - Fue una larga jornada, all afuera -dije-. Pero volar en el espacio es algo maravilloso; volar desde la Tierra hacia las estrellas no hay nada parecido. Volar en el espacio, dije. Son bien, y emocionante. Cmo podan ellos saber que volar en el espacio significaba permanecer amarrado en ese agujero escuchando a Joe Valinez morir, y rezar y rezar que no sea nuestro cohete el que fuese a explotar? - Y es una emocin maravillosa salir de un cohete y pisar un mundo nuevo, mirar un sol diferente, mirar hacia un nuevo horizonte

S, era maravilloso. Especialmente para los muchachos de los cohetes Siete y Nueve que se estrellaron como moscas y que estaban all sobre la arena, gimiendo Auxilio!. Seguro, fue una enorme emocin, para ellos y para nosotros que tenamos que intentar ayudarles. - Hubo privaciones all afuera, pero todos sabamos que una gran tarea tena que ser realizada sa era una buena palabra, privaciones. No era burda y fea como tipos tosiendo hasta el corazn por el polvo; no era como ver morir a tu mejor amigo de fiebre marciana en tu misma habitacin. Era buena, bendita palabra, privaciones. - y de la nica forma que la podamos hacer, all afuera tan lejos de la Tierra, era en equipo. Bueno, eso era verdad, y qu sentido tena echarlo a perder dicindoles cmo haban muerto Walter y Breck? - El trabajo contina, y la Expedicin Tres est construyendo una enorme base all afuera en este momento, y la Cuatro comenzar pronto. Y eso significa montones de uranio, montones de poder atmico de bajo costo para toda la Tierra. Eso fue lo que dije y me detuve all. Pero tena ganas de continuar y agregar: Y eso no mereca la pena. No mereca esos muchachos, el infierno por el que pasaron, para que tengis energa ms barata de modo que podis tener ms lavadoras y televisores y tostadoras. Pero cmo te puedes parar y decir cosas como esas a personas que conoces, a personas que te gustan? Quin era yo para decidir? Puede que estuviera equivocado, an as. Poda haber montones de cosas que tena y que no pens que podan ser sacadas de otros muchachos en el pasado. No podra saberlo. De cualquier manera, fue todo lo que les pude decir, y me sent, y me aplaudieron mucho, y me di cuenta de que todo haba estado bien. Les haba dicho lo que queran escuchar, y todos se sentan felices por ello. Entonces las cosas se pusieron informales, y las personas se acercaron y estrech un montn de manos. Y finalmente cuando sal estaba oscuro, suave, de verano, de la manera que haca tiempo no vea. Y mi padre me dijo que deberamos irnos a casa, as podra descansar. - Vayan en el automvil -le dije-, que yo caminar. Tomar el camino corto. Me gustar caminar a travs de la ciudad. Nuestra granja estaba a un par de millas de la villa, y el atajo a travs de la granja de Heller y que tomaba cuando nio era de slo una milla. Pa pens que no me hara mal caminar y que deseaba hacerlo, y se fueron. Camin por la calle Market, alrededor de la pequea plaza, y los arces y olmos estaban oscuros sobre mi cabeza; las flores en los parterres perfumaban como de costumbre, pero no era igual aunque yo pens que lo era, pero no lo era. Cuando pas el Odd Fellows Hall, ms all me encontr con Hobe Evans, el encargado del taller mecnico de la Ford, que canturreaba a media voz como siempre sola hacerlo en sbados por la noche. - Hola, Frank, o que estabas de regreso -dijo. Esper que me hiciera la pregunta que todos hacan, pero no la hizo. Dijo: - Muchacho, no te ves bien! Quieres un trago? Sac una botella, tom un trago y l tom otro, y dijo que me vera, y sigui su camino canturreando. Se senta muy feliz para preocuparse por dnde haba estado yo. Segu, en la oscuridad, a travs de los pastizales de Heller y a lo largo del arroyo bajo los viejos sauces. Me detuve all como siempre lo hice de nio, a escuchar el ruido de

los sapos, y all estaban, todos los ruidos de junio, los ruidos de la noche, y la noche tena perfume. Hice algo que no haba hecho por largo tiempo. Mir arriba, hacia el cielo estrellado, y all estaba, el mismo punto rojo que haba observado de nio y sobre el que haba ledo todas esas historias; el mismo punto rojo que Breck y Walter y Jim y yo habamos mirado desde la base de entrenamiento, preguntndonos si realmente llegaramos a l. Bueno, llegaron all y nunca lo dejaran, y otros se quedaran all con ellos, ms y ms a medida que el tiempo pasara. Pero eran los que conoc los que hicieron la diferencia, mientras miraba el punto rojo. Dese poder explicarles por qu no dije la verdad, no toda. Trat de alguna manera de explicar. - No quera mentir -dije-. Pero tuve que hacerlo al final, parece que tuve que hacerlo. Lo dej. Era loco hablarle a quienes estaban muertos a cuarenta millones de millas de distancia. Estaban muertos y estaba terminado, y eso era as. Dej de mirar para arriba hacia el punto rojo en el cielo y camin hasta mi casa. Pero sent que algo estaba pasndome. Era joven. No me senta viejo. Pero no me senta joven tampoco, y pens que nunca ms me sentira joven. *** HACIA LAS ESTRELLAS I Carlin era el nico de los cuatrocientos pasajeros del Larroon que odiaba los viajes a las estrellas y todo lo concerniente a los astros. Ya estaba cansado del crucero y de todo lo que haba a bordo. Un puado de imbciles charlatanes! Por ensima vez desde que sali de Canopus, se dijo a s mismo que haba sido un imbcil maysculo, por haber hecho caso al sicoterapista que, le haba recomendado aquel viaje. Una muchacha rubia procedente de Altair Cuatro lleg hasta l a travs del pasillo y le dedic una sonrisa, que era una ms de las que le haban dedicado a Laird Carlin las otras turistas femeninas. Laird Carlin era un hombre alto, moreno y con facciones duras que atraan al sexo femenino. - Oh! Seor Carlin, los altavoces han comunicado que estamos a ocho horas solamente del Sol, por la noche estaremos en la Tierra. No es maravilloso? - No veo qu pueda tener todo eso de maravilloso -dijo Carlin desabrido. La muchacha qued un poco confundida. - Pero si es la Tierra! Toda la historia antigua que estudiamos en las escuelas relacionada con los primeros hombres que llegaron desde all hace dos mil aos. O tal vez fue dos mil cien! Deca todo aquello con un timbre especial de voz y con gestos anteriormente estudiados. - Solamente hay que pensar que todos nosotros procedemos de estrellas diferentes y mundos diferentes, y que sin embargo, nuestros antepasados vivieron en ese pequeo mundo llamado Tierra, que segn dicen no ha cambiado mucho desde entonces. No cree usted que es formidable? Carlin no vea nada de formidable en todo aquello. Y as se lo manifest a la muchacha.

La muchacha demostraba su nerviosismo. - Entonces para qu va usted a la Tierra. S, por qu? Se preguntaba Carlin a s mismo. Por qu demonios no estaba all en su propia Galaxia a la cual perteneca, dedicndose a sus negocios y al control de la lnea Albol Seis y pasando su vida en la ciudad del Sol con Nylla. Nylla. Pens en ella, en su alegra, en su humor burlesco, en su fra belleza, en su inteligencia despierta y rpida. Qu estaba haciendo l all? Con aquel puado de turistas que no tenan ms cerebro que un pjaro y que buscaban el color y la luz en un viejo y olvidado mundo. Esta parte de la Galaxia era un rea medio muerta. Tena que haber dejado de lado a aquel sicoterapista. Pero cmo poda haber sido tan estpido para escuchar a aquel tipo. Aquel pequeo Arturiano de ojos brillantes que le haba sonredo mientras deca a Carlin cul era su enfermedad. - Mareo estelar? -haba preguntado Carlin- que quiere decir usted con eso de mareo estelar? he hecho el viaje a Albol diez veces en los ltimos tres meses. El sicoterapista haba asentido. - S, y fue otras tantas excesivo. Usted ha tenido mucho trabajo durante largo tiempo, seor Carlin. Antes de que Carlin pudiera protestar el otro hombre le haba explicado su dossier. - Tengo aqu el disco que grav de sus respuestas. Nacido en Aldebarn hace treinta y cuatro aos. Graduado a los veintids en la Universidad de Canopus con el grado de Ingeniero Csmico. Trabaj desde entonces en los aeropuertos del espacio, para las lneas estelares entre Rigel, Sharak, Tibol, Albol y otras estrellas. El sicoterapista le miraba gravemente. - La cuestin es que usted se ha pasado el cincuenta por ciento de su tiempo en los ltimos ocho aos entre las naves estelares. El promedio ha sido de un setenta por ciento desde que se hizo cargo de la nueva lnea de Albol. Y eso es mucho tiempo en el espacio para cualquier hombre. Nada tiene de extrao que tenga usted mareo estelar. - Pero demonios, si yo no tengo mareo estelar -explot Carlin-. Qu clase de terapista es usted? Vine aqu para que me hiciera un tratamiento completo de un sndrome de fatigas reflectivas y ahora me habla de mareo estelar. El arturiano movi la cabeza: - Su caso era simple superficialmente, seor Carlin. Pero la hipnosis mostr su enfermedad sin lugar a dudas. Quiere escuchar el disco? Carlin lo escuch. Y no era muy bonito por cierto. No era bonito or aquella hipnosis liberada del subconsciente, mostrando un odio sin par al espacio y a las naves estelares y a todo lo que estuviese conectado con ellas. - Ve -dijo el arturiano- esto ha ido construyndose dentro de usted durante mucho tiempo. Carlin estaba anonadado. Haba odo hablar de otros hombres que haban manifestado el mareo estelar y se haban visto obligados a abandonar su trabajo y a dejar los viajes espaciales durante algn tiempo. Pero esos eran otros hombres de los cuales siempre se haba redo. El Sicox poda declarar que era perfectamente natural para un hombre, desarrollar una versin subconsciente hacia el espacio si desarrollaba mucho trabajo en el mismo. Despus de todas las conjeturas hechas acerca del mareo estelar, ahora resultaba que l lo posea. - Tendr que abandonar su trabajo y permanecer ausente de las cosas espaciales durante algn tiempo -dijo el terapista arturiano. Carlin se sinti enfermar.

- Entonces todo mi trabajo en la construccin de la lnea de Albol ir a parar a las manos de Brewer. De todos modos, pens al cabo de un momento, tal vez no fuese tan malo. Tal vez fuese mejor trabajar en la lnea principal del Canopus II y de ese modo tendra ms tiempo para estar con Nylla. Pero el sicoterapista sacudi la cabeza al or cmo Carlin expresaba su decisin. - No, seor Carlin. Su caso es muy peligroso. Su subconsciente est enmaraado y hecho un ovillo que ser muy difcil deshacer. -Dud un momento, como si pensase en la reaccin que sus palabras provocaran-. En realidad slo hay un medio en que usted se puede formalizar. Es el tratamiento terrestre. - Tratamiento terrestre? -Carlin no saba a qu se refera- Se refiere usted a algn tratamiento que tiene algo que ver con el viejo planeta de al otro lado de la Galaxia? El arturiano asinti: - S, a nuestro planeta ancestral, la Tierra, de donde lleg nuestra raza hace dos mil aos, es donde ir usted para permanecer en l durante un ao. Carlin no supo qu responder a aquella sugerencia formulada con entera decisin. - Dice que yo vaya a la Tierra durante un ao. Pero est usted loco? Por qu tengo que ir all. - Porque -dijo el terapista con soberbia-, porque si usted no lo hace, me temo que no durar otros seis meses como ingeniero de las lneas estelares. - Por qu no puedo descansar aqu en Canopus II? -pregunt Carlin-. Por qu enviarme a aquel planeta olvidado, donde no hay nada excepto unos cuantos monumentos histricos? - Usted no ha estado en la Tierra, verdad? -Pregunt pensativamente el sicoterapista. Carlin hizo un gesto de impaciencia. - No me interesa en absoluto la historia antigua. Toda esa parte de la Galaxia no es ms que agua pasada por molino. - S -dijo el experto- ya lo s. Pero viejo, pequeo y olvidado como lo es en estos das, la Tierra es an importante. - Para los historiadores -se apresur a explicar Carlin-. Para las gentes a quienes les gusta hurgar en el polvoriento pasado. El arturiano asinti y se encogi de hombros. - Y para los siclogos -dijo rpidamente- la mayor parte de la gente de estos das no se da cuenta de esto. No se dan cuenta de que nosotros, todos nosotros, no somos en realidad nada ms que hombres terrestres. -Levant la mano en seal de protesta-. Oh!, ya s que no pensamos as, de este modo, de nosotros mismos. Desde que los primeros pioneros terrestres saltaron a sus planetas vecinos y luego a las estrellas, desde que nuestra civilizacin se extendi por toda la Galaxia, un centenar de generaciones nuestras han nacido en diferentes mundos estelares desde Rigel a Fomalhaut. Pero excepto por modificaciones locales, el tipo de la humanidad ha persistido, desde que nuestros antecesores abandonaron hace mucho tiempo la Tierra y el Sol. Eso es porque hemos alterado las condiciones del mundo estelar para favorecernos a nosotros mismos, en lugar de adaptarnos a aquellas condiciones. Hemos cambiado las atmsferas, las gravedades, todo, donde quiera que hayamos ido. Nos hemos conservado en una raza, un tipo. Pero es un tipo que est todava bajo la influencia del viejo planeta terrestre como norma y mdulo. - Y todo eso explica el porqu yo tenga que abandonar mi trabajo y mandarme a vivir en una reliquia, durante un ao -pregunt furioso Carlin. - S lo explica -replic el arturiano ahora somos una raza de viajeros estelares. Si nos afanamos mucho en nuestros trabajos y viajamos mucho, notamos una revulsin y nos

sentimos azotados por el mareo estelar. Por tanto, la nica cura es el descanso para el espritu de los que no lo tienen completamente normal. Y la normalidad completa, para nosotros, descendientes de los terrestres, es la Tierra. Carlin estall. Quiso llevar su resistencia hasta el ltimo momento. Entonces el sicoterapista le venci. - He hablado a la lnea de navegacin de las estrellas a la cual perteneces, del test psicolgico que hay impreso en el disco. No se te permitir trabajar hasta que no ests curado. Y por esto, pensaba amargamente Carlin, se hallaba ahora en su butaca sobre el Larroon mientras los turborreactores lanzaban sus potentes chorros al espacio dirigindose hacia el Sol. - Un ao? -pens con impotencia-. Un ao metido en ese agujero? Me dara lo mismo morir. El sicoterapista le haba dado la esperanza, que tal vez no tuviese que estar all un ao, pues algunos casos de enfermedad estelar respondan rpidamente al tratamiento terrestre. Pero incluso unos cuantos meses le parecan a Carlin una eternidad. Los pasajeros del Larroon estaban apoyados sobre el muro transparente de la nave. La Tierra se alzaba a su vista. Y esas gentes -hombres, mujeres, bronceados por el Sol de Canopus-, estaban mirando con una curiosidad intensa y ansias de llegar a aquel mundo. Carlin mir tambin. El Sol, al frente, era un Sol amarillo y pequeo. Su rbita era inexpresiva a los ojos que antes haban mirado a Antares y Altair. Los planetas que haban a su alrededor eran tan pequeos, que Carlin apenas poda descubrirlos. Record los nombres casi olvidados de la Historia Antigua. Saturno, Jpiter, Marte. Y al final de todos deba de estar la Tierra. - No es bonito? -murmuraba una mujer gruesa al lado de Carlin. Me parece esplndido! Un hombre joven procedente de Nizar Ceden quiso dejar patente sus conocimientos. - Ese satlite que se ve all a lo lejos es la Luna, su luna. - La Luna es casi tan grande como el pequeo planeta -exclam alguien riendo. Carlin se dio cuenta de que aquella charla le pona nervioso y se fue a otro lado de la embarcacin. Todo permaneca en silencio mientras observaba como el Larroon se abra paso en el espacio casi sin emitir ningn sonido y dirigindose hacia el pequeo planeta. Aquello se le haca ridculo. Y sin embargo, tena que estar all durante un ao. Se senta desmoralizado. - Dicen que ah se pueden comprar los ms maravillosos recuerdos -dijo uno de los turistas, y su voz lleg hasta Carlin. Carlin hizo un gesto de desprecio; tena ganas de llegar a la Tierra aunque slo fuera para separarse de aquel grupo de imbciles charlatanes. Se dio cuenta de que su nerviosismo era en extremo poco razonable. Deba ser el resultado de su enfermedad estelar, supuso. - Aterrizaremos dentro de diez minutos -dijo uno de los altavoces de la nave. La fuerza de desaceleracin que haba dentro de la nave les tena sumidos en una presin constante a medida que iban avanzando hacia la Tierra. Los generadores de alta propulsin se oan cada vez ms fuerte. No obstante, todo era confortable a medida que el Larroon descenda hacia el pequeo planeta. El aire de la atmsfera silbaba en el exterior de la embarcacin. Estaban atravesando un cinturn de nubes. - Es la ciudad de New York -grit alguien- la ciudad ms antigua de la Galaxia.

II - LA CIUDAD ANTIGUA Carlin miraba con ojos escrutadores el Panorama que se divisaba por debajo de ellos. Haba un ocano azul que se extenda hacia el este, sobre una costa larga y verde, y una isla cubierta por grotescos edificios a un extremo de la antigua ciudad. Esa antigua ciudad llamada New York, que era como un recuerdo del pasado primitivo. - Es como la ciudad de uno de esos cuentos maravillosos! -exclam una muchacha riendo-. Y qu vieja parece. Vieja? S. Lastimosamente vieja, como si se esforzara por mantener su decada dignidad. La ciudad pareca solamente ocupada en su mitad, con verdes extensiones en el centro, en cuyos alrededores se levantaban gigantescas torres. El aeropuerto del espacio se vea a alguna distancia hacia el norte, y pareca pequeo e inadecuado para cualquiera de los mundos decentes. Carlin no poda creer que aquello fuese un aeropuerto del espacio, por su insignificancia y sus edificios en reparacin. El Larroon aterriz. Carlin esper hasta que aquella manada de turistas inquietos hubo descendido y luego sali a la luz del Sol. Mir a su alrededor sin ningn inters. Aterrizar en un mundo nuevo no era para l ninguna novedad. Por un momento le sorprendi el aire que respiraba. Dulce, muy dulce, tan ligero y tan bueno. Era un aire estimulante que llenaba los pulmones. De pronto se dio cuenta del motivo. En toda la Galaxia los descendientes de los terrestres haban acondicionado atmsferas planetarias que ms o menos queran aproximarse a la composicin de la atmsfera terrestre. Mir a su alrededor con incertidumbre. Los turistas eran conducidos por sus guas a unos de los monumentos al otro extremo del aeropuerto del espacio pero, sinceramente, l no tena ningn deseo de seguirles. El sicoterapista le haba dicho: - Viva de un modo tan natural y tan ordinario como pueda vivir un terrestre. Si lo hace as su cura ser ms rpida y lo mejor que puede hacer es buscar un alojamiento tpico terrestre si logra encontrarlo. Carlin se preguntaba dnde podra encontrar tal alojamiento. Haba unos cuantos terrestres, hombres del espacio, oficiales del puerto y de otros cargos y les preguntara a uno de ellos. Haba encontrado terrestres anteriormente, pues muchos de ellos tenan negocios en el espacio. La verdad es que a Carlin no le gustaban mucho. Vio a un hombre un tanto altivo, taciturno y fuerte cerca de l y se le aproxim, preguntndole: - Me podra decir dnde podra encontrar alojamiento por estos alrededores? El terrestre contempl a Laird Carlin con ojos enemistosos al mismo tiempo que escrutaba cada uno de los detalles de su apariencia, deduciendo que era un extranjero. - Pues no -respondi aquel tipo framente-, no s dnde podra encontrar alojamiento un extranjero por estos alrededores. Carlin dio media vuelta con gesto de rabia por la manera de contestar de aquel individuo. Estos condenados terrestres! Viviendo aqu en un mundo viejo, retrasado, que se resiente del progreso y de la prosperidad de otros grandes mundos estelares, y que califican a todo el mundo menos entre ellos, de extranjeros. Y con los cuales tengo que convivir durante un ao, pens amargamente. Se puso en camino para cruzar el aeropuerto del espacio, cuando se dio cuenta de que haba un edificio con media docena de cruceros de Control aparcados y en el muro un emblema del Consejo de Control. Tal vez all encontrase algo de lo que buscaba.

El puerto del espacio se le haca extrao a los ojos de Carlin. Unas cuantas naves estelares, todas ellas de construccin antigua excepto el Larroon y unas cuantas naves interplanetarias pequeas, y unos trabajadores merodeando a su alrededor. Esto era todo. Hasta el ms pequeo mundo de las grandes estrellas se sentira avergonzado de tener dicho aeropuerto. Aquel Sol amarillo que hall a su llegada a la Tierra, tena una tibieza que le decepcionaba. Carlin se senta cansado al caminar, despus de los das de gravedad artificial en la nave, se detuvo al llegar frente a una pequea nave interplanetaria. Dos terrestres estaban inspeccionando a su alrededor, uno de ellos era un hombre fuerte de facciones coloradas, y el otro algo ms joven que su compaero. Carlin les hizo la misma pregunta que al anterior. El hombre de rostro colorado respondi con la misma hostilidad que el primero a quien se dirigiera. - No encontrar alojamiento en estos contornos. Mejor ser que vaya con el resto de los que llegaron con usted. Existe un gran hotel para turistas en la ciudad. Carlin solt una imprecacin: - Condenado! Yo no soy un turista. Yo soy un ingeniero que he sido enviado aqu por un sicoterapista loco para que pase un ao en la Tierra. Y Dios sabe por qu. El ms joven de los terrestres mir a Carlin con detenimiento. Posea un rostro ms bien delgado y agraciado y con ojos inteligentes. - Oh! Un hombre que viene a hacerse el tratamiento terrestre -dijo- Siempre Vienen algunos. -Luego pregunt con inters: Es usted ingeniero csmico? Le Importara decirme de qu campo? - Jefe supervisor de las lneas de naves estelares -contest Carlin- eso quiere decir que construyo puertos espaciales y establezco las rutas entre los mundos estelares. - Ya s lo que quiere decir -asinti tranquilamente el hombre. Dud e hizo un gesto con la frente como si estuviese sopesando algo. Luego, como si de pronto se hubiese decidido continu: -Yo soy Jonny Land. Creo que podremos encontrarle alojamiento si no le importa no estar muy confortable. - Acaso quiere insinuar usted que ira a su propia casa? -pregunt con duda Carlin-. Dnde est? Jonny Land seal con el dedo hacia el lado oeste del aeropuerto del espacio. - All, al otro lado. No hay ms que mi abuelo, mi hermano, mi hermana y yo, y tenemos una habitacin de sobra. El hombre colorado hizo un gesto de protesta. - Jonny, pero en qu demonios ests pensando? No querrs meter a este tipo en tu casa. La violencia de la protesta no hizo mella en Carlin a pesar de la hostilidad demostrada hacia los extranjeros. Jonny Land respondi convencido de su proposicin: - Lo har Loesser -luego mir a Carlin-. Bueno, qu dice usted? Le advierto que no encontrar el confort de los grandes apartamentos del mundo estelar. - No esperaba encontrarlos -respondi Carlin con aire fatigado. Se encontraba cansado por el viaje y por el aspecto descorazonador que le ofrecan las gentes donde l haba ido a vivir, durante un ao, y por la franca enemistad que le mostraban. Al fin accedi: - De acuerdo. Mi nombre es Laird Carlin. - Si trae sus equipajes yo se los llevar-, sugiri Jonny Land-. Tengo una furgoneta, nos encontraremos en el terminal. Carlin lleg hasta el terminal con sus maletas encontrando al joven que le esperaba junto a la furgoneta un tanto anticuada.

Loesser, el joven de rostro colorado, estaba de pie mirando de un modo un tanto iracundo y con expresin de protesta por la actitud que llevaba a cabo su compaero. Carlin lleg a or an unas cuantas palabras. - Y lo echars a rodar todo si acoges a ese tipo en tu casa -deca con violencia-, cmo puedes saber que no es un espa del Control? - Yo s lo que estoy haciendo Loesser -repiti Jonny Land con firmeza. Interrumpieron la conversacin en cuanto vieron llegar a Carlin. Loesser le miraba de un modo descarado y hostil mientras suba a la furgoneta. La vieja mquina se dirigi hacia el este, con un ruido en su aceleracin que pareca iba a estallar el motor de un momento a otro. Carlin se preguntaba a s mismo, qu era lo que los terrestres podan temer del Control. Contrabando tal vez? No le importaba demasiado. Tena calor, estaba cansado, lleno de polvo y disgustado con la Tierra. La carretera de hormign que se diriga hacia el oeste pareca tener varias centurias de antigedad. La ingeniera que se haba dedicado a ella pareca tmida por las curvas que tomaba en las colinas en lugar de cortar directamente entre ellas, por los puentes que se alzaban entre los pequeos ros en lugar de hacer una especie de trampoln sobre los mismos. La furgoneta tena dificultades para subir algunas pendientes. Su motor zumbaba de un modo ruidoso aunque no llegaba a detenerse. Carlin miraba hacia el encendido horizonte. Le pareca extraa aquella vegetacin que rodeaba el paisaje. Ninguna de las casas que se extendan alrededor de la carretera gustaban a Carlin. Casi todas ellas estaban construidas de hierro, escondidas entre rboles y flores, y tras ellas, los tanques que se usaban en las granjas hidropnicas. La fermentacin y cultivo hidropnico era tan antiguo y estaba ya tan en desuso, que pens que con toda seguridad haba ya desaparecido de toda la Galaxia. Qu era lo que les ocurra a esta gente que no llegaban a sintetizar sus alimentos como hacan los otros? Entre tanto, el joven Jonny Land comentaba: - No haba estado usted nunca aqu? La Tierra le debe parecer un tanto extraa. Carlin se encogi de hombros: - Est bien creo. Pero no puedo comprender cmo las gentes de este planeta puedan permitir que vaya de este modo. Por qu no se han extendido, en lugar de quedarse arrinconados en ciudades arcaicas como la que dejamos a nuestra espalda. El joven terrestre respondi despacio, con su mirada puesta en la carretera. - La respuesta a todo esto es muy simple. Se puede decir en una sola palabra. Y esa palabra es poder. Simplemente lo que ocurre es que no tenemos suficiente poder en la Tierra para poder formar un planeta en las condiciones idnticas a las de los mundos estelares, y poder ir de un lado a otro sin importar las distancias como ocurre en esas estrellas. - El poder atmico es una cosa fcil de producir aqu -coment Carlin. - S, si se tuviese cobre -replic Jonny Land-. Si se tuviese cobre suficiente y abundante se podra hacer un jardn o un edn de este mundo y se podra ir de un lado a otro y extenderse por los sitios ms maravillosos en vuelos ms rpidos. Se podra abandonar el cultivo hidropnico y sintetizar nuestros alimentos, y convertir esos lagos en comida y en naturaleza como tienen ustedes en los mundos estelares. - Pero nosotros tenemos poco cobre. La Tierra y sus planetas hermanos, carecen de ello. Hubo tiempo en que tuvimos mucho, pero ahora no y resulta econmicamente imposible sacar cobre en cantidades suficientes de las otras estrellas. Es por esta razn que no tenemos suficiente poder y somos incapaces de progresar. Carlin no hizo ningn otro comentario.

Tampoco le interesaba mucho. Lo nico que le preocupaba era el tiempo que deba de permanecer en este planeta. El Sol le quemaba el cuello puesto que la vieja furgoneta careca de techo. La dulzura del aire haba perdido aquel mgico sabor del primer momento, y ahora respiraba perfectamente. - Esta es la casa -dijo Jonny Land metiendo el coche en la parte interior del jardn. El corazn de Laird Carlin tuvo un sobresalto. Era como las otras casas que haba visto. Una casa de estructura de hierro rodeada de rboles excepto por el lado que bordeaba el valle. Los tanques hidropnicos se vean ms all de los rboles. Sigui al joven hacia una recogida y fra sala de estar. Pareca una estancia antigua, con sus ridculas cortinas en las ventanas. y bombillas de Kriptn en el techo y mobiliario de madera. Jonny Land haba estado haciendo comentarios y dando explicaciones en voz baja a otras dos personas que haban en el extremo de la habitacin. Eran un hombre viejo y una muchacha que se acercaron. - Este es Gramp Land, mi abuelo -dijo Jonny al presentarles- y sta es mi hermana Marn. El viejo mir a Laird Carlin de un modo inquisitivo y extendi su mano esculida hacia l para saludarlo de un modo que Carlin consider pasado de moda. - Usted viene desde Canopus, no es as? -pregunt-, pues est muy lejos. Hace muchos aos que estuve all, cuando yo haca la ruta del espacio. Mi hijo mayor Harp estuvo muchas veces, cuando haca viajes entre los espacios estelares. La muchacha llamada Marn lo miraba con cierta duda y encogimiento mientras murmuraba unas palabras de bienvenida a Carlin. Pareca como si su llegada les hubiese molestado. Era una muchacha ms bien pequea, con una melena de pelo cuidadosamente peinado hacia atrs. Sus ojos eran muy azules y vesta de un modo que a los ojos de Carlin le pareci ridculo y pasado de moda. - Espero que se encuentre a gusto aqu, seor Carlin -dijo con cierta timidez-, nunca hasta ahora tuvimos un husped. No comprendo el motivo que impuls a Jonny a sugerirle que viniese a nuestra casa. Un ruido en la puerta cort la conversacin y la muchacha mir hacia all quedando como preocupada. - Es mi hermano Harp. Harp Land era un muchacho que ms bien pareca un gigante, con ojos azules como la muchacha, que miraban a Carlin con ms que aparente hostilidad. Jonny se le acerc inmediatamente y le explic con brevedad la presencia de Carlin. - Va a quedarse con nosotros durante un tiempo Harp. La reaccin de Harp Land fue violenta: - Pero es que te has vuelto loco, Jonny? -pregunt-. No podemos tenerlo entre nosotros. Disgustado, Carlin hizo ademn de marcharse, pero Jonny Land le detuvo con un gesto. Haba una fuerza tranquilizadora e insospechada en su rostro, mientras hablaba en voz baja a su hermano. - Se va a quedar, Harp. Ya hablaremos de ello ms tarde. Harp Land no contest y mir a Carlin que no se encontraba a gusto en aquella situacin. Aquellos primitivos terrestres que siempre sospechaban de todo, disputaban ahora por el privilegio de que se quedara o no en aquella grotesca y antigua casa. Como si l tuviese mucho deseo de quedarse; pues al contrario, de ser posible no hubiera permanecido all ni un minuto ms.

- Estoy muy cansado -dijo gravemente- si quisieran ensearme dnde est la habitacin deseara descansar un rato. Marn lanz una exclamacin a modo de excusa: - Oh!, lo siento. Claro que tiene que estar cansado. Venga conmigo, seor Carlin. La muchacha subi la escalera. No haba ascensor interior, sino unas antiguas escaleras que suban a la parte alta del piso. La habitacin a la cual le condujo la muchacha era tan mala como haba sospechado. Era limpia, naturalmente, como una tacita de plata, pero pareca ms bien un museo que un dormitorio a los ojos de Carlin. No haba refrigeracin y slo unas ventanas cubiertas con visillos a ambos lados. No haba siquiera el ms simple video. La muchacha no se excus por ello, pues ni siquiera lo consideraba necesario. - Le subiremos sus equipajes despus de cenar -le dijo antes de marcharse. III - VIEJO PLANETA Cuando Marn se hubo marchado, Carlin se qued con los ojos cerrados sobre el lecho. Estaba sufriendo la reaccin natural de un viaje tan largo. Sin lugar a dudas prefera sufrir el mareo de las estrellas. Haca mucho tiempo que ningn viaje le haba producido una reaccin como la de ahora. Pero no se deba al viaje en s, sino tal vez al mundo que durante un ao tena que soportar. Cmo iba a vivir all durante largos meses. El eco de una voz malhumorada lleg hasta l desde el piso inferior de la casa. Reconoci la voz de Harp Land. - Y si el Control de Operaciones descubre lo que estamos haciendo! Hubo un murmullo de voces y luego la discusin se detuvo. Carlin recordaba lo que haba odo decir a Loesser en el aeropuerto del espacio. Qu era lo que estaban haciendo aquellos hombres de la Tierra que tan secretamente queran ocultar? Deba ser algo que infringiese las leyes del Consejo de Control gobernadas por la Galaxia, pues de otro modo no temeran ser descubiertos por el Control de Operaciones. Cuando Carlin descendi para cenar, esperaba una hostilidad manifiesta por parte del hermano mayor, pero Harp Land murmur una bienvenida corts, de una manera un tanto civilizada, de donde Carlin dedujo que se haba sobrepuesto a las protestas que antes manifestara. Carlin mir con cierto desmayo la comida que tena ante l. En lugar de unas mermeladas sintticas y lquidas a las que estaba acostumbrado, la comida se serva de manera que ms bien pareca corresponder a un estado primitivo y brbaro. Vegetales cocidos, huevos al natural, leche natural, todo natural. Comi lo que pudo, que fue muy poco por cierto. Gramp Land fue el que carg con la mayor parte de la conversacin que hubo, haciendo preguntas a Carlin acerca de los mundos estelares. Carlin respondi con cierta naturalidad. - Hubo un tiempo en que yo vi muchos de esos mundos -deca el hombre viejo. Y luego aada con orgullo-: el recorrer el espacio es algo a lo que se ha dedicado siempre mi familia. Mi madre era descendiente directa de Gorhan Johnson. - Gorhan Johnson? -pregunt Carlin-. Quin era? La pregunta fue bastante desgraciada. - Pero qu es lo que les ensean a ustedes en las escuelas de esos mundos estelares? -explot Gramp- No sabe usted que Gorhan Johnson era el primer hombre que viaj por el espacio? Que era un terrestre que sali desde este valle hace dos mil aos?

El orgullo de Gramp se haba visto ultrajado. Carlin recordaba el proverbio de la antigua Galaxia: orgulloso como un terrestre. Eran todos as, muy orgullosos por el hecho de que las gentes de su mundo haban sido los primeros en conquistar el espacio. - Lo siento -dijo con cierto embarazo- ahora recuerdo el nombre. De todos modos tengo muchos fsicos csmicos que estudiar para poderme dedicar a la Historia Antigua. Gramp se senta inquieto pero Jonny intervino haciendo una pregunta a Carlin acerca de su trabajo. - Se dedic usted a estudiar Supatnicas o simplemente se dedic a las dinmicas? - Supatnicas -respondi Carlin. Y a otra pregunta respondi: -S tambin tengo mquinas electrnicas. Vio la mirada triunfante que Jonny Land haba dirigido a su hermano y esto preocup a Carlin. - Jonny entiende de esas cosas -se vanaglori Gramp una vez restaurado su buen humor-, es ingeniero csmico graduado en la Universidad de Canopus. Laird Carlin se sinti sorprendido sobremanera. Mir inmediatamente al joven. - Que usted est graduado en Canopus? Y qu hace un hombre de sus conocimientos malgastando el tiempo en la Tierra? - Me gusta la Tierra -respondi tranquilamente Jonny-, y quise volver aqu cuando hube terminado mi preparacin. - Oh, claro -respondi Carlin- pero si este mundo est con tanto retraso como parece no hay campo para la Ce. Usted debera estar en Albol. - Las gentes de los mundos estelares siempre se comportan de la misma manera, aconsejndonos que abandonemos la Tierra -interrumpi Harp Land con impacienciaesto es lo nico que el Consejo del Control est tratando de dar como solucin para nuestros problemas. No hace ms que decir: Por qu no emigran a otras estrellas? Gramp Land movi la cabeza: - Nosotros no abandonamos el planeta como haran otros en nuestro lugar, no importa dnde pueda ir un terrestre siempre vuelve a la Tierra. - De todos modos, usted no puede estar ni un tanto enojado con el Consejo del Control, por darles buen consejo -dijo Carlin exasperado- despus de todo la culpa es slo suya si desperdiciaron las minas de cobre de su planeta y no tienen ahora el suficiente poder. Harp Land volvi el rostro malhumorado: - S, nosotros desperdiciamos nuestro cobre de una manera alocada. Hace veinte centurias que lo hicimos, cuando la Tierra era un mundo abierto hacia la Galaxia. Gastamos nuestro cobre estableciendo la civilizacin galctica que ahora se ha olvidado de nuestro mundo falto de poder. - Harp, por favor! -dijo Marn en voz baja y con cierta incomodidad manifiesta en su rostro. Se hizo silencio y terminaron de cenar sin hablar ms. Pero Jonny Land dijo a Carlin antes de que ste se fuera a su habitacin: - No haga caso a lo que le ha dicho Harp. Una gran parte de gente que hay sobre la Tierra se sienten amargados por nuestra falta de poder hasta el extremo de no ser razonables. Carlin encontr su habitacin oscura. No haban luces automticas que se encendieran al entrar y no llegaba a descubrir dnde estaba el interruptor. Abandon la idea y se meti en la cama mirando tristemente hacia la noche. Un viento suave mova las hojas de los rboles que se hallaban alrededor de la casa. El olor a flores se extenda alrededor mientras el aire mova las cortinas de la ventana.

All abajo en el valle, se vean algunos aeropuertos del espacio y ms all unas colinas que obstaculizaban la vista del mar. Se sinti defraudado, con ansias locas de volver a su casa. Si en este momento se encontrar en Canopus estara bailando con Nylla en Sun-City o paseando por los jardines Yellow. Cuando Carlin se despert, el sol le daba de lleno en el rostro. Se levant y medio dormido fue hacia los aireadores y botones de acondicionamiento de aire, pero luego record. Qued sorprendido cuando no tuvo ms remedio que reconocer que se encontraba mucho mejor, haba dormido muy bien en aquel lecho primitivo y la fatiga le haba abandonado. - Tienen un aire muy puro en este viejo mundo. Mejor que el que cualquier aireador pueda proporcionar -pens. Alegres cantos, notas musicales que descubri las producan los cantos de los pjaros llegaron hasta sus odos. El aire que azotaba dbilmente las cortinas era puro y dulce. Se puso un traje oscuro. - Me vestir como los nativos -y baj las escaleras. Marn Land era la nica persona que encontr en las soleadas habitaciones. Llevaba todava aquel vestido horrible que le haba visto la tarde anterior, pero ahora llevaba una flor roja en su pelo. Una tenue muestra de preocupacin que arrugaba su frente desapareci mientras miraba a Carlin. - Se encuentra mejor no es as? -preguntaba ella. - Mucho mejor -admiti Carlin -me temo que fui un tanto absurdo la noche pasada - Estaba usted cansado -dijo ella gravemente-. Sintese. Le preparar el desayuno. Era una cosa nueva para Carlin sentarse a conversar en la vieja y soleada cocina mientras la muchacha le preparaba el desayuno en una estufa de electrodos. En lugar de hacerlo por el simple mtodo de apretar un botn. - Jonny y Harp han bajado al aeropuerto del espacio -dijo ella volviendo el rostro hacia atrs para mirarle- ellos y unos viejos amigos tienen una vieja nave planetaria que estn preparando para hacer un viaje a Mercurio. - Mercurio? -dijo Carlin-. Oh, ese es el ms extrao de los planetas, no es as? - S, los hombres aqu en la Tierra estn siempre buscando cobre en una de sus capas. Jonny fue quien propuso esta expedicin. El desayuno que puso la muchacha ante Carlin era naturalmente de trigo ms huevos naturales y leche, y un curioso brebaje fabricado con ciertos granos secos. Ella le inform de que el nombre era caf. Carlin lo prob y lo encontr amargo disgustndole al paladar. Un poco sorprendido por su propia accin se lo comi casi todo. La comida le era extraa pero le satisfaca lo suficiente, y al fin y al cabo tena que acostumbrarse a ella si deba permanecer all. - Tratar de darle el menor trabajo posible, -le dijo a Marn- no tengo nada ms que limitarme a no romperme mucho la cabeza en las cosas, y hacer lo que se me antoje, esto es lo nico que tengo que hacer en mi estancia en la Tierra. Ella asinti: - Ya lo s, algunos de nuestros vecinos vienen a la Tierra para hacer lo que llaman el tratamiento terrestre. Al final de este tratamiento les gusta la Tierra y quedan de ella. Carlin no manifest el pesimismo que senta sobre este punto. Se encamin hacia la puerta y estuvo all contemplando el brillo del Sol y el campo florido.

Sentase un tanto perdido y fuera de su ambiente, sin nada que hacer y sin un trabajo que le agobiase y sin hombres del espacio a quienes tener que supervisar en los aeropuertos del espacio, cuyos hombres se dirigan a otros planetas. Marn le mir con gesto comprensivo. - Usted ha tenido siempre mucho trabajo, verdad? La Tierra le debe parecer lenta y poco atareada. Carlin se encogi de hombros: - Tambin podra acostumbrarme a ello. Creo que ir a echar un vistazo por los alrededores. - Encontrar a Gramp pescando en la parte norte en caso que se dirija all -le comunic Marn, despus de que l haba dado unos cuantos pasos hacia el campo. Carlin pas cerca de un taller construido con hierro y hormign y algunos otros apartamentos que se vean a su alrededor. Encontr una carretera al otro lado de ellos que en principio no reconoci como tal, pues no era ms que un camino vecinal a sus ojos y que le pareci ser la carretera ms sucia que haba visto en un mundo civilizado. - No es ms que un pobre planeta -pens Carlin-, ni siquiera pueden construir carreteras decentes. No tiene nada de extrao -continu pensando-, que estas pobres gentes azotadas por la pobreza, se sientan un tanto resentidas hacia el resto de la Galaxia. Creo que a mi me ocurrira lo mismo si hubiera tenido la mala suerte de nacer aqu. La carretera era totalmente ilgica, serpenteando hacia el este a lo largo de algunos bosques y luego hacia el oeste. Los bosques que haban a ambos lados, parecan y daban la impresin de estar llenos de maleza y de suciedad a los ojos de Carlin. rboles grandes y pequeos crecan juntos, uniendo sus ramas el uno contra el otro, y de cuando en cuando salpicados de ramas muertas y rotas tendidas sobre el suelo. Todo esto, era lo que desde un principio cualquier hombre de la Galaxia hubiera podido esperar de un planeta que no hubiese sido conquistado y civilizado, pero la Tierra era el planeta ms viejo de la Humanidad y de toda la Galaxia. Sin embargo, tuvo que admitir que haba ciertas compensaciones. El aire que respiraba, por ejemplo, le pareca magnfico. Aqu, el caminar se le haca mucho ms fcil para sus msculos que en cualquier otro mundo. Le pareca extrao Poder hacerlo con una comodidad tan perfecta, sin tener que ampararse en ciertos momentos de maquinarias que ayudasen a respirar. No lleg a encontrar el lugar que Marn le haba indicado. Se sent sobre un tronco al lado de la carretera pensando e inspeccionando los alrededores. Hasta l no llegaba ni el ms breve murmullo de una actividad humana. No se sentan inquietos esas gentes de la Tierra a juzgar por la tranquilidad de aquel lugar. No les preocupaba? Carlin mir y se dio cuenta de un pequeo insecto brillante, que zozobraba sobre una pequea flor. Un aire fresco y suave acariciaba la cima de los bosques, inclinando las hojas verdes y arrastrando las secas esparcidas por el suelo. - El sueo de un viejo planeta -pens-. Estas gentes todas ellas viviendo en su pasado. Carlin por fin se levant y emprendi el camino de regreso. Se sorprendi de lo rpido que el tiempo le habla pasado. El Sol estaba ahora en su cenit. Sus nervios tensos se haban relajado. El gran taller que haba al otro lado de la casa tena las puertas abiertas. Mir a travs de ellas y qued sorprendido al ver que aquella habitacin cavernosa no era otra cosa que un laboratorio magnficamente equipado para experimentos ingeniero atmicos. Interesado Carlin avanz. En el centro de la gran habitacin se haba levantado una mquina enorme cuyo mecanismo principal funcionaba gracias a un cilindro de metal.

- Parece como si fuese un gran generador -murmur-. Me pregunto qu ser en realidad. Una exclamacin violenta se oy en aquel momento y un terrestre lleg corriendo desde fuera y de detrs de la mquina en donde l estaba. Carlin reconoci la cara ancha y roja, con los ojos violentos y el cuerpo fornido de Loesser, el hombre que haba discutido con Jonny en el aeropuerto del espacio. - Qu es lo que est haciendo usted aqu? -pregunt malhumorado Loesser. Carlin se vio sorprendido por su vehemencia: - Bueno no quera nada ms que echar un vistazo a esta mquina. - Ya me lo pensaba -explot Loesser con los ojos llenos de clera-, ya le dije a Jonny que era por eso por lo que usted haba venido aqu. Sac un objeto del bolsillo de su chaqueta. Aument la sorpresa de Carlin al ver que el objeto era una pistola atmica que Loesser esgrima con decisin hacia l. IV - MAQUINA MISTERIOSA Laird Carlin era hijo de una civilizacin galctica en la que la violencia entre los hombres era muy rara. Haba muchos peligros, sin embargo, en todo lo que concerna a los pioneros de los mundos estelares, pero entre los mundos civilizados la ley inquebrantable del Consejo del Control mantena un orden que nunca se vea soliviantado. Poda un hombre pasar toda su vida sin haber