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POR GONZALO VIAL Viernes 7 de agosto de 1998 LOS 10 CHILENOS MAS IMPORTANTES DEL SIGLO XX 1868... 1950 Arturo Alessandri Palma (II) Arturo Alessandri Palma (II)

GONZALO VIAL Arturo Alessandri Palma (II) · ARTURO ALESSANDRI PALMA SEGUNDA PARTE (1924-1950) Dejamos a don Arturo virtualmente derrocado por los militares —aunque, en teoría,

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PORGONZALO VIAL

Viernes 7 de agosto de 1998

LOS 10 CHILENOS MAS IMPORTANTES

DEL SIGLO XX

1868... 1950

ArturoAlessandri

Palma (II)

ArturoAlessandri

Palma (II)

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Viernes 7 de agosto de 19982 Viernes 7 de agosto de 1998 3

ARTURO ALESSANDRI PALMASEGUNDA PARTE (1924-1950)

Dejamos a don Arturo virtualmentederrocado por los militares—aunque, en teoría, sólo “dis-

frutaba” de una licencia de seis meses, yde un permiso para abandonar el país—,exiliándose a Argentina. Unos cuantos

fieles lo vieronatravesar la fronteraen Las Cuevas.Atardecía el 10 deseptiembre de l924.Nevaba. El últimoacto del “León” enChile había sidoencargar el cuidadode sus perros aRoxane(ElviraSanta Cruz Ossa, laescritora que

después crearía larevista infantil “El Peneca”), fiel amiga.

Pasando por Mendoza, llegóAlessandri a Buenos Aires.Allí se le rindieron todaclase de honores y home-najes, inclusive una visi-ta del PresidenteMarcelo T. de Alvearcon su gabinete enpleno (exceptuado elMinistro de Guerra, elgeneral Agustín P. Justo,quien seguramente no quisoindisponerse con los militareschilenos). Dio el “León” algunasentrevistas de prensa; una de ellas con-tenía la frase famosa:

“Salí de Chile con ciento ochenta pesosen el bolsillo, pregustando el amargo honorde la pobreza”.

Diría también que los argentinos lohabían recibido “como un triunfadorromano”. Pero una chilena que almorzócon los Alessandri —padre e hijos— enBuenos Aires, halló a don Arturo “terrible-mente tétrico y sombrío”, y a “los mucha-chos muy heridos, deseando vengarse desus enemigos”. Agregaba: “Sólo Marta ysu marido (recién casados, recordemos)están tranquilos”.

Los leales alessandristas complemen-taron los ciento ochenta pesos, y financia-ron un viaje del caudillo a Europa. Loacompañaban su mujer y además Jorge yMario. Estuvieron un tiempo en París,

luegohicieronuna gira

por Suiza eItalia:

Ginebra, Milán(ópera en La Scala),

Verona, Venecia.Empezaba 1925, Jorge habíaestudiado y decidido minu-ciosamente los itinerarios, ydisputaba con los guías deigual a igual. Pero el climafamiliar continuaba deprimi-do.

La noche del 23 al 24 deenero, los Alessandri dur-mieron en el legendario eimponente Hotel Danieli, deVenecia. La mañana del 24hicieron un itinerario de turistas. ...el pala-cio de los Dux, la Catedral, el Puente de losSuspiros, la plaza San Marcos y las palo-mas. De regreso al Danieli, telefonazourgente para don Arturo desde Roma; loatendió temeroso de alguna desgraciafamiliar...

Era el embajador de Chile, EnriqueVillegas. Contragolpe en Santiago—informaba— y nueva Junta. Esta pedíaque don Arturo regresase de inmediato yreasumiera el mando.

“Creí que se me había caído encima laCatedral”, sería su recuerdo de tan sensa-cionales noticias.

Regreso triunfal

Gritada fue la sobremesa delDanieli, aquel 24. Jorge seoponía al regreso; era ya idea

fija suya, laincompatibilidadentre política yvida familiar . Laseñora Rosa Esterabogaba porqueretornaran, massólo parareunificar a losdispersosAlessandri... y ver-los a todos. Hasta—insinuó, esper-anzada— cabíavolver sin rea-sumir don Arturola Presidencia. ElMandatario calla-ba, vacilante.

Finalmente, susino lo empujaría.Aceptó regresar,en las condicionesque puso su céle-bre “telegrama deRoma”, dirigido ala nueva Junta.Algunas de ellas:que las FuerzasArmadas retor-nasen “a la normalidad de las funcionesque les son propias”; y la convocatoriade una Asamblea Constituyente queintrodujese “las reformas exigidas porel país”. Rechazaba de plano prolongarsu mandato, que vencía el mismo 1925.

Todo lo aceptaron los militares... enapariencia.

¿Qué les había sucedido? ¿Cuál erala razón de este giro de ciento ochentagrados, entre septiembre de 1924 yenero de 1925?

Lo veremos con mayor detalle cuan-do hablemos de Ibáñez, pero en síntesisocurrió lo siguiente: la oficialidadmedia y baja, que diera el golpe del24, hizo disciplinada entrega del mandopúblico a los jefes, generales y almi-rantes. La afinidad social entre éstos yla aristocracia, hizo que la Junta deGobierno “se derechizara”; sus medi-das y personeros se tornaron indistin-guibles de los que propiciaba la UniónNacional.

Cundió la inquietud entre la oficiali-dad septembrina, que no era aristocráti-ca sino de clase media, ni derechista y

liberal, sinosocializante.Tenía su propioorganismo, laJunta Militar; supropio

Evangelio, el “Manifiesto del 11 deSeptiembre”; y sus propios líderes, loscoroneles Carlos Ibáñez y MarmadukeGrove.

La Junta Militar empezó a chocarfrontalmente con la Junta de GobiernoAltamirano/Bennett/ Nef. Oficialesmedios y bajos versus generales y almi-rantes.

Por fin, dosgotas colmaronel vaso de losrebeldes sep-tembrinos. Fuelanzada por losunionistas lacandidaturapresidencial deLadislaoErrázuriz,quien —paraaquéllos— erala suma y com-pendio del

reaccionarismo, candidatura que sedecía ser la oficiosa del régimen. Y laJunta de Gobierno decretó se disolviera

la Militar. Esta acató laorden, aparentemente.Pero sus miembrosmás audaces, Ibáñez yGrove, se lanzaron aconspirar.

El primero va-cilaría, pero Grove loapuntaló y siguieronadelante.

El 23 de enero de1925 dieron el con-tragolpe. La Junta deGobierno fue derroca-da, e ignominiosa-mente detenida algu-nas horas, remplazán-dola una nueva: elgeneral Pedro PabloDartnell; el almiranteCarlos Ward, y unviejo y distinguidopolítico balmacedista(nada menos que yerno

del mismo Balmaceda) y hombre deAlessandri: Emilio Bello.

Fue esta Junta la que pidió elretorno de don Arturo. Grove e Ibáñez,que temían el ingenio y audacia del“León”, lo hubieran preferido fuera del

país. Perodebieronceder a lapresiónpopular. Nopodían con-tradecirla,pues en elinterior delas FuerzasArmadas, yespecial-mente de laMarina, losgolpistasdel 23 deenero nogozaban deexcesivassimpatías.

Grove eIbáñez

incluyeron, pues, a Bello Codesido enla Junta, y llamaron a Alessandri.

En Argentina le rindieron toda clase de honores. En las fotografías, con elPresidente Marcelo T. de Alvear en una visita posterior.

El embajador de Chile en Italia, Enrique Villegas -quien lollamó por teléfono urgentemente- sale con don Arturo delromano hotel Majestic, poco antes de que este último se

embarcara para reasumir el mando en 1925.

Elvira Santa CruzOssa, Roxane

Carlos Ibáñez, líder.

Marmaduke Grove, caudillo socializante.

Emilio Bello Codesido,hombre de Alessandri en la

Junta.

Ladislao Errázuriz,candidatura explosiva.

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Viernes 7 de agosto de 19984 Viernes 7 de agosto de 1998 5

Don Arturo ocupó susúltimos días romanos be-biendo un suave licor: laimportancia personal quehabía recuperado. Lo reci-bieron el Papa Pío XI, la

familia real —el Rey Víctor Manuel, laReina Helena, el Príncipe HerederoHumberto (hizo muy buenas migas conJorge Alessandri, y la Reina con el

Presidente;en cambio,la tímidaseñora RosaEster y elMonarcaapenascruzaronpalabra)—yMussolini.Como éste,entrevistán-dose ambosa solas, sesemisentaradespreocu-padamentecontra elborde de lamesa, gol-peando lasbotas conuna fusta, el

“León”, para no ser menos, se sentó sinprotocolo sobre el brazo de su sillón...

Pero la entrevista más importante,para don Arturo, fue la habida con elSecretario de Estado del Vaticano,Cardenal Pietro Gasparri. Convinieronuna fórmula de separaciónIglesia/Estado, en principio aceptablepara la primera; Alessandri se trajo lafórmula apuntada “en un papelito”...

El “León” hizo su entrada triunfal aSantiago, el 20 de marzo de 1925.

Venía viviendo una apoteosis, desdeque el tren que lo conducía cruzara lafrontera con Argentina, y hastaSantiago. En cada ciudad, pueblo,estación rural... en los despobladosmismos, orillando la línea férrea, multi-tudes sin cuento lo vivaban frenética-mente.

Al término del viaje, la capitalesperaba. Una densa multitud, doscien-tas mil personas, se dijo, hacían calledesde la Estación Central hasta el pala-cio de Toesca, en ambas aceras de laAlameda, rebautizada (brevemente)“Avenida Arturo Alessandri”. Nunca sehabía visto muchedumbre tal, ni entu-siasmo semejante, ni siquiera para laentrada fervorosa del vencedor Ejércitode Baquedano —éste a la cabeza— queel niño Alessandri contemplara desdeun árbol. Ahora, eran racimos humanoslos que colgaban de los árboles, para

verlo a él... “Cuando entró Alessandri... por

medio del paseo, como un triunfador, eldesborde de la muchedumbre no tuvo

límite: era ungrito de placer,de alegríairrefrenada, undesgarramientode amor, llenode lágrimas dedicha”, contóJoaquínEdwards Bello,testigo presen-cial.

La devolu-ción delmando, en elpalacio, fue unpandemónium.Luego don

Arturo salió al balcón y, ¿necesitamosdecirlo?, habló:

“Son tan fuertes los latidos de micorazón, que apagan el eco de mivoz...”.

No había, afirmó, “discrepancias nidesacuerdos” entre él, las FuerzasArmadas y el pueblo; eran los mismosideales.

Recordaría esta jornada sin paralelocon entusiasmo, euforia, sí, pero tam-bién con “tristeza y temor”.

Los problemas de 1925

Pío XI

El príncipeHumberto -en lavisita oficial quehizo a Chile enagosto de 1924-sube el cerroSan Cristóbalcon elPresidenteArturoAlessandri y elIntendenteAlbertoMackenna.

La comitivahace un

alto en elviaje: sedetienen

unosmomentosen Puentedel Inca.

Mussolini, mano a mano con el“León”.

Joaquín Edwards Bello

Tristeza y temor, ¿por qué?Le quedaban sólo meses dePresidencia, pero meses llenos

de incertidumbres y escollos. Primero, por la actitud

de los militares, y de sulíder, el coronel Ibáñez,Ministro de la Guerra.

El “León” habíarecibido la advertencia deque no lo dejara allí. Se lodijo alguien digno de con-sideración. . . el propioIbáñez (parece increíble,pero el Coronel y donArturo confirman que asífue). El Presidente no seatrevió a seguir esecamino, o bien no pudodecidirse a una destituciónque habría parecido injusti-cia y monumental ingrati-tud.

Pronto chocaron ambospor la sucesión presiden-cial. Alessandri no podíaconstitucionalmente postu-lar, pero aspiraba a que lohiciese un hombre que lemerecía máxima confianza:el Ministro del Interior,Armando Jaramillo.

Ibáñez experimentabaya, asimismo, el cominillode la ambición presiden-cial. Sus adláteres aviva-ban este fuego. El Coronel—disparando sobreJaramillo— comenzó adecir que no cabía ser, a lavez, candidato y ministro...justamente lo que él tam-bién, secretamente, era. Larelación con Alessandri setornó tensa.

No la aligeró el hechode que la mayoría de losuniformados —no ya úni-camente Ibáñez— mirase al“León” con desconfianza, por su pasadode “político tradicional”; por la “exe-crable camarilla” de amigos supuesta-mente profitadores que lo había rodeadohasta 1924; y por la habilidad de ma-niobra y dialéctica del Presidente, con-tra la cual se sentían indefensos.

Otro frente: el de los enemigospolíticos... los unionistas. Reclamaban

se reabriese el Congreso (clausuradopor los militares, según se dijo, en sep-tiembre de 1924). “¿Cómo —respondíaAlessandri, burlonamente— acaso no

lo habían llamado “ Congresoespúreo”? Y lo dejó cerrado, gobernan-do y legislando él solo, por decreto, talcomo las Juntas del ’24 y el ’25. En1925, así, don Arturo fue un dictador.

Pero el frente más álgido para ArturoAlessandri, sería el de la nuevaConstitución.

Pues don Arturo había dejado de ser

parlamentarista, con la experiencia de1920-1924, los años de su frustración yacoso por el Senado. Ahora buscabauna Constitución netamente presiden-

cial. Y en ello no lo seguían

sino pocos de los políti-cos tradicionales. Lainmensa mayoría, de laUnión o de la Alianza, enla derecha, el centro o laizquierda...¡hasta loscomunistas!, preferíaseguir con el sistema par-lamentario, cuando máshaciéndole correccionescosméticas o de detalle.

Tenía Alessandriprometida una AsambleaConstituyente, vimos,mas ésta ya no le resulta-ba útil, porque:

• Los partidos políti-cos, seguramente, la con-trolarían, y no era espera-ble que liquidasen el régi-men parlamentario, en elcual medraban.

• Elegir la Asamblea,más sus debates y acuer-dos, tomaría un tiempolargamente mayor que elaño ’25... y después deéste, terminada laPresidencia Alessandri,no era seguro que, a lapostre, hubiese nuevaConstitución, ni menosuna presidencial.

Parecido efecto gene-raba reformar la Carta de1833, la vigente,respetando las reglas queella misma imponía parahacerlo. A saber:aprobación de dosCongresos sucesivos. Unavez más, el peligro deque, con tanta demora, la

nueva Constitución nunca fuere aproba-da, o no fuese presidencial.

Alessandri, entonces, para hacer rea-lidad la Constitución que quería, nece-sitaba omitir la Asamblea Constituyente—su solemne promesa— y atropellar laCarta del ’33, en cuanto a los trámitesque ella estatuía para ser reformada.

Le quedaban sólo meses de presidencia.

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Viernes 7 de agosto de 1998 7Viernes 7 de agosto de 19986

La Constitución de 1925

No obstante los escollos señala-dos, Alessandri no abandonó LaMoneda sin haber promulgado

la Constitución que anhelaba, la de1925. Regiría ésta casi medio siglo,hasta el pronunciamiento militar de1973, y en numerosos aspectos conti-nuaría aplicándose hasta 1980.Longevidad que prueba su acierto bási-co.

Fue obra personal de don Arturo.Algunos hombres suyos colaboraroncon ideas o redacción, especialmenteJosé Maza, pero lo sustancial provinode él, y también mucho de lo no sustan-cial.

Terminó la Carta del ’25, para siem-pre, con el parlamentarismo, estilochileno. En adelante, los ministrosdependerían exclusivamente de la con-fianza presidencial. No más derribargabinetes con la sola “censura” decualquiera de las Cámaras. Ahora sepodría “acusar constitucionalmente” aun secretario de Estado —juicio políti-co, que plantearía la Cámara Baja, yresolvería la Alta actuando como jura-do—, pero sin afectar la estabilidad delresto del gabinete. Tampoco los mi-nistros quedaban obligados a concurrira Cámara o Senado —por requerirlo asíalgún parlamentario— para dar explica-ciones sobre sus actos (la “inter-pelación”).

En otros aspectos que sería largodetallar, la Carta de 1925 volvió a latradición presidencialista, rota en elúltimo cuarto del XIX y especialmentedespués de la Guerra Civil.

Hizo dicha Carta, finalmente, la se-paración de Iglesia y Estado, con “tris-teza” de los obispos , pero sin desgarro.Pues Roma le dió el pase, ya que seajustaba al “papelito” que el visionariodon Arturo había traído de sus conver-saciones vaticanas con el CardenalGasparri. Verdaderamente, la sociedady las leyes de Chile se habían secula-rizado —“desconfesionalizado”— en elhecho, y la Constitución sólo venía aratificar esta circunstancia.

Tuvo vacíos la Carta del ’25. Algunosexplicables, otros no. Explicable, que nopreviese —y como consecuencia no reg-ulase— la futura importancia de laadministración pública, y por ende delPresidente, en la vida económica delpaís. Inexplicable, que tampoco regu-lara, en absoluto, a lospartidos políticos,

que devendrían un importante contrape-so del poder presidencial, pero sinningún marco puesto a ese efecto por laConstitución ni las leyes.

La forma cómo Alessandri hizo pros-perar su Carta Constitucional, fue unprodigio de habilidad y audacia.

Creó una Gran Comisión Consultiva,con miembros designados por él, y queabarcaban todo el espectro político,desde conservadores hasta comunistas,más representantes de las “fuerzasvivas”, dirigentes obreros, personali-dades nacionales de conocido relieve,militares (dos), etc. Curiosamente,ninguna mujer.

Dividió luego este organismo en dossubcomisiones. Una, pequeña, paraelaborar el proyecto de Carta; la otra,numerosa, para estudiar el fun-cionamiento de la AsambleaConstituyente que se pronunciaría sobreaquél.

La primera subcomisión, donde esta-ba el mismo Alessandri, avanzó conrapidez; la segunda, no se reunió nunca.Cuando el anteproyecto estuvo listo,Alessandri anunció al pleno de loscomisionados su decisión de someterloa plebiscito, sin escuchar más pare-ceres... ni habría Constituyente, ni secumpliría con los trámites de reformadispuestos por la Carta del ’33.

Los políticos de la Gran Comisión,creyendo que sólo se elaboraba unproyecto, sobre el cual en definitivaresolvería la Asamblea Constituyente,habían reservado sus fuerzas para ésta.Sintiéndose engañados (con todo funda-mento), levantaron un fuerte griterío deprotesta ante el anuncio de Alessandri...griterío que enmudeció como porencanto. Enmudeció cuando uno de losdos representantes de las FuerzasArmadas, y máxima autoridad delEjército, general Mariano Navarrete,apoyó a Alessandri, agregando críptica-mente que ciertas personas parecían nohaber entendido las “múltiples leccionesobjetivas que habían recibido desde el 5de septiembre (de 1924)”. No quería él,Navarrete, hacer “pronósticos desagra-dables”, pero...

Alessandri y el alto militar habíandado un “golpe de Estado constitu-cional”.

Los partidos, sin embargo, hicieronguerra a la nueva Constitución en elplebiscito. Al efecto, hubo una alianzainimaginable: conservadores, radicales,liberales de la Unión y comunistas, quepredicó el rechazo o la abstención. Votómenos de la mitad del electorado, perolo hizo abrumadoramente a favor de lanueva Carta. Esta fue promulgada contoda solemnidad el 18 de Septiembre, y

entró a regir el 18 de octubre. En las ceremonias de aquellas

Fiestas Patrias, tocó a Ibáñez pro-nunciar un encendido elogio dela flamante Carta y de su inspi-rador... Arturo Alessandri.

Sin embargo, las relacionesentre ambos habían alcanzadosu punto crítico.

La presión de Ibáñez habíaconseguido que ArmandoJaramillo dejara el ministerio yrenunciara a su candidatura presi-dencial. Como ésta era la de donArturo, el Presidente se enfurecióy —para liquidar a su turno lapostulación de Ibáñez— pidióque dimitiera el gabinete íntegro(30 de septiembre).

El Coronel-Ministro sedesanimó, aparentemente,aceptando agregar la suya a larenuncia colectiva de los cole-gas de gabinete, pero for-mulándola por carta separada,que haría llegar (dijo) a lamañana siguiente.

En la noche, sin embargo,recapacitó, fuere motu proprio,fuere por azuzarlo sus amigos,fuere ambas cosas combinadas.Lo molestó, asimismo, que donArturo mandara publicar unaversión taquigráfica del consejode gabinete que había discutidolas renuncias. El hecho es que,

temprano el 1 de octubre de 1925,Alessandri recibió la prometidacarta de Ibáñez, pero notificándoleque no renunciaba, y con la asom-brosa posdata siguiente:

“En vista de la situación pro-ducida, y de ser el infrascrito elúnico ministro en ejercicio, mepermito rogar a S. E... que... sesirva no dirigirse a ninguna autori-dad u organismo nacional o par-ticular, sin el requisito de mifirma, como único ministro enfunción. Vale”.

Era, ahora, un “golpede Estado por posdata”.

La idea del Coronel fueque remplazara a Alessandriuna Junta manejable. Esta con-vocaría a elección presidencial,la identidad de cuyo candidato—quizás único, pero decualquier modo ganador—dejamos que adivine el lectorperspicaz.

Sin embargo, Alessandriactuó más rápido. Impidió elquiebre institucional queIbáñez perseguía. Renunció,pero nombrando previamenteen la Vicepresidencia de laRepública, a su rival delCielito Lindo, Luis BarrosBorgoño. Abandonó “volunta-riamente” el poder... mas sinentregárselo a Ibáñez.

Siete años de interregno

Durantesiete años,Arturo

Alessandri per-maneció fuera deLa Moneda,devorado por eldeseo de volver aella. Porque, nonos engañemos,don Arturo no eraun ambiciosovulgar... pero eramuy ambicioso.Y habiendo sidoPresidente de la República, no le cabíamayor ni mejor meta que serlo denuevo.

Se sucedieron, de este modo, la

Vicepresidencia Barros Borgoño (1925),la Presidencia de Emiliano Figueroa(1925/1927), la de Ibáñez (1927/1931),la de Juan Esteban Montero(1931/1932), la República Socialista y el

gobierno deCarlos Dávila(1932), conAlessandri tas-cando el frenode sus insatis-fechos anhelospresidenciales.

Creció conlos años laferoz rivalidadentre donArturo eIbáñez... dos

hombres, dospolíticos, dos estadistas “de tamaño másque natural” , ególatras, dominantes yexcluyentes, que no cabían juntos en elpequeño escenario chileno. Si uno esta-Hizo dicha Carta, finalmente, la separación de Iglesia y Estado. En la fotografía, durante una visita al

Arzobispo de Santiago, monseñor Crescente Errázuriz.

Arturo Alessandri llega al Teatro Municipal para asistir a la asamblea solemne en que se aprobó la nueva Constitución.

Luis Barros Borgoño Emiliano Figueroa Juan Esteban Montero Carlos Dávila

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ba arriba, el otro debía estar abajo. Ibáñez, presidente-dictador, forzó el

exilio de Arturo Alessandri (1927). Estereplicaría organizando, en París yBuenos Aires, una conjura permanentepara derribar al “tirano”; la conjuraextendía hasta Chile sus tentáculos, yalgunos hijos del “León”—particular-mente el impulsivo Eduardo, en lohumano el más parecido a su padre—eran parte de ella. Ibáñez hizo asaltar lacasa de los Alessandri. Hijos y yernosfueron detenidos. Recuperaron luego lalibertad, salvo Eduardo, deportado a Islade Pascua.

Lo peor del asalto, no obstante, fue elbrutal vejamen sufrido por doña RosaEster. Unido a la incertidumbre ytemores respecto de Eduardo, lecausaron una enfermedad sicofísica sinregreso que, en definitiva, años despuésle causó la muerte. Se exilió también,acompañada por Jorge.

Alessandri fue a Bordeaux, para

recibirlos. Viendo ellamentable estado desu mujer, lo poseyóuna ira sin límites.Poco más tarde, sepresentaba en la pen-sión parisina dondevivía VenturaMaturana, detectivechileno que combinabaaltos estudios de suespecialidad, con laatenta vigilancia de losexiliados por cuentadel Gobierno. Le gritó:

“Dígale a Ibáñezque no he podido ha-cerle la revolución,pero que el día quepueda se la hago,porque me las tiene quepagar, vivo o muerto”.

Caído don Carlos,regresó el “León” aChile, en triunfo.Proclamaba su retiro ala vida privada. “Noquiero, ni puedo, nidebo ser candidato”,“en jamás de losjamases”.

Cortas semanasdespués, luchaba porla Presidencia conJuan Esteban Montero.Mas éste, un ecuánimejurista y profesor uni-versitario, radical, sinambiciones ni apti-

tudes políticas, tenía el apoyo —todavíaarrollador— del movimiento cívico quederribara a Ibáñez. Dobló los votos deArturo Alessandri.

El “León” quedó amargado. Su acti-tud ante el gobierno de Montero fuemezquina. Si no él, por lo menos hom-bres de su círculo íntimo, como AurelioNúñez Morgado, el ex edecán PedroAlvarez Salamanca y otros, participaronen conspiraciones contra don JuanEsteban, unidos para ello con los socia-listas de Eugenio Matte y oficialesambiciosos o descontentos. Estos solíanser pro Ibáñez. Era raro que alessandris-tas e ibañistas anduvieran juntos, pero seexplica por la imperiosa necesidad del“León”, en orden a conocer y neutralizarlas maniobras de su máximo enemigo,entonces —como él antes—exiliado.

Cayó Montero por fin, derribándolola efímera República Socialista deMarmaduke Grove (4 a16 de junio

de1932). Aquí don Arturo vio atribuírse-le una frase célebre, presuntamentedirigida por él a un Grove ya sublevadocontra Montero: “No afloje, mi coro-nel”. Alessandri la desmintió siempre, yno se halla bien probada. Pero es indis-cutible que don Arturo y donMarmaduke mantuvieron una buenarelación. El segundo aseguraba, enbroma, que la mitad del gabinete de la“República” era alessandrista.

Grove fue depuesto por CarlosDávila, que logró mantenerse en elmando durante unos cien días.Representaba, teóricamente, al ibañis-mo, por lo cual Alessandri no podíaverlo sino con gran alarma; tuvo, inclu-so, hablado su asilo en una embajada.Mas Dávila se mostró, no ibañista sino...davilista.

Destituído Dávila , los militares sevieron presionados para restaurar elmando civil y volver a sus cuarteles.Acatando la Constitución, entregaron elpoder al Presidente de la CorteSuprema, Abraham Oyanedel. Este con-vocó elecciones presidenciales para el30 de octubre de 1932.

CorrieronAlessandri, conapoyo radical eizquierdista engeneral; Grove,socialista; EnriqueZañartu, liberal;Héctor Rodríguezde la Sotta, conser-vador; y ElíasLafertte, comu-nista. Don Arturoobtuvo 187.9l4votos, más que todos sus adversariosjuntos.

Volvía a “la casa donde tanto sesufre”, su casa, La Moneda.

Los seis años de ésta, donArturo realizó unaimportante obra en el

plano económico, pero sobretodo, en el plano político. Laúltima, sorprendentemente,aunque por razones explica-bles, se halla semiolvidada.

Económicamente,Alessandri recibió el ’32 unpaís devastado por la CrisisMundial. Comenzó ésta—según es sabido— con el“crash” de la Bolsa de NuevaYork, el año ’29, pero su plenoefecto se sintió aquí sólo en1931. Y tocamos fondo pre-cisamente el año 1932. Segúnestudios de la Sociedad de lasNaciones, predecesora de lasNaciones Unidas, Chile fue elpaís del mundo más afectadopor la crisis. Dejamos práctica-mente de producir salitre,entonces el puntal de nuestraeconomía, porque nadie nos locompraba. El ’32, la mineríachilena extrajo un tercio de loque había extraído el ’29. Loscesantes doblaron su número,superando los 128.000.Vagaban desesperada y amenazadora-mente por las calles de las grandes ciu-dades. Y, extraña paradoja —debida aemisiones enormes, sin control nirespaldo—, con tan aguda recesióncorría paralela una inflación desbocada.El ’32, fue de casi 27%, y el alza delcambio superó el 100%.

En 1938, Alessandri devolvió unpaís retornado a sus niveles produc-tivos de pre crisis, y en avance. Partede éxito tan notable se debió al términomundial de la emergencia económica.Pero otra parte, muy importante, alhábil manejo del secretario deHacienda, Gustavo Ross.

Hombre competente, resuelto yfrío, Ross fue llamado “el Mago delas Finanzas” por sus partidarios, y“el Ministro del Hambre” por susenemigos.

Pues el “ajuste natural de la economía”(ya entonces se empleaban estos términos)había causado mucho sufrimiento en los

sectores populares, sufrimiento que reper-cutiría sobre la elección presidencial delmismo 1938.

Políticamente, la tarea cumplida por la

segunda presidencia Alessandri, fue“normalizar” el funcionamiento de laCarta de 1925, la cual, durante los sieteaños corridos desde su promulgación,había sido aplicada —para decirlo consuavidad— muy irregularmente.

También aquí el resultado sería enextremo positivo. Consideremos sóloque, desde l932 hasta 1973, todas lasautoridades elegidas de Chile—Presidente, senadores, diputados yregidores municipales— fueron votadasel día exacto, ni uno antes ni unodespués, que disponía la Constitución, ytodas, también, cesaron en sus funcionespor motivos únicamente constitucionaleso legales. Un record difícil de igualar.

Sin embargo, un aura de arbitrariedad,de “dictadura”, rodeó y rodea los años1932-1938, oscureciendo los méritosdichos. ¿Por qué?

•Alessandri fue elegido con elapoyo de los radicales y de la Izquierda,dijimos. Pero gobernó con la Derecha,los Partidos Liberal y Conservador, quele daban mayoría absoluta en ambasCámaras.

La segunda presidencia

Lo peor del asalto fue el brutal vejamen sufrido por doña Rosa Ester.

Enrique Zañartu, Héctor Rodríguez de la Sotta y,abajo, Elías Lafertte. Candidatos de todos los

colores contra el “León”.

Sólo en 1931 se sintió el pleno efecto del “crash” de la Bolsa de Nueva York, del año ’29.

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Los radicales derivaron hacia laIzquierda. Parcialmente, porque en elGobierno eran “la quinta rueda delcarro”, pues don Arturo en rigor no losrequería; la Derecha le bastaba. Y par-cialmente, porque cesó el veto comu-nista a admitir una alianza de laIzquierda con los “pequeñoburgueses”radicales. A su vez, el comunismo le-vantó dicho veto y promovió esa alian-za por razones internacionales —apo-yar a la U.R.S.S. contra Hitler— quedetallaremos cuando hablemos dePedro Aguirre Cerda.

Alzado el “niet” comunista, el Blockde Izquierda, sin radicales, se transfor-mó en Frente Popular, con radicales,hacia 1934/1935.

Fue una formidable combinaciónpolítica, y un formidable enemigo delGobierno, y personalmente deAlessandri, contra el cual hizo unacampaña sin barreras.

• A dicha campaña se agregó, ymuchas veces se mezcló con ella, unaseguidilla de conspiraciones militares,grandes, medianas o chicas, pero ince-santes.

El período l924/1932 había“respetabilizado” estas conjuras. Cuestacreer que, los años ’30 —bajoAlessandri o Aguirre Cerda— , hom-bres como Juan Antonio Ríos, futuroPresidente de la República; René Silva

Espejo, futuro director de “ElMercurio”; o Eduardo Cruz Coke, emi-nencia médica, ministro, senador, can-didato presidencial, fuesen —una u otravez— conspiradores. Pero así sucedió.Y desde Buenos Aires, el exiliadoIbáñez atizaba los posibles golpes.

• Alessandri contestaría utilizandotoda la dureza constitucional y legal asu alcance. La mayoría parlamentariade derecha le dio los estados de excep-ción que quiso. Investigaciones golpeósin misericordia —y comúnmenteexcediéndose de lo permisible—a losconspiradores. El Block y después elFrente, reclamaban con violencia, ysin distinguir entre conjura y oposiciónlegítima.

Así se formó un aura de “dictadura”en torno del “León” y de su segundogobierno.

• Don Arturo cooperó al aura dicta-torial, con actos de arbitrariedad pura,no muy comunes pero siempre espec-taculares. Durante ellos, en meri-dionales arrebatos de ira, veía todo rojoy se echaba al bolsillo la Constitucióny las leyes.

Un ejemplo fue losucedido con la ediciónNo 285 de la revistasatírica “Topaze”.

A propósito de unadura respuesta deIbáñez a declaracionesde Alessandri, publicó“Topaze” una caricaturatitulada: “No es tanfiero el león como lopintan”. Ibáñez aparecíade domador, con el feli-no —Alessandri— bajosu bota, manso y viejo;mas el domador, demodo simultáneo, loestaba pintando en latela, rugiente y feroz.

Alessandri montó encólera. Hizo requisar laedición íntegra de larevista. Su dueñoreclamó a la Justicia.La Corte deApelaciones de

Santiago dispuso se devolviera el No

285. El Gobierno cumplió... pero, lamisma noche, agentes deInvestigaciones recuperaron por lafuerza el ejemplar incriminado, y loincineraron. No se conoce hoy ningún

ejemplar del mismo. El escándalo fue morrocotudo. Cesó,

sin embargo, cuando Alessandri se hizo

personalmente responsable de lo suce-dido. Nadie, ni el mismo dueño de“Topaze” —el dibujante Jorge Délano,Coke—, se atrevió a perseguirlo. Perola reputación del Gobierno comorespetuoso de la Constitución y la ley,quedó por los suelos.

• El golpe final para Alessandri, eneste aspecto, fueron los hechos del SeguroObrero, el 5 de septiembre de 1938.

Su relación y análisis más detalla-dos, quedan para el fascículo que con-sagraremos a Pedro Aguirre Cerda.Pero el centro del asunto, en lo queahora nos concierne, se refiere a lasesentena de muchachos nazistas queese día intentaran un golpe insensato.Ya rendidos y desarmados —y algunostraídos desde la Universidad de Chile,donde se entregaran previamente—sufrieron una muerte violenta, que sólocabe calificar de asesinato. Lugar, la“torre del Seguro Obrero”, hoyMinisterio de Justicia, a escasos metrosdel portón norte de La Moneda.

Ahora bien, al ocurrir el crimenhabía oficiales de Carabineros en latorre misma, quienes lo ordenaron y lodirigieron. Pero en el portón norte delpalacio estaba el General Director deaquel cuerpo, Humberto Arriagada, y

en su despacho presidencial... ArturoAlessandri.

No es imaginable que los oficialesde la torre actuaran sin orden o per-miso previo del General Director,pero... ¿pudo éste, del mismo modo,decidir una cosa así sin orden o per-miso previo del Presidente?

No hay ninguna prueba irredargüi-ble contra don Arturo, pero la sombrade tan siniestro asunto lo perseguiríahasta la muerte.

Se sabe que Alessandri estaba

furioso por el descabellado putsch.Este no podía sino recordarle otro 5 deseptiembre, fatídico para él, en 1924.Mandó a Arriagada liquidar el asunto,de cualquier modo, antes de las 16horas. Vencido ese plazo sin resulta-dos, le dijo, llamaría al Ejército paraque hiciese lo que Carabineros nohabía podido hacer. Arriagada, sinduda, se sintió presionado. Pero de allíal crimen, un abismo, sobre todo ha-llándose ya rendidos los nazistas, esdecir, “liquidado” el golpe.

Las responsabilidades políticas yadministrativas de don Arturo, sonclaras. Pero no las penales y morales.Y probablemente nunca lo serán.

No mejorarían su situación losintentos del Gobierno, los días inme-diatamente posteriores, en orden aocultar el crimen mediante una versiónpor completo falsa de lo sucedido.

Como fuere, la matanza del SeguroObrero eclipsó para siempre, hastahoy, la obra política de “normalizaciónconstitucional” que cumpliera

Jorge Délano, Coke. El “Topaze” famoso, Nº 285.

A la izquierda,el generalHumbertoArriagada. El 5 deseptiembrede 1938:Una sombrasiniestra.

Juan Antonio Ríos y Eduardo Cruz Coke, las conjuras “respetables”.

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El próximo viernes Gabriela Mistral

Años finalesSe deslizaron melancólicamente.

La sombra del Seguro Obrerolo perseguía. Sin embargo, su

capacidad y personalidad avasallado-ras, continuaban influyendo enpolítica.

Fue decisivo, el año 1942, paraimpedir que triunfara Ibáñez en loscomicios presidenciales. Lo apoyabaahora la Derecha. Alessandri dividióa los liberales, y con aquéllos que losiguieron se fue al campo de JuanAntonio Ríos, radical, el otro can-didato, quien resultó elegidoPresidente.

Luego, don Arturo sería senadorpor Curicó, Talca, Linares y Mauleel año 1944, remplazando al falleci-do parlamentario comunista AmadorPairoa. Y Presidente del Senadodesde 1945.

El año 1946, movió diestramentelos palillos para levantar la candi-datura presidencial de su hijoFernando, quien llegó tercero en lacarrera, detrás de Gabriel Gonzálezy Eduardo Cruz Coke.

Uno de sus últimos actos, fue re-conciliarse con Ibáñez, senador porSantiago a partir de l949. Ocasión:un largo y soporífero discurso “doc-trinario” del comunista ElíasLafertte, en la Cámara Alta. Unicoauditorio: Ibáñez, por cortesía, y donArturo, porque presidía la sesión. Ala salida, los viejos archienemigosespontáneamente se dieron la manoe intercambiaron palabras de circun-stancia. Alessandri murió súbita-mente, del corazón, el 24 de agostode 1950. A Ibáñez le quedaba,todavía, una segunda presidenciacompleta.

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A la izquierda, en elsillón presidencial (conUlk a sus pies), en 1938.A la derecha, con IsaíasDel Canto, alcalde de LosAndes.Abajo, en sus últimosaños; y finalmente, elfuneral.