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eber un cáliz   no pertenece a las corrientesbituales de la literatura. No es cuento, no esvela, no es poema en prosa: es un testimoniorídico sobre el dolor de ver convertirse atrozmente

nada una antigua montaña de terrores,plendores y angustias. Es la agonía del creador ntemplada desde muchos ángulos, dibujada bajouchas luces y sombras, maldecida y bendecidasde el centro mismo del estupor, del amor y elio de la criatura.

bra singular, Beber un cáliz   —que obtuvo elemio Mazatlán de Literatura en 1965— es unaevada muestra de la literatura de nuestro tiempo y

clásico contemporáneo.

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Ricardo Garibay

Beber un cáliz

ePub r1.0

IbnKhaldun 30.12.14

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Título original: Beber un cáliz Ricardo Garibay, 1965Portada: detalle de Guardián del océano de Maribel Portela.Barro en gobes y conchas de mar, 149 x 48 x 31 cm, 2000Diseño de cubierta: Marco Xolio/Phonacot

Editor digital: IbnKhaldunePub base r1.2

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Prólogo

asaba frente a la puerta de vidrios. Iba y venía por corredor: a la espalda las manos anudadas,

bizbajo, hablando entre dientes. Pasaba frente as vidrios de la puerta.

Era una tarde cargada de vientos que rugíanotando las ramas del pirul.

Yo estaba en cama, a oscuras. Veía retorcersela luz parda de afuera la furia gigantesca del

bol allá en el fondo, y la silueta que desaparecía yarecía untándose a los vidrios como durísimambra.

No sé por qué las ramazones del pirul, que losentos desgreñaban y zarandeaban pararancarlas y hacerlas estallar en terribles pedazos,el pétreo perfil de mi padre en su ir y venir 

rmaban una sola cosa: el rostro de la fuerza y lalera, el ceño y la melena del mal. Y yo era, de seis

os en la enorme cama, ardor, cobijas lijosas,edo.

Estábamos en la casa solos, él y yo. Él era unmbre colosal que oscurecía cuanto tocaba. Sussos cuando llegaba del trabajo, a mediodía, eranmo avanzar de penumbras. Decía: «Qué hay,enas tardes», y su voz era una losa justo arriba de

s cabezas de todos los hombres. Desde eseomento yo era su prisionero, mis horas serastraban ácidas y ahogadas hasta la mañanaguiente, cuando cerraba tras de sí el zaguán.etumbando el zaguán él moría, el espacio sesanchaba hasta las nubes y el sol brillaba

egremente. Yo odiaba con toda mi alma suqueño jardín, su higuera, sus herramientas derpintero. Monstruos de cola larga y lisa habitabanba o de su cama. Sus arbitrarias e inmensas

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anos hubieran podido partirme fácilmente eláneo. Una ira impotente, como si demoniosmplices me amarraran los brazos, me taparan laca e hicieran burla de mí, me debilitaba, meuaba. Hubiera aplastado jubilosamente sus ojos,apelables, con una tonelada de cualquier cosa. Loo venir estrellando un vaso contra el piso de lacina del rancho —estridencia coagulada para

empre, nítido retumbar de sus zapatos de charro, me encojo, me cubro con los brazos, laslumnas de sus piernas pasan junto a mí.

Él andaba en el corredor. Yo naufragaba en elar. Estábamos solos en la casa. No acabaríanca la rabia del pirul. En cualquier momentocordaría que yo estaba adentro. Dejaría deminar. Me vería. Entraría en la recámara. Dioso. Se hacía de noche. Yo naufragaba en el mar;

taba a duras penas en alta mar y veía venir lache y era tan ensordecedor el ruido del aguara que nadie oía mis ritos pidiendo auxilio.

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Materia

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Mayo 28 de 1962 

Qué indecisión es ésta? ¿Qué clase de indecisiónésta? A veces, más que pena, parece que buscoanto pueda demostrarme, más tarde, que noise su muerte, que no la esperé; cuanto puedaegurarme que la neurosis no me asaltará por esedo.

Es mi padre. Y no sé por qué siento que al finiste por sí mismo. El hombre fiero existe fuera de, ocupa un espacio doloroso frente a mí y es más

mismo cada día. Sin embargo, también sientoe cada día es menos lo que él era, y que elpacio que ocupo yo es espacio ruin.

En la casa todos trajinan de médicos alesterol a oxígeno a telefonazos a cáncer ansunción y a gangrena y rosarios mientras yormanezco inmóvil, maniatado, tratando deplicarme por qué ya no es yo y es más él mismo ymenos lo que él era y no era yo y otras muchas

nterías. Ahora lo miro por primera vez, esto sí es cierto,

ya no es lo que era. Porque éste que miro ahorahado, silencioso, ya ni siquiera es el hombre quetier agitó los brazos y aulló buscando mis ojos, miesencia saludable e inútil; es un cuerpo todoesos, unos pantalones inmensos, dentro de losales nadan los fémures, un rostro largo, amarillo,a nariz que no acaba nunca y unos ojos hondos,orados, abiertos a no sé qué espantosaealidad.

Hace tres días lo llevamos a que le tomarandiografías urgentes. Cuando acabaron me quedélo con él y se me derrumbó helado en los brazos;steniéndolo palpaba sus cabellos, fríos, su piel,

ante y exhausta; vi sus ojos, que se abrían sin ver,enté sus manos; lo besé en la cara. Lo besé en la

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ra: nunca lo había hecho: tengo treinta y nueveos de edad. Era nada, ¿nadie? Un ancianorumado de cansancio, acosado por la muerte, ens brazos. Esto era el padre terrible que siemprecordé con temor o con odio o con servilismo.omentos después empezamos a vestirlo. Él nodía resistir más.

—Déjenme —decía—, yo me pongo el

aguero, déjenme.Nos impacientamos.—Bien, póntelo tú.El viejo miró largamente, largamente, el

aguero.—Anda, póntelo.Hacía mucho calor. Estábamos hartos de

stenerlo en vilo, de la oscuridad del cuarto en quehabían tomado las radiografías, de gana de salir 

desayunar, de la mañana que indefectiblementehabía perdido. Queríamos dejarlo ya, listo, en su

ma, y buscar un restorán. Y él miraba, olvidado yaque miraba interminablemente, el braguero; sus

azos, caídos, caída su cabeza, sus manos, caídocuerpo en una especie de sopor óseo, o de

por de ausencia, o de cansancio de cada una des células, o de abismación.

—Póntelo, a ver.

Hizo un intento inmóvil, y luego movió la cabezan mucha pesadumbre.

Quién es? ¿Cómo ha vivido? ¿Cuáles han sidos virtudes y cuáles sus pecados? ¿Por qué hanido que sufrir tanto y por qué ahora sus hijosrones no se duelen de verlo hundirse día a día

cia la muerte? No conozco nada suyo, nuncade preguntarle nada que de verdad meeresara, nunca pude verlo de frente, nunca le vis ojos cuando me estaban mirando. Ahora llego a

pieza y me le siento delante; una vez le hablé desucristo; se alivió ligeramente; las demás vecese siento y no digo palabra y él tampoco.

De pronto abre la boca y dice:

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—El vacío. El vacío.Y vuelve a ver la pared.

padre. Era una tarde bochornosa. Yo acarreabala fuente a la calle cubetadas de agua para

lacar el polvo. Él estaba asomado a los vidrios deventana. Veía yo, temblando, su duro frontal

ntra el vidrio, su boca, torcida por un plieguercástico, comida de impaciencia, su color oscuroerarse porque algo de lo que yo hacía estaba malcho, sus dedos golpeando violentamente losaderos de la ventana. Me gritaba. Yo no oía. Seasperaba. Y me alcanzó en las escaleras, rugió,e golpeó. Yo sentía la tarde como algoominable para siempre. Al día siguiente llegó con

noticia de que le habían dicho que sí a propósitoun empleo que andaba buscando. Entre bromasveras mi madre le reprochó la ira de la tardeterior.

—Era la angustia —dijo— de no saber qué ibahacer, cómo los iba a mantener, a éstos —nosñaló—, a ustedes —señaló a mi madre.

¿Qué me importaba a mí su angustia ni susempleo? ¿Qué me importan ahora, casi treinta

os después? La tarde se agrió, rígida, en miemoria. Y junto a esta tarde, junto a ese rostrocundo en la ventana, está la cabeza caída,milde, viejísima, inerme, desolada, abismada delor y de cansancio, en mis brazos, contra mimbro, entre mis manos, en mis labios —que lasaron.

Sus manos, sus pies, su boca, el brillo de surar, el pesado retumbar de su llegada, me

ustaron a diario, entristecieron mi infancia, miolescencia. Pero ahora todo eso, que ha cruzado

entos de horas de dolores y terrores, es nada, esa espina temblorosa, adoloridísima, que mendice, a la que yo podría destruir con unasantas palabras.

 Ando lleno de pena y de locuras.

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asa los días acostado, viendo la claridad sucia des vidrios, o la pared, o el reloj; y pasa las nochesostado o sentado, viendo la oscuridad de los

drios, o la pared, o el reloj.—Me paso esperando que pase el día. Me

so esperando que pase la noche. Es horrible lache.

Le duelen las arterias, los dedos de los pies, eltómago, las manos, la espalda, las nalgas, lasderas, el cuello.

Está con los ojos abiertos, absolutamentemóvil, a las diez de la mañana. Uno se va, lovida, se mete en el día, regresa a las tres de larde: él está con los ojos abiertos, no se ha movido

milímetro, su gesto es exactamente igual al des diez de la mañana.

—Yo no quiero morirme. ¿Eh? No. La vida esn hermosa. Ya no veré tu casa.

Y sus ojos ven, ¿qué ven?—Sólo pienso en la muerte —dice—, en la

uerte… Pero el viejito, el papá de la que vino,urió a los noventa y seis años… y de cansancio,de otra cosa.

Dos horas después, treinta y pico de años

spués, me imagino, luego de andar y desandar inta y pico de años de caminos que anduvo, oarenta años de caminos, o cincuenta o setenta,é sé yo por dónde anda ni qué tanto andaentras camina de una frase a la siguiente, mece:

—Pero don Fulano murió de cansancio a loshenta y dos… Don Fulano ¿no te acuerdas…?chenta y dos… Dios mío, cuándo se acabará

to…

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3 de junio 1962 

gue eso, pero cada día de peor manera, máscreíblemente. Ahora le duele todo el cuerpo;iero decir, cada parte, cada rincón, cadantímetro de su cuerpo, que se ha cubierto deanchas moradas y negruzcas y al que puedovantar con más facilidad que a uno de mis hijos.a no se tiene en pie; cierta rigidez le vatrificando las manos y las piernas. Cuando sera a orinar debo sostenerlo completamente, casi

el aire, mientras él, a tientas, lentísimo, se buscaorina a gotas; su cabeza cae sobre mi pecho y seerme; no se da cuenta de que debe cubrirse ylver a la cama. Su cuerpo ya no es su cuerpo; élno es él; esta estatua mísera, violácea, doblada

bre sí, dormida, sostenida en el aire, no es él niquiera su cuerpo. Cuando tenía cuarenta y dosos iba al galope con un amigo por la sierra de

olango y la sierra de Molango no tiene ni cien

etros parejos; de pronto se le ocurrió hacer unavesura y al galope se enderezó sobre lostribos, se resorteó sobre las puntas de los pies,ltó y cayó montado en ancas del otro caballo.

—Cáncer y gangrena. Cáncer en el páncreas yngrena seca. Los dolores de la gangrena seca…

ortunadamente ya no los padecerá.Dijo uno de los médicos, y dijo:—El cáncer no es operable; este cáncer;

emás, no habría tiempo… La gangrena, creo quealcanzará a paralizarlo.

—Doctor, son multitud de síntomas…—Bueno, es la consunción, claro; y su estado

neral ¿verdad?, su asfixia y… los dolores… sons dolores inherentes ¿verdad?, su resequedaduy grande y… es el cuadro de este tipo de…

—Desde enero, doctor, cuando vino usted a

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rlo…—La oclusión, la parálisis. Me lo decía su

rmana. Es natural. La ventaja es que no nos hagido por sorpresa ¿verdad? Entoncesdemos…

Se le hicieron transfusiones de sangre, se lehó suero en las venas, se le pusieron inyecciones,gó pastillas, líquidos espesos, líquidos cristalinos,

le pusieron tablas en vez de colchón, se le vigilón ahínco. Y todo se hizo contra su voluntad.eaparecía su estupenda impaciencia de antaño.s mujeres de la casa cuchicheaban impotentes, yando llegábamos los hombres, nos recibían conngoja:

—¡No quiere las medicinas!—Pero hombre —musitaba él con destellos de

cundia en su cansancio—, ya para qué.

Entonces armábamos el discurso una vez más:del deber de vivir, el de nuestro deber de

olongar sus plagas. Sabíamos qué secretasazón le removíamos; el discurso era infalible;ucho de la tristeza de muchos años le viene des hermanos suicidas, sus cinco hermanosicidas. Se quedaba viendo el techo, luegoscaba poco a poco la lámpara, hasta que sus

os veían el centro de la luz, y como pensando algo

eciso, decía:—Bueno… Bueno.Pero cada medicamento le provocaba dolores

n lacerantes que ninguno de nosotros quería hacer enfermero. Varias veces estuvimos a punto de

ar los frascos a la calle. Y no sabemos, de cierto,tanta cosa valió la pena ni si lo reanimó

almente. Porque antes de tanta cosa pasaba los

as en un sopor angustioso, abierto al miedo y a laasperación; su cara se torcía y su desesperanzamentaba constantemente; y ahora ya no se queja,ro los dolores, los que conocemos y otros nuevos,e ya se anunciaban por todas partes, se adivinanazapados, esperando no sé qué momento, no séé rotura, para caerle encima robustecidos,

munes. No sabemos si el vigor conseguido con

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eros y sangres lo espanta más que aquel sopor.o sabemos qué vendrá después de esta calma.arece en paz; su gesto está tranquilo; no habla deedo ni de angustia y duerme casinstantemente; no me ve con aquel asombrosorbitado que me hacía pensar que estaba

endo cosas que pueden cruzar entre nosotros,rrendas.

Nunca había sentido a la vida acabándose, o amuerte, tan cerca de mí; ni había sentido nunca suavedad, su incomprensible roce, su realidadmenda. Su cuerpo es tan delgado, es tanto elmedo de un cuerpo humano. Se acuesta sobre eldo izquierdo y sus ilíacos forman cavernas; sususlos están manchados y del grosor del fémur; subeza, casi rapada ahora, es extrañamentequeña, y su nariz es enorme. Sus ojos se han

esto acuosos, amarillosos, y los vela una intensauma de cansancio. Oh cómo quiero estar ahorasteniéndolo, viendo abajo de mi hombro suqueña cabeza pesada y abatida, abismada abajomi hombro. Oh cómo quiero ahora estar viéndolo

mí, conmigo, entregado a mis fuerzas,ismándose en mí, abismando su cuerpo en misazos: su único sostén, su única fuerza. No nos ve,

hacia la ventana. Y oigo yo en este momento

mbourin, de Gossec, de largas largas notas deuta y de guitarra, de aguda melancolía, y la tardes de junio descansa en las cortinas, y veo en sus

os, en los ojos de mi padre, en el agua de susos, en esa agua amarillenta y tristísima, en el aguamarilla de la luz amarilla de la ventana, que secarga, que se adentra, que se remansa en susos, la misma belleza, la melancolía de las cosas

nas de viento o lejanísimas o inmersas en unsado que no vendrá nunca pero que fue vivido ytá ahí, en sus ojos, intocado, imborrable, unsado surcado de aires mansos, saludables, que

e en alguna aldea, al atardecer, sobre hombrosderosos, sobre músculos firmes y brillantes, entrenrisas y ojos que fueron de mirar sombríocantadores y que hoy sólo son dos lámparas

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misas, sin luz propia, que es de la ventana, a lapera de volver a ver los que fueron los mejoresomentos de su vida.

yer recibió la Comunión. Yo sostuve la ceracendida, y un vaso de agua para que pudieragar el Cuerpo de Jesucristo. Me asaltó y me

rrompió la neurosis. Pero él recibió la Formampiamente, sin lágrimas con todo su cuerpo,

solutamente con todo su cuerpo: con su lengua,n sus piernas dobladas bajo la sabana ymblonas, con sus manos anudadas sobre elcho, que permaneció quieto, lleno del aireeciso para no interrumpir la devoción, con susbios, que decían de memoria, adelantándose al

cerdote, las fórmulas de esperanza y deseo delud eterna, con sus ojos, que se anegaron unstante e inmediatamente volvieron a la naturalidad,n sus pardos cabellos recién rapados, con sulada, anhelante nariz, con su enfermedad y con supíritu, que vive con abrumadora seriedad susimos días en la tierra.

acomodo del lado derecho. Con mucho cuidadoilo las almohadas contra su espalda.

—¿Así está bien? —pregunto.—Iiií…Me siento en el sillón, frente a él. Él se duerme

sde luego. Y durmiendo se afila más aún. Susbios cuelgan hacia la almohada y su lenguastosa se asoma empujando los labios. Su

spiración es apenas perceptible.ermitentemente sus piernas, que no puedetender, que quedan dobladas y sin apoyo,mblan o se agitan como torturadas por corrientes

éctricas. Duerme. Minutos después vavantándose, acosado de temblores. Consiguecorporarse unos centímetros, y se queda,cudido por ráfagas ardientes y heladas,

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perándome o esperando que alguien acuda. Loudo a sentarse. Le arreglo la sábana. Y ya vacostándose, después de haber visto un segundosuelo. Lo acuesto, ahora del lado izquierdo. Así,l lado izquierdo, es como la luz de la ventana llenas ojos con una mansedumbre y una pena y unaiga y una turbiedad física y una claridad espirituallago solitario que refleja no sé qué serena y

creta luz que yo no sospeché ver jamás. Y seerme. Y minutos después va enderezándose,perando que alguien acuda, y se sienta y ve alelo, y se va recostando:

—Ay. Ay. La espalda. Los pies. Ay.—Perdóname. Espera. Deja acomodarte.—Ay. La sábana. Me lastima.Y esto es todo lo que hace: esperar, haciendo

to que digo, que llegue el momento de morir;

perar a la muerte incorporándose y acostándosela orilla de la dolorosa cama, hacia la pared sus

os o hacia la luz de los vidrios.Hasta hace una semana pudo moverse,

vantarse. A las tres de la mañana mi madre oyódos. Lo vio revisando su cajón, contando losscientos pesos que le quedaban:

—No va a alcanzar. De dónde, de dónde ha delir. No va a alcanzar. Las transfusiones y todo lo

e mandó el necio ése son muy caras. No sé ené se ha gastado lo que había… ¡Lo que habíauí en el cajón! Qué fastidio…

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3 junio 62 

e va a morir en estos días.No tiene nada, ni un peso; y nosotros nonemos nada para pagar lo que habrá de pagarse.s posible que Guillermo consiga prestado en elanco. Esto ya es alivio.

Mi padre nunca tuvo gran cosa. Supo tanto depobreza, que la mera esperanza de dinero lo

naba de preocupación. Muere casi indigente,rque sólo tiene hijos que no hallan aún la forma de

nar lo que es indispensable para vivir. Nos deja loe le vimos: la reciedumbre frente al dolor, laturalidad en el dolor, la familiaridad máspléndida con el dolor. El dolor fue su patrimoniosde hace treinta y cinco años.

—Desde hace más, mucho más —me dicens que lo conocieron antes que yo.

Bien. Mejor de lo que yo creía. No seráleznable nuestra herencia.

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Jueves 7 de junio de 1962 

n esta pieza que da al occidente, a la calle sinacia «de los pinos», calle de camiones, sol ylvo y gente desastrada, estuvo hace muchos añossala: de muebles de bejuco, de alfombra floreada,

aire encerrado siempre y entrada prohibida.eíamos su penumbra a través de los vidrios, y lescíamos a los niños del corral:

—Vengan, vamos a ver la sala.Los niños del corral tenían un librito de madera

un trompo zumbón. Uno de ellos se llamabaderico; a veces me decía:—Déjame ver la sala y te presto el librito.Luego estuvo aquí la recámara de mis padres.

quí rezamos los rosarios por la madre de miadre; y la voz de mi madre era un hilo apenas dez, un hilo quejumbroso que antes de terminar laanía se ahogaba.

—Sigan ustedes —decía.

Mirábamos su claro y tierno rostro alzado haciacrucifijo, sus lágrimas silenciosísimas; no

bíamos exactamente qué pasaba, por qué vestíanegro; la mirábamos.

—Persínense. Vayan a merendar.Pitaba el tren por las lomas, raudo, triste.

uedaba la pieza a oscuras, y mi madre,rodillada, como una suave sombra en medio de laeza. No mucho tiempo después se llevaron deuí la cama grande, de latón dorado, a la recámaraen medio, y metieron otra, alta y angosta, parahermano y para mí. No sé de dónde entonces

areció el ángel de cartón. Su túnica era roja, susas, azules. Lo colgué de un clavo, le dediquéaciones exclusivas. Muchas veces me despertabatren de las once: su largo largo silbido, su furor demas. Mis ojos buscaban con ansia a mi ángel.

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egamos a tenernos mucho amor. La pared eramarilla. Luego crecieron mis hermanas y volvió lala, vinieron muebles anchos y enanos, de medioo, lámpara comprada en el Monte de Piedad ysi inservible, y tapete en el umbral. Un poco antes

esto la pieza fue decorada por mi padre. Élsmo dibujó las margaritas y recortó los moldes. Ybre un fondo afresado de Rubolín —Añádale

gua — Pinta más — Pinta mejor — Cuestaenos—  aparecían cada mañana, por todos losmbos de las paredes, diez o doce de esas cosasateadas que nadie sabía qué eran. Llegaba en lasrdes Roberto, a ver cómo iba la úlcera, la dieta,s insomnios.

—Pues aprieta, no creas —contestaba midre—; sobre todo en las noches. Pero me levantopintar y se me olvida el condenado dolor. Anoche

ancé harto, ven a ver.Entraban. Mi padre era veinte años mayor que

oberto, y éste lo respetaba casi tanto comosotros.

—¿Eh? —comenzaba mi padre—. Qué tal misargaritas.

—Cuáles margaritas. ¡Ah, tus margaritas!…—¿Eh? Yo hice los moldes.—¡Caramba!

Roberto conseguía gestos de auténticamiración. Se acercaba a contemplar desde muyrca alguna margarita. A pesar suyo se lecapaba la pregunta:

—¿Plateadas, tú?—Es que tenía yo una poquita de mistión de

átano… Y todavía me falta mucho, quiero llenar lasredes de margaritas, ¡todo!, ¿eh?

Roberto salía ceñudo, casi colérico:—Y por qué no lees, mejor… Digo, que no tevantes a pintar…, te cansas…

—¡Pero es una lástima dejar la pieza así!—Pues sí —concluía Roberto frotándose

ertemente los ojos—, realmente es una lástima.De tanto servir se acababan los moldes. Surgía

a esperanza. Pero mi padre había adquirido

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ucha destreza: le bastaban unas cuantas horasra tener dos o más moldes nuevos. Todavía hoy,n buena luz, pueden adivinarse margaritas debajosucesivas e impotentes capas de pintura. Y la

eza siguió transformándose. Tuvo mueblesllantes, cuadros y espejos, cuando fue recámarami hermana mayor y su marido. Nos la dieron un

mpo a nosotros, cuando la pequeña María

gresó del hospital lastimada por la poliomielitis.egresó María sin poder andar, irascible, y en suslces ojos, detrás de una como palidez azulada, unllo de sufrimiento. María tenía dos años de edad.

o he vuelto a ver ojos iguales: ojos iguales andos lagos, fijos y azorados, en los que caembría la luz, temblando, adolorida, no de veras,mo sueño de luz. Mi padre vendió después lasa al marido de mi hermana menor, nos repartió

dinero e hizo de esta pieza su residencianstante. Y aquí, jueves en la mañana: de unmión junto a la ventana descargan estridentesrillas y zumban docenas de motores y como

empre el cielo es pardo y la luz sofoca y llegaravesando oleadas de polvo, turbio polvo macizo yz contra la ventana e imprudentes oh imprudentesrrísonas varillas; aquí, regresemos, hay una camaora, la de toda la vida, de latón dorado, y el

ivorof, la mitad del tocador que vino de Pachuca1923, la máquina de coser, el sillón que sirvió

ra esperar a los pretendientes de mis hermanas,ropero chico: de mi padre, de mis hermanas, dehermano, mío, de mi padre otra vez, y de mi

adre, al fin, que dijo:—Si éste me lo compró tu papá, para mis

sas, para mí; no sé por qué nunca me lo dieron…

Y lo llenó inmediatamente con sus papeles, susjas, sus cartas, sus encajes y esa extraña eagotable pedacería de todas telas, sin la cual nodría vivir; aquí: la Virgen de Guadalupe, Nuestra

eñora del Refugio, una palma de Domingo deamos, San Martín de Porres, dos crucifijosandes y uno pequeño, un rosario, un cirio pascual,s ceras; aquí: torcida la nariz, achicada la cabeza,

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idas ya las piernas, parte de los brazos y unatensa porción de la columna vertebral, rígido el

entre, abierta, caída y hundida la boca y arrugadolabio inferior, humilde el bigote, encharcada y

gañosa el agua de los ojos, y cansancio inmensolos ojos: ateridos al fondo de cavernas que

vaden las sienes, o sin rumbo a la mitad de losrpados, o abierto, semiabierto uno, que parece

e no ve, que no puede ver, que contempla parajeseriores, recuerdos remotísimos, y cerrado el otro,la respiración a cada hora más afanosa, másdosa, más seca, y la camisa limpia que pidió enmañana y las manos ya ensimismadas, aquí, midre, el de aquellos hombros y risa brillante y alta,hombre de caballos y pueblos cerreros, de

adrugadas frías y crepúsculos bebidos a la orillal mundo, a solas, fuera del tiempo, al paso por las

robas de las sierras, el hombre del caballo tordillomi infancia, de hablar de aldeas y fumadas tan

gas, tan deleitosas, que viéndolas los demás senían a fumar, de dedos como cordones de hilosacero, de tan escasa esperanza en la vida, de

n llano apego a la vida: mi padre, que está aquíuriéndose desde hace cinco meses, agonizandosde hace diez y ocho días, diez y ocho noches.

pieza huele a carne y vísceras que se

rrompen, a la dulzura picosa que anuncia a lantitud de la muerte.

 Así está mi padre. Así estamos. No trabajamos,vamos y venimos, no vemos gentes, nuestros

gocios están suspendidos. Pasamos las horas ys noches disparándonos hacia la pieza porque:Ya, se muere, se muere, ya…!», y regresando aminar por el resto de la casa, a mirarnos, áridos,

n palabras, a recostarnos, a tomar café, a esperar nuevo.

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7 junio

dolor ha trabajado sobre este cuerpo hastacarle la carne, untarle a los huesos la piel y hacer los huesos algo extraordinariamente pesado. Ha

cudido el dolor a este cuerpo con doloressospechados, hechos con astillas de lámina; lo hacerado por dentro, le ha roto las venas, se las harrado, lo ha cansado hasta hacerle desear lauerte, a este cuerpo que vive aún con énfasis,yo énfasis para vivir ha sido gloria de mujeres y

rranías, aposento para el dolor, asombro deédicos, orgullo de hijos y raza; a este cuerpo quehabitación de la Gracia, del trabajo de la

edención desde hace veinticinco añosnterrumpido, cuerpo con el Cuerpo de Jesucristoe ha estado prometiendo hacerlo Suyo desde elncipio de los tiempos, cuerpo este de mi padredestruido, corrompido antes de morir, ya dignosoportar, de encerrar —digno apenas ahora

enas vivo— la infinitud de su alma, ya listo casira resucitar y ser otra vez el cuerpo perfecto que

e ya para siempre.

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7 junio

o tenemos dinero. Mi hermano anda en lo delanco. A ver qué sale de eso. Mis hermanas noeden ayudar ahora. (Hay momentos en que laspiración de mi padre es un rumor pedregoso,rtísimo.) Yo debí pagar desde el lunes las letras dete mes: a la Financiera, a la agencia de coches,abogado Fulano, a la casa Mengana, al cobrador ta. De los parientes, si alguno tiene, nadie diceda. Nada de lo que podría venderse puede

nderse. Pero en fin, éste ha sido hasta hoyestro clima, sabemos aspirarlo, y algo habremossacarle sin lamentos. No nos tocó ser los fuertes,

s hábiles; el éxito es ajeno; nos tocó la penuria, lacuridad y algunas otras formas del dolor, másimas. Y no lo digo con humildad, por desgracia.

é lo que son los hombres del dolor. Sí pido que elestro sea lúcido, alzado y coronado por losincipios que nos sabemos bien.

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7 junio

ablé del dolor con el padre Velázquez.—En la humanidad algunos deben conocer ellor —dije.

—Sí, pero no se envanezca.—No me envanezco. Advierto su presencia,

da más.Buscó qué replicar. Se veía impaciente. Dijo,

poco de mala gana:—Mire, el dolor es cosa muy compleja; mejor 

no hablar de él; no está usted ahora para hablar eso.—Compleja y simple a la vez, padre —insistí—,

rque está aquí, se siente, se ve. ¿Es malo darseenta de esto? Y no me refiero sólo al dolor físico.

—A veces conviene no darse cuenta de lo quecede.

—¿Por qué en este caso? Uno sabe de losandes dolores que otros padecen (del gran dolor 

Jesucristo, principalmente; y éste es cuentoarte); uno ha visto ya formas atroces defrimiento: la locura consciente, la ceguera, lamillación, la deshonra; vi a un hombre a caballoedio matar a latigazos a otro que corría alrededor l caballo y se encogía bajo los golpes sin un grito,

n una queja siquiera; conocí a una mujer: llagadasu silla de ruedas durante veinte años, con una

a idiota y en la más estricta miseria; heesenciado formas de la ira y del vicio quenvierten la vida en algo pestilente; una vez en unnvía, a las tres de la mañana, vi a un niño quendía periódicos, de no más de diez años: suqueño rostro era una especie de mueca deadurez tan hostil, tan repulsiva, que parecía elstro de un hombre abyecto: uno sabe bien dende vienen estos rostros de niños callejeros, la

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rura que los tuerce; sabemos cómo se padecíalos campos y hornos nazis, ¡y para qué decir 

ás!; uno acepta no estar hecho para semejantessis de dolor —ni siquiera es capaz decordarlas con frecuencia—, pero no puedenunciar a la altivez por el que le ha tocado, noede dejar de contemplarlo cuando lo siente llegar.

—No se exalte —dijo el padre Velázquez, en

no ligeramente desdeñoso. Me había escuchadon sombra de emoción, viendo cómo se expandíahumo de sus fumadas. Y añadió con voz muyusada:

—Hay quienes no saben que lo viven, el dolor e tan mayúsculo, ni meditan en él, simplementedecen, y padecen casi con alegría… Éste es el

eal.Se levantó. Me levanté atajándolo.

—De acuerdo, pero espere: no somos santos.Es malo que mi padre sepa que sufre y semente? ¿Es malo saber que ha llegado el dolor yvirlo como tal, con lágrimas, y enorgullecerse unco, secretamente, de ser su destinatario; yorgullecerse porque se sabe cuál es su fruto en elpíritu o a qué estirpe se pertenece cuando se viven el dolor?

—No, no. Mire…

—Alguna vez aprendí que resistirlo condiferencia o con exceso de vigor puede ser unarma de soberbia.

—Eso sí puede ser…—Jesucristo lo vio venir y le tuvo miedo,

cuerde. Después bebió Su Cáliz hasta la últimata, con perfecta conciencia de la naturaleza dee Cáliz y de Su propia Naturaleza; es decir, a

biendas de que sólo Él podía beberlo. Digamose Jesucristo sabe y siente Su gloria al beber eláliz.

—No no. Se equivoca.Me miró, iracundo; y se sentó.—Siéntese —dijo. Encendió violentamente otro

garro; me echó el humo a la cara; se veíancamente irritado.

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—Se equivoca —repitió—. Olvida usted lamildad suprema de Jesucristo. Claro que Él

ente Su Gloria en todo momento, está en Suaturaleza sentirla; pero dispone también de unamildad suprema. Jesucristo no se glorifica a Sísmo por beber el cáliz que la víspera lo llenaba degustia; lo bebe, y bebiéndolo Se siente, y así es,aldito, el maldito esencial, por esencia asumida

remente, virilmente por Él, para cumplir Suomesa, ¡vamos! Él asume todas las formas delal, se traga todo el mal del mundo, toda la esencial mal, se transforma en el maldito, en elsterrado por todo y por todos, en el solitario, ye en la sima del dolor, en la suma y lossgarramientos de todos los dolores. Ahoratienda; el que Lo levanta de allí y Lo glorifica es el

adre, Su Padre, después de que Jesucristo, en el

andono total, ha pagado por usted, por mí y por anto majadero haya pisado el mundo.

No levantó la voz en ningún momento, noemaneó; sólo se puso un poco pálido y temblarons quijadas. Apagó con mucha parsimonia el

garro y añadió:—Por eso le decía que no debe envanecerse.

o se ensalce usted a usted mismo. Por ejemplo:padre ha bebido y está bebiendo el cáliz que le

rresponde; pero no se siente en privilegio,mplemente se siente desdichado; es decir,mplemente sufre… ¿Sabe usted qué debe hacer?

Cuando sienta que llega el dolor —como ustedce—, piense: «A lo mejor no es, a lo mejor estoyagerando».

Estuvimos un rato largo sin hablar, sin vernos.ego recomencé:

—Bien. Entiendo. No me envanezco. Pero veated, usted ha sido testigo: dije que en lamanidad algunos deben conocer el dolor, yrece que sí nos ha tocado una pequeña porciónese conocimiento… No sé si suponer esto sea

a pretensión excesiva.—Bueno, según como tome su pequeña

rción.

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—Cómo…—Una pequeña porción no está mal (casi nadie

ede soportar más de eso) si se procurarenderla bien; o sea, si se carga de modo quelga en beneficio de alguien, y este alguien pueder el que la carga o cualquiera de sus semejantes,rcano o lejano, contemporáneo o de tiempossados o futuros. Uno solamente carga el fardo.

n uno se siembra el dolor, no más. El fruto, si unobuena tierra, los frutos, Dios los reparte como Éliere.

—Sí, pues… Sí… Una pequeña porción notá mal si se procura aprenderla bien…  ¿Sefiere usted a los Principios, que deben informar,cauzar el…?

—A los Principios de que usted mismo hablalo que me leyó, claro, y a la inocencia.

—¿A la inocencia?—Calma. Ya se me hizo tarde. Tengo que irme.

ver si hoy mismo le mando un libro; léalo luego.Se levantó. Me miró sonriendo desde su larga

tatura. Y mientras se acomodaba la capa me dijo:—La inocencia no está al alcance de su mano.

davía no. Puede ser que su padre, apenas ahora,mpiece a alcanzarla.

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7 junio

nvió el padre Velázquez el libro. Entre las páginasnía esta nota:

El regreso a la inocencia es doloroso. Seacompaña de grandes dolores. Y recuerde, porque lo hemos hablado, queel dolor del inocente es co-Redentor,

 participa en la Redención del génerohumano; tal vez por eso cuesta tanto.

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7 junio

uponíamos que ella, que como puede trajina sinrar, ciega, tambaleante, acribillada de gestecillose el dolor desata en sus ojos —ardores,

caduras, lijas en sus ojos que con las manos sere enérgicamente para trabajar aprisa o pararlo bien, de cerca— no se daba cuenta de nada,e no había caído en cuenta; y yo, no sabría decir r qué, estaba seguro de que la muerte de midre no la trasegaba, que la veía venir como un

scanso. Me llevó aparte, al zaguán; me dijo:—Una cajita modesta, no piensen en lujos, noy para eso, no tienen ustedes, una cosa sencilla,a cajita como sea.

 Ayer comenzó a llorar. Y desde ayer, de rato ento, se llega hasta la cama, se arrodilla, o se sienta

su pequeña silla de ixtle, y, su frente sobre laano de él, oscura de gangrena y tiesa esa mano,ueve la cabeza —sus greñas como nunca

vueltas—, o reza, o llora un poco.—No mucho, porque después me dolerán los

os y voy a estorbar más de lo que estoytorbando.

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7 junio

esto: mover de un lado a otro la cabeza eloribundo; sentado abrir los ojos y mover la cabezamo ante una inmensidad inconmovible dedecimientos y decir:

—Pero hombre… cuándo… cuándo…Y ver en su boca tal tristeza, tal varonil

signación, tan grande acopio de humildad. Ver e esa boca se cierra, no más, cuando todo elerpo se encoge mordido por las llagas.

Estaba yo pensando: «Es mi padre. Tiene quendecirme. Cómo. Cómo le digo. Cómo se lodo. Y estamos solos». Sentía vergüenza, o,ando menos, mucho malestar por estar en esence, por haberme tropezado con semejanteurrencia. Como enjambre de moscas zumbabanla pieza cien viejas burlas sobre hijos que pidenbendición. Me miraban los hombres de mi

mpo, las novelas malas. Me disgustó mi falta de

ncillez, mi comezón literaria. Comencé alpearme con adjetivos.

—Dame tu bendición.Me había arrodillado. Humillaba la cabeza. Me

haba un poco sobre la cama, hacia él. Pensé:Papá». Pensé: «Papacito». No me atreví. Creoe repetí en voz alta:

—Dame tu bendición. Alzó la mano. Me bendije con ella, y él dijo

audible la palabra «sí». Yo alcé la cara para verlolleno, y él asintió dos veces: «sí, sí». Me senté en

sillón. Me sentí, ¿cómo decirlo?, sin densidad, sinlumen. Algo falso acababa de suceder. Me

vadió el mal sabor de mí mismo. «Estoy jugando.Con qué derecho estoy jugando? No creo en landición, no la necesito. ¿Por qué la pedí? ¿Quéperchería me puso en movimiento? Soy un

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entecato… Cuidado, esto también me lo sé deemoria: llenarme de injurias y perdonármelo todo.o pasó nada, ¡o si pasó: hice mal, y ya!» Ahorae lo escribo siento como si hubiera cerrado unaerta en ese momento. Dejé de pensar, o quizásnsé lo siguiente: «Que pase tiempo, que quedesnudo el hecho: le pedí su bendición y me dio sundición, nada más».

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Junio 7 

a no hay fuerzas, ahora, ya no hay fuerzas ni paraplar la sugestión de una palabra, ni siquiera la demonosílabo.

Lleva veinticuatro horas justas sumido en algomo sueño y con la boca abierta y en una únicastura, que alteramos inútilmente cuando logramosivinar el sentido de los movimientos lentísimos yráticos de sus manos.

Veinticuatro horas respirando apenas (y desde

mañana los ojos de par en par), exhalando elento atroz de la agonía en el que se anuncian,piezan, se esfuman con fuerza de eco lejanísimo,bozos de palabras, de quejas, de protestas.

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Junio 7 

amó al hijo mayor y lo bendijo: el hijo mayor levaba la mano, se bendecía con ella. Y llamó a laa mayor y la bendijo, y lo mismo. Y recordó que ela anterior había bendecido a la menor. Y no memó a mí, sino que movió unos tres milímetros lass manos —digo esto porque de repente parecee sólo ellas viven, las dos solas, por sí mismas—con un esfuerzo que necesitó varios minutos deeparación —las manos moviéndose

perceptiblemente: éste era el esfuerzo—, dijo:—A todos. A todos.Después soñó: seguramente adentro de él,

nde el mundo se mueve vertiginoso yismalmente lento repasando ochenta años dead, él, gravemente, ágilmente, trazó contra sucho con el crucifijo pequeño la señal de la cruz,ro aquí afuera, después, digo, soñó, soñaron susdos, entre los que se trabó el crucifijo, que

zaban contra el pecho la señal de la cruz; porqueego de muchos temblores y anuncios deovimientos: un músculo que se contraía en elello, la boca que pugnaba por cerrarse, unnquido impaciente, los dedos que llegaron acarse, que perdieron el crucifijo: luego de estosuncios, cayeron desfallecidas las manos en labana. Seguramente adentro el mundo transcurrea velocidad de la vida: trazar una cruz contra elcho, o decir: «Cierren esa ventana, hombre, ¿quéven que se está golpeando?»; o decir: «Arriba

jos, sinvergüenzas, ya son las seis, hace mucholor», y abrir las vidrieras, una tras otra, con grantrépito, y alejarse escaleras abajo hacia la

guera, cantando con aquella voz que nunca pudoner ni una nota en su sitio; o asomarse a landísima pileta: pueblo minero, aguazul de hielo,

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s cuatro de la mañana, y gritar fuerte a mi madreormecida en el lecho —entonces sí eran felices: «Hoy sí está fría. ¿Espero a que amanezca o meeto de una buena vez…?»; o decir, rápidamente yn un ademán cortante y despectivo: «Bueno,rece que ahora sí, ya es cosa de unas cuantasras, alguna vez tenía que ser. Pónganme del ladorecho, caray, siquiera para morir a gusto»;

guramente adentro, sí, a la velocidad natural,rque aquí afuera: se mueven las pupilas, seerce la boca: acudimos, escudriñamos, tratamos

adivinar, y la intención de algo, el pensamiento,gana de algo, una posible frase que adentro ya seo, coloran instantáneamente los pómulos,mbran la mirada.

—Sí, qué quieres.Las pupilas nos buscan, se nos clavan. La boca

nstruye:—Aquí…Y el rostro todo (pero más los ojos, los ojos que

guna vez podré describir) se sumerge en unamo lejanía, en un confín por donde él anda solo.

einticuatro horas sólo de esto: estar echado e

móvil y vivo sólo por el estertor, por el pecho duropiedra que sube y baja y porque los ojos lloran ys que están más cerca de la cama deben

mpiarlos. Pero antes de estas horas, veinticuatro,inta, cincuenta días avanzando desde la cama ancos hacia estas veinticuatro horas. Dijo:

—Ya me voy.Y también dijo:—Ya vámonos.

Le suponemos literatura admirable-profética-niestra a cada una de sus frases quenseguimos entender. No nos decimos nada, peronsamos muchas tonterías a cada frase. Pero talz él, cuando dice «Ya me voy», está viviendo unaañana de tantas en que dijo «Ya me voy» y salióra el trabajo; o yendo al caballo dice a sus

migos «Ya me voy», y montando les dice «Ya

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monos» porque desde que empezaron quedaronir a acabar la borrachera en algún pueblo vecino:ile, muchachas, risa, urgencias; o le dice «Ya mey» a su madre en la puerta, y está saliendo de susa, creo que en Tacubaya, con su botella de cafésus dos piezas de pan, al gimnasio que lonvirtió en atleta hambriento, cuando tenía treintaos, es decir, hace cincuenta y dos. Después del

mnasio se iba caminando a la Compañía de Luz.í trabajaba la mañana y la tarde:—Nos tenían en jaulas, de diez en diez, y un

e vigilando. Güeros todos ellos, colorados,iosos; se paseaban como capataces, losalvados, entre las jaulas. Tantito que levantara unocabeza, ¡para restregarse los ojos, señor, parar la luz de la ventana!, y ya venía el tío aquel hechoa furia ¡a ver por qué se estaba perdiendo el

mpo!Contándolo reía con una gana que nunca

tendí. Me indignaba imaginarlo escribiente,jaulado, vigilado por extranjeros rubios; menaba estúpida su risa, desdeñaba el buen humor n que recordaba sus pobrezas. A propósito de la

ompañía de Luz y de otras épocas, acostumbrabacir:

—No, realmente ahora se vive mejor; hay

ndicatos, en fin, lo ven a uno… A ustedes ya no lescó aquella esclavitud… Ya después me fui paras pueblos, la sierra… ¡Qué diferencia!

De sus treinta años varias veces nos contó loguiente:

—Allí, en la Compañía de Luz, perdí un amigouy querido. Se murió de la manera más imbécil.

Se llamaba Blasco, el amigo. Él y otro hablaron

os momentos temprano. Después, al filo deediodía, dijeron:—Ya nos vemos. Vamos a la cantina ái

frente. Nos vamos a matar.—Bueno —les contestaron—; a ver quién mata

quién.—No, si no es pleito. Cada quien se va a

atar.

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—Ah vaya, ’ta bueno.Salieron. No regresaron a tiempo a la jaula.

rdaban. Preguntó el jefe:—¿Y Blasco y López?—Fueron a matarse a la cantina, no tardan.No regresaron Blasco ni López ese día. Serían

sados. No se presentaron a la mañana siguiente.mediodía mi padre fue a la cantina.

—Sí, aquí estuvieron —le dijo el cantinero—;duvimos preguntando quién los conocía; semaron unas copas, estaban muy bien, luego seetieron al mingitorio y ahí se mataron… Ái losvimos esperando hasta la noche.

—El otro quedó mal muchos años —nosntaba mi padre—, se le embaló una porquería de

stola escuadra que tenía. Pero el tonto de Blascose murió, tenía un revólver largo, pavonado, muy

ena pistola… Íbamos juntos al gimnasio; hacía el sto  en las argollas, era muy fuerte; pero depíritu muy chiquito, el pobre…

abajaba, pues, la mañana y la tarde. Y nadie másbajaba en su casa. Y de su sueldo, cómicamentequeño, vivían todos, que eran su madre, Roberto,

sefina, Salvador y Rómulo y Jaime. Roberto estáora sentado frente a él, y duro y equilibrado yco asido como es Roberto, quién sabe qué

ense ni qué sienta, lo mira, no más, algo triste sueligente gesto, y parece que recuerda que éstee se muere trabajaba en lo de la Luz y era tonto y

erte mientras Roberto vivía como Dios manda ytudiaba y lo desdeñaba. Gracias al que se muere,

oberto lo desdeñaba. Esto es de hermanos de

das partes. Josefina está aquí también, en otraeza; la madre murió después de agonizar diezas hace veintidós años; Jaime se mató haceinta y dos, y Salvador murió de un derramerebral, hace ocho. Salvador estaba borrachosde los quince años de edad; digo, difícilmentebo día en que no se emborrachara; era hombremucho arrojo y notable fuerza física; sabía de

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rpintería, de tapicería y era jinete cabal; conservósta su fin la extraordinaria belleza de su rostro; semillaba ante mi padre, sólo ante él, y cuando de

rde en tarde iba al templo, se sentaba en la últimanca y echaba una o dos miradas ceñudas al altar.ime era cojo de ambas piernas; hay unaografía en que el brillo de sus ojos es tan burlón,n malicioso, que pica la penumbra que le hacen

s cejas, espesísimas; era amargo, y generososta la ruina de lo suyo; era médico homeópata,cía versos, buenos versos, y era increíblemente

epto para ganar dinero y frágil y estabampapado de urgencias por el sabor de la vida.ómulo es pintor. Para hacerse pintor estudió congüelles Bringas once años, sin faltar ni un soloa, haciendo una comida al día, y caminando, paragar a la escuela y de regreso a su casa, treinta y

ntos kilómetros todos los días. Pintó docenas deadros. Logró dos óleos y varios desnudos alrbón. Uno de los óleos es Churubusco: en elardecer la fílente y la barda del convento ymazones de eucalipto. Es hermoso el cuadro:ne un aire de tristeza inocente, igual al quegiere Rómulo cuando al margen de la fiesta, en

s reuniones familiares, gesticula ensayandonsamientos, ademanes rotundos, frases rápidas,

uego, con ímpetu, ansiosamente, incrustando unaotra vez su voz en el barullo, como nunca lamarañada lengua, trata de gritar que vio a Fulano,

que el periódico dijo tal cosa, o que oyó a Caruso,e él personalmente oyó a Caruso. Los ojos bizcosRómulo; su inmensa frente, donde se retuercen

s problemas más arduos del mundo: cómo decir por ejemplo—, cómo confesar, que se le olvidó,

e no está el pan en la alacena, que se gastó elnero («¿El dinero que te di para comprarlo,nto?»), que nada, que ya no hay dinero, que qué.vo mi padre otra hermana, Ángela, que murió muyven, y otros hermanos, Fernando, Miguel, OctavioJoaquín, que se mataron por esto o por aquello. Yocuerdo que nos mandaron al corredor, a jugar concarrito y los sacos de arena.

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—Vayan —dijo mi madre un poco ahogada—,yan a jugar con el carrito.

Y saliendo ya la oí decir:—¿Qué van a hacer esas dos mujeres?…Sonaba a lamento su voz. Yo sabía, creo que

bía, que Jaime había desaparecido. «¿Qué van acer esas dos mujeres?» (oigo todavía cómo seiebra la frase) me sonó a abandono, a

solación, a vestidos de percal mal lavados, a unaasperación de lejía y alfileres, a páramo, a sol, afandad y hambre; sentí la falta de algo sombrío ylido que hubiera podido cobijarnos. Las mujeresan la madre y la hermana de Jaime. Oía desde elrredor las voces altas en la cocina. No sé conién hablaba mi madre. Me sentía con las dosujeres en despoblado. Después de mediodía llegópadre. Entonces mi padre era muy hermoso; su

ra tenía una dura serenidad, era un puro énfasislíneas y sombras. Y entré en la recámara cuandoa lágrima, una sola, se le desprendía del ojorecho y se le deslizaba velozmente junto a la nariz

él la limpiaba. Entendí que ya sabía y que eso erar su hermano. Y todo era brillante: el hombremo de hierro, el espejo, la siesta en la ventana, la

grima y el movimiento furtivo y rápido que lajugó.

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Viernes 8 de junio de 1962 

s tres de la tarde: como exangüe fuelle suspiración y como estallido el sol que desparramada imbécil y la campana de la basura.

Oh ese hombre popular, de caries descaradas,estómago triturador de alimentos feroces, de

es duros de mugre, de oficio basurero, que repicarepica con su abominable campana estridente aeno sol.

Oh este sol; el colmeneo de la casa; la vida de

s niños.Los mayores están comiendo: risas, voces,charas, sillas que se remueven bruscamente.

Un bote de lámina golpea la calle.Una moscarda raspa el cielorraso.—¡A la una, a las dooos…!—¡No no! Mejor: en sus marcas, ¡listos…!Y arrancan en el patio el cochecillo y el

locípedo y la gritería que acompaña, renovándose

n brío que crece de minuto a minuto a minuto, sinrmino, las carreras de los niños.

Me dice mi padre:—Ya me voy.Pero mejor debo decir que, a través del aire

turado de ges y erres que sale de su boca, soplaa sílaba mucho después de otra hasta que yoivino:

—Ya me voy. Ahora sí sé lo que quiere decir eso, porque

oche estuve velándolo hasta las cuatro de laañana, y una vez dijo: «Ya me voy» —esto fuemo a las dos— y hacia las tres dijo: «Me voy aorir». Para decir esto empleó casi seis minutos.o miento. Hay que estar con el enfermo y verloscar la luz del buró, moviendo milímetro alímetro las pupilas, y la cabeza después, y clavar 

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terror de su mirada en la lámpara, y cerrar muyco a poco los labios, y juntarlos, y despegarlos.

ay que oír entonces, o casi recordar que se hado, una palabra. El enfermo queda agotado, seerme unos segundos. Pero reúne fuerzas, y juntaco a poco, muy poco a poco, los labios otra vez:tras el primer sonido de la segunda palabra.

asta que llegó mi hermano a encargarse de él, la

che fue espantosa. Yo atendía a la agonía y a losmonios aposentados arriba de la cama, muyrca del techo. La neurosis desataba susntasías, y yo tenía que atenderlas, quetenderlas, mientras ayudaba a mi padre aderezarse, a volverse del lado derecho, del lado

quierdo, hacia arriba. Dormía un minuto, no más,minuto, y despertaba braceando, repeliendo quéyo qué imágenes horribles, con los ojos

ormemente abiertos, el espanto desencajándolosta casi desarticularle las quijadas. Crujían deedo sus quijadas. Gritó una vez:

—¡No no!Otra vez, gritó:—¡Quién está ahí!Otra vez, me dijo, exasperado:—Ándale. Ándale.Y yo, hasta formar un estribillo que me raspaba

s nervios:—Ya, ya. No pasa nada. Aquí estoy yo. No

sa nada. No tengas miedo. Ya, ya. No pasa nada.quí estoy yo. No pasa nada. No tengas miedo. Ya,. No pasa nada. Aquí…

Pero sí pasaba, y cómo. Pasaba su tránsitocreíblemente lento, duro, terco, angustiosísimo,cia la muerte. A las tres y minutos me le acerqué

más que pude y recité el avemaría; creo que susbios iban formando la oración, como su madre,ya boca, tan abierta y afanosa como ahora la dehace veinte años hilaba sin tregua avemarías.

mbién le dije que Jesús está con él; y noaccionaba con torrentes de lágrimas ni conbitos descansos milagrosos, como cuentan dentos moribundos las beatas; cerraba los ojos

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intiendo, y sufría. Y es que la bienaventuranza senquista aquí abajo, desde aquí abajo, a fuerza deo mismo; y él la está conquistando, hora tras hora,sta acumular millares de segundos de asfixia, densancio, de angustia, de desesperanza, deedo, de tristeza, de dolores físicos, de horrores

suales, de exasperaciones como púas por cerse entender. Jesucristo no tiene por qué

esentarse a calmar al moribundo, por el conjuroun hijo falaz. Él pagó ya por el moribundo. Laenaventuranza para el moribundo está asegurada;ro éste debe trabajar, alcanzarla, remontar laria cuesta del dolor. Sólo así me explico estaonía que no acaba. Este irse acabando entredruscos, podredumbre, cuchillos, pesadillas,drida tierra, bruscas cumbres enanas anavajadase rasgan los pies, las piernas, el sexo, el hígado,

lmones acartonados, inmóviles, secos, inútiles, yngrena por todas partes y los parientesolerables, los hijos torpes, lejanísimos, impávidos,túpidos, sin dolor, y una luz rojiza, amarilla,tridente, una negrura, un vómito inagotable,rribles ganas de orinar, de defecar, y la burla de

s que llegan y paciencia y la turbiedad paralizanteun despertar a medias, de un dormir a medias,un execrable umbral, palabras, visiones, voces,

dos truncos, todo trunco, un mundo trunco que noaba, que no acabará nunca, que nunca acabará,yo horror nunca acabará y la certeza peor: «Yae voy», y paciencia, paciencia, paciencia,ciencia, paciencia.

Éste es dolor en serio, dolor sin poeta ni poesíapalabras ni viento de otoño en las sienes. Esto esfrimiento del cuerpo, sufrimiento verdadero,

partido minuciosamente hasta ocupar cada célulal cuerpo, hasta saturar de agujas cada rincón delpíritu, sufrimiento trampolín y paciencia para saltar sta la vida eterna.

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8 de junio

or abril o marzo todavía, una mañana cedía lafermedad. Entonces iba al templo; se hacíareglar los cabellos, se afeitaba; entraba en lacina a la hora de la cena, nos oía hablar.

Desde que nosotros tomamos la palabra, hacempo, él la abandonó. No participaba de las

scusiones. Contaba, si mucho, alguna anécdota,nía un ejemplo manual, y nos escuchaba con ele del que contempla, descansando, los colosales

piezos de las hormigas.Pero por marzo y abril, reducido a la agriamildad de las dolencias, el cuerpo hecho una

aga de desajustes, nos oía distante, a vecesncoroso, a veces con una especie de oscurosprecio. A veces, la mejoría era tan leve que sóloraba sin término su plato y mascullaba, casi torvo,audible. Así estuvo en Navidad; nadie supo en quéomento se levantó de la mesa; su lugar se vio de

onto vacío, la fiesta y las canciones siguieron sin

te caer y alzarse, caer y alzarse, venía desdeero. Y queriéndonos engañar, él y nosotros, nosgañábamos. El mal caminaba. Pero siquiera no

tenía tirado, ahogándose. Lo dejaban los

somnios, leía, tenía mal humor y hambre. Luegono aquel mascar y devolver desde las fauces losmentos. Tragaba, y la garganta, autónoma, serraba expulsando la comida. Eso fue de veras elmienzo. Ya cada día era menos él mismo, peroando eso empezó él empezó a ser el de este

ernes; ya lo dije: un puro espacio doloroso, y loe mucho antes de este viernes. Todavía en mayo

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e contradijo violentamente; volvió a su voz. Nocuerdo de qué hablábamos, se metió iracundo enconversación y me dijo:

—Sí, Ricardo, pero ¿no crees que si los demásensan lo contrario es muy probable que tenganzón?, ¿que la razón sea de ellos y no tuya?

—No creo.—Como quieras. Pero los demás son todos.

Subrayó mucho su frase, se levantó y salió. Elno había sido despectivo, y decirme Ricardo —eo que nunca antes me llamó por mi nombre—cerraba no sé qué distanciamiento, que me

movilizaba frente a él y me dejaba expuesto a ser ñalado por él, y una urgente e impotente gana derandearme para hacerme entrar en razón. Suzón ha sido siempre la humildad, ocupar luntariamente el último puesto; y siempre se ha

mentado de mi actitud, contraria. (Aunque esamildad no ha sido seráfica jamás, sinosdeñosa, y el último puesto ha sido buscado, máse nada, para dejar la rebatiña a los mercaderes.to, tal vez, lo define mejor que el dibujo de líneas

ansas o lacrimosas.)

s mejorías eran más y más vagas, y las dolenciasás y más precisas. Durante la segunda quincenamayo ya se aferraba a cualquier indicio de alivio.s púas se le multiplicaban, se desparramabanscándolo con cruel minucia, aparecían ysaparecían a diario y aun varias veces en el cursola tarde. Cuando se le iba un dolor, un temblor,

a obsesión, cuando la boca al fin se le llenaba deliva, sonreía casi, hojeaba el libro, preguntaba por 

guno de los niños. Esto es decir: cruzaba un río ado, se lanzaba a una aventura estupenda; porquesi sonreír, decir: «No he visto a Mónica», hojear elro, era la vida, toda la que él podía absorber. Yovisto la mueca de la desesperanza: es blanda y

mo soplo de ceniza, abate las facciones, lasotiza. Cuando en la noche volvían los síntomasrdidos en la tarde, veíamos esa mueca. Una vez,

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r ejemplo, pudo respirar. Entre un momento y otrorró la boca y se puso a respirar con las narices.

e sentó. Bebió un vaso de leche, comió un pedazojalea. Bien. El aire se hizo ligero en las piezas decasa. Al filo de las nueve de la noche me pidióe apagara las luces altas. Quedó sola la lámpara.

—Así está mejor.Dijo y abrió de golpe la boca y de golpe el aire

bó de nuevo en su garganta. Quiso sentarse y nodo. Lo ayudé. Quiso beber agua y el agua resbalór el mentón. Vi la mueca aquella en su rostro: losrpados descendieron casi hasta cerrarse, la bocaplegó un segundo y cayó, la cabeza hizo un

ovimiento de derecha a izquierda y se abatió, algomo blanda resequedad se untó a la cara, losrpados se alzaron y los ojos vieron la lámpara ya como si vieran el vacío, como si los hipnotizara

n blandura una horrorosa y blanca infinitud. No sésentí o supe lo que sé ahora: que es la mueca cone se recibe el abandono paulatino de la vida, la

ueca con que se acepta cada día menos vida.Pero el lenguaje es tonto, lento, necesita de las

labras, una a una, para decir lo que quiero, parabujar lo que vi de sopetón y que duró lo que duróestupor, súbito e instantáneo.

Y fue que súbitamente mi padre supo que

gresaban los síntomas, que regresaba laciente, inmune, aterciopelada, cruel y dulce ycia e inasible descomposición de su organismo;po que se despeñaba otra vez su laringe, suófago, sus mandíbulas; que una estupidez celular le endurecía detrás de la piel, rechazaba el aguaazúcar; esta insignificante congregación de

idos y mucosas, omnímoda, despedazaba los

edicamentos, se echaba a roncar cuando másgencia había de que trabajara; inmisericordia des bronquios, del estómago; la desesperanza eraber que la vida cerraba varias puertas de una vez,e la enfermedad era vigilia cierta; desesperanzarecobrar la salud, quedarse viendo una infinidad

apelable antes de entrar en esta certeza: la únicaalidad es el dolor, y después del dolor, Dios mío,

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después del dolor?… La mueca contrajo alsmo tiempo ojos y boca, movió la cabeza,rrumbó la carne, la agrisó, abrió los ojos, los llenósoledad. Pero cómo digo, cómo. Un niño que se

coge bajo la amenaza del golpe; un esclavo frentela libertad que fulguró un momento durante lampraventa y se cerró luego, inaccesible; elclavo tras del amo que lo compra, adelante del

mo que lo ha vendido; un hombre que sabe quentro de él avanza, carcomiéndolo, petrificándolo,cáncer y el cáncer es él mismo y cada hora deance es una hora podrida en su contra. ¿Un niño?l vez no. Tal vez no. Tal vez confundo el gesto con

ro que vi. Un hombre muy anciano, un hombre debiduría, que recibe en plena cara un bofetón, oejor, que lo ve venir, y tan cierto está de que habrá

estrellársele, que por un momento deja de ser él

smo, para encogerse, idiotizarse, porque él eramortal y el golpe que le viene es de muerte.

Y no lo consigo. No logro describir lo que estoyendo. Faltan las arrugas tenuísimas alrededor des comisuras, y cada arruga era inteligente,eveía, lloraba; falta el puñado de polvo sobre lasjas, la lámpara como una llaga más, el cuerpo ys calambres delicadísimos, el desierto. Quiéndiera llevar a todo el mundo a ver lo que vi.

Es mi torpeza; pero tampoco el idioma sirve.

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La lámpara

e encienden las arañas de un salón de baile: bien,gente se exalta como si bebiera la luz igual queno, se contempla. Se encienden los faroles: lavia esplende, en los vahos de luz aparecencoiris diminutos, brillan la calzada y los follajes. Seciende la lámpara del escritorio: las páginas

ancas, como pequeños páramos deliciosos, laseras de letras de tinta fresca atropellándose: bien.e abre el alud del órgano y el lucerío del altar: para

tropel de oraciones, para los ornamentos, para elcioso ballet de los oficiantes. Se enciende lampara sobre la amada en desorden, como nuncalla. Se enciende la lámpara que rompe lasadilla: los demonios huyen a rincones que la

mpara tapia para siempre. Cintila la luz en el jacalá lejos. Tiembla de luces el valle, la ciudadndida en el valle, bandadas de lucerías, millares

diamantes, reguero incomparable de luz. Pero

ta lucecilla, este resplandor de mendigo que todoja en sombras. En el mundo tan ancho sólo hayta luz. Esta luz se enciende al anochecer, trabajanoche entera, se apaga entrada la mañana; lleva

ncuenta noches de hacer lo mismo, es una llagaás; su miserable lustre punza el mismo espacio,n los mismos centelleos, desde el centro de lassmas penumbras, alumbrando los mismosuebles, frascos, mejunjes, las mismas cobijas, elstro y las manos que han venido ahuesándose,

marillándose. Esta lámpara: su luz horrible,ralítica, tiene algo de sillón despanzurrado, deuja hipodérmica, de bacín reluciente, espuma dena, gotas de cera sobre el buró, termómetro ygrear de gangrena en los ijares; tiene algo de

erno, el latir inmóvil de una herida; su ceguera esperversa indiferencia. Se enciende al anochecer:

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umbra toda la noche a la muerte que trabaja, quese ve, a la muerte canalla, raposa,

madriguerada. Se apaga, oh alivio, cuando entramañana.

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Uno de los umbrales

evaban varios días metidos con el carburador. Eraflotador, era la esprea, era el tanque de gasolina,a la gasolina, era una basura, era etcétera. Elrburador se había convertido en un misterio.

esde el taller hablé por teléfono.El mediodía —¿por qué así este junio?— era

beríos de blancura lechosa, un azul dorado, comoar, y vientos ligeros, calientes.

—Dónde estás, apúrate.

—En el taller. Qué pasa. Cuando salí estabaen.—Ven, aprisa, pronto. Vente ya.No sé cómo sucedió: el carburador quedó listo

mediatamente, mi pie contra el acelerador secrustaba en el piso del coche, no había tránsito nices rojas, no vi calles ni esquinas, no recuerdo lachada de la casa ni los escalones.

Estaba entre las mujeres, sentado a los pies de

cama. Parecía hecho de lodo. Se adivinaba fofo,roso, como sin alma. En realidad nunca la tuvoás consigo, y estaba tieso; pero eso no se veía.s ojos eran animales, redondos, errabanloquecidos; también eran como burbujas derro. Ofelia sostenía su espalda. Las demás lodeaban, le habían puesto un escapulario, miadre alzaba el cirio encendido, rezaban.

¡Esa flama de cirio que debe arder en elomento terrible! La luz entraba a torrentes por lantana, por el corredor, por los cristales. La flamaa nocturna en pleno día, minúscula ydopoderosa, de muerte en ese espléndido día.

Me abatí ridículamente, lo lastimé, mecorporé, oí que me decía de lejos:

—No te espantes.Olía la voz a sótano, a moho, helada y húmeda.

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Diálogo

pregunté:—¿Sufres?Me movió a preguntar tamaña estupidez ese

por de ausencia en que parece flotar, pero más,a curiosidad literaria y vengativa. Me arrepientohaberlo hecho: ya me arrepentía cuando insistí:

—¿Sufres?Esperaba no sé qué respuestas

pectaculares. Quería oír secretos, saber qué pasa

r la memoria y la imaginación de los agonizantes,e urgía recibir confidencias misteriosas, descubrir ncamente los veneros de la tristeza, la tristeza depadre. Un escritorzuelo dentro de mí no me ha

vidado ni un instante este tiempo. Me sentí ladrón.e comía el remordimiento anticipado y lapaciencia: tal vez no me había oído, alguiendría entrar, no debía escapárseme laortunidad, seguramente detrás de mi actitud

bía buenos propósitos, no todo tenía que ser falazmí, pero aunque así fuera, sus respuestas serían

les, yo las escribiría, y ¿quién se atrevería aegurar que más tarde, al recordar, al escribir, milor no sería verdadero? La pregunta era tonta, meergonzaba, lo lastimaba, pero había que hacerlara vez. E insistí aún, ¿gozando?, odiándome:

—¿Sufres?Él me veía con inmensos ojos anegados,

gañosos, y dijo:—Sí.Sentí cierto desencanto. Yo quería frases. No

e refería al sufrimiento del cuerpo.—¿Por qué sufres?Tuve que esperar mucho más por la respuesta:—Por todo. Por todo.

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Pregunta

sicamente se sufre, es obvio. Pero el espíritu,eflexiona?, ¿repasa los caminos inmateriales delor, felicidad, amor, muerte, esperanza ysesperanza, pecados y virtudes, salvación yndenación, mundo, amor y odio, tiempo, espacios

mados, soñados, aborrecidos, personas amadas:canto de la vida, tristeza por dejarla? El que vivión tan fuerte sabor a melancolía, a tedio por lasznas del mundo, a iracundia, ¿sufre ahora porque

sanda los caminos?, ¿pide una tregua, un pocotiempo más aquí, una oportunidad ahora,ecisamente ahora, para beber a cántaros labrosa vida?, ¿pide la oportunidad para dar davía unos pequeños y deliciosos sorbos más deás y más tristeza?

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Viernes 8 de junio de 1962 

stoy escribiendo a los pies de la cama y veo sustro a poco más de un metro de distancia. Sustro se va poniendo de tierra. Sus manos estántrañamente vivas, coloreadas, calientes. Unandija turbia que ve, que no ve no sé a dónde, sons ojos, sus amados, tristísimos ojos. Su boca estáierta y torcida y cada respiración es como un

mento y su respiración es una sucesión dementos incesante. Su camisa limpia se ha

sgado en los hombros. Bajo la sábana su vientre,s caderas, sus muslos, sus piernas y sus piesupan apenas espacio. Su cuerpo no es ya de unala palabra; para señalarlo hay que enumerar susrtes: cada una ha cobrado importancia y

rocidad exclusivas; es cada uno de sus huesos yque queda de cada uno de sus músculos; esda uno de sus dedos y el temblorcillo repentinocada uno de sus dedos, la quietud horrorosa de

s pómulos, la de su nuca, los pliegues de lamohada, el sudor espesado en la almohada y elenco que su cabeza ha cavado en la almohada;este olor pardo y quieto y la mezcla de olores

lzones de la pieza, el olor agrio de sus cabellos,olor que viene de la cocina, grasoso, el quespide el miedo y un negro olor insoportable quer momentos aparece. Su cuerpo y él. Respondeando oye una voz cercana: la turbia rendija sere unos milímetros. Aire de caldera es la casa.do él es entonces la turbia rendija, dos líneasnagosas, nada más. Su tórax está duro,

maderado, empedrado.Mi hermano le acaricia los cabellos, le

medece con un algodón los labios, se levanta, vaver de cerca el retrato de hace treinta y siete años,gresa a la cama, limpia la moribunda boca con el

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ñuelo, enciende un cigarro, se queda sin fumarlo,tontecido.

La gente cuchichea por las piezas, por larraza que antes era corredor. Hay quien reza,ien ríe, quien come. El zaguán se abre y se cierra

n reposo. Parientes van y vienen: entran, lo ven,len, hacen bulla, se despiden.

madre, sin sus costumbres, parece sin brújula,n sitio propio, inepta y un poco avergonzada. Ses prohibimos. No halla qué hacer. El miércoles leo a mi padre:

—Sí te vas, sí, te vas con Él.Y señaló el crucifijo. Luego nos dijo:—Debe saberlo, debe darse cuenta, no veo por 

é hay que decirle que está bueno y sano cuandoestá muriendo.—Pero mira, mamá… Aquí empezaron las prohibiciones. Después la

contramos, con su hermana y otras gentes de surra, rezando en voz alta alrededor de la cama, yspués a punto de comenzar la Letanía de los

antos, propia para agonizantes.—Nada de rezos en voz alta, mamá; y menos

esta pieza; y no le digas nada, déjalo, yamulgó, ya le pusieron los Santos Óleos ¿quéás?, déjalo, entre menos sepa qué sucede, mejor.

Se buscó las manos, agachó la cabeza.—Bueno —dijo.Pero se asfixia, no sabe qué hacer con las

numerables y lentísimas horas del día y de lache. Me pidió permiso para rezar un rosario enz «no muy baja baja, nada más para que Lita

eda responder» porque:—Está bien, ustedes dicen que no debe ser,

e es malo decirle las cosas o rezar en voz alta,eno, que sea como ustedes dicen, pero a ver, yo

ngo mis costumbres, de allá, de Metztitlán,quiera un rosario, junto a la máquina de coser ra que no nos oiga…

 Anda de acá para allá, un rato en el comedor,

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rato con los niños, luego en las escaleras, luegosu silla de ixtle, sumida en ardorosa sequedad.

us labios, en silencio, son un movimiento-erpetuo de avemarías. Su presencia no se siente,

ocupa lugar. Los que llegan no la ven, no leblan. Si propone algo, a nadie se le ocurre

enderla.Recorro la casa a oscuras. La descubro en un

cón, arrodillada.—Qué haces.—Rezo.—¿Quieres algo, quieres que hagamos algo?—No.—Cómo están tus ojos.—No sé.—Ya se fueron todos, ven a la pieza.—Sí, luego voy, ya mero acabo.

Se asoma a los frascos, al oxígeno, al aguaucarada: halla qué hacer: allá va, rodeandouebles, a diluir más azúcar, y viene, derramando elua, llega:

—A ver, mira, tal vez quiera más agua,ércale el vaso.

 Abre su ropero y pasa muchos minutosscando entre los trapos, desdoblando papeles,endo medicinas viejas. Las muecas para tratar de

r lo que tienta le deforman la cara.Se echó, al fin, sobre las cobijas.—Dime —dijo.Se acercó más, no lo veía, se acercó más aún.—Dime… quién soy, mi vida, dime, abre tus

os, dime quién soy.Él la vio. Dijo en el acto:—Mi mujer.

s fábricas roncan. Los silbidos de los vendedoresentrecruzan en las calles. Una canción desde

gún patio vecino. El rumor de una larga fumadanto a mí. Pasos que entran sobre puntas de pies,

cajón que se abre, un susurro:—Es hora de la inyección.

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Otro susurro:—¿La inyección? Para qué la inyección, por 

os, ya no lo torturen.El primer susurro:—Pues sí, tienes razón. ¿Dónde quedó la

ringa grande?El ruidillo de la sierra contra la ampolleta, el del

pón del frasco del alcohol. La sábana. Un gemido

si imperceptible. El zaguán. Campanadas de nodónde ni por qué a esta hora, brevísimas,cudas, como aguacerillo de campanadas. Y el trenr las Lomas de Becerra, no como los de miancia; éste es Diesel, barítono, y se corta enco. Casi no hay estrellas porque al día espléndidoseguido una noche muy clara y muy invadida de

s luces de la ciudad. Parece que morirá hoy en lache. Eso han dicho Roberto y Josefina, porque el

razón brinca como al asalto de bronca sangrevidadiza y porque el aire le entra y le sale a cadanuto más esforzado y sonoro. Hay una fotografíala que él está parado, abierto de piernas, sobrebrocal de un pozo; se tironea el barboquejo ynríe; bajo el ala del sombrero de charro, en cuyosornos metálicos pega el sol, la sombra de sus

os es como un antifaz; detrás de él hay nubesancas y un cielo hondo, de tierra fría.

emos estado varias veces frente a este dilema:e le aplica la inyección para reanimarlo?, ¿lojamos morir sin tósigos médicos?, ¿qué debecerse?, ¿no estamos ya hartos de verloonizar?, ¿no queremos ya que se muera parae las cosas, todas las cosas, tomen su rumbo

evo?, ¿no estaremos arrogándonos derechosrribles?, ¿de quién es la vida?, si podemos hacer e sufra menos ¿no deberíamos aplicar cuantotes la inyección?, pero ¿y si la inyección lovive?, ¿y si continuamos con la lata de su vidaada en esta cama?, ¿y el suero?, ¿y lasnsfusiones, es decir, otras, otras nuevasnsfusiones?, todo puede ser, hay hombres que…

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—Míralo cómo está. Ya dijo el médico que none remedio, que ya nada es posible, ni siquieranveniente intentarlo…

—Claro. Déjenlo morir en paz, hombre, no seancios.

—Si siguen ustedes con inyecciones y sueros yngres le seguirán alargando la vida ¡y eso esota!

—Bueno…, entonces qué hacemos…—Yo no cargo con eso. Quién sabe qué vengaspués ni qué diga o haga Dios con mi decisión,mo me la vaya a cobrar.

—No te va a cobrar nada. Dios no es cobrador.areces criatura.

—Ojalá que esto fuera discusión, no más; peroes discusión, y sí parezco criatura.

—Por lo pronto ya se va ésa por el suero,

ganle que no vaya, que ya no lo compre.—¡Pero, caramba, el suero le quita la angustia,

dijo el médico de ayer!—Ya no es tiempo de angustias, ¡míralo!Y lo miramos. Y sí, está más enfermo aún que

s días y noches anteriores. Y descansamos, nosviamos de escrúpulos. Juro que pensamos:

«Bueno, parece que morirá en la noche, dicene es seguro y parece que sí. ¿De qué serviría el

ero?».Y también nos aliviamos porque a toda carrera,

rdos a razonamientos, hemos decidido poner layección y mandar por el suero y la hemos puesto ysuero está trabajando.

esear la muerte y no desearla, temerla y no

merla, verla venir, con miedo, y verla, consencanto, con íntimo, inconfesable, aguijoneante,creto sentimiento de fraude, de frustración,ejarse.

 Así estamos. Y anoche viéndolo sufrir deseé sinalicia su muerte, para su descanso, para suatitud. Estoy seguro de que a los demás les haurrido lo mismo, a los demás de la casa, y de que

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dos, cuando nos asomamos a la desmesuradasteza de sus ojos, a esta tristeza que no habíamossto nunca en ninguna parte, nos sentimos vulgares,seros. También estoy seguro de que el momentola muerte nos va a aplastar.

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8 de junio

noche es cálida. En la tarde, hacia las seis, elelo era color de rosa, muy alto y tierno. El cieloora es azul pálido, lo envuelve una gasa

anquecina. Veo cientos de noches en que he sidoiz. Noches de oscuridad brillante.

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8 de junio

s doce de la noche. Vengo de pedir, por teléfono,gentemente, oxígeno. El tanque de oxígeno vendráun momento a otro. La respiración de mi padre

ora empieza a llenar la casa; los ojos empiezan ar como de agua gruesa y a moverse.

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8 de junio. La 1 a.m. (realmente es ya 9 de junio)

gua de charco los ojos, agua brillante, y laspilas, móviles, y de tan abrumadas, apacibles. Yane el oxígeno. Las puntas de los dedos se le

mpiezan a helar, moradas. Sus pulmones gañenn tremenda fuerza. Al rudo resoplar se une ahorasilbido asordinado. Mi madre reza sin tregua: las

comendaciones de última hora, que en Metztitlándicen casi a gritos, le salen de la boca como

nterrumpido soplo, una vez sobre otra, sobre otra,bre otra, sobre otra; se alza, se aproxima, secorva y le pide:

—Mírame, mírame, ¿por qué no me miras?Él ya la está mirando. Pero ella no ve, y

nemos que decirle:—Ya abrió los ojos.—Ah —dice, y se sienta a rezar.

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Las 3 de la mañana del 9 de junio

Duerme, duérmete, papá.Le digo. Mueve los labios. Creo que dice:—No.Pregunto:—¿No quieres dormir?Pienso:«No quiere dormir porque teme no ver llegar la

uerte».Y él dice en voz alta, remedo de grito

rprendente:—¡Noooo…!

stá calmado. Checo lo limpió, lo acomodó, le pusobanas limpias, le dio agua de azúcar. Y el oxígenoce su labor. Pero tenía razón Roberto: lasiedad no cesa ni la terrible respiración, como si

lo para eso estuviera viviendo, para respirar. Suspiración es ahora un soplo quejumbroso queja, que baja continuamente sin la más instantáneaerrupción siquiera, un soplo que es como la gotaagua, o ritornelo apagado, o ahogo atronador, o

petición invencible de una intrincada maquinaria,golpear de un martillo movido por imperecederaano mecánica, eternizada, desde el arranque delotor que ya nunca cesará, en un solo momento,

cio meneo que se estrella y retrocede, se alza laano que alza el martillo, baja la mano, estrella elartillo, se alza la mano que alza el martillo, baja, yzándose y estrellándose el martillo golpea y baja,sciende, baja siempre, pues, oh palabras

eptas, un único sube y baja que lo abraza ymprende todo, que no sube, que no sube, y setrella en el metal y retrocede y vuelve a estrellarse

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retrocede y vuelve a estrellarse y retrocede yelve a estrellarse hog hog hog hog hog hog hogg… Cada hog separado del que le sigue por pacio y tiempo iguales. Ésta es su respiración.

Esperar la muerte respirando. Respirar paraperar a la muerte. Mover sólo el pecho, de cuantoun hombre sólo el pecho, nada más el pecho

cia arriba y hacia abajo sin cesar para que quede

ieto cuando llegue la muerte. Mover nodadamente el pecho, moverlo agoniosamente,sesperadamente, para que no llegue la muerte.

Ladra un perro, gorgorea el oxígeno en elsco del agua y hog hog hog hog.

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Viernes 15 de junio de 1962 

tamos otra vez en la realidad; es decir, noecisamente eso, sino en la vida de todos los días,n los afanes —más redondeados, más urgentesrque han madurado suspendidos una semanaás— de siempre: haremos esto y lo otro,cribiremos tales cosas, veremos esas y aquellas

udades. Estamos otra vez en la vaguedad.Vida de inexorable curso es nuestra vida, de

grato curso inexorable. Digamos que es vida

cia, alucinada en su cauce de hierro; que seguiráéndolo mientras la Gracia no venga a descoyuntar ta armazón falsa que somos ahora.

Ya hicimos cuanto hacíamos antes del viernessado. Parece que nada sucedió el 9 de junio.

uestra capacidad para olvidar el dolor sólo esmparable a nuestra quebrazón cuando se dejanir sobre nosotros. No aprendemos nada deda. Dios mío, no aprendo nada de nada. He

gresado a la pobre realidad ardida, empedernidamugre y agrura, a la miopía. ¿Por qué salí de la

nsa noche del viernes pasado, de la hermosísimaabrumadora madrugada del sábado 9 de junio, des horas santificadas de ese amanecer que fuemo el filo de una espada —por donde caminé,minamos?

He de volver, a como dé lugar he de volver aa noche.

Mi padre murió a las cinco de la mañana delbado 9 de junio. Horas después, en su caja gris,a como un hombre antiguo, como un hombrerpetuado en una imaginación fecunda ynerosa, como algún alto relieve testimonio de laandeza y la hermosura de ciudades y razassaparecidas, de maneras de ser y de vivir de

ros tiempos, remotos y mejores que los de hoy.

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uando lo vio don Ángel, el que hace mil añosbiera sido artesano al abrigo del señor, o el

onje más hirsuto del convento, o el juglar vejecido, memorioso, don Ángel, cuando lo vion Ángel, dijo:

—Se va nuestro amigo y gran señor. Dios vayan él.

Luego, al otro día, el domingo a las doce,

spués de haber recibido el cuerpo bendición encapilla del cementerio, cuando pusieron la cajabre las tiras de lona que bajan hasta el fondo delpulcro, destaparon la caja y vi su rostro por últimaz: el más digno rostro que ha labrado el mundo.

La cera más fina, más grave, más llena degnidad; la más hermosa, sedeña, undosa cera, lara testimonio de la anuencia de Dios Altísimo,e ochenta y dos años antes había hecho a mi

dre, servía para modelar el último rostro de midre, rostro de mi padre testimonio de la anuenciaDios el Altísimo, de Jesucristo el Hijo de Dios,

ermano de mi padre testimonio de que Arriba secía que sí, que estaba bien, que el cuerpo de midre debía ser testimonio del amor de Dios por elerpo, por la carne de los hombres: carne, rostro,sto: la dignidad de los hombres más honda, másrena, más cuidadosamente, más hermosamente

cha para ejemplo de lo que deben ser losmbres en la tierra, de la belleza que puede bañar,egar al rostro de un hombre en la tierra. Oh lante, los hundidos párpados, la ancha líneambría de las cejas. Al sol del domingo, sólo unomento, y cerraron la caja, y no volveré a ver a midre mientras viva, mientras o viva.

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Viernes 15 de junio

esta hora —son alrededor de las ocho de lache— ¿qué pasaba?, ¿qué sucedía a esta hora?Mi padre está con vida aún, vuelto hacia la

ntana, hacia el poniente, como desde haceince horas, y respira. Un fuelle rasposo trabaja, un

elle viejo, fuelle de ruinas, fuelle de sufrimientos,elle de miedo, fuelle de esperanza ysesperanza, fuelle jadeante, que jadeará dentromí, fuelle doloroso, fuelle garfio aferrado a la

da, fuelle de vida casi indomable, fuelle de muerte,elle preámbulo de eternidad, que dejará de ser,e es purificación, fuelle de esta noche, que vienesde la mañana, desde la noche anterior, desdeer en la mañana, carretera que asciende, fuellee no es agonía, que va limpiando de escombroscamino que sube sin fin, santificado afán de

poso, fuelle exhausto de sus pulmones, mizobra.

Y aún no me imagino cómo cesará. No tengoea de cómo dejará de sonar este aire que entra

mi padre derribando ramazones, cerros de sillas,arañas de vida que se rinde, rumor arenoso queno sé aún que anuncia la agonía.

Los ojos se van hundiendo. Quiero decir ques párpados van cobrando énfasis, como si sencharan ligeramente poco a poco, como si secieran notar o empezaran a existir por sí mismos

cuencas que desde hace rato se ahondan.

o escrito ocurrió entre las ocho de la noche y laa de la mañana. A esta hora ya estaba acostadocia el buró, el reloj, la pared del oriente; hacia mí,e escribía. Se veía tranquilo, deslizándose por 

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a pendiente que no anunciaba dolores.Estuvimos hablando. Estaba mi madre,

tábamos los cuatro hermanos, estaban losposos de mis hermanas. Luego todos se fueron armir, menos mi hermana mayor y yo. Mi madreería seguir despierta, no se lo permitimos, leometí llamarla a tiempo. La casa está en paz.

—Vamos a tomar una taza de café y hablamos

umamos.Digo a mi hermana. Tengo ánimo de fiesta; ellambién.

En la cocina vamos repasando nuestras vidas ys de otros, entre risas apagadas y una esperanzacreta: que la muerte venga calmosa, sin ruido,ave. Digo:

—Si dos o tres veces he pensado, aquí,ndonos, que cuando lleguemos a la recámara,

ando entremos ahora en la recámara…—Sí, que…Le tiembla la voz; palidece.—… que ya esté muerto… Así sería mejor ¿no

ees?… Para mí…, no sé…, sería mejor.—Vamos a verlo —dice levantándose.Eran cinco para las tres. Todo parecía lo

smo.—Vete a acostar —dije—, si hay algo te hablo.

Me quedé con mi padre y escribí eso de lass de la mañana, él dijo eso que puse y creo quearicié su cabeza, y durante no sé cuántos minutosmiré, me recosté en el sillón, me le acerqué, loré, dormité, desperté, lo miré: su cara siempreual, su boca siempre abierta, su cansanciogundo a segundo —ahora, apenas ahora me doyenta— más inmenso. Y de pronto: los ojos, algo

cambiado, qué pasa aquí, miseria de lámpara,go no es igual que hace unos instantes, el aire, lamósfera que rodea su cabeza, pues, no sé, digo,toy seguro, no, pero estoy seguro, nada es losmo, ¡si hubiera alguien aquí!, sí: los ojos estánás hondos, ¿azulados?, no puede ser, sí,rgados de un azul oscuro, es decir, una pinturaul tiernísima y densa, lagos, la orilla de los iris es

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initamente triste y dulce, los párpados hanquirido mucha presencia, se ven gruesos, enos palpita un no sé qué, como plañido, laspiración es rápida: entra y sale de puntillas atraña velocidad, así suena: silbos tasajeados,gentes, brevísimos, brevísimas navajas. Me mirans ojos y no me miran, parecen más en el mundon mirar lo que es el mundo, se abrillantan. No sé

é está sucediendo delante de mí, a diezntímetros de mí. Creo que acabo de decir algo,eo que no dije nada. Creo que me levanto.

—¿Cómo está?Pregunta desde la terraza mi hermana.—Pues, no sé, ven a ver, tú ve.Ya viene. Despierta su marido. He salido de la

cámara y estoy aquí, en la terraza. Checo se habíahado en un diván y creo que le estoy diciendo

mo está mi padre. Se despabila aprisa. Ya estántado en el sillón, Checo, está sentado, estámando el pulso a mi padre, lo está viendo conucha atención.

—Sí —dice, creo que dice—, despiértalos, tupá está muy mal.

Veo las toscas y hábiles manos de Checoscando con grave alarma el pulso a lo largo de

s brazos de mi padre.

—Muy mal…, pronto, despiértalos.—¿Tú crees?Digo, me oigo decir, estoy en el fondo de una

z horrible, estridencia de arañazos.—¿Tú crees?Estoy luchando con inmundicias, cáscaras

dridas, montones de moluscos apestosos,sceras palpitantes, aludes de basuras dentro de

, entrañas inmundas que se agitan sordamente,e se mueven con vigilante pereza delante de misos, tengo las orejas súbitamente pletóricas deasfemias. Maldita venganza. Estoy luchandontra la asquerosa y formidable tersura de laurosis, con el momento esperado con tantocreto temor, ingenuo temor que no adivinó ni deos el tamaño de los momentos que se venían.

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eo que voy violentamente a despertar a mirmano, que ya le hablé a mi madre, que mirmana ya está con la otra hermana, hablan, voces

ahogada exasperación, regreso a la pieza,sde el umbral descubro algo temible, nuevo, noqué ando haciendo por el buró, junto al tanque deigeno, me vuelvo a ver el rostro que momentostes suponía moribundo: ahí está eso, ya lo vi

sde la puerta:—Mira su rostro, Checo. ¿No estániéndose…, no está adquiriendo un color 

rroso? Míralo.—Sí, pues sí, claro.Y ahora ¿qué hago a los pies de la cama? Aquí

tán mis hermanos, atontados de sueño,spuestos afanosamente para la vigilia brutal quen ni remotamente imaginamos cómo va a ser.

os mío, no imaginamos todavía lo que va aceder, ni cómo, ni cómo nos espera, nonocemos a la muerte, no sabemos cómo va agar la muerte hasta mi padre —que no debe, que

puede morir—. ¿Estoy despertando a miadre?, sí, estoy despertándola, no logra sacudirse,e impaciento, le grito, me vuelvo a ver a mi padre,quí está!, aquí está esto, esto es lo que yo nonocía, aquí está, momento que repasé después

mo el momento más terriblemente hermoso queya visto, tal vez que veré, aquí está: el rostro de midre ya no veía, ya no ve hacia el ángulo del techola pared, o más abajo, hacia la puerta, o másajo, hacia quien ocupa el sillón, ha caído de perfil,mo si estuviera resbalando por las almohadas, ya luz, ¿qué luz era ésa?, se le ha apagado por ntro, se le apagó una lámpara bajo la piel, se ha

agado una lámpara que infundía la hermosa vida,e brillaba en la vida, la coloreaba, encendía larmosa vida, su hermosa vida de moribundo;mo era vida esa vida de moribundo que haceos instantes tenía y ya no tiene, ahora sí, ya nondrá más; se ha apagado la vida, esto no es lada, y yo no sé, no sé, cómo es posible que nopa, que esto es aún la vida: su rostro, de perfil, ya

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n ver, color de aceituna, o de aceite verdoso,aco, opaco, gris, ninguno, ningún color, ningúnllo, ninguna luz, desánimo, desánimo, desánimo.

n su piel, en los huesos de su cara, en sus sienes,sus cabellos, se apagó la lámpara.

—Mamá, por Dios, apúrate.«Qué es esto, qué es eso, qué es esa falta de

z.»

Mi madre está luchando con sus medias, conchal, con su camisón que se enreda y se enredasu ceguera y una congoja dura como pared que serecarga en los dedos y en la boca. Yo estoy, andor el suelo, encuentro los zapatos, le ayudo anérselos.

—Despierten a Guillermo.—Apúrate.—Sí sí, yo qué quisiera. Los zapatos…

—Ya están los zapatos, anda.—¿Ya? El chal, mi chal, el vestido, el vestido en

silla…—Toma el vestido.—Es que no se ve…Ya está mi madre sentada, al fin, en el sillón,

nte a él, y empujamos el sillón hasta pegarlo a lama; y una cosa más, constantemente una cosaás: esto no es respiración, estamos ante la

onía; enciende los focos, tú, el que sea, quécuridad, los focos de arriba, caramba; esto es laonía, la veo, nada era la agonía, la agonía esta; boquea mi padre, como animal herido deuerte, como hermosísimo animal al que la muerte

pronto empieza a transformar; ahora sí no es elmbre que era hasta este momento, sino unerpo que se rinde a los golpazos de la muerte:

quea, un hipo silencioso le abre la boca, seoya, se recarga, empuja, se encaja en las junturaslas quijadas, empuja y separa las quijadas, abreboca, coge fuerzas, se encaja y empuja; su

beza cuelga casi de las almohadas, boquea, suca se abre, ya no abre él la boca, su boca sere, su cabeza se abate y rebota en un piso dee sólido una y otra y otra vez, boqueando, esta

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erza que yo no conocía abate la cabeza de midre, alza y abate la cabeza de mi padre, aceite

olivo, verdes ramas de perdición que seotaron un atardecer, veo las ramas del pirulgiendo, las sucias nubes, oh vida, él cruzabamo una dura sombra y entonces él era el mal, quérioso verdor, bello atardecer, qué verdor sterioso en el silencio iluminado donde cae el

queo: clac, clac, clac, clac, recámara llena dente, absortas gentes, cae un clac, como gota, yro clac, y otro clac, verdor, tristísima piel; tristísimaca por donde boquea la vida, tristísimo abatir quea y otra vez como espasmo cada vez más débilueve la cabeza de mi padre, padre, padrestísimo bajo la lámpara que siguió solitaria sussomnios de seis meses, de miles y miles degundos de seis meses, tristísima, solemne,

rmosa, cuán hermosa agonía que previamente,ra mejor presencia del dolor, apagó la lámparala vida bajo el rostro de mi padre. Me asomo a

s ojos, tristísimos ojos, ya no son tristísimos, ya non ojos, ésta es la agonía, son ojos de agonía, son

drios fijos, gruesos, verdes, vidrios fijos, verdes,os vidrios, no ven, no ven, son vidrios yertos, digoe es la muerte y no sé cómo son los ojos de lauerte. Estamos sollozando. Alguien mueve el

erpo en agonía, lo acomoda sobre lasmohadas. Mi madre: su esfuerzo por saber, por ivinar qué pasa y qué cara tienen las cosas quetán pasando es tan intenso, que vuelve suavess movimientos, plácido su afán, blanda sungoja, y hay una especie de paciente abandonosu mano, que busca por la revuelta sábana la

ano de mi padre. Estoy hipnotizado por el rostro

ora blanco como tierra blanca, la tremendaesencia de los pómulos, los maxilares; los huesosarecen bruscamente ocupando todo el espaciol mundo. Comienzo a rezar el avemaría. La bocami padre comienza a exhalar, entre interminables

pacios yertos y hacia la inmovilidad de piedrae aún no presiento, sus últimos alientos. Yatamos llorando, ya gritamos, ya rezamos a gritos,

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nos sacudimos, ya hemos caído sobre susanos. Mi hermana menor y mi hermano lontemplan sin moverse, la otra va a desmayarse;madre trata de ver, trata de no llorar, de darnos

erza, reza, reza, rezamos. Esto duró cincuenta ynco minutos; tres mil trescientos segundos, losás intensos, los más desventurados, inacababless mil trescientos segundos que he vivido.

—Ya —dicen—. Ya. No. No.Roberto está a los pies de la cama; tambiénsefina; alguien fue por ellos. Mi hermano ya estáhado en la cama, sus dedos buscando vida en elello de mi padre. Aprieto su mano, la mano deldre que supe hasta hoy inmortal, que no puedeorir, al que yo bendigo con toda mi alma, al que miña ataca con toda su alma, lucho de verassesperadamente para que algo enfermo, inicuo

ntro de mí, no maldiga a mi padre, al que deonto un niño desorbitado perdona con toda suma, al que yo no ceso de bendecir, rezo con unínco que me rompe el cerebro, siento que se mempe el cerebro, rezo sin dejar una fracción degundo vacía, repito hasta resecar mis dientessús mío Jesús mío Jesús mío Jesús mío y Sanancisco Iddio mío y los poemas de un amigo yan Francisco extraño santo y el padrenuestro y

emarías, gritos alrededor, veo la boca de midre abierta, huellas blancas de los últimosedicamentos en su lengua, y late una vez más, seueve casi imperceptiblemente una vez más ymos de esperar un minuto o dos o dos años parae vuelva a latir porque todavía no muere mi padre,

davía no, y yo me despedazo porque no quieroanchar con mi mágica fantasía todopoderosa, que

ce cuerpo lo que urde, el momento en que elngel vigilante, pendiente de ese momento, recojaalma desprendiéndose del cuerpo, el alma

sprendiéndose de este cuerpo de hombre quemó la vida como nadie, que no quiere morir;arrado a un sueño de sonido, a la humilde gotaun sonido, que aún produce su carne, no quiere

orir. Late una vez más. Dios mío, paralízame,

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piame, maldíceme, oscuréceme, redúceme ada, que no tenga yo que ver con el momento ene su cuerpo, su alma y Tú se junten, momento que

Tu negocio, Tu negocio exclusivo, Tu sologocio y el único negocio de mi padre. Que lloren

s que saben hacerlo, que recen y que lo miren ye esperen Dios mío Tu mandato los que son

gnos de esperarlo. ¿Alguna vez, oh alguna vez

dré reproducir este momento sin mi cáncer?ntiendo, ahora que me ahogo de Jesús mío Jesúso Jesús mío…, que yo quise su cuerpo y su manola que pongo el crucifijo, la cierro con mi mano, el

ucifijo dentro de su mano, entiendo cuánta míserana y asco de mí siento por no poder llorar almbre que fue todo amor para mí, toda naturalidadhombre que nació para las cosas más graves devida: la pobreza y el dolor. Bendito sea y yo

ede lejos del momento al que no debo tener ceso.

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Viernes 15 de junio

urió. Yo estaba lejos. Algún día podré ver elomento de su muerte y llorar y vivir la alegría der morir santísimo a mi padre, como murióalmente.

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Domingo 8 de julio

an pasado los viernes y no he tenido el coraje dentarme a escribir. Amanece los viernes y mego: «Éste es el día», y en el paso de las horas mealta una desazón, una angustia, de pronto. Al

mpezar la noche hago cuanto puedo por noordarme de él. De las once en adelante busconde poner los ojos, veo venir la madrugada, meeparo para que las cinco de la mañana me hallenulto, perfectamente dormido.

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Domingo 8 de julio

an al cementerio. No quise acompañarlos, iguale los tres domingos anteriores. Han de ser lasce de la mañana. Su tumba, que no conozco,tará seguramente con algunas flores, reciéngada su oscura tierra, apacible, apacible elanso viento de esta mañana. Su tumba bajo lavizna, bajo esta llovizna luz, nubes, como su frente,alma de los últimos años, alma nublada de una

steza firme que nunca pudimos entender.

¿Cómo es posible que mi padre, Ricardoaribay, inmortal, que tuvo los ojos que tuvo, eleciso bigote, los cortos cabellos levantados sobrefrente, el que ya no vivía la vida que vivía con tanto

mor, el que remó y remó en el dolor inmóvil de suma —su rostro, su rostro tan amado hecho deeas que eran como las aristas del dolor—, cómoposible, digo, si tanto vive en mí, si tanto me

fuerzo porque no viva tan nítidamente en mí, que

té muerto, que ya no esté, que sólo esté, bajo elsierto de nubes de esta mañana, su tumba, su

mba? Cómo, padre —¿verdad que hace sonreír?, es posible que estemos tú y yo hablando de tumba. ¿Verdad que alguna vez que nunca serátará tu tumba en algún lado de algún cementerioe qué importa dónde vaya a estar si nunca enalidad estará en ninguna parte? Tú, padre. Tú,dre mío, mira qué hijo acongojado, qué torpe hijoongojado, hijo ciego.

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Julio 21

arece ser que la tristeza ha venidoomodándose, haciéndose aquí una casa a laedida. Parece ser que ha venido escombrandote cuerpo y este espíritu hasta dejarlos desnudos

lo que no sea ella, para ocuparlos conegación.

La tristeza, sí. Porque la Gracia, que tambiénega este cuerpo y este espíritu, está quieta,perando la hora de intervenir, de hacer ascender 

te cuerpo y este espíritu. La Gracia reposaentras la tristeza trabaja. Hasta que aparezca laacia en su tarea, la tristeza gobernará el ilimitadopacio donde yerran las miradas de mi padre, el

mitado espacio de su memoria, de sutendimiento y de su voluntad: espacio ilimitadora la tristeza. Cuanto recuerda mi padre es tristesurge recordado tristemente. Cuanto entiende esste, si no fuera triste no lo entendería. Cuanto

iere es triste, o tanta tristeza tiene que devastar ra desear la alegría, que la alegría es deseadan esforzadísima tristeza. ¿Cuánto ve mi padre?

Qué velo de tristeza inmensa o qué agua tristeega lo que ve?

Debe cumplirse la ley natural: es tristeandonar la vida, don de Dios. Cumplida, la leytural dejará paso a la que es divina, en dondetúa el Misteriosísimo, el Amorosísimo, Dios, ale mi padre, con toda su vida y la suma de suslores está orientando, al que nosotros, conestras oraciones y la suma de nuestros dolorestamos orientando. ¿Nosotros? Ellos, los quezan de veras; porque mis oraciones, ay, no sonaciones. Sé que tiempo después de esto podrézar y llorar, entender la muerte de mi padre, suslores santificantes, la acción de sus dolores en el

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undo, en mí, el oreo que serán sus dolores para laquía del mundo —ardiente—; tiempo después,o, porque ahora esto hinchado de frases.

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21 de julio

o una palabra que no pudimos entender yspués dijo:—… los niños.Esto fue lo último que dijo.Fue un esfuerzo tan vivo el que hizo para decir:

… los niños», que estando desde hace díascapacitado para moverse, se incorporó casi conolencia, su rostro se deformó y sus labiossayaron hacer sonidos como si trituraran piedras;

ego le salió una especie de ronquido o de airefocado de des y efes, y luego: «… los niños», demodo, con una urgencia tan ansiosa, que me

aginé un vientecito exasperándose contrasadas y negras ramazones.

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 Agosto 16, 1962, viernes

omo el alto relieve de un guerrero antiguo,emplar guerrero, ejemplar belleza bravía, bravíarenidad; como el alto relieve testigo de tiemposque los hombres sabían de grandezas; como el

o relieve que encierra y revela la hermosura dempos que se vienen sobre nosotros oscuros yberanos —de tan antiguos—; como el alto relievela piedra siglos y siglos sepultada, que cuando

cibe la luz la recibe después de muchos siglos de

mbra y paz y mudez, de gloria y hermosura sólor los que lo vieron conocidas, sólo de Dios, que lozo, sabidas, y que al recibir la luz sobrecoge a lose tienen la dicha de contemplarlo, la obligadación, el imperioso impulso de amar al hombreya nobleza delata la piedra, piedra santificada por alto relieve santificado por el dolor, la valentía, larena contemplación de la vida que tuvo aquelmbre (hablo, no sé qué hablo, no veo lo que estoy

endo), la contemplación de los siglos pasados enmbra; la invisible espada que se adivina en subusta y excelente mano; el horizonte invisible emitado que sus ojos ven, ojos serenos de eternoo relieve al fin descubierto; boca en que la suavedulce piedra se adelgaza, se pliega sin mueca, serva sin ansiedad, se afila de sabiduría y deudencia, piedra que hacia la boca se rasgaenas: impalpable sonrisa que más pertenece a

s hundidas mejillas que a la boca; nariz que en laedra a la luz aspira un aire eterno, nariz tranquila,e eterno que tranquilamente se deslizaernamente hacia esta nariz, piedra oreadaempre, piedra que brilla al sol del largo filo de lariz; alto relieve que en la piedra se desmenuzan mucha delicadeza para formar el bigote que

mboza el labio superior, gris, piedra gris rasgada

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r escultora mano, rasgada apenas, apenastriada para formar las líneas del cansado bigotecuyas líneas se ha acumulado el polvo de mil

os; alto relieve en la columna al cabosenterrada, insigne, insigne en la sumisión cone se dejó labrar los dos ojos, las gruesas cejas,

s ojos que contemplan desde la dócil piedra elfuerzo del mundo, el de su mundo, el de la vida

l hombre copiado en el alto relieve, hombre hoypiedra; ojos de descanso, de pena por esefuerzo, ojos que vieron el esfuerzo de su mundo yran y se cierran y atisban por una rendija anegadalíquida piedra anegada—, desde un llantompasivo, los trabajos del mundo, y sonríen,nríen de hombría que sabe que se ha de rescatar da hombría; ojos coágulo turbio, tristísimo,nriente, compasivo, siempre sereno ya: ojos

nde la piedra se anima y nos contempla; piedrae descansa, que se remansa en la frente sinmbra; rostro perfecto, dibujado desde el fondo de

s tiempos hacia el fin de los tiempos, rostro hechomano con paciencia de innumerables

numerables días, innumerables generaciones,stro hecho de un solo golpe por un artistapremo y remotísimo que ahora se descubre,stro que infunde sentido a la piedra que los más

bios examinan, rostro bordeado por un lienzo deuerte, piedra que bordea la elegancia de lauelle, piedra: borde, orilla, sudario, turbante,sco, viento: piedra lienzo que ondula por los

edaños del rostro: invisible guerrero de una edadempresas anchurosas, invisible guerrero o santo

visible e inagotable yendo y viniendo por elundo, adivinado guerrero, cierto en esta sugestión

guerra, de santidad, de caminería, de desiertos,celdas, de veloces naves por las jorobas delar, sudario o yelmo para cubrir esta frente sobre lae soplaron vientos de los mejores días del mundo;sábana cubre la frente hasta la mitad, las orejas y

s cabellos: es el rostro, no más, el alto relieve derostro inmortal, labrado a través de muchos

mbres que vinieron viviendo unos después de

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ros, preparando sin saberlo este rostro, rostro sinateria, al fin, piedra sin piedra, acumulación destros, de hombres, de padres e hijos y padres eos desde quién sabe cuándo, suma humana,uerte sin muerte, escultura en la que tiembla unagrima, cara que vio una vez un segundo lamensidad de su Hermano, su Padre, su Amigo, sucultor, El que lo matizó con atención y esmero y

ciente y moroso amor después de morir: despuésmorir el Escultor: entonces acabó de matizarlo, yspués de morir el rostro: también entonces elcultor acabó de matizarlo, de matizar el altoieve descubierto ahora, la piedra animada por lantificación, por todo lo que no es de piedra, por la

sión que de la inmensidad del Escultor tuvo estestro, ahora, al fin, terminado como obra maestra.

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Septiembre 5 de 1962 

ue una cripta pequeña, con lugar para otro féretro«El mío —dice mi madre—, el mío, por eso mesta la idea; pero a ver, tanto dinero…»— cuestais mil pesos; que ahora esto es imposible: reunir is mil pesos; que podría venderse La Tijera,rrenillo en Metztitlán, de mi madre y sus hermanos,epartir las ganancias, cinco mil pesos a cada uno,

aro, vendiendo también la casa en la que pasaronos su infancia; que no, que mejor arreglar la

mba para que mi madre quepa allí —ésta es suica perspectiva gozosa—, y poner una lápida asígruesa, un poco menos, y una cruz.

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Septiembre 5 

e acompaña a todas partes, pero, sobre todo, enpecado; entonces aparece con mucha nitidez,elvo a ver como si por primera vez la viera aquellaupción de huesos de cal: quijadas, órbitas,mulos, arcos y aristas brotan con fuerza terrible,n la que brotaron un poco antes de que su boca,la, comenzara a latir; también aparece su rostro all, descendiendo a su tumba, rostro de cera,riedad de seriedad, seriedad de infinitud, de

bajo cumplido con infinita seriedad, rostrovertencia, liberación frente al mal, afilamientoencial del espíritu hacia la eternidad luego deber cumplido el cuerpo su trabajo tremendo. Yo

el pecado, hacia el deleite, y el rostroscendiendo a su tumba; yo chapoteando y elstro al sol del domingo cuando abrieron unomento la caja: esos ojos en los que lloraba unagrima fija, esas ligerísimas líneas de sonrisa abajo

los pómulos, ese perfecto hueso de la nariz, esaca un poco escondida bajo el pardo bigote, boca

me, curvada apenas, apenas dibujada curva entrenriente y triste; yo en la circunstancia placentera,ohibida, y el rostro en la perennidad que sensigue a lo largo del dolor, el rostro en la seriedadobiante de lo eterno, del otro lado del aire,

moroso y severísimo, compasivo e implacable.Rostro de mi padre, grabado en pétrea cera

agistral, trazo instantáneo del sol, cara de lassas más hondas, de los conocimientosenciales, de las tareas más arduas: las que senden, se hunden en el silencio del infinito hacia larificación, las que preparan y modelan este rostro

severa belleza serena, siempre ascendente,abado en mis ojos, en mis caídas diarias.

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Septiembre 5 

nda para acá y para allá por la casa, que se sabememoria, presintiendo obstáculos, con lasanos a medio alzar, con intermitentes y constantesstecillos de temor, de impaciencia, designación, de abatimiento. Dentro de ella elposo, el amigo, el amante, el moribundo, eluerto, el para siempre vivo, el angustiosamentensitando en ella, transita, ordena, ama, cabalga,baña al amanecer en honda poza, sube y baja

rros, llena la casa con el estruendo de susrrotes, martillos y garlopas, suda de muerte,oniza, muere y vuelve a morir y ella le dice:

—¿Quién soy yo? A ver, dime, anda, abre tusos, ¿quién soy yo?

—Y abrió los ojos —nos dice, se dice, se repitesta el cansancio— y dijo: mi mujer. A ver, ¿por é dijo mi mujer ?, ¿por qué no dijo mi nombre u

ra cosa sino mi mujer ?

Y muere, él, el esposo, el amigo, el amante, yja del cerro, se aleja galopando, se queda sin

mpleo, nada en un río, ríe, y muere, y empieza aonizar.

—Por qué me dormí, por qué; ustedes mecieron acostarme, yo debí estar pendiente, perdíucho de sus últimos momentos; por qué mermí…

Y muere, el esposo amado, muere, compra unncho, estrella un vaso contra el suelo, pierde laslsas del dinero y se emborracha y llega gritando:

—¡Babo, ven acá, que te cuente, perdí elnero, las bolsas del dinero!…

 Acomoda los aeroplanos rojos y los sables, lasuñecas y la colación entre los pequeños zapatos,ce:

—Perdóname todo lo que te hice…

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 Ama, se encrespa, vocifera, dibuja los planossu casa, la casa donde cuarenta años después

tá agonizando, y muere… Aquí hay un escalón,uí está la puerta, ésta es la llave del agua, frente aventana chilla el sol: ella se cubre la cara con lasanos, no soporta el sol de frente, se aparta,pieza con una silla y emprende el regreso a sucámara y él va muriendo, agonizando, diciendo mi 

ujer,  riendo de cosas de iglesia cuando senocieron, llorando por su madre recién muerta,ciendo mi mujer, viéndose un rayo de luz caliente

la piel ya sin brillo, dormitando, mi mujer,uriendo… Llega ella a su recámara, todo elyecto hasta aquí erizado de gestecillos depaciencia, pena, exasperación, resignación,emarías y manos prestas a mitigar los golpes, ysienta en su silla de ixtle, de la que se levanta

rque él está muriendo mientras ella está sentada,vuelve a emprender el viaje a la cocina, hasta lave del agua: su rostro orlado de greñas blancas,s ojos ciegos y su clara y tierna frente pugnandor comprender la misericordia de la prueba, elntido real, profundo, de su desamparo.

—Si ya me falta poco, sí, si me falta poco, estolo único que me consuela: ya me falta poco; peroeno, esto poco que me falta… que pudiera

rvirles de algo a ustedes, y a sus hijos… pero siveo, si cada día veo menos, a ver, si ésta es la

luntad de Dios… Yo rezo, claro, ¿qué otra cosabía de hacer?, yo le pido a tu papá: «Mira a tuo, ahora que estás allá con Él, pídele por tu hijo,r tus hijos»…, y también le pido por mí, tambiénr mí le pido, claro, pero si Dios quiere que así seato, pues que así sea…

Se queda pensando un rato y añade:—Pero no puedo, no puedo evitar la tristeza, noimaginas, no ver nada, cada día menos, ahora,r ejemplo, con este ojo, que antes era el bueno,o una mancha guinda, como tornasolada y

marilla y negra y me lastima, me desespera, y conotro ojo te veo como una sombra que estuvieraos… Cuando empieza a anochecer, ay Dios, es

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a angustia, siento que no puede ser, que no, quepuede ser, si aquí está, si aquí estaba, si ésta escasa, cómo, cómo es posible que ya no esté…

… siquiera pudiera yo hacer algo, pero me daedo tirar las cosas, los trastos, o quemarme conlumbre, no la veo, y tengo que estar inmóvil, … endía veo la luz y más o menos me oriento, pero yaocheciendo y con estos foquitos que a cada rato

funden sólo veo sombra, todo se llena de sombratengo que estar inmóvil, ¿qué hago?, y es unaledad, un vacío, una angustia tal que siento quey a echar a correr o que me voy a azotar contra

s paredes, rezo un rosario, y rezo otro rosario, y sí,guna calma me llega, pero no dura gran cosa,pero de un momento a otro oír sus pasos, su voz,esa hora siempre le daba hambre, ya a esa horadaba hambre, y venía yo a preparar… lo que

biera, el café, la leche, a veces había un pedazocarne o algo de mediodía…

Piensa, piensa, se pasa sus manos —grandes,sposas, suavísimas— por la frente, luego las ponebre la mesa, las deja, las abandona; pero noucho tiempo: manos nunca estáticas, siempreareadas antaño y hoy siempre metidas en unaación, en un temor, en una desesperanza, en suque no tiembla nunca, y en su condición humana,

e tiembla, que flaquea, que considera lo que nodolor cosa ajena o inalcanzable; manos que

bre la mesa buscan moronas, atropellan lafetera, no encuentran la charola del pan; manose se rinden y no se rinden, porque cuando al finrecen quietas, cuando al fin caen en el regazo, seueven casi imperceptiblemente, como si quisieranir lo que les falta, todo lo que les falta.

Y eso es de día, de noche, de hora en hora, denuto a minuto. A veces, de propósito, no le pregunto cómo ha

tado, cómo se ha sentido. Hablamos de esto y loro, me cuenta de mis hermanos, de los hijos des hermanos, del templo, de su vida, su padre, surmano Domingo y lo que ella hacía en Semana

anta en Metztitlán, cómo desde meses antes ella y

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hermana Lita diseñaban, cortaban y cosíanstidos para las señoras de allí —siendo ellas dosrsonas principales—, cómo el miércoles santo ennoche dejaban de trabajar y se preparaban para

s días de duelo, y el sábado se abría la gloria ymían nieve, ellas eran de las más principales y losuchachos de buena condición se disputaban elrecho de convidarles la nieve, la nieve era llevada

sde Pachuca, de noche, y los burrosvariablemente morían llegando, de pulmonía.—¿Te imaginas a los pobres burros, por la

erra toda la noche, con aquellos enormes trozoshielo?

Su padre sembraba las más grandesrciones de tierra de allá, compraba y vendía vinosropeos, aceite y cosas, tenía caballos, iba hastampico y regresaba, meses, no había caminos

tonces; hacía versos. Ella era rubia, de ojosules, se soñaba estudiando.

—Pero en el pueblo ¿qué se podía estudiar?poco que aprendí en Pachuca, cuando estuve

n Mingo, ya ves, lo aprendí bien, y cuánto mevió en el tiempo que estuvimos tan pobres, que túviste, que recuerdas perfectamente.

Sonríe y dice:—Tenía yo una chivita, una chivita tenía yo,

anca, y me seguía a todas partes… qué añosce…

Doy un sorbo de café, enciendo un cigarro. Susdos se mueven apenas, como si no dependieran

ella, como si una ansiedad a todas horassomne los empujara sin concierto; parece quelpan la textura del aire. Entonces le pregunto,mo de paso:

—Y cómo has estado…No me contesta inmediatamente; sus ojosrecen mirar las manos sobre la mesa; suspira,ro no como uno imagina que suspira una mujer 

ribulada, sino toscamente, torpemente, con todopobre cuerpo, y, más que nada, con sus

rpados enormes, que le tapan por completo losos; así suspira, y dice en voz baja:

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—Pues… tu papá… que no dejo de verlo ni ungundo, ni un segundo…, y ustedes, a los que yapuedo ver. Ayer acomodé los libros en el cuarto que me ha

estado mi hermano. Vino. Se sentó en mi sillón decribir. Le pasaba los libros para que los limpiaran un trapo. Frotaba los libros llenándolos delvo; luego los buscaba ella misma en las cajas y

s agrupaba por tamaños sobre sus rodillas. Susanos se movían con lenta ligereza que ellaaginaba eficaz. Su mayor gusto fue levantarsera darme un montón de revistas que pesabanucho y que yo acomodaba en la parte más alta des libreros.

—Ahora ya descansa —repetía—, ahora yascansa.

Me sentaba a fumar un cigarro. Reanudábamos

tarea. Llegó mi hermano y comimos juntos.omió mejor que cualquier día desde que murió midre. Volvimos a trabajar. Yo la veía. Ella estaba

sto abajo del tragaluz, apacible porque limpiabas libros de su hijo: el admirable, el de alma tanande, el genio, el sabio, etcétera, la víctima de unundo díscolo y chato que acabará rindiéndosele;aro, ella no verá ya esto, pero hasta ahora, duranteinta y nueve años, le ha bastado saber que así

rá, le bastaba ayer, y era claridad de la penumbrafrente, sus párpados cerrados, sus manos,

ansísima claridad.

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Septiembre 22 

as de escritura y un poco de mundo. Un poco deundo caótico por dentro, podrido por dentro; ytentóreo, angustiado, lacrimoso, sonriente, furiososolitario por fuera. Mundo, sí, zarandeo, calles,sas, voces, conflictos. Y el rostro amado se hasleído en mi memoria. Mi memoria ha perdido su

sistencia. Y no, no, basta. Voy a su encuentro,iero verlo más claramente que nunca, porque es,

enso, siento, creo, mi conciencia, un atisbo

nstante hacia mi despertar.

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Octubre/noviembre. Notas

abía allá un tapanco —me cuenta mi madre—, unpanco alto que no se usaba para nada. Teníabejos, trebejos si tenía; y como para subir lacalera estaba muy empinada, a nadie se leurría asomarse. Ese tapanco lo había mandadonstruir mi papá… no me acuerdo ahora para qué,día de éstos me he de acordar… y no era una

hardilla, era un cuarto en toda forma, como allá loe sobraba era madera… ¡Cómo me encantaba

cerrarme allí a comer naranjas! Las llevaba en unquito de lona…, a veces, no todos los días…Desde el día siguiente al nueve de junio le dio

r hacer recuerdos. Se le oyen como afanosoirse a cuanto niegue la orfandad actual. El ahora

existe, es pesadilla, insomnio que distorsionamo locura la vida, duermevela sin amanecer. Y sielante del insomnio sólo hay ventanas oscuras, lache sin esperanza de claridad, y si las siluetas del

svarío amenazan eternizarse, detrás, en el tiemposado, está la vida. En cualquier tiempo pasadollaba el sol, las cosas tenían sus nombres y sus

gares, uno podía orientarse. Cualquier tiemposado, por magia de las palabras, es presente

ra vez, y decir: «Había allá un tapanco, yo mebía a comer naranjas…» es estar de nuevo en elpanco aquel, en meses de calor, es estar oyendoplácido rumor de Metztitlán: animales de labranza,mpana de bronce y oro, álamos, cigarras sinsar hasta que se apaga el sol, pájaros, saludos

dios, tipludos, llorones, de paso frente a la puertae da al camino; es oír las voces de su madre ys hermanos, que la buscan; es morder, sorber lasliciosas naranjas amarillas aquí y ahora mientraspolvo juega en los haces de luz que por las

nturas de los tablones se incrustan en la penumbra

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l tapanco.—Cuando llegaban las crecientes Metztitlán se

naba de gentes de todas partes… Los pobresdios, imagínate, sus casitas de lodo, de paja, yuella corriente endemoniada que arrastraba elente de Venados, tú verás, ni el puente de fierrosistía, qué habían de aguantar; con los primerosuaceros llegaban corriendo al pueblo, a ver a mi

pá, que era el único que se apuraba por ellos, ya un trabajazo a todas horas: que atenderlos, quementarlos, que medio curarlos, lo poco quedíamos curarlos…

—Tuve un novio, y lo quise mucho, mucho loise… diez años lo esperé, no uno ni dos, diezos… pasaba un año y me decía, me decía a mísma ¿entiendes?: no, puede volver, mi obligaciónesperar, qué tal si vuelve… y lo esperaba otro

o… así diez años lo esperé. No volvió. Más tardenocí a tu papá, mucho después, no creas que

ego luego, y ya no hubo más para mí en el mundo,quería yo que hubiera más… Cuando tuvimos quepararnos porque él no tenía trabajo, se quedó en

achuca. Ay Dios, qué largos días entonces. Luegomos a Zimapán, allí estaba la poza de agualada, que se bañaba todavía oscuro, niperanzas de que saliera el sol y él ya se estaba

ñando. Yo era feliz porque teníamos una casa; élgaba los sábados; después de comer íbamos ar «el sabino». Cuando vivimos en Tacubaya, con

familia, recién llegados, no recuerdo qué selebraba, sería algún aniversario, todo Méxicotaba de fiesta, él y yo salimos a caminar unaslles, caminamos unas calles y regresamos: yo nodía más, estar con él era lo que yo pedía…

espués, verlos a ustedes era mi mayor placer…En cualquier tiempo pasado es feliz. Aunando aparentemente haya ahí penurias,fermedades o desacuerdos, es feliz, porque non más que la piel de los días; el tiempo de veras,almendra de aquellos días era pura felicidad. Eso

ce. Y es incesante su repaso. Hablando losmás sobre cualquier asunto, ella sale de pronto

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n que:—Esa vez fuimos a la ópera. A él no le gustaba

ópera, qué le iba a gustar; pero yo desdemprano me apuré para estar lista a tiempo…

—¿Qué? Cuál ópera, mamá, cuándo, quésa…

—Una vez, que les quiero contar; espérense …De la ópera regresa a Metztitlán, de Metztitlán

a Tulancingo, de Tulancingo a Veracruz, su viajebodas, de allí a una gata pinta que ya nadiecordaba, y de la gata pinta a la Revolución de10.

—Ya estaba acabando, cuando menos no sebía nada, ni quien hablara de guerra… Habíaeciente y en eso sí pensábamos, la vega estabana de agua… Pues Chico Chávez dijo: «Mañanaa haber tiros, no salgan». (Nos fue a decir que

rque nos quería proteger.) Y al día siguiente see, con otros tres ociosos, no más; echó unasrreras por la orilla del río, subieron disparandos pistolas, galoparon en la plaza un rato, grito yto, ¡y ya!, ¡que ya habían tomado la plaza ambre de la Revolución! Él dijo que era coronel, y

s otros, capitanes. ¡Y Ave María, se pusieronmo basiliscos: a pelear por los grados: nadieería ser capitán!…

—Y qué…—Pues nada, eso fue todo. Anduvo de coronel

os días, pero nadie le hizo caso. Sus peones creoe sí le dijeron «coronel». Los demás andabanupados con la creciente… ni quien se acordara…

… a él mismo se le olvidó…Ella misma sonríe, se alisa los cabellos. La

nrisa poco a poco se le borra; la aridez se le

carga en la cara; sus tenues dedos empiezan anzar y trenzar los hilos de la pena; pero entreabres párpados, se endereza, y vuelve a asirse de lada:

—Ese Chico Chávez, ya les he dicho que teníaa hija…

El recuerdo le desata la lengua y le da lucidez.tiempo actual la embota, la vacía, la hace más y

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ás ciega, la zarandea, como ya dije, por lasezas de la casa.

De unos recuerdos a otros, me pregunta:—¿Has seguido escribiendo?—Sí —contesto—. Creo que descubrí algo.

toy leyendo a Bernanos; creo que descubrí algoportante.

—¿Ajá?

—¿Te acuerdas de los ojos al final? ¿Pudisterlos? Que se hicieron tiernos, muy muy tiernos, yazularon…

Ella espera. Todo su cuerpo, de pronto, es puraención.

—Bueno, Bernanos (le digo quién es Bernanos,é hace, qué escribe) habla del regreso a laancia, de los ojos de algunos moribundos, queelven a ser los ojos de la infancia… La inocencia

cobrada ¿me entiendes? Acuérdate: «Sólo el quehaga como uno de éstos entrará en el reino de

s cielos».Dice que sí, en voz baja porque no quiere

rder ni un milímetro de la concentración que lamoviliza. Le digo que la inocencia es lo primero envida del hombre. La inocencia es un estado deacia natural; regalo de Dios a la naturalezamana. Luego aparece el pecado, que hace

rder la inocencia. La cercanía de la Gracia y aunposibilidad de que renazca. Del pecado,

fermedad del espíritu, sale el dolor; y de éste lastrucción del cuerpo, y de aquí la muerte, comouerte, como cosa definitiva, es decir, muerte sinda más que muerte, y de aquí la sentenciaversa según el tamaño del pecado. A lo largo deta vía el dolor sí es mal; es la expresión o la forma

l mal. Pero al dolor puede llegar la Gracia: y de laezcla, dolor y Gracia, brota el arrepentimiento. Ellor entonces se transforma en un trampolín paraltar, por encima del mero accidente en que senvierte la muerte, hasta la vida eterna. Elrepentimiento, sosegándose, afilándose, atrae laocencia, la Gracia primera que desembocaturalmente en la bienaventuranza. Bien. Hay un

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omento en que el hombre vuelve a ser el niño quee una vez; en que se hace, definitivamente y en elmbral mismo de lo eterno, como exige Jesucristo:solutamente inocente. Hay quienes nunca pierdeninocencia del comienzo: la conservan durante

da su vida, sin que les falte ni un solo día. Hayienes nunca la recobran. Y hay otros, que laencuentran justo en los momentos que anteceden

a muerte.—¿Te acuerdas de esos ojos?No se mueve. No me contesta.—Dice otro escritor —continúo— que la

ancia es una fuente de pureza a la que todombre tiene que volver, para salvarse; que estáí, generosamente inmóvil, esperando el regresol pecador. ¿Te acuerdas de sus ojos? ¿Pudisterlos?

Espera un poco para darme a entender que noacuerda, ni pudo verlos suficientemente.

mbién me da a entender que eso no importarque cree en lo que le digo; puede verlos ahora,n como dije que eran y encierran la explicacióne acabo de darle.

La tarde es alta y transparente. El rostro de miadre está lleno de mansedumbre. Los niñosrren, gritan, derriban muebles, pelean, lloran, ríen.

—¡Cuidado —exclama mi madrenstantemente—, cuidado! ¡Te vas a caer! ¡Noleen! ¡Cuidado, te resbalas! ¡Niño! ¡Muchachita,corras, ven acá!

—Déjalos, mamá —me impaciento—, déjalos,les pasa nada, no te necesitan, déjalos.

—Sí.Dice ella, nada más dice, y se aquieta. Pasa

tando una criatura, rugiendo. Se endereza miadre, se abre los párpados:—Quién fue. ¿Se cayó?Después de muchos minutos me pregunta:—¿Qué horas son?—Son las seis y media, ya está oscureciendo.Y luego, como si soñara, como si pensara cada

labra mientras las va juntando, dice:

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—Así ha de ser, y así está bien. Como ya nodemos entrar en el cielo por la inocencia,traremos por el arrepentimiento… Sí… Y lo quepanta es el dolor, el que a uno le vaya a tocar, y ele a uno no le vaya a tocar… porque sólo por ellor… ¿Qué horas dijiste? ¿Las seis y media?ve María, ya es hora de que merienden estosños!

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Octubre/noviembre. Notas

mbién: el cuerpo que el alma deja: el cuerpobitamente huérfano y su rápida desfiguración. A pesar del derrumbe que sufre la carne,

rrumbe moroso y feroz; a pesar de los calambres,rceduras, espasmos, muecas, rictus, manchas,slocaciones, llagas, durezas y reblandecimientos,dores y ruidos y microbios que la pueblan y tajan,os tras otros o amontonándose todos a la vezraces y como endemoniados, convirtiendo el

ulto espacio de las vísceras y venas en explosiónribunda de errores y calamidades, en reguero demores y pus; a pesar de los ilíacos como alas, losmbros de niño, las orejas murciélagas, la frente

n forma, las uñas negras, los rugidos autónomos,conciencia flotando en una masa gaseosa y

venenada, el cuerpo es el cuerpo, habitación delpíritu. Y este lamentable desecho sobre la camami padre.

Hasta un momento antes de morir un hombree bajo la luz de los focos, su ropa húmeda aún,ia, rodeado de su gente.

De pronto, el espíritu se va del cuerpo. Elerpo queda solo; inmóvil, como conviene a laateria. Y se transforma, de un solo tajo final, ena mera organización de huesos, pelos, cuevas,rne que se pudre aprisa: la herencia del pecado.

Durante algunos minutos mi padre fue muchoenos de lo que era cuando vivía. Acabando deorir, su cuerpo, víctima de atroz mudanza, sedujo hasta ser una impertinencia pesadísima, queovimos para acá y para allá por la cama,scándole acomodo. Un rictus repentino losfiguró tanto que pensé en las brujas de miancia, era tan horrible que resultaba casi cómico.cerraron apresuradamente la boca.

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Fui a llorar con mis hermanas. Después estuvento a la higuera. El cielo era blanco, tal vezmarfilado, y como de una sola pieza. Las siluetas

los cedros estaban intensamente negras.Regresé. Una belleza serena empezaba a

bajar el rostro de mi padre. Era tímida aún, peroa haciéndose franca. Una gran belleza iba avolverlo. Ya hablé de la emoción de esa belleza:

a última, futura, original.El cuerpo resucitará para alabanza de Dios, aos debida.

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Octubre/noviembre. Notas

da del pasado. Vida recóndita. Vida acabada.Cuanto es amado está allá atrás, lejos, muerto,rma una vaga composición de sombras.

Los cuerpos y sus andares: andares dembres, señor, andares de mujeres de veras, lasas, las musicales voces, el denso brillo de los

os, oh ritmo que sólo entonces existió, los vientose pegaron de lleno en aquellos hermosos rostrose eran la vida: todo está muerto.

Oh sobreviviente triste señalado por hombresyas maneras no encierran encanto ninguno. Lada es ahora de estos hombres vacuos ytridentes. Harán un futuro en el que él no tendrá nidría tener sitio, ya han hecho un presente del queno participa.

La vida es repasar lo que era la vida, andar ysandar sin resignación calles, aldeas, paisajes,e tienen, si mucho tienen, la gris evanescencia de

s sueños.El mundo era enérgico y ondulante, a ratos

comparablemente bello; era un hondo corosordecedor, luminoso. Y sólo quedan del mundo,uera, rigideces de títeres, bailes de cacerolas, yentro, tierras y cielos como de nocturno plomo,nde cohetes sin fuerza, voces de aquel antiguoro, explotan y punzan como migajas de luz el airee ya no puede respirarse.

Los hombres que amó están aquí, enfrente,os adentro; las mujeres que amó están cantando,n y vienen; las soleadas cuestas tiemblan deverberos y sus piedras suenan como tranquiloetal bajo patas de caballos muy queridos; agua,lvo, saludos acampanados al amanecer. Aquítán, dentro de sus ojos, pueden verse y hayomentos en que pueden tentarse. Y sin embargo

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están, porque están apenas idiotamenteernizados en la dolorosa memoria, y fijos, repitenn inutilidad gestos, frases, formas que sólo

vieron una vez hace mucho tiempo.Rodeado de sombras se adormece poco a

co. El periódico resbala de sus rodillas. El sol deterraza lo entibia. Y este sol ya sólo es luz para

er encabezados políticos, hora propicia contra el

uma de la espalda.

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Octubre/noviembre. Notas

osalía entra en la pieza. Sus miradas —escándalodescubrir una hormiga, una mancha de aceite, uniler en el intersticio de las duelas, un vidrio roto—sean de rincón a rincón. Se acerca a la cama, sera en puntas de pies para asomarse a las

mohadas. Sale de la pieza señalándola, muyrevesada e incomprensible su media-lengua, unarpresa precisa en el ceño fruncido, algo parecidondignación. Entra corriendo, sale, ademanea. Así

rias veces en el curso del día.

osalía y los otros niños, a veces, se detienen comora palpar un silencio excesivo, un poder hacer loe les da la gana, sin la voz que retumbaba por elrredor, por el patio de atrás, por el zaguán.

Hay, aunque parezca increíble, no sé qué

ansedumbre, no sé qué blandura o fatiga en losos, en las mejillas de los niños.

ecilia, una noche, sueña, y en la mañana habla deEsto lo revive tanto como algunas músicas,

gunas canciones, o la guitarra, por ejemplo, «Quéos estoy del suelo donde he nacido», o Renatabaldi o Mozart, a los que detestaba cordialmente.

ué repentino vacío no verlo aparecer en el umbralsu recámara. Y en horas, lugares o quehaceres

e le eran queridos qué fácilmente se oyen sussos y su voz. Camino de su casa, él está en lasa, y cuando llegamos sigue en la casa, en cada

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o de los espacios de la casa; lo que nosrprende es no verlo. Muebles, paredes y vidriosardan la firme huella de su persona, y tanto, quen como ella misma. Su reclinatorio en el templo,upado por algún desconocido, es como

sonancia o rotura en el orden de las cosas de esteundo.

i al cementerio, miré la tumba, y volví a mirar suonía, entera su agonía, gesto a gesto, y oí cuantodijo durante la agonía; lo vi morir otra vez y no

de dejar de verlo. Fue vivir de nuevo lo que hecrito, frase por frase.

—Ya lo sabía —dijo mi madre—, por muchoe espere uno, la primera vez es así, siempre.

Me acarició los cabellos, se arrodilló. Despuése tentando el pasto, las yerbas, metió las manosel agua de los botes, para ver qué tanta agua

nían, y luego buscó el nombre en la cruz. Era elmienzo de la tarde. Grandes nubes blancas.ento. La ciudad, abajo, lejos, reverberabanuciosa, inmensamente.

madre recibe la Comunión. La acompaño hastabanca, de regreso del comulgatorio. Se arrodilla.se aísla de tal manera, se hunde o se eleva tantosu pálida frente cercada por el velo negro, susrpados cerrados— que parece que no respira.

ay momentos en que creo sentir su comunicación,diálogo que sostiene, natural, hondísimo. Unapecie de frescura flota a su alrededor, se

merge en ella, sale de ella como pulcritud quedena las cosas de mi alma, los trabajos de losas.

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Viernes, noviembre de 1962 

s viernes. Es viernes a las siete treinta de lache. Nada en mi alma. Espérame. Nada en mirazón. Espérame tú, padre. Nada en minsamiento ni en mis manos. ¿Debo censurarme?

Debo pedir perdón? Nada: la culpa es mía. Comonada hubiera pasado o pasara los viernes, todoss viernes, del viernes nueve de junio a laernidad, mis orejas están calientes y mi bocasalivada de proyectos, el mayor de los cuales no

staría para llenar una línea. Nada: porque hedado de arriba abajo devorando basura,mentándome de aire igual que las iguanas segúndice, alimentándome de nada. Mía es la culpa dee no haya nada, de que haya nada y en esta nadahaya venido diluyendo tu rostro, tu muerte, tu

onía, tu noche santa, tu amanecer, cuando viste as niños, «los niños…» y luego un tartajeo lodoso,a trabazón de lengua y dientes que no dijo cosa

e pudiéramos entender. Diluyéndote tú, padre.ero no, diluyéndome yo, yo sí diluido, vacío de ti yvacío de mí, tu amanecer se ha vuelto solitario, ya

lo camino, ya no bajo la escalera del patiosterior, ya no veo los cedros de los Ramo, negrosdros en el cielo del patio posterior, cieloanísimo o tan cercano que los cedros parecentados a él, compacto, macizo, sin rendijas, comobana o mortaja blanca-amarillenta-gris o mar debes o nube sin orillas, como mar blanco yscaradamente vuelto de espalda a nosotros, y no,estaba de espaldas, era la tristeza de tu muerte,tu amanecer, éramos nosotros, huérfanos de tu

da, de ti, el hombre que hizo la casa y el patio, elvadero, el portalillo de lámina y el cielo de estetio, no hizo este cielo, claro, pero como si lobiera hecho o como si hubiera permitido a este

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elo estar aquí para nosotros, el cielo de este patioeste patio: una pared alta y rosada, dos ventanas,a puerta larga y amarilla, la escalera de piedra yhiguera, tu higuera, la higuera, mis imborrables

anos adolescentes entre los higos de la higuera,e acuerdas?, platones rebosantes de higos, ¿teuerdas de las gotas de miel en las heridas de los

gos, sobre el mantel de un mediodía que no

sará?, higos que sembraste, hijos de heridas,ridos hijos tuyos, secas garras de la higuera, lasal amanecer, temblonas de aire, sombrías de

elo blanco, frías, tus manos, tu amanecer, ¿dóndetás tú, enfermo que ahora yo contemplo, yfermo yo?, ¿dónde está tu cielo?, ¿dónde está tu

manecer?, ¿dónde estás tú, padre de cielocalado, rasgado de estrías de lluvia, padre dedros, de súbito vaivén de cedros que aire da a tu

manecer, padre de higuera, de adobes junto a lose jugó la infancia, padre de pasos temibles,sos gratos al fin para mis ojos y para mis orejas,dre de pan, del pan, de aire cruz que me diste, dez que resuena en el corredor entre el martillo y losrrotes que no consigo perdonar?, ¿dónde estás,es, tú, muerto apenas?, si este cielo es tuyoómo es que no estás aquí? Ya cuanto veo es tusencia, congoja, sacudida que no cesará. Ya no

es tú tu higuera ni tu fachada ni tu patio ni turredor ni tu cielo ni tu amanecer que eres tú comonca lo fuiste, y ya el corredor, la tierra de la

guera, la pileta y la fuente que fue demolida parazar la terraza son tú, serán tú enteramente, paraempre, y tanto, que no importa que todo estoguna vez sea derruido porque ya todo esto eres tú,uí, tú, y lejos de aquí tu cuerpo, y tú invisible, oh

ngoja, y nuestros ojos, nuestras orejas y nuestrasrices notarán, advertirán, sabrán que estás, queestás, que la casa está sola, que tú estás en la

sa, oh congoja, en la casa con cada uno de suscones y esquinas. Ya cuanto veo es tu ausencia ypresencia. Ya no es viernes: ya estás aquí para

empre, ya no estás aquí para siempre. Es elmanecer del sábado, sábado nueve de junio,

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bado apenas, apenas ya no es viernes, apenas, ymundo y la eternidad han cambiado, son otrasa ya: tú estás en todo el mundo y eres porción

mada de la eternidad. La eternidad: desde landija por la que te espiamos. No es más elernes, acabas de ser ungido. Se ha dicho de ti:Ya está bien, que abandone ese cuerpo», un pocotes de que encontraras a los niños, cuando ibas

ecipitado hacia la muerte, hacia los niños. Yedó tu cuerpo solo.Perdóname, padre, a mí perdóname tú, de

tar vacío, de ser palabras. Tú, don Ricardo, mian señor, espérame. Busco una cosa, leo aernanos, me ha hecho ver una idea, volver a ver a imagen. Tus ojos, ¿te acuerdas?, ésos de unosomentos antes de que mi hermana me preguntarasde el corredor: «¿Cómo está?». Esos ojos,

pérame, ayúdame a dibujarlos porque en ellostaban los niños, Bernanos me hizo verlos. Yo creoe tienes que volver a tenerme aquella iracunda yzonable paciencia, razonable por iracunda,rque no soy como tú, mi señor, mi padre, doncardo Garibay, o como dice la cruz de hormigón

tu sepulcro, Ricardo Garibay Zendejas, elmbre de mi padre, nombre que mi madre,

mpequeñecida, toda chal y luto, ciega, tienta letra

etra cuando va al cementerio, mi madre, tu mujer,i mujer,  dijiste, dices, viento en la loma, nubes,arines de sol, noviembre y manos de puro amor ntando, rozando casi, letra a letra, tu nombre. Creoe debes volver a aquella paciencia que dije quee tenías.

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10 de diciembre

n capítulo, brevísimo tal vez, tendrá que hablar deloceso largo, lento, torturado, a que fueronmetidos los ojos. Los ojos desde la agrura, por lañuda mirada del misántropo, por los párpados,r la locura de los dolores, por la sequedad, por elrojecimiento de los insomnios, por elhicamiento y lagañosidad que trajeron lasfermedades —que se atropellaban para hacerseio, para poder trabajar al mismo tiempo con un

nimo de comodidad—; hacia los ojosrandándose de pronto, ahondándose,ciéndose tenues y enormes (y el hueso de lariz), y hacia los ojos, en los colapsos, casiuertos, grises, gris él y grises los ojos, y tantaerza grisácea lo aplastaba, lo agarraba una tanderosa garra gris, que gris se ponía la pieza, elón dorado y la calle y las lejanías de un campo debor que en ese momento era anhelo

sesperado, cobarde, y fantasía pesarosa: luegos tres o dos últimos días (y antes los ojos de lasmentaciones: «Me paso aquí el día esperando lache y la noche esperando el día»: eran ojos

ejos, llenos de polvo, de hastío, como leños secosn fuego), los ojos inmensos prendidos a la nada, aldo; al vacío, al negro mar o a la muerte que esué?; y los ojos de la noche del viernes, desde la

rde, cómo estaban hacia la ventana, su fijeza deas había desembocado en lagos de espanto ypera, espera desorbitada, concavidades en lase se vaciaban inmóviles lagos amarillentos cadara más anchos, más irremediables, y cómotaban en la noche hacia la lámpara, y quejamos de verlos, mi hermana y yo fuimos a lacina, los demás se durmieron, y que estaban

ual cuando regresamos de la cocina, y en unos

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antos segundos los ojos del agua tristísima,uazul, de sufrimiento hondísimo, remotísimo, de

mbral de eternidad, de regreso al comienzo de lada, de inocencia adolorida, los ojos niños, losños, el colapso negruzco, sucio, los ojos de loscados todos, la piedra, la tremenda, brusca

edra de la muerte indudable tamboreando, que sejaba venir tamboreando, alud, aludes de piedras

bre piedras, contra piedras en un silencio total, dera materia compacta, y vuelto hacia arriba, mirmano buscándole las venas en el cuello, landija sin luz, la rendija, la rendija, pero recuerdo,, veo, siento, sentiré vivir para siempre en los ojosulagua las botitas rotas brincando entre la yerba,teando el blanco pedrizal del cauce seco,lanceándose a dos metros del suelo porque el

ño se columpia de una rama, y las pantorrillas

ngosas, los calcetines apelotonados y lodosos, ell tostado de las mejillas, el de la risa en lasmazones del capulín y el de los ojos, aguadeorotonces, de ese niño que vio la vida y no adivinó-ivinó los dolores de la vida en cuyo principio y finestaba jugando, ese niño que fue olvidado y

rgió en el último momento del espíritu en la tierra,l espíritu de mi padre reencontrado por ese niño,encontrando a ese niño que era mi padre y a la

rra que ese niño rozó, tangentes de gracia suses sobre la tierra que esperaba a mi padre, yaguramente, cuando los ojos de mi padre fueron

s ojos de su salvación, de su alba pura, que existióel principio de mi padre, que mi padre olvidó,

e mi padre halló de nuevo, alba pura o despertar e halló de nuevo a mi padre para hacerlo para

empre el niño, «los niños…» dijo el agonizante

e estaba siendo niño y «sólo el que se hagamo uno de éstos —y señaló a los niños— entraráel reino de los cielos».

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9 de enero de 1963

oco a poco él va estando allí, en sus momentose sobre sí mismos dan vuelta eternamente,odelados con precisión, perfectos; en sus díaslorosos, en su agonía, en el sol de aquelmingo, en su tumba. Poco a poco se aparece asapo corazón su beatitud, la ilimitada vastedad

avísima de su alegría que es, es, es, es. Y poco aco yo vengo estando aquí abajo, trazando singua el arabesco de mis pasos aquí en la

perficie, en la costra de la vida.Dice el analista: «Cuando atrapas otra vez laalidad con tu padre, te paralizas, dejas decribir». Cierto. Pero también es cierto que un día,rado, aliviado yo de este fabricar fantasmas,lveré a paralizarme. Porque ¿qué hacer ante lara maestra de la muerte?, ¿cómo pretenderé

ualar, con lo que sea, con cuanto tenga a mano, elbajo incomparable de mi padre? Él esculpió

ensamente, yo lo vi, sin ruido, despacio, suuerte. Empiezo a ver que hizo, con un mar deciencia y genio, un trabajo perfecto. Nada faltó en

s últimos veinte años de su vida, en los últimosis meses; años y meses de reciedumbre tal quelo se agrietaron durante la última semana, terriblemana de visiones de hondura, de dudas, depanto, de rebeldía, de agobiada resignación.

ada faltó a su noche, aquella noche, aquella noche,uella noche para él solo entera, eterna ahora, ni aagonía de tres mil trescientos segundos, cada

o esculpido del modo más excelente. Nada faltó atránsito. Su tránsito fue impalpable, inaudible,

visible; perteneció ya a su Señor, que le llevó laano hasta los pliegues más recónditos de lacultura de su muerte, muerte que debe ser nsiderada entre las de mucha perfección:

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ecuerdas su rostro ceñido por el sudario? Pueder que algún otro hombre, en algún lugar delundo, muy alejado de aquí, alguna vez, siendo esembre hombre natural, preste su humildísima manora que el Señor consiga, ceñido el rostro de esembre por el sudario, un rostro como el de midre. Oh mar, mi padre, rostro de todos losmbres, mar.

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18 de enero de 1963

umplo cuarenta años. Mi madre me regaló un cojínra mi silla de escritorio; mis hermanas, pañueloscalcetines y una carpetilla para hojas

ercambiables; mi hermano me dio una botella deno, y mis hijos dos cortes de casimir. Mi padretá muerto. Cenaremos con ella, todos. Oiremosúsica. Él no estará con nosotros, no estaránando casi ausente, como estuvo los últimosos. No nos era grato tenerlo de testigo, resultaba

masiado triste, demasiado esencial para nuestrana de pasar el rato. Aun ahora, lo digo sabiendoe no estará, si fuera a estar me molestaríaaginar su rostro alargado de pena, oscuro e

somne entre nuestras carcajadas, venteando lainitud —y él la venteaba día a día, solo entre losdos del mundo, y era como dolor entero de ser mano—. Así era, casi un fantasma de seriedad y

steza en el centro de risas, vinos y humos. Nos

taba. Descansábamos cuando, de pronto, ya notaba a la mesa y «se siente muy cansado, fue aostarse», decía mi madre. Ochenta años loraban atentamente. Vida acumulándose sinsar, un día tras otro durante ochenta años, loraba. Un millón de ojos desaparecidos loraban, un millón de muertes, vidas, agonías,stezas, risas, galopares, despedidas ycuentros. Y él veía fugaces e incesantes ochentaos de vida, veía que no eran más que cargarumadora, cansancio, y se tendía hacia lainitud: la amargura en los labios, la pena en losos, la oración como golpe de reloj entre losentes.

No estará en la cena. Y si lo contrario sucedieraría como si no estuviera. Por eso sí estará,zará la música que no gozaba, sonreirá con plena

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egría porque tendrá lo bueno de veras de la cena,verá, sólo eso verá. De modo intermitente

bremos que está con nosotros cenando porquemplo cuarenta años. Como nunca antes hoytará presente. Porque ¿no adviertes que es sumedor, el que él hizo, sus habitaciones, sucina, el riguroso espacio de su casa? ¿Cómodría ser que no estuviera en su casa? Pocos

mbres han sido tanto el espacio cerrado quenstruyeron para vivir.Y no sé, también es posible que a los

enaventurados se les permita asomarse al mundoveces; por ejemplo, cuando un hijo cumplearenta años y no ha hecho nada aún y es precisocerle sentir que se le está viendo para que corrijarumbo. También es posible que se les permitaomarse no por eso, sino para ver a los otros que

udieron a la cena, porque, de veras, ¿por québría de verme a mí mi padre?, ¿qué he hechora ue me vea?

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18 de enero de 1963

omo que no es posible que exista una noche asílarga, así de llena de asfixia y de cansancio.Cansancio cada segundo más ancho, más

ndo, más pesado. Cansancio de los ojos, de lasjas, del ceño y los párpados. Cansancio de losmulos, de la lengua y los dientes. Cansancio de

s corvas, de la articulación de las quijadas, de lasejas, de las ingles y los testículos y de las manos ys pies. Cansancio. Hartura de ver el mundo, de

rlo, de mascarlo. Fatiga y queja hasta del aire quetra y sale de los pulmones. Cansancio del día y deoscuridad, de lo sabido mil veces sobre la vida,las palabras sobre Lo Desconocido, que ahora

enan huecas y ellas mismas salen hastiadas deta boca. Cansancio de la esperanza. Alrededor este hombre, sábanas y medicinas, calles, hijos,

udades y plegarias parecen en el colmo delnsancio y la paciencia de soportarlo. Cansancio

sta ser toda la noche del mundo una abominableasa de cansancio y desesperanza. Cansancio dedesesperanza.

Como que no es posible que un hombre,ncido a tal grado que no pueda sino yacer en suma, y sólo yacer en su cama, como cosa tirada a

lado de la vida, reciba tantos y tan crueleslpes, como hombre que es llevado a palos por s enemigos a lo largo de un túnel que no acabanca porque el hombre sucumbe antes de poder r que ha llegado a la otra boca del túnel y susemigos se han marchado, no compadecidos sinohaustos.

Como que no es posible que los cánceres, losoqueos intestinales, las úlceras, las gangrenas, lasrálisis, el duro cartón de las fauces, la estridencialos pulmones y la lija de los nervios avancen con

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n indiferente seguridad, con tan firmes,nterrumpidas mordeduras milimétricas por losminos todos de un cuerpo indefenso.

No, no parece posible que un hombre acumulelor hasta ser puro dolor a través de una noche;e un hombre transite sumido en las tinieblas dea gigantesca noche esponjosa, sabiendo que por solo nunca saldrá de esa noche, porque ella

rmina en otra igual o de más pavor.El hombre estuvo así, y por un momentoreció de piedra o animal de piedra que algoñoso y remoto animaba. Sí. Pero un poco antes

s ojos se le llenaron de algo azul, como tiernoañido. Era el alba, su alba. La nuestra, aquí, llegóando el hombre ya había muerto y alrededor de suerpo se lloraba.

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Febrero/marzo

omo cuando la amada, después de muchasnalidades y esperas, encuentra al amante y seja caer en sus brazos y acuesta la cara en sucho y hay en sus ojos y en su boca un abrumadoscanso, es decir, que no hay en ellos exaltación nida que parezca júbilo, sino algo como amor loroso en el que han desembocado tantasanías y privaciones pasadas, y en la actitud de la

mada hay una como densa gana ciega de

crustarse en el pecho del amante y nosincrustarse de él jamás, y mientras tanto, ellamóvil, sus manos se mueven con muchalicadeza y minucia palpando cada milímetro de la

el, de las ropas en los hombros del amado que es,cabo de la ausencia, más lugar de abismacióne de entusiasmo, porque de tan deseado el

mado se ha vuelto, para el amor de las manos y laca de la amada, doloroso, así mi madre se

rodilla y se recarga en la pequeña cruz dermigón, recarga su cara en la cruz —el cielochuroso océano de aire y nubes, la loma lugar dell y el espejear interminable de la ciudad a lo lejos

y sus manos, sus dedos, uno a uno, vanariciando una a una las letras del nombre de midre.

Nunca vi amor igual. Así está largos minutos, mientras el viento de

l espadas silba y la luz estalla en lápidasnumerables. Ya ha rezado, de pie. Ya ha tentado

pasto y las yerbas intrusas y ha idorancándolas. Ya ha pedido las flores y ha dicho:

—Estoy continuamente queriendo venir… yuí estoy, como si nada…

Y ha dominado, segura, pudorosa, las lágrimas.Hay un íntimo diálogo de rumores en el trabajo

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l jardinero: que remueve tierra, que vierte agua,e abre ramos de flores dentro de botes, quebra quince pesos, que se va pisando grava finasendero.

Dentro de poco empezará a oscurecer.Mi madre se levanta, se alisa, echa a andar con

turalidad.

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En junio

s cuatro y media de la mañana. Quién sabeántas horas, días, llevaba inmóvil, los ojos detrásun agua temblona y persistente, la boca abierta y

ída, el hueso de la nariz alargándosele,upándole todos sus anhelos, matizándole lafermedad, haciéndole nítido el único brillo de lara. Y creo que todo empezó un poco antes delígeno, que algo alrededor de esos momentos se

zo evidente, tal vez el anuncio de la marcha veloz

cia el final. Murió a las cinco de la mañana delbado (sábado nueve de junio, hace tantos mesesenos tantos días conozco bien la cifra), aunquera mi manera de contar su dolor, de verlo, verlo,rlo, las cosas ocurrieron a lo largo de la noche del

ernes, porque cuando salió la luz del sábado éltaba muerto. Y son las noches de los viernes,es, las que quedaron hechas para temer, paramir, para amar las imágenes de su agonía, para

ntir atroces los pecados.

n realidad, no sabemos que ha muerto, sino dez en cuando; y nos ahogamos entonces deberlo. La única que lo sabe bien, a todas horas,dos los días, y no como si él estuviera muriendo adas horas, sino como si a todas horas acabara de

orir para siempre, es mi madre, o, para decirloejor, su esposa, ciega desde esa noche y comosomne detrás de sus grandes párpados cerrados.a hoy en la mañana, por ejemplo, escuchaba Bist 

u bei Mir, de Bach, la canción de la esposa. Undo de su cara estaba plácido. Pero el otro estabantraído entre muchísimas arrugas nuevas y

gilante y lacerado y el párpado como roído de

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emaduras y exhausto. Se adelantaba en la sillara oír más aún la canción, pugnaba por mirar ién sabe qué, y por un momento, por una rendija,

s iris se asomaron, azules. Después se respaldó,costó la nuca en el filo de la silla y fuelideciendo. Le dije:

—Calma. Calma.Se lo dije con voz irritada. Ella dijo:

—Sí.Un soplo que no movió sus labios. Agachó labeza cuanto pudo, escondiéndose. Se veía muyeve y fatigada y sumamente vieja, y sus dedosnzaron y destrenzaron algo invisible, es decir, sus

anos, echadas en la falda negra, trenzaron ystrenzaron algo diminuto e invisible, trenzaron,nzaron y destrenzaron sus dedos, sus manos, susdos, sus manos, sus dedos, sus manos, en la paz

la falda, trenzaron y destrenzaron, trenzaron ystrenzaron y destrenzaron algo microscópico,

visible.

n realidad, nosotros no sabemos que él ha muerto;ro su tumba (y otra vez: ¿cómo es posible hablar 

tu tumba, padre, mi padre que vi agonizar,

perar solo a la muerte, en la muerte, cómo essible hablar de ti, muerto, si estás aquí ahora vivomo siempre, vivo, del corredor a las piezas, de

s piezas al corredor, taciturno y con la oración, elesentimiento y la hosquedad constantes en losbios?), pero su tumba, digo, es un hecho ahora ena loma que divisa la ciudad como pedacería depejos distante, una loma de aires que bajanntinuos, que bajan ahora, las cinco en punto de la

añana de hace tantos meses menos tantos días previste esta loma, poco a poco supiste con

aridad, con aterrorizada claridad, que donde estátaba esta loma), una loma que yo no he vuelto ar, en la que hay varias tumbas, y en una, esto none remedio, esto ya no tiene remedio —cómo lobía su esposa oyendo a Bach—, una cruz quece el nombre de mi padre, y de verdad esto no

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ne, no tendrá remedio.

veo morir y morir. Veo que no me ves. Veo lantana, la ventana, la ventana, la ventana. Veo tuca abierta al amanecer, al atardecer, en plenache, al amanecer, al atardecer, en plena noche, al

manecer, tu boca abierta, a caza del aire

forzadísimo. Veo el hueso de tu nariz, alto yuileño y nunca fue aguileño, lo veo, hueso lúcido,primero entre todos tus huesos que supo y por élpimos que las cosas eran de muerte. Veombién tus ojos viendo mucho más allá de lasrtinas o del buró o de nuestras caras, que seomaban a mirarte. Tus ojos, sordo tú ya, a lapera de un machetazo mortal, que llegó.

ombre santificado en aquella tu terca hombríaenciosa, a esta hora ya te habías puesto verde ys ojos ya habían sido igual que vidrios gruesos, sinua, la que estuvo llenándolos durante tantos díastes de que dejaran de ver; eras ya un rostro dertón o de cal, énfasis terrible de pómulos, arcos yeas de quijadas y órbitas, frente de madera; yías cada cinco minutos; tu lengua se recargabasadamente en los dientes inferiores, teníaanchas blancas; tus ojos eran una raya dura; tuo mayor palpaba tu cuello, en busca de tu sangre;esposa se aferraba a tu mano derecha y te veía,veía, te veía con lo que le quedaba de vista,rque tú sabes que luego de tu muerte luego

mpezó a quedarse ciega por completo y hoy no ve

ás que manchas muy vagas: dice ella que unaancha pequeña es Rosalía, que otra, másqueña, es la perra, cualquier mancha grande esmueble o una pared o un coche, y que a nosotros

ás bien nos presiente o nos huele y está seguraque somos, de que hemos entrado en la casa,

r una tos, un murmullo, o por los pasos; dice queque sí ve bien es tu vida, tus caballos, tu rostro

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ven; que distingue tu risa entre otras muchas enuniones de hace cuarenta años, y que te oyeminar y hablar y sabe en qué casa y cuándo estácediendo eso, qué puerta estás cerrando, en cuálcalón de cuál patio de qué pueblo suenan tuspuelas, y dice, un poco asombrada de estaidez:

—Juntos. Cuarenta y tres… no, cuarenta y

atro, casi cuarenta y cuatro años juntos… como situvieran aquí todos a la vez.

stábamos alrededor de ti. José de Jesús echadola cama, a tu izquierda y más cerca de la

becera que tú, de modo que veía tus cabellos y tunte y no te veía la boca; Matilde, sentada en un

azo del sillón, entre la madre y Ricardo, que serodillaba justo abajo de tu cara; la madre estabael sillón; María Bárbara, sobre la cama, a tus

es. Éstos son tus cuatro hijos y tu esposa, que allítaban. Casi incrustado en ti estaba José Manuel,esposo de Matilde, vigilándote de un segundo a

ro, a otro, a otro, y de pie a los pies de la cama ynto a la puerta tus hermanos Roberto y Josefina, yuillermo, el esposo de Bárbara. Ricardo sostenía

mano izquierda y se absorbía en tu rostro. JoséJesús buscaba tu sangre en las arterias de tuello y acariciaba tu cabeza. Te ibas. Don Ángelo, a la noche siguiente: «Se va nuestro amigo yan señor» —tu cuerpo había quedadolgadísimo, y el rostro de tu cuerpo, cercado conecisión por el sudario, era un alto relieve de ochoglos labrado perfectamente—. Pero esto fueando ya no estabas aquí. Don Ángel no vio cómo

iba su gran señor. Nosotros sí vimos. Vimosmo la agonía apagó tu piel, te embadurnó con tizae hizo estallar de huesos; y tanto y con tanta sañate recargó la agonía, que tú ya no eras tú, tu bocaera tu boca curvada, de sensualidad secreta aun

ra ti y contenida por las penalidades, tus cejas noan tus cejas: aquella firme sombra de hombríara mirar el infortunio; tus hombros eran una

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stima y todo tú soledad, sequía, blancor agrietadodesierto, abandono. Te ibas, digo, tú, que

recías inmortal, cumplías con el deber de morirte,rastrabas segundos casi inmortales ya. Lotábamos viendo y nos parecía imposible, nosrecía imposible. Sólo ella sabía que era asuntotural, necesario, incontrastable. Sólo ella noraba. Cada momento era más vivo que el anterior,

ás irreal, más incontenible. Rezábamos,ezclábamos y confundíamos oraciones,ltábamos de unas a otras. Imaginábamos al

ngel del Señor, gigantesco y apacible, esperandoOrden. Nos angustiaba, nos demolía —no sé por é— el afán de sorprender, de asir el momentoeciso de la Orden. Devorábamos tussoportables pasos; los adivinábamos, más bien,

tan sutiles como eran. Latías. Estaba encendido

candil, la lámpara del buró, el cirio pascual y lass ceras, y tú latías, el oxígeno sonaba, y tú latías,rábamos, y latías.

—Ya.—No.—Sí, ya, ya, mira.—No no, no.Latía tu lengua, tu cuello.—¿Ya no? Dios mío ¿ya no?

—Espérate, espera… Sí, aquí va al pulso,pérate.

—Dónde, dónde va.—Ya muy arriba, casi en el codo, pero sí,

davía.—Sí, todavía. Yo lo siento en el cuello.Se atropellaban oraciones, exclamaciones,

midos, preguntas, respuestas, gemidos,

aciones, y latías, volvías a latir, y pasaba muchompo y volvías a latir, ahora sí ya tu cara en elmbral de la muerte. Ahora sí ya de un momento aro. Ya. No sé qué. No sé qué. Ahora sí morías deras, más y más, de un latido a otro. Cada latidoás fugaz, más recóndito, cada espacio más vacío,ás ancho, más interminable. Y latías. Terábamos, te mirábamos, te mirábamos. Se hizo

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silencio absoluto en la recámara. Te mirábamos,mirábamos, te mirábamos. No te mirábamos, nodíamos mirarte. Te mirábamos. Hacía muchompo que no latías, que no se oía tu gargantamo el caer de una gota de agua en un abismo,e era todo lo que se oía de ti. Te mirábamos. Yuí estabas aún. Las cinco de la mañana, las cinco

la mañana, las cinco, junio, nueve de junio,

eve, cinco de la mañana de 1962. No. No. Ya.os mío. Hace mucho que no late tu lengua. Estáso. Fijo estás. Absolutamente inmóvil,solutamente. No.

—Ya —dijo alguien.—Ya —repitió alguien.¡Cómo! ¡Cómo ya! Sí. Ya. Acabas de morir.

ta es tu cama. Éstas son tus almohadas. Ésta escobija. Éstas son tus manos. Tú construiste esta

sa. Tú viste estas paredes y el raído sillón.Tú, tú, tú eres todo esto y acabas de morir, tú

as todo esto, tú eras, aquí, estabas aquí hace ungundo, hace un segundo moriste, ya no eres tú,da más que tu cuerpo está sobre la cama.

aímos. Nos azotamos sobre nuestras manos.ullamos. Ella rezaba con la misma voz, la mismaz de siempre para rezar, y no soltaba tu mano.

, tú, tú, tú que dijiste dijiste ya me voy dijiste, tú tulor, tú vida de dolor, tu tristeza, tus dolores, túna de dejar la vida, tu agonía, tu cabeza abatida,

s huesos terribles, tu latir, mis oraciones, tus diez yho nietos, la ceguera de tu esposa, las manos deesposa buscando el chal en el desbarajuste del

pero, tú y tus hermanos suicidas, tu hermano

nto, tu hermano el que es díscolo, tu amargarmana, tú irascible, injusto tantas veces con tusos, tantas veces humillado por tus hijos, tú y lo queben de ti tus confesores, tú, tú, escribo sobre tiro los otros te conocen mejor, te aman, te aman,Cristo que amaste atento a tu muerte, tú cuerpo,tú tú tú tú resucitado.

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Epílogo

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Junio 18 de 1963

n solo golpe y su rostro se expandió como esponjacomo púrpura flor de esfuerzo exasperadísimo,negreciéndose, agrisándose, se diría queventando.

El médico se dejaba caer con todas suserzas sobre su corazón. Podría decirse que surazón era el gran cuerpo del médico que se

zaba y se abatía, se alzaba y se abatía. El médicooyaba las manos enlazadas sobre su corazón y

braba impulso y se dejaba caer sobre las manoscobraba impulso etcétera.Un aire de piedras le rompía los labios. Un

tertor arenoso, subterráneo. Una espuma deverna, boca adentro. Mi hermana gritó: «¡Madrentísima!».

Quitamos las almohadas. Su cabeza cayócia atrás. Su rostro se iba poniendo blanco. Suca se abrió inmensamente.

Seguía el médico. José Manuel tomaba sugar. Volvía el médico.

Boqueaba. Pedíamos para nuestro cuerpo eselor. Empezábamos a estar seguros.eguntamos. El médico movió la cabeza o dijo:

No» o algo que nos dio la certeza. Eran losnutos que rodean a las nueve y media, y la nochel 15 de junio de 1963.

Yo sentí que se abría un pozo de luz arcángeltre ella y su Creador. Respiré frescura de infanciala pieza. Las cosas cobraron un orden sobrio,

bito, natural. Había pulcritud en el aire, en el latónrado de la cama, en las sábanas, en losqueños cirios encendidos. Un oreo de relente oalba remota e íntima o brisas de un espacio

menso y puro flotaban alrededor de su cuerpo. Miadre. Mi madre muerta.

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uando el médico dijo: «No», dándose por vencido,hizo no sé qué que nos dio la certeza, yo, que nobía querido seguir el esfuerzo espantoso de esos

os y labios hechos para las tareas más tiernas yás altas del espíritu, yo, digo, que había enterrado

cara entre las cobijas —recuerdo su mano

recha, desmayada de tan apacible, de tanandonada—, yo, digo, vi un paraje lunar, o unsierto blanco cuyo horizonte sombrío era el confínl desierto blanco, o un mar inmóvil y blanco, y

anco y orlado de sombra el cielo de ese mar, y yoa, sentí que era, ese blancor, esa sombraanísima que sólo era resplandor de la blancuralida y vacía. No había pasado nada en el mundo,

había nada en ninguna parte, no había nada en elcío espléndido y universal en que me hallaba.nos segundos después apareció, como mágicocenario repentino, execrable, el mundo, la vida;e embistió la muerte. Me desplomé aferrándomemédico. Gritaba:

—Mi madre santísima no. No mi madrentísima. Mi madre santísima no.

Sentía salir explotando esta frase de mí, sentía

plosiones surgir de mí. Y al mismo tiempo quetaba me oía gritar y me veía gritar, me detestabame perdonaba, trataba de entenderme, y eramo si pensara:

«Me robó la frase mi hermana, cuando gritó:Madre santísima!,  gritó mucho antes que yo;

ramba, tanto pensar desde hace tanto tiempo quete sería el calificativo preciso, inesperado dedos para mi madre; bien, no importa, lo mío tiene

ás énfasis, y es cierto, a pesar de esto que estoynsando es cierto lo que digo, lo que siento, lo que

enso; y estuvo bien: el médico, primero, me vioercármele, vio que mi boca se movía, como dez, y no emitía sonidos, bien, luego estalló mi bocame fui derrumbando. De todos modos es dolor to, y este dolor ¿quién me lo quita?, ¿quién me lovia o quién me lo condena?».

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eía las cosas como si estuvieran sucediendo en uncenario y me acusaba de malvado, sentía náusea

mí, lástima de mí, un miedo grande, sentíarfecta la sintaxis dramática, sentía vergüenza de, admiración y pena y envidia por la soledad de

hermano, y todo pasaba como detrás del

cenario en que el dolor rugía de veras.

penas cinco minutos antes, ella, agotadísima por tercer infarto, había dicho lo que había dicho, y sustro, toda mansedumbre, y su voz, toda paz, y susbellos, yacían sobre las almohadas.

—Hablan así para que no los entienda.

O «para que yo no entienda», no recuerdoactamente cómo dijo, porque hablamos dos os frasecillas en inglés. Y luego dijo:

—Hablen en español —creo que esto dijo—,ra que yo los entienda; si no me da miedo nada.

Creo que el médico dijo:—¿Dónde aprendió el inglés este muchacho?Ella contestó —sus labios exhaustos,

ormecidos, sus ojos cerrados, una paz íntima,

sada y mansa en su frente y en sus mejillas:—En la escuela…Y no di o más.

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22 de junio de 1963

vida, el dolor de la vida, la vida inmisericorde des dolores, de las congestiones, de los estertores,onías, boqueos, muerte: carne repentinamente,olerablemente fija, gesto de dolor petrificado para

empre, ¿también tiene que ver contigo, madre?, brisa en el geranio, ir y venir de hormiga,labra para la hoja nueva en la galvia, insomniotural, avemarías soñadas casi de tan apoyadas,tan encarnadas en la unción de tu voz, rostro en

ventana vigilante, abismo ante el Altar, alegría des cosas cotidianas, ojos lagos de amor atribulado.

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Dieciocho años después

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ecisiete, casi dieciocho años hace que escribí te libro viendo a mi padre agonizar y morir. Y 

arecería ese tiempo suficiente para borrar todauella de muerte, y para que odio, dolor y amor sentremezclaran formando una bruma pálida, unapacible lontananza.

¿Sí? ¿Será? Me pregunto cuando el generosoez-Canedo me anuncia la segunda edición «y vez convendría un par de páginas a modo de

mate», qué tanto queda en mí de aquel junio de962, quién soy hoy día en aquellas horasesoladas. «Si los lectores soportaron al que erasntonces tal vez se interesen en el que eres ahora,espués de todo éste fue tu primer libro y en el ayecto has publicado otros quince».

Sí pues, de nuevo Beber un cáliz, como si deonto un temido y cariñoso fantasma hubiera

ntrado en el cuarto. Y no que haya olvidado a mi 

adre durante estos años, no, qué va; conecuencia hablo de él y ensayo enfrentármele de

a tú; se entiende: su ración de elogios y deerbas críticas, la reverencia debida, el gentil 

nálisis y el tono de reproche al que nunca mereví en su presencia y al que mi plena madurez e da derecho.

¿Sí? ¿Será? Hojeo el libro. Releo aquí y allá.orrijo varias erratas. Oigo los textos que editó en

n disco la UNAM. Sí. Qué pasa. No pasa nada.asa una semana y no pasa nada, no aparecens dos páginas del remate. Bueno. Vuelta. Tomolibro. Releo aquí y allá. Escucho el disco. Y 

asan tres semanas vacías. He estado soñandooche a noche con la antigua casa de San Pedroe los Pinos. El corredor y el pirul, un cieloncavo y sin límites y en la palma de la mano,

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na aurora azulosa, helada, viajeras estrellas y na criatura de piernas de hilo, un perro ladrador,n hermoso gigante y entre las sombras de laurora su sombra ardiente, una caliente sombraoruna entibiándose, anegándose. He despertadorias veces al soplo de un aire metafísico, de

urísima frescura, como si despertara hacencuenta años al golpe del viento de las mañanas

n los manzanares.Y anoche desperté gritando y llorando. No

ñé nada. Simplemente desperté gritando y rando.

Ya. Aquí están las dos páginas, señor mío y adre mío, con toda mi reverencia. ¿Y sabes tú ué ha sucedido durante dieciocho años? Que tu agen ha venido alejándose de mí y recentándose, de modo que ahora es

onumental como no lo fue nunca, y tu personan cambio discurre dentro de mí ya sin odio en misos, ya sin terror en mis orejas, haciendo sussas diarias, sabiendo que entiendo al fin quees un hombre natural, naturalmente dado areas de jardinería y carpintería, o de campo lasreas, y al que una modestísima ambición llenóe taciturnidades.

Ya estamos en paz, señor. Ya ocupo delantee ti, con razón y sin aspavientos, el lugar que merresponde. Mírame, baja hacia mí tus ojos. Al finlo que digo.

Y lo de los gritos y los llantos, es que volví ar tu muerte, regresé a la madrugada aquella, los

ullidos y las oraciones, y ahí ando, ahí ando, ahí ndaré.

17 de junio de 1979

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Treinta años después

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an pasado treinta años. Yo tengo setenta. Henido que releer el libro entero, para esta edición.olví al junio atroz. Y lo viví como quien caminabmarinamente una realidad perenne y paralela.

o ha pasado el tiempo, no pasa, y tiemblo deber —al fin a ciencia cierta— que en la pena no

asa el tiempo ni tampoco en la sintaxis que lauarda. Sí advertí que ya no me acuso de tantomo me acusaba, solamente lloro agradecido.

21 de septiembre de 1993

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CARDO GARIBAY (1923-1999) es un narrador ave en la historia de la literatura mexicana. Estudiórecho en la UNAM, donde fue profesor de

eratura. Fue becario del Centro Mexicano descritores (1952-53), colaborador en Excelsior   yfundador de la revista Proceso.  Entre su vastara destacan las novelas Beber un cáliz   (1965),

ellísima bahía  (1968), Lo que es del César 970), Par de reyes  (1983) y Triste domingo991), y los libros de cuentos Rapsodia para uncándalo (1971) y El gobierno del cuerpo  (1977).

s también autor de reportajes célebres como Lasorias del gran Púas  (1978). En 1975, con suvela La casa que arde de noche, obtuvo elemio al Mejor Libro Extranjero publicado enancia.

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Table of Contents

eber un cálizólogoateria

Mayo 28 de 19623 de junio 1962

3 junio 62Jueves 7 de junio de 19627 junio7 junio7 junio7 junio7 junio7 junioJunio 7

Junio 7Viernes 8 de junio de 19628 de junioLa lámparaUno de los umbralesDiálogoPreguntaViernes 8 de junio de 19628 de junio

8 de junio8 de junio. La 1 a.m. (realmente es ya 9 de junio)Las 3 de la mañana del 9 de junioViernes 15 de junio de 1962Viernes 15 de junioViernes 15 de junioDomingo 8 de julioDomingo 8 de julioJulio 2121 de julio Agosto 16, 1962, viernesSeptiembre 5 de 1962Septiembre 5Septiembre 5Septiembre 22

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Octubre/noviembre. NotasOctubre/noviembre. NotasOctubre/noviembre. NotasOctubre/noviembre. NotasViernes, noviembre de 196210 de diciembre9 de enero de 196318 de enero de 1963

18 de enero de 1963Febrero/marzoEn junio

pílogoJunio 18 de 196322 de junio de 1963

eciocho años despuéseinta años despuésutor