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cuadernos Estéticasprivadas y estéticaspúblicasen la producción y consumodelpaisajerural Pascual Riesco Chueca INTRODUCCIÓN Los aspectos sociales y mercantiles en la con- figuración del paisaje pivotan sobre una articula- ción fundamental: la poderosa relación trabada entre la valoración estética del espacio domésti- co y la valoración estética del espacio colectivo. Las fuentes de aprecio e identificación para ambas estéticas son distintas, pero establecen entre sí una clara dependencia mutua, vehicula- da a través de la figura del consumidor. En efec- to, el consumo privado, acudiendo a la oferta de un mercado cada vez más serial y masivo, mol- dea los innumerables impactos de apropiación sobre el paisaje (edificación de recreo, delimita- ción de' propiedades, apertura de accesos) y los no menos abundantes impactos de producción (tecnificación de .la actividad agroganadera y cinegética, proliferación de focos industriales). Este artículo aspira a reflexionar sobre la orga- nización social en tomo al paisaje. Se parte de la constatación de marcadas divergencias culturales entre el espacio doméstico y el espacio colectivo, entre la producción y la demanda de paisaje. Los mecanismos de consumo no sólo moldean el entorno sino que influyen poderosamente en el canon, alimentando el discurso popular contem- poráneo sobre la belleza paisajistica. La rápida evolución de las formas flSicas del nuevo paisaje dificulta la maduración de estéticas cultas e inte- gradoras que gocen a la vez de amplia base social. Queda con ello abierto el camino a la nos- talgia, a la banalización, o al desinterés. La línea de reflexión propuesta puede apor- tar un contrapunto al sesgo 'administrativista' de las políticas dominantes sobre el paisaje. Sólo acudiendo a una prospección detenida de las conexiones entre los subsistemas de mercado, ciudadanía y gobierno se hace posible la defini- ción de procedimientos eficaces de autocontrol colectivo en nuestra relación con el paisaje. Como contribución a este campo potencial de estudio, se establece aquí una somera clasifi- cación de los paisajes atendiendo al siguiente cri- terio: ¿cuál es la organización social subyacente? Se describe asimismo la inestabilidad del paisaje actual, expuesto a la acción de tecnologías pesa- das y de accesorios seriados fácilmente disponi- bles en el mercado. Partiendo de tales premisas se argumenta que el paisaje, especialmente si carece de sustrato social denso, es vulnerable a la acción de agresiones localizadas y aleatorias. La suma de estos impactos, cada uno de los cua- les puede ser pequeño en sí mismo, es relativa- mente acumulativa e irreversible. EL PAISAJE: ¿AGONÍA O EVOLUCIÓN? Una contradicción fundamental parece anida en la misma raíz histórica del paisaje. Las condi ciones de libertad y de autonomía en las faculta des sensitivas que permiten su aprecio se hace! posibles a través de una emancipación del ind: viduo con respecto a las demandas más perentc rias de supervivencia. La mirada noble y libr sobre el mundo natural que inaugura el romant cismo es propiciada por el acceso -de una minI ría- a algo que cabe denominar distanciamiento la instalación de sus vidas en un pedestal elev do sobre la mera disputa material de la cotidi nía. "La distancia propia del mundo vital de qUl 58

Estéticas privadas estéticas públicas en la producción y ...cuadernos Estéticas privadas y estéticas públicas en la producción y consumo del paisaje rural Pascual Riesco Chueca

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cuadernos

Estéticasprivadasy estéticaspúblicasen la produccióny consumodel paisajeruralPascual Riesco Chueca

INTRODUCCIÓN

Los aspectos sociales y mercantiles en la con-figuración del paisaje pivotan sobre una articula-ción fundamental: la poderosa relación trabadaentre la valoración estética del espacio domésti-co y la valoración estética del espacio colectivo.Las fuentes de aprecio e identificación paraambas estéticas son distintas, pero establecenentre sí una clara dependencia mutua, vehicula-da a través de la figura del consumidor. En efec-to, el consumo privado, acudiendo a la oferta deun mercado cada vez más serial y masivo, mol-dea los innumerables impactos de apropiaciónsobre el paisaje (edificación de recreo, delimita-ción de' propiedades, apertura de accesos) y losno menos abundantes impactos de producción(tecnificación de .la actividad agroganadera ycinegética, proliferación de focos industriales).

Este artículo aspira a reflexionar sobre la orga-nización social en tomo al paisaje. Se parte de laconstatación de marcadas divergencias culturalesentre el espacio doméstico y el espacio colectivo,entre la producción y la demanda de paisaje. Losmecanismos de consumo no sólo moldean elentorno sino que influyen poderosamente en elcanon, alimentando el discurso popular contem-poráneo sobre la belleza paisajistica. La rápidaevolución de las formas flSicas del nuevo paisajedificulta la maduración de estéticas cultas e inte-gradoras que gocen a la vez de amplia basesocial. Queda con ello abierto el camino a la nos-talgia, a la banalización, o al desinterés.

La línea de reflexión propuesta puede apor-tar un contrapunto al sesgo 'administrativista' delas políticas dominantes sobre el paisaje. Sólo

acudiendo a una prospección detenida de lasconexiones entre los subsistemas de mercado,ciudadanía y gobierno se hace posible la defini-ción de procedimientos eficaces de autocontrolcolectivo en nuestra relación con el paisaje.

Como contribución a este campo potencialde estudio, se establece aquí una somera clasifi-cación de los paisajes atendiendo al siguiente cri-terio: ¿cuál es la organización social subyacente?Se describe asimismo la inestabilidad del paisajeactual, expuesto a la acción de tecnologías pesa-das y de accesorios seriados fácilmente disponi-bles en el mercado. Partiendo de tales premisasse argumenta que el paisaje, especialmente sicarece de sustrato social denso, es vulnerable ala acción de agresiones localizadas y aleatorias.La suma de estos impactos, cada uno de los cua-les puede ser pequeño en sí mismo, es relativa-mente acumulativa e irreversible.

EL PAISAJE: ¿AGONÍA O EVOLUCIÓN?

Una contradicción fundamental parece anidaen la misma raíz histórica del paisaje. Las condiciones de libertad y de autonomía en las facultades sensitivas que permiten su aprecio se hace!posibles a través de una emancipación del ind:viduo con respecto a las demandas más perentcrias de supervivencia. La mirada noble y librsobre el mundo natural que inaugura el romantcismo es propiciada por el acceso -de una minIría- a algo que cabe denominar distanciamientola instalación de sus vidas en un pedestal elevdo sobre la mera disputa material de la cotidinía. "La distancia propia del mundo vital de qUl

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nes ya no viven directamente en la naturaleza yde la naturaleza parece ser condición necesariaprevia al desarrollo de un órgano capacitadopara el disfrute estético de la naturaleza en tantoque paisajé' (Groh y Groh, 1991, p. 93). Pero loque hace visible, por primera vez, al paisajecomo fuente intelectual y espiritual de sensación,al mismo tiempo contribuye, merced a esta mis-ma lógica de distanciamiento, a la explotacióndel medio físico. Con ello se hipertrofia su con-dición triple de herramienta, cantera y sumidero,y se arruina a la vez la posibilidad, recién inau-gurada, de resonancia numinosa culta y delibe-rada ante la naturaleza.

De ahí la coincidencia histórica de dos ten-

dencias contrapuestas: de un lado la emergen-cia de la sensibilidad ante el paisaje, que inyec-ta densos caudales de alma e imaginación en elmundo físico; de otro, el creciente desguace yacuartelamiento del mundo rural, que exacerbalas actividades extractivas, convirtiendo el cam-po en gigantesco reservorio o vertedero pararedes de apropiación y circulación mundializa-das. No en vano son contemporáneos el roman-ticismo y la máquina de vapor. Por ello, la mira-da sobre el paisaje no se sustrae a un tinte cre-puscular o agónico: el don de percibirdimensiones exaltantes en la naturaleza es his-tóricamente simultáneo con la más absoluta

indefensión del medio natural ante la prepoten-cia humana.

La instalación del sentimiento del paisaje enel cruce de estas dos rampas, una ascendente, deemancipación sensorial e intelectual, otra des-cendente, de desmantelamiento de las tramasnaturales, debería imprimir un timbre de angus-tiosa urgencia a nuestra relación con el entorno.

y sin embargo, no ocurre así; sólo minorita-riamente es intuida la proximidad de un crepús-culo, y la sociedad en su conjunto no detecta enel paisaje una fuente de zozobras, sino antesbien un reconfortante proveedor de imágenesvagamente mercantiles: el paisaje como denomi-nación de origen, como parque temático, o comomarco turístico y gastronómico. El resto del terri-torio se vuelve invisible y es sancionado social-mente como un no-paisaje donde se puede darrienda suelta a las expansiones del lucro.

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Los paisajes andaluces y su valor patrimonial

Por su parte, de la Administración llegan tam-bién mensajes apolíneos. El distanciamiento conrespecto al medio natural permite formular cua-draturas de círculo que, a la vez que incitan a laexpansión de los usos, creen garantizar la inter-vención equilibrada y creadora sobre el paisaje.Demarcando, inventariando, diseñando, el políti-co define espacios gobernados donde la provi-dencia de los programas parece asegurar la gene-ración por encargo de nuevos tejidos de bellezaterritorial.

Se ha observado la disparidad de tratamientoque se concede en nuestro entorno a la repro-ducción del orden doméstico (interiores pulcrosy ordenados, paredes enlucidas, recibidores-museo, automóviles resplandecientes) y a la delos exteriores (bordes urbanos caóticos, vertede-ros, espacios rurales abrumados de elementoschirriantes). La a veces obsesiva preocupaciónpor la fijación formal de los interiores determinauna estética del hipercontrol en la que la manchaen la pared, la silla desfondada o la mesa polvo-rienta son tan inconcebibles como una abomina-ción. El entorno próximo es escaparate de auto-presentación; los moldes de consumo ahorrnanel doméstico museo, el hogar, donde se exhibenpruebas de consumo y de destreza adquisitiva. Elentorno lejano es, a lo sumo, un telón de fondo.

Luginbühl (2001) señala en Francia una inci-piente transición desde un paisaje entendidocomo decorado hacia un paisaje entendido comomarco de vida: "aunque un mercado del paisajeva fraguándose, con sus diferentes agentes, estátodavía muy anclado a la puesta en escena de lanaturaleza, y no aborda de modo frontal la cues-tión del marco de vida de laspoblaciones france-sas; aun así, las representaciones colectivas dejanuna brecha abierta en esta dirección". Cabe infe-rir que en nuestro entorno, más aun que en elfrancés, la escala del marco de vida no rebasa laesfera doméstica, el barrio o el pueblo. Por ello,las transformaciones, a menudo caóticas, de lasformas del paisaje no despiertan alarma social alno estar ligadas simbólicamente al bienestar y ala bondad de la vida.

Por ello, el entorno distal, el que queda ale-jado del cuerpo simbólico de individuos, familiaso ciudades, es el lugar donde la tensión del

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hipercontrol doméstico se disuelve bruscamente,abocando a una total permisividad. No debe sor-prender esta aparente incongruencia: esmero enlo próximo y, a la vez, indiferencia por lo leja-no. Se trata de un resultado esperable dadas lasactuales geometrías de convivencia y vigilancia.

En el siguiente apartado se introducen variascategorías territoriales basadas precisamente enel sustrato de convivencia y vigilancia que con-forma el paisaje. Una comunidad tradicionalcampesina, una comunidad virtual de producto-res, una comunidad de consumo turístico y resi-dencial: éstos son algunos de los modos de orga-nización social detrás de las fisonomías paisajís-ticas de nuestro entorno. En el resto del territorioel tejido comunitario latente bajo el paisaje estároto: a esta categoría, creciente en extensión yhuérfana de sustento social, se dedica algunaatención en la sección tercera.

ORGANIZACIÓN SOCIAL Y CATEGORÍAS

PAISAJÍSTICAS

Berking (999), en una reflexión provocadorasobre el agro centroeuropeo, sugiere la recientesegmentación del campo en dos categorías níti-damente diferenciadas: "la tierra se escinde. Por

un lado se desarrolla una industria agraria hiper-moderna, impulsada por losprecios del mercadomundial y por la competencia de origen, que noofrece ya ningún asidero al idilio de la vida rnral.Por otro lado, se agrnpan todos aquellos [espacios}en los que es constrnida la forma física del idilioa base de costosas inversiones de tiempo, dinero yconocimientos. La ciudad se crea así su contra-

punto rnral a su imagen y semejanza. La extin-ción del mundo vital campesino es la condiciónque hace posible la apropiación museística [delcampo}'. Esta división estricta de los ámbitos rura-les en espacio destinado a la "agricultura exhaus-tivd' (Malassis, 1992) (invernaderos, monoculti-vos, naves ganaderas, cercados geométricos) yespacio museístico (evocador de una ruralidadidílica) es sin duda sugerente.

Sin embargo, si se pasa del paisaje alemán oaustriaco al mediterráneo, este dipolo se ve pre-cisado de matizaciones y revisiones. En Andalu-

cía y su entorno próximo, es visible ciertamentela emergencia de la categoría agro-industrial (cul-tivos bajo plástico del Poniente almeriense,naranjales y fresales intensivos de la costa onu-bense, cultivos de arroz, zonas regables del valledel Guadalquivir), y cada vez más estricta la obe-diencia turística o residencial a que es sometidauna parte del territorio rural (especialmente en lafachada litoral o en los parques naturales: Costade Cádiz, Aracena-Aroche, Grazalema). Sinembargo, la mayor parte del territorio rural pre-senta rasgos de más difícil clasificación. La vidacampesina o ganadera tradicional no puede dar-se en modo alguno por extinta, aunque sobre lospaisajes moldeados por comunidades agro-silvo-pastorales pesan cargas cada vez más insosteni-bles. En el resto del territorio, a pesar de la per-sistencia de la población rural, la decadencia dela comunidad campesina causa una progresivadesvertebración del campo.

Puede por tanto proponerse para Andalucía yregiones próximas la siguiente clasificación orgá-nica de los paisajes rurales:

. Espacios de agricultura exhaustiva (agro-industriales o agro-intensivos), en los que seprocede a un aprovechamiento sistemáticode los recursos productivos ligados al suelo.. Espacios de uso turístico, cuya evolución for-mal es controlada para evocar un idilio rural ynatural, de consumo preferentemente urbano.. Espacios moldeados por comunidades cam-pesinas: paisajes históricos.. Espacios distales, de bajo rendimiento enlos usos, entregados al aprovechamiento caó-tico, al abandono y permisividad.

¿Cuál es el ámbito donde esta distinción tie-ne validez? Probablemente, gran parte del Medi-terráneo europeo, así como otras partes pocoindustrializadas de la Europa no mediterránea.Por ejemplo, es destacable el Norte de Portugal,con Galicia, como la principal reserva europeade comunidades campesinas. Ha de tenerse encuenta, por ejemplo, que el estado vecino cons-tituye el más rural de los países de Europa (sólo36% de la población vive en ciudades), muy pordetrás de los siguientes (Bulgaria, con 71%, Y

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Polonia, con 65%) (World Development Report1997). Allí se mantiene, precariamente pero contrazos reconocibles, un minucioso paisaje dedensa trabazón y coexistencia de usos.

Por su parte, los espacios de agriculturaintensiva no son necesariamente ajenos a todaconstrucción colectiva del paisaje. Las complejastramas de un mercado desarrollado establecencomunidades virtuales de producción, que liganentre sí a los agricultores y al sector de transfor-mación y distribución conexo. En tales comuni-dades no están ausentes muchas de las caracte-rísticas de relación y mutualismo propias de lassociedades tradicionales. Los campos de plásti-cos de El Ejido despliegan un denso parcelario,donde las relaciones de vecindad entre explota-ciones y las normas de dependencia son forzo-samente estrechas, dada la compartición derecursos (agua, espacio), de riesgos (contamina-ción, plagas), y de normas (legislación europea ynacional, GATO. Los usuarios de una zona rega-ble moldean el espacio con acuerdos colectivosy mantienen una continua vigilancia mutua.

Finalmente, el paisaje de consumo turístico oresidencial, entendido a través de la concepciónde Berking, está regido por una comunidad a dis-tancia, la de sus usuarios urbanos. Adquierencasas, ejercen control sobre las ordenanzas muni-cipales, van haciéndose dueños del campo y pro-moviendo involuntariamente el abandono de laactividad campesina. El proceso conduce a la for-

Los paisajes andaluces y su valor patrimonial

mación de un nuevo poblamiento, basado en elocio, la artesanía de consumo y los servicios, queen parte privatiza el paisaje y en parte lo sometea una transformación convergente con la culturade los parques temáticos. En algunos casos, lapuesta.en valor de los espacios naturales (apertu-ra de sendas, centros de interpretación) es unfenómeno que enmascara, bajo su benigna apa-riencia pública, una progresiva privatización delpaisaje, inducida por la nueva propiedad, queignora las antiguas servidumbres y comunalida-des. Y así van creciendo en torno a las antiguasaldeas tejidos residenciales y circuitos de ofertaque se convierten más en estimuladores de con-sumo que en revalorizadores del paisaje.

Sin embargo, en nuestro entorno próximo,tanto en Andalucía como en otras regiones deEspaña y del Mediterráneo, adquiere especialimportancia el último tipo de paisajes. En efecto,la categoría distal o paisaje de la negligencia seencuentra en plena expansión, como cualquierviaje atento puede }"evelar.

EL ENTORNO DISTAL O INVERTEBRADO

Caracteriza a esta división del territorio, con-cebido como polo opuesto del paisaje proximal("paysage de proximité" en la expresión deMalassis, 1998), la ausencia de una acción colec-tiva densa. En esta fracción del territorio, no se

Fig. 1. Paisaje de bancales,con almiares de heno, col-

menas, parras, árboles fru-tales, maizales y sembradosde hortalizas. Minho,

Portugal. (Foto P. Riesco)

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Fig. 2. La huella delicada de la agricultura tradicio-nal. Cercado con seto de endrinos y fresnos en

Sayago, Zamora. (Foto P. Riesco)

cuenta con el soporte comunitario tradicional(paisajes campesinos); tampoco se hace notaruna regulación explícitamente dictada por nor-mativas de conservación o implícitamente defi-nida por el consumo turístico (paisajes protegi-dos y visitados); finalmente, tampoco opera unaintensa concentración de insumos y tecnologíasunida a la conexión con mercados vigorosos ytransnacionales (paisajes agroindustriales). Elterritorio distal carece de un germen morfogéni-co (modelador de formas paisajísticas) basadoen la acción colectiva, es decir, en la interacciónde opiniones, prácticas, presiones y traccionespropias de agentes sociales inscritos en unamatriz compacta de competencia y convivencia.Cómo se articula, en el marco de este proceso,la oposición entre los espacios proximales (degala, canonizados) y los espacios distales(socialmente invisibles) es cuestión que se ana-liza más abajo.

Por lo tanto, el entorno distal es la fracciónpost-tradicional del territorio que no está some-tida a una intervención formal deliberada(museización del territorio) ni a una transfor-mación productiva sistemática y exhaustiva(explotación agro-química intensiva). Esta cate-goría territorial ha dejado de ser espacio deconvivencia, no ya de residentes tradicionaleso de visitantes turísticos, sino también de com-petidores mercantiles agro industriales. Si losterritorios proximales son los que el cuerposocial reconoce como adyacentes a la vidapública, el ocio, la identidad de grupo y la resi-dencia, los distales se sitúan lejos de la convi-vencia. Han de entenderse dista les en el ejesimbólico y no en el kilométrico. Los descam-pados que flanquean la ciudad de Sevilla por elSureste, aunque cercanos a una gran aglomera-ción urbana, son distales en tanto que 'invisi-bles' o 'no reconocidos' por los núcleos deconvivencia vecinos.

Los territorios distales se caracterizan por suproductividad agroganadera baja, su baja densi-dad de población, la ausencia de atractivosespectaculares en el paisaje, la distancia o indi-ferencia con que la ciudad los contempla, y ladebilidad de las tramas sociales y culturales quelos estructuran. La ubicación distal de esta frac-

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ción del paisaje es consecuencia de su posicióndesfavorable con respecto a la geometría de losrecursos, sean éstos materiales o simbólicos. Sonáreas, por lo tanto, alejadas a la vez de los focosde alta productividad agro-ganadera, de losenclaves de consumo turístico, y de las fachadasoficiales de las ciudades.

El resultado es un aprovechamiento difuso,que contrasta con la alta concentración propia delos paisajes agrointensivos. Sin embargo, la rela-jación de los aprovechamientos no facilita laregeneración del paisaje. En efecto, la permisivi-dad social combinada con el profundo impactode las técnicas contemporáneas (aunque se apli-quen de forma esporádica) de tránsito, apropia-ción y explotación del territorio, da lugar a unpaisaje herido, expuesto a todas las arbitrarieda-des de uso y abuso.

En el mejor de los casos, estos paisajes pre-servan, a fuer de abandonados, rasgos de inte-rés natural destacado, y en ellos perviven, amodo arqueológico, rastros de su belleza pri-mera. En el peor de los casos, los paisajes seconvierten en bandeja de degradaciones varias.La apertura de pistas, la concentración parcela-ria y otras intervenciones públicas contribuyena completar un semblante paisajístico a modode extenso parque tecnológico de caótica ocu-pación, donde el ensuciamiento visual va obtu-rando todos los horizontes. Aquí, por detrás deuna cerca de chapas, va creciendo un desgua-ce rural; más allá, una urbanización ilegal vaalzándose, donde se levantan desde chabolashasta "chalés alpinos y pastiches medievales r...Jrodeados de céspedes cuidadosamente recorta-dos y adornados con estatuillas que represen-tan a personajes de Walt Disney' (Drain, 1998);por el horizonte, detrás de retazos de encinar,asoma una granja porcina, donde se hacinancerdos supuestamente alimentados con bellota(hipótesis al instante desmentida por el brillode los voluminosos silos de pienso) que alhozar van haciendo morir de raíz las encinassupervivientes.

Con ello, esta fracción del campo pasa a con-vertirse en el envés de la convivencia: un grantrastero o trastienda donde se agolpan los ele-mentos descartados o la cantera de donde saca

Los paisajes andaluces y su valor patrimonial

tajada, con ritmos quebrados, una economíaoportunista y de rapiña. Al compás de herencias,transferencias de propiedad o cambios en la polí-tica comunitaria, van sucediéndose experimentosextractivos, muchos de ellos abocados al fracaso.Una nave industrial de uso ganadero se instalapara aprovechar subvenciones al vacuno. Si laexplotación se interrumpe, allí quedan los herra-jes y chapas de la nave. Un agricultor instalaplásticos para el cultivo intensivo: de año en año,van acumulándose jirones semienterrados dematerial sintético. Un terreno es explanado paraplantar naranjos: las curvas de nivel borradas enla operación no regresan cuando el naranjal seaabandonado. Por doquier marcas inconexas deapropiación, de explotación, desórdenes de usoy abandono. La agricultura a distancia, negligen-te, asistemática, se generaliza.

Puede intentarse acotar esta categoría defi-niendo sus rasgos más perceptibles. Cabe propo-ner cinco atributos principales de los territoriosinvertebrados o distales:

. Negligencia

. Permisividad e impunidad

. Experimentación e intermitencia

. Incrementalismo y acumulación

. Flujos de información débiles

. Extensividad agresiva.

En la rúbrica de negligencia se agrupan prác-ticas de abuso, identificables como resultado dela Raubwirtschaft (economía de rapiña o de tie-rra quemada; véase Martínez Alier, 1994, p. 63),la cultura de frontera, el aprovechamiento de losrecursos naturales en régimen de generación últi-ma, con un apres moi le déluge implícito a losmodos de apropiación y uso del suelo. Los pai-sajes distales pertenecen a la periferia, entendidacomo polo opuesto al centro donde se negociala convivencia. Ojeda (1993) ha ilustrado amplia-mente los efectos de tal condición periférica enlos espacios 'de frontera' que constituyen elactual Parque de Doñana.

La Política Agraria Común (PAC) dictada porla Comisión Europea es indirectamente causantede buena parte de esta nueva agricultura desali-ñada. La pretensión oficial de la PAC,centrada en

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aliviar la presión de los usos del suelo mediantela promoción de modelos poco codiciosos deaprovechamiento de la hectárea, habrá cosecha-do éxitos en algunas zonas de la Unión. Sinembargo, en nuestro entorno y por efecto de lapicaresca, la PAC se convierte, no en un instru-mento que aliente la des-intensificación de laagro-ganadería y el reposo del campo, sino enun subvencionador del desaliño y los malos tra-tos al terreno. En el caso de los cereales o el gira-sol, las subvenciones a la hectárea promueven laroturación de valiosos eriales y prados para lasiembra de mezquinas cosechas, negligentemen-te cosechadas.

La PACestimula a su vez las políticas de con-centración parcelaria, muy actuales en Castilla-León y Galicia; en efecto, si el rendimiento fun-damental del secano es la subvención a la hectá-rea, y la calidad de las labores es secundaria, nocabe duda de que una respuesta racional es reu-nir toda la propiedad para así aplicar con lamáxima economía de tiempo y recursos las cam-pañas de laboreo y recolección. Y, a su vez, laconcentración parcelaria favorece la agricultura adistancia, cada vez más común en las llanurascerealistas: al reducirse las tareas anuales a unospocos días es racional desplazar la residencia alas ciudades, donde se puede complementar conotros ingresos la rentabilidad de las tierras.

La agricultura a distancia, desde las ciudades,es uno de los principales estimuladores del maltrato al paisaje. Disuelto el vínculo afectivo entreel propietario y su terreno, se disuelve tambiénla solidaridad de vecinos y la consiguiente vigi-lancia y emulación en las buenas prácticas.

A ello se añade el intenso efecto sobre el

patrimonio cultural y natural ejercido pormuchos megaproyectos: grandes actuaciones deinfraestructura, producción, extracción o consu-mo inspiradas por cálculos de beneficio público.Entre ellos, es muy destacable por su vandálicoefecto sobre el paisaje la antes mencionada con-centración parcelaria, fervorosamente impulsadapor la Administración de algunos gobiernosautonómicos. En su forma más perniciosa, laconcentración parcelaria equivale a poner alterritorio de rodillas ante un principio único, laproductividad, y ante unos sumos sacerdotes, los

peritos, ingenieros y constructores de la obra. Nosorprende que un paisaje devastado por unaconcentración parcelaria, en el que se han extir-pado todos los vínculos patrimoniales, en el quese han entubado los arroyos, enterrado las fuen-tes, expurgado el arbolado y sepultado los cami-nos antiguos, se convierta en una invitación aluso sin amor del suelo.

Análogos efectos tienen otros megaproyec-tos, como los grandes embalses, explotacionesmineras o autovías. En un corto plazo de tiem-po, estas iniciativas ponen en marcha drásticoscambios sociales y ambientales, cuyas conse-cuencias es difícil prever. El paisaje sufre elimpacto primero, asimilable a una brusca modi-ficación quirúrgica; y posteriormente, se enca-denan otros cambios secundarios, cuyo efectoacumulado a veces supera el de la primeratransformación.

La permisividad y el carácter impune de lastransgresiones que se acumulan sobre la catego-ña distal de paisaje es una consecuencia de suinfravaloración social. Los espacios distales sonun a modo de trastienda o trastero de la convi-vencia; en ellos es inevitable por lo tanto unaabsoluta relajación de las normas sociales.

Como experimentalismo cabe describir lasincesantes etapas de prueba y error, con aban-dono incluido, que siembran estos paisajes derastros de intentonas empresariales o proyectospúblicos: el esqueleto de una nave, un cercadode avestruces, un herrumbroso pivot de riego...La experimentación, frecuentemente fallida,acompaña a menudo las etapas de traspaso depropiedad por compra o por herencia. Otrasveces, el incentivo principal es el cambio en lapolítica de subvenciones. Con ayudas públicas sedesmontaron muchos encina res en Españadurante los setenta, y con ayudas públicas se hansembrado decenas de miles de hectáreas deplantón de encina en la década reciente.

Bajo incrementalismo y acumulación se agru-pan los efectos de la no-degradabilidad de loscomplementos agrarios contemporáneos. Losmateriales empleados, las formas de geometríalineal, la profundidad de las acciones de laboreo,todo asegura la permanencia de las estructuras ylas modificaciones introducidas.

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La acumulación capitalista (Harvey, 1992) seve disfrazada en los espacios hegemónicos(enclaves prósperos de ciudades, entornosmuseificados, zonas históricas o residenciales)por figuras de metabolización que la hacen ase-mejarse a un crecimiento o expansión. Sinembargo, en los espacios rurales no estructura-dos, que son el anverso y el sumidero de talescrecimientos, la acumulación se presenta en sucrudeza caótica. El inmenso ajuar de las socieda-des contemporáneas rebosa hacia el campo,donde los objetos menos queridos amueblan lassegundas residencias, la pre-chatarra amuebla lasparcelas, y la fácil infraestructura de deslinde ode construcción despliega sus volúmenes seria-dos, vertidos desde una inquietante cornucopiade formas sintéticas y no degradables.

Los espacios distales se convierten con elloen un cementerio del crecimiento, donde losexperimentos productivos 'de retaguardia' y losvestigios de acumulación procedentes de losnúcleos del crecimiento van acopiándose de for-ma dispersa y azarosa.

En la rúbrica de flujos de información débilesse alude a la escasa cohesión interna de este tipode paisajes y a su alejamiento de los modos eco-sistémicos de organización. En zonas donde per-vive el mosaico tradicional (campo, pasto y mon-te), cada aprovechamiento 'informa' a su entornoinmediato y al conjunto merced a las estrechasrelaciones de vecindad y mutualismo trabadas. El

Los paisajes andaluces y su valor patrimonial

movimiento de ganado, los pastos comunes, lascolmenas itinerantes, el uso separado del suelo yel vuelo, la caza, la rotación de cultivos, la ges-tión común de setos verdes: todo ello sugiere unfuncionamiento sistémico, con una densa circu-lación de informaciones que producen efectoscruzados y se realimentan. En un paisaje agro-intensivo, por otra parte, la densa vecindad, lacompetitividad y la común dependencia de insu-mos exteriores aseguran un constante flujo deinformación entre los productores. Los espaciosprotegidos o turísticos son también ámbitos deespesa circulación informativa, a través de lasáreas de ocio común, la proximidad residencial yla subsistencia de tramas ecológicas. A ello seañade, como notable vector informativo, la figu-ra del paseante, que enlaza espacios con su mira-da transeúnte.

Por el contrario, en los paisajes distales, losaprovechamientos del espacio tienden a ser indi-vidualistas y no correlacionados. Es frecuenteque una alambrada o una malla cinegética sea laprimera acción de toma de posesión del territo-rio. Los experimentos empresariales en zonasapartadas (una granja avícola, una cantera, undesmonte) se emprenden a título particular, sinconexión con una comunidad de producción.Las pervivencias naturales del entorno se veninterrumpidas por azarosas cacerías, azudes pri-vados, talas incontroladas o sueltas de caza cria-da en granjas.

Fig. 3. Encinar adehesado ycercas para pasto. Sierra deMontánchez, Cáceres.(Foto P Riesco)

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Finalmente, el rasgo etiquetado como exten-sividad agresiva hace alusión a lo siguiente: enesta categoría distal, el uso extensivo no impli-ca buenas prácticas ambientales o paisajísticas.La escasa densidad y la intermitencia de losfocos de agresión (ganadería adventicia, cante-ras, cercados, pistas, talas de arbolado) soncompatibles con su intensidad e irreversibilidad.En efecto, es barato y rápido conseguir modifi-caciones graves en el paisaje (bajísimo coste dela hora de excavadora, disponibilidad generalde prefabricados, inefectividad de las sancionespor agresión al medio). De ahí que las huellasdel nomadismo de los aprovechamientos en laszonas apartadas no sean reabsorbidas por elmedio físico como era el caso en la agriculturade roza (por ejemplo en el Algarve, Portugal,donde la quema y desbroce de trozos de jaralpara su siembra de centeno iba rotando con len-ta periodicidad por las lomas escabrosas delmonte). La huella de los experimentos de usocontemporáneos es relativamente indeleble, yun algoritmo de agresión localizada va transfor-mando paso a paso lo extenso.

El uso ganadero y extensivo del suelo, quehasta no hace mucho aseguraba una buena pro-tección del paisaje, no es ya garantía de calidadvisual. El pastoreo personal es sustituido por lasalambradas dentro de los latifundios de dehesa.El ganado va rotando sucesivamente por lasparcelas que así se definen. Dado que cada tro-

zo cercado requiere acceso, las cercas van de lamano de las pistas, y las pistas, de los encauza-mientas. Cabría aplicar a este modo de gestiónde la dehesa el término 'rotación no sostenible'.Es tan poco gravosa la erección de naves y pari-deras que a menudo cada cercado de una pro-piedad así porcionada duplica las instalacionesdel cercado vecino. La estabulación de animaleses a veces destructiva, y se salda con la des-trucción local del suelo o del arbolado. Conello, y por acumulación de impactos, al cabo deunos años un viejo encinar puede verse con-vertido en un laberinto de alambres, sembradode naves (la mayoría fuera de uso), erosionadoy enfermo. Se trata de un uso nominalmenteextensivo, pero de Jacto es un nomadismointensivo e irreparable.

Un argumento muy usado en el estudio esta-dístico de los fenómenos naturales es el siguien-te: "lo que es fácil termina ocurriendo". Lossucesos probables, para los cuales sólo existenbarreras débiles, tienen garantía de producirrepercusiones intensas, por repetición del efec-to, si se espera un tiempo suficiente. Análoga-mente, dado que transformar el paisaje es fácil,el mecanismo hacia una progresiva acumula-ción de impactos está en marcha. Que las agre-siones se asienten y que una lógica nueva-todavía invisible- pueda llegar a armonizarlaso a volverlas entrañables no es descartable en el

futuro. Sin embargo, la inestabilidad de las for-

Fig. 4. Encinas desmocha-das sobre prados con can-

tueso florecido. Alentejo,Portugal.

(Foto P. Riesco)

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mas que la nueva agricultura hace emerger y lasucesión cuasi-bursátil de los usos del suelo danlugar a un ritmo fugado de cambio al que elimaginario colectivo difícilmente puede seguir.De ahí la tendencia al repliegue (el hogar, lapantalla), la privatización (urbanizaciones ajar-dinadas, campos de golO o el escape (viajes aparaísos exóticos).

SOBRE LAS VÍAS DE VALORAQÓN ESTÉTICA

DE LAS CATEGORÍAS DEL PAISAJE

Donadieu (1998) ha observado recientemente:"sabemos hoy día que la capacidad de una socie-dad para inventar nuevas representaciones delpaisaje -a través de la fotografia, el cine, la litera-tura- es en pal1e independiente de la capacidadque asegura su producción -por vía normativa yeconómica-". Esta distancia social entre produc-ción y representación se hace notar con mayor omenor intensidad en las cuatro categoñas pro-puestas para el paisaje. Sólo en los paisajes prote-gidos para uso turístico se aprecia una relativaconvergencia social entre los agentes de produc-ción y los agentes de representación estética.

Así pues -como también ocurrió con las for-mas emergidas a raíz de la revolución industrial-se detecta un desfase temporal entre los proce-sos de remodelación del paisaje y los procesosde metabolización estética. La valoración de losnuevos paisajes se produce de forma rezagada yminoritaria. Como resultado, es general la faltade adhesión del hombre de hoy a los paisajes'contemporáneos', esto es, los que acusan seña-les más evidentes de su transformación por tec-nologías actuales. Como ya se ha apuntado atrás,ello conduce a varios procesos paralelos deretranqueo: nostalgia por los paisajes tradiciona-les, repliegue hacia el marco residencial-ajardina-do, consumo de geografías exóticas, instalaciónestética en lo doméstico y en lo virtual (pantalla).

El que la representación y la recarga simbó-lica de los nuevos paisajes vayan muy a la zagade su transformación física no debería, en símismo, constituir una fuente de inquietud. Esinagotable la capacidad humana para reelaborarestéticamente su relación con el entorno. Sin

Los paisajes andaluces y su valor patrimonial

embargo, la acusada inestabilidad de los cam-bios recientes en el paisaje, ligada a la azarosi-dad del mercado agrícola, la potencia de las tec-nologías del espacio y la prolijidad de los acce-sorios, todo ello produce "deriva paisajística".La deriva es más acusada en la categoña distal,donde no existe un sustrato colectivo que amor-tigüe o armonice los cambios. El resultado enmuchos casos es un paisaje en fuga errática,cuyas representaciones estéticas no lleguen aadquirir madurez ni completitud. De ahí laimportancia creciente de la figura del paisajistacomo mediador social (Donadieu, 1998).

Paisajes históricos: espacios moldeados porcomunidades agropastorlles tradicionales

La belleza inscrita en tales paisajes se derivade la densa y antigua interacción respetuosaentre pequeños propietarios y una naturalezaque florece en los intrincados intersticios yentrefases del parcelario. "Debido al tamaño ypotencia de los util/ajes, existía l..,} una obligadaconnivencia entre paisaje y paisanos. f..,} Larelación de col1esía con el lugar a la que está

forzado el campesino origina geometrías conaire de naturaleza, de naturaleza magnificada"(Corajoud, 1982). En la terminología de Bour-dieu, se trata de un efecto inevitablemente liga-do a la expresión histórica del hábitus, es decir,de los efectos no deliberados (que trascienden lasuma de voluntades conscientes) de la constitu-ción social y productiva. Una cultura históricadetermina disposiciones que condicionan (y enparte automatizan) la acción, el pensamiento ylos sentimientos de sus integrantes. Con una for-mulación más reduccionista, Malassis (1998) afir-ma: "históricamente, el paisaje histórico es unsubproducto de la producción alimentaria"-podría echarse en falta aquí la producciónenergética (leña, turba)-. En cualquier caso, elpaisaje tradicional nace como resultante invo-luntaria de procesos agregados de interaccióncon el medio: su apariencia global no deriva deun diseño, sino de la iteración en el tiempo deun algoritmo de uso.

La comunidad campesina, en su apretadaconvivencia de siglos, segrega un paisaje que se

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cuadernos"'........

Fig. 5. Prados húmedos flanqueando un arroyo, bajoladeras de brezal y bosque caducifo/io. Sierra de

Caurel, Ga/icia. (Foto P. Riesco)

deriva involuntariamente de su cotidianía, puli-da por los roces de la vecindad y la emulación.La agricultura tradicional, a través de una minu-ciosa y diminuta acción sobre el medio, repiterituales lentos y compartidos, que generanespontáneos efectos compositivos de bellezaorgánica. La vigilancia mutua entre una comuni-dad orgánica de pastores y agricultores confor-maba densos engranajes de interacción, regula-dos por una naturaleza que aún podía ejercer deárbitro de la convivencia. Son los paisajes demosaico, la prolija miniatura campesina. EnEuropa, distintas fórmulas regionales desarrollanun programa similar de coexistencia silvo-agro-pastoral: la coltura promiscua en Italia y Portu-gal, el bocage francés, los kampen en Centroeu-ropa, la dehesa y el montado ibéricos, el cultivoen hazas de Polonia.

En el Mediterráneo, la rica e inestable entrefa-se que separa, en densa contigüidad, el ager(labranza) del saltus (pastoreo) es un rasgo carac-terizador de los paisajes campesinos (Mazurek yBlanchemanche, 1992). Superpuesto y fragmenta-do, un tercer componente se entrelaza conambos: el bosque (silva). Uno de los indicadoresdel paisaje tradicional mediterráneo es la coexis-tencia del suelo y el vuelo (el aprovechamientode herbáceas y leguminosas en simultaneidad conel aprovechamiento de frutos y leña de árboles).

Las bases de apreciación estética de tales pai-sajes son relativamente minoritarias. Las bolsasde campesinos que perviven en comarcas aisla-das difícilmente perciben como bello su entorno,asociado a vida de trabajo y marginalidad. Lasclases emergentes, en la ciudad y en el campo,tienden a identificar tales paisajes con retraso,pobreza y tercermundismo. Sólo una fracciónpequeña de viajeros y turistas, que se expande almismo compás con que se va extinguiendo elmundo campesino, valora la belleza orgánica yel tesoro etnográfico viviente de estos paisajes.Tal valoración no está exenta de escrúpulos yconflictos de conciencia. No queda lejos la des-calificación de esta preferencia como un puro tri-buto a la nostalgia. Es frecuente el repudio de lasformas de vida que engendran o engendraronlos paisajes históricos, derivándolas del pesoopresor de la pobreza. El propio viajero embele-

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sado siente el aguijón de la culpa al recrearse enuna belleza que tal vez deriva de la miseria:"Hadn't 1 made their poverty my paradise?' ("¿nohabía yo asentado sobre su pobreza mi paraíso?',Walcott, en Omeros, Chapter XLV,11).

Espacios agro-intensivos

Los paisajes resultantes de la intensificación eindustrialización agraria son ensamblajes com-plejos de componentes y procesos: "el esfuerzotécnico del siglo se ha afanado en hacer del terri-torio un soporte amorfo en el que podrían desple-garse 'libremente' todas las estrategias de ordena-ción" (Coraujoud, 1982). A diferencia de las geo-metrías balbucientes y temblorosas del paisajetradicional, que con su lento metabolismo real-zan los rasgos primarios del soporte natural, enestos espacios se produce una completa suplan-tación del geosistema.

Un indicador de tal proceso es ofrecido porla dimensión fractal de las geometrías del paisa-je. La riqueza de formas topográficas, texturas ylinderos propia de los paisajes de mosaico (enlos territorios de uso tradicional) es reemplazadapor estructuras rectilíneas y superficies planas enla agricultura exhaustiva. Como resultado, ladimensión fractal D de las líneas que componenla planimetría de un paisaje va disminuyendoprogresivamente hasta acercarse al extremo infe-rior (D = 1). Fox et al. (1997) mostraron en unestudio basado en el análisis fractal de diversostipos de uso del suelo en Tailandia que el valorde D era máximo en el bosque denso, interme-dio en los arrozales tradicionales y mínimo enáreas de parcelación moderna.

Con todo, cabe proponer vías para la valo-ración estética de los paisajes agro-industriales.El campo dedicado a una explotación racionalno debe darse por definitivamente inaprovecha-ble para el asentamiento de percepciones esté-ticas. Los espacios resultantes son post-campe-sinos y conceden poco espacio intersticial a losprocesos naturales, pero no puede excluirse deellos la emergencia de nuevas formas de belle-za de paisaje.

En cualquier caso, tales atisbos de una belle-za emergente derivan de una percepción estética

Los paisajes andaluces y su valor patrimonial

plenamente desinteresada, ajena a toda búsque-da de significación social o natural. En tal per-cepción, no se establecen correspondencias en elsentido fijado por Seel (1991) para la valoraciónde la naturaleza, es decir, la mirada no se pro-yecta sobre el espacio interrogándose sobre labondad existencial del lugar para el vivir. Unterritorio puede ser "feo" en sus correlacionessociales o ecológicas (en la medida en que en élno es viable una vida buena), y no obstante des-pertar placeres estéticos de índole contemplativao imaginativa.

Seel describe estos otros cauces de conexión

estética con el mundo. La vía contemplativa esun camino sensorial, ajeno a las pautas artísticaso culturales, "que se dirige a lafenomenalidad delos objetos (naturales), sin perseguir significados'(citado en Trebess, 1999). Las formas inscritaspor la actividad humana sobre el paisaje admitenesta percepción, basada en un libre juego, nomediatizado por experiencias culturales, de lossentidos. Por su parte, la vía imaginativa se abrea partir de la capacidad adquirida, tras abundan-te adiestramiento artístico-cultural, para leer lanaturaleza como arte y el arte como naturaleza.

En el caso de un híbrido socio-natural (Swyn-gedouw, 1997) tan potente en expresión como elpaisaje agrointensivo (por ejemplo, los cultivosbajo plástico), su incipiente reivindicación estéti-ca se basa probablemente en una expansión delos planteamientos formales que permiten apre-ciar las formas abstractas o matéricas de la pin-tura y la escultura contemporánea. El land-art olos envoltorios de Christo no distan mucho en

procedimiento ni en resultados de los logrosinvoluntarios de mucha intervención agroindus-trial masiva sobre el medio.

Es preciso insistir en el carácter minoritariode estos cauces de valoración estética, ajenostanto al canon popular como a los dictados de lasostenibilidad y la biodiversidad.

Espacios de consumo turístico

La reconstrucción de paisajes de ruralidadidílica no es necesariamente un postizo ajeno alas pautas territoriales originales del lugar. Perolas condiciones de apreciación estética de

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cuadernos

masas son actualmente inseparables de las leyesde apetencia mercantil. La inmersión ciudadanaen densos circuitos de oferta y demanda desa-rrolla facultades que orientan las incesantesdecisiones de consumo, haciendo prevalecer unmodo inventarial y desmenuzado de percep-ción. La commodification, esto es, el procesotendente a acuñar en todo fragmento de reali-dad una unidad mercantil de consumo, es unintenso determinante estético.

Las tres vías señaladas por See! para la rela-ción estética con la naturaleza (contemplación,imaginación y correspondencia) mantienen suvalidez al ser aplicadas a un consumo de masascomo el que se ejerce sobre los espacios natura-les turísticos. En los espacios agro-intensivos,como se ha señalado atrás, el cauce imaginativo(lectura del paisaje a través del arte) es el princi-pal, aunque escasamente transitado y agnósticoen lo ambiental. Por e! contrario, en el caso delos espacios idílico-turísticos, el cauce principalde apreciación es el de la correspondencia. Esdecir, lo que hace valioso un paisaje para e! turis-mo de masas es, ante todo, su asociación con fac-tores positivamente marcados. Esto no debeidentificarse con una percepción del paisajecomo marco integral de vida. El paisaje turísticoes percibido como bello en la medida en que sele asocia con mercancías apetecibles y activida-des placenteras. La construcción social del deseohacia un espacio turístico sigue las mismas pau-tas que ligan e! consumo con las preferencias cul-turales en el conjunto de la sociedad. En nuestroentorno geográfico, por ejemplo, la gastronomíajuega un papel destacadísimo como valorizadoroculto del paisaje. "Buena tierra aquélla", se dice,evocando con entusiasmo vinos y platos en tan-to que la mirada olvida las formas.

Al subsumirse la apreciación de tales espa-cios en la espesura de las relaciones de merca-do, se desencadena e! mismo paso hacia la abs-tracción causado históricamente por la apari-ción del dinero. El paisaje pasa a ser cotizadopor atributos invisibles, que adquieren su res-plandor por indirecta iluminación mercantil. Talpueblo de Palencia, a pesar de su paisaje tradi-cional devastado por las máquinas de la con-centración parcelaria, a pesar de las naves gana-

deras con cubierta de aluminio deslumbrantesobre los tejados de! lugar, a pesar de las cercasde piedra suplantadas por alambradas, deja enel visitante un sentimiento general de idilio. Enefecto, una iglesia románica inscribe el pueblodentro de una ruta que la agencia de viajes o laAdministración regional ha editado y comercia-lizado; y la rotunda gastronomía y los vinosrecios que la próxima parada ha de ofrecer tien-den su manto protector sobre la totalidad de laexperiencia del día de viaje, irradiando su con-tigüidad cálida hacia la fisonomía del pueblo encuestión, que al final será declarado inolvidable.

El ingreso de un territorio en e! canon nosupone por lo tanto su preservación, aunque seapetrificada o museificada. Es frecuente en nues-tro país que algunos de los enclaves más canta-dos y alabados por e! consumo y la cultura demasas sufran graves degradaciones sin alarmasocial ninguna.

El canon paisajístico para el turismo de masasopera, en efecto, mediante una sinécdoque (laparte por el todo) que prescinde de la miradaglobal sobre el espacio. La meseta del Aljarafe,cercana a Sevilla, refugio veraniego de la ciudad,cuyo paisaje tradicional era un denso tapiz deárboles (higueras, olivos, naranjos), proporcionaun ejemplo útil. Para que el Aljarafe sea Aljarafebasta que quede mosto en las bodegas, algúnnaranjal resistente al avance de las urbanizacio-nes, y la brisa de los anocheceres, más sabrosaque la de Sevilla. No causa alarma alguna la aba-rrotada cornisa, ni los planes de una autovía porel meridiano de la meseta, ni la oruga de chalésadosados asomándose al último reducto 'virgen'de la cornisa del Aljarafe.

Así también, e! Rocío y el camino de! Rocíose convierten en un paisaje virtual, sustentadopor el consumo de imágenes procesadas para sudifusión masiva. El capital simbólico de la famo-sa peregrinación es tal que permite la disolucióndel paisaje geo-físico bajo una capa de asocia-ciones sentimentales y mercantiles. Aunque elcamino se haya vuelto un canal entre alambradassaturado de olor a fertilizantes y herbicidas, máspoderosa que cualquier constatación será la evo-cación colectiva de un antiguo idilio de pinos,arroyos y lirios. Ello permite a las hermandades,

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a los medios de comunicación y a los hipermer-cados co-producir un guión feliz que autoriza atodos a desentenderse de la degradación real delcamino; y que facilita a los propios cantores delas bellezas del Rocío sembrar de detritus deplástico su senda peregrina.

Tales espacios son el correlato esperable deuna experiencia estética de masas que se vecanalizada a través de la apropiación o el consu-mo. En un texto anterior (Riesco, 2000), se vin-culaba la decadencia del paisaje con una cre-ciente miopía hacia las escalas grandes. El ciuda-dano medio, adiestrado estéticamente por latelevisión y el consumo de objetos, tiende asituar la belleza en contenedores compactos: lapantalla, el museo, el monumento, el espectácu-lo, el parque temático.

No es históricamente insólito este desinteréspor las grandes armonías del paisaje extenso. Loespecífico a nuestra época, sin embargo, es ladependencia de la estética popular con respectoal proceso de commodification (mercantiliza-ción). Los flujos de mercado son lubricados porel diseño, que estimula apetitos crecientes porlos objetos y los espectáculos.

En particular, la televisión, como formadordel canon estético contemporáneo, determinapreferencias fantasmales y de débil raíz sensorial.La imitación de paisajes y arquitecturas vaga-mente entrevistos en la pantalla estimula aspira-ciones de estilo (ejemplos: el chalet, el césped, labalaustrada, el paisaje de urbanización) que novienen avaladas empíricamente por las negocia-ciones de la experiencia corporal. De ahí laemergencia de paisajes-pastiche, que remedanen clave pobre los espacios transitados por losgalanes y beldades de las revistas de corazón.

Espacios distales

El acarreo caótico de elementos prefabrica-dos; la agricultura azarosa y oportunista; la frag-mentación de las tramas naturales: todo ello creaun marco difícil de asimilar estéticamente. Escierto que "el proceso estético crea atmóiferas apartir de lo viviente y lo inanimado, lo técnico ylo natural, lo humano y lo extra-humano" (Boh-me, 1995). Y el incesante ejercicio de búsqueda

Los paisajes andaluc~l su valor patrimonial

desarrollado por el arte contemporáneo desvelaformas sugerentes en casi cualquier soporte. Porello se ha argumentado atrás, en coincidenciacon otros autores, que -por ejemplo- el paisajeagro-industrial puede deparar experiencias esté-ticas inesperadamente ricas. De las tres vías depercepción estética de la naturaleza establecidaspor Seel (991), contemplación, imaginación ycorrespondencia, se ha subrayado como cauceprincipal de aprecio estético por los paisajes deagricultura exhaustiva la vía imaginativa. Ésta sebasa en la intertextualidad entre naturaleza yarte, que permite aplicar a lecturas cruzadas des-de un espacio densamente moldeado por laacción humana hacia el mundo ideal de lasconstrucciones de arte contemporáneo.

Sin embargo, en los espacios distales, estatarea es menos fácil. En efecto, lo que allí se estáproduciendo es una pérdida de dignidad delpaisaje, convertido en vertedero de baja intensi-dad, y poblado de elementos seriados dispersos.La vista no puede fluir sobre tramas naturales,interrumpida como está por disonancias banalesy sin fuerza articuladora. No es fácil encontrarpivotes de composición en las disonancias, dadasu distribución rala y arrítmica (las naves gana-deras, los silos, se distribuyen caóticamente y sinconfigurar densidades suficientes). Los paisajesresultantes son "ensamblajes pobres' de elemen-tos que no se articulan entre sí (Corajoud, 1982):"nuestra capacidad de integrar [tales elementos]en una unidad de percepción se ve limitada porsus formas pesantes, singulares, que les imprimeel aspecto de estar posadas sobre el mundo". Estoes, los paisajes distales no son el soporte de"ensamblajes complejos', como es el caso de lospaisajes agro-intensivos. Antes bien, se trata degeometrías enrarecidas, sobre un tapiz degrada-do de naturaleza residual, en el que se asientanformas advenedizas (naves-ovni, pistas rectilíne-as, desmontes, alambradas-pantalla) con débilesrelaciones mutuas y con el lugar. Tales formasno son perecederas y carecen de la capacidadpara disolverse en el entorno.

Así y todo, la polisemia del paisaje permite,incluso en estos paisajes, la complacencia estéti-ca. Ésta puede apoyarse en tres recursos: el filtra-

do del macropaisaje; la búsqueda de micro-~aisa-

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jes; O los hallazgos u objets trouvés -pintorescos,cómicos o sugerentes- servidos por el azar.

. Hay llamadas a flexibilizar nuestro sistemasensorial (Sensorium) hasta acomodar lapercepción a las disonancias, filtrándolaspara no perder de vista las armonías subsis-tentes o las imperiosidades de la subsisten-cia. Schmidt (1999) advierte contra la irrita-bilidad morbosa y asocial del esteta: "notodas las agresiones {al paisaje] son iguales.Un montón de estiércol al borde del caminono es lo mismo que la lavadora tirada alarroyo r...J. Sin duda que las {cabinas prefa-bricadas de plástico para refugio de caba-llos] no constituyen un tipo tradicional dearquitectura campesina; pero quizás supo-nen la puerta de acceso a la cría caballarpara gente que ni tienen dinero ni tierraspara montar una ganadería". Además deeste imprescindible análisis social de losimpactos, la habilidad para dejar correr lavista sin tropezar en los escollos visualespuede aprenderse. La capacidad de encua-drar selectivamente, de des enfocar las diso-nancias, de modular los ritmos de recorridoen la inspección visual, todo ello puedevenir en ayuda de una percepción placente-ra de paisaje.s heridos. Que esta capacidad,desarrollada en exceso, sea connivente contodas las tropelías que se desatan sobre elpaisaje, no disminuye su viabilidad.

. Otra opción es el repliegue sensorial hacialos micro-paisajes. Si se renuncia a los gran-des recorridos de la mirada, si se descartanlas panorámicas, es posible encontrar asilo enlos pequeños rincones intactos donde lanaturaleza residual o el vestigio etnográficoperviven. Muchos aficionados a la botánica oa la ornitología se salvan del desánimo refu-giándose en lo diminuto. Las bellezas floralesde una simple cuneta de autopista puedenconsolar a los contemplativos.

. Finalmente, y en una onda mucho másurbana e irónica, es posible, en los espaciosdistales, salir a la caza de las combinatorias

peregrinas, de los acoplamientos provocado-res, expresivos o risibles entre objetos. Elantiguo chozo de piedra coronado de alam-bradas, el brillo cegador de una chapa de alu-minio sobre los prados, un viaducto de auto-vía proyectando sombra sobre una aldea quese despuebla: en todas estas composicionesformales, una mirada libre de prejuiciosmorales o ecológicos puede encontrar innu-merables objets trouvés del fragmento paisa-jístico, dignos de atención o incluso placerestético.

CONCLUSIÓN

No es fácil identificar de forma inequívocalas fuerzas que originan los paisajes de la negli-gencia aquí denominados territorios distales.Factor común a las causas activas de degrada-ción es el desplazamiento de la convivencia,que ha determinado desgarrones en el tejido dela vigilancia y cooperación social, desgarronesdonde prospera el paisaje distal. El vehículo dela degradación, en algunos casos, es la generalpermisividad, aprovechada por los free riders(abusones) que encuentran oportunidades ren-tables en la invertebración profunda de losterritorios. En muchos otros casos, sin embargo,la degradación paisajística se deriva de unasimple lucha de ajuste y subsistencia de lapoblación rural. En cualquier caso, sería unerror defender la tesis de que el comporta-miento causante de la degradación del paisajeprocede de las convicciones y los deseos dequienes dan lugar a los deterioros. Esta expli-cación subjetivista de las acciones sobre el pai-saje ignora el carácter internalizado, involunta-rio, condicionado por disposiciones (Bourdieu)de las que el propio agente es escasamenteconsciente.

La población que vive en el campo se veabocada a soluciones improvisadas ante el adel-gazamiento de las estructuras de ayuda mutua, laatrofia de la comunidad rural, y la extinción delos procedimientos tradicionales. Tanto la res-puesta de mera subsistencia, como la depreda-ción sobre el campo, se realizan bajo condicio-

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nes que en poco se diferencian de las que da porsupuesto -en el ejercicio de su vida laboral- elresto de la sociedad: búsqueda de máximo bene-ficio, defraudación moderada de la ley (Schmidt,1999). Pero estas intenciones, más o menos com-partidas con amplios sectores de la ciudadanía,encuentran en los territorios desmantelados su

mejor caldo de cultivo, gracias a la impunidad delas acciones realizadas fuera de los centros deconvivencia.

La producción de formas en la agriculturade rapiña o de subsistencia, en un contexto dedesarticulación de la comunidad campesina,comparte algunos rasgos con la producción deformas en los paisajes tradicionales y en laarquitectura popular (improvisación, oportunis-mo, aprovechamiento del recurso más barato).Así, por ejemplo, el uso de un sommier comocierre de una portilla es un procedimientointrínsecamente popular. Sin embargo, la resul-tante formal es muy diferente, debido a variasrazones.

. Mientras que en la cultura tradicional cam-pesina, los recursos más baratos eran localesy naturales (piedras, barro, ramajes, setasverdes), la agricultura contemporánea tiene asu servicio una amplia oferta de equipamien-tos y accesorios (casetas, silos, cebaderos,cercas) de origen industrial y de diseño indis-criminado. Estos elementos son esencialmen-te alóctonos, ajenos (en material y en elabo-ración) al lugar de instalación; son mudos encuanto a su procedencia geográfica; soninorgánicos en cuanto a la forma; y son sin-téticos, es decir, procedentes de elaboracio-nes que los alejan de los ciclos naturales derecirculación. Por ello, las intrusiones visua-les no sedimentan ni se disuelven en el pai-saje, sino que flotan en el campo de visióncomo perturbaciones obstinadas.. La intensidad de las modificaciones en la

agricultura o la construcción contemporáne-as es muy acusada. El coste relativo de lasintervenciones sobre el medio es bajo, y losimpactos potenciales enormes. Con pocopresupuesto, un ganadero puede arruinar unpaisaje. Basta instalar con piezas prefabrica-

Los paisajes andaluces y su valor patrlmo~

Fig. 6. Debesa de alcornoque en Salamanca en régi-men de explotación semi-extensiva de porcino. Losárboles van muriendo por exceso de presión ganade-ra. (Foto P. Riesco)

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das una nave, unos silos, un cercado, y dejarque el tiempo se inscriba en el entorno consu clepsidra de detritus: neumáticos amonto-nados, árboles muertos por hacinamiento delganado, la carcasa de un coche viejo... Todosestos elementos tienen alta visibilidad (super-ficies reflectantes), bajo coste y escasa degra-dabilidad natural. Es barato hacer movimien-tos de terreno, es barato arrancar la vegeta-ción, es barato abrir pistas y circular por ellas:y el resultado es que se sobreactúa (se dis-para con pólvora del rey), haciendo interven-ciones que van más allá de la estricta necesi-dad de la explotación, y por supuesto exter-nalizando todos los costes de impacto visualo ecológico.

. Un tercer factor es la ausencia de orquesta-ción entre las perturbaciones, debido a labaja intensidad de explotación propia de losterritorios distales. En cambio, cuando elaprovechamiento del suelo es denso (paisajeagro-intensivo), la contigüidad estrecha entreagricultores limita la arbitrariedad de lasintervenciones sobre el medio, y promueve laemergencia de celdas básicas y por lo tantode ritmos espaciales.

La tendencia a la degradación paisajística estan robusta como la tendencia a la acumulaciónen las economías de mercado. La intensa marcaque dejan sobre el paisaje las técnicas y equipa-mientos agrícolas contemporáneos y el carácterirreversible de muchos experimentos de uso vaextendiendo el ámbito de los espacios distales.Con ello se inicia un círculo vicioso: la degrada-ción de un paisaje va descartándolo como lugaroficialmente bello y entregándolo aun más alabuso y al experimento. La atención pública con-centra su atención en lugares canonizados y con-dena al olvido el resto. A medida que avanza ladegradación, las oportunidades de un territoriopara ingresar entre los bendecidos por el canon(parques naturales, parajes protegidos) van redu-ciéndose. De resultas de todo ello, se afianza lacompartimentación del territorio, dividido en unafracción agro-intensiva, otra destinada a la fun-ción residencial y turística, y una trastienda (que

va desparramando su ámbito sobre los islotes depaisaje tradicional) donde todo está permitido enaras del lucro o de la supervivencia.

La acción pública sobre el paisaje no puedeprescindir del análisis del flujo de equipamientosy técnicas sobre el territorio, pues son ellos losartífices de la remodelación del espacio. El estu-dio atento del flujo de las mercancías en su acu-mulación sobre el campo y el diálogo con elmercado son ingredientes esenciales de unaacción eficaz, escasamente explorados todavía. Atítulo de ejemplo, apenas se han establecido nor-mas de etiquetado y homologación paisajísticaen los equipamientos agro-ganaderos.

Así como es social y mercantil la produccióndel paisaje, también lo es su consumo. Unadefensa eficaz de los valores del paisaje debe serplenamente consciente de la dimensión involun-taria de su degradación, dictada más por la cons-titución del mercado que por una intención deconfiguración formal. El mercado hace viablesdeterminadas prácticas e instalaciones que per-turban intensamente la fisonomía del campo; y almismo tiempo, estimula modos de apreciaciónque favorecen el consumo excluyente de algunasunidades de paisaje y el olvido del resto. El estu-dio de las disposiciones y automatismos propi-ciados por el aglomerado cultura-consumo siguesiendo una herramienta imprescindible paraorientar la acción colectiva sobre el paisaje.

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