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BOCA DE SAPO ARTE, LITERATURA Y PENSAMIENTO 16 Era digital, año XV, abril 2014. $85 Args. Energía: Benegas - Pirsch - Quintana - Néspolo Ceriani - Damiani - Mora - Carenzo Casiraghi - Goldgel Entrevista a Cristina Fernández Poesías de Teuco Castilla Oscar Beuter Opina Tattoos de Ilich Roimeser

Entrevista Poesías Tattoos - BOCA de SAPO · Entrevista a Cristina Fernández Cubas: El inquietante poder ... Giorgio Agamben. n 2013 Hayao Miyazaki ha dado de qué hablar en Japón

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BOCA DE SAPO ARTE, LITERATURA Y PENSAMIENTO 16

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Energía: Benegas - Pirsch - Quintana - Néspolo Ceriani - Damiani - Mora - Carenzo

Casiraghi - Goldgel

Entrevista a Cristina Fernández

Poesías de Teuco Castilla

Oscar Beuter Opina Tattoos de Ilich Roimeser

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Las obras de tapa y contratapa, así como las postales que acompañan el número, pertenecen a la artista Carla Graziano. Garla Graziano nació en Buenos Aires en 1975. Estudió Arquitectura y Artes en la Universidad de Buenos Aires. Obtuvo el título de Profesora Nacional de Artes Visuales, Prilidiano Pueyrredón (IUNA). Aprendió el oficio de joyero en la Escuela Municipal de la Joya. Realizó un posgrado de Cerámica Contemporánea en la Facultad de Artes de la Universidad de Misiones. Continuó su formación en el taller de Marina de Caro. Participó del Programa para Artistas de la Universidad Torcuato Di Tella (edición 2010), a cargo de Pablo Siquier, y del Laboratorio de Cine de la misma universidad (2012), dirigido por Andrés di Tella y Martín Rejtman. Realizó veintitrés muestras individuales y recibió importantes premios. Durante el verano del 2012 viajó a la Antártida para realizar una residencia en las bases Argentinas del Programa de Cultura de la Dirección Nacional del Antártico dirigido por Andrea Juan. En el 2013 obtuvo la beca para el programa Independiente de Formación teórica y práctica del Centro de Investi-gaciones Artísticas (CIA). En la galería 713 realizó tres muestras indivi-duales: “Sobre domesticación” (2009), “Por ósmosis inversa” (2010) y “En el tobillo un pantano” (2012). Participó de numerosas muestras colectivas en Argentina, México, Chile y Uruguay. Sus prácticas incluyeron: escultura, instalación, video, fotografía y dibujo. Falleció en Buenos Aires en noviembre de 2013. Boca de sapo agradece la gestión de Gabriela Gaudín y la autorización para reproducir las imágenes de sus obras a Tomás Chaves, su compañero. “Luchadora incansable... el amor de mi vida. Te siento en la lluvia, en el río, en el mar, en el océano... Carla, ya sos agua... nos encontraremos en el infinito. No existen más palabras. Todo mi ser está con vos.” Tomás Chaves

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Boca de Sapo

Arte, literatura y pensamiento Era digital, año XV, abril 2014.

Staff Directora Jimena Néspolo Consejo de Dirección Claudia Feld Nicolás Guerschberg Javier Olivera Walter Romero Laura Vázquez Hutnik Jefe de Redacción Felipe Benegas Lynch Secretaría de Redacción Laura Cabezas María Casiraghi Arte & Diseño Salomé García Jorge Sánchez Colaboradores Oscar Ángel Beuter Sebastián Carenzo César Ceriani Marcelo Damiani Víctor Goldgel Miriam López Santos Katya Mora Miryam Pirsch Rubén Quintana ARTISTAs INVITADos Carla Graziano Ilich Roimeser ISSN 1514-8351 Editor responsable: Jimena Néspolo Dirección: Casilla de Correo N°60, Pedro Lagrave 451, CP (1629) Pilar, Provincia de Buenos Aires. TE: (011) 15 5319 5136

Sumario: energía Cuando el artista desata la tormenta. Felipe Benegas Lynch /2 Cómo huir de un cuerpo que cumple años. Miryam Pirsch /7 Los ecosistemas de Humedal. Rubén Quintana /12 Crónica: Sol de noche. Jimena Néspolo /16 Retratos intervenidos: Tattoos. Ilich Roimeser /21 Encuentro con Eisejuaz, el soñador soñado. César Ceriani /23 Una secreta promesa del porvenir. Marcelo Damiani /28 El concepto de energía para la cultura china. Katya Mora /32 Entrevista a Cristina Fernández Cubas: El inquietante poder

de la palabra. Miriam López Santos /36 Soja o Soberanía. María Casiraghi /39 Poesía: Manada. Teuco Castilla /44 Fetichismos y claroscuros en la gestión energética de la

materia descartada. Sebastián Carenzo /46 Tres fuentes de energía en los orígenes de las naciones

latinoamericanas. Víctor Goldgel /51 Testimonio: De la selva al reactor. Oscar Ángel Beuter /55 En foco: La Burbuja de Bertold. Agrimbau - Ippóliti /57

La Burbuja de Bertold (con guion de Diego Agrimbau y dibujos de Gabriel Ippóliti) es una obra que trata sobre las diferentes formas de transmisión del poder, de la dominación, y de los mecanismos simbólicos que deben invertirse para provocar una revolución. Esta obra ha sido galardonada con las siguientes distinciones: Prix Utopiales (Francia 2005), Prix Colomiers (Francia 2005), Selección de la ACBD (Francia, 2005), Premio Solano López (Argentina, 2010). Fue editada por Albin Michel/Drugstore (Francia), Norma Editorial (España), Revista 9 (Grecia), Revista Icomics (Italia), Historieteca (Argentina). El tema musical que acompaña la actualización digital de la revista es “Estación Once”, de Nicolás Guerschberg. Visiones (2008), álbum de Escalandrum: Pipi Piazzolla (batería), Nicolás Guerschberg (piano), Mariano Sívori (contrabajo), Damián Fogiel (saxo tenor), Gustavo Musso (saxo alto y soprano), Martín Pantyrer (saxo barítono). Derechos reservados – Prohibida la reproducción total o parcial de cada número sin la cita bibliográfica correspondiente y/o la autorización de la editora. La dirección no se responsabiliza de las opiniones vertidas en los artículos firmados. Los colaboradores aceptan que sus aportaciones aparezcan tanto en soporte impreso como en digital. Boca de Sapo no retribuye pecuniariamente las colaboraciones. Impresa en Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina. www.bocadesapo.com.ar [email protected]

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La energía nuclear en la obra de dos maestros del cine japonés

Cuando el artista desata la tormenTA

Japón posee una larga y trágica historia relacionada con la energía nuclear y los desastres naturales. Grandes artistas como Hayao Miyazaki y Akira Kurosawa han logrado conjurar a través de las imágenes el fantasma del peligro nuclear y los desastres ecológicos causados por el hombre. En 2013 el gran maestro de la animación regresó polémicamente a las pantallas con Kaze Tachinu y anunció su retiro. Lejos de lo panfletario, su película apuesta una vez más por reafirmar el poder del arte.

FELIPE BENEGAS LYNCH

...de esa manera frente al determinismo de la naturaleza, el hombre responde con el total arbitrio de la imagen.

José Lezama Lima

La historia de la ambigua relación entre los hombres y las ninfas es la historia de la difícil relación del hombre y sus imágenes.

Giorgio Agamben

n 2013 Hayao Miyazaki ha dado de qué hablar en Japón y en el mundo. Además de anunciar su retiro y presentar su última película, Kaze Tachinu (2013),

publicó un artículo en la revista Neppu 1 en el que advierte sobre el peligro de los intentos reformistas del actual gobierno, que busca modificar el artículo 9 de la Constitución2, el cual declara a Japón como una nación antibélica. En el mismo texto reclama el reconocimiento y algún tipo de enmienda para las mujeres de “confort” utilizadas durante la guerra para atender las necesidades sexuales de los soldados, tema que desde el gobierno también ha sido disminuido a partir de cierto revisionismo histórico que tiende a olvidar aspectos conflictivos del pasado nipón.

No es la primera vez, sin embargo, que el director japonés muestra con elocuencia sus opiniones. Vale recordar que apareció en la tapa del número de agosto de 2011 de Neppu marchando en contra de la energía nuclear y en junio de ese mismo año colgaron del techo de los estudios Ghibli una pancarta en la que se manifestaba que querían hacer películas con energía eléctrica que no proviniera de generadores nucleares. Es para destacar

también que Miyazaki no asistió a la entrega de los Oscar de 2003, en la que lo premiaron por El viaje de Chijiro (2001), en repudio a la guerra de Irak.

Japón tiene una larga y trágica historia relacionada con la energía nuclear y los desastres naturales3. Kaze Tachinu evoca el gran terremoto de 1923 e indaga en la trastienda de lo que será la Segunda Guerra Mundial. El foco está puesto en la figura de Horikoshi Jiro, el diseñador del avión “Zero”, nave estrella de la aviación militar en aquella época.

Por sus declaraciones antibélicas Miyazaki fue tildado de traidor a la patria y al apuntar explícitamente contra la gente del gobierno recibió duras respuestas de la derecha japonesa. Al mismo tiempo, hay otros que lo acusan desde la izquierda de ya no ser tan progresista como antaño y de haber virado hacia la derecha4. Vale preguntarse entonces, reformulando el título de este artículo, cuándo desata el artista la tormenta: ¿cuando hace declaraciones y actos públicos o cuando deja que su obra hable por él? Lo cierto es que más allá de la polémica reciente, que también puede ser parte de una estrategia de difusión para la película, Miyazaki viene desatando tormentas mucho más potentes y

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menos panfletarias a través de su cine. Si bien es cierto que sus películas muchas veces son pasadas por alto por fantasiosas o infantiles (y ese devenir menor, al mismo tiempo, les da otra libertad y otra potencia) es necesario volver la mirada a una de las obras más contundentes del cine, y no sólo del cine de animación.

La irreductible apuesta de Miyazaki por el dibujo y por la animación de imágenes ya es una declaración en sí misma: su obra destaca una y otra vez el poder de la imaginación como medio propiamente humano para conjurar fantasmas y enfrentarse a lo real. Ya en esa gran purga de fantasmas que es El viaje de Chijiro5 se ve el poder del arte para, como dice la canción del final de la película, sentir que el “cuerpo vacío y silencioso escucha lo que es real”.

Miyazaki es un verdadero maestro en el arte de liberar la energía de las imágenes, para activar esa polaridad oscilante que intuyera Aby Warburg 6. Agamben, hablando de Warburg, dice:

La historia de la humanidad es siempre historia de fantasmas y de imágenes, porque es la imaginación donde tiene lugar la fractura entre lo individual y lo impersonal, lo múltiple y lo único, lo sensible y lo inteligible y, a la vez, la tarea de su dialéctica recomposición. Las imágenes son el resto, la huella de todo lo que los hombres que nos han precedido han esperado y deseado, temido y rechazado. Y puesto que es en la imaginación donde algo como la historia es posible, es también en la imaginación donde ésta debe decidirse de nuevo una y otra vez.

La historiografía warburgiana (cercanísima en esto a la poesía, en virtud de la indiscernibilidad entre Clío y Melpómene que Jolles sugería en un bello ensayo de 1925) constituye la tradición de la memoria de las imágenes y, a la vez, el intento de la humanidad de liberarse de ellas, de abrir, más allá del “intervalo” entre la práctica mítico-religiosa y el signo puro, el espacio de una imaginación ya sin imágenes. (Ninfas, 53)

“Imaginación ya sin imágenes”: así podría definirse el

paisaje vacío que aparece en el final de El viaje de Chijiro. Son los mismos escenarios por los que hasta unos segundos antes circulaban infinidad de personajes de lo más variados. Las imágenes se han activado hasta vaciarse.

Por otro lado, la práctica mítico-religiosa evocada por la proliferación de dioses que visitan la casa de baños de Yubaba, se encuentra contenida dentro del esquema ordenador del relato maravilloso tradicional. El túnel que atraviesan al principio y al final de la película funciona como umbral de pasaje entre el orden mágico-mítico y la razón. Una vez afuera, sin embargo, ni para Chijiro ni para los espectadores hay dudas acerca de la realidad de lo que acaba de pasar. La duda funciona para los padres de Chijiro solamente, que son, por otro lado, los que han cometido la

ofensa contra los dioses que puso en marcha la acción al comienzo.

A caballo entre la industria cultural y el arte, el cine de Miyazaki convoca los fantasmas personales y sociales y los pone a jugar en una constelación que sólo encuentra el camino en la interrelación de una multiplicidad de fuerzas desparejas y de distinto signo. En el centro de esas constelaciones aparecen estas especies de familias disfuncionales que se acoplan a personajes principales como Chijiro o Sofi, de El increíble castillo vagabundo (2004). Algo así como la bizarra constelación de seres de la novela Más que humano (1953), de Theodore Sturgeon. Allí el conjunto resuelve lo individual y viceversa.

Reencontrar el propio corazón, recuperar el nombre verdadero, interactuar con los poderes demoníacos y monstruosos de la naturaleza y definirse en la creación como hombres: esas son algunas de las figuras que recorren la obra de Miyazaki. Los fantasmas del artista también están presentes: el esteticismo, la vanidad, el ensimismamiento y la melancolía. Los magos (Haku, Howl, Fuijmoto) son artistas adolescentes (aunque ya no sean adolescentes, como Fujimoto) que ponen en primer plano la pregunta acerca de qué es lo que los hace humanos. En El increíble castillo vagabundo los magos que usan su conocimiento con fines destructivos al servicio del poder en las guerras se convierten en figuras monstruosas que luego de la guerra olvidarán haber sido humanos.

En Kaze Tachinu el diseñador de aviones se ve cooptado por el peor aliado para sus fuerzas: el militarismo nacionalista. Tal vez sea por eso que Miyazaki se encargó de llamar la atención sobre su película de modo polémico: no quería que por dibujar aviones de guerra en un escenario realista (la fantasía infantil ya no le servía de coartada) la cultura nacionalista del Japón lo tomara como referente. De hecho, su objetivo parece haber sido rescatar esas hermosas figuras voladoras de manos destructoras, para que el sino trágico de la aviación que tanto lo fascina revele sus conflictos y la nefasta intervención gubernamental.

A diferencia de aquel antropólogo de Mi vecino Totoro (1988), que mudaba su vida y su familia al bosque para poder acompañar a su mujer en la rehabilitación de su tuberculosis, en esta última película el personaje central se obsesiona con su trabajo al punto de aceptar que su mujer convaleciente se quede a su lado para acompañarlo en vez de internarse en una clínica especializada para tratar de detener la enfermedad que finalmente la matará.

Como en todo el cine de Miyazaki, las cosas nunca son simples: los falsos maniqueísmos del cine más comercial –y de gran parte del cine infantil– son reemplazados por complejos sistemas de vínculos que se van transformando en constelación. Aun lo más venenoso puede ser transmutado en algo positivo o al menos inofensivo.

La energía nuclear es uno de los fantasmas que toman cuerpo en sus imágenes. Ya en Nausicaa del valle del viento (1984) aparecía un mundo devastado en el que la naturaleza

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monstruosa, que parecía querer aniquilar al hombre con sus esporas venenosas, resulta ser el antídoto para la contaminación generalizada: “Los árboles del mar de la putrefacción crecieron para limpiar el mundo contaminado por los humanos. Absorben los gases tóxicos de la tierra, los convierten en preciosos cristales para luego morir y convertirse en arena”, dice la princesa, quien en un jardín subterráneo utiliza el agua purificada que las plantas van produciendo para criar otras plantas inofensivas. En ese jardín secreto que le permite comprender que la naturaleza no es enemiga se puede respirar sin máscaras protectoras.

Hay un mito recurrentemente evocado en los relatos de Miyazaki: hubo una edad dorada en la que el hombre y la naturaleza interactuaban pacíficamente. Así se lo enuncia en La princesa Mononoke7 (1997) y en Mi vecino Totoro8, por ejemplo. Pero el punto de partida de las historias es que eso se ha perdido, y uno no puede quedarse paralizado en el mito, a riesgo de convertirse en un fundamentalista ciego, como el Fujimoto de Ponyo y el secreto de la sirenita (2008): “Yo también fui humano, pero renuncié para servir a la naturaleza”.

El implícito en estas palabras de Fujimoto es que ser hombre es enfrentarse a la naturaleza. Podría decirse que toda la obra de Miyazaki es una rescritura de ese mito fundante: en las imágenes que proliferan, hombre y naturaleza se van midiendo y encontrando por fuera de esa pacífica unión de antaño. En ese sentido, Ponyo, la ninfa / ondina9, es la imagen que reactiva el intercambio entre esos dos polos (naturaleza y hombre) y deja en evidencia la zona de penumbra en la que se mueve lo humano: entre la fuerza indiferenciadora de lo autóctono y la individuación de la conciencia, donde la libertad es posible y donde amar es una potencia de creación.

Si Ponyo es la imagen que reconcilia al adulto renegado (Fujimoto) con el niño (Sosuke), la infancia y la naturaleza son las imágenes a través de las cuales Miyazaki se permite convocar a los espectros que lo amenazan para que en la “causalidad danzada”10 de la imagen animada se recomponga el cosmos –donde la vida fluye sin estancarse– frente al caos de la división que instaura la evocación del mito y la conciencia de saberse afuera del mismo11.

En el gabinete submarino de Fujimoto hay una bóveda donde guarda ánforas y donde se encuentra el acceso a la boca de un pozo de donde mana una especie de plasma colorido que surge de lo profundo del lecho marino. Lo que podría ser una sustancia radioactiva se ve más bien como la usina de poder de la animación en colores12. Fujimoto expresa su temor: “Si alguien lograra entrar aquí....”. Ahí está el arsenal nuclear de Miyazaki, que, a diferencia de los arsenales y plantas de energía nuclear convencionales, debe ser saboteado por Ponyo para liberar su potencial.

La falla de seguridad desata la tormenta que pone en marcha las figuras y reformula el archivo de imágenes disponibles: no al cine bélico ni de catástrofe, no a la

sirenita top model de Disney que va directo al altar, sí a la liberación de las imágenes y a la incertidumbre de lo infante que se construye como potencia de amor. Restaurar los mares de la prehistoria no significa aniquilar a la humanidad. El niño es también la prehistoria, lo anterior a la palabra. Ponyo logrará ser humana si Sosuke supera la prueba de amor sagrado: aceptarla sin importar su forma. Si eso no se cumple, ella volverá a ser espuma de mar, lo que le resulta aterrador a Fujimoto, pero la madre naturaleza, la madre de Ponyo, le dice: “de ahí venimos todos, querido”. La forma de Ponyo oscila entre el pez, la gallina13 y la niña. Cuando opera su magia en conexión con los poderes de la naturaleza tiende al polo monstruoso / informe. Cuando se comporta como una niña, adquiere la forma humana.

Para lograr su objetivo de ninfa, Ponyo desata la tormenta liberando ese plasma colorido y potenciando su transformación y la de sus hermanas, que se funden con la figura de grandes peces que son olas y que son luz. En ese maremoto aparece evocada La gran ola de Kanagawa, del pintor japonés Katsushika Hokusai, así como La cabalgata de las Valkirias, de Richard Wagner. Sosuke desde el auto le dice a su madre: “esa ola nos persigue”, “una niña iba sobre un pez”. Y la madre se detiene para ver.

Está claro que esta tormenta no apunta a ser realista, o, en todo caso, lo que muestra es que lo que la imaginación libera es un poder real, que toma cuerpo en esas figuras increíbles. Ya no hay un mito paralizado sino interacción fluida de las partes. No es el maremoto por venir14, “la mortal oscuridad que nos podía destruir antes de tiempo” –como dijera Lezama Lima pensando el lugar de las imágenes en América Latina– sino la imagen que “crea gnosis” y “nos cubre como una placenta que conoce, que nos protege del mundo ctónico”15.

Así aparece Ponyo en la portada de la película: asomándose de abajo de una especie de placenta que la lleva desde lo profundo a la superficie. No queda claro si hay aire o agua adentro de esas burbujas que proliferan en la película. Debajo del agua Fujimoto parece necesitar aire, pero afuera necesita agua (se va regando a sí mismo mientras camina). Después está esa gran burbuja tipo Cocoon16 en la que las ancianas pueden correr como niñas y en la que entra también la madre naturaleza para charlar con la mamá de Sosuke. Esas placentas no tienen una función realista: no es que Ponyo o Sosuke vayan a aho-garse. Es el modo en que Miyazaki nos envuelve y nos invita a participar de un proceso transformador.

Todo comienza con el sueño de un niño. Soñar a un niño soñando es potenciar el abismo que separa al adulto de lo que fue y ya no será, pero al mismo tiempo es una forma de recuperar esa potencia de indeterminación que abre infinitas posibilidades. Miyazaki dibuja esa potencia minuciosamente y la libera en los niños que pueblan sus historias. En el comienzo de Kaze Tachinu vemos al futuro diseñador de aviones durmiendo y soñando un avión casi

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pájaro que se eleva desde su casa y atraviesa el cielo bajo de la comunidad como en un juego. Pero en el sueño de Miyazaki la inocencia se topa con un filo que el adulto no puede ignorar: no hay inocencia en los artefactos creados por la mano del hombre. Tampoco hay naturaleza ni comunidad. Lo que interrumpe ese sueño de infancia es el fantasma de la guerra y la destrucción. Y ese rostro, el de Jiro durmiendo, es la puerta para seguir soñando a pesar de las pesadillas. Es el aliento que impulsa al trazo Miyazaki: esbozar la potencia de lo infante en su expresividad más plena.

Más allá de las polémicas ocasionales que puedan cercarlo, el cine de Miyazaki no es un cine panfletario ni apocalíptico. Se trata más bien de una radical apuesta por el poder de las imágenes animadas por el propio cuerpo y la mirada. El ecologismo y la energía nuclear aparecen como tantos otros fantasmas que se conjuran en la imagen. La verdadera tormenta Miyazaki se desata cuando se pone a dibujar.

Otro maestro japonés que ha urdido una gran tormenta para conjurar el fantasma del peligro nuclear es Akira Kurosawa. En el memorable tifón que entreteje el final de su Rapsodia en agosto (1991)17, naturaleza y hombre se unen contra el poder de destrucción de los hombres. De principio a fin la película se construye sobre el contrapunto entre la voz múltiple y silenciosa de los insectos y una melodía de Schubert sobre la que se cantan versos de Goethe acerca de una rosa del campo. En esta película también hay una anciana que corre y que resulta inalcanzable, si no por su velocidad, por la distancia que la experiencia del desastre le imprime a sus pasos. Sostener la paz luego de la agresión más potente y cobarde que el hombre haya podido ejercer contra el hombre y la naturaleza, la coloca al frente de las generaciones por venir. Y el que la sigue más de cerca es el más pequeño de los niños, el infante.

En un diálogo que mantuvo Gabriel García Márquez con Kurosawa en 199018, cuando el japonés estaba termi-nando Rapsodia en agosto, el cineasta expresa de un modo muy directo sus opiniones con respecto al tema de la energía nuclear. Como Miyazaki, él también insiste en que los japoneses –especialmente la clase política– se esfuerzan por olvidar el terrible pasado y por congraciarse con

Estados Unidos, y sostiene que el país que tiró la bomba debería como mínimo disculparse. No cree, por otro lado, que la bomba haya sido arrojada para terminar con la guerra, pues los blancos principales eran civiles y la guerra aún no termina para los miles de japoneses que padecen las secuelas de la radiación atómica y aguardan la muerte postrados en los hospitales. Kurosawa, como Miyazaki, se manifiesta radicalmente en contra del uso de la energía nuclear por los riesgos que esta implica:

Yo pienso que la energía nuclear está fuera de las posibilidades de control que puede establecer el ser humano. En el caso de que se cometiera un error en el manejo de la energía nuclear, el desastre inmediato sería inmenso, y la radiactividad permanecería por cientos de generaciones. En cambio, cuando está hirviendo el agua, basta con dejarla enfriar y ya no será peligrosa. Dejemos de usar elementos que siguen hirviendo por centenares de miles de años.

La imagen del agua que continúa hirviendo por centenares de miles de años se asemeja a ese mar de la putrefacción que Miyazaki imaginó en Nausicaa del valle del viento, película que, junto con Porco Rosso (1992), son los principales antecedentes de su reciente Kaze Tachinu, en la que una vez más se reflexiona acerca del uso que el hombre hace de sus propias creaciones y de los límites que debe autoimponerse para no acabar con las condiciones mínimas para la vida en este planeta. Cuando García Márquez trató de hacerle ver a Kurosawa que la energía nuclear no era culpable del mal uso que se había hecho de ella y que ésta todavía podía prestar un gran servicio civil a la humanidad, el director japonés le respondió: “El ser humano será más humano cuando tenga conciencia de que hay aspectos de la realidad que no puede manejar. Creo que no tenemos derecho de generar niños sin ano ni caballos con ocho patas, como está ocurriendo en Chernobil”.

Volviendo a Warburg19, en Rapsodia en agosto Kurosawa también apela a la serpiente para expresar el terror an-cestral que la bomba le ha inspirado a los que la padecieron. Es el ojo terrible que se yergue por donde la bomba se aso-mó. Y sólo se lo puede expurgar dibujando.20

1 Revista del Estudio Ghibli que se publica sólo en papel y en idioma japonés. A raíz de la polémica que desató el número de julio subieron una versión en pdf en la web http://www.ghibli.jp/docs/0718kenpo.pdf . Seguimos la versión en inglés de Mathew Penney: http://japanfocus.org/events/view/189 2 Acá se puede consultar la Constitución japonesa: http://www.cu.emb-japan.go.jp/es/docs/constitucion_japon.pdf . 3 En 2011 se produjo el peor terremoto de la historia de Japón, seguido por un tsunami y por la falla de seguridad de la planta nuclear de Fukushima. En 1945 se produjeron los bombardeos nucleares sobre las ciudades de Nagasaki e Hiroshima. En 1923 se produjo el terremoto de Kanto, seguido de una terrible crisis socioeconómica 4 El sitio de Yahoo de Japón se convirtió en un campo de batalla con respecto a Miyazaki, acusado de ser un traidor a la patria por el tono antibélico de su película y sus declaraciones. Al mismo tiempo, en Corea del Sur rechazan la película por considerarla

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representante de la derecha nacionalista del Japón al poner en primer plano al avión y a su creador. Para sumar aristas a la polémica, la Asociación Japonesa para el control del tabaco envió una carta abierta a Ghibli cuestionando las escenas de la película en las que se fuma. 5 Spirited away es el título en inglés: ser llevado por los espíritus que libera la imaginación. 6 Cfr. Agamben, Giorgio. Ninfas. Valencia, Pretextos, 2010, pp.36-37. 7 “En tiempos antiguos, este país estaba cubierto por bosques inmensos donde habitaban los espíritus de los dioses. En aquel entonces, hombre y bestia vivían en armonía, pero a medida que el tiempo pasó, la mayor parte de esos bosques fueron destruidos. Los que quedaron en pie pasaron a ser custodiados por gigantescas bestias aliadas al Gran Espíritu del Bosque, ya que aquellos eran tiempos de dioses y demonios.” 8 “¡Qué árbol tan hermoso! Este árbol lleva aquí miles de años. Hace mucho tiempo los hombres y los árboles eran buenos amigos. ¿Sabéis?, nada más verlo me convencí de que debíamos comprar la casa.” 9 No termina de quedar en claro qué tipo de criatura es Ponyo, pero sus características cuadran con las de la ninfa u ondina. En la reseña que Ricardo Silva Romero escribió para Semana (“Ponyo” en: Semana, 7 de noviembre de 2009) se pueden ver algunas de las fuentes y tradiciones que confluyen en su figura: Paracelso, Friedrich de la Motte Fouqué, Hans Christian Andersen, Walt Disney, etc. http://www.semana.com/cultura/articulo/ponyo/109541-3 10 Cfr. Warburg, Aby. El ritual de la serpiente. Madrid, Sexto Piso, 2008, p.60. Lo que Warburg analiza con respecto a los indios y su relación con los fenómenos naturales puede servir para pensar lo que hace Miyazaki a través de la animación de imágenes, que responde también a otro tipo de causalidad –dibujada más que danzada– que no es estrictamente racional. 11 La visión “pesimista o crepuscular” que Lezama Lima reconoce en el método crítico de Eliot resulta adecuada para describir el modo en que Fujimoto se relaciona con aquel mito fundante del cual está prendado: “Eliot pretende, en realidad, no acercarse a nuevos mitos, con respecto a los cuales parece mostrarse dubitativo y reservado, o a la vivencia de los mitos ancestrales, sino el resguardo que ofrecen esos mitos a las obras contemporáneas, los que le otorgan como una nobleza clásica. Por eso, su crítica es esencialmente pesimista o crepuscular, pues él cree que los maestros antiguos no pueden ser sobrepasados, quedando tan sólo la fruición de repetir, tal vez con nuevo acento. Apreciación cercana al pesimismo sprengleriano y al eterno retorno que asegura en la finitud de las combinatorias, el posible ricorsi. Nuestro método quisiera más acercarse a esa técnica de la ficción preconizada por Curtius, que al método mítico y crítico de Eliot. Todo tendrá que ser reconstruido, invencionado de nuevo, y los viejos mitos, al reaparecer de nuevo, nos ofrecerán sus conjuros y sus enigmas con un rostro desconocido. La ficción de los mitos son nuevos mitos, con sus cansancios y terrores.” Lezama Lima, José. “La expresión americana” en: El reino de la imagen. Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1981, pp. 373-4. 12 En esa cueva submarina donde las ánforas se conectan a la tierra a través de salientes que parecen ubres, a la naturaleza más profunda se le sobreimprime, en la figura del gabinete de artista y la usina de colores, lo que Lezama llama la sobrenaturaleza. Aquí el fragmento que precede a la cita que utilizamos como epígrafe: “La penetración de la imagen en la naturaleza engendra la sobrenaturaleza. En esa dimensión no me canso de repetir la frase de Pascal que fue una revelación para mí, «como la verdadera naturaleza se ha perdido, todo puede ser naturaleza»; la terrible fuerza afirmativa de esa frase, me decidió a colocar la imagen en el sitio de la naturaleza perdida de esa manera frente al determinismo de la naturaleza, el hombre responde con el total arbitrio de la imagen. Y frente al pesimismo de la naturaleza perdida, la invencible alegría en el hombre de la imagen reconstruida.” Lezama Lima, José. Ob. cit., p.358. 13 “Las primeras representaciones de las sirenas las muestran con garras y apariencia de buitre o aguilucho (siempre como criaturas hostiles). Para Higino tenían aspecto de gallináceas.” Link, Daniel. “Umbral” en: Fantasmas: Imaginación y sociedad. Buenos Aires, Eterna Cadencia, 2009. 14 Ponyo es de 2009, apenas dos años antes del terrible tsunami de 2011 que desató el desastre en la planta nuclear de Fukushima. Sin embargo, la tormenta desatada por Ponyo se inscribe mejor en “la invencible alegría de la imagen reconstruida” lezamiana que en el tono apocalíptico o admonitorio que algunos críticos le quieren atribuir. Ver, por ejemplo, el artículo de Susan J. Napier titulado “The anime director, the Fantasy Girl and the Very Real Tsunami”, publicado en The Asia-Pacific Journal: Japan Focus. http://www.japanfocus.org/-susan_j_-napier/3713 15 Lezama Lima, José. Imagen de América Latina. Caracas, Universidad Central de Venezuela, 1988, p.12. 16 Cfr. Cocoon (1985), película dirigida por Ron Howard. 17 La película muestra las consecuencias y reacciones de tres generaciones de una familia frente al bombardeo atómico a la ciudad de Nagasaki. 18 Cfr. García Márquez, Gabriel. “Rapsodia en agosto y la bomba de Nagasaki. Tokio, 1990: García Márquez y Akira Kurosawa, una conversación de amigos”, disponible en: http://www.catedras.fsoc.uba.ar/reale/kurosawa-x-garcia_marquez.pdf. 19 “...la serpiente resulta ser un símbolo intercultural para responder a la pregunta: ¿cuál es el origen de la descomposición elemental, de la muerte y del sufrimiento en el mundo?”. Warburg, ob. cit., p.62. Daniel Link plantea que la serpiente de Warburg es pariente muda de las sirenas clásicas y encuentra en Latinoamérica un caso particular: “Quetzacóatl, la serpiente emplumada de México, encarna el dualismo intolerable (memoria jurásica) entre el ave y el reptil”. Link, Daniel. Ob. cit., p.23. Las instancias de transformación de Ponyo, cuidadosamente dibujadas por Miyazaki, tienen ese efecto de repulsión y rechazo –lo intolerable– cuando se superponen las patas de gallina y el cuerpo de anfibio o reptil. 20 El hermano menor de la abuela de los niños, calvo también por la radiación, dibujaba maníacamente ese ojo que los niños identifican con el ojo de la serpiente y la abuela con la terrible explosión.

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CUERPO, CULTURA, MATERNIDAD Y (RE)PRODUCCIÓN

Cómo huir de un cuerpo que cumple años

Desde hace décadas el pensamiento feminista viene deconstruyendo las certezas que postulan al cuerpo femenino en tanto usina energética de reproducción de fuerza de trabajo. Aquí se analizan dos novelas argentinas que ponen en escena y cuestionan los modelos patriarcales heredados.

Miryam Pirsch

Problematizar la materia de los cuerpos puede implicar una pérdida inicial de certeza epistemológica, pero una pérdida de certeza no es lo mismo que el nihilismo político. Por el contrario, esa pérdida bien puede indicar un cambio significativo y prometedor en el pensamiento político. Esta deslocalización de la materia puede entenderse como una manera de abrir nuevas posibilidades, de hacer que los cuerpos importen de otro modo. Judith Butler

* MiryamPirsch es Magister en literatura argentina por la Universidad Nacional de Rosario y profesora de Teoría literaria en el ISFD Nº 51 (Pilar, Provincia de Buenos Aires). Dictó clases en la Universidad de Buenos Aires y la Universidad del Salvador y fue becaria de ICI-AECI en Madrid. Es autora del libro Beatriz Guido. Una narrativa del desplazamiento y colaboradora en libros de texto para la educación secundaria. Actualmente es capacitadora de la Dirección General de Cultura y Educación.

rrugas, canas, celulitis, kilos… Miradas que se opacan, ojos que no responden a enfocar lo que desean leer, ropa que no ajusta lo que siempre

ajustó, espejos que devuelven la imagen de un cuerpo y de un rostro desconocidos por el sujeto que los portó durante toda una vida.

Si hoy más que nunca la imagen de ese cuerpo público o publicado es exhibido en redes sociales, admirado o criticado en portales de noticias, tatuado, perforado, violentado o adorado es porque ocupa un protagonismo que lo torna materia y superficie, objeto y representación a la vez. Tópico de reflexión por parte de la filosofía desde hace siglos, el cuerpo se conforma como una materialidad inestable, objeto de imaginación y de deseo que el pen-samiento feminista ha desmontado de su naturalidad para dotarlo de su impronta cultural y política. La materialidad del cuerpo femenino que por siglos fue identificado con su capacidad para la maternidad, recupera ahora esta posibilidad en los términos de un cuestionamiento; más una pregunta que un destino inalienable, el cuerpo resulta una

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elección, una construcción donde nada está sobreentendido y lo que en él hay de biológico es tan modificable como en cualquier otro constructo. Autoras como Judith Butler1 (por solo nombrar una) han aportado herramientas epistemológicas que ponen en tela de juicio aquellas cues-tiones que la filosofía debatió durante siglos pero desde una mirada diferente, así como también otras relaciones sobre las cuales nada parecía poder decirse.

Dentro del orden familiar tradicional, el cuerpo feme-nino tiene un destino “natural”: la maternidad. Concebir, parir y alimentar la descendencia para asegurar la herencia constituyen el destino de esos cuerpos por los que la familia ha velado para que fueran sanos, fuertes y tal vez virginales, listos para procrear y, con ello, asegurar la continuidad del orden social establecido paternalmente,2 así como también la producción de nuevos cuerpos que garanticen la repro-ducción de la fuerza de trabajo, de acuerdo con la clase social que observemos. Consideraré a la maternidad como parte de lo que Butler denomina “esquemas reguladores”, aquellos modelos que se aplican a los cuerpos para disciplinarlos y fijarlos dentro de la jerarquía que establecen los protocolos de la diferencia sexual. ¿Pero qué sucede con los cuerpos que escapan a esos esquemas? Las mujeres de los textos de los que me ocuparé pueden revelarse contra la maternidad aun cuando hayan cumplido con el orden regulador, salirse del orden o bien negarlo directamente pero de lo que parece que no podrán escapar es de la materialidad de sus cuerpos.

Así entendido, el cuerpo resulta también un objeto temporal en el cual se escribe el paso del tiempo. La vejez se convierte entonces en una representación de la materialidad de ese cuerpo que (en coincidencia o no) se ha mantenido en conflicto con la maternidad o la ha cumplimentado y en el presente de la representación reniega de ella; con la madurez y la vejez, las mujeres dejan de ser (re)productivas para, en el mejor de los casos, volverse productoras, apropiarse de su propia energía corporal y retirarla del servicio a la clase de pertenencia. Las autoras cuyos textos elegí para analizar las cuestiones anunciadas son aquellas que entre las décadas del sesenta y setenta alcanzaron records de ventas y que hoy son recordadas como las best-selleristas: Silvina Bullrich (1915-1990) y Marta Lynch (1925-1985).3 Olvidadas por los lectores y la crítica académica a partir del regreso de la democracia justamente por su calidad de best-seller, ellas contribuyeron a la constitución de un mercado literario y de un público masivo capacitado para leer novelas que ofrecían mucho más que una trama entretenida; lejos de menospreciar las habilidades de los lectores, ellas apostaron a mujeres y hombres que la década del sesenta había entrenado en operaciones de lectura complejas y que tanto leían sus textos como Rayuela, Operación Masacre o Cien años de soledad. Fueron autoras que explicitaron su interés por la cosa pública y por el terreno político de la Argentina en la que les tocó actuar4, posición que llevaron como bandera a

través de las páginas y las pantallas televisivas de su época, que las consultaba por los más diversos temas de aquellos días.5

En los dos textos de los que me ocuparé, publicados en el mismo año, las protagonistas cumplen años y este es el dispositivo que pone en movimiento el relato, el acon-tecimiento clave para que estas mujeres piensen sus cuerpos y sus rostros, evalúen su pasado o se propongan un futuro que las arranque de las décadas que han vivido hasta ese caluroso verano en que ambas se inician. Mañana digo basta: la ropa como cuerpo

Saludada y aplaudida ácidamente por Primera plana como

la esperada despedida de la literatura de Bullrich, Mañana digo basta (1968)6 es la antesala del cumpleaños número 49 de la protagonista, el umbral de la vejez, la búsqueda de sí misma en el vacío y la soledad de las playas de La Paloma en una casa donde estar sola será imposible gracias a las visitas de múltiples personajes que obstaculizan a tal punto la introspección que la narradora concluye que “tal vez la madurez sea una segunda adolescencia” (223). Frente a tanta visita, se imponen cambios de ropa permanentes para las diversas ocasiones: pantalones blancos o de brin recién planchados, blusas floreadas, un enterito de toalla para ir al mar, ropa azul de trabajo para retomar sus cuadros, un colorido vestido de firma para ser arrastrada a una fiesta en Punta del Este… La novela parece un desfile de moda donde la ropa define la identidad y el cuerpo se desdibuja debajo de ella. Las modificaciones propias del cuerpo de la casi cincuentona, lejos de ser una tragedia, son mostradas en el diario de esta innominada narradora en dos ocasiones en forma indirecta: burlándose de sí misma (“Antes usaba unos calzoncitos floreados que parecían salir volando solos, ahora mi faja-calzón me obliga a movimientos sin gracia y siento el esfuerzo del otro para ayudarme a sacármela, un serio temor de que algo se desparrame. No se desparrama nada, no es para tanto…”, 22-23) o bien a través de la supuesta mirada de las mujeres de su clase de las cuales se distancia y que atribuyen su decisión a la presencia de algún amante joven (“Todos esos cuerpos ajados, esas celulitis cubiertas por los dibujos del ilustre marqués, imaginarían de pronto mi cuerpo rejuvenecido, mi celulitis evaporada, mi cuello terso, mi frente lisa contra el hombro de un recio y misterioso desconocido”, 108-109).

Mientras esto suponen sus contemporáneas de Punta del Este, el sexo está excluido de los intereses de la protagonista. Evocado como un grato recuerdo junto al esposo o el amante, en el presente del verano uruguayo queda excluido como posibilidad desde las primeras páginas (“…lo malo es que cada vez me divierte menos acostarme y hacer el amor”, 22) así que el intento fallido por parte del

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pintor local será narrado como una escena de comedia y los acercamientos de tentadores hombres jóvenes motivarán rechazo y preocupación por el estado en que dejarán su ropa tan prolijamente planchada. El cuerpo, prácticamente ausente en la representación, es objeto de deseo por parte de varios hombres pero el control de la mujer los mantiene a distancia, así como también envidia a las mujeres estériles y a la generación de sus hijas que tienen la libertad de acudir a la píldora anticonceptiva. El deseo sexual, la maternidad (las hijas que invaden permanentemente su soledad, le reprochan su independencia y disputan una y otra vez la herencia que esperan la madre les reparta en vida) serán controlados férreamente y cubiertos, tapados a través de las nuevas amistades y el afecto puro y desinteresado del nieto Iván, aunque Nino (una suerte de efebo mitológico) ocupa sus pensamientos como posibilidad de rejuvenecimiento que muchas mujeres de su edad no dejarían pasar o, mejor todavía, “…la manera indiscutible de decir ¡basta! por fin a todo un mundo al que rindo pleitesía a regañadientes pues ha tardado treinta años en domarme” (199). Los otros hombres que pretenden a la protagonista se presentan en forma fragmentada, ninguno de ellos es un cuerpo completo sino partes de ese todo al que al personaje no le interesa acceder: Freddy es boca y dedos que la invaden; Rolando, urticaria, malestar estomacal, ronquidos; el de Humberto es un rostro (el primero) que promete y trasciende el fragmento y la superficie: “Su rostro bronceado y surcado de arrugas por el exceso de sol se iluminó” (226).

¿A qué dice BASTA este personaje? Si le dice BASTA a algo, no es a sus prejuicios ni a su clase. A las que parece decírselo es a sus hijas: venderá los anillos que esperaban como herencia (la bandera francesa: un diamante, un zafiro y un rubí) para comprarse la casa en La Paloma. Allí accederá a un posible amor con el pintor Humberto a quien dejará plantado para retomar su vida de vagabunda de lujo por Europa, Grecia, el Mediterráneo y un largo etcétera que la lleva a retomar su carrera de crítica de arte y pintora frustrada. Los valores y el orden propio de su clase quedan en su lugar, los cambios que establece serán tan externos como superficial es la construcción que de sí misma escribe la narradora; la moda desarrolla su potencialidad semántica en cuanto reviste esos cuerpos que no se describen en tanto materia ni subjetividad. Dolores, la hija mayor, es una blusa Pucci; Alejandra, un moderno impermeable transparente traído de Estados Unidos; Nickie, una blusa hippie a la que renunciará cuando la maternidad empiece a aburguesarla. El vestuario constituye el signo ideológico que mejor representa ese universo del personaje, pura superficie a la que no puede renunciar. La maternidad (allí donde sí estuvo el cuerpo inevitablemente) es un vínculo posible de romper, parece decirnos Bullrich en esta y en otras novelas, cuando las hijas no cumplen el mandato materno ni reconocen la herencia simbólica que esa madre independiente y autosuficiente les ha legado o cuando el

reclamo por la herencia es solo material y opresivo. Para todo lo demás, un cambio de ropa y un vistazo en el espejo antes de salir serán suficientes.

La señora Ordoñez: cuerpo y saturación Una mujer desesperada frente al espejo controla la

aparición de cada nueva arruga y el crecimiento de su cintura un rato antes de salir al encuentro del nuevo amante que la haga sentir joven e importante… aunque sea por lo que dura un turno de hotel. Esta frase podría estar relatando la loca carrera de Marta Lynch hacia el suicidio o también la trágica epopeya de Blanca Maggi (40 años recién cumplidos), protagonista de La señora Ordóñez7(1968).

La profusión de espejos a lo largo de sus páginas, la sensualidad desesperada con que Blanca seduce hombres para llevarlos a la cama, la impotencia de su primer esposo Pablo o la repulsión con que describe el frío coito con el segundo, son algunos ejemplos de la constante presencia del cuerpo en estas páginas, casi como antítesis de la novela de Bullrich.

Papá Maggi y mamá La Castellana introducen a Blanca en los misterios de la sexualidad cuando como vecina de cama y falsamente dormida sea testigo de los estertores amorosos de sus padres y aprenda a fingir el goce, como repetirá con Raúl o con alguno de sus amantes. Blanca entra y sale de su cuerpo para volverse testigo del sexo que la enajena, que la saca de sí misma y posa su mirada en un rincón desde donde mira a ese cuerpo que queda en la cama a expensas del compañero ciego a la representación. De la misma manera, establecen los modelos a los que servirán sus hijas a partir de su físico: Teresa en “el contorno de las buenas caderas, la finura del tobillo y su inequívoca facultad de procrear” (69) lleva la marca de la matrona que será, en tanto que Blanca recibe comentarios irónicos por ser “demasiado flaca, es chata como un hombre, tiene larga la barbilla, grandes las manos y los pies” (70). Y obedeciendo al mandato familiar, Blanca será esposa y madre por los pocos años que dura la infancia de sus hijas a través de quienes cumplirá con lo que de ella se esperaba, pero abandonará todo por la militancia peronista con su primer esposo y por la infidelidad y la sucesión de amantes con el segundo.

Con el veinteañero Rocky, Blanca se aferra al cuerpo masculino. Es su piel la que los liga: sus rizos rojizos, el ancho pecho, los brazos y piernas fuertes desatan en ella una suerte de vampirismo de la juventud que la lleva a decirse “Existo… irradio” (182) en el momento de la conquista del muchacho. Admira su cuerpo como envidia el de sus hijas, esas intrusas (“detestables y ajenas”, 129) mostradas siempre a la distancia y en cuyas miradas Blanca solo ve lo que ya no es: jóvenes y con un cuerpo firme y

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liso que ella ha perdido. Con él el sexo recuerda la memoria de su cuerpo que deja de ser ajeno y decadente para volverse material y vital, pura energía: “…duele el cuerpo, el cabello se pegotea de sudor y surge un vaho refrescante de juventud y energías rencontradas” (103). Blanca vive de cuerpos ajenos simbólica y econó-micamente; el negocio de su esposo, el doctor Raúl Ordóñez, son los cuerpos de los ricos: “he vivido a costa de los ricos. Los páncreas y estómagos que abre mi marido son vísceras de ricos siempre” (219), las hemorroides, las úlceras, los tumores como el nódulo en el pecho que él mismo diagnosticará.

“Solo el cuerpo es la verdad y a los cuarenta años, Blanca Ordoñez asiste a la prolija desintegración de su cuerpo” (355) dice la voz narrativa mientras Blanca se levanta del diván donde ha hecho el amor con Rocky, antes de que ella y los lectores sepamos sobre el cáncer que empieza a crecer en sus preciosos pechos. Los pechos de Blanca que abren y cierran la novela serán el lugar donde se pose la descomposición, el cáncer, presente a lo largo de la novela a través del sufrimiento de papá Maggi, la esposa de Andrés, la pálida y desmejorada compañera de mesa en la reunión de Punta del Este y la misma Eva Perón. ¿Es el desborde sensual de la protagonista lo que lleva su adorado cuerpo a la desintegración? ¿El cáncer resulta una metáfora de la batalla contra la insatisfacción y el aburrimiento que libró a lo largo de sus cuarenta años? Víctima del caos interno que tanto la narración en primera como en tercera persona se ocupan de evidenciar, la aparición del cáncer en la protagonista es casi un ejemplo perfecto de las apreciaciones de Susan Sontag en La enfermedad y sus metáforas (1978) acerca de lo que este tiene de estigma y de todas las representaciones sociales en torno a él. Blanca, como una paria, ha perdido la juventud (o al menos así lo entiende ella), ha perdido a su amante en manos de una mujer joven y se convertirá (como su padre, como la mujer de Punta del Este, como la esposa de su ex amante, como Eva Perón) en una marginal (mutilada o muerta) dentro de una sociedad que rinde culto del bienestar, la juventud y el esplendor físico. En la revisión que le efectúa Raúl siempre habla de “nódulo” y nada parece indicar gravedad pero todo en el texto prepara a la protagonista y a los lectores para lo peor a través de esa galería de personajes secundarios víctimas del cáncer irreversible: solo eso puede proyectar Blanca y el cáncer no sería más que la conclusión de ese cuerpo que empezó a desintegrarse a partir de la aparición de la primera arruga al mismo tiempo que postergó y ahogó a la artista plástica aplaudida y estimulada por colegas y críticos.

Cuerpos que dicen

A lo largo de ambas novelas, los cuerpos representan y se auto-representan, por presencia o por elipsis dan cuenta de una mirada sobre cuerpos propios y ajenos: escriben una política de los cuerpos, son cuerpos que se vuelven centrales en una década clave para la cultura ya que involucra un quiebre en lo relativo a la sexualidad, tales como el uso de la píldora anticonceptiva y la redefinición de los vínculos familiares (Domínguez). Como observa José Amícola (2013)8 a propósito de la novela de Sara Gallardo Los galgos, los galgos (también de 1968), las ficciones de este final de década están dando cuenta de profundos cambios en las marcas de género que se afirmarán en los años setenta.

Las protagonistas de nuestras dos novelas tienen exclusivamente hijas mujeres que operan como espejos de lo que ya no son, de infancias con un fuerte vínculo madre-hija que la adolescencia o la adultez han disuelto para convertir en una competencia entre iguales a diferencia de lo que sucedía en la generación anterior: en las referencias a La Castellana, Blanca no ha sido nunca una competidora, solo la ve como la matrona en la que no se quiere convertir pero sí ve en sus hijas la joven que ya no volverá a ser. Con las marcas de los cuerpos se repetirá el destino de la herencia familiar de la que se quiere huir: no repetir a las anteriores pero tampoco legar a las descendientes. Si la protagonista de Mañana digo basta, les dice basta a sus hijas y prefiere disfrutar de sus bienes en vida como lo hace su padre en el exilio europeo, Blanca invisibiliza a las suyas para poder gozar de la juventud de Rocky sin culpa ni competencia aunque el precio sean la soledad y la depresión. Tanto la crítica de arte como Blanca huirán de sus hijas para repetir la elección paterna o materna aun cuando no se lo propongan.

Estamos frente a best-sellers de los 60s, literatura masiva y acusada de comercial pero con aspiraciones políticas e intelectuales (Moreno) además de operaciones literarias complejas, con ambiciones artísticas e ideológicas que se proponen mucho más que contar una historia entretenida para leer en la playa o en la peluquería. Escribir lo que el cuerpo tiene de político, lo que la maternidad involucra como legado cuya herencia nada tiene de natural, son operaciones (sólo algunas de las tantas) sobre las cuales habrá que seguir preguntándole a este “trío” que todavía tiene mucho para decir en sus propios textos.

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1 Butler, J. Cuerpos que importan. Buenos Aires, Paidós, 2002. 2 Sobre la escritura de la maternidad en la literatura argentina, consúltese el trabajo de Nora Domínguez De donde vienen los niños (Rosario, Beatriz Viterbo Editora, 2007), la investigación más exhaustiva sobre el tema publicada hasta la fecha. Mis apreciaciones acerca de la maternidad en los textos narrativos de los que me ocuparé tienen como punto de partida dicho estudio. 3 En el presente trabajo me referiré a textos de dos de las escritoras del grupo; sobre la tercera, he analizado otras cuestiones que aquí retomaré en mi libro Beatriz Guido. Una narrativa del desplazamiento (Buenos Aires, Biblos, 2013). 4 Moreno, M. “3 Best-Sellers industria nacional” en: Página/12.Suplemento Las 12, 24 de abril 1998. 5 Vale recordar que quien las denominó “el trío más mentado” fue el periodista Bernardo Neustadt, periodista prestigioso y estrella, sobre todo, de los 70s. En ocasión de una mesa que recordó a las escritoras en la Feria del libro de Buenos Aires de 2004, su contemporánea María Angélica Bosco recordó: “Eran las más mediáticas, pero eran tiempos en que nos invitaban a todos a almorzar con Mirtha Legrand, hablábamos con Horangel, con Tu Sam. Era divertidísimo ser escritor en esa época porque opinábamos de todo”. “Tres mujeres que dieron que hablar” en: Página/12, 25 de abril de 2004. 6 Las citas corresponden a la edición publicada por Sudamericana en 1968. 7 Las citas corresponden a la edición publicada por Sudamericana en 1976. 8 Amícola, J. “Cuerpo, clase y destino en Enero de Sara Gallardo” en: Bertúa, P. - De Leone, L. (comp.). Escrito en el viento. Lecturas sobre Sara Gallardo. Buenos Aires, Editorial de la FFyL-UBA, 2013, pp. 47-60.

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BOCA DE SAPO |16. Era digital, año XV, abril 2014. [ENERGÍA] Quintana, p.12.

Hacia un balance bio-energético y climático

Los ecosistemas de Humedal

Por mucho tiempo han sido pensados como sitios tenebrosos, como pantanos improductivos o lugares de cría de plagas y enfermedades. Sin embargo, en los últimos años los humedales han comenzado a ser revalorizados debido al gran número de beneficios ecosistémicos y culturales que brindan al hombre.

Rubén Quintana

* Rubén Darío Quintana es Investigador Independiente del CONICET (Universidad Nacional de San Martín) y profesor del Dpto. de Ecología, Genética y Evolución de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales (UBA). Es Doctor en Ciencias Biológicas (Universidad de Buenos Aires), ha realizado estudios posdoctorales en el Department of Organismic and Evolutionary Biology (Universidad de Harvard) y en la Sede para el Estudio de los Humedales Mediterráneos (Universidad de Valencia). Es miembro de la Comisión Asesora sobre Biodiversidad y Sustentabilidad (Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva de la Nación), presidente de la Fundación para la Conservación y Uso Sustentable de los Humedales (Fundación Humedales /Wetlands International) y secretario general de la Asociación Argentina de Ecología de Paisajes (ASADEP).

os humedales son ecosistemas que permanecen con su suelo saturado de agua o en condiciones de inundación y/o anegamiento durante considerables períodos de tiempo, particularmente en la época de

crecimiento vegetal. Por lo tanto, el agua cumple un papel preponderante que determina no sólo la existencia sino también la diversidad de tipos de humedales, su pro-ductividad y la dinámica de nutrientes en ellos. Diversos aspectos estructurales y funcionales, particularmente aso-ciados a la presencia de aguas someras y/o a la alternancia de períodos de exceso y de déficit hídrico (inundaciones y sequías), hacen que se diferencien de los ecosistemas acuáticos y terrestres.

A pesar de que ocupan apenas entre el 5 y el 8% de la superficie del planeta, se encuentran entre los ecosistemas más productivos y de mayor importancia ecológica de la tierra. Se caracterizan por brindar una amplia variedad de importantes bienes y servicios1 ecosistémicos a la sociedad. Por otra parte, muchos de ellos poseen una gran belleza escénica, por lo que son sitios de atracción para el desarrollo de un amplio rango de actividades recreativas. Esto ha llevado a que en la actualidad estos ecosistemas sean considerados muy valiosos desde el punto de vista de su patrimonio natural. Al mismo tiempo, los humedales se encuentran influenciados en gran medida por las actividades humanas, tanto porque en ellos se asientan importantes poblaciones como también por ser áreas dedicadas a actividades productivas como la agricultura, la ganadería y la silvicultura, entre otras. Además, proveen a muchas comunidades locales de recursos naturales básicos, tanto de origen vegetal como animal.

Desde el punto de vista histórico, en todo el mundo los humedales han sido sitios en donde han florecido importantes culturas. En muchos casos, estos pueblos llevaron a cabo importantes obras de infraestructura para el manejo del agua y el aprovechamiento de los bienes que estos ecosistemas ofrecen, las cuales aún persisten en nuestros días evidenciando así el importante conocimiento tecnológico que éstos poseían. De esta manera, las poblaciones humanas que han habitado en los humedales o en sus inmediaciones han construido asentamientos, explotado sus recursos y alterado sus características

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BOCA DE SAPO |16. Era digital, año XV, abril 2014. [ENERGÍA] Quintana, p.13.

de acuerdo a sus necesidades. Por esta razón, aún es factible encontrar en humedales de las más diversas regiones de la Tierra indicios de esta temprana ocupación y de las distintas modalidades de uso de sus recursos naturales por parte de estas antiguas civilizaciones. Estos indicios conforman un legado material del pasado que ha llegado hasta nuestros días conjuntamente con otros aspectos culturales inmate-riales. Estos últimos han pervivido gracias a la transmisión de generación en generación, en muchos casos oral, perdurando así en el contexto social actual.

Pese a que actualmente existe un reconocimiento de los valores ecológicos y culturales de estos ecosistemas, muchos humedales se han visto sometidos a importantes procesos de transformación y explotación intensiva, particularmente durante el siglo XX. Sin embargo, en las últimas décadas han comenzado a ser revalorizados debido al gran número de beneficios que brindan al hombre y por ser una fuente de valores culturales, científicos y recreacionales. Es así que, desde el año 1971 existe una convención internacional2 a la cual nuestro país adhiere y que tiene como principal objetivo la conservación y el uso sostenible de estos ecosistemas. Pero este cambio es lento y todavía se siguen llevando a cabo acciones que degradan los humedales. A nivel mundial, aproximadamente la mitad de la superficie de estos ecosistemas se han perdido y en algunas regiones, como por ejemplo en parte del Mediterráneo, esta pérdida supera el 60%. Esta transformación se inició tempranamente (la propia Roma se levantó en parte sobre áreas inicialmente ocupadas por humedales) inducida por el hecho de que estos ecosistemas siempre gozaron de cierta “mala prensa” ya que se los consideraba como sitios fantásticos (“pantanos tenebrosos”), tierras improductivas (desde el punto de vista de las actividades productivas tradicionales) o lugares donde se crían plagas o vectores de enfermedades mortales como los mosquitos. Por esa razón, aún hoy, en muchos lugares del planeta se habla de “sanear” las áreas ocupadas por humedales a través de rellenos, drenajes o dragados, convirtiéndolos así en sistemas netamente terrestres o acuáticos. Además, por esta inundabilidad recurrente, su valor en el mercado suele ser menor con respecto al de áreas altas. Esto las ha hecho en los últimos años un blanco ideal para el desarrollo de emprendimientos urbanos o incluso de agricultura, forestación y ganadería, a través de importantes obras para el manejo del agua como es el caso de la construcción de diques que impiden el ingreso de las aguas durante los períodos de crecientes.

En lo referente a Latinoamérica, los humedales de esta región poseen una asombrosa diversidad tanto natural como cultural basada fundamentalmente en la elevada heteroge-neidad ambiental que este continente presenta. Desde el punto de vista histórico, muchas de las grandes civilizaciones de la región (mayas, incas, aztecas) flore-cieron a expensas de muchos recursos extraídos de zonas de humedales y aún hoy estos sistemas resultan cruciales para

el abastecimiento de buena parte de la población humana de este continente. Por ejemplo, durante el Período Clásico de la Cultura Maya (300 al 900 d.C.), denominado “Época de Oro”, se construyeron canales de riego a fin de aumentar la superficie cultivable. Los mayas también lograron formi-dables adelantos en las construcciones de acueductos, cisternas y obras hidráulicas, incorporando a los humedales de las regiones que habitaban como parte esencial de su sistema productivo y de abastecimiento de agua.

Como se mencionó anteriormente, los humedales presentan una serie de bienes y servicios de gran importan-cia para el hombre. Entre los primeros se destaca su alta diversidad biológica, particularmente de aves acuáticas y peces, con especies tanto propias (muchas de ellas raras, endémicas y/o amenazadas de extinción) como prove-nientes de áreas vecinas. Muchas especies necesitan de determinados tipos de humedales para mantener pobla-ciones viables mientras que otras los utilizan solo durante cierta parte de sus ciclos de vida, como es el caso de muchas aves migratorias. Esta diversidad biológica constituye una fuente importante de recursos para muchas poblaciones humanas que basan su economía en su uso (pesca artesanal, caza de especies animales de interés comercial, pastoreo de ganado doméstico, extracción de especies vegetales para distintos fines, etc.). La alta productividad es una característica que usualmente se reconoce en estos ecosiste-mas. Por ejemplo, se ha documentado que muchos de ellos pueden generar hasta ocho veces más biomasa vegetal que un cultivo promedio de trigo, además de constituir sitios de importantes pesquerías tanto comerciales como artesanales.

Uno de los elementos más relevantes del patrimonio natural de los humedales es el agua. Los recursos hídricos de los humedales constituyen un bien preciado para muchas poblaciones, ya que dependen de ellos en gran medida para sobrevivir y para llevar a cabo sus actividades productivas. En un mundo cada vez más necesitado de agua, la conservación de los humedales y, por consiguiente, de sus recursos hídricos, se vuelve un objetivo primordial. Desde el punto de vista funcional, estos sistemas tienen una importancia fundamental en el mantenimiento de la integridad de los ecosistemas vecinos, regulando las inun-daciones, reteniendo y exportando nutrientes, acumulando sedimentos y controlando procesos erosivos, entre otros. Además, cumplen un papel fundamental en el ciclo de vida de muchas especies tanto vegetales como animales, constituyendo hábitats críticos3 para las mismas.

Su transformación y degradación en general termina dando como resultado efectos perjudiciales para los propios humanos. Un caso paradigmático es el de Holanda, cuyo territorio se encuentra asentado en su mayor parte sobre áreas de humedales. En el siglo IX los pobladores vivían sobre resaltos porque eran los únicos sitios no anegados la mayor parte del tiempo. Ya en el siglo XI los holandeses, expertos en el manejo del agua, comienzan a modificar la hidrología de estos humedales y a construir diques

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(“polders”) de forma tal que en el siglo XIV ya se observa una intensificación de los drenajes y de la superficie bajo diques asociada a la expansión de la agricultura. Este período fue conocido como la “Edad de Oro” de Holanda. Pero al mismo tiempo que el rico sustrato mineral de los humedales proveía nutrientes y otorgaba alta fertilidad para los cultivos, la oxidación de dicho sustrato, al quedar libre de agua, comenzó a provocar un hundimiento de los suelos (subducción) que se ha calculado que fue de aproxi-madamente de unos 3 metros desde el año 1000. En el siglo XVII, con el desarrollo de los molinos de viento, se incre-menta la producción al mismo tiempo que continua la subsidencia de los suelos (la que actualmente se agrava porque es acompañada por un aumento del nivel del mar por efecto del calentamiento global). Ya en el siglo XX se desarrollan sistemas de drenaje sofisticados que permiten aún más la intensificación de la agricultura, la que es acom-pañada por la inyección de altos niveles de agroquímicos (fertilizantes y pesticidas). Esta profunda transformación llevó a que en los años 1993 y 1995 se produjeran impor-tantes inundaciones que afectaron al país. A partir de esos eventos se vio la necesidad de implementar un modelo alternativo de desarrollo que implicó la generación de un programa llamado “Un lugar para los ríos”, que busca recuperar los humedales de las llanuras de inundación de los ríos, enfocándose en un programa de prevención y planificación en lugar de uno de evacuación y recons-trucción, como suele darse en general cuando se produce una inundación severa como las que usualmente ocurren en algunas regiones de nuestro país.

Otro ejemplo interesante es el del Delta del Mississippi y los humedales costeros del Golfo de México. Estos humedales poseen una gran relevancia para los EEUU, tanto por su papel ecológico como económico. Por ejemplo, el 97% de las pesquerías y marisquerías comerciales del Golfo de México dependen de los humedales costeros y alrededor de cien millones de aves viven o pasan por el Delta del Mississipi cada año. Por milenios los sedimentos acarreados por el río fueron el sostén de su delta y de los humedales costeros de Louisiana. Hoy, tanto los terraplenes como otras estructuras hechas por el hombre han llevado a la interrupción de estos procesos. Actualmente, el río Mississippi presenta 37 represamientos en su curso, 3.700 kilómetros de costas aterraplenadas y 90.000 hectáreas de llanuras de inundación rellenadas. Esto ha llevado a que desde 1930 se hayan perdido 485.600 hectáreas de humedales. Esta degradación de los humedales costeros de dicha región ha dado como resultado no sólo inmensas pérdidas económicas inmediatas sino que ha llevado a la pérdida de uno de los servicios más importantes que éstos poseían: la protección de las tierras interiores del efecto de los huracanes. El caso más famoso fue el del huracán Katrina, que arrasó la ciudad de New Orleans en 2005 y fue considerado el más destructivo ya que produjo el mayor daño económico y fue el que más víctimas mortales causó

en el Atlántico. Katrina fue uno de los cinco huracanes más mortíferos de la historia de EEUU. Se ha planteado que si los humedales costeros hubieran estado en buen estado, el efecto del huracán hubiera sido menos violento. De hecho, en muchos lugares del mundo están haciéndose esfuerzos por restaurar humedales costeros degradados dada su importante función protectora.

Sin embargo, debe quedar claro que si bien hoy en día se cuenta con tecnología apropiada para la restauración de humedales degradados, los costos para recuperar, al menos en parte, las características originales de estos ecosistemas, es elevadísimo, con lo cual muy pocos países pueden afrontar semejantes erogaciones para este fin.

Por otra parte, y a pesar de que un número apreciable de humedales se encuentran actualmente bajo alguna categoría de protección (desde reservas locales a sitios que conforman la lista de patrimonio de la humanidad de la UNESCO o la de “Humedales de Importancia Inter-nacional” de la Convención Ramsar), gran parte de ellos aún carecen de medidas efectivas de conservación y muchos presentan problemas ambientales graves que amenazan su futuro. Por lo tanto, resulta imprescindible establecer políticas y mecanismos para el manejo sostenible de estos ecosistemas, particularmente el mantenimiento del régimen hidrológico, dado que este constituye uno de los principales (o el más importante) factores en el mantenimiento de la integridad ecológica de los mismos. En este contexto, la valorización de su patrimonio natural y cultural puede constituir una herramienta eficaz para el manejo sostenible y la conservación a largo plazo de estos ecosistemas, beneficiando al mismo tiempo a las comunidades locales, las cuales dependen en gran medida de sus recursos.

Los humedales incluyen también una amplia variedad de elementos de patrimonio cultural, tanto material como inmaterial. El patrimonio material puede definirse como la expresión de las culturas a través de sus realizaciones materiales, siendo, por tanto, un patrimonio físico. En el caso particular de los humedales, debido a la necesidad de adaptación a las condiciones ambientales características de estos ecosistemas, el hombre ha debido desarrollar cons-trucciones arquitectónicas y de ingeniería hidráulica singulares así como una amplia variedad de bienes culturales inmuebles. El patrimonio inmaterial, por otra parte, está constituido por las actividades, procedimientos, costumbres y creencias estrechamente ligados a la cultura tradicional y popular que en los humedales de muchas regiones de la tierra adquieren particular relevancia.

En cuanto a nuestro país, se ha estimado que más del 21% de la superficie de la Argentina son humedales o zonas que poseen humedales, elevándose a más del 23% si se incluyen los cuerpos de agua. Se observan fundamen-talmente dos grandes zonas: una porción ubicada en el noreste y centro húmedo del país que se corresponde a “paisajes de humedales”, asociados a las cuencas de los ríos Paraná, Paraguay y Uruguay, los que se manifiestan en

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grandes extensiones geográficas y se expresan frecuen-temente como la matriz del paisaje. La otra se corresponde con el resto del país, que incluye las áreas más secas. En esta gran zona se encuentran “paisajes con humedales”, donde los mismos tienen muy poca representatividad espacial. En ella se pueden diferenciar el sector costero, que está caracterizado por la presencia de franjas mareales asociadas a ambientes estuáricos-marinos donde se desarrollan marismas con pastos y arbustos enanos y una porción oeste, centro oeste y sur, donde la presencia de los humedales depende de su localización en emplazamientos particulares, como valles fluviales, depresiones o el pie de las cadenas de sierras y montañas donde la concentración de aportes de agua superficial y subterránea genera un balance hídrico positivo en algún período del año. Los complejos de humedales más característicos son las lagunas y vegas de altura en la zona de la Puna, las lagunas ubicadas en depresiones áridas, el macrosistema de esteros del Iberá, los bañados, arroyos, madrejones y bosques ribereños del Chaco Húmedo, los humedales de la llanura aluvial del Paraná, que incluyen a la región del Delta del Paraná, los Bajos Submeridionales del norte de Santa Fe y sur del Chaco, la planicie de pastizales húmedos de la Depresión del Salado en la provincia de Buenos Aires, los mallines patagónicos, las turberas de Tierra del Fuego y los humedales costeros de Buenos Aires y Patagonia.

Hasta hace pocas décadas, la mayoría de los humedales de la Argentina estaban relativamente libres de los impactos derivados de las actividades humanas y por lo tanto conservaban su extensión, estructura y funciones originales. Sin embargo, durante los últimos años esta tendencia ha comenzado a revertirse. Durante las dos décadas pasadas y debido a los altos rendimientos alcanzados en la producción de granos, tuvo lugar una expansión significativa de la frontera agrícola y un remplazo de pasturas por cultivos. En consecuencia, se produjo el desplazamiento de una impor-tante fracción de la actividad ganadera hacia sitios conside-rados marginales para la producción como es el caso de los humedales fluviales de la región del Delta del Paraná. La elevada productividad natural de estos ambientes sumada a un ciclo de aguas bajas en los últimos 8 años (interrumpido

por dos períodos de inundación en 2007 y 2009) hizo que se pasara de un sistema de ganadería extensiva estacional a uno de tipo intensivo y permanente. Este proceso de cambio se sustenta, por una parte, en que hoy las zonas tradicionalmente ganaderas se encuentran ocupadas por una actividad más rentable. Por la otra, existe una visión errónea de oferta ilimitada y homogénea de recursos forrajeros en los humedales y una percepción estática de un tipo de ecosistema que naturalmente presenta fluctuaciones temporales tanto estacionales como interanuales en relación al régimen hidrológico.

Otros importantes humedales han desaparecido o se han reducido debido a las canalizaciones realizadas a fin de drenarlos con distintos fines. Ejemplos de esta situación son los Bajos Meridionales antes mencionados y los bañados del río Saladillo en el sur de Córdoba. Las grandes obras de infraestructura, muchas veces pensadas en términos económicos y no ecológicos, también ha contribuido a la degradación de humedales. Entre éstos se pueden mencionar al viaducto Victoria-Rosario que cruza la llanura aluvial del Paraná, algunos terraplenes construidos en el sistema de humedales de los Esteros del Iberá o las zonas endicadas en el Delta del Paraná con distintos fines. En este sentido, el avance de las urbanizaciones sobre zonas de humedales representa una amenaza que va cobrando importancia en los últimos años merced a la especulación inmobiliaria y al precio relativamente menor de estas tierras respecto a aquellas de zonas altas. A su vez, la contamina-ción de distinto origen constituye una amenaza para el man-tenimiento de la integridad ecológica de estos ecosistemas.

Ante estos escenarios, durante el año 2013 en la Cámara de Senadores de la Nación se aprobó un Proyecto de Ley sobre Presupuestos Mínimos de Humedales para todo el país. Con esta media sanción por parte de los Senadores, este año el proyecto entrará en la Cámara de Diputados para su debate. En caso de ser aprobada, esta Ley constituirá una herramienta legal que permitirá avanzar en la conservación y el uso sustentable de estos ecosistemas.

1 Cabe señalar que se entiende por “Bienes” a los productos tangibles de la naturaleza que brindan bienestar a la sociedad, contribuyendo a la generación de otros bienes. Podría definirse en términos económicos como un “stock de capital natural”. Por “Servicios” nos referimos a las actividades resultantes de las fun-ciones del ecosistema que contribuyen a satisfacer las necesidades vitales y espirituales de los humanos. Sería un “flujo” que se genera a partir de ese “stock de capital natural”. 2 La Convención sobre los Humedales (Ramsar, Irán, 1971) fue el 1ero. de los modernos tratados intergubernamentales mundiales sobre conservación y uso racional de los recursos naturales,

siendo la única convención internacional que se ocupa de este tipo específico de ecosistema (los humedales). Las partes contra-tantes están formadas por más de 130 Estados suscriptores, entre los que se incluye nuestro país. Hoy existen unos 1888 Humedales de importancia Internacional que cubren 185,2 millones de hectáreas. 3 Se entiende por “hábitats críticos” aquellos que resultan indispensables e irremplazables para una especie para satisfacer algún requisito de vida (alimentación, reproducción, etc.). Por ej., el bagre de mar ingresa al Bajo Delta del Paraná porque utiliza sus cursos de agua como sitios de desove.

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Crónica de la escasez

Sol de noche

Jimena Néspolo

a voz de mi padre leyendo El fantasma de Canterville es quizá el recuerdo de infancia más hermoso que guardo. Estamos sentados alrededor de una mesa redonda. Mi madre cocina muy cerca, secundada por un par

de velas. En el centro de la mesa hay un farol que alumbra la noche espesa. Más allá del aura de esa luz sólo hay oscuridad. Mi padre lee y nosotros lo escuchamos. Lee lenta y ceremoniosamente. Puntúa de un modo perfecto; su voz grave se sucede como si ejecutara una extraña partitura. Es un recuerdo que se repite, porque sólo hace falta que se corte la luz en casa para que la voz de mi padre se instale en el centro de la escena y nos convoque. También la voz de mi padre puede cantar. De eso me entero un verano, el único en que partimos de vacaciones hacia la playa. Somos siete niños y jóvenes apretujados en un auto prestado, mi padre maneja por horas y al caer la noche, canta. Canta antiguos romances españoles y yo, no recuerdo por qué, estoy llorando. Esa semana en la playa entiendo o comprendo algo fatal, definitivo. Mi madre no me ama y es posible que mi padre tampoco. Soy apenas un accidente acaecido entre mis hermanos. Ni siquiera soy dueña de la soledad, porque mi soledad también es la de ellos. El sentimiento de orfandad me ahoga. Y naturalizado el terror, al fin también me libera. Pero las noches sin luz habrán de sucederse todavía mucho tiempo más… Y la voz campera de mi padre se apodera una vez más de lo oscuro. Ahora lee El guanaco vencido con marcada insistencia. Nada de la historia de ese carrero patagónico que cuenta sus vivencias y personaliza con ansias desmedidas la vida de los animales me requiere. Quedo afuera de ese relato que tematiza la lucha del macho joven por hacerse del harem de guanacas del macho viejo y sin embargo, hasta el día de hoy, lo recuerdo. Su arcana y terrible musicalidad.

Transitar un verano con recurrentes baches energéticos, con cortes de luz fuera del registro común de los ya sufridos por los habitantes de Capital y Gran Buenos Aires, me ha permitido –al parecer– además de ejercitar la nada despreciable escritura de un Diario de Reclamos (conformado mayormente con la información referida al reclamo realizado: fecha, lugar, oficina, etc.) recuperar algunos recuerdos. Hace pocos días, revisando no ya el eficaz Diario sino el catálogo de la biblioteca de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires topé con el libro de Asencio Abeijón, El guanaco vencido. Me sorprendió encontrar que fue publicado en Galerna, a instancias de Osvaldo Bayer, en marzo de 1976, el mismo mes de sucedido el Golpe de Estado, justamente en la época en que mis padres abandonaban la Capital para

L

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instalarse en un pueblo de la provincia. Mis primeros recuerdos se anidan con la experiencia de vivir en esa granja ubicada a orillas de una ruta recién macadamizada, que es la misma zona donde vivo ahora. Por entonces, si bien la luz eléctrica no era una novedad, en cada tormenta podía cortarse el suministro durante semanas. El molino de viento, entonces, nos proveía de agua.

La más leve brisa hacía girar las aspas de cinc recortado y bombear agua de las profundidades. Recuerdo la bra-vura de las aspas girando en la intem-perie, su inaudita velocidad de hélice que quisiera alzar vuelo con los grandes vientos. Recuerdo la desmesura del tan-que rebalsando agua dulce a escasos metros de la puerta de casa… Entonces había que trabar al molino, y pronto. Hacer fuerza desde abajo colgándose de la palanca adosada a una de una de sus cuatro patas y asegurarla firmemente, de lo contrario la excesiva fuerza podía romper la guía. Había que hacerlo y había que hacerlo rápido, porque ade-más del agua helada que cayera del tanque y del agua de lluvia que even-tualmente pudiera mojarte, también podía derribarte uno de esos rayos que cada tanto fusilaban al molino que oficiaba de parador. Y además estaba el pozo… Porque la faena requería que el elegido mantuviera cierto equilibrio, cuestión de no caer en ese pozo que durante toda mi infancia y adolescencia estuvo abierto. Recuerdo esa ominosa abertura de piedra de un viejo aljibe con que el molino se abría paso a las profundidades desde su mismo centro: un pozo de al menos tres metros de profundidad y dos de diámetro al frente de la galería de casa. Como si fuera parte de quién sabe qué entrenamiento,

mis padres recién taparon esa abertura con listones protectores de madera cuando todos nosotros ya nos habíamos marchado.

Creyendo que son monstruosos gigantes, Don Quijote lucha en el octavo capítulo de su gesta contra molinos de viento mientras el buen Sancho se burla de la tontera que nubla la cabeza de su amo. ¿Delirio? Qué va… En mi zona, de donde yo vengo, nunca se combate la monstruosidad de los molinos, más bien se aprende a vivir con ellos. O mejor, de ellos. Porque un molino de granja que no muele granos te provee de agua, es decir que con electricidad o sin ella te permite mantenerte con vida. Se me disculpará la insistencia, pero hay que llegar al tercer día sin luz, cuando el agua del tanque de cualquier casa electro-dependiente se acaba –por más odisea de ahorro que ensaye–, para comprender hasta qué punto la supervivencia se reduce a un solo y urgente problema: el agua.

El Diario ahora me planta en diciembre 13 de 2013. Hace tres días se robaron el transformador que alimenta nuestras líneas eléctricas; pesa más de cuatrocientos kilos de los cuales mayoritariamente se los lleva el cobre. Para bajar ese transformador de las alturas hizo falta un camión con andamiaje aéreo y al menos tres personas calificadas. Luego de reiterados reclamos en Edenor (la empresa responsable del suministro), mientras cargo agua en lo de mis padres en todos los bidones que encuentro y que puedo arrastrar, recuerdo el libro Supervivencia… sólo verdades de Fernando E. de Rosas. Dice este avezado instructor en salvataje y supervivencia que ante un accidente inesperado o una situación de emergencia y peligro es preciso atenerse a un estricto orden de prioridades si queremos preservar nuestra existencia. A saber:

1. Primeros auxilios: salir cuanto antes del shock psíquico y atender lo más pronto posible las heridas (primero controlar la respiración, luego detener la hemorragia si la hubiera, después distender el estado de shock). 2. Señalamiento: es el brazo que extiende el superviviente y que le permite a la cuadrilla de rescate llegar a él, quien espera ser encontrado debe señalar a como sea ese lugar. 3. Refugio: superados los primeros auxilios y el señalamiento, es preciso buscar un refugio que nos permita proteger el cuerpo. 4. Agua: es imperioso beber al menos un litro de agua por día (lo óptimo es de dos a tres litros). El 75% de nuestro cuerpo está constituido por agua, si nos falta sólo un 10% comienzan a producirse desórdenes serios en nuestro organismo. Una persona sin agua muere a los siete días, pero al segundo día sin reponer líquidos comienza a caer en un estado tan agudo de desorden mental y decaimiento físico que para la situación exigente que vive, ya es un muerto. 5. Alimento: es la última y menos importante prioridad dentro del pentágono de la supervivencia. Nuestro cuerpo puede soportar larguísimos ayunos (hay ayunadores indios que pasan setenta días sin comer, otros han ayunado durante sesenta días por razones religiosas o políticas y no han muerto), pero si se da el caso “todo bicho que camina…”, nada, se arrastra, se desliza, corre o vuela: se come.

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Mientras cargo agua y baterías, pienso. Pienso... ¿De cuánto puedo prescindir y qué necesito, en verdad, para mantenerme viva?

Recuerdo que a los ocho años le arranqué a mi padre un jugoso beso de bendición literaria cuando orgullosa le confesé que había leído de principio a fin, sola y sin ayuda, Corazón de Edmundo de Amicis, en una edición de tapas cartoné bordó que había sido de mi madre, a quien poco tiempo después le entregué con menos éxito mis primeros poemas copiados de Alfonsina Storni. Los años siguientes fueron capturados por la colección Robin Hood en lecturas dialogadas y compar-tidas. Con mis hermanas, vendría la educación sentimental de Louisa May Alcott, Mi querido enemigo y Papaíto piernas largas, Jane Eyre de Charlotte Brontë, Heidi o incluso Lewis Carroll. Con mis hermanos, las aventuras de Robinson Crusoe, El corsario negro de Salgari y también las novelas de Verne. Recuerdo con extrema nitidez, por ejemplo, ciertas mañanas de invierno leyendo con mis hermanos en una mis-ma cama El Príncipe Valiente, esa an-siedad y ese estupor de seguir con gran concentración la lectura hasta llegar a las páginas tomadas por imágenes y viñetas como si éstas fueran un oasis.

Antes de caer en la fascinación de la lectura adolescente y devorar la colección de novelas de género de mi padre, los policiales de Agatha Christie o las sagas de aventuras de Wilbur Smith, recuerdo que a los trece años leí en el colegio El Aleph y Ficciones de Jorge Luis Borges, a instancias de una profesora culona que ensayaba el histe-rismo de la erudición, y que lo detesté con ardiente vehemencia.

También recuerdo que ese verano me tragué El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha no por obligación, sino para impresionar a mis hermanos. Entonces, más que la experiencia de esa lectura, rescato la experiencia de la pose. No sólo quería leer el libro completo, sino ser vista leyendo: leyendo bajo un árbol, leyendo en la hamaca, leyendo en el sillón, leyendo sentada a la mesa, leyendo donde sea a fin de arrancarles finalmente un “¡Oh! ¡Oh! ¡Cómo lee!”. Más que sorprenderlos, quería ganarme su respeto. Suspender, acaso por un momento, el torturante modo en que me llamaban en alusión a mi desagradable modo de interpelarlos. ¿Cuántos días de ese verano me consumió aquello? ¿Cuántos días me demoró la siguiente lectura? Porque al Quijote le sucedió La Regenta, en un flamante ejemplar de colección que mi hermana mayor –que ya por aquel entonces había empezado a trabajar y a estudiar en la universidad– acababa de comprarse. Me avergüenza reconocer que elegí esos libros solamente por la cantidad de páginas que tenían y por la evidente negación que tal profusión de arcaísmos pudiera causarle a cualquiera de mi familia que osara imitarme. Quería ver a mis hermanos, principalmente los varones, los más bárbaros, babear de impotencia. Si mi cuerpo no me permitía vencer en la lucha, en la carrera, domando caballos o asesinando tigres, al menos en esas lides tendría mi desquite. Ah… esa escuela de la crueldad aprendida de los padres y perfeccionada con los hermanos.

Han pasado, desde entonces, más de tres décadas. Pero digo “pasar”, sólo para detenerme al instante y recordar que el tiempo nunca “pasa”. No pasa el tiempo y tampoco pasan las personas. Sólo se quedan o no se quedan; y, parafraseando a San Agustín, se quedan a través del presente: un presente, pues, que se compone con el presente de las personas pasadas, el presente de las personas presentes y el presente de las personas futuras.

Ahora mi Diario de Reclamos canta la fecha 28 de enero de 2014. Estoy con mis hijos y mi marido en la Península de Valdés, en un camping del Automóvil Club Argentino. En la Ciudad de Buenos Aires siguen los cortes a causa de la crisis energética que desencadenó la ola de calor y la impericia gubernamental para anticiparse a aquello que desde hace tiempo se preveía. Una de mis hermanas, la que se encuentra al cuidado de mi casa y los animales, me informa que allí tampoco hay luz, pero no por los cortes, sino porque se han vuelto a robar el transformador recién instalado. Llamo a Edenor: el bla bla de siempre y luego la definición de que recién el 16 de febrero será efectuada la reparación. Trato de mantener la calma. Marco otra vez el número que el Ministerio de Planificación ha habilitado para los reclamos. Se sabe: la desesperación puede hacerte mostrar tus aristas más patéticas… Hemos llamado y explicado tantas veces la misma situación que, ante una nueva respuesta delicuescente, al fin caigo en el apriete: –Señorita, deme su nombre y apellido y el nombre de su inmediato superior. (Balbucea. Solamente me larga un “Verónica” y un número de reclamo.) Verónica, agende por favor que quien le habla es la doctora Néspolo, que conste eso junto al número de reclamo en el expediente. Y que conste, también, que iniciaré acciones.

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Respiro. Inspiro. Exhalo. ¿Es la Literatura un arte de la Supervivencia? La única acción que se me ocurre emprender, apenas corto el teléfono, es la de la escritura. Entonces empiezo a pergeñar estas páginas, y sigo rumeán-dolas durante el verano. Todo, ab-solutamente todo, lo pienso como “Energía”. Cuando llegamos a Punta Norte, al asentamiento de lobos mari-nos, lo primero que me pregunto al verlos es cuántas lámparas del siglo XIX encendería un solo lobo con su aceite. ¿Cuántos días alimentaría mi sol de noche la grasa de un elefante marino? ¿Y la de un cachalote?

Porque antes, otros podían sumer-gir gozosos sus manos en aceite de esperma de ballena para sentir cómo los dedos se vuelven serpentinos, eléctricas anguilas danzantes en la leche de la felicidad y la benevolencia mientras el Pequod navega raudo hacia el diáfano horizonte… “¡Apretar, apretar, apre-tar, durante toda la mañana! –dice Ismael, en Moby Dick, la novela de Melville. Apreté aquel aceite de esperma hasta que casi me fundí en él: apreté ese aceite de esperma hasta que me invadió una extraña suerte de locura, y me encontré, sin darme cuen-ta, apretando las manos de los que trabajaban conmigo, confundiéndolas con suaves glóbulos. Tal sentimiento desbordante, afectuoso, amistoso, cari-ñoso producía esta labor, que por fin acabé por apretarles continuamente las manos, y por mirarles a los ojos sentí-mentalmente, como para decir: «¡Oh, mis queridos semejantes!, ¿por qué vamos a seguir abrigando resentimien-tos sociales, o conocer el más leve malhumor o envidia? Vamos; apreté-monos todos las manos; mejor dicho, apretémonos universalmente en la

mismísima leche y esperma de la benevolencia».” Ya el viejo Paracelso aseguraba que el aceite de esperma de ballena era

extremadamente eficaz para mitigar el calor de la ira. Pero no… mejor no entusiasmarse puesto que en la actualidad la caza de tanto mito y buena leche sólo está permitida con fines científicos: aceite para lámparas, velas, lu-bricantes, años atrás incluso la industria de la cosmética utilizó el espermaceti, hoy remplazado por aceite de jojoba. Imagino los inmensos cetáceos colgados en las cubiertas de los barcos balleneros, chorreando de sus cabezas el preciado aceite ámbar, como una brutal y feroz estampa del pasado.

La comercialización a gran escala del petróleo, con la perforación de grandes yacimientos hacia finales del siglo XIX marcó el declive de la explotación ballenera que recién en 1946 conoce una primera regulación con la creación de un organismo internacional (International Whaling Commission –IWC– o Comisión Ballenera Internacional –CBI–) con sede en Brighton, Inglaterra, destinado a limitar su caza y comercialización.

Pero mientras los principales medios del país acicatean la verba tras las manifestaciones realizadas en Neuquén en contra del acuerdo YPF-Chevron para explotar el riquísimo yacimiento de petróleo y gas de Vaca Muerta –como si esas reservas estimadas de 22.500 millones de barriles fueran la única balsa de salvataje que el Titanic-energético de Argentina pudiera ofrecernos– y otros medios locales anuncian la venida de una nueva soja transgénica resistente a la sequía y la salinidad, llamada con el nombre milagroso de “Verdeca” –ya que las ganancias estimadas en verdes dólares serían la Meca–, pertinaz mi Diario de Reclamos apunta que nosotros estamos en Puerto Pirámide, en uno de los más importantes lugares de avistamiento de ballenas en todo el orbe terrestre. Por alguna razón desconocida, las costas de la Península de Valdés (declarada por la UNESCO como uno de los siete Patrimonios de la Humanidad) han sido elegidas por este mamífero como zona privilegiada para reproducirse y amamantar. Aunque la época en que las ballenas y sus crías se dejan ver no son los meses de verano, sabemos que aquí –desde que se sancionara la ley 23094 durante el primer año de gobierno de Raúl Alfonsín– cualquier ballena franca es considerada “monumento natural” y, por tanto, así tratada. El turismo es, pues, uno de los principales recursos económicos.

A falta de ballenas, por el camino vemos guanacos, liebres, armadillos, y en Caleta Valdés, pingüinos. También avistamos unos pajarracos zancudos llamados coiques, especie de ñandú más pequeño cuya peculiaridad es que la hembra pone los huevos pero el que los empolla es el macho. Los prodigios de la evolución nunca dejarán de sorprenderme…

Aquí el clima es tan seco que mi asma ni asoma. Observo, no obstante, que en la zona crecen, guachas, plantas de efedra; es posible que los tehuelches originarios además de masticar semillas de molle para mitigar la sed prepararan té de efedrina para combatir las enfermedades respiratorias del mismo modo que los chinos lo hicieron hace más de 5000 años (también utilizaban Ma Huang para aliviar los dolores musculares o reumáticos, y como estimulante).

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Destinamos un día de fines de enero para visitar las colonias galesas instala-das a lo largo de la cuenca del Río Ne-gro y comprobar cuán efectiva fue la Campaña del Desierto: además de las mejores tierras, también el gobierno nacional le entregó a los colonos los pocos tehuelches que sobrevivieron, como criados o sirvientes. Otra tarde nos dedicamos a recorrer el Museo Paleontológico Egidio Feruglio, ubica-do en la ciudad de Trelew. Damos de narices con los restos óseos del Argen-tinosaurus, especie de dinosauro sauró-podo que vivió hace 95 millones de años en estos lares y que –se estima– fue el animal más grande que habitó el planeta. Encendidos de megalomanía salimos del Museo. Al llegar al auto encontramos que alguien ha roto un vidrio y que además de una campera se han robado el bolso de fotografía con las lentes. Por mero ejercicio de la obstinación o la constancia, dejo regis-trada la denuncia en la comisaria de la ciudad y en mi Diario. ¿Adónde irán a parar los números de reclamos per-didos? ¿Adónde?

Hacia el final del viaje, una tarde decidimos hacer noche a campo abier-to, en una playa agreste rebosante de algas verdes, pulpos luctuosos y meji-llones, frente al Cerro Avanzado. Ahora además de luz eléctrica, no tene-mos baño, cocina ni techo alguno que nos repare. Aquí sólo hay viento y un cielo inmenso repleto de estrellas fugaces.

Puedo contar con los dedos de la mano, a lo largo de toda la travesía, los pocos molinos de viento que veo insta-lados en el horizonte como enormes mastodontes blancos cargados de futu-ro. Aunque más al Sur el viento se quiera desmesura melancólica y suicido,

la explotación de la energía eólica aquí apenas comienza. En el largo viaje de regreso en auto, mi compañero y mis hijos me leen en

voz alta en turnos, mientras manejo, Una fábula de William Faulkner. Encontré el libro usado en una feria variopinta, en El Cóndor, cerca de Monte Hermoso. Pese a la complejidad de las largas frases con parentéticas, hasta los más pequeños leen bien. Impacientes, cada tanto interrumpen la lectura para lanzar datos sobre el paisaje o sobre la fauna; gracias a uno de esos comentarios me entero, por ejemplo, que a pesar de su fama de depredadores, los tiburones matan menos gente que los perros y las avispas. También se interrumpen para maldecirme por la tarea, para joder o para burlarse mutuamente con los motes que se han inventado.

Los círculos del infierno son los círculos fatales de las repeticiones in-conscientes. El estigma del nombre cristalizado que recibimos al nacer es liberado con los apodos que sucesivamente recibimos a lo largo de la vida, para luego perderlos o acaso recuperarlos con el sentido. En lo personal, creo que ya no me molestaría que mis hermanos me llamaran como lo hacían en la infancia, con ese sobrenombre que empezaba en “Boca” y terminaba en “Sapo”.

* Algunos libros y autores mencionados: El fantasma de Canterville, de Oscar Wilde. El guanaco vencido, de Asencio Abeijón. Supervivencia… sólo verdades, de Fernando E. de Rosas. Corazón de Edmundo De Amicis y Poesía completa de Alfonsina Storni. Las novelas policiales de Agatha Christie y las de aventuras de Wilbur Smith. El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes Saavedra. La Regenta, de Leopoldo Alas Clarín. Ficciones y El Aleph, de Jorge Luis Borges. Moby Dick, de Herman Melville. Una fábula, de William Faulkner. Colección Robin Hood: Mi querido enemigo y Papaíto piernas largas de Jean Webster; Mujercitas y Ocho primos de Louisa May Alcott; Heidi de Juana Spyri; Jane Eyre de Charlotte Brontë; Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll; Robinson Crusoe de Daniel Defoe; El corsario negro de Emilio Salgari; El Príncipe Valiente de Harold Foster y, entre otras novelas, La vuelta al mundo en 80 días de Julio Verne.

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BOCA DE SAPO |16. Era digital, año XV, abril 2014. [ENERGÍA] Retratos intervenidos, p.21.

Tattoos. Ilich Roimeser

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BOCA DE SAPO |16. Era digital, año XV, abril 2014. [ENERGÍA] Retratos intervenidos, p.22.

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BOCA DE SAPO |16. Era digital, año XV, abril 2014. [ENERGÍA] Ceriani, p.23.

Chamanismo, energía y liderazgo religioso

ENCUENTRO CON EISEJUAZ, EL SOÑADOR SOÑADo

El encuentro con Lisandro Vega, el personaje real que inspiró la novela Eisejuaz (1971) de Sara Gallardo, por parte de una misión antropológica que estudia el asentamiento de evangelistas escandinavos en el Norte argentino nos introduce en los dilemas de un tipo de liderazgo político espiritual indígena. En la cultura wichí la categoría que condensa la energía o voluntad humana es el husek, en observancia de los atributos morales y espirituales de la persona, y se enmarca dentro del denominado simbolismo cosmológico del Dueño de las Especies. A través de cantos y sueños el chamán se comunica con las entidades que habitan los espacios numinosos para pedir compasión y ayuda en el cumplimiento de sus tareas de sanación y consejo.

César Ceriani

* César Ceriani Cernadas es Investigador Adjunto del CONICET, docente en la carrera de Ciencias Antropológicas de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y de la Maestría en Antropología Social de FLACSO, Sede Argentina.

I “Soy un soñador”, aseveró don Lisandro Vega promediando nuestro encuentro en Misión La Loma, hacia mayo de 2011. Era una tarde relativamente calurosa, en un lugar ardiente como Embarcación, pequeña ciudad enclavada en el norte de Salta, en un costado inicial o final del territorio chaqueño. Junto a mi amigo y colega Hugo Lavazza recorríamos desde el 2009 aquellas tierras, donde planificamos una investigación antropológica sobre la misión evangélica escandinava entre los grupos indígenas del lugar1. Los orígenes de la misma se remontan a 1914, cuando el pueblo recién se constituía como tal dada la llegada del ferrocarril. Conociendo la importancia que las misiones protestantes tuvieron entre los grupos aborígenes del Chaco argentino (toba o qom, wichí, pilagá, chorote y mocoví), la existencia de esta corriente misionera era toda una revelación para nosotros, pues las obras canónicas sobre el tema (y las otras también) nada decían al respecto. En viajes de campo de 20 a 30 días de duración fuimos explorando paulatinamente, en los años siguientes y hasta la actualidad, aquel complejo mundo social. Sin muchos giros, nuestros propósitos radicaron en comprender la dinámica histórico-sociológica de las misiones creadas por los nórdicos, indagando en sus formas de liderazgo y organización social, en los procesos de creatividad simbólica de los agentes indígenas a partir de la apropiación

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cultural del cristianismo y en las relaciones de poder con la sociedad englobante.

En Embarcación, tuvimos la suerte de generar buena sintonía con el actual pastor general de la Misión Evangélica Asamblea de Dios (nombre oficial que adquiere la institución desde 1947), hecho que nos permitió residir en la antigua casa misionera, anexa al templo central de la obra. Constituye ésta una amplia propiedad de gruesos ladrillos y un luminoso corredor abierto que mira hacia el también holgado jardín. Sus altas y profundas habitaciones alojaron a familias misioneras, predicadores visitantes y, entre otros y otras, pioneros de la antropología argentina como Enrique Palavecino. Hoy los cuartos son reutilizados como oficina administrativa de la iglesia, aula de escuela dominical de niños, estudio de radio, seminarios de educación teológica y hospedaje de creyentes y, también, antropólogos impertinentes. La casa fue construida por el pionero noruego Berger Johnsen (1888-1945) entre 1916 y 1920 bajo el expreso ideal de convertir a la fe cristiana, y así civilizar, de acuerdo al imaginario protestante de la época, a los “pobres y abandonados indios”.

De esta sinuosa historia, que en breve cifraremos, nos interesa aquí explorar el doble encuentro con Lisandro Vega, uno de los líderes religiosos y políticos centrales de dicha experiencia misionera durante 1960-1980, y con Eisejuaz, su auténtico nombre wichí y también el título de la novela que Sara Gallardo publicó en 19712. Existe un consenso general en la crítica de que nos encontramos ante una obra única, excepcional, en las letras vernáculas. Es sabido que Gallardo viajó a Salta y que fruto de esa experiencia escribió Eisejuaz. Es poco conocido, sin embargo, que la autora vivió unas semanas en Embarcación durante 1968, donde conoció al “verdadero” Eisejuaz mientras trabajaba de ayudante en el único hotel del pueblo. Narrada desde el punto de vista de don Lisandro, la novela nos introduce en un fascinante cosmos protagonizado por mensajeros chamánicos, pastores noruegos, alter egos deformes, evangelistas indígenas, frailes franciscanos, patrones criollos y mujeres esclavizadas, entre muchos otros. Cada uno de ellos tiene su parte en esta historia iniciática y sacrificial, atravesada como tal por dilemas individuales, mandatos sociales y destinos inexorables.

Nos acercamos así a la apuesta de este ensayo donde se encuentran el soñador y el soñado: ofrecer una lectura antropológica sobre el hombre y su homónimo libro. Un cruce de caminos entre antropología y literatura en cuyo centro habita una persona real que se vinculó con la autora de la novela hace más de 45 años y, recientemente, con el etnógrafo que escribe estas líneas. En este sentido, la lectura que formulo concentra la mirada de un antropólogo abocado al estudio del cambio religioso y cultural de los pueblos indígenas chaqueños, que conoce de primera mano a su protagonista, al lugar donde vivió desde su temprana juventud, a su ramificada parentela y a la atmósfera

sociocultural, económica y política que marcó su existencia. El mundo “subjetivo” de Eisejuaz no es ni “místico” ni “psicótico”, es una cantera de símbolos asociados al poder chamánico y político (ciertamente emparentados), como también a la memoria y al destino individual y colectivo de su gente. Sostengo que la estructura chamánica es medular en la obra, y tal vez por esto todavía les cuesta entenderla a las hijas e hijos de la Ilustración que fueron a su búsqueda. En definitiva, propongo una lectura de los símbolos vivos que anidaron en la vida de este soñador wichí soñado por una cosmopolita escritora porteña. II

Hasta 1935 la prédica de los misioneros escandinavos avanzó lentamente. No obstante, Berger Johnsen ya contaba con un pequeño grupo de entrenados evangelistas wichí, cuyas familias residían en la zona, dada la cercana presencia del colosal ingenio San Martín del Tabacal. Allí, miles de indígenas del Chaco central y del piedemonte andino se instalaban durante nueve meses para el trabajo de la zafra en un clima de explotación laboral y nuevas relaciones inter-étnicas bien estudiadas en las ciencias sociales locales. Al igual que en el caso anglicano y de otras misiones en el Chaco (y también en otros contextos indígenas de distintas latitudes), los evangelistas indígenas tuvieron una incidencia capital en la apropiación y expansión del mensaje cristiano. En la experiencia de la misión escandinava, todos evocan la figura de Santos Aparicio, wichí de la zona y pionero evangelista indígena, que también trabajó durante décadas en YPF y fue asimismo “informante clave” del etnógrafo Palavecino y del lingüista Antonio Tovar. Aparicio y Johnsen realizaron en 1935 viajes exploratorios hacia el corazón chaqueño y la frontera delineada por el río Pilcomayo. De aquellos recorridos en el ocaso de la Guerra del Chaco entre Bolivia y Paraguay (1932-1935), cuya caja de resonancia fueron los grupos indígenas que habitaban la frontera, surgirá el acontecimiento mito-histórico capital de esta vertiente misionera: el “avivamiento del Pilcomayo”. Según relataron sus protagonistas, grupos toba y wichí recibieron el “Espíritu de Dios” encomendado por el noruego, mientras predicaba sentado en una silla montada en una pequeña escalera. Al poco tiempo, cuando Johnsen había retornado a Embarcación, familias toba y wichí de Villa Montes (Bolivia), La Puntana, Monte Carmelo, La Curvita e Hito 1, que solían migrar hacia los ingenios y conocían bien el territorio, hicieron su parada habitual en el pueblo, pero ahora dispuestos a vivir allí bajo la protección y disciplina del misionero noruego. Aunque las condiciones e implicancias de esta historia se inscribieron en una particular coyuntura, los aborígenes chaqueños que llegaron a Embarcación estaban practicando un tipo de

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relacionamiento social forjado hace siglos por las misiones jesuitas y franciscanas, pero reactivado bajo nuevas formas por los anglicanos al fundar Misión El Algarrobal (luego Misión Chaqueña) en 1914.

Alojados desde 1935 en unos terrenos periféricos al poblado, grupos toba y wichí dividieron el espacio social en dos barrios contiguos separados por una ancha calle principal e interdictos matrimoniales que fueron flexibilizándose con el tiempo. En prolijas hileras se dispusieron casas de adobe y caña, con techos de paja y pisos de tierra. De inusual modo en relación al patrón de las misiones protestantes en el Chaco, organizadas en espacios rurales, “el campamento de los indios” se ubicaba al interior de un creciente poblado donde, como recuerdan los ancianos, “nada nos querían los blancos”. Entre reclamos territoriales y pánicos sanitarios la misión fue desalojada en 1962, porque –como nos dijo Lisandro– “en el pueblo se decía que somos todos tuberculosos”. Algunas familias volvieron a sus lugares de origen, pero el grueso de la gente toba y wichí se relocalizó en una mansa lomada a dos kilómetros del antiguo emplazamiento, en unas tierras adquiridas por los misioneros noruegos, que miran al monte y ofrecen la gratificante sensación de una brisa nocturna. El nuevo espacio fue designado Misión La Loma, que era un monte donde los aborígenes de la “misión vieja” buscaban maderas, plantas medicinales y pequeños animales para el fuego. Una de las familias que allí se asentaron fue la de Lisandro Vega. Sus padres habían llegado a Embarcación desde el Pilcomayo superior “siguiendo el mensaje del misionero” –como relata la novela Eisejuaz–, en aquella oleada migratoria hacia fines de los años treinta. En los años sesenta ya era un reconocido y ascendente joven wichí, que hablaba bien el castellano, trabajaba en el principal aserradero del pueblo y se había casado con una de las hijas de Daniel Torres, otro de los evocados evangelistas de la misión. III

Desde el primer viaje de campo exploratorio y las iniciales conversaciones con Marcos, el señalado pastor general, este nos remarcó sin vacilaciones: “tienen que hablar con Vega, es viejito ya, pero tiene una historia muy interesante”. En otra oportunidad, revisando el archivo fotográfico de la misión escandinava encontramos una foto donde una pareja indígena caminaba hacia el altar del templo de Embarcación; él traje negro, pañuelo y flor en el ojal, ella vestido blanco, tul y ramo en mano. Parecía situarse en los años ´60. Después vimos otras de la misma persona, de porte robusto, petiso y adusto, comiendo con el misionero noruego Per Pedersen y los principales líderes religiosos indígenas, circa 1960; con el gobernador interventor de Salta Ferdinando Pedrini en 1975, con políticos criollos de Embarcación a comienzos de los ´80, entre muchas otras.

“Ese es Vega, ¿todavía no hablaron con él?” nos intimó Marcos, agregando, “es un personaje importante, porque es como que tiene todas las contradicciones de lo que fue esta misión en la época de los noruegos y la relación con los aborígenes, pasando de estar recontra metido con ellos hasta hacerles toda la contra cuando andaba en política”. De a poco, el camino hacia el encuentro con el soñador se iba demarcando, con algunas huellas en el medio.

¿Pero el soñado? Fue gracias a otro querido interlocutor, el profesor de ciencias políticas e historiador local José Desalín Gomez, que con Hugo escuchamos por primera vez sobre la existencia de la novela de Sara Gallardo. Entre cervezas y pizzas en su hospitalaria casa, José nos contó que el protagonista del libro no era otro que Vega y que aquel escenario central y no especificado, tan repetidamente marcado por la “bruta calor”, era el poblado de Embarcación y sus alrededores. José nos acometió así a no demorar más el encuentro con Eisejuaz, pues su edad era avanzada y su fuerza física y mental se sabía debilitada. Nos aconsejó también que no dejáramos de leer la maravillosa novela de Gallardo, “que se hicieron bastantes estudios sobre ella, vinieron investigadores de la Universidad de La Plata y todo, si mal no recuerdo... porque es increíble como capta la forma de hablar y pensar del indígena de esta zona”. Como si fuera poco, nos regaló un ejemplar de la revista Cuadernos del Trópico, editada en la cercana Orán, con un artículo de su autoría donde coteja las correspondencias históricas entre la novela, el protagonista y la ciudad de Embarcación3. Ya no había excusas.

Entonces recorrimos, siguiendo nuestro habitual itinerario, los cercanos tres kilómetros que separan la antigua casa misionera de Misión La Loma. Llegamos al centro de la misma, donde no casualmente se ubica la casa de Vega y su parentela, al lado del único y sencillo aserradero del barrio. Lisandro estaba parado en la entrada a su terreno, apoyado en su hermoso bastón de palo santo con cabeza de caballo, prolija camisa blanca y pantalón gris. Ya nos había visto caminar y caminar por la misión, pero todavía no tenía certeza sobre qué hacíamos allí. Digamos que nuestra apariencia no encajaba con la de los misioneros nórdicos o criollos, donde el cuidado corporal y estético configura un habitus ciertamente distinto al de estos no muy prolijos antropólogos porteños. Le contamos que éramos antropólogos de Buenos Aires estudiando la historia y el presente de Misión La Loma. Sin mediar otras palabras, agregamos: “y ya muchos nos dijeron que tenemos que hablar con don Lisandro Vega, que es una persona muy importante”. “Pasen nomás”, nos dijo Eisejuaz, con la tranquila manera propia de su gente y su avanzada edad. Sentados en las típicas sillas chaqueñas de algarrobo y cuero de vaca vimos fotos, tomamos algún refresco y sobre todo conversamos largamente sobre destellos de su vida y pensamiento. Luego de aquella memorable charla seguimos nuestro itinerario etnográfico en los barrios indígenas de Embarcación, observando las rutinas diarias, conversando

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con sus habitantes y trabajando en la digitalización del archivo histórico de la Misión. Volviendo a Buenos Aires, pasé por Salta capital para tomar otro ómnibus y dispuse de unas horas para buscar ansiosamente en las ferias de libros usados la tan mentada obra. La encontré y leí de un tirón en el viaje de vuelta. Los ojos que la leyeron ya tenían la experiencia vivida y el bagaje histórico previo que reseñé. Quedé atónito. IV

La novela de Sara Gallardo edifica una poética de la realidad donde habitó (y habita) Eisejuaz desde los años ´40 del siglo pasado. La obra refiere una construcción brillante del “punto de vista nativo”, esa epifanía romántica a la que esperan llegar los antropólogos de acuerdo al canónico dictado de uno de nuestros padres, el polaco Bronislaw Malinowsky. Lo que leemos es la voz de Vega, la misma voz que escuchó y soñó Sara, la misma voz (ya cansada) que escuchamos con Hugo aquella larga mañana del 12 de mayo de 2011. Nos adentramos así en el derrotero de un hombre que promedia sus treinta años, un wichí que vive en la misión (aunque es expulsado al poco tiempo) y recibe, inequívocamente, un mandato divino que no entiende, pero debe cumplir. Eisejuaz tarda en descifrar los llamados del Señor, que se aparecen tempranamente en el monte a través de sus “mensajeros” y luego en la misión, aunque allí sea castigado por el misionero. “Pero lavando las copas en el hotel me habló Él mismo. Y el Señor de pronto, en ese remolino. «Lisandro, Eisejuaz, tus manos son mías, dámelas»” (Gallardo 2000: 18). A partir de allí, el camino que recorre Vega es uno de sufrimiento y humillación (por el inefable Paqui, su alter ego blanco y tullido que debe cuidar, por su propia gente, por los misioneros noruegos), pero también de acceso al poder y a la trascendencia.

Y la misión es cumplida. Eisejuaz nos introduce, de esta manera, en el recorrido de un niyat wichí (líder político) reclamado por el qapfwayaj chamánico, entendido como el “encanto”, el “carisma”, el “poder mágico de la voluntad” en palabras del etnógrafo John Palmer4. La novela narra, de este modo, los dilemas de un tipo de liderazgo político y espiritual indígena surgido a través del contacto con la sociedad hegemónica, y en ese contexto con la particular experiencia histórica de la misionalización escandinava en el Norte argentino.

Todos los mayores de cuarenta años que viven actualmente en La Loma recuerdan “la época del portón”, cuando los encargados de la misión delegados por Per Pedersen cuidaban celosamente “que no entraran borrachos”, “que la gente no se peleara”, “que no vayan al brujo”. Vega fue el líder de aquel grupo –que en la novela lo reclama repetidas veces para que vuelva a “poner orden”– siendo capataz y luego cacique de Misión La Loma. Como acertadamente nos adelantó el pastor Marcos, la relación de

Lisandro Vega con los misioneros noruegos, y que aún perdura en su pensamiento, fue de una ambivalencia radical. La misma estuvo signada por el acercamiento y alejamiento cíclico, la solicitud y la oposición abierta, en los límites de un ejercicio del liderazgo que ha aceptado y desafiado por igual el rol de estos misioneros en su vida, en la de su familia y en parte de su gente, los wichí del Pilcomayo superior migrados a Embarcación. En la novela de Gallardo se trasluce el costado crítico de esta relación, entre expulsiones, acusaciones y maldiciones recíprocas. Ante la interlocución con los antropólogos, hoy en día las memorias de Lisandro sobre (ciertos) misioneros noruegos expresan, sobre todo, un fuerte resentimiento. Esta percepción es común en muchos creyentes indígenas del Chaco argentino que vivieron durante las décadas centrales de las experiencias misioneras protestantes (1920- 1950), desgarrados –según escribí en un artículo reciente– entre la confianza y la sospecha ante estos predicadores extranjeros cuya incidencia en sus vidas nadie duda (Ceriani Cernadas 2013).

En la noción de persona wichí, según interpreta Palmer (2005), la categoría que condensa la voluntad humana es el husek, cuyos atributos vitales, morales y espirituales son centrales. La vida de Lisandro expresa una disputa entre estas voluntades, admirablemente traducida en la obra de Gallardo a partir del conflicto interno de su protagonista, reclamado por el mandato social de un líder que debe practicar la “buena voluntad” y por el llamado a cumplir con el difícil destino que implica “entregar sus manos” al Señor. De este modo, el llamado que estructura la novela –ya tal vez la vida– de Lisandro se expresa en el idioma del chamanismo wichí. En semejanza a otros pueblos indígenas chaqueños y americanos, este se enmarca en el denominado simbolismo cosmológico del Dueño de las Especies, entidades que habitan los espacios numinosos del monte, las aguas y el cielo, a las cuales el chamán se dirige con extrema deferencia, para así lograr la ayuda y compasión necesaria para llevar a cabo sus tareas de sanación y consejo. Estas tareas están siempre mediadas por sueños, cantos y diálogos entre el chamán y los espíritus auxiliares. En el relato de Gallardo, estas entidades son denominadas “ángeles mensajeros del Señor” que visitan frecuentemente a Eisejuaz cuando ellos lo disponen. De esta manera, la agencia de estas entidades es recibida por los sujetos, de la misma manera en que los sueños son enviados más allá de la elección personal. En ciertas ocasiones, los chamanes deben recurrir a la visionaria semilla del cebil, para así encontrar con mayor claridad el acceso al canto sagrado y establecer el dialogo con los espíritus de poder. En uno de los momentos centrales de la novela, Vega necesita de manera urgente la iluminación necesaria para entender y actuar conforme a su misión divina. Y entonces decide visitar a Vicente Aparicio, personaje claramente inspirado en el señalado Santos Aparicio, y va en su búsqueda hacia la ciudad de Orán. “Busqué la hombre conocedor, amigo de

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mi padre, que vive en Orán. Busqué a Ayó, Vicente Aparicio. Fui a donde trabaja, en la YPF” (Gallardo 2000: 47). Cuando lo encuentra intercambian palabras en el idioma chamánico, “A donde se han ido todos esos que recibiste” –le pregunta Aparicio, “¿A dónde? No sé” –responde Eisejuaz; y entonces se disponen a esperar la noche y fumar un cigarrillo de semillas molidas de cebil para recibir a los mensajeros.

He fumado con él, mi alma salió de corrida, cantó (…) Entonces llegaron todos los mensajeros sin faltar uno, sin faltar los bichos de la noche, enemigos del sol. Todos entraron de nuevo en mi corazón, entraron por mi boca, y otros entraron por mi pecho. El Señor me los mandó de vuelta. Yo levante los brazos, les dije: “¿Trajeron sus hamacas, sus fuegos? ¿Están aquí otra vez?” (Gallardo 2000: 55-56).

“Pero la pena no termina, sigue siempre”, fue la frase que

Lisandro repitió constantemente, cual mantra wichí, aquella mañana otoñal en el Chaco salteño occidental. También nos dijo –respondiendo a nuestra vana pregunta– que tenía 140 años, expresando simbólicamente que había

alcanzado poder y sabiduría, atributos ambos de la edad. El sufrido recuerdo de su primera mujer, Delia Torres, lo continúa persiguiendo. Pero también los sueños, como aquel que nos contó sobre “su viaje a Japón”, “al lugar donde sale el sol y había una ciudad grande pero vacía, no había nada, ¿será ésa la Nueva Jerusalen?, pero en el centro de la ciudad vacía había una plaza donde estaban los gobernantes”.

“Era buena mujer la escritora”, nos respondió cuando –ya cansado– le preguntamos sobre su encuentro con Sara Gallardo hace ya tantos años. Casi al comienzo de la charla nos había hecho dos veces la misma pregunta que ahora, cuando finalizo estas palabras, encuentro reveladora: “¿Usted escuchó hablar del Paraíso? ¿Y dónde queda, dónde está?”. “Nadie sabe”, respondimos con asombro, y los tres nos reímos de nuestra ignorancia.

1 La investigación fue luego incorporada a un proyecto comparativo de investigación sobre las experiencias de misionalización en el Chaco Argentino (PIP-CONICET 0086, 2011-2014), equipo integrado por Alejandro López, Hugo Lavazza, Agustina Altman y Mariana Espinosa, y dirigido por quien escribe. Para los interesados en consultar avances publicados de la investigación ver: Ceriani Cernadas, César. “Entre la confianza y la sospecha. Representaciones indígenas sobre las experiencias chaqueñas de misionalización protestante” en: Florencia Tola, Celeste Medrano y Lorena Cardín (comp.) El Gran Chaco: ontologías, poder, afectividad. Buenos Aires, Rumbo Sur /Ethnographica, 2013, pp.297-320. Ceriani Cernadas, César. “La Misión Pentecostal Escandinava en el Chaco Argentino. Etapa formativa, 1914-1945”. Memoria Americana 19, Buenos Aires, 2011 (a), pp.121-145. Ceriani Cernadas, César. “Evangelio, política y memoria en los Toba (qom) del Chaco argentino”, Nuevo Mundo Mundos Nuevos, Cuestiones del tiempo presente, 2011 (b), [En línea, 31/3/2011: http://nuevomundo.revues.org/61083] Ceriani Cernadas, César y Hugo Lavazza. “Fronteras, espacios y peligros en una misión evangélica indígena en el Chaco Argentino (1935-1962)”. Boletín Americanista año LXIII. 2, N.º 67, Barcelona, 2013, pp.143-162. Altman, Agustina y Alejandro López. “Círculos bíblicos entre los aborígenes chaqueños: De la utopía cristiana a la necesidad de legitimación” en: Sociedad y Religión. XXI (34/35), Buenos Aires, 2011, pp.123-148. López, Alejandro y Agustina Altman. “El centro de capacitación misionera transcultural: lo local, lo regional y lo global en las nuevas misiones evangélicas del chaco argentino” en: Ciencias Sociales y Religión/Ciências Sociais e Religião, Ano 14(16), Porto Alegre, 2012, pp.13-38. 2 La obra literaria fue rescatada del olvido por Ricardo Piglia y Osvaldo Tcherkaski en el año 2000, al organizar la Biblioteca Argentina Clarín, Serie Clásicos, y reditada nuevamente en el 2013 por la editorial El cuenco de plata. Sendos prólogos de Elena Vinelli y Martín Kohan, respectivamente, ofrecen sus puntos de vista para abrir la imaginación hermenéutica sobre esta novela “fuera de lugar”, inclasificable, ajena a ortodoxias y heterodoxias literarias, como señala ajustadamente Kohan. Las citas corresponden a la siguiente edición: Gallardo, Sara. Eisejuaz. Buenos Aires, AGEA, 2000. 3Desalín Gomez, José. “La otra historia de Lisandro Vega”. Cuadernos del Trópico, N° 2, Orán, 2003, pp.19-22. 4 Palmer, John. La Buena Voluntad Wichí. Una espiritualidad indígena. Formosa: APCD: CECAZO: EPRAZOL: Franciscanas Misioneras de María: Parroquia Nuestra señora de la Merced: Tepeyac; Salta: ASOCIANA: FUNDAPAZ, 2005, p.208.

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La energía de la dilación

Prólogos del museo:

Una secreta promesa del porvenir

Los prólogos del Museo de la novela de la Eterna, de Macedonio Fernández, revelan una secreta clave de lectura sostenida en una política de la seducción y el rechazo. En “Ema Zunz”, Borges le da lugar al fantasmático programa macedoniano encarnando en la heroína la ruptura de ese hímen que sólo los lectores vigorosos pueden atravesar. Años después, Héctor Libertella desmonta en “Borges por Macedonio” la doble relación que anuda a maestro y discípulo. En concordancia con esa tradición, sus ficciones teóricas optan por una literatura que escenifica las ruinas luego del desastre.

Marcelo damiani

* Marcelo Damiani nació en Córdoba en 1969. Es egresado de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y del Bath Spa University College de Inglaterra. Es autor de los libros Adiós, Pequeña (1995), El sentido de la vida (2001), Pasajeros (2003), El oficio de sobrevivir (2005), Algunos apuntes sobre mi madre (2007) y La distracción (2013). También es el compilador del volumen colectivo El efecto Libertella (2010).

ué se espera de un ensayo? ¿Qué se espera de un prólogo? ¿Deben ser ambos, como sugieren muchos, leídos como motores energéticos del

pensamiento o del relato? ¿O deben ser leídos simplemente como gestos? Sin duda buscan producir algún tipo de efecto energético-gestual. El primero que producen, por su-puesto, es que el autor (en este caso, yo) se hace cargo, con su firma silenciosa (puesta allá arriba) de una creencia motriz en el valor del texto que se comenta. El ensayo, a la hora de los parentescos, también podría ser visto como un prólogo virtual con un aire de distracción.

¿Qué gestos, entonces, se esperan de un prólogo o de un ensayo? Tal vez esos “gestos que consisten en introducir, presentar, plantear o exponer, recopilar. Y, por supuesto, al hacerlo, imponer, autorizar, conferir fuerza de ley a una evaluación, a un consejo, o incluso a una orden: « Esto es lo que ustedes van a leer y lo que deben leer, lo que hay que leer, créanme… »1”. El gesto, así, en boca de otro, implica una suerte de mímica, cuyo sentido no habría que buscarlo tan sólo en el movimiento sino también en la inmovilidad2, en el corte fantasmal que separaría lo visto de lo no dicho.

Los prólogos (y a veces los ensayos) también tienen la función de frenarnos (incluso reprimirnos) o de cuidar un poco esa energía que parece querer desbordar todo comienzo. Cuidar que el lector no se desbande, fuera de sí,

¿Q

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por el sendero del equívoco o el error (aunque el equívoco y el error pueden ser grandes motores de la ficción). Sin olvidar que, en el particular caso de Museo de la novela de la Eterna, parece haber un deseo implícito de sujetarnos en una suerte de umbral, como si se tratara del poderoso guardián, multiplicado más de 50 veces, del famoso relato kafkiano: “Ante la ley”. Aún no podemos entrar, se nos diría, todavía no nos está permitido ingresar a la novela, tal vez más tarde; antes debemos ser advertidos de las adversidades que nos esperan. Así, Macedonio nos demora con presentaciones de personajes, dedicatorias, palabras de autor, cartas, opiniones, teorías, advertencias a críticos y lectores3, y como contrapartida, de forma soterrada, nos promete una aproximación al porvenir4. Una dilación que también podría ser vista como una dilatación.

Tal vez habría que detenerse ahora en esta serie de interrupciones que provoca la proliferación de prólogos. El autor nos intercepta, nos corta el paso, nos obstaculiza el acceso al espacio de la novela (aunque los prólogos también sean parte de ella), como si se tratara de un cuerpo virgen al que sólo nos estaría permitido ingresar luego de pasar las pruebas del héroe. Así, admitámoslo sin pudor, los prólogos podrían ser vistos como un dispositivo “himenológico”5, capas y capas de membrana textual que sólo un lector vigoroso puede atravesar o romper. La ruptura del himen, la entrada/penetración a la novela/mujer, por lo tanto, implicaría el acceso al parcelamiento significante del cuerpo (femenino-novelístico) textual (es decir, a los capítulos, los episodios, las escenas, las descripciones parciales, etcétera), y, paradójicamente, al universo (temido y negado a la vez) de la muerte6.

Los prólogos de Macedonio, entonces, cultivarían el género de la denegación. Por momentos, es como si hubiera una suerte de privación del goce o de goce de la privación. Y si la insatisfacción es el malestar de la histeria, y su patología tiende a la dramatización barroca7, la multiplicación de prólogos podría ser vista como un gesto histérico8. Anotemos, en principio, que la cantidad de por sí ya es inusitada. Más de 50, cuya extensión es casi similar a toda la novela. Esta división (prólogos/novela) parece responder a una formulación enunciada en “Tantalia”: «El mundo es de inspiración tantálica (...). Todo lo que desea un hombre le es brindado y negado. Yo también pensé: Tienta y niega»9.

Acá Macedonio nos proporciona su clave secreta de lectura. Una política de la seducción y el rechazo como un doble movimiento casi indivisible. Por un lado, la tentación del humor, los chistes, la ironía; por el otro, el desaire críptico, la sintaxis enredada en aporías, en paradojas, en formulaciones imposibles. Es decir, la resistencia de Macedonio a la escritura (entendida como una forma de comunicación social) sería el correlato del rechazo (en el que se filtra su ideología anarquista) de la forma “novela” como parte constitutiva del statu quo literario-burgués.

Los prólogos muestran esta idea en estado germinal, aunque paradójicamente no puedan terminar de cristalizarla, ya que si lo hicieran convertirían el texto en una novela de tesis (y a la vez esta imposibilidad es una parte constitutiva de su existencia fantasmal). Es así que los prólogos se convierten en el germen motriz de una ficción que está más allá de cualquier idea; o, si se quiere, son el lugar donde las conjeturas teóricas van a tomar la forma, el aspecto (in)-visible (gestual) de una obra abierta. Pura energía en fuga que por momentos parece aludir a Mallarmé, no tanto por la confianza en el blanco de la página como espaciamiento de la lectura, sino como “subdivisiones prismáticas de la Idea”, y los prólogos, así, podrían ser vistos como “la huida victoriosa de un bello suicidio”10, el suicidio artístico que para Macedonio representa la novela realista.

El museo Zunz

Quizá ahora ya estemos en posición para leer “Emma Zunz” como la réplica borgeana a tanto tanteo. Así, Emma, desde este punto de vista, se convierte en la mujer de armas tomar a la hora de abordar la sexualidad (aunque se trate de una sospechosa variante justiciera). Desde la primera gran frase de su cuento, Borges parece acordar con su maestro en dinamitar silenciosamente cualquier tipo de realismo11. Tal vez por eso no se demora mucho en conducirnos al establecimiento de mala (y pequeña) muerte en el que Emma perderá su virginidad en manos (es un decir) del bajo marinero sueco o finlandés. El narrador, en medio del acto en cuestión, nos regala una muestra de su gran capacidad de síntesis, sintomática y conceptual a la vez:

¿En aquel tiempo fuera del tiempo, en aquel desorden perplejo de sensaciones inconexas y atroces, pensó Emma Zunz una sola vez en el muerto que motivaba el sacrificio? Yo tengo para mí que pensó una vez y que en ese momento peligró su desesperado propósito. Pensó (no pudo no pensar) que su padre le había hecho a su madre la cosa horrible que a ella ahora le hacían. Lo pensó con débil asombro y se refugió, en seguida, en el vértigo. El hombre (…) fue una herramienta para Emma como ésta lo fue para él, pero ella sirvió para el goce y él para la justicia. Cuando se quedó sola, Emma no abrió en seguida los ojos. En la mesa de luz estaba el dinero que había dejado el hombre: Emma se incorporó y lo rompió como antes había roto la carta.12

El verbo “romper” volverá a aparecer tres veces en el penúltimo párrafo del cuento, además de varias alusiones ambiguas en medio del crimen (acentuando la relación entre la muerte y la petite morte)13, como si hiciera falta volver a aludir a la definitiva ruptura del himen, la verdadera causa del asesinato14. Ahora bien, si Macedonio

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se ocupó de los prolegómenos o los juegos previos de la novela (anti-erótica), Borges se hace cargo de la introducción sexual (femenina, justiciera) con justificación edípica. El nombre del Padre (Maestro) ronda por ahí como un fantasma, pura energía espectral (es decir, sexual) sin paz y sin sosiego.

La apuesta de la tradición

En La Librería Argentina, en el capítulo “Borges por Macedonio”, Héctor Libertella desmonta la doble relación que anuda a maestro y discípulo: “Yo por aquellos años lo imité, hasta la transcripción, hasta el apasionado y devoto plagio”15, asegura sospechosamente el alumno, para que Macedonio (dando cátedra) le responda: “Comencé a ser citado por Jorge Luis Borges con tan poca timidez de encomios que por el terrible riesgo a que se expuso con esta demencia, comencé a ser el autor yo de lo mejor que él había producido”16.

“¿Pero cómo yo lo mejor que él produjo?”, se pregunta (acentuando la primera y la tercera persona), con estupor, Libertella17.

Así, el germen macedoniano empieza a dar sus frutos y de pronto deviene en gesto histérico en Borges. El deseo borgeano de hacer lo que hace el otro (aunque paradójicamente distinto, mejor) es rechazado como sólo puede hacerlo un verdadero maestro, con ese doble movimiento que afirma y niega a la vez, generando una suerte de doble vínculo. Es que el germen histérico presente en la obra de Macedonio, ya lo hemos sugerido, pone el acento en el rechazo y deja en segundo plano a la seducción. Borges va a invertir la ecuación y se abocará a convertir ese rechazo de la seducción en una seducción del rechazo. Todo en su obra pretende seducirnos, anota Libertella, como si nos dijera: “«Soy Toda, y Tuya». De modo que el lector no será más que la fascinación y, al

mismo tiempo, el terror de no poder rechazar ese convite total”18, en otro doble movimiento que ahora impregna la instancia receptora, como un último gesto macedoniano.

Giorgio Agamben escribe que el gesto es “aquello que permanece inexpresado en todo acto de expresión”, y agrega que “el gesto del autor se atestigua en la obra (...) como una presencia incongruente y extraña”19. Es en esta extrañeza donde se puede vislumbrar la huella del embrión macedoniano en la obra de Borges. Su gesto “vacila en el umbral de la obra como el exergo intratable que pretende irónicamente poseer el inconfesable secreto”20; el gesto que en algún punto revela la irreductibilidad de todo autor al dominio imperioso del lenguaje. El lado más visible de este gesto, por supuesto, es la resistencia borgeana a escribir una novela, no sólo el género en el que es más difícil mantener la intensidad que perseguía el autor de “El aleph”, sino también el que su maestro se tomó el trabajo de dinamitar desde el más allá.

Los prólogos de Macedonio, por último, son la mímica reiterada de un gesto histérico, de ruptura (si se quiere, himenológico), antes de la huida victoriosa, sin culpas, para que el otro (o los otros) terminen el trabajo (a medias) realizado. Los prólogos son la preparación para la novela, el anuncio infinito, la prefiguración imposible de una obra que quiere superar las expectativas críticas y los horizontes de propagación. Una obra que pretende arrasar con todo a su paso, como un tornado o un huracán.

Tal vez por eso, como practicante de la ficción teórica, Libertella considerará que una de las pocas opciones literarias válidas, en concordancia con esta tradición, será la escenificación de las ruinas luego del desastre (¿energético, sexual?). Ruinas habitadas por fantasmas, esquirlas de una lengua incomprensible o hermética en imaginarios desérticos, todo dispuesto para ser reconstruido desde las cuevas o las cavernas, donde la energía aún se conserva expectante, con los virtuales vestigios del porvenir.

1 Derrida, Jacques. “Prólogo. «… Una de las virtudes más recientes… »” en: De Peretti della Rocca, Cristina. Jacques Derrida. Texto y deconstrucción. Barcelona, Anthropos, 1989, p.10. Traducción de Cristina de Peretti. 2 Barthes, Roland. La preparación de la novela. Siglo XXI Editores, Buenos Aires, 2005, pp.92-93. Traducción de Patricia Willson. 3 Fernández, Macedonio. Museo de la novela de la Eterna. (Primera novela buena). Obras Completas, Tomo VI, Ediciones Corregidor, Buenos Aires, 1975. 4 Ferro, Roberto. “El legado” en: Historia crítica de la literatura argentina: Macedonio. (Dir. Noé Jitrik) Emecé, Bs. As, V.8, 2007, p.546. 5 No es casual que en el primer minuto de la novela (“Despierta. Comienza el tiempo…”) haya una “Evocación del Rostro de la Eterna”, alusión a los besos negados, a mordeduras de labios encarnizados, a un gesto de dolor divino y a un “No Puedo”. Fernández, Macedonio. Op. cit., p.137. 6 “Así explico la afinidad esencial de toda pulsión con la zona de la muerte y concilio las dos caras de la pulsión, la pulsión que a un tiempo presentifica la sexualidad en el inconsciente y representa en su esencia a la muerte”. Lacan, Jacques. Los cuatros conceptos fundamentales del psicoanálisis. Seminario 11. Paidós, Buenos Aires, 1989, p.207. Trad. de Juan Luis Delmont-Mauri y Julieta Sucre. 7 Libertella, Héctor. “Patografía, vanguardia, posmodernidad” en: AA.VV.: Literatura y crítica: Primer encuentro. UNL, 1986, Santa Fe, Universidad Nacional del Litoral, pp.99-104.

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8 Una nota al pie de Derrida parece guiar estas elucubraciones sobre la gestualidad histérica de los prefacios: “Somos introducidos así a lo que se supone que está tras el himen: La histeria que no se expone más que por transferencia y simulacro, por mímica”. Derrida, Jacques. La diseminación. Editorial Fundamentos, Madrid, 1975, p.275. Traducción de José Martín Arancibia. 9 Fernández, Macedonio. Tantalia. El mundo es de inspiración tantálica. Anzilotti, Buenos Aires, 1973. 10 Mallarmé, Stéphane. Œuvres complètes. Gallimard, «Bibliothèque de la Pléiade», Paris, 2t., 1998-2003. 11 Recordemos que se habla del (jueves) “catorce de enero de 1922”, luego del “viernes quince, la víspera” y por fin del día clave, el sábado dieciséis. Pero si vamos a cualquier almanaque de 1922 nos encontraremos que el 14 de enero de ese año fue sábado, y por lo tanto, el 15 domingo y 16 lunes. Dejemos a los ingenuos y a los envidiosos la idea de que Borges se equivocó. Más interesante es pensar que lo hizo a propósito, para burlarse de quienes creen que unas fechas y unos lugares familiares, como abundan en este cuento, convierten a cualquier texto en realista. 12 Borges, Jorge Luis. “Emma Zunz” en: Cuentos Completos. Mondadori- Sudamericana, Buenos Aires, 2013, p.274. 13 “[Emma] Apretó el gatillo dos veces. El considerable cuerpo [de Loewenthal] se desplomó como si los estampidos y el humo lo hubieran roto, el vaso de agua se rompió, la cara la miró con asombro y cólera, la boca de la cara la injurió en español y en ídisch. Las malas palabras no cejaban; Emma tuvo que hacer fuego otra vez. En el patio, el perro encadenado rompió a ladrar, y una efusión de brusca sangre manó de los labios obscenos y manchó la barba y la ropa. Emma inició la acusación que había preparado (...), pero no la acabó.” Borges, Jorge Luis. Op. cit., p.276. (Los subrayados son míos.) 14 “Ante Aarón Loewenthal, más que la urgencia de vengar a su padre, Emma sintió la de castigar el ultraje padecido por ello. No podía no matarlo, después de esa minuciosa deshonra.” Ibidem. 15 Borges, Jorge Luis. “Discurso en la muerte de Macedonio Fernández” en: Sur. Buenos Aires, abril 1952, pp.145-147. 16 García, Germán. Hablan de Macedonio Fernández, Editorial Atuel, Buenos Aires, 1996, p.43. 17 Libertella, Héctor. La Librería Argentina, Alción, Córdoba, 2003, p.80. 18 Op. cit., p.82. 19 Agamben, Giorgio. “El autor como gesto” en: Profanaciones. AH, Buenos Aires, 2005, p.91. Trad. de Flavia Costa y Edgardo Castro. 20 Op. cit. p.91.

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El concepto de energía para la cultura china

Chi: la energía como intercambio vital

El concepto de Chi, eje central de la milenaria cultura china y piedra fundamental del taoísmo, da cuenta de la profunda interacción entre energía y materia como parte de un todo que se realimenta incesantemente a partir de opuestos complementarios. Cielo y tierra, yin y yang, materia y energía: el Chi es el aliento y el producto de la interacción de esos opuestos que se regeneran en una expansión infinita del impulso vital.

Katya Mora

No es una cuestión de penetrar en nosotros mismos o de salir al mundo,

es una cuestión de fluidez que está dentro y está afuera. John Cage

ara la antigua tradición taoísta1 el concepto de energía está asignado al vocablo CHI 氣, que suele ser traducido al castellano como energía o aliento

vital, pero que en chino mandarín tiene distintas acepciones como aire, nube, gas; incluso suele relacionarse con la palabra espíritu. Al ideograma CHI lo constituyen dos partes fundamentales. En la parte superior observamos el trazo 气 (qì), que representa las nubes, el vapor del cielo, lo etéreo –hablando en términos taoístas, el Yang. Podríamos decir que es en esta primera parte que queda expresado el sentido de ENERGIA dentro del carácter. La parte inferior la constituye el carácter 米 (mĭ), que literalmente significa arroz y que gráficamente simboliza las ocho direcciones en las que la energía se expande simultáneamente (arriba, abajo, adelante, atrás, izquierda, derecha, adentro y afuera). Es a través de la imagen del arroz que se representa al alimento, a aquello que proviene de la tierra: el Yin. Al mismo tiempo, esa idea de alimento representa la presencia de la MATERIA dentro del concepto de CHI. Lo cual nos muestra cómo para la antigua tradición taoísta pensar en la energía no puede estar desligado del pensar en la materia, pues en la una yace la raíz y la potencia de la otra. Dentro de la tradición taoísta

Katya Mora es licenciada en Bellas Artes por la Universidad

Politécnica de Valencia (España) y la Bauhaus Weimar-Universität,

(Alemania). Magister en Arte Electrónico por la Universidad

Nacional de Tres de Febrero de Buenos Aires, institución donde se desempeña como investigadora. Su trabajo como artista se desenvuelve

en distintos soportes: pintura, instalación y video. Ha participado

en numerosas muestras individuales y colectivas dentro y fuera del país. Desde 2009 se forma en la práctica del Tai Chi y la filosofía tradicional

taoísta con el Maestro Liu Ming.

P

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tenemos varios ejemplos donde se observa la presencia de una dualidad complementaria: el yin yang, la tierra y el cielo, la respiración y la alimentación, el agua y el viento, el cuerpo y la mente.

Desglosando el ideograma que simboliza al Chi nos preguntamos: ¿se trata de un sustantivo o es la descripción de una acción? El Chi se mueve y al mismo tiempo es movimiento. El Chi se transforma y es también la transformación. El Chi es aquella fuerza que mueve las nubes, pero significa algo más que aire; es el impulso que recibe la sangre para circular por todo el cuerpo, pero significa algo más que presión; es la cohesión que une las moléculas de agua, pero se trata de algo más que fuerza. Los taoístas llamaron Chi a la energía que anima la vida. Es un término complejo que guarda un sentido ambiguo, similar a aquel que genera la palabra TAO, que es el camino pero también aquello que engendra el camino.

Si quisiéramos asignar una imagen a la simbología presentada en el ideograma CHI, tendríamos un paisaje activo donde el calor del cielo está en relación con la tierra, dando origen al vapor que forma las nubes. Con ello queda representado el ciclo que hace posible la fertilidad de la vida, tanto en pequeña escala (la respiración y la alimentación), como en gran escala (los ciclos estacionales). Así diríamos que el concepto de energía lleva implícita la noción de intercambio y que la idea de CHI está relacionada al intercambio vital que conduce a la transformación, pero también que el Chi es aquello que necesita ser inspirado2 para propulsar dicha transforma-ción. El Chi es el aire, pero también viaja a través del aire.

El ideograma del Chi va más allá de la unión de los conceptos de materia y energía. En él se ven dibujadas las pistas que guían al entendimiento de la compleja dialéctica instaurada en el intercambio y la transformación constante de materia en energía y de energía en materia.

Revisemos entonces las nociones taoístas de materia y energía. La energía no descansa en la forma: la afecta, la alimenta, la atraviesa y, en esa acción, cede su fuerza para dar lugar a la materia. Pero es también la materia la que, mediante la acción proveniente de la actividad sucedida dentro de su estructura corpórea, se encarga de alimentar a la energía. La energía no cristaliza en la forma, la materia no cierra su estructura a la energía. Energía y materia dialogan horizontalmente en un intercambio circular sensible a las condiciones que el entorno provee. Son el yin yang que anima la vida y en su mutua actividad trazan el recorrido y los ritmos de la constante expansión de la vida.

¿Cuándo la energía deja de ser etérea para trans-formarse en materia concreta y viceversa? Pudo ser esta una de las preguntas que animaron a los monjes taoístas a llevar a cabo muchas de sus conocidas pruebas alquímicas, aquellas que dieron origen a la pólvora y a distintos elixires de lo que hoy es utilizado en la tradicional medicina china. Acercarse a descifrar la trama de la transmutación energéti-ca y matérica era la promesa de un ciclo ininterrumpido

expresado al infinito, que arrojaría a la inmortalidad del ser3.

En esta idea de intercambio entre materia y energía, la definición de los roles reside en las circunstancias temporales y espaciales que rodean al circuito en acción, con lo cual se expresa que, tanto materia como energía, yin y yang, presentan cualidades que no son inamovibles, sino más bien relativas. La propuesta de infinitud reside en no cancelar el poder del intercambio que tiende exponen-cialmente a la expansión.

Los monjes taoístas desarrollaron varias prácticas y disciplinas enfocadas a orientar los múltiples planos que conforman la vida humana a una relación armónica con el entorno. Tales prácticas proponen dotar al ser humano de la conciencia necesaria para ejercer una participación activa dentro del intercambio constante entre el cielo y la tierra –el yin yang, la materia y la energía. Dicha participación requiere tanto de la contribución como del aprove-chamiento de los movimientos y los ritmos naturales de las fuerzas en las cuales es ya partícipe, de forma ineludible, cada ser humano. Se trata de disciplinas donde la propuesta es tanto conocerse a sí mismo como emprender un conocimiento del medio circundante, de la naturaleza en general. El taoísmo, en definitiva, como un “arte de estar en el mundo”4.

La materia manifiesta el estado en el cual se encuentra la energía, de ahí que para conocer la energía haya que observar la materia. La materia como vía de acceso a la energía es una de las principales premisas presente en varias de las prácticas provenientes de la tradición taoísta. Lo constatamos, por ejemplo, en el Feng Shui –conocimiento de las características energéticas de un espacio determinado a partir de la interacción del agua y el viento–; en la Medicina Tradicional China –técnicas de sanación encargadas de armonizar la energía y la materia corporal–; en el Oráculo –la lectura del hexagrama que representa la energía de un momento determinado–; en el BAZI –la lectura de la suerte personal a partir de ciertos símbolos que conforman un mapa energético, adquirido en el momento de nacer; y también en el Tai Chi o Alquimia Interna Taoísta: serie de posturas corporales, fijas o en movimiento, que contribuyen al conocimiento y al equilibrio de la energía presente en el cuerpo.

El Chi que singulariza la vida Suponiendo un panorama en el que el Chi se desplaza

constantemente a través del aire, advertimos que es la respiración la principal forma en que el ser humano entra en contacto con el Chi. Es por ello que la primera inhalación –el momento de nacer– sea considerada de vital importancia, ya que según da cuenta la sabiduría taoísta, se trata del momento en que entran en contacto el cuerpo (la energía de la tierra) y el espíritu (la energía del

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cielo) del ser humano. Y, por lo tanto, será en ese instante que la persona quedará impregnada de la energía que caracterizará los distintos aspectos de su vida, como el carácter personal, la relación con el mundo interno y externo, los ciclos de cambio, entre otros.

Con la finalidad de dar lectura a las fuerzas que conforman el mapa energético de cada persona, surge una técnica denominada BAZI 八子 (ocho caracteres). Dicha técnica posibilita orientarse en las distintas características personales que conforman la identidad de cada quien, mediante la especificación de la energía en términos simbólicos, los llamados cinco elementos5 –madera, fuego, tierra, metal y agua. Los cinco elementos serían la representación de la energía en sus distintas fases. El Bazi traslada las cualidades arquetípicas, propias de cada uno de los elementos, y las usa como guía para percibir el orden en que varios aspectos de la vida transcurren. Con lo cual se accede a ciertos de los patrones perceptivos y de comportamiento que muchas veces determinan la vida de una persona. Podríamos decir que el Bazi establece una reciprocidad directa entre energía (la acción) y materia (el efecto), conformando con ello un ciclo constante de crecimiento o disminución. Propone a la energía en términos de acción, por ejemplo, cuando sitúa el enfoque en revisar hacia dónde se dirige la energía procedente del entramado de acciones efectuadas. Y arma un cuerpo material al proponer revisar los efectos producidos a través de las acciones.

El Bazi es un estudio que proviene del interés en saber la relación de fuerzas que conforman la SUERTE de alguien. Y para ello propone una lúcida perspectiva de la suerte, en la cual sugiere al ser humano como un cúmulo de fuerzas en constante transformación, una especie de microcosmos en relación directa con otro cúmulo de fuerzas mayores, el macrocosmos. De ahí que el estudio de la suerte radique en poner atención a la especificidad de las fuerzas que caracterizan a cada persona, a la relación organizada en torno a las características de las fuerzas externas y al conocimiento de dichas fuerzas externas. Saber la suerte implica dos coordenadas básicas: el tiempo y la ubicación. Esto se logra mediante el conocimiento de los ritmos, los cambios y el momento actual de cada quien y del ambiente circundante. Es cuando micro y macrocosmos coordinan sus movimientos que el camino se torna una vía de acceso libre a la expansión de la vida, en términos de lo posible y no tanto en términos de lo deseable.

La trayectoria del Chi

La energía expresa sus cambios de forma cíclica y sus manifestaciones provienen del encuentro preciso entre dos coordenadas: tiempo y espacio. Es necesario escuchar el ritmo de los cambios para entablar un diálogo con las demandas del entorno. Escuchar es dar lectura a los símbolos mediante los cuales queda representada la energía: los cinco elementos, la imagen del Tai Chi –lo que se conoce como Yin Yang– y las doce ramas terrestres –los 12 animales del zodiaco chino.

Toda esta simbología es en realidad la representación de las características propias de un momento determinado de la energía. Se llama agua cuando el movimiento de la energía se dirige hacia abajo, a las profundidades, y por lo tanto alcanza su momento de máxima concentración. Se llama madera cuando la energía está en desarrollo, como un árbol en busca de sol. Se llama fuego cuando la energía toca el límite de su plenitud, por lo tanto está en su máximo esplendor. Tierra cuando se transforma en el soporte que conecta los cambios y metal cuando la energía ha encontrando una estructura estable que le permite guardar su forma por un tiempo más prolongado.

Leer la energía es ubicar la posición que ocupa un símbolo dentro del ciclo de circulación energética6. Por ejemplo, en este año 2014, simbolizado por la imagen de caballo de madera, lo que encontramos ahí representado es la energía Yang en el momento de alcanzar su punto máximo de expansión. El máximo Yang es el momento en que la energía está en la cima y, por lo tanto, está en las mejores condiciones para transformarse en materia. Con ello diríamos que este año es propicio para el hacer, para materializar las distintas cosas que se vienen gestando. Es un tiempo donde la energía expresiva alcanza su máximo poder. Y para extender hacia los siguientes ciclos la retroalimentación entre energía y materia, se vuelve imprescindible que las acciones a emprender estén vinculadas a las raíces más profundas de aquello que pulsa por manifestarse.

El concepto de Chi o Energía Vital nos transmite la idea de infinitos recorridos trazados a partir de una danza entre materia y energía. Desde hace miles de años, la cultura china viene dando cuenta, bajo la mística de la alquimia y la inmortalidad, de la red de incesantes cambios que sostiene la ilimitada trayectoria del poder vital.

1 Algunos de los principales referentes textuales dentro de esta tradición son el I Ching, el Tao Te King, el, Lie Zi, el Chuang Tzu y El Clásico del Emperador Amarillo, obra fundamental de la Medicina Tradicional China. Ediciones en castellano: Wilhem, Richard. I Ching. El libro de las mutaciones. Traducción al español de D. J. Vogelmann. Prólogo de C. J. Jung. Buenos Aires, Sudamericana, 1982.

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Lao Tse. Tao Te King. Edición de Richard Wilhelm. Traducción al español de Marie Wohlfeil y Manuel P. Esteban. Barcelona, Sirio, 2004. Paz, Octavio. Chuang –Tzu. Madrid, Siruela, 2001. Zhuang Zi. Maestro Chuang Tsé. Traducción al español de Iñaki Preciado Idoeta. Barcelona, Kairós, 2007. AA.VV. Lie Zi. El libro de la perfecta vacuidad. Traducción al español de Iñaki Preciado Idoeta. Barcelona, Kairós, 2005. En inglés se puede consultar el Chinese Text Proyect, que recopila en formato digital textos antiguos: ctext.org 2 Entiéndase inspirar en su doble sentido: la acción de inhalar aire y como impulso o estímulo creador. En este sentido es que Tew Bunnag señala que “La visión taoísta proporciona una comprensión de la naturaleza, la energía y los fenómenos de transformación y ha influenciado de forma profunda otras artes como la pintura y la caligrafía, la curación y la medicina, las artes marciales e incluso el pensamiento político. Los principios que reconocen y confirman la función del chi y las dinámicas del yin y el yang conforman la base para estas áreas de creatividad. El pintor y el acupuntor son guiados por la misma sensibilidad del intercambio energético” (Bunnag, Tew. Tai Chi Chuan, camino de curación. Barcelona, La liebre de marzo, 2004, p. 21). Acompañamos este artículo con un ejercicio de caligrafía realizado por Liu Ming a partir del ideograma CHI. Liu Ming es médico tradicional chino, maestro de alquimia interna taoísta y calígrafo. Todas estas disciplinas tienen como punto en común el conocimiento y el manejo del Chi. Presentamos la caligrafía a través de una intervención de video-arte a cargo de Katya Mora: https://vimeo.com/93608254 3 Cfr. Robinett, Isabelle. The world upside down. Essays on Taoist Internal Alchemy. California, Golden Elixir Press, 2011. En castellano se recomienda leer: Wilhelm, R. y Jung, C.G. El secreto de la flor dorada. México D.F., Paidós, 2009. 4 Cfr. Barthes, Roland. Lo neutro. Buenos Aires, Siglo XXI, 2004, p.134. 5 La teoría de los cinco elementos o cinco fases aporta mayor comprensión en el concepto de transformación de la energía y también constituye un mapa referencial de las relaciones sucedidas entre la naturaleza interna (el humano) y la naturaleza externa (el universo). Harriet Beinfield y Efrem Korngold escriben al respecto lo siguiente: “La filosofía china se basa en la creencia de que las fuerzas que gobiernan los ciclos de cambios que ocurren en el mundo externo están reproducidas dentro de los cuerpos y las mentes humanas. Los patrones de la naturaleza están resumidos en cada nivel de organización: desde la rotación de los planetas hasta el comportamiento de nuestros órganos internos. Dentro del ser humano, las mismas fuerzas que organizan la vida física, sensorial y perceptiva del organismo afectan también la vida emocional, intelectual y espiritual de la persona. Dentro de este marco, el modelo de las cinco fases tiene un amplio campo de aplicación”. Beinfield, H. – Korngold, E. Entre el cielo y la tierra. Los cinco elementos en la medicina china. Barcelona, La liebre de marzo, 1999, p.99. 6 En su introducción al I Ching, Wilhelm describe claramente la función de los símbolos: “Estos ocho signos [los trigramas] fueron concebidos como imágenes de lo que sucedía en el cielo y sobre la tierra. Reinaba en este sentido el concepto de perpetua transición de un signo hacia otro, a la par de la perpetua transición recíproca de los fenómenos entre sí que tiene lugar en el mundo. Aquí se nos presenta pues la idea fundamental decisiva de las mutaciones. Los ocho signos son símbolos de cambiantes estados de transición, imágenes que permanentemente se transforman. La mira no estaba puesta en el ser de las cosas –como era esencial en Occidente–, sino en los movimientos cambiantes de las cosas. De este modo, los ocho signos no constituyen reproducciones o representaciones de las cosas, sino de sus tendencias de movilidad.” (Wilhelm, Richard, ob. cit., p.62.) {{{{{{{{{{{{{{{{{{{{{{{{{{{{{{{{{{{{{{{{{{{{{{{{{{}}}}}}}}}}}}}}}}}}}}}}}}}}}}}}}}}}}}}}}}}}}}}}}}}}}

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BOCA DE SAPO |16. Era digital, año XV, abril 2014. [ENERGÍA] Entrevista, p.36.

Entrevista a Cristina Fernández Cubas

El inquietante poder de la palabra

La escritora española sigue deleitando a sus lectores a través de una obra que no cesa de explorar las sombras de la razón. Su último libro, de 2013, apareció bajo el seudónimo de Fernanda Kubbs, pero asegura que en estos momentos “Fernanda reposa y Cristina vuelve a la carga”.

Miriam López Santos

ristina Fernández Cubas (Barcelona, 1945) es una de esas escritoras que no ha defraudado a la crítica y a sus lectores a lo largo de toda su trayectoria literaria. Mi hermana Elba (1980) supuso lo que Fernando Valls denominó “el renacimiento del cuento español contemporáneo” y abrió el camino a una estela de escritores que hasta

nuestros días han tratado de explicar la realidad a través de la inmersión en universos insólitos, en los que lo cotidiano se ve asaltado por lo extraño, lo inexplicable o lo terrible. Cristina Fernández Cubas reflexiona sobre el ser humano que busca reconstruirse, desde la memoria, con la infancia siempre presente, pero también desde el olvido, en un mundo que se desmorona. Tras Mi hermana Elba llegaron Los altillos de Brumal (1983), El ángulo del horror (1990), Con Aghata en Estambul (1994) y Parientes pobres del diablo (2006, Premio Setenil), todos ellos agrupados en 2009, en Todos los cuentos, antología definitiva a la espera de otro nuevo título. Tampoco pueden olvidarse Cosas que ya no existen (2001), novela autobiográfica, El año de Gracia (1985), El columpio (1995) y ya más reciente y bajo el seudónimo de Fernanda Kubbs La puerta entreabierta (Tusquets, 2013).

Su pluma exquisita crea tramas inquietantes, plagadas de personajes que sufren el desasosiego, el terror o la inquietud al toparse con seres sobrenaturales, espacios paralelos, mundos desconocidos o, más terrorífico aún, al enfrentarse a lo más oscuro de sí mismos. M.L. –He de confesarle, para comenzar, que esta entrevista representa, para mí, un motivo de orgullo por la admiración que siento hacia su obra y un reto personal al encontrarnos después del Congreso Visiones de lo fantástico celebrado en Barcelona a finales de 2012. Comencemos por su última novela La puerta entreabierta. ¿Supone la incursión en otro de los planos de ese mundo denominado insólito en el que cabe lo fantástico, lo extraño, lo inexplicable o el horror? Es decir, ¿el punto de vista desde el que parte es semejante al de sus obras anteriores o pretendía crear algo diferente? Al fin y al cabo con la cita inicial de Pascal con la que abre Todos los cuentos (“La suprema adquisición de la razón consiste en reconocer que hay una infinidad de cosas que la sobrepasan”) reivindica, sin duda, los múltiples planos de lo insólito como disparador energético de vida y de relato…

C.F. –Supone, sobre todo, un cambio de registro. Hasta ahora, en todo lo que había escrito, me preocupaba especialmente la verosimilitud. Cuanto más extraordinario era lo que sucedía en mis páginas más necesitaba que pudiera resultar creíble. Algo así como “la verosimilitud de lo inverosímil…” Aquí, en cambio, parto desde el principio de un hecho portentoso e inexplicable. Y confío que el lector quiera acompañarme en la aventura. Es decir, desde la página 17, al final del primer capítulo, cuento de entrada con su buena disposición para sumergirse en lo improbable. Por eso, para no despistar a mis lectores habituales, me inventé a Fernanda Kubbs, un seudónimo creado a partir de mis apellidos con el que he pretendido iniciar una línea paralela. Espero que, en el futuro, Fernanda y Cristina convivan en perfecta armonía.

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BOCA DE SAPO |16. Era digital, año XV, abril 2014. [ENERGÍA] Entrevista, p.37.

M.L. –No cabe duda de que La puerta entreabierta, que homenajea a Las mil y una noches, es una reivindicación de la cultura y la literatura oral. Autores de su generación como José María Merino o Luis Mateo Díez se criaron en la tradición del filandón, ¿cuánto hay en su producción de literatura oral y qué importancia tuvo y tiene en su vida y en su obra? C.F. –Una gran importancia. Crecí rodeada de historias y leyendas, descubrí esa especie de “miedo gustoso” que todavía no me ha abandonado y sigo respetando y admirando a los buenos narradores orales. Un arte mágico y efímero. M.L. –Sin embargo, al mismo tiempo, La puerta entreabierta esconde una reflexión sobre el arte de narrar y sobre el poder del escritor, una reflexión que viene a completar otras anteriores que se observan en cuentos, como “Lúnula y Violeta”, donde ese “poder” es fundamentalmente femenino… ¿Pretendía una especie de teorización sobre el cuento como antes lo hicieran Horacio Quiroga, Antonio Pereira o el mencionado José María Merino? C.F. –Pretendía sobre todo declarar mi devoción por la palabra. O, mejor, rendirle un homenaje. La palabra, en realidad, es un personaje más de La puerta… Entre sopas de letras, acertijos, mensajes ocultos, anagramas o canciones infantiles, que suenan como salmodias o conjuros, se intercala un cuento muy significativo: “El dueño de las palabras”. Una especie de Hamelín sin ratas que irrumpe en el sueño de Isa, la narradora-protagonista, y que, además de ilustrarnos sobre el poder de la palabra, nos sumerge en los laberintos del mundo onírico. Sueños que, como cajas chinas, se ocultan dentro de otros sueños… M.L. –A pesar de que se habla de usted como una de las maestras de lo fantástico y de que hay un antes y un después en el género con la publicación de Mi hermana Elba, ha comentado en diferentes ocasiones que no toda su producción es fantástica. ¿Cómo piensa su producción en relación a otro de los maestros “incómodos” del género, Julio Cortázar, en un año netamente cortazariano puesto que en agosto se cumplen los cien años de su nacimiento? C.F. –Cortázar, un autor imprescindible, lo dejó clarísimo en su archiconocida presentación: “Casi todos los cuentos que he escrito, pertenecen al llamado género fantástico por falta de mejor nombre”. Y sí, es cierto que, al principio, no me acababa de gustar el adjetivo “fantástico” y que durante un tiempo me mostré reacia a aceptar esta etiqueta. Tenía más de una razón y un montón de prevenciones. Alguna de ellas las captó perfectamente David Roas en un trabajo publicado en los “Cuadernos de Narrativa del Grand Séminaire de Neûchatel”. Estaba escamada. Las etiquetas siempre me han molestado y, sobre todo, me admiraba –y

me admira aún– la ligereza con la que todo lo que no sea una fotografía de la realidad entre, con sospechosa frecuencia, a engrosar las filas de lo considerado fantástico. Pero ahora lo veo de otra manera. Creo que la pertenencia o no al género fantástico tiene mucho que ver con algo muy importante: la mirada. Sin olvidar, además, que el cuento es un instrumento de primer orden para dejar volar la imaginación, burlar las nociones de espacio y tiempo, o reírse de los policías de la razón y el orden establecido. Y vuelvo a Cortázar. El “llamado” cuento fantástico como “la única manera de cruzar ciertos límites para instalarse en el territorio de lo otro”. M.L. –Una de las claves de sus cuentos es el mantenimiento constante de la verosimilitud. ¿Hasta qué punto le resulta complicado respetarla en los momentos en los que juega con el terror, el horror o el desasosiego? C.F. –Ese es el reto. Y resulta complicado, desde luego. Pero a menudo mis personajes dudan, se preguntan por lo que les está sucediendo, establecen una reñida lucha entre sus percepciones y los dictados de la razón… Si logran transmitir la duda al lector y este la hace suya, ya tenemos mucho ganado. M.L. –¿Lo fantástico es otra forma de enfrentarse y enfrentar al lector con nuestros problemas sociales desde una perspectiva supuestamente más alejada o es necesario chapotear en la realidad para sentirse y demostrar que se es un escritor comprometido? C.F. –Creo que, a estas alturas, todo el mundo sabe que lo fantástico tiene muy poco de huida y que la perspectiva que nos ofrece puede llevarnos a efectivas denuncias, exposiciones o críticas. Y también que es un arma de primer orden para desnudar la realidad. Pero no olvidemos el placer de imaginar, de vivir aventuras, de crear mundos… El placer por el placer, vaya. Y sobre todo que el primer compromiso de un escritor es tener algo que contar y hacerlo lo mejor posible. M.L. –De hecho, en estos momentos de crisis en los que tantos españoles se ven obligados a partir a otros países a buscarse la vida, un cuento como “La flor de España” resulta más actual que nunca. Usted que ha vivido en tantos y tan dispares lugares ha experimentado al igual que la protagonista la condición de “extranjero”. ¿Cómo ve esta realidad?, ¿es posible seguir siendo uno mismo en un país extraño o adaptarse implica necesariamente renunciar a las raíces y con ello a uno mismo? C.F. –Pocas veces me he sentido extranjera; a lo más “residente”, una categoría muy agradecida que coge lo bueno de cada lugar sin perder nada de ti mismo y conserva al mismo tiempo el espíritu crítico.

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BOCA DE SAPO |16. Era digital, año XV, abril 2014. [ENERGÍA] Entrevista, p.38.

M.L.–Y siguiendo con el desdoblamiento del personaje y quizás por desviación profesional, mis investigaciones se centran en el mundo de la novela gótica, no puedo dejar de ver sombras detrás de las luces y no sólo en su novela El columpio, sino en algún otro de sus cuentos, como “Helicón”. En ellos, personajes que han sufrido una experiencia traumática desdoblan su personalidad, que se escinde entre un yo social, Marcos, y un yo individual y abyecto, que se acaba al anterior, Cosme: ¿Cree entonces que todos llevamos un Cosme dentro? C.F. – ¿Y por qué no un Marcos? Una pura cuestión de equilibrio que puede variar con el tiempo y las circunstancias. M.L. –Alguno de sus personajes, de hecho, sufre experiencias traumáticas que le dificultan el insertarse en la sociedad. Los traumas que experimentan tienen mucho que ver con la infancia. En una ocasión afirmó: “la infancia va conmigo”. ¿Estamos entonces ante esa frontera entre nuestro mundo y esa otra realidad paralela, duplicada o soñada? C.F. –La infancia no sólo va conmigo. Ahí está el germen de lo que seguramente seremos después, no estoy descubriendo nada nuevo. Pero quiero creer que todo tiene vuelta de hoja. O casi todo. M.L. –Y si la frontera es la superación de la infancia: ¿Luchan sus personajes por salir de ella para “no quedarse encallado para siempre en ese espacio intermedio sin poder avanzar y retroceder”, tal y como se señala en la última de sus novelas? ¿Por qué produce tanta inquietud el hecho de mantenerse anclado allí? ¿Qué escenas de infancia, referentes a la lectura y la escritura, recuerda? C.F. –En cierta forma sí hay una frontera entre infancia y adolescencia. Una línea que marca el olvido del mundo mágico de los primeros años en los que todo parecía posible. Pero en La Puerta Entreabierta la palabra “frontera” tiene un significado completamente distinto. Es un cruce de caminos, un umbral, un lugar entre lugares. O como dice el cíngaro Miroslav: “Un andén fantasma en el que todos los espacios se dan cita y los tiempos se mezclan y confunden”. Pero esa puerta, que facilita el paso de una realidad a otra, no está exenta de riesgos. Ese espacio intermedio que ahora usted me recuerda, por ejemplo, y en el que uno corre el peligro de quedarse encallado para siempre. Una especie de Purgatorio eterno. O un Limbo. Una prisión que no sólo te impide viajar a “lo otro” sino también regresar por donde has venido. ¿Le parece poco?... Pero ahora, para contestar a la última parte de la pregunta, sí vuelvo a la infancia. ¿Escenas referentes a la lectura y la escritura? Muchas, las que quiera; me costaría aislarlas. Pero recuerdo, sobre todo, las tardes de invierno, junto a mis hermanas, escuchando leyendas, sucesos extraordinarios o terribles

historias de aparecidos. Y descubriendo el “miedo gustoso” del que le he hablado antes. M.L. –Prácticamente todos sus finales son abiertos, ¿reivindica entonces la figura del lector como personaje imprescindible para encontrar la última pieza del puzle? ¿Es el lector más necesario en su manera de entender la escritura que en otro tipo de literatura? C.F. –Pienso en el buen lector de cuentos. Un lector inteligente y activo a quien no le gusta que le den las cosas machacadas y digeridas de antemano. No tiene prisa; si algo no le queda claro vuelve al principio. Y al llegar al punto final el eco del cuento continúa en su cabeza. M.L. –¿Cosas que ya no existen es una reconciliación con la memoria? ¿Qué papel juega ésta en el conjunto de su obra? C.F. –Cosas… es uno de mis libros más queridos. Supuso un pulso con la memoria y también un reto. Huir de cualquier licencia y recuperar diversos momentos o escenas de mi vida con la mayor fidelidad posible. Tuvo efectos terapéuticos. Cuando lo acabé me sentí mejor persona. M.L. –Sé que siempre resulta complicado, pero ¿puede hablarnos de autores de referencia que estén presentes en su obra? C.F. –Edgar Allan Poe. Una de las invitadas en La noche de Jezabel se apropia de uno de sus relatos, El retrato Oval, y lo cuenta como una historia verídica que le hubiera sucedido a su bisabuela. Fue un pequeño homenaje al que, años después, siguió otro mayor. La continuación de “El Faro”, un cuento que el autor dejó inacabado (o, mejor, no pasó del principio) y que, por iniciativa de la editorial Áltera, unos cuantos escritores, cada uno a su estilo, nos encargamos de concluir. Y también Guy de Maupassant, aunque de una forma indirecta, al que aludo en La fiebre Azul, en plena crisis del narrador, como un escritor francés del XIX que un día recibió la visita de sí mismo. M.L. –Y ya para cerrar, ¿volverá algún día Cristina Fernández Cubas, seguirá entre nosotros Fernanda Kubbs o descubriremos que una es inseparable de la otra? C.F. –Si me permite hablar de mí misma en tercera persona como algunos toreros y muchas cupletistas, le diré que en estos momentos Fernanda reposa y Cristina vuelve a la carga. Se encuentra en la recta final de un libro de cuentos, aunque a veces, no puede evitarlo, toma alguna nota para su hermana de tinta y su próximo título. Porque Fernanda se propone continuar el extraño viaje que Isa inició en La puerta entreabierta en cuanto Cristina haya terminado su libro y le ceda silla, mesa y ordenador. En el fondo, pues sí, son inseparables.

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BOCA DE SAPO |16. Era digital, año XV, abril 2014. [ENERGÍA] Casiraghi, p.39.

S.O.S.

Soja o soberanía

Lejos de producir una “revolución verde” que terminara con el hambre en el mundo, la soja transgénica se ha convertido en el emblema de una industria que pone en jaque al medioambiente: el afán de lucro capitalista busca olvidar que el hombre es parte de la naturaleza. Sin embargo, frente a la fuerza desertificadora del monocultivo se alzan voces que invocan el respeto por la Madre Tierra, exigiendo la producción local y sustentable de alimentos.

María Casiraghi

“Todos esos hombres/ fueron niños una vez ¿y qué les ha pasado? ¿Y qué me ha pasado a mí?” –dice un poema de Bukowsky.

Para los fines de este artículo, pido permiso al poeta para hacer una sutil digresión sobre sus versos: Todas esas semillas fueron sagradas una vez ¿y qué les ha pasado? ¿Y qué nos ha pasado a nosotros?

oja, del vocablo antiguo chino: sou. Una de las cinco semillas sagradas de los emperadores de la China, utilizada sólo con fines medicinales. Lentamente se extendió por Oriente y llegó a Europa y América recién a

principios del siglo XVII, siendo Francia y EEUU los primeros países en cultivarla. Hasta el momento, todo iba bien. Una semilla que proporcionaba rédito económico, con propiedades nutritivas y curativas, y tan verde y suave que daban ganas de dormir sobre sus hojas como si fueran colchones naturales.

Pero las cosas se complicaron. Los métodos agrícolas tradicionales parecían ser ineficientes y el hambre de los países subdesarrollados aumentaba en medio de un gran letargo económico mundial. Entonces devino la llamada Revolución Verde, que permitiría terminar con estos problemas. Así, utilizando variedades mejoradas de granos comenzó a reemplazarse el antiguo sistema de rotación por el monocultivo, sumado a la implantación de sistemas de riego y aplicación de fertilizantes y pesticidas sobre todos los cultivos, lo que provocó un abrupto aumento de producción, algo así como el milagro que el mundo estaba esperando.

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BOCA DE SAPO |16. Era digital, año XV, abril 2014. [ENERGÍA] Casiraghi, p.40.

Quien le puso el nombre a este momento histórico fue el norteamericano William Gaud, en ese entonces director de la EUA (Agencia para el Desarrollo Internacional), que en 1968 aclamó: “Estos y otros desarrollos en el campo de la agricultura contienen los ingredientes de una nueva revolución. No es una violenta revolución roja como la de los soviéticos, ni es una revolución blanca como la del Sha de Irán. Yo la llamo la revolución verde”. Paralelamente, EEUU se convirtió en el líder de la producción mundial de soja, y continúa su liderazgo hasta el día de hoy. Si de colores hablamos

En nuestra región lo que cambia de color es el oro. Primero, fue el oro puro, el que se llevaron los colonizadores a costa de la esclavitud y muerte de miles y miles de americanos originarios. Más tarde, fue el oro blanco, millares de ovejas “constructoras de desiertos” introducidas en nuestros fértiles suelos para llenar los bolsillos de los dueños de la tierra. Luego, el oro negro, mineral tan necesario para la vida moderna, emblemático y controvertido, no renovable como el oro mismo y motivo de las guerras más cruentas.

Hasta que, una vez más, el color verde trajo “la esperanza”, albergada falsamente en los corazones argentinos. La soja trasgénica llegó en 1996, de la mano de Carlos Saúl Menem y su entonces ministro de Agricultura Felipe Solá. Y entró al país con todo, gracias a un intensa publicidad oficial, que anunciaba una “soja mágica”, fundamental para la dieta cotidiana de todas las familias. Así, poco a poco, esta plantita tan codiciada se convirtió en la nueva vedette de la Argentina, despertando amores y odios que ninguna otra despertó jamás.

Con respecto a las propiedades de esta leguminosa, basta googlear la pregunta: “¿Es buena la soja?” para que aparezcan opiniones absolutamente contrarias al respecto; desde que puede provocar cáncer hasta que lo previene, que es esencial para niños, o que es contraproducente porque no pueden digerirla bien. Más allá de todo esto, hoy se sabe que el verdadero objetivo de la publicidad oficialista sobre la soja mágica era preparar el terreno para que el pueblo aceptara la introducción masiva de este cultivo en nuestros campos, no para el consumo interno sino en su gran mayoría para la exportación, principalmente como alimento para animales. De oro verde a desierto verde

En los años 60, en Brasil, comenzó a llamarse desierto verde al extenso monocultivo de plantaciones de árboles para producir celulosa, aludiendo a las futuras consecuencias que esto traería al medio ambiente y al suelo. El corazón de lo que fuera la sabana más rica del

planeta, un ecosistema que contenía el 5 % de biodiversidad de la tierra, fue deforestado para plantar eucaliptos y soja. Hoy, este término se ha vuelto una frase de bandera entre ecologistas o “activistas agro ecológicos” para referirse a lo que está dejando como legado el monocultivo de soja en el mundo. Brasil, Argentina y Paraguay, en ese orden, le siguen a Estados Unidos en producción mundial de soja. En Paraguay, un país de 6, 7 millones de habitantes, 300.000 han quedado sin tierra por este motivo según testimonia el periodista francés Maurice Lemoine al referirse a “Sojalandia, un estado dentro del estado paraguayo”1, en una interesante nota publicada por Le Monde Diplomatique, donde se evidencia, entre otras cosas, que hoy el 2 % de los propietarios monopolizan el 85% de las tierras del Paraguay.

En nuestro país, el cineasta Ulises de la Orden tomó prestado el término para bautizar su última película documental “Desierto verde”2, estrenada en noviembre de 2013. Su argumento se centra en un juicio penal que se realizó en 2012 en la ciudad de Córdoba a causa de muertes por cáncer y malformaciones en los habitantes de Ituzaingó, un pueblo de la misma provincia, rodeado de campos de soja. La película alerta sobre los efectos de este monocultivo y de la forma en que se lleva a cabo en nuestro país.

La llegada de esta nueva tecnología agrícola a la Argentina trajo consigo el avance de la frontera agropecuaria a zonas no aptas para la producción agrícola hasta el momento. Actualmente, 23,6 millones de hectáreas argentinas se encuentran cultivadas con transgénicos: de la soja, el 50% de los cultivos se encuentra bajo dominio del 3% de los productores. La Secretaría de Ambiente de la Nación, en un informe publicado en el año 2012, confirma la pérdida de más de 1 millón de hectáreas de bosque nativo en un período de solo cuatro años3. Hoy se sabe que la deforestación es una de las causas posibles de catástrofes naturales; se cree que el alud de Tartagal ocurrido en febrero de 2009 puede haber sido ocasionado por los desmontes que se daban cerro arriba o la deforestación de la Cuenca del Salado puede haber ocasionado la última gran inundación de Santa Fe. ¿Qué comemos cuando comemos?

El avance del monocultivo en Argentina provocó asimismo cambios en la producción de alimentos, disminuyendo enormemente aquellos que constituían la canasta familiar del país: trigo, arveja, lenteja, tomate, sorgo, lino, girasol, papa, batata, y se produjo un desabastecimiento de productos básicos como algodón, azúcar, leche y carne. De esta manera, comenzamos a importar estos productos; en consecuencia, ya no producimos lo que comemos, producimos para exportar e importamos para alimentarnos.

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BOCA DE SAPO |16. Era digital, año XV, abril 2014. [ENERGÍA] Casiraghi, p.41.

En un libro escalofriante, Mal Comidos, la periodista argentina Soledad Barruti, tras una investigación exhaustiva, describe la decadencia de nuestro sistema alimentario. Allí aporta datos precisos y testimonios de afectados directos provenientes de distintas partes del país. Uno de los efectos más dramáticos que plantea el libro es que por la extensión de los monocultivos los animales que antes pastoreaban nutriendo el suelo ahora están encerrados en feedlots y alimentados a granos, con terribles consecuencias para la calidad y salubridad de la carne que comemos. Otro tanto ocurre con los pollos, que pasaron de ser criados naturalmente a criaderos industriales en los que se acelera al máximo la producción forzando drásticamente los ritmos naturales a fuerza de incubadoras y tecnología. “Lo que está haciendo la industria mientras alimenta a sus animales con remedios es un experimento a gran escala: están desarrollando microorganismos mutados, más vigorosos, que traspasan la información evolutiva a su descendencia armando un ejército de enfermedades que pueden acorralar a la humanidad”4, advierte Barruti.

En sintonía, el libro El Mito vegetariano, de la escritora estadounidense Lierre Keith, granjera de pequeña escala y ex vegana, desarticula el pensamiento vegetariano, y se anima a definir a la agricultura como “imperialista”, tan contrapuesta a la imagen bucólica que representa en nuestro imaginario colectivo. En una parte del libro declara: “La realidad es que la agricultura ha creado una pérdida neta para la humanidad en lo que hace a derechos y cultura: esclavismo, imperialismo, división de clases, hambruna crónica, enfermedades”. En relación a la moral vegetariana, aclara: “No cuestiono el compromiso ni la ética de los vegetarianos. Pero en última instancia, la ética vegetariana es una variante del modelo mecanicista. No hace más que extender su moralidad, sea humanista o religiosa, a los pocos animales que se nos parecen. El resto del mundo –esos miles de millones de entidades vivientes, conscientes, comunicantes que producen el oxígeno y el suelo, la lluvia y la biomasa– no cuentan”. Asimismo, Keith critica la agricultura de granos como se la concibe en la actualidad y argumenta en contra de su consumo humano; para ello cita al doctor Loren Cordain, en su artículo «Granos de cereal: la espada de dos filos de la humanidad»:

Los granos de cereal son un alimento básico y también una adición relativamente reciente a la dieta humana; representan una variación radical respecto a la dieta a la que estamos genéticamente adaptados. La discordancia entre la dieta genéticamente determinada de la humanidad y su dieta actual es responsable de muchas de las enfermedades degenerativas que aquejan al humano industrial… hay un significativo cuerpo de evidencias que sugiere que los granos de cereal son alimentos menos que óptimos para los humanos, y que la conformación genética y fisiología humanas pueden no estar del todo adaptadas a altos niveles de consumo de tales alimentos.5

Keith enumera algunas de estas enfermedades como artritis, diabetes, hipertensión, problemas cardíacos, accidente vascular, depresión, esquizofrenia y cáncer, además de dientes torcidos, mala vista y un vasto conglomerado de anomalías inflamatorias y autoinmunes, en contraposición a la salud casi perfecta de cazadores-recolectores que siguen la dieta “que dicta la evolución que dio origen a todos los humanos: carne roja, aves, peces, además de las hojas, frutos y raíces de diversas plantas”. El capricho de los adultos

Dijimos que una de las consecuencias del monocultivo es que desplazó los cultivos preexistentes, como resultado ya no producimos lo que comemos, lo importamos; y en ese proceso los alimentos se homogeneizan a tal punto que, parafraseando a Discépolo, “todos es igual, nada es mejor”.

Muchos recordamos los tiempos en que esperábamos ansiosos la llegada de las “frutas de estación” para poder saborearlas; venía el verano y con el verano llegaban los duraznos, la sandía, el melón, y en invierno había manzanas, naranjas, mandarinas. Con las importaciones y las nuevas tecnologías agrícolas, podemos tener la fruta y verdura que queramos durante todo el año, pero estas aparecen como frutos desencantados. Exquisiteces como la palta son cosechadas antes de tiempo para que maduren en cámaras artificiales perdiendo completamente su sabor, lo mismo ocurre con las bananas. A esto se le suman los “altísimos costos de importación”, explica Karen Lund Petersen6, Licenciada en Ciencias Ambientales y guía naturalista, “y no estoy hablando necesariamente del costo final del producto, sino más bien de lo que llamamos externalidades, que son los costos sociales y ambientales que no se incluyen en el precio. Por ejemplo el trabajo infantil en las cosechas, la contaminación con agrotóxicos, el calentamiento global por la quema de combustibles fósiles; ¿quién paga por todo esto?” y al respecto agrega: “Ante tanta oferta, nos volvimos caprichosos, queriendo todo, aquí y ahora, y encima, a un precio accesible”.

Soledad Barruti en Mal Comidos da algunas pistas para saber cómo diferenciar los alimentos en las góndolas, cuáles tienen más conservantes, cuáles son puramente orgánicos. Advierte que los productos a simple vista más estéticos y tentadores, son los qué más químicos tienen. Así lo confirma una de sus entrevistadas, Daisy, una mujer que hasta hace un tiempo hacía crecer sus huertas con agroquímicos y las vendía en un negocio propio, y hoy, forma parte de las 200 familias productoras de alimentos agroecológicos que venden sin intermediarios en el Parque Pereyra Iraola, de La Plata. “Los clientes eligen la mercadería que está nuevita. La lechuga por ejemplo, si tiene las hojas un poquito manchadas –algo que sucedería si la planta creciera al sol– no la llevan. Necesitan ver las

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hojas verdes y mojadas. Y para que eso pase, hay que hacerla crecer en invernáculo y ponerle el remedio hasta último momento”, declara Daisy (Barruti, 223).

De todas maneras, fuera de estos mercados alternativos, saber dónde y cómo comprar resulta siempre una tarea difícil. Los productos orgánicos se exportan mayormente a Europa, donde la demanda de este tipo de alimentos es mayor y además pagan en euros. Por el contrario, en estas regiones la conciencia ecologista está todavía en desarrollo y, si se suman las nuevas tendencias de comida, estas no están democratizadas en absoluto. Muchas veces, los alimentos orgánicos pasan a ser vistos como una mera sofisticación, lo que invisibiliza su urgencia. ¿De dónde vendrá la salvación? El rol de las comunidades y de los Estados

Se ha demostrado que la llamada revolución verde, finalmente, no fue el milagro esperado; el hambre en el mundo no se ha acabado sino que se ha reproducido, inaugurando una nueva y grave problemática mundial: la falta de soberanía y sustentabilidad alimentaria.

Así, en medio de esta suerte de apocalipsis, se vuelve urgente retomar técnicas tradicionales de producción agrícola y ganadera, y sobre todo, asegurar una susten-tabilidad alimentaria en todas las regiones. Si bien los estados latinoamericanos han avanzado ampliamente en combatir la desigualdad de la franja sur de América, algunos métodos están siendo fuertemente cuestionados, y la deuda pendiente sigue siendo la ecología, lo que constituye una problemática profunda que debe ser revi-sada para dar un salto cualitativo hacia el futuro.

En la Cumbre de Cambio Climático celebrada en Copenhague en diciembre 2009, Evo Morales, presidente de Bolivia –quizás el país con más consciencia ambiental de América Latina7–, atribuyó al capitalismo los males ecológicos actuales:

En este milenio es más importante defender los derechos de la Madre Tierra que defender los derechos humanos. La tierra o el planeta tierra, o la Madre Tierra o la naturaleza existen y existirá sin el ser humano, pero el ser humano no puede vivir sin el Planeta Tierra. (…) La Madre Tierra es algo sagrado, la madre es nuestra vida. A la madre no se alquila, no se vende ni se viola, hay que respetarla. La Madre Tierra es nuestro hogar. Si esa es la Madre Tierra, ¿cómo puede haber políticas de destrucción a la Madre Tierra, de mercantilizar a la Madre Tierra? (...) Y por eso, yo quiero decirles queridos presidentes, tenemos la obligación de liberar a la Madre Tierra del capitalismo.

Guillermo Martini, actual director de RENATEA (Registro Nacional de Trabajadores y Empleadores

Agrarios) y ex subsecretario de Agricultura Familiar de la Argentina se ha lamentado públicamente por el nacimiento de un nuevo actor: el “productor capitalista que mediante una agricultura industrial (sin agricultores), avanzó sobre el conjunto del sistema productivo desplazando al pequeño productor, al agricultor familiar”8. A pesar de esta auto-crítica, en el plano nacional aún no han habido cambios profundos en este sentido. A fines del año 2011, el Comité de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de las Naciones Unidas, presentó las observaciones finales al Estado argentino acerca de los aciertos y desaciertos de su gestión mostrando una fuerte intranquilidad por el tema que atañe a esta nota: “Preocupan al Comité los casos en que el aumento de la utilización de plaguicidas químicos y de semillas de soja transgénicas en regiones tradicionalmente habitadas o utilizadas por comunidades indígenas han tenido efectos negativos en esas comunidades. También le preocupa que a esas comunidades les resulte cada vez más difícil aplicar sus métodos tradicionales de cultivo y que, en consecuencia, ello pueda ser un obstáculo importante para garantizar el acceso a alimentos seguros, suficientes y asequibles.”9

En relación con el rol de los estados en estas cues-tiones, Ulises de la Orden se refiere al discurso de Ricardo Lorenzetti, actual presidente de la Corte Suprema de la Nación, uno de sus entrevistados en el documental y autor del libro Teoría del Derecho Ambiental:

Lo que él dice en el film es que este tipo de problemas difícilmente los pueda solucionar un aparato o una burocracia estatal por mejor concebida que esté y aunque sea perfectamente sana (…), se empiezan a observar, primero en los campos, luego en los pueblos o barrios linderos a ellos, y de a poco va llegando hasta los grandes centros poblados.10

Esto es lo que hizo Soledad Barruti y lo que están

haciendo cientos de personas en nuestra región y en el mundo, entendiendo que no todo tiempo pasado fue peor y retomando aquello del ayer que ha demostrado ser fundamental para nuestro futuro. Es esperanzador oír las historias que describe Barruti en el último capítulo de su libro donde hace un recorrido por espacios que hoy resisten a las nuevas técnicas de cultivo con resultados sorpren-dentes, como Naturaleza Viva, en Santa Fé, Medrado Avila Vázquez y las madres de Ituzaingó, los activistas de Ecos de Saladillo, el Centro Nelson Mandela en Chaco, el Foro Ambiental de Córdoba, el grupo Bios de Mar del Plata, Fundación Caminos Abiertos en Carlos Keen, Proteger en Santa Fe y muchos otros. Ulises de la Orden lo plantea de este modo:

No hay un modelo que se le oponga a este modelo agroindustrial, sino que hay una variedad de modelos y para mí se llaman agroecología, que es una forma de

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entender el territorio, de entender la sociedad y de abordar la producción de alimentos como algo diverso, múltiple, con distintos tipos de producción, de acuerdo a la cultura de esas sociedades, a la fertilidad de ese territorio, a las características meteorológicas. La agroecología demanda mucho más trabajo pero se inserta en el ritmo cíclico planetario. Es una forma de producir que no provoca desertificación, que no necesita uso de químicos y que es sustentable en el tiempo.11

Así, mancomunado con la “agroecología” entra en

escena el concepto de Soberanía Alimentaria, idea nacida en el año 1996, en la Cumbre Mundial Alternativa de Alimentos, que tuvo lugar en Roma y a la que acudieron millones de campesinos organizados del mundo. “¿Qué significado esconden estas dos palabras capaces de aglutinar a más de doscientos millones de personas campesinas en el mundo? ¿Cómo ha conseguido este concepto generar todo un movimiento social global?”, se pregunta acerca de la Soberanía Alimentaria, el escritor español Gustavo Duch, en su libro No Vamos a Tragar12. La nutricionista argentina Myriam Gorban sostiene que la Soberanía Alimentaria es un concepto complejo, todavía en plena transformación: “El cambio que se plantea tiene que ver con repensar el asunto entendiendo que no es lo mismo ser alimentados por la industria que por personas que trabajan la tierra conscientes de que están alimentándose y alimentando a otras personas”13.

A todo ello, se le suma la responsabilidad de cada uno de nosotros, como individuos, de conocer qué comemos y por qué. Eso también es soberanía alimentaria. Lo cierto es que todos somos eslabones de esta gran cadena. Descanso para la tierra, descanso para los animales, descanso para los hombres. Tan elemental como el alimento, y tan necesario como el conocimiento de “qué es lo que comemos cuando comemos”. Para ello, informarnos es fundamental14. Cada vez se nos ofrecen más artículos, libros y películas sobre el problema alimenticio. Cabe citar aquí al brillante Albert Einstein: “Todos somos ignorantes, lo que ocurre es que no todos ignoramos las mismas cosas”. 1 Cfr. Lemoine, Maurice. “El reino del Latifundio” en: Le Monde Diplomatique, n°175, Buenos Aires, enero de 2014. 2 Esta nueva película de Ulises de la Orden (director de Río Arriba, y Tierra Adentro) se puede ver en diversos espacios culturales de Buenos Aires. Para más información consultar en: www.desiertoverdelapelicula.com

3 Al respecto, se puede ampliar la información en: http://www.biodiversidadla.org/ 4 Barruti, Soledad. Mal Comidos. Buenos Aires, Grupo Editorial Planeta, 2013, p.53. 5 Keith, Lierre. El Mito Vegetariano, alimento, justicia y sustentabilidad. San Fernando, Utopía realizable, 2012. p.12. 6 Entrevistada especialmente para la realización de este artículo. 7 Bolivia se encuentra hoy a la cabeza en relación a las políticas de agricultura familiar en Aca. Latina. El Representante de la FAO en Bolivia, Crispim Moreira, durante el taller internacional Apoyo a la Agricultura Familiar organizado en el marco de la Reunión Especializada de la Agricultura Familiar (REAF) en Bolivia, anunció que durante el 1° semestre de 2014 se impulsará “una activa agenda destinada a avanzar en la erradicación del hambre y la malnutrición en América Latina y en el mundo. Entre las actividades impulsadas se destacan la realización del Simposio Internacional de la Agricultura Familiar en Bolivia, y la Reunión Interministerial, la colaboración con el Grupo Técnico de Registros de la Agricultura Familiar en lo relativo a Censos Agropecuarios, así como en la formulación y aplicación de políticas diferenciadas a partir de los registros de los productores de la agricultura familiar, además de la participación del país en la reunión de REAF a realizarse en Argentina a fines de junio del presente año”. Más información en: http://coin.fao.org/cms/world/bolivia/es/PaginaInicial.html 8 Guillermo Martini es además coordinador de la corriente CANPO (Corriente Agraria Nacional y Popular). Estas palabras fueron dichas en el marco de una charla que dio en el centro Cultural Enrique Santos Discépolo (dirigido por el historiador Norberto Galasso), titulada “Agricultura familiar ante el plan estratégico agroalimentario y agroindustrial”, en sept. de 2011, cuando todavía era Subsecretario de Agricultura Familiar del Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca de la Nación 9 Comité de derechos Económicos, Sociales y Cult. de la ONU, 47º Período de Sesiones, diciembre 2011, Observaciones finales a la Argentina, en “Principales motivos de preocupación y recomendaciones”, punto 10. 10 En revista virtual Cinestel, la actualidad informativa del cine, titulada “Desierto Verde, de Ulises de la Orden, los agrotóxicos y la salud”, 6 noviembre, 2013. 11 Ibid. 12 Duch, Gustavo. No Vamos a Tragar. Soberanía Alimentaria: una alternativa frente a la agroindustria. Barcelona, Los libros del Lince, 2014, p.94. 13 Barruti, Soledad, op. cit., pp.382-383. 14 Ofrecemos algunos títulos de interés y documentales acerca del tema así como algunos blogs, o sitios de interés para consultar sobre agroecología, soberanía alimentaria y temas relacionados. El Mundo según Monsanto, de Marie-Monique Robin (Ediciones Península, 2008); Food Inc. Documental estadounidense de Robert Kemmer, 2008. http://agroecologiautn.blogspot.com.ar/p/la-revolucion-verde.html, http://soberaniaambiental.com.ar/index.aspx, www.lavaca.org, www.biodiversidadla.org, www.buenosairesmarket.com, www.fao.org, http://inta.gob.ar/producciones-organicas.

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BOCA DE SAPO |16. Era digital, año XV, abril 2014. [ENERGÍA] Castilla, p.44.

Poesía

Manada

Teuco CastilLa

I ¿Cuándo se emocionó el carbono, cuándo la energía remota y terrible se doblegó y por verse besó el polvo, embelesó el sonido detuvo la luz y en una caridad del espacio hizo estas imágenes? Hombres hendidos por el tiempo igual que una bandada, pálpitos en la carne y en la bocanada de la muerte ecos. Estos apagones vivos estos altares de ciego volados por todas las dimensiones procrean el horror y el prodigio de un animal haciendo otro animal otro peldaño del abismo. Y el vértigo que sostiene la naturaleza. Migran envejecidos por una alta velocidad en un escalofrío del sol y son estampidos: el que se va en llanto, el que canta, el que mira, el que recuerda se va se va el que ríe al futuro salvaje. Son de noche huecos, de día, noches encandiladas se alejan brillando mientras los despide la manada asentándose como una estrella lenta sobre la tierra.

II Descendíamos entre los astros algunos fuimos hombres otros llegaron a ser luciérnagas. Y perdimos la eternidad en el camino que nos llevó al comienzo. III Muy lejos de mí llovizno. De antes de nacer me dura una desolación. Soy una inminencia en todos los lugares. De allí ese alagunarme si me llaman llanuras de difuntos. Y este mirar deudo de la mudez del cielo. Yo que nunca crecí envejezco en estas cercanías. Casi nada para destruir. El que no era mana en mí su materia oscura. Soy yo su último recuerdo. IV Vinimos antes. Hay lugares que el espacio desconoce.

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Soy la luna que aúlla al lobo, me he infiltrado entre ustedes convicto con la intensidad de la hoja que cae lejos de la naturaleza. Un esquirla que brilla en los residuos, un génesis falso, una alegría. Sobrevuelo la tierra la tiemblo igual que una lluvia que no ha caído todavía olisqueo el mundo como a una presa. No olviden el fulgor del instante que no está. Los hombres llegan antes de venir. Soy una señal debo amamantar a mi madre después de volver al sol. V ¿Qué presagio oculta la biología en este mensajero vulnerable y terrible? ¿Y si fuera el tiempo buscando su animal y en él su ilusorio cadáver sucesivo? Tantas dimensiones en una sola criatura la hicieron inalcanzable: cree y se suprime; para recordarse llora; ríe y destapa su caja de nadie. Odia y es el otro,

Y mata para verse. Desencadena las especies Es la carta de Lázaro y también la canción que hubiera despertado al mundo. VI El hombre se ve entero en el ojo del animal dentro de una gota cayendo todavía en el aluvión de los astros. Y ve el tigre tatuado por las llamas del sol el tigre clandestino pisando apenas para no incendiar los campos. Mira la víbora, guante del rayo, la astronomía de la araña, los nervios del relámpago en la cebra, los meteoritos de los escarabajos, la noche insepulta del toro y la lujuria planetaria del saurio. Todo el cosmos preso en la manada. Menos el colibrí que tiembla, fijo en el aire. Ese recién está llegando.

se pinta para borrarse * Leopoldo “Teuco” Castilla nació en Salta, Argentina, en 1947. En 1976 se exilió en España perseguido por la dictadura militar. Ha publicado numerosos libros de poemas reunidos en varias antologías: Antología Poética (Buenos Aires, Fondo Nacional de las Artes, 2001), Antología Poética (Caracas, Monte Ávila, 2008) y Le Voleur des Tombes (París, L´Oreil du Loup, 2009). Como narrador ha editado los siguientes títulos: Odilón (Salta, Ed. Dirección de Cultura, 1975), La luz Naranja (Soria, Ed. Diputación de Soria, 1984), La canción del ausente (Rosario, Ciudad Gótica, 2006) y El Arcángel (Buenos Aires, Catálogos, 2007). Fue invitado por la Unión Soviética para escribir un libro que la editorial Progreso de Moscú publicó en 1990 con el título Diario de la Perestroika. Sobre su cuento “La redada” se filmó el largometraje homónimo dirigido por Rolando Pardo. Poesía suya fue traducida al inglés, francés, italiano, sueco, portugués, chino, turco y ruso.

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Residuos y energía

Fetichismos y claroscuros en la

gestión energética de la materia descartada

Contradicciones de un sistema de recolección y tratamiento de residuos que apuesta a la naturalización de la irresponsabilidad social y al negocio de unos pocos. A cambio, la energía incansable de cartoneros y quemeros ha hecho visible el conflicto oculto en las sombras de la noche de la recolección. En José León Suarez conviven hoy, como en un palimpsesto, los rellenos sanitarios, las plantas térmicas de última generación y las plantas sociales en las que los operarios realizan precariamente lo que ni el Estado ni la sociedad logran articular con vistas a un futuro sustentable.

Sebastián Carenzo

n kilo por día. Esta relación expresa, en promedio, la cantidad de residuos generados por habitante en el área metropolitana de Buenos

Aires. Así, diariamente más de trece millones de kg de residuos deben ser dispuestos en algún sitio. La magnitud intimida. Trece millones de lo que sea es mucho, pero si es basura parece aún más. Resuena la advertencia lanzada por Mary Douglas sobre el atávico sentido de peligro asociado a todo aquello clasificado como “suciedad” y su consecuente traducción en operaciones de segregación y limpieza1. De allí que los sistemas de gestión de residuos modernos, recuperan principios elaborados por el higienismo de comienzos del siglo XIX: circunscribir, contener y alejar miasmas y basuras en periferias y márgenes de los centros urbanos.

El diseño estructural del sistema vigente en la metrópolis porteña fue obra de la última dictadura cívico-militar. La creación en 1978 de la empresa público-privada Cinturón Ecológico del Área Metropolitana Sociedad del Estado (CEAMSE)2 permitió concentrar la disposición final de los residuos generados en la Ciudad de Buenos Aires y los veintiocho municipios bonaerenses circundantes en rellenos sanitarios localizados sobre áreas bajas. La planifi-cación castrense aseguraba que estos sitios se convertirían luego en áreas parquizadas para esparcimiento y que el nue-

* Sebastián Carenzo. Doctor en Antropología Social

(Universidad de Buenos Aires) e Investigador Adjunto del CONICET. Es coordinador editorial de la revista

Cuadernos de Antropología Social (FFyL-UBA). Sus investigaciones más

recientes se focalizan en el abordaje etnográfico de la materia descartada.

U

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vo sistema tendría 100 años de vida útil.3 Sin embargo, una inadvertida resistencia al régimen encarnada en la basura terminó opacando en pocos años la pátina ecologista que barnizaba el sistema proyectado.4 Los parques arbolados nunca brotaron de la basura. En cambio, crecieron los rellenos. Como la orogénesis residual que generó un relleno de más de 30 metros de altura en González Catán. Esta no ha sido la única transformación originada en aquel período cuyos efectos se prolongaron avanzada la etapa democrática. El decreto-ley 9.111 crea el CEAMSE y dispone también la prohibición del cirujeo. Una vez depositada en la vía pública la basura resultaba propiedad del municipio, confiriendo la potestad de su manipulación exclusivamente a las empresas privadas de recolección que licitaban el servicio. Con la norma, cirujas y botelleros pasaron a revistar como categorías delincuenciales, pudiendo ser detenidos y demorados en comisarías. ¿El delito? Robar peso, ya que el nuevo sistema se organizaba comercialmente en kilos. Empresas de recolección que cobraban por kilo recolectado y transportado, al igual que el CEAMSE por su enterramiento. Resta señalar que con el pasaje a manos privadas, la recolección comenzó a realizarse durante la noche, volviendo menos evidente la labor de camiones y recolectores en el espacio público.

En este marco se forjó durante las últimas tres décadas nuestra relación con la materia descartada. Casi imperceptiblemente fuimos disciplinando nuestros hábitos sanitarios domésticos. La basura se saca de noche. Antes sobre la vereda al pie del árbol, más recientemente dentro del contenedor, esta modalidad de descarte de los residuos fue sedimentando en rutina, tornándose lentamente irre-flexiva. Nos acostumbramos a que la basura desaparezca, literalmente, de la noche a la mañana. La bolsa de residuos se esfumaba sin dejar rastros sensibles, favoreciendo la invisibilización social de su tránsito y destino. Esto contras-taba con aquello que ocurría en la etapa inmediatamente previa al CEAMSE, cuando las fachadas de Buenos Aires se cubrían de un persistente hollín difuminado a la atmósfera por cientos de miles de incineradores de edificios donde se quemaban los residuos. Las densas columnas de humo negro y el molesto tizne resultante, actualizaba día a día el carácter problemático de la gestión de la basura. Final-mente los incineradores fueron prohibidos en 1977 como parte de la política de saneamiento ambiental impulsada por el gobierno de facto, luego vino el CEAMSE. Desde entonces y por décadas nuestro vínculo con la materia descartada estuvo modelado por su aséptica desaparición nocturna en manos de recolectores privados. La facilidad y (aparente) inocuidad que envolvía el descarte cotidiano de residuos coadyuvó decisivamente para invisibilizar magnitu-des y para despojar al sector doméstico del sentido de la responsabilidad frente a un tema que incumbe a la sociedad en su conjunto. Volvamos entonces a los millones de kilos diarios de residuos y la paradojal lógica que sostiene su gestión: el crecimiento sostenido del volumen de residuos

generados no representa un grave problema socio-ambiental, sino un formidable negocio para un puñado de empresas. Afortunadamente dos fenómenos concurrentes configuraron el hecho maldito que permitió arrojar algunos destellos de reflexividad en una sociedad confortablemente adormecida a la hora de pensar(se) en relación con los desechos.

El carácter performativo del hecho maldito El colapso del sistema de rellenos, la reacción social

asociada y la irrupción del fenómeno cartonero resultan fenómenos profundamente conectados; no tanto a nivel de la base social que los sostiene, sino por su efecto in-terpelador sobre la agenda pública vinculada a la gestión de residuos.

Las denuncias por contaminación y afectación de la salud y el hábitat elaboradas desde distintos colectivos sociales en perjuicio del sistema de rellenos, promovieron su clausura en Villa Domínico, Ensenada y parcialmente en Gonzalez Catán. En consecuencia, el único actualmente operativo es el “Complejo Ambiental Norte III”, localizado en José León Suárez. Sin embargo, su capacidad original está rebasada y los pronósticos más optimistas estiman que su vida útil podría extenderse unos cinco años más. La situación resulta aún más crítica, ya que las sucesivas gestiones de gobierno no pudieron habilitar nuevos rellenos debido a la oposición vecinal que aflora intempestivamente ante el mínimo rumor. Conocidas como protestas “NIMBY” (Not In My BackYard: no en mi patio trasero) refieren a disputas en torno a la distribución social de las externalidades negativas de estas instalaciones. Los bene-ficios de la localización de infraestructura sanitaria resultan difusos, al extenderse al conjunto de la población en un amplio territorio; mientras que sus efectos negativos se concentran en el espacio local circundante al emplaza-miento. Destaco dos lecturas posibles y en tensión. Por una parte, resulta difícil restar legitimidad a la conflictividad que suscita un posible nuevo relleno si atendemos a la experiencia de sufrimiento de sus moradores cercanos –de sectores populares, siempre– acicateada por olores nauseabundos, erupciones cutáneas y carcinomas. Por otra, resulta igualmente difícil obviar una problematización de la virulenta reacción anti-CEAMSE, si consideramos que frecuentemente está sostenida por argumentos en torno a la potencial amenaza a un estilo de vida que deja por fuera una reflexión seria en torno a la responsabilidad colectiva en el crecimiento sostenido de la producción de residuos. Fenómeno vigorizado por el mayor acceso al consumo en todos los estratos sociales. Desde una mirada situada en el contexto metropolitano, la idea de basura cero resulta un slogan atractivamente vacío, desvinculado de un anclaje empírico alcanzable en el corto o mediano plazo. Una significativa porción de los residuos secos que podría

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reutilizarse y/o reciclarse no tiene mercado, mientras que aun cuando pueda aprovecharse la fracción húmeda (para compost o energía) debe ser dispuesta en algún sitio. Es imperioso contar con tecnologías superadoras de los rellenos tal como los conocemos, así como reducir el volumen de residuos enterrados. Pero la incómoda verdad es que los necesitamos y que nuestro margen de maniobra para generar respuestas creativas y movilizar voluntades políticas entró, hace rato, en tiempo de descuento. Con sus múltiples aristas y contradicciones la crisis de los rellenos ha impactado en medios masivos y agendas de gobierno. Desde allí ha contribuido decididamente a abrir brechas en el sentido común sedimentado en una lánguida y anodina desresponsabilización colectiva.

Con el nuevo siglo, y en forma concomitante, el fenómeno cartonero irrumpió en la escena pública reforzando y amplificando este efecto interpelador. La recuperación de materiales de la basura –plásticos, papel, cartón, vidrio, etcétera– permitió impugnar su acepción naturalizada como materia inútil posconsumo. Al cartonear en la calle, de día, construyendo vínculos con vecinos-clientes; estos sujetos disputan las claves de organización del sistema oficial de gestión de residuos modelado en la (a)sociabilidad y el ocultamiento. A través de sus curtidas manos, resucitan desechos en una nueva vida social, cargándolos de sentidos, sosteniendo y/o produciendo vínculos e identidades. Siguiendo a Appadurai, esto se lograba operando una desviación respecto de la ruta establecida en la biografía de la materia descartada. Al hacerlo evidencian la tensión que envuelve su pasaje a través de diferentes regímenes de valor5. Doy más precisiones. En el sistema oficial operado por las empresas de higiene urbana y el CEAMSE la valorización se deriva de la fungibilidad de la basura y su realización está garantizada por la creación de stocks vía enterramiento masivo. En contraste, la producción de valor económico en el circuito no oficial es resultado de la (re)mercantilización de la materia, reactualizando su valor de cambio aun después de desechada. La realización del valor depende entonces del flujo más que del stock ya que, una vez clasificados y acondicionados, los materiales prosiguen diversas rutas como insumos fabriles tanto en circuitos locales como globales.

Aquí radica el aporte sustancial realizado por los cartoneros. Sin desvío no hay reciclaje como posibilidad en abstracto, pero sin clasificación (los materiales en tipos y componentes) no existiría el reciclaje como práctica anclada empíricamente. La conversión de basura en materiales no puede disociarse de su trabajo, encarnando el pasaje entre regímenes de valor. Con ello la misma materia (antes como basura y luego como material) se inscribe en otro entramado de relaciones sociales, en otro circuito productivo, en otras formas de nominarla y relacionarse con ella. El trabajo cartonero desborda entonces una in-terpretación economicista. Volviendo a Douglas, clasificar los materiales implica reordenar el caos abigarrado,

descontaminar, producir pureza, restar peligro. Para de-cirlo sin ambages, los cartoneros contribuyeron medular-mente a elaborar (y socializarnos) en una nueva cultura material de los desechos. En términos de Daniel Miller, su práctica cotidiana objetifica6 brinda soporte material a un desplazamiento cognitivo central para problematizar el carácter irreflexivo, opaco y rutinario de nuestra relación con ellos.

Energía(s) (in)visibilizadas

Un tercer fenómeno básicamente focalizado en ámbitos de gobierno, corresponde a la multiplicación de propuestas de aprovechamiento de la basura con fines energéticos. Para ello recurren a un variado rango de tecnologías que apuntan al empleo de residuos como combustibles, incluyendo desde la incineración convencional a proce-dimientos más complejos como gasificación, pirólisis y arco de plasma. Dados los efectos comprobados o el alto nivel de incertidumbre respecto de su impacto socioambiental, ninguna de ellas goza de aceptación social extendida. La emisión de gases y cenizas tóxicas, así como su contri-bución al calentamiento global, eluden su etiquetamiento como tecnologías “verdes” o “renovables”. Del mismo modo, son resistidas por las organizaciones de cartoneros y recuperadores, ya que compiten directamente con ellos al quemar materiales que podrían reciclarse y/o reutilizarse. Sin embargo, existe una tecnología de aprovechamiento energético que encuentra amplio consenso, tanto entre activistas verdes como funcionarios públicos y empresarios: la generación de energía eléctrica por combustión, pero aprovechando el gas metano liberado por la biodegradación anaeróbica de residuos enterrados en rellenos. El empleo de este biogás como fuente de energía alternativa está contemplado dentro del mecanismo de desarrollo limpio establecido por el protocolo de Kyoto, acuerdo promovido por Naciones Unidas para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero que causan el calentamiento global. La Unión Europea marca tendencia, en tanto el 30% del biogás aprovechado proviene de la desgasificación de rellenos, aunque también China, México, Estados Unidos y Brasil presentan firmes avances en esta línea.7

En José León Suarez existe. Efectivamente, una flamante planta aprovecha el metano generado en el relleno sanitario localizado en el Complejo Sanitario Norte III para producir energía eléctrica. Las Centrales San Miguel y San Martín alcanzan una capacidad instalada de 18,8 megawatts (MW) equivalente al consumo de aproximadamente 28.000 habitantes, mediante conexión directa a la red de Edenor. Las obras iniciadas en 2010 demandaron una inversión de varios cientos de miles de pesos asignados por licitación pública de ENARSA, de la que resultó bene-ficiaria Enerco2, la empresa del Grupo Roggio dedicada a la producción energética de fuentes renovables. Ecoayres y

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Central Buen Ayre, las empresas que gestionan el complejo, participan incluso en el selecto grupo que opera en el mercado de bonos de carbono, una reverdecida fuente de lucro en un mercado por demás intangible. Pero este es otro tema.8 Las plantas son “el tema”, o vienen siendo instaladas como tales, en un amplio rango de medios y soportes discursivos, cuyo común denominador está dado por la relevancia otorgada a cifras y terminología técnica. Categorías como termovalorización, megawatts, reactores limitadores, manifolds, borneras de contraste, pueblan las líneas de crónicas y artículos. Una nota reciente dirigida al público general desde el sitio web de CEAMSE, describe en referencia a la planta: “A continuación del sistema Kelburn se ha instalado un filtro BGAK (biogás AutoKleen) de PpTek.”. El empleo saturado de un argot especializado hipertécnico, no resulta una apuesta ingenua, sino que hace a la construcción de una estética particular que dota de cientificidad y complejidad a la gestión de residuos. Así como estas piezas periodísticas informan, también definen y segregan un campo de prácticas, un conjunto de actores legitimados para actuar en él. La gestión de los residuos se presenta como una cuestión técnica, como si pudiéramos espejar la situación los países centrales que cierta literatura fija como estandarte.9 Aquí la discusión es otra. Además de hombres de gobierno y ambientalistas, tenemos “cartoneros” que se ganaron la posibilidad (aún disputada) de participar en la discusión pública sobre la gestión de residuos a fuerza de trabajo y lucha. Por lejos son quienes más han contribuido a mitigar la bomba de tiempo que constituye un sistema de rellenos sobresaturado. Incluso, al recuperar cientos de miles de toneladas de materiales para su reutilización y reciclado, aportaron a la drástica reducción de emisiones de gases de efecto invernadero. Sin embargo, ninguno de ellos cobra bonos de carbonos por esta labor de efectos planetarios. Y eso que también gestionan plantas.

En José León Suarez existe reloaded. A escasa distancia

de las centrales térmicas y dentro del mismo Complejo Norte III se levantan las denominadas “plantas de separación y clasificación de residuos”. Agrupadas en el “Reciparque” de la CEAMSE, se trata de doce galpones que alojan cientos de trabajadores que operan una rudimentaria maquinaria para la clasificación y acondicionamiento de los residuos provenientes de la recolección domiciliaria. Del total, ocho son sociales, es decir gestionadas por organi-zaciones de base, y cuatro, por empresas privadas. La población que trabaja en ellas es la misma: habitantes de las barriadas populares que se fueron instalando a fuerza de ocupaciones de tierras en los bajos inundables que rodean al complejo del CEAMSE, incluso sobre antiguos vertederos a cielo abierto.10 Al igual que cartoneros y quemeros11 alimentan cotidianamente el circuito comercial e industrial del reciclado dispensando energía metabólica. Jalonado en turnos de ocho horas, cada operario/a flaquea los laterales de una cinta transportadora elevada a unos tres metros del suelo.

Su misión es recuperar una o dos clases de materiales reciclables entre la basura mezclada que se desparrama sobre la cinta. Aquella materia que no es recuperada (restos de poda y alimentos, pañales y apósitos, animales muertos, etcétera) cae desde la cinta a un contenedor para ser finalmente enterrada. Aun en estas condiciones, conviviendo con la materia en descomposición, el trabajo en las plantas va modelando un expertice clasificador que dota de habilidades para distinguir, por ejemplo, entre los diecisiete tipos de plásticos empleados en la fabricación de artículos de consumo masivo. Un oficio emergente que de a poco va afianzando su lugar entre categorías laborales de raigambre más profunda como el servicio doméstico y la albañilería. Esta “cultura material en acto”12 requiere (in)corporar disposiciones sensomotrices que afinen los sentidos, requisito sine qua non para reconocer y clasificar materiales; pero también otras que inhiban o atenúen el registro sensorial, permitiendo sobrellevar largas horas en contacto directo con restos en descomposición. La materia manipulada pierde condición de exterioridad para in-corporarse en las personas, delineando gestos, cuerpos, movimientos y subjetividades. El olor y la mugre resultan inherentes a la clasificación como tecnología encarnada.

En José León Suarez all together. En idéntico territorio

conviven tres experiencias que vinculan residuos y energía. Me corrijo. En realidad son tres modelos para pensar y hacer en torno a esta relación. El primero se funda en una concepción que a todas luces se revela insostenible: aquella que genera dinero de la dilapidación de recursos reci-clables, sostenida en una desresponsabilización colectiva respecto de la genealogía del sistema en su conjunto. En contraste, las dos restantes proponen desplazamientos troncales a esta perspectiva. Reaprovechar fuentes de energías, reciclar materiales, en suma: retroalimentar pensamiento y acción para abrir brechas en el sentido común y para dejar en claro que el cambio urgente es una responsabilidad colectiva. Esto es un hecho. Las plantas térmicas y las plantas sociales lo son. Sólo que, en rigor de verdad, las últimas resultan la imagen especular invertida de las primeras.

“Única en su tipo en el país y una de las tres mayores en Sudamérica”, rezaba la nota en una revista de negocios eco-friendly13. La hipervisibilización de las plantas térmicas, destacando su parafernalia técnico-instrumental, los mi-llones invertidos, los desafíos ingenieriles superados, reactualizan su ascendente totémico en el imaginario de una sociedad que –como bien apunta Christian Ferrer– reconoce un particular goce en el “snobismo tecnológico” que garantiza la “modernidad a toda costa”14. Sin embargo, el crudo reverso de estos brillos se revela en las plantas vecinas, precarizadamente sociales, tecnológicamente vetus-tas, que remiten vergonzosamente a un taylorismo pri-mitivo para organizar la clasificación de residuos. Hecho presentado como un logro de las políticas públicas de

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BOCA DE SAPO |16. Era digital, año XV, abril 2014. [ENERGÍA] Carenzo, p.50.

formalización de cartoneros/as y quemeros/as. Eso sí, en este caso no hay discurso mediático, ni fotos, ni argot técnico, ni cifras millonarias, ni proyecciones a futuro, y menos una mínima referencia a su enorme (y cotidiana) contribución socio-ambiental.

Lejos del charme de las grandes obras de infraestructura y su estética modernizadora, las plantas sociales navegan cansinas como barcazas oxidadas de otra época, pese a su botadura reciente. En ellas no se genera, se quema energía. Más precisamente cientos de personas organizadas en turnos consumen su energía vital en hacer el trabajo que podríamos realizar en casa (separación en origen) y que el Estado debería garantizar como servicio público esencial (recolección diferenciada) reconociendo de este modo (económicamente también) la contribución ya histórica del trabajo cartonero. Esto es, no solo disminuir el volumen de residuos enterrados indolentemente, sino principalmente desfetichizar la gestión de los residuos en la metrópoli. Ponerle cara, cuerpo y nombre a la enorme cantidad de trabajo humano requerida para que la materia descartada se degrade, se recicle, se transforme.

Lo siento. Papá Noel no existe y la bolsa de basura no desaparece

al tirarla en el contenedor de la esquina.

1 Douglas, Mary. Pureza y peligro: un análisis de los conceptos de contaminación y tabú. Madrid, Alianza, 1973. 2 Luego cambió a su nominación actual: Coordinadora Ecológica del Área Metropolitana. 3 Schamber, Pablo - Suárez, Francisco. Recicloscopio: Miradas sobre recuperadores urbanos de residuos en América Latina. Buenos Aires, Prometeo, 2007. 4 La contaminación de aire y agua (por filtración de lixiviados) en barrios circundantes dio lugar a denuncias penales y movimientos de protesta que llegaron a forzar el cierre definitivo de algunos de estos sitios. 5 Appadurai, Arjun. La vida social de las cosas: Perspectiva cultural de las mercancías. México, Grijalbo, 1991. 6 Miller, Daniel. Material culture and mass consumption. Oxford, Basil Blackwell, 1987. 7 Cerdá, Emilio. Energía obtenida a partir de biomasa. Cuadernos Económicos del ICE, Nro. 83, 2012. 8 Las reducciones de emisiones de Gases de Efecto Invernadero se miden en toneladas de CO2 equivalente, y se traducen en Certificados de Emisiones Reducidas (CER). Un CER equivale a una tonelada de CO2 que se deja de emitir a la atmósfera y puede ser vendido en el mercado de carbono a países Anexo I (industrializados, según protocolo de Kioto). Los tipos de proyecto que pueden aplicar a una certificación son, por ejemplo, generación de energía renovable, mejoramiento de eficiencia energética de procesos, reforestación y limpieza de lagos y ríos. 9 Incluso este mismo sesgo puede identificarse en la recuperación vernácula de perspectivas críticas elaboradas en el hemisferio norte. Una notable excepción está dada por el trabajo de Gisela Heffes que además de proponer una lectura situada de la perspectiva “ecocrítica”, elabora una nueva episteme recurriendo a representaciones visuales, textuales y artísticas latinoamericanas. Ver, de esta autora: Políticas de la destrucción / Poéticas de la preservación. Apuntes para una lectura (eco)crítica del medio ambiente en América Latina. Serie Ensayos críticos. Buenos Aires, Beatriz Viterbo, 2013. 10 Cross, Cecilia. “Vulnerabilidad social e inempleabilidad: Reflexiones a partir del estudio de un programa de reciclado de residuos sólidos urbanos” en: Trabajo y Sociedad, Nro. 21, 2013. 11 Las personas que ingresan al relleno para abastecerse de materiales se denominan quemeros/as dado que antiguamente los residuos se incineraban en lo que se denominaba la quema. 12 Julien, Marie-Pierre; Rosellin, Céline; Warnier, Jean-Pierre. “Pour une anthropologie du matériel” en: Julien, Marie-Pierre; Rosellin, Céline. Le sujet contre les objets... tout contre: Ethnographies de cultures matérielles. París, C.T.H.S, 2009. 13 Revista Futuro Sustentable. Año 8, Nro. 48, 2012. 14 Ferrer, Christian. Mal de Ojo: El Drama de la Mirada. Buenos Aires, Colihue, 2005.

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La Prensa en los tiempos revolucionarios

Tres fuentes de energía en los orígenes

de las naciones latinoamericanas

Las letras, lo nuevo y las ideas son tres vectores a través de los cuales los letrados-periodistas canalizaron la fuerza del entusiasmo en el momento del nacimiento de las naciones latinoamericanas. El uso de la palabra se aleja de los postulados de la Razón y se acerca más al “arte de inflamar” para movilizar transformaciones políticas y culturales en la estela de la Ilustración y del Romanticismo. Se consolida así una forma de coacción retórica propiamente moderna que marca el tono de la prensa hispanoamericana de las primeras décadas del siglo XIX.

Víctor GoldgeL * Víctor Goldgel Carballo es licenciado en Letras por la Universidad de Buenos Aires y doctor en Literaturas Hispánicas por la Universidad de California-Berkeley. Es autor de Cuando lo nuevo conquistó América (2013), ganador del Premio Iberoamericano 2014 al mejor libro sobre Latinoamérica en el área de las Ciencias Sociales y Humanidades otorgado por la Latin American Studies Association. Ha sido becario del Social Science Research Council y de la Biblioteca del Congreso de los EE.UU. Se desempeña como investigador y docente en la Universidad de Wisconsin-Madison. Lo que sigue es una adaptación de diferentes fragmentos de Cuando lo nuevo conquistó América. Buenos Aires, Siglo XXI Editores, 2013.

. Las letras Energizar a sus lectores, o por lo menos evitar que se

duerman: he ahí uno de los grandes sueños del escritor. En la Argentina tanto como en otras regiones del continente, este deseo es ya del todo visible hacia comienzos del siglo XIX. Los escritores ilustrados, primero, y los románticos un poco más tarde, se hacen en ese sentido una misma pregunta: ¿De qué manera pueden las letras entusiasmar al público, despertar su deseo de ver el mundo con nuevos ojos, de transformarlo? En 1802, por ejemplo, Juan Hipólito Vieytes enfatizaba su voluntad de “inflamar” los corazones de los lectores a través de la publicación de su Semanario de Agricultura, Industria y Comercio. “¡Triste situación que mantendrá a nuestra América en la infancia por un tiempo ilimitado”, exclama, al observar la apatía reinante en la campaña, “si de común acuerdo no ocurrimos a inflamar el corazón del labrador haciéndole recordar del letargo en que le ha sepultado su inacción!”1 La “infancia” y el “letargo” en que vegeta la población rural americana, sostiene Vieytes, son signos de su exterioridad con respecto a la historia. Por eso “recordar” significa aquí “despertar”, entrar en el devenir histórico; despertar de la pesadilla de la tradición y el prejuicio. E “inflamar el corazón del labrador” es la única forma de conseguirlo. Las

1

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letras ocupan así una posición paradójica: son, a la vez, algo hacia lo cual los campesinos se muestran absolutamente indiferentes y aquello que va a poner fin a esa indiferencia; constituyen, al mismo tiempo, la “cocaína moral” de la que hablará a fin de siglo Dom Casmurro en la novela homónima de Machado de Assis y algo que puede hacer “bostezar”, como temen Esteban Echeverría y Juan María Gutiérrez al publicar tres décadas más tarde su periódico El Recopilador. La paradoja sólo se resuelve si agregamos a la ecuación una dimensión pasional o afectiva: así como para ver es necesario querer ver, despertar exige tener el ánimo para hacerlo.

La escritura, en ese sentido, debía no sólo confiarse a la todopoderosa Razón, sino también apuntar a las pasiones. Lo peor que puede suceder en los campos argentinos, señala Vieytes, es que los lectores se queden “en una fría expectación”. La “revolución” en las formas de vida de la campaña, les aclara, “no conocerá a otro autor que a vuestro celo y a vuestro amor patriótico”. De esta manera, los periodistas de la Ilustración sientan las bases de una retórica del entusiasmo que marcará el tono de gran parte de la prensa hispanoamericana, durante décadas saturada de invocaciones, signos de exclamación y gritos de guerra. La fuerza divina que, según los griegos, arrobaba a las sibilas mientras daban sus oráculos (la palabra ενθουσιασμός / enthousiasmós, implica que se tiene un dios adentro: “en” + “theós”), y que desde Sócrates hasta los románticos se asociaría al genio y la inspiración del artista, exaltó también las mentes de los periodistas.

Si en el mundo protestante el entusiasmo había sido durante el siglo XVIII sinónimo de fanatismo religioso, en los periódicos hispanoamericanos, en cambio, el concepto se asociaba al patriotismo. En cuanto fenómeno pasional o afectivo, el entusiasmo excedía los límites de la razón, por lo que se lo consideraba tan necesario como peligroso: si bien tenía el poder de transportar (un verbo vinculado a las teorías de las emociones del siglo XVIII), también podía perder al sujeto. Como señala en Buenos Aires El Recopilador: “Sin el entusiasmo, es verdad, existirían pocas cosas grandes, mas entregado a sí mismo él arrastra hacia un mundo de ilusiones y fantasmas”.2 Los doctores Manuel Hurtado de Mendoza y Celedonio Martínez Caballero, de hecho, lo definen en 1821 como “vida aumentada del cerebro”, esto es, como una “patología moral” muy semejante a la manía. Y, aunque admiten que procede de un “principio noble” (la admiración por lo bello, la virtud, la religión, etc.) y que, por lo tanto, las “almas baxas y comunes” son incapaces de sentirlo, enumeran también los mejores métodos para curar los casos extremos (viajes, baños, bebidas temperantes y, sobre todo, sangrías: “Los entusiastas, sangrados abundantemente […] han dejado de entusiasmarse”).3

2. Lo nuevo

Ahora bien, ¿a qué debían los periódicos y las letras su capacidad de estímulo? Uno de los principales componentes activos de esa “cocaína moral”, me gustaría sugerir, era lo nuevo. El poder de la literatura para “inflamar el corazón” y así hacer “conocer y discernir”, en efecto, estaba en consonancia directa con el ascenso de lo nuevo en el sistema axiológico de la época. Ya presentes en los textos de la Ilustración, las reflexiones acerca de la cualidad estimulante de las letras, de su capacidad de entusiasmar (o coaccionar) y hacer ver el mundo con nuevos ojos, se extienden, de hecho, hasta muy entrado el siglo. En la década de 1870, por ejemplo, Juan María Gutiérrez elogia las ideas estéticas de su compañero de juventud, Esteban Echeverría, indicando que los ensayos literarios de este “no son la exposición únicamente de una nueva estética. […] son, en realidad, el desarrollo de uno de los medios con que el autor se proponía producir un sacudimiento y una transformación en el pueblo aletargado por la tiranía”.4 El “letargo” del que habla Gutiérrez ya no es el de los “siglos de oscuridad” previos a la era de las Luces sino el impuesto por la represión política de Juan Manuel de Rosas, pero las imágenes de las que se vale para referirse a él son parte de esa tradición retórica copiosamente desplegada por los periódicos de la Ilustración. La “nueva estética” de Echeverría, la del romanticismo, era en sí misma un producto de la tradición letrada del estímulo al lector. Y el carácter estimulante de las letras derivaba, precisamente, de su novedad, esto es, de su vínculo privilegiado con el presente y de su capacidad de romper con el “letargo”.

En ese sentido, los periódicos ilustrados están en el origen de una forma de coacción retórica propiamente moderna, sustentada en un sistema de valores en el que lo nuevo ocupa una posición de privilegio. Escribe Vieytes: “Ya por fin se ha conocido que la agricultura es la primera, la más noble y la más indispensable ocupación del hombre”. “Ya es llegado el tiempo”, insiste pocas líneas más abajo.5 A la pregunta subyacente de por qué deberían aceptarse las nuevas ideas, el letrado de la Ilustración responde apelando a su utilidad, pero también responde “por fin”. Se insinúa así un desplazamiento que habrá de cobrar más y más peso con el correr del siglo, según el cual el porqué empieza a buscar su respuesta en el por-venir, que a su vez se fundamenta como negación del pre-juicio.

Esta temporalización del valor, indispensable para hacer ver el mundo con nuevos ojos, para lograr que lo nuevo fuese apreciado, tendría no pocas consecuencias. Para ir del tiempo del prejuicio al presente de la Razón fue preciso poner en funcionamiento un protocolo de legitimación (el discurso del progreso, podríamos llamarlo) que fundamenta el valor en el paso del tiempo y que concibe la novedad como mejora. Lo que hoy parece natural, señala Vieytes, fue primero combatido “por todo el peso de la

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ciega costumbre”.6 Y al admitir que las ideas novedosas están destinadas a ser vistas en el futuro como naturales, primero, y luego como prejuicio –en otras palabras, al aceptar que la razón y la verdad habitan en el porvenir–, el discurso ilustrado prepara el terreno para una novedad capaz de justificarse a sí misma, y a partir de la cual el moderno “por fin” adquiere esa inagotable validez que lo caracteriza hasta nuestros días. 3. Las ideas

Una vez iniciados los procesos independentistas, la preocupación por inflamar el corazón del pueblo empezó a estar muy vinculada con la discusión política, lo cual le dio un cariz nuevo a la voluntad de los periódicos de inscribirse en la tradición ilustrada y de estimular las mentes del pueblo. En Buenos Aires, el Mártir o Libre afirma en 1812 que la peor “peste” que puede apoderarse de una sociedad es la indiferencia por el bien público. En este sentido, el estímulo social al que el periódico busca contribuir se asemeja a una terapia de shock: “un repentino estremecimiento”.7 El mismo año, La Aurora de Chile publica “Del entusiasmo revolucionario”, un artículo en el que se lo define como “un fuego, que no sé si es el amor sublime de la patria, el odio exaltado de la tiranía o el de-seo heroico de gloria”.8 Ya desde sus títulos los periódicos de las primeras décadas del siglo se presentan como de-sengañadores, auroras, despertadores y gritos. Quizá valga la pena recordar, además, que en esos años la prensa periódica era muchas veces leída en un novedoso espacio de sociabilidad y de estimulación pública, a su vez organizado en torno a la ingesta de un estimulante: el café.

Este entusiasmo por lo público y por las formas que la política hispanoamericana había empezado a adquirir a partir de 1808 parecía ser, en efecto, revolucionario. Pero ¿fue la revolución un producto del entusiasmo por las “nuevas ideas”? De ningún modo, señalan una y otra vez los historiadores; que la Ilustración haya sido la causa de las independencias hispanoamericanas no es más que un mito. Innumerables autores han reiterado este tipo de perspectiva: las nuevas ideas habían circulado por el territorio americano sin que a nadie se le ocurriera identificarlas con puntos de vista radicales (Halperín Donghi); la difusión masiva de las nuevas ideas no fue la causa de la crisis del orden colonial sino una de sus consecuencias (Fradkin y Garavaglia); fue la ruptura con España lo que hizo posible que las ideas adquirieran un sentido nuevo.9 Pero la tradición de refutar el carácter intrínsecamente revolucionario de las nuevas ideas no se explica sólo por la necesidad de someter la buena voluntad intelectual (“las ideas no se matan”) a alguna clase de contrastación empírica, ni por la prevalencia de una

perspectiva teleológica que nos lleva a ver en el pasado sólo la anticipación de lo que ocurrió después. Si seguimos sintiendo que, pese a todo, las ideas tienen su propia fuerza (“Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedras”, secunda Martí a Sarmiento), es porque reconocemos la existencia de una serie de problemas que persisten, que incluyen tanto el de nuestra concepción plural, dinámica e históricamente fluctuante de lo que es una “idea” –de su existencia social, de su capacidad de convencer o estimular, de su peso político–, como el de esa lógica del entusiasmo y la “inflamación”, ya evidente en los periódicos ilustrados, cuya importancia no puede ser desestimada por el simple hecho de que no sepamos cómo analizarla.

Lo cierto es que, hacia comienzos del siglo XIX, los hispanoamericanos empezaron a concederles a las ideas una capacidad de transformación social de la que antes habían carecido y que el entusiasmo que las rodeaba tuvo, a partir de entonces, fuertes implicaciones políticas. Hasta ese momento, se limitaban a reflejar la realidad y contribuir a un conocimiento más acabado del mundo; lo que no hacían, lo que nadie pensaba que pudieran hacer, era producir revoluciones políticas o sociales. En el mundo hispánico, las nuevas ideas se volvieron revolucionarias a partir de la crisis de soberanía provocada por Napoleón y de los consiguientes procesos revolucionarios. Esto no significa, insistamos, que antes de las revoluciones las ideas carecieran de capacidad de estímulo, sino que sus efectos estimulantes no parecían afectar demasiado la esfera la política. Tras el inicio del ciclo revolucionario, en cambio, se levanta un verdadero tsunami de lamentaciones, con el cual los hispanoamericanos se suman a una tradición vuelta célebre por la Revolución francesa. Las nuevas ideas se habían vuelto peligrosas al escapar de la mente de los filósofos y demostrar que podían tener consecuencias prácticas.

No es de extrañar que el “espíritu novador” que se asocia con las revoluciones fuese atacado con especial dureza por el bando español. En 1815, después de que Chile se viese reconquistado, el obispo de Santiago se refería a la época revolucionaria no ya en términos de entusiasmo sino de “ese frenesí rabioso por salirse de la esfera de la Ley”, de ese “empeño de la subversión, del transtorno [sic] y ruina de la Religión y del Estado” y, en suma, de esa “sacrílega manía del espíritu novador”.10 Algunos meses antes, la Gazeta había vinculado los trastornos políticos con el gusto por lo nuevo, al acusar a los argentinos del incendio revolucionario que se extendió en Chile con líneas a su vez devastadas por las erratas: “O! Argentinos altivos, e insconstantes! Oh! espíritus hijos de un clima todo fuego, todo llamas! Vosotros os señoriasteis del candoroso […] Chile, y le persuadisteis cuantas falsedades y quimeras inventó vuestro genio sagaz, y naturalmente novedoso. Oh!”11 Las críticas a la de-sestabilización política causada por la prensa adquirieron tanta presencia que en 1828 un periodista de Buenos Aires

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podía afirmar que, sin duda, “Caín leía periódicos en el paraíso terrenal”.12

Desde este punto de vista, la hermandad entre palabra impresa y razón postulada por teóricos como Benedict Anderson y Jürgen Habermas en relación con la prensa queda bastante cuestionada, así como también el estereotipo del letrado como guardián y administrador del orden de los signos. En la lucha entre civilización y barbarie, los letrados-periodistas de la época no siempre estaban del lado de la primera. Recordemos el epíteto que Juan B. Alberdi le endilga a ese supuesto paladín de la civilización que fue Sarmiento: “gaucho malo” de la prensa. Como parte de la misma polémica con Sarmiento, Alberdi denuncia el uso del “calor” y el “arte de inflamar” por parte de los periodistas, a quienes llega a comparar con “esos seductores que hacen madres a las niñas honestas”, y se distingue de ellos de manera tajante: “No trafico yo con el calor, es cierto; no vendo entusiasmo”.13

1 Semanario de Agricultura, Industria y Comercio, “Prospecto”, 1802, p. V. 2 El Recopilador, nº 14, 1836, p. 106. 3 Hurtado de Mendoza y Antonio, Manuel y Celedonio Martínez Caballero. Suplemento al diccionario de medicina y cirugía del profesor D. Antonio Ballano. Vol. 2. Madrid: Viuda de Barco López, 1821, pp. 26-27. 4 Echeverría, Esteban. Prosa literaria. Comp. y prólogo de Roberto F. Giusti. Buenos Aires, Estrada, 1955, p. 130. 5 Semanario de Agricultura, Industria y Comercio, “Prospecto”, 1802, p. III. 6 Semanario de Agricultura, Industria y Comercio, nº 4, 13/10/02, p. 28. 7 Mártir o Libre, nº 8, 18/5/12, p. 63. 8 La Aurora de Chile, nº 31, 10/9/12, p. 2. 9 Halperín Donghi, Tulio. Historia contemporánea de América Latina. Madrid, Alianza, 1980 [1969], p. 77; Fradkin, Raúl - Garavaglia, Juan Carlos. La Argentina colonial. El Rio de la Plata entre los siglos XVI y XIX. Buenos Aires, Siglo XXI, 2009, pág. 198; Palti, Elías J. El tiempo de la política. El siglo XIX reconsiderado. Buenos Aires, Siglo XXI, 2007, p. 43. 10 Gazeta del Gobierno de Chile, 16/2/15, p. 153. 11 Ibid., 24/11/14, p. 18. 12 El Diablo Rosado, nº 2, 14/4/28, p. 3. 13 Alberdi, Juan B. – Sarmiento, Domingo Faustino. Las ciento y una. Cartas quillotanas. Buenos Aires, Losada, 2005, pp. 97 y 177-178.

El Núcleo de Estudios sobre Memoria del IDES se complace en anunciar la publicación del primer número de Clepsidra. Revista Interdisciplinaria de Estudios sobre Memoria, con un dossier temático titulado “Testimonio: debates y desafíos desde América Latina” y una conferencia de Maco Somigliana sobre el trabajo del Equipo Argentino de Antropología Forense. La revista es una iniciativa de los/as investigadores/as que integran el Núcleo de Estudios sobre Memoria y, desde 2013, han conformado la Red Interdisciplinaria de Estudios sobre Memoria Social (RIEMS). Directora: Claudia Feld. Secretario de redacción: Santiago Garaño. Coordinadoras del dossier: Alejandra Oberti y Claudia Bacci.

CLEPSIDRA. LA REVISTA DEL NÚCLEO DE ESTUDIOS SOBRE MEMORIA. http://ppct.caicyt.gov.ar/clepsidra

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Testimonio

De la selva al reactor: Una vida ecológica y atómica

Oscar Ángel Beuter * Oscar Ángel Beuter es ingeniero electromecánico. Gerente a cargo de la Gerencia Coordinación Proyectos, Comisión Nacional de Energía Atómica-NASA.

rabajo desde hace cuarenta años en la Comisión Nacional de Energía Atómica. Entré a los veintidós a esta institución que fue hospitalaria para un estudiante de Ingeniería provinciano y pobre, solo en la

Capital. Puedo decir que me formé tanto en la CNEA como en la Universidad de Buenos Aires, donde cursaba la carrera pese a la dificultad de hacerlo paralelamente a una jornada completa de trabajo.

Integrar la Comisión de Energía Atómica fue, más que un sueño logrado, una gran sorpresa. De chico, mientras planeaba el futuro en el largo viaje a caballo que me llevaba desde la chacra a la escuela del pueblo (Cerro Azul, en Misiones, que apenas tenía unos doscientos habitantes por entonces), pensaba en ser algún día ingeniero. Quizá porque me encantaba construir todo: desde máquinas y camiones de juguete hasta casitas donde pudieran vivir seres de escaso tamaño como mis primas y yo. Pero jamás se me pasó por la cabeza que iba a terminar diseñando una instalación atómica completa.

Ya se sabe que Buenos Aires es el París de los provincianos. Por lo menos para mí estaba tan lejos como París. Nacido en 1952, en una colonia rural de alemanes y polacos literalmente perdida en la selva, sin luz eléctrica y con casas que recordaban a las de la familia Ingalls, una ciudad semejante –de la que tanto se hablaba– tenía el aura de los lugares fabulosos. Ni siquiera sabía que allí se había fundado en la década anterior, un organismo destinado al fomento de la energía nuclear en la Argentina. Menos aún podía imaginar que con los años me tocaría ocupar en ese organismo cargos directivos y tomar decisiones.

Mis tareas iniciales fueron como técnico mecánico (me había recibido en la Escuela Técnica de Posadas). Dibujando a mano en el tablero y bajo la guía de profesionales experimentados, me inicié en el diseño de lo que se llama “componentes menores” para el manejo de material nuclear, que necesita de una tecnología especial, sobre todo remota, ya que el contacto directo no es posible debido a la radiación o contaminación. Tiempo después de terminar la carrera, dirigí grupos de CNEA que se dedicaban al mantenimiento de la central nuclear de Atucha I. Una tarea fascinante, porque se trataba de intervenir el corazón mismo de una planta de tanto poder energético, actualizando y reemplazando componentes del núcleo del reactor.

Mi familia y amigos se preocupaban bastante con mi obsesión por este trabajo que juzgaban peligroso, no sin motivos, porque requiere muchísima

T

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BOCA DE SAPO |16. Era digital, año XV, abril 2014. [ENERGÍA] Beuter, p.56.

precisión y cuidado. Pero las medidas de seguridad locales e internacionales para proteger a las personas y al medio ambiente, también son obsesivas y rigurosas. Lo cual no quita que nos sin-tiéramos como una especie de “grupo comando” de la energía atómica, o, según mi mujer, como unos Indiana Jones que en vez de pirámides malditas exploraban reactores. Era parte del encanto de hacerlo, a la edad y con el estado de salud en que todavía se pueden afrontar estos desafíos: se requiere un exigente “apto psicofísico” para ser participante de estos grupos.

La pregunta de cajón que siempre nos hacen a los “atómicos”, pasa por los riesgos que la utilización de esta energía puede representar para la sociedad. En principio, no son mayores que los de otras industrias. Pensemos también que se emplea para todo tipo de aplica-ciones benéficas: la medicina nuclear (las radiografías, la tomografía axial computarizada –TAC–, la tomo-grafía por emisión de positrones –PET–o la resonancia magnética nuclear –RNM–, etc.). Se recurre a ella en la industria para irradiar alimentos (la llamada “pas-teurización fría”) o para hacer, entre otras cosas, estudios de estructuras, de soldaduras; también para el monitoreo ambiental, analizando suelos, agua y aire.

Como fuente de energía eléctrica, la atómica proporciona una potencia enorme instalada en un espacio muy limitado y con una cantidad de com-bustible de pocas toneladas, comparada con la generación por quemado de combustibles convencionales (carbón o petróleo). No daña, como éstos, la capa de ozono ni genera monóxido de carbono. En cuanto a la seguridad, está

cada día más atendida y supervisada, mediante la interacción de todos los países asociados en la IAEA (Agencia Internacional de Energía Atómica, en castellano). La probabilidad de accidentes es sumamente baja, aunque a veces la realidad desbarata todos los cálculos, como en el caso del increíble tsunami que atacó las centrales japonesas hace poco tiempo. Hoy este accidente ya no podría ocurrir porque –luego de la trágica experiencia– se reforzó en la base de diseño la posibilidad de que lo casi imposible llegue a suceder.

Los residuos que se generan en la actividad nuclear se controlan estrictamente, con la contención y la aislación mediante por lo menos dos barreras físicas y sucesivos niveles de guardias especializados; se depositan, luego de cuidadosos estudios, en lugares donde no pueden ser alcanzados por catástrofes naturales o provocadas por el hombre. Tienen además una característica importante: muy bajo volumen, comparados con cualquier otra generación de desperdicios, lo que los hace manejables.

Dediqué mi vida a esta actividad con la satisfacción de poder afirmar que todo cuanto se hace, por las precauciones, protocolos y alta capacitación de los expertos que se ocupan del tema, no interfiere con la preservación del medio ambiente. Estoy absolutamente convencido de que la energía nuclear es un aporte fundamental para el desarrollo, una herramienta clave a la que no debemos negarnos, so pretexto de que pueda causar graves problemas por usos irresponsables. Con ese criterio, la curiosidad intelectual y creativa humana se hubiese detenido en la Edad de Piedra, paralizada por el terror. La responsabilidad es el punto clave, y no se escatiman, doy fe, los esfuerzos para cumplirlo a rajatabla.

Como hijo de chacareros modestos, fui testigo del empeño denodado de mis padres, tíos y vecinos, para que cultivos y animales de granja saliesen adelante en un medio de selva tropical donde la naturaleza era mucho más poderosa que los seres humanos, al menos en la época de mi infancia, con los medios de que se disponía. Lejos de la imagen idealizada que la gente de ciudad suele tener del campo como un paraíso pasivo y sin estrés, puedo decir que había una lucha sin cuartel para adaptar y moldear la naturaleza a los fines de nuestra supervivencia.

Hoy, como profesional, vivo en esa “segunda naturaleza” que es la ciudad, donde cultivo energía mediante la transformación de átomos, a partir de una alta tecnología, y con los mismos objetivos: para que podamos prosperar en ella.

En los dos casos, se trata de perseverancia, protección y habilidad de manejo. Ningún chacarero dañaría conscientemente el medio que le da su sustento y su hábitat. Lo mismo pasa con los que trabajamos para que mejore la calidad de vida dentro de las ciudades. He ahí la cuestión: cómo se hace para convertir a la naturaleza en nuestra aliada, cómo se logra dominar la energía utilizándola para el bienestar y el crecimiento.

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BOCA DE SAPO |16. Era digital, año XV, abril 2014. [ENERGÍA] En foco, p.57.

La Burbuja de Bertold. Diego Agrimbau - Gabriel Ippóliti

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BOCA DE SAPO |16. Era digital, año XV, abril 2014. [ENERGÍA] En foco, p.58.

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BOCA DE SAPO ARTE, LITERATURA Y PENSAMIENTO

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BOCA DE SAPO ARTE, LITERATURA Y PENSAMIENTO 16 ISSN 1514-8351