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El maravilloso viaje de Nils Holgersson Título original: Nils Holgerssons underbara resa genom Sverige Selma Lagerlöf, 1906-1907 Traducción: Carlos Antonio Talavera Ilustraciones: Wilhelm Schulz

El Maravilloso Viaje de Nils Holgersson Rev2

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El maravilloso viaje de Nils HolgerssonTtulo original: Nils Holgerssons underbara resa genom SverigeSelma Lagerlf, 1906-1907Traduccin: Carlos Antonio TalaveraIlustraciones: Wilhelm Schulz

I. EL MUCHACHO EL DUENDE

Domingo, 20 de marzo.

RASE UN MUCHACHO que no pasara de los catorce aos, alto, desmadejado, de cabellos rubios como el camo. El pobre no serva para maldita la cosa. Dormir y comer eran sus ocupaciones favoritas; era tambin muy dado a juegos, en los que demostraba sus instintos perversos. Un domingo por la maana disponanse sus padres a marchar a la iglesia; el muchacho, en mangas de camisa y sentado sobre un ngulo de la mesa, regocijbase al verles a punto de partir, pensando en que iba a ser dueo de s durante un par de horas. Cuando se vayan pensaba para sus adentros podr descolgar la escopeta de mi padre y hacer un disparo sin que nadie se meta conmigo. Se hubiera dicho que el padre adivinaba las intenciones del muchacho, por cuanto en el momento de salir detvose a la puerta y dijo: Ya que no quieres venir al templo conmigo y con tu madre, podras muy bien leer en casa los sermones del domingo. Me prometes hacerlo? Lo har, si usted quiere dijo, pensando, como era de suponer, que no leera ms que lo que le viniese en gana. Jams haba visto el muchacho que su madre procediera con tanta prisa. En un abrir y cerrar de ojos fuse hasta el armario colgado de la pared, sac el sermonario de Lutero y lo dej en la mesa, ante la luz de la ventana y abierto por la pgina del sermn del da. Presurosamente busc tambin el evangelio de tal domingo y lo puso junto al sermonario. Por ltimo, aproxim junto a la mesa el gran silln que haban comprado el ao precedente en la subasta de la casa del cura de Vemmenhg, y en el que, de ordinario, slo el padre tena derecho a sentarse. Sentse el rapaz pensando que la madre procurbase hartas molestias para prepararle la escena, ya que apenas si llegara a leer una o dos pginas. Pero el padre pareci adivinarle nuevamente las intenciones que abrigaba, al decirle con voz severa: Conviene que leas detenidamente, porque cuando regresemos te preguntar pgina por pgina; y ay de ti si has saltado alguna! El sermn tiene catorce pginas y media aadi la madre como para colmar la medida. Debes comenzar en seguida si quieres tener tiempo para leerlo. Por fin, partieron. Desde la puerta vio el muchacho como se alejaban; hallbase como cogido en un lazo. Estarn muy contentos murmuraba con creer que han hallado el medio de tenerme sujeto al libro durante su ausencia. Mas el padre y la madre no lo estaban; muy al contrario, muy afligidos. Eran unos modestos terratenientes; su posesin no era ms grande que el rincn de un jardn. Cuando se instalaron en ella apenas si bastaba para el sustento de un cerdo y un par de gallinas. Duros para la faena, trabajadores y activos, haban logrado reunir algunas vacas y patos. Se haban desenvuelto bien y en esta hermosa maana hubieran partido muy contentos camino de la iglesia, de no haber pensado en su hijo. Al padre le afliga verle tan perezoso y falto de voluntad; no haba querido aprender nada en la escuela; slo era capaz de cuidar los patos. Su madre no negaba que esto fuese verdad, pero lo que ms le entristeca era verle tan perverso e insensible, cruel con los animales y hostil al trato con los hombres. Dios mo, acaba con su maldad y cambia su modo de sentir! suspiraba sino, har su desgracia y la nuestra. El muchacho reflexion largo rato acerca de si leera o no el sermn, y, por ltimo, comprendi que est vez lo mejor era obedecer a sus padres. Se arrellan en el silln y estuvo un rato leyendo a media voz, hasta que le adormeci su mismo sonsonete, comenzando a dar cabezadas. Haca un magnfico tiempo de primavera. Estbamos en 20 de marzo, y como el muchacho viva en la parte oeste del distrito de Vemmenhg y hacia el sur de la provincia de Escania, la primavera se haba iniciado ya francamente. Los rboles no estaban reverdecidos todava, pero apuntaban los primeros brotes y los vstagos comenzaban a desarrollarse. Corra el agua por todos los regatos y el tuslago floreca en los bordes de los caminos. El musgo y los lquenes que exornaban las paredes de la casa parecan bruidos y brillaban al sol. El bosque de hayas, que cubra el fondo, se hinchaba a ojos vistas y pareca espesarse a cada instante. El cielo vease muy alto y su color era de un azul pursimo. Por la puerta de la casita, entreabierta, penetraba el canto de la alondra. En el corral picoteaban las gallinas y los patos; las vacas, que sentan la fragancia primaveral, aun encerradas en su establo, hacan or de tiempo en tiempo un largo mugido. El muchacho lea, se amodorraba y daba cabezadas, en su lucha contra el sueo. No quiero dormirme, porque entonces no acabara de leer en toda la maana. Pero, a despecho de esta resolucin, acab por dormirse. He dormido mucho tiempo o slo unos instantes? preguntse al despertarle un ligero ruido que oy a sus espaldas. En el alfizar de la ventana, frente a l, descubri un lindo espejito, en el cual se reflejaba casi toda la habitacin. Al levantar la cabeza descubri el espejito, y qued atnito al ver, por l, que la tapa del cofre de su madre haba sido levantada. La madre posea un gran cofre de roble, pesado y macizo, con guarniciones de herraje, que nunca dej abrir a nadie. All conservaba todas las cosas que heredara de su madre y que tena en mucha estima. Eran trajes de aldeana a la antigua usanza, de pao rojo, con corpio corto y falda plisada y plastrones bordados en perlas. Eran cofias blancas, tiesas por el almidn, y broches y cadenas de plata. Las gentes no queran llevar estas cosas pasadas de moda y la madre habase propuesto repetidas veces deshacerse de ellas, pero nunca acab por decidirse: las tena muy grabadas en el corazn. El muchacho vio por el espejo que el cofre estaba abierto. No comprenda como haba sido esto posible, porque estaba seguro de que su madre cerr el cofre antes de partir; jams lo hubiera dejado abierto dejando a su hijo solo en casa. Al punto sinti que se apoderaba de l un gran malestar. Tema que un ladrn se hubiera deslizado en la casa. No se atreva ni a respirar: inmvil, miraba fijamente al espejo. Sentase atemorizado en espera de que el ladrn se presentara, cuando le extra ver cierta sombra negra sobre el borde del cofre. Miraba y remiraba, sin creer lo que sus ojos vean. Poco a poco fue precisndose lo que al principio no era ms que una sombra y tard poco en darse cuenta de que la sombra era una realidad. No era ni ms ni menos que un pequeo duende que, sentado a horcajadas, cabalgaba en el canto del cofre. El muchacho haba odo ciertamente hablar de los duendes; pero jams pudo imaginar que fuesen tan pequeos. No tendra mayor altura que el ancho de la mano, sentado como se hallaba en el borde del cofre. Su cara avejentada era rugosa e imberbe y vesta larga levita con calzn corto y sombrero negro de anchas alas. Su aspecto era elegante y distinguido: llevaba blondas blancas en las mangas y en el cuello, zapatos con hebilla y ligas con grandes lazos. Del fondo del cofre haba sacado un plastrn bordado y examinbalo tan detenidamente que no pudo advertir que el muchacho habase despertado. ste no sala de su asombro; pero, en verdad, no asustse de tal duende; no crea del caso tener miedo de cosa tan pequea, y como quiera que el duende hallbase absorbido en su contemplacin, hasta el punto de no ver ni or nada, pens el muchacho que sera muy divertido hacerle blanco de una jugarreta: meterle, por ejemplo, dentro del cofre, y echar sobre l la tapa o algo por el estilo. Su valor no llegaba hasta el extremo de atreverse a coger al duende con sus manos, por lo que se dedic a buscar con la vista un objeto que le permitiera propinarle un golpe. Sus miradas iban de la cama a la mesa y de la mesa a la cocina, donde vio las cacerolas, cucharas, cuchillos y tenedores que se descubran por la puerta entre abierta de la alacena. Al desviar la vista dio con la escopeta de su padre que colgaba de la pared entre los retratos de la familia real de Dinamarca, y un poco ms all las plantas que florecan ante la ventana. Por ltimo, clav sus ojos en una vieja manga para cazar mariposas que haba en lo alto de la ventana. Distinguirla y cogerla fue todo uno, y enarbolndola corri hacia el cofre, y su satisfaccin no tuvo lmites al ver lo felizmente que haba llevado a cabo su hazaa. El duende qued preso en la red, bajo la cual yaca el pobrecito imposibilitado para trepar. En el primer momento el muchacho no supo qu hacer de su presa. Slo se preocupaba de agitar la manga hacia uno y otro lado para que el duende no estuviera tranquilo y evitar que trepase. Cansado el duende de tanta danza, le habl para suplicarle que le devolviera la libertad, alegando que le haba hecho bien durante muchos aos y que por ello deba dispensarle mejor trato. Si le dejaba en libertad regalarale una antigua moneda de plata, una cuchara del mismo metal y una moneda de oro tan grande como la tapa del reloj de plata de su padre. El muchacho no encontr muy generoso el ofrecimiento; pero le tom miedo al duende despus de tenerle en su poder. Dbase cuenta de que ocurrale algo extrao y terrible, que no perteneca a su mundo, y no deseaba otra cosa que salir de la aventura. As es que no tard en acceder a la proposicin del duende y levant la manga para que pudiera salir. Pero en el momento en que su prisionero estaba a punto de recobrar su libertad ocurrisele que deba asegurarse la obtencin de grandes extensiones de terreno y de todo gnero de cosas. Como anticipo, deba exigirle, por lo menos, que el sermn se le grabara sin esfuerzo en la cabeza. Qu tonto hubiera sido dejarle escapar! se dijo. Y se puso de nuevo a agitar la manga. Pero en este mismo instante recibi una bofetada tan formidable que su cabeza parecale que iba a estallar. Primero fue a dar contra una pared, despus contra la otra y, por ltimo, rod por los suelos, donde qued exnime. Cuando recobr el conocimiento estaba solo en la estancia; no quedaba ni rastro del duende. La tapa del cofre estaba cerrada; la manga penda como de costumbre junto a la ventana. De no sentir el dolor de la bofetada en la mejilla, hubiera credo que todo era un sueo. Sea lo que sea, murmuraba mis padres sern los primeros en afirmar que todo ha sido un sueo. Seguramente no me han de perdonar lo del sermn a causa de lo sucedido. Por lo tanto, lo mejor es que me ponga a leer de nuevo. Dirigase hacia la mesa hacindose estas reflexiones, cuando de repente observ algo extrao. No era posible que la casa se hubiera hecho ms grande. Pero como lo era explicarse de otro modo la gran distancia que tena que recorrer para llegar a la mesa? Y qu le pasaba a la silla? A la vista era la misma; pero para sentarse debi subir hasta el primer travesao y ascender as hasta el asiento. Lo mismo ocurra con la mesa, cuya superficie no poda ver sino escalando el brazo del silln. Qu significa esto? Yo creo que el duende ha encantado el silln, la mesa y la casa toda. El sermonario continuaba abierto sobre la mesa, y, al parecer, sin cambiar en lo ms mnimo; pero algo extraordinario ocurra all cuando para leer una sola palabra tena que ponerse de pie sobre el mismo libro. Despus de leer algunas lneas, levant la cabeza. Sus ojos fijronse de nuevo en el espejo y no pudo menos que exclamar en alta voz: Otro! En el interior del espejo vea claramente un hombrecito, muy pequeo, con su gorro puntiagudo y sus calzones de piel. Viste exactamente como yo gritaba, juntando las manos con la mayor sorpresa. Entonces el hombrecito del espejo hizo el mismo ademn. El muchacho se tiraba de los cabellos, se pellizcaba, se morda, haca piruetas, y el hombre del espejo reproduca al punto sus movimientos. Rpidamente le dio una vuelta al espejo para ver si haba alguien oculto tras l; pero no vio a nadie. Psose entonces a temblar porque, de repente, comprendi que el duende le haba encantado y que la imagen que reflejaba el espejo no era otra que la suya propia.

LOS PATOS SILVESTRES

Sin embargo, el muchacho no poda imaginarse que hubiera sido transformado en duende. Esto no puede ser ms que un sueo o una ilusin pensaba. No hay ms que esperar un poco y volver a ser humano. Se puso ante el espejo y cerr los ojos. Transcurridos algunos minutos volvi a abrirlos, creyendo que habra cesado el encantamiento. Pero, no: continuaba siendo tan pequeo como antes. Exceptuando la estatura, era el mismo de siempre. Los cabellos claros como el camo, y las manchas rojizas sobre la nariz, y los remiendos en los calzones de cuero, y las composturas de las medias, todo igual; pero minsculo. Era intil esperar. Se impona hacer algo y lo mejor para que resultara provechoso consista en buscar al duende para ver el modo de hacer las paces con l. Salt a tierra y se puso a buscarle. Mir por detrs de las sillas y los armarios, bajo la cama y en el horno. Se agach incluso para mirar un par de agujeros donde se metan los ratones; pero todo fue en vano. Todas estas pesquisas iban acompaadas de llantos, splicas y promesas de todo gnero: nunca ms faltara a sus palabras, jams se entregara al mal, jams se dormira durante el sermn. Si volva a recobrar su cualidad de ser humano sera el nio ms obediente, el ms dcil, el ms solcito a todo ruego. Pero era intil prometer; de nada le serva. En esto record de pronto haber odo decir a su madre que los duendes tienen la costumbre de esconderse en el establo; y hacia all se dirigi. Afortunadamente, la puerta de la casa haba quedado abierta; por s solo no hubiera podido alcanzar el picaporte. Y sali sin el menor tropiezo. Al llegar al umbral de la puerta busc con la mirada sus zapatones, porque l no los usaba para andar por casa. Cmo podra utilizar ahora tan grandes y pesados zapatones? Pero al punto observ que en el suelo haba un par de zapatitos. Este descubrimiento no hizo ms que aumentar su miedo. Si el duende haba tenido el cuidado de cambiar hasta sus botas no era lgico suponer que iba a prolongarse tan desgraciada aventura? Sobre la vieja grada de roble que haba ante la puerta, saltaba un pajarillo que comenz a piar y gritar apenas descubri al muchacho: Tuit-tuit! Mirad a Nils, el guardador de patos, ms pequeo que un liliputiense! Mirad al pequeo Pulgarcito! Mirad a Nils Holgersson Pulgarcito! Los patos y las gallinas volvironse rpidamente hacia Nils, promoviendo un alboroto con sus cloqueos y cacareos verdaderamente formidables: Ki-ki-ri-ki! cant el gallo. Bien merecido lo tiene por haberme tirado de la cresta! Cra, cra, cra, bien est! contestaban las gallinas, repitiendo infinitamente la misma exclamacin. Los patos se reunieron, apretndose los unos contra los otros, alargando sus cabezas al mismo tiempo y preguntando: Quin habr podido hacer esto? Quin lo habr podido hacer? Lo ms maravilloso era que el muchacho poda comprender el lenguaje de estos animales. Sorprendido permaneci un momento en la escalinata para escucharles. Comprendo el lenguaje de las aves y los pjaros se deca, porque he sido transformado en duende. Parecale insoportable que las gallinas no cesaran de repetir a grito pelado que estaba bien hecho. Desesperado les tir una piedra para imponerles silencio. Queris callar, granujas? Desgraciadamente haba olvidado que su talla no era ya para infundir miedo a las gallinas. Todas ellas corrieron hacia l y rodendole, se pusieron a cacarear: Cra, cra, cra, bien hecho est! Cra, cra, cra, lo tenas merecido! El muchacho intent escapar, pero las gallinas le persiguieron gritando hasta volverle sordo. No hubiera podido desprenderse de ellas fcilmente de no presentarse en tal momento el gato de la casa. Al verle callaron las gallinas y fingieron dedicarse nicamente a escarbar la tierra, tomando el sol, y a picotear algn gusanillo. Minet el gato

El chico corri hacia el gato. Mi pequeo Minet le dijo, t que conoces tan perfectamente todos los agujeros, rincones y escondrijos de la granja, por qu no tienes la bondad de decirme dnde podr encontrar al duende? El gato no respondi en seguida. Sentse, dispuso elegantemente el rabo en torno suyo y fij su mirada en el muchacho. Era un gran gato negro con el pecho blanco. Sus pelos alisados brillaban al sol. Sus uas estaban recogidas. Sus ojos eran completamente grises, con una pequea ranura en el centro. Su aire era de mansedumbre. Yo s muy bien donde est el duende dijo con una voz muy dulce; pero crees que te lo voy a decir? Mi querido Minet, es preciso que t me ayudes. No ves que me ha encantado? El gato entreabri sus pupilas y un reflejo verde dio idea de su maldad. Antes de dar una respuesta maull de placer. Quieres que te ayude para agradecerte las muchas veces que me has tirado del rabo? dijo finalmente. El muchacho se enfad, y olvidndose de su pequeez y de su total impotencia, djole muy enojado: Y podra tirarte todava de l y diciendo esto dirigise hacia el gato. ste se transform de tal manera, como por arte de encantamiento, que nadie hubiera dicho que era el mismo animal. Sus pelos estaban erizados, su lomo curvado, sus uas hundanse en la tierra, el rabo habasele acortado, las orejas parecan metrsele en la cabeza, la boca echbale espuma y los ojos, muy abiertos y grandes, brillaban como ascuas. El muchacho, que no se avena a dejarse acobardar por un gato, dio un paso hacia adelante. Entonces el gato, dando un salto, cay sobre el muchacho, lo arroj al suelo y qued sobre l con las patas delanteras sobre su pecho y la boca abierta, a punto de morderle en la garganta. El muchacho sinti como las uas, atravesndole el chaleco y la camisa, se hundan en sus carnes; los dientes puntiagudos le cosquilleaban la garganta. Pidi socorro con toda la fuerza de sus pulmones; pero nadie corri en su favor. El muchacho crey llegada su ltima hora. Transcurrido un momento sinti que el gato hundale sus uas en la carne viva y vio como le abandonaba sin hacerle nada ms. Esto me basta dijo entonces el animal. Te perdono por esta vez. Slo quera hacerte comprender cul de los dos es el ms fuerte. Seguidamente separse de l tan pacfico y bonachn como en un principio. El muchacho estaba tan corrido y avergonzado que, sin pronunciar palabra, opt por marcharse hacia el establo en busca del duende. En el establo slo haba tres vacas, pero cuando lleg el muchacho se desencaden tal estruendo que cualquiera hubiera credo que eran lo menos treinta. Mu, mu, mu! muga Rosa de Mayo. Es una dicha que haya una justicia en este mundo. Le har danzar sobre mis cuernos muga otra. Mu, mu, mu! mugan todas a la vez, sin que el muchacho pudiera entender lo que decan, porque los mugidos de una apagaban y hacan incomprensibles los de las otras. Intent hablarles del duende; pero no lograba hacerse or. Las vacas estaban en plena agitacin. Las tres parecan desmandarse como cuando entraba en el establo un perro extrao. Lanzaban coces furiosas, agitaban sus rabos y movan sus cabezas amenazando con cornearle. Acrcate un poco gritaba Rosa de Mayo y te dar una patada que no olvidars en mucho tiempo. Acrcate deca Lis de Oro y te har bailar sobre mis cuernos. Ven aqu, aproxmate un poco y sabrs lo que yo senta cuando en el verano ltimo me tirabas tus zuecos ruga Estrella. Ven y te har pagar lo de la avispa que me metiste en la oreja bramaba Lis de Oro. Rosa de Mayo, la mayor y ms prudente de las tres, era la ms furiosa. Ven decale a recibir la recompensa que mereces por haber tirado tan frecuentemente del escabel en el momento en que tu madre nos ordeaba, por todas las zancadillas que le hiciste cuando pasaba llevando los botes de leche, por todas las lgrimas que derram por tu culpa en este mismo sitio. El muchacho hubiera querido decirles que deploraba el haber sido tan malvado con ellas, que se arrepenta para siempre y que no volvera a hacerles nada si accedan a decirle donde estaba el duende; pero las vacas armaban tal alboroto y se agitaban tan violentamente que tuvo miedo de que llegaran a soltarse, y juzg que lo ms prudente era salir del establo. Ya en el corral se sinti muy descorazonado al darse cuenta de que nadie se mostraba dispuesto a ayudarle a encontrar al duende. Adems, pensaba que aun el encontrarle no le podra servir para maldita la cosa. Despus de trepar por la pared que cercaba la granja, y que desapareca a trechos entre zarzales y espinas, se sent para reflexionar mejor sobre lo que pudiera acontecerle si no volva a recobrar su condicin de hombre. Primero pens en el asombro que su padre y su madre experimentaran al volver de la iglesia. S, habra un gran aturdimiento en todo el pas al conocer lo sucedido y las gentes vendran de Vemmenhg-Este, y de Torp y de Skurrup; vendran a verle de toda la regin, y tal vez le condujeran sus padres a la feria de Kivik para exponerle al pblico. Esto le aterraba. Prefera que nadie volviera a verle nunca ms. Qu desgracia la suya! Nadie era tan digno de lstima como l. Ya no sera un hombre, sino un monstruo. Poco a poco comenzaba a darse cuenta de lo que representaba el no volver a ser un hombre. En adelante vivira separado de todo: ya no podra jugar con los otros nios, ya no podra hacerse cargo de las propiedades de sus padres, y, ms ciertamente, ya no podra encontrar ninguna joven que quisiera ser su esposa. Ahora contemplaba su casita. Era una pequea cabaa de adobes que pareca hundirse en la tierra bajo el peso de su techumbre de paja alta y escarpada. Las dependencias eran tambin muy pequeas y los cuadros de cultivo tan reducidos que un caballo apenas si tendra espacio para dar la vuelta; pero por muy pequea y pobre que fuese, an era demasiado buena para l. No tena derecho a pedir otra vivienda que un agujero en la cuadra. Haca un tiempo maravillosamente hermoso. Oase el murmullo del agua en los regatos, las ramas echaban sus hojas, los pjaros piaban alegres en derredor. Slo l yaca bajo una pena infinita y nada podra alegrarle ya. Jams haba visto un cielo tan azul. Los pjaros emigrantes pasaban a bandadas. Volvan del extranjero; haban volado a travs del Bltico hacia el Cabo de Smygehuk y ahora iban hacia el Norte. Los haba de diferentes especies, pero l slo reconoca a los patos silvestres, que volaban en dos grandes lneas formando un ngulo. Haban pasado ya varias bandadas de pjaros. Volaban a gran altura y, sin embargo, perciba sus gritos: Volamos hacia las montaas. Volamos hacia las montaas. Cuando los patos silvestres percibieron desde lo alto a los patos domsticos que jugueteaban en el corral, descendieron, gritando: Venid con nosotros, venid; vamos hacia las montaas. Los patos domsticos no podan sustraerse a levantar la cabeza y escuchar lo que se les deca; pero respondan con muy buen sentido: Nosotros estamos bien aqu. Nosotros estamos bien aqu. Como ya hemos dicho era aqul un da muy hermoso, y se perciba un airecillo tan fresco, tan ligero y sutil que invitaba a volar. A medida que pasaban nuevas bandadas, los patos domsticos sentanse ms inquietas. Hubo momento en que batan sus alas como dispuestos a seguir el vuelo de los patos silvestres. Pero cada vez que lo intentaban oase la voz de un pato anciano, que les adverta: No hagis locuras. Esos patos tienen que sufrir los rigores del hambre y del fro. Un pato joven, a quien la invitacin de los patos silvestres habale infundido los ms vivos deseos de partir, dijo: Si pasa otra bandada me ir con ella. Pas otra bandada, repitiendo lo que decan las precedentes, y el pato joven respondi: Esperad, esperad; voy con vosotros. Despleg sus alas y se elev en el aire; pero tena tan poca costumbre de volar que cay desde lo alto. Los patos parecieron comprender lo que les haba dicho, y volvieron atrs lentamente para ver si el pato joven se reuna con ellos. Esperad, esperad! deca, intentando un nuevo esfuerzo. El muchacho lo oy todo desde el sitio en que se hallaba oculto. Qu dolor si el pato joven llegara a escaparse! Mis padres tendran una gran pena al volver de la iglesia. Olvidando otra vez que era pequeo y careca de fuerza, salt en medio de los patos y ech sus brazos al cuello del voltil para sujetarle. T te quedars aqu, me oyes? gritaba. Pero en aquel preciso momento el pato hendi los aires como si una fuerza extraa le impulsara al vuelo. No pudo detenerse ni sacudir al muchacho y se lo llev por los aires. La ascensin fue tan rpida que el vrtigo se apoder del chiquillo, quien pens en desprenderse de lo que crea su presa; pero lleg tan alto que se hubiera matado de dejarse caer. No le quedaba otro remedio que montar sobre el pato, lo que logr a costa de no poco riesgo. Tampoco era fcil sostenerse sobre las espaldas lisas y resbaladizas, entre las alas batientes. Tuvo que hundir sus manos en las plumas y plumones para no rodar por el espacio. LA TELA A CUADROS

Durante mucho rato el muchacho experiment vrtigos que le impidieron darse cuenta de nada. El aire silbaba y le abofeteaba, las alas le golpeaban, las plumas vibraban con un rumor de tempestad. Trece patos volaban en torno de l. Todos cacareaban y batan sus alas. Los ojos deslumbrados y los odos ensordecidos, imposibilitbanle para saber si volaba a mucha o poca altura y para comprender la causa de aquel viaje por los aires. Cuando pudo reponerse comprendi que deba intentar saber a dnde se le conduca. Pero cmo atreverse a mirar hacia abajo? Los patos silvestres no volaban muy alto porque el nuevo compaero de excursin no hubiera podido resistir un aire demasiado ligero. Por esto tenan que volar con menor celeridad que de ordinario. El muchacho tuvo, por fin, suficiente valor para lanzar una mirada hacia tierra. Qued sorprendido al ver extendido all abajo un lienzo parecido a un gran mantel, dividido en sinnmero de grandes y pequeos cuadros. Dnde podemos encontrarnos? se pregunt. Continu mirando, sin ver nada ms que cuadros. Haba unos estrechos y otros anchos; algunos eran oblicuos, pero por todas partes descubra planos, ngulos y rectas. Nada redondo, ninguna curva. Qu es lo que ser esa gran pieza de tela a cuadros? deca para s el muchacho, sin esperar respuesta. Pero los patos silvestres que volaban a su alrededor, respondironle: Campos y prados. Campos y prados. Entonces comprendi que la tela a cuadros era la llanura de Escania que atravesaba a vuelo. Y comprendi tambin por qu se le apareca tan pintarrajeada. Al punto reconoci los cuadros de un verde plido: eran los campos de centeno, sembrados durante el otoo anterior y que permanecan verdes bajo la nieve. Los cuadrados de un gris amarillo eran los rastrojos donde en el verano haba habido trigo; los cuadrados un poco ms obscuros eran viejos campos de trboles; los negros, campos de pastoreo esquilmados, o tierras baldas. Los cuadrados de un tono moreno bordeados de amarillo seran bosques de hayas, porque en estos bosques los grandes rboles del centro quedan desnudos en invierno, mientras que los jvenes arbustos de las orillas conservan sus hojas amarillentas y desecadas, hasta la primavera. Tambin haba cuadrados que sobresalan con alguna cosa de color gris; eran las grandes granjas con techos de paja ennegrecida, rodeadas de explanadas empedradas. Otros cuadrados estaban todava verdes, en el centro, orlados de amarillo: eran jardines donde el csped verdeaba ya, aunque los zarzales y setos se mostraran desnudos todava. El muchacho no pudo menos que rer al contemplar todos estos cuadros, pero al orle los patos silvestres, gritronle en tono de reproche: Pas bueno y frtil. Pas bueno y frtil. Cmo te atreves t a rer se deca despus de la ms terrible desgracia que puede sobrevenirle a un ser humano? Permaneci grave un momento, pero no tard en sentirse alegre y rer de nuevo. base acostumbrando a este modo de viajar y a la velocidad y sin pensar en otra cosa que en mantenerse sobre las espaldas del pato; comenzaba a observar las innumerables bandadas de pjaros que poblaban el espacio, todos en marcha hacia el Norte, escuchando los gritos y llamamientos que se dirigan unos a otros. Eh! Os habis decidido ya a hacer la travesa? gritaban unos. S, s respondan los aludidos. Pero dnde est aqu la primavera? No hay una hoja en los rboles y el agua est helada en los lagos respondan otros. Cuando los patos atravesaban un lugar o casero donde hubiera patos domsticos, les preguntaban: Cmo se llama esta granja? Cmo se llama esta granja? Entonces el gallo extenda el cuello y cantaba: Se llama de Campo Pequeo; este ao como el pasado, este ao como el anterior. La mayor parte de las granjas llevaban el nombre de su propietario, como se acostumbra en la Escania, pero en vez de responder que era la granja del to Matson o de Ola Boson, los gallos decan los nombres que se les ocurran. En las cabaas pobres o en las pequeas alqueras, cacareaban: Esta granja se llama del Gran Molino. Y en las ms miserables, decan: Esta granja se llama la Pequea. Las grandes granjas de los campesinos ricos reciban hermosos nombres, como Campo de la Fortuna, Colina de los Huevos, Barrio de Plata. Los gallos de los castillos seoriales y de las grandes posesiones eran demasiado orgullosos para emplear esta clase de bromas. Uno de ellos cant a grito pelado, como si quisiera hacerse or hasta el sol. Este es el castillo de Dybeck; este ao como el pasado, este ao como el anterior. Y un poco ms lejos cantaba otro: Esto es Svaneholm, el Islote del Cisne. Todo el mundo lo sabe. El muchacho fijse en que los pjaros no volaban en lnea recta. Volaban y se deslizaban sobre la gran llanura de la Escania como si, felices por su regreso, quisieran saludar cada casa. Por fin llegaron a un punto donde se levantaban varios edificios de pesada construccin, rodeados de casitas, sobre los que sobresalan muy altas chimeneas. Es la azucarera de Jordberga! gritaron los gallos. El muchacho se estremeci. Cmo no la haba reconocido? Estaba cerca de su casa, y el verano ltimo haba estado empleado all como pastor. Mas, visto desde tan alto, todo tena otro aspecto. Jordberga! Jordberga! Y Asa, la guardadora de patos, y el pequeo Mats, que haban sido sus compaeros! Cunto deseaba saber si estaban todava all! Qu diran si supieran que Nils volaba en tal momento por encima de sus cabezas? Pero pronto perdi de vista a Jordberga; volaban con direccin a Svedala y Skabersjo, para volver haca el convento de Brringe Hckeberga. El muchacho vio ms de la Escania en este da que durante todos los aos de su vida. Cuando los patos silvestres encontraban patos domsticos, es cuando mejor lo pasaban. Deteniendo mucho su vuelo, gritaban: Vamos camino de las montaas. Queris venir? Queris venir? Pero los patos domsticos respondan: Todava es invierno en el pas. Habis venido demasiado pronto. Volveos, volveos! Los patos silvestres descendan muy bajo para dejarse or mejor, y gritaban: Venid y os ensearemos a volar y a nadar. Los patos domsticos, irritados, ni se dignaban responder. Los patos silvestres descendan ms an, hasta tocar el suelo, y despus se remontaban como flechas, asustados. Ea, ea, ea! gritaban. No eran patos; eran corderos, eran corderos. Entonces, los patos domsticos respondan furiosos: Debieran cazaros y abatiros a perdigonadas a todos, a todos. Y escuchando estas gracias rea el muchacho. Despus lloraba al asaltarle la idea de su desgracia, para rer de nuevo un poco ms tarde. Nunca haba viajado con la vertiginosa rapidez que entonces; siempre haba tenido la ilusin de montar a caballo para correr, correr desenfrenadamente; pero jams imagin, naturalmente, que el aire fuese all en lo alto de tan deliciosa frescura ni que se aspiraran tan olorosas fragancias, emanadas de la tierra humedecida y de los pinares resinosos. Esto era como volar por encima de las penas. II. OKKA DE KEBNEKASE LA TARDE

EL PATO JOVEN que habase lanzado tras los patos silvestres, se senta muy orgulloso de recorrer el pas en su compaa y de impacientar y burlarse de los patos domsticos; pero la satisfaccin que experimentaba no impidi que al sobrevenir la noche comenzara a sentirse fatigado, intentaba respirar con ms fuerza e infundir a sus alas movimientos ms rpidos; pero a pesar de sus esfuerzos quedse a gran distancia de sus acompaantes. Cuando los patos que volaban en ltimo trmino advirtieron que no poda seguirles, dijeron a gritos al gua de la bandada, que volaba en el vrtice del ngulo que los patos formaban: Okka! Okka! Qu ocurre? El pato se ha quedado atrs. Decidle que es ms fcil volar rpida que lentamente grit Okka sin dejar de volar como antes. El pato procur seguir el consejo y aumentar la rapidez de su vuelo; pero pronto extinguironse sus fuerzas y descendi casi al nivel de los sauces que bordeaban los caminos y los campos. Okka, Okka, Okka! gritaron nuevamente los que iban a retaguardia y que no dejaban de ver los penosos esfuerzos del pato blanco. Qu sucede ahora? pregunt el conductor de la bandada, en tono colrico. Qu se cae, se cae! Decidle que es ms fcil volar alto que bajo respondi Okka. Y continu volando como antes, sin disminuir su velocidad. El pato an trat de seguir este consejo, y al querer elevarse un poco ms, hinchse hasta el punto de creer que su pecho iba a estallar. Okka, Okka! gritaron los patos que iban en ltimo trmino. Es que no podis dejarme volar tranquilo? respondi ms irritado que antes. El pato blanco va a morir; el pato blanco va a morir. Decidle contest el gua de la bandada que el que no pueda seguirnos que se vuelva a su casa. Y todos siguieron volando sin moderar la marcha. Ah, muy bien djose el pato. Acababa de comprender que los patos silvestres no haban pensado nunca en llevarle a la Laponia. Haban querido burlarse de l simplemente, hacindole abandonar su casa. Estaba furioso al verse traicionado por sus fuerzas y por no poder mostrar a esos vagabundos lo que era capaz de hacer un pato domstico. Lo que ms le disgustaba era haberse reunido con Okka. Aunque no era ms que un ave de corral, haba odo hablar repetidas veces de una pata llamada Okka que era jefe de una bandada y que tena ms de cien aos. Su reputacin era tan grande que los mejores patos silvestres queran formar parte de su tropa. Ahora, al convencerse de que nadie trataba con ms menosprecio a los patos domsticos que esta Okka y su bandada, hubiera querido demostrarles que era su igual. El pato blanco volaba lentamente, un poco ms atrs que los otros, sin dejar de pensar en la decisin que adoptara. De repente, la partcula de hombre que llevaba sobre sus espaldas, le dijo: Mi querido pato Martn, comprende que ha de serte imposible, ya que no has volado nunca, seguir a los patos silvestres hasta la Laponia. No sera mejor que volvieras a casa antes de sufrir algn dao? El pato tena horror al hijo de la casa, a este mal bicho que llevaba a cuestas. As es, que apenas oy que el muchacho creale incapaz de llegar al trmino del viaje, opt por decirle: Si aades una palabra ms te arrojo en la primera laguna que encontremos. Y la clera dile energas para volar casi tan bien como los otros. Es probable que no hubiera podido continuar hacindolo, a pesar de todo; por fortuna, no fue necesario. El sol descenda rpidamente y los patos volaban veloces hacia abajo. Antes de que hubieran podido darse cuenta, el muchacho y el pato encontrronse en las orillas del lago Vombsj. Es aqu donde probablemente pasaremos la noche djose el muchacho; y saltando del lomo del pato, pis tierra. Estaba sobre una estrecha faja de arena; ante l se extenda un lago bastante grande y de un aspecto poco tranquilizador. Cubralo casi por completo una capa de hielo ennegrecido, rugoso, desigual, agrietado y lleno de agujeros, como suele estar en la primavera. Se vea que estaba prximo a fundirse. Ya habase separado un buen trecho de la orilla y rodebale una gran franja de agua negra y gelatinosa; pero an estaba all, y mientras estuviese no dejara de difundir un fro penetrante y dar un aspecto de tristeza invernal al paisaje. En la otra orilla del lago pareca haber un pas alegre y claro, aunque en el lugar donde haban descendido los pjaros, extendase una gran plantacin de pinos. Se hubiera dicho que la selva resinosa tena el poder de perpetuar el invierno. La tierra se hallaba al descubierto por todas partes; pero bajo el ramaje entrecruzado haba nieve que al derretirse y helarse de nuevo habase endurecido. El muchacho pens que no poda hallarse ms que en medio de tierras incultas y en pleno invierno, y tal era la angustia que le dominaba que estuvo tentado de prorrumpir en gritos. Tena hambre. Como no haba comido en toda la jornada, cay en la cuenta de que era preciso hacerlo. Pero dnde encontrar algo con que aplacar el hambre? En el mes de marzo ni la tierra ni los rboles ofrecen nada que comer. Dnde encontrar algo nutritivo? Quin le dara albergue? Quin le preparara el lecho? Quin le calentara en su refugio? Quin le protegera contra las bestias salvajes? El sol habase extinguido en la lejana. El lago esparca un fro terrible. Las tinieblas caan del cielo sobre la tierra, la noche iba dejando al pasar sus huellas espantables y en el bosque percibanse ruidos y susurros que ponan espanto en el alma. Qu se haba hecho del alegre valor que experimentaba en lo alto! En su angustia volvise hacia los compaeros de viaje, nicos seres que all haba. Advirti entonces que el pato estaba an mucho peor que l. No se haba movido del sitio donde cayera y pareca prximo a morir. Su cuello alargbase inerte sobre el suelo; sus ojos permanecan cerrados y su respiracin era un leve silbido. Querido Martn, procura beber un poco de agua; el lago est a dos pasos. Pero el pato no hizo el menor movimiento. El muchacho haba maltratado Siempre a todos los animales; mas ahora comprenda que el pato era su nico apoyo y tena mucho miedo de perderle. Sacando fuerzas de flaqueza pretendi arrastrarle al lago. Martn era grande y pesado, y el muchacho vise negro para conseguirlo. Al fin, sali con la suya. Martn cay en el lago de bruces. Durante un instante permaneci inmvil, sumergido en el limo; pero pronto irgui la cabeza, sacudi el agua que le cegaba y respir. Seguidamente se puso a nadar entre los Caaverales. Los patos silvestres habanse metido en el agua antes que l, No sentan la menor inquietud por Martn y su caballero, y se arrojaron al lago. Tras de baarse y acicalarse procuraron atender a su alimentacin con plantas, medio podridas y trbol acutico. El pato blanco tuvo la suerte de descubrir una pequea trucha. La cogi rpidamente, nad con ella hacia la orilla y ofrecisela al muchacho. Te agradezco que me hayas arrojado al agua le dijo. Era la primera palabra amistosa que le decan en todo aquel da, y se puso tan contento que hubiera querido saltar al cuello del pato; pero no se atrevi. Estaba contento del regalo. En un principio juzg imposible comer un pescado crudo; pero acab hacindose el propsito. Se sent para ver si llevaba el cuchillo todava. Felizmente lo traa prendido de la cintura de su pantaln, si bien era tan pequeo que apenas exceda del tamao de una cerilla. Con todo, lo consider suficiente para quitarle la escama, vaciar el pescado y comerlo despus. Cuando ya estaba harto se avergonz el muchacho de haber comido algo crudo. Se ve que no soy un ser humano, sino un verdadero duende. Mientras coma el muchacho, permaneca el pato silencioso y sin apartarse de su lado. Despus del ltimo bocado, le dijo en voz baja: Hemos cado en medio de una bandada de patos silvestres que desprecian a los patos domsticos. S, ya lo he notado. Sera un motivo de orgullo para m poderles seguir hasta la Laponia y demostrarles que un pato domstico sirve para algo. S contest el muchacho en tono vacilante, dando a entender que, aun no hacindole capaz de tal hazaa, consideraba inoportuno contradecirle. Pero no creo poder realizar yo solo tal viaje aadi el pato. Te pido por favor que me acompaes para ayudarme. El muchacho, naturalmente, no tena otra idea que volver pronto a su casa, por lo que, sorprendido, no saba qu contestar. Yo cre que ramos enemigos exclam por fin. Pero Martn no se acordaba de ello; slo tena en cuenta que el muchacho acababa de salvarle la vida. Ser preciso que yo vuelva cuanto antes a casa de mis padres. Yo te llevar all ms adelante, en otoo contest el pato. No te abandonar hasta el momento en que te deje a la puerta de tu casa. El muchacho pens que lo mejor sera no aparecer por su casa en algn tiempo. El proyecto no le disgustaba en absoluto, e iba a responder que aceptaba, cuando oy a sus espaldas un gran ruido. Los patos silvestres haban salido del agua agitando sus alas. Seguidamente formaron una larga hilera y, precedidos de su gua, se dirigieron hacia el mar. Cuando vio aproximarse a los patos silvestres, sinti un gran malestar. Siempre crey Martn que se parecan a los patos domsticos, y esperaba encontrarles ms familiares. Eran menores que l, y ninguno blanco; todos eran grises, con rayas obscuras, y sus ojos le infundan miedo. Eran amarillos y sus pupilas brillaban como si hubiese fuego tras ellas. Martn consider que lo mejor era ir despacio, contonendose; pero ellos no andaban, sino corran. Lo que ms le inquiet fueron sus patas, largas y cubiertas de una piel endurecida y llena de cortaduras. Echbase de ver en seguida que no miraban dnde ponan los pies. Jams daban rodeos al andar. Cuidbanse mucho de conservar su plumaje y acicalarse; pero al ver sus patas descubrase que eran pobres habitantes de los desiertos. Martn apenas si tuvo tiempo para insinuarle al muchacho: Ten nimo para contestar; pero no digas quin eres. Haban llegado ya. Los patos silvestres saludronles doblando el cuello varias veces, y el pato hizo otro tanto, aunque ms lentamente. Terminados los saludos, pregunt el gua: Quisiramos saber quin eres. No puedo decir muchas cosas de m respondi el pato. He nacido en Skanr durante la ltima primavera. Al llegar el otoo fui vendido a Holger Nilsson de Vemmenhg, donde he permanecido hasta ahora. Entonces no tendrs familia de la que puedas jactarte dijo el gua. Qu es lo que te impulsa a volar con los patos silvestres? Tal vez el deseo de demostraros que los patos domsticos sirven para algo. Nos alegraramos de que pudieses conseguirlo contest Okka. Ya sabemos de lo que eres capaz en lo tocante a volar; pero tal vez seas ms diestro en otros ejercicios. Quieres rivalizar, nadando, con nosotros? No me las doy de nadador replic el pato, que haba credo comprender que el otro estaba decidido a que volviese a su casa, y con este convencimiento no se cuid de la forma en que contestaba; nunca he nadado ms que en las balsas. Entonces, supongo que sers muy hbil para correr aadi el pato Silvestre. Nunca he visto que un pato domstico corriera ni yo lo he intentado siquiera respondi el pato con aire decidido. Estaba seguro de que Okka le contestara que no se lo llevaba consigo. As es, que se mostr muy sorprendido cuando le oy decir: Respondes valerosamente a las preguntas, y el que es bravo puede llegar a ser un buen compaero, aunque est torpe al principio. Qu contestaras si te invitsemos a permanecer unos das entre nosotros hasta ver de lo que eres capaz? Acepto muy gustoso respondi el pato con satisfaccin. Okka descubri en esto al muchacho. A quin llevas contigo? jams he visto un ser como ese. Es mi compaero de viaje dijo Martn. Ha sido guardin de patos toda su vida, cre que podra sernos til. A un pato domstico, tal vez s respondi Okka. Cmo le llaman? Tiene varios nombres respondi el pato con alguna vacilacin (no quera traicionar al muchacho y revelar que tena un nombre de persona). Se llama Pulgarcito dijo por ltimo. Pertenece acaso a la familia de los duendes? pregunt todava Okka. A qu hora os vais a dormir, patos silvestres? interrog el pato con el propsito de variar la conversacin. Mis ojos se rinden de sueo. Vease al punto que el pato que hablaba con Martn era muy viejo. Su plumaje era completamente gris, de un gris lustroso sin estras obscuras. Tena la cabeza ms grande, las patas ms fuertes y los dedos ms deteriorados que los otros, Sus plumas estaban rgidas, sus espaldas eran salientes, su cuello flaco. Efectos del tiempo; pero los ojos no los haban podido vencer los aos. Brillaban con mayor limpidez y se conservaban ms vivos que los de los dems. Volvindose hacia el paro, dijo con voz imperiosa: Sabed que soy Okka. El pato que vuela a mi derecha es Yksi y el que vuela a mi izquierda es Kaksi. El segundo de la derecha se llama Kolmey, el de la izquierda es Nelj. Tras ellos vuelan Viisi de los Montes de Ovik y Kiisi de Sjangel. Sabedlo: todos ellos, lo mismo que los seis que les siguen, tres a la derecha y tres a la izquierda, son patos de las altas montaas y de la mejor familia. No se nos vaya a tomar por vagabundos que aceptan cualquier compaa, y convenceos de que no compartiremos nuestro lecho con aquel que no quiera decirnos de qu familia desciende. Al or estas palabras de Okka, el muchacho adelant un paso resueltamente. Le haba enojado que el pato, hablando por su propia cuenta, contestara con evasivas al tratarse de l, de Nils. No oculto quin soy. Me llamo Nils Holgersson y soy hijo de un terrateniente, Hasta hoy he sido un hombre; pero esta maana No pudo continuar, Apenas hubo dicho que era un hombre retrocedi el gua tres pasos, y los otros patos ms an, y todos ellos extendieron el cuello y silbaron furiosos. Eso es lo que sospech desde que te vi en la ribera exclam Okka. Vete ya. No toleramos la presencia de un hombre entre nosotros. Pero Martn se interpuso a su favor. No es posible que vosotros, patos silvestres, tengis miedo de un ser tan pequeo. El volver maana a su casa seguramente, pero por esta noche podis permitir que se quede entre nosotros. Cmo vamos a consentir que este pobrecito se defienda solo contra las zorras y las comadrejas? Y el pato silvestre se aproxim entonces, pero con visible desconfianza. Yo he aprendido a temer todo cuanto sea hombre, grande o pequeo. Si t respondes por l de que no nos har dao alguno, puede quedarse. De todos modos es muy probable que no os convenga nuestro lecho, pues vamos a dormir sobre el hielo flotante de este lago. Esperaba, sin duda, que el pato rehusara seguirles; pero Martn contest: Sois muy prudentes al escoger un sitio tan seguro. Prometes, no obstante, que maana regresar a su casa? aadi Okka. En este caso ser preciso que yo os abandone tambin, pues he prometido no abandonarle. Eres libre de ir donde te plazca respondi el pato silvestre. Despus de pronunciar estas palabras vol hacia el hielo, seguido de los otros patos silvestres, uno tras otro. El muchacho qued desolado al ver como se desvaneca su sueo de realizar un viaje a la Laponia, y, adems, tom miedo al fro albergue nocturno. Esto va de mal en peor, pato. Vamos a morir de fro sobre el hielo. Pero Martn era valeroso. No hay ningn peligro. Te ruego que recojas toda la hierba y la paja que puedas. Cuando el muchacho hubo recogido una buena cantidad de hierba seca, le cogi el pato por el cuello de la camisa y vol con l hacia el hielo, donde los patos silvestres, puestos de pie, dorman ya con la cabeza bajo el ala. Ahora extiende la hierba sobre el hielo para que haya algo debajo de los pies que nos impida que se hielen. Aydame y te ayudar dijo el pato. El muchacho obedeci, y cuando hubo terminado le tom por el cuello de la camisa y le guareci bajo una de sus alas. Creo que as estars caliente dijo apretando el ala. El muchacho hallbase tan tapado que no pudo contestar; en efecto, estaba muy calentito, y como su fatiga era grande se durmi en un momento.

LA NOCHE

Es una verdad reconocida que el hielo es prfido y que constituye un error fiarse de l. Ya mediada la noche, la capa de hielo flotante del Vombsj cambi de sitio y fue a estrellarse contra la orilla. Sucedi entonces, que Esmirra, la zorra, que se hallaba en tal momento al este del lago, en el parque de Ovedskloster, dise cuenta de ello durante su caza nocturna. Esmirra, que haba descubierto desde la tarde del da anterior la presencia de los patos silvestres, no abrigaba la esperanza de poder atrapar ninguno. Al verles ahora al alcance de sus garras, corri hacia ellos, pero habiendo dado un tropezn, sus uas hicieron ruido sobre el hielo y los patos despertaron y batieron sus alas dispuestos a emprender el vuelo; pero Esmirra fue ms rpida. Dando un salto logr coger uno de los patos de un ala y huy con l hacia tierra. Pero los patos silvestres no estaban solos aquella noche; entre ellos haba un hombre, aunque pequeo. El muchacho despert cuando Martn abri sus alas. Al caer encontrse de repente sobre el hielo, aturdido por tan brusco despertar, no llegando a comprender los motivos de esta alarma hasta que vio un animalillo de largas patas parecido al perro, que, arrastrndose sobre el hielo, procuraba huir con un pato entre sus dientes. El muchacho se precipit tras l dispuesto a libertar al pato, y oy como Martn le gritaba: Cuidado, Pulgarcito! Mucho cuidado!. Pero como Nils no tena por qu sentir miedo ante aquel animalillo parecido al perro, continu su persecucin. El pato silvestre que Esmirra llevaba percibi el ruido de los zuecos de madera al chocar sobre el hielo, sin decidirse a dar crdito a sus odos: Podr ese Pulgarcito arrancarme de las garras de este bicho?, preguntse. Y aunque su estado no era nada halageo, no pudo retener un leve cloqueo en el fondo de su garganta, muy parecido a la risa. Va a caer en alguna grieta, pensaba. Pero a pesar de la obscuridad de la noche, distingua muy bien el muchacho las hendiduras y los hoyos, que iba sorteando. Ahora tena ojos de duende que le permitan ver en las tinieblas y distinguir perfectamente, como si fuera pleno da, las aguas del lago y las orillas. Esmirra, la zorra, sali del hielo por la parte que comunicaba con la tierra, dispuesta a escalar la pendiente de la orilla, cuando oy que le decan: Deja el pato, canalla! Esmirra, que ignoraba quin pudiera hablarle de tal modo, corri ms presurosa, sin atreverse a volver la cabeza, adentrndose por un bosque poblado de grandes hayas, seguida del muchacho, que no se daba cuenta del peligro. Nils pensaba en el desdeoso recibimiento que los patos le haban dispensado la tarde anterior y arda en deseos de mostrarles que el hombre es siempre algo ms que los otros seres de la creacin. El muchacho orden repetidas veces a la zorra que dejara al pato: Se ha visto jams a un perro tan desvergonzado que se atreva a robar un gran pato! Ya puedes dejarlo si no quieres recibir una tremenda zurra. Djalo, si no quieres que le diga a tu amo lo que has hecho. Cuando Esmirra vio que la confundan con un perro que tiene miedo de los golpes, le pareci tan chocante que pens en todo menos en soltar el pato. Esmirra era la astucia misma y no contenta con cazar ratas y topos en los campos, se aventuraba a penetrar en las granjas para atrapar cuantas gallinas y patos pudiese. Era el terror de aquellos contornos. En toda su vida no haba odo nada ms gracioso. El muchacho corra tan ligero que los magnficos troncos de las grandes hayas parecan deslizarse tras l; le ganaba terreno a la zorra y al poco rato lleg tan cerca de ella que la pudo atrapar por el rabo. Yo te quitar el pato gritaba, tirando con todas sus fuerzas. Pero no le bastaban para detener a Esmirra, que le arrastraba con tanto rapidez que las hojas secas volaban en torno de ellos como agitadas por el huracn. Esmirra, que se dio cuenta de que su agresor era un ser inofensivo, se detuvo, dej el pato en tierra, sujetndole con las dos patas delanteras, y se prepar a cortarle el pescuezo; pero no resisti a la tentacin de asustar un poco al muchacho. Ve con tus lamentaciones ante tu amo, porque voy a matar al pato le dijo. Cul no fue la estupefaccin de Nils al ver el hocico puntiagudo y or la voz sorda y rabiosa del que haba tomado por un perro! Al mismo tiempo le enfureci tanto el tono con que le hablaba la zorra, que abandon todo temor. El muchacho se agarr ms fuertemente a la cola de su enemigo, apoyndose en una raz de haya, y en el momento en que la zorra abra sus fauces para hundir los dientes en la garganta del pato, tir bruscamente con todas sus fuerzas. La sorpresa de Esmirra fue tan grande, que no pudo evitar retroceder un par de pasos, por lo que el pato silvestre recobr su libertad, emprendiendo el vuelo con alguna pesadez, por tener herida una de sus alas, de la que apenas s poda servirse. Adems no vea nada en medio de las tinieblas del bosque. Por lo tanto, no le era posible prestar la menor ayuda al muchacho. El pato busc una abertura en la espesa techumbre de ramas y vol hacia el lago. Esmirra dio un salto para atrapar al muchacho: Si uno ha logrado escapar, todava me queda otro dijo con voz que la rabia haca temblorosa. Lo crees t? Pues te equivocas contest el muchacho, envalentonado por su triunfo y sin soltar el rabo de la zorra. Y comenz una danza loca en medio del bosque y entre torbellinos de hojas secas. Esmirra daba vueltas en redondo, su rabo agitbase con violencia y el muchacho no se soltaba por nada del mundo. En un principio Nils no hizo ms que rer y burlarse de la zorra; pero Esmirra persista en su propsito con la tenacidad de un viejo cazador, y el muchacho comenz a temer que la aventura acabase de mala manera. De repente advirti una haya joven que haba crecido recta y fina como una vara, hasta llegar al aire libre por encima del ramaje de los viejos rboles. Sbitamente solt el rabo de la zorra y comenz a trepar por el tronco de la pequea haya. Tal era su ardor que Esmirra no se dio cuenta de pronto de lo sucedido y continu buen rato dando vueltas. No bailes ms grit el muchacho. Esmirra, que no poda soportar la vergenza de haber sido chasqueada por un pequen despreciable, se ech al pie del arbolillo dispuesta a darle guardia todo el tiempo necesario. El muchacho estaba incmodamente, encaramado sobre una pequea rama. La joven haya no llegaba a la altura del frondoso ramaje de las grandes. Nils no poda, por lo tanto, saltar sobre otro rbol ni descender a tierra. Pronto qued transido de fro y sin fuerzas casi para mantenerse en su puesto; tambin tuvo que luchar contra el sueo, resistindose a dormir por temor a caer. El bosque presentaba un aspecto siniestro en esta hora de la noche. Jams hasta entonces haba sabido lo que era la noche. El mundo entero pareca adormecido para siempre. Por fin, amaneci. El muchacho se sinti feliz al ver que todo adquira su aspecto ordinario, si bien el fro hacase ms sensible que durante la noche. Cuando apareci el sol, no era amarillo, sino rojo. Se hubiera dicho que rojo de colra, y el muchacho preguntbase la razn de esta clera. Era porqu durante su ausencia haba hecho la noche que la tierra fuese tan sombra y helada? Los rayos del sol brotaban en grandes haces y se extendan por todas partes como para descubrir los daos causados por la noche, y todas las cosas se sonrosaban como si tuviesen conciencia de su vuelta al estado natural. Las nubes, el cielo, los troncos sedosos de las hayas, el fino ramaje entrecruzado del bosque, la escarcha que humedeca el lecho de hojas que cubra la tierra, todo adquira una viva coloracin. Los haces de rayos, cada vez ms numerosos, recorran el espacio y bien pronto se desvaneci el terror de la noche. Haba cesado el sueo de la tierra, y era asombroso el nmero de seres vivos que brotaban por doquier. El negro buitre con cuello rojo golpeaba con su pico el tronco de un rbol; la ardilla sala de su refugio llevando una avellana, instalndose en una rama para descortezarla. El estornino lleg volando con una raz en su pico y el pinzn cantaba en la copa de un rbol. El muchacho crey que el sol haba dicho a todos estos pequeos pobladores del bosque: Despertad y salid de vuestros escondrijos! Yo estoy aqu. Nada debis temer!. De la parte del lago llegaron los gritos de los patos que se preparaban a volar. Un momento despus pasaban los catorce patos por encima del bosque. Nils comenz a llamarles, pero volaban a demasiado altura; su voz no llegaba hasta los patos que, convencidos de que la zorra lo habra devorado, no pensaban ya ni en buscarle. El muchacho hubiera llorado de angustia; pero el sol brillaba en el cielo como un ascua de oro y su esplendor pareca infundir energa a toda la creacin. Comprende, Nils Holgersson pareca decirle que no tienes por qu afligirte ni inquietarte mientras yo est aqu. EL JUEGO DE LOS PATOS

Lunes, 21 de marzo.

En el bosque no pas nada durante el tiempo que los patos necesitaron para el desayuno; pero ya al finalizar la maana pas bajo la espesa techumbre del ramaje un pato silvestre, solitario. Pareca buscar lentamente su camino entre los troncos y la enramada, y avanzaba despacio. Apenas le vio Esmirra abandon el puesto que ocupaba junto a la joven haya y se desliz en su persecucin. El pato no se alarm ante su presencia y continu volando lo ms cerca posible de ella. Esmirra dio un salto para alcanzarle, pero no pudo, y el pato prosigui su vuelo hacia el lago. Un momento despus apareci otro pato. Segua el mismo camino que el primero y volaba todava ms bajo y ms despacio. Pas tambin casi rozando a la zorra, y sta dio un gran salto cuando le crey al alcance de sus dientes, sin otro resultado que sentir como rozaban una de sus orejas las patas del perseguido, que continu su vuelo hacia el lago, silencioso como una sombra. Transcurrido un instante pas otro pato silvestre, que volaba ms bajo y ms lentamente y al que pareca serle muy difcil encontrar su camino entre los troncos de las hayas. Esmirra dio un salto: un dedo ms y le hubiese atrapado. Esta vez tambin se salv el pato, que vol hacia el lago. Apenas hubo desaparecido se present el cuarto pato, que volaba tan a ras del suelo y despaciosamente que Esmirra pens que era cosa fcil el darle caza; sin embargo, temi fracasar de nuevo y resolvi dejarle pasar para asegurar el golpe. Siguiendo el mismo camino que los otros, lleg junto a Esmirra, que al verle tan bajo no resisti a la tentacin de saltar sobre l. Le roz una de las patas, pero el pjaro esquiv el cuerpo tan oportunamente que pudo salvarse. Cuando an no haba tenido tiempo ni para respirar, vio que se aproximaban en lnea otros tres patos. Estos hicieron lo mismo que los dems, y Esmirra salt sobre ellos, vanamente tambin. Despus fueron cinco los que aparecieron. Volaban mejor que los otros y aunque tentaron a Esmirra con su proximidad, les dej pasar sin pretender atraparles. Transcurri un momento bastante largo y apareci un pato solo, el decimotercero. Era muy viejo, de plumaje gris, sin la menor estra. Pareca no poderse valer de una de sus alas y volaba penosamente de lado. A veces casi llegaba a tocar el suelo. Esmirra no quiso saltar sobre l cuando le tuvo cerca; prefiri correr y saltar hasta llegar junto al lago, mas tampoco pudo esta vez salirse con la suya. El pato que haca catorce ofreci un bonito espectculo. Era todo blanco; se hubiera dicho que un rayo de luz atravesaba el sombro bosque cuando agitaba sus grandes alas. Al verle, Esmirra hizo un llamamiento a todas sus fuerzas y dio un salto; pero el pato blanco escap sano y salvo como los otros. Hubo un momento de tranquilidad bajo las hayas. Esmirra record de sbito a su prisionero y elev sus ojos hacia el rbol. El pequeo Pulgarcito ya no estaba all, como era de suponer. Esmirra no pudo lamentarse mucho tiempo de su prdida, porque el primer pato volva del lago, volando lentamente bajo el ramaje. A pesar de su reciente mala suerte, Esmirra sinti gran contento al verle venir y lanzse en su persecucin; pero fracas al dar el salto de gracia por no haber calculado la distancia. Despus de este pato regresaron el segundo, el tercero, el cuarto, el quinto, hasta que acab la serie con el desfile del viejo pato de un gris de acero y el gran pato blanco. Todos llegaron muy lentamente y a poca altura y en el instante en que se hallaban encima de Esmirra aun descendan ms, como para invitarla a saltar. Y Esmirra saltaba y daba brincos y se lanzaba en su persecucin, pero sin tocar uno solo. Fue la peor jornada que Esmirra pudo tener en todos los das de su vida. Los patos silvestres volaban siempre por encima de ella e iban y venan y volvan a pasar. Una bandada de hermosos pjaros que se haban criado y cebado en los campos y juncales de Alemania, atraves el bosque, volando por debajo de la bveda de ramas y rozndole a veces con las alas, sin poder dar caza a uno solo para aplacar el hambre que senta. Finalizaba ya el invierno y Esmirra recordaba los das y las noches en que haba rodado ociosa sin descubrir el ms insignificante animalito que llevarse a la boca, por haber marchado las aves de paso, haberse escondido las ratas bajo la tierra cubierta de nieve y estar encerradas las gallinas. Pero el hambre terrible del invierno haba sido nada, comparada con las decepciones de aquel da. Esmirra no era una zorra joven. Haba burlado repetidas veces la persecucin de las jauras y odo el silbido de las balas. Permaneca oculta en el fondo de su madriguera, mientras los podencos rastreaban los hoyos subterrneos, prximos a darle caza. Pero la angustia que experimentara durante la persecucin encarnizada, no era comparable a la que senta ahora, cada vez que fracasaba en sus intentos. Al comenzar el juego, a primera hora de la maana, apareci tan hermosa la zorra Esmirra que los mismos patos maravillronse al verla. Esmirra amaba el esplendor; su piel era de un rojo subido, con el pecho blanco, era negro su hocico y su cola como una pluma de avestruz. Pero en la tarde de aquel da, la piel de Esmirra colgaba en mechones revueltos, baada en sudor; sus ojos haban perdido toda brillantez y su lengua, anhelante, asomaba por fuera de la boca llena de espumarajos. Por la tarde Esmirra fue vctima de una especie de delirio provocado por el cansancio. Por todas partes vea patos volando, faltaba sobre las manchas de sol que haba en el suelo y sobre una pobre mariposa recin salida de su crislida. A todo esto los patos silvestres no dejaban de volar por el bosque y de atormentar a Esmirra, que no les inspiraba ninguna piedad, a pesar de que apareca aniquilada, temblorosa, loca. Y all continuaban aun comprendiendo que Esmirra casi no poda verles, pues saltaba sobre las sombras que los patos proyectaban en tierra. Slo cuando Esmirra cay desvanecida sobre un montn de hojas secas, impotente e inerte, a punto de expirar, decidironse los patos a abandonar su juego. Zorra: de hoy en adelante sabrs lo que cuesta atacar a Okka gritaron a su oreja, dejndola al fin. III. COMO VIVEN LOS PATOS SILVESTRES EN LA GRANJA

Jueves, 24 de marzo.

PRECISAMENTE POR AQUELLOS das registrse en la Escania un acontecimiento que fue objeto de grandes discusiones, que se coment en los peridicos y que muchas personas reputaron de cuento, a falta de una lgica explicacin. Lo sucedido fue que en una rama de avellano, a orillas del Vombsj, haba sido cogida una ardilla, a la que se llev a una granja prxima. Todos los moradores de la granja, jvenes y viejos, alegrbanse infinito al ver el pequeo animal, tan hermoso con su bonita cola, sus ojos inteligentes y curiosos y sus patitas delicadas. Imaginaban ya un bello espectculo para todo el verano, al contemplar los movimientos de la gil ardilla, su manera de descortezar rpidamente las avellanas y sus ojos despiertos y alegres. La ardilla fue instalada en una vieja jaula de las que se construyen para ellas, a modo de una casita pintada de verde y una rueda de alambre. La casita, que tena puertas y ventanas, servira para comedor y dormitorio, y all se le prepar un lecho de hojas y se le puso un poco de leche y un puado de avellanas. La rueda sera el lugar de esparcimiento, donde el animalito podra correr y trepar. La gente de la granja encontraron admirable cuanto haban hecho para la mayor comodidad de la ardilla; por eso fue tan grande su asombro al descubrir que sta no encontraba agradable su habitacin. Permaneca triste e inmvil en un rincn de la jaula y de tiempo en tiempo exhalaba un suspiro quejumbroso. Al ver que no probaba alimento, decan: Es que tiene miedo; maana, cuando no extrae su encierro, comer y jugar. Las mujeres de la casa sintieron de sbito la necesidad de comer. En seguida comenzaron a amasar pan, y bien sea porque un hechizo retrasara el trabajo impidiendo la levadura de la pasta, o bien porque la pereza se apoderara de todos, el caso es que hubo que trabajar hasta muy entrada la noche. En la cocina reinaba una actividad febril, y no haba tiempo para pensar en la ardilla. En la casa haba una anciana harto cargada de aos para que pudiese ayudar a hacer el pan, y aunque se daba perfecta cuenta de ello, no se resignaba a que los dems prescindieran de sus servicios. Como su tristeza no la dejaba dormir, opt por sentarse junto a una ventana y mirar hacia afuera. A causa del calor habase dejado abierta la puerta de la cocina, y la luz que en ella haba, iluminaba todo el corral. Estaba ste rodeado de una cerca tan baja que permita ver la casa de enfrente, tan bien alumbrada entonces, que la anciana poda distinguir los agujeros y hendiduras de las paredes. Vea tambin la jaula de la ardilla, puesta en el lugar ms iluminado, pudiendo observar que durante la noche la ardilla no ces de ir de la casita a la rueda y de sta a la casita. Pens que del animal se haba apoderado una extraa inquietud, sin dejar de suponer que la causa de la misma poda ser la fuerte luz que le imposibilitaba dormir. Entre el establo y la cuadra haba un largo corredor cubierto que conduca a la puerta de entrada. Este corredor estaba situado de tal modo que la luz llegaba hasta l. Ya bastante adelantada la noche la anciana vio entrar de repente por el hueco de la puerta a un hombrecito que no medira un palmo y que andaba a pasitos. Calzaba zapatos y llevaba pantalones de cuero como los de los obreros. La vieja comprendi al punto que no poda ser otra cosa que el duende y tuvo miedo. Siempre haba odo decir que el duende habitaba por all y que llevaba la felicidad a todas partes. Apenas lleg al corral dirigise hacia la jaula donde estaba encerrada la ardilla. No pudiendo alcanzarla, busc una caa que coloc contra la jaula y por la cual trep con la misma rapidez y maestra que un marino a lo largo de un mstil. Golpe la puerta de la casita verde, pero la vieja quedse tranquila al recordar que los nios habanla sujetado con una cadena por temor a que los hijos del vecino vinieran a robarles su ardilla. El duende no poda abrir la puerta y la vieja vio como la ardilla sali para subirse a la rueda. All mantuvieron los dos un largo concilibulo, terminado el cual descendi el duende a lo largo de la caa y desapareci por la puerta. La vieja crey que ya no le volvera a ver aquella noche, y como permaneciera en su sitio junto a la ventana, advirtile un instante despus. Llevaba tal prisa que sus pies parecan no tocar el suelo; corra en direccin a la jaula. La anciana pudo verle perfectamente con sus ojos de prsbita. Vio tambin que llevaba algo en sus manos, ms sin distinguir lo que era. Dej en tierra lo que llevaba en su mano izquierda y subi a la jaula lo que llevaba en la derecha. De un puntapi hizo saltar una de las ventanas, que destroz, y entreg a la ardilla lo que le llevaba. Volvi a bajar, recogi lo que dejara en el suelo y subi de nuevo. Hecho esto desapareci tan rpidamente que la anciana apenas si pudo seguirle con la mirada. Entonces fue la vieja la que no pudo permanecer tranquila en la casa; lentamente gan la puerta y fue a ocultarse tras de la bomba del agua para espiar al duende. En la casa haba otro ser que descubri lo sucedido y se mostraba tambin intranquilo: era el gato. Este se desliz silenciosamente hasta la pared y se detuvo un poco antes de llegar a la raya que dibujaba la luz. All esperaron largo tiempo, soportando el fro de aquella noche de marzo. Ya estaba la vieja dispuesta a retirarse, cuando oy pasos; era el duende que se aproximaba corriendo. Como antes, llevaba algo en las manos; pero lo de ahora chillaba y se agitaba. La vieja comprendi que haba ido a buscar al bosque de avellanos los hijos de la ardilla, que le llevaba para que no murieran de hambre. La vieja permaneca inmvil para no asustarle con el menor ruido, y el duende mostrbase tranquilo. Iba a dejar uno de los animalitos en el suelo para subir con el otro hasta la jaula, cuando vio brillar muy cerca de donde estaba los ojos del gato. El duende qued sin movimiento, desconcertado, con un pequeuelo en cada mano; repsose luego, mir a todos lados y al descubrir a la anciana no vacil en correr hacia ella para entregarle uno de los bichitos. La vieja no quera mostrarse indigna de esta confianza. Inclinse, tom la pequea ardilla y la guard hasta que el duende hubo llevado el otro a la jaula y volvi a coger el que dejara. Cuando a la maana siguiente reunironse la gente de la granja a la hora del desayuno, la vieja no pudo dejar de referir lo que haba presenciado aquella noche. Todos se burlaron, naturalmente, dicindole que era un sueo. Las ardillas no criaban en tal poca del ao. Pero ella estaba cierta de lo que les deca y slo les rogaba que vieran la jaula. As lo hicieron. Sobre el lecho de hojas haba cuatro pequeuelos todava sin pelo y medio ciegos, que apenas si contaran tres das de existencia. Y al verle, dijo el dueo de la granja: Sea lo que sea, lo nico cierto es que debiramos estar avergonzados. Seguidamente sac de la jaula la ardilla y sus pequeuelos, y ponindoselos a la vieja en el delantal, le dijo: Llevadlos al bosque de nogales y dejadles en libertad. Tal es el acontecimiento del que hablaron hasta los peridicos y que muchos se resistieron a creer porque no acertaban a explicrselo. EN EL PARQUE

Durante el da que los patos destinaron a jugar con la zorra, estuvo durmiendo Nils en un nido de ardillas abandonado. Cuando despert, ya casi de noche, estaba muy inquieto. Me llevarn a casa de noche y no podr evitar la presencia de mi padre y mi madre, pensaba. Pero cuando lleg al lago de Vombsj, donde los patos se baaban, ninguno le habl del regreso a su casa. Tal vez est muy cansado el pato blanco para llevarme esta tarde se dijo para sus adentros. Los patos despertaron al apuntar la claridad del nuevo da, mucho antes de salir el sol. Nils crey que se le llevara a su casa; pero, cosa extraa, tanto l como Martn pudieron seguir a los patos silvestres en el vuelo de la maana. No sabiendo a qu atribuir la causa de este retraso, pens que los patos toleraran su presencia hasta que estuviese harto. Pero no por eso dejaba de alegrarse por cada instante que pasaba lejos de su familia. Los patos silvestres pasaron por encima del dominio de Evedskloster, situado, con su parque magnfico, al este del lago. Era una hermosa propiedad con un gran castillo, un patio de honor, empedrado, rodeado de murallas y pabellones, un viejo jardn con mirtos recortados, avenidas cubiertas por las ramas, arroyos de agua corriente, fontanas, rboles copudos, extensiones rectilneas de csped, bordeadas de macizos de flores que la primavera coloreaba. Cuando a la hora matinal pasaron los patos por encima del dominio, no se haba levantado ninguno de sus moradores. Cuando estuvieron bien seguros de ello, descendieron hasta la garita del perro, y gritaron: Cmo se llama esta pequea cabaa? Cmo se llama esta pequea cabaa? El perro guardin se precipit fuera de su refugio, ladrando hacia el cielo: Llamas a esto una pequea cabaa, miserables vagabundos? No veis que esto es un gran castillo de piedra? No veis esas altas murallas, todas esas ventanas y esas grandes puertas y esa terraza esplndida, u, u, u? Llamar a esto cabaa! No veis el jardn, los invernaderos, las estatuas de mrmol? Llamis cabaa a esto? Desde cundo tienen las cabaas un parque con grupos de hayas, y cuadros de manzanos, y de robles, y prados verdes, y arenales cubiertos de pinos donde pululan los corzos, u, u, u? Sois vosotros, vosotros, los que llamis a esto una cabaa? Hnse visto cabaas como sta, rodeada de tantas construcciones que se dira un pueblo? Habis visto cabaas que tengan su iglesia y su rectora, con inmensos dominios, y granjas, y alqueras, y casas de jornaleros, u, u, u? Llamar a esto una cabaa! Esta cabaa posee la mayor parte de las tierras de la Escania. Miserables mendigos! Desde donde estis no podis ver un solo pedazo de tierra que no pertenezca a esta cabaa, u, u, u! El perro ladr todo esto sin detenerse ni tomar aliento, y los patos iban dando vueltas al patio, esperando el momento en que la fatiga le hiciera callar. Entonces dijeron: Por qu te enfadas? Nosotros no hablamos del castillo, sino de tu garita. Al or esta graciosa respuesta ri el muchacho muy satisfecho, aunque al momento se apoder de l un pensamiento que le puso triste. Piensa cuntas gracias como sta oiras si te dejaran llegar hasta la Laponia. En el estado en que ests no puedes desear nada mejor que este viaje. Los patos silvestres prosiguieron su vuelo, no tardando en descender sobre uno de los grandes campos situados al este del castillo para picotear los granos cados entre las hierbas, lo que les ocup algunas horas. Durante este tiempo, el muchacho, que se haba adentrado por el parque lindante con el campo, dedicse a buscar entre los avellanos algn fruto. Pero la idea del viaje continuaba obsesionndole. Entrevea siempre los placeres de un viaje con los patos. Tal vez tuviera que sufrir hambre y fro; pero, en compensacin, no tendra que trabajar ni estudiar. Mientras erraba por el parque, el viejo pato que guiaba a la bandada, se aproxim al muchacho para preguntarle si haba encontrado qu comer. No, no haba encontrado nada. Entonces se puso el pjaro a buscar comida para l, y no pudiendo tampoco encontrar avellana alguna, decidise a cortar con su pico otros frutos que el muchacho comi con deleite, sin dejar de preguntarse qu dira su madre si supiera que su alimentacin era pescado crudo y castaas. Cuando los patos hubieron comido bastante, aproximronse de nuevo al lago y dedicronse a jugar hasta el medioda. Los patos silvestres invitaron a Martn a luchar con ellos: fue un concurso de vuelo, de nado y de carreras a pie. Martn llegaba al lmite de resistencia, pero los patos le vencan siempre. A todo esto el muchacho iba sentado en las espaldas de Martn y le enardeca con sus voces, divirtindose tanto como los dems. All slo se oan gritos, risas y exclamaciones tan ruidosas, que era extrao no fuesen odos de los moradores del castillo. Cuando los patos silvestres haban jugado bastante, marchronse a descansar sobre el hielo que cubra el lago. La tarde pas como la maana. Despus de dos o tres horas de reposo, baronse y jugaron en el agua junto a un banco de hielo hasta la puesta del sol; por ltimo, quedaron dormidos. Me va a costar la vida balbuce Nils en el momento de acurrucarse bajo el ala del pato; pero de seguro, maana me envan a casa. Antes de dormirse enumer mentalmente todas las ventajas que le reportara seguir a los patos. No le regaaran por perezoso; podra gandulear y pasar la jornada sin hacer nada; su nico cuidado estribara en encontrar qu comer; pero como ahora necesitaba tan poquita cosa, no sera muy difcil. Al da siguiente, mircoles, estuvo con el alma en un hilo esperando el momento de la despedida; pero los patos no le hicieron ninguna indicacin en este sentido. La jornada pas como la vspera; la vida silvestre le gustaba cada vez ms. El gran bosque de Evedskloster parecale suyo y no tena el menor deseo de volver a su vivienda tan estrecha ni a los pequeos campos de su pas. Comenzaba a tener confianza en que los patos le retendran a su lado; pero el jueves perdi sus esperanzas. Este da amaneci como todos. Los patos se solazaban recorriendo la extensin de los campos y el muchacho cruzaba el bosque para encontrar qu comer. A poco fue en su busca Okka para informarse de si haba comido algo, y al decirle que no, ofrecile una espiga que conservaba todos sus granos. Cuando los hubo comido Okka, le aconsej que anduviese con mucho cuidado por el bosque. Seguramente no saba los muchos enemigos con que contaba, a pesar de su insignificancia. Y Okka se puso a enumerarlos. Cuando se paseara por el parque deba precaverse contra la zorra y la marta; en la orilla del mar deba precaverse de las nutras; si se sentaba sobre alguna pared no deba olvidar a la comadreja, que se oculta en los agujeros e intersticios ms pequeos; antes de acostarse sobre algn montn de hierba hara bien observando si ocultaba alguna vbora que pasara all su sueo de invierno. Una vez en campo descubierto debera espiar la presencia de los gavilanes y los buitres, de las guilas y los halcones que cruzan los aires. Al hallarse al abrigo de un avellano corra el riesgo de ser apresado por un gaviln; las urracas y los cuervos saltaban a cada paso, y la ms elemental prudencia ordenbale no fiarse de ellos, y una vez anocheciera deba ser todo odos para adivinar la aparicin de los grandes bhos y los mochuelos que vuelan tan silenciosamente que aun estando a su lado no se les percibe. Oyendo hablar de tantos seres que constituan un peligro para su vida, pensaba Nils cuan imposible le sera escapar a sus asechanzas. No le aterrorizaba la idea de morir, sino la de ser devorado, por lo que le pregunt a Okka lo que deba hacer para protegerse. Okka le aconsej que se congraciara con los pequeos animales de los bosques y los campos, con el mundo de las ardillas y de las liebres, con los gorriones, y los abjucos, y los picoverdes, y las alondras. S llegaba a ser amigo de ellos podran advertirle de los peligros, procurarle escondrijos y aun, en caso de necesidad, unirse para su defensa. Pero cuando aquella misma tarde, siguiendo este consejo, se dirigi a Sirle, la ardilla, en demanda de proteccin, sta se neg a concedrsela. No esperes nada de m ni de los otros pequeos animales le dijo Sirle. Crees que no s que t eres Nils, el guardador de patos? El ltimo ao destruiste los nidos de las golondrinas, reventaste los huevos de los estorninos, dejaste en libertad a los pequeos cuervos y los llevaste a la balsa, cazaste mirlos con cepo y encerraste ardillas en las jaulas. Cudate t solo y procura que no nos unamos todos contra ti para echarte de estos parajes y hacerte volver al lado de tu familia. Tal respuesta no la hubiera dejado pasar impunemente en otro tiempo, cuando todava era Nils, el guardador de patos; pero ahora era grande su temor a que los patos silvestres averiguaran lo malo que haba sido siempre para los animales. El miedo a ser enviado a casa no le haba dejado cometer la ms pequea travesura desde que iba con ellos. Es verdad que siendo tan pequeito no estaba en condiciones de cometer muchos males; pero tambin era cierto que hubiera podido aplastar algunos huevos de pjaros si tal hubiese deseado. No, l haba sido bueno, no haba arrancado ni una sola pluma de las alas de los patos, ni haba dado a nadie una respuesta inconveniente; y cada maana, al darte los buenos das a Okka, haba saludado descubrindose. Todo el jueves lo pas imaginando qu cosa podra hacer para que los patos se lo llevaran hasta la Laponia. Por la tarde, al saber que la compaera de Sirle haba sido cazada y que sus pequeuelos estaban a punto de morir de hambre, resolvise a correr en su ayuda. Y ya hemos dicho de qu manera lo consigui. El viernes, al llegar al parque, oy cantar por todas partes a los pinzones que saltaban de rama en rama y referir con sus piidos como haba sido cazada la mujer de Sirle por unas gentes crueles, y como Nils, el guardador de patos, haba desafiado los peligros de los hombres y habale llevado los pequeuelos. Quin es ms festejado en el parque de Evedskloster cantaban los pinzones que el pequeo Pulgarcito, al que todos teman en otro tiempo cuando era Nils, el guardador de patos? Sirle, la ardilla, le dar avellanas, las pobres liebres jugarn con l, los corzos montarn a sus espaldas y huirn con l cuando Esmirra, la zorra, se aproxime, los abejorros le anunciarn la venida del gaviln, los gorriones y las alondras cantarn en su loor. El muchacho estaba seguro de que todo aquello lo oan Okka y los patos; pero, no obstante, pas todo el da del viernes sin que nadie le hablase de continuar a su lado. Los patos pudieron solazarse hasta el sbado por los campos que circundan el castillo de Evedskloster sin ser hostilizados por la zorra Esmirra; pero este da, apenas volvieron a los campos, les descubri la zorra y persiguiles de campo en campo, sin darles tiempo para comer ni punto de reposo. Cuando Okka comprendi que no les dejara tranquilos adopt una decisin rpida y elevse por los aires con toda su bandada, que condujo a varias leguas ms all, volando sobre las llanuras de Frs y las desnudas colinas que hay en la regin de Linderd. Los patos no se detuvieron hasta llegar a los alrededores de Vittskrle, cerca del Bltico.

NILS QUIERE SEGUIR IGUAL

Y lleg el domingo. Haba transcurrido una semana desde que Nils fue transformado en duende, y ni por asomo sala de su inopinada pequeez. No por esto experimentaba inquietud. A medioda instalse en lo alto de un sauce crecido, junto al agua, y se divirti tocando la flauta. En torno suyo haban ido reunindose abejorros, pinzones y estorninos, tantos como las ramas podan soportar, y los pjaros cantaban y silbaban aires que l trataba de imitar con su flauta. Pero no estaba muy fuerte en este arte. Tocaba tan mal, que a sus maestros erizbanseles las plumas y gritaban y agitaban sus alas desesperadamente. El muchacho se diverta mucho con todo esto y la risa le hizo interrumpir su sonata. Despus volvi a tocar tan mal como antes y todos los pajaritos se lamentaron: Hoy tocas peor que nunca, Pulgarcito. Desafinas de un modo terrible. A dnde van tus pensamientos, Pulgarcito? A otro sitio respondi el muchacho. Y era verdad. Estaba preguntndose siempre hasta cundo le retendran los patos. De sbito tir su flauta y salt a tierra. Acababa de descubrir a Okka y a los otros patos que se acercaban volando en una larga fila. Avanzaban lenta y solemnemente y crey adivinar que, por fin, iban a decirle lo que haban decidido respecto a l. Cuando se detuvieron, dijo Okka: Mi conducta debe de haberte asombrado, Pulgarcito: yo no te he dado las gracias todava por haberme salvado de las garras de Esmirra; pero soy de los que prefieren agradecer las cosas con actos que con palabras. Y he aqu que yo creo haberte prestado, en cambio, un servicio. He enviado un mensaje al duende que te ha encantado. En un principio no quera or hablar de volverte a tu primitiva forma; pero le he enviado mensaje tras mensaje para decirle lo bien que te has portado entre nosotros. Y me ha dicho, por ltimo, que permitir que vuelvas a ser hombre cuando regreses a tu casa. Si grande fue la alegra que experimentara al or las primeras palabras de Okka, grande tambin fue la tristeza que se apoder de su nimo cuando la pata hubo callado. No pudo decir una palabra, y volviendo la espalda rompi a llorar. Qu significan esas lgrimas? pregunt Okka. Dirase que de m esperabas ms de lo que te ofrezco. Nils, que pensaba en los das de indolencia y diversin, en las aventuras y en la libertad, en los viajes por los aires a los cuales tena que renunciar, se lamentaba amargamente. No quiero volver a ser hombre exclamaba. Yo quiero ir con vosotros a la Laponia. Escchame contest Okka: voy a decirte una cosa. El duende es tan irascible que temo que si no aceptas ahora lo que te ha concedido, resulte imposible inclinarle de nuevo en tu favor. Cosa extraa: aquel muchacho no haba sentido nunca amor por nada ni por nadie; no haba querido jams a su padre ni a su madre, al maestro de escuela ni a sus camaradas de clase ni a los chicos de las granjas vecinas. Todo lo que haban querido que hiciera, parecile enojoso. As es que no pensaba en nadie ni a nadie echaba de menos. Los nicos seres con los cuales haba podido entenderse un poco eran: Asa, la guardadora de patos, y el pequeo Mats, dos criaturas que, como l, llevaban sus patos al campo; pero no les estimaba verdaderamente. No quiero volver a ser hombre grit el muchacho; quiero seguiros a la Laponia. Slo por esto he estado portndome bien durante toda la semana. No me opondr a que nos sigas tan lejos como quieras dijo Okka; pero antes reflexiona sobre si prefieres regresar a tu casa. Algn da puedes lamentar tu resolucin. No, no la lamentar contest el muchacho. Nunca me he encontrado tan bien como entre vosotros. Como quieras. Gracias respondi Nils. Era tan feliz que no pudo menos que llorar de alegra, as como antes haba llorado de pena. IV. LA VIEJA CASA DE GLIMMINGE

LAS RATAS NEGRAS Y LAS RATAS GRISES

AL SUDESTE DE la Escania, no lejos del mar, se eleva un viejo castillo que lleva el nombre de Glimminge. Se compone de un solo cuerpo de edificio de piedra, alto, grande y slido. Se le ve desde varas millas de distancia. No tiene ms altura que la de cuatro pisos, pero es tan enorme, que una casa como las que se construyen ordinariamente, puesta en el patio, tendra todo el aspecto de una casa de muecas. Son tan gruesas las paredes exteriores e interiores y las bvedas, que apenas si queda sitio dentro para otra cosa. Las escaleras son estrechas, los vestbulos pequeos y las salas poco numerosas. Para que los muros tengan la mayor solidez, slo hay un reducido nmero de ventanas en los pisos superiores; a ras del suelo, solamente haba estrechos orificios para dar paso a la luz. En los tiempos antiguos, cuando se viva en perpetua guerra, se mostraban los hombres tan contentos de encerrarse en el interior de esta construccin tan slida e imponente, como se muestran en nuestros das al enfundarse una pelliza en pleno invierno; pero cuando llegaron las dulces horas de la paz, no quisieron permanecer encerrados en las salas de piedra, lgubres y fras, del viejo castillo. Y hace mucho tiempo que abandonaron el vasto castillo de Glimminge para establecerse en habitaciones confortables y abiertas a la luz y al aire. En los das que Nils Holgersson iba de aqu para all con los patos silvestres, no haba ningn ser humano en Glimminge, que, sin embargo, no estaba falto de habitantes. En el tejado haba un gran nido que en verano habitaban muchas cigeas; en el granero vivan buen nmero de mochuelos; en los corredores secretos de los muros refugibanse infinidad de murcilagos; un gato viejo habase establecido en la chimenea de la cocina; y por la bodega corran algunos centenares de ratas de la vieja especie negra. Las ratas no son muy apreciadas de los otros anmales; pero las ratas negras de Glimminge constituyen una excepcin. Siempre se las nombraba con respeto, porque haban dado pruebas de mucha bravura en las luchas con sus enemigos, y de una gran fuerza de resistencia, despus de las desgracias que se haban cebado en su pueblo. Pertenecan a un pueblo de ratones que en otros tiempos fue muy numeroso y fuerte y que se extingua ya. Durante muchos aos las ratas negras haban posedo todo el pas de la Escania. Se las encontraba en las bodegas, en los graneros, en las trojes y en los caminos, en los almacenes de vveres y en las carniceras, en los establos y en las cuadras, en las iglesias y en los castillos, en los molinos y en las destileras, en todos los lugares construidos por los hombres; pero ahora haban sido cazadas de todas partes y casi exterminadas. Apenas por ac y acull, en sitios aislados y desiertos, encontrbanse algunas; en Glimminge las haba an en nmero bastante crecido. Por lo general, cuando desaparece alguna raza de animales, son los hombres la causa de ello; pero no en este caso. Los hombres haban declarado la guerra, ciertamente, a las ratas negras; pero no lograron conseguir gran cosa. Los que las vencieron pertenecan a otro pueblo de la misma especie: a las ratas grises. Estas ratas grises no habitaban el pas desde tiempo inmemorial, como las ratas negras. Descendan de algunos pobres colonos que cien aos antes, a lo sumo, desembarcaron en Malm, de un navo procedente de Lubeck. Eran unas pobres ratas miserables, famlicas y sin hogar, que vegetaban en el mismo puerto, nadando entre las estacas, bajo los puentes, y alimentndose de los detritos que los hombres arrojaban al agua. Jams se aventuraban a entrar en la ciudad, ocupada por las ratas negras. No obstante, su nmero fue creciendo poco a poco y su atrevimiento hacindose mayor. Comenzaron por instalarse en algunas viejas casas abandonadas que las ratas negras desalojaron. Buscaban su sustento en los arroyos y albaales y recogan todos los residuos que las ratas negras dejaban. Eran fuertes e intrpidas y se contentaban con poco; en pocos aos llegaron a sumar bastante nmero para echar a las ratas negras de Malm. Poco a poco iban tomndoles los graneros, las cuevas y los almacenes, obligndolas a rendirse por hambre o matndolas, porque no teman la lucha. Una vez tomado Malm partieron en grandes y pequeos grupos a la conquista del pas entero. No es fcil comprender por qu las ratas negras se abstuvieron de reunirse con el fin de exterminar en una guerra encarnizada a las ratas grises antes de que llegaran a ser muy numerosas. Esto debise, probablemente, a que las ratas negras se sentan tan superiores en poder que no conceban la posibilidad de destruirlas. Permanecieron tranquilas en sus dominios y durante este tiempo las grises arrebatronles granja tras granja, aldea tras aldea, ciudad tras ciudad. Y debieron ceder paso a paso, rendidas por el hambre, cazadas, exterminadas. En la Escania slo pudieron retener una sola plaza, Glimminge. El viejo castillo tena unas paredes tan seguras y un tan pequeo nmero de entradas que las ratas negras haban logrado defenderse de la invasin. La lucha entre defensores y asaltantes se haba prolongado noches y noches durante aos; las ratas negras defendan bien sus posiciones y se batan con el ms grande desprecio a la muerte; y gracias a la disposicin del viejo castillo haban salido siempre victoriosas. Hay que aadir que las ratas negras se haban hecho tan odiosas durante el tiempo de su dominacin, de todas las otras criaturas vivientes, que las ratas grises lo eran tambin ahora, y con razn. Haban atacado a pobres prisioneros encadenados en sus calabozos; haban devorado con fruicin los cadveres; haban robado el ltimo mendrugo de pan de la cueva habitada por el pobre; mordido los pies de los patos dormidos; saqueado los gallineros, apoderndose de los huevos y los polluelos; en resumen, haban cometido mil fechoras; pero desde que cayeron en el infortunio, todo pareca haberse olvidado, y no se poda menos que admirar a los supervivientes d