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DIRECCIÓN REDACCIÓN COORDINACIÓN COMITÉ EDITORIAL DISEÑO PORTADA FOTOGRAFÍAS DE PORTADA AGRADECIMIENTO ESPECIAL AGRADECIMIENTOS OBJETO DE LA PORTADA (DESVIRGADOR RITUAL AFRICANO) ADMINISTRACIÓN PRODUCCIÓN MARTA LAMAS HORTENSIA MORENO GABRIELA CANO GABRIELA CANO MARY GOLDSMITH LUCERO GONZÁLEZ MARTA LAMAS ANA LUISA LIGUORI ALICIA MARTÍNEZ MARIA CONSUELO MEJÍA ARACELI MINGO HORTENSIA MORENO CECILIA OLIVARES ESTELA SUÁREZ MARIA LUISA T ARRES JESUSA RODRÍGUEZ ISABEL V ERICAT AZUL MORRIS CARLOS AGUIRRE GERARDO SUTER GUILLERMO IBARRA R. ANNE HUFFSCHMID DIEGO LAMAS SALVADOR MENDIOLA CARLOS MONSIVÁIS SERGIO V EGA CORTESÍA DEL MUSEO FRANZ MAYER ELVIRA BOLAÑOS ALINA BAROJAS ANA ENCABO LAURA MAGRIÑA

de la D · 2016-08-25 · Un feminismo ilustrado ... Inciarte y el machismo galante Cecilia Olivares 374 ARGÜENDE El vuelo de la rata Jesusa Rodríguez 381 A nadie (opus 136) Jesusa

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DirecciónRedacción

CoordinaciónComité editorial

DiseñoPortada

Fotografías de portadaAgradecimiento especial

Agradecimientos

Objeto de la portada(Desvirgador ritual africano)

Administración Producción

Marta LamasHortensia MorenoGabriela CanoGabriela CanoMary GoldsmithLucero GonzálezMarta LamasAna Luisa LiguoriAlicia MartínezMaria Consuelo MejíaAraceli MingoHortensia MorenoCecilia OlivaresEstela SuárezMaria Luisa TarresJesusa RodríguezIsabel VericatAzul MorrisCarlos AguirreGerardo SuterGuillermo Ibarra R.Anne HuffschmidDiego LamasSalvador MendiolaCarlos MonsiváisSergio Vega

cortesía del Museo Franz mayer Elvira BolañosAlina BarojasAna EncaboLaura Magriña

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Indice

EDITORIAL ix

SEXUALIDAD: TEORÍA Y PRÁCTICA

DeseoSallie Tisdale 3

Relaciones sexualesHortensia Moreno 5

Repensando la heterosexualidad:las mujeres con los hombres

Lynn Segal 17

La práctica del amor: deseo perversoy sexualidad lesbiana

Teresa de Lauretis 33

Hombres chicanos: una cartografía de la identidady del comportamiento homosexual

Tomás Almaguer 44

Los hombres heterosexuales y su vida emocionalVictor J. Seidler 75

Nuevas dóminas y renacimiento wagnerianoBarbara Beck 108

Las investigaciones sobre bisexualidad en MéxicoAna Luisa Liguori 128

Valores sexuales en la era del sidaJeffrey Weeks 153

Ortodoxia y heterodoxia en las alcobasCarlos Monsiváis 177

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DESDE LA MIRADA

Imágenes eróticasAraceli Mingo 207

DESDE LA ESCRITURA

La creación del personaje masculinoMargaret Atwood 227

DESDE LA CRITICA

La Malinche: del don al contrato sexualJean Franco 245

DESDE LA LITERATURA

La vida boca arribaJoaquín Hurtado 269

DESDE EL DIVÁN

Imaginario materno y sexualidadTeresa de Lauretis 279

DESDE LAS REPRESENTACIONES

Epistemología, moral y maternidadAraceli Ibarra Bellon 299

DESDE CHIAPAS

¿Todos somos indios?Carlos Monsiváis 327

DESDE LA CRISIS

Madame Bovary y la soberanía nacionalMargo Glantz 333

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DESDE OTRO LUGAR

El tiempo de las mujeresJulia Kristeva 337

DESDE LA POLÍTICA

¿Se puede cambiar de sentido a la política?Alessandra Bocchetti 361

LECTURAS

Un feminismo ilustradoGriselda Gutiérrez Castañeda 367

Inciarte y el machismo galanteCecilia Olivares 374

ARGÜENDE

El vuelo de la rataJesusa Rodríguez 381

A nadie (opus 136)Jesusa Rodríguez y Liliana Felipe 388

COLABORADORES 395

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editorial

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debate feminista, abril de 1995

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Editorial

Tal vez la llamada “sexualidad normal”, con todos sus preceptosy restricciones, es sólo uno de nuestros grandes mitos. Y comotodo mito, algo mucho más cercano a la fantasía que a la reali-

dad. Tal vez la sexualidad “normal” sea sólo una aspiración difícil dealcanzar, inclusive para quienes creen que su única finalidad debe ser lareproducción y su único ámbito legítimo, la familia monogámica, legali-zada y sacralizada por las instituciones en el poder.

El principal problema es que la idea de esa “normalidad”, definidamás bien en términos negativos y siempre en detrimento de las diferen-cias interpretadas como “anormalidades”, ha regido y rige muchas delas prácticas sociales de represión y exclusión que gobiernan nuestroscuerpos. La negativa o la imposibilidad de someterse a la “normalidad”ha implicado, para muchísimas personas, el costo de la marginación, laamenaza, la soledad, la vergüenza, el castigo, la culpa, el silencio.

Fue seguramente Freud1 el primero que exploró el tema con lucidezy amplitud de criterio excepcionales y llevó a cabo una crítica lo suficien-temente rigurosa y aguda como para seguir ofreciendo, noventa añosdespués, respuestas a las grandes incógnitas que se repiten en cada si-tuación personal, en el momento en que alguien se enfrenta con su pro-pia sexualidad como un enigma y se vuelve a preguntar las mismascosas que todos nos preguntamos.

A partir de entonces, lo que Freud —respetuosamente— llamó “des-viaciones”, “aberraciones” o “perversiones”2 parecerían haber ido ga-nando los espacios que la moral sexual predominante les ha queridonegar a lo largo de la historia de maneras sobre todo violentas; y asíhacen su aparición no precisamente esas sexualidades diferentes, alter-

1 Véase Tres ensayos sobre teoría sexual, Alianza, Madrid, 1972.2 Recuérdese que Freud hablaba de “desviaciones” respecto de esos dos para-

digmas (también considerados por él como algo que necesitaba una explicación: el“fin sexual normal” y el “objeto sexual normal”) que caracterizan el acto (el coito)descrito como la conjunción de los genitales de dos personas adultas de diferente sexo.

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debate feminista, abril de 1995

nas, disidentes, heréticas —pues siempre han existido personas que nose pueden o no se quieren someter a la normatividad plana de unasreglas sexuales impuestas, y la demostración de su existencia está en elpropio discurso de la moralidad machacona que pretende restringir lasexperiencias del cuerpo mediante prescripciones y proscripciones físi-cas o metafísicas, actuales o virtuales, imaginarias o materiales— sinosu posibilidad de autonombrarse, de escribirse, de proclamarse desdeuna propuesta de libertad donde el moralismo y la normalidad ya noencuentran acomodo.

La variedad de las sexualidades se enfrenta entonces a un diálogocritico, a un replanteamiento que ya no se funda en una serie de argu-mentos axiológicos y certezas —hace largo tiempo abandonados o a lomejor nunca completamente asumidos—, como la naturaleza, la biolo-gía, la reproducción de la especie, etcétera. La sexualidad no se agota enel cuerpo ni puede estar sancionada por los imperativos de la familia, dela economía o de la política predominante. Y el principal resultado quegenera ese diálogo es precisamente la necesidad de prescindir de nues-tra idea de normalidad.

La sexualidad aparece en una gama muy amplia de expresiones:desde la posición del misionero hasta la pura contemplación, pasandopor todas las variantes imaginables respecto del fin y el objeto sexuales—para seguir a Freud, quien en su afán de atribuir todas nuestras moti-vaciones a las pulsiones sexuales nos dio incluso la coartada de la subli-mación.

En esta desnormalización, los propios paradigmas se conviertenen puntos problemáticos; la pregunta ya no se reduce a los orígenes delas perversiones, sino que pone a la vieja y tranquilizante “normalidad”en el banquillo de los acusados, bajo la mira de los analistas, y la someteal mismo interrogatorio al que había sometido a todas las otras sexuali-dades, con el mismo derecho: la heterosexualidad adulta monogámicainstitucional se compara entonces con la ninfomanía, el fetichismo, lahomosexualidad, el exhibicionismo, la paidofilia, el voyeurismo, elsadomasoquismo, el onanismo, en fin, con todos sus —ahora— iguales:si el instinto sexual es un principio independiente de su fin y de suobjeto, cualquiera de los caminos que tome es un misterio, y cualquierreglamentación es “antinatural”, especialmente la castidad, la fidelidady la monogamia.

La sexualidad ha estado presente de muchas maneras en debatefeminista; sin embargo, nunca habíamos dedicado un número al tema y

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esta omisión preocupó a nuestro comité editorial cuando hicimos unarevisión de nuestras temáticas en el número 10. Decidimos poner manosa la obra y dimos varias vueltas en redondo, exploramos varias opciones(la más creativa fue hacer una antología sobre “la calentura” que nuncallegó a cuajar) hasta desembocar en lo que presentamos hoy. Con estenúmero iniciamos una segunda época de la revista, que implica no sóloel nuevo diseño de la portada que nos ofrece Carlos Aguirre, sino unanueva forma de trabajar internamente.

En este número hemos querido ofrecer un panorama de las mane-ras en que diferentes sexualidades se autonombran, se cuestionan, seexpresan y se escriben. No puede ser completamente abarcador, pero almenos quiere ser heterodoxo y contradictorio, disonante y perturbador.

En el primer bloque de ensayos quisimos trazar un mapa de loslimites más evidentes de la sexualidad, a partir de los ejes hombre/ mu-jer y heterosexual/homosexual. Complementamos el panorama con unareflexión sobre uno de los personajes más inquietantes del erotismo: ladómina, actriz del escenario del sadomasoquismo.

Dentro de este recuento de los deseos no podía faltar, por supuesto,una de las preocupaciones que amenazan con convertirse —para nues-tro horror— en el signo de los tiempos: el sida. Y cerramos “sexualidad:teoría y práctica”, con una amplia interpretación de la cultura sexual enMéxico. El contrapunto de toda esta reflexión, justo balance para textostan duros, es el relato de Joaquín Hurtado, que publicamos esta vez ennuestra sección “desde la literatura”, y la selección de imágenes eróticasque nos ofrece Araceli Mingo en “desde la mirada”.

Hemos hecho un serio esfuerzo para no olvidar los momentos quevivimos en México; creemos que los textos de Carlos Monsiváis y deMargo Glantz nos proponen una buena pista de aterrizaje. Además, da-mos la bienvenida a Araceli Ibarra Bellon que trabaja desde Guadalajaralos problemas de aquí. En crítica y escritura repetimos a dos autorasfavoritas que no necesitan presentación: Jean Franco y Margaret Atwood.

Teresa de Lauretis junta psicoanálisis y crítica cultural desde eldiván; publicamos un texto de hace veinte años de Julia Kristeva, unpoco sorprendidas ante su flamante vigencia a través del tiempo; y otromuy nuevo de Alessandra Bocchetti con preguntas y respuestas sobreasuntos que nos preocupan mucho. No publicamos algunas de nuestrassecciones acostumbradas como “memoria” —y “lecturas” está seriamentereducida— porque nuestro proyecto editorial está sintiendo pasos en la

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debate feminista, abril de 1995

azotea, igual que casi todos los habitantes de este país, con esa fea crisiseconómica. A ver si la cosa se compone. Es probable que en el futurodebate feminista tenga que adelgazar.

H.M.

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Sallie Tisdale

sexualidad: teoría y práctica

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sexualidad: teoría y práctica

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Sallie Tisdale

Deseo*

Sallie Tisdale

El deseo sexual es involuntario, pero tiene una vida literal: cualquier deseo nace, vive, evoluciona, envejece, cambia y muere.Alguien entra o se mete en un estado de deseo sin previo aviso, y

puede salir del mismo modo: alguien se sale del deseo de súbito, sorpren-dido, de repente frío, frustrado, desposeído. La persona que tiene el de-seo no es su herramienta, pero tampoco exactamente su dueña. Cualquierade nosotros puede hacer el intento de no actuar según sus impulsos, ysolemos conseguirlo, pero el impulso sigue vivo, demandante, insisten-te, tedioso sin importar qué escogemos. Y algunos deseos son muchomás irresistibles que otros. Tendida en la cama de un hotel, escuchandoel tenue y rítmico chirrido de la cama al otro lado de la pared, se estácondenada a sentir un impulso de alguna especie.

Cuando se mira a la propia sexualidad, se llega a un punto en queuna se puede abandonar a ella: al hecho de tu sexualidad, sea cual sea.Primero había escrito “se llega a un punto en el que una se tiene queabandonar”, pero por supuesto no se tiene que, no hay nada inevitableen ello. Hacerlo es verdaderamente lascivo, en el sentido más puro de lapalabra: la ola sube hasta que se derrumba por su propio peso y una seahoga. El control desaparece. Una está dispuesta a que la vean del todoy de verdad; se ha abandonado todo.

La amplia llanura del deseo sexual surge espontánea, por su pro-pia e incontrolada decisión aparte, y sorprende, desconcierta y a vecesgusta a la persona en la que surge. Roland Barthes se sorprendió a símismo escrutando el cuerpo de su amante, y fascinado con su propioescrutinio, trató de conocer “la causa de mi deseo ... soy como esos niñosque desarman las piezas de un reloj para encontrar qué es el tiempo”.

* Tomado de Talk Dirty to Me, Doubleday, Nueva York, 1994.

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sexualidad: teoría y práctica

Pero esa obsesión se da sólo parcialmente sobre el cuerpo del otro. Se damás, y de un modo más importante, sobre el otro, la opacidad enloquece-dora y fascinante del otro al que no se puede olvidar ni siquiera unmomento.

El estado que el deseo despertó duele y gusta a la vez, y el grado dedolorosa frustración asciende exactamente de acuerdo con el grado de in-tensificación del placer. Cuando se nos excita, el ego lidia con el superegoy lo derrumba, y mientras ambos están luchando, el mudo e insensatoello dirige el espectáculo. Hormonas, génetica, feromonas, qué más da.Sólo quiero eso o esto. Lo quiero tanto que apenas puedo pensar en otracosa, lo quiero aquí, ahora, de todas las maneras que puedo.

El apetito de otro nos puede destruir. El hambre nos transforma encomida, en una cosa, algo a ser devorado, aunque el hambre sea de amor.Demasiado deseo hace imposible la realización del deseo porque el de-seo se convierte en la meta y la conclusión.

Hace años tuve un amante que parecía insaciable. No era sexo de loque no podía obtener suficiente, sino cercanía, y el sexo era la únicamanera en que él creía que ésta podía darse. Me besaba como si estuvieradispuesto a masticar mi piel para llegar a través de ella dentro de mí,poseerme, para no estar solo. Cuando lo abandoné me sentí tragada yodié esta sensación. En aquella época, yo estaba atrapada en idealesrománticos y pensaba que debía querer que me adoraran. Pero cuando seacercaba a mí con esa tenacidad, me quedaba sin respiración. Con él, yoquería menos deseo, mucho menos, no más.

Traducción: Isabel Vericat

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Hortensia Moreno

Relaciones sexuales

Hortensia Moreno

L o sexual es lo corpóreo; tal vez por eso es profundamente miste-rioso. Lo sexual es íntimo, secreto. Se realiza en la oscuridad, apuertas cerradas, al abrigo de los ojos de otros; es peligroso,

culpígeno, clandestino, prohibido. Se prescribe y se proscribe; se persi-gue. Es intenso, obsesivo, urgente, compulsivo. Lo sexual es abarcador;no deja asunto sin afectar, incluso desde la ausencia, desde la carencia,desde la represión. Es escandaloso, vergonzoso, obsceno: de lo que sehabla en voz baja, en clave, sólo en determinados espacios, sólo condeterminadas personas.

Lo sexual nos viene a preocupar desde muy pronto en la vida; des-de muy pronto aprendemos a conocerlo y desconocerlo, a mostrarlo yesconderlo, a desearlo y a temerlo. Lo sexual es inquietante, desesperan-te: algo interno, escondido en lo más hondo de nosotros mismos pugnan-do por salir, algo manifestado en metáforas, desquiciante. Perturbador,inevitable, arrasador.

Hay una dificultad en la tarea de poner en palabras un asunto tancorporal y tan secreto. En lo personal, las relaciones sexuales siempre mehan parecido más bien intrigantes, difíciles de definir, de ubicar, de des-prender del conjunto en el que se hallan entretejidas: nuestro mundosimbólico.

Uno de los principales sentidos de la sexualidad, tal vez el mássimbólico, es la conciencia de la diferencia sexual. La evidencia de ladiferencia, sin embargo, no es el principio de un conocimiento, sino pre-cisamente un abismo de ignorancia para nosotros. Abusando de mi li-cencia poética: veo la diferencia sexual como una desgarradura, comouna cortada en el cuerpo entero de la humanidad. Se puede decir deforma mítica, como lo hizo Platón en El Banquete: es la herida que nosinfligieron los dioses al separar al andrógino. La herida sangra; ¿no esése un signo de herida abierta? La diferencia sexual nos corta a los sereshumanos en dos partes, y sólo una de ellas sangra.

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sexualidad: teoría y práctica

Me llama mucho la atención que Amelia Valcárcel y Agustín GarcíaCalvo coincidan al decir que el “sexo” es el sexo femenino. Dice AmeliaValcárcel:

En su sentido más antiguo y venerable, el término “sexo” denota al sexofemenino porque es el único, de los frecuentemente dos reconocidos, al que sele atribuye sobreintencionadamente la característica de tal.1

Y Agustín García Calvo dice:

Vengamos, pues, a ver qué diablos es esto a lo que suele llamarse en nuestrosdías sexo [...] En la época moderna, la palabra, pienso que a mediados del XVIII

[...] empieza a usarse para aludir precisamente a una de las dos clases, comosi una de las dos clases fundamentales de la Sociedad fuera el sexo porantonomasia, el sexo por excelencia. En autores de fines del XVIII y todavía enel XIX, franceses especialmente, podréis encontrar que “le sexe” es el femenino,naturalmente [...] Evidentemente, este significado de “sexo”, “sexualidad”[...] es una derivación de ese estadio intermedio en que sexo quiere decir el sexofemenino: el sexo, la sexualidad, son, naturalmente [...] las mujeres.2

Hay dos sentidos diferentes en los extremos de esta separación. Ladiferencia sexual es una atribución que transforma a una de las dospartes de la humanidad en la encargada directa de las funciones dereproducción, atención y cuidado de los demás (¿acaso porque se consi-deran las más naturales, las más biológicas?), mientras que la otra seentrega a la construcción de la cultura.

Se ha vuelto un poco necio discutir si esta atribución tiene o no unclaro amarre anatómico —aunque no falta quien sostiene aún que elcerebro funciona deficientemente en los cuerpos con útero—; y sin em-bargo, la diferencia sexual parece estar ligada de manera inflexible a laanatomía: somos seres sexuados. Nuestra primera y más inmediata iden-tidad tiene que ver precisamente con la exclamación del partero (o lapartera) en el momento en que nuestra madre nos arroja de su seno almundo y él (o ella) nos toma, me imagino que de los pies, y mira meimagino que con alguna atención la configuración de nuestros genitalesantes de decirle a nuestra madre ciertamente expectante —y al mundo,

1 Amelia Valcárcel, Sexo y filosofía: sobre “mujer” y “poder”, Anthropos, Barce-lona, 1991, p. 12.

2 Agustín García Calvo, “Los dos sexos y el sexo: las razones de la irraciona-lidad”, en Fernando Savater (ed.), Filosofía y sexualidad, Anagrama, Barcelona, 1988,p. 35.

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Hortensia Moreno

que ya desde ese momento nos habrá de tratar diferencialmente en fun-ción del resultado de esa mirada primera a nuestra genitalidad—: “¡esuna mujercita!”, o bien “¡es un varoncito!” Como seres sexuados, nosrelacionamos de ciertas maneras con “el otro sexo”.

Por ejemplo, formamos parejas. Esta manera de relacionarnos nopor obvia deja de ser inquietante; el amor y la pareja, a primera vista, sonlos modelos culturales que nos corresponden para resolver el problemaindividual que está implícito en la diferencia sexual, porque la parejaheterosexual es la unidad biológica de la que depende la reproducciónde la especie. Y sin embargo, el discurso del amor, esa normatividad queorganiza a partir más o menos del siglo XVIII el acceso a la sexualidad delas parejas heterosexuales “normales”, pareciera ignorar precisamenteel imperativo biológico de las relaciones sexuales.

El amor parece más bien un discurso capaz de imaginar las relacio-nes entre las parejas como un asunto que no tiene nada que ver con lareproducción de la especie. Una lectura rápida de la poesía de este siglonos puede mostrar un ciertamente estratificado catálogo de emociones.Aquellas que atañen al amor entre amantes muy raras veces se refieren alhecho de que las relaciones sexuales suelen acarrear consecuencias ta-les como el embarazo, el parto, la maternidad y todos los problemas quetrae consigo la llegada de un nuevo ser humano al mundo.

Por el contrario, la poesía quiere entender las relaciones entre dosseres humanos enamorados como un asunto directamente personal, in-dividual, sin resonancias comunitarias. No como un problema que ten-ga que ver con el conjunto de la vida social, no como una incumbenciadel grupo, sino como algo que atañe de manera estricta a sólo dos perso-nas, y que no debe tener repercusiones hacia el mundo exterior ni efectosde ese mundo hacia el interior infranqueable de la pareja. Incluso laenvoltura anatómica de las relaciones sexuales parece difuminarse yconvertirse en una serie de imágenes un poco vagas, un poco etéreas,donde hasta la palabra “placer” resulta escamoteada.

En esa forma de poesía que es la canción popular podemos verificarese extraño fenómeno: todos sabemos que el tema principal de una pro-porción muy considerable de las canciones transmitidas por la radio esel cortejo: ese conjunto de discursos y prácticas cuya intención explícitaes convencer a una persona —por lo general, a una persona del sexoopuesto, y en abrumadora proporción, a una mujer— de que quien canta“está enamorado” (o enamorada) y desea ser amado (o amada) en lamisma medida. Pero este discurso cantado del cortejo muy raras veces

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sexualidad: teoría y práctica

menciona de manera directa su meta más obvia e inmediata: las relacio-nes sexuales.

Sin embargo, es obvio que los ardientes amores no reclaman sola-mente miradas y suspiros y uno que otro besito, sino algo mucho menos“platónico y honesto”. No se trata tan solo de platicar con la muchacha(o el muchacho) aunque hay, por supuesto, contraejemplos: unas cuan-tas canciones en que la metáfora alude casi sin tapujos al encuentroamoroso de los cuerpos. Pero en nuestros medios sigue considerándosede muy mal gusto hablar de relaciones sexuales así, descarnadamente.Lo normal es hablar del amor, y de la infelicidad que su ausencia provo-ca, o referirse a la sexualidad con eufemismos.

Este olvido debe tener varias causas. Una de ellas es la aspiracióndel amor a individualizar. El enamorado ve a su amada precisamentecomo un ser humano en totalidad: la encuentra perfecta y única, insusti-tuible. En ese movimiento hacia adentro de la breve comunidad de doshay admiración, aprecio, reconocimiento del otro yo, valoración de lapersona en sí misma. Tal vez por eso las mujeres vivimos para el amor,tal vez por eso nos causa tal desolación su agotamiento; porque pudieraser el único momento de nuestra vida en que somos reconocidas en nues-tra personalidad plena y como fines, no como medios.

Afuera del amor, las mujeres hemos sido llamadas a asumir, acausa de nuestra anatomía, el grave compromiso de la reproducción dela especie humana, mientras que los varones se pueden dedicar a todoaquello que convierte en humana a la especie. La maternidad, lo bioló-gico, aquello para lo cual no hace falta sino la posesión de un útero enbuenas condiciones —y que a pesar de esa condición tan material hasido valorado como el hecho más sublime de la vida—, nos correspon-de a las mujeres. Como los varones no pueden ser madres entoncestienen que ocuparse de otros hechos trascendentes. Las mujeres se en-cargan de reproducir el cuerpo y los varones se encargan de reproducirel espíritu.

En esta inmemorial división del trabajo hay una asignación decondiciones morales. Según el discurso en cuestión, los dos lados delproblema son igualmente importantes, y son sólo nuestras determina-ciones biológicas las que no sólo encaminan nuestro destino, sino queinclusive impiden que vislumbremos siquiera uno distinto. He ahí porqué para los varones es tan sencillo olvidar las consecuencias de lasrelaciones sexuales. He ahí por qué las mujeres somos tan reacias engeneral a prodigarnos sexualmente. He ahí por qué el juego del amor se

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Hortensia Moreno

traduce tan fácilmente en un regateo en el cual se intercambian besos porpromesas de colaboración y seguridad.

He ahí por qué las mujeres son tan aficionadas al matrimonio. Estaafición no debe entenderse como una ingenuidad que identifica ese esta-do con la “felicidad”; ¿quién no ha sido testigo, a la edad de veinte años,de la casi inevitable guerra conyugal que se escenifica en prácticamentetodos los hogares donde las personas intentan organizarse en pareja?Sin embargo, casi todas las muchachas quieren casarse. Y casi todos losmuchachos preferirían establecer otras formas de relación. Porque paralos muchachos el matrimonio es ese recordatorio que les impide seguirolvidando placenteramente las consecuencias de las relaciones sexua-les. Para las muchachas, en cambio, el matrimonio es casi la única posi-bilidad social legalmente sancionada de compartir las responsabilidadesde esas consecuencias.

En todo caso, la asignación de valores morales diferenciales impli-ca cierta permisividad para los individuos del sexo masculino respectodel deber de propagar la especie. Para ellos, entonces, las relaciones sexua-les vienen siendo, sobre todo, un asunto relacionado con el amor o con elplacer. Para las mujeres, en contraste, las relaciones sexuales siempretienen alguna resonancia reproductiva exceptuando, claro está, a laslesbianas.

Las formas en que nuestra cultura codifica las relaciones sexualesno convierten esta actividad en una fuente de individuación para lasmujeres. Como lo ha mostrado Celia Amorós,3 a diferencia del ámbitopráctico simbólico que corresponde al genérico masculino y que se deno-mina el “espacio de los iguales o de los pares”, el ámbito práctico simbó-lico para el genérico femenino es el “espacio de las idénticas”. Se diceque dos cosas son idénticas cuando se dan en ambas unívocamente lasmismas características y cualidades, de tal manera que son indiscerniblescomo sujetos.

En las relaciones sexuales nos encontramos precisamente esta po-sibilidad de identificar unívocamente a las mujeres: tanto respecto de sucapacidad reproductiva —y de su obligación genérica de participar conel cuerpo en la perpetuación de la especie— como respecto de su posi-

3 Véase Hacia una crítica de la razón patriarcal, Anthropos, Barcelona, 1991.

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sexualidad: teoría y práctica

ción como “medios para el placer” de los varones, las relaciones sexua-les uniforman a las mujeres: todas sirven exactamente para lo mismo yda lo mismo una que otra.

Y si bien las relaciones sexuales no le dan a las mujeres esa impor-tante posición individualizada que le da sentido a las personas comoseres únicos —antes al contrario: es precisamente en las relaciones sexua-les donde la individualidad de las mujeres es negada más tajantementea causa por cierto de su finalidad reproductiva— sus consecuencias síse la dan: la maternidad individualiza prácticamente en la misma medi-da que el amor, sobre todo porque en nuestra cultura está identificadaíntimamente con una de las formas más codificadas del amor, ¿o acasose sabe de que Edipo y Yocasta hayan tenido alguna dificultad entreellos? Y no porque a los griegos no les interesara poner en escena lainfidelidad, el odio entre esposos o la guerra conyugal. En la materni-dad, las mujeres adquieren esa posición privilegiada que las convierteen seres insustituibles: madre sólo hay una.

Dice Agustín García Calvo: “El pecado contra el amor sin mayús-cula ni minúscula es justamente la separación; y en este pecado estamosincurriendo todos los días: esta insistencia en la separación entre lo quees Amor de veras y lo que es sexo es justamente el fundamento de todaslas nuevas y más poderosas formas de represión”.4 Aquí, lo que debemosretener es la posibilidad de separar amor y sexo, o sea, de entender lasrelaciones sexuales no como relaciones personales, y esa posibilidad larealizamos mujeres y hombres: cada sexo jala agua para su molino: sedice que para las mujeres no es comprensible el sexo sin amor y, encontraste, es perfectamente entendible el amor sin sexo. Se dice que paralos hombres es inconcebible el amor sin sexo, pero pueden muy biendisfrutar del sexo sin amor.

Examinemos, por ejemplo, las relaciones sexuales que se establecenmediante el contrato de la prostitución. Por lo general, se trata de relacio-nes entre un hombre que paga cierta mercancía —algo ciertamente vagopues no sabemos exactamente de qué se trata—5 y una mujer que va a

4 García Calvo, op. cit.5 ¿Tiempo, “carne”, atención, desahogo fisiológico, prestigio, reafirmación de

identidad? Paradójicamente, lo que una mujer vende en el contrato de la prostitu-ción no es algo de lo que pueda disfrutar para sí misma, pero sin duda es algo conun valor en el mercado.

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proporcionar esa mercancía. Muchas veces el contrato se establece entreel hombre que paga y otro hombre, el “dueño” de la “fuerza de trabajo”de esa mujer con quien el primero va a irse a la cama. Vale la pena llamarla atención sobre la escasez de relaciones sexuales en que una mujercompre la mercancía cuerpo o sexo o placer o lo que sea.

¿Significa esto que la sexualidad femenina y la masculina tienenvalores diferenciales? Tal parece que la sexualidad femenina “vale más”y por lo tanto se escamotea. Mientras tanto, la sexualidad masculina“vale menos” y por lo tanto se prodiga. Las mujeres se entregan, se dan;y los hombres las toman. A los hombres les cuesta (dinero o algún otrovalor) acceder a la sexualidad de las mujeres. Los hombres ruegan y lasmujeres se hacen del rogar.

A partir de esa diferencia en el valor de las sexualidades, las posi-ciones de los sexos en las relaciones heterosexuales se vuelven antagóni-cas. El encuentro de los cuerpos se ve mediado entonces por unanegociación de valores; hombres y mujeres suelen tener diferentes intere-ses involucrados en ese encuentro que funciona, en última instancia,como un intercambio donde los cuerpos son medios.

Esta notable asimetría también ocurre, de manera más o menos ate-nuada, en las relaciones sexuales “normales” entre varones y mujeres:muchos hombres están dispuestos a pagar el precio de esa peculiar mer-cancía que se entrega en el lecho, en la desnudez, en la intimidad. Elprecio puede ser alto o bajo, puede establecerse monetariamente u osci-lar de manera enigmática en diferentes modalidades. Pero ya se tratedel poquito dinero que se le entrega a una prostituta o a su padrote, o delcontrato matrimonial que las muchachas listas, decentes y bonitas (o susmadres) consiguen negociar a cambio de su virginidad y más adelante, acambio de su fidelidad—, lo cierto es que todas estas formas de intercam-bio tienen una connotación económica, inclusive en el sentido de casa ydomesticidad que implica el mencionado contrato matrimonial.

El bien conocido discurso del honor de los varones que depende dela castidad o la honestidad de las mujeres no es sino una manera de repre-sentar el mismo asunto en el escenario de la leyenda del seductor que se-cuestra esa mercancía con artes engañosas, sin estar dispuesto a pagarla.6

6 Sobre el tema puede consultarse el artículo de Patricia Seed, “El discurso deDon Juan: el lenguaje de la seducción en la literatura y la sociedad hispánicas” en

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De lo que se trata es de una propiedad, de un bien que tiene dueño. Alfinal del cuento, ya se trate de mujeres decentes o de “mujeres de la ca-lle”, estamos hablando de lo mismo: de una mercancía sujeta a las leyesde la oferta y la demanda, que puede ser negociada, robada, vendida ocomprada. Los detalles que cambian son los que conciernen a cada va-rón —¿su legítimo dueño?— en el momento de apropiarse de eso que seconsigue a través de las relaciones sexuales ya sea para guardarlo bajoceloso cuidado, para ofrecerlo al mejor postor o para disfrutarlo perso-nalmente.

El gran problema, por supuesto, es la atribución de la propiedad.La legitimidad de esa apropiación. ¿Es legítimo establecer una relaciónde propiedad respecto de una persona? Sobre todo cuando el conceptode “mercancía” es tan vago, tan impreciso como el que hemos queridodescribir más arriba. No decimos que la mujer “entregue algo” o “vendaalgo” cuando se prodiga sexualmente; decimos que ella “se entrega” o“se vende”. La posibilidad de posesión termina ubicada en la persona.

La idea dominante de relaciones sexuales “decentes” también tieneun contenido directo de apropiación. Quien se casa con una mujer espe-ra de ella fidelidad, es decir, acceso exclusivo a su sexualidad. Pero ade-más de la exclusividad, en la idea del propietario está el derecho a ladisponibilidad. El gran problema es que esta propiedad no se resuelvepor completo en la sexualidad —y conste que éste ya sería un problemaconsiderable—, sino en la totalidad de la persona: el marido no es sólopropietario de la “mercancía” sexual, sino de todo lo que es una mujer, “sumujer”, incluyendo su fuerza de trabajo y su capacidad reproductiva.

El conjunto de procesos sociales. que están implicados en estaforma de apropiación parecen resolverse de maneras voluntarias y, portanto, justas. Hay sin duda una forma de acuerdo, de comunicaciónconsensual, entre los hombres y las mujeres que establecen una rela-ción matrimonial; y una parte muy importante se construye sobre labase de que lo provee el discurso del amor romántico.7

Gonzalbo y Rabell (comps.), La familia en el mundo iberoamericano, IISUNAM-COLMEX,México, 1995, con las debidas reservas que el tiempo histórico sugiere; y CeliaAmorós, Sören Kierkegaard o la subjetividad del caballero, Anthropos, Barcelona, 1987.

7 Véase Lea Melandri, “El éxtasis, la frialdad y la tristeza de la libertad” endebate feminista, año 4, núm. 7, pp. 173-197.

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El nuevo feminismo de los años setenta trató de romper con buenaparte de estos significados de la sexualidad. En contraste con el sufragis-mo de principios de siglo, tuvo una marca esencialmente libertaria. Lostextos de Carla Lonzi y la feroz crítica contra la imaginería sexual devarios novelistas ingleses y norteamericanos en Kate Millet8 trataron dedesarmar un modelo de sexualidad donde los papeles masculino y feme-nino estaban muy claramente diferenciados.

Lo que se inició entonces fue una discusión que no ha terminadoaún sobre ese problema al que llamaremos el de la “libertad sexual” afalta de una mejor denominación. Siempre me ha intrigado cuál es laclave de la tan nombrada “revolución sexual” de los años setenta. Desdeluego, tiene que ver con el hecho de que hayamos podido ver en MéxicoEl último tango en París, o de que nos estén proyectando cuanta porque-ría pornográfica tiene buena taquilla, aunque sea con veinte años deretraso. Hasta hace poco había pensado que la revolución sexual era unasunto que tenía que ver con el cine y la censura. ¿Conquistas de larevolución sexual? ¡El maravilloso Santos y su nada complaciente Teto-na Mendoza!

Dejarla ahí sólo hubiera demostrado una gran ingenuidad. Desdeluego, la revolución sexual tiene que ver, sobre todo, con la difusiónmasiva de anticonceptivos casi infalibles: la invención de la píldora, lascampañas de control de la natalidad, la implantación gratuita de dispo-sitivos intrauterinos, en fin: la posibilidad de comprar condones hastaen el súper. Anticonceptivos eficaces quiere decir: libertad sexual. Prime-ra vez en la historia de la humanidad en que una cantidad impresionan-te de personas puede desligar las relaciones sexuales de la procreación.

Aquí estamos hablando o bien de una libertad nueva, o bien de lademocratización de una libertad muy restringida. Por supuesto que noestamos hablando de la libertad de los varones de coger e irse. No, por-que esa libertad no ha estado nunca sujeta a discusión. Esa ya la teníanlos varones garantizada desde siempre por motivos obvios: las relacio-nes sexuales no tienen que dejar marca en los cuerpos de las personasdel sexo masculino. En cambio, los cuerpos femeninos pueden quedar

8 Carla Lonzi, Escupamos sobre Hegel y otros escritos sobre liberación femenina, LaPléyade, Buenos Aires, 1975; Kate Millet, Política sexual, Aguilar, México, 1975.

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perceptiblemente señalados, ya sea con la pérdida de la virginidad —peroeso ocurre sólo una vez en la vida— o con el embarazo. Y claro, para lasmujeres que podían evitar un embarazo ahí estaba el cinturón de castidad.

Pero ya no hay cinturones de castidad. En cambio, el acceso a laspíldoras anticonceptivas es tan amplio como el acceso a las aspirinas.Eso quiere decir que las mujeres tenemos la posibilidad de coger e irnos.Sin marca. Sin embarazo.9

Creo que éste es el verdadero sentido de la revolución sexual, y seliga de manera natural con el tema de la libertad de las mujeres. La posi-bilidad de que dejen de ver las relaciones sexuales como un asunto su-mamente peligroso, comprometedor, trascendente; en fin, como algo queinvolucra su misión de propagadoras de la especie. Cuando hablamosde “libertad sexual” de las mujeres, el calificativo (“sexual”) está desobra.

Los dos efectos más inmediatos de este desligamiento entre lo sexualy lo reproductivo son 1) que convierte las relaciones sexuales en un asuntomucho menos grave y sagrado; la sexualidad se convierte en una activi-dad ciertamente frívola y gozosa; y 2) que resignifica el campo semánticodentro del cual entendemos el enunciado “mujer”: desata a las mujeresde su sexualidad, porque al estar ligada a la reproducción, la sexualidadera la característica definitoria del sexo femenino, el “sexo”. Entonces sevuelve imposible seguir atribuyendo a las relaciones sexuales significa-dos unívocos, y aparecen múltiples posibilidades de interpretación de lavida de las mujeres.

John Stuart Mill decía que “si las mujeres tuvieran libertad parahacer cualquier otra cosa, si se les dejara la posibilidad de otras formasde vivir o de ocupar su tiempo y sus facultades, tales que pudieran pare-cerles deseables, no habría muchas que estuvieran dispuestas a aceptarla condición que llaman natural”.10 Me imagino que esas opciones no senos entregarán de manera mecánica. Todavía tenemos que esperar mu-chos de los cambios culturales que terminará por acarrear la revoluciónsexual.

9 Bueno, ahora tenemos la amenaza del sida, pero esa es una amenaza general:le da a todos, hombres y mujeres por igual.

10 “La sujeción de la mujer”, en John Stuart Mill y Harriet Taylor Mill, Ensayossobre la igualdad sexual, Península, Barcelona, 1973, p. 190.

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Desde luego, todo esto es muy grave, muy peligroso. Creo que nues-tra mayor preocupación ética tiene que ver con todas esas cosas que sonindispensables para la preservación de la vida humana y de las cuales,por fuerza, alguien se tiene que encargar. Alguien tiene que ocuparse dealimentarnos y de limpiar nuestros desechos y de reproducirnos comocuerpos. Alguien tiene que ocuparse de los inválidos y de los desvalidos.Alguien tiene que hacer el trabajo sucio.

La razón de la normativización de la sexualidad de las mujerestiene que ver sobre todo con su obligación social de encargarse de unamuy importante porción de ese trabajo; porque las mujeres lo realizangratis y sin cuestionarse esa obligación: lo llevan a cabo por el amor quele tienen a sus hijos, porque son mujeres, porque ni siquiera se detienena pensar en la libertad. Por eso la liberación de su sexualidad es tanpeligrosa: las mujeres desatadas de su sexualidad pueden elegir la auto-nomía, la soledad, la libertad, la aventura...

Creo que la represión de la sexualidad se basa en el miedo a esepeligro; un miedo compartido por todo el conjunto social: hombres ymujeres. La reflexión es muy simple: si las mujeres dejan de ocuparse deltrabajo sucio, ¿quién lo va a hacer? ¿Quién se va a encargar de los niños?¿Quién se va a encargar de tener niños? Si las mujeres nos volvemoscomo los hombres, la humanidad está casi perdida.

Quisiera terminar con una mirada optimista. Por una parte, no veopor dónde van a llegar los cambios; todavía no sabemos cuáles serán lasconsecuencias de la democratización de la libertad sexual. Por otra parte,sospecho que los significados de la feminidad están grabados de maneramuy profunda en el alma humana; ahora sólo hace falta que los sereshumanos, hombres y mujeres, tomemos la decisión de compartir entre losdos sexos la responsabilidad del trabajo sucio. Creo, con los Mill, que losseres humanos tenemos una importante tendencia altruista, una constan-te búsqueda de la trascendencia, de lo sagrado. No sé de dónde provengao en qué se base, porque no soy capaz de creer en ningún dios.

Confío en que seamos capaces de permitirnos todavía otra reinven-ción de los valores de lo humano, ahora en una dirección nueva: la de lareintegración. La búsqueda del andrógino, la curación de la herida de lofemenino. El principio de esa cura tiene que ser una reinvención delamor. Una reinvención de las relaciones sexuales. Una recuperación dela persona, hombre o mujer, con la que establezcamos relaciones carna-les. Una renuncia a la propiedad del otro: amor con libertad, libertad conamor.

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Las relaciones sexuales tienen que ser un acontecimiento; tienenque desplegar la portentosa presencia de las personas. Tienen que vol-verse reconocimiento de la otredad, respeto, consideración. Un procesode comunicación en el que podamos escuchar la voz del otro, la voz desu deseo. Un diálogo, una conversación que no nos deje olvidar ni porun momento que esa persona desnuda ante nuestro cuerpo es un fin en símismo, y ya nunca más un medio.

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Lynn Segal

Repensando la heterosexualidad:las mujeres con los hombres*

Lynn Segal

Las feministas heterosexuales han transitado un azaroso caminoestos últimos veinticinco años. Las mujeres que han querido pen-sar y repensar, en vez de presumir y preservar, lo que significa ser

heterosexual, han enfrentado un obstáculo tras otro. Esto difícilmente sor-prende, ya que la cultura occidental sigue siendo profundamente ambiva-lente respecto a la sexualidad y las mujeres. Además, el feminismooccidental se ha mostrado profundamente dividido sobre la cuestión delas mujeres heterosexuales. El problema que enfrentamos hoy es cómosuperar esta división.

El primer impedimento radica, obviamente, en los hombres: en cómoson y en cómo se los representa en las ideas dominantes de “masculini-dad” que configuran el comportamiento masculino aceptable. La “mas-culinidad” en la cultura occidental se apoya, por lo menos en parte, en lapersecución sexual de las mujeres, sostenida en cierto tipo de bravuco-nada sexista que deja ver tanto un miedo a la intimidad real como unhorror ante cualquier muestra de “debilidad” o “afeminamiento”. RogerMcGough se lamenta “HACE TIEMPO VIVÍ EN MAYÚSCULAS / MI VIDA

EXTREMADAMENTE FÁLICA/ pero ahora estoy en minúsculas/con unaocasional itálica”.1 Sin embargo, sentirse débil o poco importante generaalgo más que un lamento poético o una auto-obsesión egoísta, necesa-rias para apuntalar las débiles presunciones de la masculinidad. Fre-cuentemente motiva ira y violencia, dirigidas principalmente contra las

* Los siguientes textos son fragmentos del capítulo 6 del libro de Lynn Segal,Straight Sex: Rethinking the Politics of Pleausure, Virago, Londres, 1994. Agradecemosa la autora el permiso de su reproducción.

1 Roger McGough, “tailpiece” en Gig, Jonathan Cape, Londres, 1973, p. 59.

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mujeres, especialmente contra su sexualidad “necesitando sangre demujeres para vivir/un pecho de mujer para apoyar su pesadilla”;2 aun-que la ansiedad de siempre tener que mostrar las pruebas de la “mascu-linidad”, aun cuando la palabra confiera poco estatus o autoridad, esalgo contra lo que algunas veces los propios hombres se han rebelado,aunque con éxito limitado.3

El siguiente obstáculo para los sueños femeninos de autonomía yplacer heterosexual apareció acompañado de la impaciencia feministapor encontrar las “auténticas” experiencias de las propias mujeres fren-te a las imágenes degradantes elaboradas de ellas por los hombres. Enbusca de su propio deseo, libre de enmarañamientos con los mitos ysignificados androcéntricos, algunas feministas heterosexuales aban-donaron y otras no dijeron nada más (y ciertamente no escribieron nadamás) sobre sus anhelos de intimidad emocional y física con los hombres.Una constante situación difícil esperaba enroscada dentro de los flexi-bles discursos falocéntricos sobre el sexo, el deseo y la subjetividad, cua-lesquiera que fueran las nuevas posibilidades y estímulos para que lasmujeres repensáramos y reformuláramos nuestros encuentros sexualescon los hombres. Lo que acompañó burlonamente la búsqueda de mu-chas mujeres por una potenciación sexual fue el siempre creciente mer-cado sexual y las modas y fijaciones de los medios, dirigidos a estimularlos miedos y los anhelos sexuales.

El impasse final de las radicales sexuales fue, y sigue siendo, laelusiva rebeldía de la pasión sexual. Algún nivel de confusión y enfren-tamiento es inevitable si algún día las mujeres heterosexuales logranabrirse camino entre las contradicciones sexuales. Esperar otra cosa esnegar la complejidad de este asunto decisivo, pero traicionero. Sin em-bargo, ha sido una tendencia poderosa del propio feminismo la que,desde la última década, ha hecho más para sobresimplificar la cues-tión de la heterosexualidad amarrándola, inevitablemente, a la subor-dinación de las mujeres.

2 Adrienne Rich, “Natural Resource”, en The Dream of a Common Language:Poems 1974-1977, Norton, Nueva York, 1978, p. 63.

3 Ver Lynn Segal, Slow Motion: Changing Masculinities, Changing Men, Vira-go, Londres, 1990.

* * * *

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Las experiencias sexuales están tan ligadas a las esperanzas y lasprivaciones más intensamente sentidas, pero peculiarmente inexpresa-bles, prometiendo ya sea la confirmación de, o la amenaza a nuestrasidentidades como personas valiosas o susceptibles de ser amadas, quees casi inevitable que conjuren inseguridades y angustias. Por eso CarolVance ha dicho: “Hay una línea muy tenue entre hablar de sexo y esta-blecer normas”.4 En efecto, así ocurre.

Cuando investigaciones de inspiración feminista, como la de ShereHite, reportaron que sólo 30% de las mujeres alcanzan el orgasmo du-rante el coito con penetración, esto rápidamente fue transformado por lapropia Hite y por otras en la espuria declaración de que a la mayoría delas mujeres no les gustaba la penetración (en contra de la complejidadde sentimientos que la propia Hite descubrió). En poco tiempo el mensajecoercitivo de mucha de la literatura feminista relativa a los consejos sexua-les fue que las mujeres listas, en contacto con sus necesidades “auténti-cas”, evitarían una sexualidad con penetración. (Una caricatura feministamostraba a una mujer fuerte, desnuda, mirando dubitativamente a unvibrador en forma de pene: “Hmm... ¿dónde me lo pongo? La mujer dabavueltas para terminar tirándolo horrorizada, repitiendo con indigna-ción la absurda sugerencia: ¿En mi coño?”.6) Sin embargo, cualquier pre-ferencia feminista por una relación sexual clitoral en vez de vaginal,“activa” en vez de “pasiva”, autocontrolada en vez de “autodestructiva”,no sólo ignora la rebeldía del deseo, sino que en lugar de trascender elrepudio de la “feminidad” en nuestra cultura misógina, lo refleja.

La repetición de dicho repudio es fácil de comprender: ni siquierala enciclopedia feminista más reciente sobre la sexualidad, The SexualImagination (1993), incluye una definición de vagina, pero la historia y elsignificado del clítoris están ampliamente descritos por la redactora prin-cipal: (éste) “juega un papel desproporcionadamente importante en el

4 Carole S. Vance, “Pleasure and Danger: Towards a Politics of Sexuality” enCarole S. Vance ed., Pleasure and Danger: Exploring Female Sexuality, Routledge &Kegan Paul, 1984, p. 21.

5 Ver capítulos 2 y 3.6 Esta caricatura aparece en Anja Meulenbelt, Johanna’s daughter, For Ourselves:

Our Bodies and Sexuality —from Women’s Point of View, Sheba, Londres, 1981, pp.100-1.

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placer sexual femenino”.7 Aunque ha sido cuestionada, siempre que seha reafirmado la resonancia reproductiva de la iconografía de la vaginacomo “el canal del nacimiento”, ha amenazado con socavar o borrarcualquier significación codificada de placer.

* * * *

Cuando a principios de los años setenta Anne Severson empezó a mos-trar su cortometraje sin sonido Near the Big Chakra, que reúne fotografíasen color de “coños” o vulvas, éste despertó reacciones extraordinaria-mente fuertes tanto de gusto como de disgusto. Las mujeres peleabanentre sí por la película. Una admiradora le declaró a Severson “soycapaz de matar por tu película”. Algunas veían las imágenes comopoderosas, con humor, y disfrutables, reflejando energía y actividad,“una pasividad activa”.8 Para ellas, la intrincada delicadeza y comple-jidad, y las múltiples formas y tonos que constituyen toda la zona geni-tal femenina (desde la entrada vaginal, los vellos púbicos, los labiosmayores y menores, el clítoris, las secreciones, hasta el ocasional hilode tampax que se asoma) pueden burlarse y revertir la imagen de “hoyo”que el discurso masculino ha hecho al respecto, como una envolturapara el pene. Cathy Schwichtenberg explica su efecto subversivo:

la ausencia que no es ausencia mira a los espectadores masculinos producien-do un doble vínculo de miedo y deseo, que, de forma alternada, los chupa y losempuja hacia afuera; y demanda algo más que un fin del pene/falo. Estasvulvas piden caricias textu/sexuales: un faje placentero y un cuestionamientode ideas.9

Y pueden seguir pidiéndolas. Schwichtenberg está en lo correcto al su-gerir que estas imágenes nuevas del cuerpo femenino, que algunas muje-res (y quizá también algunos hombres) encuentran disfrutables, puedeniniciar un lento proceso de resignificación, especialmente en contextosculturales donde los espectadores ya están dispuestos a problematizarlos significados tradicionales. Pero ante el hecho de que muchas mujeres

7 Harriett Gilbert., ed., The Sexual Imagination: From Acker to Zola, JonathanCape, Londres, 1993, p. 56.

8 Cathy Schwichtenberg, “Near The Big Chakra: Vulvar Conspiracy and ProteanFilm/Text”, encritic, vol. 4, núm. 2, otoño de 1980, p. 81; Anne Severson, “Don’t GetToo Near The Big Chakra” (1974) en Marsha Rowe ed., Spare Rib Reader, Har-mondsworth, Penguin, 1982.

9 Schwichtenberg, op. cit., p. 85.

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rechazan la película de Severson por asquerosa, degradante y pornográ-fica (en Londres un hombre vomitó durante una sesión), todavía tene-mos mucho que problematizar y mucho más que explicar antes de quelos genitales femeninos se afirmen en el lenguaje como algo más que“hoyos para los hombres”.

Un primer punto a reconocer es que, como sea que la analicemos, noserá un asunto fácil la tarea de romper los códigos que vinculan la sexua-lidad activa a las polaridades jerárquicas y fálicas del género. Las muje-res son continuamente frenadas, tanto por el lenguaje y la cultura comopor las políticas del género vigentes, para que no afirmen un deseo sexualactivo, como mujeres. La primera trampa es pensar, como hacen lossexólogos y la capa femenina de la cultura de masas (con la revistaCosmopolitan a la cabeza), que se pueden ignorar tanto las dimensionessimbólicas del lenguaje como las relaciones de poder que existen entremujer y hombre. Desde esas perspectivas, las mujeres son presentadascomo las ya activas e igualitarias compañeras sexuales de los hombres yse les recomienda cómo obtener un hombre y cómo complacerlo, como siél también estuviera buscando ese tipo de consejo.

Dicha retórica niega la amplitud de la violencia sexual masculinacontra las mujeres y es voluntariamente ciega a la arraigada misoginia cul-tural e interpersonal, alarmantemente manifiesta al más mínimo rasgu-ño en la fachada liberal de la igualdad sexual: ¿quién teme algún signo dela independencia femenina? ¿de la mujer sola y que trabaja? ¿de la madresoltera? ¿de una hembra sexual sola? Sobre todo, lo que el liberalismosexual predominante sabe, pero decide desconocer, es que el compromi-so sexual de los hombres con las mujeres está codificado primero y antetodo como una afirmación de “masculinidad” saludable, y conviertefrecuentemente la práctica sexual en algo donde los hombres no bus-can complacer a las mujeres. Esta es la razón por la cual aún se consi-dera (por ejemplo, la American Urological Association) que loshombres tienen cualquier dificultad con la erección del pene padecenuna “enfermedad del ser”. De nuevo, los encuentros sexuales mutua-mente satisfactorios entre mujeres y hombres tienen poco que ver con loque aquí se ve como el problema o la solución:10 la “impotencia” fue

10 Leonore Tiefer, “Three Crises Facing Sexology”, International Academy ofSex Research, junio 1993, Asilomar Conference Center, Pacific Grove, California.

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“tratada” nueve veces sobre diez por estos expertos en sexualidad mas-culina con implantes peniles o con intervenciones médicas similarespara producir resultados en la erección, pero sin sugerencias de placereseróticos alternativos. También es ésta la razón por la cual, al contrario delo que podríamos esperar si el compromiso sexual fuera visto por lospropios hombres como algo que tiene que ver con compartir mutuamenteel placer, la violación por conocidos (date rape) no es una idea sin sentidoy ni siquiera una idea conceptualmente peculiar. Más bien, es la depri-mente y conocida experiencia que la mayoría de las mujeres intenta pre-venir en algún momento, aunque su acuñación y las discusiones legalesal respecto sean recientes.11

Las mujeres se relacionan sexualmente con los hombres buscandoaventura, placer, confirmación de ser deseables y, tal vez lo más frecuen-te, para entablar o sostener relaciones con ellos; algunas veces por dine-ro, y otras más simplemente para complacer. Pero jamás es el acto sexualen sí mismo lo que públicamente confirma una “feminidad” sana. Cultu-ralmente, suele connotar mensajes de vulnerabilidad o de desprecio (“laputa del año”), a menos que el estatus de la mujer esté asegurado por lacontribución positiva de un hombre. Ninguna feminista puede ignorarel simbolismo del “acto sexual”, como tampoco puede pasar por alto lacompulsión psíquica de muchos hombres, combinada con su poder físi-co o social, para coercionar a las mujeres al acto sexual. A pesar de lasfunestas interpretaciones de los sociobiólogos, cualquier componenteestrictamente hormonal de la excitación sexual masculina puede libe-rarse a través de la masturbación con mucha mayor eficacia que a travésdel sexo coercitivo con otra persona; un hecho fisiológico tan cierto paralos hombres como para las mujeres.

Otra de las razones por las que es tan difícil romper los códigos quevinculan la sexualidad a las polaridades jerárquicas del género es que,fuera del discurso sexológico, la producción cultural masiva para lasmujeres está construida alrededor de las convenciones y placeres de la

Reprints Tiefer, Department of Urology, Monteflore Medical Center, Bronx, NuevaYork, 10467.

11 Ver, por ejemplo, Elizabeth Stanko, Intimate Intrusions: Women’s Experience ofMale Violence, Routledge & Kegan Paul, Londres, 1985; Pauline Bart y Patricia O’Brien,Stopping Rape: Successful Survival Strategies, Pergamon Press, Nueva York, 1985.

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narrativa romántica clásica. Conocemos el libreto de memoria, con o sinla ayuda de Mills y Boon o de las telenovelas. Lo hemos absorbido, cons-ciente e inconscientemente, de las fantasías y sueños de nuestras ma-dres, y de nuestro disfrute de casi cualquiera de las narrativas de cine oficción popular, donde nos vemos reflejadas, como mujeres, en la heroí-na femenina que espera. Sólo al último instante, después de derrumbarobstáculos enormes, podemos ganar vicariamente todo lo que hemosdeseado: la felicidad triunfante de sabernos el objeto infinitamente ado-rado de nuestro siempre más fuerte, más penetrante y poderosamenteagresivo (si no es que renuentemente brutal) héroe masculino, esa cria-tura que, cuando el libro termina, o se acaba el rollo fílmico, por fin searrodilla ante su desvalido amor por nosotras. En su clásico análisisdel género romántico, Tania Modelski señala que estas convenciones decumplimiento mágico de nuestros deseos son “parte de nuestra herenciacultural como mujeres”.12 Muchos estudios sobre las experiencias sexua-les de las mujeres jóvenes insinúan que esta herencia tiene un aspectoincapacitante. De acuerdo con recientes investigaciones inglesas, unade las principales razones que dan las mujeres jóvenes para permitir quesus parejas masculinas dicten la naturaleza de sus prácticas sexuales esque definen la sexualidad en términos de amor y romance.13 Esto tam-bién explica la decepción de muchas mujeres con la sexualidad.

Pero a pesar de lo poderosas que resultan estas convenciones ro-mánticas, sus efectos son recibidos en formas diversas por diferentesmujeres y son filtrados a través de identificaciones personales particula-res, dentro de las profundamente divididas trayectorias materiales y so-ciales de clase, raza, edad, orientación sexual y otras pertenenciassubculturales más específicas. Recuerdo el desaliento que sentí en laedad adulta al entrar en situaciones donde la falta de opciones me forza-ba a consumir las historias románticas publicadas en las revistas feme-

12 Tania Modelski, Loving with a Vengeance: Mass-Produced Fantasies for Women,Methuen, Londres, 1984; ver también Janice Radway, Reading the Romance: Women,Patriarchy and Popular Literature, Chapel Hill, University of North Carolina Press,1984.

13 Janet Holland et al., “Pressure, Resistance and Empowerment: Young Womenand the Negotiation of Safer Sex”, documento presentado en la Fifth Conference onthe Social Aspects of AIDS, Londres, 1991.

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ninas de circulación masiva, con los limitados horizontes de sus heroí-nas tan apabullantes y evidentes, mucho antes de que el feminismo lle-gara para quedarse con su desprecio insolente y su rechazo de los mitospeligrosos del romance: “Empieza cuando te hundes en sus brazos yacaba cuando hundes los brazos en su fregadero”. Las narrativas delenamoramiento, con su resonancia fuertemente familiar, juegan un pa-pel importante en el modelaje de esas identificaciones y prácticas a tra-vés de las cuales somos producidas como “femeninas”; pero en sus juegosimaginarios con el poder masculino, también revelan algunas de lascontradicciones y ambigüedades internas de estas identificacionesfrágilmente femeninas.

Si bien por todas esas razones, el primer punto de las saboteadorasde la sexualidad y el género es reconocer las constricciones reales dellimitado poder social de las mujeres, y las herencias culturales sumisaso complacientes, en cambio el segundo punto es reconocer que los códi-gos que vinculan a la sexualidad con las polaridades jerárquicas delgénero, aunque siempre presentes, nunca son fijos ni inmutables. Al con-trario, son crónicamente inestables y en realidad, muy fáciles de subver-tir y parodiar, a pesar de que los veamos reestablecidos repetidamente.Freud observó los frágiles lazos de la sexualidad con cualquier diferen-cia fundamental de género. Comprobó el dolor y la frustración que gene-raba —en mujeres y hombres— tratar de mantener en su lugar esasdiferencias. Pero no supo qué hacer con su observación, salvo preveniral mundo: “La psicología está todavía tan en la oscuridad en asuntos deplacer y displacer que la opción más cautelosa es la más recomenda-ble”.14 Pero su propia cautela, y mucho más la de la mayoría de susseguidores, privó a sus pacientes de opciones. Freud los encaminó haciala aceptación de lo que él pensaba que ellos no podían cambiar: unanarrativa del desarrollo progresivo hacia la diferencia sexual normativay la madurez heterosexual, vista desde el marco familiar de la autoridadpatriarcal y la subordinación femenina, capturada para siempre, él creía,en la visión infantil de la agresión paterna en el coito marital.

Después de todo este tiempo, aún son raros los psicoanalistas que,observando la fuerza culturalmente sobredeterminada de dicha narrati-

14 Freud, “Three Essays on the Theory of Sexuality”, en On Sexuality, PelicanFreud Library, vol. 7, Harmondsworth, Penguin, 1977, p. 100.

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va, tratan de ubicarla junto a otras narrativas. Esos pocos, como AdamsPhillips, plantean que el psicoanálisis es más valioso cuando se des-prende de su postura tontamente convencional de “sabiduría”, y ayudaa las personas a descubrir nuevas cosas sobre ellas mismas que no sa-bían que podían valorar: “hay y ha habido muchas historias en estacultura y en otras culturas a través de las que las personas examinan susvidas y también las transforman”. Las percepciones alternativas, él se-ñala, son apenas más raras que la idea del inconsciente, que es “pordefinición el saboteador de la inteligibilidad y de las historias de vidanormativas”.15

Sobre estas líneas, el psicoanalista francés Jean Laplanche critica labase ideológica de la narrativa freudiana, que vincula actividad y pasi-vidad a la diferencia sexual y al coito:

Creo que Freud no entendió para nada lo relativo a la actividad y la pasivi-dad... ¿Es la penetración más activa que recibir al pene? ¿Por qué? Después detodo es una perspectiva muy superficial pensar que en el coito el hombre esactivo y la mujer pasiva. [Freud] dice que toda pulsión, en sí misma, es activa;es una parte de la actividad que desea cambiar el mundo. Yo diría que sí, quecada pulsión es activa, pero también que es el resultado de la pasividad, o sea,de nuestra pasividad hacia las representaciones inconscientes que impulsan lapulsión en acción. Ese es mi punto. Mientras no se tenga una clara idea de loque son la actividad y la pasividad, se parte de la ideología y se dice: “Lásti-ma que las mujeres son pasivas o que las mujeres son coactivas”. Freudcompartía totalmente esta ideología.16

Tal vez Freud no comprendió el punto, pero es evidente que la ma-yoría de las personas tampoco. Ciertamente no lo han comprendido esasfeministas que actualmente “teorizan” la heterosexualidad y que nosinforman que “aunque muchas mujeres pueden disfrutar de la sensa-ción de una vagina llena (!), nunca podremos evitar los significadospasivos, subordinados y humillantes de la penetración peneana mediantela cual las mujeres son ‘tomadas’, ‘poseídas’, ‘cogidas”’.17

15 Adam Phillips, On Kissing, Tickling and Being Bored, Faber and Faber, Lon-dres, 1993, p. xix.

16 Jean Laplanche, “The ICA Seminar: New Foundations for Psychoanalysis?”,5 mayo 1990, en John Fletcher y Martin Stanton eds., Jean Laplanche: Seduction,Translation, Drives, Institute of Contemporary Arts, Londres, 1992, p. 80.

17 Celia Kitzinger et al., “Theorizing Heterosexuality: Editorial Introduction”,Feminism and Psychology, vol. 2, núm. 3, octubre 1992, p. 313.

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En contraste, Laplanche nos hace ver que no existe una barrerasólida que construya el supuesto binomio actividad/pasividad, sin elcual hay poco de la diferencia sexual y del propio acto sexual que seafirmemente “opuesto” o firmemente “hetero”. Creo, siguiendo a Laplan-che, que en vez de permanecer sojuzgadas, las feministas tenemos todala razón para cuestionar y desmantelar los significados que el discursodominante confiere a la penetración peneana. Como dice Naomi Segal:“La intimidad es sin duda algo que tiene que ver con la penetración sinviolencia, sin separar el afuera del adentro”.18 La misma distinción entreafuera y adentro se elimina cuando los dedos, los labios, la nariz o lalengua se pasean amorosos o llenos de deseo sobre, en y dentro de lacarne del otro.

Trataré, aunque sea especulativamente, de dejar atrás las narrati-vas convencionales sobre la sexualidad y la diferencia de género, usan-do todos los recursos conceptuales disponibles. Los recursos incluyenlas apropiaciones feministas, gays y lésbicas de los legados sexológicos,freudianos y foucaltianos. La sexología nos ha contado una historia so-bre órganos y orgasmos, sugiriendo que, como centro de placer orgásmico,el clítoris está dotado de terminaciones nerviosas y es tan capaz, y estámás dispuesto, a la acción sexual que el pene. No lo debemos olvidar.Pero no podemos aprender de la sexología nada sobre la fuente ni lafuerza de las ideologías de género que plantean y controlan una historiadiferente. Al contrario, se nos asegura que, con instrucción, éstas se de-ben debilitar. Pero no sucede así. Son muchas más las cuestiones involu-cradas en la vida emocional de una mujer que el desconocimiento de laruta más eficaz hacia el orgasmo.

Aquí, la ausencia clave es la historia del deseo. Todas las encuestasestadísticas y los libros de autoayuda del mundo nada pueden hacerpara despertar el deseo, a pesar del alivio y la relajación que en verdadda la masturbación. Algunas feministas han tratado de producir histo-rias para que las mujeres cobremos un interés romántico en nuestroscuerpos, sin referencias a otra persona que nos desea o que nos respon-de, bajo el supuesto de que “nuestro mayor amorío lo tenemos con noso-

18 Naomi Segal, “Why can’t a good man be sexy? Why can’t a sexy man begood?” en David Porter ed., Between Men and Feminism, Routledge, Londres, 1992,p.45.

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tras mismas”. Con esto se relaciona una moda por el celibato. Pero nopodemos simplemente amarnos a nosotras mismas. Ni siquiera pode-mos efectuar ese gesto paradigmático del amor: no nos podemos auto-besar.19 Lo que nos excita jamás es nosotras mismas, solas, sinopensamientos de ser deseadas, dominadas o manipuladas por otras per-sonas, y pensamientos de desear, subordinar o usar a otras personas;aun durante la masturbación, ¿o tal vez especialmente entonces?

* * * * *

Tanto en nuestros sueños (despiertas o dormidas) como al compartir nues-tra vida con otros (aunque sea por poco tiempo) lo que siempre nos excita,consuela o atormenta es la relación con una o más personas significativas.Son esas personas especiales, reales o imaginarias, las que nos incitan consu promesa, rechazo o amenaza de intimidad sexual, placer, relación; almenos creo que la mayor parte de las veces éstas nos generan un deseoconstante de ser precisamente abrazadas, y de abrazar, oler, probar, besar,acariciar y sentir a una persona en particular en nuestros brazos, nuestraboca, nuestro coño... Siempre es un otro a quien tratamos de alcanzarcuando experimentamos deseo y del que ansiamos sentirnos deseadas; essu contacto físico lo que queremos, algunas veces nos basta cualquiercontacto, aunque sea una mirada atenta. Creo que uno de los grandesplaceres es saber que somos capaces de desear, tal vez de amar, a otro serhumano, especialmente si esto sucede fuera del ámbito de la fantasía. (Por“amor” sexual me refiero a la convicción, que puede resultar equivocada opasajera, de que queremos y necesitamos el contacto físico más íntimo yafectivo con otra persona para siempre; lo cual difiere, aunque sea igual deimportante, de los compromisos de amistad con que cuidamos y halaga-mos a otra persona, sin ninguna relación con el deseo.)

Muriel Dimen intenta resumirlo en estas palabras: “La experienciaerótica es extraordinaria, se ubica entre la fantasía y la realidad, el sueñoy la vida cotidiana. No conoce la vergüenza ni los limites. Incluye sinesfuerzo el placer y el dolor, el poder y el amor, la mente y la cultura, loconsciente y lo inconsciente.”20

19 Anja Meulenbelt, op. cit., p. 22; Sally Kline, Women, Celibacy and Passion,André Deutsch, Londres, 1993.

20 Muriel Dimen, Surviving Sexual Contradictions, Macmillan, Londres, 1986,p. 16.

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Naomi Segal especifica cinco elementos del placer en el deseo hete-rosexual de las mujeres, todos los cuales tienen resonancia con lo que heleído, visto y sentido. Tal deseo puede ser caracterizado por su espíritujuguetón, su recuperación de sentimientos infantiles (o lo que la concien-cia pueda tolerar de su perversidad polimorfa originaria), su relacióncon la crianza, sus juegos con el poder (en especial, el placer de sentirpoder sobre el poderoso), y su sentido narcisista de completud medianteel acceso al cuerpo de otro: “El hombre con quien la mujer experimentatal rango de placeres se vuelve sexy”.21 Exceptuando los juegos con elpoder —simbolizado culturalmente como “fálico” y “masculino”— noparece existir razón alguna para visualizar los placeres y riesgos delamor como distintivamente “femeninos” o “heterosexuales”. Los hom-bres, bugas22 y gays, también tienen fuertes investiduras psíquicas en elpoder que perciben de su persona amada. Los objetos femeninos deldeseo masculino son percibidos (y frecuentemente temidos) como si tu-vieran un enorme poder sobre el hombre que los desea.

Entonces, ¿cómo luchamos contra la hegemonía fálica al definir elsexo y el género, para afirmar unas construcciones más capacitadorasdel cuerpo femenino? Supuestamente, es a través de la actividad sexualque consolidamos la dominación de género y la peneana/ fálica. Comolo plantea Mailer, al celebrar la polaridad de género al mismo tiempo quemuestra su dependencia del patrón heterosexual: “Un hombre se hacemás masculino y una mujer más femenina si se vienen juntos en losrigores completos de una cogida”.23 Pero, ¿es cierto? Yo pienso que alcontrario. En la medida en que nos fijamos en esta sobrecargada norma-tividad heterosexualizada, vemos lo que está intentando esconder contal empeño. Las relaciones sexuales son tal vez las más complejas yproblematizantes de todas las relaciones sociales, precisamente porqueamenazan en vez de confirmar, la polaridad de género, especialmentecuando son heterosexuales. Con discursos múltiples que hacen de lasexualidad el lugar de las investiduras más diversas y contradictorias,que cruzan los limites entre lo público y lo privado, lo superficial y lo

21 Naomi Segal, op. cit., p. 3522 Buga es el término mexicano para referirse a heterosexual, análogo al

“straight”. (N. de la T.).23 Norman Mailer, Prisoner of Sex, Weidenfeld & Nivolson, Londres, 1971, p.

171.

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profundo, la posesión y la pérdida, ésta puede reunir niveles aterradoresde angustia y tensión: pasada, presente y futura.

A través de la sexualidad se percibe el conflicto: “Ahora eres extra-ñamente vulnerable / ya no más orgullosamente protegido”, le escribeuna mujer a su amante masculino del que se está alejando, con unadolorosa conciencia de que “ya no puedo asentarme en mi espacio / sinla punzada de tu deseo”.24

Ésta es una razón por la cual los hombres temen la vinculaciónhomosexual, por su amenaza potencial a sus solidaridades homosociales,lo cual vuelve más extraño que muchas feministas teman el empareja-miento heterosexual como una amenaza a la solidaridad feminista entreellas. Las alianzas políticas y otras actividades colectivas están igual deamenazadas que de consolidadas por la actividad sexual. Sin embargo,en particular, la sexualidad pone en riesgo la “masculinidad”, con suideal masculino de una autonomía del ser propio, amenazada por laabnegación y autonegación del ser que engendra el deseo sexual.

En la sexualidad, a diferencia de la mayoría de otros contextos so-ciales, los hombres que desean a las mujeres pueden enfrentar sus mayo-res incertidumbres, inseguridades, dependencias y diferencias haciaellas. Estas son tensiones que pueden ser canalizadas en niveles aparen-temente crecientes de misoginia como respuesta a las exitosas imágenesy acciones afirmativas que el feminismo ha ayudado a construir. Esto lovemos en la escalada de violencia reportada contra las mujeres.25

En los debates feministas sobre la naturaleza del deseo y la políticadel placer, las fantasías y prácticas lesbianas han jugado un papel crucial,precisamente por su aspecto de contradicción. Pero las mujeres bugaspueden ofrecer algo a cambio, ayudando a revertir las oposiciones opre-sivas que vinculan la identidad de género con la sexualidad por la vía dela heterosexualidad; al menos podrían, si no estuvieran culpabilizadaspor la idea de que la heterosexualidad es “en el mejor de los casos” un“pegoste vergonzoso del feminismo”, si no es que una “contradicción detérminos”. Todas las feministas deberían, y estratégicamente podrían,

24 Sheila Rowbotham, “Outer Hebrides”, en Michelene Wandor and MicheleRoberts, eds., Cutlasses & Earrings: Feminist Poetry, Playbooks 2, Londres, 1977,pp.41-2.

25 Ver Liz Kelly, Surviving Sexual Violence, Polity, Cambridge, 1988, pp. 50, 87-8.

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participar en el intento de subvertir los significados de “heterosexuali-dad”, en vez de simplemente tratar de abolir o silenciar su práctica.

La estrategia más familiar y excluyente con las mujeres que disfru-tan el sexo buga es no sólo punitiva y poco agradable sino equivocada:respalda, en vez de cuestionar, los significados de género que se mantie-nen a través de prácticas heterosexuales, opresivas y normativas. El de-safío que enfrentan todas las feministas, por encima de la necesidad deseguir despostillando contra el poder social sostenido de los hombres(que parece condensado en el simbolismo fálico), es reconocer que exis-ten muchas “heterosexualidades”.

* * * * *

Una vez reconocidas la diversidad y la fluidez sexual, la naturalezafluctuante de los encuentros o relaciones heterosexuales se vuelve obvia:algunos son placenteros, autoafirmantes, apoyan, son recíprocos y po-tencian; otros son compulsivos, opresivos, patológicos o incapacitantes;debemos movermos entre ambos.

Hay, claro está, exactamente las mismas potencialidades que en lasrelaciones lesbianas y gays, con por lo menos dos diferencias cruciales.Primero, las personas homosexuales, abiertas o encubiertas, enfrentanlos peligros diarios de la vida en una cultura homofóbica tan extremaque a nuestros periódicos se les permite orquestar campañas de odiocontra ellas, especialmente contra los hombres homosexuales en estosaños post-sida, como “buscadores de muerte, deseantes de muerte y contratos con la muerte”. En segundo lugar, aunque el maltrato y el abusopueden ocurrir en relaciones con personas del mismo sexo, carecen delas connotaciones sociales e ideológicas, institucionalizadas, que sostie-nen la explotación de las mujeres por los hombres. Pero socavar la hete-rosexualidad normativa y obligatoria también significa socavar laconstrucción de su otro: el “homosexual”. Estas son alianzas que pue-den y deben ser hechas, mientras buscamos trastocar las expectativasdel sexo buga, y escurrirnos entre los opuestos binarios que vinculan lasexualidad y el género. Ya es hora de que haya más de nosotras queasuman públicamente una postura de: ¿cómo te atreves a asumir lo quesignifica ser buga?

Existen diferentes experiencias heterosexuales y diferentesheterosexualidades. Necesitamos explorarlas, para afirmar las que es-tán basadas en la seguridad, la confianza y el afecto (independiente-mente de que sean cortas o prolongadas), y que por lo tanto potencian a

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las mujeres, y porque requerimos pensar (aunque no será fácil) en cómofortalecer a las mujeres para que manejen las experiencias que no lo son.Las mujeres pueden tratar de maximizar sus oportunidades de buenasrelaciones heterosexuales a través de una combinación de cautela, nuevasoportunidades, juguetonería, autoafirmación, apoyo mutuo y, tal vez so-bre todo, suerte. Las encuestas y los reportes biográficos muestran que lasmujeres todavía enfrentan más problemas en relación al sexo que los hom-bres, especialmente (aunque no exclusivamente) cuando son sexualmenteinexpertas. Las prácticas y los discursos liberales por sí mismos no disuel-ven los significados de género tradicionalmente vinculados a la experien-cia sexual que alimentan la coercitividad en los hombres y la complacenciaen las mujeres.26 La lucha ideológica debe continuar.27 Y aunque los dossexos tienen sus miedos y ansiedades respecto a la apariencia, deseabilidady niveles de confianza, todavía son de manera abrumadora las mujeres lasque experimentan o tienen razón al temer la violación o el abuso sexual,junto con preocupaciones sobre la anticoncepción.

Sin embargo, acompañando estas continuas batallas contra el po-der de la imaginería y la práctica sexistas y racistas para socavar e inca-pacitar a las mujeres, también debemos prestar atención al hecho de que,cuando las mujeres jóvenes de hoy dicen lo que esperan del sexo, esto noes tan distinto de lo que los hombres jóvenes plantean. Ambos subrayanla importancia del sexo con afecto, y también hacen hincapié en susnecesidades de “amor”, “cuidado” y “compromiso”. Algunas mujeres,sin embargo, parecen tener más recursos que otras para perseguir y sa-tisfacer esas necesidades y deseos. Si, como dice Bourdieu, “el mecanis-mo principal de la dominación opera a través de la manipulacióninconsciente del cuerpo”,28 vamos a tener que seguir construyendo nue-

26 En Susan Kippax, June Crawford, Cathy Waldby y Pam Benton, “WomenNegotiating Heterosex: Implications for AIDS Prevention”, en Women’s Studies Inter-national Forum, vol. 13, núm. 6, 1990; se encuentra tanto una discusión útil comouna investigación cualitativa del tema.

27 Ver Gail Wyatt et al., “Kinsey Revisited, Part 1: Comparisons of the SexualSocialization and Sexual Behaviour of Women Over 33 Years”, Archives of Sexual Behaviour,vol. 17, núm. 1, 1988; Janet Holland et al., Pressure, Resistance, Empowerment: YoungWomen and the Negotiation of Safer Sex, WRAP Paper 6, Tufnell Press, Londres, 1991.

28 Pierre Bourdieu y Terry Eagleton, “In Conversation: Doxa and CommonLife”, New Left Review, núm. 191, 1992, p. 115.

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vas fuentes de educación erótica y corporal centrada en las mujeres, con-fianza erótica y corporal a través de las cuales las mujeres se sientan máscapaces de afirmar su control o someterlo con grandes posibilidades deque resulten placenteras.

Cada vez que las mujeres disfrutamos el sexo con los hombres, con-fiadas en que es eso precisamente lo que queremos, y cómo lo queremos,yo creo que estamos trastocando los significados culturales y políticosotorgados a la heterosexualidad en los discursos dominantes sobre lasexualidad. En ellos el “sexo” es algo que hombres activos le hacen amujeres pasivas, y no algo que las mujeres hacen. Es, después de todo,con personas muy especiales que usualmente decidimos tener relacio-nes sexuales, por nuestro deseo por ellas. Equivocarse al distinguir cuán-do las mujeres quieren dar y recibir contacto físico con los hombres ycuándo son forzadas al sexo (lo cual es, en efecto, “opresivo, humillantey destructivo”) sólo puede generar culpa y la negación de la libertadsexual de las mujeres, reemplazando dicha libertad sexual con la formamás perniciosa de autoritarismo moral.

Otra vez, y de forma irónica, creo que procede dar la última palabrasobre la “heterosexualidad” a una inspirada feminista lesbiana, JoanNestle. Mostrando cuánto nos falta todavía para encontrar una nuevapolítica sexual para el feminismo que incluya en vez de que ignore laheterosexualidad, su conmovedora evocación “A mi madre le gusta co-ger” enojó a otras lesbianas, entre ellas a Sheila Jeffreys, que se manifes-taron en contra de la revista londinense que la publicó. Ella tuvo el valorde protestar: “No me griten ‘pene’, mejor ayuden a cambiar el mundo detal manera que ninguna mujer sienta vergüenza o miedo porque le gustacoger”.

Traducción: Marta Lamas

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La práctica del amor: deseo perverso ysexualidad lesbiana*

Teresa de Lauretis

Para el ‘no especialista’, la sexualidad es la contribución esencialdel psicoanálisis al pensamiento contemporáneo”, escribía JeanLaplanche en 1970 (Vida y muerte en psicoanálisis, 27). Un ensayo

de una joven estudiosa del cine dice: “Los sujetos homosexuales se rigenpor los mismos procesos psíquicos que afectan a ‘todos los demás’ —laúnica argumentación es que la homosexualidad está dentro del psicoa-nálisis y cada uno ha contribuido a la invención del otro” (White,“Governing Lesbian Desire”). Encuadro esta introducción a mi estudiode la sexualidad lesbiana y el deseo perverso dentro de dos pretensionesque, además de preparar el terreno para la temática y la metodología deeste libro, también delinean la trayectoria histórica y personal de mi tra-bajo teórico, desde el principio de mi compromiso crítico con el estructu-ralismo, la semiótica y el psicoanálisis alrededor de 1970, para el que laobra de Laplanche resultó muy valiosa, hasta mi actual actividad peda-gógica en el programa de doctorado en Historia de la Conciencia, cuyasrecompensas están representadas por el ensayo de Patricia White, gra-duada del programa.

Entre 1970 y ahora, en conjunción con movimientos sociales ante-riores y contemporáneos, el feminismo y el postestructuralismo han abiertoel camino al surgimiento del discurso de minorías y a los estudios gay ylesbianos como campos de investigación académica y teórica. Concebi-do desde la posición ventajosa de los segundos, este libro vuelve al psi-coanálisis freudiano y la semiótica, a las cuestiones de representación,

* Introducción al libro The Practice of Love, Lesbian Sexuality and Perverse Desire,Indiana University Press, 1994, de Teresa de Lauretis. Agradecernos a la autora elpermiso para su publicación.

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subjetividad, deseo y sus relaciones con la significación social y la reali-dad material que introduje en Alice Doesn’t (1984) y La sintassi del desiderio(1976), pero que ahora vuelvo a centrar a través de lo que denomino lateoría negativa de la sexualidad freudiana, la sexualidad como perver-sión. Porque en su trabajo a partir de Tres ensayos de teoría sexual (1905)hasta los escritos de 1938 inacabados y publicados póstumamente, lasnociones de una sexualidad normal, de un desarrollo psicosexual nor-mal, incluso de un acto sexual normal, derivan de la reflexión pormeno-rizada de las manifestaciones y componentes aberrantes, desviacionistaso perversos del impulso sexual o pulsión (Trieb). Así, por una parte laperversión se presenta como el lado negativo o inferior de la sexualidad,lo que la llamada normalidad sexual contiene y supera. Por otra parte,sin embargo, toda la teoría freudiana de la psique humana, en la que laspulsiones, sus objetos y sus vicisitudes están sobredeterminados porfantasías a la vez sociales y subjetivas, debe sus cimientos y desarrollo asu estudio clínico de las psiconeurosis; es decir, aquellos casos en losque el aparato mental y las pulsiones instintivas se revelan en sus proce-sos y mecanismos, que están “normalmente” ocultos, si no son inapre-ciables. En este aspecto, lo “normal” se concibe sólo por aproximación,es más una proyección que un estado real del ser, mientras que la perver-sión y la neurosis (la forma reprimida de perversión) son las formas y loscontenidos reales de la sexualidad.

Releyendo a Freud desde esta perspectiva, frente a las interpreta-ciones dominantes que han extraído de sus escritos un modelo de sexua-lidad positiva, “normal”, heterosexual y reproductiva, yo busco unmodelo de deseo perverso que pueda dar cuenta de la representación dellesbianismo en textos de ficción, cine, poesía y teatro, así como en lasinteracciones y conversaciones de muchos años de mi vida. ¿Cuál es elbeneficio de este tipo de proyecto para una teórica lesbiana? El academi-cismo lesbiano no ha sido de mucha utilidad para el psicoanálisis. De-sarrollados en el contexto político e intelectual del feminismo en lasúltimas dos décadas, en el “primer mundo” eurooccidental, los escritoslesbianos críticos han rechazado típicamente a Freud como el enemigode las mujeres y en consecuencia se han mantenido libres de las teoríasneofreudianas de la sexualidad. Es cierto que la desconfianza feministapor el psicoanálisis tanto como una práctica clínica controlada por loshombres cuanto como discurso social popularizado sobre la inferiori-dad natural de las mujeres tiene excelentes razones prácticas e histórica-

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mente comprobadas. A pesar de todo, algunas feministas han argumen-tado persistentemente que hay también razones teóricas muy buenaspara leer y releer al propio Freud. Tanto más así en el caso de las lesbianas,sugiero, cuya autodefinición, autorrepresentación e identidad personaly política no sólo se basan en la esfera de lo sexual, sino que en realidadse constituyen en relación con una diferencia sexual respecto de las for-mas socialmente dominantes e institucionalizadas heterosexuales.

Esta insistencia en lo sexual no pretende de ningún modo (no debe-ría haber necesidad de decirlo) reducir la subjetividad lesbiana a unsimple asunto de conducta sexual o actos sexuales, como si éstos pudie-ran aislarse de todos los demás aspectos, cualidades, afectos, determina-ciones sociales y logros que constituyen a cada ser humano como unindividuo complejo y contribuidor único de su cultura (de él o de ella).Tampoco pretende, por lo tanto, elidir o disminuir los efectos simbólicosy materiales de otras diferencias culturales, y sobre todo raciales, en laconstitución del sujeto social; por el contrario, subraya el papel centralque desempeña la sexualidad en la subjetividad, en los modos en quecada quien entiende y vive su propia vida, como en todas las formassociosimbólicas, sobre todo en la construcción de “raza” y de género.

¿Qué tiene el psicoanálisis que ofrecer a una teoría de la sexualidadlesbiana? En primer lugar, en la perspectiva de la teoría freudiana de lasexualidad como perversión, el lesbianismo deja de explicarse por elconcepto freudiano del complejo de masculinidad. Esta noción asom-brosamente perdurable, que redefine la homosexualidad según el moldede una heterosexualidad normativa, ha impedido consistentemente laconceptualización de una sexualidad femenina autónoma respecto alhombre. Además, en relación con el lesbianismo, el complejo de masculi-nidad tiene poco o ningún poder explicativo porque no logra dar cuentade la lesbiana no masculina, esa figura particular que desde el siglo xixha desconcertado a sexólogos y psicoanalistas, y que Havelock Ellis de-nominó “la mujer mujeril”, el invertido femenino. En segundo lugar, si laperversión se entiende con Freud fuera de los marcos moralistas, religio-sos o médicos de referencia, como una desviación de la pulsión sexualde la senda que conduce al objeto reproductivo, es decir, si la homose-xualidad es meramente otra senda emprendida por la pulsión en sucatexis o elección de objeto, más que una patología (aunque, como todoslos demás aspectos de la sexualidad, puede implicar elementospatógenos), entonces la teoría de Freud contiene o implica, si bien por

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negación o ambigüedad, una noción de deseo perverso, donde perversosignifica no patológico, sino más bien no heterosexual o no normativa-mente heterosexual.

Este libro es una lectura excéntrica de Freud a través de las revisionesde Laplanche, y lacanianas y feministas, con el fin de articular un modeloformal de deseo perverso. Aunque mi argumentación teórica procede delanálisis de textos literarios y cinematográficos, y atiende a las modalida-des psíquicas y sociales de la sexualidad lesbiana, no excluiría que eldeseo perverso podría ser considerado fructíferamente en relación con lahomosexualidad masculina o incluso con formas de sexualidad que pare-ce que son heterosexuales, pero no lo son del modo normativo oreproductivo. Después de exponer que mi meta es la articulación de unmodelo formal, me apresuro a agregar que formal no significa infinitamen-te generalizable o válido para cualquiera en cualquier momento, en suma,un modelo teórico con pretensiones universales. Como los autores de unode mis epígrafes dicen de las teorías del deseo en Freud, la única garantíaque cualquier teoría puede ofrecer sobre sí misma es exponerse como unaficción apasionada (Bersani y Dutoit). Trataré de recordar al lector, contoda la discreción que se pueda sin ofender las convenciones críticas yestilísticas, que mis especulaciones teóricas y mi lectura de los textos si-guen el camino de ladrillo amarillo de mis propias fantasías y la vía no tanreal de mi historia personal y de mis vivencias.

Por tanto, si regreso a la autoridad de Freud es en parte porque sutrabajo es ejemplar para el modo de teorización que se expone como unaficción apasionada y una práctica autoanalítica; pero también porque,aunque basadas en su propia experiencia como sujeto burgués de sexo ygénero masculino, marcado racialmente en la Viena del cambio de siglo,sus ficciones apasionadas resuenan en mi vida, para bien o para mal,como en las vidas de otras mujeres de mi cultura y generación. Lo quetrataré de articular es cómo la significación y una cierta elaboración deldeseo que se puede leer en la teoría de la sexualidad de Freud se puedenredefinir en relación con lo que él no podía imaginar pero otras sí pue-den: una subjetividad lesbiana. Por lo tanto, también contemplaré otrasficciones apasionadas y tramas del deseo que, al representar la sexuali-dad lesbiana, no sólo resuenan en las mías sino que se les aproximanmucho más.

De la lectura de narrativas psicoanalíticas y de otros textos de fic-ción y críticos, mi argumentación se desarrollará más en forma de diálo-

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go o de meditación dialógica que como un franca exposición. Este pro-greso será interrumpido por rodeos, desviaciones y argumentos colate-rales en el intento de plantear las preguntas que cada texto despierta yque requieren giros temporales de enfoque y dirección. Pero los interesesdel libro siguen estando congruentemente a la vista. En la parte I, des-pués de la lectura “perversa” de Freud en el capítulo 1, el capítulo 2vuelve a trazar el primer discurso psicoanalítico de la homosexualidadfemenina a través de los estudios de caso escritos por el propio Freud(“Un caso de paranoia que contradice la teoría psicoanalítica” [1915] y“Sobre la psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina” [1920]),J.H.W van Ophuijsen (1924), Ernest Jones (1927), Jeanne Lanplache Groot(1928) y Helene Deutsch (1932). Aunque muchos de los textos no hanrecibido gran atención feminista, “Sobre la psicogénesis” de Freud, enrealidad su única historia de caso de una mujer homosexual, ha sidodiscutido por feministas tanto heterosexuales como lesbianas, lo mismoque la ampliamente conocida historia del caso “Dora” (“Fragmento deanálisis de un caso de histeria” [1905]), tal vez siguiendo las huellas deLacan, que leyó ambos casos juntos en su seminario de 1964. Por lotanto, algo abruptamente, en un capítulo dedicado a la narrativa clásicade la homosexualidad femenina, introduzco algunos de los temas enjuego en el discurso feminista contemporáneo sobre el lesbianismo, quese discutirá extensamente en el capítulo 4.

La parte II introduce el análisis crucial de Laplanche y Pontalis delpapel de estructuración de la fantasía en la constitución del sujeto sexual.“Un estímulo punsional no surge del mundo exterior sino de dentro delpropio organismo”, escribe Freud (OC XIV); aunque el carácter distintivode una pulsión es que tiene origen en el cuerpo, en la vida mental sólo sepuede conocer por su representación o “representante psíquico” (OC

XIV). Esas representaciones son los contenidos de la fantasía, y las for-mas de fantasía, tanto conscientes como inconscientes, los elaboran ytransforman en imágenes y narraciones, desde las fantasías inconscien-tes que subyacen a los sueños y los síntomas hasta los sueños de vigiliaconscientes, ensoñaciones y fantasías eróticas. Estas son las tramas (guio-nes o puestas en escena) del deseo del sujeto. Inicialmente configuradospor las fantasías parentales y después refigurados con nuevo materialextraído del mundo exterior, Laplanche y Pontalis argumentan que loscontenidos y las formas de la fantasía constituyen y estructuran la vidapsíquica del sujeto. Así pues, la fantasía, y no la naturaleza o la biología,

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es lo que está en el origen de la sexualidad como construcción socialademás de subjetiva.

De pertinencia particular son las fantasías originales que, como losmitos, “proporcionan una representación y una solución a los mayoresenigmas que enfrenta el niño”: la escena originaria, la Urszene de Freud,describe el origen del individuo en el coito de los padres; la seducción, elorigen y el repunte de la sexualidad; y la castración, el origen de la dife-rencia entre los sexos (“Fantasía y los orígenes de la sexualidad”, 19).Las fantasías de origen son mitos culturales que tienen una poderosacaptación en la subjetividad. Pero no son portadoras de verdades eter-nas porque están históricamente estructuradas, así como estructuran lahistoria de cada sujeto: están “más allá de la historia del sujeto pero apesar de todo en la historia” (18). Es decir, incluso las fantasías origina-les son susceptibles de transformación a lo largo del cambio histórico yyo acentuaré este carácter dinámico de las fantasías y su capacidad detransformación en relación con las prácticas sociales y representacio-nes, o lo que llamaré fantasías públicas.

Cada uno de los tres capítulos de la parte II examina una de lasfantasías originales tal como se inscriben, remodelan y redespliegan endiversas prácticas textuales. El capítulo 3 está dedicado totalmente alcine. Empieza con una lectura de She Must Be Seeing Things (McLaughlin,1987), una película que describe una relación lesbiana destacando a lavez la interdependencia de la sexualidad y la fantasía en ella (la películarefigura literalmente la escena originaria en términos lesbianos) y el pro-blema de su representación, cómo representar el deseo lesbiano a travésde códigos cinematográficos imbuidos de presupuestos heterosexuales.El capítulo explora más a fondo las dificultades que implica la represen-tación visual del lesbianismo —cómo las películas podrían representara las “lesbianas” y aun así no logran representar el lesbianismo comouna forma específica de sexualidad— y discute los escritos críticos queempañan o minimizan ese problema al dar demasiadas cosas por su-puestas o no las suficientes. Después pasa a abordar el tema más ampliode las relaciones entre fantasía y representación, o entre formas privadasy públicas de fantasía, en el contexto de la teoría feminista del especta-dor y el debate sobre pornografía.

La fantasía de seducción es central a la teoría y la práctica clínicadel psicoanálisis. En esta última, una fantasía de seducción mutua sos-tiene el proceso de transferencia y contratransferencia que es esencial al

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contrato terapeútico entre analizante y analista, y una de sus condicio-nes de posibilidad. En la teoría, proporciona una explicación fantasmá-tica del surgimiento de la sexualidad: la fantasía de seducción es como elsujeto se representa inicialmente a sí mismo la percepción de la presióninterna de las pulsiones, imaginándola (dicen algunos) como si provi-niera de afuera en forma de seducción por otro, o respondiendo (dicenotros) a las propias fantasías de la madre y de otros adultos cuandomanejan y cuidan físicamente al niño, sean inintencionales o delibera-dos (incestuosos) sus gestos estimuladores. Las feministas han sido tancríticas de esta teoría de la seducción como de la prerrogativa patriarcalincorporada al contrato psicoanalítico. Pero las objeciones están en con-tradicción con el interés mostrado cada vez más por las mujeres y lasfeministas en psicoanálisis como pacientes, interlocutoras, analistas oteóricas, desde tiempos de Freud hasta hoy (el feminismo y el psicoaná-lisis tienen aproximadamente la misma edad). Propondré en el capítulo4 que la seductividad del psicoanálisis para las mujeres se debe a quereconoce a la mujer, la histérica, como sujeto de deseo y al poder quegarantiza a las mujeres, en el contrato transferencial, el poder de seduciry ser seducidas como sujetos sexuados y deseantes.

De modo similar, yo especulo que la seductividad del lesbianismopara el feminismo reside en que el lesbianismo figura una subjetividadfemenina deseante a la que todas las mujeres pueden acceder en virtudde su relación “homosexual” con la madre. Esto da cuenta del imagina-rio materno del feminismo, una construcción idealizada o fantasmáticaen la que la madre, edípica o preedípica, representa lo que todas lasmujeres tienen en común como mujeres, social y sexualmente, incluidauna tendencia a la bisexualidad, un patrón fluido u oscilante de identi-ficaciones y elecciones de objeto. Sin negar por un momento que la rela-ción con la madre tenga una influencia fundamental en todas las formasde subjetividad femenina, sostendré que la identificación mujer y el de-seo o elección de objeto no forman un continuo, como algunas revisionesfeministas de Freud plantearían. La seducción de la metáfora homosexual-materna deriva de la carga erótica de un deseo por las mujeres que, adiferencia del deseo masculino, afirma y acentúa al sujeto de sexo mujery representa su posibilidad de acceso a una sexualidad autónoma res-pecto al hombre. Pero en la gran mayoría de los escritos psicoanalíticosfeministas (Rose, Doane, Silverman, Sprengnether, Gallop, Jacobus, etcé-tera), ese acceso está paradójicamente asegurado por el borramiento de

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la diferencia sexual real entre lesbianas y mujeres heterosexuales. Estoimpide la comprensión del lesbianismo no sólo como una forma especí-fica de sexualidad femenina, sino también como una forma sociosimbó-lica; es decir, una forma de subjetividad psicosocial que implica unaproducción diferente de referente y significado.

El capítulo 5 analiza la fantasía de desposesión corporal en dostextos que, en todos los aspectos salvo en su desafío militante, están agran distancia uno de otro: la novela clásica de Radclyffe Hall de lainversión femenina, The Well of Loneliness (1928), y la obra de teatro femi-nista chicana de Cherríe Moraga, Giving Up the Ghost (1984). Aunqueacentúo las múltiples diferencias entre los dos textos, sugiero que lastramas de fantasía que inscriben están estructuradas de modo similarpor una fantasía original de castración, y que esa fantasía es recurrenteen otras autorrepresentaciones lesbianas. Pero una lectura sintomáticade los textos, debida a la lectura perversa de Bersani y Dutoit de Freud,instiga a reconsiderar el significado de la castración en relación con elcuerpo femenino y del papel del falo paterno en la significación del de-seo. Concluyo que el complejo de castración reescribe en lo simbólicocomo falta de pene lo que es más bien una pérdida narcisista primaria deimagen del cuerpo, una falta de ser que amenaza la matriz imaginariadel ego-cuerpo. De la desautorización de esta falta depende lo que yollamo el deseo perverso y la formación de un objeto o signo tipo feticheque induce y significa, ambos, el deseo del sujeto, desplazando yresignificando a la vez el cuerpo femenino que se anhela. Mi lectura deThe Well of Loneliness a la luz de la descripción de Freud del fetichismodiverge enormemente de los propios puntos de vista de Hall sobre lasexualidad (inspirada en Havelock Ellis) como también de la mayor par-te de las interpretaciones feministas de la novela. Y aun así es la lecturade Giving Up the Ghost de Moraga o más bien, la lectura de ambos textosjuntos, lo que posibilita una lectura perversa de Hall (y de Freud). Porquesólo retrospectivamente, desde un momento en la historia occidentalcuando lo simbólico es alterado por la producción del discurso feminis-ta, gay y antirracista ejemplificado en la obra de Moraga, es posible ver lahuella de un deseo perverso en la novela ideológicamente conservadorade Radclyffe Hall y seguir esa huella a través de las ambigüedades en laobra de Freud.

El que haya tratado de leer a Freud en el texto de Moraga puedeparecer a la vez inapropiado y algo así como una apropiación: inapro-

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piado en vista de la objeción feminista ampliamente proclamada al psi-coanálisis como una teoría eurocéntrica del sujeto blanco, de clase me-dia, occidental y moderno, y por lo tanto inadecuada para dar cuenta delas subjetividades postcoloniales y postmodernas de oposición (una no-table excepción a este punto de vista es Pérez, “Sexuality and Discourse”).Al mismo tiempo, puede parecer una apropiación de los escritos queinscriben esas subjetividades con el fin de releer y reescribir, una vezmás, la historia de ese sujeto femenino blanco, de clase media y occiden-tal. No obstante, al leer a Moraga con Hall y Freud encuentro que elsujeto del deseo perverso no es un personaje de esa historia —su mismaperversión le niega la ciudadanía en ese mundo “normal”. Ella es partede otra historia (aún) no escrita, un sujeto sobredeterminado por fanta-sías que están basadas, por una parte, en historias sociales específicaspero, por otra, abiertas a la movilidad del deseo y a una multiplicidad dediscursos, prácticas y representaciones discordantes.

Los modos en que la subjetividad, la fantasía, el deseo y las pulsio-nes se orientan, estructuran y reestructuran por las imágenes psíquicasy sociales, por tecnologías del self así como por la tecnología del sexo (enpalabras de Foucault), son el tema de la parte III. Reuniendo los hilos deuna argumentación expuesta en cierto modo discontinuamente en loscapítulos anteriores, el capítulo 6 elabora un modelo de deseo que vamás allá del complejo de Edipo y a su manera lo resuelve. Serpenteandopor obras recientes sobre el fetichismo femenino (Schor, Apter, Grosz) ysu relación con las diversas formas de mascarada sociosexual (Riviere,Lacan, Case), la argumentación regresa en círculo a la sugerencia que heextraído de los Tres ensayos de Freud y del texto de Deutsch sobre homo-sexualidad femenina en la parte I —la noción de una sexualidad deinstintos componentes que, a diferencia de la perversión polimorfa in-fantil, incluye pulsiones fálicas y genitales pero, a diferencia de la sexua-lidad “normal”, no está abocada a una necesaria primacía fálica, genitaly heterosexual. Reenmarcada en la perspectiva del deseo perverso, ladescripción de la homosexualidad femenina como un “retorno a la ma-dre” parece ser más bien una investidura instintiva en el cuerpo femeni-no mismo, cuya pérdida o falta el fetiche sirve para renegar. Yo sugieroque esta investidura se manifiesta y está sobredeterminada por prácticas—prácticas de representación así como prácticas específicamente sexua-les— que modulan la identidad sexual o, como prefiero decir, la estruc-turación sexual.

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Algunas mujeres “siempre” han sido lesbianas. Otras, como yo,han “devenido” lesbianas. Tanto construcción sociocultural como efec-to de las primeras experiencias de la infancia, la identidad sexual no esni innata ni simplemente adquirida, sino dinámicamente (re)estructuradapor formas de fantasía privadas y públicas, conscientes e inconscientes,que están culturalmente a disposición y son históricamente específicas.Yo propongo, en el capítulo 7, que la traducción de la fantasía pública enfantasía privada en la sexualidad, como la unión de experiencia indivi-dual y significados sociales en la identidad, descansan en un proceso demediación afín a lo que Peirce llamaba hábito, el término mediante elcual (en Alice Doesn’t) traté de identificar la articulación semiótica de losmundos interno y externo. Para describir el proceso mediante el cual elsujeto social es producido como sujeto sexual y como subjetividad, con-sidero la sexualidad como una instancia particular de semiosis, el proce-so más general que reúne la subjetividad con una significación social yuna realidad material. Así pues, las nociones de Peirce de interpretantey cambio de hábito pueden servir para articular el punto de vista priva-tizado de Freud del mundo interno de la psique con el punto de vistaeminentemente social de Foucault de sexualidad, proporcionando unaexplicación sobre el modo en que ocurre la implantación de la sexuali-dad como perversión en un sujeto, un cuerpo-ego.

Por último, al titular este libro The Practice of Love quiero subrayar elcomponente material y encarnado del deseo como una actividad psíqui-ca cuyos efectos en el sujeto constituyen una especie de hábito o conoci-miento del cuerpo, lo que el cuerpo “conoce” o, mejor aún, ha llegado aconocer sobre sus metas instintivas. Al resignificar la demanda de amor,las prácticas sexuales y sociales del lesbianismo pueden (re)orientar efec-tivamente las pulsiones proporcionando un (nuevo) terreno somático yrepresentacional para el trabajo de la fantasía.

Traducción: Isabel Vericat

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Hombres chicanos: una cartografía de laidentidad y del comportamiento homosexual*

Tomás Almaguer

Al comportamiento sexual y a la identidad sexual de los homo-sexuales masculinos chicanos los modelan dos sistemas sexua-les muy precisos, y cada uno le atribuye a la homosexualidad

una significación y un sentido diferentes. Tanto el sistema europeo-nor-teamericano como el mexicano-latinoamericano poseen su propio con-junto de significados sexuales, de categorías para los protagonistas(sexuales) y códigos que circunscriben el comportamiento sexual. Cadasistema traza la geografía del cuerpo humano en formas diferentes,atribuyendo valores diferentes a las zonas eróticas homosexuales. Lasocialización básica de los chicanos, dentro de normas culturales mexi-cano-latinoamericanas, aunada a su socialización simultánea dentrode la cultura dominante europeo-norteamericana, estructura muy bienla forma de manejar las cuestiones de identidad sexual y de conferirsignificado al comportamiento homosexual en la adolescencia y edadadulta. Los hombres chicanos que adoptan una identidad “gay” (basa-da en el sistema sexual europeo-norteamericano) deben reconciliar suidentidad sexual con su socialización básica dentro de una cultura lati-na que no reconoce una construcción semejante: no existe el equivalentecultural del “gay” moderno en el sistema sexual mexicano-latinoameri-cano.

En estos sistemas sexuales diferentes, ¿cómo modela la socializa-ción una cristalización de sus identidades sexuales y el significado quedan a su homosexualidad? ¿Por qué sólo un segmento de hombreschicanos homosexualmente activos se identifica como “gay”? ¿Acaso se

* Este ensayo apareció en la revista Differences, A Journal of Feminist CulturalStudies, 3-2 (1991). Agradecemos al autor el permiso de su publicación.

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consideran primordialmente gay chicanos (con un hincapié en su etnici-dad) o chicanos gay (con un énfasis en su preferencia sexual)? ¿Cómoestructuran los homosexuales chicanos su conducta sexual, particular-mente los roles sexuales y las relaciones que establecen? ¿Lo hacen deacuerdo a los patrones de poder/dominación firmemente arraigados enla cultura patriarcal mexicana que privilegia a los hombres sobre lasmujeres y a lo masculino sobre lo femenino? ¿O acaso reflejan las normasy prácticas ostensiblemente más igualitarias del sistema sexual euro-peo-norteamericano? Estas son algunas de las múltiples interrogantesque este ensayo problematiza y explora.

Sabemos poco acerca de la manera en que los varones chicanosabordan y discuten una identidad gay moderna con aspectos de la cultu-ra chicana que se apoyan más en configuraciones mexicano-latinoame-ricanas de significación sexual. Contrariamente a la rica literatura de laexperiencia lesbiana chicano-latina, son pocos los escritos de hombresgay chicanos.1 No existe sobre este tema ninguna escritura seria fuera deun estudio inédito que aborda esta cuestión como una preocupaciónsecundaria (Carrillo y Maiorana). Sólo encontramos literatura que con-siste básicamente en textos semi-autobiográficos de autores como JohnRechy, Arturo Islas y Richard Rodríguez.2 Pero a diferencia de los escri-tos sobre lesbianismo chicano, estos trabajos no logran discutir directa-mente la disonancia cultural a la que se enfrentan los homosexualesmasculinos chicanos al reconciliar su socialización básica dentro de lavida familiar chicana con las normas sexuales de la cultura dominante.Poco nos dicen sobre la manera en que estos hombres se enfrentan alestilo diferente con el que estos sistemas culturales estigmatizan la ho-mosexualidad, y sobre su manera de incorporar estos mensajes en susprácticas sexuales adultas.

Sin ese tipo de discusión y sin una investigación etnográfica másdirecta, debemos buscar otra mirada perspicaz sobre las vidas de loshomosexuales masculinos chicanos. Una fuente para tal conocimiento

1 Ver por ejemplo los escritos de lesbianas chicanas y latinas en Ramos; Alarcón,Castillo y Moraga; Moraga y Anzaldúa; y Anzaldúa. Ver también los siguientesestudios sobre latinas: Argüelles y Rich; Espin; Hidalgo e Hidalgo-Christensen.

2 Ver la interesante discusión Bruce-Novoa sobre el tema de la homosexuali-dad en la novela chicana.

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es la lúcida investigación antropológica sobre la homosexualidad enMéxico y en América Latina que posee una pertinencia directa para nues-tra comprensión de cómo los hombres chicanos estructuran e interpre-tan culturalmente sus experiencias homosexuales. Otra es, irónicamente,la de los escritos de las lesbianas chicanas que han discutido abierta-mente aspectos íntimos de su comportamiento sexual y reflexionado so-bre aspectos de la identidad sexual. Su manera de formular estascomplejas cuestiones sexuales tiene una importancia capital para nues-tra comprensión de la homosexualidad del hombre chicano.

De esta manera, la primera sección de este ensayo examina algunosaspectos del sistema sexual mexicano-latinoamericano, el cual ofrececlaves para el conjunto de significados culturales que los homosexualeschicanos dan a sus prácticas sexuales. La segunda sección examina losapuntes autobiográficos de la escritora lesbiana chicana Cherríe Mora-ga. Confío en que su franca discusión de su propio desarrollo sexualservirá de testimonio etnográfico para una problematización más pro-funda de la experiencia homosexual chicana en Estados Unidos.

La cartografía del deseo en el sistema sexual mexicano-latinoamericano

Recientemente los antropólogos norteamericanos dirigieron su atenciónhacia la significación de la homosexualidad en México y en otros luga-res de América latina. La investigación etnográfica de Joseph M. Carrier,Roger N. Lancaster, Richard Parker, Barry D. Adam y Clark L. Taylor hadocumentado la no aplicabilidad de las categorías de significación sexualde Europa occidental y Norteamérica dentro del contexto latinoamerica-no. Dado que la población mexicano/chicana en Estados Unidos com-parte rasgos esenciales de estos patrones culturales latinoamericanos,será revelador examinar de cerca este sistema sexual y explorar su im-pacto sobre la sexualidad de hombres y mujeres homosexuales chicanos.

Las reglas que definen y estigmatizan la homosexualidad en lacultura mexicana funcionan bajo una lógica y una práctica discursivadiferente a la de los sistemas sexuales burgueses que configuraron elsurgimiento de la identidad gay/lesbiana contemporánea en EstadosUnidos. Cada sistema sexual confiere significado a la homosexualidaddando un peso diferente a los dos aspectos fundamentales de la sexuali-dad humana que Freud delineara en los Tres ensayos sobre la teoría de la

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sexualidad: elección del objeto sexual y propósito sexual. El significadoestructurado de la homosexualidad en el contexto europeo-norteameri-cano reposa en la elección de objeto sexual que uno realiza —i.e., el sexobiológico de la persona hacia la que se dirige la actividad sexual. Elsistema sexual mexicano-latinoamericano, por otro lado, confiere signi-ficación a las prácticas homosexuales según el propósito sexual —i.e., elacto que uno desee realizar con otra persona (de cualquier sexo biológi-co).

El sistema sexual burgués contemporáneo en Estados Unidos divi-de el paisaje sexual en categorías sexuales discretas y en personajes de-finidos en términos de preferencia sexual o de elección de objeto: mismosexo (homosexual), sexo opuesto (heterosexual), o ambos (bisexual). Aesta formulación la ha acompañado históricamente una condena veladade todo comportamiento homosexual. Por ser no-procreadora y estar enoposición a una norma heterosexual rígida y obligatoria, a la homose-xualidad se le ha visto tradicionalmente ya sea como 1) una transgresiónpecaminosa del mundo divino, 2) un desorden congénito que destruye alcuerpo, o 3) una psicopatología que atenaza a la mente. Al subrayar laelección del objeto como factor crucial para definir la sexualidad en Esta-dos Unidos, el antropólogo Roger Lancaster argumenta que “el propiodeseo homosexual, sin otros atributos, lo estigmatiza a uno como homo-sexual” (p.116). Esta estigmatización coloca al hombre gay moderno enel fondo de la jerarquía sexual dominante. Según Lancaster, “la elección-de-objeto del homosexual lo margina del poder masculino, excepto paraservir como ejemplo negativo, y lo coloca fuera de las reglas operativasde la (hetero)sexualidad normativa” (pp. 23-24).

Contrariamente al sistema europeo-norteamericano, el sistemasexual mexicano-latinoamericano se basa en una configuración de géne-ro/sexo/poder que se articula dentro de los ejes activo/pasivo y se orga-niza a través del papel sexual prestablecido que uno juega.3 Destaca el

3 Existe una amplia literatura que documenta las formas en que la sexualidadse estructura a través de esquemas sexuales culturalmente definidos y personal-mente interiorizados. Ver, por ejemplo, Gagnon y Simon; Simon y Gagnon, y Plummer.Lo que aquí se señala como sistema sexual mexicano-latinoamericano es parte de laconstrucción genérica y de la significación sexual en el Mediterráneo. Al respecto, verla introducción y ensayos en Gilmore. Para una discusión más amplia de este tema

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propósito sexual —el acto que uno desea realizar con la persona hacia laque se dirige la actividad sexual— y sólo da importancia secundaria algénero o al sexo biológico de la persona. Según Lancaster, “vuelve ‘acti-vos’ ciertos órganos y roles; ‘pasivos’, otros canales corporales y roles, yasigna las categorías honor/vergüenza y estatus/estigma, según el caso”(p. 123). La división territorial del cuerpo en zonas eróticas diferencia-das y en estatus desiguales, codificados por género y atribuidos a losprotagonistas sexuales, es lo que estructura la significación homosexualen la cultura latina. En el contexto mexicano-latinoamericano no existeel equivalente cultural del hombre gay moderno. En lugar de las catego-rías discretas de personas a las que se distingue de acuerdo con su pre-ferencia sexual, tenemos categorías de personas definidas en términosdel papel que desempeñan en el acto homosexual. El mundo homosexuallatino está dividido en activos y pasivos (México y Brasil) y machistas ycochones (Nicaragua).

Aunque el estigma acompaña a las prácticas homosexuales en lacultura latina, éste no afecta por igual a los dos participantes. Es primor-dialmente al individuo anal-pasivo (el cochón o pasivo) a quien se estig-matiza por jugar el papel subordinado, femenino. En forma característica,a su compañero (el activo o machista) “no se le estigmatiza para nada; esmás, no existe una categoría clara en el lenguaje popular que lo clasifi-que. Él es, para cualquier meta o propósito, un hombre... sencillamentenormal” (Lancaster:113). De hecho, Lancaster afirma que el protagonis-ta activo en un drama homosexual a menudo conquista estatus entre sussemejantes precisamente en la misma forma en que se obtiene estatusseduciendo a muchas mujeres (p. 113). Esta construcción cultural con-fiere un significado excesivo al orificio anal y a la penetración anal. Estoseñala un contraste muy fuerte con la manera en que se contempla lahomosexualidad en Estados Unidos, donde el orificio oral es lo que es-tructura la significación de la homosexualidad para la imaginación po-pular. Al respecto sugiere Lancaster que el vocabulario del insultomasculino en cada contexto refleja claramente las diferencias esencialesen significación cultural asociadas a las regiones orales/anales (p. 111).

en el contexto mexicano, ver Alonso y Koreck. Su ensayo recurre a muchas de lasmismas fuentes que utiliza el nuestro y explora las prácticas homosexuales mascu-linas en México en relación con el sida.

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El término peyorativo más común en Norteamérica para designar a loshomosexuales es “chupavergas” (cocksucker). A la inversa, la mayoría delos epítetos latinoamericanos para los homosexuales señalan el estigmaque se asocia con el hecho de ser penetrado analmente.

Piénsese un instante en el significado con el que se asocia al homo-sexual pasivo en Nicaragua, el cochón. El término deriva de la palabracolchón, y esto supone que un hombre se coloca sobre otro como lo haríasobre un colchón, afirmándose así simbólicamente el poder y estatusmasculino superior del primero sobre el segundo, a quien se feminiza yse le vuelve objeto (Lancaster:112). Cochón contiene una clara configura-ción de poder, mismo que se delinea de acuerdo con nociones de géneroque simbólicamente se afianzan a través del papel sexual que uno des-empeña en el acto homosexual. Por ende, el significado de la homosexua-lidad en la cultura latina está cargado de elementos de poder/dominaciónque en los Estados Unidos no son intrínsicamente reconocidos comoprácticas homosexuales. Como señala Lancaster:

El énfasis anal resultante sugiere una presión significativa sobre la naturalezade las prácticas homosexuales. Contrariamente a la relación oral, que puedepermitir prácticas sexuales recíprocas, la relación anal produce invariable-mente un protagonista activo y otro pasivo. Si la relación oral sugiere la posi-bilidad de un signo de igualdad entre los participantes, la relación anal producemás bien una relación desigual (Lancaster:112-13).

De esta manera, lo único que se estigmatiza es la pasividad anal, yesto es lo que define el estatus subordinado de los homosexuales en lacultura latina. El estigma que se atribuye al papel pasivo se inscribeesencialmente en términos genéricamente codificados.

“Dar” es ser masculino, “recibir” es ser femenino. Esto funciona como ideal entodas las esferas de las transacciones entre y dentro de los géneros. Lo simbo-liza la percepción popular del órgano sexual masculino como activo en larelación y del órgano sexual femenino (o del ano masculino) como pasivo(Lancaster:114).

La ecuación hace de homosexuales como el pasivo y el cochónhombres afeminados; hombres biológicos, pero no verdaderos hom-bres. En Nicaragua, por ejemplo, el comportamiento homosexual hacede “un hombre un machista y de otro un cochón. El honor del machistay la vergüenza del cochón son dos lados de la misma moneda”(Lancaster:114).

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El poder del mito y la fantasía cultural masculina:traición de la hembra mexicana y masculinidad del macho

El psicólogo Marvin Goldwert afirma que la ecuación cultural patriarcaltiene una resonancia especial para los mexicanos y sigue profundamen-te arraigada en su idiosincrasia. Sostiene que sus raíces simbólicas selocalizan en los mitos culturales que rodean a la conquista española deMéxico en el siglo XVI. El drama colonial se desarrolló con conquistado-res españoles en el papel de intrusos masculinos, activos, que violabanuna civilización indígena femenina, pasiva. Sugiere Goldwert:

[...] existe ahora en cada hombre mexicano una polaridad culturalmenteestereotipada donde la “masculinidad” es sinónimo de una personalidad ac-tiva/ dominante y la “femineidad” de lo pasivo/sumiso. En la sociedad mes-tiza, el macho [... ] luchó por superar su sensación de femineidad indiaimponiendo un dominio verdaderamente hispánico sobre sus mujeres(Goldwert: 162).

Según esta formulación, los hombres mexicanos están dispuestos a afir-mar una masculinidad por lo demás insegura a través de la conquistasexual simbólica de las mujeres: “Las relaciones macho-hembra en Méxi-co se ajustaron así al molde estereotipado del hombre dominador/agre-sivo y la mujer abnegada inferior: la pasiva, la resignada, la hacendosa”(Goldwert: 162).

Esta ecuación genéricamente codificada tiene su más clara expre-sión en la traición de Doña Marina (la Malinche), la indígena que facilitóla conquista española de México. En El laberinto de la soledad, OctavioPaz resume el significado de su traición para la población mestiza mexi-cana en la frase “los hijos de la chingada” (“los hijos de la madre viola-da”).4 Señala con perspicacia que la diferencia entre el chingón y lachingada es no sólo una configuración hispano-indígena, sino que tam-bién se inscribe fundamentalmente en términos de macho/hembra. Se-gún Paz, la palabra chingar significa “ejercer violencia sobre otro”.

Es un verbo masculino, activo, cruel: pica, hiere, desgarra, mancha.Y provoca una amarga, resentida satisfacción en el que lo ejecuta. Lochingado es lo pasivo, lo inerte y abierto, por oposición a lo que chinga,que es activo, agresivo y cerrado. El chingón es el macho, el que abre. La

4 Para una crítica feminista chicana de la discusión de Paz sobre la Malinche,ver Alarcón.

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chingada, la hembra, la pasividad pura, inerme ante el exterior. La rela-ción entre ambos es violenta, determinada por el poder cínico del prime-ro y la impotencia de la otra.

Los hombres mexicanos a menudo encuentran una débil certidum-bre de su masculinidad y virilidad a través de una hombría enérgica yuna rígida socialización del rol genérico, mismo que implacablementereprime su propia femineidad.5 Para el psicólogo Santiago Ramírez lafamilia mexicana es la base firme en que reposa este estructuramientopsíquico. Desde su niñez más temprana, el joven mexicano desarrollauna ambivalencia hacia las mujeres, a quienes se valora menos que a loshombres en la sociedad patriarcal mexicana. Este desdén básico hacia lofemenino da luego paso a un flujo de resentimiento y humillación dirigi-do hacia la esposa o la amante, y hacia las mujeres en general (Goldwert:165). Las consecuencias psíquicas de este rechazo de lo femenino sonprofundas. Según Goldwert:

Al identificarse con un modelo paterno idealizado y al reprimir el modelo deternura materno, el joven macho rinde un culto en el templo de la virilidad.Durante la niñez, el signo de virilidad para el hombre mexicano es el valor que esintrepidez, agresividad, decisión de jamás rehuir una pelea y nunca “rajarse”.En la adolescencia, el signo de virilidad para el hombre consiste en expresarse yactuar dentro de la esfera sexual [...] De la adolescencia en adelante, el hombremexicano medirá la virilidad en términos de potencial sexual, y la fuerza física,el valor y la audacia serán sólo factores secundarios (Goldwert: 166).

Esta estructura cultural y psíquica cobra un significado especial paralos hombres que participan en un comportamiento homosexual. SeñalaPaz que la construcción activo/macho y pasivo/hembra en la culturamexicana tiene una importancia particular en la manera como los mexi-canos ven la homosexualidad masculina. Según él, “a la homosexuali-dad masculina se le ve con cierta indulgencia en lo que se refiere alagente activo. El agente pasivo es un ser abyecto, degradado. A la homo-sexualidad masculina se le tolera entonces a condición de que sea laviolación de un agente pasivo” (p. 40). De esta manera, la actividad sexual

5 El machismo chicano puede también ser visto como “un modelo idealhipermasculino de la virilidad, culturalmente definido, mediante el cual un hombremexicano puede medirse a sí mismo, a sus hijos, a su parentela masculina y a susamigos, con atributos como el valor, la dominación, el poder, la agresividad y lainvulnerabilidad” (Carrier, Gay Liberation: 228).

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agresiva, activa, penetradora, se convierte en el distintivo real de la ex-traña masculinidad del mexicano. Se alcanza por la negación de todo loque en él es femenino y por el sometimiento sexual de las mujeres. Peroesta valorización de la hipermasculinidad también se obtiene penetran-do a hombres pasivos, analmente receptivos.

Identidad y conducta del hombre homosexual en México

Una de las investigaciones etnográficas más perspicaces sobre la homo-sexualidad en México es la que llevó a cabo el antropólogo J.M. Carrier.Como otros investigadores latinoamericanos interesados en esta cues-tión, Carrier afirma que la homosexualidad se interpreta de manera muydiferente en Estados Unidos y en México. En Estados Unidos, incluso unacto homosexual adulto o el reconocimiento del deseo homosexual pue-de amenazar la identidad de género de un hombre y también cuestionarabiertamente su identidad sexual. En forma muy contrastante, el géneromasculino y la identidad heterosexual de un mexicano no se ven amena-zados por un acto homosexual, siempre y cuando juegue el hombre el rolde penetrador. Sólo al hombre con rol sexual pasivo y características delgénero femenino se le considera verdaderamente homosexual, y por endese le estigmatiza. Puede verse esta opción “bisexual” —exención delestigma para el homosexual “masculino”— como parte del conjunto deprivilegios de género y prerrogativas sexuales de los que gozan los hom-bres mexicanos. De esta manera, es primordialmente el homosexual pa-sivo, afeminado, el objeto de burla y desprecio social en México.

En México, los afeminados son un blanco sexual fácilmente identificable para losmachos interesados [...]. Las creencias que asocian a los afeminados con la homo-sexualidad se transmiten culturalmente por un vocabulario que proporciona lasetiquetas adecuadas, por los chistes de orientación homosexual, los albures, ypor los medios masivos. Los mexicanos aprenden desde su primera infancia areconocer las etiquetas que designan a los homosexuales masculinos, y siemprese establece claramente el nexo que señala a estos putos o jotos como culpablesde comportamiento desvirilizado, afeminado (Carrier, Mexican Male: 78).

Los términos empleados para referirse a los homosexuales mexicanosestán por lo general codificados con un significado ligado al género yrelacionado con la posición inferior que ocupan las mujeres en la socie-dad patriarcal mexicana. El más benigno de estos términos de desprecioes maricón, una etiqueta que realza los atributos de género excéntricosdel hombre homosexual (femenino). Su equivalente semántico en Esta-

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dos Unidos es “sissy” o “fairy” (Carrier, Cultural factors: 123-24). Por otrolado, términos como joto o puto aluden más al papel sexual pasivo quejuegan estos hombres que a sus meros atributos de género. Son infinita-mente más peyorativos y vulgares en tanto que enfatizan la naturalezasexualmente excéntrica de su posición pasivo/receptiva en el acto ho-mosexual. La invectiva con la que se relacionan estos apelativos alude ala forma en que los afeminados homosexuales, según la opinión común,han traicionado el papel sexual y el género prescrito del hombre mexica-no. Aún más: es posible notar que el término femenino español “puta” serefiere a la prostituta femenina mientras que su forma masculina, “puto”,se refiere a un homosexual pasivo, no a un prostituto. Es significativoque la ecuación cultural entre el hombre homosexual femenino, analmentereceptivo, y la mujer culturalmente más estigmatizada (la prostituta) ten-gan una base semántica común.6

La investigación de Carrier sugiere que a la homosexualidad enMéxico la circunscribe rígidamente el papel primordial que juega la fa-milia en la estructuración de una actividad homosexual. Mientras queen Estados Unidos, al menos entre la mayoría de los europeo-norteame-ricanos, el papel de la familia como reguladora de las vidas de los gays ylas lesbianas ha declinado progresivamente, en México la familia siguesiendo una institución capital que define el género y las relaciones sexualesentre hombres y mujeres. La familia mexicana es todavía un bastión delprivilegio patriarcal para los hombres y un obstáculo importante para laautonomía de las mujeres fuera del mundo privado del hogar.

A menudo las presiones de la vida familiar impiden que los hom-bres homosexuales mexicanos gocen de la libertad irrestricta de llegartarde a casa, cambiarse de hogar antes del matrimonio, o poner un de-partamento con un amante masculino. Así, sus oportunidades de reali-zar contactos homosexuales en sitios que no sean los lugares anónimos,como las galerías de los cines o algunos parques, se ven severamentelimitadas (Carrier, Family Attitudes: 368). Esta situación crea una atmós-

6 En Birth of the Queen, Trumbach señala perspicazmente que muchos de lostérminos contemporáneos que se emplean para referirse al homosexual en Europaoccidental y en Estados Unidos (queen, punk, gay, faggot y fairy) también fueron enuna época términos populares para designar la prostitución (p. 137). Ver tambiénAlonso y Koreck: 111-13.

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fera de prohibición social que puede explicar por qué, en México, la ho-mosexualidad está típicamente cubierta de silencio. El ocultamiento, lasupresión o la prevención de cualquier reconocimiento abierto de activi-dad homosexual acentúa la severidad de los dictados culturales querodean las normas sexuales y de género en la vida familiar mexicana. Adiferencia de la vida familiar generalmente más igualitaria y permisivade los gays y las lesbianas en los Estados Unidos, la familia mexicanaparece jugar un papel más importante y restrictivo en la estructuracióndel comportamiento homosexual entre los hombres mexicanos. (FamilyAttitudes: 373).

Dadas estas presiones y el significado particular que reviste la ho-mosexualidad en la cultura mexicana, el comportamiento homosexualse desarrolla típicamente en el contexto de una jerarquía de estratifica-ción por edades que concede privilegios a los homosexuales mayoresque son más masculinos. Según Carrier, estas transacciones homosexua-les masculinas generalmente obedecen a estos modelos básicos:

Algunos hombres post-púberes utilizan a niños como desahogos sexualesantes del matrimonio, y después del mismo siguen recurriendo a desahogosque igual son heterosexuales que homosexuales. Según otro modelo, algunoshombres se relacionan durante su primer año de actividad sexual con niñaspost-púberes y niños afeminados que conocen en sus barrios, en sus escuelasy en excursiones. Los siguen utilizando como desahogos sexuales antes delmatrimonio, pero después de casarse interrumpen, o sólo practican ocasional-mente, los desahogos homosexuales. Existe otro modelo en el que algunoshombres se sirven de ambos géneros como desahogos sexuales durante elprimer par de años de actividad sexual. Tienen novias y planean casarse, perotambién se involucran sentimentalmente con hombres antes del matrimonio.Luego de casarse, siguen teniendo relaciones románticas y sexuales con hom-bres (Mexican Male: 81).

La investigación de Carrier sobre los hombres mestizos homosexualesen Guadalajara reveló que la mayoría de los hombres homosexuales fe-meninos, pasivos, comienzan su actividad sexual antes de la pubertad;muchos de ellos en edades entre los seis y los nueve años. La mayoría desus contactos sexuales se dan con primos pubescentes, tíos o vecinos.Pueden ocurrir con mucha frecuencia y prolongarse por un periodo lar-go o ser de poca frecuencia y de duración relativamente corta. A estasexperiencias tempranas les siguen encuentros homosexuales durante laadolescencia y la edad adulta. Sin embargo, sólo un segmento de la ju-ventud homosexualmente activa desarrolla una preferencia por el papelsexual receptivo-pasivo, llegando así a definir su sentido individual delgénero en una dirección abiertamente femenina (Gay Liberation: 228, 231).

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Es muy significativo que en casos en los que dos hombres activos,masculinos, protagonizan un ligue homosexual, las reglas que estructu-ran las relaciones homosexuales codificadas por géneros siguen funcio-nando con toda su fuerza. En estos intercambios uno de los hombres—típicamente el que se define como más viril o poderoso— asume elpapel activo, penetrador, mientras que al otro se le arrincona en el papelpasivo, analmente receptivo. Incluso aquellos hombres que pudieranluego adoptar los aspectos activos y pasivos del comportamiento homo-sexual, de manera característica no se involucran en tales relacionesrecíprocas con la misma persona. En lugar de eso, generalmente sólodesempeñan el papel activo con una persona (considerada siempre lamás femenina) y son sexualmente pasivos con aquellos a quienes juzganmás masculinos que ellos mismos (Cultural factors: 120-21).

Aunque en los ligues homosexuales se da cierta disonancia cognos-citiva, parece estar primordialmente relacionada con el grado de involu-cramiento homosexual y con la manera en que se fijan limites alintercambio sexual. Muchos de estos hombres que típicamente comien-zan desempeñando sólo el papel sexual activo, y cuyas primeras relacio-nes homosexuales significativas se dan en la adolescencia, experimentancierta desazón respecto a su actividad homosexual cuando se alejan delpapel exclusivo de penetradores. A menudo reducen este conflicto psíqui-co multiplicando sus contactos heterosexuales (conquistas) o limitandosu homosexualidad sólo al papel sexual activo (Gay Liberation: 250).

En resumen, parece ser que la diferencia más importante entre loshombres bisexualmente activos en México y los hombres bisexuales enEstados Unidos es que a los primeros no se les estigmatiza porque des-empeñan exclusivamente el papel activo, masculino, penetrador. Con-trariamente a lo que sucede en el contexto norteamericano, “una gota dehomosexualidad” no convierte ipso facto a un hombre mexicano en joto omaricón. Como lo documenta muy bien la investigación de Carrier, nin-guno de los activos penetradores que participan en los ligues homo-sexuales se considera jamás un “homosexual” o un “gay” (Mexican Male:83). Lo que podría llamarse la “válvula de escape bisexual” funcionapara asegurar que la frágil masculinidad de los hombres mexicanos nose comprometa durante el acto homosexual: seguirán siendo hombres,incluso cuando se abandonen a esta conducta sexual. De hecho el siste-ma sexual mexicano milita incluso en contra de la construcción de iden-tidades sexuales discernibles y discretas, como lo “bisexual” o lo “gay”,

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porque estas identidades tienen como modelo e inspiración un sistemasexual diferente y prácticas discursivas extranjeras. En otras palabras,uno no se identifica en México con lo “gay” o lo “lesbiana” porque enprimer lugar el sistema sexual excluye semejante configuración de laidentidad. Estas categorías sexuales “burguesas” sencillamente no sonpertinentes o aplicables a la manera en que se confieren el género o lasignificación sexual en la sociedad mexicana.

La naturaleza problemática de una identidad gaypara los hombres mexicanos

Dados los contornos del sistema sexual mexicano y el papel central quejuega la familia mexicana en la estructuración de la conducta homo-sexual, no sorprende que las categorías sexuales norteamericanas, consus identidades y movimientos sociales basados en la identidad, hayanhecho su aparición en México sólo recientemente. Con base en documen-tos, Carrier afirma que el movimiento de liberación homosexual es unfenómeno muy reciente en México y que para consolidarse ha tenido quehacer frente a obstáculos formidables. Por ejemplo, hasta finales de losochenta sólo existía un medio gay muy pequeño y muy oculto en ciuda-des grandes como México, Guadalajara y Acapulco. No hay, por deciralgo, “barrios gay” evidentes y sólo pocos bares gay y discotecas (GayLiberation: 225). Los hombres mexicanos que definen su identidad sexualcomo “gay” han adoptado claramente modelos norteamericanos, comoel de incorporar los roles sexuales pasivo y activo en su comportamientohomosexual. Se considera ampliamente que la más reciente encarnacióndel “homosexual mexicano moderno” se basa en códigos sexuales norte-americanos y la naturaleza “extranjera” de tales prácticas sexuales hahecho que a los hombres que las adoptan se les conozca como interna-cionales.

Los gay mexicanos que caen dentro de la categoría de internacionales sondifíciles de valorar como grupo [...]. La mayoría son más masculinos quefemeninos y durante los primeros años de sus vidas sexuales sólo juegan elpapel sexual “activo” —el papel sexual “pasivo” lo incorporarán a medidaque se involucren más en los ligues homosexuales. Muchos ‘internacionales”señalan que a pesar de interpretar los dos roles sexuales, retienen sin embargouna fuerte preferencia general por uno de ellos (Gay Liberation: 231).

A la liberación gay en México parecen defenderla con mayor entusiasmolos nuevos homosexuales más masculinos que pueden utilizar su con-

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formidad de género como factor legitimador de un estilo de vida gay.Estos maricas machos (como se les llama en Argentina) muestran unatendencia mayor a desarrollar una identidad gay “saliendo delclóset” yvolviéndose parte de “los de Ambiente” (p. 245). Sin embargo, la actitudmasculina de los internacionales los coloca a menudo en posición anta-gónica frente al más femenino joto, quien también busca la autoafirma-ción y un estatus menos estigmatizado. Dado que estos homosexualesafeminados estigmatizados jamás pensaron o pretendieron ser hetero-sexuales, al parecer experimentan una menor disonancia cognoscitivaal aceptar una identidad gay y menos problemas para salir del clóset (p.250).

El reciente surgimiento de esta identidad sexual gay en México haacarreado un número de problemas especiales para el homosexual mexi-cano. Carrier afirma que una fuente continua de tensión dentro de lanaciente subcultura gay se cristaliza típicamente entre

[...] aquellos hombres homosexuales que son abiertos y femeninos y los que nolo son. Las manifestaciones públicas de conducta femenina por parte de jóve-nes hombres gay que la consideran elemento básico de su personalidad cosmé-tica, irritan a aquellos varones gay que prefieren comportarse en forma másmasculina y ser así menos obvios en los ambientes heterosexuales [...] Aunqueel movimiento de liberación gay ha intentado que sus miembros más mascu-linos vean la conducta afeminada en forma más positiva, los esfuerzos hansido un tanto infructuosos (Gay Liberation:248).

A pesar de la incorporación de concepciones más burguesas de la sexua-lidad, el elogio de la masculinidad entre los hombres mexicanos —yasea heterosexuales u homosexuales— sigue siendo una piedra angularde la sociedad patriarcal mexicana, muy renuente a una redefiniciónradical y a una intrusión cultural provenientes del exterior.

Implicaciones en EEUU para los hombres chicanos gay

El surgimiento de la identidad gay moderna en Estados Unidos y suaparición reciente en México tienen para los hombres chicanos implica-ciones que no han sido plenamente estudiadas. Sin embargo, parece serque los chicanos, como otras minorías raciales, no manejan la acepta-ción de la identidad gay exactamente en la misma forma en que lo hacenlos norteamericanos blancos. La ambivalencia de los chicanos respectoa una identidad sexual gay y su concomitante desasosiego frente a lacultura gay/lesbiana blanca, no reflejan necesariamente una negación

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de la homosexualidad. Diría yo más bien que el ritmo lento con el que haempezado a afianzarse esta formación de la identidad entre los chicanoses atribuible a factores culturales y estructurales que distinguen las ex-periencias de las poblaciones blancas y no-blancas en Estados Unidos.

Además de las ya discutidas diferencias cruciales que existen en laforma en que se configura culturalmente la homosexualidad en los siste-mas sexuales mexicano/latinoamericano y el europeo-o-anglo-norte-americano, hay otros factores estructurales que también militan contrael surgimiento de una identidad gay moderna entre los hombreschicanos. Al respecto, la progresiva relajación de las presiones familia-res entre los hombres y mujeres homosexuales blancos de clase media afinales del siglo XIX y su aceleración en el periodo de la segunda posgue-rra colocaron estructuralmente a la población gay/lesbiana blanca antela redefinición de su propia identidad primaria en términos de su ho-mosexualidad. El tránsito a fines del XIX de una economía de tipo fami-liar a un sistema de trabajo de tipo salarial totalmente desarrollado,liberó en forma decisiva a los hombres y mujeres europeo-norteamerica-nos del mundo económico y social de la familia que antes había sido tanlimitante. Permitió que los hombres blancos y la “nueva mujer” blancade la época transgredieran los asfixiantes roles genéricos que los habíanligado a una norma heterosexual obligatoria.7 Liberada la familia nu-clear de su papel tradicional como unidad básica de producción, losindividuos de inclinaciones homosexuales podían ya forjarse una nue-va identidad sexual y desarrollar una cultura y una comunidad antesinconcebibles. Además, la tremenda migración urbana que fue atizada(o precipitada) por la segunda guerra mundial, aceleró este proceso em-pujando a miles de homosexuales a medios urbanos donde eran mayo-res las posibilidades de intimidad entre personas del mismo sexo.

Sin embargo, parece ser que la identidad gay y las comunidadesque surgieron fueron, en forma abrumadora, blancas, clasemedieras y

7 Para un amplio panorama del desarrollo de una identidad y una comunidadgay en Estados Unidos, ver D’Emilio; D’Emilio y Freedman; y Katz. Varios artículosen la importante antología editada por Duberman, Vicinus y Chauncey documentanla naturaleza blanca y clasemediera de la construcción de la identidad gay/lesbianay de la formación de la comunidad. Ver en particular, Smith-Rosenberg, Newton,Rupp y Martin.

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macho-centristas. De este segmento de la población homosexual surgie-ron primordialmente los líderes de las primeras organizaciones homófi-las en Estados Unidos, como la Mattachine Society, y también las figurasclaves que moldearon la nueva cultura gay. Las nuevas comunidadesfundadas en el periodo de la posguerra estaban además compuestas porhombres blancos con los recursos y talentos necesarios para crear ghettosgay que eran “círculos dorados”. Este hecho ha conferido a la comuni-dad gay contemporánea —a pesar de su diversidad innegable— un as-pecto predominantemente blanco, clasemediero y masculino. En otraspalabras, los excepcionales privilegios de clase y raza de los gay blancosofrecieron la base para poder esculpir audazmente la nueva identidadgay. Su posición colectiva dentro de la estructura social los dotó de lashabilidades y talentos necesarios para crear nuevas instituciones y co-munidades gay, así como una original subcultura sexual.

A pesar de la hostilidad intensa que como gays enfrentaron duran-te ese periodo, en tanto hombres blancos estaban en la mejor posiciónpara arriesgarse al ostracismo social que este proceso engendraba. Esta-ban relativamente mejor situados que otros homosexuales para soportarlos peligros que desencadenaba su transgresión a las convenciones delos géneros y a las tradicionales normas heterosexuales. La reducidaimportancia de la identidad étnica entre estos individuos, debida princi-palmente al impacto homogeneizador e integrador de las categorías ra-ciales dominantes que ante todo los definen como blancos, también facilitóel surgimiento entre ellos de una identidad gay. Como miembros delgrupo racial privilegiado — y sin tener que verse a sí mismos fundamen-talmente como irlandeses, italianos, judíos, católicos, etc.—, estos hom-bres y mujeres de clase media al parecer no dependían ya únicamente desus respectivos grupos y familias culturales como línea de defensa con-tra el grupo dominante. Aunque siguieran experimentando una intensadisonancia cultural al abandonar su etnicidad y sus roles tradicionalesbasados en la familia, estaban ahora en posición de atreverse a avanzar.

Por otra parte, los chicanos nunca han ocupado un espacio socialdonde la identidad gay o lesbiana pueda convertirse fácilmente en basefundamental de la identidad propia. Esto se debe, en parte, a su posiciónestructural en los extremos subordinados de las jerarquías sociales yraciales, y dentro de un contexto en el que la etnicidad sigue siendo baseprimordial de la identidad colectiva y de la sobrevivencia. La vida fami-liar chicana requiere, además, de una fidelidad a las relaciones patriar-

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cales genéricas y a un sistema de significados sexuales que lucha direc-tamente contra el surgimiento de esta base alternativa de identidad pro-pia. Factores como el género, la ubicación geográfica, la edad, elnacimiento, el uso del idioma y el grado de asimilación cultural, evitanaún más, o al menos complican, la aceptación de una identidad gay olesbiana por parte de chicanos o chicanas, respectivamente. No son tanlibres como los individuos situados en otra parte de la estructura socialpara poder redefinir su identidad sexual a través de formas que contra-digan los imperativos de la vida familiar de las minorías y de sus tradi-cionales expectativas de género. Por ende, no es directo ni ajeno aintermediarios el proceso mediante el cual llegan a definir su identidadsexual como gay, heterosexual, bisexual, o, en términos mexicano/lati-noamericanos, como activo, pasivo, o macho-marica. Desafortunadamen-te, carecemos hasta hoy de estudios publicados que exploren este procesode formación de la identidad.

Sin embargo, Hector Carrillo y Horacio Maiorana llevaron a caboen la primavera de 1989 un estudio, todavía inédito, sobre los hombreshomosexuales latino/chicanos. Como parte de su trabajo continuo sobreel sida dentro de la comunidad latina del área de la bahía de San Fran-cisco, estos investigadores desarrollaron una tipología que incluía losdiversos puntos de un continuo en el que se diferenciaba la identidadsexual de estos hombres. Su tipología preliminar es útil porque describela forma en que los homosexuales latino/ chicanos integran elementosde los sistemas sexuales norteamericanos y mexicanos en su conductasexual.

Las primeras dos categorías de individuos, según Carrillo y Maio-rana, son: 1) los latinos de clase obrera que encarnan un personaje afe-minado y que por lo general juegan el papel pasivo en los ligueshomosexuales (muchos son travestis que frecuentan los bares gay lati-nos del Mission District de San Francisco); y 2) los latinos que se consi-deran heterosexuales o bisexuales, pero que furtivamente tienen sexocon otros hombres. Ellos también son primordialmente proletarios y amenudo frecuentan bares gay latinos en busca de discretos contactossexuales. Tienden a conservar una fuerte identidad étnica chicana y es-tructuran su sexualidad de acuerdo al sistema sexual mexicano. Aun-que Carrillo y Maiorana no discuten la cuestión, es probable que estoshombres busquen primordialmente el contacto con otros latinos, antesque con europeo-norteamericanos, como parejas potenciales dentro deun comportamiento homosexual culturalmente delimitado.

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También sugeriría yo, a partir de observaciones personales, queestas dos categorías de individuos tienen ocasionalmente relacionessexuales con latinos de clase media y con hombres europeo-norteameri-canos. Al hacerlo, estos latinos proletarios a menudo se convierten en elobjeto de los deseos coloniales del latino de clase media o del hombreblanco. En una expresión de esta lujuria codificada por la clase social, elpasivo femenino se vuelve el objeto infantilizado, feminizado, del deseocolonial del hombre de clase media. En otra, el mexicano/chicano mas-culino y activo se vuelve encarnación de una potente masculinidad étnicaque deslumbra al hombre de clase media quien asume entonces el papelsexual pasivo.

Contrariamente a las dos primeras categorías de hombres latinoshomosexualmente activos, las otras tres han integrado en su conductasexual varios aspectos del sistema sexual norteamericano. Son quienespueden, con mayor probabilidad, ser asimilados por la cultura domi-nante europeo-norteamericana de los Estados Unidos y provenir de laclase media. Incluyen: 3) hombres latinos que abiertamente se conside-ran gay y participan en la naciente subcultura gay latina del barrio deMission; 4) hombres latinos que se consideran gays sin participar porello en la subcultura gay latina, y que prefieren mantener una identidadbásica como latinos y sólo de manera secundaria una gay; y finalmente,5) hombres latinos que se integran totalmente a la comunidad gay mas-culina blanca de San Francisco en el barrio Castro y que sólo conservanuna identidad latina marginal.

En contraste con las primeras dos categorías, los hombres latinosen las últimas tres categorías muestran mayor tendencia a buscar pare-jas sexuales europeo-norteamericanas y exhiben una dificultad mayorpara reconciliar sus raíces culturales latinas con su estilo de vida gay.Según mis observaciones impresionistas, estos hombres no tienen unaconducta homosexual diferenciada jerárquicamente de acuerdo con lospatrones codificados por género del sistema sexual mexicano. Es másprobable que integren los roles activo y pasivo en su sexualidad y tenganrelaciones en las que prevalezcan las normas más igualitarias del siste-ma sexual norteamericano. Sabemos, sin embargo, muy poco acerca de laconducta sexual real de estos individuos. No se ha realizado todavíauna investigación sobre cómo expresan estos hombres sus deseos sexua-les o cómo manejan su masculinidad en el contexto de su homosexuali-dad, y, de manera más general, sobre cómo integran aspectos de los dossistemas sexuales en su comportamiento sexual cotidiano.

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Ante la falta de esa información, es preciso buscar claves acerca delmundo social de los hombres chicanos gay en los escritos perspicaces delas chicanas lesbianas. Al ser las primeras en romper el silencio en tornoa la experiencia homosexual de la población chicana, ellas han docu-mentado con franqueza los problemas desconcertantes a los que se en-frentan los chicanos al interpretar los mensajes contradictorios quetransmiten dos culturas coexistentes: la chicana y la europeo-norteame-ricana. Pienso que la forma en que las chicanas lesbianas han abordadoestos problemas tendrá una significación capital en la manera en que loshombres chicanos lleguen a reconciliar su conducta homosexual y suidentidad sexual gay dentro del contexto cultural chicano. El extraordi-nario trabajo de Cherríe Moraga —más que el de cualquier otra escritoralesbiana— elabora un análisis lúcido y complejo del predicamento queenfrentan en esta sociedad la lesbiana chicana de clase media y el hom-bre chicano gay. Un breve examen de sus escritos autobiográficos mues-tra intuiciones notables acerca de las complejidades y contradiccionesque pueden ser propias de la experiencia de la homosexualidad paratodos los chicanos y chicanas en Estados Unidos.

Cherríe Moraga y el lesbianismo de la chicana

Un punto de partida esencial para valorar el trabajo de Cherríe Moragaes una apreciación de la forma en que la familia chicana restringe seve-ramente la capacidad de la mujer chicana para definir su propia vida almargen de los asfixiantes preceptos de género y sexuales. Como lo docu-mentan claramente varias investigadoras feministas, la vida familiarchicana sigue rígidamente estructurada según modelos patriarcales queprivilegian a los hombres sobre las mujeres y los niños.8 Cualquier viola-ción a estas normas se lleva a cabo con enorme riesgo personal dado quelos chicanos recurren a la familia para resistir al racismo y a los estragos

8 Parte de la mejor investigación en los estudios sobre chicanos ha estado acargo de feministas chicanas quienes han explorado la intersección de clase, raza ygénero en las vidas de las chicanas. Algunos ejemplos recientes de esta erudiciónimpresionante incluyen a Zavella, Segura, Pesquera y Baca-Zinn.

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de la desigualdad de clase. Ante estas embestidas, los hombres y mujereschicanos se unen y cohesionan dentro de una estructura familiar queexagera los roles genéricos y suprime la disidencia sexual.9 De esta ma-nera, cualquier desviación del vínculo sagrado entre esposo, mujer yniño no sólo amenaza la existencia misma de la familia sino que poten-cialmente socava la base de resistencia al racismo anglosajón y a la ex-plotación clasista. “A la familia la protegen entonces con mayor ardorlos oprimidos, y la santidad de esa institución corre como sangre por lasvenas del chicano. La familia debe preservarse a cualquier precio”, escri-be Moraga. Así,

nos defendemos... con nuestras familias, con nuestras mujeres embarazadas,y con nuestros hombres como las cabezas indispensables. Creemos que entremás protejamos enérgicamente nuestros roles sexuales dentro de la familia,más fuertes seremos como una unidad que se opone a la amenaza anglosajona(Moraga: 110).

Sin embargo, estos preceptos no frenan el comportamiento sexualmentedisidente de ciertos chicanos. Como en el caso de los hombres homosexua-les en México, existe una parcela de libertad para el chicano homosexualque conserva una identidad de género masculino en tanto secretamenteparticipa en el rol homosexual activo. Moraga ha señalado con perspica-cia que la norma cultural latina desvía la conducta sexual de los chicanoshomosexuales:

La homosexualidad masculina siempre ha sido un aspecto ‘tolerado’ en lasociedad mexicano/chicana, siempre y cuando permanezca ‘periférica’... Peroel lesbianismo, bajo cualquier forma, y la homosexualidad masculina queabiertamiente confiesa los elementos sexuales y emocionales de la unión, es undesafío a los cimientos mismos de la familia (p. 111).

El rechazo que hace de la heterosexualidad el hombre chicano gay abier-tamente afeminado se ve característicamente como una traición de fondoa las normas culturales patriarcales del chicano. Se le ve como alguien

9 Esta solidaridad la captura uno de los primeros carteles del movimientochicano, justamente titulado “La Familia”. En él aparecen tres figuras en una posesimbólica: una mujer mexicana, con un niño en brazos, y un hombre mexicano que labesa y que ocupa, más alto que ella, la posición central del retrato. Este cartelsimbolizó el privilegio patriarcal, macho-centrista, que se daba a la familia nuclearheterosexual dentro de la resistencia chicana contra el racismo blanco. Para unaestimulante discusión de estos temas en el movimiento chicano, ver Gutíerrez.

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que ha dado la espalda al papel masculino que privilegia a los hombreschicanos y los autoriza a tener acceso sexual a las mujeres, a los meno-res, e incluso a otros hombres. A quienes rechazan estas prerrogativasmasculinas se les ve como no-hombres, como equivalentes culturales delas mujeres. Moraga valora con astucia la situación: “el marica” es elobjeto del desprecio del chicano/mexicano porque conscientemente eli-ge un papel que la cultura le ordena despreciar: el “papel de la mujer” (p.111).

Las restricciones que la vida familiar chicana impone sobre la pro-pia Moraga se discuten con franqueza en sus provocativos ensayos au-tobiográficos, “La Güera” y “Una larga hilera de vendidas” en Loving inthe War Years. Al relatar su infancia en California del Sur, Moraga descri-be cómo se le pedía rutinariamente que hiciera la cama de su hermano,planchara sus camisas, le prestara dinero, e incluso le sirviera bebidasheladas cuando sus amigos venían a visitar su casa. La posición privile-giada de los hombres en la familia chicana coloca a las mujeres en unestatus secundario, subordinado. Reconoce con resentimiento que “has-ta este día, en casa de mi madre se atiende a mi hermano y a mi padre, eincluso yo lo hago” (p. 90). Los hombres chicanos siempre se han senti-do superiores a las chicanas, asevera ella en términos nada ambiguos:“Nunca me he topado con ninguna clase de latino... que no subscribala creencia básica de que los hombres son mejores” (p. 101). La insidiade la ideología patriarcal cala en la vida familiar chicana e inclusomoldea la forma en que una madre define sus relaciones con sus hijos:“La hija debe ganarse constantemente el amor de la madre, probarle sulealtad. El hijo obtiene gratis su cariño” (p. 102).

Desde muy joven, Moraga se percató de que le sería prácticamenteimposible alcanzar una autonomía significativa en ese contexto cultu-ral. Sólo en el mundo anglosajón era remotamente posible liberarse de laopresión del género y de las prohibiciones sexuales. Con el fin de prote-ger esta libertad, hizo la elección necesaria: adoptar el mundo blanco yrechazar aspectos capitales de su educación chicana. En términosdolorosamente francos, declara:

Poco a poco adopté la cultura anglosajona porque pensé que ésa era la únicaopción a mi alcance para ganar autonomía como persona sin ser estigmatiza-da sexualmente [...] Instintivamente elegí lo que en mi opinión me permitiríamayor libertad de movimiento en el futuro. Esto significaba resistir a los rolessexuales tanto como fuera seguro hacerlo y eso resultaba más fácil en uncontexto anglosajón que en uno chicano (p. 99).

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Hija de madre chicana y padre anglosajón, Moraga descubrió que una tezclara facilitaba su integración en el mundo social anglosajón y contribuíainmensamente a su éxito académico. “El anhelo de mi madre por protegera sus hijos de la pobreza y el analfabetismo los condujo a volverse ‘anglo”’,escribe; “entre mayor fuera nuestra eficacia para transitar por el mundoblanco, mayor sería la garantía para nuestro futuro” (p. 51). Por ello suvida en California del Sur en los años cincuenta y sesenta se describe comouna vida en la que ella “se identificó con y aspiró a los valores blancos” (p.58). En esa época, “siguió la ola de ese privilegio californiano meridionaltanto como mi conciencia pudiera permitirlo” (p. 58).

El precio que en un principio pagó por esa anglofilia fue un aleja-miento de su familia y una pérdida parcial del cuidado y el amor que enella encontraba. Al reflexionar sobre esta experiencia, Moraga afirmaque “he tenido que reconocer que mucho de lo que valoro de ser chicana,de mi familia, se ha visto subvertido por la cultura anglosajona y por micooperación con ella... Me di cuenta de que la causa principal de mialejamiento total y mi miedo de mis compañeros de clase tenía sus raícesen cuestiones de clase y de cultura” (p. 54). Reconoce vivamente que enaquel entonces “había repudiado el lenguaje que mejor conocía —igno-rado las palabras y los ritmos que me eran más cercanos. Los sonidos demi madre y mis tías cuchicheando, mitad en inglés, mitad en español,mientras tomaban cerveza en la cocina” (p. 55). Lo que por otro ladoconquistó, fue la mayor autonomía de que gozaban sus compañeras declase blancas para definir su sexualidad naciente y evitar los pesadospreceptos genéricos. Sin embargo, los chicanos vieron en su incursión enel mundo blanco una enorme traición. Por conquistar el control de supropia vida, Moraga se volvió una más de la “larga hilera de vendidas”o traidoras, como se ve a las mujeres independientes en la fantasía cultu-ral sexista de la sociedad patriarcal chicana. Esta es la acusación que“pende sobre las cabezas y late en los corazones de la mayoría de laschicanas que buscamos desarrollar una conciencia autónoma de noso-tras mismas, y particularmente de nuestra sexualidad” (p. 103).

La cultura patriarcal chicana, con sus raíces profundas en “la ins-titución de la heterosexualidad”, exige de las chicanas entregarse a loshombres chicanos y subordinar a ellos sus propios deseos sexuales. Tam-bién el chicano, como cualquier otro hombre, escribe Moraga, “deseapoder decidir cómo, cuándo y con quién sus mujeres madre, esposa ehija— serán sexuales” (pp. 110-11). Pero “el compromiso sexual de la

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chicana con el chicano se toma como prueba de lealtad hacia su gente”(p. 105). Y añade: “No es sorprendente que la mayoría de las chicanas amenudo nos alejemos de un lúcido reconocimiento de nuestra propiasexualidad”. Para poder afirmar su identidad de lesbiana chicana, Mo-raga tuvo que adoptar “una posición radical en contradicción directacon, y en violación de, las mujeres (sic) que aprendí a llegar a ser” (p. 117);y, sin embargo, también recurrió a temas e imágenes de su medio católicomexicano. De este impacto sobre su sexualidad, Moraga escribe:

Siempre supe que mis mayores lazos emocionales los tenía con las mujeres,pero de pronto comenzaba a identificarlos conscientemente como sexuales.Entre más poderosos eran mis sueños y fantasías, y entre más sentía mi propiopoder sexual explosivo, más desatendía los mensajes de mi cuerporefugiándome en los terrenos de la religión. Al dar definición y significado amis deseos, la religión se volvió la disciplina que controlaría mi sexualidad. Lafantasía sexual y la rebelión se volvieron “pensamientos impuros” y “actospecaminosos” (p. 119).

Estos “sentimientos opuestos” que originalmente afloraron a los doceaños, desataron sentimientos de culpa y de transgresión moral. Le resul-tó imposible dejar atrás las prohibiciones de la iglesia católica respecto ala homosexualidad, y los temas religiosos se insinuaron en la manera enque por vez primera se definió a sí misma como un sujeto sexual —enuna forma demoniaca. “Escribí poemas en los que me describía como uncentauro: mitad animal/ mitad humano, de trasero peludo y pezuña,como el mismo diablo. Las imágenes brotaron de un lugar profunda-mente mexicano y católico” (p. 124).

Así como sus primeras sensaciones sexuales estaban cargadas deimágenes religiosas, así también estaban moldeadas por imágenes viri-les de sí misma. Esto se entiende por el hecho de que en la cultura chica-na sólo a los hombres se les concede una subjetividad sexual. Por ello, demanera instintiva, Moraga gravitó hacia un personaje marimacho (butch)y asumió frente a otras mujeres una actitud de tipo masculino.

En un esfuerzo por evitar encarnar a la chingada, me volví el chingón. En unesfuerzo por no sentirme cogida, me volví el cogedor, incluso con las mujeres[...] La verdad del asunto es que todas esas luchas de poder, de “poseer” o“ser poseído” se libraban en mi propia recámara. Y en mi mente cobraban unparticular giro mexicano (p. 126).

En una conversación valientemente franca con la activista lesbiana AmberHollibaugh, Moraga relata que

[...] lo que me excitaba sexualmente, a una edad muy temprana, tenía que vercon fantasías de captura, tomar a una mujer, identificándome con el hombre

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[...] A decir verdad, tengo algunos fuertes recelos acerca de mi vinculo sexualcon la captura. Podría parecer muy sexy imaginar que estoy “tomando” a unamujer, pero en ocasiones eso ha sucedido a expensas de una sensación sexualde capitulación ante ella; eso se traduce en la necesidad de mantener yo siem-pre el control y decidir las jugadas. Es una fantasía muy viril y siento que estopuede mantenerme en mi privacidad, protegerme, impedir que pueda llegar aexpresarme totalmente (Moraga y Hollibaugh: 396).

La sexualidad lesbiana adulta de Moraga se autodefinió de acuerdo conlos modelos tradicionales marimacho/fémina característicos de las rela-ciones lésbicas en el periodo de la posguerra.10 Es posible que semejanteformación de la identidad fuera también en gran medida una expresiónde la sexualidad de alta codificación genérica que se enseñaba a travésde la familia chicana. Para poder definirse a sí misma como un sujetosexual autónomo, adoptó un personaje de género marimacho (butch), omás masculino, y cristalizó un deseo sexual por amantes femeninas oféminas. Este aspecto de su sexualidad lo discute en estos términos:

Siento que la forma en que deseo a una mujer puede ser una experiencia muyprofunda. ¿Recuerdas que te dije cómo cuando miraba el rostro de mi amanteal hacer el amor con ella (en ese momento estaba en realidad besándole el seno)[...] podía sentir y ver cuán profundamente presente estaba cada parte de sucuerpo? Que cada poro en su cuerpo se encomendaba a mí para que yo lacuidara, para que atendiera su deseo sexual. Este aspecto de su rostro no separece a nada. Me colma. Ella confía en mí para que yo determine dónde debeir sexualmente. Y honestamente siento en mí un poder tan grande que es capazde sanar la herida más profunda (Moraga y Hollibaugh: 398).

Al asumir el papel macho, Moraga no buscaba simplemente lanzarsecomo un hombre o meramente parodiar el papel masculino en el actosexual. Volverse una lesbiana chicana macho era mucho más complejoque eso y conllevaba un dolor particular y un desasosiego:

Pienso que existe un dolor particular intrínseco cuando te identificas comomarimacho desde muy joven, como yo lo hice. En realidad yo no pensaba enmí como hembra o macho, sino como un híbrido o algo parecido. Sencillamen-te, me viví como un agente libre hasta el momento en que tuve tetas. Entoncespensé, no es posible, algo tremendo sucede aquí [...] Para mí, la forma en quete concibes como mujer y la forma en que me siento atraída sexualmente porlas mujeres refleja ese intercambio macho/fémina, donde una mujer se sientetan mujer que verdaderamente siento deseo por ella.

10 Para una discusión interesante de la formulación marimacho/fémina entrelas mujeres blancas de la clase obrera en esa época, ver Davis y Kennedy, y Nestle.

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Pero a mí me causa mucho dolor lo difícil que ha sido concebirme a mí mismatotalmente hembra en ese sentido sexual. Preservar entonces mi “rudeza” no esexactamente mi meta deseada [... ] Mi forma de fantasear los roles sexuales hasido para mí verdaderamente diferente con mujeres diferentes. Generalmenteestablezco un contacto erótico con una mujer desde esa suerte de territorio dehombría que describes, pero también allí me he sentido defraudada al descubrirque cargo con toda la responsabilidad sexual. En ocasiones me atraen podero-samente las muy machos. Es una dinámica muy diferente, y la sexualidad bienpuede no parecer allí muy fácil o inteligible, pero sé que una parte inmensa de míanhela ser tratada en la forma en que describí el trato que puedo dar a otramujer. Me siento muy obligada hacia esa posición de “amante”. Nunca me hehecho totalmente a la idea de ser la “amada” y, francamente, no sé si senecesito una muy macho, o muy hembra, o muy algo, para poder yo aceptareso. Sé que es una lucha interna y me aterra confrontarla en forma tan directa.He llevado a cabo este tipo de búsqueda emocionalmente, pero me parece algomuy peligroso combinarla con el sexo (Moraga y Hollibaugh: 400-01).

Una dimensión crucial de la disonancia que Moraga experimentó al acep-tar su sexualidad lésbica y reconciliarla con los mundos anglosajón ychicano fue la conciencia de que sus deseos sexuales reflejaban el amorprofundo que sentía por su madre. “Como contraste de la aparente faltade sentimientos hacia mi padre”, escribe, “mi enorme apego a mi madrey el miedo de que ella muriera fueron los sentimientos más apasionadosque haya jamás albergado mi joven corazón” (Moraga: 93). Estos senti-mientos la llevaron a percatarse de que las dimensiones afectivas y sexua-les de su lesbianismo estaban indeleblemente moldeadas por el amor asu madre. “Cuando finalmente levanté la tapa de mi lesbianismo, sedespertó en mí un lazo profundo con mi madre” (p. 52), recuerda. “Sí,por esta razón amo a las mujeres. Esta mujer es mi madre. No hay amormás fuerte que éste que rechaza mi separación: nunca se conforma conel secreto que nos separaría, siempre, hasta el último momento, comoahora, me orilla al borde de la revelación, me obliga a decir la verdad”(p. 102).

La última frontera: desenmascar al hombre chicano gay

Ciertamente la experiencia de Moraga es sólo una expresión de las for-mas diversas utilizadas por las lesbianas chicanas para definir su senti-do del género y experimentar su homosexualidad. Pero su odisea reflejay articula el camino sinuoso y doloroso que atraviesan las chicanas (ychicanos) de la clase obrera que adoptan el mundo anglosajón de clasemedia y su sistema sexual con el fin de asegurarse, irónicamente, el “de-

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recho a la pasión expresado en nuestra propia lengua y movimientosculturales” (p. 136). De sus vigorosos escritos autobiográficos parecedesprenderse, sin embargo, lo mucho que su sexualidad adulta fue ine-vitablemente moldeada por el género y por los mensajes sexuales querecibió a través de la familia chicana.

Queda todavía por explorar a fondo la manera en que los hombresgay chicanos viven este complejo proceso de integrar, reconciliar y cues-tionar diversos aspectos tanto de la vida cultural anglosajona como de lachicana. El relato autobiográfico de Moraga, incisivo y extraordinaria-mente sincero, suscita múltiples interrogantes acerca de los paralelos enla evolución homosexual de las lesbianas chicanas y de los hombres gaychicanos. Por ejemplo, ¿cómo interiorizan y reconcilian los homosexua-les masculinos chicanos los preceptos específicamente de género de lacultura chicana? ¿Qué impacto tiene esta socialización básica en la ma-nera en que definen sus personajes genéricos y sus identidades sexua-les? ¿Cómo prefigura aspectos de la conducta sexual una socializaciónde tipo patriarcal que privilegia a los hombres sobre las mujeres y a laestructura masculina sobre la femenina? ¿Acaso la mayoría de los hom-bres gay chicanos organizan invariablemente aspectos de su sexualidadde acuerdo a los modelos jerárquicos de dominio/subordinación que enla cultura chicana delimitan los roles genéricos y las relaciones? Tengola impresión de que muchos hombres gay chicanos comparten el desdénimplícito del hombre heterosexual chicano hacia la mujer y hacia todo loque es femenino. Aunque no se ha documentado empíricamente, es pro-bable que los hombres gay chicanos incorporen y cuestionen aspectoscruciales del sistema sexual mexicano-latinoamericano en su comporta-miento sexual privado. A pesar de haber aceptado una identidad sexual“moderna”, no son inmunes al sistema jerárquico y genérico de signifi-cados sexuales que es parte fundamental de esta práctica discursiva.

Hasta que podamos dar respuesta a estos interrogantes por mediode una investigación etnográfica sobre las vidas de los hombres chicanosgay, deberemos seguir desarrollando el tipo de crítica feminista a la cul-tura masculina chicana que con tanto vigor articula el trabajo de autoraslesbianas como Cherríe Moraga. Tenemos la suerte de que voces valien-tes como la suya hayan roto irreparablemente el silencio en torno a laexperiencia homosexual dentro la comunidad mexicano-norteamerica-na. Su trabajo, como el de otras lesbianas chicanas, le ha lanzado a loshombres gay chicanos un reto para que levanten la tapa de sus experien-

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cias homosexuales y abandonen ese espacio de clóset donde la culturachicana los ha relegado. Enfrentamos así la tarea de seguir interpretan-do y redefiniendo lo que significa ser a la vez gay y chicano en un mediocultural que tradicionalmente ha considerado estas categorías como unacontradicción terminológica. Esta es un área de investigación eruditaque no puede quedar ya al margen del campo de los estudios chicanos,los estudios gay y lesbianos, e incluso de los intereses más tradicionalesde la investigación sociológica.

Traducción: Carlos Bonfil

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Los hombres heterosexualesy su vida emocional

Victor J. Seidler

La referencia a la heterosexualidad se plantea como un reconoci-miento del yo, usualmente es como una relación de poder quesirve para normalizar una pauta particular de relaciones sexua-

les que oprimen a las mujeres, los gays y las lesbianas. Ha sido decisivodestacar esto junto con el carácter compulsivo de la heterosexualidad,que se propone como una norma. Pero si ha sido decisivo reconocer quela heterosexualidad existe no simplemente como una preferencia sexual,sino como una poderosa institución dentro de la sociedad patriarcal,también ha significado que, por muy diferentes razones, ni los hombresni las mujeres identificados como heterosexuales han tenido oportuni-dad de decir gran cosa al respecto. Si los hombres fueran consideradoscomo “el enemigo”, entonces las relaciones sexuales con hombres se-rían, cuando mucho, toleradas silenciosamente, especialmente cuandolas mujeres sintieran que estaban apoyando una institución que serviríapara oprimir a otras mujeres. Pero vale la pena preguntar si convienepensar en la heterosexualidad exclusivamente como una relacióninstitucional de poder. Obviamente, esto repercutirá en las maneras enque entendamos el espacio de las relaciones íntimas y personales, y cómoopera el poder dentro de las relaciones. Una cosa es cuestionar una no-ción liberal de la integridad de la esfera privada y personal, y otra muydistinta es reconocer las diferentes fuentes de poder que podrían estarimplicadas en las relaciones heterosexuales.

Con los retos del feminismo y los movimientos de liberación gay,los varones han tenido que repensar su relación con la heterosexuali-dad, como parte de una exploración para replantear lo que significa“ser un hombre”. ¿En qué ámbitos se convierten los niños en hombresy cómo se relaciona esto con las diferentes masculinidades —tanto gay

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como buga—1 disponibles? Si ya no podemos asumir la masculinidadcomo si se tratara de algo “natural”, ¿qué significa que las masculini-dades estén “social e históricamente construidas”? A menudo, antesde que hayamos entendido completamente cuál es el problema, aparecenlas dualidades entre lo que es “natural” y lo que es “construido”. Toda-vía hay mucha confusión en el planteamiento de los términos en quealgunas de estas cuestiones están enunciadas, y no sabemos si las pre-guntas que estamos haciendo son las que más ayudarían a comprendercómo adquieren los varones sus identidades sexuales. Muchos hom-bres que se identifican a sí mismos como “heterosexuales” no quierenabordar estos temas y ven la política sexual como un asunto que con-cierne a “otros”.

Es notable que el número de hombres que han respondido activa-mente al feminismo en las diferentes generaciones políticas, desde 1970,sea todavía relativamente pequeño. A pesar de que los temas sobre varo-nes y masculinidad se han movido desde los márgenes hacia el centro delas preocupaciones culturales y políticas, todavía hay relativamente pocadiscusión a propósito de cómo los hombres se relacionan con susheterosexualidades. Al mismo tiempo, hemos experimentado una enor-me diversidad de estilos masculinos y una flexibilización de las fronte-ras que hubieran separado tradicionalmente a la masculinidad gay de labuga. Los hombres jóvenes que crecieron en los años setenta y ochentaparecen atravesar limites y explorar diferentes identidades por sí mis-mos de manera mucho más relajada. No hay duda de que están ocurrien-do cambios significativos; pero hay también una gran confusión sobre loque significa ser varón. La generación joven ha tenido que vivir con laamenaza del sida, y esto ha transformado las posibilidades de explora-ción sexual como parte del autodescubrimiento.

Parte del atractivo de la noción de que las masculinidades son “so-cial y culturalmente construidas”deriva del espacio que ayuda a crearpara pensar que no hay un solo modelo al que los hombres se tengan queajustar. En diferentes periodos ha habido una variedad de códigos y

1 Conservamos el vocablo inglés “gay” porque su uso está bastante extendidoen español; y proponemos “buga” por “straight” (recto, correcto) para designar laheterosexualidad, porque conserva el tono coloquial originario. (N. de los TT.)

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maneras de aprender lo que significa ser un hombre.2 Esto no puedelegislarse en las formas que nuestros progenitores y maestros pudieronalguna vez haber supuesto, y ayuda a cuestionar el estatus de las autori-dades tradicionales en la medida en que los hombres jóvenes reclamanuna libertad que otros les hubieran negado fácilmente: la de decidir porsí mismos qué clase de hombres quieren ser. Pero esta libertad tambiénpuede ser aterradora si abre demasiadas opciones a la vez y nos deja conla sensación de que uno debe ajustarse inevitablemente a códigos encuya creación no ha participado. ¿Con qué bases se supone que diferen-tes varones tomarán sus propias decisiones?

La masculinidad en tiempos modernos

Tradicionalmente, ha habido una fuerte identificación entre masculini-dad dominante y modernidad que se ha organizado alrededor de unaidentificación entre masculinidad y razón, lo que ha significado que loshombres den por sentado que son racionales. Esto les ha permitido legis-lar para otros antes de haber aprendido realmente a hablar sobre sí mis-mos de una manera más personal.3 También tiene que ver con las formasen que la masculinidad dominante ha enseñado a los varones a relacio-narse con sus propias vidas y sexualidades. Los hombres con frecuenciahan aprendido a usar la razón para discernir qué es lo que les brindaráfelicidad y realización.

De cierta manera, esto ha servido para despersonalizar la experien-cia que los varones tienen de sí mismos, lo que a menudo les hace más

2 Un trabajo útil que muestra que “la historicidad de la ‘masculinidad’ es másclara por la evidencia cultural comparativa de las diferentes prácticas genéricas delos varones en diferentes órdenes sociales” (p. 597) se puede encontrar en R. W.Connell en “The Big Picture: masculinities in recent word history”, Theory and Society,22, pp. 597-623. Véase también la interesante colección Dislocating Masculinity:comparative ethnographies, editado por N. Cornwall y N. Lindisfarne (1993, Routled-ge, Londres).

3 La identificación de una masculinidad dominante con una particular nociónde razón fue tema central de mi libro Rediscovering Masculinity: reason, language andsexuality (1986, Londres, Routledge). Ahí traté de mostrar las maneras en que esaidentificación se manifestó cultural e históricamente en las primeras respuestas delos varones al feminismo de los años setenta.

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difícil compartir lo que sienten. Con frecuencia, dentro de la culturadominante de la masculinidad blanca de clase media, los varonesaprenden a hacer lo que se espera de ellos y, por tanto, a definirse“externamente”. Tal como he tratado de exponerlo en UnreasonableMen (Hombres irracionales), esto se debe a que la racionalidad de losvarones ha sido definida de manera que los coloca en una categoríaaparte de la naturaleza. Esto pone a la masculinidad dominante enuna relación ambivalente con la identidad sexual, que se considera“animal” y, por consiguiente, se ve como una amenaza para nuestraexistencia como seres racionales.4

Como seres racionales, “nosotros” no somos seres sexuales; másbien, estamos amenazados por sentimientos sexuales que potencialmen-te nos recuerdan de nuestra “naturaleza animal”. Si queremos sosteneruna posición de masculinidad dominante, estaremos tentados a pensarque podemos gobernar nuestras vidas mediante la razón pura. Comovarones, se supone que somos independientes y autosuficientes. No te-nemos necesidades emocionales propias porque hemos aprendido a con-siderarlas señales de debilidad. Solamente los “otros” tienen esasnecesidades y, de ese modo, demuestran que son inferiores. No hay lu-gar para tales aspectos de nuestra experiencia dentro de los discursosdominantes eurocéntricos de la masculinidad. Aprendemos a deshacer-nos de ellos para probarnos ante los ojos de otros hombres, pues uno delos aspectos decisivos de la modernidad es que, si bien los hombres da-mos por sentado que somos racionales, nunca podemos estar seguros denuestra masculinidad. Siempre tenemos que estar listos para demostrarnuestra hombría cada vez que sea cuestionada. Nunca podemos sentir-nos relajados y tranquilos respecto de una masculinidad que puede serpuesta a prueba en cualquier momento.

Kant sostiene la superioridad de los varones porque sólo ellospueden dar por supuesta su racionalidad. Esto significa que, en térmi-

4 Un intento por subvertir una identificación fácil entre varones y razón, conoalgo contrapuesto a mujeres y emoción, fue decisivo para el proyecto de UnreasonableMen: masculinity and social theory (1994, Londres, Routledge). Ahí traté de mostrarque los varones a menudo están emocionalmente ligados a una noción particular derazón, separada de la naturaleza, y que esto ha configurado de manera central lasformas “modernas” de la teoría social y de la filosofía.

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nos de una visión ilustrada de la modernidad, los varones blancospueden legislar el significado de ser humano y por lo tanto, sentar lostérminos a partir de los cuales los “otros” tienen que demostrar si soncapaces de formar parte del “circulo mágico” de la humanidad. Almismo tiempo, Kant postula que el matrimonio es un contrato en el queambas partes están de acuerdo en hacer mutuo uso de los órganossexuales del otro. Como Carole Pateman lo describe: “Kant arguye que‘entre marido y mujer existe una relación de igualdad por lo que res-pecta a la posesión mutua tanto de sus personas como de sus bienes’.Rechaza la sospecha... de que haya algo contradictorio cuando se pos-tula al mismo tiempo la igualdad y el reconocimiento legal del maridocomo amo” (Pateman, 1988:172).5

Para Kant es claro que las mujeres necesitan establecer una relacióncon un varón para ser capaces de seguir la luz de la racionalidad de unamanera en que los varones supuestamente no necesitan a las mujeres.Era la razón, y no la sexualidad, lo que inicialmente crea el tipo dedependencia de la que Kant habla. La razón es aquello de lo que lasmujeres supuestamente carecen y en lo que se sostiene la noción desuperioridad masculina. Pero esta noción también sirve para que noveamos la heterosexualidad como una relación de poder y subordina-ción, pues es en este ámbito donde se supone que los sexos son másiguales, según Kant. La sexualidad tiene que ver con nuestras “naturale-zas humanas”, y dentro del ámbito de la naturaleza hay muy pocasdiferencias genéricas. Esto asienta la base para pensar en la heterosexua-lidad como un asunto de preferencia sexual individual, mientras que almismo tiempo es normativizada. De alguna manera, pasa a existir comoalgo que está más allá del limite de la investigación teórica racional.

5 En Kant, Respect and Injustice: the limits of liberal moral theory (1986, Londres,Routledge), estaba yo preocupado por explorar las dificultades que Kant tenía parasostener su noción de respeto e igualdad cuando se trata de relaciones de poder ydependencia. Hay vínculos entre las maneras en que piensa a propósito de las clasesy las maneras en que piensa a propósito de los géneros, que han tenido un impactodecisivo en la teoría democrática.

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Las sexualidades modernas

Hasta cierto punto, las sexualidades siguen siendo una dificultad paramuchos de los trabajos postestructuralistas, que a menudo asu men unadistinción moderna entre “cultura” y “naturaleza”. Se supone que nues-tras identidades se establecen dentro del ámbito de la pura cultura. Esdentro de la cultura donde podemos ser “”libres” y “autónomos”. Pero,paradójicamente, se ha vuelto más difícil hablar del deseo y de los senti-mientos sexuales porque están “social e históricamente construidos”dentro del ámbito de la pura cultura. A menudo quedamos atrapados enuna especie de intelectualismo, pues a través de las categorías de la men-te es como supuestamente definimos nuestras sexualidades y llegamos aconocernos sexualmente. Si bien esto promete una libertad de la que lasconcepciones biológicas carecen con demasiada frecuencia, también tien-de a convertir la sexualidad en un asunto de libertad individual y dedecisiones. Nos quedamos con una idea restringida de los goces y pre-ocupaciones que a menudo están ligados con la exploración y el descu-brimiento de nuestras sexualidades.6

Más bien, heredamos un paquete completo de confusiones que nosinducen a pensar que si nuestras sexualidades no están “dadas” por lanaturaleza, deben ser libremente creadas por nosotros mismos. Esto diopie a que la noción de preferencia sexual se considerase una “decisiónpolítica”, y de esa manera se volvió una fuente de hostilidad que sepodía dirigir fácilmente contra aquellos que no parecían estar prepara-dos para hacer una elección clara en contra de la heterosexualidad. Porconsiguiente, podría parecer que si nuestras sexualidades no están “da-das por la naturaleza””, entonces deberíamos ser capaces de transfor-marlas voluntariamente. Podríamos, supuestamente, reinventarnos anosotros mismos de acuerdo con lo que quisiéramos que nuestras sexua-

6 No obstante que el libro de Judith Butler, Gender Trouble (1990, Nueva York,Routledge) hace un importante trabajo al subvertir posibilidades de identificar sexoy género que no habían sido problematizadas, de manera que nos ayuda a repensaruna distinción categórica entre “sexo” y “género” que ha sido durante mucho tiem-po el eje del trabajo estructuralista, puede verse que nos deja un voluntarismo enrelación a las identidades sexuales. En su último trabajo no parece muy conformecon esta interpretación, pero también se le dificulta cambiarla.

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lidades fueran. Esto, paradójicamente, hace eco de una tradición protes-tante secularizada que ha contribuido mucho en la configuración denuestras visiones de la modernidad. Se convierte en un asunto de ”lamente sobre la materia”, y puesto que las sexualidades tienen que vercon el cuerpo, el cual está considerado como una parte de la naturaleza,se supone que nosotros podemos configurar nuestras sexualidades.

Aquí es importante cuestionar la noción tradicional de sexualidadcomo una “necesidad irresistible” que viene del cuerpo y que tradicio-nalmente ha organizado cierta idea del deseo sexual heterosexual querepite la noción de sexo como una expresión de nuestra “naturalezaanimal” como hombres. La idea parece ser la de que, una vez que losvarones han sido sexualmente excitados, ya no pueden ser responsabili-zados. Así es que se ha responsabilizado a las mujeres y son ellas las quecargan con la culpa.7 Como varones, nos hemos tardado en colocar laresponsabilidad en el sitio que le corresponde en nosotros mismos, y enaprender a plantear nuestra experiencia en diferentes términos. Esto haservido para que muchos varones pongan en duda el dualismo cartesia-no entre mente y cuerpo, que deja a los hombres separados de y ajenos asu experiencia somática. Dentro de este planteamiento tradicional quedurante tanto tiempo se ha dado por supuesto en las formas “modernas”de la filosofía y de la teoría social, a menudo nos quedamos con la sensa-ción de que nuestros cuerpos existen en un espacio separado.

Al aprender a pensar en el cuerpo, dentro de las masculinidadesblancas dominantes, en términos mecanicistas, como algo que necesitaser entrenado y disciplinado, los varones frecuentemente establecen pocaconexión interna con sus cuerpos.8 A menudo claudicamos de cualquier

7 La idea de que la sexualidad de las mujeres es una amenaza contra la razónmasculina fue decisiva en la configuración de una visión ilustrada de la moderni-dad. Tiene diversas fuentes en Occidente. Véase, por ejemplo, la perspicaz discusiónde Rousseau en el libro Women in Western Political Thought de Susan Moller Okin,parte 3: Rousseau, pp. 99-194 (1980, Londres, Virago).

8 Aunque ha habido mucha discusión interesante sobre el cuerpo en la teoríasocial más reciente, ésta a menudo no puede articularse seriamente con el trabajofeminista ni con la naturaleza genérica de las vidas corpóreas. Bryan Turner harealizado un importante trabajo al mostrar los retos y la promesa de llevar el cuerpoa la teoría social. Véase, por ejemplo, Regulating Bodies: Essays in Medical Sociology(1992, Londres, Routledge).

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autoridad que pudiéramos tener respecto de ellos, y aceptamos que tie-nen poca conexión con nuestras identidades como seres racionales.Aprendemos que el cuerpo tiene que subordinarse a la mente y que tene-mos que ejercer un riguroso control sobre él. Esto ayuda a configurar nosólo las maneras en que aprendemos a pensarnos a nosotros mismoscomo varones, sino también las relaciones que podemos establecer condiferentes aspectos de nuestra experiencia. El cuerpo, como parte de unanaturaleza desencantada, no tiene voz propia. Si tiene deseos propios,tienen que ser “animales” y deben ser regulados y controlados desdeafuera. No tiene sentido la posibilidad de desarrollar un diálogo con lasdiferentes partes de nuestros cuerpos, dándole, por ejemplo, alguna cla-se de voz propia a nuestro dolor de espalda.

Sin embargo, el desarrollo de diálogos con las diferentes partes denuestros cuerpos podría hacernos conscientes de lo poco que, como va-rones heterosexuales, conocemos realmente nuestros cuerpos y nuestrassexualidades. En términos mecánicos, es fácil tomar el cuerpo como unhecho dado, pensándolo como si sólo mereciera atención cuando nosfalla de alguna manera. Como el coche o la pareja, se supone que elcuerpo ahí debe estar, como parte del fondo en el que aprendemos a vivirnuestras vidas individuales como varones. Con frecuencia, nos concen-tramos en el éxito y la realización individuales, porque ésta es la maneraen que las identidades masculinas se sostienen. Si nos da un dolor deespalda cuando todavía tenemos pendiente un trabajo importante, po-demos enojarnos con nosotros mismos, en lugar de preguntarnos qué eslo que nuestras espaldas podrían estar tratando de decirnos sobre lamanera en que hemos estado viviendo nuestras vidas recientemente.

Solemos ir al médico, por ejemplo, no para entender más de noso-tros mismos, sino para deshacernos de los síntomas corporales. Podría-mos sentirnos decepcionados de que la ortodoxa medicina occidentalparezca tener tan poco qué ofrecer en lo que se refiere a las espaldas. Perosucede que el médico es la autoridad y aprendemos a aceptar que laciencia médica se ha apropiado del cuerpo como si fuera un “objeto”. Esel doctor quien tiene el conocimiento objetivo, mientras que nosotrospodemos tener, cuando mucho, una experiencia subjetiva. Esto no nosinduce a preguntarnos cómo han sido construidas a través del tiemponuestras relaciones con nuestros cuerpos, ni nos pone a cuestionar lopoco que nos conocemos somáticamente. La idea de conocer más nues-tros cuerpos nos puede parecer un capricho dentro de los planteamien-

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tos tradicionales del varón blanco, heterosexual y dominante. A menudole encontramos poco sentido a lo que podría ocurrir si nos decidiéramosa conocer más nuestros cuerpos o estableciéramos algo más que unarelación con nosotros mismos.

Los cuerpos de los hombres y sus heterosexualidades

Tal cosa podría tener como resultado maneras decisivas de entender lassexualidades masculinas heterosexuales. Como con frecuencia entende-mos tan escasamente lo que podría implicar que nos diéramos tiempo yespacio sexualmente, pensamos automáticamente que la sexualidad vie-ne de un espacio que está afuera de nosotros mismos. Esto tiene que vercon un temor que sentimos a menudo, relacionado con la homofobia, apropósito de las revelaciones de nuestros propios cuerpos. Hasta ciertopunto, no queremos saber más de nosotros mismos. Hemos crecido conla idea de la sexualidad en términos de conquista y rendimiento, y comouna manera de probarnos frente a otros niños. El deseo viene de otraparte y tiene un “objeto” particular hacia el cual se dirige. Esta visiónestá también en Freud y en gran parte del trabajo psicoanalítico.

Pero también es decisivo reconocer otras resonancias en Freud, queaprecian la importancia de construir una mejor relación con el yo. Freudcuestiona la tradición cartesiana de manera crucial cuando reconoceque las emociones tienen que ser rastreadas dentro del yo. Tradicional-mente ha sido fácil asumir que los pensamientos están en la mente, lacual es la fuente de nuestra identidad como seres racionales, mientrasque las emociones y los sentimientos se localizan en alguna otra partedel cuerpo. La consecuencia de esto es que no hay conexión entre nues-tros pensamientos, por un lado, y nuestros sentimientos y emociones porel otro. En términos más bien kantianos, ha sido fácil tomar a las emocio-nes como distractores que nos sacan de la ruta de la razón. Es por eso quefue tan decisivo para los varones aprender el “auto-control”, lo que sig-nificó la subordinación de nuestras vidas emocionales.

Presumiblemente, hay pocas cosas que nuestras emociones pue-dan enseñarnos, y ninguna distinción significativa que pueda dibujarseentre las emociones y los sentimientos. Más bien, podríamos tener unarelación interna con nuestra razón, que sería por lo tanto considerada,dentro de la moral liberal y la teoría política, como la fuente de la libertady la autonomía. En contraste, nos quedaríamos con una relación externa

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sexualidad: teoría y práctica

con nuestros sentimientos y emociones, que sería fuente de determina-ción y falta de libertad según Kant.

Varones, razón y vida emocional

Dentro del planteamiento kantiano del yo no había manera de reconocernuestros cuerpos y vidas emocionales como parte de nuestro yo. Másbien, se les consideró una amenaza a la integridad del yo que tenía queser protegido mediante el silenciamiento de las emociones, los sentimien-tos y los deseos. A cierto nivel, las emociones no son “nuestras” en elsentido de que están afuera del marco del yo racional. A menudo estotiene resonancia en las formas en que los varones aprendemos a relacio-namos con nuestra ira como algo que viene de afuera de nosotros mis-mos, y por lo tanto no es algo de lo que podamos realmente hacemoscargo. Es un episodio que tiene poco que ver con nuestra manera de ser.Es algo similar a alguien que se niega a aceptar que es alcohólico, y diceque simplemente es una persona a la que le gusta echarse un trago todoslos días. Hay un cerco de negación, construido dentro de este plantea-miento, que vuelve fácil desresponsabilizarse.

Si los varones se piensan a sí mismos como el tipo de gente que nose irrita, entonces es fácil para ellos descartar la ira, como si fuera unincidente aislado. Esto es especialmente sencillo cuando se ha aprendi-do a pensar las relaciones como conjuntos de situaciones discretas. Escomo si la vida se descompusiera en una serie de momentos discretos. Amenudo esto se ve en la facilidad con que los varones dejan atrás susemociones cuando se van a trabajar, mientras que las mujeres hablanmucho más de cómo el pleito de la mañana puede ensombrecer el restodel día. Algunos varones se enorgullecerían de esa capacidad de “des-conectarse” que les permite concentrarse en el trabajo diario sin distraer-se por lo que está ocurriendo en casa. Esto bien puede provenir de lasmaneras en que los varones aprenden a no considerar ni a las emocionesni a los sentimientos como fuentes de conocimiento. Otros dirían que essólo otro ejemplo de las formas en que los varones están desconectadosde su experiencia.

Pero sería más útil reconocer que la identificación entre masculini-dad dominante y razón, que desempeña tan decisivo papel en el sosteni-miento de las nociones de superioridad masculina, al mismo tiempo creadificultades en las vidas emocionales de los varones. Freud reconoce que

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dentro de la cultura racionalista de la modernidad los varones tienen elpoder de imponer los términos de acuerdo con los cuales los demás tie-nen que probarse a sí mismos. Lo que le interesaba era ilustrar el dañoque se le habla infligido tanto a los hombres como a las mujeres mediantela represión de la sexualidad en Occidente. También reconocía que lasformas de represión de la sexualidad tenían que ver con la supresión dela vida emocional.

Para Freud fue importante cuestionarse acerca de las formas en quela negación de las emociones servía para producir un sentido de “irrea-lidad” para el yo. Tanto los varones como las mujeres necesitaban recla-mar sus historias emocionales como parte de un proceso que traeríaconsigo más “realidad” a sus vidas. Pero Freud también sirve para apo-yar afirmaciones particulares acerca del deseo heterosexual, y el caso deDora ha sido utilizado para mostrar cómo Freud parecía pensar que era“irracional” para una mujer rehusarse a los avances sexuales de unhombre “elegible” en grado sumo. Esto, según Freud, se volvió algo quenecesitaba ser explicado en términos de las funciones de las fuerzasinconscientes.9

Varones, cuerpos y vida emocional

Cuando pensamos en cómo el psicoanálisis ha dado por supuestas du-rante mucho tiempo concepciones particulares de la masculinidad, tene-mos que pensar en la forma en que éste ha tratado al cuerpo. La negativaa pensar seriamente acerca de los argumentos que separan a Freud deReich ha vuelto difícil situar al cuerpo dentro de la teoría psicoanalítica.Si hemos aprendido recientemente a pensar más a propósito del cuerpo,

9 El caso de Dora ha sido decisivo para reflexionar sobre la relación entrepsicoanálisis y feminismo. Véase, por ejemplo, la colección In Dora´s Case: Freud-Hysteria-Feminism, editado por C. Bernheimer y C. Kahane (1985, Londres, Virago).También hay una discusión útil en el libro de Jeffrey Masson, Against Therapy, cap.2, “Dora and Freud”, pp. 84-114 (1989, Londres, Fontana). Muchos psicoanalistashan descalificado totalmente este trabajo, pero yo pienso que esto se debe en parte aque no quieren encarar algunos de los difíciles temas que trata. He discutido crítica-mente el trabajo de Masson en Unreasonable Men: masculinity and social theory, cap. 14,“Sexuality”, pp. 165-183.

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sexualidad: teoría y práctica

ha sido frecuentemente como un lugar con significados culturales. Nohemos logrado abordar los problemas de las relaciones que establecenlos varones con sus cuerpos ni de cómo éstas afectan las maneras en queentendemos las sexualidades masculinas. Si la gente ha empezado ahablar sobre cómo los cuerpos desean y se relacionan con otros cuerpos,a menudo ha sido difícil relacionar tales discursos con los diferentesaspectos de la experiencia genérica, porque la experiencia en sí misma seha vuelto una categoría sospechosa dentro de muchos de los escritospostestructuralistas.

Pero si hemos de escapar de las nociones de la sexualidad comorendimiento, entonces tenemos que reconocer que las maneras en quehablamos de la sexualidad, como varones divididos por clase, raza, et-nia y orientación sexual, tienen que conectarse con las maneras en quenos vivimos sexualmente a nosotros mismos. Un simple ejemplo seríaque si los varones heterosexuales aprendemos a asumir que sólo los“demás” tienen necesidades emocionales, y que “nosotros” no las tene-mos, esto crea inevitablemente un desequilibro dentro de las relacionesmismas. A menudo, será una manera en que los varones se sentirán bienconsigo mismos al pensar que están ahí para “apoyar a los demás”,mientras que ellos en realidad no necesitan nada. Pudiera ser que loshombres llegaran más fácilmente al reconocimiento de sus propias nece-sidades si abrieran un espacio a partir del cual pudieran empezar aexplorarse sexualmente a sí mismos, simplemente conociendo mejor suscuerpos. Pudiera ser que sólo empecemos a amar a los otros cuandohayamos aprendido a amarnos a nosotros mismos un poco más.

Cuando planteamos las sexualidades heterosexuales masculinas,es decisivo que no generalicemos a través de la clase social, la raza y lasetnias. También es importante considerar que la gente necesita diferen-tes tipos de relaciones en diferentes momentos de su vida. Necesitamosdeshacernos del moralismo que ha hecho tanto daño a las discusionesacerca de la política sexual. Se vuelve decisivo que respetemos saluda-blemente la individualidad si vamos a crear espacios en los cuales lagente pueda explorar sus sexualidades de manera cómoda y segura.Pero he aquí un problema relacionado con las formas; por ejemplo, amenudo los niños deben probarse a sí mismos de acuerdo con reglasexternas. Se vuelve difícil desarrollar más una relación interna con el yocuando los niños aprenden que mostrar cualquier emoción es una señalde debilidad. Con la amenaza del sida se ha vuelto todavía más difícil

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para los varones jóvenes explorar sus sexualidades como caminos paraconocerse más.

Con frecuencia es difícil para los varones reconocer que tienen ne-cesidades emocionales y que éstas necesitan ser alimentadas. Inclusiveuna idea como ésta pudiera parecer amenazante, puesto que arroja du-das sobre los planteamientos tradicionales del yo con que los niños hancrecido y que dan por supuestos. Entonces, por ejemplo, les puede serdifícil identificar las maneras en que les gusta ser tocados o abrazadosporque con ello ya están asumiendo que han construido una relaciónparticular con el yo. Dentro de las relaciones sexuales puede ser muchomás seguro para los varones “coger por coger”, porque esto es muchomenos amenazante para cierta idea de la identidad masculina. Esto pue-de ser sencillamente una manera de encubrir la vulnerabilidad, en lugarde compartirla. Porque hay muy pocas cosas que nos enseñen, comoniños, que la sexualidad tiene que ver con la vulnerabilidad y el contac-to. Esto genera que tengamos poca experiencia para cierto tipo de contac-tos, pues durante mucho tiempo hemos aprendido que la vulnerabilidades un asunto riesgoso.

Lo que como varones heterosexuales hemos aprendido a desear essexo sin contacto ni involucrantiento emocional. A menudo, existe untemor que está ligado con la posibilidad de volvernos vulnerables. Es unriesgo que aprendimos a evitar porque no queremos correr el de ser re-chazados. El sexo se convierte en una manera en la que podemos afir-marnos como varones arriesgándonos lo menos posible al rechazo. Esparte del control que podemos creer que poseemos como forma de mini-mizar los riesgos implícitos. Estamos tan acostumbrados a querer con-trolar las situaciones, que cerramos los ojos ante las formas en que ocurrenporque estamos más preocupados con el temor al rechazo. Muchas vecesestas formas de control se relacionan con las maneras en que hemosaprendido a pensar y a sentir a propósito de nosotros mismos comovarones.

Varones, modernidad y heterosexualidad

Una visión ilustrada de la modernidad se liga con una noción particularde masculinidad dominante. La identificación de masculinidad y razónha permitido a los varones dar por supuesto que nos hallamos en elcentro. Aquí es donde los varones blancos heterosexuales están situa-

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dos, pues son ellos quienes establecen los términos de acuerdo con loscuales los “otros” tienen que demostrarse a sí mismos que son “huma-nos”. Puesto que la razón se sitúa fundamentalmente en oposición a lanaturaleza, y la sexualidad se toma como parte de la “naturaleza huma-na”, la superioridad masculina se construye en contra de la sexualidad.Son más bien las mujeres las que se identifican con sus cuerpos y, portanto, con sus sexualidades, mientras que los varones son identificadoscon su racionalidad. Como lo he expuesto, esto explica parcialmente eldesdén que los varones pueden sentir tan fácilmente por las mujeres en elcontexto de las relaciones sexuales. Sirve para clasificar a la heterosexua-lidad como relación de desigualdad y poder dentro de la cual los varonesaprenden fácilmente a culpar a las mujeres por sus deseos sexuales.

Dentro del marco de las masculinidades dominantes, blancas yheterosexuales, los varones aprenden a dar por supuesta su superiori-dad. Esto va aparejado con un fuerte sentido de autoridad a partir delcual los varones pueden sentir que tienen el derecho de ser oídos y tam-bién escuchados. Esto puede ser reforzado en las relaciones de la familiapatriarcal, donde los niños a menudo son tratados de forma muy dife-rente de como se trata a las niñas. Con frecuencia, las madres les servi-rán, y ellos se acostumbrarán a ser atendidos como si de alguna maneraesa atención se les debiera, lo cual puede acostumbrarnos a que las mu-jeres sean las que nos sirven en las relaciones de pareja. Es por esto quese vuelve tan decisivo romper con algunos de estos modelos, de maneraque los niños y las niñas aprendan a participar desde el principio demanera igualitaria en el trabajo doméstico. Allí donde a los hermanos seles permite salir a jugar mientras que de las hermanas se espera que sequeden a ayudar a su madre a preparar la comida, las expectativas estántan claramente establecidas que resultan difíciles de cuestionar.

Hasta cierto punto, los varones a menudo absorben la noción deque las mujeres los necesitan de una manera en que ellos no necesitan alas mujeres. Tradicionalmente, han sido los varones los que han consi-derado que su papel es el de “poner a las mujeres en su lugar”, porqueellas son emocionales e irracionales, y se supone que no pueden arre-glárselas por su cuenta, lo cual suele ser usado para justificar la violenciade los varones en contra de las mujeres. Adam Jukes, en su perturbador,aunque fallido libro Why Men Hate Women (Por qué los hombres odian alas mujeres), presenta el estudio de caso de Alan, quien es gerente denivel medio en una gran empresa pública; Alan va a terapia después de

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haberse comportado de manera sumamente violenta en contra de su com-pañera.10 Cuando le preguntaron qué había ocurrido, dijo que “ella nadamás seguía regañándome y nunca se hubiera callado”. Tal y como Jukeslo reseña (p. 267), los ataques de Alan son una respuesta a los regaños:“ella se volvió una vieja regañona, y era ‘muy mala’. El tenía que detener-la. ‘¿Así que le pegas porque es mala y tienes que detener su maldad?’, lepregunté. ‘Creo que sí’, contestó; ‘haría cualquier cosa para que dejarade regañarme. Supongo que lo hago para controlarla y evitar que me estéregañando. ¡Ella es tan irracional!’.”

Con frecuencia para los varones es difícil lidiar con la infelicidad ola depresión de sus compañeras, pues piensan que, de alguna manera,ellos tienen la culpa de lo que está ocurriendo. Se pueden sentir traicio-nados por esos sentimientos, pues están trabajando duro para mante-nerlas, y ellas deberían sentirse agradecidas por lo que hacen. En lugarde sentirse agradecidas, parece que se sienten frustradas y desdichadaspor lo que está ocurriendo en la relación. De nuevo, puede ser difícil paralos varones escuchar lo que está pasando, pues podemos suponer fácil-mente que de nosotros se espera que aportemos alguna clase de soluciónque ayude a terminar con esos sentimientos negativos. Como éstas sonlas formas en que hemos aprendido a tratar con nuestros propios senti-mientos, podemos encontrar difícil aceptar que nuestras parejas quieranalgo distinto.

Los varones pueden llegar a responsabilizarse por sus compañerasde maneras sumamente inapropiadas. Al replantear las identidadesmasculinas, tenemos que aceptar diferentes maneras de asumir la res-ponsabilidad. Pues a cierto nivel, los varones no aprenden a responsabi-lizarse por sus propias vidas emocionales. Esto es lo que esperan que las

10 Lo que falta en el recuento de la violencia masculina de Adam Jukes (WhyMen Hate Women, 1993, Londres, Free Association Books) es un sentimiento suficien-te que los varones tengan de sí mismos. Su confianza freudiana en la naturalezaprimitiva de la violencia masculina en contra de las mujeres causada por una sepa-ración temprana de la madre, relaciona la violencia de los varones con el poder socialy la experiencia de diversas masculinidades dentro de una sociedad patriarcal.Irónicamente, sirve para iluminar, en su confianza y autoridad, una relación entremasculinidad y psicoanálisis. Pareciera que el propio Freud se hubiera cansado deescuchar el sufrimiento de los demás.

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mujeres hagan por ellos, sin comprender lo que ocurre realmente, ya que amenudo piensan que no tienen necesidades emocionales propias, lo cualcrea un desequilibrio en las relaciones heterosexuales, pues parece queson siempre las mujeres las que tienen necesidades y emociones, mientrasse supone que los varones aprendieron a enfrentar sus emociones en for-mas bastante diferentes. Esto puede dejar a las mujeres con un sentimientode frustración y falta de reconocimiento, pues pareciera que tener necesi-dades emocionales es de hecho un signo de debilidad y dependencia.

El feminismo ha sido decisivo al cuestionar el carácter posesivo delas relaciones heterosexuales. Los varones con frecuencia llegan a consi-derar a las mujeres como de su propiedad, pues de esta manera hemosaprendido a relacionarnos también con nuestros propios cuerpos. En latradición liberal, la libertad consiste en que seamos capaces de hacernuestra voluntad con lo que poseemos. Esto explica por qué hasta hacemuy poco no tenía sentido la idea de que podía existir una violación enel contexto del matrimonio, pues el sexo era tratado como una obligaciónque las mujeres tenían para con los varones. Pero si bien la ley ha cam-biado, nos hemos tardado mucho en reconocer el profundo cambio deactitud hacia la sexualidad que esto implica. En la modernidad, parecíacomo si los cuerpos de las mujeres fueran considerados propiedad de losvarones, pues parecía haber muy pocas opciones para caracterizar losdeseos sexuales propios de las mujeres.

Con esta amarga historia femenina [herstory]11 podría resultar difí-cil no pensar en la heterosexualidad solamente en términos institucio-nales, como una relación de poder que ha reforzado la subordinación yla opresión de las mujeres. Pero si pensamos en las relaciones sexualesentre hombres y mujeres simplemente como un ejercicio de poder, tienepoco sentido plantear cómo transformarlas. Sin minimizar el poder queopera aquí ni las formas en que es mediado por relaciones de podersumamente generizadas, también es importante reconocer las diferentesformas de poder que se ponen en juego. Aunque el poder frecuentementees el meollo del asunto en las relaciones sexuales, como lo demuestra labibliografía sobre violación, puede ser engañoso reducir el contactosexual al poder

11 Herstory = historia de ella, por oposición a history como “historia de él”. (N.de los TT.)

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Varones, sexo y posesión

Para los varones identificados como heterosexuales aún es fácil sentirque el sexo de alguna manera se les debe, y si sus parejas no quierentener contacto sexual, puede serles difícil escuchar su negativa. Los va-rones parecen más aptos para separar la sexualidad del contacto y laintimidad. De nuevo, no ayuda mucho generalizar, y confiamos en quepodremos explorar algunas de las fuentes de este problema con másdetalle. Pero en este momento, digamos que los varones quieren el con-tacto sexual, mientras que las mujeres parece que también perciben sussentimientos sexuales en relación con el contacto y la intimidad. Lo quees más difícil de desentrañar son los poderes que operan cuando a lasmujeres se les hace sentir que de alguna manera se espera que hagan elamor cuando ellas no lo desean. Si han actuado en contra de sus senti-mientos más profundos, a menudo se abrirá una grieta en la relación depareja. Algo similar podría pasar con los varones, aunque con frecuen-cia sean menos conscientes de ello.

Esto no quiere decir que el sexo no sea a veces lo más importantepara ambos miembros de la pareja ni que el sexo no sea maravillosoaunque haya muy poco contacto emocional. Ha sido muy importantepara las mujeres ser capaces de reconocer la autonomía de sus propiosdeseos sexuales, que fueron durante tanto tiempo negados dentro delpatriarcado. Durante mucho tiempo existió el doble mensaje de que mien-tras, por un lado, las mujeres eran identificadas con su sexualidad, porel otro les era negada la autonomía de sus propios deseos sexuales. Estoera parte del control que ejercían tradicionalmente los varones.

Pero esto no quita los daños que se infligen cuando las personassienten que tienen relaciones sexuales en parte porque eso es lo que seespera de ellas. A veces, las mujeres se recluirán dentro de sí mismas, alsentir que están distanciadas de sus compañeros, porque hay demasiadopoco contacto emocional. Esto es algo de lo que los varones a menudo nopueden darse cuenta porque sus sentimientos sexuales pueden aparecermás separados. Es difícil pensar sobre tales diferencias genéricas, peroparece importante considerarlas. Aunque nos hemos acostumbrado cadavez más a pensar en las diferencias, todavía es posible que nos sintamosamenazados por ellas porque parecen cuestionar ciertas nociones de igual-dad. Sería muy útil explorar los temas de la polaridad dentro de lasrelaciones sexuales, que, si acaso han sido tratados, han sido teorizadosdemasiado a menudo en términos masculinistas junguianos.

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sexualidad: teoría y práctica

Al plantear la diversidad de las sexualidades de los varones tene-mos que reconocer un punto de cierre interno que puede tener lugarcuando no hay resonancia entre los sentimientos internos y su expre-sión externa. Cierta tradición estructuralista estuvo demasiado dispues-ta a tratar la vida emocional interna como una representación interior dela realidad social externa, dándole poca integridad a nuestros sentimien-tos y emociones. Caracterizadas dentro de los términos racionalistas, leresultó difícil apreciar que nuestras emociones pudieran tener una lógi-ca diferente, de manera que podamos sentir algo respecto de una situa-ción sin ser capaces realmente de explicar lo que estamos sintiendo. Paraun racionalista, es fácil condescender con el pensamiento de que si nopodemos explicar nuestros sentimientos de manera racional, queda de-mostrado que son “irracionales”. Pero no tiene que ser así.

Algunas de estas dinámicas no son específicas de las relacionesheterosexuales y sería fructífero atravesar los limites y reconocer quédinámicas similares operan en las relaciones homosexuales. El senti-miento de rechazo que alguien siente cuando una pareja se disuelveanimaría la determinación de no permitirse ser tan vulnerable la próxi-ma vez. Podría ser que tuviéramos que aprender a levantarnos y a co-menzar de nuevo. Problemas de intimidad y vulnerabilidad, poder ydesigualdad, deseo y experiencia, pueden presentarse en diferentes ti-pos de relaciones. De nuevo, es difícil generalizar‘cuando se trata desexualidades, y sólo podemos esperar ser lo suficientemente abiertoscomo para aprender de nuestra experiencia. Pero no hay garantía de quetodos queramos siquiera aprender las mismas lecciones.

Varones, vida interior y pareja

Cuando nos sentimos tentados por la teoría psicoanalítica a garantizarla autonomía de una vida interna psíquica y emocional, nos quedamoscon diferentes problemas sobre cómo relacionar los sentimientos inter-nos con las maneras en que nos relacionamos con los demás. Un temaque podría volverse decisivo es qué sentimiento tenemos de lo que hace-mos. Esto lleva lo “externo” y lo “interno” a un diferente tipo de relacio-nes entre sí. Nos conduce a temas sobre la naturaleza del contacto queestablecemos en diferentes relaciones y las formas en que el contactosexual se vincula con los sentimientos. De nuevo es difícil generalizar, yla gente podría estar buscando muy diferentes tipos de contacto, por lo

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cual es importante cuestionar las formas en que la heterosexualidad hasido con frecuencia propuesta como una norma a partir de la cual seevalúan otras sexualidades y se conciben como “desviadas” o “patoló-gicas”.

La política sexual ha ayudado a cuestionar la normativización dela heterosexualidad, y a crear un espacio para la afirmación de diferen-tes formas de identidad sexual, pero con frecuencia ha quedado atrapa-da en una identificación de ética con moralismo, y por eso se vuelve tandifícil explorar cuestiones de ética sexual. Tendríamos que aprender aidentificar las relaciones de poder y subordinación que operan en lasrelaciones heterosexuales, pero ha habido un silencio alrededor de lamanera en que la gente aprende a negociar condiciones más igualitariasdentro de tales relaciones.

No se trata de restarle importancia a la realidad de las relaciones depoder, sino de reconocer que también están en juego dentro de muchostipos de relaciones sexuales. Deben tomar una forma particular en lasrelaciones heterosexuales, donde hay una lucha continua por establecerla igualdad, la independencia y la autonomía de las mujeres; pero tam-bién es importante reconocer los diferentes tipos de poder que existen, yque nos hemos tardado en reconocer, porque hemos asumido que ame-nazarían el reconocimiento de la subordinación de las mujeres en lasociedad en su conjunto.

Muchas veces, las mujeres han cuestionado a los hombres por noestar más involucrados y presentes emocionalmente en las relaciones depareja. Las mujeres con frecuencia han aprendido a ejercer su propiopoder, pero esto no les trae ni felicidad ni realización si hay poco contac-to significativo. Para los varones suele ser dificil apreciar esto, pues lasmasculinidades tradicionales están definidas en la esfera pública deltrabajo y las relaciones competitivas con otros hombres. Los hombrestienen que estar a la defensiva en todo momento porque nunca puedendar por sentadas sus masculinidades. Los varones a menudo piensanque están trabajando duro por el bien de sus relaciones de pareja y susfamilias, por lo que se pueden sentir abandonados y traicionados cuan-do no se sienten apreciados. Esto, en parte, se debe a que los hombrescrecen dando por supuesto que ocuparán un espacio central en la vidade su familia; pero cada vez más hombres se quedan con la sensación deque son prescindibles y la familia se ha organizado sin ellos.

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sexualidad: teoría y práctica

Varones, intimidad y pareja

Una masculinidad heterosexual dominante se sostiene dentro de la esfe-ra pública del trabajo. Con frecuencia se da por sentada una relaciónsexual y emocional una vez que se ha establecido, pues las identidadesmasculinas se sostienen en otros ámbitos. Es como si los varones vivie-ran en un espacio diferente, de manera que constantemente se les tuvieraque recordar sus obligaciones emocionales con la familia. Conforme ana-lizamos las vidas de estos varones, nos damos cuenta de cómo opera laseparación entre relaciones de pareja y trabajo, pues en muchas ocasio-nes los hombres están atados a su trabajo en formas obsesivas porquetodavía es esto lo que importa para la construcción de sus identidadesmasculinas.

A menudo, las mejores energías de los varones se emplean en eltrabajo, y llegan junto a su compañera exhaustos y exprimidos. Desdeluego, tenemos que ser específicos respecto de la edad, la clase, la etnia yla generación, pero hasta cierto punto hay temor a la intimidad porquelos varones han aprendido que necesitan mantenerse enteros para eltrabajo. Son los “otros” los que tienen necesidades emocionales y los querequieren apoyo. Esto suele crear un particular desequilibrio porque dejaa las mujeres sintiéndose débiles y dependientes simplemente porquetienen sus propias necesidades emocionales. A veces aprenden a acallarsus propias demandas porque no quieren ser el miembro de la pareja quesiempre está demandando algo.

Pero el feminismo ha apoyado a las mujeres para que planteen susdemandas en las relaciones de pareja y para que insistan en que losvarones piensen sus masculinidades. En un nivel, esto ha significadoque las mujeres se rehúsen a realizar todo el trabajo emocional en apoyode sus compañeros. Han insisitido en que los varones encuentren mane-ras de apoyarse emocionalmente en otros varones, y de esa manera hanmodificado la geografía emocional de las relaciones. Cuando esto hasido difícil, los varones a menudo se han recluido dentro de sí mismos,por lo menos durante un tiempo. Pero a veces tienen que aprender queexisten grupos de hombres dentro de los cuales hay un espacio diferente,nada familiar, en el cual pueden empezar a explorar algunos de susmodelos heredados de masculinidad.

Como los varones suelen depender de que las mujeres interpretenpor ellos sus emociones y sentimientos, sin agradecer ni valorar los es-fuerzos que tienen que hacer las mujeres para lograr esa interpretación,

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se sienten sorprendidos cuando las mujeres se niegan a poner en primerlugar sus relaciones con los varones. Al aprender a replantear sus pro-pias vidas, los varones han tenido que aprender a identificar sus necesi-dades emocionales. Esto suele ser difícil porque se sienten despojadosde un lenguaje emocional para traducir sus necesidades. Por ejemplo,pueden estar tan acostumbrados a vivir sin contacto que no saben cómoreconocer lo que están recibiendo en sus relaciones, ni cómo éstas lossostienen. Suele suceder que sólo cuando las relaciones terminan losvarones reconocen lo que han perdido; están tan concentrados en atri-buir responsabilidades y en encontrar quién fue el culpable de lo queocurrió, que no empiezan a identificar el papel que también ellos tuvie-ron que desempeñar.

Con frecuencia, en las relaciones heterosexuales, los varones sue-len sentir que las mujeres son, de alguna manera, las responsables de lapareja. Esto se debe en parte a que los hombres suelen aprender a conce-bir las relaciones de pareja en términos mecanicistas. Una vez que lapareja se establece, entonces, supuestamente, sólo necesita tiempo, espa-cio y energía, si algo anda mal. A veces, los hombres resienten que se lessaque de espacios más importantes y pueden culpar a sus compañeraspor no haber sido capaces de afrontar el problema.

Esto ocurre así especialmente cuando los problemas tienen que vercon los niños, como si hasta cierto punto todavía fuera responsabilidadde las mujeres asumir el cuidado de los hijos. Los padres pueden estardispuestos a ayudar, pero la responsabilidad todavía yace en otra parte.Los varones suelen tener una idea muy vaga del tiempo y la energía quecuesta sostener una relación emocional, y de las distancias que se creancon el resentimiento. Más bien, a los varones se les educa para asumirque siempre hay algo que pueden hacer para mejorar la situación.

Varones, feminismo e igualdad

El modelo de las relaciones heterosexuales blancas de clase media tradi-cionales se ha modificado, en las últimas dos décadas, con el crecientenúmero de mujeres que trabajan. Esto crea las condiciones materialespara una relación más igualitaria pues ambos miembros de la parejaparecen capaces de compartir lo que aportan a su situación de vida,cuando comparten un espacio. Existe la idea muy extendida de que enlos años ochenta y noventa los varones y las mujeres deben ser más

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sexualidad: teoría y práctica

igualitarios en el contexto de las relaciones heterosexuales. También esmás común para cada uno de los miembros de la pareja mantener suspropias amistades fuera de la relación de pareja. El trabajo puede serigualmente importante y ambos pueden tener ideas sobre la carrera quequieren seguir. Esto establece un modelo de pareja diferente, en el cualambas partes están constantemente reflexionando sobre lo que obtienende la relación y si quieren sostenerla. A menudo se piensa en esto comouna opción de estilo de vida, en lugar de pensarse como un compromisode por vida. Esto ocurre de manera paralela con cambios en las formasen que la gente concibe las relaciones sexuales. Pero, de nuevo, habrádecisivas diferencias de género, clase y etnia que hace falta explorar.Suele decirse que los varones jóvenes parecen menos interesados en loscompromisos a largo plazo.

Las nociones liberales de igualdad dentro del contexto de las rela-ciones sexuales suelen romperse cuando nacen los hijos. Se asume en-tonces que las mujeres se sentirán muy felices de regresar al trabajodespués de unas cuantas semanas, y que todo “volverá a la normali-dad”. Es muy poco, dentro de la cultura contemporánea, lo que parecepreparar a la gente joven para el impacto que un hijo puede tener en unapareja y el tipo de dependencias que crea. A menudo, el embarazo y elparto sacan a la superficie emociones que nos ligan con experiencias dela infancia ciertamente irresueltas. Una relación de pareja que ha sidocuidadosamente organizada, en espacio y tiempo, sobre principios másracionales, suele no estar nada preparada para los cambios que puedenocurrir. Cuando los varones han estado comprometidos con el embarazoy se ha permitido que se desarrolle una relación emocional cercana, aveces la experiencia del nacimiento de un bebé da lugar a lazos muypositivos. Esto ha sido una experiencia transformadora poderosa paramuchos varones que a menudo quieren estar mucho más comprometi-dos con sus hijos de lo que sus padres estuvieron con ellos.

Pero después de unos cuantos días, los varones suelen regresar altrabajo y las mujeres se sienten abandonadas, pues pareciera que sólo susvidas se han modificado radicalmente. Este puede ser uno de los momen-tos más difíciles y las mujeres pueden sentirse sin apoyo. Hay muy pocode “natural” en la vinculación con el bebé, y a menudo las mujeres tienenque aprender cómo cuidarlo. Si los varones no se comprometen de lamisma manera en el espacio emocional a lo largo de este periodo de apren-dizaje, podrían sentirse cortados y excluidos, pues su formación les pro-

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vee de poca paciencia para aprender las nuevas habilidades. A veces losvarones se sienten desplazados al ver que hay un fuerte lazo entre lamadre y el bebé, del cual se sienten excluidos. Muchas veces, en las relacio-nes tradicionales, los varones esperan estar en el centro del universo emo-cional de la familia, de manera que ahora se sienten amargamenterechazados y suelen ser incapaces de expresar lo que les está ocurriendo.

¿De qué son responsables los varones? Si son responsables portraer esta nueva vida al mundo, ¿no deberían ser igualmente responsa-bles del cuidado del bebé? Se trata de preguntas decisivas para plantearlas masculinidades heterosexuales contemporáneas, pues los varonessuelen sentirse muy poco preparados para los cambios que ocurren ensus vidas. Hasta cierto punto, solemos inconscientemente esperar quenos traten de la misma manera que fueron tratados nuestros padres, asíes que, no importa lo que digamos, también podemos resentir ya no estaren el centro de las cosas. Con frecuencia, los varones parecen sentirseprescindibles, especialmente en los meses que siguen al nacimiento delbebé, cuando sienten que toda la atención y el amor que antes les estabadestinado, ahora son para el bebé. Algunos hombres parecen buscar porfuera aventuras amorosas como una manera de enfrentar esta situación.Pero esto puede generar las causas para un rompimiento en la pareja.Los varones pueden sentirse culpables, aunque tratan de mitigar estossentimientos acusando a sus compañeras de haberlos alejado.

Puede ser difícil que a los varones se les dedique atención y afectocuando lo esperan, si la atención de sus compañeras está en otra parte.En un nivel inconsciente, puede existir el deseo de castigar o de vengar-se. Pero los varones también se pueden sentir culpables por esos senti-mientos, así es que suelen no hablar de ello. En lugar de eso, suprimiránsus sentimientos pensando que son “irracionales”. Esto refleja la difi-cultad con que los varones le dan espacio y se relacionan con sus vidasemocionales; han aprendido, dentro de la cultura racionalista, a negarque las emociones y los sentimientos sean fuentes de conocimiento. Sue-len sentir que han aprendido a sobrellevarlo todo sin emociones ni sen-timientos, y que eso es un signo de fuerza y de su identidad masculina.Pero esto con frecuencia significa creer que pueden sobrevivir sin el apo-yo y el amor de los demás. Podemos dar por supuesto, y por lo tanto,devaluar, lo que se nos ofrece como apoyo en las relaciones.

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Varones, vulnerabilidad y vida emocional

Dentro del mundo competitivo, los hombres suelen aprender a sobrevi-vir por su cuenta. Es difícil confiar en otros hombres o ponerse en situa-ciones de vulnerabilidad ante ellos, porque en demasiadas ocasionessentimos que los otros se aprovecharán de nuestra “debilidad”. Se nece-sita un planteamiento completamente diferente de las masculinidadespara darse cuenta de que demostrar vulnerabilidad no tiene que ser unaseñal de debilidad, sino, por el contrario, que puede ser una señal defortaleza. Es posible que los varones gay hayan aprendido a relacionar-se con los demás de maneras más abiertas y vulnerables, pero para losvarones heterosexuales, éste todavía es un problema muy grande. Sinembargo, de nuevo, tenemos que modificar estas categorías pues, si laheterosexualidad es un asunto en el que se ama a personas de diferentegénero, entonces tenemos que reconocer que hay muy diferentes mane-ras de demostrar amor.

Muchas veces hay una enorme confusión a propósito de cómo pen-sar las diferencias entre sexo y amor.12 Una cosa es darse cuenta de lasmaneras en que el amor está “construido social e históricamente”, y otramuy distinta pensar que el “enamoramiento” no existe. Es en parte por-que tenemos tan poco control sobre las maneras en que nos enamoramos,que el enamoramiento puede ser tan amenazante para los varones quehan sido educados para asumir que la vida es algo controlable mediantela razón pura. No podemos controlar los movimientos de nuestro deseotan fácilmente, pero esto no quiere decir que siempre actuemos bajo suimperio.

Más bien, en una cultura protestante suele haber muy poco espacioentre nuestras emociones y nuestras acciones, puesto que se nos juzgade antemano “malvados” por las emociones que tenemos. Sentirse sexual-mente atraído por alguien al mismo tiempo que se tiene una relaciónsexual estable se considera tan fácilmente un signo de traición o unaprueba de nuestras “sexualidades animales” que solemos suprimir es-tos sentimientos y no queremos realmente reconocer las revelaciones de

12 Una colección amplia e interesante que aborda esta problemática relación esSex and Love, editada por Sue Cartledge y Joanna Ryan (1983, Londres, The Women’sPress).

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nuestras naturalezas. Parte de la contradicción que sentimos tanto teóri-ca como prácticamente al pensar en la “naturaleza”, es que suele existircomo un ámbito más allá de nuestro control. Dentro de una visión ilus-trada de la modernidad, nos gusta pensar, especialmente como varonesheterosexuales, que tenemos nuestra experiencia bajo control.

Así como necesitamos crear más espacio entre nuestras emocionesy nuestras acciones, también necesitamos reconocer que la “naturaleza”no necesita estar ligada con la “determinación” y con la “carencia delibertad”. Las teorías feministas se han vuelto suspicaces ante los argu-mentos que se refieren a la naturaleza, porque éstos se han invocadotradicionalmente para postular que si las mujeres rechazan una vida dedomesticidad y cuidado de los niños, van “en contra de la naturaleza”.Sin embargo tenemos que tener cuidado de no caer en distincioneskantianas entre necesidad y libertad, cuando utilizamos una distinciónentre lo que está “determinado” y lo que es “libremente elegido”. Taldistinción a menudo ha empantanado discusiones en relación al “esen-cialismo”, al cual solemos oponerle demasiado rápidamente una nociónde “construccionismo social”. Toma tiempo y experiencia para que lagente empiece a conocerse sexualmente y a definir sus identidades sexua-les. Esto es parte de la manera en que la gente acaba por querer expresar-se sexualmente y las maneras que encuentra para dar y recibir amor.13

Esto es algo que la gente tiene que explorar por su cuenta. No puedeser resuelto de antemano o simplemente concebido como un asunto deelección política. Tampoco es algo fijo, sino en proceso de cambio, con-forme adquirimos experiencia de nosotros mismos en diferentes formas.Pero probablemente esto significa el cuestionar que la noción de “expe-riencia” puede ser concebida como un efecto del discurso solamente.Esto es cerrar los ojos a las tensiones que suelen existir entre lo queexperimentamos y cómo aprendemos a pensar a propósito de nosotrosmismos. A menudo nos resulta muy doloroso tratar de que nuestra expe-riencia quepa dentro de lo que esperan de nosotros las autoridades que

13 Una exploración temprana de algunos de estos temas que hacen un cortelongitudinal para la distinción entre masculinidades “gay” y “buga” se encuentra enMen, Sex and Relationships, editado por Victor J. Seidler (1992, Londres, Routledge),y reúne varios textos de Achilles Heel.

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dominan nuestras vidas. Nos enseñan a que nos traguemos lo que senti-mos para que podamos hacer lo que se espera de nosotros. Pero esta es lamanera en que nos mantenemos ignorantes de nosotros mismos, sin sa-ber nunca realmente lo que aprenderíamos desde nuestra experiencia.

Los varones nos sentimos acosados por el temor al rechazo, por loque a menudo es mucho más fácil hacer lo que se espera de nosotros, enlugar de explorar lo que queremos individualmente para nosotros. Estaclase de exploración emocional es amenazante porque puede desorga-nizar y turbar las maneras en que hemos aprendido a pensar acerca denosotros mismos; con frecuencia se le desdeña, especialmente dentrode la cultura intelectual que no quiere dar espacio al reconocimiento delos muy diferentes caminos a través de los cuales podemos llegar aconocernos. Algunas de estas posibilidades se han abierto en las dis-cusiones postmodernas, las cuales reconocen diferentes sentidos y ex-ploran posibilidades que han sido negadas convencionalmente dentrode la concepción moderna de la razón radicalmente separada de lanaturaleza. Pero esto también es amenazante para las masculinidadesdominantes que se han identificado tan estrechamente con la razón enla modernidad.

Conforme los varones aprenden a reconocer sus fantasías y lo quelos atrae, incluso si esto no cabe dentro de sus concepciones de sí mis-mos, abren espacios para la exploración y el juego. A veces abrigamos laesperanza de que exista tal espacio de juego dentro de nuestras relacio-nes íntimas y sexuales, pero muchas veces estamos tan poco acostum-brados a dedicarnos tiempo y atención a nosotros mismos que puede serdifícil atender a los demás. Más bien, en cierto nivel podemos sentirnosacosados por la idea de que no somos capaces de amar. Nuestras fanta-sías podrían ser excitantes, pero de alguna manera esta excitación pare-ce diluirse en las rutinas cotidianas de las relaciones. Desearíamos quefuera de otra manera, pero nos parece difícil cuidar a los demás si toda-vía tenemos que aprender a cuidar de nosotros mismos. En una redefini-ción de las masculinidades, los varones aprenderíamos a estar másdispuestos a explorar diferentes aspectos de la experiencia, en lugar denegar emociones y sentimientos que consideramos “inaceptables” por-que no encajan con la racionalidad que hemos establecido de nosotrosmismos.

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Varones, lenguaje y contacto

En muchas ocasiones, los varones blancos de la clase media han apren-dido a relacionarse con el lenguaje como un medio de autodefensa ocomo una manera de probarse ante los demás. Esto puede abrir unabrecha entre las maneras en que los varones se sienten interiormente ylas maneras en que se presentan ante los otros. Pocas veces pensamosque sería posible sacar lo que sentimos, porque tememos que los demásnos ridiculicen y nos desprecien. Desde luego, esto tiene sus maticessegún las diferencias de clase, raza y etnia que ayudan a formar lasmasculinidades particulares. Pero no importa qué diferencias necesitenser reconocidas, existe la idea de que los varones con frecuencia tienenque demostrarse a sí mismos que son hombres y que esto implica demos-trar que eres un “hombre de verdad”; suelen aprender a usar el lenguajecomo un medio para defender esta imagen de sí mismos que heredaron.

Pero esto puede dificultar la reconciliación entre las formas en quesentimos que necesitamos ser con otros varones y las formas cómo que-rríamos ser en el contexto de la relación íntima con una mujer. Aquí, losvarones a menudo experimentan una brecha, especialmente cuando sien-ten que mostrar su vulnerabilidad significa poner en peligro el merosentido de la identidad masculina. A veces, como ya lo he mencionado,puede ser difícil para los varones escuchar lo que sus compañeras tienenque decir porque sienten que les demandan “soluciones” para combatirsus sentimientos negativos. Como hemos aprendido a tratar así con nues-tros propios sentimientos negativos depresivos y de tristeza, pensamosque ésa es la clase de apoyo que se nos está pidiendo. Pero a veces nues-tras parejas se sienten frustradas y no escuchadas pues no buscabansoluciones que podían descubrir por sí mismas, sino solamente la expe-riencia de ser escuchadas también.

En ocasiones, a los varones les cuesta tanto trabajo escuchar, por-que se sienten responsables por los sentimientos “negativos” que susparejas están experimentando. Pero ésta no es una responsabilidad queles ataña, a pesar de que en el planteamiento de las relaciones hetero-sexuales tradicionales es el camino a través del cual los varones llegan aentender lo que se espera de ellos. Conforme se vuelven más conscientesde sus propias necesidades de contacto, pueden empezar a discernircuándo este contacto es genuino porque es protector. Es difícil reconoceresto si continúan insistiendo en que se las arreglan perfectamente biensin el amor y el apoyo de los demás. En la medida en que la modernidad

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insista en definir las identidades masculinas dominantes como “inde-pendientes” y “autosuficientes”, producirá incertidumbre acerca de quésignifica para los hombres relacionarse con los demás.

Esto puede ayudar a fomentar una ruptura entre sexo e intimidaddonde el sexo se convierte en una meta, un medio para demostrar o afir-mar masculinidades. Puede tentar a los hombres a que traten el sexocomo alguna clase de propiedad que se les debe, como alguna clase dederecho. En esta concepción posesiva, el propio sexo podría considerar-se un asunto de rendimiento. Dentro de semejante planteamiento del yo,que es familiar en la teoría liberal, el yo pasa a ser identificado con lamente y goza de una relación externa y posesiva con el cuerpo. Esto seconecta, como ya lo había yo sugerido, con la externalización de lossentimientos sexuales, como si vinieran de alguna otra parte y se pose-sionaran de uno en un tipo de necesidad irresistible que no puede sercontenida. De esta manera, los varones pueden renunciar a la responsa-bilidad sobre sus sentimientos sexuales y desplazar la culpa hacia lasmujeres. También significa que los varones pueden acallar los temoresque aprenden a tener sobre sus naturalezas “animales”.

Esto de alguna manera explica por qué es tan decisivo para losvarones aprender cómo volverse más responsables de sus emociones ysentimientos. Como los varones comparten más sus fantasías sexualescon otros varones, pueden empezar a resolver qué es lo que significan.En lugar de sentirnos avergonzados por lo que nos revelan de nosotrosmismos, podemos reconocer las fantasías por lo que son. Esto ayuda acrear más espacio entre nuestras emociones y nuestras acciones, puesreconocemos que no actuamos bajo el imperio de esas fantasías. Confor-me más dispuestos estemos a reconocer nuestras emociones, aunquequisiéramos que fueran diferentes, creamos un espacio más emocional.En una cultura donde nos hacen sentir que nuestras emociones son ver-gonzosas, aprendemos a negar lo más íntimo de nuestras naturalezas.Mientras las concibamos como “malvadas” y “animales”, estaremos tam-bién negando lo que nuestras naturalezas tienen que enseñarnos.

Dentro de la tradición racionalista, nos hemos tardado en recono-cer la integridad de nuestras vidas emocionales. Aunque ha sido decisi-vo reconocer la heterosexualidad como una institución de poder, tambiénnecesitamos darnos cuenta de las diferentes maneras en que los varonesy las mujeres pueden aprender a amarse los unos a los otros. Mientras elsexo penetrativo se considere esencialmente coercitivo, habrá pocas ma-

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neras de explorar diferentes modelos de contacto sexual. Necesitamosrevisar las tensiones que se construyen en el contacto sexual de hombresque han aprendido a condensar toda una serie de necesidades diversasen el contacto sexual. Si esto se suma a las ansiedades masculinas acercadel rendimiento sexual, puede ser difícil establecer una comunicaciónentre los miembros de la pareja. Conforme los varones aprendan a iden-tificar necesidades discretas de ser abrazados, tocados, acariciados endiferentes formas, no sentirán la presión interna de tener relaciones sexua-les incluso cuando no son lo más apropiado para ellos, por no hablar desus parejas.

Mientras los varones sientan que hablar de sexo es la manera mássegura de matar sus sentimientos, estarán menos inclinados a comuni-car sus necesidades. En cierta forma, los varones pueden sentirse aver-gonzados de verbalizar lo que quieren si sienten que eso de algunamanera compromete una idea heredada de identidad masculina. Si setoma el lenguaje como algo que mata la pasión, entonces la gente sesentirá muy reticente a hablar sobre sus propias necesidades. Los varo-nes suelen sentir que sus progenitores deberían saber lo que ellos quie-ren, y que si no lo saben es porque no los aman de verdad; suelen estaratrapados en concepciones sumamente románticas de las relaciones, puesacarrean nociones muy idealizadas del amor.

Como los niños se convierten en hombres al reconocer que son atraí-dos sexualmente por el sexo opuesto, suelen pensar en las niñas como“otros” completamente distintos a ellos y que son conscientes en ciertaforma de que viven en un mundo completamente diferente. Como temenperder prestigio frente a los varones de su grupo de pares, pueden sentirel poder que las niñas tienen de rechazarlos. Esto los puede volver suspi-caces respecto de los discursos feministas que les recuerdan el poder quetienen en relación con las niñas. Con frecuencia esto no se ajusta a lasansiedades e inseguridades que los niños experimentan sobre sí mis-mos. De nuevo es importante no generalizar sobre las diferentes mascu-linidades. Pero al analizar las identidades masculinas suele haber untemor hacia la intimidad y hacia el contacto. A menudo esto se refleja enuna inquietud respecto de cómo hablarle a las niñas, quienes parecentener intereses que las colocan bastante lejos de los mundos cotidianosdel futbol y las computadoras en donde los niños parecen habitar.

Este temor a la intimidad suele acarrearse hasta las relaciones hete-rosexuales adultas. Como los hombres aprenden a ser autosuficientes e

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independientes, como lo hemos descrito, suele haber muy poca idea delo que significa participar en una relación. En cierta forma, los varonespueden estar acosados por la idea de que no son amables, y no sabencómo resolverlo. Esto se refuerza, dentro de la cultura moral protestante,en la que la idea de tener necesidades es un signo de debilidad. Es dema-siado fácil dar por supuestas las relaciones puesto que las identidadesmasculinas se establecen en cualquier parte dentro del ámbito público.Hay poca idea del “trabajo emocional” que lleva sostener una pareja yde las maneras en que tiene que mantenerse el contacto para que unarelación a largo plazo siga siendo excitante.

Los varones suelen atravesar crisis cuando nacen sus hijos y susparejas se transforman en “madres”. Esto puede traer a la superficietodo tipo de emociones infantiles irresueltas con las que los varones noestán acustumbrados a lidiar. Si hay poca experiencia de cómo resolveresto en el contexto de una pareja, los varones pueden buscar excitaciónen alguna otra parte. La familia se ha vuelto un lugar muy diferente, y loshombres no solamente se sentirán rechazados cuando la atención de suscompañeras se dirige al bebé, sino que además existe la idea de que la“compañera” que ellos conocieron “ya no” es la misma, desde que seconvirtió en “una madre”. Los varones sienten que sus sentimientossexuales se les han escapado sin entender realmente lo que ocurre. Denuevo, esto se relaciona con las maneras en que los varones se relacio-nan con su poder y han aprendido a hablar consigo mismos. Puedensimplemente plantearse el problema como si se tratara de “darse el lujo”de andar con alguien más, como si no tuvieran control sobre sus senti-mientos, sino simplemente reaccionaran a ellos. Es usual que los varo-nes, aunque provengan de muy diferentes contextos, se consideren, dealguna manera, las víctimas de sus propias vidas emocionales.

Ética, atención e igualdad

Si reconocemos a la heterosexualidad como una institución en cambiocontinuo conforme los varones y las mujeres empiezan a redefinir lo quequieren de sus relaciones, tenemos que explorar cómo están mediadaslas relaciones personales a través de las enormes relaciones genéricas depoder y dominación. Las altas tasas de separación y divorcio son indica-tivas de una crisis más amplia del signficado de tener una pareja. Sipensamos en términos de opción liberal, entonces podríamos aceptar

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que si hay problemas en una pareja, la gente puede optar por irse a vivircon otra persona. Pero esta visión mercantil de la pareja suele estar plan-teada en términos masculinistas, al tratar a la sexualidad como si fuerauna mercancía que puede ser intercambiada. Para algunos varones estoparecía una opción más sana de la que conocieron con sus progenitores,quienes siguieron juntos cuando todo sentimiento de amor ya se habíaevaporado y ya nada más había amargura y resentimiento.

Los varones suelen aspirar a desarrollar algo diferente a lo que susprogenitores conocieron, especialmente cuando se trata de la paterni-dad, pero hay pocos modelos disponibles de lo que se supone que loshombres deberían ser. Hay pocas coordenadas en las que los varonesparezcan capaces de confiar. A veces esto ocurre cuando se aspira a quehaya una mayor igualdad dentro de las parejas. Pero con frecuenciaexiste una relación complicada con el feminismo, porque los varones nopueden reconocerse en algunos de los retratos que el feminismo hace dela masculinidad. Parte del atractivo reciente del libro de Robert Bly, IronJohn, reside en el espacio que ha ayudado a crear para el reconocimientodel dolor que los varones acarrean desde la infancia.

Los varones pueden reconocer el poder que tienen en las parejas sinsentir al mismo tiempo que son responsables por todo lo que ocurre. Enocasiones ha sido fácil para las mujeres proclamar que la virtud siempreestá del lado de los desvalidos. Pero las cuestiones del poder y la domi-nación dentro de las relaciones íntimas son más complejas y es impor-tante que los varones aprendan a responsabilizarse de sus propias vidasemocionales, en lugar de sentir que son responsables de todo aquelloque les ocurre a sus compañeras. Tradicionalmente, los varones son res-ponsables, aunque no logren responsabilizarse emocionalmente de símismos. Cuando se rehúsan a compartir lo que les ocurre e insisten enofrecer “soluciones” para los problemas de sus compañeras, lo que sepone en juego es una estrategia de evitación. A menudo esto no es lo quese quiere y no ayuda a establecer la comunicación dentro de las parejas.

Conforme los varones aprendan a cuidar de sí mismos emocional-mente, empezarán a entender mejor lo que significa cuidar de otros. Con-forme empiecen a dejar que se expresen más sus necesidades emocionalesy sus deseos, entenderán mejor lo que les ocurre a sus compañeras. Estoimplica una comprensión diferente del respeto, en la medida en que apren-demos a reconocer la integridad de la vida emocional. Por mucho tiem-po, los varones han aprendido a trivializar y a dar escasa importancia a

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esos aspectos de la experiencia, especialmente dentro de las culturasintelectuales dominantes. Nos ha tomado tiempo reconocer la falta decontacto tanto con nuestras parejas como con nosotros mismos. Como siuna vez que la pareja se establece pudiera darse por un hecho, hasta quese disuelve. Pero si aprendemos a pensar menos mecánicamente, podre-mos recuperar la idea de que una pareja es más bien como un jardín quenecesita cuidado y atención constantes.

En la medida en que los varones empiecen a reconocer sus propiasnecesidades de protección, empezarán a formular preguntas difícilesacerca de la manera en que han sido protegidos en su vida. Con frecuen-cia han sufrido porque, de acuerdo con la masculinidad dominate, sesupone que no tienen ninguna clase de necesidades. Por eso es decisivoempezar a replantear las masculinidades de manera que los varonespuedan empezar a desarrollar visiones diferentes de sí mismos. En lugarde considerar que sus masculinidades están dadas, podría delinearseun sentido crítico de la sociedad patriarcal que les ha ofrecido el poder,al costo de aspectos centrales de sí mismos. Weber entendió cómo laidentificación de la masculinidad con el trabajo significa que los varo-nes automáticamente se subordinen al trabajo, que se convierte en un finen sí mismo. Cuando esta conexión comienza a perderse, los varonespueden vislumbrar diferentes oportunidades, al mismo tiempo que lossacrificios que se esperan de ellos.

Conforme los varones empiecen a reconocer que supuestamentetienen que sacrificar las relaciones con sus parejas y con sus hijos por eltrabajo, que se convierte en un fin en sí mismo, más abiertamente cuestio-narán los términos de este contrato. Si las relaciones han de ser másigualitarias, y si los varones han de tener relaciones cotidianas más sig-nificativas con sus hijos, entonces la organización del trabajo tiene queser replanteada. Solemos cerrar los ojos al alto precio que les hemos he-cho pagar, porque no han aprendido a valorar un contrato más profun-do con su yo emocional. Pero en la medida en que los varones aprendana querer establecer más contacto consigo mismos y con sus parejas ehijos, estarán menos preparados para sacrificar otras partes de su vidapor el trabajo. Más bien, buscarán otro tipo de equilibrio entre las dife-rentes áreas de sus vidas.

Pero mientras aprenden a responsabilizarse más por sus vidasemocionales, podrían empezar a apreciar sus relaciones con los demásen diferente forma. Podrían sentirse más comprometidos con el funcio-namiento de las relaciones, y reconocer que esto significa abrirles más

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espacio y aportarles más tiempo y energía. Esto ayudará a configurarnuevas formas para las relaciones heterosexuales e ideas diferentes delrespeto y la igualdad. No es una tarea fácil, pero sigue siendo vital parael replanteamiento de las masculinidades. Las formas en que hemosaprendido a ocuparnos de los demás y el trabajo que nos cuesta tratarloscomo seres iguales, libres y autónomos, es un problema para los diferen-tes tipos de sexualidades. Sin duda, están implicados diferentes proble-mas y sigue habiendo formas de poder a las que hay que enfrentarse,pero todavía es posible aprender de los otros, siempre y cuando estemosdispuestos a reconocer la integridad de las diferentes formas de relacio-nes sexuales. Es algo que apenas estamos comenzando a hacer.

Traducción: Hortensia Moreno y Carlos Amador

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Nuevas dóminas y renacimiento wagneriano*

Barbara Beck

Libertad invertida? Autoafirmación y autoabandono en lasformas actuales del conflicto de género

Lo que más le molesta a la dómina son los “gallitos” arrogantesprovocándola del otro lado de la ventana, diciendo cosas como:“Se va a tardar una eternidad en quitarse esos trapos de cueros”.

Cuenta Simone que “a veces me pongo colérica al escuchar a esos fanfa-rrones pero ¿qué se le va a hacer? Ese es el papel que debe ocupar cadauno. Eso sí, en cuanto cruzan el umbral de mi puerta, la cosa cambia”.1

Detrás de esa puerta, en su establecimiento, Simone es la patrona,una dómina que humilla, domestica, tortura y castiga. Provocar dolor essu oficio, y los clientes deben pagarle por ello. En el oficio de serviciosmás antiguo del mundo, ya regía la ley de libre mercado: la oferta seatiene a la demanda, en tendencia creciente. Por ejemplo Simone, “mujercon botas” desde hace doce años se ha ido especializando según lasnecesidades de sus clientes. Sin embargo, la relación dómina-cliente noconsiste únicamente en ese aspecto. Simone explica que, precisamente através de sus clientes, logró descubrir sus propias tendencias sexuales.Es decir, en el establecimiento de Simone ocurre otro intercambio, ade-más del monetario, lo cual nos habla del placer que proporciona estetrabajo, no sólo al cliente, sino también a la dómina.

* Capítulo del libro Triunfos y fracasos en la metrópolis. La incidencia de la femini-dad en la historia de Berlín, Sigrun Anselm y Barbara Beck (eds.), Ed. Dietrich Reimer,Berlín.

1 Mathes, Werner, Michaelsen, Sven, “Dominas”, en Stern, núm. 10, 25.9, 1986,p. 46.

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La dómina Gabi describe su goce como “el poder que tengo sobrelos hombres. Cuando ellos tiemblan, mi autoestima crece. Ver a un hom-bre arrogante derretido en mis manos, es conmovedor y excitante”.2 Otradómina siente pasión por la tortura porque fue violada a los 9 años deedad y presenció luego el linchamiento del violador. Ángeles de la guardadel infierno, así es como llama Tomi Ungerer a las dóminas en su libro,que lleva el mismo título. En este libro, de reciente aparición, se vale delmaterial obtenido de las entrevistas a tres dóminas, así como de los dibu-jos de sus instrumentos de tortura. En esta ocasión no se trata de “escan-dalizar a la gente con su visión repugnante de las cosas3 —como se le hareprochado varias veces. Su último libro no es una sátira. “Ahora meinteresa más la realidad, ya que —como todos sabemos— resulta ser máscuriosa que la ficción”.4 El nombre de “ángeles de la guarda del infier-no”, con el que bautizó a las dóminas, se debe a que algunas personasperciben el mundo normal y cotidiano como un infierno, y en tal caso lacámara de tortura no es más que un refugio, donde una dómina los pro-tege del mundo exterior.

La clientela de las dóminas está conformada, en su gran mayoría,por personas “que están en puestos de mando y por lo tanto jamás su-fren sometimientos en su vida diaria: directores de empresas, politicos,maridos autoritarios. Todos ellos compensan esta carencia con la dómina,lo que a veces la convierte en alguien más importante que unpsicoterapeuta, ya que ayuda a resolver conflictos”,5 opina el sexólogoLunkenheimer. El investigador sexual Eberhard Schorsch confirma estatesis: “Aquí se cumplen y compensan los deseos más íntimos, de no serasí encontrarían cabida en la actuación social de la persona”.6 El noconsidera que se trate de un grupo marginal y exótico, ya que el sadoma-soquismo está mucho más difundido de lo que el ciudadano común su-pone. Incluso mujeres, en su mayoría solteras o divorciadas, que debendesempeñar el papel de hombres en su vida, integran la clientela de lasdóminas, comenta Simone.

2 Ibid.3 Torni Ungerer, Schutzengel del Halle (Ángeles de la guarda del infierno)

Munich, 1986, p. 20.4 Ibid.5 Mathes, Werner, Michaelsen, Sven: art. cit.6 Ibid.

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Aparentemente los seres humanos sufren por la falta de opresión yes por esto que ven al mundo cotidiano como infierno y consecuentemen-te a las dóminas como ángeles de la guarda. La pregunta que deja plan-teada Tomi Ungerer en su libro es: ¿qué es lo normal? Pregunta a la cualno quiero dar una respuesta aquí. El punto de partida para mis reflexio-nes y asociaciones respecto al sadomasoquismo es el interés que handemostrado los medios y la industria cultural por este tema, a lo largo delos últimos dos a tres años. Lo que presenciamos es una subcultura, queno fue inventada por la sociedad burguesa, sino que existe desde el naci-miento del cristianismo y se ha intentado ocultar mediante tabúes y pro-hibiciones. Aun hoy el sadomasoquismo puede ser penalizado, comoofensa a la moral y las buenas costumbres, según dicta el código civil.Pero la sociedad se ha vuelto más tolerante, las dóminas han dejado deser víctimas de las razzias policiales, películas como La mujer en llamas(Die flambierte Frau), Dóminas, el peso del placer (Domina, die Last derLust), Seducción, la mujer cruel (Verführung, die grausame Frau), así comolibros referentes al tema, ya no son considerados enaltecedores de laviolencia, ni tampoco están prohibidos.

Por su parte, el número cada vez mayor de dóminas profesionalesparece indicar un incremento importante del número de simpatizantes yseguidores de esta violenta variante de la sexualidad. En los últimoscuatro años, en Hamburgo, el número de dóminas creció de 40 a 90.Solamente se puede especular respecto a cómo incidirán las diversasnecesidades en el mercado, ya que la investigación social empírica no seha enfrentado aún a este tema. Puede que se trate solamente de unamoda, como la moda del cuero, pero incluso las modas, y especialmentelas que se encuentran en este campo, tienen su razón de ser.

Además del interés público y de la autorrepresentación de lasubcultura sadomasoquista, llamó mi atención un tercer elemento: lasorprendente cantidad de mujeres que se mueven en este medio y lafascinación que ejerce sobre ellas la dómina no profesional, especial-mente dentro del movimiento de lesbianas. Este es un aspecto nuevo enesta subcultura.

Pero volvamos al umbral de Simone. Según sus indicaciones, alcruzar esta frontera los papeles se cambian. Se trata de la puesta enescena de un sometimiento más o menos violento, del esclavo a su ama.En las declaraciones anteriores se pudo ver claramente que el placer dela dómina radica en el poder que posee durante la escenificación, poder

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cargado de placer, que la compensa de humillaciones y ataques violen-tos que ha sufrido ella misma. Sin embargo, esta compensación siempreserá un sustituto, ya que no es resultado del enfrentamiento de los suje-tos, sino la simple venganza contra representantes del sexo masculino,sin importar de quiénes se trate. Esta forma de compensación que obtie-ne la dómina durante su trabajo se queda en el campo de lo imaginario.Si fuera real, no sería posible volver a cargar con el goce suficiente, una yotra vez, esta permanente puesta en escena de violencia y horror. A noser que el deseo de compensación haya desembocado en un odio patoló-gico hacia los hombres en general.

La dómina es cruel, pero este poder no le es propio, es un poder quele ha sido prestado, por decirlo así. En la escenificación sadomasoquistael que ejerce la violencia tiene poder sobre el torturado. En el caso de larelación dómina-cliente esta violencia está limitada al tiempo y al espa-cio de la escenificación. Sus esclavos le confieren violencia, a medidaque se la exigen.

El poder de las dóminas, como fantasía de sus clientes, no hace másque hablarnos de su verdadera falta de poder. Es decir, el cambio depapeles que tiene lugar aquí no cuestiona la relación de los géneros en lasociedad, sino que representa una violenta confirmación más de la clási-ca distribución de éstos, aunque bajo signos invertidos. Aunque consi-deradas como las “Limusinas de la prostitución”, las dóminas cumplencon la misma función que se le ha adjudicado a las prostitutas a lo largode la historia de la relación sexual patriarcal: son la válvula de escapepara estabilizar la relación sexual tradicional. Pero las dóminas serehúsan a ser consideradas prostitutas, ya que no venden su cuerpo —elritual sadomasoquista no concibe el coito ; simplemente venden un ser-vicio.

No es ninguna novedad que la dómina, en cuanto mujer cruel, hayasido tópico literario o científico. Sin embargo, desde los orígenes de laliteratura científico-sexual, que se remonta al siglo XIX, se la ha analiza-do más como encarnación de las fantasías masculinas, que como sujetoautónomo, enfoque que se ha mantenido prácticamente idéntico hastanuestros días. En Psychopathia sexualis, la primera obra modelo sobre lavida sexual humana en lengua alemana (Krafft-Ebing, 1882) figura lamujer cruel solamente como fantasía masculina en los tratamientos clí-nico-científicos de las perversiones, es decir de las desviaciones en cuan-to a una sexualidad normal. Krafft-Ebing define el sadismo como una

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forma de perversión sexual “consistente en actos horribles que el hombrerealiza sobre el cuerpo de la mujer, no como actos previos al coito —paraestimular la libido y la potencia— sino como un fin en sí mismo, quesatisface una vita sexualis perversa”.7 Es decir, únicamente el hombre esconsiderado cruel y sádico; y solamente es perverso cuando su deseo deprovocar dolor físico sustituye al deseo de unión sexual.

No obstante, cuando no se abandona este deseo en las relacionessexuales, la contraposición sadismo-masoquismo simplemente corres-ponde a la de activo-pasivo, que se equipara a la relación masculino-femenino:

En el lado masculino: siente placer o goza por el desdoblamiento de su fuerza,lo que muchas veces va acompañado de dolor real o aparente

En el lado femenino: disfruta el sometimiento a esa fuerza y siente placer ogoza por cierto grado de dolor o la imagen del dolor, siempre y cuando vayaunido a la vida amorosa [...]. Por lo tanto, siempre que nos mantengamosdentro de estos limites, no existe motivo alguno para preocuparnos por lacrueldad masculina, ni tampoco sentir compasión por las pobres mujeressometidas.8

Esta clasificación de la sexualidad normal y sus desviaciones deja enevidencia que la perversión, es decir, la inversión de la sexualidad, con-siste en la alteración de la relación normal de sometimiento en la que elhombre conquista a la mujer, y ésta se le somete a él.

Pero aún en este tipo de inversión la mujer no es más que un objetode perversión masculina y no un sujeto perverso en sí. Mientras que esimposible encontrar a la mujer cruel bajo el término de sadismo, es muyfrecuente dar con ella bajo masoquismo, como complemento del hombremasoquista. Esta asignación, además de tener su lógica, tiene su histo-ria. Los términos de “sadismo” y “masoquismo” se deben a un filósoforadical del siglo de las luces y a un novelista austríaco del siglo XIX.Según Krafft-Ebing son los criminales libertinos de los escritos del Mar-qués de Sade, y el sumiso Severín con su dómina Wanda, de la novela LaVenus viste abrigo de piel (Die Venus im Pelz) de Leopold von Sacher-Masoch, los prototipos de la perversión sádica y masoquista. De acuer-

7 Richard von Krafft-Ebing, Psychopathia sexualis, citado por Treut, Monika,Die grausame Frau (La mujer cruel), Francfort, 1984, p. 104.

8 Ibid.

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do con los modelos genéricos de la literatura, Krafft-Ebing define tam-bién en términos clínicos estas perversiones como un dominio del hom-bre. Las mujeres suelen aparecer como víctimas de estas desviaciones;cuando transgreden violentamente esta norma no hacen más que confir-marla como regla de sexualidad normal.

Del mismo modo en que Simone cuida de que su encarnación de lasfantasías masculinas, dentro de su establecimiento, no altere la relaciónsexual tradicional que reina fuera del establecimiento, la inversión de larelación de sometimiento planteada por Krafft-Ebing no altera, sino afir-ma, lo establecido.

En cambio, dentro de la nueva literatura feminista, hay un movi-miento que pretende presentar a la mujer cruel como figura liberadora.Monika Treut expone en su libro La mujer cruel (1984) cómo ésta se puedeconvertir en objeto de fascinación para las mujeres. A la pregunta de sirealmente existe la mujer cruel, responde de manera provisional:

La mujer cruel es en primer lugar una fantasía masculina, que refleja miedo,rechazo y admiración, un ser misterioso y escandaloso, una y otra vez descritopor los hombres desde tiempos bíblicos: Judith, Salomé, Dalila y siemprecomo figura principal de un sistema de transgresiones erótico-sexuales, igual-mente fascinante y aterrador para hombres y mujeres.9

La pregunta de Monika Treut no apunta hacia una investigación de lasmujeres crueles, como Mesalina o Catalina II, quienes tenían poder real yéste las hizo volverse crueles. Su interés radica en dar una nueva lecturao, como ella lo define, una desconstrucción de las metáforas sobre lamujer cruel.

El enfrentamiento de la cruel Juliette de De Sade y la Venus que visteabrigo de piel de Sacher-Masoch “ofrece a la mujer un panorama nuevo.Más allá de bien y mal, correcto e incorrecto, positivo y negativo: unjuego soberano que opone a cada papel establecido una crueldad, quesolo puede ser interpretado como acertijo gráfico y que desata así la luju-ria”.10

Las fantasías masculinas acerca de la mujer cruel ciertamente in-cluyen algún aspecto de la feminidad, que había sido suprimido a lolargo de la historia patriarcal. Aparecen como crueles, aunque muchas

9 Monika, Treut, Die grausame Frau (La mujer cruel), p. 7.10 Ibid., p. 8.

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veces en sentido figurado, aquellos personajes novelísticos femeninosinalcanzables para el hombre enamorado, que no corresponden a suamor. En tanto no se entregan al amor del hombre adquieren tanto podersobre él que le provocan sufrimientos o hasta la muerte. Un tema román-tico, sin duda. Ya Catulo llamaba “dómina” a Lesbia, su amante infiel.Este indicio, luego acentuado en la relación sexual entre Severin y Wandaen La Venus viste abrigo de piel, nos habla de la violencia con la cual seestableció la relación sexual patriarcal. (Dicho sea de paso, La Venus visteabrigo de piel se publicó cuatro años después del Matriarcado de Bachofen.Wanda, la dómina de Sacher-Masoch, luce insignias de poder matriar-cal.)

Pero estas fantasías masculinas no permiten descubrir el papel dela represión durante el proceso de patriarcalización, ni tampoco la cuotade violencia contenida en lo reprimido. En mi opinión, lo mismo sucedecon el Marqués de Sade, a pesar de que su creación de la cruel Julietteresponda a otros motivos, como seria su ímpetu ilustrado: “asumir va-lientemente nuestra faceta peligrosa, irracional y antisocial”.11

Sade se dedicaba a iluminar las pasiones humanas y la sexualidad,materias que se encontraban en el centro de atención de la filosofía moralde su época. El ser humano debía saber todo al respecto, para librarse asíde presiones sociales y religiosas. Estos seres liberados, imaginados porSade durante su prolongado encarcelamiento, son ya muy conocidos. Susoberanía consiste en encontrarse más allá de toda convención social yvalor tradicional, lo cual los convierte en criminales, verdaderos mons-truos. Sólo se puede liberar las pasiones, y obtener verdadero placer, altransgredir todas las fronteras sociales, rechazar cualquier tipo de moraly ofender la naturaleza humana en sí misma. La persona objeto de estapasión verdadera sólo puede ser víctima, ya que su goce reduciría el gocedel sujeto y, de ser así, el sujeto debería eliminarla. En una sociedad nolibre el ser liberado es un egoísta y un tirano. Pero aun el libertino pura-mente racional pierde la cordura en momentos de extrema lujuria. Essolamente en la total indiferencia y apatía donde Sade ve realizada suutopía del ser humano liberado, quien —por medio de la razón— man-tiene el control absoluto sobre la carne.

11 Sade, citado por Monika Treut, op. cit., p. 12.

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Mientras que el hombre libertino, entendiendo como tal a aquel serhumano liberado de la esclavización de su naturaleza social, es catalo-gado como un atroz criminal, la libertina de Sade lo es en grado aúnmayor. Las convenciones sociales han esclavizado su verdadera natura-leza: la opresión masculina y su papel de esposa, amante y madre handeformado esta naturaleza hasta llevarla a extremos irreconocibles. Ellaobtiene su libertad no sólo por medio del crimen, sino que su crueldadsurge de la negación absoluta de su naturaleza sumisa y domesticada.Es la negación de la mujer como tal. Al igual que el libertino, Juliette es laracionalidad personificada. Ella se vale de la razón para librarse de todadependencia y cometer todo tipo de crímenes, por los cuales se castigafalsamente a su virtuosa hermana Justine. Justine es siempre la víctima ysu virtud se caracteriza por haber reprimido completamente todo deseosexual. En cambio Juliette, que apuesta a las virtudes de la depravación,siguiendo el ejemplo del libertino masculino, se convierte en la mujermasculina que desprecia a hombres y mujeres por igual. A los hombres,por poseer el falo del cual ella carece y a las mujeres, por carecer de él.Juliette podrá apropiarse de un falo por medio de la castración o de unaprótesis, pero nunca le será propio.

Monika Treut, en su desconstrucción de la imagen de Juliette, quienhoy en día probablemente puede ofrecer a las mujeres una crueldad sexual-mente liberadora, reconstruye a la mujer cruel de la siguiente manera:

Hay tres características predominantes: pensamiento y comportamiento liber-tino, corporización andrógina y resentimiento antimaternal. Estas propieda-des se unen para formar la imagen de una super-mujer, que ya no podrá serrebajada, torturada o humillada, puesto que comprende todo aquello de locual el ser humano es capaz, desde la totalidad de sus pasiones hasta loséxtasis de sus transgresiones.12

Aquellas mujeres que, a la búsqueda de una sexualidad femenina y den-tro del marco del movimiento de mujeres, hicieron de su desprendimien-to del sexo opuesto la crítica más radical al patriarcado, se sienten ahoracada vez más atraídas por la imagen de esta super-mujer. El lema bajo elcual negaron a los hombres decía así: el feminismo es la teoría, el lesbia-nismo la práctica. Sin embargo, la sexualidad entre iguales, que una vezpretendió liberar la sexualidad femenina de la opresión patriarcal, ya se

12 Ibid., p. 83.

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ha vuelto tema de controversia entre las lesbianas. Lo que surgió comoutopía de una sexualidad no violenta, es ahora puesto en tela de juiciopor muchas mujeres, que lo consideran como miedo a la propia sexuali-dad.

La americana Pat Califia fue la primera en hablar de escenificacionessadomasoquistas como una variante de la sexualidad lesbiana, incluidaen el manual de la sexualidad lesbiana, que fue publicado en 1978 bajoel título de Amor lésbico (Sapphistrie). Dentro del contexto de la discusiónacerca de la pornografía de y para mujeres, las lesbianas sadomasoquis-tas en Estados Unidos fueron las primeras en salir a la luz pública delmovimiento de mujeres. Poco después también las publicaciones femi-nistas alemanas se enfrentaron con este fenómeno. Sobre todo las muje-res que luchan activamente en contra de la violencia contra la mujer, yasea en casas de apoyo a la mujer, en su lugar de trabajo o en la vidapública, sienten un mayor rechazo por la propagación del sexo violentoentre mujeres. Lo consideran una mera imitación y acentuación de lasrelaciones heterosexuales de poder.

Por su parte, las seguidoras de este tipo de sexualidad opinan que,detrás de ese rechazo, solamente se reproducen los tabúes sexuales delas normas heterosexuales y que la crítica se queda en el esquema deverdugo/víctima. De este modo logran desafiar esta nueva concienciafemenina “que, desde hace un tiempo y al amparo de la liberalización ydemocratización social, se ha caracterizado por un espíritu conciliadory de normalización psíquica de las mujeres en el movimiento”.13

En cambio, el libro Mujeres obscenas (1986) presenta, en texto e imá-genes, todo aquello que libera la sexualidad femenina de esa normali-dad heterosexual y feminista. Las fotografías de Krista Beinstein sonimágenes de y para mujeres, son obscenas y pornográficas: mujeres ves-tidas de cuero, con cadenas y encadenadas, mujeres violando a otrasmujeres, mujeres con cuchillos, látigos y falos de plástico. Como ya lodescribe Monika Treut en el prólogo, se trata de fotografías hechas poruna mujer para otras mujeres “en tanto les muestran su lado reprimido yfuerzan las fronteras morales del movimiento de mujeres”.14

13 Krista Beinstein, Obszdne Frauen (Mujeres obscenas), Viena, 1986, p. 10.14 Ibid.

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Las mujeres obscenas de Krista Beinstein son la encarnación de “aque-llo que la sociedad margina: cuerpos fetichizados, que se exponen cons-cientemente, ataviados con símbolos de poder y violencia”.15 Estas fotosconducen a una asociación con el fascismo, que es retomada —rápida-mente— y rechazada por la propia Monika Treut:

El fascismo ha demostrado hasta dónde nos puede llevar el entrecruzamientoinconsciente de violencia y sexualidad, crueldad y poder estilizado. No escasual que el cuero negro, alusivo a la muerte, sea el material predilecto de lavestimenta fascista, ya que está en la esencia misma del fascismo el sexualizarsu aspecto. El punto de contacto entre fascismo y sadomasoquismo radica enlo teatral. El fascismo, al igual que la sexualidad sadomasoquista, es teatro.Pero éste es el único punto en común.16

Las puestas en escena sadomasoquistas liberan radicalmente a la sexua-lidad de sus enredos, porque conocen un solo impulso: el de la libera-ción por medio de la transgresión de todos los tabúes y prohibiciones.Cuando la mujer obscena fetichiza el falo, se suprime la diferencia desexos. En lugar de reprimir el principio fálico, lo integra a la sexuali-dad femenina. El deseo, tanto masculino como femenino, puede serinvertido y se visualiza un ideal de androginidad estética. SegúnMonika Treut, de este modo incluso se evita el caer en actitudes fascis-toides. El contraorden de la obsesión escenificada en el ritual sadoma-soquista exorcisa de los cuerpos el orden arraigado del amor tradicional(de Occidente). “Aquel que no la soporte, se convertirá en víctima, mien-tras que el que la asuma, obtendrá la libertad”.17 El único límite lo im-pone el respeto a las posiblidades reales de los que están directamenteimplicados en la escenificación. Este respeto “ironiza las verdaderasrelaciones de poder entre los humanos, ya que sólo se permiten objetossoberanos que, si así lo desean, pueden representar amos y esclavos,para así realizar sus deseos sexuales. A diferencia de la violencia real,la violencia pornográfica es anárquica, libre, libertina e ilimitada”.18

Pero es violencia al fin, añadiría yo.Provoca polémica esta forma de liberación de la sexualidad femeni-

na, su desencadenamiento por medio del encadenamiento, pero, sin

15 Ibid., p. 9.16 Ibid., p. 18.17 Ibid.18 Ibid., p. 19.

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embargo, no explica el atractivo que sienten las mujeres por las nuevasdóminas y las escenificaciones sadomasoquistas. En asociación con elanálisis freudiano de la fantasía cargada de placer en “Un niño es gol-peado” (la traducción al castellano ha sido hecha como “Pegan a unniño”) se podría decir que aquí no es el padre sino la madre que golpeay la necesidad de castigarlo no respondería a un sentimiento de culpapor el deseo incestuoso, sino al abandono de la madre. Esto se puedeexplicar, en primera instancia, por el hecho de que en el sadomasoquis-mo entre mujeres todavía hay más esclavas que amas. Al intentar inter-pretar la sexualidad lesbiana a través de un enfoque psicoanalítico saltaa la vista en primer lugar el deseo regresivo a la simbiosis madre-hijo,exenta de todo tipo de conflicto. Las nuevas dóminas opinan que, detrásde este deseo de armonía se oculta el miedo al propio deseo sexual y quela sexualidad lésbico-femenina y liberadora que ellas ofrecen logra erra-dicar este miedo. Sin embargo, esta sexualidad arrastra consigo tambiénel deseo de reconciliación en las relaciones humanas, porque aparececomo ya realizado y compensado en un solo sujeto.

La mujer obscena que se expone conscientemente, equipada consignos de poder y violencia, se convierte en su propio objeto de deseo, demodo narcisista y exhibicionista. La nueva dómina es un ser andrógino,una mujer soberana en el sentido que le da Sade a esta palabra: un sujetolibre de toda tensión y conflicto, que podría ser provocado por desear aun otro y una otra. En tanto encarnación viva de una unidad indisolu-ble, ella al mismo tiempo conserva y cancela el deseo de unión, y de estemodo también el ansia y el placer. Si no se quiere renunciar por completoa este deseo, la desigualdad entre iguales deberá ser escenificada comosumisión violenta y ritualizada en el acto sadomasoquista. En esta en-carnación de la androginidad, lo andrógino figura como metáfora delansia, como utopía erótica de la superación y reconciliación de la polari-dad de géneros, masculino y femenino, en la sexualidad humana.

Durante mucho tiempo la variante sadomasoquista de la sexuali-dad fue un misterio al cual sólo tenían acceso los adeptos y los necesi-tados. Se la practicaba en lo que públicamente eran ignoradas zonasgrises de la sociedad: prostíbulos, clubes privados o dormitorios parti-culares. En los últimos años, en Berlín se ha ido desarrollando unasubcultura sadomasoquista que no se limita a gays y lesbianas y queintenta sacar al sadomasoquismo de estas zonas grises, así como delaislamiento social en que se encuentra inmerso. A pesar de que hasta elmomento no es más que otro círculo subcultural entre tantos en esta

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jungla urbana, ha sabido despertar un enorme interés de la opinión pú-blica y de los medios. En este ambiente, a diferencia de lo que ocurre en lasubcultura sadomasoquista tradicional y clandestina, son pocos los hom-bres que, a hurtadillas o con el consentimiento de sus esposas o novias,han solicitado los servicios de una dómina. Los integrantes de esta nuevaescena sadomasoquista ven esta actitud como una salida de emergencia.

Con sus apariciones en público, una especie de “salir del clóset”,los sadomasoquistas heterosexuales buscan acortar esta división y vivirsu sexualidad plenamente. El querer vivir sensaciones, necesidades yfantasías es una característica central de las subculturas alternativas deesta ciudad, tanto de las culturas terapéuticas como de las nuevas cultu-ras corporales. La expresión “vivir plenamente” delata el deseo de libe-ración y realización de necesidades y fantasías, al igual que el deseo deser, a su vez, liberado de éstas mismas. Se podría decir que la nuevasubcultura sadomasoquista es la subcultura sexual de las subculturasde esta ciudad.

Los términos sadomasoquismo, sadismo y masoquismo sexual, tie-nen, en este círculo, las más diversas acepciones y significan algo distin-to para cada individuo. Lo que todos los integrantes del movimientocomparten es su gusto por la vestimenta de cuero, charol y goma, queademás de ser accesorios, fetiches y señales se han convertido en uncredo. Por otra parte, al igual que cualquier otra moda, satisface obvia-mente necesidades voyeurísticas y exhibicionistas. La relación sadoma-soquista en sí consiste en una estricta repartición de roles entre unapersona dominante y una sumisa, una que tortura y otra que quiere sertorturada. Y es ahí precisamente donde surgen las complicaciones.

La primera es hallar al compañero adecuado para la escenificaciónde la fantasía. Hasta ahora esta búsqueda se lleva a cabo por medio deanuncios en los periódicos, lo cual —además de consumir mucho tiem-po— resulta algo frustrante, ya que rara vez se llega a un acuerdo.Asimismo, la espontaneidad y consentimiento de los participantes, con-dicionantes básicos para este juego violento y principal regla del sado-masoquismo, dificulta considerablemente la selección del compañero.

El sadomasoquismo es cuestión de confianza, sobre todo para laparte sumisa, que en su gran mayoría está conformada por mujeres, tan-to en la escena heterosexual del S/M como en el resto de la sociedad. Lasdóminas que torturan sin cobrar siguen siendo un grupo minoritario. Enenero de 1987, durante un programa televisivo de un grupo sadomaso-

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quista en el “Canal Abierto” (un canal de televisión privada, integradopor distintos grupos sociales y particulares), la discusión se centraba enla dificultad de encontrar un compañero. Como alternativa a la búsque-da por medio de anuncios, los grupos de autoayuda sadomasoquistaplanean abrir bares y clubes, donde los congéneres puedan frecuentarse.Por ahora, tales encuentros se limitan a fiestas privadas, a las cuales seinvita a través de anuncios, o a reuniones en el “Potsdamer Abkommen”(un bar en Berlín), donde, quien así lo desee, puede dejarse golpear, ataro amarrar a una cruz en público.

La emisión del canal abierto se llevó a cabo bajo el lema: El perversono es el sadomasoquista, perversa es la sociedad en que vive.19 Sorpren-dentemente, a diferencia de lo que ocurre con relación a lesbianas y gays,la crítica a su represión social siempre redundó en propaganda simpáti-ca. Pero el ataque a un tabú social, que ya no es tal —de esto son unaprueba tangible los mismos sadomasoquistas— no logra provocar comoatrevida autodefinición de un grupo de inadaptados. Detrás de la inten-ción de eliminar el tabú se esconde el deseo de aceptación social. Lacontradicción entre una sexualidad liberada, cuyo contenido es violen-cia y sumisión, y una crítica a las represivas relaciones en sociedad, sólopuede ser compensada por la disociación de la sexualidad de todos losdemás aspectos de la vida.

En el programa de televisión las masoquistas mostraron esta postu-ra al defender sus necesidades sexuales como asuntos individuales, quenada tienen que ver con la represión social de las mujeres, ni con sulucha por la igualdad social. Si la emancipación de las mujeres en estasociedad consiste en liberarse de las dependencias tradicionales traba-jando, siendo independientes económicamente, quizás hasta renunciandoa la maternidad y al matrimonio o similares ¿por qué habrían de tenermás suerte en su sexualidad que el hombre? Se podría afirmar que sumasoquismo sexual no es más que un indicio de que la rebelión de lamujer va unida frecuentemente al miedo a la inadaptación. Por lo tantosu negación de los roles femeninos tradicionales iría acompañada desentimientos de culpa, de los cuales la debe liberar el castigo sexual. Sin

19 Parafraseando a Rosa von Pravnheim, cineasta alemán que produjo una delas primeras películas sobre la homosexualidad: “El perverso no es el homosexual,sino la sociedad en que vive”.

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embargo, esta argumentación no sólo niega el motivo que llevó a esteintento de emancipación, es decir, liberar a la mujer —y por consecuen-cia al hombre — de las relaciones patriarcales de sumisión; sino quetampoco explica por qué no se quiere resolver el conflicto individualentre el deseo por la sumisión violenta y el deseo de liberación, conflictoque es vivido y consolidado más bien como contradicción.

Ahora las violentas fantasías sexuales van a ser exteriorizadas, pormedio de escenificaciones sadomasoquistas. A lo largo de las discusio-nes del mencionado grupo, en el Canal Abierto, quedó en claro que lagran mayoría de los sadomasoquistas descubrió sus necesidades sádi-cas y masoquistas recientemente, gracias a representaciones fílmicas yliterarias de prácticas sexuales sadomasoquistas que, a bordo del tren deliberalización de la pornografía, arribaron a cines y librerías públicas,abandonando así las sexshops.

Sin duda alguna, la pornografía puede inspirar la fantasía, y lasfantasías suelen estimular el juego amoroso sexual. Sin embargo, resultadudosa la afirmación de que las fantasías sexuales violentas siempresean equiparables a las reales necesidades sexuales. Tal es el caso de lasfantasías de violación de las mujeres, argumento que se esgrime confrecuencia como descargo en los procesos contra violadores. Las muje-res, en cambio, destacan el carácter lujurioso de esta fantasía, pero exclu-sivamente dentro del campo de las fantasías. Comparto la definición deBarbara Sichtermann, quien interpreta en esta fantasía el deseo o ansiade una violenta intensidad de los afectos, o sea, el ser afectado.

Pero, al parecer, en el curso de la liberalización de la sexualidadeste “ser afectado” por el deseo propio y ajeno, ha perdido algo de esaviolenta intensidad, tanto para hombres como para mujeres. La euforiade liberación y libertinaje sexual de los movimientos estudiantiles y demujeres dio paso a discusiones eternas acerca de la falta de disposiciónal compromiso y los problemas de celos. En la sexualidad se hacía pre-sente el cuidado, y también el aburrimiento. Términos tales como “nuevoerotismo”, “nueva pasión” y “nueva sensualidad” se convirtieron enfórmulas sagradas. Parece que no han tenido mucho éxito si ahora sepretende sustuir la violenta intensidad de sentimientos y sensacionessexuales por violencia física. Cuando las mismas experiencias doloro-sas, de las cuales el no compromiso pretende proteger, se buscan comofuente inmediata de dolor, entonces el placer de torturar o ser torturadosustituir la lucha y las contradicciones psíquicas que implica el compro-

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miso con el otro. En la sexualidad sadomasoquista desaparecen tambiénlos conflictos y dificultades de mantener el equilibrio en las conexionesentre el propio ser y el otro. El deseo de descubrir los propios limites através de la escenificación violenta, elimina el peligro de transgredir losmismos, implícito en todo deseo de unión.

Si la complicada —y muchas veces un tanto molesta— historia decada sujeto queda fuera del juego, entonces es posible provocar la inme-diatez de la sensación física, a la hora que sea. Aun así esta inmediatezrequiere de preparativos previos. Paradójicamente este tipo de sexuali-dad, que evidentemente pretende ser el lenguaje del cuerpo, requiere degrandes diálogos, tanto antes como durante el acto sexual. El sadomaso-quismo aparece como la forma más ritualizada de sexualidad, y estaritualización de la puesta en escena es necesaria precisamente porque laviolencia conoce un único límite, la muerte. Por lo tanto, la sexualidadtransgresora requiere la imposición de estrechos límites para impedirexcesos mortales.

Los rituales sadomasoquistas liberan las fantasías de violencia paraa la vez librar de ellas. Según exponían los sadomasoquistas en la discu-sión televisada, ellas y ellos pretenden cumplir su deseo de armonía yhumanidad entre los sexos opuestos, al vivir plenamente su sexualidadcomo un ritual violento de sumisión. En este ritual los papeles estánpreestablecidos y —dicho sea de paso— la risa está completamente fuerade lugar. Este juego solemne con el poder quiere liberar una sexualidadcuyo cometido emancipador es el de disolver la polarización tradicionalde los sexos, en la cual masculino equivale a hombre y femenino a mujer.

En el proceso de emancipación de estos esquemas tradicionales sepone en evidencia la existencia de tensiones y conflictos, no sólo en lasrelaciones sexuales, sino también en el interior mismo del sujeto.

Esta liberación, como libertad recién ganada, no solamente implicaplacer: la indefinición en la identidad sexual tiende a convertir los senti-mientos, deseos y pasiones en algo impredecible y efímero, en algo que aveces los mismos sujetos ya no saben manejar. En cambio, la sexualidadsadomasoquista ofrece igual que su negación: la “nueva abstinencia”—seguridad por lo unívoco. Tanto la abstinencia sexual como el ritual desumisión liberan a los sujetos de los conflictos y tensiones implicados entoda relación sexual. El restablecimiento voluntario y violento de la rela-ción sexual tradicional —en la relación sadomasoquista— elimina losmencionados conflictos. De este modo el individuo se deshace de las

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dificultades que implica el permanente balanceo entre autoafirmación yautoabandono. En la escenificación del torturar y dejarse torturar, el de-seo de unión y reconciliación se sustituye por la esperanza de ser salva-do de todo tipo de conflictos, inseguridades y caídas.

En cuanto a sus estrategias de evitar y/o superar los conflictos, lanueva subcultura sadomasoquista no solamente es un movimiento exó-tico y marginal, ya que estas búsquedas individuales de salvación seubican en el centro conflictivo de cada sujeto, es decir, la sexualidad.Suponiendo que la subcultura sadomasoquista y sus puestas en escenasean un síntoma social, entonces deberíamos encontrar algún denomi-nador común en su estructura, algo que apunte hacia similares intentosde solución —y absolución— en otras áreas.

Podemos encontrar un ejemplo de esto en el quehacer cultural, porejemplo, en la tetralogía del Anillo de Wagner, obra que ha experimenta-do un resurgimiento20 en las casas de ópera alemanas durante los últi-mos años y que comprende a todos los involucrados de una maneraseria. Nietzsche decía sobre Wagner: “La preocupación más profundade Wagner era la redención. Su ópera es la ópera de la redención. Siem-pre hay alguien que quiere ser redimido [...] éste es su problema”.21

En Wagner los seres humanos son redimidos por el amor, él desea-ba lograr la redención de la sociedad entera a través del amor al serhumano, la filantropía. La materia que utilizaba para su obra artística

20 Después de 1945 sólo contadas casas de ópera alemanas se atrevieron aescenificar el Anillo; durante muchos años se mantuvo reservado al Festival deBayreuth. Con motivo del centenario de este Festival en 1976, los franceses PatriceChéreau y Pierre Boulez presentan una nueva puesta en escena e interpretación alAnillo. La nueva escenificación relaciona el pretiempo estilizado, en el que ocurre elmito, con el tiempo de creación del Anillo —el siglo XIX— y con el tiempo de surealización, es decir, el tiempo actual. De este modo se abre un nuevo panoramainterpretativo de la obra wagneriana, para los directores de ópera alemanes. Sola-mente los viejos wagnerianos, que en su momento rechazaron la versión de PatriceChéreau en Bayreuth, siguen oponiéndose a las concepciones actuales y modernasde la obra. Pero no se trata de convencerlos a ellos, sino que la reposición del juegofinal wagneriano parece fascinar sobre todo a un público que apenas está descu-briendo a Wagner en las nuevas versiones de los últimos años en Berlín, Francfort,Colonia, Munich y Krefeld.

21 Friedrich Nietzsche, Der Fall Wagner (El caso Wagner), en Obra completa,Munich, 1980, t. 6, p. 16.

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del futuro era lo puramente humano, sin historia y libre de toda conven-ción social. Lo social está viciado, no se puede convertir en arte, precisa-mente porque ha dividido a las artes. Por lo tanto, para lograr la obra dearte total (Gesanitkunstwerk), que es la reunificación de las artes, lo únicocapaz de convertirse en arte es lo puramente humano, en un sentidomítico de la palabra. Thomas Mann escribe lo siguiente en referencia aWagner: “La poesía ancestral, atemporal y ahistórica del corazón y de lanaturaleza es un refugio en su huida de lo social y por lo tanto un mediopurificador de su corrupción”.22

Desde la perspectiva del hombre moderno el mito representa el dra-ma humano de modo atemporal y más allá de sus deformaciones socia-les. Es por esta razón que Wagner se valió de este material para elaborarsu Anillo, en el cual reescribe el mito de modo tal que corresponde a losdeseos de salvación de una sociedad enajenada. Ello deja claro que suinterés se centra más en la apariencia social del culto generalmente atri-buida a la conciencia mítica—y no tanto en el mito en sí, ni tampoco en elrelato. Lo que Wagner quería revivir y reconstruir escénicamente son losactos de culto. Por medio del arte pretende evocar una vivencia de cultoen comunidad, que permitiera eliminar a los sujetos. En general, el even-to teatral wagneriano en su totalidad persigue este objetivo. Buscabacrear situaciones a tal grado irresistibles para los sujetos, que éstos an-siaran ser absorbidos por ellas y que se consumiera cualquier otra aspi-ración. El cometido final de la acción es el de “preparar el momento deesta consumición”.23

El público queda atrapado no tanto por la identificación con lasfiguras concretas y sus respectivos destinos, sino más bien por las figu-ras como personificaciones de fuerzas instintivas ancestrales. El públicopercibe la violencia emocional en forma de un clima recargado, al ladodel cual la trama concreta tiende a desaparecer. La música contribuye aeste clima en su leit-motiv de unir lo individual con lo universal. Este

22 Thomas Mann, Richard Wagner und der “Ring des Nibelungen” (“RichardWagner y el Anillo de los Nibelungos”, en Adel des Geistes. Versuche zum Problem derHumanitdt (Nobleza del espíritu. Apuntes acerca del problema de la humanidad),Francfort, 1967, p. 431.

23 Martin Gregor-Dellin, Richard Wagner. Sein Leben, sei Werk, sein Jahrhundert(Richard Wagner. Su vida, su obra, su siglo), Munich, 1980, p. 363.

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mismo clima, desprovisto de todo punto de referencia concreto, sólo pue-de ser disuelto en una apoteosis en la cual desaparezcan los sujetos.

La concepción wagneriana del drama musical él mismo casi no serefería a su obra como “Gesamtkunstwerk” fue perfeccionada en el Anillo,cuya trama sumamente intrincada me es imposible describir en detalleaquí. Theodor Fontane la resumió en dos frases fundamentales: “Prime-ra frase fundamental: De la codicia y del deseo desmesurado penden elpecado, el sufrimiento y la muerte. Quien posea el anillo de oro de losNibelungos, solo obtendrá desgracias y perversión. Segunda frase fun-damental: Los dioses están sujetos y reaccionan de acuerdo con el con-trato. Hasta al cielo se puede renunciar. Al crecer el ser humano, se hundenlos dioses; el auténtico amo de los mundos es el espíritu libre y el amor”.24

Sin embargo, Fontane no nos habla del principio ni del final. Yocomenzaré por el final, ya que representa el punto de partida del mismoWagner para la concepción de su obra. La cuarta parte del Anillo, “Elocaso de los dioses”, culmina con el fin del mundo, el Apocalipsis, unacatástrofe de la cual nadie logra salir con vida. Lo que queda son la mesa,un par de personas sobre el escenario y el público. ¿La catástrofe, laextinción de la historia en un incendio mundial, como puerta al cambioy a la renovación?

El anillo, que materializa la saga de los Nibelungos, fue concebidopor el autor desde el final. La muerte de Sigfrido fue el punto de partiday el concepto de catástrofe ya había sido definido, aunque luego de rea-lizado resultara todavía más catastrófico de lo que Wagner suponía enun principio. Al empezar la obra, su héroe Sigfrido fue pensado como elnuevo ser humano, libre de contratos turbios, sin miedo ni culpa, cuyamuerte redimiría a la humanidad. Pero, una vez trabajando en el Anillo,Wagner constató que Sigfrido no podría permanecer inocente. Este sevuelve culpable, en un estado de amnesia provocada por una pociónmágica —es decir, culpable sin que fuera su culpa. En este estado elhéroe delata y viola a su mujer Brunilda, así que ésta finalmente será laúnica inocente, cuya conciencia se despertó a través de la traición de suSigfrido. La mujer emancipada, después de encender la conflagraciónmundial, se lanza a las llamas exclamando: “Sigfrido, Sigfrido! Mira,

24 Theodor, Fontane, según Martin Gregor-Dellin, op. cit., p. 360.

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bienaventurada tu mujer te saluda!” Es ella quien redime a los dioses, alos humanos, a Sigfrido y a sí misma.

El final del Anillo vuelve a conducirnos a su comienzo, a los oríge-nes del mundo, con las hijas del Rin, las Nornas y la madre terrenal“Erda”, a un mundo primitivo mítico, libre de poder, violencia y codicia.El Anillo da inicio con el Oro del Rin como obertura: naturaleza e inocen-cia son el prólogo. Hasta que Alberich, a través de su renuncia al amor,se apropia del Oro del Rin, perteneciente a las hijas del Rin, trayendo asídesgracia al mundo. Con el fin del mundo, las hijas del Rin recuperan suOro, el final es el origen, el círculo se cierra. Lo que queda en medio hasido objeto de las más diversas interpretaciones, en las cuales Sigfridosiempre figura como personaje clave. Bernard Shaw lo comparó con elanarquista Bakunin, Thomas Mann con un payaso. Chéreau lo definiócomo criminal, mientras que la puesta en escena berlinesa de GótzFriedrich lo presentó como el héroe engañado, explotado y finalmentesacrificado, objeto no de acusaciones sino de compasión. Sigfrido comoredentor cristiano.

El final es el principio y, según Gótz Friedrich, también un nuevocomienzo. “La esperanza se convirtió en miedo, y éste vuelve a soñar conla libertad”.25 Walter Bronnenmeyer opina sobre el montaje berlinés: “Enuna visión del fin del futuro, evocando al próximo cambio de milenio sepretendió mostrar esta situación crítica en un juego final, que representelo que la humanidad le ha hecho a la naturaleza y a su propia historia.Sin embargo ¿es Wagner el autor indicado para expresar esto?26 ¿PuedeWagner lograr todo esto?

El final del Anillo es violentamente escenificado por Brunilda. Asílibera al ser humano de su historia, libera al sujeto de su condición desujeto. Es fuerte aquel que nos derriba, dice Wagner.

Por medio de su “supremo placer inconsciente” es decir, el placerde ya no ser uno mismo, sino ser lo que también somos, pero no como

25 Gótz, Friedrich, en Deutsche Oper Berlin, Programmheft Der Ring der Níbelungen.Vorabend, Das Rheingold (Opera Alemana de Berlín, programa de mano: El Anillo delos Nibelungos. Pre-estreno, El Oro del Rin) Berlín, 1984, p. 3.

26 Walter Bronnenmeyer, Alberich and Apocalypse now. Weltbewu/tsein andZeitphdnomene der Berliner “Ring “-Inszenierung, in: Deutsche Oper Berlin (“Alberichy Apocalypse now”). “Conciencia mundial y fenómenos del montaje berlinés delAnillo”, Opera alemana de Berlín, 984/85, p. 60.

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nosotros mismos, Wagner logra apoderarse del deseo por el autoaban-dono de sus espectadores, los absorbe en su escenificación del declive ylos libera de su individualidad. Esta violencia les niega a los sujetos suposiblidad de tomar decisiones, o mejor dicho, los exime de la necesidadde tomar decisiones.

En un mundo constantemente amenazado por las catastrofes pro-ducidas por el hombre mismo, la autoafirmación de los individuos ysu protesta contra el desgarramiento interno muchas veces aparecencomo esfuerzos impotentes e incapaces de incidir en el curso del mundo—entonces los sujetos tienden a caer en soluciones escapistas. Tantola subcultura sadomasoquista como el culto wagneriano contrapo-nen al “estar y sentirse expuesto” de la realidad un “exponerse”,ficticio y consciente.

En las escenificaciones aquí descritas se cultiva la discordia ínti-ma de los individuos. Pero el cultivarla es una forma de negarla comotal y esta negación requiere de violencia. El conflicto individual entreautoafirmación y autoabandono es silenciado por medio de la violen-cia. El deseo por una “comunidad de destino”, como también la culturade realizarse a través de violentos rituales de sumisión, responden aun mismo intento: el de desprenderse de la sociedad y de su historia, desus implicaciones individuales y sociales.

Traducción: Anne Huffschmid

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Las investigaciones sobrebisexualidad en México

Ana Luisa Liguori

I. Antecedentes

¿Cuál es la diferencia entreun mexicano homosexual y

uno que no lo es?Dos copas

CHISTE POPULAR

En 1987, Miguel Angel González Block y yo decidimos realizaruna investigación sobre la manera en que algunos aspectos de lacultura sexual mexicana representaban riesgos de transmisión

del VIH.Hacía años, cuando González Block estudiaba enfermedades labo-

rales, un arquitecto le mencionó que sería importante realizar un estudiosobre enfermedades de transmisión sexual (ETS) entre trabajadores de laconstrucción. En sus largos años de experiencia profesional se habíavisto confrontado en múltiples ocasiones con el hecho de que había alba-ñiles que tenían relaciones sexuales entre sí.

Ante el surgimiento del sida, decidimos que valía la pena realizaruna investigación sobre esta población que seguramente compartía mu-chos rasgos culturales con otros sectores de la población mexicana deestratos bajos.1

Una vez con el proyecto en marcha, realizamos un análisis esta-dístico utilizando la base de datos de los casos de sida registrados

1 Los resultados de esta investigación se publicaron en El sida en los estratossocioeconómicos de México (la ficha completa está en las referencias bibiográficas).

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oficialmente desde inicios de la epidemia en 1983 hasta 1987. Antesde publicar el trabajo, reactualizamos los datos abarcando hasta fi-nes de 1990. A partir de la base de datos realizamos una estratificacionsocioeconómica.

Los principales resultados que arrojó la primera etapa de la inves-tigación fueron:

1) Los casos acumulados mostraron una mayor concentración enlos estratos altos. Sin embargo, la velocidad con que se incrementaronlos nuevos casos fue mucho mayor en los bajos.

2) La frecuencia del factor de riesgo reportado como causa del sidamostró variantes entre estratos. Considerando únicamente el total decasos de transmisión sexual, el porcentaje de prácticas homosexualesfue más elevado en los estratos medios y altos que en los bajos. En con-traste, el porcentaje de riesgo de transmisión bisexual fue mayor en losestratos bajos que en los medios y altos.

Los resultados anteriores reafirmaron nuestra decisión de realizaruna segunda etapa de trabajo con metodología cualitativa entre los tra-bajadores de la construcción. El fenómeno que nos interesaba estudiarera el de los hombres que tenían relaciones sexuales con otros hombrespero que se identificaban como heterosexuales. A nivel coloquial muchagente hace a menudo referencia a esa conducta. En México es muy evi-dente el juego sexual verbal e inclusive físico permanente que existe en-tre los varones cuando están reunidos. En las cantinas y en los centrosde trabajo donde predomina la presencia masculina, se da una especiede cofradía o complicidad donde además de hablarse de proezas sexua-les, se da un ambiente cargado de sexualidad.

Al nivel de la cultura popular se habla de los “machos calados” olos “machos probados”. Estos son los hombres muy machos, tan machosque tuvieron relaciones sexuales con otro hombre (se presupone que siem-pre en el rol activo), pero además siguieron siendo tan machos comosiempre. Sin embargo nos interesó buscar referencias académicas sobreel tema para continuar con nuestro trabajo.

La búsqueda de bibliografía sobre la cultura sexual de los mexica-nos fue improductiva y frustrante. Prácticamente no había nada. Nosdimos cuenta de que, en la academia, éste no había sido un tema deinterés para los investigadores de las diferentes disciplinas.

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sexualidad: teoría y práctica

II. La mirada desde otro lugar

¿Quién es totalmente buga?2 nadie ¿verdad?LUIS ZAPATA, El vampiro de la colonia Roma

Dejando de lado a la ciencia por un minuto, si la mirada se lleva haciaalgunos escritores mexicanos, se encuentran textos que sin tener queceñirse a las convenciones académicas, pueden, desde otra óptica y sen-sibilidad, mostrar aspectos de nuestra cultura que para el tema que nosocupa resultan fascinantes. A continuación haré referencia a algunospasajes que he seleccionado por la relevancia que tiene en ellos el temade la bisexualidad.

El primer texto de referencia obligatoria es El laberinto de la soledadde Octavio Paz, publicado en 1950. Paz analiza distintos rasgos cultura-les que caracterizan a los mexicanos y trata de ahondar en sus raíceshistóricas.

En el libro habla de los atributos ideales de los hombres y de lasmujeres (tanto de las “buenas” como de las “malas”). Para el mexicano,su hombría es esencial: nunca “se raja”, es estoico, hermético y despreciala muerte. También es mentiroso, pero no sólo para engañar a los demás,sino sobre todo a sí mismo.

En nuestra cultura se ensalza todo lo asociado con la masculini-dad, a la vez que se desprecia lo que se asocia con lo femenino. De ahí sederiva que el homosexual masculino sea “considerado con cierta indul-gencia, por lo que toca al agente activo. El pasivo al contrario es un serdegradado y abyecto” (Paz, O. 1950, p. 43). Esa concepción ambiguasegún Paz se transparenta en el albur, al que define como combate ver-bal, hecho de alusiones obscenas y de doble sentido, donde el vencido, elque no puede contestar, es poseído, violado por el otro, y los espectado-res se burlan de él (Idem., p. 43).

En sus reflexiones sobre la palabra esencialmente mexicana “chin-gar”, explica sus implicaciones y significados. Chingar es ejercer unaviolencia sobre el otro, “es un verbo masculino, activo, cruel: pica, hiere,desgarra, mancha. [.... ] La idea de violación rige obscuramente todos sussignificados” (Idem., p. 85).

2 Heterosexual.

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Paz opina que el mexicano tiene ciertas inclinaciones homosexua-les, que se perciben entre otras cosas por el gusto que tiene por las cofra-días cerradamente masculinas. Pero, agrega: “cualquiera que sea el origende estas actitudes, el hecho es que el atributo esencial del macho, la fuer-za, se manifiesta casi siempre como capacidad de herir, rajar, aniquilar,humillar” (Idem., p. 90). 0 sea, chingarse al otro.

Existen otros textos literarios de ficción que ilustran el tema de labisexualidad mexicana.

En 1964, Vicente Leñero publicó su novela Los albañiles. En ella unviejo velador es asesinado en una construcción. A lo largo del libro sepresenta a todos los personajes de la obra que pudieron tener motivospara matarlo. El viejo —don Jesús— es un hombre que se presenta a símismo como enfermo y desvalido, pero que por la espalda siempre tratade perjudicar a los que lo rodean. La persona sobre la que tiene másinfluencia es Isidro, un joven peón de 15 años al que entretiene y enredacon sus historias. El joven se queda por las noches a compartir la bodegacon él. A lo largo de la novela va quedando claro que tiene relacionessexuales con él, al tiempo que le va aconsejando cómo tratar a las muje-res y cómo hacer para que su novia no se le resista. Aprovechando laconfianza que le tiene el joven, le pide que le lleve a la novia y que los dejesolos para que la aconseje. El viejo aprovecha la ocasión para violar a lamuchacha. Cuando Isidro va a reclamarle a Jesús sus actos, el viejo lohumilla diciendo: “Me falta decirte una cosa. A los que son como tú se lesdice putos” (Leñero, V., 1964, p. 158).

Cuando se hace la investigación, e Isidro es uno de los sospechosos,el detective le dice: “El velador necesitó explicarte cómo son las mujeres;necesitó enseñarte las caricias que debías hacerles para ponerlas aguadasantes de ya; en forma parecida a como él hizo contigo”. Luego lo acusa dehaber matado a don Jesús para: “demostrarles a los otros albañiles perosobre todo a ti mismo que no eres maricón” (Idem., p. 233).

En 1979 aparece la novela de Luis Zapata El vampiro de la coloniaRoma sobre el ambiente gay de la ciudad de México. En ella hace variasalusiones a la bisexualidad. Al hablar de su hermano, el protagonistarelata que en una época vivió en pareja con una “loca” diciendo: “ y esoque es ‘buga’ (heterosexual), [...] ahora él está casado y tiene hijos” (Za-pata, L., 1979, pp. 47-48). Más adelante otro personaje de la novela, Ado-nis, se empieza a dedicar a la prostitución. Uno de sus tantos clientes lecuenta que anda con un hombre y con una mujer. El hombre quiere que la

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relación sea más estable pero él se resiste porque le dice : “pero yo pustengo a mi novia y no la quiero traicionar” (Idem., p. 82).

En otro pasaje cuenta como a él y sus amigos los detienen unospolicías, con los que terminan teniendo relaciones sexuales. Lo mismosucede con un amigo suyo travesti; al ser levantado por un hombre, elhombre se enfurece al darse cuenta de que no es mujer, pero terminateniendo de cualquier manera una relación sexual con él: “¿a poco creesque se iba a quedar con las ganas?” (Idem., p. 210).

Ya hacia el final de la novela habla de la nueva colonia a la que semuda. Dice que es la más homosexual de México... “hay en cada cuadracientos de tipos que son de ambiente (homosexuales), eso sin contar a losque no son de ambiente, pero que también jalan”.

Un tercer ejemplo es el cuento “El Rayo Macoy” de Rafael RamírezHeredia, aparecido en 1984.

En él un hombre de origen humilde comienza a destacar en el boxhasta que se vuelve el campeón nacional de su peso. Una noche de farrase va con su pandilla de amigos incondicionales, que siempre lo rodean,a un cabaret a tomar copas. Ahí se le sienta una rubia; uno de sus amigosya borracho le dice “al oído que se cuidara porque se le hacía que esapinche güera es machimbre y el Rayo nomás levantó los hombros y serestregó con las manos la entrepierna y entre carcajadas: si el hoyo esblanco no importa de quién” (Ramírez, R., 1984, p. 47). A continuaciónpide la siguiente ronda de tragos. Hacia el final del cuento, en un impul-so estando en Acapulco, se casa con una “vedette” en gran fiesta en suhotel. Ya en el cuarto con la novia, antes de haber hecho el amor con ellapor primera vez, prefiere mejor dejarla ahí e irse a seguir festejando consus amigos. El cuento termina en la fiesta con el Rayo besando en la bocaal “Cascabel”, un travesti, y bebiendo con él de la misma copa mientraslo va desnudando.

III. La mirada desde la academia

En tiempo de guerra cualquier hoyo es trincheraREFRÁN POPULAR

Cuando empezamos nuestro proyecto, si existía poca bibliografía so-bre sexualidad en general, sobre bisexualidad prácticamente no habíanada. Quizá la única excepción fueron las investigaciones de JosephCarrier.

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Al paso de los años y a raíz del surgimiento de la epidemia del sidahan ido apareciendo algunas investigaciones sobre la conducta bisexual,sobre todo en relación al riesgo que representa para la transmisión delVIH. Estas investigaciones han sido hechas con distintas metodologías yhan implicado distintas formas de concebir y aun de definir el fenómenode la bisexualidad.

A continuación ofrecemos un panorama de lo que hasta ahora seha realizado en torno a este tema, lo que permitirá ver nuestro trabajo ElSIDA en los estratos socioeconómicos de México, dentro del contexto de lainvestigación en México.

1. Investigaciones cualitativas sobre la homosexualidad en México

Cualquier hoyo, aunque sea de polloREFRÁN POPULAR

El antropólogo norteamericano Joseph Carrier comenzó a trabajar enMéxico a partir de 1968, mucho antes de que se registraran los primeroscasos de sida en el mundo, y es uno de los precursores del estudio de lacultura sexual en México.

El, al igual que otros autores como Lumsden y Prieur, trabaja entorno a la construcción social de los géneros en México. Estos autorescoinciden en que en la sociedad mexicana los roles y los ideales cultura-les que norman la conducta de la población son sumamente rígidos yestereotipados y dan lugar a una doble moral sexual, a la vez que confi-guran las distintas identidades de los hombres que tienen relacionessexuales con otros hombres.

Carrier eligió la ciudad de Guadalajara para realizar su trabajo,Lumsden la ciudad de México y Prieur Ciudad Netzahualcóyotl, que esuna zona conurbada contigua a la ciudad de México. Estos tres autoresutilizan básicamente técnicas de investigación cualitativa, sobre todo laobservación participante.

Se dan muchos puntos de convergencia entre estos autores. Con-cuerdan en que existe una valoración exagerada más que de la masculi-nidad, de la hipermasculinidad, que en México tiene su expresión en elmachismo. En consecuencia, se desvaloriza todo lo femenino, incluyen-do a los hombres afeminados u homosexuales.

Estos autores coinciden en que en México es muy fácil para loshombres que lo desean tener relaciones sexuales con otros hombres. Loque posibilita esta conducta es que no se estigmatiza al varón que parti-

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cipa en esas relaciones siempre y cuando lo haga en el rol activo. Estaconducta no se considera homosexual e inclusive puede ser vista comoun acto que reafirma la masculinidad. La autoimagen masculina no seve amenazada.

Lo contrario sucede con el hombre que se deja penetrar. El es elúnico que es visto como homosexual. De hecho, con esta conducta lo quese da es un respeto a los roles de género, que no se cuestionan ni setrastocan.

Carrier, como parte de su análisis de la construcción social del gé-nero, describe el proceso de socialización de los mexicanos y la forma enla que éste interactúa en los grupos sociales de bajos ingresos económi-cos. Una de las consecuencias que más destaca es que el coito anal es lapráctica más frecuente en las relaciones sexuales entre los hombres mexi-canos y que existe la tendencia a la especialización de roles, ya sea en elpapel insertivo o en el receptivo. Si un individuo desempeña ambos ro-les, la tendencia es que no lo haga con la misma persona. Muchas veces,lo que determina quién se deja penetrar es cuál hombre es más femenino.Esto se vería confirmado por el hecho de que a los hombres que desempe-ñan los dos roles se les dice internacionales, que según Carrier mostraríael origen extranjero de esta práctica (Carrier, J. M., 1989b, p. 231).

En sus trabajos, en colaboración con Magaña, sobre la población deorigen mexicano en los Estados Unidos, ha encontrado que cuando loshombres se han aculturado o han sido socializados en México, presen-tan la tendencia antes descrita, a diferencia de los que han sido sociali-zados en los Estados Unidos. En los segundos se nota una menorespecialización de roles y una mayor participación en otro tipo de prác-ticas sexuales (Magaña J. R. y J. M. Carrier, 1991, p. 430).

Una de las afirmaciones más audaces (y probablemente exagerada)que hace Carrier es que: “los factores culturales y la conducta homo-sexual que hemos descrito sugieren que un porcentaje relativamente altode varones mexicanos, tal vez la mayoría, han participado en encuen-tros homosexuales alguna vez en su vida” (Carrier, J.M., 1976, pp. 119-120). En otro texto posterior matiza esta afirmación al señalar que el 30%de los mexicanos entre los 15 y 25 años ha tenido alguna historia derelaciones bisexuales (Carrier, J. M., 1985, p. 81).

Al aparecer el sida, Carrier siguió su trabajo analizando (entre otrostemas) las consecuencia que tiene la cultura sexual mexicana en la trans-misión del VIH/sida (Carrier, J. M., 1989a).

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Ian Lumsden se propone realizar una investigación comparativa enCosta Rica, Cuba y México sobre las condiciones sociales en las que se dala homosexualidad y su relación con el Estado. En 1991 publicó la partereferente a México, titulada “Homosexualidad, sociedad y estado en Méxi-co”. Lumsden realizó una revisión bibliográfica muy extensa, además depasar una temporada en México investigando el ambiente homosexual.

Él, a diferencia de Prieur y Carrier, revisa el proceso histórico, des-de la época prehispánica, a partir del cual se llegaron a construir social-mente en México los roles tan estereotipados y rígidos que existen. Resaltael rasgo machista que asocia la dinámica de los conquistados en la que ala vez que se valora la invulnerabilidad, existe la obligación de abusardel más débil. Según Lumsden, de aquí se deriva la legitimidad para queun macho pueda tener relaciones sexuales en el rol activo con un homo-sexual pasivo (p. 20). Está tan sólo aprovechando una oportunidad quese le presenta y al hacerlo no se le ocurre cuestionar su masculinidad.

Uno de los aportes más interesantes que hace Lumsden es su análi-sis de cómo la clase social, el origen rural más o menos remoto y la in-fluencia del movimiento gay estadounidense configuran la diversidadde las prácticas homosexuales y bisexuales en México.

Existen grandes diferencias en las identidades de hombres que tie-nen relaciones sexuales con otros hombres. El las clasifica en: rural/indígena, urbana/provincial (con un amplio espectro) y metropolitano/cosmopolita. Es este último el que ha estado en contacto con el movi-miento y discurso gay norteamericano, con sus maneras de regular susexualidad, y el que más se le parece. Es aquí donde la especializaciónentre roles activos y pasivos es menos rígida.

Entre esos tipos extremos se encuentra la mayoría de la poblaciónurbana, ya sea que viva en ciudades pequeñas o grandes. En general,predominan los valores mestizos que han condicionado las expresionesde la homosexualidad, tanto públicas como privadas. Las públicas sue-len estar muy estigmatizadas y en las privadas el agente activo tiende aser dominante y opresivo.

La bisexualidad en México toma una variedad de formas que vandesde los varones casados que tienen parejas homosexuales, y estánconscientes de que erotizan a otros varones, hasta los mayales3 que sólo

3 Otros autores no están de acuerdo con que el mayate únicamente tienerelaciones sexuales con otros hombres a cambio de beneficios materiales. En general

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tienen relaciones sexuales si se les retribuye con algo, o los bugas4 quesólo las tienen después de haberse emborrachado. Enmedio hay consi-derables cantidades de varones que frecuentemente tienen relacionessexuales con otros hombres sin cuestionarse siquiera su sexualidad enel proceso (Lumsden, 1, 1991, p 46).

Lumsden cita a González Block, según el cual existe el acuerdoentre sociólogos sobre el alto grado de bisexualidad entre los mexicanos,que posiblemente sea uno de los más altos de América Latina y sin dudamayor que en los Estados Unidos.

La investigación de la socióloga noruega Annick Prieur fue realiza-da en México entre 1988 y 1992. Su objeto de estudio fue un grupo devarones homosexuales de estratos sociales sumamente bajos, la mayoríade ellos travestis o de apariencia muy afeminada, muchos de los cualesse dedican a la prostitución masculina. Prieur realizó una compleja et-nografía de este grupo, abordando una problemática muy diversa. Unode los aspectos que investigó fue el relacionado con los hombres quetienen relaciones sexuales con las “muchachas” de ese grupo, pero quese consideran a sí mismos y son socialmente vistos como heterosexuales.

Prieur opina que los homosexuales de las clases bajas son tan afe-minados en respuesta a la rígida construcción social de los roles sexua-les. Muchas veces ellos mismos exageran sus rasgos femeninos paraatraer a los hombres y como señal de que están disponibles.

Muchas veces, los travestis presumen de su habilidad para ligarsea “verdaderos hombres”. Entre más masculina sea su pareja, más feme-ninos se sienten. Estos homosexuales muchas veces viven por tempora-das largas con hombres que luego los dejan para casarse o vivir con unamujer. En esas relaciones en general toman el rol pasivo o por lo menospretenden hacerlo.

se llama mayate al hombre que, identificándose como heterosexual, además de tenerrelaciones sexuales con mujeres, las tiene con hombres (Prieur, Hernández). JuanCarlos Hernández en su trabajo cita la explicación que Juan Carlos Bautista da alorigen del término: mayate viene del náhualt mayetl. Designa al escarabajo esterco-lero que empuja la mierda y se trata de un coleóptero carábido mexicano.

4 Otros autores manejan el término “buga” para designar a los hombres estric-tamente heterosexuales. También se ha usado el término “chacal” para hablar de loshombres “heterosexuales” que se burlan mucho de los homosexuales y sólo tienenrelaciones con ellos ya muy alcoholizados.

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Uno de los aportes más interesantes de Annick Prieur es que en-cuentra que aunque un hombre tenga relaciones sexuales con un hombreafeminado sin ser considerado homosexual ni tener conflictos de identi-dad, la conclusión de que ésta no es una conducta estigmatizada eserrónea y afirmarlo es sobresimplificar. Ella, a diferencia de los autoresanteriores, le dedica atención a ese problema. Considera que esa conduc-ta no tiene aceptación moral general. Los contactos entre hombres “hete-rosexuales” y gays no se hacen abiertamente a menos que sea en un sitiodonde todos estén “iniciados”. No es que la apariencia afeminada de losgays los engañe. Más bien se engañan a sí mismos.

Para ella, la manera en la que se da ese tipo de relaciones sexualespermite que tal actividad se dé a un nivel no verbal y sólo semi conscien-te (lo cual tiene serias implicaciones para la prevención).

Se trata de un secreto colectivo entre hombres, justificado ante símismos, más que por el hecho de que sea moralmente aceptable, por elhecho de que muchos lo hacen.

Otro aporte interesante es que, aunque los mayates nunca admitanque han sido penetrados, a ella le dijeron algunos de sus informantestravestis que sí hay mayates que se dejan penetrar.

2. Investigaciones en curso

Veracruz es la tierra del aguacate: el que no es puto es mayateREFRÁN POPULAR

En la actualidad, Juan Carlos Hernández está llevando a cabo una in-vestigación titulada: “Homofobia: causa de prácticas sexuales de altoriesgo en la adolescencia y juventud temprana”. Este trabajo lo está rea-lizando a través de entrevistas individuales, cuestionarios y dos entre-vistas grupales a 20 jóvenes en el estado de Veracruz, donde buscacorrelacionar la homofobia con los embarazos no deseados y con lasprácticas de alto riesgo para la infección por VIH.

Parte del supuesto (basándose en Lancaster) de que el estigma de lahomosexualidad es un “elemento estructurante de la conformación delgénero masculino en las culturas del machismo” (Hernández, J., 94 p. 4).Las consecuencias más graves que conlleva este fenómeno son que loshombres que tienen relaciones sexuales con otros hombres se ven orilla-dos a tener “encuentros anónimos, casuales y bajo las sombras”. Estaconducta implica desde tener que ocultarse, hasta tener que demostrarde diversas maneras la hombría. Esto puede implicar o no llevar condo-

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sexualidad: teoría y práctica

nes cuando un hombre va a tener relaciones sexuales con otro hombre(ya que implicarían un nivel de aceptación, planeación y de concienciade su conducta), o embarazar a una mujer.

Uno de los aspectos más interesantes de este proyecto es que es delos pocos que se plantean abordar la problemática de la bisexualidadmasculina entre varones que se consideran heterosexuales. En el plan-teamiento de su proyecto dedica un capítulo a describir este fenómenoen el estado de Veracruz, donde asegura que es una práctica muy común.

3. La mirada gubernamental

Dentro del marco de los esfuerzos gubernamentales por disminuir elimpacto de la epidemia del sida en México, se ha realizado mucha inves-tigación de diversa naturaleza. Parte de estas investigaciones se hanrealizado en CONASIDA (la agencia nacional de lucha contra el sida), enel Instituto Nacional de Salud Pública (INSP), en la Dirección de Epide-miología y en el Instituto Nacional de Diagnóstico y Registro Epidemio-lógico (INDRE).

Gran parte de la investigación se ha dirigido a definir patrones decomportamiento sexual y a definir conductas de riesgo, a elaborar unaproyección de la epidemia y de su crecimiento y a tratar de prevenir latransmisión del VIH/sida a través de campañas educativas de diversaíndole.

Esas instituciones han realizado encuestas sobre comportamientosexual dirigidas a diferentes sectores de la población. Asimismo se hanhecho encuestas centinela para determinar seroprevalencias en la po-blación general y en grupos específicos.

Desde los inicios de la epidemia en México se vio que los hombrescon prácticas homosexuales y bisexuales eran los que concentraban elmayor número de casos. Esto los convirtió en objeto de estudio. Una delas limitaciones que tiene la mayoría de los estudios es que sistemática-mente agruparon a esos dos sectores y a los sujetos de las encuestas seles buscaba en los lugares de reunión de los varones homosexuales. Estoimplica un cierto sesgo, ya que se está abarcando sobre todo a una pobla-ción (autoidentificada) que tiene conciencia de estar participando enrelaciones homosexuales. Otro lugar de reclutamiento fueron los centrosnacionales de información y detección del sida, donde se abordaba a losvarones que iban a hacerse pruebas de VIH. Esto implica poblaciónautoseleccionada que tiene alguna conciencia de haber tenido prácticas

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de riesgo. Sin duda, los resultados de estas investigaciones son impor-tantes, pero dejan fuera a amplios sectores de la población masculinaque están teniendo relaciones sexuales con otros hombres, aunque seidentifican como heterosexuales, y no tienen conciencia de riesgo.

En un primer momento, lo que predominó en la investigación fue-ron estudios de Conocimientos, Actitudes y Prácticas (CAPs) que se hi-cieron en colaboración con el Population Council y arrojaron sobre todoinformación estadística. Se hicieron estudios CAPs en 1988 sobre variostemas, entre ellos, sobre hombres homosexuales y bisexuales en seis ciu-dades del país que sirvieron como base para varios trabajos e interven-ciones posteriores. Al paso de los años se han ido realizando nuevasencuestas, en su mayoría no representativas. Para dar una idea del con-tenido de los trabajos de este tipo, presento un cuadro sencillo en el queelijo únicamente algunos de los datos publicados en ellos.

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Existen algunos trabajos que se diferencian de la mayoría de losartículos arriba señalados. Dos de ellos se publicaron como capítulos enlibros sobre el tema específico de la bisexualidad: el primero, realizadopor Lourdes García y colaboradores forma parte de un volumen con unaperspectiva global. En él se propone una tipología de los bisexuales enMéxico donde se definen nueve tipos que van desde el gay de clóset quepor cubrir las apariencias ocasionalmente tiene relaciones sexuales he-terosexuales, pasando por distintos tipos de prostitutos, hasta la bisexua-lidad situacional por la falta de acceso a mujeres o la indígena que puededeberse a ritos de iniciación. Asimismo, se resume la informaciónepidemiológica entre 1985-1990 para hacer una estimación sobre la fre-cuencia con la que los hombres autoidentificados como homosexualestienen prácticas bisexuales y se reseñan sus variables sociodemográfi-cas y sus prácticas sexuales. También se correlaciona la conducta bi-sexual con la epidemia del sida.

El segundo aparece en una antología sobre sexualidad humana, enla que el doctor José Antonio Izazola presenta el capítulo referente a estetema y dedica un apartado a México. En este capítulo, Izazola hace unarevisión teórica sobre la bisexualidad que incluye diversas clasificacio-nes sobre el fenómeno. En el inciso que le dedica a la bisexualidad mas-culina en México, además de referirse a la tipología que se propone en eltrabajo de García, hace una reseña de varias de las investigaciones sobreeste tema que él ha dirigido o en las que ha participado.

El tercero es el proyecto “Modificación de la conducta de riesgo enhombres bisexuales de la ciudad de México” (Influencing risk behaviorsof bisexual men in Mexico) que ha realizado durante los últimos cuatroaños el doctor Izazola en colaboración con la doctora Katherine Tolbertdel Population Council con financiamiento del National Institute of ChildHealth and Human Development (NICHHD). Este trabajo tiene como ob-jetivos generales conocer las características de la conducta bisexual yprobar el modelo teórico de “influencia social” como modelo adecuadopara el diseño de programas de prevención.5 Como parte de ese proyecto,para determinar conductas sexuales específicas, se hizo entre julio de1992 y marzo de 1993 un estudio sobre el comportamiento sexual de

5 Comunicación personal de la doctora Tollbert.

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sexualidad: teoría y práctica

hombres entre 15 y 60 años en la ciudad de México. Este trabajo consistióen un muestreo aleatorio y probabilistico de hogares basado en el CensoGeneral de Población y Vivienda de 1990. Los resultados de este trabajoaparecieron a finales de 1994 en la publicación de CONASIDA: “Compor-tamiento sexual en la ciudad de México. Encuesta 1992-1993”.

Con base en los datos que han ido obteniendo de su proyecto, queincluye grupos focales y entrevistas a profundidad con muestras de con-veniencia [convenience samples] hechas con hombres que admitieron te-ner prácticas bisexuales, con fondos de la Organización Panamericanade la Salud (OPS), realizaron un video educativo sobre bisexualidad lla-mado De chile, de dulce y de manteca. Asimismo, han presentado ponen-cias y carteles en forma conjunta en los congresos internaciones sobresida. En el momento actual están a punto de finalizar el proyecto.

4. Coincidencias, divergencias e interrogantes

Los trabajos académicos reseñados coinciden en algunas conclusiones ydifieren en otras; quizá lo que resulta evidente es que, a pesar de losgrandes esfuerzos que se han hecho, queda mucho por ser investigado.Una de las cosas que aparece clara es que un porcentaje relativamentealto de los hombres autoidentificados como homosexuales, ha tenido otiene relaciones sexuales con mujeres. Lo que queda menos claro es laimportancia relativa que tiene la conducta bisexual como puente de en-trada a la población heterosexual (Hernández, M. y colaboradores, 1992,p. 893; García, Lourdes y colaboradores, 1991, p. 58). A investigadorescomo Izazola les preocupa “que esté aumentando el estigma justamentepor culparlos” de esta situación. Para él queda por ser definida la mag-nitud y la validez de ese presupuesto.

Un punto que se señala en el artículo de Hernández (op. cit., p. 893)es que aparentemente los varones con prácticas bisexuales parecen teneruna probabilidad un poco más baja pie infectarse que los varones conprácticas exclusivamente homosexuales. Lo que .queda todavía comoincógnita es si en las relaciones sexuales entre hombres los que tienenmenos riesgo de infectarse son los hombres que practican exclusivamen-te uno de los dos roles, ya sea el insertivo o el receptivo, y que lo contrariosucede con los que tiene una conducta mixta, como lo indican trabajosde Hernández (Hernández, M. y colaboradores, 1992, p. 892) y los deIzazola (Izazola, J. A. y colaboradores, 1991, p. 621) en México; yTrichopoulos, Sparos y Petridou en Medio Oriente (1988, cit. por Carrier,J. M. y R. Bolton, 1991, pp. 16-18).

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Un punto especialmente polémico es si existe o no una tendencia ala especialización de roles entre varones con prácticas homosexuales.En casi todas las investigaciones cuantitativas se muestra que casi noexiste esta especialización, a diferencia de las cualitativas. Lo que quizáqueda por aclarar es si los resultados no dependen, en parte, de que enlos estudios cuantitativos se aborda sobre todo a la población autoiden-tificada como homosexual. ¿No será porque mucho del reclutamiento sehace a través de grupos del movimiento gay o en bares a donde sólo vagente de clase media?6

En algunas investigaciones se analiza si es que en las relacionesbisexuales el condón se usa más en un tipo de prácticas que en otras, ocon un sexo más que con otro; pero un hecho que resulta claro en todaslas investigaciones y que tiene serias implicaciones para la prevencióndel sida es que el uso del condón es relativamente bajo.

IV La investigación “El SIDA en los estratos socioeconómicos deMéxico” en el contexto de la investigación sobre

prácticas bisexuales en México

Con un albañil que esté bueno todas decimos: ay, pues ya bañadito yo melo echo, y a últimas ya ni bañadito. Ya con el vino hasta se te olvidó el baño

TESTIMONIO DE VANESSA (travesti)

El trabajo “El SIDA en los estratos socioeconómicos de México” (Gonzá-lez Block, M. y A. L. Liguori, 1992) combinó métodos cuantitativos ycualitativos.7 Esta investigación, a diferencia de la mayor parte de lasque hemos reseñado, no parte de grupos autoidentificados como conprácticas homosexuales o autoselecionados por considerarse en riesgo;aborda la problemática de la bisexualidad en México a partir de un gru-po de la población de estratos bajos de hombres que se identifican comoheterosexuales y que sin duda comparten rasgos con muchos otros hom-bres de su misma condición social.

6 Estos dos círculos, como Lumsden señala, están más en contacto con elmovimiento gay americano y posiblemente hayan adoptado prácticas más “demo-cráticas”.

7 En este trabajo únicamente se presenta el capítulo etnográfico realizado contécnicas cualitativas.

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sexualidad: teoría y práctica

Este trabajo surge dentro del marco de los intentos por disminuir elimpacto del VIH/sida, pues necesitamos ahondar en las prescripcionesculturales para ser capaces de elaborar estrategias más exitosas en laprevención de esta enfermedad. Esto nos lleva a preguntarnos qué impli-caciones tienen los resultados de la investigación para el diseño de inter-venciones.

En México se ha visto una disminución de la importancia relativade la transmisión homosexual. En los primeros años de la infección,representaba arriba del 70% de los casos. A finales de 1994 representó el33.2%8 de los casos acumulados. Sin embargo, los casos registrados enpoblación que reporta conducta bisexual han oscilado prácticamenteentre el 20 y el 25%, y representan, a finales de 1994, el 23.5%9 del total delos casos acumulados.

Los datos estadísticos (incluyendo los de la población de origen mexi-cano y latino en los Estados Unidos), aunados a la evidencia etnográficarecolectada en México, hacen ver la importancia que tiene la conductabisexual en el contexto de la epidemia del sida, a pesar de la advertenciaque hacen algunos investigadores y activistas10 en el sentido de que pue-den estar sesgados los datos estadísticos debido al estigma asociado conla homosexualidad y que puede llevar a muchos varones homosexualesa reportarse como bisexuales o heterosexuales.

Es importante que no se pierda de vista el fenómeno que hemosinvestigado. Se refiere a los varones que identificándose plenamente comoheterosexuales, tienen relaciones sexuales con otros hombres. Es necesa-rio tener presente la manera en que la estratificación social interactúacon la diversidad sexual en nuestra sociedad, como atinadamente seña-lan Lumsden y Carrier. En nuestro trabajo nos hemos abocado sobretodo a la población de estratos bajos, ya que pensamos que la conductaque describimos está más asociado a ese grupo. El fenómeno de la bi-sexualidad donde existe una indefinición del sexo del objeto del deseo,nos parece que representa una problemática diferente.

En el caso de la población de estratos bajos, se aúna el mandatocultural a los hombres de tener una vida sexual intensa y variada, y las

8 Boletín Mensual sida/ETS, año 8, núm. 12, dic. de 1994. INDRE, México.9 Idem.10 Comunicación verbal de Juan Jacobo Hernádez.

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limitaciones económicas que restringen de manera importante el acceso aparejas heterosexuales, con un tercer factor, que es la no estigmatizaciónde la relaciones activas con otros varones. Los hombres de clase media yalta, sin limitaciones económicas, que buscan sexualmente a otros varo-nes, es porque están eligiendo hacerlo. El hombre aparentemente bisexual,puede ser realmente homosexual y ocultar su preferencia por presionessociales; o puede tratarse de un hombre que indistintamente desea a hom-bres y a mujeres y busca relacionarse con personas de cualquier sexo.11

En el campo de la sexualidad quedan muchas interrogantes.12 Porsólo mencionar algunas, valdría la pena explorar si los hombres de es-tratos bajos, en caso de poder elegir sin que lo económico sea una restric-ción ¿preferirían tener relaciones sexuales con mujeres o con hombres?¿Están “utilizando” al otro hombre como si fuera mujer, o desean tam-bién a los hombres y se engañan a sí mismos?

Otra cuestión sobre la que se necesita ahondar es si existe diferencia,y de existir en qué consiste, entre los hombres que se relacionan sexual-mente con mujeres y con hombres, y aquellos de apariencia masculinaque únicamente se relacionan con hombres. Estos últimos ¿que identi-dad tienen?, ¿cómo son percibidos por sus familiares y amigos?, ¿cómo losidentifican los otros hombres con los que se relacionan sexualmente?

Al margen de que se vayan aclarando las interrogantes que quedanpor ser respondidas es necesario ir avanzando en alternativas educati-vas para la población que hemos estado estudiando.

Los resultados de varias investigaciones sugieren lo señalado porCarrier en cuanto a que en México, sobre todo en los estratos bajos, se dauna tendencia hacia la especialización de roles en insertivo y receptivo(o activo y pasivo). Lumsden señala cómo esto se modifica en poblacio-nes de las clases más altas en contacto con el movimiento gay norteame-ricano. Asimismo, se ha documentado una preferencia por el coito analen comparación con otras poblaciones, como la anglosajona.

11 El concepto de bisexualidad plantea dificultades teóricas desde la perspec-tiva psicoanalítica que no es posible abordar aquí por falta de espacio.

12 Algunas de las incógnitas son por ejemplo si la bisexualidad es una manerade enmascarar un deseo homosexual o si se trata de un tercer posicionamiento deldeseo. Esta cuestión teórica tiene su propio desarrollo. Los investigadores en sida seenfrentan con dilemas más prácticos.

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sexualidad: teoría y práctica

VI. Implicaciones de las investigaciones sobre las prácticasbisexuales en México para las intervenciones

Siendo agujero aunque sea de caballeroREFRÁN POPULAR

En México la necesidad de educar a la población se topa con obstáculosconsiderables. El problema de la conducta bisexual implica ofrecer alter-nativas de modificación de conducta a tres actores diferentes con distin-tos grados de riesgo:

1) Los hombres que se identifican como homosexuales.

2) Los hombres que se identifican como heterosexuales, pero llevana cabo prácticas homosexuales.

3) Las mujeres parejas de los hombres que tiene conducta bisexual.Los problemas que deben enfrentarse se refieren sobre todo a:1) Distintos grados de vulnerabilidad biológica y social.

2) Conciencia de riesgo.

3) Posibilidades de modificar la conducta de riesgo.Se ha documentado ampliamente cómo las prácticas sexuales de

mayor riesgo son para las personas que en primer término reciben elsemen en el coito anal desprotegido y en segundo en el coito vaginal.Esto, significaría en términos generales un mayor riesgo para los hom-bres que practican el rol receptivo y para las mujeres. Aquí es necesarioexplorar más a fondo los argumentos de Trichopulus, Sparos y Petridou,los de Izazola y los de Hernández en cuanto al riesgo reducido entre lapoblación masculina que consistentemente se especializa en uno de losdos roles.

En cuanto a la conciencia de riesgo, probablemente los que están enla posición más favorable son los varones que se identifican como ho-mosexuales. Muchos de los esfuerzos educativos se han dirigido a estapoblación. La prensa amarillista y la desinformación que asoció pormucho tiempo al sida con los homosexuales tuvieron el terrible efecto dedespertar reacciones de homofobia violenta, pero coadyuvaron a quelos hombres conscientes de sus prácticas homosexuales cobraran rápi-damente conciencia de su riesgo. Lo contrario ha sucedido con otrossegmentos. Esto ha dejado desprotegidos a grandes sectores de la po-blación. Por un lado, están las mujeres casadas o unidas en relacionesestables y monógamas que no saben o no quieren saber lo que sus ma-

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ridos hacen.13 Por otro lado, están los varones que se identifican comoheterosexuales, a quienes ni se les ocurre pensar que puedan ser vulne-rables al VIH. Si a esto agregamos la evidencia de la existencia de losmecanismos de negación tanto psicológicos como culturales de los mexi-canos, la situación se vuelve grave.

En algunos estudios sobre conocimientos y prácticas, se ha vistoque la población que tiene prácticas homosexuales y que se identificacomo homosexual tiene un buen nivel de conocimientos sobre el sida,sin que esto implique un cambio en las conductas sexuales (Ramírez J. ycolaboradores, 1994, p. 168).

Aunque se ha constatado que se ha dado un aumento en el uso delcondón, éste todavía está lejos de generalizarse, como se ha podido veren los artículos aquí reseñados.

En cuanto a la posibilidad de lograr cambios de conducta de loshombres y las mujeres que no han tomado conciencia del riesgo, el pri-mer problema que se plantea es cómo cambiar esa situación. Un elemen-to indispensable es la existencia de campañas generales para generaresa conciencia. Estas, a pesar de haber sido inconstantes, han existido yla población en general ha oído hablar del sida y tiene alguna informa-ción. El problema es que no se han hecho campañas específicas dirigi-das a las mujeres unidas y a los hombres de los que hemos estadohablando. Esto se debe a distintos tipos de problemas.

Existen barreras morales que dificultan la posibilidad de abordarexplícitamente la información que sería necesario ventilar para crearmensajes dirigidos a esos segmentos de la población. La derecha conser-vadora, que además tiene gran influencia económica en los medios, di-fícilmente lo permitiría. Hablar de la infidelidad masculina y de queparte de esa infidelidad puede darse con otros hombres, es impensable.Hay que recordar que estamos en un país en el que a duras penas sepuede hablar del condón.

Las que posiblemente están todavía en la peor situación siguensiendo las mujeres, porque aun las que sí tienen conciencia de estar enriesgo, no tienen el poder social para protegerse. Para muchas, la única

13 La problemática específica de las mujeres es muy compleja y no es posibleahondar más en ella en este espacio.

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práctica de riesgo es tener relaciones sexuales con su marido o parejaestable. Es todavía más difícil pensar en campañas dirigidas a ellas, quereduzcan el impacto del VIH y del sida.

Una experiencia concreta de intervención

Andando de cacería, de lagartija p’arriba todo es piezaREFRÁN POPULAR

El diseño de campañas específicas presenta grandes dificultades. Existeel problema de cómo tener acceso a las poblaciones que necesitan lainformación. En el caso específico de los trabajadores de la construcciónse realizó una campaña educativa, pero no ha sido posible hacer unaevaluación de su eficacia. La Cámara de la construcción agrupa a ungran número de trabajadores. Ellos aglutinan al sector formal de la cons-trucción. Esto comprende sobre todo a las grandes empresas constructo-ras del país y a los empleados se les pagan las prestaciones que marca laley. Sin embargo, sólo una parte (probablemente la minoritaria) de lagente que se dedica a esta actividad está inscrita en la Cámara.

En 1992, me presenté a la Cámara de la construcción con los resul-tados de nuestra investigación para hacerles ver que era necesario que serealizara una campaña educativa entre sus agremiados. Traté de hacer-les ver también que a la larga les iba a afectar de manera importante laepidemia del sida, ya que la población en la que más incidía era la queestaba en edad productiva y sobre todo de la clase trabajadora (el sida yase convirtió en la cuarta causa de muerte en varones de 25-34 años en elpaís).

La Cámara cuenta con un departamento de capacitación que organi-za diferentes tipos de talleres por los que pasan 400 000 trabajadores de laconstrucción al año. Como mostraron interés, los puse en contacto con eldepartamento de capacitación de CONASIDA, que diseñó una estrategiaconjunta. No estuvo dentro de sus posibilidades hacer campañas educati-vas especificas muy elaboradas. Lo que se hizo fue instruir a suscapacitadores en el tema del sida y las maneras de prevenir el contagio.

Como parte del curso a los capacitadores, fui invitada a exponerleslos resultados de mi trabajo. La experiencia fue muy interesante, ya quela mayor parte de los participantes relató situaciones de las que fuerontestigos de la conducta bisexual de los trabajadores de la construcción.

Además de la información que se da en algunos de los talleres, sediseñó en forma conjunta un manual que se ha repartido extensamente

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entre albañiles, y un equipo de CONASIDA realizó una campaña en laque visitó 25 obras de construcción con lo que llegaron a más de 1 800albañiles. En estas visitas los trabajadores mostraron gran interés.14 Seha planteado seguir adelante con este trabajo.

Esta experiencia podría extenderse a otros gremios que se encuen-tran organizados, como diversos tipos de sindicatos nacionales que agru-pan a mucho personal que sin duda comparte los rasgos culturales y lasnormas que hemos descrito. Sería sin embargo necesario crear materia-les sensibles culturalmente y hechos de tal manera que fueran acepta-bles para las y los trabajadores.

Otro acercamiento posible es el que sugiere Carrier para los hom-bres de origen mexicano en los Estados Unidos: procurar que sean loscompañeros sexuales de los hombres que se consideran heterosexualeslos que los eduquen, como parte de un trabajo de activismo (Carrier, J. M.y R. Magaña, 1991, p. 200). Esto parece remoto, ya que en México todavíase reportan porcentajes bajos de uso sistemático del condón. Sin embar-go, ésta es una labor que podrían hacer todos los grupos que están traba-jando con varones homosexuales.

Una labor que es fundamental es la de ir cambiando la imagen delcondón que en nuestro país todavía se asocia a las enfermedades vené-reas, a la disminución del placer, a la infidelidad y a la falta de confianzaen la pareja. En este terreno, las compañías que importan condones es-tán poniendo de su parte sofisticadas técnicas de mercadeo y con recur-sos económicos. Pagan, por ejemplo, tiempos en la televisión, cosa quepor lo pronto CONASIDA no puede hacer.

VII. Comentarios finales

Caras vemos, corazones no sabemosREFRÁN POPULAR

En México, en el terreno del sida, el discurso cultural dominante sobre lasexualidad y la moral dificulta las intervenciones educativas de los gru-

14 Notificación personal de Raquel Marchetti, encargada del proyecto.

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pos gubernamentales y no gubernamentales y pone obstáculos a las po-líticas de salud pública en el área de la prevención.

La fuerte influencia de la iglesia católica y sus vinculaciones congrupos empresariales han frenado una acción informativa más decidi-da, generando lagunas verdaderamente criminales. Por eso es indispen-sable que en nuestro país, ante los planteamientos de las fuerzasconservadoras que procuran reducir el problema del sida a uno de mo-ral, el estado mexicano anteponga los intereses de la salud pública.

Por su parte, las fuerzas progresistas tienen un gran reto por delan-te. Es urgente ganar legitimidad para un discurso cultural nuevo, quecuestione la doble moral, que acepte la sexualidad femenina y que reco-nozca las prácticas sexuales y el amor entre aquellos que se salen de la“normalidad” heterosexual. La homofobia propicia que las personasque tienen deseos homosexuales, no los asuman conscientemente. Mien-tras esto no cambie, la magnitud de las consecuencias que puede tenertodo lo que la gente hace con tal de no asumir una identidad tan estigma-tizada como es la de la homosexualidad, se verá en parte reflejado en unnúmero creciente de seropositivos.

Esta situación de negación se agrava por el contexto politico nacio-nal: nos encontramos ante la ausencia de un movimiento gay fuerte yante la escasa difusión de un discurso político que critica la homofobia.En nuestro país, ni los partidos políticos ni las figuras públicas tomanposiciones respecto a este tema tabú.

En México tenemos aún mucho por hacer para impulsar un debatesobre el derecho a la diferencia que tenga impacto politico a nivel de laspolíticas públicas. En lo que concierne a la salud pública, las campañasinformativas y educativas eficaces para combatir al sida deben ser unaprioridad impostergable.

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Valores sexuales en la era del sida*

Jeffrey Weeks

Vivir con sida

Me gustaría empezar con una cita de una entrevista en un perió-dico inglés hace un par de años con una persona que vivía consida y su compañero y cuidador:

Martyn: Uno de los problemas del sida es que es impredecible. Es como hacerun viaje sin mapa.

Tony: Que sea impredecible genera tensión. Nuestra vida es de incertidumbre.

A continuación podría citar a un importante sociólogo y teórico de lapostmodernidad, Zigmunt Bauman: “La incertidumbre mece la cuna dela moral, la fragilidad la acecha a lo largo de la vida”.

La relación entre un difundido estado de ánimo de incertidumbreeconómica, social, cultural y política, de discordia moral y ética, y elimpacto de la epidemia del sida en la reconfiguración de las actitudeshacia la sexualidad es el tema de esta conferencia.

“Hablar de sexualidad y del cuerpo y no hablar también del sida”,escribió B. Ruby Rich, “sería obsceno” (citado en Crimp, 1987, p. 14). Nome queda más que coincidir. Desde principios de los años ochenta, elsida, la enfermedad del VIH, ha acechado el imaginario sexual, encar-nando el peligro y el temor que lleva consigo el despertar del cuerpo ysus placeres. Aun cuando la epidemia se “normaliza” en grandes partes

* Esta es la tercera de tres conferencias presentadas por J. Weeks durante elciclo Los Nuevos Paradigmas de la sexualidad. Agradecemos al autor, al ProgramaSalud Reproductiva y Sociedad (El Colegio de México) y a la Red Genesys (Asocia-ción Mexicana de Educación Sexual, A.C.) el permiso para su publicación.

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del mundo, se vuelve endémica en otras, y proyecta una sombra sobre loscambios que transforman el mundo sexual.

Coincido plenamente con las personas que se niegan a ver el sidacomo una metáfora de lo que sea (Sontag, 1989). Es, como lo dicen desdehace tiempo los activistas del sida, “un desastre natural”, aunque em-peorado por el prejuicio, la discriminación y una desidia nada benigna.No es un juicio de Dios, ni una “venganza de la naturaleza” contra ungrupo de personas, ni un símbolo de una cultura descarriada. El VIH esuna enfermedad, o conjunto de enfermedades, como cualquier otra, y enun mundo racional y caritativo se abordaría con toda la compasión,empatía y recursos que exigen otras crisis importantes de la salud.

Pero, como es de suponer, no se ha visto siempre así. Como lo indi-can el lenguaje barroco y la proliferación de metáforas que lo rodean, alVIH no se respondió como a cualquier otro virus. El hecho de que laepidemia fuera identificada por primera vez, a principios de los añosochenta, en una población, las comunidades masculinas gay de Nortea-mérica, que ya estaba sometida a la marginación y a los ataques politicosy culturales, no a pesar del vital crecimiento de esas comunidades en lasdécadas anteriores sino debido a él, configuró radicalmente la respuestainicial.

La terrible coincidencia de la identificación de esa crisis de saludcon el crecimiento de un clima moral que buscaba un retorno a los “valo-res tradicionales”, y cuando se estaban haciendo intentos por transfor-mar las políticas económicas y sociales en dirección de un nuevoindividualismo y en contra de las tradiciones de la seguridad social,significó que se dirigieron pocos recursos contra la crisis, además de losdisponibles por las comunidades en riesgo, hasta que la epidemia estu-vo casi fuera de control. A medida que la epidemia se difundió en otrascomunidades y grupos marginales, en especial los pobres, los negros ylos usuarios de drogas, y parecía afectar apenas a la población “normal”heterosexual en muchos de los países occidentales, incluso a medidaque comenzaba a devastar a los países pobres del globo, la asociacióndel sida con el perverso, el marginal, el Otro, la enfermedad del ya enfer-mo, confirió un tenor y un estigma a los afectados que ha persistido, auncuando organizaciones de base comunitaria, gobiernos con grados di-versos de energía y entusiasmo, y agencias internacionales combatíanpor contener la difusión de la infección. Esfuerzos persistentes por sepa-rar a los “implicados” de los “inmunes” (Goldstein, 1991), a los culpa-bles de los inocentes, hablaron a una cultura que temía el impacto del

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cambio sexual, de la complejidad social y de la diversidad moral. Por lotanto, durante su primera década, el sida se convirtió en un símbolo: deuna cultura en desacuerdo consigo misma, de un problema global queevocaba un sinnúmero de pasiones, moralidades y prejuicios locales, elepítome de una civilización cuyos valores eran inciertos, donde el placercaminaba con la enfermedad y la muerte. Como lo expuso John Greysonen su parodia de “Muerte en Venecia” (citado en Crimp, 1987):

La epidemia del sida

Está arrasando la nación

Terror adquirido al sexo

Temor y pánico

En toda la población

Terror adquirido al sexo.

La persona con VIH o sida debe vivir con la resultante incertidumbretodo el tiempo: la incertidumbre del diagnóstico, de la prognosis, de lasreacciones de los amigos, familias, seres queridos, de otros anónimos ytemerosos o llenos de odio. Todos los demás han de vivir también con laincertidumbre: la incertidumbre generada por el riesgo, por la posibleinfección, por no saber, por la pérdida. La incertidumbre genera angus-tia y miedo: del pasado y del presente y el futuro: “Destapa a los radica-les y llena la habitación de miedo. / Habitaciones enormes exigen unmiedo enorme” (Lynch, 1989, p. 72).

Pero la verdad del sida es que su impacto no está predeterminado,sino que es fortuito. No hay una correlación directa entre estilo de vida einfección por VIH. El propio virus, aunque potencialmente potente ensus efectos, es en sí relativamente débil. Las personas que “hacen cosasriesgosas” no necesariamente se enferman. Aunque hay factores malcomprendidos (modo de vida, salud general, incidencia de la pobreza yde otras enfermedades) que pueden facilitar el camino; pero un alto ele-mento de probabilidad determina quién adquirirá el VIH y después, quié-nes sucumbirán a las enfermedades oportunistas. La “contingencia” esun distintivo de la crisis del sida.

Probabilidad, accidente, contingencia, son algo más que las carac-terísticas de un conjunto particular de enfermedades. Se presentan comoseñales del presente. Nos suceden cosas sin una racionalidad o justifica-ción aparente. La esperanza de modernidad, de que podemos controlarla naturaleza, se convierte en el dueño de todo lo que examinamos, y estaesperanza puede ser frustrada por acontecimientos al azar en países de

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los que sabemos o nos preocupamos poco, o por un organismo microscó-pico desconocido hasta los años ochenta.

Aunque los acontecimientos puedan parecer accidentales e inespe-rados, no lo son los modos en que respondemos. Tienen una historia, enrealidad muchas historias. El sida puede ser un fenómeno moderno, laenfermedad del fin del milenio, pero es un fenómeno extraordinariamen-te historizado, encuadrado con historias que cargan a las personas queviven con VIH o sida con un peso que no deberían tener que cargar.

Hay historias de enfermedades previas y respuesta a la enferme-dad que nos proporcionan una rica fuente de comparaciones entre elimpacto de la sífilis en el siglo XIX y el sida hoy (Fee y Fox, 1988, 1992).Hay historias de sexualidad, sobre todo de las sexualidades no orto-doxas e historias de los modos en que ha sido regulada la sexualidad,que narran un relato de poder: la institucionalización de la norma hete-rosexual y la marginación de lo perverso (Foucault, 1979). Hay historiasde categorización racial, de desarrollo y subdesarrollo, que han cons-truido minorías racializadas de pobres y desfavorecidos, un Tercer Mun-do en el corazón de las ciudades del Primer Mundo, así como un mundoen desarrollo que batalla contra la pobreza y la enfermedad (véase Weeks,1993). Hay historias de pánicos morales que se centran en los vulnera-bles, de intervenciones punitivas para contener a los infectados, de va-rias formas de opresión de los que no seconforman a las normas, y deresistencia (Weeks, 1991). Estamos abrumados con historias y con laslecciones que éstas podrían enseñarnos, aunque usualmente no lo ha-gan. Pero tienen una cosa en común: estas historias son de diferencia ydiversidad.

A pesar de los factores comunes virales e inmunológicos, el VIH y elsida los viven de modo diferente diferentes grupos de personas. El sufri-miento y la pérdida que sienten los hombres gay en las comunidadesurbanas de las grandes ciudades occidentales no es ni menor ni mayorque el sufrimiento o pérdida de los pobres en las comunidades negras ehispánicas de Nueva York o en las ciudades y aldeas de Africa, AméricaLatina o el Sudeste asiático; pero es diferente porque las historias de lascomunidades afectadas son diferentes. Como ha escrito Simon Watney:“Por dondequiera que miremos en el mundo, es invariable que la expe-riencia que tiene la gente de la infección del VIH y su enfermedad dupli-que fielmente su situación socioeconómica antes de que empezara laepidemia” (Watney, 1989, p. 19).

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Esto contiene una clave para el poder del sida. Es un síndrome quepuede amenazar con la catástrofe a una escala sin precedentes. Pero seexperimenta, directamente o con empatía, como una serie de enfermeda-des organizadas histórica y culturalmente. El sida es global y local, am-bas cosas, en su impacto, y esto nos dice algo vital sobre el presentehistórico en el que vivimos.

El impacto del sida y la respuesta a él nos recuerdan forzosamentelas complejidades y la interdependencia del mundo contemporáneo. Lasmigraciones entre países y continentes, del campo a la ciudad, de losmodos “tradicionales” de vida a los “modernos”, huyendo de la perse-cución, la pobreza y la represión sexual, han hecho posible la difusióndel VIH. La sociedad de información moderna, los programas mundia-les, las consultas y conferencias internacionales, hacen posible una res-puesta a nivel mundial al desastre amenazante.

Pero la misma escala y velocidad de esta globalización de la expe-riencia produce, como por un reflejo necesario, un florecimiento de res-puestas específicas culturales y políticas, así como nuevas identidades,nuevas comunidades y demandas y obligaciones conflictivas. Al volver-nos conscientes de la aldea global, parece que necesitamos afirmar yreafirmar nuestras necesidades, historias y lealtades locales. Identidady diferencia: eje en torno al que giran muchos de los debates políticos,sociales y culturales más agudos de hoy.

En la crisis del sida y en la respuesta que ha engendrado podemosver varias tendencias que arrojan una luz nítida sobre corrientes y pre-ocupaciones más amplias. En primer lugar, hay un sentido general dela crisis, un “sentido de un final”, generado por el rápido cambio cultu-ral y sexual, que puede haber visto el sida como un refuerzo. El sida nofue la causa de ese estado de ánimo tan extendido —al contrario, laspersonas con VIH han tenido que sufrir las consecuencias de ello—,sino que la epidemia cabalgó sobre las abrumadoras olas del cambio yhemos de enfrentar los resultados. Se ha argumentado que el sida de-muestra cómo nosotros en tanto cultura “luchamos y negociamos losprocesos apropiados para abordar el cambio social, sobre todo en suforma radical” (Nelkin et al., 1991, p. 3). Y este proceso nos resultadolorosamente difícil.

A consecuencia de lo anterior, el sida, en segundo lugar, nos recuer-da las complejidades de las identidades contemporáneas. Fue el ascensode nuevas identidades y comunidades sexuales en los años sesenta ysetenta, especialmente las de lesbianas y hombres gay, lo que dramatizó

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la reorientación fundamental de los modos sexuales de ser que estabansurgiendo. La asociación de esas identidades con la amenaza de enfer-medad y muerte sólo sirvió para subrayar el sentido de incertidumbresexual que ya se estaba manifestando en un renacimiento de absolutis-mos morales y contrataques culturales. La incertidumbre de quién y quésomos alimenta angustias y temores más amplios.

En tercer lugar, en relación con esto, el sida habla de una “revolu-ción inacabada” en las relaciones sexuales occidentales: un derrumbede las certidumbres establecidas de la vida de familia, una explosión dediferentes estilos y experimentos de vida, una potente pero incompletademocratización de las relaciones, y una tensión aguda entre deseosindividuales y pertenencias colectivas. No es sorprendente que el sida,como aduce Seidman (1992, p. 146), se haya convertido en un principiopara combatir por una ética sexual y esclarecer el significado y la mora-lidad del sexo.

Pero finalmente, estos mismos cambios, que a muchos les pareceque ilustran el derrumbe final de las esperanzas ilustradas de la moder-nidad, han producido nuevas solidaridades a medida que la gente tratade resolver los retos de la modernidad de modos profundamente huma-nos. El VIH y el sida te marcan. También han proporcionado el reto y lasoportunidades para la creación de nuevas sensibilidades, forjadas en elcrisol del sufrimiento, la pérdida y la sobrevivencia. El dolor, la rabia y lafuria han engendrado cuidado, mutualidad y amor, un testimonio de lasposibilidades de crear vínculos humanos entre los abismos de una cul-tura implacable. Vemos en ellos, según yo creo, las posibilidades realesde un humanismo radical, basado en las luchas y experiencias de lagente, en historias particulares y en tradiciones electivas.

¿Sensación de un final?

En un influyente libro de mediados de los años sesenta, Frank Kermodeescribió sobre “la sensación de final” que oscurecía el pensamiento occi-dental y sus ficciones (Kermode, 1967).

Una sensación amenazadora de un final acecha muchos de nues-tros supuestos culturales a medida que nos acercamos no sólo a laculminación del siglo sino también al fin del milenio. Las antiguas certi-dumbres desaparecen o pierden su sentido; otras nuevas entran en con-flicto a medida que tratamos de reconstruir un sentido de lo que podría

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ser un sistema de valores comunes frente a (viéndolo negativamente) lafragmentación cultural y (más positivamente) la aparente diversidad delas metas humanas. Enfrentados a la aparente contingencia de los valo-res, parece que muchos quieren abdicar de la lucha a medida que afir-man la imposibilidad de estar de acuerdo en algo con un significadodefinitivo. Otros hablan como si estuviéramos bailando al borde de unvolcán, con la única esperanza de un tirón fuerte de las cuerdas guía yuna disciplina más estricta de nuestros ingobernables deseos.

Como dijo Susan Sontag, en la cuenta descendente hacia el milenio,tal vez sea inevitable un ascenso del pensamiento apocalíptico (Sontag,1989). Pero no es simplemente la inminencia de un final simbólico lo quenutre nuestras angustias. El pensamiento apocaliptico, sugiere Giddens(1991, p. 4), es una característica del mundo moderno tardío porque in-troduce riesgos que las generaciones anteriores no tuvieron que enfren-tar. Enfrentados a la desintegracón de antiguas tradiciones querelacionaban la confianza y los valores con un fuerte sentido del lugar yla pertenencia, tradiciones que nos encerraban a buen recaudo en lascertidumbres de género, familia, moralidad y nación, los individuos hansido devueltos a sí mismos y a los peligros de las opciones y los signifi-cados individuales. La moral, aduce Bauman, se ha ido privatizandocada vez más (1992, p. xxiii) y como todo lo demás que comparte esedestino, “la ética se ha convertido en un asunto de discreción indivi-dual, de asumir riesgos, de incertidumbre crónica y de desasosiegos nuncaaplacados”.

En ese mundo, somos vulnerables a las olas de angustia que ponende relieve nuestra contingencia. Lo opuesto a la confianza como basepara la vida social, como señala Giddens (1990, p. 100), no es la descon-fianza sino la angustia y el terror. Por lo tanto, no es sorprendente que elmiedo asome amenazante en nuestras acciones. Hutcheon evoca la ame-naza de una “economía erótica de recesión”, propiciada por un terror ala enfermedad y una fetichización del buen estado corporal (Hutcheon,1989, p. 141), y hay otros que han observado en qué modos el buen esta-do físico y la salud se han convertido en un nuevo foco para un sentidodel ser y un aprovechamiento de la plasticidad del cuerpo (Coward,1989, p. 126). Vivimos, ha dicho Linda Singer (1993), bajo la “hegemoníade lo epidémico”, que nos exige evitar el riesgo y asumir una “nuevasobriedad” en nuestra conducta personal. Esto es más que una simpleextrapolación de la epidemia del sida, es una respuesta a un sentido másamplio de la crisis y los modos de explicarla, configurados por un nuevo

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lenguaje de contagio. Hablamos de la “epidemia” de abusos sexuales alos niños, de embarazos adolescentes, de pornografía, etcétera.

Los más conservadores culturalmente, en la izquierda y en la dere-cha, indican que estamos viviendo una “desmoralización” progresivade la sociedad, con todos los índices del orden social, desde el civismohasta la descomposición de la vida familiar estable, desbordando la grá-fica (Davies, 1987). Buscamos soluciones simples en víctimas propicia-torias. Las madres adolescentes solteras se convierten no sólo en unsíntoma de cambio sexual sino en una causa de males sociales, desde lacrisis de la vivienda hasta la delincuencia (Murray, 1994). Enfrentados auna “cultura del pánico”, a una sensación de vivir al “borde del mun-do”, atraídos y repelidos por los “placeres de la catástrofe” (Kroker yKroker, 1988, p. 13 y ss.), tenemos la tentación de buscar una solucióntotal. Una epidemia de cualquier clase, se trate de una enfermedad au-téntica o de una debilidad moral supuesta, parece que requiere comomínimo una respuesta administrativa, la movilización de un esfuerzo decontrol.

Los nuevos fundamentalismos, sean laicos o religiosos (cristiano,hindú o islámico) tratan de dar al mobiliario de nuestra mente una nue-va forma que confiera la consagración de las verdades absolutas a pros-cripciones y prescripciones (Bhatt, 1994). 0 ante la falta de algo obvio,nos rendimos a esa clase “moderna y obstinada” de nostalgia que buscarefugio en mitos de estabilidad, armonía y épocas doradas en algún lu-gar de nuestra infancia o simplemente en el horizonte de la memoriahistórica (Robertson, 1990).

Dada la incertidumbre tan real que flota en torno a cada uno denuestros actos, y las certidumbres afirmativas que buscan curar la duda,¿cómo podemos medir lo que está sucediendo en realidad? ¿Estamosrealmente en el fin de los tiempos?

Los “finales” son en buena medida, como es lógico, ficciones, inten-tos de las mentes humanas por imponer algún tipo de orden (por muyapocalíptico que sea) en el caos de los acontecimientos. Un siglo, a fin decuentas, es sólo un marco temporal arbitrario. Es bastante improbableque los acontecimientos se reúnan para caer fácilmente dentro de lasfronteras de ese marco. Pero la inminencia de un nuevo periodo, por muyinventado que sea, puede dramatizar una sensación de cambio amena-zante e incluso llegar a presagiar desastres. Las crisis de fin de siglo,argumenta Showalter (1991, p. 2), “se experimentan más intensamente,se temen más emocionalmente, están cargadas de significado simbólico

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e histórico, porque las investimos con las metáforas de muerte y renaci-miento que proyectamos en las décadas y los años finales de un siglo”.Quizás no sea accidental que nuestra sensibilidad contemporánea pro-duzca fuertes simpatías e interés por los movimientos politicos, cultura-les y filosóficos del cambio de siglo pasado (Harvey, 1989, p. 285).

Mitos, metáforas e imágenes de crisis sexual y apocalipsis hanmarcado tanto el fin del siglo XIX como el nuestro. Así como las décadasa partir de los años sesenta fueron atacadas por la permisividad y lalicencia sexual, los años ochenta y noventa fueron vistos por el novelistaGeorge Gissing como décadas de “anarquía sexual” (Showalter, 1991).En ambos periodos, parecía que todas las leyes que rigen la identidad yla conducta sexual estuvieran sufriendo una rápida transformación amedida que las fronteras entre hombres y mujeres eran desafiadas y seampliaban, a medida que la familia parecía amenazada y la disidenciasexual alcanzaba una verbosidad sin paralelos, a medida que lo sexual-mente “perverso” invadía las artes y la literatura, y el miedo a la enfer-medad sexual teñía el imaginario de la vida privada y pública.

Así como el sida ofreció oportunamente una metáfora para el dete-rioro del siglo XX, la sífilis y otras enfermedades acecharon el sexo, elmatrimonio y la familia en el siglo XIX (Mort, 1987). Los escándalos deabuso sexual con niños en los años ochenta y noventa evocan de inme-diato recuerdos del descubrimiento del “tributo de la doncella de la mo-derna Babilonia”, de la explotación y la prostitución infantiles en losaños ochenta. Las divisiones sobre la pornografía en el movimiento femi-nista en la actualidad son eco de las disensiones de fines del siglo XIX

sobre la prostitución y la pureza moral (Walkowitz, 1993).Es inevitable que los temas de sexo y género se entrecrucen con

otras categorizaciones sociales. Los temores de diversidad racial en laactualidad siguen tocando aspectos de superioridad racial y de deca-dencia racial que predominaron durante el siglo pasado (Hall, 1992).Angustias acerca de las costumbres sexuales de los jóvenes y los pobres(a menudo también negros) y de la sobrepoblación en el Tercer Mundoponen a circular de nuevo angustias procedentes del siglo pasado acer-ca de la sexualidad promiscua de las masas recién urbanizadas.

Todas estas angustias giran en torno a cuestiones de fronteras, queseparan a un grupo de personas de otro, e identidades, que los mezclan:fronteras entre hombres y mujeres, lo normal y lo anormal, adultos yniños, lo civilizado y lo incivilizado, los ricos y los pobres, los ilustradosy las masas. En periodos de flujo y de cambio sin precedentes, las fronte-

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ras empiezan a disolverse y las identidades se socavan y se reforman. Enla sexualidad sobre todo, esas disoluciones y fusiones son más agudas,como lo revelan las grandes causas célebres de la historia sexual. OscarWilde, lección de los peligros de la transgresión sexual en los años no-venta, no sólo rompió los códigos de respetabilidad sexual llevando unavida homosexual cada vez más peligrosa, sino que también rompió lasbarreras de clase permitiéndose el gusto de jóvenes de clase obrera (Do-llimore, 1991; Sinfield, 1994). El abuso sexual de niños en los años ochentafue algo más que una imposición de poder adulto mal entendido sobrelos niños; indica también un socavamiento fundamental de las fronterasentre los progenitores y de las responsabilidades (generalmente, de lospadres para con sus hijos) (Campbell, 1991). Las enfermedades transmi-tidas sexualmente son los disolventes más fructíferos de las fronteras: noadmiten barreras de clase, raza, género o edad; y por eso la crisis del sidafue tan eficaz para extraer el lenguaje de epidemias anteriores en muchade su imaginería inicial, con efectos apocalípticos similares (Sontag,1989).

Esas similitudes hacen que sea relativamente fácil suponer que losdos finales, el del siglo XIX y el del XX, son idénticos. Pero ver el final delsiglo XIX como una imagen especular del XX sería un error. Hay elemen-tos comunes, pero también diferencias importantes que nos ayudan a verlo que es característico de nuestro sentido actual de la crisis sexual. Vivi-mos en un mundo diferente. Estamos en el terreno de lo que, a falta de untérmino mejor, llamaré postmodernidad. “Postmodernidad” es sin dudaun término relacional definido por algo que vino antes, o al menos queestá desapareciendo: la “modernidad”. Lleva en él ese sentido de unfinal que ya hemos notado. Podemos debatir sus implicaciones intermi-nablemente, como lo han hecho muchos, y no cabe duda de que seguire-mos haciéndolo. ¿Estamos, como Anthony Giddens (1990) aduce,simplemente presenciando la fuerza inexorable de la modernidad quereúne velocidad, que provoca una radicalización de la modernidad, quearrasa las barreras al cambio, pero nos deja apresados por una dudaradical? ¿O bien, como lo indica Bauman (1990), estamos contemplandoel próspero barco de la modernidad que se aleja finalmente a la distan-cia, cumplida su misión, pero nos deja a la deriva en su estela?

Estas imágenes son gráficas y muy diferentes, pero ambas sonindicadoras de un periodo de transformación radical. De cualquier ma-nera que caractericemos la época, no puede haber duda de su sentido decambio fundamental con toda la incertidumbre resultante. Este sentido

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de cambio, de estar en realidad en el borde del tiempo, está constituidopor el debilitamiento de las tradiciones legitimadoras y de los discursosinsignes de la alta modernidad. Los procesos gemelos de una seculari-zación de los valores morales y de una gradual liberalización de lasactitudes sociales, en especial hacia lo que se ha considerado tradicio-nalmente como “lo perverso”, han empezado a disolver las antiguasverdades (Weeks, 1993). Los consuelos narrativos de la tradición cristia-na hace tiempo que sufrieron los efectos corrosivos del escepticismo y lacrítica, creando el espacio para un renacimiento fundamentalista juntocon la liberación de la superstición. Ahora, hasta el “proyecto ilustrado”del triunfo de la razón, el progreso y la humanidad, el sentido de que laciencia y la historia nos conducían inexorablemente a un futuro másglorioso, ha sido sometido a una desconstrucción investigadora y se hapuesto de manifiesto que sus raíces eran sombrías. La razón ha sidoreducida a una racionalización del poder, el progreso ha sido visto comola herramienta del expansionismo blanco y occidental, y la humanidadcomo la capa de una cultura dominada por los hombres que amenaza alas mujeres como el Otro. Las aspiraciones universales y los datosfundacionales de la modernidad han sido radicalmente desafiados(véanse los ensayos en Weeks, 1994).

En esta ocasión no pretendo intervenir en los amplios debates sobrela postmodernidad, sino trazar los paralelos entre éstos y los recientesretos a los discursos dominantes de la sexualidad, en especial del pro-gresismo sexual. El triunfalismo racionalista de los sexólogos del sigloXIX sufre ahora un asalto. Una serie de feministas han visto la ciencia delsexo como poco más que una cobertura andrajosa para la reafirmacióndel poder masculino que impone a las mujeres una “liberación sexual”orientada por los hombres (Jeffreys, 1993). Foucault (1979) ha desafiadonuestras ilusiones respecto de la noción misma de “liberación” sexual, yel liberalismo sexual ha sido denunciado por otros muchos como unanueva vestimenta para el incesante proceso de regulación sexual y con-trol (Hall et al., 1978). Junto con esto ha habido un radical socavamientode las bases originales de las esperanzas ilustradas de los pioneros de lareforma sexual a finales del siglo XIX y que a mediados del siglo XX ha-bían llegado a dominar el pensamiento sexual, incluso entre los másconservadores: el triunfo de la ciencia (Weeks, 1985). En su discursopresidencial al Congreso de la Liga Mundial por la Reforma Sexual en1929, el sexólogo pionero Magnus Hirschfeld declaró lo siguiente: “Unimpulso sexual basado en la ciencia es el único sistema sólido de ética”.

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En el portal de su Instituto para la Ciencia Sexual, proclamó el lema “Porla ciencia a la justicia” (véase Weeks, 1986, p. 111). Parte de esta esperan-za murió cuando el Instituto fue incendiado por la antorcha nazi. Mu-cho del resto fue desapareciendo en las décadas siguientes, cuando loscientíficos sociales se disputaron su herencia y no coincidieron en nada,desde la naturaleza de la diferencia sexual, las necesidades sexualesfemeninas y la homosexualidad, hasta las consecuencias sociales de laenfermedad (véase Bullough, 1994).

Detrás de todo lo anterior estaba el socavamiento más sutil de latradición sexual que se había definido en el siglo XIX, en sexología, prác-tica médico-moral, disposiciones legales y vida personal. La narrativade la ortodoxia sexual ha sido desafiada fuertemente para ser comple-mentada, cuando no reemplazada, por una serie de nuevas narrativashistóricas, muchas de las cuales hasta la fecha habían sido descalifica-das por la pretendida ciencia del sexo. Como ha dicho notoriamenteGayle Rubin (1984), un verdadero catálogo de tipos procedentes de laspáginas de Krafft-Ebing ha avanzado hacia el escenario de la historiasocial, y cada nuevo sujeto sexual ha reclamado su legitimidad y lugarbajo el sol. Si el sello distintivo de los pioneros del siglo XIX de la reformasexual y de las ciencias sexuales era una creencia en la eficacia de laciencia y de la revelación de las leyes de la naturaleza, la nota caracterís-tica de los activistas sexuales modernos (a pesar de algún chapoteo oca-sional en sociobiología o determinismo genético) es la autoactividad, loautodidacta, el cuestionamiento de verdades recibidas, la impugnaciónde leyes que ensalzan a unos y excluyen a otros. La sexología científicaha sido desafiada por una sexología de las bases; la reforma desde arri-ba, por la organización comunitaria desde abajo; y una sola narrativasexual ilustrada, por un sinnúmero de historias aparte de mujeres,lesbianas y gays, minorías raciales y otros (véase Plummer, 1995).

Lo que vemos en estos desarrollos es un profundo debilitamientodel modernismo sexual. El orden sexual, con su fijación de las identifica-ciones sexuales bajo las banderas de la Naturaleza, la Ciencia y la Ver-dad, casi ha desaparecido, reflejando un giro fundamental no sólo enteoría sino en qué teoría trata de captar. El mundo sexual contemporá-neo parece irrevocablemente pluralista, dividido en un sinnúmero deunidades soberanas y en una multiplicidad de lugares de autoridad(Bauman, 1992, p. 35), ninguno de los cuales reivindica una base firme.Ya no hay un discurso insigne y hegemónico que nos diga cómo hemosde comportarnos, y aquellos que claman moralidades que tratan de lle-

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nar el vacío tal vez tengan sus oyentes, pero no pueden afirmar unalegitimidad definitiva. En este torbellino de voces discordantes, el com-portamiento sexual, la identidad sexual y las costumbres sexuales sehan vuelto cada vez más cuestiones de elección, al menos para aquellosque tienen libertad de elegir. Ahora podemos escoger si queremos o notener hijos o abortar, escoger el sexo del niño y hasta su color, y no muylejos en el futuro, como algunos proponen, su orientación sexual. Hayuna mayor libertad que antes para elegir la edad en que se tiene sexo porprimera vez, con quién lo hacemos, con qué frecuencia, en qué tipo derelación. Podemos elegir cómo queremos identificarnos a nosotros mis-mos y cuáles deben ser nuestros estilos de vida. Hasta el género, aparen-temente la más reticente de las divisiones naturales, ahora es visto máscomo una mascarada electiva que como algo necesariamente dado: ¿esposible, se pregunta Denise Riley (1988), habitar un género sin un senti-miento de horror? Al final de todo, podemos escoger las condiciones denuestra muerte. La existencia se ha convertido en una opción (Melucci,1989, p. 110). La opción se ha convertido en la moral que rige tanto a laderecha política (al menos en asuntos económicos) como a la izquierdaliberal en muchos de los países occidentales.

La idea de elección está profundamente arraigada en el ethos liberalde las sociedades occidentales, pero en las condiciones de la moderni-dad tardía o postmodernidad ha asumido un nuevo significado. Comoargumenta Bauman (1992, p. xxii):

La paradoja ética de la condición postmoderna es que restaura a los agentes laplenitud de la elección moral y de la responsabilidad mientras que simultá-neamente los priva de la guía universal que la autoconfianza moderna prome-tió alguna vez... La responsabilidad moral está aunada a la soledad de laelección moral.

Pero cómo, o según qué criterios, hemos de escoger, está menos claro. ¿Essorprendente entonces que una sensación de final, el cierre de las certi-dumbres narrativas, presagie confusión ética?

El yo y la identidad

El individualismo radical, que parece el tema dominante de nuestra épo-ca, tanto en los valores sexuales y éticos como en los económicos, es unfenómeno ambiguo. En el aspecto positivo, socava la solidez de las na-rrativas tradicionales y de las relaciones de dominio y subordinación.

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Un discurso de elección es un potente disolvente de antiguas verdades.En los años ochenta, cuando los gobiernos de la nueva derecha en Esta-dos Unidos e Inglaterra trataron de combinar un acento radical en unaeconomía libre con un conservadurismo social y moral, era notorio queel individualismo del primero se filtraba constantemente y socavaba fun-damentalmente al segundo. En los años noventa era claro en ambos paí-ses que el aflojamiento de los lazos del autoritarismo sexual asociadocon los años sesenta continuaba y hasta se aceleraba a pesar de los in-tentos fortuitos de rearmamiento moral. Los sumos sacerdotes de la polí-tica de derecha radical que tuvieron más éxito en Occidente, el presidenteReagan y Margaret Thatcher, presidieron, a pesar de sus mejores esfuer-zos, la que fue probablemente la mayor revolución en las costumbressexuales de este siglo (Weeks, 1993b). La libertad individual no se puededetener en el mercado; si se tiene una libertad absoluta para comprar yvender, no parece que sea lógico bloquear una libertad de elegir a loscompañeros sexuales, el estilo de vida sexual, la identidad o las fanta-sías, aun cuando éstas impliquen complacencia pornográfica y las for-mas más elaboradas de ritual autoerótico.

Pero el aspecto negativo es un liberalismo sexual que no tolera nin-guna barrera a la satisfacción individual, que hace del placer sexual laúnica medida de la ética sexual. La vasta expansión de la elección, enparte criatura de un nuevo mercado sexual que ofrece un país de maravi-llas de brillo consumista con todo, desde vacaciones sexuales hasta con-tactos de drogas, abre pero simultáneamente socava la posibilidad dedesarrollo individual y de cooperación social (cf. Wilson, 1985). Haceposible huir de la prisión de las tradiciones moribundas y represivas,pero coloca un peso a veces insoportable en los que son víctimas deelecciones desconsideradas y egoístas. Esto proporciona el hilo desnu-do de la verdad a las jeremiadas de los conservadores culturales sobreun “narcisismo” predominante en el comportamiento contemporáneo(Lasch, 1980, 1985). El cultivo del yo, hombres y mujeres como artistas desus propias vidas, puede ser un objetivo valioso; cuando se persigue sinningún cuidado por el otro, sin un sentido de responsabilidad mutua ypertenencia común puede conducir a un desierto ético.

Corremos el peligro de volvernos “desencajados”, desarraigados,abandonados a la suerte de nuestros yos frágiles cuando lo que necesita-mos es un sentido de los vínculos indisolubles entre libertad individualy pertenencia social. Carol Gilligan ha destacado como una verdad pa-radójica de la experiencia humana que “nos conocemos como aparte

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sólo en la medida en que vivimos en conexión con otros y experimenta-mos relaciones sólo en la medida en que diferenciamos al otro del yo”(Gilligan, 1982, p. 63). Pero en la lucha por ese equilibrio necesitamoshuir de las limitaciones aprisionadoras del individualismo esencializa-dor del que son herederos los que viven en Occidente.

La tradición sexual era cómplice de estos supuestos culturales. Sien los últimos doscientos años, como Michel Foucault (1979) ha dicho,el sexo se ha convertido en “la verdad de nuestro ser”, es precisamenteporque lo erótico se ha concebido como el núcleo de un yo esencial, un—a veces el— elemento definitorio de nuestra individualidad única. Laparadoja es que esta esencialización de nuestras naturalezas sexualesha ido mano a mano con un ordenamiento jerárquico de normas sexua-les (cf. Rubin, 1984). En el triángulo de los discursos sexuales, ha sido ladefinición masculina de la normalidad heterosexual la que ha ocupadoel vértice, con la sexualidad femenina y la perversa en la base. La sexua-lidad ha sido atrapada en los meandros del poder en sus formas diver-sas, polimorfas, pero a menudo sumamente estructuradas. La elecciónera limitada porque sólo los hombres normales tenían la libertad real deescoger sus gustos sexuales.

Como hemos visto, los desarrollos de este siglo han cuestionadofundamentalmente este panorama, desafiando, tanto en teoría como enla práctica cultural, la idea del individuo unitario, con un destino dadopor la naturaleza. El descubrimiento que hizo Freud del yo contingente,constantemente socavado por deseos inconscientes más allá de lo mera-mente racional, los fragmentos precariamente unidos en la siempre par-cial resolución del conflicto inevitable, es sólo uno de los múltiplesintentos de desplazar al individuo soberano, con género y sexualizadoen la teoría (Weeks, 1985). Ahora estamos más acostumbrados a pensaren el yo fracturado, no tanto una cosa u otra como “más o menos” lamisma persona que uno era hace diez años. Para los teóricos de la post-modernidad, el sujeto no es más que un “punto nodal” en una serie dejuegos de lenguaje, caracterizado por la diversidad, el conflicto, la difi-cultad de encontrar un consenso con nosotros mismos, por no aludir alos otros (Lyotard, 1984).

Las desconstrucciones especulativas del yo están configuradas porun mundo radicalmente contingente, donde la solidez de la vida cotidia-na se disuelve en experiencias fragmentadas. Si es cierto que la unidadde la persona siempre se ha constituido en y a través de la vida cotidiana(Heller, 1984, p. 7), ¿qué debemos esperar de los cambios que la están

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rehaciendo a medida que los antiguos puntos fijos empiezan a romperseante nuestros ojos?

Ya no podemos anhelar el yo soberano, con su (en general de él)voluntad de hacer el mundo. Buscamos en cambio las posibles identida-des con las que nos podemos sentir unidos. ¡Hay tantas! Identidades declase y nacionales, identidades religiosas, identidades de género y sexua-les, identidades raciales y étnicas, identidades de consumidores. Y nin-guna de ellas es franca porque estamos configurados simultáneamentepor todas estas influencias, cada una con sus diferentes reivindicacio-nes, apuntando a prioridades diferentes, y a veces ofreciendo vías radi-calmente conflictivas.

La identidad se ha convertido más en un proceso que en un dato, yofrece más bien una elección de seres, que la verdad sobre nosotros mis-mos. La unidad de la vida humana, como lo ha indicado AlasdairMacIntyre (1985), es la unidad de una búsqueda narrativa. Hemos detrabajar en ello (cf. Giddens, 1992).

Como es lógico, ninguna de las elecciones es absolutamente libre.Están constreñidas y limitadas por relaciones de poder, por estructurasde dominación y subordinación. Aun cuando aparentemente somos máslibres de ejercer nuestra elección como consumidores en el mercado, es-tamos atrapados entre cordones de oro. Raymond Williams (1989) hadescrito el proceso de “privatización móvil” y las identidades localiza-das y estrechas en torno el consumo a que da lugar, siempre sujetas a loscaprichos de la economía y de nuestra capacidad adquisitiva. Otras iden-tidades, en torno al género, la sexualidad, la raza, suelen ser producto dehistorias impuestas, nítidas categorizaciones diseñadas con fines de re-gulación social tanto como de elección individual. En la actualidad, comoha dicho Melucci, “la atribución social de identidad invade todas laszonas tradicionalmente protegidas por la barrera del ‘espacio privado`(Melucci, 1989, p. 123). Las identidades son desplazadas dentro de lared de necesidad económica, disciplina social y conformismo cultural.

Pero algunas identidades son producto de luchas, batallas contrala definición por otros y en favor de la autodefinición. Este es el casosobre todo en relación con las identidades sexuales disidentes contem-poráneas, en especial las identidades lesbiana y gay. Y es en torno aéstas que han evolucionado los movimientos sociales y las comunidadesde identidad. Dentro de esos grupos y redes hay una experimentación yuna práctica de encuadres alternativos de sentido que producen defini-ciones alternativas del yo, que a veces contrastan y a veces se mezclan

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con las identidades consumorizadas que se configuran y reconfiguranjunto con ellas. El resultado ha influido profundamente en lareconfiguración de nuestro pensamiento sobre la esfera privada. Los vín-culos entre lo social y lo personal se definen y redefinen constantemente,mientras que a la vez las relaciones de poder en los terrenos de la vidacotidiana se vuelven visibles y los espacios para invenciones individua-les del yo se expanden.

Pero éstos son sólo los signos más visibles de un cambio aún másprofundo. La fragilidad y la hibridez de las identidades personales mo-dernas obligan a todos, en las sociedades altamente desarrolladas, ainvolucrarse en experimentos de la vida cotidiana: a definirse ellos, susidentidades y sus necesidades frente a un paisaje que cambia. La trans-formación en las relaciones entre hombres y mujeres en el siglo pasado,por muy limitada y constreñida que fuera en algunos campos, es unfuerte signo de esto. Las reivindicaciones de las mujeres por la autono-mía sexual representan el socavamiento más fuerte de las narrativastradicionales del orden sexual. No es sorprendente que esto haya produ-cido también signos de una “reacción masculina violenta” y de una“huida de la responsabilidad” (Ehrenreich, 1983). No sólo hay una sen-sación de que el yo se rehace, sino que también hay una perturbaciónfundamental de las relaciones.

Este interés por el yo y la identidad es más que una preocupaciónde los marginados política y sexualmente. Es un aspecto de lo queAnthony Giddens (1991) llama el “proyecto reflexivo del yo”, que él vecomo una característica fundamental de la modernidad tardía. En esemundo no tenemos más opción que optar. No obstante es un problemaqué y cómo escogemos. Enfrentados a una cacofonía de opciones pode-mos optar por el modo monádico, solipsista, o podemos escoger un sercon otros. Lo primero nos refiere a las manifestaciones más extremas dela tradición individualista. Lo segundo nos obliga a pensar en los limi-tes de la elección, en esa interacción humana en la que la elección libreinterfiere con la libertad de elegir de otros. Este es el dilema éticopostmoderno más absoluto, y cómo, con quién y con qué tradiciones nosidentificamos se vuelve crucial.

El reconocimiento postmoderno de la inestabilidad del yo, de aper-tura en la elección de identidades, a muchos les parece que reduce todoa un flujo: no hay fronteras fijas entre las personas, sólo etiquetas arbitra-rias. Las identidades se relativizan y por lo tanto a algunos les parecendisminuidas. Aun así nos aferramos a ellas. En un mundo de cambio

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constante, parece que las personas necesitan puntos fijos, puntos de ali-neamiento. Las identidades, personales y sociales, son tan precarias comoesenciales, configuradas históricamente y escogidas personalmente, afir-maciones del yo y confirmaciones de nuestro ser social. Construimosnarrativas del yo a fin de negociar los riesgos de la vida cotidiana y paraafirmar nuestro sentimiento de pertenencia en un mundo social cada vezmás complejo. Pero esto pone en la agenda el tipo de vidas que queremosvivir, y en un mundo de múltiples modos de vida esta cuestión puedeconvertirse en un potente foco de incertidumbre.

La sexualidad, las relaciones y la imaginación democrática

Según Giddens (1992), la modernidad es un orden postradicional en elque la pregunta “¿cómo viviré?”, ha de ser respondida en decisiones díatras día sobre quién ser, cómo comportarse, con qué vestirse, qué comer y,crucial para esta discusión, cómo hemos de vivir, a quién podemos amar.A medida que las energías de la postmodernidad reúnen fuerza, soca-vando patrones establecidos y antiguas certidumbres, estas preguntaspasan más y más a primer plano y en ninguna otra parte es más notorioesto que en lo que llamaré la esfera de la intimidad, el terreno de la “vidaprivada” y su patrón infinitamente maleable y promiscuo, lo erótico.

La intimidad en su forma moderna, como lo indica Giddens (1992),implica una democratización radical del terreno interpersonal porqueéste supone no sólo al individuo como el hacedor definitivo de su propiavida, sino también la igualdad entre los miembros de la pareja y la liber-tad de escoger estilos de vida y formas de asociación. Este tema de lademocratización y sus dilemas es crucial para nuestra comprensión delos cambios en las costumbres sexuales. Hay dos campos clave en losque es especialmente importante: los arreglos familiares y/o domésticos,y la sexualidad y el amor.

En la actualidad estamos en pleno debate, a veces febril, sobre lafamilia y los arreglos domésticos. Entre los conservadores esto asume laforma de un lamento ante la decadencia de la familia, un tema santifica-do para nada nuevo, como ya hemos visto, en este fin de siglo, pero queha adquirido un nuevo aire debido a los cambios transparentes y dramá-ticos de su forma y porque se ha convertido en un símbolo fácil de cam-bios más amplios. Por otra parte, entre los liberales y radicales, el tema delos años sesenta de encontrar alternativas a la familia ha abierto el cami-

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no a un reconocimiento de que hay “familias alternativas”, diferencia-das en todo tipo de modos: por clase, etnicidad, ciclo vital y demás, y porelección deliberada de estilo de vida. Algunas de estas formas nos pue-den angustiar y tratamos de determinar qué es lo mejor para criar a loshijos y para la estabilidad social (parece que se prefiere dos padres envez de uno, padres heterosexuales en general son preferidos a homo-sexuales), pero en términos amplios y con grados diversos de reticencia,en la izquierda liberal hay un reconocimiento general de que la diversi-dad doméstica está con nosotros para quedarse.

El problema es que, aunque podamos reconocer el hecho de la di-versidad, aún hemos de forjar un lenguaje o conjunto de valores median-te los cuales medir la legitimidad de todas esas formas. Los “matrimoniosviajeros”, relaciones vividas a distancia a medida que los miembros dela pareja extienden los lazos de intimidad por el viaje constante, y sinduda el mejor neologismo en este campo, son aparentemente aceptables;las parejas homosexuales, por muy domesticadas que estén, regularmenteno son aceptadas, a pesar del creciente reconocimiento de los “derechosde asociación” en una serie de países. Pero de todos modos, surgen nue-vos patrones. Por ejemplo, en la mayoría de los países occidentales, hoyel matrimonio ha pasado a ser menos un estado de transición, aunquesigue siéndolo, y más un signo de compromiso. Pero en cuanto a esto, essólo una forma más potente simbólicamente del compromiso que formaparte del núcleo de muchas otras formas de relación, incluidas las noheterosexuales.

Hoy el matrimonio abarca elementos de lo que ha sido llamado una“pure relationship” (Giddens, 1992). Las puras relaciones se buscan yse entra en ellas sólo por lo que la relación puede aportar a los socioscontratantes. Están mediadas inevitablemente por un sinnúmero de fac-tores socioeconómicos y de género. Suelen sobrevivir por inercia, hábitoy dependencia mutua, así como por la red de obligaciones que se nego-cian a través de la relación. Pero el principio es que la relación sobrevivesólo en la medida en que sobrevive el compromiso o hasta que se presen-ta una relación más prometedora. La pura relación depende de la con-fianza mutua entre los socios, que a su vez está estrechamente relacionadacon el logro del nivel deseado de intimidad. Si la confianza se rompe,acaba sucediendo lo mismo con la intimidad, y la búsqueda de un arre-glo mejor se renueva. Esto implica un alto grado de inestabilidad. Hayuna nueva contingencia en las relaciones personales. Pero el acento en elcompromiso personal como clave de la satisfacción emocional también

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tiene implicaciones radicales. Porque el compromiso implica elinvolucrantiento de individuos con su consentimiento y más o menosiguales. La pura relación implica una democratización de las relacionesíntimas: el acento en la autonomía y en la elección individual proporcio-na una dinámica radicalizadora que hace posible la transformación dela vida personal.

Hay dos cosas importantes. En primer lugar, sea cual sea su forma,marital o no marital, la relación se convierte en el elemento definitorio dela esfera de la intimidad que proporciona el marco para la vida cotidia-na. En segundo lugar, es el foco de identidad personal en el que la narra-tiva personal se construye y reconstruye para proporcionar el sentidoprovisional de unidad del yo que es necesario en el mundo de la postmo-dernidad. La pura relación es tanto un producto del yo reflexivo comoun foco para su realización. Ofrece un punto nodal para el significadopersonal en el mundo contemporáneo. Es ahí que la sexualidad y el amorson importantes.

La sexualidad tal vez sea un “constructo histórico” (Foucault, 1979),pero sigue siendo también un sitio clave para la construcción de signifi-cado personal y de ubicación social. Pero en el proceso, el significado dela sexualidad también ha cambiado. Porque encerrada durante muchotiempo en la historia de la reproducción, se ha desprendido en alto gra-do de ella, proceso que se desarrolló mucho antes de que la píldora pro-metiera una solución tecnológica de una vez por todas (Wellings et al.1994). Sigue evocando imágenes de pecado a muchos, de violencia, con-tra niños y mujeres en particular, de poder, tal vez a todos nosotros. Aúnestá vinculada a la amenaza de enfermedad, reevocada por la presenciade la epidemia de VIH. Es, como dice Carole Vance (1984), un lugar depeligro así como de placer. Pero en un proceso complejo, sus significa-dos se han ampliado. Se ha convertido para la mayoría en lo que siemprefue en teoría, y para algunos polimorfa o “plástica”. Al menos en princi-pio, las artes eróticas se han abierto para todos nosotros a través de milesde manuales sobre los goces del sexo, un comercio floreciente en repre-sentaciones sexuales y una explosión del discurso en torno al cuerpo ysus placeres. La sexualidad se ha convertido en un ámbito de experi-mentación. Esto está estrechamente relacionado con la cuestión de lasrelaciones porque si compromiso, intimidad, intentar de nuevo, son cla-ves de la vida privada moderna, también lo son sus logros a través de lasatisfacción sexual, que significa cada vez más la exploración de lo eróti-

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co en patrones más exóticos e intrincados. Hay por supuesto muchostipos de relación sin sexo y mucho sexo sin relaciones. Pero no es acci-dental que la intimidad como término esté estrechamente relacionadacon la actividad sexual. La intimidad moderna está estrechamente vin-culada con la exploración y la satisfacción del deseo sexual.

¿Dónde deja esto al amor? Es fácil hablar de sexualidad sin amor yde amor sin sexualidad. Pero está claro que el amor es cada vez más algoconfigurado contingentemente, como un foco para las relaciones ínti-mas. El amor, como la sexualidad, se ha vuelto más fluido, menos unareceta de devoción eterna, más una cuestión de elección personal y deconstrucción del yo, un modo de comunicación más que una verdadeterna (Luhmann, 1986). Sus significados se constituyen en circunstan-cias específicas. Esto no significa que sea menos importante; al contra-rio, su misma movilidad, su potencialidad para trascender la lineadivisoria entre individuos autónomos, lo convierte en un ingredientecada vez más vital de la vida social y de la privada. Pero no podemos darpor supuesta su forma; ha de ser negociada de nuevo cada vez. El amor,dice Bauman (1992, p. 98), es la inseguridad encarnada.

Estos cambios afectan por igual a hombres y mujeres, pero su im-pacto está muy marcado por el género. Giddens (1992) ha aducido quelas mujeres son en realidad la vanguardia del cambio y hay sin dudamuchos signos de una nueva capacidad entre las mujeres para asumir elcontrol de sus vidas y compromisos: la mayoría de los divorcios, porejemplo, los inician mujeres. Los cambios en las costumbres sexualespuede que hayan sexualizado los cuerpos de las mujeres en un gradoextraordinario, aunque con frecuencia explotándolas; también han abiertoespacios sin precedentes para la autonomía y la auto-actualización. Perola pragmática de la independencia es siempre peligrosa. La sexualidadsigue siendo un campo de batalla en el que los significados de la sexua-lidad y del amor se siguen peleando, incluso en aquellas partes del mun-do en las que se habla de sexo de un modo abierto y explícito. A la vez,hay innumerables pruebas de que aun en los intersticios más adaptablesde privilegio masculino, el potencial de cambio, de renegociación de lasrelaciones, es aparente.

La democratización de la sexualidad y de las relaciones que figurahoy en la agenda cultural, aunque sólo esté parcialmente realizada, creael espacio para volver a pensar la ética y los valores de las relacionespersonales, para pensar de nuevo sobre lo que queremos decir con térmi-

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nos como responsabilidad, cuidado, interés y amor. Este es el desafío delas transformaciones de la sexualidad que están teniendo lugar. En estemundo postmoderno es poco probable que alguna vez nos deshagamosdel espectro de la incertidumbre, pero su presencia puede ayudarnos adarnos cuenta de que vivir sin certidumbre es el mejor aguijón que existepara pensar de nuevo en lo que valoramos, en lo que queremos en reali-dad.

Hacia un humanismo radical

En este artículo he tratado de revisar algunos de los cambios que estántransformando las relaciones personales y nuestras ideas de la sexuali-dad. He explorado tres campos en los que esto tenía lugar: en el sentidode un final, en cambios en nuestros conceptos del yo y de identidad, y enla democratización de la vida cotidiana. Muchos han pretendido ver enesos cambios la amenaza de disolución, fragmentación, inmoralidad. Encambio yo prefiero ver las posibilidades de algo más esperanzador, unnuevo humanismo que respeta la diversidad y la maximización de laselecciones privadas a la vez que afirma la importancia del lazo humano.

La crisis del sida, en todo su impacto aterrador, al cargar el peso delmiedo a la enfermedad y a la muerte como secuela del placer y el deseo,a muchos les parece que encarna el aspecto negativo de las transforma-ciones de la sexualidad en los últimos años, una advertencia de los peli-gros de que las cosas “han ido demasiado lejos”. Pero en muchas de lasrespuestas a esa crisis podemos ver algo más: una revitalización de lahumanidad, el compromiso de solidaridad y la ampliación de los signi-ficados del amor, amor ante la muerte.

En Occidente, en los últimos doscientos años, la muerte se ha con-vertido en un tema tabú, como la sexualidad separada de la vida cotidia-na, oculta a la vista, y como lo erótico que inevitablemente retorna apesar de todo para acecharnos, proporcionándonos el horizonte de nues-tros pensamientos. Norbert Elias ha indicado que al negarnos a mirar“la finitud de la vida individual..., la disolución de la propia persona”directamente a la cara estamos perdiendo algo de nuestras vidas (Elias,1985, pp. 33-34).

Quiero indicar que la exclusión de la muerte como parte esencial dela vida está sufriendo un profundo reto, y no en menor medida debido alimpacto de la epidemia de VIH/sida. Muchas personas, muchas de ellas

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muy jóvenes, han adquirido un sentido de la contingencia y de la incer-tidumbre de la vida por la amenaza de enfermedad y muerte prematuras.Pero también ha producido algo más: un sentido del significado que sepuede incorporar a la vida por la amenaza de la muerte. Cito de unartículo subtitulado “Recuerdos de la vida con una persona con sida”:

La muerte de Paul, y en general el sida, no fue algo bueno. No fue romántico,no fue heroico, no fue amable. Lo compartimos y yo descubrí, para citar aGerda Lerner, que es “como la vida: desarreglada, enredada, atormentada,trascendente. Y la aceptamos porque debemos hacerlo. Porque somos huma-nos” (Interrante 1987, p. 61).

Creo que el sentido de nuestra humanidad reafirmado a través de laexperiencia de la muerte es una experiencia profundamente transforma-dora, también una experiencia democratizadora, que da nuevo sentido anuestra experiencia y a nuestra necesidad de relaciones humanas entoda su diversidad.

La diversidad, dice Feyerabend (1987, p. 1), es benéfica, mientrasque la uniformidad “reduce nuestras alegrías y nuestros recursos (inte-lectuales, emocionales, materiales)”. Pero la creciente percepción de losdiferentes modos de ser humano y sexual que ahora existen ha alimenta-do un sentido de crisis y una búsqueda de alguna aproximación a launiformidad. Sontag (1989, p. 78) ha detectado en la respuesta al sida undeseo punitivo, “el deseo de limites más estrictos en la conducta de lavida personal”. Pero es algo más que una reacción a una amenaza decontaminación viral, como he tratado de demostrar. Es una respuesta alderrumbe de las antiguas certidumbres y el reconocimiento de nuestracontingencia. A medida que las fronteras se vuelven más fluidas y sedisuelven, el número de los que desean vigilar el cuartel crece tanto en laderecha como en la izquierda.

El debate sobre los valores tiene lugar debido a este sentido de in-certidumbre. Busca trazar líneas, demarcar fronteras, establecer normas,confirmar jerarquías de valor. Es un debate importante porque nos obli-ga a pensar en límites y a articular un sentido de lo que es erróneo ocorrecto, apropiado o inapropiado. Pero está condenado si busca garan-tías firmes o mapas nuevos y detallados que nos capaciten para nego-ciar los lóbregos caminos y senderos que nos esperan. El deseo mismode garantías de que los valores sean eternos y seguros en algún cieloobjetivo es, como nos lo recuerda Berlin, “tal vez sólo un anhelo de lascertidumbres de la infancia o de los valores absolutos de nuestro pasadoprimitivo” (Berlin, 1984, p. 33).

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Pero si la primera condición de una sociedad radicalmente demo-crática es, como dice Laclau (1990, p. 125), aceptar el carácter contingen-te y abierto de todos sus valores, y abandonar la búsqueda infructífera deuna base única, esto no significa que debamos abandonar el esfuerzo dearticular y aclarar los valores que informan nuestro comportamiento.Puede haber acuerdo sobre la importancia de la valorización, aun cuan-do las conclusiones a las que lleguemos sean diferentes. La responsabi-lidad de evaluar no reside en algún cielo platónico de certidumbre eterna,sino en la acción humana y en la creatividad, en nosotros, con todanuestra incertidumbre. Este es el reto contemporáneo que enfrentamostodos. Traducción: Isabel Vericat

NOTA: Lamentablemente, este artículo nos llegó sin bibliografía; estuvi-mos solicitándola al autor repetidas veces, pero al cierre de esta edicióntodavía no llegaba. Esperamos poderla publicar en el próximo número.

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Carlos Monsiváis

Ortodoxia y heterodoxia en las alcobas(Hacia una crónica de costumbres y creencias

sexuales en México)

Carlos Monsiváis

Todo el placer para el deber

En qué consiste y en dónde desemboca el ocultamiento o el aplas-tamiento de la vida sexual? En el origen del proceso está la Fa-milia Mexicana, invención conjunta de la iglesia católica y las

clases dominantes, cuyo ideal, la utopía del mando irrestricto del pa-triarcado, se transparenta en unas cuantas acciones: monogamia de apli-cación unilateral (sólo para mujeres), ocultamiento o negación del placer,uso politico de prohibiciones (y tolerancias) sexuales, elevación de laignorancia al rango de obediencia de la ley divina y de la ley social,represión enaltecida a nombre del deseo de una mayoría jamás consulta-da al respecto. Históricamente, la mitología de la Familia Mexicana secentra en la necesidad de proclamar ajeno y enemigo a lo que ocurrefuera del recinto hogareño y del control de esa policía perfecta que es laconciencia de culpa. Y esta moral exige varios movimientos paralelos: eldesarrollo de una idea de Nación similar al patriarcado, el odio (retóricoy real) a lo diferente, la manipulación de los prejuicios.

En el siglo XVI predomina el anhelo de un país sin las lacras visi-bles de España, y con una ciudad de Dios al alcance: la capital de laNueva España. No hay, ciertamente, puritanos que huyan de las prohi-biciones a su fe disidente, pero sí creencias vagas, misticismos confusos,certidumbres de taberna y barco que, al aislarse en la inmensidad territo-rial, se vuelven dogmas, signos y formas de la razón a mano. Al aferrarsea las creencias traídas de España, que se magnifican, los conquistadorescreen preservar la lucidez: las supersticiones se establecen con la natu-ralidad de una bula papal, y la Contrarreforma es en sí misma un plan

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de gobierno doméstico. Aquí se construye una sociedad piadosa, ascéti-ca, entregada a la contemplación de las llagas del Señor y de las maravi-llas de la Virgen. La religión es un desfile de rituales —a la fe por elespectáculo— que a esa masa ignorante y amorfa le recuerdan la expul-sión de sus dioses del altar mayor y su dependencia de los conquistado-res. Se construyen templos con el ademán de quien erige monumentos deintimidación, y la sociedad queda uncida a la iglesia católica que es, yespero que tal comparación no resulte un sacrilegio de doble filo, la tele-visión de aquel tiempo, el espectáculo que concentra el asombro y lacredulidad. Sin Iglesia no hay dominio español y la Iglesia pone suscondiciones: hagamos aquí realidad el sueño de Ignacio de Loyola y deDomingo de Guzmán, mezclemos hasta confundir los órdenes de la vidareligiosa y de la vida social.

Para la Iglesia, aclara Jacques Lafaye, México será la Nueva Roma ola Nueva Jerusalem. No importa que la realidad incluya epidemias desífilis, o que en el sentido de la encomienda se añada el abuso de lasindígenas, que se inician en el mestizaje con el estupor del objeto decarga que tardará siglos en saberse objeto sexual. Lo primordial es lootro, la reverencia a los mandamientos de Dios, la celebración maceradade la Cuaresma, la solemnidad que extiende el brazo para que la mujerlegítima a él se aferre. La Santa Inquisición apuntala el control político ysu sombra intimidatoria se extiende a pensamientos y alcobas: de tuconducta privada depende la conservación de tus bienes, si satisfaces tucuerpo de modo heterodoxo te retorcerás en la hoguera. Hay que devol-verle a la Iglesia el favor por su auspicio divino a la Conquista, y omitirpúblicamente elogios o menciones de los goces sensuales, olvidando laexistencia misma del cuerpo.

La humillación de la carne no es metáfora: el pago de la Coronaespañola a la Iglesia, copartícipe del poder, es también el recordatoriodel deber primordial: ser fiel al Nuevo Mundo a partir de las apariencias.La sociedad condena las referencias públicas al sexo y hasta los seresmás periféricos, los indígenas, aprenden a vincular sexo con degrada-ción y ocultamiento del sexo con espiritualidad. Únicamente los anima-les —es la moraleja de esta lógica de dominio— consideran natural elcoito. Por eso, el virreinato se esmera en suprimir toda marginalidad. Alprincipio, los españoles, con el asco descrito por Bernal Díaz, liquidan alos miembros del harem masculino del cacique de Cempoala, y a lo largodel virreinato los sométicos (palabra que surge al esdrujulizar los espa-

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ñoles la voz “sodomita”) expían en la hoguera su pecado nefando. Y elauge de las prohibiciones encarece la sensación de falta. En 1778, untratado de la mortificación publicado en Puebla aclara: “Lo quinto, notoque sin causa justa a otros en las manos, rostros, ni cabeza, aunquesean criaturas, ni halague a otros animales, que con la blandura de suscabellos suelen no pocas veces, causar deleites sensuales”. La nuevanación se funda en el desdén por el sentido del tacto, y en la rendiciónante ese conjunto desensualizado, la familia.

De la Madre Patria al paterfamilias

La sociedad que le corresponde a la Nación emergente es apenas la sumade familias unidas por creencias y prohibiciones. Quienes habitan en lasorillas imitan como pueden algunas costumbres y se inhibendesconsoladoramente. El siglo XIX es también el espectáculo de minoríasque se combaten entre sí y predican la libertad de cultos o el regreso a lamonarquía, pero en algo se unifican: le guardan fidelidad externa a suslegítimas esposas, ven en el amor conyugal a la pureza y en el placer alfrenesí que no se atreve a decir su nombre. Gran parte de la cultura sexualdel virreinato prosigue en el siglo XIX sin que nadie se dé mayormentepor afectado, como lo prueba la casi total ausencia literaria de dos perso-najes: el libertino y la cortesana. Antes, durante y después de las Guerrasde Reforma, la iglesia católica eleva los ideales (la castidad y el sexo sólopor obligación reproductiva), para que la sociedad obedezca, y la gleba(que es el desacato mismo) se intimide porque alejarse de la norma esmerecer el desprecio. Por eso, en la apreciación social los parias urbanos,los léperos, resultan meras variantes de la animalidad. No pertenecen ala sociedad, fornican sin pudor, viven en el hacinamiento y la promis-cuidad. No son nada, cerdos con uso del habla, materia prima del resen-timiento que aborrece la vida decente ante Dios y ante los hombres. Y sise les deja que sexualicen su habla (la leperada es voz de origen socialinequívoco) es porque al hacerlo ratifican la bajeza de sus apetitos. Deeso se trata: de un indio se aguardan supersticiones y atraso, y de unlépero que exalte por contraste la moral dominante. Mientras, la mujer encasa y, de preferencia, con la pata rota.

El mensaje moral del siglo XIX no es tan uniforme como lo insinúanestas generalizaciones, aunque las variantes no sean muy numerosas. Yuna de ellas radica en las diferentes concepciones de lo femenino. El

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nacionalismo liberal, por ejemplo, idealiza a la mujer, el gran alicienteespiritual del hombre, y tal concesión es indispensable aunque importemuy poco en la práctica. Algún reconocimiento debe tener la encargadade la educación de los hijos. Y fuera de este deber burgués, ya no se exaltaa la mujer, ni se ensalzan su dulzura y su aire virginal, ni se ve en lovirginal a un adjetivo laudatorio. Y el campo de la idealización es tam-bién espacio de oscuridad programada. La sexualidad de las clases al-tas es, oficialmente, el territorio del silencio y el respeto; de lo que ocurreen las clases medias algo se habla, y, hasta bien entrado el siglo XX, pocose conoce de la sexualidad de las mayorías, cuyos apetitos y represionesno son asunto de la Gente de Bien y, por lo mismo, no se documentan.Previsiblemente, la relación sexual entre las clases populares es más“natural” (menos dependiente del qué dirán); por ello, para los censores,ser “natural” es animalizarse, es concederle la razón a quienes declaraneterna la condición de explotados y marginales.

El siglo XX: de la Casa Chica al cúmulo de prevenciones

De la irresponsabilidad que prodiga hijos a las reticencias del condón.Del afán de mantener a la querida con todo y prole a la preocupación porceñirse a la cuota de dos hijos. Del machismo que acapara el sentido dela honra al machismo que es última jactancia en la sobrevivencia (“Yo sébien que estoy afuera...”). Del aborto, inmencionable derrota ante Dios yla sociedad, al aborto, elección forzada y dolorosa pero ya no abismoirremediable. De la pérdida de la virginidad como el ingreso semisacra-lizado y semidemoniaco a la condición de mujer, al primer contacto sexualcomo trámite obvio. De las palabras inmencionables (“homosexual”, “les-biana”) a esa tolerancia creciente frente a la diversidad de opciones quees fruto de la internacionalización, del debilitamiento del morbo y —muy especialmente— de la imposibilidad de controlar la conducta ajenaen la sociedad de masas. De la castidad, pase automático al cielo, a lacastidad, situación sospechosa en términos freudianos o postfreudianos.

Al venirse abajo la (incomprensible) leyenda de la singularidadsexual del mexicano, la substituye una andanada de nuevos prejuicioscon maquillaje seudocientífico. Los traumas reemplazan a los determi-nismos del “alma mestiza”, y (por un tiempo) el complejo de Edipo rodeade luces sospechosas a la Madrecita Santa. Esto es también asunto delpasado. Sin ser cabalmente moderna, la mexicana, como cualquier otra

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sociedad, se internacionaliza a la fuerza, y se seculariza por razones deldesarrollo político y cultural. Las mujeres ingresan con ímpetu en elmercado de trabajo, lo que las lleva paulatinamente a relaciones másigualitarias con los hombres. Las facilidades económicas de la uniónlibre son la alternativa frecuente al matrimonio por vía legal. Se apaciguaincluso en el campo la obligación de la prole interminable. Pocos se acuer-dan de la función estrictamente reproductora de la sexualidad, como lomanda la iglesia católica. Y el miedo al sida disciplina el ansia de pro-miscuidad.

¿Cómo es sexualmente el mexicano? Bien a bien, quizás sólo losupieron el emperador Acamapichtli y su consorte. Pero el siglo XX mexi-cano empieza con un panorama de represiones manejadas desde el con-fesionario, de prácticas ridículas y mitos oprobiosos (“Nadie puededesear a su legítima esposa. El deseo es siempre extramarital”). Y el sigloconcluye entre polémicas sobre el aborto y el condón, mientras la iglesiacatólica usa de todas las presiones a su alcance (políticas y morales) contal de sostener su dogmatismo. Pero desde los años veinte la represiónno se enfrenta al grupo de liberales que quería una sociedad más libreampliando el poder del estado, sino a muy diversos sectores de profesio-nistas, académicos, periodistas, politicos, que, sin proyecto politico, nose doblegan ante las amenazas de excomunión, ni se dejan afectar porlas resonancias del “tutelaje espiritual” de siglos. Ya para 1960 es inne-gable el arraigo de la secularización en México, y por secularizaciónentiendo el fin de cualquier propósito teocrático, la compatibilidad entrelaicismo y valores religiosos, el influjo de la ética que argumenta a favorde una tesis: “Esté muerto Dios o no, los valores de la vida comunitariahacen que no todo esté permitido”.

En 1929 la negociación de la jerarquía católica con el estado y elfracaso del movimiento cristero prueban lo irreversible de la separaciónde la Iglesia (por antonomasia) y el estado. A la Iglesia le quedan muchosde sus controles, y el estado permite o refuerza un poder alternativodespojado de su filo político. Luego, paulatinamente, se llega ya en losaños noventas al reconocimiento de “la descristianización de México”,lamentada por el clero dos veces al año (Semana Santa y fiestasdecembrinas), y proveniente de la globalización, de las formas de vidamodernas, de la explosión demográfica, de la educación laica, del Librode Texto Gratuito, de la difusión sexológica, de la evaporación crecientedel sentimiento de culpa, y de la divulgación científica, que así se dé enniveles muy superficiales, apuntala el tránsito de una cultura de repre-

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siones a una de fe en la ciencia con estremecimiento antes destinado a lamística. Se diseminan los vocablos antes prohibidos o ignorados: ova-rios, menstruación, espermatozoides, óvulos, testículos, trompas. Losalumnos de sexto grado aprenden lo que en generaciones anteriores sólose vislumbraba a través del rumor y las frases entrecortadas de los pa-dres; ya saben que entre los diez y los dieciocho años, el aparatoreproductor del joven comienza a producir espermatozoides. Divulgares destruir la cerrazón ordenada por la hipocresía clerical y social.

Y a todo esto se añaden las incitaciones y lecciones a cargo de losmedios electrónicos. Si el cine educa a varias generaciones en el falsorespeto a las tradiciones y en el júbilo genuino ante las innovaciones, latelevisión (y esto se acelera con el cable y las antenas parabólicas) envíacon fuerza su gran mensaje: objeto sexual es todo aquel o toda aquellaque tiene con qué serlo, y los deseos ilegítimos son aquellos irrealizables.

Sobre las desventuras de la hipocresía

La hipocresía de la burguesía mexicana en este siglo manifiesta un dobleanacronismo: no sólo es mojigata frente a sus correspondientes de lasmetrópolis; también lo es ante sus propias realidades, al posponer hastafechas muy recientes el énfasis discursivo en torno a las pulsiones pro-fundas. El burgués mexicano tarda en hablar represivamente del sexoporque tarda en hablar del sexo. Y sólo empieza a hacerlo al comprobarel enorme retraso que le provocan —social y políticamente— la moralfeudalizada y sus indignaciones teatrales (“Vete y no vuelvas”, apostrofael padre airado a la hija embarazada). Y si el culto del honor se mantienehasta donde puede (es el grand finale de la mitología sexual del siglo XIX)se debe a la gran importancia que le concede la extrema derecha, que usapara cuestiones de moral el criterio melodramático de la pureza. Si severbaliza lo sexual —ésta es la inferencia derechista— se renuncia a lasomisiones prestigiosas. Y el espacio del gran combate entre las tradicio-nes rígidas y las primeras divulgaciones científicas es la educaciónsexual.

A principios de los años treinta la Sociedad Eugenésica Mexicanapresiona al gobierno: hace falta un plan de educación sexual. En suinforme de 1932, la Sociedad Eugenésica menciona la frecuencia de em-barazos antes del matrimonio, de enfermedades venéreas y de “perver-sión sexual” (sic) y afirma la necesidad de informar adecuadamente a los

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jóvenes en la escuela, ya que los hogares se muestran renuentes, porrazones religiosas, a cumplir con esa tarea. La respuesta de la derecha escontundente. Su vocero, el periódico Excélsior, en editorial del 16 de mar-zo de 1933, afirma: el programa propuesto por la Sociedad ayudará acorromper a las mentes jóvenes. Según Excélsior, la mayoría de los miem-bros de la Sociedad Eugenésica son “inconformes sexuales”, y a la Socie-dad la dirigen dos mujeres, una recientemente divorciada y la otra denacionalidad rusa. Por eso, se pide una investigación formal.

La batalla por la educación sexual atraviesa por distintas peripe-cias. El secretario Narciso Bassols examina el informe de la SociedadEugénesica y se acepta un programa de educación sexual para secunda-rias y quinto y sexto de primaria. Al publicarse las recomendaciones dela Comisión de la SEP, la Unión Nacional de Padres de Familia (entoncesun organismo no tan fantasmal) declara —30 de mayo de 1933— suoposición a la educación sexual en manos de maestros que podrían “en-contrar en la exploración de este tema extraordinariamente peligroso,medios de violar niños inocentes”. Para la Unión, la educación sexualno es necesaria porque “la civilización ha existido diez mil años sin quese instruya formalmente a los niños acerca del comportamiento sexual”.Se califica al proyecto de complot comunista que destruye la estabilidadde México. Interviene la Federación del Distrito Federal y, generosamen-te, aprueba la educación sexual para muchachas de más de 21 años ymuchachos de más de 14, condenando de paso el plan de gobierno. Endistintas ciudades del país se levantan protestas; se reclama para lospadres el derecho y el deber exclusivos de la educación sexual para susvástagos y se denuncia la “pornografía” en las escuelas (V. John A. Brittonen Educación y radicalismo en México. Sepsetentas).

La lucha contra el proyecto gubernamental se concentra en el odioa la educación socialista, y se expresa con claridad en el ataque contra laeducación sexual. A principios de 1934, las agrupaciones de padres defamilia publican dos documentos que cuestionan la “instrucción regu-lar de los procesos de reproducción humana” que planea la SEP, Excélsiory El Universal publican en primera plana esquemas de los cursos proba-bles (en la descripción de las niñas se compara su maduración a la deaspectos correspondientes de la flor). La SEP niega que se imparta o sepiense impartir educación sexual en las escuelas públicas y aclara —10de enero de 1934— que los esquemas publicados son parte de un estudiosobre educación sexual.

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Días después, Excélsior comenta un folleto de William J. Fielding,La educación sexual del niño. Lo que cada niño debería saber, como unbuen ejemplo del tipo de pornografía probable en las escuelas públicas.Bassols informa: el folleto no se destina a los niños sino a un programade instrucción para los padres, y Excélsior es una publicación al serviciode la reacción de derecha contra la educación sexual.

Llega el momento de la acción directa. El 28 de enero, en un mitin,dos mil padres de familia acuerdan no mandar a sus hijos a la escuela sila Secretaría persiste en la educación sexual. La Unión Nacional de Pa-dres de Familia lanza su táctica intimidatoria: que todas las madres en-víen cartas de protesta al presidente de la República. A los maestros queinformen de reproducción humana, se les someterá al aislamiento de lospadres y al boicot de los niños. Deben organizarse comités de huelga encada distrito escolar.

El 17 de febrero, la Unión Nacional de Padres vota por la huelgacontra la educación sexual, a sabiendas de que aún no se imparte. LaAsociación de Padres anuncia el boicot económico y social contra cual-quier maestro afiliado al programa criticado, y el éxito no es considera-ble; sólo cuarenta de las 485 escuelas oficiales del Distrito Federal van ala huelga. Lo que sí prospera es el rumor calumnioso. Se califica al pro-yecto de educación sexual de “propaganda subterránea e insidiosa”patrocinada con dinero bolchevique, y cunden las invenciones. La másdivulgada: el alto número de maestros que seducen a las estudiantes ennombre de la educación sexual. Para asegurar su verosimilitud dan nom-bres, citan lugares.

El sistema usado por Excélsior durante la campaña es reiterativo:“¡La educación sexual ya existe!” Ejemplos: una clase de biología detercero de secundaria sobre la reproducción de plantas y animales, uncurso de higiene del adolescente en la Escuela Nacional Preparatoria. ElNacional, periódico del gobierno, contraataca y señala al clero como elinstigador genuino de los ataques. Y el 9 de marzo de 1934, Bassolsrenuncia a la Secretaría. Cuatro días más tarde, los padres de familiasuspenden la huelga todavía sostenida en veinte escuelas. En los añossiguientes, el proyecto de educación sexual se lleva a cabo en forma pau-latina, evitando en lo posible provocar a una derecha fiel a su consigna:“No es aún el tiempo y nunca lo será” (de cualquier innovación).

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Y conoceréis la verdad y la verdad os aterrará

El psicoanálisis, aventura internacional para burgueses desde fines delos años veinte, debe esperar hasta la década de los cincuenta para pros-perar en México. Y es la moda colonizada la que transforma angustias yneurosis de la clase media norteamericana en utopía prestigiosa de unsector considerable en el país. A mediados de los años treinta se inicia la“nacionalización” de las doctrinas (divulgaciones) freudianas. Al prin-cipio, se va de lo general a lo particular. No son los individuos sino laNación misma la que sufre complejos e inhibiciones, ella es la visitadapor Electra y Edipo, ella es la que amanece sintiéndose inferior por eldespojo de 1847 y anochece llorando por los hijos que asesinó. Aunquemás inspirado en Adler que en Freud, el libro de Samuel Ramos El perfildel hombre y la cultura en México es arquetípico: El Mexicano es aquel quepadece sentimiento de inferioridad y, por tanto y en primera instancia,es la Nación la que debe ser psicoanalizada: “Tal vez nuestros errores —argumenta Ramos— son errores de madurez que la madurez corregirá.Nuestra psicología es la de una razón en la edad de la fantasía y lailusión, que sufre por ello fracasos hasta que logre adquirir un sentidopositivo de la realidad. Hasta ahora, los mexicanos sólo han sabido morir:pero ya es necesario adquirir la sabiduría de la vida”. A partir de esteensayo seminal, escritores, psiquiatras y psicólogos se esclarecen o seobnubilan analizándolo todo a la luz de las sublimaciones, del falo comoastabandera o cualquier otro lugar común “tremendista”.

Al mismo tiempo, en la burguesía y las clases medias se afirma unproceso donde el sexo (su mención y su indagación semipolicial) ya noes lo deleznable a los ojos de Dios, sino lo destellante a la hora del ascen-so social o de las compensaciones. El uso de los términos, impreciso peroreverente, hace las veces de expropiación popular de las experienciasclínicas: el mexicano tiene complejo de inferioridad, asegura Ramos, peroen el tránsito de lo nacional a lo individual las clases dominantes sedescubren las orgullosas poseedoras de una nueva residencia y unavariedad de traumas infantiles. A este psicoanálisis instantáneo y paralas masas —tan agudamente satirizado por James Thurber, J. S. Perelmany, más recientemente, Woody Allen— lo consagran el cine de Hollywoody, en México, un cine de símbolos que ve en el inconsciente a lo aterrador,el pozo de la esquizofrenia, la pesadilla indescifrable con la que unonunca se reconcilia y sin la que uno jamás se internacionaliza. Y la bur-guesía se jacta: ya cuenta con el inconsciente entre sus posesiones más

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entrañables, y actuar bajo las órdenes del inconsciente es gran entreteni-miento y señal de madurez.

Lo que las divulgaciones freudianas ponen muy en duda es el ins-trumento que garantiza el dominio de los sentimientos íntimos: la no-ción de pecado, de transgresión de la norma. Luego, los postfreudianosven en la indagación de las realidades públicas y secretas del sexo a unanueva formación de poder: le asegura a la burguesía y las clases mediasla atenta vigilancia de su desamparo y contribuye así, como indica Fran-ca Basaglia, al equilibrio y el proceso de integración y desarrollo delcapitalismo. Este proceso, de carácter mundial, le transfiere al psicoaná-lisis, a la psiquiatría y la psicología las funciones interpretativas y cura-tivas del alma antes monopolizadas por la iglesia católica, y define unnuevo canon de salud mental en beneficio de la idea del burgués, cons-tructor de instituciones y creador de riquezas. Bajo la capa de la preten-sión científica, lo “freudiano” (collage de creencias populares sobre elpsicoanálisis y cauda de supersticiones semicientíficas sobre la conduc-ta) deposita en el estado hallazgos y dictámenes sobre la salud mentalque de inmediato se vuelven instancias represivas. Programáticamente,la salud mental es monogámica para la mujer, productiva en el sentidocapitalista, enemiga de cualquier marginalidad sexual o política, recelo-sa y crítica de lo que escape a la norma. Y quienes encarnan el monopoliointerpretativo de la salud mental (psiquiatras, analistas, psicólogos) son—como indica Félix Guattari— la vanguardia de los métodos impositivosde las nuevas formas de estructuración social.

El machismo: de las responsabilidades ante Dios y las mujeres

Los caminos de la represión sexual aceptan modificaciones e innovacio-nes. Durante un largo tiempo, un método de control es la amenaza de lasenfermedades venéreas. Más tarde, y ya como ideología documentada,se despliega el Machismo, nombre que es un programa ideológico, vozque resume una tradición y describe a un comportamiento rígido. Dehecho, el machismo que conocemos es un invento cultural, un primerproducto de la “freudianización” del país. Los primeros investigadoresde lo mexicano como categoría aislable y analizable en su perfecta inmo-vilidad, han leído a Freud, Jung, Adler y desde mediados de los treintalos adaptan como pueden. El Mexicano tiene complejo de inferioridad.El Mexicano es macho. El Mexicano es esquizofrénico. En la mitología

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sexual prevaleciente, las tensiones del deseo se resuelven y disuelven enel melodrama (“Quiero sufrir por ti para que no te me vuelvas obsesiónerótica”).

Y el molde del machismo sirve también para someter a los impulsosrebeldes, disminuyendo y descalificando la conducta arrogante. La con-signa prende en las clases populares y vuelve institucional a la conduc-ta de siempre. Nunca han dejado de ser machos pero ahora se ufanan dela crítica a sus actitudes y de cuán arraigadamente mexicano es el com-portamiento negativo. El macho explota y golpea a la mujer. El macho,por lo tanto, es muy mexicano. Su rencor social se ha saciado. Que a él, ensu turno, lo dominen y exploten a horas hábiles.

El sexo en la era de las instituciones

No tiene caso, salvo por requisitos de la moda, examinar por décadasusos amorosos y hábitos sexuales en la sociedad mexicana. Según creo,en el periodo “de la Institucionalidad” (de 1940 en adelante) es mejorestudiar cambios y persistencias a la luz del diálogo forzado entre lasactitudes nuevas o disidentes (modernización) y el rechazo activo o pa-sivo de la novedad (tradición). El proceso dista de ser uniforme aunquees más homogéneo de lo que haría suponer la diversidad de tiemposculturales en la capital y la provincia. Salvo los grupos de la ultradere-cha, la población se incorpora (con rapidez creciente) a patrones cadavez menos estrechos del “comportamiento admitido”.

La línea divisoria: de cuando lo modernole hablaba de usted a sus padres

En los años cuarentas en el arranque del “país moderno”, el momentopúblico es muy conservador e intolerante. Considérense, entre otros, es-tos hechos:

nadie discrepa de la autoridad patriarcal. se considera eterna la sumisión femenina, y se admite sin proble-

mas a su símbolo casi paródico, la Sufrida Mujer Mexicana, que le agra-dece al macho sus maltratos, y de la que el cine proporciona incontablesejemplos. De los más destacados: Nosotros los pobres (el personaje de BlancaEstela Pavón), Azahares para tu boda (el personaje de Marga López), María

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Candelaria (el personaje de Dolores del Río), La oveja negra (el personajede Dalia Iñiguez).

la honra (es decir el absoluto control patriarcal) es todavía funda-mento del prestigio de las familias.

el macho, en su visión ideal de sí mismo, demanda la posesión deuna Casa Chica (la concubina como segunda esposa, legitimada por supersistencia, su fertilidad y su condición disponible).

en los prostíbulos se fortalece el ego y se pone a salvo la santidaddel hogar, que en mucho depende de una convención: el marido no pue-de desear ardorosamente a su mujer (tenerle ganas a la legítima esposaes extraviar a la libido).

la educación sexual es un monólogo de torpezas y vulgaridades:“Creo hijo mío, que todavía falta para que conversemos de hombre ahombre”/ “Como ya estás grandecito, hijo, hoy te llevo al burdel paraque te estrenen”.

un politico divorciado carece de porvenir, porque quien no saberesponderle a su familia no es confiable en lo absoluto.

un homosexual es la excentricidad que en el mejor de los casosaspira a la compasión.

las “palabras obscenas” pueden prodigarse en privado, pero de-ben prohibirse en el cine, la televisión y la vida social que se respeta.

la certeza de la minoría de edad de la gente moviliza los criteriosparroquiales muy severos al clasificar las películas: Buenas para todos;Para adultos-no propias para niños; Para adultos de criterio y morali-dad seguros; Contrarias a la fe o a la moralidad católica.

En la cabecera de la mesa, el sentimiento de culpa... En la provincia,ámbito represivo por excelencia, la vida privada sigue regida por el chis-me, la sujeción femenina a lo eclesiástico, la identidad entre la exhibi-ción de la fe y la condición respetable, los ghettos venéreos o “zonas detolerancia”, el onanismo como saber de salvación, la contigüidad delescándalo con la muerte social. En provincia, la secularización avanzacon lentitud, el sexo es lo inmencionable, y son todavía omnívoros losalcances del Catecismo del Padre Ripalda y del confesionario, y sus ac-cesorios: la Congregación Mariana, los Caballeros de Colón, los colegiosde monjas.

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“La televisión pronto llegará: yo te cantaré y tú me verás”

Esto en la superficie: inauguraciones, misas solemnes, cenas de matri-monios. En lo profundo, se gesta el gran cambio, que acelera la segundaguerra mundial, y conducen los medios masivos y la industrialización.Y el espacio de los cambios, a diferencia del tradicionalismo, todo essignificativo. Examinese la letra de un bolero de los años cuarentas, “Pro-hibido”:

Yo no sé si este amor es pecadoque tiene castigo,si es faltar a las leyes honradasdel hombre y de Dios,sólo sé que me aturde la vidacomo un torbellino,que me arrastra y me arrastraa tus brazos con ciega pasión.Es más fuerte que yo, que mi vida,mi credo y mi sino,es más fuerte que todo el respetoy el miedo hacia Dios,aunque sea pecado te quiero,te quiero lo mismo,aunque a veces de tanto quererteme olvido de Dios.

Cantada por un tenor de usanza clásica, Prohibido asume las caracterís-ticas del desafío formal. Las autoridades eclesiásticas condenan el bole-ro, y obtienen su prohibición en la radio, pero no van mucho más allá. Elsentido de la época, tal y como se vive en la capital, es “blasfemo” y“heterodoxo”, y en el sexenio del presidente Miguel Alemán (1946-1952)se multiplican los prostíbulos, las “zonas rojas”, las películas de cabarety rumberas, las “exóticas” que en el teatro frívolo bailan con frenesí paraexaltar los coitos de un solo cuerpo.

Mientras, nada parece afectar los usos del cortejo amoroso “a laantigua”. A las familias, a las parejas y a muchachas y muchachos en-edad-de-merecer, les es indispensable el repertorio de la mitomaníaamorosa (melodramas, canciones del eterno compromiso con las abs-tracciones, emociones sólo creíbles si se actúan). A lo largo del siglo XX

el bolero expresa la creencia triple: en la espiritualidad del deseo, en lo

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incorpóreo de los sentimientos, en la desdicha del amor. Eros cuaja igual-mente en el éxtasis de la frustración y en la idolatría: Amor mío, tu rostrodivino/ no sabe guardar secretos de amor./ Ya me dijo/ que estoy en lagloria de tu intimidad. Y tardan en extinguirse las serenatas, la NoviecitaSanta, la virginidad de la novia como dote básica, la solicitud de permisopara soltar ante las damas una palabra gruesa (“pendejo”), el tartufismoque es el homenaje de la retórica a la hipocresía.

Los gay: de la lucha por los derechos civilesa la lucha por los derechos humanos

Casi históricamente, el 2 de octubre de 1978 es la fecha de ampliaciónostensible de la tolerancia urbana, tan restringida como se quiera, peroirreversible. Ese día, en la marcha que conmemora el décimo aniversariode la matanza de Tlatelolco, participa un contingente de homosexuales,que atrae más asombro que rechazo, más antipatía del reflejo condicio-nado que odio. Gracias a tal inclusión, fruto de la intrepidez de los mili-tantes gay y de la solidaridad de sectores de la izquierda, varía lapercepción del grupo más despreciado y ridiculizado en la vida social.Los integrantes de los grupos (el Frente Homosexual de Acción Revolu-cionaria, Lambda, Oikabeth), en su mayoría entre los 18 y los 30 años,acuden a la radio y (dos veces) a la televisión, inician la marcha anualdel Orgullo Gay (el último sábado de junio), impulsan mesas redondas yconferencias, expresan libre y “obscenamente” sus ideas y prácticas dela sexualidad en novelas, cuentos, obras de teatro, coreografías, pelícu-las. Dos textos en especial llaman la atención: Ojos que da pánico soñar(1978) de José Joaquín Blanco, ensayo y declaración de principios, y Elvampiro de la colonia Roma (1978), de Luis Zapata, el relato de un jovenque se prostituye (un chichifo) a modo de Lazarillo de Tormes de la vidagay. Estas obras son la prueba de fuego de la tolerancia, y la rápidademostración de que, en verdad, y de manera en lo fundamental imper-ceptible, ya hay diversidad en México. Entre pleitos, sectarismos quizásinevitables en un movimiento nuevo, y notables compromisos vitales, logay establece su derecho a existir en público.

El 2 de octubre de 1978 se rompe con la tradición de ocultamiento,represión y silencio. Antes, a los homosexuales (maricones, maricas, jotos,putos) se les menciona en privado, y entre bromas y condenas. Si en elvirreinato se condena a los sodomitas a la hoguera porque “mudan de

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orden natural”, en el siglo XIX jamás se les menciona por escrito, y unacontecimiento tan importante como el juicio de Oscar Wilde (1895) norecibe comentarios en la prensa. La primera alusión al juicio que localizoes de 1913 en Revista de Revistas. En El diálogo de los libros (Fondo deCultura Económica, 1980), Torri se adelanta a su época, se opone a quie-nes persiguen “crudamente toda idea o pensamiento del orden científicoo artístico, que sean contrarios a la estabilidad de la familia y el Estado”,y se burla del comité francés que exige la mutilación del monumento aWilde en el cementerio parisino del Pére-Lachaise:

A nadie ha sorprendido, sin duda, esta encarnizada persecución de todo loque a Wilde se refiere; por desgracia forman hueste innumerable los que juranguerra a muerte a un escritor, a un poeta y a cuanto les toca, porque su vidano fue todo lo edificante que quisieran los más ignaros y despreciables miem-bros de cualquier congregación anglicana.

En 1913 es insólita la defensa de Wilde, y es aún más sorprendente laridiculización de los cargos en contra suya, provenientes del “rebaño degentes mediocres, de filisteos y semicultos”. Torri concluye:

No está lejano el día en que volvamos el rostro a Wilde en una sonrisa genero-sa, y nos aparezca la tremenda catástrofe de su vida con un prestigio demartirio. Su manía de épater y sus desvíos nos harán sonreír, como nos hacensonreír la petulancia de Wordsworth, la acritud de De Quincey, la afición deLamb por la ginebra con agua...

Torri es consecuente. El 1 de octubre de 1916 en Revista de Revistas,elogia a Wilde profusamente:

El dandismo de nuestros jóvenes literatos y las florecidas “boutonnieres” al parque las cabelleras de flotantes rizos nos lo indican con harta elocuencia. Wildeestá destinado a ser popular entre nosotros. Su influencia atenuará nuestraestrechez habitual de criterio, nos aligerará un tanto de nuestro espíritu depesadez, y renovará la viciada e irrespirable atmósfera en que florecenlánguidamente nuestros intelectuales.

Wilde: oxígeno de la cultura. El espíritu humanista de Torri es muy ex-cepcional y se produce en los años de la lucha armada. Antes, lo comúnes el rechazo, el espanto, la referencia exterminadora. El 20 de noviembrede 1901, en la calle de la Paz, la policía interrumpe un baile de homo-sexuales. La redada adquiere de inmediato perfiles legendarios porque,según el nunca desmentido rumor popular, uno de los detenidos es Igna-cio de la Torre, el yerno de Porfirio Díaz, a quien acompañan vástagos delas familias notables del porfiriato. El número 41 se asocia automática-mente con la homosexualidad, y la serie de grabados de José Guadalupe

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Posada le concede al hecho una popularidad inmensa. “Aquí están losmaricones/ muy chulos y coquetones”, asegura el título de un grabado,y los versos adjuntos cuentan festivamente el “gran baile singular”:

Cuarenta y un lagartijosdisfrazados la mitad desimpáticas muchachas,bailaban como el que más

La otra mitad con su traje.Es decir de masculinos,Gozaban al estrecharA los famosos jotitos.

A los detenidos sin influencias políticas se les envía a Yucatán, a laboresexhaustivas. En 1902 son arrestados dos homosexuales, “La Bigotona”y “El de los claveles dobles”, y se les manda también a Yucatán. Ese año,las hermanas Moriones, empresarias de teatro, celebran las cien repre-sentaciones de la zarzuela Enseñanza libre, de Perrín y Palacios, con los“papeles cambiados”, con los actores haciendo de actrices y viceversa,algo ya habitual desde mediados del siglo XIX en México, como informaLuis Reyes de la Maza en Circo, maroma y teatro (1810-1910) (UNAM, 1985).Pero la homofobia es también invención cultural, y los periodistas, muyal tanto de la costumbre de los “papeles cambiados”, se sorprenden depronto, califican de “repugnante” la puesta en escena, y denigran a lasempresarias, porque ya ensayan una zarzuela de autores mexicanos lla-mada Los cuarenta y uno.

El escándalo popular, única vía para aceptar la existencia de loshomosexuales. Las señoras Moriones se defienden: las cien representa-ciones de las comedias siempre se han celebrado de ese modo, sin protes-ta alguna, y no se ensaya zarzuela alguna con ese título “infamante”.Desde entonces y hasta fechas recientes en la cultura popular el gay es eltravesti, y sólo hay una especie de homosexual: el afeminado. En unanovela insólita, Los cuarenta y uno. Novela crítico-social (1906), su autorEduardo A. Castrejón, como era habitual, predica contra la “injuria gra-ve a la Naturaleza”, la homosexualidad, y describe una velada abomina-ble:

El corazón degenerado de aquellos jóvenes aristócratas prostituidos, palpita-ba en aquel (sic) inmenso bacanal. La desbordante alegría originada por laposesión de los trajes femeninos en sus cuerpos, las posturas mujeriles, las

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voces carnavalescas, semejaban el retrete-tocador de una cámara fantástica;los perfumes esparcidos, los abrazos, los besos sonoros y febriles, representa-ban cuadros degradantes de aquellas escenas de Sodoma y Gomorra, de losfestines orgiásticos de Tiberio, de Cómmodo y Calígula, donde el fuego explo-sivo de la pasión salvaje devoraba la carne consumiéndola en deseos de la másdesenfrenada prostitución.

Para Castrejón no hay duda: se trata de “jóvenes inflamables, repudiables,odiosos para el porvenir y por todas las generaciones, escoria de la socie-dad y mengua de los hombres honrados amantísimos de las bellezasfecundas de la mujer”. En la novela, Ignacio de la Torre es don Pedro deMarruecos, el centro de esa sociedad pervertida, y el único que escapa dela fiesta, cuyo momento ígneo asombra a Castrejón:

Entretanto, en el salón crecía el entusiasmo. Ojos fosforescentes, ojos lúbricos,ojos lánguidos; caderas postizas ondulantes, gráciles, con sus irreprochablescurvas; rostros polveados, pintarrajeados; pelucas maravillosamente adorna-das con peinetas incrustadas de oro y joyas finísimas; pantorrillas bien cince-ladas a fuerza de algodón y auténticas de amorfas flacuras; senos postizos,prominentes y enormes pugnando por salir de su cárcel; muecas grotescas yvoces fingidas; le daba todo ese conjunto a la orgía algo de macabro y fantás-tico.

Luego sobreviene la caída, la vergüenza, la muchedumbre gozosa que vea los 41 partir hacia Yucatán, la vida infernal de los trabajos forzados:

Y era de risa ver el cuadro grotesco de los populares 41, levantando la pala ygolpeando con el zapapico, sudorosos, escuálidos y llorando las más de lasveces a lágrima viva.

Los soldados les daban todos los días “latas” monumentales, diciéndoles convoz fingida:

—¿A dónde vas con tu traje de gala?

—¡No trabajes que te quiebras la cintura, vida mía!

—Te sofocas, lindo niño? Pues carga con el abanico...

Y hasta popular se hizo un estribillo que publicó un diario de la metró-poli en aquella época, y que cantaban los soldados cuando marchaban:

Mírame, marchando voycon mi chacó a Yucatán,por hallarme en un convoybailando jota y cancán.

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Los veinte: la reaparición de los transgresores

En la década del veinte, al amparo de “la bohemia burguesa”, reapare-cen los homosexuales, por fin liberados de las páginas policiales. Lascircunstancias son en extremo distintas: la Revolución Mexicana ha que-brantado muchos de los prejuicios, entre ellos el más extremo: laimpensabilidad de alternativas a la moral dominante. Por eso, sin preám-bulos, aparecen los homosexuales en una atmósfera de libertades relati-vas pero intensas. Entre ellos figuran Salvador Novo, Xavier Villaurrutia,Carlos Pellicer, Elías Nandino, Porfirio Barba Jacob (escritores), y Ma-nuel Rodríguez Lozano, Jesús Reyes Ferreira, Roberto Montenegro, Al-fonso Michel, Agustín Lazo (pintores). Ellos representan la sensibilidaddistinta, el fluir de lo europeo, el “decadentismo” que irrita en demasía,los modales finos que son una provocación.

En los años veinte y treinta la homofobia es actitud tan generaliza-da que no necesita singularizarse. Nadie, en rigor, es homófobo porquetodos, en algún grado, detestan o desprecian o compadecen a los homo-sexuales, “error de la naturaleza”. Como ya se reconoce la existencia dela homosexualidad, es conveniente proteger a la Revolución de susdevastadores efectos. Así, José Clemente Orozco caricaturiza a los gayarquetípicos y le da nombre al grupo: “Los Anales”. Antonio Ruiz elCorzo dedica un óleo a fustigarlos y allí, amparado bajo un gigantesco41, desfila un conjunto de “preciosas ridículas”: Novo, Villaurrutia,Rodríguez Lozano, Montenegro, Antonieta Rivas Mercado, Lupe Marín.Diego Rivera dedica un pánel de los muros de la Secretaría de EducaciónPública a denostarlos. Y del arte se pasa a la política. En 1932 se reinstalaen la Cámara de Diputados el Comité de Salud Pública dedicado a elimi-nar a los contrarrevolucionarios del gobierno. El 31 de octubre de 1934,un grupo de intelectuales (José Rubén Romero, Mauricio Magdaleno,Rafael Muñoz, Mariano Silva y Aceves, Renato Leduc, Juan O’Gorman,Xavier Icaza, Francisco L. Urquizo, Ermilo Abreu Gómez, Jesús SilvaHerzog, Héctor Pérez Martínez y Julio Jiménez Rueda) le solicitan alComité de Salud Pública que, ya que se intenta purificar la administra-ción pública,

se hagan extensivos sus acuerdos a los individuos de moralidad dudosa queestán detentando puestos oficiales y los que, con sus actos afeminados, ade-más de constituir un ejemplo punible, crean una atmósfera de corrupción quellega hasta el extremo de impedir el arraigo de las virtudes viriles en la juven-tud (...) Si se combate la presencia del fanático, del reaccionario en las oficinaspúblicas, también debe combatirse la presencia del hermafrodita, incapaz deidentificarse con los trabajadores de la reforma social.

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En un tiempo ya marcado por la modernización, la cultura popular sos-tiene dos imágenes: el señorito afeminado, el colmo del ocio de la clasealta que pervierte proletarios con su dinero, o el joto de burdel, el infortu-nado producto de una tragedia biológica. No hay términos medios. Yentre estas dos visiones, la del aristócrata lánguido y lascivo que abusade la pobreza que acompaña a la virilidad popular, y la de la víctima dela biología que se contonea patéticamente, la conclusión es drástica: lahomosexualidad es anuncio de la desintegración burguesa o chiste ma-cabro del destino. En cualquier caso, lo inadmisible es la idea de unhombre que se feminiza.

A eso se añade el machismo internacional, robustecido en los secto-res de izquierda por la persecución que, desde 1933, se desata en la URSS.Los stalinistas proclaman “la decencia proletaria” y definen a la homo-sexualidad: “Producto de la decadencia de los sectores burgueses” y“perversión fascista”. En enero de 1934 hay arrestos masivos en Moscú,Leningrado, Jarkov, Odesa. A los detenidos (actores, escritores y músi-cos entre ellos) se les acusa de participar en “orgías homosexuales” y seles condena a varios años de trabajos forzados en Siberia. En 1934, inter-vención personal de Stalin mediante, se introduce una ley que castigalos actos homosexuales con cinco años de prisión (si son “consentidos”)o con ocho años si hubo empleo de la fuerza o la seducción se condujo“públicamente y con intento declarado”.

“Si pudieras quedarte, dueño mío...”

Hasta hace muy poco, el desafío homosexual solía consistir en la actitudretadora, nunca en la verbalización o en la representación de las prefe-rencias eróticas. El medio no lo admitía. En la novela de Rodolfo Usigli,Ensayo de un crimen, el jefe policíaco describe al asesino: “Es un demo-nio, como buen representativo de la joteria”. Y el homosexual, para serlo,necesita resistir a fondo, volverse todo lo invulnerable que puede a tra-vés de la agresividad y el autoescarnio. El ejemplo máximo en México esSalvador Novo, hostilizado como ningún otro, que se defiende desde laironía, el sarcasmo y la incorporación de la burla ajena a la propia:

Ya se acerca el invierno, dueño míoestas noches solemnes y felices,se ponen coloradas las naricesy se parten las manos con el frío.

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Ven a llenar mi corazón vacíoharto de sinsabores y deslicesen tanto que preparo las perdices,que pongo la sartén —y que las frío.

Deja tu mano encima de la mía;dígame tu mirada milagrosasi es verdad que te gusto —todavía.Y hazme después la consabida cosamientras un Santa Claus de utileríacava un invierno más en nuestra fosa.

Porfirio Barba Jacob, nacido en Colombia, es un poeta que se niega a laironía, y elige el tono dramático o patético. Él no se protege de su roman-ticismo, se entrega a él sin contemplaciones: “Como en Sodoma un día,nuestro día/ es para el goce estéril...”. Y se involucra en la sacralizacióndel objeto amado:

Amo a un joven de insólita pureza,todo de lumbre cándida investido:la vida en él un nuevo dios empieza,y ella en él cobra número y sentido.

Confesarse, resistir desde la literatura. Novo y Barba Jacob pagan unprecio altísimo por su “descaro”. A otros se les castiga por su homose-xualidad de diferentes formas: a Jesús Reyes Ferreira se le expulsa deGuadalajara luego de hacerle barrer las calles; a Manuel Rodríguez Lo-zano se le envía a la cárcel por un robo de grabados de Durero que él nocometió; al pintor Alfonso Michel se le estigmatiza en Colima, su ciudadnatal. Y sin la defensa de la fama o el prestigio, muchos homosexuales,por el sólo hecho de serlo, son golpeados, vejados, encarcelados, asesi-nados. Y nada más el crecimiento internacional de la tolerancia y eldesarrollo civilizatorio hacen posible el cambio de actitudes.

Un ejemplo: en 1973 Nancy Cárdenas, la primera mujer en salir delclóset, monta Los chicos de la banda (The Boys in the Band), la pieza de MartCrowley sobre una fiesta gay y la cultura del ghetto, que mezcla elautoescarnio con el sentimentalismo y la búsqueda de tolerancia. Lasautoridades de la Delegación Benito Juárez la prohíben “porque ofendea la moral y las buenas costumbres”, y la comunidad intelectual y artís-tica responde con manifiestos, artículos, reuniones de protesta. La cen-

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sura cede, la obra dura meses en el teatro de estreno y la homosexualidaddeja de ser la reconstrucción (semiclandestina) de monólogos de la an-gustia, suicidios de la culpa y asesinatos por el asco, para, así sea por víadel melodrama, iniciar su normalización.

En los años setenta todavía es muy estricta la noción de limites. En1975, por ejemplo, se prohibe la revista Eros, dirigida por GuillermoMendizábal, que combina desnudos femeninos y desnudos masculinos(no frontales). El régimen de Luis Echeverría no consiente tamaña libera-lidad. Pero la tendencia es, si no a la aceptación sí a la indiferencia.Jacobo Zabludovsky entrevista en Televisa a Nancy Cárdenas, que de-fiende la normalidad de la conducta minoritaria. La revuelta en el barStonewall de Manhattan, donde en 1969 decenas de gays resisten confuria una redada, es el gran estímulo que lleva a la formación de losprimeros grupos. Y ya a fines de los setenta, la sociedad más bien seentretiene con la fiebre del come-out.

A principios de los ochenta, la pandemia del sida se presenta yrehabilita de golpe los prejuicios homófobos, en México como en todaspartes. En 1985 Girolamo Prigione, nuncio papal en México, califica alsida de “castigo divino”, lo que a muchos les parece cierto, homosexua-les incluidos. Dos años más tarde la situación se clarifica: no hay grupossino conductas de alto riesgo, y la intolerancia de la iglesia católica y susaliados civiles (el Partido Acción Nacional en primer término, la organi-zación Pro-Vida de manera enfática) llega a extremos en el rechazo delcondón y de las campañas preventivas. Y los grupos de activistas contrael sida, constituidos mayoritariamente por homosexuales, trabajan conabnegación y heroísmo. Es muy poco lo que se puede hacer, pero el im-pulso de los activistas es extraordinario.

La devastación del sida inutiliza gran parte de las estratagemas dela “doble vida”. En medio de la devastación florece una cultura gayinesperada: revistas, bares, organizaciones. La homofobia empieza a serun término peyorativo, y la tolerancia avanza, así persistan las presio-nes, las amenazas, las razzias y la gritería de la derecha que, en su pro-yecto de retorno a la Edad Media, obstaculiza la información. (Laintolerancia hacia los enfermos proviene, más que de iras bíblicas, delterror irracional al contagio.) Por lo demás, la pandemia obliga a conoci-mientos más vastos y específicos sobre la vida sexual, que solidifican losesfuerzos de divulgación anteriores. Se desvanecen los temores al usoabierto de las palabras, y pierden razón de ser (la que hubiesen tenido)las “zonas prohibidas” en las conversaciones y las publicaciones. Y el

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vigor de esta cultura de la sobrevivencia se impone por sobre los siglosde ocultamiento, de miedo ante la mera referencia a los genitales, de lasuperstición que imagina la inocencia protegible de los demás, de laconvicción de la eterna minoría de edad emotiva y ciudadana de lasmujeres, de la identificación clerical del cristianismo con la represión delinstinto.

Pero la mayoría de los jóvenes ni siquiera discute su derecho aejercer su sexualidad (ya no sin “intermediarios”: los condones). Y siestá por demás hablar del Progreso, tiene sentido enumerar los avancessociales: más libertad de expresión, más libertad corporal, mayor senti-do del humor ante los prejuicios, y, en gran número de casos, canje de laculpa por la precaución y la actitud desprejuiciada. Si esto no es sufi-ciente, no resulta por ello menos alentador.

El albur es el triunfo de la memoria sobre la agudeza

Ante todo, hay que sabercuántas veces debemos

abandonar nuestra novia y huirde sexo en sexo hasta el fin de

la tierra.VICENTE HUIDOBRO

A la libre expresión por el hartazgo de las “malas palabras” y el “chistecolorado”. En los años sesenta, la vanguardia del comportamiento sexualse localiza en el equivalente de la contracultura norteamericana la Onda,el encuentro de jóvenes ya muy americanizados con el rock, las drogas ylos inicios de la Revolución Sexual. Es la era de “las puertas de la percep-ción”. En materia de liberaciones inducidas, esta vanguardia juvenil delos años sesenta y setenta canjea las desinhibiciones del alcohol por lamariguana y los experimentos (que suelen tener un alto costo físico ymental) con LSD, hongos alucinógenos, peyote, anfetaminas. El cuerpose vuelve también un trámite de relación personal (“Acostarse para dia-logar”), y a los adeptos del rock y la mariguana los nuevos profetas (losBeatles, los Doors, los Rolling Stones, los Who, Janis Joplin, Jimi Hendrix)les resultan maestros de la preceptiva amorosa y, lo que es lo mismo, dehábitos sexuales. En asuntos de vida privada, el rock es la cultura defilos religiosos que le sirve a una generación para relativizar o cuestio-nar irónicamente nociones antes irrefutables: la virginidad, la honra, lasumisión al autoritarismo paterno o gubernamental, el miedo a disponer

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del propio cuerpo. “Father? Yes, son. I want to kill you!”. El grito de JimMorrison en “The End”, así no se comparta al extremo, o así se entiendasólo como bravata escénica, acompaña a quienes intentan demoler lamoral decimonónica. Y la represión oficial nada más reafirma la validezde la disidencia.

Lo que según unos es orgía, para la especie contracultural queemerge, llamada por comodidad de los jipitecas, es acción comunitaria.La promiscuidad pierde su deshonesto nombre y en 1971, en el festivalde rock en Avándaro, se realiza a lo largo de tres días, y pese al machis-mo predominante, el gran anhelo: el trato más igualitario entre los sexos,aún distante de la democratización pero ya no reproductor dócil de loscomportamientos tradicionales. En Avándaro el coito masivo, la “grose-ría” que proferida por decenas de miles abandona su carácter ofensivo, ylos desnudos que son declaraciones de independencia, desembocan enotra visión de las relaciones humanas, más abierta y divertida. (En elfondo, se trata de un segmento del viaje de la sociedad tradicional a lasociedad de masas.)

En los setenta la sociedad capitalina (la que más influye en el paíscentralista) decide que es tiempo de modernizarse o, al menos, de igualarlo que se dice en privado con lo que se dice en público. Abundan yavodeviles, sketches de frotamientos corporales y empobrecimientosescénicos donde el albur (el juego de palabras donde el que pierde es“devorado” sexualmente) es la atracción de feria que le infunde a losespectadores la creencia en su ingenio. Recuérdense títulos que son pro-clamas: Los aprietos de una chichimeca, La cosa se puso dura, Las del talón,Todos hacemos así, La Calle del órgano, No me toquen... eso, El Coyote cojo,¿Hombre, mujer o quimera?, Los calzones los llevo yo, La cosa me viene de atrás,Cuando me río se me sale. Esta manipulación descarada escenifica el em-bate de la vulgaridad, ariete de la cultura de masas, contra la hipocresía.Calificar de “obscenas” estas piezas es ocioso e inexacto. Son en rigordramatizaciones del humor infantil y de la ansiedad adolescente queusa de lo sexual para representar un deseo dentro de un placer. Orgasmoy orgía, desde la perspectiva del ridículo, parodian el anhelo y chotean eldesahogo. Y al sumergirse no en el sexo sino en la burla del ánimo ja-deante, los espectadores obtienen ese satisfactor de su reclame calentu-riento: la versión degradada de sus obsesiones.

Pero en el teatro experimental la situación es la opuesta: allí cuajanlas necesidades libertarias, gracias a puestas en escena imaginativas,osadas, delirantes. Alejandro Jodorowsky dirige La sonata de los espectros,

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Las sillas, La ópera del orden, Así hablaba Zaratustra, El juego que todos juga-mos y, en televisión, arroja una biblia al suelo y destruye un piano ahachazos. La “provocación” da resultados: así se prohiban La sonata delos espectros y La ópera del orden, el éxito de Jodorowsky hace retroceder ala censura. Y lo que ya se permite en las películas mexicanas es asombro-so, si bien un tanto forzado por el ritmo internacional. Las autoridadescaptan el mensaje: proseguir mecánicamente con la censura moral esaniquilar el espectáculo. Ya para 1973, en cine y teatro, la aperturaecheverrista extrae del silencio a Chingada, Carajo y demás vocablos, ylos pone al frente de las exclamaciones que convocan la risa victoriosadel público. Se implanta un habla unisex todavía autoritaria y machista,pero ya sin zonas prohibidas, y abiertamente sexualizada. También, semultiplican los desnudos (femeninos), abundan las situaciones “esca-brosas” con todo e incesto, e incluso las minorías sexuales consiguenrepresentación así sea bajo el manto del grand-guignol. Por desdicha, laapertura se da en el momento en que los únicos capaces de aprovecharlason comerciantes ávidos de recuperar al instante sus inversiones.

Hambre de soledad padece el coito

Isolda, Isolda, cuántoskilómetros nos separan,

cuántos sexos entre túy yo.

VICENTE HUIDOBRO

Noticiero del cambio: el psicoanálisis ya no es moda social y persisteentre polémicas sobre “ajustes” a la realidad o “sanos desajustes” yactualizaciones lacanianas; la sexología avanza, con el auge relativo deMasters y Johnson y su vocabulario se nacionaliza sin riesgo alguno deconocimiento genuino (“sólo los traumas te ayudan a no tener proble-mas sexuales”); la familia nuclear se comunica con la familia tribal tresveces al año (Navidad, cumpleaños, enfermedades); las crisis económi-cas promueven el control de la natalidad por encima de fulminacionesdel papa; el lenguaje cínico o clínico exhibe al amor como la mezcla deganas fornicatorias y autoestima; los burdeles son especies en extinción;ni el divorcio ni el adulterio son ya causa formal de escándalo, aunquetodavía no llega un divorciado a la presidencia; es amplio el avance delas razones en pro de la legalización del aborto; es irreversible la parti-

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cipación de las mujeres en casi todos los campos; “hacer el amor” ya noes sinónimo de coger sino de “relación significativa entre dos seres hu-manos”; son unas cuantas las “malas palabras” que sobreviven comotales a su nivelación moral (su uso indiferente); y, dependiendo de lageneración a que se pertenezca, todo lo preside la nostalgia del senti-miento de culpa, o la incomprensión ante cualquier nostalgia.

¿Qué ocurre en cuatro décadas? ¿Cómo se debilitan o cómo cedenlas fortalezas tradicionales? ¿A qué atribuir el crecimiento de la toleran-cia en asuntos de la moral social? Hay razones diversas (culturales, eco-nómicas, políticas, comerciales), pero la fundamental es la secularización.Ya desde los treinta en los centros urbanos el sentimiento religioso dejade ser el eje de las decisiones y pocos repetirían convencidos la frase deSan Jerónimo: “Adúltero es también el que ama con excesivo ardor a sumujer”.

Para la mayoría, la religión es sólo fragmento de la visión del mun-do, indispensable pero no determinante en la vida cotidiana, y cadapersona acumula las pequeñas y grandes desobediencias a las ordenan-zas eclesiásticas que los curas traducen como “la descatolización deMéxico, fruto de la atroz educación laica”. De hecho, ocurre sin demasia-dos contratiempos esa “muerte de Dios”, que es el canje de la moral que(como sea) se practica por la moral que ya únicamente se proclama (An-tes de los años setenta, el número de hijos anuncia el respeto a la moraltradicional: seis, ocho están bien, Dios proveerá). Y como siempre y entodas partes, la religión es, en lo social, un tributo formal a los ancestros,y un elemento clave en el juego de la Respetabilidad. Luego, en medio dela crisis de la conciencia individual, los sectores con aspiraciones demodernidad esquivan “el soborno del cielo” (G. B. Shaw), observan conindiferencia la “memorización teológica” del sentido de la vida huma-na, y aceptan la relativización de los valores morales en que fueron edu-cados.

La televisión aporta, con eficacia, un argumento persuasivo: “loindebido” es lo que no está de moda, no hay comportamiento que noatraiga a alguien en algún lugar del mundo y quien seriamente se escan-daliza ante lo real pierde tiempo, y deja de entender lo que contempla. Ya la provincia la modifican los signos de identidad de “lo moderno”. Unpaís muy fragmentado ingresa a lo homogéneo.

También desde los años veinte, las metamorfosis de la moral socialnorteamericana son estudiadas con avidez en México. Y a cualquier con-ducta “liberal” o “liberalizada” observable en Estados Unidos la rodea

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primero la alarma, luego la burla, en seguida la imitación, y finalmentela asimilación. El proceso se repite: los grupos tradicionalistas se enfren-tan a las innovaciones (libertad de opción sexual de las mujeres, uso deanticonceptivos, liberalización de la familia, desnudos frontales en ciney teatro, uso público del lenguaje “obsceno”, etcétera); las autoridadesdudan o tienen miedo; por un tiempo se consigue la prohibición o el veto,y luego, de manera natural, la innovación se generaliza sin que ya nadieproteste.

A esto se añaden fenómenos motivados por la pobreza, entre ellosla unión libre, práctica de cientos de miles de parejas, sin dinero para losgastos cuantiosos, en términos relativos o absolutos, del matrimonio ci-vil y eclesiástico.

El feminismo: la declaración de principios

A principios de los setenta, el feminismo resurge en México gracias ajóvenes radicales, muy enteradas del desarrollo teórico y organizacionalen Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Italia, e integradas en grupos nomuy numerosos con frecuencia divididos o ideologizados hasta la pará-lisis. Al principio se le califica de afán colonizado que usa la liberación(con o sin comillas) como técnica para estar al día. Luego, el feminismoatraviesa por éxitos, fracasos, pobreza organizativa, influencia en muydiversos sectores de mujeres. Si aún es insuficiente la aportación teóricade las feministas mexicanas, y si sus formas organizativas son preca-rias, sus planteamientos básicos penetran en la opinión pública y en lasociedad civil (en la derecha incluso), y sus logros son notables. Así porejemplo, en la lucha por la legalización del aborto, pese al retrocesoinstitucional (la presión del clero católico sobre el gobierno), y no obstan-te la persecución esporádica, con todo y torturas, de médicos, enfermerasy mujeres que abortan, disminuye la opresión social, y se reducen consi-derablemente las sensaciones de pena, vergüenza, humillación y dolorasociadas al aborto.

El feminismo no es el único responsable de los avances en la moralsexual, pero interviene notoriamente en el cambio de actitud de miles demujeres que, al abortar, no se consideran “víctimas del pecado” o “dese-chos humanos”, sino seres que, en un momento trágico, eligen responsa-blemente. ¿A quién convencen los obispos que fustigan a las mujeres porcreerse “dueñas de su propio cuerpo”? Sólo a núcleos reducidos y

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fanatizados así sea más amplio el sector que, por razones de formacióncatólica, se niega al aborto. Pero quienes reivindican el derecho al cuerpopropio, le confieren a su acto una dimensión de rebeldía ante destinostrazados desde afuera. Si en diversos sectores, ni los machos dejan deserlo por vergüenza cultural, ni las mujeres se consideran habilitadaspara el libre uso de su corporalidad, sí mucho le deben al feminisno eldescenso de los prestigios del machismo, la creciente igualdad jurídicade la mujer, la perspectiva de las mujeres en los ámbitos de la creaciónartística y literaria, la sensación misma de ampliación de libertades. Sinel feminismo la vida mexicana sería hoy distinta, y mucho más opresiva.

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desde la mirada

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Imágenes eróticas

Araceli Mingo

Desde que comenzamos a idear este número se nos hizo evidenteel hecho de que el elemento erótico de nuestro tema principaltenía que ser expresado en imágenes. Sólo las imágenes podían

recuperar la dimensión sensorial, perceptiva, de las abstracciones quehemos expuesto en palabras. He aquí nuestra seleccción de imágeneseróticas desde diferentes posicionamientos sexuales; pretende estable-cer un diálogo con los textos, pero nos parece que funciona también demanera independiente y refleja la irreductibilidad de las sexualidades,su pluralidad, la multiplicidad de sensaciones, sentimientos y emocio-nes que están implicados en su teoría y en su práctica.

De una propuesta original de veinte imágenes tuvimos que haceruna selección definitiva; desde luego, fue particularmente difícil y alfinal, el costo de reproducción nos obligó a limitarla a ocho imágenes.Agradecemos de manera especial el cuidado y generoso trabajo del fotó-grafo Fernando Hernández Olvera.

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Salvador Dalí, “El gran masturbador”, 1929

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Christian Schad, “Amigas”, 1930

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Eric Fischl, “El chico malo”, 1981

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Balthus, “La lección de guitarra”, 1934

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Otto Dix, “Pareja de amantes desigual”, 1925

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Otto Dix, “Sueño de la sádica II”, 1922

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William N. Copley, “Los 69 pasos”, 1973

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Tom of Finland, “Leñadores”, 1988

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La creación del personaje masculino1

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Estoy más que encantada de que hayan invitado a una mujer insig-ne a dar la conferencia Hagey este año, y aunque hubieran podi-do elegir a otra más respetable que yo, me doy cuenta de que la

oferta con la que cuentan es limitada.Que carezco de respetabilidad es algo que sé de buena fuente: de

hecho, la fuente son los académicos de la Universidad de Victoria, enColumbia Británica, donde me entrevistaron hace poco. “Hice una pe-queña encuesta” me dijo el entrevistador, “entre los profesores de aquí.Les pregunté qué pensaban de su obra. Las mujeres fueron todas muypositivas, pero los hombres contestaron que no sabían qué tan respeta-ble fuera usted”. Así que les advierto que lo que aquí aparece no será,académicamente, muy respetable. Mi perspectiva es la de una novelistade oficio, habitante desde hace mucho de New Grub Street, no la de laestudiosa de la época victoriana que aprendí a ser, durante cuatro años,en Harvard; aunque no puedo deshacerme de la influencia victoriana,como se puede ver. Así que ni siquiera mencionaré la metonimia y lasinécdoque, excepto en este instante, para impresionarlos y para quevean que sé que existen.

Por supuesto, todo lo anterior viene a cuento porque quiero que loslectores hombres sepan que, a pesar del título, no tienen por qué sentirseamenazados. Creo que, culturalmente, hemos llegado al punto en que loshombres necesitan cierto refuerzo positivo. Comenzaré con este proyectopersonal justo ahora. Tengo conmigo unas estrellas doradas, plateadasy azules (que son ficticias, por supuesto). Se gana una estrella azul el quese sienta tan poco amenazado que decidió venir hoy en la noche; la

1 “Writing the male character”, Second words. Selected Critical Prose, Toronto,Anansi, 1982, pp. 412-430.

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plateada es para el que hasta se ría de las bromas que hago; la dorada espara el que no se sienta amenazado en absoluto. Por otro lado, se ganaun tache negro el que me diga “A mi esposa le fascinan sus libros”; dostaches para el que me diga, tal como lo hizo hace poco un productor de laCBC,2 “Ya somos varios los preocupados porque las mujeres se estánapoderando del medio literario canadiense”.

“¿Por qué se sienten amenazados los hombres por las mujeres?”, lepregunté a un amigo. (Me encanta el recurso retórico “un amigo”. Lasperiodistas lo usan a menudo para decir algo especialmente desagrada-ble, sin responsabilizarse de ello. Además, sirve para que la gente sepaque una tiene amigos hombres, que no perteneces a la raza de esos mons-truos míticos que echan fuego, las Feministas Radicales, que siemprellevan con ellas un par de tijeras y patean a los hombres que intentanabrirles la puerta. “Un amigo”, admitámoslo, también le da peso a lasopiniones expresadas.) Pues mi amigo, quien por cierto sí existe, accedióa participar en la siguiente conversación. “Quiero decir —le dije— si loshombres son más grandes casi siempre, corren más rápido, estrangulanmejor y, en promedio, tienen más dinero y poder”. “Tienen miedo de quelas mujeres se rían de ellos”, me contestó. “Que recorten su visión delmundo”. Después, durante un breve seminario de poesía que di, le pre-gunté a las alumnas: “¿Por qué se sienten las mujeres amenazadas porlos hombres?”. “Tienen miedo de que las maten”, me respondieron.

Con base en esto concluí que los hombres y las mujeres son deverdad distintos, aunque sólo sea en los límites y grados en que se sien-ten amenazados. Un hombre no es una mujer con ropa chistosa y corba-ta. Ellos no piensan igual sino cuando se trata de cosas como matemáticassuperiores. Pero tampoco son extraterrestres o formas de vida inferior.Desde la perspectiva del (de la) novelista, este descubrimiento tiene im-plicaciones muy importantes. Y al fin nos acercamos al tema que nosinteresaba, dando vueltas, desviándome, caminando para atrás comolos cangrejos, de un modo bastante femenino; sin embargo, me acerco.Pero antes, otra pequeña digresión en parte para demostrar que cuandola gente te pregunta si odias a los hombres, la respuesta adecuada es “¿acuáles?” –porque, por supuesto, la otra gran revelación de la noche es

2 La CBC es la Canadian Broadcasting Corporation.

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que no todos los hombres son iguales... Algunos tienen barbas. Ademásde eso, nunca me he incluido entre aquellas que hablan de los hombrescon desdén amontonándolos a todos juntos; nunca diría —por ejemplo,“Pon una bolsa de papel sobre su cuerpo y todos son iguales”. Pongo aAlbert Schweitzer en una esquina y a Hitler en otra.

Pero pensemos en lo que sería la civilización actual sin las contri-buciones de los hombres. No habría pulidoras de pisos, ni bomba deneutrones, ni psicología freudiana, ni grupos de rock de heavy metal, nipornografía, ni Constitución canadiense repatriada... la lista podría se-guir y seguir. Y es divertido jugar scrabble con ellos y son útiles, pues secomen las sobras. He oído a algunas mujeres muy cansadas que opinanque el único hombre bueno es el hombre muerto, pero esto está lejos deser verdadero. Es difícil encontrarlos, pero hay que verlo así: como losdiamantes, aunque estén en bruto, su rareza los hace más valiosos. ¡Trá-tenlos como seres humanos! Esto los sorprenderá en un principio, perotarde o temprano sus cualidades emergerán, la mayor parte del tiempo.Bueno, en vista de las estadísticas..., al menos, parte del tiempo.

Ésa no era la digresión... ésta es la digresión. Crecí en una familiade científicos. Mi padre era un entomólogo del bosque al que le encanta-ban los niños e, incidentalmente, no se sentía amenazado por las muje-res, y pasamos muchas horas felices escuchando sus explicaciones sobrelas costumbres del escarabajo carcomador o sacando orugas de la sopaporque se le había olvidado darles de comer y se habían arrastrado portoda la casa en busca de hojas. Uno de los resultados de mi educaciónfue que tenía una gran ventaja en el patio de la escuela cuando los niñosintentaban espantarme con gusanos, víboras y demás; el otro fue que, unpoco más tarde, desarrollé cierto cariño por los escritos del gran natura-lista decimonónico, padre de la entomología moderna, Henri Fabre. Fabreera, como Charles Darwin, uno de esos dotados y obsesivos naturalistasaficionados que el siglo XIX produjo a manos llenas. Continuó sus inves-tigaciones por amor al tema y, al contrario de muchos biólogos actuales,cuyo lenguaje se compone más de números que de palabras, era un escri-tor entusiasta y encantador. Leí con placer su recuento sobre la vida delas arañas y el de sus experimentos con las hormigas leones con loscuales trató de probar que éstas razonaban. Pero no eran sólo sus temaslo que me intrigaba; era el carácter del hombre mismo, tan pleno de ener-gía, tan complacido por todo, tan lleno de recursos, tan dispuesto a se-guir su línea de estudio hasta donde lo llevara. Recibía opiniones quetomaría en cuenta, pero sólo creía en algo hasta que lo había probado en

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sí mismo. Me encanta pensar en él, pala en mano, adentrándose en uncampo lleno de excremento de borrego en busca del sagrado escarabajopelotero y de los secretos de su ritual de poner huevos. “Soy todo ojos”,exclamaba al sacar a la luz un pequeño objeto, no redondo como la habi-tual bola comestible del escarabajo sino en forma de pera. “Oh, benditasverdades gozosas que brillan de repente”, escribió. “¿Qué otras puedencompararse con ustedes?”

Y es con este espíritu que deberíamos acercarnos a todos los sujetos,me parece. Si un escarabajo se lo merece, ¿por qué no un objeto un tantomás complejo: el humano masculino? Por supuesto, la analogía tieneciertos inconvenientes. Por ejemplo, los escarabajos se parecen muchoentre sí, mientras que, como lo hemos anotado, hay gran variedad encuanto a los hombres. Además, se supone que tendríamos que estar ha-blando de novelas y, como es obvio, una novela no es un tratado científi-co; es decir, no puede afirmar que contiene el tipo de verdad fácticademostrable a través de la repetición de experimentos. Aunque el nove-lista presenta observaciones y llega después a ciertas conclusiones, és-tas no pertenecen al mismo orden que las de Fabre acerca delcomportamiento de las prácticas de apareamiento del escorpión hembra,aunque algunos críticos reaccionan como si así fuera.

Nótese que hemos aterrizado en medio de un pantano, es decir, enel punto crucial del problema: si una novela no es un tratado científico,entonces ¿qué es? Nuestra evaluación del papel del personaje masculinodentro de la novela dependerá, por supuesto, de la clase de bestia con lacual creamos estar tratando. Seguramente conocen la fábula de los cua-tro filósofos ciegos y el elefante. Sustituyan “filósofos” por “críticos” y“elefante” por “novela” y tendrán una idea de lo que sucede. Un críticoagarra la vida de un novelista y decide que las novelas son autobiogra-fías espirituales disfrazadas, o fobias sexuales disfrazadas o algo por elestilo. Otro se agarra del Zeitgest (o espíritu de los tiempos, para aquellosque no tuvieron la suerte de verse obligados a presentar un examen dealemán para el doctorado) y escribe sobre la Novela de la Restauración ola Novela de la Sensibilidad o el Surgimiento de la Novela Política o laNovela sobre la Alienación del Siglo XX; a otro se le ocurre que las limita-ciones del lenguaje tienen algo que ver con lo que se dice o que ciertostextos presentan patrones similares, y el aire se llena de mitopeia, estruc-turalismo y delicias similares; otro va a Harvard y se pesca de la Condi-ción Humana, que se encuentra entre mis favoritas y resulta muy útilcuando a una no se le ocurre otra cosa qué decir. Sin embargo, el elefante

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sigue siendo un elefante y tarde o temprano se cansa de que los filósofoslo estén manoseando y entonces se endereza, se para sobre sus patas y semarcha en la dirección opuesta a ellos. Esto no quiere decir que los ejer-cicios críticos sean futiles o triviales. Por lo que he dicho de los escaraba-jos —que también tienden a preservar sus secretos— ya sabrán queconsidero la descripción de elefantes una actividad que vale la pena.Pero describir un elefante y darlo a luz son cosas diferentes y el novelistay el crítico se acercan a la novela con una serie de preconcepciones,problemas y emociones muy distintos.

“¿De dónde venís?” pregunta un bien conocido personaje masculi-no en una multifacética prosa narrativa que, estoy segura, les es familiar.“De ir y venir en la tierra, de subir y bajar por ésta”, le contesta su adver-sario. También el novelista. Por supuesto, no es deseable continuar conesta analogía —un critico no es Dios, contrariamente a lo que algunosopinen, y un novelista tampoco es el diablo, aunque uno podría subra-yar, con Blake, que las energías creativas provienen con mayor frecuen-cia del inframundo y no del mundo superior del orden racional. Digamostan sólo que el ir y venir y el subir y bajar por la tierra son cosas que todoslos novelistas han hecho de algún modo y que la novela propiamentedicha, diferenciada del romance y sus variaciones, es uno de los momen-tos de la civilización humana en que el mundo humano tal cual es seestrella contra el lenguaje y la imaginación. Esto no implica limitar lanovela a un naturalismo a la Zola (aunque el mismo Zola no era unnaturalista estrecho a la Zola, como cualquiera que haya leído el triun-fante pasaje final de Germinal podrá comprobar), sino que algunas de lascosas que se introducen en las novelas entran en ellas porque están en elmundo. En Moby Dick la escena de la flagelación no existiría si no hubie-ra habido barcos balleneros en el siglo XIX y su inclusión no es merosadomasoquismo por parte de Melville. Sin embargo, si el libro sólo setratara de eso podría cabernos la duda.

Así, se debe concluir que el comportamiento muy poco recomenda-ble de algunos personajes masculinos en ciertas novelas escritas pormujeres no se debe necesariamente a una visión pervertida del sexo opues-to por parte de las autoras. Podría ser.. lo digo vacilante, en un susurro,pues como la mayor parte de las mujeres me da pavor ser acusada —casino me atrevo a decirlo— de odiadora de los hombres... podría ser que elcomportamiento de algunos hombres en lo que nos gusta considerar lavida real... ¿podría ser que no todos los hombres se portan bien? ¿Podríaser que algunos emperadores andan desnudos?

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Tal vez esto les parezca una obviedad. Pero no lo es. Entre el ir yvenir que los (as) novelistas realizan hoy día está el ir y venir por Canadáen la gira Hunda a un autor (Wreck-an-Author) de McLelland and Stewart3

para hablar con habitantes de los medios de comunicación, y el subir ybajar sucede luego de haber leído las reseñas de sus libros. En favor demi argumentación, finjamos que los habitantes de los medios y los críti-cos que escriben en los periódicos tienen alguna relación, si no con ellector promedio, al menos con el clima de opinión promovida oficial-mente, es decir, lo que se considera dentro de la moda del momento y, portanto, puede discutirse en público sin sentir vergüenza. De ser así, elclima de opinión promovida oficialmente muestra un giro notable hacialos plañidos masculinos.

Déjenme llevarlos unos años atrás, a los días de Política Sexualde Kate Millet, cuyo ancestro fue Love and Death in the American Novel deLeslie Fiedler. Ambas eran críticas basadas en el análisis, dentro de lanovela, de las relaciones entre hombres y mujeres y ambas le pusierontache a ciertos autores por construir retratos simplistas y estereotiposnegativos de las mujeres. Bueno, eso resultó interesante, pero ahora elasunto se ha volteado. Ahora nosotras recibimos taches por lo que algu-nos críticos (para ser justa, debo decir que entre éstos también hay muje-res) consideran como retratos desfavorables de los hombres realizadospor autoras. He llegado a esta conclusión sobre todo por reseñas de mislibros, porque son las que más leo, pero lo he descubierto en otros ladostambién.

Sabemos que es imposible escribir una novela exenta de valores. Lacreación no sucede en el vacío y un (a) novelista retrata o denuncia algu-nos de los valores de la sociedad donde vive. Desde Defoe hasta Dickensy Faulkner, siempre se ha hecho. Pero a veces se nos escapa que lo mismosucede con la crítica. Somos organismos dentro de un medio ambiente einterpretamos lo que leemos a la luz de cómo vivimos y de cómo nosgustaría vivir, lo cual casi nunca coincide, por lo menos en el caso de lamayoría de los (as) lectores (as) de novelas. Creo que la interpretaciónpolítica de la novela es pertinente dentro del cuerpo de la crítica siemprey cuando se reconozca a la novela como lo que es, porque la polarización

3 La casa editorial más importante del Canadá anglófono.

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total no le presta ningún servicio a la literatura. Por ejemplo, un amigo —para que sepan que tengo más de uno— escribió una novela donde enuna escena retrata a unos hombres orinando de pie en la calle. Según sé,los hombres han hecho esto durante mucho tiempo, a juzgar por la firmaen la nieve; es sólo algo que pasa. Pero una amiga mía le leyó la cartillapor escrito. El texto le parecía no sólo imperdonablemente centro cana-diense —como podrán adivinar, ella es de Columbia Británica— sinotambién imperdonablemente machista. No estoy segura de cuál habríasido solución que ella habría dado en la novela. Probablemente queríaque mi amigo no hablara de orinar y con ello evadiera el molesto proble-ma de las diferencias fisiológicas; tal vez esperaba que los hombres de-mostraran una actitud igualitaria y se sentaran en el excusado. O tal vezquería.que orinaran de pie en la calle y se sintieran culpables por hacer-lo. O a lo mejor hubiera estado bien si lo hubieran hecho en el OcéanoPacífico, para que se comportaran según la importancia actual del regio-nalismo. Podrán pensar que esta clase de crítica es tonta, pero sucedetodos los días en New Grubb Street, que es donde vivo.

Para la novelista, esto significa que algunos hombres encontraránreprobable que retrate a los hombres comportándose como muchas veceslo hacen. Nunca será suficiente que evite convertirlos en violadores yasesinos, abusadores de niños, fomentadores de guerras, sádicos, ham-brientos de poder, insensibles, dominantes, pomposos, tontos o inmora-les, aunque todos sabemos que existen. Hasta cuando los presenta comoseres sensibles se le acusa de retratarlos como “débiles”. Lo que este tipode critica quiere es al Capitán Maravilla, sin Billy Batson su alter ego;nada más la satisfará.

Perdónenme por subrayar lo obvio, pero me parece que un buenpersonaje en una novela, es decir, uno logrado, no es un personaje “bue-no” en el sentido moral en que lo es una persona en la vida real. Dehecho, un personaje que se porta bien todo el tiempo probablemente sig-nifique un desastre para el libro. Existe una presión pública para queuna cree este tipo de personajes, no es nada nuevo. Veamos a SamuelRichardson, autor de esos clásicos en donde se huye de la violación:Pamela y Clarissa. Las dos novelas contienen mujeres relativamente vir-tuosas y hombres relativamente lujuriosos y de mente sucia que, porcoincidencia, eran caballeros ingleses. Nadie acusó a Richardson de tra-tar mal a los hombres, pero algunos caballeros ingleses sintieron queeran víctimas de una mala jugada; en otros términos, las inseguridadeseran de clase, no de género sexual. Por supuesto, Richardson salió con

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Sir Charles Grandison, novela en la cual enmendó la imagen del caballeroinglés. La novela comienza promisoriamente, con un rapto e intento deviolación cuando un villano estaba a punto de obtener la invaluable ollade oro, la virginidad de la heroína. Desafortunadamente, Sir CharlesGrandison entra en escena, salva a la heroína de un destino peor que lamuerte y la invita a su casa de campo; después de lo cual la mayoría delos (as) lectores (as) se despiden de la novela. Sin embargo, yo siemprellego al final, hasta en las malas películas, y como soy la única personaque conozco que ha digerido las 900 hojas de la novela puedo decirles loque pasa. Sir Charles Grandison despliega sus virtudes; la heroína lasadquiere. Eso es todo. ¡Ah! y luego hay una propuesta de matrimonio.¿Se les antoja leerla? Les apuesto que no, ni tampoco a todos esos críticosque se quejan de la imagen del hombre en los libros escritos por mujeres.Una amiga —una lectora y crítica perspicaz— dice que su criterio esen-cial para evaluar a la literatura es preguntarse “¿Esto vive o muere?”Una novela que se base en las necesidades que la gente siente de que suego sea acariciado, su imagen apuntalada o su sensibilidad gratificadamuy difícilmente sobrevivirá.

Echemos una ojeada a lo que la literatura ha hecho en realidad. ¿EsHamlet, por ejemplo, una calumnia sobre los hombres? ¿Lo es Macbeth?¿Lo es Fausto, en cualquiera de sus versiones? ¿Y qué del comportamien-to de los hombres en Moll Flanders? ¿O en Tom Jones?

Si Dickens creó a Orlick, Gradgrind, Dotheboys Hall, Fagin, UriahHeep, Steerforth y Bill Sykes, ¿debemos concluir que es un odiador dehombres? Meredith fue implacable crítico de los hombres y gran admira-dor de las mujeres en novelas como Richard Feverel y The Egoist.

¿Significa eso que es algo así como un traidor? ¿Y con respecto alfascinante fracaso de Isabel Archer para encontrar un hombre que esté asu altura en Portrait of a Lady de James? Aparte está Tess of the D’Ubervilles,con la gentil Tess, la víctima, y los dos protagonistas masculinos, unsinvergüenza y un mojigato. Les propongo a Anna Karenina y a MadameBovary para dar un salto cultural; y ya que estamos en esas, podríamosmencionar al Capitán Ahab a quien, a pesar de ser una creación literariade gran fuerza, dificilmente podríamos considerar como un modelo decomportamiento a seguir. Por favor tengan presente que todos estos per-sonajes y novelas fueron creados por hombres, no por mujeres; pero,hasta donde yo sé, nadie ha acusado a los autores de ser malos con loshombres, aunque se les haya acusado de muchas otras cosas. Tal vez elprincipio implicado tenga que ver con el mismo que se utiliza cuando se

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cuentan chistes étnicos: está bien cuando se hacen dentro del grupo,pero cuando vienen de fuera se les considera racistas, aunque el chistesea el mismo. Si un hombre hace un retrato desfavorable de un personajemasculino, es la Condición Humana; si lo hace una mujer, entonces esmaldad. Creo que, hasta cierto punto, es posible darle la vuelta y aplicaresto mismo a las reacciones de las mujeres frente a los libros escritos pormujeres. Por ejemplo, esperaba que algunas feministas me denunciaranpor la creación de mis personajes Elizabeth y Auntie Muriel en Life BeforeMan, a quienes nadie querría tener como compañeras de cuarto. Pero nosucedió. Para cuando el libro apareció, hasta las críticas feministas sehabían fastidiado de algunas de sus expectativas; ya no les hacía faltaque todas las protagonistas fueran cálidas, sino rudas, ya no sabias yexperimentadas sino sensibles y abiertas, competentes, no madres tierray apasionadas sino llenas de dignidad e integridad; estaban dispuestasa admitir que las mujeres también tienen sus imperfecciones y que lasororidad universal, aunque deseable, no ha sido aún instituida en estemundo. Sin embargo, tradicionalmente las mujeres han sido más durasque los hombres con respecto a los asuntos relacionados con la imagende la mujer en los libros escritos por mujeres. Tal vez ya es hora de termi-nar con los juicios de modelos de comportamiento y volver a la Condi-ción Humana, tomando en cuenta que ésta puede ser variada.

Por cierto, podría construirse un argumento para concluir que a lolargo de la historia las escritoras han sido más benévolas con los hom-bres que los escritores. En las grandes novelas inglesas escritas por mu-jeres es imposible encontrar nada similar a aquel ángel caído y monstruode depravación, Mister Kurtz, famoso corazón oscuro de Heart of Darkness;el más cercano sería el infame Simon Legree (pero había dicho grandesnovelas). La norma oscila entre Heathcliff y Mr. Darcy, ambos llenos dedefectos pero retratados con compasión; o, para invocar la única grannovela inglesa del siglo XIX, Middlemarch de George Eliot, entre el seco yenvidioso Mr. Casaubon y el idealista pero desencaminado Dr. Lydgate.La maravilla del libro es que George Eliot nos hace entender no sólo lohorrible que es estar casada con Mr. Casaubon sino qué tan horrible esser Mr Casaubon. Este me parece un modelo digno de imitación. GeorgeOrwell dijo que la vida de cada hombre vista desde dentro es un fracaso.Si yo lo hubiera dicho, ¿sería sexista?

Los victorianos, por supuesto, tenían ciertas ventajas que a noso-tros nos faltan. Al menos no eran tan conscientes como nos hemos vistoforzados a serlo nosotros del tipo de tema que discutimos ahora. Aunque

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estaban presionados para no escribir jamás una línea que pudiera sonro-jar a una jovencita, lo que hoy día nos daría bastante libertad, no vacilabanen retratar el mal ni en llamarlo mal, o en hacer desfilar frente a los lectores(as) un zoológico de figuras cómicas o grotescas sin preocuparse de quepudieran considerarse como un insulto a un género sexual o al otro. Lasnovelistas victorianas tenían otras ventajas. Como el sexo quedaba fuera,cuando creaban un personaje masculino podían salir del paso sin inten-tar explicar cómo se siente el sexo desde una perspectiva masculina. Nosólo eso sino que se consideraba que las novelas se producían para lasmujeres, por lo cual tomó bastante tiempo para que se les consideraracomo una forma seria de arte. Algunas de las primeras novelas inglesasfueron hechas por mujeres, la lectura era predominantemente femenina yhasta los novelistas orientaban su trabajo en concordancia. Por supuesto,hay bastantes excepciones, pero en general podemos decir que, durantecasi dos siglos, la novela tuvo decididamente un sesgo femenino, lo cualpuede explicar el hecho de que muchos escritores eligieran protagonistasfemeninas y no al revés. La ventaja de la novelista (opuesta al romancero ala Walter Scott) resulta obvia. Si las novelas eran pensadas para las muje-res, las mujeres tenían información interna.

Como forma, la novela ha cambiado y se ha expandido bastantedesde entonces. A pesar de ello, una de las preguntas que la gente mehace con frecuencia es “¿Escribe novelas de mujeres?” Hay que detener-se en la pregunta porque, como con otras preguntas, su significado variasegún quién la pregunte y sobre quién. “Novelas de mujeres” puedesignificar novelas de género popular, de ésas con enfermeras y doctoresen la portada o de las que tienen heroínas con los ojos entornados, vesti-dos de época y cabellera al aire frente a castillos góticos o mansionessureñas u otros locales donde la villanía puede amenazar y Heathclifftodavía acecha entre el musgo negro. O puede querer decir novelas quese supone son consumidas mayoritariamente por mujeres, lo que abarca-ría bastante, puesto que el público lector de novelas de todo tipo —conexcepción de las de vaqueros y algunas porno— está compuesto pormujeres. O puede significar novelas de propaganda feminista. O novelasque retraten las relaciones hombre-mujer lo cual, de nuevo, cubre unamplio terreno. ¿La guerra y la paz es una novela de mujeres? ¿Y Lo que elviento se llevó, aunque tenga una guerra? ¿O Middlemarch a pesar de quetrate la Condición Humana? ¿No será que a las mujeres no les da miedoque las encuentren leyendo lo que se considerarían “novelas de hom-bres”, mientras que los hombres aún sienten que algo se les va a caer si

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miran muy fijamente ciertas combinaciones de palabras malévolas re-unidas por mujeres? A juzgar por mis ires y venires en el mundo y missubidas y bajadas en las librerías con el fin de autografiar libros, puedoafirmar que esta actitud se está desvaneciendo. Más y más hombres es-tán dispuestos a formarse en la fila y dejarse ver; cada vez más pocosdicen “Es el regalo de cumpleaños de mi esposa”.

Pero casi pateo a mi viejo amigo y compañero, el temible PierreBerton, cuando me preguntó en la televisión por qué todos los hombresen mi reciente libro Bodily Harm eran maricones. En un despliegue de latan celebrada compasión femenina —no confundirla con debilidad men-tal— nada más balbuceé sin ton ni son por unos minutos. Debí haberlecontestado: “Pierre, ¿quién crees que tiene mayor experiencia con hom-bres en las relaciones sexuales, tú o yo?” Esto no es tan malvado comosuena. Las mujeres como personas tienen una gama relativamente am-plia de experiencias de donde escoger. Tienen sus experiencias con loshombres, por supuesto, pero también las de sus amigas porque, claro, lasmujeres hablan más sobre los hombres que los hombres —más allá delsíndrome de la anécdota sucia— de las mujeres. Las mujeres están dis-puestas a hablar de sus debilidades y miedos con otras mujeres; los hom-bres no lo hacen frente a otros hombres porque como es un mundo decaníbales no están dispuestos a exponerse frente a los afilados dientesde sus rivales en potencia. Si los hombres quieren discutir sus problemascon las mujeres, lo hacen con un loquero o, adivinen, con otra mujer.Tanto en la lectura como en la escritura, las mujeres saben más sobrecómo se comportan los hombres con las mujeres; así que lo que un hom-bre considera como un insulto a su autoimagen, para la mujer no serásino un rasgo realista o hasta demasiado suave.

Pero regreso a la afirmación de Pierre Berton. Pensé con cuidadoacerca de mis personajes masculinos en Bodily Harm. Hay tres con losque la heroína se acuesta y un cuarto personaje masculino principal conel que no lo hace. Una novelista y crítica hizo notar que hay un buenhombre en el libro pero ninguna buena mujer y tiene toda la razón. Losotros hombres no son “malos” —de hecho, son simpáticos y atractivoscomo personajes masculinos literarios, mejores que Mr. Kurtz y Iago—pero el buen hombre es negro, por lo cual ha sido ignorado. Cuando sejuega al juego de los “roles” es necesario leer con cuidado; si no unotermina adoptando posiciones embarazosas, como la anterior.

Bueno, vuelvo a las preocupaciones prácticas de New Grubb Street.Supongamos que estoy escribiendo una novela. Primero: ¿cuántos pun-

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tos de vista tendrá? Si sólo tiene uno, ¿será de hombre, mujer o gaviota?Supongamos que mi novela tendrá un punto de vista y que los ojos através de los que miramos desplegarse el mundo de la novela son los deuna mujer. Como consecuencia inmediata, las percepciones de todos lospersonajes masculinos pasarán a través del aparato perceptor de estepersonaje central. Y no será necesariamente exacta o justa. También su-cederá que todos los demás personajes serán necesariamente secunda-rios. Si soy hábil, podré desprender un conjunto de percepciones distintasa las del personaje principal a través del diálogo y de los matices entrelineas, pero habrá una fuerte inclinación hacia A como quien dice laverdad y nunca escucharemos lo que los personajes B y C piensan enrealidad, cuando están solos, orinando afuera o haciendo alguna otracosa de hombres. Sin embargo, el panorama cambia si utilizo un puntode vista múltiple. Ahora puedo hacer que los personajes B y C piensenpor sí mismos, cosa que no siempre concordará con lo que A piensa deellos. Si quiero, puedo aún agregar otro punto de vista, el del narradoromnisciente (que, por supuesto, no soy “yo”, la que comió panquecitosde salvado en el desayuno y ahora se dirige a ustedes), otra voz más en lanovela. El narrador omnisciente puede sostener que conoce cosas sobrelos personajes que ni ellos mismos saben, y dejar que el (la) lector (a) lassepa también.

La próxima cosa que tengo que decidir es el tono que adoptaré, enqué modo escribiré. Un estudio cuidadoso de Cumbres Borrascosas revela-rá que nunca se observa a Heathcliff picándose la nariz, ni siquiera so-nándose, y se puede leer todo Walter Scott sin encontrar un solo cuartode baño. Sin embargo, Leopold Bloom se preocupa por las necesidadesmundanas del cuerpo en casi cada página y nos parece compasivo, sí, ycómico y hasta patético, pero no es exactamente el sueño de amor dejuventud. Si Leopold Bloom intentara saltar por la ventana al cuarto deCathy probablemente se resbalaría. ¿Cuál es el retrato más verdadero delHombre con H mayúscula? O, como Walter Mitty, ¿será que cada hombrecontiene en sí mismo un ser ordinario, limitado y trivial, y un conceptoheroico? y de ser así ¿sobre cuál deberíamos escribir? Yo no abogo porninguno, pero hay que hacer notar que los novelistas serios del siglo XX

han optado por Leopold y el pobre Heathcliff ha sido relegado a lasnovelas góticas. Si el susodicho novelista serio del siglo XX es ademásmujer, también ella elegirá a Leopold, con todos sus hábitos, ensueños ynecesidades. Esto no significa que odie a los hombres, sino sólo que leinteresa cómo se ven sin el abrigo puesto.

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Muy bien. Supongamos que he elegido tener en mi novela al menosun personaje masculino como narrador o protagonista (que no es nece-sariamente lo mismo). No quiero que sea desnaturalizadamente malocomo Mr. Hyde; más bien intento llegar a un Dr. Jekyll, un hombre esen-cialmente bueno con algunas fallas. He ahí el problema, porque, comoStevenson sabía, es más fácil escribir algo interesante sobre el mal quesobre la bondad. En estos días, ¿qué noción de hombre bueno sería creí-ble? Supongamos que elijo un hombre simplemente no malo, es decir,uno que obedece las leyes, paga sus cuentas, ayuda a lavar los platos, nole pega a su mujer o molesta a sus hijos, y demás. Supongamos quequiero que tenga algunas buenas cualidades actuales, buenas en el sen-tido activo, positivo. ¿Qué tendría él que hacer? ¿Y cómo puedo volverlo—al contrario de Sir Charles Grandison— interesante en una novela?

Sospecho que en este punto las preocupaciones del (la) novelistaconciden con los de la sociedad. Hubo una vez en que definimos a lagente —mucho más que ahora— según el éxito o fracaso alcanzado en suadaptación a ciertos modelos de roles sexuales predefinidos; entoncesera más fácil decir qué significaba ser “un buen hombre” o “una buenamujer”. Había ciertos conceptos que definían la hombría y cómo se ad-quiría. La mayor parte de las autoridades en la materia coincidían enque no sólo se nacía con ella, sino que había que ganársela, adquirirla,ser iniciado en ella; los actos de valor y heroísmo contaban en parte, lahabilidad para soportar el dolor sin doblegarse, o beber mucho sin per-der el sentido, y cosas así. En cualquier caso, había reglas y uno podíatrazar la linea que separaba a los niños de los hombres.

Es cierto que el modelo de comportamiento masculino tenía susinconvenientes, hasta para los hombres —no todos podían ser Supermán,muchos se atascaban en Clark Kent— pero existían ciertos rasgos útilesy a la vez positivos. ¿Con qué hemos reemplazado este paquete? Sabe-mos que las mujeres pasan por un estado de cataclismo y fermento desdehace tiempo, y el movimiento genera energía; las mujeres pueden decirahora cosas que antes parecían imposibles y pensar lo que era impensa-ble. ¿Pero qué le ofrecemos a los hombres? Su territorio, aunque aúngrande, se está encogiendo. La confusión y la desesperación y la rabia ylos conflictos que encontramos en los personajes masculinos no existesólo en las novelas. Están ahí, en el mundo real. “Sé una persona, hijomío” no suena igual que “Sé un hombre” aunque es una meta meritoria.El (la) novelista, qua novelista, en oposición a la novela rosa utópica,toma lo que está ahí como punto de partida. Lo que está ahí, cuando

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hablamos de hombres, es un estado de cambio, nuevas actitudes que setraslapan con las antiguas, no más reglas simples. Tal vez de esto hagasurgir una forma de vida emocionante.

Mientras tanto, creo que las mujeres deberían tomar las preocupa-ciones de los hombres tan en serio como esperan que ellos tomen lassuyas, como novelistas y como habitantes de este mundo. Con demasia-da frecuencia nos encontramos con la actitud de que sólo el dolor senti-do por las personas de sexo femenino es real, que sólo los miedosfemeninos son miedos. Para mí eso equivale a la noción de que sóloquienes pertenecen a la clase trabajadora son seres reales mientras quelos clasemedieros no lo son y cosas por el estilo. Por supuesto que existeuna distinción entre el dolor ganado y la mera e infantil autocompasióny, sí, el temor que sienten las mujeres ante la posibilidad de ser asesina-das por un hombre tiene bases auténticas, sin mencionar estadísticas, enun sentido más amplio que el temor que sienten los hombres de que serían de ellos. El daño a la imagen que una tiene de sí misma no es elmismo que un daño en el cuello, pero no debe subestimársele: los hom-bres han llegado a matar y a matarse por ello.

No abogo porque las mujeres vuelvan al estatus de tapete ni tampo-co a los arreglos por los cuales las mujeres apuntalan, nutren y acaricianlos egos de los hombres sin que ellos hagan, al menos, algo similar porellas. Comprender no implica necesariamente tolerar; y podría señalarseque las mujeres han “entendido” a los hombres durante siglos, en parteporque era necesario para su supervivencia. Si el otro tiene la artilleríapesada, más vale anticipar sus movimientos probables. Las mujeres, comolos guerrilleros, desarrollaron como estrategia preferida la infiltraciónmás que el ataque frontal. Pero “la comprensión” como herramienta demanipulación —lo cual es, en realidad, una forma de desprecio— no eslo que yo quisiera ver. De cualquier modo, algunas mujeres ya no estándispuestas a dar más comprensión, de ninguna especie; se sienten comoRené Lévesque:4 se terminó esa época, ahora quieren el poder. Pero unono puede despojar a ninguna parte de la humanidad de la definición de“humano” sin arriesgar dolorosamente su alma. Y para las mujeres eldefinirse como desposeídas de poder y a los hombres como todopodero-

4 Líder del independentismo quebequense.

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sos significa caer en una trampa antigua, eludir la responsabilidad yfalsear la realidad. Lo contrario también es cierto; pintar un mundo don-de las mujeres ya son iguales a los hombres en poder, oportunidades ylibertad de movimiento es una renuncia similar.

Ya sé que no he dado instrucciones específicas para la creación delpersonaje masculino; ¿cómo podría? Recuerden que todos son diferen-tes. Sólo he dado unas cuantas advertencias, una indicación de lo que sedebe estar preparada para recibir del mundo real y de los críticos. Aun-que sea difícil hay que intentarlo.

Cuando era joven y leía muchas historietas y cuentos de hadas,deseaba dos cosas: la capa de la invisibilidad, para seguir a la gente yescuchar lo que decían cuando yo no estaba, y la habilidad de teletrans-portar mi mente a la de alguien más, pero conservando mis percepcionesy mi memoria. Como ven, mi destino era ser novelista, porque cada vezque escriben una página los (las) novelistas están actuando estas fanta-sías. Lanzar la mente es más fácil si se lanza a un personaje que tienealgo en común contigo, razón por la que, tal vez, he escrito más páginasdesde el punto de vista de personajes femeninos que de masculinos. Sinembargo, los personajes masculinos representan un reto mayor y ahoraque soy madura y menos floja sin duda intentaré unos cuantos más. Siescribir novelas —y leerlas— tiene algún valor social rescatable, tal vezsea que te fuerzan a imaginar lo que significa ser otra persona.

Lo cual, cada vez más, es algo que todos y todas necesitamos saber.

Traducción: Graciela Martínez-Zalce

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La Malinche: del don al contrato sexual

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En El laberinto de la soledad, ensayo publicado en 1950 cuando elnacionalismo revolucionario mexicano estaba en su apogeo,Octavio Paz hacía notar la “extraña permanencia” de Cortés y

su amante e intérprete, La Malinche, en la imaginación y en la sensibili-dad de los mexicanos. El autor argumentaba que la persistencia de talesmitos revelaba un conflicto de identidad todavía no resuelto.1 En lasdécadas siguientes a la publicación del ensayo, el concepto de identidadnacional fue haciéndose anacrónico y los pachucos (término que desig-na a los inmigrantes mexicanos en los Estados Unidos), a quienes Pazconsideraba híbridos grotescos —ni mexicanos auténticos ni norteame-ricanos—, comenzaron a ser percibidos con creciente intensidad como lavanguardia de una nueva cultura transnacional. Simultáneamente, LaMalinche ya no más víctima ni traidora, se convirtió en el símbolo trans-figurado de la identidad fragmentada y del multiculturalismo.2

Donde resulta más llamativa esta revisión de La Malinche es enalgunos análisis que examinan bajo nuevos criterios el descubrimiento yla conquista; entre éstos sobresalen, particularmente, el de TzvetanTodorov, La Conquete d’Amerique, y el de Stephen Greenblatt, Marvelous

1 Paz, Octavio (1993), “Los hijos de la Malinche”, en El laberinto de la soledad,Fondo de Cultura Económica (Colección Popular), México, pp. 72-97, esp. p. 95.

2 Para una discusión de estas nuevas interpretaciones, véase el trabajo deNorma Alarcón (1983), “Chicana’s Feminist Literature: A Revision through Malin-tzin/or Malintzin: Putting Flesh Back on the Object”, en Gloria Anzaldúa y CherríeMoraga (eds.), This Bridge Called my Back: Writings by Radical Women of Color, KitchenTable Press, Nueva York, pp. 182-190. Respecto de la relación entre la Malinche y lamoderna literatura mexicana femenina, véase Margo Glantz (1991), “Las hijas de laMalinche”, en Karl Kohut (ed.), Literatura mexicana hoy. Del 68 al ocaso de la revolución,Verfuert Verlag, Frankfurt am Main, pp. 121-129.

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Possessions.3 Ambos libros reflejan la preocupación contemporánea entorno de la alteridad, la representación y la naturaleza de lo híbrido. Enese sentido, ambos destacan un aspecto de la conquista frecuentementeignorado en la narrativa heroica de los siglos XIX y XX.

Es cierto que el positivista Justo Sierra describió alguna vez a LaMalinche como “el verbo de la conquista”;4 sin embargo, su representa-ción en la narrativa heroica suele ser mucho menos lisonjera. Así, la obrade William Prescott, Conquest of Mexico, publicada en la década de 1840,atribuye la habilidad lingüística de La Malinche al hecho de que el cas-tellano “era para ella el lenguaje del amor”.5 En la década de 1920, WilliamCarlos Williams escribió In the American Grain, una declaración clásicasobre la identidad panamericana. La visión que este autor tenía sobre latrágica caída de Tenochtitlan se concentraba en una confrontación entreMoctezuma y Cortés; en consecuencia, el papel crucial de la lengua ointérprete en el conflicto quedaba ignorado por completo.6 Como señalaTeresa de Lauretis,7 en la narrativa heroica la mujer suele aparecer comocolaboradora, o bien como tierra de conquista. En la narrativa dramáti-ca, donde los rivales luchan a muerte, la mujer es, simplemente, irrele-vante.

3 Todorov, Tzvetan (1982), La Conquete de l’Amerique. La Conquete de l’Autre. LeSeuil, París. [Existe traducción al español: La Conquista de América. La cuestión del otro,trad. Flora Botton Burlá, Siglo XXI, México, 1987. De esta edición se toman las citasque aparecen en el texto]. Y Stephen Greenblatt (1991), Marvellous Possessions. TheMother of the New World, University of Chicago Press, Chicago.

4 Sierra, Justo (1977), “Evolución Política del Pueblo Mexicano”, en ObrasCompletas XII, UNAM, México, p. 49. Un análisis exhaustivo sobre la literatura entorno a La Malinche se encuentra en el trabajo de Sandra Messinger Cypress (1991),La Malinche in Mexican Literature. From History to Myth, University of Texas Press,Austin.

5 Prescott, William (1863), The Conquest of Mexico, Lippincott and Co., Filadelfia,vol. 1, p. 295.

6 Williams, William Carlos (1956), “The Destruction of Tenochtitlan”, en In theAmerican Grain, New Directions, Nueva York, pp. 27-38. Para una discusión sobrelas “lenguas” y, en particular, sobre La Malinche, véase el trabajo de Margo Glantz,“Lengua y conquista”, en Revista de la Universidad de México. La habilidad de DoñaMarina como traductora parece haber contrastado directamente con la incapacidadde Cortés para pronunciar o transcribir nombres en náhuatl. Véase George Baudot(1977), Utopie et histoire au Méxique. Les premiers chroniqueurs de la civilisation mexicaine(1520-1569), Privat, Toulouse.

7 Lauretis, Teresa de (1984), Alice Doesn’t. Feminism, Semiotics, Cinema, IndianaUniversity Press, Bloomington.

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Pero existe algo mucho más complejo en la imagen de La Malinche.Esta complejidad se puede percibir, especialmente, en el recuento quehace Bernal Díaz del Castillo de la conquista, e invita a considerar la argu-mentación que subyace tanto a la obra de Todorov como a la de Greenblattrespecto de la función de mediadora, traductora e intérprete.

Desde la perspectiva de los críticos contemporáneos, la conquista yel descubrimiento son sucesos paradigmáticos cuyas repercusiones seextienden hasta nuestros días. Así, según Todorov, “C’est bien la conquetede l’Amérique qui annonce et fond notre identité presente”:

“La conquista de América es precisamente lo que anuncia y fundanuestra identidad presente” (p. 15). Para ellos, La Malinche ocupa unaposición determinante como intérprete e intermediaria. En su ausencia,piensa Todorov, la conquista de México habría sido imposible. Hacién-dose eco de generaciones enteras de historiadores mexicanos, afirmaque ella “es ante todo el primer ejemplo, y por eso mismo, el símbolo, delmestizaje de las culturas; por ello anuncia el estado mexicano modernoy, más allá de él, el estado actual de todos nosotros, puesto que, aunqueno todos seamos bilingües, somos inevitablemente bi o triculturales” (p.109). El desplazamiento que se opera en este pasaje va del “ella” a unasuerte de “nosotros” universal; de este modo se suprimen tanto lasdiscontinuidades como las peculiaridades inéditas del colonialismo es-pañol. Considerar a La Malinche como “primer ejemplo” y “símbolo” dela mezcla de culturas (y de la moderna multiculturalidad), es pasar conexcesiva prisa por encima de la violencia epistémica y real que suponeesa simbolización.

Aunque el análisis de Greenblatt sobre el desubrimiento y la con-quista difiere ligeramente del de Todorov,8 también subraya el papel delos intérpretes y mediadores. El canibalismo y la idolatría, sostiene, cons-tituían un obstáculo para los españoles en su trato con los aztecas, yhacían necesaria la exclusión de estos últimos de las relaciones civiliza-das. “Sin embargo, la comunicación tenía que darse, de modo que serequería algún puente humano para que la información fluyera entre

8 Greenblatt hace hincapié en lo que él denomina intercambio mimético y,particularmente, en el empleo retórico de lo “maravilloso” como justificación de laposesión.

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invasores y defensores. Y fue Doña Marina quien desempeñó esta fun-ción.” Ella es, según Greenblatt, “objeto de intercambio, modelo de con-versión, el único personaje que parece entender las dos culturas, la únicapersona en la que ambas se encuentran” (p. 143). Posteriormente subra-ya que “virtualmente, para todos los sujetos de la historia de Bernal Díaz—tanto indios como españoles—, el sitio de la oscilación simbólica es-tratégica entre el propio ser y el otro, es el cuerpo de esta mujer” (p. 143).

Greenblatt observa que “ya en 1492, en la introducción a su Gramá-tica, el primer gramático de una lengua europea moderna, Antonio deNebrija, escribió que la lengua siempre ha sido la compañera del impe-rio, y sostuvo que Cortés encontró en Doña Marina a su compañera” (p.145). El deslizamiento que se observa aquí entre metáfora y metonimia esmuy significativo, pues oculta un elemento crucial: el hecho de que nopodía haber ningún puente, encuentro o compañera sin un acto previode violencia. Este acto queda convenientemente encubierto gracias a laapropiación simbólica. En lo esencial, tanto Todorov como Greenblattpasan por alto la importancia de la pirueta mental merced a la cual laatención se desplaza del modo de reproducción de la sociedad colonialhacia la mujer simbólica en tanto (y como siempre) ayudante, interme-diaria, intercesora y finalmente (en el discurso nacionalista), traidora.

Se cree que el nombre indígena de La Malinche era Malinalli; ésteera, a su vez, el nombre de un día en el calendario azteca que se represen-taba en forma de caña retorcida. Pero Malinalli no es solamente el signode un día; está relacionado también con el símbolo helicoidal que vincu-la a las dos fuerzas opositoras del cosmos en constante movimiento,haciendo que las fuerzas del mundo inferior se eleven, y que las de loscielos desciendan. Los indígenas se referían a ella como Malintzin.9 Paralos cristianos era conocida por su nombre de bautismo, Doña Marina.

Cortés se encontró con Malintzin por primera vez cuando ella le fueentregada como regalo por uno de los caciques de Tabasco, junto condiecinueve mujeres más y otros varios objetos, entre los que había lagar-tijas, diademas y perros. Habiéndola cedido inicialmente a su capitán

9 Para una discusión sobre los nombres de Doña Marina, véase Cortés, Hernán(1986), Letters from Mexico, Trad. de Anthony Pagden, Yale University Press, p. 464,núm. 26.

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Puertocarrero, Cortés descubrió muy pronto que era bilingüe. Como Jeró-nimo de Aguilar —un español que había sido prisionero en Cozumel—conocía la lengua maya; él podía traducir del español al maya, y Marinadel maya al náhuatl. Bernal Díaz del Castillo informa que Doña Marinaconocía la lengua de Coatzacoalcos, “que es la propia de México, y sabíala de Tabasco, como Jerónimo Aguilar sabía la de Yucatán y Tabasco,que es toda una; entendíanse bien, y Aguilar lo declaraba en castellano aCortés”.10 Ambos formaron, sin tardanza, un equipo muy capaz, lo sufi-cientemente capaz como para permitir a Cortés entender las complejasintrigas políticas y la inquietud existente entre las diversas tribus some-tidas al dominio azteca.

De modo que el encuentro de Cortés con la esclava bilingüe Marinafue tan fortuito como afortunado, sobre todo porque ella era, además,hermosa y parecía bien dispuesta a convertirse en la amante e informan-te nativa de Cortés.11 Por supuesto, Doña Marina no tenía que haber sidomujer para llegar a servir como lengua e informante pero, como sosten-dré más adelante, es precisamente su género lo que explica su posiciónsobresaliente durante el “encuentro”.

Puesto que Cortés sólo hace una breve referencia a ella en las Cartasde relación, lo que sabemos de Doña Marina proviene principalmente delos historiadores y cronistas de la conquista, en particular de la Historia

10 Díaz del Castillo, Bernal, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España,décima edición, Colección “Sepan Cuantos...” núm. 5, Editorial Porrúa, México, p.62. [En su mayoría, las citas del artículo corresponden a la versión de 1984 editadapor Miguel León Portilla de la Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, dosvolúmenes, Madrid. La traducción de las citas al inglés corresponde a la propiaautora. Las citas que se transcriben en la traducción al español han sido tomadas ensu totalidad de la mencionada edición Porrúa. N. de la T.]

11 Las principales fuentes contemporáneas o muy ligeramente posteriores a laMalinche son, además de Bernal Díaz del Castillo, Francisco López de Gómara(1979), Historia de la conquista de México, Biblioteca Ayacucho, Caracas, vol. 65;Hernán Cortés (1986), Letters from México, traducidas y editadas por Anthony Pagdencon una introducción de J. H. Elliott, Yale University Press, New Haven/Londres.Véase también el trabajo de John H. Elliott (1967), “The Mental World of HernánCortés”, en Transactions of the Royal Historical Society, Fifth Series, 17; también de JohnH. Elliott (1984), “The Spanish Conquest and Settlement of America”, en LeslieBethell (ed.), The Cambridge History of Latin America, Cambridge University Press,vol. 1, y Hernán Cortés (1871), Escritos sueltos de Hernán Cortés, Biblioteca Históricade la Iberia, México, vol. 12.

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de la conquista de México de Francisco López de Gómara, de La historiaverdadera de Bernal Díaz del Castillo, y de la “probanza” o testimoniolevantado con el fin de aportar pruebas de su servicio a la corona espa-ñola. También se encuentran entre las fuentes disponibles las crónicas ycódices indígenas en los que se representa a Malintzin en su papel deintérprete, así como ciertas tradiciones populares que asocian a LaMalinche con la Virgen y con la mítica Llorona; algunas de esas tradicio-nes sobreviven hasta el presente.12

Aunque escrita por un hombre que nunca puso un pie en la NuevaEspaña, la historia de López de Gómara refleja, con certidumbre casiabsoluta, el punto de vista de Cortés, así como el de los conquistadoresde quienes el autor pudo obtener testimonios directos. No debería sor-prender el hecho de que este autor presente a Cortés como el protagonis-ta principal, el creador de la estrategia y el autor intelectual y práctico dela conquista. López de Gómara describe a La Malinche como una escla-va a quien Cortés ofreció la libertad a cambio de que fungiera como sufaraute (derivado del francés “héraut” o heraldo) y secretaria. El histo-riador oficial de Cortés insiste en que ella era una esclava, en contrastecon el énfasis que hace Bernal Díaz del Castillo en sus orígenes nobiliarios.

López de Gómara no puede evitar mencionar la relación carnal deCortés con La Malinche; sin embargo, lo hace en calidad de digresión deimportancia menor, al referir las críticas que se lanzaron a Cortés porcasar a La Malinche con Juan Jaramillo cuando éste se encontraba ebrio,habiendo el propio Cortés tenido descendencia con ella (p. 270). Al finalde la historia, cuando enumera a los hijos de Cortés, López de Gómara selimita a mencionar a un tal Martín Cortés (además del hijo de Cortés del

12 Todavía no se ha hecho ningún estudio a profundidad de la imagen popularde la Malinche, ni de la forma como la retratan los códices. Aunque estos últimossubrayan claramente su importancia e insinúan las razones por las que Cortés yotros sujetos asociados con ella pueden haber sido llamados Malinche, todavía estápor hacerse un análisis detallado del significado de su vestimenta y sus gestos. En eltexto “A la Chingada”, que aparece en La jaula de la melancolía. Identidad y metamor-fosis del mexicano (Grijalbo, México, 1987), Roger Bartra presenta a la Malinche comola imagen especular de la Virgen de Guadalupe. En una biografía titulada DoñaMarina,”La Malinche” (Somonte, México, 1969), pp. 159-163, Mariano G. Somonteexplica cómo el mito de la Llorona (es decir, el mito de una mujer que llora a su hijoperdido) deriva del lamento de la sacrificada diosa Cihuacóatl, pero es también basede las modernas “supersticiones” que asocian a la Malinche con la Llorona.

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mismo nombre, habido con su esposa española Juana de Zúñiga), “queera nacido de una india” (p. 374). Aquí Doña Marina aparece, simple-mente, como la madre anónima de uno de los primeros mestizos, el hijobastardo a quien Cortés legitimó mediante un decreto papal. Importadestacar el silencio en torno al papel de Marina en la reproducción. QueMarina diera a luz un hijo durante la tremenda lucha de la conquista,que fuera desposada por Cortés con uno de sus lugartenientes, JuanJaramillo, y que posteriormente apareciera preñada una vez más (estavez por Jaramillo), que acompañara a Cortés en la aún más difícil trave-sía al sur, hacia Honduras, que diera a luz a una hija, María, a bordo delbarco que trajo a la expedición de vuelta a Veracruz, es todo ello, desdeluego, una consecuencia demasiado natural de la situación como paraque los historiadores le prestaran atención.13

Por el contrario, Bernal Díaz del Castillo eleva a Doña Marina a unaposición en muchos sentidos semejante a la de Cortés. Y es que ciertamen-te, desde su perspectiva, ella era el miembro más poderoso de la poblaciónindígena después de Moctezuma. Al escribir su historia con el propósitode corregir la de López de Gómara y de demostrar que la conquista no fueobra de un sólo hombre sino de muchos, Bernal Díaz del Castillo teníatoda la razón en subrayar el esfuerzo colectivo que significó la conquista,esfuerzo en el que una mujer desempeño un papel fundamental. BernalDíaz registra que Doña Marina “tenía fuerza viril; aunque todos los díasescuchaba que podrían matarnos y comer nuestra carne, y a pesar de queya había vivido cercos en batallas pasadas, y aunque ahora todos noso-tros estábamos heridos y sufríamos, nunca vimos en ella debilidad algunasino sólo una fuerza mayor que la de una mujer” (I, p. 242).

Es cierto que en este pasaje Bernal Díaz del Castillo coloca a DoñaMarina en el estatus de los hombres de honor; pero también nos hacesaber que ella era mucho más que una ventrílocua, puesto que prestaba

13 El análisis y traducción que hace Gayatri Chakravorty Spivak del texto deMahasweta Devi, “The Breast-Giver”, es un singular ejemplo del énfasis en el cuerposubalterno como productor y no simplemente como reproductor. El ensayo muestratambién la trampa que encierra la “interpretación” de casos como esos en términosdel feminismo del primer mundo. Véase Gayatri Chakravorty Spivak (1987), “ALiterary Representation of the Subaltern”, en In Other Worlds. Essays in CulturalPolitics, Methuen, Nueva York-Londres, pp. 241-268.

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al habla de Cortés las inflexiones correspondientes a emociones talescomo la amistad o la ira. Por ejemplo:

Cuando Cortés les hablaba amigablemente a través de Doña Marina, ellostraían mucho maíz y aves y nos señalaban el camino que debíamos seguir...(11:268)

Y estando en esto, Cortés preguntó a doña Marina y a Jerónimo de Aguilar,nuestras lenguas, que de qué estaban alborotados los caciques desde quevinieron aquellos indios (los recaudadores de tributos de Montezuma) y quiéneran. Y la doña Marina, que muy bien lo entendió, le contó lo que pasaba (cap.XLVI: 79).

El Montezuma le dio el bienvenido, y nuestro Cortés le respondió con doñaMarina que él fuese el muy bien estado; y paréceme que Cortés, con la lenguadoña Marina, que iba junto a Cortés, le daba la mano derecha... (cap.LXXXVIII:.314).

Entonces Cortés abrazó dos veces a Montezuma y Montezuma también abra-zó a Cortés y Doña Marina, que era muy sagaz, le dijo agudamente que élestaba fingiendo tristeza por nuestra partida. (1: 410.)

La seducción que Doña Marina ejerce en este último intercambio indicaque gozaba de cierto margen de libertad para desempeñarse, así fueradentro de los limites del código permitido. Más aún, su habilidad en elarte de la persuasión debe haber sido un elemento esencial para lograr lavictoria sobre la población indígena. Indudablemente, la violencia pre-cedió a la hegemonía, pero la hegemonía no podría haberse impuesto sinasegurar la adhesión de algunos aliados y participantes voluntarios,como Cortés bien sabía.14 Incluso, el historiador indígena Alva Ixtlixóchitl,que escribió mucho tiempo después de la conquista, llegó a reconocerque “a la lengua Marina se le encargó predicar la fe cristiana y hablar,simultáneamente, del Rey de España. En pocos días aprendió la lenguaespañola, lo que ahorró a Cortés mucho trabajo, y parece haber sido casimilagroso y muy importante para la conversión de los indígenas y lafundación de nuestra santa fe católica”.15

En la probanza de sus servicios a favor de la conquista, un testigode nombre Gonzalo Rodríguez de Ocaña afirmó que “gracias al trabajo deDoña Marina, muchos indios se volvieron cristianos y se sometieron al

14 “Cortés siempre atraía con buenas palabras a todos los caciques”, segúnBernal Díaz del Castillo, en Historia verdadera, capítulo XXXVI, p. 60.

15 La cita aparece en el apéndice de Somonte, op. cit.

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mandato de Vuestra Majestad”.16 En esta cita podemos ver claramente laidentificación de lo femenino con la constitución de la hegemonía, unahegemonía que, después de la violencia, quedaría consolidada mediantepalabras amorosas. Marina no es solamente intérprete y traductora, sinola figura paradigmática en el proceso de conversión de la conquista enimperio.

La denuncia de la conspiración de Cholula es el episodio por el queLa Malinche es mejor conocida y es, también, aquél que más tarde con-vertiría a la traductora en tradditora. Fue en Cholula donde Moctezumapretendió hacer su esfuerzo más decisivo para frenar el avance español,tendiendo por la noche una emboscada a los invasores. Una ancianareveló a Doña Marina los planes para la conspiración pues, “como la viomoza y de buen parecer y rica”, deseó salvar su vida y casarla con suhijo. En la relación de Bernal Díaz del Castillo, éste resulta ser también elúnico episodio en el que Doña Marina habla por sí misma:17 “Oh, ma-dre”, respondió ella, “¡qué mucho tengo que agradeceros eso que medecís! Yo me fuera ahora con vos, sino que no tengo aquí de quién me fiarpara llevar mis mantas y joyas de oro, que es mucho; por vuestra vida,madre, que aguardéis un poco vos y vuestro hijo, y esta noche nos ire-mos, que ahora ya veis que estos ‘teules’ están velando y sentirnos han”(cap. LXXXIII: 146-147). Mediante este ardid, Marina se entera de todos losdetalles de la conspiración y avisa inmediatamente a Cortés. Con Marinaa su lado como intérprete, Cortés rodea a los indios y los previene del costode la traición, después de lo cual, según Bernal Díaz del Castillo, “mata-mos muchos de ellos y otros fueron quemados vivos”. En esta ocasiónMarina pudo dar pruebas de la fuerza de su lealtad a Cortés.

Para muchos lectores modernos, resulta lamentable que la extraor-dinaria inteligencia política y la capacidad de cálculo que Marina des-pliega en este incidente, sólo haya beneficiado a los españoles. Sin

16 Probanza de buenos servicios y fidelidad con que sirvió en la conquista de NuevaEspaña la famosa Doña Marina, Patronato 56, núnl. 3, ramo 4. Archivo General deIndias, Sevilla, España.

17 Este fundamental episodio ha sido subrayado en muchas crónicas, y estáincluido en el registro de servicios de Doña Marina que usó su nieto, don FernandoCortés, en su reclamo de pensión. Véase Somonte, op. cit. p. 174. También existe unavívida versión del suceso en Antonio de Solis (1798), Historia de la conquista de México,Cano, Madrid.

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embargo, la situación de Doña Marina ilustra con claridad la profundacarga genérica de términos tales como “lealtad” y “traición”. Constante-mente, los conquistadores demandaban lealtad hacia su “justa” causapero, aunque aparentemente los unían su religión y nacionalidad comu-nes, en realidad sus lealtades solían ser temporales y oportunistas; sobretodo tomando en cuenta que a medida que avanzaban iban inventandoy creando mitos sobre las razones que justificaban su misión.18 Por otrolado, en las sociedades patriarcales es muy difícil para las mujeres vin-cularse entre sí, puesto que su lealtad se transfiere, mediante el matrimo-nio o el concubinato, de su familia de origen al nuevo propietario.

Lo que es más difícil de comprender es el hecho de que este sistemaexógamo operase tan eficientemente a pesar de la brecha cultural exis-tente entre los españoles y los indígenas. Pero, por lo que se refiere alintercambio de mujeres, la “otredad” de los indígenas parece haber teni-do muy poca importancia. Las mujeres eran intercambiadas librementeentre indígenas y españoles y entre los españoles mismos, aunque, des-de luego, no se ofrecieran españolas a los aliados indígenas.

En este contexto, resulta especialmente significativo el relato quehace Bernal Díaz de las primeras etapas de la vida de Marina, sobre todoporque asume la forma de una larga digresión que precede al relato mis-mo de la conquista e incluye información que el autor sólo pudo haberrecabado en fecha muy posterior, cuando la conquista estaba casi porculminar. Se trata de un ingenioso recurso cuyo propósito es enfatizar elestatus de La Malinche como princesa y, también, dar testimonio de sulealtad a la causa española.

Bernal Díaz escribe:

Que su padre y madre eran señores y caciques de un pueblo que se dicePainala, y tenía otros pueblos sujetos a él, obra de ocho leguas de la villa deGuazacualco; y murió el padre, quedando muy niña, y la madre se casó conotro cacique mancebo, y hubieron un hijo, y según pareció, queríanlo bien alhijo que habían habido; acordaron entre el padre y la madre de darle el cacicazgodespués de sus días, y porque en ello no hubiese estorbo, dieron de noche a laniña doña Marina a unos indios de Xicalango, porque no fuese vista, y echaronfama que se había muerto. Y en aquella sazón murió una hija de una indiaesclava suya y publicaron que era la heredera; por manera que los de Xicalangola dieron a los de Tabasco, y los de Tabasco a Cortés (quien la dio a su vez aun caballero de nombre Alonso Hernández Puerto Carrero).

18 Pastor, Beatriz (1983), Discursos narrativos de la conquista: mitificación y emer-gencia, Ediciones del Norte, Hanover.

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Y después que fue a Castilla Puerto Carrero estuvo la doña Marina con Cortés,y hubo en ella un hijo que se dijo don Martín Cortés (y que era un comandantede la orden de San Tiago).

Y en aquella sazón y viaje (a las Hibueras) se casó con ella un hidalgoque se decía Juan Jaramillo.

(Doña Marina tenía por nacimiento una influencia e importancia grandes so-bre estas tierras); y como [...] en todas las guerras de la Nueva España yTlaxcala y México fue tan excelente mujer, era de buen parecer y entremetiday desenvuelta y buena lengua, como adelante diré, a esta causa la traía siem-pre Cortés consigo.

Y conocí a su madre y a su hermano de madre, hijo de la vieja, que era yahombre y mandaba juntamente con la madre a su pueblo, porque el maridopostrero de la vieja ya era fallecido. Y después de vueltos cristianos se llamóla vieja Marta y el hijo Lázaro, y esto sélo muy bien, porque en el año de milquinientos veinte y tres años, después de conquistado México y otras provin-cias, y se había alzado Cristóbal de Olid en las Hibueras, fue Cortés allí y pasópor Guazacualco.

Y estando Cortés en la villa de Guazacualco, envió a llamar a todos los caci-ques de aquella provincia para hacerles un parlamento acerca de la santadoctrina, y sobre su buen tratamiento, y entonces vino la madre de doñaMarina y su hermano de madre, Lázaro, con otros caciques. Días había que mehabía dicho la doña Marina que era de aquella provincia y señora de vasallos,y bien lo sabía el capitán Cortés y Aguilar, la lengua. Por manera que vino lamadre y su hijo, el hermano, y se conocieron, que claramente era su hija,porque se le parecía mucho. Tuvieron miedo de ella, que creyeron que losenviaba (a) hallar para matarlos, y lloraban. Y como así los vio llorar la doñaMarina, les consoló y dijo que no hubiesen miedo, que cuando la traspusieroncon los de Xicalango que no supieron lo que hacían, y se los perdonaba, y lesdio muchas joyas de oro y ropa, y que se volviesen a su pueblo; y que Dios lahabía hecho mucha merced en quitarla de adorar ídolos ahora y ser cristiana,y tener un hijo de su amo y señor Cortés, y ser casada con un caballero comoera su marido Juan Jaramillo; que aunque la hicieran cacica de todas cuantasprovincias había en la Nueva España, no lo sería, que en más tenía servir a sumarido y a Cortés que cuanto en el mundo hay. Y esto me parece que quiereremedar lo que le acaeció con sus hermanos en Egipto a Josef, que vinieron ensu poder cuando lo del trigo.19

19 Díaz del Castillo, Bernal, Historia verdadera, capítulos XXXVI y XXXVII, pp. 59,60, 61 y 62. [La cita que aparece en el original en inglés está tomada de una traduc-ción de la obra de Díaz del Castillo por Maurice Keating, Londres, 1800. Este textono coincide con el orden de la edición de Porrúa. La transcripción de los fragmentosse hizo a modo que el orden de la información correspondiese al de la cita de la

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Bernal Díaz del Castillo concluye este relato jurando que es exacto, indi-cio de que le preocupaba que fuese aceptado como historia verdadera.

Pero, ¿lo era? La versión sólo pudo provenir de la propia DoñaMarina, y no sólo contradice la insinuación de López de Gómara en elsentido de que habría sido vendida como esclava,20 sino que guarda unsospechoso paralelismo con otras narraciones populares. El mismo BernalDíaz se sorprende de su similitud con la historia de José. Algunos críti-cos han señalado su parecido con la novela caballeresca del Amadís deGaula. El tema se encuentra también en la historia mixteca de la princesainsultada.21 Y también existen, como señalaré más adelante, similitudessignificativas entre la historia de La Malinche y el mito de Edipo. ¿AcasoDoña Marina tradujo mal su propia historia, o sencillamente la adaptócon ingenio a los requerimientos de la narrativa de la conquista?

No hay manera de corroborar ninguna de esas hipótesis, pero loque sí sabemos es que el relato de la madre cruel que se deshace conviolencia de la hija encaja muy bien en la historia de la conquista: así seconfirmaba tanto la crueldad de los indígenas como la extraordinariaelevación —al modo de los cuentos de hadas— de Marina de esclava aprincesa.

autora. Las frases transcritas entre paréntesis son traducción de la cita procedentede Keating, puesto que no se encontró su equivalente en la versión en español. N. dela T.]

20 Diversas versiones de la conquista prefieren sostener que Doña Marina nacióde esclavos. Así por ejemplo, Francisco Cervantes de Salazar (1985), Crónica de laNueva España, Porrúa, México, p. 134, ofrece dos versiones del nacimiento de DoñaMarina. La primera afirma que nació de esclavos y la segunda, “más verdadera”,que fue hija de un cacique y una esclava.

21 Véase, por ejemplo, “La princesa guerrillera”, del Mixtec codice, Selden I,Bodleyan Library, Oxford. Esta historia aparece resumida en María Sten (1972), Lasextraordinarias historias de los códices mexicanos, Joaquín Mortiz, México. De acuerdocon este relato, una princesa cuyos hermanos han sido asesinados, decide vengar susmuertes. Durante el viaje que emprende con ese propósito, encuentra a un príncipey se casa con él. Sin embargo, cuando es conducida al país de su esposo, es insultaday ejerce venganza sobre sus enemigos. A partir de ese suceso, la princesa vive felizpara siempre con su marido. En su artículo “Bernal Díaz del Castillo frente al otro:Doña Marina, espejo de princesas y damas”, incluido en Augustín Redondo (ed.),Les representations de l’Autre dans l’espece ibérique et iberoamericain (Presses de LaSorbonne Nouvelle, París, 1991, pp. 77-85), Sonia Rose-Fuggle subraya los paralelis-mos bíblicos en la historia de vida de este personaje.

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Pero, a pesar de que la historia “encaja bien”, la propia Doña Mari-na sobresale sin necesidad de ella. Eso se debe, en parte, al entusiasmocon el que desempeñó su función de intérprete, un entusiasmo que po-dría muy bien atribuirse a la mímica femenina. Luce Irigaray ha afirma-do, sin duda, que la mímica es la “única vía” accesible a las mujeres en eldiscurso patriarcal.

Jugar a la mimesis es entonces, para una mujer, tratar de rencontrarel lugar de su explotación por parte del discurso, sin dejarse reducirsimplemente a ella. Es volver a someterse a... “ideas”, en particular acer-ca de ella misma, elaboradas en/por una lógica masculina, pero parahacer “aparecer”, por un efecto de repetición lúdica, lo que debía perma-necer oculto: el recubrimiento de una posible operación de lo femeninoen el lenguaje.22

Con todo, en el contexto de la conquista, este “espíritu juguetón”contribuye únicamente a desarrollar de manera más efectiva la tramamaestra. De ahí la ironía de que cuando en la crónica de Bernal Díaz delCastillo La Malinche adquiere voz propia, sea para facilitar la conquistay la continuación de la marcha hacia Tenochtitlan.

Para los indígenas que la representaron en sus códices, La Malincheera, evidentemente, una mujer “única en su género”. Se le dibujaba confrecuencia en los encuentros entre Cortés y Moctezuma de pie entre losdos hombres, o gesticulando vigorosamente como para enfatizar queella, al igual que Cortés, estaba a cargo de la situación.23 Muchas vecesasumía una posición de poder y quedaba situada en el mismo plano queCortés y Moctezuma, de quienes no apartaba los ojos. Sin duda, la curio-sa metonimia mediante la cual Cortés era conocido como Malinche yllamado así por los aztecas, sugiere que ellos consideraban a Doña Ma-rina como la incorporación de la conquista.

22 Irigaray, Luce (1982), Ese sexo que no es uno, Trad. Silvia Esther Tubert, Ed.Saltés, Madrid, pp. 73-74.

23 Véanse en Somonte, op. cit., las reproducciones de los lienzos en los queMarina es mostrada traduciendo para Cortés. El autor incluye también reproduccio-nes de un escudo de armas de Tabasco en el que aparece un retrato de doña Marina,así como reproducciones del Códice de Cuautlancingo, en una de las cuales ellaaparece sin los españoles, acompañada por otra indígena y seguida por un grupo demúsicos.

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Así y todo, parafraseando a Homi Bhabha, La Malinche era “igual,pero no totalmente”.24 El hecho de que Doña Marina aparezca vistiendoropas indígenas en estos códices, subraya su diferencia racial respectode los españoles, y también su diferencia genérica respecto de los hom-bres que la rodeaban, aun cuando metonímicamente se la asociara conlos conquistadores. ¿No podría sugerir esto que el lugar de los conquista-dos era el de lo “femenino”? La mímica colonial a la que se refiere HomiBhabha se encuentra feminizada en el caso latinoamericano. Para lograrla integración de los indígenas a un sistema a la vez pluralista y jerárqui-co, éstos tenían que volverse como mujeres o niños (infantes carentes delenguaje). Irónicamente entonces, el “don” de Doña Marina a los espa-ñoles resultó ser el principio del fin de la economía del don. Por eso esimportante subrayar la transición entre el intercambio de dones y el in-tercambio contractual.

En su muy completo libro sobre la presencia de La Malinche en laliteratura mexicana, Sandra Messinger Cypess25 parece fusionar ambasformas de intercambio, cuando observa que

el intercambio de mujeres era común entre los indígenas y aceptable, también,para los españoles; ninguna de las partes veía la transferencia de mujerescomo una costumbre extraña. Podría esperarse, por tanto, que Marina estu-viese condicionada de antemano, en razón de su socialización como esclavaentre los amerindios, a obedecer las órdenes de sus nuevos amos.

No obstante, aunque ésta es una manera de explicar la lealtad de LaMalinche a Cortés, el argumento no da cuenta del grado de violencia realy epistémica que el intercambio implicaba. El problema reside en el usodel término “socialización” que, como su contraparte, “internalización”,se fundamenta en una burda separación de lo “interior” y lo “exterior”,y no ayuda en absoluto a aclarar la manera de constituirse de los sujetosen formaciones sociales específicas.

24 El concepto que tiene Homi Bhabha de la mímica colonial resulta, desdeluego, extremadamente sugerente para hacer un estudio de Doña Marina. Véase alrespecto “Of Mimicry and Man; The ambivalence of Colonial Discourse “, octubre 28,1984, pp. 125-33. Tal “ambivalencia” reside en el hecho de que el colonizador deseacrear a un colonizado a su imagen y semejanza, sólo para producir a alguien que sea“no completamente/no blanco” (en inglés, el juego de palabras “not quite/not white”).Doña Marina no solamente “no es blanca”, sino que tampoco es hombre.

25 Cypess, Sandra, La Malinche, p. 33.

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Más aún, el término mismo de “intercambio” es inexacto. La madrede Marina la cedió o la vendió como esclava, condición ésta que, aunqueno fuese permanente entre los aztecas, tenía profundas repercusionesfísicas y psicológicas para las personas. En la medida en la que el escla-vo o esclava dejaba de ser un miembro del cuerpo social —o calpulli—, seconvertía en una suerte de mercancía que podía cederse o venderse parael sacrificio o con otros propósitos. Se pensaba que este cambio de estatusdebía traer consigo una transformación incluso en la apariencia física dela persona, puesto que para los aztecas el cuerpo era inseparable de lasociedad y del mundo.26 En consecuencia, la elevación de Doña Marinade esclava a faraute significaba algo más que una liberación: implicabauna transformación radical de su persona. De modo que no debe sor-prendemos que ella misma afirmara vehementemente, a su regreso aCoatzacoalcos, que prefería ser la madre del hijo de Cortés y la esposa deJaramillo que una cacica del imperio azteca.

Por lo demás, el comportamiento de Cortés en esta transacción fuesiempre perfectamente pragmático, y ello a pesar de que se oponía direc-tamente a toda la ideología sobre la limpieza de sangre que los españolesinvocaban en sus tratos con los judíos y los moros. La reconquista deEspaña y la consecuente expulsión de elementos foráneos diferían total-mente de la deliberada política de mestizaje promovida en América porla corona española y por Cortés mismo. El tráfico de mujeres no solamen-te era aceptado por los españoles como natural, sino que les proporcio-naba los servicios sexuales y prácticos que requerían. Cortés reconocíala importancia de poblar al Nuevo Mundo con un nuevo tipo de habitan-te que tuviese lazos de sangre tanto con el conquistador como con losindígenas; de ahí que hiciera que su hijo con Marina fuese legitimadopor el papado.

Así, mientras Cortés amonestaba a Moctezuma con discursos a fa-vor de la monogamia, el tráfico e intercambio de mujeres —del que Mari-

26 López Austin, Alfredo (1984), Cuerpo humano e ideología. Las concepciones delos antiguos nahuas, UNAM, México, 2 vols. Véase particularmente el volumen 1, pp.226-251. El problema de la relación entre el cuerpo y el propio ser es subrayadotambién por Serge Gruzinski (1989), en Man-Gods in the Mexican Highlands. IndianPower and Colonial Society, 1520-1800, trad. Eileen Corrigan, Stanford UniversityPress, p. 20.

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na era simplemente el ejemplo mejor conocido— se convertía en un re-curso que él mismo empleaba con gran eficacia para sellar alianzas ycrear una población mestiza. No solamente en Tabasco sino a lo largo detoda la ruta hacia el interior, Cortés iba recibiendo en regalo mujeresindígenas, algunas de las cuales eran repartidas entre sus hombres. Lamás bonita de las ocho jóvenes que recibió Cortés del cacique gordo deCempoala fue bautizada como Doña Francisca y, al igual que Marina,entregada a Puertocarrero. Los tlaxcaltecas dieron a Cortés trescientasmujeres que fueron bautizadas y entregadas a los soldados. Bernal Díazdel Castillo menciona en algún lugar que él tenía cuatro indias naborías,mismas que, presumiblemente, le ayudaban a cargar su equipo, le coci-naban y le prestaban otro tipo de servicios. Los nombres de la mayoría deestas mujeres, madres de la primera generación de mestizos, quedaronsin registrar. Sin embargo, como hace notar Roger Bartra, cuando Malin-tzin y las otras diecinueve mujeres fueron ofrecidas a Cortés, él entregó acambio una imagen de la Virgen a los tabasqueños. “Sin duda, las muje-res dadas como regalo perdían rápidamente su virginidad, pero lo mis-mo podría afirmarse de la imagen que los indígenas recibían”.27

No nos engañemos, sin embargo, sobre la naturaleza de ese inter-cambio, mediante el cual se entregaban mujeres de carne y hueso a cam-bio de una mujer simbólica: este último regalo no se ofrecía comoequivalente de las mujeres reales, sino como un ideal imaginario, encontraste con el cual todas las mujeres podrían sentir sus carencias eimperfecciones, condición esencial para aceptar un contrato sexual.

Anteriormente señalé que la historia de La Malinche tiene semejan-zas con la de Edipo. Tanto Edipo como La Malinche fueron abandona-dos por el padre, con la esperanza de que murieran o desaparecieran.Ambos regresan a sus madres y, en ambos casos, con consecuenciasdevastadoras. En el mito de Edipo, el regreso desemboca en la violacióndel tabú contra el matrimonio con la madre. En el caso de La Malinche, elregreso está marcado por el trastocamiento de los destinos y fortunas;Malinche regresa no para convertirse en una proscripta social, sino parademostrar la superioridad del contrato sexual voluntario, que ahora re-emplaza al intercambio de mujeres como dones.

27 Bartra, op. cit., p. 207. Bartra se está refiriendo aquí a la transformación dela Virgen en la Virgen “morena” de Guadalupe.

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La historia que refiere la manera brutal en que una mujer fue sepa-rada de su madre, su esclavitud y, al fin, su salvación merced a la inter-vención de un extraño, no puede explicarse a partir del principio del“tráfico de mujeres” de las sociedades tribales. Este es un relatocualitativamente diferente, en el que el don se transforma en contrato. Enel caso de La Malinche estamos frente a la historia ejemplar de una tran-sición de la endogamia y el don al contrato sexual. Este contrato se pacta,no obstante, bajo condiciones previas de violencia. Después de todo,Cortés había derrotado al cacique tabasqueño que le regaló a Doña Mari-na.28 En el modelo freudiano, el varón llega a la adultez a través de lasupresión y la sublimación, de la adopción del nombre del padre. Pero lapreocupación de Freud en tomo de la familia europea le impedía ver que“el continente oscuro” no se circunscribía a la mujer, sino que abarcabaa las poblaciones conquistadas que, o bien serían excluidas del inter-cambio civilizado, o quedarían envueltas en un juego de mímica colo-nial mucho más amplio.

Resulta dificil sobrestimar la importancia de este mestizaje. El mes-tizaje es lo que distingue a Latinoamérica de todas las demás empresascoloniales. Es el mestizaje lo que ayuda a explicar por qué las teoríassobre el poscolonialismo nunca parecen aproximarse a la realidad delcontinente, y por qué la política racial siempre ha estado determinada demanera tan evidente por categorías construidas, no esenciales. Posible-mente, este hecho contribuiría a explicar la caída en desgracia de LaMalinche durante el periodo nacional de finales del siglo XIX y princi-pios del XX. Es evidente que el aprecio por lo genuino y original, así comola tendencia a explicar el subdesarrollo económico y el “atraso” en tér-minos raciales, hicieron del mestizaje un problema muy delicado, y trans-formaron a La Malinche en víctima propiciatoria, en “la mujer másdetestada de las Américas”, según Georges Baudot.29

28 Pateman, Carole (1988), The Sexual Contract, Polity Press, Cambridge.29 Baudot, Georges (1986), “Malintzin, L’Irréguliére “, en Claire Pailler (ed.),

Femmes d’Amérique, Le Mirail, Université de Toulouse. El término “malinchismo” sepopularizó en el siglo XX, pero la equivalencia entre la Malinche y la nación ya habíasido propuesta explícitamente por Ignacio Ramírez en el siglo XIX. Para una revisiónde la literatura decimonónica que se ocupa de caracterizar a la Malinche, véaseSandra Messenger Cypess, op. cit. Al final de la década de los cuarenta y durante la

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desde la crítica

La literatura sobre la ideología nacionalista mexicana es demasia-do extensa como para revisarla aquí, pero hay dos aspectos particularesrelativos a la incorporación de La Malinche a la narrativa nacional queparecen extremadamente importantes como para pasarlos por alto. Elincidente de Cholula facilitó la transformación de La Malinche en figuraparadigmática de los pérfidos orígenes de la nación mexicana. Lo que nosabemos es cómo llegó La Malinche a convertirse en la Chingada, en lamujer violada del Laberinto de la soledad. Paz escribió su ensayo cuando eltérmino “malinchismo” formaba ya parte del lenguaje periodístico po-pular. Cuatro décadas después de publicado ese ensayo clásico, resultamuy difícil reconstruir los textos, hoy olvidados, a los cuales pretendíadar respuesta. Si entendemos que el término malinchismo era una pala-bra en clave para referirse a la izquierda comunista, leeremos el ensayode Paz como un esfuerzo por trascender los limites específicos de lalucha ideológica, transformándola en un psicodrama nacional de la agre-sión masculina y de la victimización no solamente de la mujer, sino de loque hay de femenino en todos nosotros.

Paz asociaba a La Malinche con la Chingada. “Chingar” corres-ponde al impronunciable término prohibido de “joder”. Malinche es,pues, la mujer violada, la tierra desflorada, la herida que se abrió con laconquista... En estos términos, la nación mexicana es en sí misma, comoseñalaría Paz, el engendro de la “violación, del rapto o de la burla”. Pazreconoce que la Doña Marina histórica

se da voluntariamente al conquistador, pero éste, apenas deja de serle útil, laolvida. Doña Marina se ha convertido en una figura que representa a lasindias, fascinadas, violadas o seducidas por los españoles. Y del mismo modoque el niño no perdona a su madre que lo abandone para ir en busca de supadre, el pueblo mexicano no perdona su traición a La Malinche.30

Si bien es cierto que la actitud que Paz mantiene hacia el malinchismo escrítica, y que él lo interpreta como miedo a lo femenino, su noción de lo

de los cincuenta, aparece una abundante literatura en defensa de La Malinche; sinembargo, la mayor parte de ella es más ficticia que académica. Véanse, por ejemplo,los trabajos de Federico Gómez de Orozco (1942), Doña Marina, La dama de la conquis-ta, Ediciones Xóchitl, México; Mariano G. Somonte, op. cit., y J. Jesús Figueroa Torres(1975), Doña Marina. Una india ejemplar, Costa-Amie, México.

30 Paz, Octavio, El Laberinto de la soledad, p. 94.

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femenino está vinculada más estrechamente con la estética modernistaque con la opresión colonial, y es característica de lo que AndreasHuyssens ha denominado “la feminidad imaginaria masculina”.31 Refe-rirse a La Malinche como la Chingada restituye la violencia de la con-quista, que parece desdibujarse en el trasfondo para Todorov y Greenblatt,reafirmando, simultáneamente, la identificación de la mujer con el terri-torio o con la víctima pasiva. Al convertir a Malinche en la Chingada,Paz oculta el hecho de que ella colaboró. No es la opresión lo que tieneque explicarse, sino la transición de La Malinche desde la opresión de laesclavitud a la aceptación aparentemente libre del contrato sexual que,por supuesto, también excluía a las mujeres de la verdadera ciudadanía.

Es este problema complejo del malinchismo lo que tiene relevanciaespecial tanto para las escritoras mexicanas como para las mexicano-americanas. Aunque se trata de un tema demasiado amplio como paraabordarlo en este momento, vale la pena enfatizar la “permanencia”continua de La Malinche en la literatura femenina contemporánea. Ensu ensayo Las hijas de La Malinche, Margo Glantz hace notar hasta quégrado varias escritoras mexicanas modernas como Rosario Castellanos,Elena Garro y Elena Poniatowska se han sentido perseguidas por el fan-tasma de La Malinche.32 Sin embargo, no es sólo su posición como autorasen la narrativa nacional lo que está en juego, sino el imperativo de con-quistar a través de la seducción; ello da lugar al odio que sienten las muje-res por sí mismas y a su inclusión como un número más en la serie.

Por ejemplo, en el poema “La Malinche” de Rosario Castellanos, lamadre contempla su imagen en la hija y la odia; después destruye elespejo y, con él, toda posibilidad de solidaridad femenina. Según MargoGlantz, muchas mujeres se sienten ajenas y extrañas en la nación, e inten-tan ser incorporadas en la madre patria indígena, personificada en lanana de las novelas de Rosario Castellanos, en las sirvientas de la auto-biografía de Poniatowska y en las campesinas de la ficción de Elena Garro.33

31 Huyssens, Andreas (1986), “Mass Culture as Woman”, en Beyond the GreatDivide, Indiana University Press.

32 Glantz, Margo, “Las hijas de La Malinche”, en debate feminista, núm. 6,septiembre de 1992, México, pp. 161-179.

33 Véase también Jean Franco (1989), Plotting Women. Gender and Representationin Mexico, Columbia University Press, Nueva York. (Hay traducción al español: Lasconspiradoras, F.C.E., México, 1994.)

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Al final de su novela autobiográfica, La Flor de Lis (1988), donde se relatala intensa relación de una niña con una madre de clase alta que se man-tiene a distancia de la sociedad en la que vive, Elena Poniatowska des-cribe la dolorosa y arriesgada separación de la madre y su descubrimientode una nueva familia: la heterogénea población que encuentra en lascalles y camiones. De este modo, la escritora moderna revive la historiade separación de La Malinche respecto de sus padres, pero ahora con elfin de habilitarse a sí misma como escritora.

No debe sorprender, entonces, que sea entre la población mexica-no-americana de los Estados Unidos donde La Malinche haya llegado aser un tema polémico fundamental. El movimiento chicano de la décadade los sesenta constituía toda una afirmación de nacionalismo en contrade la discriminación, una afirmación del valor propio, a la manera delmovimiento del poder negro. Era ése un momento de autodefiniciónmasculina. La Malinche, que había traicionado la causa de los indioscon la que el movimiento chicano se identificaba a sí mismo, volvía a serde esta manera el símbolo de la vergüenza.

Así, Cherrie Moraga escribió enérgicamente:

Para decirlo de la manera más cruda, sobre los hombros de La Malinche recaetoda la culpa de la “bastardización” de la población nativa de México; Malin-tzin, también llamada Malinche, tuvo relaciones con el hombre blanco queconquistó a los pueblos indios de México y destruyó su cultura. Desde enton-ces, los hombres de piel morena la han estado acusando de haber traicionadoa su raza, y a lo largo de los siglos han seguido culpando a todo su sexo poresta “transgresión”.

Moraga veía en el mito de La Malinche un factor de inhibición de lasexualidad de la chicana, por no hablar de la eliminación del lesbianis-mo como alternativa.34 Pero, por otro lado, para Adelaida R. del Castillo,La Malinche es una mediadora humanista paradigmática.35 En una revi-sión de la literatura de las chicanas que se refiere directa o indirectamen-

34 Moraga, Cherrie, (1985), “From a Long Line of Vendidas: Chicanas andFeminism”, en Teresa de Lauretis (ed.), Feminist Studies. Critical Studies, Universityof Wisconsin Press, Madison, p. 173-190.

35 Castillo, Adelaida R. del, “Malintzin Tenepal: A Preliminary Look into aNew Perspective”, en Rosaura Sánchez y Rosa Martínez Cruz (eds.), Essays on lamujer, University of California Chicano Studies Center Publications, Los Angeles,pp. 124-149.

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te a su identificación con La Malinche, la crítica Norma Alarcón consi-dera que resulta tan problemática cuando se la convierte en símboloejemplar, como cuando se la transforma en el símbolo de la autodenigra-ción.36

A pesar de que, en apariencia, las representaciones de La Malinchehan estado confinadas al discurso colonialista o nacionalista, tambiénexisten evidencias de que el mito ha “permanecido” en la posmoderni-dad. En una ingeniosa parodia, Jesusa Rodriguez la transforma, literal-mente, en un “medio”. Presentada como mujer-ancla de la nueva redglobal de comunicaciones en la gran ciudad de Tecnocratlán, La Malinchepreside una sociedad de consumo americanizada. Pero, hoy por hoy, LaMalinche ya no necesita siquiera ser imaginada como persona real, por-que todo mundo sabe que no es más que una simulación.37 Y ésta es, porsupuesto, la última ironía.

Traducción: Gloria Elena Bernal

36 Alarcón, Norma, op. cit.37 Rodriguez, jesusa, (1991), “La Malinche en: ‘Dios TM.”’, en debate feminista,

núm. 3, marzo de 1991, México, pp. 308-311.

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La vida boca arriba

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Morirse viendo cómo te caes a pedazos ofende a los demás peroaguza los sentidos y purifica el alma. Te santifica como chapu-zón en un río de aguas cristalinas, luminosas. Los colmillos de

Dios se clavan lujuriosos en las últimas astillas de tus huesos de pajari-to. Cuánta belleza en este morir lento, calendarizado, sofisticado y ma-món. Si uno quiere hace del sida una agonía muy nais. Morirse de esto,de esta palabra que no volveré a mencionar, de este concepto que aturdey vuelve torva la mirada de quien la escucha es algo que a nadie deseopero de tanto morirme ya no puedo vivir sin ello. Es más, a mí me siguecausando cierta sensación de hastío, de aburrimiento decirle a los otros,sí, efectivamente estoy así de seco porque tengo “eso”, qué flojera tenerque abrirles la conciencia para que convivan con la de situaciones, ideas,gestos y demás parafernalia que requiere uno para enfrentar estachingadera. Leo la vida, la vida no me puede leer a mí. Ahora me dicen laPerrita por perra y chiquita, dejo a cuenta de ustedes lo que traen detrásestos apelativos. Es que uno lo que siempre necesita es ser original, ser elápice de las referencias, el modelo único, la fuente de las copias al carbónde los sufrientes de este fin de milenio. A lo mejor no están de acuerdoconmigo pero la humanidad, en plena orillita del veintiuno, necesitabauna peste de esta magnitud. ¡Mira que cagarse en el palo del amor! Por-que por amor uno se enferma de esto. Fíjate que fulanita ya anda muymala, pero claro, si bien que cogía porfiadamente con zutanito que paranada clausuaraba tamaño corazón de bodega. ¡Pobres de las amorosas!No me vengan por favor con la mamada de que el sexo seguro hace ladiferencia entre los apestados y los limpios. Cuando uno se emperra porun garrote manda a la jodida el puto hule. Contéstenme, ¿de qué sirvebecerrear si no has de tragarte la caliente leche que te hace más podero-sa? La otra vez estaba en una fiesta de locas, allá en Indecocity, dondepor miles de años fui nada menos que la Emperatriz Dragón. Por sobremí sólo estaba la Reina Madre, la Pancha, pero ya muy aplaudida para

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las necesidades de la Corte. Fui entrando al fiestón y amigos y enemigasse quedaron pasmados, paralizados, cimbrados por un rayo vivienteque era su Emperatriz Dragón, con veinte kilos menos, pañal desechableevidentemente resaltando en sus likras, trastabillando con unos taconesajenos y una mirada perdedora detrás de sus pupilentes verde-tiempo.Me rodearon las perras menores y me bramaron, me acribillaron con unacuestión que las desmadraba por la madrugada o en las crudotas de sanlunes: dinos con quién te has acostado de nuestros maridos, dinos, infa-me, que queremos saber, qué será de nuestros hogares y nuestras pose-siones, qué infamia si a una de nosotras, hermosas flamas nocturnas, lediera el mal. ¡Qué injusta eres, Emperatriz Dragón! Mi encabronamientono fue por tan infortunadas y pendejas cuestiones, tampoco por la faltade decoro de las pinches podridas de mis súbditas, sino por la pérdidainminente de mi alta investidura. Es que para llegar a Emperatriz Dra-gón de Indecocity tú tendrías que partírtela desde los ocho años, más omenos, y acabar bajo los pesados hierros de tu carro, envuelta en lasentrepiernas de cinco chacales, mismos que ya te habían entregado sutierna pasión en la Playita. Porque ese es el principal don de una JotaReina: preparar al mayate, educarlo desde que nace, formarlo a punta decerveza, mota y orgías en su paso por la adolescencia, refinarle en el tratoal puto, al pulpo, al pulmón. De esto y más podría darles cuenta, perodesde la volcadura en Gonzalitos, en mi volks del año, mi imperio fuecayéndose a pedazos. Primero la media docena de maridos, los más re-cientes se me fueron de las manos cuando les faltó el alimento de sureinita, el apapacho de su madre alcoholizada, la que les perdonabatodo, la que les conseguía las novias, la que les bautizaba a los críos, laque les arreglaba las broncas con las amantes y las suegras, la que des-hacía los sortilegios de las brujas de San Jorge, la que les cortaba el pelosegún Luis Miguel dictara las modas. Quién los llevará, papacitos, a laperegrinación al Santuario, a dar las mañanitas a la Morena del Tepeyac.Mis viejos, son lo que más me duele. Aquel mercado sexual, donde yotasaba, ponía precio, dirigía las transacciones, se quedaba con lo mejor;todo se quedó entre los vidrios inastillables del volks y un diagnóstico de“positivo” en un examen que yo nunca solicité. Y las culeras de miscomadres histéricas, el joterío aullando de rabia porque una puede mo-rirse de lo que sea, menos llamarle a la Pancha por teléfono una mañanade domingo y decirle a boca de jarro: “Perra, estoy infectada”, y la otraver cercenada su patética carrera de loca mañosa —a eso le llamo yo

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voltearse a los machines, que obvio sea dicho el asunto: no lo son tantoporque no hay borracho que trague camote—, oírla desmayarse y res-ponder luego con un “ah, sí y oye, puta, qué has sabido de la nueva reinadel Scorpio”. Y el mayaterío zumbando alrededor de la Pancha porqueella pepenaba lo que yo dejaba, y las mujeres de los mayates, las madresde las mujeres, las suegras, y el sacerdote y hasta las enfermeras delCentro de Salud, con sus lápices amarillos y sus formularios amarillen-tos donde según ellas tienen la clave administrativa para detener estapendejada. La mamá de Pepe, un chile dulce de recién ingreso, arras-trando su dignidad y su vergüenza: “dime, Emperatriz, ¿te cogiste a mibebé?, estás segura, por amor de Dios, dime que no fornicaron”. Nomáspor su valor de perra madre, por su lobez, le dije lo que no quería escu-char, lo que no era cierto: la verdad. Con su chamaco sí me había puestoel hulito, nomás de pura casualidad porque ese día andaban las pirujascon la novedad de los condones fosforescentes. Yo luciérnaga que ilumi-na sus aposentos con el culo dichoso y juguetón. Y de pronto ya, que seacaba el runrún. Y mi madre pudo salir a gusto al mercado a sus com-pras, y yo a cortar pelo en mi estética “La tijera dorada”, y la gente seacostumbró a que Emperatriz tenía el mal y hasta salía en la tele dicién-dolo, y la gente tan a gusto sabiéndose rodeada de la calamidad, de esacosa que anda y no se sabe dónde anda. Porque me veo las venas, tanazules y tan pegadas al esqueleto y me digo dónde estás pinche bichitoinmortal, cagador del palo del amor ahora que tanto lo necesitamos,voluntad de Dios en las alturas de su perrez suprema. Y la gente tannormal como en los noticieros de la guerra donde la gente anda pasean-do a sus bebés en las carriolas y nomás apresuran tantito el paso cuandocae un obús cerquita. Emperatriz hable y hable del mal y que cuídensecabrones y nada pasa, el puterío a todo lo que da mame y mame y metién-dose hasta lo que no, porque la verdad, nadie tiene, o ha tenido, o tendráeste enflaquecimiento, esta piel gruesa de costras, este chorrillo que selleva al drenaje toda nuestra hermosa belleza. Pus y dolor hasta la médu-la. Pero se vuelve uno invisible. Los demás me niegan con la luz de susojos. No, esto no existe, es invento de la televisión, de los gringos que alno tener más en que ocuparse andan creando demonios. La Emperatrizmuere y su nobleza la abandona en el momento cúspide. Todas quierenla corona y luchan coléricas y se la arrebatan, perdiendo compostura ygracia. Las condesas abofeteando a las marquesas, principesas arras-tran de las greñas a las equis. Trucos y chiches, postizos y pestañas

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quedan como reguero en la casa de la Chape, de la Pancha o del mecáni-co Juan. Silicones chorreados, costillas y tacones rotos, el caos se hainstaurado en este pujante territorio oriental. Los cabrones se dan entresí. Ya no hay más decencia en mis dominios. Que esto sirva de ejemplo.De entre este desmadre yo saco la mejor parte: sentada en mi poltrona derealeza venida a menos, ficho al albañil del vecino que le apuntala unvaciado, a los cinco minutos de verlo, rodearlo, acosarlo con mis artes dejota milenaria. Ya lo ven en la sala de mi casa; mi madre, casi ciega,hilvana sus colchas de nunca jamás. La cabeza de marrano arrancandocon famélico mordisco uno de mis pezones, mascando viva mi maldecidacarne. Cabeza de marrano metiendo su áspera lengua en tu culo. Luegoel empuje del semen rudo en los entresijos. Aquellas matándose por de-rribar mis estatuas de marfil y yo quedándome con la mejor parte delbotín. Porque sigo siendo la dueña dama de estos campos, de cuantabragueta cruza y se interna en sus callejones y baldíos. Señoras y seño-res, todo, a pesar de todo, se me acaba. Lo acepto, lo reconozco, prendidacomo voy de tubos y jeringas en esta puta ambulancia. Perdida en laspupilas agotadas de mi hermana, que de tanto verme morir ya no sabe niqué es morirse. Ahogado en diazepam, oxígeno y sábanas azules, amor-dazado por mi propia mierda en la boca porque el vómito no ha cedidodesde las tres de la tarde. Comprendo que todo va quedando atrás, con laluz de esos mercuriales, con el ruido magnificado de los niños, perros,motores e intestinos humanos. La vida corre y pasa sin detenerse en mí.Soy un estorbo para la existencia, para la creación, para los planes deDios en este sector de la galaxia. ¿Es la vida un litro de suero, una camillazangoloteada por cien mil baches, un espacio de viento huracanado quetranscurre debajo del chasis de esta jodida y pestilente camioneta? Esoes lo malo de este mal: uno nunca acaba de despedirse. Apenas se vacerrando el telón después del último debut, después de la última hospi-talización con sondas, aparatejos en la cabecera y enfermeros concubrebocas y trajes de astronauta, sin esperárselo nadie (nadie es decirmucho; sólo mi hermana, un triste predicador de versículos apocalípticosque merodea en la sección de los enfermos terminales y una asistentesiempre encabronada) se levanta de nuevo el cortinaje de este escenarioy ¡tarán! Hete aquí sin más que representar que tres o cuatro kilos menos,nalgas ampolladas, llagas en la espalda y un páncreas peloteado. Va denuez la esperanza: un paseo por la Alameda, un domingo de gatas ysardos, es mi mejor reconfortante, además de los calditos de pichón de

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doña Eulogia. Eso es lo malo de este mal sin nombre, de este mal indeci-ble: dejas de dolerte hasta de ti mismo, dejas de aparecer en la nuevaagenda de compañeros de trabajo y los doctores te miran con una fami-liaridad de zoológico. De mi madre y de mi Cabeza de Marrano no digonada. Pero todas esas lobas al acecho, desde los visillos de sus guaridas,matándote a rumor pelado, a rumor batiente en la misma puerta de tucasa. Oiga, doña, que Emperatriz ya se pirró. Hasta mi madre ha enten-dido que es mejor morirse de una vez en lugar de andar dando tanto dequé hablar. Mi triste madre que no sabe cómo degustar cada instante deeste suplicio en carne viva. Se bebe conmigo las babas y los ayes. Laslobas de Indeco son como todas las lobas del mundo. No me quejo, yo lespulí las garras y los caninos, eduqué su olfato y les vacié el último reduc-to de piedad. Son odio quintaescenciado, puro, brillante. Que me traguenviva las hijas de la chingada, pero que me trague alguien de una vez portodas. Que vayan a mi cama en Infectología, con su carita de ocasión y sutarjeta comprada en Sanborns, pero que vayan. Un enfermo ilumina —locompruebo en el espejo— con luz cadavérica, pero luz al fin, el espacioque le rodea. Que se acerquen a mí los desalmados viejos de las treintamil jotas. “¿Y, cómo has seguido, mana?” Y yo sin contestar nada, ojospelones, secos, mudos porque les pesan los reflejos de todos los demásque murieron antes que yo, de los cinco putos que se cargó la jodidaantes de que a mí, de los otros cinco que se lleva la chilla en las otrascamas de esta sección, de los otros cincuenta mil que habrán de caer desus hilos de plata, de sus camas empapadas en el sanguinolento sudorde los fiebrones. Este mal, digo yo, le da sólo a los pendejos. Bueno, almenos ese es mi caso. Un pendejo que se quiso pasar de listo. Mi genera-ción es de locas babosas. Cegadas por el destello de la lágrima dulce enla punta del casco nazi. Ahí se los dejo. Mediten hermanas de verga.Porque para sufrir nomás yo. Es decir, la carrera por el desastre máschingón comienza en este charco de sangre que ahora mancha loscalcetones cuadrados de mi hermana. La ambulancia no se detiene y miasco, mi infinito asco tampoco. Corren las apuestas, la sala de Yumiko,la jotona antiquísima y solitaria de Los Cedros, está llena de chacales ychichifos, algunos menores de edad, de esos que jalan por una tecate oun churro de mariguana. Canallas de todos los rumbos vienen a reblan-decer las reatas de vez en cuando en rituales violentos y exclusivos. Eljudicial Soledad entrena a Camelia en su noche de debut, yo presido elacto solemne. Silencio en el mundo, sólo una bocina rasposa suelta una

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cumbia de la Sonora Dinamita, que no se oye tanto como el majestuosogrito de la Camelia con su culo de trece años desgarrado por Soledad y elborbotón de sangre enrojeciéndole las manazas. Una chichifa cobardonapide que perdonemos a la ensartada, que la desencajemos, pero es muytarde porque yo, la Emperatriz dueña de la lujuria y del destino he orde-nado que nada se modifique hasta que Soledad, el macho, termine ydescanse como dicta la ley, sea esta cumplida por cada una de mis hijas,su sagrado deber para con el mayate. Tratan de despertar a la Cameliamientras yo limpio con la lengua la sangre, la leche y la mierda en el chilede mi macho. La Yumiko dice no reacciona la Camelia. Qué horror, morircogida, digo yo y levanto la caguama para brindar con aquellos hombreshorrorizados, con aquellos niños hipnotizados, con las jotillas que sedespelucan y no ven lo que creen o no creen lo que piensan ver. La des-bandada y los pinches putos mariconeando al punto de llamar a Seguri-dad Pública. Por Gonzalitos, por las cinco A.M., ya volaba yo en picadahacia Ruiz Cortines desde el paso a desnivel. Con un virus añejo, concinco chacales trémulos y un cartón de cervezas en la cajuela. Ya misvenas están taponadas, no así mi cajón de recuerdos. Hace mucho caloradentro de esta perrera. Estaremos pasando frente a Hylsa, o es Soriana.Cada cual organiza su vida para llevársela a donde le pegue en su pin-che gana. Me muero a los veinte, señoras y señores, me carga el chilesiendo una estela de humo, una apariencia, un fantasma dentro de unespejismo, una loca en un mar de locas hincadas en los patios de Seguri-dad, mientras encuentran al asesino de Jaime Cortés Hernández, alias laCamelia. El mal es personal, singular, se amolda a uno y viene acabandoen la punta de estas alas inmensas que de tan blancas no se pueden ver.Tengo el mal de todos, porque soy todos al mismo tiempo, el pecado decada una de ustedes. ¿Eres homosexual?, me pregunta en su dialecto laseñorona de clase media que estudió algo de psicología mientras escri-bía poemas a su marido que gusta de ser cogido por los trasvestis delSuárez. No, le digo a la señora de clase media, sólo soy un macho al quele gustan los machos. Y la señora se va con el pensamiento a la Isla delPadre y toma fotos igualmente mentales de sus nietecitos que correnperseguidos por las olas grises de ese mar ojete. Me la viven poniendofácil para ladrar. Finalmente le ha resultado todo sencillo a la Empera-triz Dragón, loca con la lengua tinta en la mierda y la sangre de su ahijaditaCamelia. Si se me atraviesan escupo en sus blancos modelitos Benetton,soy joto y también tengo problemas como todas ustedes, perras pordiose-

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ras, del domingo en Liverpool. Porque más pronto que tarde estarántambién nueve horas en la sala de emergencia del Universitario, tragán-dose su propia arcada, con su hermana al lado, acicalándoles las plu-mas de estas incómodas alas de ángel insobornable. La agonía purifica,repito, mientras un pasante de médico muy guapo me toma el pulso ydefine el cuentagotas donde a su vez se define mi vida. Soy loba de todala vida, pero sin poder ser lo suficientemente cruel como este muchachitode bata blanca con un rostro sonrojado y saludable que no sabe y hasabido jamás lo que es despertarse en medio de una laguna de diarrea.Su bondad es pura apariencia, porque la mía viene de una expiaciónvital, actualizada, enviada desde arriba, divina. Es cierto que cuando auno lo borran de la libretita telefónica de alguien se aligeran las cosas, seve el mundo desde otra perspectiva. Estar aquí, flanqueado por tripas,botones, pestilencia de asépticos, torundas de alcohol y carátulas deinstrumental médico, sin el permiso de tu marido Cabeza de Marrano, sevuelve más cómodo sin tantos ojos tenaces que no te sueltan; sin tantossignos de admiración que te compran en lo que sea un pedacito de ago-nía santa. Y dan saltos de entusiasmo viéndote como te arrastras con lacabeza despeinada. En los últimos estertores de este vals de quince añosque se llama “a usted le quedan sólo unos días de vida”. El médicoguapo, metódico, calculadamente compungido viene y me da su mano,su asquerosa mano de chico buga y católico. Yo, hipócrita y dulce, agra-decida y eróticamente excitada respondo a su apretón y por dentro de míle digo chingas a toda tu rebomba. No se imaginen cosas, no se me ade-lanten, no me estoy muriendo. Después de esta crisis, lo sé después deuna docena de situaciones similares, me he de levantar, cual cachondaLázara, moveré rocas cual mi señor Jesús, y saldré al aire, a ese cochinoy dulce aire que los castos y los impíos respiran cual la cosa más normalpero que después de una tuberculosis ya no es el mismo. Y me detendréen el balcón de mis memorias de moribunda, rozaré con mis yemas el filode un fino ataúd de tres mil pesos, me sofocaré adrede entre alcatraces ocualesquiera que se llamen las pinches flores de las muertas, y me diré amí misma lo que sólo una diosa puede decirse en su devastador aburri-miento de siglos de eternidad: héme aquí y quiero un hombre para dis-traer mis altas labores de creadora de inmundicia. Vendrán por sí solaslas horas de novicias, perfumadas hienas, jetonas vestidas, enamoradaslobillas, riatudas marquesas, mariguanas chichifas, volteadas barbudas,imperiosas chacalas, todos esos elegantes miembros de mi estirpe, de mi

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venenosa casta de bienaventurados jotos a besarme la frente y agrade-cerme el último aliento. Soy como una perrita en la llovizna y un tren mepasa encima.

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Imaginario materno y sexualidad*

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Quisiera hablar de un aspecto del pensamiento feminista actualque me parece muy problemático aunque muy importante, eldiscurso sobre la madre. Especifico que me refiero sobre todo al

discurso anglo norteamericano de formación psicoanalítica o solo conadherencias psicoanalíticas. Discurso que se ha desarrollado principal-mente, pero con una importante excepción, en el ámbito del llamadofeminismo blanco (llamado así para distinguirlo del feminismo de lasmujeres de color o del tercer mundo estadounidense, términos que enitaliano me parecen un poco ajenos, pero no sé como decirlo de otromodo). Es cierto que no podría faltar la referencia al discurso feministaitaliano, aunque sólo sea por contraste, pero he querido tener fe en elproyecto de las compañeras de Bolonia que me han invitado gentilmentecomo norteamericana a este “encuentro con el feminismo norteamerica-no”, lo cual tiene un sentido en la medida en que mi trabajo se ha desa-rrollado principalmente en los Estados Unidos, donde me trasladé pocodespués de graduarme, hace casi 30 años. Aunque en la medida de loposible he seguido las vivencias italianas y he tratado de incluir algunasde las propuestas originales del pensamiento italiano en un contextointelectual que de Europa sólo conoce Francia e Inglaterra, haciendo portanto un poco de mujer-puente, como me ha definido Simonetta Spinelli,definición que me gusta mucho.

Y bien, precisamente en calidad de puente, en la presentación a lasletras norteamericanas del libro de la Libreria delle Donne de Milán, Noncredere di avere dei diritti, hace un par de años, subrayaba la importancia

* Texto para el Encuentro de Bolonia, Centro de Documentación de las Muje-res, 26-28 de noviembre, 1992. Agradecemos a la autora el permiso para su publica-ción.

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del concepto de mediación simbólica asumido por la figura materna,pero al mismo tiempo notaba cierto forzamiento debido a una exclusivaatención a lo simbólico (en menoscabo de un imaginario que el libro noobstante deja entrever). Sin embargo, aquel proyecto político de redefinirlo materno como relación simbólica y no natural, social y no individualo privada, era lo que principalmente quería hacer presente a un ciertofeminismo norteamericano, académico y no, y numéricamente mayorita-rio, el cual disculpen esta generalización desdichadamente inevitableen la sesión del encuentro— había reevaluado la relación con la madre yla relación con lo materno, pero sobre todo a nivel de lo imaginario (en elsentido lacaniano). En otras palabras, si la propuesta milanesa (a miparecer) no prestaba suficiente atención a los contenidos imaginarios dela relación hija-madre —identificación, captación o valorización narci-sista, pero también resistencia, agresividad o desidentificación— lareevaluación norteamericana de la madre había hecho en cambio de ellauna figura plena, una imagen idealizada de hermandad utópica o defusionamiento preedípico, cuyas contradicciones o divisiones, en casode que se verificasen, habría que atribuirlas al sistema social o al patriar-cado; en suma, había producido un discurso materno tan potente comototalizante, y para algunas, asfixiante. Pienso en la imagen de la VirgenMadre de Julia Kristeva que, según su “herética del amor” salvaría a lasmujeres de la paranoia (y digo como inciso que en la crítica académicanorteamericana Kristeva suele ser recibida y citada como feminista). Peropienso también en la ficción de Pat Califia que en la refiguración delsadomasoquismo lesbiano toma como blanco a este “feminismo mater-no” visto como empalagoso, represivo y autoritario al mismo tiempo:una madre feminista contra cuyo legislar moralista se articula la trans-gresión sadomaquista de la hija. Y sobre esto se vea un bello ensayo deJulia Creet con el título “Hija del movimiento”.

Sin embargo, no es el momento de documentar estas afirmacionesen extensión como debería (no puedo más que remitirme al libro1 queestoy escribiendo y que espero que se publique también en italiano estavez); pero daré algunos ejemplos. En primer lugar, el trabajo de Nancy

1 Ahora publicado como The Practice of Love, veáse la introducción en estenúmero.

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Chodorow, de formación socióloga y por elección teórica practicante ydivulgadora de la relaciones de objeto, cuyo libro The Reproduction ofMothering tuvo mucha influencia hasta mitad de los años ochenta, sobretodo en las ciencias sociales, aunque las críticas demoledoras que harecibido de varios sectores del pensamiento teórico feminista lo han vueltodefinitivamente problemático y hasta superado. Con Chodorow se pue-den agrupar Nancy Hartsock, Marianne Hirsch, Madelon Sprengnethery muchas otras. Estas autoras no atribuyen a la madre un papel de figurafantasmática o erótica en la sexualidad femenina, sino que hacen de ellala figura de una afectividad extendida y de un potenciamiento indivi-dual y vagamente colectivo: una madre para cada una y la madre paratodas. Esto no quita sin embargo que la relación materna de la que hacenuna hipótesis se configure a nivel imaginario, en el sentido de que tiendea ignorar o a desvalorizar la función paterna sustituyéndola por la ma-dre o lo materno como origen y causa de la subjetividad femenina, inclui-da su particularidad social y psíquica (no agresividad, capacidad derelación, una cierta ética, etc.).

Esta configuración de la relación hija-madre refuta el falocentrismode Freud y de Lacan, refuta el inconsciente y la teoría de las pulsiones(Chodorow), pero de hecho después sustituye el nombre del padre por elnombre o en cualquier caso (Sprengnether) el cuerpo de la madre. Sininterrogarse, sin embargo, ni sobre un específico sexual femenino deri-vado de la diferencia sexual ni sobre su relación con la subjetividad. Ypor lo tanto el ser sujeto sexuado mujer es concebido sólo en relación conlo materno, o sea, con la reproducción social o del género (gender), perono, por ejemplo, con el deseo, ni con el deseo heterosexual ni con el les-biano. El cuerpo, las pulsiones y la sexualidad se acantonan para darcabida al yo-en-relación (self-in-relation) y a la diferencia de género. Deahí pronto se llega, o mejor aún se regresa, a la idea prefeminista de unasubjetividad no sexuada, y en el segundo libro de Chodorow, indepen-diente en parte también del género.2

Algo parecido sucede paradójicamente en la teoría milanesa de ladiferencia sexual (como lo indicaba en mi ensayo introductorio a la tra-

2 “No estamos siempre y en todos los casos determinados por o invocandoesas experiencias psicológicas de género y sexualizadas” (Chodorow, Feminism andPsychoanalytic Theory, p. 198).

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ducción norteamericana de Non credere di avere dei diritti, ensayo des-pués traducido al italiano y publicado en DonnaWomenFemme): evitar laconsideración del componente imaginario, pulsional o erótico-sexualdel simbólico femenino —no es casual que su genealogía se remonte aNoemí y Rut de la Biblia— en primer lugar viene a elidir, a eliminar o anegar el lesbianismo, o sea, aquella figura de la subjetividad femeninaque es más capaz de significar, no sólo eróticamente sino también simbó-licamente, una sexualidad femenina autónoma de la institución hetero-sexual; y en segundo lugar tiende a producir un sujeto femeninosolamente simbólico, compacto, indiviso, y que por lo tanto se presentacomo la contrapartida del sujeto cartesiano o de aquel neutro-masculinode la tradición filosófica previa al siglo XIX.

Pero si bien es cierto que “el simbólico femenino se basa en unimaginario femenino”, como lo sugiere Margaret Whitford a propósitode Luce Irigaray; y si bien es cierto también lo contrario, o sea que “es losimbólico lo que estructura lo imaginario”, entonces cualquier simbólico—en nuestro caso el femenino— produce como efecto un imaginario (pp.118 y 119). En el caso de Milán, por lo tanto, no es ilícito preguntarse,¿cuál es el imaginario efectuado o promovido por el simbólico femenino?¿A qué fantasmas da a luz la madre simbólica? ¿Cuáles son losocultamientos eróticos de la deuda simbólica que hemos contraído conella? Y en el caso del imaginario materno norteamericano, ¿qué tipo desimbólico le corresponde? ¿Y cuáles son las diferencias sociales (valedecir sociosimbólicas) y las diferencias sexuales que aquel imaginario elide,elimina o cancela?

Para examinar las posibles respuestas a estas preguntas, debo ha-blar primero de otro filón del feminismo norteamericano, de formaciónacadémica y numéricamente minoritario, pero conceptualmente másaguerrido e influyente. Y aquí quiero de nuevo subrayar que hablar dedos filones es una burda aproximación y que se podrían hacer distincio-nes muy precisas entre una estudiosa y otra, y entre sus diversas posicio-nes en el ámbito del pensamiento, de la actividad política —digamos enlas diversas genealogías— del feminismo euro-occidental (Eurowestern:otro neologismo significativo en el contexto estadounidense). Pero engeneral, creo que se puede decir que la configuración de la relación hija-madre dentro de este filón tiene en cuenta ya sea el aspecto imaginario yasea el simbólico, y coloca lo específico sexual femenino en el centro de lacuestión; pero tiende a permanecer en la óptica de la teoría psicoanalíti-ca o de la metapsicología neofreudiana, aunque trate de extender los

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confines o de refocalizarla sobre instancias feministas. Me refiero a lostrabajos de Juliet Mitchell, Jacqueline Rose, Kaja Silverman, Jane Gallop,Mary Ann Doane, Parveen Adams y otras.

Lo que todos estos trabajos tienen en común es el postuladopreedípico, o sea, una relación particular y específica de la niña con lamadre, de la que se hace derivar una característica de la sexualidadfemenina —su llamado aspecto o vertiente “homosexual”. Esto daríalugar, en el curso del desarrollo psicosexual de la mujer, a una tendenciaa la bisexualidad, a una configuración lábil u oscilatoria de las identifi-caciones y de las elecciones de objeto, y a una siempre inacabada identi-dad sexual (léase heterosexual. Cf. diferencia sexual = diferenciaheterosexual). No es casual que estas características se encuentren en lahisteria, porque uno de los textos fundamentales de este filón críticofeminista es el caso clinico de Dora. Si “Dora” (el nombre dado por Freuda su paciente Ida Bauer en el “Fragmento de análisis de un caso de histe-ria”) se ha vuelto célebre como figura paradigmática de la resistenciafemenina al patriarcado, su caso se ha vuelto célebre en el discurso psi-coanalítico feminista en virtud de una presunta homosexualidad de Doraque Freud habría descuidado analizar, aunque la indica en dos notas apie de página. En el volumen de los doce ensayos críticos sobre Dora conel título In Dora’s Case: Freud-Hysteria-Feminism (1985), gran parte de lascolaboradoras dan por descontada la homosexualidad de Dora —algu-na habla además de “lesbianismo” (Gallop, p. 217)—, aunque el texto nocontenga ninguna indicación precisa, la propia Dora no haga mención(por boca de Freud, obviamente), y por lo tanto, su presunto deseo homo-sexual inconsciente por la amante del padre siga siendo una pura infe-rencia o hipótesis del propio Freud.

En el origen de estas y otras “relecturas” en clave feminista están laobra de teatro de Hélene Cixous, Portrait de Dora (1976) y un ensayo deJacqueline Rose (aparecido en 1978) y reimpreso en aquel volumen. Qui-siera hablar brevemente de este ensayo que no sólo ha influido en todaslas relecturas sucesivas de Dora sino que también, al poner el acento enla relación preedípica con la madre, ha propuesto una concepción de lasexualidad femenina que es hoy compartida casi con unanimidad y tam-bién por estudiosas que por otra parte no aceptan las posicioneslacanianas de Rose. La pregunta que me planteo es: ¿por qué esta insis-tencia en el componente homosexual en la sexualidad femenina, quéfinalidad tiene y en beneficio de quién es? Pero veamos la estrategia delectura de Rose.

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Casi a mitad del ensayo dedicado al caso clínico de Dora, publica-do por Freud en 1905, Rose hace referencia a otro caso clínico de 1920,“Sobre la psicogenesis de un caso de homosexualidad femenina”, que esel único en que Freud se encontró de frente con una mujer declarada-mente homosexual (y cosa insólita en sus casos clínicos, a esta pacienteFreud no le da nombre). De este segundo caso, Rose se sirve para sacarun paralelo con Dora; o mejor, para leer Dora a través del filtro de lahomosexualidad de la otra, y encontrar así en Dora un “factor homo-sexual”. Y con base en ello, con un salto de lo particular a lo universalhábilmente atribuido a Freud, Rose declara que este factor es una carac-terística de la sexualidad femenina en general, o sea que el “factor homo-sexual” sería constitutivo de la subjetividad de cualquier mujer. El pasajedel caso singular a la regla general sucede así: el paralelo entre los doscasos, escribe Rose, es

irresistible —pero no tanto con miras a clasificar a Dora como homosexual ensentido estricto, sino porque en este caso, Freud fue llevado a reconocer elfactor homosexual siempre presente en la sexualidad femenina [an acknowledgementof the homosexual factor in all feminine sexuality], reconocimiento que lehabría llevado a revisar sus teorías del complejo de Edipo en la niña. Porque eneste artículo Freud es radical como nunca. Rechaza el concepto de cura, insisteque lo máximo que el psicoanáisis puede hacer es restituir a la paciente laoriginaria disposición bisexual, define la homosexualidad como no neurótica.Aunque al mismo tiempo la explicación que Freud da de este último factor —la falta de neurosis atribuida al hecho de que la elección de objeto había sidohecha no durante la infancia sino después de la pubertad— se pone en dudacuando él se ve forzado a hacer destacar la atracción homosexual en un mo-mento precedente a la instancia edípica, [o sea] la primera adhesión a lamadre; en cuyo caso o la muchacha es neurótica (pero claramente no lo es) obien todas las mujeres son neuróticas (y esto sí que podrían serlo). (Rose, pp.135-13k; mis cursivas).

Estos elogios a un Freud particularmente iluminado en el tratamiento dela homosexualidad femenina parecen excesivos. En primer lugar, lo quele hizo cambiar de idea sobre el complejo de Edipo en la niña no puedehaber sido “el reconocimiento del factor homosexual’ en la sexualidadfemenina en este texto de 1920, ya que Freud había hablado de una dis-posición bisexual del sujeto ya en 1905, en los Tres ensayos de teoría sexual,y en 1915 les había agregado que “todos los seres humanos son capacesde hacer un elección hornosexual y en realidad ya hicieron una en suinconsciente” (Obras completas, vol. VII). En segundo lugar, la adhesiónpreedípica a la madre, que Freud después reformuló como “complejoedípico negativo”, puede ser la causa, más que la consecuencia, del “fac-tor homosexual” en la sexualidad femenina. Y, por lo tanto, no es Freud

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sino más bien Rose quien del análisis de un caso se ve llevada a postularla existencia de ese factor en cualquier forma de sexualidad femenina.En tercer lugar, Freud nunca definió neurótica la homosexualidad per se,aunque la define como una perversión; por ello, a este respecto Freud esmucho más “radical” en los Tres ensayos, donde excluye que la inversiónsea innata, de lo que lo es en “Sobre la psicogenesis”, donde en cambioreintroduce la hipótesis de una homosexualidad congénita. Y permíta-seme decir por último que, a mi parecer, como precisamente según laopinión de la paciente en cuestión (que terminó el análisis después deunas sesiones), y probablemente la de varios otros y otras, Freud no semanifiesta ciertamente iluminado cuando trata de encauzar la homose-xualidad de la paciente en el binario de la bisexualidad.

¿Por qué por lo tanto Rose lo encuentra tan “radical”? ¿Y cómosucede el pasaje generalizante de una mujer a todas las mujeres? Laproposición conclusiva del parágrafo que he citado antes proporcionaun indicio: visto que Freud hace remontar la homosexualidad de la pa-ciente “a la primera adhesión” preedípica a la madre, y visto que estaadhesión debe obviamente darse en todas las mujeres, entonces, Rosededuce que todas las mujeres participan de algún modo de la homose-xualidad. Y no se para a reflexionar sobre el hecho de que algunas muje-res son homosexuales y otras no; y el caso de la paciente en cuestión noqueda para nada aclarado por la adhesión universal preedípica (porquesi es posible que todas las mujeres sean neuróticas, como dice Rose, éstaa pesar de todo no lo es). Evidentemente lo que le importa es haber encon-trado alguna homosexualidad en todas las mujeres, después de que Rosepuede regresar a Dora y a la cuestión que le ocupa, o sea al problema dela identidad y del deseo femenino. Que es, ella concluye, “la imposibili-dad de sujeto y deseo” (p. 146), vale decir, la imposibilidad para la mujerde ser sujeto deseante y sujeto del propio deseo. Y no le pasa ni siquierapor la cabeza el pensamiento de que el particular deseo de la pacientehomosexual no era en realidad imposible, sino que era claramente posi-ble y declarado, si bien no satisfacible en aquella situación dada.

No quiero decir con esto que cualquier tipo de deseo sea posiblepara el sujeto mujer, el caso de Dora es un ejemplo de lo contrario. Y sépor cierto que la elegía de Rose sobre la imposibilidad para muchasmujeres de ser sujeto del propio deseo heterosexual tiene fuertes reso-nancias en el ánimo de muchas, feministas y no. Y tienen razón. Pero siesa imposibilidad depende de la pérdida de la madre y de la incapaci-dad consiguiente de asumir el propio cuerpo de mujer y el propio deseo

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confrontadas a lo que Lacan llama “el objeto viril” —si es así, aquellaimposibilidad no pertenece a la homosexualidad y no le debe ser atribui-da; porque el lesbianismo significa precisamente el desplazamiento delsignificante paterno y el rodeo de la ley que impide al sujeto mujer elacceso al cuerpo femenino.

Hay por lo tanto una paradoja en el razonamiento de Rose y en laidea de que la relación preedípica sea homosexual: la relación preedípicaes por definición prefálica y pregenital, en cuanto forma parte de la sexua-lidad infantil, mientras que el término “homosexual” tiene sentido sólohablando de la sexualidad post-edípica, es decir, sucesiva al reconoci-miento de la diferencia sexual. En suma, hay una paradoja en la homolo-gación de la relación preedípica con la relación homosexual o lesbiana(aunque esta última tiene ciertamente que ver también con la relaciónmaterna). En el caso de Dora —y de Rose— la paradoja se apoya sobre lafalsa ecuación entre histeria (u oscilación bisexual) y homosexualidad.Me explico: la histeria en la mujer es vista con frecuencia como una inca-pacidad de asumir una identificación femenina, por lo que el sujeto osci-la entre identificaciones y objetos de amor masculinos por un lado, eidentificaciones y objetos de amor femeninos por otro, o sea, se encuentrasuspendido (sintomáticamente) en una oscilación bisexual. En el casode Dora y Rose, decía, la paradoja se apoya sobre la falsa ecuación entrehisteria (oscilación bisexual) y homosexualidad; y esta ecuación se en-cuentra exactamente igual en Lacan, según quien el deseo femenino —tanto el de Dora como el de la paciente homosexual de “Sobre lapsicogénesis” —es “el deseo de la histérica”, es decir, el deseo de “soste-ner el deseo del padre” (pp. 38-39). Y es tal vez este escrito de Lacan (delseminario de 1964) el que sugiere a Rose el paralelo entre las protagonis-tas de los dos casos clínicos, a pesar de sus diferencias obvias.

Si por lo tanto, como dice Lacan en quien evidentemente Rose seinspira, el deseo de la histérica es el deseo femenino por antonomasia,y éste es “sostener el deseo del padre”, entonces ciertamente la imposi-bilidad de ser sujeto del propio deseo es definitiva e irrevocable. Peroesa imposibilidad deriva de asumir el deseo del padre, tanto en la teo-ría como en la psique, o sea, tanto en el plano epistemológico como en elfantasmático. De su paciente sin nombre que opone resistencia a asu-mir el deseo del padre, Freud dice: “En realidad era una feminista.” Noobstante, hoy nosotras sabemos que el feminismo por sí no basta paracontravenir ya sea la ley del padre ya sea el deseo del padre: este últimocon frecuencia coexiste con el feminismo y forma parte integrante del

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sujeto mujer, creando la imposibilidad de la que precisamente hablaRose.

Y por lo tanto a la pregunta que me había planteado —¿por qué estainsistencia feminista en la homosexualidad de la relación con la madre ypor lo tanto una homosexualidad constitutiva de toda la sexualidadfemenina?— se puede empezar a responder así: que la homosexualidades el signo (pero tal vez fuera más exacto decir el amuleto) de una resis-tencia feminista al imaginario del simbólico falocéntrico-paterno. Digo“amuleto” en el sentido del signo u objeto mágico; como el anillo quevuelve invisible, esta homosexualidad latente o potencial puede ser in-vocada por las mujeres heterosexuales cuando sea necesaria para huir oresistir al imaginaro del simbólico falocéntrico-paterno, vale decir, notanto al simbólico masculino cuanto al imaginario hegemónico, el ima-ginario heterosexual. Pero esa resistencia sigue estando definida —asícomo lo está la histeria— por los parámetros de aquel mismo imaginario,y por lo tanto permanece dentro de los límites de una oscilación, unabisexualidad, un binarismo en el que el término simbólico fuerte siemprees el falo paterno. Y por eso esta homosexualidad materna debe, comodice Rosanna Fiocchetto, “marginar el lesbianismo respecto a la‘mujeridad’: a partir del momento en que se quiere hacer de la homose-xualidad una característica afectiva de lo femenino, se debe homologarel lesbianismo con lo masculino y “cancelar la existencia lesbiana comosubjetividad femenina” por sí misma y capaz de autosignificarse (p. 7).

Otra configuración de la relación materna, siempre en el ámbito deeste filón lacaniano pero con una variante significativa, es la que da KajaSilverman que, como yo, encuentra insostenible la tesis preedípica y pro-pone en cambio una figura de madre edípica o madre simbólica. A pesarde esto (y aquí ya no estamos de acuerdo), su punto de partida es lamaternidad según Kristeva y el concepto de chora como fantasía o fantas-mática “de una integración primordial de madre e hijo [child]” en lo queKristeva llama “el círculo autoerótico de la gestación” (The Acoustic Mirror,pp. 101-102). Según Silverman, esta fantasía de una “enceinte materna”(con su doble sentido de cinta protectora y de mujer encinta), esta “esce-na homosexual materna”, funcionaría a nivel profundo de base libidinaldel feminismo; y Silverman quiere recuperar esta fantasía de unaautoerótica e “indiferenciada comunidad de mujeres” del imaginariopreedípico y transferirla al plano sociosimbólico.

Con este fin retoma la formulación freudiana del complejo edípiconegativo y un trabajo de Lampl-de Groot de 1928 para sostener que la

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investidura libidinal de la niña en la madre durante la fase fálica no cesacon el advenimiento del complejo de castración (a causa del cual la niñaabandonaría a la madre como objeto de amor y se dirigiría en cambio alpadre), sino que continúa más o menos evidente en la vida adulta. Deello se deduce que “el sujeto femenino está así dividido entre dos deseosirreconciliables” en cuanto que, en el orden simbólico actual, el deseopor el padre “es una investidura libidinal en el falo, y por lo tanto en elorden simbólico [mientras que el deseo por la madre] es una investiduralibidinal en todo aquello que ese orden desvaloriza” (p. 123). Y entoncesse puede deducir de ello que el feminismo, reevaluando la instanciamaterna o instaurando un simbólico femenino, permitiría que el deseopor la madre se realizase en la homosexualidad así como el actual ordenpatriarcal permite que el deseo por el padre se realice en la heterosexua-lidad. Silverman propone en realidad la figura de una madre edípícaque sería la transposición en el plano simbólico de la “enceinte materna”de Kristeva y representaría “una de las fantasías portadoras del feminis-mo, imagen potente ya sea de la unidad de las mujeres ya sea de suseparatismo a veces necesario”. Hasta el punto que, Silverman afirma,“si no actuase esta fantasmática homosexual-materna, el feminismo se-ría imposible” (p. 125).

Vuelve así la tesis de la homosexualidad/bisexualidad femenina,expresada de una forma aún más enfática: los términos que Silvermanusa repetidamente hablando de la relación hija-madre son “pasión”,“deseo”, “deseo apasionado”, “investidura erótica”, o “un deseo eróticoque es totalmente no asimilable a la heterosexualidad” (p. 102) (me pare-ce que el lenguaje mismo aquí prueba hasta qué punto esta madre simbó-lica es en efecto una madre imaginaria). A pesar de las connotacionesvoluntariamente sexuales de estos términos, Silverman no usa nunca lapalabra lesbianismo y a pesar de todo es patente que su proyecto consis-te en delinear una teoría de la sexualidad femenina válida para todas lasmujeres. ¿Qué sentido tiene por lo tanto el “deseo por la madre” atribui-do a una feminista heterosexual?

No se puede más que concluir que lo que esta madre simbólicarepresenta es la fantasía feminista de una hermandad sin disensiones,sin divisiones, y sobre todo sin diferencias sexuales, una comunidadfemenina sexuada pero (repito) sin diferencias sexuales, y creada a ima-gen de una madre fálica, potente, en el plano socio-simbólico, pero almismo tiempo femenina y positivamente heterosexual, o sea capaz deproporcionar a la hija la medida especular de un potenciamiento narci-

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sista de su feminidad. Por lo tanto anticiparé la hipótesis de que la im-portancia de Kristeva para Silverman no sea tanto la fantasía de un cuer-po materno virginal y masoquista, o la de una comunidad de delfines(como Kristeva ve a las mujeres entre sí), como en cambio la imagen de lamisma Kristeva, teórica de lo materno; no tanto, esto es, el contenido desus enunciados teóricos cuanto la seducción a un tiempo fálica y narci-sista de su sujeto de la enunciación. En este sentido, la tesis de Silvermanse enlaza con el imaginario materno feminista del que hablaba antes, enel que la madre funge de figura especular de identificación narcisista yde potenciamiento simbólico.

Con este fin cito brevemente el libro Eros and Power de Haunani-KayTrask, que propone un imaginario feminista muy similar, aunque se ins-pira en Marcuse en vez de en Freud y Lacan. A diferencia de Silverman,Trask se sirve principalmente del andamiaje conceptual de Chodorow yde una lectura débil (seductiva) del concepto de continuo lesbiano pro-puesto por Adrienne Rich; y se refiere explícitamente también a los tex-tos lesbianos de Audre Lorde, Cherríe Moraga y de la propia Rich,identificándose como mujer de color y heterosexual. Pero el imaginariomaterno feminista en este libro (publicado en 1986) es todavía más llana-mente utópico y sentimental. Cito un fragmento:

Para las feministas en movimiento hacia un nuevo Eros, este “retorno a lamadre” es tanto literal como simbólico. Es literal para aquellas feministas quese identifican totalmente con las mujeres: las feministas lesbianas. Y es menosfísico, pero no por eso menos afectuoso y nutriente [nurturant], para las femi-nistas que se identifican con las mujeres en cuanto parte de una familia dehermanas: mujeres en hermandad. En ambos grupos la tierna relación simbióticaentre madre y niño es el fundamento consabido sobre el que se basa la identi-ficación entre mujeres. (p. 103).

Esta visión edulcorada de una hermandad que vencería las divisionessociales, la discriminación racial y la homofobia extendida, todas notoria-mente recurrentes en la historia del feminismo estadounidense, se resque-braja sin embargo gravemente cuando Trask se alinea con “la mayoría delas mujeres”; para ellas, escribe, el separatismo y el lesbianismo no son“una alternativa realista” sino más bien “estrategias temporales” que de-berían permanecer siempre a disposición de todas (en otras palabras, ellesbianismo como vacación o pausa restauradora de la “realidad” de laheterosexualidad). Porque agrega, “el amor no puede nacer de la teoría”. Ysobre esto se podría también discutir. Pero qué comporta la heterosexuali-dad, con sus fuertes engranajes sociales y sus exigencias materiales, parael eros femenino o para las relaciones entre mujeres nunca se explica.

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Y ahora, por contraste, quisiera hablar de dos propuestas críticasque examinan la relación materna sin voluntarismos, sentimentalismoso autoglorificaciones, sino que al contrario se focalizan en el conoci-miento de una pérdida, una falta, que a mi juicio centra mucho más decerca la condición de una sexualidad negada, expropiada o proscritacomo lo está en sus varias formas la del sujeto mujer. La primera es unensayo de Hortense Spillers con el título intraducible “Mama’s Baby,Papa’s Maybe: An American Grammar Book”, a grandes rasgos “Bebéde mamá, de papá tal vez: una gramática norteamericana”. Pero por laconstrucción particular del genitivo sajón inglés, tambien podría decir“el niño o la niña de mamá, el tal vez de papá” (jugando con la fraselacaniana “el nombre del padre” [le nom du pere]). Este es un ensayodifícil, conceptualmente denso y estilísticamente complejo, por lo queestoy en deuda con la lectura que da de él Victoria Smith en su tesis dedoctorado en la Universidad de California, Santa Cruz.

La madre de la que habla Spillers (usando el término familiar“mamá” con connotaciones no sólo de afectividad, sino también de des-valorización social) es la mujer africana en América durante el periodode la esclavitud y su descendiente directa, la mujer afroamericana en losEstados Unidos de hoy. En el orden simbólico de esta particular “gramá-tica norteamericana”, —donde gramática sugiere la lógica estructuraldel sistema de parentesco y alude por tanto al nexo sexualidad/repro-ducción social/nombre del padre— el axioma “mater semper certa...” asu-me un significado bastante distinto: en primer lugar porque la madreesclava no tiene ningún derecho sobre los hijos o las hijas, que son depropiedad, del patrón blanco, el cual puede llevárselos, usarlos o ven-derlos a su gusto; ningún derecho de propiedad por lo tanto, pero tam-poco derecho afectivo, como en cambio es reconocido socialmente a lamadre blanca. En segundo lugar, porque el padre no sólo no es cierto,sino que con mucha frecuencia es aquel mismo patrón que, sin embargo,no reconoce la paternidad de los hijos que ha procreado violentando a laesclava; hijos que también heredan de la madre la condición de esclavi-tud, de no humanidad.

Por lo tanto, el nombre del padre (o sea del patrón blanco, porque nisiquiera el hombre africano tiene ningún derecho sobre sus eventualeshijos) no define ni a la mujer ni al hombre africano en esclavitud, loscuales no tienen estatuto de sujeto social y ni siquiera estatuto humano.Por lo cual, mientras que la madre blanca tiene un valor no sólo afectivosino también social, aunque sea como vehículo de transmisión del poder

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masculino en el nombre del padre, el cual determina la identidad o laexistencia social de un individuo, en cambio la madre negra, que notiene derechos sobre la prole, es la que determina, junto con la existenciafísica, también el no valor social y, de hecho, la no humanidad de loshijos. Su cuerpo, por lo tanto, no es el lugar de la reproducción social delhombre (y por lo tanto de la humanidad), sino el punto de pasaje de lohumano a lo no humano. No es por tanto cuerpo, sino “carne” no signi-ficante, o sea, está afuera de las categorías de género (masculino o feme-nino) y de la nominación, es decir, afuera de lo simbólico. A consecuenciade este “hurto del cuerpo” en su historia, la mujer afroamericana noentra en el análisis feminista de género y su relación con la madre, susentimiento del cuerpo femenino, es por lo tanto necesariamente otro:reclama una posición diversa del sujeto respecto a las relaciones de pa-rentesco, del nombre del padre y de un cuerpo materno y femenino desdesiempre expropiado y perdido. Según Smith, es esta pérdida la que cons-tituye la temática de las novelas de dos escritoras contemporáneas, ToniMorrison (Beloved) y Gail Jones (Corregidora), en las que la escritura seesfuerza precisamente por rememorar, reconstruir y encontrar un cuerposexuado, y por tanto un cuerpo para el sujeto y el deseo femenino.

También Judith Roof, leyendo a dos escritoras lesbianas contempo-ráneas, Rita Mae Brown y Jane Rule, encuentra que el lugar de la madreestá vacío, o mejor dicho, está estructurado por una ausencia. La madrees desconocida, inaccesible, inalcanzable también a través de la memo-ria, y no genera fantasmas de plenitud ni el sueño de una beatitud pre-edípica sino que produce el conocimiento de una pérdida que es y seguirásiendo incolmable: un vacío, una falta sobre la que se constituye la sub-jetividad de la hija. En la trama fantasmática de los textos en examen (Lajungla de los frutos rubíes y “Esto no es para ti”), la ausencia de la madredel lugar de los orígenes y la imposibilidad de la hija de identificarse conel deseo materno dan lugar a un deseo absolutamente irrealizable y quepor tanto se resuelve en el mismo desear.

Si ponemos estos textos narrativos frente a la teoría de Kristeva yChodorow, Roof sostiene que, mientras que en la óptica heterosexual deesta última la figura materna crea “la ilusión de un deseo [femenino]realizable a través de la maternidad (volviéndose madre), las novelaslesbianas representan un deseo realizable sólo en el desear” (p. 116).Para Chodorow y Kristeva, observa Roof, el proceso de diferenciación dela madre que ocurre con el Edipo, el encuentro con el padre y el reconoci-miento de la diferencia sexual, deja como residuo el deseo nostálgico de

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un retorno a la fusión indiferenciada del periodo preedípico. El sujetofemenino oscilará perpetuamente, por tanto, entre el sueño de unión conla madre y el significado de la diferencia sexual para la mujer, vale decir,el deseo de convertirse en madre ella misma. En otras palabras, la nostal-gia por la madre se convierte en un deseo no realizable en sí pero quebusca gratificación a nivel fantasmático en el sueño de amor materno(Kristeva) o en la ilusión de encontrarlo en la unión heterosexual(Chodorow y Dinnerstein). Ambas, Kristeva y Chodorow, proyectan porlo tanto el fantasma materno y la nostalgia de unidad preedípica en ellugar del deseo femenino. En cambio, para las escritoras lesbianas eselugar está signado no por la identificación con la madre sino por suausencia y por el conocimiento de una falta en el centro del sujeto; cuyodeseo por lo tanto es sostenido paradójicamente por su imposibilidad desatisfacción, o sea, es el deseo de desear.

Según Roof éstas no son dos estructuraciones diversas del deseo,sino dos posiciones diversas en el seno de una misma estructura (p. 116).Que en realidad es, aunque ella no lo especifica, la estructura del deseosegún Lacan, en cuyo esquema las posiciones del deseo son dos, ambasdefinidas en relación al falo paterno: la posición masculina es tener elfalo, la femenina serlo y así “sostener el deseo del padre”. Roof escribeprecisamente que en los textos lesbianos “la madre ausente equivale alfalo ausente e inaccesible” (p. 116). Pero aquí se presenta un viejo proble-ma: si decimos que el deseo de desear es deseo del falo, ¿cómo distinguirel deseo lesbiano del deseo masculino? En suma, esta formulación, “eldeseo de desear”, que no es casual que repita el título de un libro de MaryAnn Doane, muestra aún otra vez los limites del pensamiento feministade formación lacaniana, que aunque plantea la cuestión de la sexuali-dad más claramente que cualquier otro filón del pensamiento crítico fe-minista, no logra sin embargo salir de un esquema conceptual queaxiomáticamente privilegia el falo paterno.

No obstante estas dos últimas propuestas representan un impor-tante intento de salir de un imaginario materno que re(con)duce la sexua-lidad femenina en todas sus formas, histórica y culturalmente diversas,a una misma estructura y le reconoce una única determinante, la mater-nidad. Entiéndase bien que no puedo estar de acuerdo con Silvia VegettiFinzi cuando escribe que “la maternidad, como proceso de identidadfemenina, ha permanecido privada de representaciones adecuadas”, es“lo impensado de nuestra época” (p. 7). Me parece verdad lo contrario: lamaternidad no es “lo impensado de nuestra época”, sino su imaginario

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más representado y, en el discurso feminista, hegemónico. Diría más: esun imaginario peligroso para las mujeres en este atroz fin de siglo quepodría también signar el fin del segundo feminismo.

A base de repetirme, quiero reasumir por qué, según yo, el imagina-rio materno es peligroso para las mujeres. No sólo porque re(con)ducir lasexualidad femenina a la maternidad, o la identidad femenina a la ma-dre, imaginaria o simbólica, cancela una historia de luchas sociales, per-sonales y politicas, por la afirmación de una diversidad entre las mujeresy de las mujeres frente a las instituciones y formaciones culturales hege-mónicas; sino también porque este modo de reapropiarse de la materni-dad y de la potencia materna por parte de las mujeres se basa en unapremisa teórica ambigua, la de un “factor homosexual” o una homose-xualidad latente en cualquier mujer y derivante de la relación materna. Yesto a su vez cancela la historia de luchas politicas, individuales y socia-les, por la afirmación del lesbianismo como relación particular entremujeres que no sólo es sexual, sino también eminentemente socio-simbó-lica. Y todo esto, me preguntaba antes, ¿en beneficio de quién es?

Por un lado, la figura de la madre edípica o simbólica proporcionaun modelo de potencia femenina, de identificación y potenciamientonarcisista del que todas las mujeres tienen necesidad: todas queremosser potentes, bellas y seductoras. Por otro lado, sin embargo, la seduc-ción de esta imagen de homosexualidad femenina-materna deriva de lacarga erótica de un deseo por las mujeres que no es el masculino, o sea,que deriva del deseo lesbiano que, a diferencia del masculino, afirma ypotencia el sujeto sexuado mujer. Para las mujeres no lesbianas, por lotanto, la homologación de homosexual y materno puede representar, amenos a nivel fantasmático, la posibilidad de acceso a una sexualidadfemenina autónoma y a una subjetividad deseante (que, como dice Rose,sería imposible de otro modo). Pero el acceso a una subjetividad deseantefemenina así obtenido es posible a condición de cancelar o renegar de ladiferencia sexual entre mujeres; y el efecto político —simbólico— de estediscurso feminista es negar o desautorizar la realidad y la diversidaddel sujeto lesbiano.

Para concluir, vuelvo un momento de este lado del puente paramencionar al menos el libro de Luisa Muraro, L’ordine simbolico dellamadre, aunque se aparta de mi tema porque no concierne a la sexualidadsino más bien a la mediación simbólica al lenguaje, y a lo que Murarollama la libertad femenina. Recordando la gran importancia que atribu-yo al concepto de mediación simbólica en la presentación del libro de

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Vía Dogana a las lectoras de lengua inglesa —importancia de la queestoy todavía convencida— encuentro muy preocupante la ecuación entremadre simbólica y madre biológica propuesta por Muraro en su libro y eldeslizamiento de la “deuda simbólica” hacia una “gratitud” obligada aaquella que nos ha “dado la vida”. Digo con toda sinceridad que, desdemi puente suspendido entre lenguas y lenguajes diversos, no veo cómose pueda tomar la expresión “lengua materna” a la letra y pensar que esalengua aprendida de la madre sea garantía de una verdad cualquiera ode libertad femenina. En el mejor de los casos puede ser la figura míticade un tiempo feliz, destinada a “celebrar y al mismo tiempo a sancionaruna ausencia o una imposibilidad” como escribe Lea Melandri, “la ilu-sión que desplaza en un lugar otro (el origen, la infancia, la naturaleza)una pérdida que adviene aquí, ahora y en nosotras mismas” (Lapis, p.12). En mi caso personal era la lengua de un patriarcado avieso, aqueldel que hablábamos en los años 70, pero que aún hoy define la sexuali-dad femenina a partir de la maternidad. En esta lengua, aún hoy, yo,aunque sea madre, no tengo nombre. Por lo tanto permitan que (yo) medé nombre a través de la mediación simbólica de otras mujeres, muchasde las cuales no son, no han sido, no serán nunca madres. Lo haré res-pondiendo a Luisa Muraro, que me ha pedido que piense en la libertadfemenina “precisamente en relación con la cuestión del lesbianismo”(DWF, p. 53).

Para mí el lesbianismo no es un simple “comportamiento real” niuna “elección” entre varias opciones ofrecidas por el actual mercado delsexo hecha por un sujeto previamente constituido; no es la “libre” elec-ción de un sujeto que se habrá constituido en un futuro anterior de liber-tad femenina. El lesbianismo es ya hoy una de las formas que esa libertadasume precisamente en cuanto es constitutivo del sujeto, es una forma desexualidad y de subjetividad femenina: quiero decir que el lesbianismoes uno de los modos de mi ser sujeta a un simbólico y a un imaginario, yes una de las condiciones de mi constituirme sujeto psíquico y socialprecisamente frente a esa sujeción. La libertad, si la hay, está ahí, no enun futuro porvenir sino en la cotidiana materialidad del vivir, en el ac-tuar, en el pensar, en el desear, en el fantasear dentro y contra los límitesy los espacios de nuestra sujeción y de nuestra subjetividad. Pues paramí el feminismo significa lo siguiente: que la libertad está condicionada,no es absoluta; que para ser feminista yo debo ya de algún modo ejerci-tarla; y que sólo en cuanto ya la estoy ejercitando puedo devenir y decla-rarme sujeto, mujer y lesbiana. Estos son los términos (contingentes) del

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orden simbólico e imaginario en los que yo me puedo denominar en estedía de noviembre de 1992.

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Epistemología, moral y maternidad

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[Die Frauen sind bestimmt,] ihr ganzes Leben alleinzu stehen und allein zu handeln.

“Das scheint mir sehr paradox, “versezte Charlotte”,sind wir doch fast niemals für uns”.

“0 ja!, “versetzte der Gehülfe”,[ ...] Man betrachte ein Frauenzinuner alsLiebende, als Braut, als Frau, Hausfrau und Mutter,

immer steht sie isoliert, immer ist sie allein...”“[ ...] Man erziehe die Knaben zu Dienern und die Mádchen

zu Müttern, so wird es überall wohl stehn”.“Zu Müttern”, versetzte Ottilie, “das kSnnten die Frauen noch hingehen lassen,da sie sich, ohne Mütter zu sein, doch innner einrichten miissen, Wárterinnenzu werden; aber freilich zu Dienern würden sich unsre jungen Manner viel zugut halten, da man jedem leicht ansehen kann, dass er sich zum Gebietenfahiger dünkt.”1

Men denigrate our talk at their perilBut that’s because they’re in ignorance

of its power, our Powerthose precious few of us who see ourselves

as powerful serious and deadly.2

En los últimos años han tenido lugar transformaciones paralelasen el campo de la filosofía, de las ciencias sociales y de la teoríafeminista que afectan, de manera positiva, los juicios de valor

que en el campo de la teoría del conocimiento y de la moral se tenían

1 “—Las mujeres están destinadas a estar solas, a actuar solas toda su vida...—Eso me parece muy paradójico—repuso Charlotte— pues casi nunca estamos asolas. —¡Claro que sí! —repuso el ayudante—,... Considérese a la mujer como aman-te, como novia, como esposa, como ama de casa o como madre, siempre estáaislada, siempre está sola. (...) Si se educara a los niños para servir y a las niñas paraser madres, las cosas estarían muy bien en todos lados. —Para ser madres —repusoOttilie—, eso lo aceptarían las mujeres sin problema, pues aun cuando no lo sontienen que resignarse a atender a los otros; pero nuestros chicos se sentirían demasia-do buenos como para servir, pues se les ve fácilmente a todos que se sienten muchomás capaces para mandar.” Goethe, 1809, 2a parte, cap. 7.

2 Astra, “Women’s talk”, en Spender, 1980/1990, epígrafe.

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sobre las mujeres.3 Partiendo de esos cambios emprendí una investiga-ción con el ánimo de conocer si esas modificaciones en el nivel académi-co se reflejaban en la vida cotidiana de las mujeres de la sociedad tapatía,a la que sin duda hay que considerar como una de las más tradicionales.Tras una descripción, necesariamente breve, de los cambios en el terrenoteórico, pasaré a analizar algunos de los resultados de la investigación.

Epistemologías masculina y femenina

Una de las tendencias más notables en el campo de la filosofía es larecuperación de caminos del conocimiento que antes se habían subesti-mado por considerarlos inferiores y típicamente femeninos. GeneviéveLloyd ha mostrado cómo el principal obstáculo para que la mujer culti-vara la razón se derivaba, en gran medida, de que históricamente losideales de la razón habían excluido lo femenino. Por otra parte, tanto lafilosofía como los filósofos han contribuido a excluir a la mujer de losideales culturales. Así, por ejemplo, San Agustín, basado en Aristóteles,consideraba que la razón en la mujer era sumamente inestable y que éstaactuaba más bien llevada por sus pasiones. Descartes hablaba de unaespecie de división del trabajo donde la mujer debía crear la atmósfera desolaz, relajamiento y calidez para que el hombre se dedicara a las tareasdel intelecto. Rousseau, aunque criticaba la razón y consideraba quehabía que regresar a la naturaleza de la que las mujeres estarían según élmuy cerca, consideraba a éstas un estado de la misma naturaleza y noun producto acabado de la razón. Kant y Freud, a su vez, negaron que enla mujer existiera un juicio moral tan independiente, impersonal e infali-ble como en el hombre, lo que venía a significar que en la mujer el sentidode la justicia era inferior al del hombre.4

3 Algunas de las ideas aquí expuestas fueron objeto de una presentación oralen el Seminario sobre la Condición de la Mujer en Jalisco que tuvo lugar en Guada-lajara en noviembre de 1993. Una versión previa apareció en las actas de este semi-nario, aunque desgraciadamente mutilada de sus epígrafes, notas y bibliografía. Esinstructivo, aunque también penoso, que sean las mismas mujeres quienes a vecesno respeten el trabajo intelectual de las mujeres. Para la presente versión, corregiday aumentada, conté con los valiosos comentarios de Zeyda Morales, Javier VillaFlores y Fernando Leal Carretero. Vaya a ella y ellos mi agradecimiento.

4 Lloyd, 1984, pp. X, 36, 50, 64, 69 y 108. Sobre la relación entre cualidadesmasculinas y femeninas y las ciencias véase también Wolf, 1989, p. 74. Sobre Des-

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Ahora bien: recientes estudios han mostrado que la razón, ese idealdel pensamiento occidental, es en buena medida una creación artificialde los hombres y que en la práctica la razón no opera independiente-mente de los otros “componentes” del espíritu humano. Ante esta espe-cie de puesta en cuestión de la razón, la nueva reflexión filosófica hadestacado la vida práctica, en las excepciones de la regla, en las múlti-ples caras de la realidad, enemiga de fórmulas globalizantes. Una buenaparte de los pensadores tienen una actitud crítica ante las ideologías quese empeñan en universalizar lo que no es válido ni para todos ni entodas las circunstancias. Las corrientes llamadas postmodernas mues-tran una gran incredulidad ante las metanarraciones o metarrelatos, esdecir explicaciones globales y pretendidamente sistemáticas que inten-tan explicar o justificar todo. Lyotard y Rorty llegan incluso a afirmarque la Filosofia con mayúscula ya no es posible, es decir, no es unaempresa creíble. A filosofías de la historia como las de la Ilustración, queintentaban explicar todo por el progreso de la razón, la dialéctica delespíritu de Hegel y sobre todo el marxismo, con su teoría del conflicto declases provocado por el desarrollo de las fuerzas productivas que culmi-narían en una revolución proletaria, no se les otorga ahora, como sabe-mos, mayor crédito.5

Así pues, los “componentes” extrarracionales o aún irracionales hansido reevaluados y colocados en un lugar privilegiado en las nuevas in-vestigaciones epistemológicas, como otras tantas formas de conocimiento.La sensibilidad, la emotividad, la intuición, “el latir”,6 la visceralidad,calificadas proverbialmente de femeninas. Este conocimiento femeninotradicional no había sido apreciado porque la experiencia y el sabermasculinos se habían propuesto como universales, y así determinabanla norma.7 Dentro de la clasificación en estereotipos, a las mujeres se las

cartes, Susan Bordo en recientes investigaciones ha mostrado que detrás delracionalismo de Descartes existía una gran angustia que se expresaba en términosepistemológicos y que en realidad respondía al temor de la separación del universoorgánico femenino. Bordo, 1987, pp. 247-265. Ver también Bordo, 1994.

5 Nicholson y Frazer, 1990, pp. 19-22.6 Un excelente análisis del saber intuitivo que las mujeres comparten con los

cazadores y los marineros en Ginzburg, 1983, p. 99. Desde el punto de vista feminis-ta Miller (1976/1988) ha trabajado esas misteriosas virtudes femeninas y la deni-gración de las mismas por el discurso dominante.

7 Piussi, 1989, p. 28 y Camps, 1990, p. 160.

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etiquetaba como aniñadas, más intuitivas que racionales, más espontá-neas que reflexivas, más cercanas a la naturaleza, menos asimilables alas elevadas formas de cultura y más compasivas y más preocupadaspor el otro.8

Al hacerse cada vez más evidente que el mundo necesita visiones yorientaciones más originales y menos trilladas, el discurso feminista9 sepresenta no sólo igual al del varón sino más original, más innovador.10

Este discurso ha pasado ya su primera y larga fase reinvindicativa, des-pués de la cual se encuentra un tanto desorientado y silencioso, en parteporque, como vimos, nuestro pensamiento y nuestro lenguaje han sidohechos por varones a su imagen y necesidades.11 Al ser el lenguaje unproducto de la dominación masculina, la subordinación de las mujeresse vuelve estructural.12 Para muchas mujeres, el lenguaje masculino es

8 Bartky, 1979, pp. 116-117 en Ferrater/Cohen, 1981, pp. 116-117.9 García ha definido las fases del feminismo en: 1. clásico (las sufragistas que

pedían los mismos derechos para hombres y mujeres), 2. moderno (socialistas ypsicoanalistas como Irigaray que aceptan la lógica binaria, y tienden a los metarrelatosracionales e interpretaciones holísticas que abarcan todo el sistema e intentan inter-pretarlo todo), 3. postmoderno (que toma del clásico la igualdad, rechaza la lógicabinaria, y en general tiene una mirada crítica e insiste en que hay que negar ladicotomía entre lo femenino y lo masculino). García, 1993.

10 Camps, 1990, pp. 143-149. Giddens afirma que gracias a algunos movimien-tos pacifistas, ecologistas y feministas y especialmente a este último se ha podidodetectar e identificar debilidades considerables en los marcos de referencias del razo-namiento sociológico. Giddens, 1989, p. 24 y Martínez y Salles, 1993, p. 71. Sin embar-go, investigaciones lingüísticas sólidas han analizado el discurso de sociólogos yantropólogos como Pierre Clastres, Maurice Godelier y Pierre Bourdieu y han encon-trado elementos sexistas ocultos en favor de la pretendida superioridad de los hom-bres y la consecuente inferioridad de las mujeres. Michard-Marchal y Ribery, 1982.

11 Spender, 1980/1990, passim; Camps, 1990, pp. 143-149. La mejor descrip-ción de la crítica deconstruccionista del discurso falocéntrico donde se analiza yexpone con gran claridad tanto al feminismo francés como a los pensadores postes-tructuralistas se encuentra en Toril Moi (1990), quien por otra parte está de acuerdocon que una deconstrucción de la identidad sexual es auténticamente feminista.Moi, 1990, p. 14.

12 Conviene advertir aquí un cierto retraso. A comienzos de los años 70 losestudios de género, que se habían iniciado en ciencias sociales, psicología y filosofía,irrumpieron en la investigación lingüística del inglés de los Estados Unidos. A fina-les de esa década y durante los 80 se extendió este tipo de análisis al alemán, francése italiano. Para el español, en sus diversas variantes regionales, la investigaciónapenas se inicia.

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parcial y falso. La escritura femenina, por otra parte, amenaza el domi-nio masculino.13 Tenemos, por ejemplo, los prejuicios, que frecuentemen-te se consideraban formas femeninas; sin embargo es ya un lugar comúnde la hermenéutica moderna que no hay conocimiento sin ellos.14 Loschismes y los rumores han sido proverbialmente considerados como for-mas de verbalizar, maneras de comunicación eminentemente femeninas,es decir de grupos de resistencia.15

Así pues, el discurso femenino muestra una clara afinidad con cier-tos rasgos característicos del pensamiento actual, a saber, el pragmatis-mo en el campo de la filosofía, la abolición de los trascendentales, ladesconfianza con respecto a los absolutos, la ausencia de grandes siste-mas y la concentración en narraciones, microteorías o discursos frag-mentarios. Todos estos elementos marcan el tono de nuestro tiempo.16

La maternidad: el camino de la epistemología femenina

Las virtudes femeninas han sido creadas por la tradición y las condicio-nes en las que las mujeres se han desarrollado que no han sido desdeluego las mejores. Sin embargo, existe un bagaje femenino, redimible ynada despreciable.17 Ahora bien, se ha visto que de manera paradójicafue la confinación de la mujer en la maternidad lo que permitió que sedesarrollaran en ella esas cualidades.18 Fue a través del cuidado del es-poso, de los hijos y del hogar que la mujer se vio forzada a mantenerabiertos todos sus sentidos y su atención entera a pequeños indicios y

13 Spender, 1980/1990, pp.x-xiv y 230-232.14 Gadamer, 1960, 2a. parte. Schott afirma que una filosofía de la interpreta-

ción debe ir más allá de Gadamer y debe incorporar el análisis de la dominación ysubordinación. Tal proyecto, sin embargo, requiere de una autoconciencia de lo queestá ausente en nuestra conversación y un compromiso en la praxis social que dépoder a los individuos que están marginados o subordinados a fin de que lleguen aser intérpretes. Schott, 1991, p. 209.

15 Lagarde define el chisme como “la lengua franca entre las mujeres y unaforma de literatura”. Lagarde, 1990, pp. 47-58.

16 Camps, 1990, pp. 143-149.17 Loc. cit.18 Sobre la maternidad y las cualidades que fomenta en las mujeres esta

actividad véase Ruddick, 1980 y Belenky et al., 1986, p. 13.

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detalles en los rostros y conductas de sus hijos y esposo.19 Biológicamen-te, sólo las mujeres pueden reproducir la especie; pero la manera cómo lohagan va a depender de una serie de factores sociales, históricos, econó-micos y culturales.20 Esto es especialmente importante dado el esencia-lismo que se ha fincado sobre la base del papel universal reproductor delas mujeres, no en último lugar por los psicoanalistas.21 De ahí que enmuchas culturas —probablemente en la mayoría, si no es que en todas,pero ciertamente en las de Occidente— se exija que la esposa sea el apo-yo y la guía de la familia, que vigile que se cumplan las leyes dictadaspor él, compañera social y sexual del hombre, madre que cuide y atiendaa los hijos que la naturaleza y las normas le permitan; debe ser la educa-dora, la socializadora, la que forme la personalidad de esos hijos, la

19 Esta “división emocional del trabajo” fue admirablemente descrita en eltrabajo clásico de Jean Baker Miller (1976/1986).

20 Así, hay estudios demográficos que muestran cómo los pueblos más pobrestienen más hijos para tener más mano de obra y para reponer a los que mueren. Estomuestra el papel de la mujer como instrumento reproductor. Bennett y Giddens,1991, p. 286. Sobre las funciones económicas y simbólicas del matrimonio y delpapel reproductor de la mujer véase Bourdieu, 1972, pp. 1105-1125. A propósitodel papel de la maternidad como imposición masculina nos parece pertinente men-cionar las investigaciones que han echado por tierra la teoría de Bachofen (1861) dela existencia del matriarcado en la historia. Wesel, 1980. Las fuentes de Bachofen,míticas y poéticas, tienen valor por su significado simbólico, pero no como eviden-cias históricas. Bamberger, 1974, p. 263. Entre las estudiosas de la maternidad quese preguntan hasta qué punto ésta es un hecho de la naturaleza o ha sido construidosocialmente vale la pena leer a Ehrensaft, 1993, p. 103.

21 Freud hablaba de que la niña era como un pequeño varón, que se sientegravemente perjudicada y que a menudo expresa que le gustaría tener algo así (unpene) y cae presa de la envidia del pene lo que deja huellas imborrables en sudesarrollo y en la formación de su carácter. Aun en los casos más favorables lasmujeres no superarán esto sino a un alto costo psíquico. Hernández y González,1989, pp. 107-127. Algunos psicoanalistas afirman que en los niños la diferencia delos géneros precede a la diferencia de los sexos, es decir que la diferencia estáprimero en el orden del significante, en el orden simbólico, desde donde distribuyeemblemas y atributos de género. Estos atributos se significarán como diferenciasexual en el camino de las identificaciones que llevarán al sujeto humano a serhombre o mujer, o cualquier combinación de ambos. Saal, 1981. El tránsito delestadio matriarcal al estadio patriarcal se presenta en cada vida individual: todoniño crece en el seno de una situación matriarcal; el lactante es el rival del padre porla posesión de la madre. Devereux, 1989, pp. 22 y 23.

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principal responsable de transmitirles la cultura y la estructura socialque asimiló en su familia materna.22

A su cargo está el cuidado y arreglo de la casa para que la familia sedesarrolle en las mejores condiciones ambientales, es decir que la mujeres la encargada de reproducir el sistema social en el que vivimos. A sucargo está no sólo la preservación de la especie, sino también la preser-vación del sistema social familiar y la preservación de la propiedad.23

Esta impresionante multiplicidad de papeles al mismo tiempo la vuel-ven muy limitada en su desarrollo personal.24 Chodorow considera quees precisamente la familia el centro de la opresión femenina y la materni-dad la forma donde se reproduce la desigualdad social.25 Las mujeres,relegadas durante siglos a un papel subordinado, secundario e inferior,están en mejores condiciones de mostrar al mundo esta sensibilidad ha-cia los otros que la preponderancia masculina, por la razón que sea,había mantenido oculta.26 Paradójicamente, la misma experiencia demarginación implicó una cultura propia; se ha hablado incluso de unamisteriosa superioridad que confiere una esclavitud milenaria.27 Así pues,el supuesto trabajo femenino, paradigma de la miseria femenina, iróni-

22 En una reciente publicación, basada en su experiencia psicoanalítica,Christiane Olivier afirma que la misoginia contra las mujeres continuará “habitandosecretamente el corazón de hombres y mujeres mientras que el adulto responsabledel infante sea exclusivamente una mujer”. Olivier, 1990, p. 18.

23 La importancia de Sade para las feministas y para la libertad sexual estribaen que se niega a poner en relación la sexualidad femenina con su funciónreproductora. Carter, 1992. El mejor trabajo donde se demuestra históricamente queel sentimiento maternal no es parte esencial de la naturaleza femenina es Badinter,1980.

24 Sánchez Bedolla, 1989, pp. 89-95.25 Chodorow, 1978, p. 11. En un periódico del siglo XIX un poema habla ya del

peso tremendo que representa la maternidad: “¿Por qué, cubierta para mí de abro-jos! Está siempre la vida?/Esclamaba una madre dolorida/Arrasados en lágrimaslos ojos.” (“La madre sin ventura”, Francisco Camprodon, en La Civilización, Gua-dalajara, 30 de junio de 1868, p. 3.)

26 Camps, 1990, pp. 143-149.27 Cioran, 1987, p. 89 y Camps, 1990, p. 151. La atribución de privilegios

epistemológicos a grupos socialmente marginados no es una innovación feminista,éstas la tomaron de la nueva izquierda, quienes extendían la idea de Marx de lacondición epistemológica privilegiada del proletariado ante todos los individuossituados al margen de la sociedad. Ann Ferguson y Nancy Hartsock son las feminis-tas socialistas que más han utilizado esos argumentos. Bar On, 1993, p. 85.

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camente tiene una cara positiva: al verse forzada a la proximidad de larealidad cotidiana, la mujer ha podido desarrollar un lenguaje más con-creto, claro y preciso, menos abstracto, una aproximación a las cosasmás intuitiva y apropiada. Los estudios sobre lenguaje y género mues-tran que las niñas en edades muy tempranas muestran mayores habili-dades verbales que los niños, pero que esta superioridad más tarde se veobstaculizada en provecho de los hombres. Se ha observado también quelas mujeres tienden a utilizar más giros indirectos que los hombres, másfórmulas de intensidad, acentuación y cortesía. En ellas es muy frecuen-te el uso de adverbios, eufemismos y expresiones de tipo afectivo. Desdeel punto de vista del léxico, las mujeres utilizan mucho más matices paralos colores. Su estilo es más fluido y muestran un cuidado muy acentua-do por el detalle. Frecuentemente en el estilo de las mujeres se observainseguridad y ausencia de fuerza y de poder.28 En lo que se refiere a lasconversaciones, West observó que los hombres tienden a interrumpirmuy a menudo a las mujeres y que la reacción de éstas es de permanecercalladas sin quejarse después de la intermisión.29 Dada la formaciónespecial a que la sociedad somete a las mujeres, resulta muy dificil re-nunciar al no-protagonismo, el uso extensivo e intensivo de la memoriay la voluntad de servicio.30

Los trabajos de Chodorow han sido muy útiles para explicar lainexpresividad masculina, es decir, las dificultades que los hombres tie-nen, por su parte, para revelar sus sentimientos a otros.31 Por otra parte,la maternidad tiene sus compensaciones: el sentimiento enorme de po-

28 Aebischert y Forel, 1983, pp. 176-178.29 West, 1983, pp. 151. Ver también Tannen, 1994, especialmente el capítulo 2,

‘Interpreting interruption in conversation”.30 Esto no debe cegarnos para ver que el sistema sexista no necesariamente

constituye un paraíso para todos los hombres. Por un lado, como dice VictoriaCamps, “aunque la doble jornada no parece muy liberadora... ¿lo es para el varónuna jornada única cargada de rutina y stress?” Camps, 1990, pp. 143-156. Y eltrabajo no es el único problema; en realidad, no es sino la punta del iceberg. Elaumento en las tasas de desempleo y su efecto en el aumento en las tasas dedelincuencia nos muestran la opresión que las ideas preconcebidas de la masculini-dad tienen también sobre los hombres. Phillips, 1993. Es claro que los estudios degénero deben incluir la problemática específica del género masculino; afortunada-mente, esto parece cada vez más claro.

31 Balswick, 1983 y Giddens, 1989, p. 168.

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der que siente la mujer cuando amamanta al niño.32 El bebé, antes inquie-to, malhumorado, desesperado y muerto de hambre, se tranquiliza total-mente cuando la madre le ofrece el pecho.

Algunas madres incluso anuncian su “papel materno” llevandoen brazos a un niño con el que generalmente no interactúan. Cargar alniño les permite continuar sintiéndose “madres”, su única fuente deautodefinición.33 Pero no debemos olvidar que “la maternidad es un pro-ceso misterioso, que exige la humildad de parte del creador y que implicala esclavitud hacia lo creado”. De ahí un rechazo natural implícito entoda maternidad, que sólo recientemente se ha reconocido como normaly comprensible, dadas las consecuencias que conlleva el tener hijos en lavida de toda mujer.34 La depresión que sigue al alumbramiento, y que escada vez más frecuente entre mujeres de todos los estratos, puedeinterpretarse como oposición o rebeldía ante la imposición social de lamaternidad con todo lo que esto implica, como la toma de conciencia dela tremenda responsabilidad de ser madre, sobre todo en un mundo enque los padres de una u otra manera brillan por su ausencia.

Está claro que ser madre, por más que los conservadores de todoslos matices insistan en su carácter natural y biológico, está determinadopor muchos factores. Las fuerzas del mercado-desempleo o descensodemográfico fomentan o frenan la maternidad. Por otra parte estudioshistóricos muestran que la función de la mujer no ha sido siempre lamaternidad y que la insistencia en la función de los sexos-fraternidad-matrimonio no es siempre la misma; pero que en aquellas culturas dondela maternidad domina, la categoría de lo femenino y la mujer son trata-das con menos respeto. Esto sucede en las culturas católicas, pero tam-bién en los Estados Unidos.

La mujer, como poseedora de un cuerpo reproductor, es atrapadairremediablemente en la maternidad. Uno de los conflictos más agudos

32 Este sentimiento de poder que experimenta la mujer a través de la materni-dad no pone en peligro las formas tradicionales de la autoridad familiar. Lenz/Myerhoff, 1985, p. 105.

33 Bar Din, 1993, pp. 201-214. El monstruo que Mary Shelley-Victor Frankestein,inventa, puede verse también cono una representación simbólica de la tiranía de lamaternidad sobre la mujer, escrita cuando la autora a los 18 años se encontrabaencinta por tercera vez. Lo que convierte a la creadora de Frankestein en una pioneraen el tema de la psicología femenina. Ferré, 1992, pp. 32-36.

34 Ferré, op. cit., p.36.

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de la mujer se debe también a que por la maternidad deja de ser hija y entraen situaciones de mucha competencia y rivalidad con la madre (“yo voy aser como tú”).35 El que la mujer se piense a sí misma ontológicamente —esdecir, con respecto a su ser como reproductora es lo que la hace más pro-pensa que el varón a caer en “la trampa de los hijos”. Aunque criar hijossea el acto supremo de desposesión (para que los hijos sean...), la casiúnica posibilidad de ejercer un cierto poder radica en la maternidad.Luego, ¿no es necesario que la madre quiera seguirlo ejerciendo hasta sumuerte, cualquiera que sea la edad de los hijos? Si vivir sin poder es morir,¿cómo no aferrarse al único modelo de poder que se posee, aunque éste sehaya trocado en dominio, es decir, en la antítesis del amor?36

Michael Waltzer, pensador socialista contemporáneo, con gran luci-dez dice que parte de la injusticia contra los seres humanos se explicaporque los méritos innegables en ciertas esferas de la vida invaden otrasesferas. Waltzer no se queda en reflexiones filosóficas abstractas, sino queva a problemas concretos. Esto incluye injusticias cometidas por mujeres ycontra las mujeres: una mujer bella usa sus encantos para lograr ascensoen un trabajo, y una fea no logra ascender a pesar de haber trabajado máspara obtenerlo y merecérselo más que la otra. Para Waltzer, la opresión dela mujer no se debe sólo a que haya sido confinada a la familia, especiede pequeña economía y pequeño estado en el que el hombre, el padre, esel rey: hay relatos de brutalidad donde se trata de romper ritos religio-sos y prácticas para quebrar los espíritus de las mujeres jóvenes. A lasmujeres se les ha negado la libertad de la ciudad: la dominación de lasmujeres comienza por su exclusión de otros lugares y por su despojo delos bienes sociales de esos medios de los que resulta excluida, fuera de laesfera de la familia y el amor. Ha existido una especie de misoginia econó-mica y política: el negar a la mujer el derecho al voto y a la propiedad. Laslimitaciones de las mujeres en las otras esferas dependen esencialmentede su lugar en la familia.37 Por otra parte, la distribución de los espaciosafecta también la distribución del conocimiento.38

35 Torres Arias, 1992, p. 75.36 Coll, 1992, p. 87.37 Waltzer, 1983, pp. 239-242. Sobre el origen de la injusticia en la familia, hay

que leer el extraordinario libro de Susan Moller Okin (1989).38 Spain, 1992, p. xiv.

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Moral masculina, moral femenina

Los valores de las mujeres difieren a menudo de los valores creados porel otro sexo.39 Como ha mostrado sobre todo Carol Gilligan, en realidadno es que las mujeres tengan menos desarrollado el sentimiento moral,sino que tienen su propia conciencia moral, resultado de su diferenteforma de experiencia moral.40 Las mujeres suelen ser más responsables ymás sensibles a las necesidades ajenas y ello explica su actitud máscomprensiva y deferente para con los demás. El discurso masculino hainterpretado negativamente esta forma de ser de las mujeres: las caracte-rísticas psicológicas y morales femeninas han sido calificadas comoepistemológicamente negativas: la tendencia femenina a contemporizarcon todo y con todos se explica por una supuesta confusión de juicio y decriterio.41 Gilligan en su trabajo ya clásico observó que las niñas suelenser más pragmáticas, más cooperativas y más propensas a cultivar rela-ciones íntimas. Los niños, en cambio, se sienten fascinados por las re-glas y las respetan por encima de las personas, son más competitivos yagresivos y más amantes de los grandes grupos que de las relacionesindividuales. Para las mujeres la inmoralidad coincide con el egoísmo yel bien con el sacrificio y la autoentrega.42

El trabajo de Gilligan se basa en las imágenes que mujeres y hom-bres adultos tenían de sí mismos. Las mujeres se definen a sí mismas porsu habilidad en ocuparse y preocuparse de los otros; los papeles quedesempeñan las mujeres en la vida de los hombres son los de cuidadora(caretaker) y compañera (helpmate).43 Se dice que el paso por el mundo de

39 Woolf, 1957, p. 76 y Camps, 1990, 156.40 Gilligan, 1982.41 Camps, 1990, pp. 156-157.42 Gilligan, 1982, pp. 19-174 y Camps, 1990, pp. 157-158.43 Las investigaciones de Gilligan están basadas en unas doscientas entrevistas

con hombres y mujeres norteamericanos de diferentes clases sociales. Entre las pre-guntas más importantes estaban las relacionadas con los juicios morales. Gilligan,1982, p. 65. Ver también Giddens, 1989, p. 168. En años recientes, ella y un equipode colaboradoras han ampliado sus investigaciones a niñas y adolescentes. Gilligan,Lyons & Hanmer, 1990; Brown & Gilligan, 1992. La discusión sobre la obra deGilligan ha despertado encendidos, aunque no siempre lúcidos, debates en el esta-blishment masculino de la filosofía. Algunas de las posiciones más importantes,junto a las respuestas de Gilligan, se pueden consultar en Larrabee, ed., 1993.

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las mujeres se señala por la compasión, el evitar el daño, las vinculacio-nes y las interdependencias.44 El problema es que esas cualidades im-prescindibles y útiles para los hombres son frecuentemente devaluadaspor las mismas mujeres, sobre todo por las que consideran que su desa-rrollo individual es la única forma de éxito. Las cualidades de las muje-res son vistas como debilidades y no como la fuente de fuerza y de apoyopara el éxito de los hombres.45

Sin embargo, como decía al comienzo de este trabajo, las cosas hancomenzado a cambiar, por lo menos en algunas de las teorías más intere-santes, tanto dentro del feminismo como en la filosofía, la epistemologíay la ética en general. Pero tanto para confirmar lo correcto de las pro-puestas de la teoría feminista como para saber si los cambios a nivelteórico han tenido alguna repercusión en la vida cotidiana, es menesterhacer investigaciones empíricas. Tal es el caso de la pequeña investiga-ción que expondré a continuación, la cual no es sino la primera de unaserie de trabajos, cuyo planteamiento y metodología se irán refinandoconforme progrese la serie.46

44 Martinez y Salles, 1993, p. 73.45 Gilligan, 1982, p. 65; Belenky et al., 1986; Giddens, 1989, p. 168.46 Durante mucho tiempo, los estudios de género y lenguaje se concentraron en

la labor más urgente y obvia: la manera como el sexismo presente en todas lassociedades patriarcales —es decir, en todas las sociedades conocidas— se depositatanto en el vocabulario como en la gramática de las respectivas lenguas. Dos de loscampos de aplicación más frecuentes fueron el discurso literario y el discurso cien-tífico, aunque hubo desde el principio intentos de análisis del discurso cotidiano. Demanera cada vez más insistente, sin embargo, los estudios de género y lenguaje sedirigen hacia el análisis diferencial en situaciones ordinarias, es decir, a la variaciónlingüística determinada por las diferencias de género. Como se verá, la “situaciónordinaria” de que se trata aquí es ante todo la del salón de clases. En un trabajoposterior (“El género de la lengua: análisis léxico-sintáctico diferencial de algunasproducciones lingüísticas ordinarias”, en colaboración con Fernando Leal Carretero)se tratará de analizar conversaciones informales entre hombres y mujeres. De hecho,tal trabajo iba a presentarse ante el Primer Congreso Internacional de la LenguaEspañola, que fue suspendido cuando los organizadores se dieron cuenta de quesería de muy mal gusto celebrar semejante congreso en un país conmovido hasta laraíz por una rebelión indígena que se alzaba contra 500 años de injusticia.

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Imágenes de género y maternidad en jalisco

En junio de 1993 apliqué una encuesta sobre imágenes de género, pape-les sexuales y maternidad a jóvenes de sexto de bachillerato, que tienen18 años en promedio. También apliqué un cuestionario al mismo grupo,aprovechando la coyuntura del asesinato del cardenal Posadas paraconocer la diferencia en las actitudes políticas de los dos sexos. De untotal de 44 encuestados, 21 eran mujeres y 23 varones. La mayoría de losjóvenes pertenecen a familias de la clase media y media alta, con padresdedicados a profesiones liberales, tales como medicina, ingeniería civil,periodismo, magisterio, comercio, burocracia. Las madres de los jóvenesen su mayoría son amas de casa (dos terceras partes). Las excepciones,aproximadamente una tercera parte, son maestras, secretarias, enferme-ras, comerciantes y médicas. Hay un solo caso de padre campesino yotro de transportista. La encuesta intentaba conocer, como vimos, si loscambios mencionados en la valoración de las cualidades de los génerosen el nivel de la filosofía y las ciencias sociales habían tenido repercu-sión práctica en nuestro ambiente. Era muy importante conocer la ima-gen que mujeres y hombres tienen de la maternidad y saber si se habíandado cambios en la concepción de la diferencia de papeles.

Atribuciones de género

De entre los muchos datos obtenidos en esta encuesta relativos a lasopiniones que se tienen sobre género, presentaré aquí sólo algunos queresultan de especial interés, a reserva de publicar posteriormente losdatos completos. Antes que nada, y como problema a analizar más pun-tualmente en otra ocasión, queda claro que las mujeres utilizan un nú-mero considerablemente mayor de expresiones calificativas que loshombres (67 frente a 47, o sea 43%); pero también que tanto hombrescomo mujeres encuentran más descripciones (73 frente a 41, o sea casi eldoble) cuando se trata de hablar de las mujeres y no de los hombres.Esto.parece indicar dos cosas: a) que las mujeres son capaces de unamayor precisión; b) que las mujeres son un “objeto” de conocimientomás rico. Los números absolutos aparecen en el cuadro 1.

Como instrumento de análisis, se dividieron las expresiones des-criptivas y evaluativas en tres grandes rubros: morales, intelectuales yafectivas. El cuadro 2 muestra que los atributos morales masculinos sonen su mayoría negativos (11 de 15 cualidades mencionadas por ellas) y

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son los estudiantes varones los que hicieron mención especial de lascaracterísticas positivas de su propio sexo (se refieren a 7 de las 10 virtu-des mencionadas en total).

CUADRO 1PROPORCIÓN DE EXPRESIONES DESCRIPTIVAS Y CALIFICATIVAS

UTILIZADAS POR VARONES Y MUJERES PARA HABLAR

DE MUJERES Y VARONES

Mujeres hablan 44 23 67

Varones hablan 29 18 47

Total 73 41 114

De mujeres De varones Total

CUADRO 2LOS ATRIBUTOS MORALES DE LOS VARONES

Negativas 11 6 2 15

Positivas 4 7 1 10

Total 15 13 3 25

Cualidades Mujeres Varones Coinciden Totalmorales ambos

47 Díaz-Diocaretz, 1989, p. 43.

En este contexto podría tener interés revisar la distinción que algunasfeministas han hecho entre un discurso misógino o machista (que es unaactitud antifemenina que denigra a las mujeres atribuyéndoles sólo de-fectos frente a una supuesta perfección masculina) y un discursomasculinista que se limita a la alabanza de los hombres.47

En lo que se refiere a las cualidades intelectuales tradicionalmenteensalzadas en el discurso de los filósofos y científicos, los hombres fue-ron bien calificados por las mujeres: se hablaba de sabiduría, inteligencia,gusto por la lectura, mientras que sólo una joven habló de las capacidades

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analíticas de las mujeres. Cualidades como la objetividad o la curiosi-dad intelectual no fueron mencionadas por ninguno de los encuestados.Ahora bien, si ampliamos el círculo de las cualidades intelectuales másallá del estrecho círculo del discurso tradicional, y en el espíritu de esteartículo incluimos características como la sensibilidad, la capacidad deorganización o las habilidades verbales, los resultados son complejos. Porun lado, vemos que los hombres son menos elocuentes al expresar esosatributos (utilizan solamente 5 de un total de 15 expresiones menciona-das por ambos), pero todos son positivos. En realidad, solamente lasmujeres se refieren a dos defectos intelectuales, por lo demás muy cerca-nos entre sí (ser cerradas y ser fanáticas), aunque también entre ellas pre-dominan las atribuciones positivas. El cuadro 3 presenta un resumen.

CUADRO 3LOS ATRIBUTOS INTELECTUALES DE LAS MUJERES

Por otra parte, el cuadro 4 se refiere a los atributos afectivos. En este terreno

Negativas 3 2 1 4

Positivas 4 4 2 6

Total 7 6 3 10

Cualidades Mujeres Varones Coinciden Totalafectivas ambos

a los hombres se les asignan solamente defectos (volubilidad, mal carác-ter, celos), mientras que la proporción evaluativa de las mujeres es mu-cho más equilibrada, con una ligera tendencia de los hombres a calificarpositivamente a las mujeres.

CUADRO 4LAS CUALIDADES AFECTIVAS DE LAS MUJERES

Finalmente, es interesante encontrar que casi ninguno de los jóvenes

Negativas 2 0 0 2

Positivas 12 5 4 13

Total 14 5 4 15

Cualidades Mujeres Varones Coinciden Total intelectuales ambos

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encuestados utiliza atributos físicos para definir sea a los hombres o a lasmujeres; pero aun aquí se puede observar una diferencia que llama laatención: los estereotipos tradicionales son más propios de los hombresque de las mujeres: cuatro hombres contra sólo una mujer opinaron queel hombre es fuerte y la mujer es hermosa. Las mujeres destacaron más laropa y la limpieza, atributos que los hombres no mencionaron.

Es posible hacer otro tipo de análisis, pero por el momento debocontentarme con estos resultados preliminares, a fin de pasar al tema dela maternidad.

La maternidad

Más de la mitad de las jóvenes le dan tanta importancia a la carrera comoa la maternidad y hablan de uno o dos hijos después de haber terminadosu carrera. Tres casos de las 21 entrevistas expresaron su deseo de notener hijos, porque un bebé era un ser demasiado frágil y en este mundosólo había desgracias. Uno de ellos se negaba a tener hijos porque noquería que repitieran la experiencia de él mismo, es decir, tener malospadres. Una joven, hija de madre secretaria y de padre auditor, expresa-ba su deseo de tener cuatro hijos, pero sólo varones. Es posible pregun-tarse si el oficio de la madre, uno en el que la subordinación de la mujeres más evidente, repercutía en este negarse a tener hijas que fueran apadecer la misma situación. Sólo cuatro mujeres entrevistadas opinaronen términos de que la maternidad era el mayor don del cielo para unamujer.48 Las fantasías de las jóvenes en relación con el embarazo se rela-cionan con una cierta autocomplacencia por el volumen de vientre (“lapancita”) y en general con la idea de disfrutar el embarazo.49

Tal vez lo más interesante es que entre los varones, aunque unabuena parte hablaba de la responsabilidad en relación con la materni-dad, es decir la manutención de los hijos, una cuarta parte mencionóaspectos menos tradicionales. Uno de ellos hablaba de ser una madre

48 Badinter trata el caso de Madame D’Epinay como el ejemplo de la pasiónmaternal llevada al extremo de crear de ella una ética y una estética. 1983, p. 464.

49 Kristeva ha llegado a afirmar que la sociedad patriaral no reprime a la mujercorno tal, sino sólo reprime social y simbólicamente el placer (la jouissance) de lamaternidad. Kristeva, 1974, pp. 453-462 y Moi, 1990, pp. 167-168.

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substituta para sus hijos, otros de compartir más intensamente la crian-za de los hijos y romper así con la rigidez de los papeles. Alguno llegóincluso a pensar en dedicarse de tiempo completo al cuidado de sushijos en la etapa infantil temprana.50

Finalmente, cuando se tocó un tema relacionado con la maternidadcomo el aborto, encontré en los jóvenes de la encuesta una actitud contra-dictoria y ambigua. Sólo en un caso una joven rechazó el aborto paratodos los casos (incluyendo violación y peligro de muerte para la partu-rienta), y en ese caso se trataba de la hija de un científico, representantede la clase media alta de Guadalajara.51 Los demás eran bastante másabiertos y sus ideas más elaboradas.

50 Una excelente discusión sobre la posibilidad de que los hombres se hagancargo de la maternidad en Dinnerstein, 1987. Aparte de la encuesta, tengo algúntiempo haciendo entrevistas a mujeres entre 25 y 45 años sobre la maternidad, de lasque quisiera ofrecer aquí brevemente algunos comentarios. Por un lado, varias ma-dres jóvenes me dijeron que habían sufrido fuertes depresiones postpárticas, conuna duración entre tres meses y varios años. Estos estados de ánimo que parecentener sus raíces más alla de lo fisiológico, eran explicados por las mujeres conreferencia al enorme peso de la responsabilidad presente y futura, el saber que teníanque olvidarse de ellas mismas para dedicarse al cuidado de los hijos convencidas deque sólo recibirían, en el mejor de los casos, una mínima colaboración por parte desus parejas. Algunas usaban incluso expresiones desusadas en las mujeres tradicio-nales y se referían a ‘los bebés, esos bichos que chupan y chupan”. Otro era el caso delas mujeres con una profunda vocación maternal y que gracias a la colaboración dela pareja habían podido realizarse profesionalmente en forma simultánea. Ellasreconocían que desde muy niñas basaban sus fantasías y representaciones de lamaternidad en películas como La novicia rebelde, quien aparece siempre rodeada deniños, contenta y cantando. En este contexto, varias mujeres hablaron de que en elcaso de los hijos varones existía un goce por una especie de enamoramiento. Estambién muy frecuente el caso de mujeres con éxito profesional que sienten unaprofunda frustración por no tener hijos. Algunas de ellas están dispuestas a renun-ciar a su profesión o han renunciado ya a ella para dedicarla a los hijos. En estasmujeres, cuyas trayectorias he seguido al pasar de los años, se observan frustracio-nes profundas por el poco aprecio que tienen por su trabajo y por el peso de la tarea.Para terminar, y tal vez como una curiosidad, vale la pena mencionar el caso demujeres psicoanalistas, formadas dentro de la ortodoxia freudiana; pude darmecuenta cómo se dedican de cuerpo y alma al cuidado de los hijos de una maneraenfermiza y obsesiva. Al parecer hay una mitificación y estetización de la materni-dad entre estos especialistas.

51 Entre las más ricas reflexiones sobre el aborto ver Summer, 1981 y Addelson,1991, pp. 82-107.

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Opiniones políticas

Como mencioné al principio, el cuestionario contenía preguntas sobrelos sucesos que se conocen públicamente como “el asesinato del carde-nal Posadas”. El cuadro 5 resume algunos resultados que por lo menosson sugerentes.

CUADRO 5PROPORCIÓN DE OPINIONES DE VARONES Y MUJERES RESPECTO

DEL ASESINATO DEL CARDENAL

Opinión Mujeres Hombres

Crítica al gobierno 26 28

Crítica a la iglesia 8 8

Crítica a los medios de comunicación 0 3

Pena de muerte 10 13

Otras personas murieron 9 2

Coyuntura para acción política de ciudadanos 7 1

Categorías principales de crítica al gobierno:

Encubre el crimen 2 2

Contradicción en las versiones 6 10

Es corrupto 4 3

Autor del crimen 2 2

Aprovecha coyuntura para elecciones 2 2

Incapaz de controlar la situación 3 6

No apoya a los ciudadanos 1 0

En primer lugar, se encontró que ambos géneros son igualmente críticoscontra el estado y contra la iglesia y tienen una actitud semejante respec-to de la introducción de la pena de muerte. Es notable que las mujeres —supuestamente más religiosas que los hombres— hayan adoptado unaactitud igualmente crítica ante la injerencia de la iglesia en asuntospoliticos que los varones. Aproximadamente 50% de hombres y mujeresestán contra la pena de muerte. Las razones aducidas por las mujeres,

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sin embargo, son diferentes a las de los varones: las primeras hacenmención de casos concretos y condiciones especiales —la miseria de lavida de los delincuentes—los hombres acuden a principios más genera-les, como la necesidad de un mejor sistema judicial y la desaparición dela corrupción.

Un aspecto en el que se observó una drástica diferencia entre losdos géneros fue la consideración de que otras víctimas habían sido ase-sinadas, pero que la atención pública había recaído injustamente sólosobre el cardenal: casi la mitad de las mujeres hizo notar esto frente asólo dos hombres. Las mujeres también prestaron más atención a lasreacciones colectivas de la ciudadanía. Esto coincide con otros estudiosque afirman que la conciencia moral de las mujeres es menos individua-lista, más sensible a las necesidades y sufrimientos ajenos, menos atentaa las jerarquías y más solidaria.52

Conclusión

El resultado de las encuestas y de las entrevistas nos hablan de ciertoscambios en las imágenes y representaciones de género. Uno de los másimportantes es que los jóvenes califican como positivas ciertas caracte-rísticas en las mujeres que antiguamente se denigraban. Sin embargo,esas cualidades no se consideran como intelectuales, lo que significaque la reinvindicación se da más en el campo de la afectividad que en elintelectual. Por otra parte, la participación y el interés de las entrevista-das por la politica no son muy diferentes a los de los hombres, aunque eneste terreno los hombres hacen gala de un léxico más rico y de mayorsoltura. El interés de la mujer por la politica habla de que, a pesar dehaber sido considerada proverbialmente como desinteresada y apáticapor los asuntos públicos, está poco a poco saliendo de la esfera familiar.

Como se ha insistido en la literatura feminista, las encuestas seña-lan que las mujeres muestran cambios más drásticos que los hombres:mientras que las mujeres incursionan en terrenos tradicionalmente mas-

52 Los resultados de las investigaciones de Bourdieu sobre la política lo hanllevado a afirmar que las mujeres tienen una visión de la politica más moral, máslocal y sentimental que los hombres. Bourdieu, 1977.

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culinos —la politica, la justicia social, la psicología, los hombres sólotímidamente aceptan cualidades en las mujeres antes denigradas, perosus incursiones en las esferas femeninas son muy raras por lo que muydifícilmente puede hablarse de un proceso de feminización de la socie-dad tapatía como sí ha sido el caso en otras sociedades.53 Los juiciosmorales de los hombres son más conservadores y tradicionales que losde las mujeres.

Estoy de acuerdo con algunas pensadoras en que hay que evitarcuidadosamente hablar de valores superiores e inferiores en relación algénero, pues ninguno de tales valores es absoluto. En unos casos, comodiría Camps, es más inteligente la sumisión, en otros, la debilidad puedeser más eficaz que la fuerza, la liberación de las emociones más humanaque el autodominio, la dispersión más abierta y enriquecedora que lacoherencia.54 La pregunta que surge entonces es: en una época en la quelos roles entre los sexos se vuelven cada vez más intercambiables, ¿esposible prever que esas cualidades femeninas tan recientemente aquila-tadas por las ciencias pasarán a ser también dominio del sexo masculi-no o se darán posibilidades de enriquecimiento mutuo y de combinacionesde cualidades antes consideradas cotos privados de cada uno de lossexos?55 Una modificación radical en los papeles, aunque deseable yposible, es improbable a corto plazo: hay que recordar que los cambiosen las mentalidades se producen a un ritmo extremadamente lento, lallamada larga duración. Si se llevara a cabo esta transformación, impli-caría un tremendo avance de la sociedad.56

53 En el llamado primer mundo, muchos hombre se rehúsan a continuar con lospapeles tradicionales: para el nuevo hombre sus intereses personales son tan impor-tantes como su carrera y algunos prefieren quedarse en la casa que tener que salir aganarse el pan. Para más detalles sobre la forma como la mujer ha feminizado lasociedad norteamericana véase Lenz & Myerhoff, 1985.

54 Camps, 1990, pp. 143-149.55 Se considera casi que el feminismo es la causa y la consecuencia del

postmodernismo. García, 1993, pp. 3-22.56 Chodorow, 1978, p. 219.

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Carlos Monsiváis

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desde Chiapas

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Carlos Monsiváis

¿Todos somos indios?*

Carlos Monsiváis

Si hay algo difícil de interpretar es el reconocimiento público a unmovimiento que a sí mismo se califica de subversivo. Si el recha-zo es transparente (determinado por el anhelo de orden, la exi-

gencia de mano dura, el temor a las consecuencias económicas y el odioa cualquier disidencia), en el reconocimiento intervienen diversos facto-res. En el caso del EZLN y del subcomandante Marcos localizo, entreotras, estas variantes:

Exigencia de una paz digna y rechazo del aplastamiento de ungrupo al que se le atribuyen ideales y coherencia.

Emoción juvenil o juvenilista ante el desafío a los poderes estable-cidos.

Reconocimiento crítico y autocrítico del racismo y sus consecuen-cias devastadoras, y apoyo a las reivindicaciones surgidas de las etnias.

Entusiasmo por quienes en primera y última instancia no se de-jan en un país sometido a la pasividad.

Radicalismo ultraizquierdista que se agota en la proferición deadmiraciones como maldiciones, y se nutre de la intransigencia sectaria.

Respeto por quienes deciden cambiar, al precio de sus vidas, unestado de cosas intolerable.

Estas posiciones se combinan y se unen en manifestaciones, docu-mentos, actitudes. Y esto también incluye a quienes encuentran en Mar-cos y en el EZLN signos visibles de protagonismo y de terquedadesdogmáticas. Sin embargo, y creo comprobable mi afirmación, en la mayo-ría de los distintos niveles de reconocimiento de la causa del EZ y deMarcos (nunca exactamente lo mismo) no priva un refrendo hipócrita dela lucha armada, ni se reactivan los sueños de los ultras de los setentas,

* Publicado en La Jornada del 17 de febrero de 1995.

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desde Chiapas

ni se evoca el “socialismo a la cubana”, tan tristemente en ruinas. Lo quedomina, y encauza el apoyo, es la visión de un país distinto, regido porun proyecto de justicia social y un sistema de frenos a la impunidad. Noniego los excesos verbales a que conduce el fervor por Marcos y el EZ, nidisminuyo la ramplonería de la ultra (tan idéntica a la ramplonería de lalinea dura oficial), pero esto a fin de cuentas es marginal o secundario.Lo fundamental es la necesidad de paz y democracia política y económi-ca, términos por lo común vacíos que aquí resultan indispensables paravivir.

“Todos somos indios”. La consigna de las manifestaciones esinobjetable en la medida en que asume el orgullo (novedad histórica) porun componente básico de la nacionalidad. ¿Pero qué decir de “Todossomos Marcos”? La frase parece en exceso retórica, fruto de la pasiónmilitarista, del frenesí romántico o de la escenografía mesiánica. Así es,sin duda, en algunos casos, pero ante el propósito oficial (transformarun grave problema politico en mero asunto judicial), la oposición a laguerra y el macarthismo enuncia algo muy sencillo: si condenan a Mar-cos por querer un mundo mejor, un México más justo, que me condenena mí y a todos nosotros por querer lo mismo. Esta es la lógica: somosculpables por anhelar, desde la demanda pacífica, lo que otros desde laprecariedad bélica.

El énfasis en el EZLN y en Marcos puede interpretarse como voca-ción guerrillerista. Pero, si me fío en el comportamiento de la sociedadcivil (de esta sociedad civil de izquierda y de centro-izquierda) a partirdel primero de enero de 1994, llego a otra conclusión: los sectores simpa-tizantes de los zapatistas, en su abrumadora mayoría, no son partida-rios en lo más mínimo de la lucha armada. Y no hay aquí “esquizofrenia”alguna. No se puede olvidar, por más exaltación que haya, la desolacióny la muerte que traen consigo la guerra y la militarización de las ideas;pero tampoco se desestiman los factores que condujeron a la violenciadesde abajo: la desaparición del estado de derecho (notoria en Chiapas);la impunidad de finqueros, ganaderos y sus guardias blancas; la persis-tencia del fraude electoral y de los abusos del centralismo y el PRI; losasesinatos selectivos que diezman los liderazgos de las comunidades; lamuerte por enfermedades curables de decenas de miles cada año; la faltaabsoluta de estímulos culturales; el saqueo de los recursos públicos y laexplotación inicua de los trabajadores. Y si no se acepta la viabilidad dela lucha armada, sí se matiza la calificación de los rebeldes, que hanquerido transformar el sistema para disponer de vidas dignas. Es enor-

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me la presencia de Marcos y los zapatistas en el reactivamiento del espíri-tu de justicia social. Este capital moral, tan ignorado por el gobierno, no hadisminuido perceptiblemente en los días recientes, quizás al contrario.

No obstante la demagogia o el habla ultraizquierdista que envuelvemuchos de los pronunciamientos a favor del EZLN, lo esencial del apoyono se debe a la exhumación de fotos de Marx y posters del Che Guevarao al lenguaje apocalíptico de diversos pronunciamientos del EZ, sino a lamínima y máxima utopía que el país consiente: la imagen de un país yainconcebible sin las reivindicaciones indígenas y sin la reducción drás-tica de la desigualdad. Debido a esto un gran número de mexicanos nose ha sentido en momento alguno rehén del zapatismo o víctima de laamenaza indígena. Son muchísimos más los que se sienten rehénes de ladescomposición del poder judicial o de la corrupción gubernamental ode la ineptitud del Gabinete Económico. Es inaceptable, por falsa, laafirmación: “El EZLN... no es una organización campesina ni indígena”(En “El paquete informativo sobre la situación de Chiapas”, de la Secre-taría de Gobernación), y fue más bien ridículo el despliegue televisivo deunos arsenales pobrísimos que, se supone, justificaban el endurecimien-to del régimen, “que salvó al país de la desestabilización”.

¿Qué elementos de la vida chiapaneca intervienen en el apoyo aMarcos y el EZ? Desde luego las evidencias: el carácter feudal de la dere-cha chiapaneca (priísta) y su comportamiento criminal, las profundida-des del racismo, el desprecio por los derecho humanos. Faltan por revisarotros hechos: la suerte de los desplazados, la conducta de los zapatistasen las zonas que ocuparon, la índole de su pensamiento político. Peropor lo pronto quienes protestan por la militarización de la zona de algoestán seguros: sin la presencia de los indígenas armados y sin el discur-so de Marcos (tan falible literariamente como le parezca a sus críticos) lasituación de inhumanidad en Chiapas, y en el mundo indígena, jamás lehabría interesado al gobierno, la sociedad y a muchos sectores interna-cionales, ni se habrían puesto en marcha todos los programas de ayudagubernamentales. En esto piensan quienes protestan: en gobernadorescomo Absalón Castellanos, Patrocinio González Garrido, Elmar Setzer;en el saqueo minucioso del país a cargo de los neoliberales; en el racismoque insiste en calificar de “títeres” a los “indios”; en los líderes indíge-nas torturados y asesinados. Si esto no invalida la crítica a la violenciacomo solución sí la pone en perspectiva.

Conviene recordar también a los jodidos, esos que según los empre-sarios se resignan a sólo ver televisión. Ellos, hasta donde se puede sa-

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ber, no están de acuerdo con la destrucción de Marcos y el EZLN, nitampoco, y las pruebas están a la vista, se interesan en la lucha armada.Sin embargo, le conceden a los zapatistas la representación de su pro-fundo, inmenso agravio. Y este fenómeno psicológico, que ya trascendiósu carácter de moda, es un hecho político de consecuencias impredeci-bles.

En la oposición a la guerra, en el rechazo de las tácticas macarthistas,en la defensa de los derechos humanos y civiles de los indígenas, seafirma la carga cívica de un movimiento al que sus denostadores quierenencajonar en la ambición guerrillerista. No dudo, repito, que ésta se déen algunos grupos, los mismos que califican a la izquierda de “reformis-ta” y proclaman su fe antiintelectual y su culto del rencor, pero lo quevemos ahora es, en lo esencial, un movimiento en pro de los derechoshumanos y civiles, que encuentra la raíz del problema en la desigualdady el racismo. El gobierno se equivocó al abandonar la búsqueda del diá-logo y elegir la vía militar y la persecución policíaca. La sociedad descreede la violencia, y no quiere más zapatistas y soldados muertos enChiapas. En este sentido, en el de la demanda de un país en verdadregido por la ley, si no todos, sí muchísimos somos indios.

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Margo Glantz

Madame Bovary y la soberanía nacional*

Margo Glantz

Todavía era yo adolescente cuando leí Madame Bovary. Desde entonces no he podido volverla a leer, y debo asegurar que ha pasado mucha agua bajo los puentes. Y no he podido volverla a leer

por una simple razón, y no se vaya a creer que por la escena final delenvenenamiento, esa escena es larguísima, o mejor esa descripción depáginas y páginas donde la protagonista va sufriendo poco a poco lainexorable acción del arsénico, una acción que se describe con morosi-dad y delectación y que nos permite sentir y ver cómo el veneno va provo-cando reacciones fisiológicas terribles y, sin embargo, tan lentas que lamuerte tarda siglos novelescos en sobrevenir. No, esa no es la causa demi aversión hacia la novela; tampoco me causa aversión que Miss Emily,la del famoso cuento de Faulkner, le haya dado veneno para ratas a subien amado, el yankee Homero Barron, para provocarle en su noche debodas deliciosos y retardados estremecimientos, muy probablemente losmismos estremecimientos convulsivos del veneno que devastó el mara-villoso y apetecible cuerpo de Emma Bovary. No, lo que más aversión mecausa, sí, una profunda aversión (aún vigente), es el paulatino endeuda-miento que la va dejando sin recursos, que va enajenando su matrimonioy el de su hija, la pobre Berta Bovary, mucho menos bella que su madre ymucho menos frívola, y también, mucho menos inteligente. No, lo quemás me espanta, me produce náuseas y me impide volver a leer la nove-la, es la incapacidad de la protagonista de mirar hacia el futuro, de con-servar o aumentar su patrimonio, su disposición a enajenarse y a enajenara quienes la rodean.

* Publicado en El país, página 2, de la sección “México”, el martes 14 de febrerode 1995. Agradecemos a su autora el permiso de publicación.

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¿Qué relación tiene esta afinidad negativa que tengo con EmmaBovary y la deuda pública mexicana? Debo contestar que quizá tenga youna rama de locura en mis venas, o en mis genes, pero las veleidades deEmma Bovary me producen y me produjeron una angustia tan enormesólo posible de explicar mediante una asociación o sensación personal:esa angustia debe haber sido profética, debe haber sido una sensaciónviolenta, la de prever que en el lejano futuro de mi vida y también en ellejano futuro de mi patria —y perdóneseme la cursilería decimonónicaimplícita en esa frase, a pesar de la irreverente minúscula con que desfi-guro la ortografía de la patria— se produciría un proceso similar deendeudamiento, un camino cuidadosamente construido, un camino quenos llevaría de gobernante a gobernante a enajenar nuestro patrimonio,con una diferencia singular y quizá mayúscula, que el resultado de esedescuido, de ese dispendio, de esa ostentación grandilocuente,napoleónica, no conduciría, como en el caso de Emma Bovary, a la des-aparición del causante o causantes de la deuda, una desaparición vio-lenta, una desaparición que descoyuntase su (o sus) cuerpo(s), unadesaparición provocada por la decisión afortunada del culpable de in-gerir una buena dosis de veneno, una dosis lo suficientemente fuertecomo para aniquilar de una vez por todas a las ratas, a todas las ratas,esas ratas que aprovechan su imperio para hacer grandes agujeros quele abren la puerta a abiertas e inadmisibles extorsiones.

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Julia Kristeva

El tiempo de las mujeres*

Julia Kristeva

Nacionales y europeas

La nación: sueño y realidad del siglo XIX. Parece que alcanzó suapogeo y sus limites con la crisis de 1929 y el apocalipsis nacio-nal-socialista. Vimos hundirse los pilares que la constituían: la

homogeneidad económica, la tradición histórica y la unidad lingüística.Librada en nombre de valores nacionales, la segunda guerra mundialpuso fin a la realidad nacional para no hacer de ella más que una ilusiónmantenida en lo sucesivo con un fin ideológico o restringidamentepolitico. Aunque es de esperar o de temer que haya renacimientos nacio-nales y nacionalistas, la coherencia tanto social como filosófica de lanación ha llegado a sus límites.

La búsqueda de una homogeneidad económica ha dado lugar a lainterdependencia (cuando no a la sumisión a las grandes potencias eco-nómicas). Paralelamente, la tradición histórica y la unidad lingüística sehan fundido en un denominador a la vez más vasto y más profundo quepodemos llamar un “denominador simbólico”: la memoria cultural yreligiosa forjada por una historia y una geografía intrincadas. Esa me-moria genera territorios nacionales gobernados por la confrontación, aúnen uso, aunque va perdiendo velocidad, entre los partidos politicos. Noobstante, el “denominador simbólico” común hace que surjan, más alláde la mundialización y de la uniformación económica, particularidadessuperiores a la nación y que a veces abarcan las fronteras de un conti-nente.

* Publicado en la revista 34/44, Universidad París VII, núm. 5, 1979, pp. 5-19.

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Se constituye así un nuevo conjunto social superior a la nación enel que, lejos de perder sus rasgos, ésta los reencuentra y los acentúa. Peroen una temporalidad paradójica: una especie de “futuro anterior”, en elque el pasado más reprimido, transnacional, confiere un rostro particu-lar a la uniformidad programada. Porque la memoria de la que se trata, eldenominador simbólico común, consiste en la respuesta que los gruposhumanos, unidos por su tierra y en el tiempo, han dado, no a los proble-mas de producción de bienes materiales (terreno de la economía y de lasrelaciones humanas que ésta implica, la política), sino a los problemasde reproducción, de sobrevivencia de la especie, de vida y de muerte, decuerpo, de sexo, de símbolo. Si bien es cierto, por ejemplo, que Europarepresenta un conjunto sociocultural de este tipo, su existencia se atienemás a ese “denominador simbólico” manifestado en su arte, su filosofía,sus religiones, que a su perfil económico. La dependencia de este últimovis-a-vis la memoria colectiva es cierta, pero sus características se modi-fican rápidamente bajo la presión de sus socios mundiales.

Es fácil de comprender que un conjunto social de este tipo poseeuna solidez arraigada en el modo de reproducción y sus representacio-nes, por las que la especie biológica se articula a su humanidad tributariadel tiempo. Pero también reviste una fragilidad, porque el denominadorsimbólico ya no puede pretender la universalidad y sufre las influenciasy los ataques de otras memorias socioculturales. Así, apenas constitui-da, Europa se ve abocada a reconocerse en las construcciones culturales,artísticas, filosóficas, religiosas propias de otros conjuntos supranacio-nales. Esto parece natural cuando se trata de entidades que la historia hapodido acercar (Europa y Norteamérica, o Europa y América Latina), porejemplo. Pero el fenómeno se produce también cuando la universalidadde ese denominador simbólico pone en resonancia modos de produc-ción y de reproducción aparentemente opuestos (Europa y el mundoárabe, Europa y la India, o Europa y China).

En suma, con los conjuntos socioculturales tipo “Europa” estamospermanentemente ante una doble problemática: la de la identidad que seha constituido por sedimentación histórica y la de la pérdida de identi-dad producida por una conexión de memorias que escapa a la historiapara encontrarse en la antropología. En otros términos, enfrentamos dosdimensiones temporales: el tiempo de una historia lineal, cursiva (breve,rápida), y el tiempo de otra historia, de otro tiempo por lo tanto, monu-mental (los términos son de Nietzsche), que engloba en entidades aúnmás grandes esos conjuntos socioculturales supranacionales.

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En un organismo sociocultural de este tipo, me gustaría llamar laatención sobre ciertas formaciones que me parece que resumen su diná-mica. Se trata de grupos socioculturales, es decir, definidos por su lugaren la producción, pero que están definidos sobre todo por su papel en elmodo de reproducción y sus representaciones. Porque aunque porten losrasgos específicos de la formación sociocultural en cuestión, están endiagonal respecto a ella y la vinculan a las demás formaciones sociocul-turales. Pienso en particular en los grupos socioculturales a los que sedefine rápidamente como clases de edad (por ejemplo, “los jóvenes deEuropa”) o como divisiones sexuales (por ejemplo, “las mujeres de Euro-pa”), etc. Es evidente que los “jóvenes” o las “mujeres” de Europa tienenuna particularidad que les es propia. No es menos evidente que lo quelos define como “jóvenes” o “mujeres” los coloca de inmediato en diago-nal respecto a su “origen” europeo y revela sus connivencias con lasmismas categorías en Norteamérica o en China, entre otros lugares. Comopertenecen también a la “historia monumental”, no serán solamente “jó-venes” o “mujeres” de Europa. Repercutirán, de un modo específico, porsupuesto, los rasgos universales que son los de su lugar estructural en lareproducción y sus representaciones.

En las páginas que siguen quisiera situar la problemática de lasmujeres en Europa en una interrogación sobre el tiempo: aquel que elmovimiento feminista hereda, aquel que su aparición modifica. Después,trataré de desprender dos fases o dos generaciones de mujeres que, aun-que son inmediatamente universalistas y cosmopolitas por sus exigen-cias, son distintas. La primera sigue estando más determinada por unaproblemática nacional, mientras que la segunda, más determinada porel “denominador simbólico”, es europea y transeuropea. Por último, tra-taré de que surja, tanto por los problemas abordados como por el tipo deanálisis que propongo, lo que en un terreno en lo sucesivo de una gene-ralidad mundial, sigue siendo una proposición europea. O al menos, loque será la proposición de una europea.

¿Qué tiempo?

“Father’s time, mother’s species”, decía Joyce. Es en efecto en el espaciogenerador de nuestra especie humana en lo que se piensa al evocar elnombre y el destino de las mujeres, más que en el tiempo, en el devenir oen la historia. Las ciencias modernas de la subjetividad, de su genealo-

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gía o de sus accidentes, confirman esta división que puede ser el resulta-do de una coyuntura sociohistórica. Freud, a la escucha de los sueños ylos fantasmas de sus pacientes, pensaba que “la histeria estaba vincula-da al lugar”.1 Los estudios ulteriores sobre el aprendizaje de la funciónsimbólica por los niños demuestran que la permanencia y la calidad delamor materno condicionan la aparición de las primeras referencias es-paciales. Estas inducen en primer lugar la risa infantil y después toda lagama de manifestaciones simbólicas que conducen al signo y a la sin-taxis.2 Por su parte, la antipsiquiatría y el psicoanálisis aplicado al trata-miento de las psicosis ¿no proceden, antes de dotar al paciente decapacidades de transferencia y de comunicación, al ordenamiento denuevos lugares, sustitutos gratificantes y reparadores de antiguas fallasdel espacio materno? Se podría multiplicar los ejemplos. Todos conver-gerían hacia esta problemática del espacio que muchas religiones conresurgimientos matriarcales atribuyen a “la mujer”. Platón, resumiendoen el interior de su propio sistema a los atomistas de la Antigüedad, lodesignó mediante la aporta de la chora: espacio matricio, nutriente, in-nombrable, anterior al Uno, a Dios, y que por consiguiente desafía lametafísica.3

En cuanto al tiempo, la subjetividad femenina parece conferirle unamedida específica que, de sus múltiples modalidades conocidas por lahistoria de las civilizaciones, conserva esencialmente la repetición y laeternidad. Por un lado: ciclos, gestación, eterno retorno de un ritmo bio-lógico en concordancia con el de la naturaleza. Su estereotipia puededisgustar; su regularidad al unísono con lo que se vive como un tiempoextrasubjetivo, un tiempo cósmico, es ocasión de deslumbramientos, de

1 S. Freud y C.G. Jung, Correspondance, t. 1, Gallimard, 1975, p. 87.2 Cf. R. Spitz, La Premiere Année de la vie de l’enfant, PUF, 1958; Winnicott, Jeu

et réalité, Gallimard. 1975; J. Kristeva, “Nom de lieu” en Polylogue, Seuil, 1977, pp.469-491.

3 Platón, Timeo § 52: “Un lugar indefinidamente; no puede sufrir la destruc-ción, pero proporciona una sede a todas las cosas que tienen un devenir, siendocapturable, fuera de toda sensación, por medio de una especie de razonamientobastardo; apenas merece crédito; es él precisamente lo que nos hace soñar cuando lopercibimos y afirmar como una necesidad que todo lo que es debe estar en algunaparte, en un lugar determinado...” Cf. J. Kristeva, La Révolution du langage poétique,Seuil, 1975, p. 23 y ss.

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goces innombrables. Por otro lado: una temporalidad compacta, sin fallay sin huida, que tiene tan poco que ver con el tiempo lineal que el nombremismo de temporalidad no le conviene. Englobadora e infinita como elespacio imaginario, hace pensar en el Cronos de la mitología de Hesiodoque, hijo incestuoso, cubría con su presencia compacta toda la extensiónde Gaia para separarla de Urano, el padre. O bien en los mitos de resu-rrección que en todas las creencias perpetúan la huella de un culto ma-terno, hasta su elaboración más reciente, la cristiana. Para ésta, el cuerpode la Virgen Madre no muere sino que pasa, en el mismo tiempo, de unespacio al otro, por dormición (según los ortodoxos) o por asunción (se-gún los católicos).4

Estos dos tipos de temporalidades, cíclica y masiva, están tradicio-nalmente vinculados a la subjetividad femenina en la medida en queésta se piensa como necesariamente materna. No olvidemos sin embargoque encontramos la repetición y la eternidad como concepciones funda-mentales del tiempo en numerosas experiencias, en particular en lasmísticas.5 Cuando las corrientes del feminismo moderno se reconocen enesas concepciones, no son por lo tanto fundamentalmente incompatiblescon los valores “masculinos”.

En cambio, es sólo respecto a una cierta concepción del tiempo cuan-do la subjetividad femenina parece plantear problema. Se trata del tiem-po como proyecto, teleología, desarrollo lineal y prospectivo: el tiempode la partida, del camino y de la llegada, el tiempo de la historia. Ha sidoampliamente demostrado que esta temporalidad es inherente a los valo-res lógicos y ontológicos de una civilización determinada. Podemos su-poner que explicita una ruptura, una espera o una angustia que otrastemporalidades ocultan. Este tiempo es el del lenguaje como enuncia-ción de frases (sintagma nominal y sintagma verbal; tópico-comentario;comienzo-fin). Se sostiene por su tope, la muerte. Un tiempo de obsesivo,diría el psicoanalista, reconociendo en el dominio de este tiempo desaso-segado la verdadera estructura del esclavo. La histeria, él o ella, quesufre de reminiscencias, se reconocería más bien en las modalidadestemporales anteriores, la cíclica, la monumental. En el seno de una civili-

4 Cf. J. Kristeva, “Herética del amor”, en Historias de amor, Siglo XXI, México,1987.

5 Cf. H. Ch. Puech, La gnose et le temps, Gallimard, 1977.

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zación, esta antinomia de estructuras psíquicas se convierte, sin embar-go, en una antinomia entre grupos sociales y entre ideologías. En efecto,las posiciones radicales de ciertas feministas incorporan el discurso degrupos marginales de inspiración espiritual o mística y, curiosamente,el de preocupaciones científicas recientes. ¿No es cierto que la problemá-tica de un tiempo indisociable del espacio, de un espacio-tiempo en ex-pansión infinita o bien ritmado por accidentes y catástrofes preocupatanto a la ciencia del espacio como a la genética? ¿Y que, en otra modali-dad, la revolución de los medios de comunicación que se anuncia con elalmacenamiento y la reproducción de la información implica una ideade tiempo congelado o que explota según los azares de las demandas?Un tiempo que retorna pero indomeñable, que desborda inexorablemen-te a su sujeto y que no deja a los que lo aprueban más que dos preocupa-ciones: ¿quién tendrá el poder sobre el origen (la programación) y sobreel fin (la utilización)?

Al lector le habrá llamado la atención la fluctuación del término dereferencia: madre, mujer, histérica... La coherencia aparente que revisteel término “mujer” en la ideología actual, aparte de su efecto “masa” o“choque”, borra las diferencias entre las funciones o estructuras queactúan sobre esta palabra. Tal vez ha llegado el momento de hacer surgirprecisamente la multiplicidad de los rostros y de las preocupacionesfemeninas. Del crecimiento de estas diferencias es importante que surjade manera más precisa, menos publicitaria, pero más verdadera, la dife-rencia fundamental entre los dos sexos.

El feminismo ha tenido el enorme mérito de volverla dolorosa, esdecir, productora de sorpresa y de vida simbólica en una civilizaciónque, aparte de la Bolsa y de las guerras, no hace más que aburrirse.

No se puede hablar de Europa ni de las “mujeres de Europa” sinevocar en qué historia se sitúa esta realidad sociocultural. Es cierto queuna sensibilidad femenina se expresa desde hace ya un siglo. Pero esmuy probable que al introducir su noción de tiempo, no concuerde con laidea de una “Europa eterna” y tal vez ni siquiera con la de una “Europamoderna”. Buscaría más bien, a través del pasado y el presente europeosy con ellos, como a través y con el conjunto “Europa” en tanto que depó-sito de una memoria, su temporalidad propia, transeuropea. En todocaso, en los movimientos feministas en Europa se puede observar tresactitudes respecto a esta concepción de la temporalidad lineal que secalifica fácilmente de masculina y que es tanto producto de la civiliza-ción como obsesiva.

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Dos generaciones

En sus inicios, lucha de las sufragistas o de feministas existencialistas,el movimiento femenino aspira a hacerse un lugar en el tiempo linealcomo tiempo del proyecto y de la historia. En este sentido y aunque fuerade entrada universalista, el movimiento se arraiga profundamente en lavida socio-politica de las naciones. Las reivindicaciones políticas de lasmujeres, las luchas por la igualdad de salarios y de funciones, por latoma de poder en las instituciones sociales con el mismo derecho que loshombres, el rechazo de los atributos femeninos o maternales que se juz-gan incompatibles con la inserción en esa historia, pertenecen a estalógica de identificación con los valores, no ideológicos (éstos son comba-tidos con razón como reaccionarios), sino lógicos y ontológicos de laracionalidad propia de la nación y del Estado. No es necesario enumerarlos beneficios que esta lógica de identificación y esta lucha reivindicativahan aportado y aportan aún a las mujeres (aborto, anticoncepción, igual-dad de salario, reconocimiento profesional, etc.). Tienen o van a tenerefectos más importantes aún que los de la revolución industrial. Univer-salista en su trayectoria, esta corriente del feminismo globaliza los pro-blemas de las mujeres de diferentes medios, edades, civilizaciones osimplemente de diferentes estructuras psíquicas bajo la etiqueta de LaMujer Universal. En su orbe, no podría concebirse una consideraciónsobre las mujeres más que como una sucesión, una progresión hacia larealización del programa proclamado por las fundadoras.

Una segunda fase está vinculada a las mujeres que llegaron al femi-nismo después de mayo de 1968 con una experiencia estética o psicoa-nalítica. Se asiste a un rechazo casi global de la temporalidad lineal y auna desconfianza exacerbada respecto a la politica. Es cierto que estacorriente más reciente del feminismo se refiere a sus fundadoras y que lalucha por el reconocimiento sociocultural de las mujeres es necesaria-mente su preocupación mayor. Pero se concibe cualitativamente diferen-te de la primera generación. Interesadas esencialmente por laespecificidad de la psicología femenina y sus realizaciones simbólicas,estas mujeres tratan de dar un lenguaje a las experiencias corporales eintersubjetivas que la cultura anterior dejó mudas. Artistas o escritoras,se involucran en una verdadera exploración de la dinámica de los sig-nos. Su exploración se emparenta, al menos en sus aspiraciones, con losgrandes proyectos de conmoción estética y religiosa. Designar esta expe-riencia como la de una nueva generación no significa solamente que

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otros problemas se hayan agregado a las reivindicaciones de identidadsociopolítica de los inicios. Al exigir el reconocimiento de una singulari-dad irreductible y resplandeciente en sí misma, plural, fluida, no idénti-ca en cierto modo, el feminismo actual se sitúa fuera del tiempo lineal delas identidades que comunican por proyección y reivindicación. Reanu-da con una memoria arcaica (mítica) así como con la temporalidad cícli-ca o monumental de los “marginalismos”. No cabe duda de que no es unazar el hecho de que la problemática europea y transeuropea se hayaimpuesto como tal al mismo tiempo que esta nueva fase del feminismo.

¿Qué procesos o acontecimientos de orden sociopolitico han provo-cado esta mutación? ¿Cuáles son los problemas, tanto las aportacionescomo los callejones sin salida?

Socialismo y freudismo

Se puede sostener que esta nueva generación de mujeres se manifiesta demanera más clara en Europa occidental que en los Estados Unidos enrazón de un verdadero corte en las relaciones sociales y en las mentali-dades producido por el socialismo y por el freudismo. El socialismo,aunque actualmente sufre una crisis profunda como ideología igualita-ria, impone a los gobiernos y a los partidos de todo tenor ampliar lasolidaridad en la distribución de los bienes así como en el acceso a lacultura. El freudismo, en tanto que palanca interna al campo social, inte-rroga el igualitarismo planteando la pregunta de la diferencia sexual yde la singularidad de los sujetos, irreductibles unos a otros.

El socialismo occidental, trastornado en sus inicios por las exigen-cias igualitarias de sus mujeres (Flora Tristan), pronto descartó a las queaspiraban al reconocimiento de una especificidad del papel femenino enla sociedad y en la cultura. No ha conservado, en el espíritu igualitario yuniversalista del humanismo de las Luces, más que la idea de una nece-saria identidad entre los dos sexos como solo y único medio de la libera-ción del “segundo sexo”. No discutiremos aquí el hecho de que este“ideal de igualdad” está lejos de ser aplicado en la práctica de los movi-mientos y partidos de inspiración socialista. Es en parte de la revueltacontra esta situación como nació la nueva generación de mujeres en Eu-ropa occidental después de mayo de 1968. Digamos solamente que enteoría, y en la práctica, en los países de Europa del Este, la ideologíasocialista, fundada en una concepción del ser humano determinada por

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su situación en la producción y en las relaciones de producción, no teníaen cuenta el lugar de ese ser humano en la reproducción y en el ordensimbólico. Por consiguiente, el carácter específico de las mujeres no po-día más que parecer inesencial, si no es que inexistente, en el espíritutotalizante y hasta totalitario de esta ideología.6 Se empieza a percibirque el mismo tratamiento igualitario y censurador fue impuesto por elhumanismo de las Luces y hasta por el socialismo a las especificidadesreligiosas. En particular a los judíos.7

Las vivencias de esta actitud son a pesar de todo capitales para lasmujeres. Tomaré como ejemplo de ello el cambio del destino femenino enlos ex países socialistas de Europa del Este. Se podría decir apenas exa-gerando que las reivindicaciones de las sufragistas y de las feministasexistencialistas han sido en gran parte realizadas. Es cierto que tres deestas exigencias del feminismo fundador han sido realizadas a pesar delas errancias y las equivocaciones en los países del Este: la igualdadeconómica, política y profesional. La cuarta, la igualdad sexual, queimplica la permisividad de las relaciones sexuales, el aborto y la anti-concepción, sigue adoleciendo de los tabúes de la ética marxicizante asícomo de la razón de Estado. Es pues esta cuarta igualdad la que planteaproblemas y parece esencial para la lucha de la nueva generación. Perosimultáneamente y a consecuencia de esta realización socialista, que esen realidad una decepción, ya no es en busca de la igualdad como selibra la lucha a partir de entonces. Se reivindica la diferencia, la especifi-dad. En este punto preciso del recorrido, la nueva generación encuentrala cuestión que hemos llamado simbólica. La diferencia sexual, biológi-ca, fisiológica y relativa a la reproducción, traduce una diferencia en larelación de los sujetos con el contrato simbólico que es el contrato social.Se trata de especificar la diferencia entre los hombres y las mujeres, en surelación con el poder, con el lenguaje, con el sentido. La punta más finade la subversión feminista aportada por la nueva generación se sitúa enlo sucesivo en este terreno. Conjuga lo sexual y lo simbólico para tratar

6 Cf. D. Desanti, “L’autre sexe des bolcheviks “, Tel Quel, núm. 76,1978J.Kristeva, Des chinoises, Editions des femmes, 1975 (Urizen Books, 1977).

7 Cf. Arthur Hertzberg, The French Enlightenment and the Jews, ColumbiaUniversity Press, 1968; Les Juifs et le Revolution francaise, dirigido por B. Blumenkranzy A. Soboul, Ed. Privat, 1976.

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de encontrar en ello lo que caracteriza a lo femenino ante todo y a cadamujer en último término.

La saturación de la ideología socialista, el agotamiento de su pro-grama para un nuevo contrato social transmiten sus poderes al... freu-dismo. No ignoro que muchas militantes han visto en Freud al molestofalócrata de una Viena pudibunda y decadente que se imagina a lasmujeres como subhombres, hombres castrados.

Castrados o sujetos al lenguaje

Antes de rebasar a Freud para proponer una visión más justa de lasmujeres, tratemos primero de comprender su noción de castración. Elfundador del psicoanálisis constata una angustia o un miedo de castra-ción y una envidia correlativa del pene: formaciones imaginarias pro-pias de los discursos de los neuróticos de ambos sexos, hombres y mujeres.Una lectura atenta de Freud, superando su biologismo y su mecanicismode la época, nos permite ir más lejos. Primero, como presupuesto de la“escena primitiva”, el fantasma de castración con su correlato de envi-dia del pene son hipótesis, a priori propias de la teoría. Representannecesidades lógicas que hay que situar en el “origen” para explicar loque no deja de funcionar en el discurso neurótico. En otros términos, eldiscurso neurótico, de hombre y de mujer, no se comprende en su lógicapropia más que si se admiten sus causas fundamentales: el fantasma dela escena primitiva y de la castración. Y esto incluso cuando nada lospresentifica en la propia realidad. La realidad de la castración es tan realcomo la hipótesis de una explosión que hubiera habido, según la astrofí-sica moderna, en el origen del Universo. Pero nos atañe infinitamentemenos cuando este tipo de trayectoria intelectual se refiere al mundoinanimado que cuando se aplica a nuestra propia subjetividad y al me-canismo fundamental de nuestro pensamiento epistemológico.

Por otra parte, algunos textos de Freud (La interpretación de los sue-ños, pero sobre todo los de la segunda tópica, La metapsicología en parti-cular) y sus prolongaciones recientes (sobre todo Lacan) dejan entenderque la castración es la construcción imaginaria que se apuntala en unmecanismo psíquico que constituye el campo simbólico y todo ser que seinscribe en él. Se trata del advenimiento del signo y de la sintaxis, esdecir, del lenguaje como separación respecto a un estado de placerfusional, para que la instauración de una red articulada de diferencias,

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refiriéndose a los objetos separados de un sujeto, constituya el sentido.Esta operación lógica de separación (que la psicología infantil y lapsicolingüística confirman) precondiciona el encadenamiento sintácticodel lenguaje y es la suerte común de ambos sexos, hombres y mujeres.Ciertas relaciones biofamiliares conducen a las mujeres (sobre todo a lashistéricas) a negar esta separación y el lenguaje que se deduce de ello,mientras que los hombres (sobre todo los obsesivos) las magnifican y,aterrados, tratan de dominarlas: esto es lo que dice el descubrimientofreudiano sobre este punto.

La escucha analítica demuestra que el pene se convierte en el fan-tasma, en el referente mayor de esta operación de separación y confieresu pleno sentido a la falta o al deseo que constituye al sujeto cuando éstese incluye en el orden del lenguaje. Para que esta operación constitutivade lo simbólico y de lo social pueda aparecer en su verdad y sea entendi-da por ambos sexos, sería justo inscribir en ella toda la serie de privacio-nes y de exclusiones que acompañan la angustia de perder el pene, y queimponen la pérdida de la completud y de la totalidad. La castraciónaparece entonces como el conjunto de los “cortes” indispensables parael advenimiento simbólico.

Vivir el sacrificio

Sean o no conscientes de las mutaciones que han producido o acompa-ñado su despertar, la pregunta que se plantea a las mujeres hoy se puedeformular como sigue: ¿cuál es nuestro lugar en el contrato social? Estecontrato, lejos de ser el de hombres iguales, se funda en una relación ensuma sacrificial de separación y de articulación de diferencias que pro-ducen así un sentido comunicable. Por lo tanto, ¿cuál es nuestro lugar eneste orden del sacrificio y/o del lenguaje? Al no querer ser excluidas o nocontentándonos ya con la función que siempre se nos ha atribuido demantener, fomentar y hacer durar este contrato socio-simbólico (madres,esposas, enfermeras, médicas, institutrices...), ¿cómo podríamos mani-festar nuestro lugar en él, legado por la tradición y que queremos trans-formar?

En la relación de las mujeres con lo simbólico tal como se manifiestaahora, es difícil evaluar lo que corresponde a una coyuntura sociohistórica(ideología patriarcal, cristiana, humanista, socialista, etc.) o a una es-tructura. No podemos hablar más que de una estructura observada en

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un contexto sociohistórico, el de la civilización cristiana occidental y susramificaciones laicas. En el seno de esa estructura psico-simbólica, lasmujeres se sienten como abandonadas a su suerte por el lenguaje y elvínculo social. No encuentran en ella los afectos ni las significaciones delas relaciones que mantienen con la naturaleza, sus cuerpos, el del niño,el de otra mujer o el de un hombre. Esta frustración, que no es ajena aalgunos hombres, se convierte en lo esencial de la nueva ideología femi-nista. Por consiguiente, parece difícil cuando no imposible que las muje-res se adhieran a esta lógica sacrificial de separación y de encadenamientosintáctico que funda el lenguaje y el código social. Se desemboca en elrechazo de lo simbólico vivido como un rechazo de la función paterna yque genera psicosis.

A partir de esta constatación, algunas tratan de aportar una nuevamirada —nuevos objetos, nuevos análisis— desde las ciencias humanasexploradoras de lo simbólico: antropología, psicoanálisis, lingüística.8

Otras, más subjetivas, siguiendo las huellas del arte contemporáneo tra-tan de modificar la lengua y los otros códigos de expresión mediante unestilo más próximo al cuerpo, a la emoción. No hablo aquí de un lenguajede las mujeres,9 cuya existencia sintáctica es problemática y cuya apa-rente especificidad léxica sea tal vez más el producto de un marginalismosocial que de una diferencia sexual. No hablo tampoco de la calidadestética de las producciones femeninas: la mayoría repiten un romanti-cismo más o menos eufórico o deprimido y ponen en escena una explo-sión del yo con falta de gratificación narcisista. Mantengo que lapreocupación mayor de la nueva generación femenina se ha convertidoen el contrato sociosimbólico como contrato sacrificial.

Desde hace un siglo, antropólogos y sociólogos no dejan de insistiren la sociedad-sacrificio que revelan los pensamientos salvajes, las gue-

8 Estos trabajos se publican periódicamente en diversas revistas de intelectua-les de las que una de las más prestigiosas es Signs, Chicago University Press. Desta-camos también el número especial de la Revue des sciences humaines, Lille III, 1977núm. 4, “Ecriture, féminité, féminisme”; y Le Doctrinal de sapience, núm. 3, 1977 (Ed.Solin), “Les femmes et la philosophie”.

9 A propósito de investigaciones lingüísticas sobre “el lenguaje femenino”, R.Lakoff, Language and Women’s Place, 1974; M.R. Key, Male/Female Language, 1973;A.M. Houdebine, “Les femmes et la langue” en Tel Quel, núm. 74, 1977.

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rras, los discursos de sueños o los grandes escritores. Reformulan y ana-lizan así la cuestión metafísica del mal. Si la sociedad está fundada enun crimen cometido en común, es asumiendo la castración fundadoradel contrato social y simbólico como los seres humanos difieren el cri-men. Ellos (lo) simbolizan y se dan una oportunidad de transformar elcaos maléfico en orden sociosimbólico óptimo.

Por su parte, hoy las mujeres afirman que ese contrato sacrificialellas lo experimentan de mala gana. A partir de esto, intentan una re-vuelta que para ellas tiene el sentido de una resurrección. Pero para elconjunto social, esta revuelta es un rechazo que puede conducirnos a laviolencia entre los sexos: odio asesino, estallido de la pareja, de la fami-lia. O bien a una innovación cultural. Y probablemente a ambas cosas ala vez, Pero el conflicto está ahí, pertenece a la época. Luchando contra elmal, se reproduce el mal, esta vez en el centro del vínculo social (hombre-mujer).

El terror del poder o el poder del terror

En los ex países socialistas primero (URSS, China, etc.) y de manera cadavez más sensible en las democracias occidentales por el impulso de losmovimientos feministas, las mujeres acceden a los puestos de mando enel ejecutivo, la industria, la cultura. Las desigualdades, las desvaloriza-ciones, las subestimaciones, las persecuciones incluso hacen estragosaún y la lucha contra ellas es una lucha contra los arcaísmos. La causano está por ello menos extendida, el principio está admitido, falta rom-per las resistencias. En este sentido, esa lucha, aunque es aún una de laspreocupaciones fundamentales de la nueva generación, no es propia-mente hablando su problema. Respecto al poder, su problema podríaresumirse en cambio como sigue: ¿qué pasa cuando las mujeres accedenal poder y se identifican con él? ¿Qué pasa cuando, al contrario, lo recha-zan, pero crean una sociedad paralela, un contrapoder, de club de ideaso de comando de choque?

La aceptación de las mujeres en el poder ejecutivo, industrial y cul-tural no ha modificado la naturaleza de ese poder. Esto se ve claramenteen el Este. Las mujeres promovidas a los puestos de mando y que obtie-nen bruscamente ventajas económicas y narcisistas negadas durantemilenios se convierten en los pilares de los regímenes en el poder, en lasguardianas del statu quo, en las protectoras más celosas del orden esta-

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blecido.10 Esta identificación de las mujeres con un poder anteriormentesentido como frustrante, opresivo o inaccesible, ha sido utilizada confrecuencia por los regímenes totalitarios: los nacional-socialistas alema-nes y la junta chilena son ejemplos de ello.11 Que en este caso se trate deuna contrainvestidura de tipo paranoico de un orden simbólico inicial-mente negado tal vez sea una explicación de ese fenómeno inquietante.Pero esto no impide su propagación masiva sobre el planeta en formasmás suaves que las totalitarias evocadas más arriba. Pero todas van en elsentido del nivelamiento, de la estabilidad, del conformismo, a costa deun aplastamiento de las excepciones, de las experiencias, de los azares.

Algunos se lamentarán de que la expansión de un movimiento li-bertario como el feminismo desemboque en la consolidación del confor-mismo; otros se regocijarán y sacarán provecho de ello. Las campañaselectorales, la vida de los partidos politicos, no dejan de apostar a estaúltima tendencia. La experiencia prueba que, muy rápido, hasta las ini-ciativas contestatarias o innovadoras de las mujeres aspiradas por elpoder (cuando no se someten a él de entrada) se invierten a cuenta delaparato. La supuesta democratización de las instituciones por la entra-da en ellas de mujeres se salda con mucha frecuencia en la fabricación dealgunos “jefes” en femenino.

Más radicales, las corrientes feministas rechazan el poder existentey hacen del segundo sexo una contrasociedad. Se constituye una socie-dad femenina, especie de alter ego de la sociedad oficial, en la que serefugian las esperanzas de placer. Contra el contrato sociosimbólicosacrificial y frustrante, la contrasociedad que se imagina armoniosa, sinprohibiciones, libre y gozosa. En nuestras sociedades modernas sin másallá, la contrasociedad sigue siendo el único refugio del goce porque esprecisamente una atopía, lugar sustraído a la ley, respiradero de la utopía.

Como toda sociedad, la contrasociedad se funda en la expulsión deun excluido. El chivo expiatorio acusado del mal purga de él a la comu-nidad constituida12 que ya no se cuestiona. Los movimientos reivindi-

10 Cf. J. Kristeva, Des Chinoises.11 Cf. M. A. Macciocchi, Elements pour une analyse du fascisme, 10/18, 1976;

Michele Mattelart, “Le coup d’Etat au feminin”, en Les Temps Modernes, enero 1975.12 Los principios de una “antropología victimaria” los desarrolla R. Girard en

La Violence et le sacré, Grasset, 1972, y sobre todo en Des choses cachées depuis lafondation du monde, Grasset, 1978.

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cativos modernos han reiterado a menudo este modelo designando unculpable para preservarse de las críticas: el extranjero, el capital, la otrareligión, el otro sexo. ¿No se convierte el feminismo, al extremo de estalógica, en un sexismo invertido? Los diferentes marginalismos, de sexo,de edad, de religión, de etnia, de ideología representan en el mundomoderno un refugio de esperanza, la trascendencia secularizada. Perocon las mujeres, y a medida que se incrementa el número de ellas que seinteresa en su diferencia, si bien en formas menos espectaculares quehace unos años, el problema de la contrasociedad se vuelve masivo: éstaocupa ni más ni menos que “la mitad del cielo”.

Los movimientos reivindicativos, incluido el feminismo, no son “ini-cialmente libertarios” y sólo ulteriormente dogmáticos. No vuelven acaer en los atolladeros de los modelos combatidos por la malicia de algu-na desviación interna o manipulación externa. La lógica misma delcontrapoder y de la contrasociedad genera, por su propia estructura, suesencia de ser un simulacro de la sociedad o del poder combatidos. Elfeminismo moderno no habrá sido (en esta óptica sin duda demasiadohegeliana) más que un momento en el interminable proceso del adveni-miento de una conciencia sobre la implacable violencia (separación, cas-tración) que constituye todo contrato simbólico.

Ya se ha destacado el número importante de mujeres en los gruposterroristas (comandos palestinos, banda Baader, brigadas rojas, etc.). Laexplotación femenina es aún demasiado grande y los prejuicios tradicio-nales contra las mujeres demasiado violentos para que se pueda vislum-brar con suficiente distancia este fenómeno. Pero se puede decir de vezen cuando que es producido por una denegación del contratosociosimbólico y su contra investidura. Este mecanismo de tipo paranoi-co está en la base de todo compromiso politico y puede generar diferen-tes actitudes civilizatorias. Pero cuando una mujer es descartadademasiado brutalmente; cuando resiente sus afectos de mujer o su con-dición de ser social ignorados por un discurso y un poder en ejercicio,desde su familia hasta las instituciones sociales, puede, por contrain-vestidura de esa violencia sufrida, convertirse en el agente “poseído” deella. Combate su frustración con armas que parecen desproporcionadaspero que no lo son respecto al sufrimiento narcisista que las origina.Forzosamente opositora a los regímenes de las democracias burguesasen el poder, esta violencia terrorista se brinda como programa de libera-ción de un orden más represivo, más sacrificial aún que el que combate.En efecto, no es contra los regímenes totalitarios que esos grupos terroris-

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tas con participación femenina se manifiestan, sino contra los regímenesliberales en expansión democrática. La movilización se hace en nombrede una nación, de un grupo oprimido, de una esencia humana imagina-da buena y sana. Es el fantasma de una completud arcaica que un ordenarbitrario, abstracto y por lo tanto hasta malo habría venido a perturbar.Acusado de ser opresivo, ¿no es más bien ser demasiado débil lo que se lereprocha? ¿De no tener peso ante una sustancia imaginada pura y bue-na, pero en lo sucesivo perdida, a la que la mujer marginada aspira?

El orden social es sacrificial, constata la antropología, pero el sacri-ficio detiene la violencia y encadena un orden (oración o paz social): si serechaza, nos exponemos a la explosión de la pretendida buena sustan-cia, que se desencadena sin freno, sin ley ni derecho, como un arbitrarioabsoluto.

Consecutivas a la crisis del monoteísmo, las revoluciones desdehace dos siglos y el fascismo y el estalinismo hace menos tiempo, hanpuesto trágicamente en escena esta lógica de la buena voluntad oprimi-da que se consuma en la masacre. ¿Son las mujeres más aptas que otrascategorías sociales para volcarse en la máquina implacable del terroris-mo? Contentémonos con señalar que desde la alborada del feminismo, yhasta antes que él, mujeres fuera de lo común se manifiestan a menudomediante el crimen, el complot, el atentado. La deuda eterna con la ma-dre vuelve a una mujer más vulnerable en el orden simbólico, más frágilcuando sufre de él, más virulenta cuando se defiende de él. Si el arqueti-po de la creencia en la substancia buena y sana propia de las utopías esla creencia en la omnipotencia de una madre arcaica, plena, total, englo-badora, sin frustración, sin separación, sin corte productor de simbolismo(sin castración), se comprende que es imposible desactivar las violenciasmovilizadas sin poner en tela de juicio precisamente ese mito de la ma-dre arcaica. Se ha destacado la invasión de los movimientos femeninospor la paranoia13 y es conocida la famosa frase de Lacan: “La Mujer noexiste.” No existe en efecto como La detentora de una plenitud mítica,potencia suprema, sobre la que se apoya el terror del poder y el terroris-mo en tanto que deseo de poder. ¡Pero qué fuerza de subversión! ¡Quéjuego con el fuego!

13 Cf. Micheline Enriquez, “Fantasmes paranoïaques: différences des sexes,homosexualité, loi du pere”, en Topiques, núm. 13, 1974.

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Creaturas y creadoras

El deseo de ser madre, visto como alienante o reaccionario por la genera-ción feminista anterior, no se ha convertido en una bandera para la gene-ración actual. Pero aumenta el número de mujeres que consideran sumaternidad como compatible con su vida profesional (ciertas mejoras delas condiciones de vida están también en el origen de ello: aumento decasas cuna y de escuelas maternales, participación más activa de loshombres en las pesadas cargas de la madre, etc.). Por añadidura, lasmujeres consideran la maternidad indispensable para la complejidad dela experiencia femenina, con sus alegrías y sus penas. Esta tendenciatiene su extremo: las madres lesbianas o algunas madres solteras querechazan el valor paterno. Se puede ver en ello una de las formas másviolentas de ese rechazo de lo simbólico del que hablábamos más arriba,y una de las divinizaciones más fervientes de la potencia materna. Hegeldistinguía un derecho femenino (familiar y religioso) de una ley mascu-lina (de la ciudad y política). Nuestras sociedades conocen bien los usosy los abusos de esta ley masculina, pero es forzoso reconocer que el dere-cho femenino se distingue de momento por un blanco. Si estas prácticasde maternidad sin padre estuvieran llamadas a generalizarse, es indis-pensable elaborar su legislación para frenar la violencia cuyo objeto estanto el niño como el hombre. ¿Son las mujeres capaces de esta preocu-pación psicológica y jurídica? Esta es una de las grandes preguntas queenfrenta la nueva generación femenina. Incluso y sobre todo cuando seniega a planteárselas, capturada por la misma rabia contra un orden ysu ley del que se estima la víctima.

Frente a esta situación, parece evidente —y los grupos feministas sedan cada vez más cuenta de ello cuando tratan de ampliar su audien-cia— que el rechazo de la maternidad no puede ser una politica general.Hoy la mayoría de las mujeres encuentra su vocación trayendo al mundoun hijo. ¿A qué corresponde ese deseo de maternidad? Esta es una pre-gunta para la nueva generación que la precedente había prohibido. Afalta de respuesta, la ideología feminista abre el camino a losresurgimientos religiosos que tienen con qué satisfacer las angustias, lossufrimientos y las esperanzas de las madres. Si bien no se puede aceptarmás que parcialmente la afirmación freudiana según la cual el deseo dehijo es un deseo de pene y, en este sentido, un substituto de la potenciafálica y simbólica, se debe prestar también un oído atento a las palabrasde las mujeres modernas sobre esta experiencia. El embarazo es una

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prueba radical: desdoblamiento del cuerpo, separación y coexistenciadel yo y de otro, de una naturaleza y de una conciencia, de una fisiologíay de una palabra. Este cuestionamiento fundamental de la identidad vaacompañado de un fantasma de totalidad, completud narcisista. El em-barazo es una especie de psicosis instituida, socializada, natural. Lallegada del hijo, en cambio, introduce a su madre en los laberintos deuna experiencia poco común: el amor a otro. No para sí, ni para un seridéntico, todavía menos para otro con el que el “yo” se fusiona (pasiónamorosa o sexual). Sino lento, difícil y delicioso aprendizaje de la aten-ción, de la dulzura, del olvido de sí. Realizar este trayecto sin masoquis-mo y sin aniquilamiento de la personalidad afectiva, intelectual,profesional, parece ser el reto de una maternidad desculpabilizada. Éstase convierte, en el sentido fuerte del término, en una creación. De momen-to, descuidada.

No obstante, el deseo de afirmación femenino se manifiesta ahoraen la aspiración a la creación artística y en particular a la literaria. ¿Porqué la literatura?

¿Es porque, frente a las normas sociales, la literatura despliega unsaber y a veces la verdad sobre un universo reprimido, secreto, incons-ciente? ¿Porque duplica así el contrato social revelando su no dicho, suinquietante extrañeza? ¿Porque del orden abstracto y frustante de lossignos sociales, de las palabras de la comunicación corriente, hace unjuego, espacio de fantasía y de placer? Flaubert decía: “Madame Bovarysoy yo”. Ahora algunas mujeres imaginan: Flaubert soy yo. Esta preten-sión no traiciona solamente una identificación con la potencia imagina-ria. Testimonia también el deseo de las mujeres de desencadenar el pesosacrificial del contrato social. Y de alimentar nuestras sociedades con undiscurso más flexible, más libre, que sepa nombrar lo que aún no ha sidoobjeto de circulación comunitaria: los enigmas del cuerpo, las alegríassecretas, las vergüenzas, los odios del segundo sexo...

En los últimos tiempos, también la escritura femenina atrae el máxi-mo de atención por parte tanto de “especialistas” como de los medios decomunicación. En su trayecto, los escollos no son sin embargo menores.¿No se leen rechazos ridiculizantes de la “literatura de los hombres”,cuyos libros son no obstante los “patrones” de múltiples escritos femeni-nos? ¿No se venden gracias a la etiqueta feminista numerosas obrascuyas jeremiadas ingenuas o cuyo romanticismo de bazar habrían sidosin ella rechazadas? ¿No se encuentran en la pluma de escritoras muje-res ataques fantasmáticos contra el Lenguaje y el Signo acusados de ser

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los soportes últimos del poder falócrata? ¿En nombre de un cuerpo pri-vado de sentido y cuya verdad no sería más que “gestual” o “musical”?

No obstante, sean cuales sean los resultados discutibles de la pro-ducción femenina, el síntoma ahí está: las mujeres escriben. Y la esperase hace pesada: ¿qué escribirán de nuevo?

En el nombre del Padre, del Hijo...¿Y de la mujer?

Esas manifestaciones propias de la nueva generación femenina en Euro-pa demuestran que aquella se sitúa en el lugar mismo de la crisis religio-sa de nuestra civilización.

Llamo religión a la necesidad fantasmática de los seres hablantesde darse una representación (animal, femenina, masculina, parental, etc.)en el lugar de lo que les constituye como tales: la simbolicidad. El femi-nismo actual parece precisamente constituir esa representación que vie-ne a suplir las frustraciones impuestas a las mujeres por la tradicióncristiana y su variante laica humanista. Que esta nueva ideología tengaafinidades con las creencias llamadas matriarcales no debe ocultar sunovedad radical. Forma parte de la corriente antisacrificial que animanuestra cultura. En su protesta contra los constreñimientos, no se expo-ne menos a los riesgos de la violencia y del terrorismo. A este nivel deradicalismo, es el principio mismo de socialidad lo que está puesto enduda.

Para algunos pensadores contemporáneos, como sabemos, la mo-dernidad sería la primera época en la historia de la humanidad en que elhombre intenta vivir sin religión. El feminismo, en su forma actual, ¿noestá a punto de convertirse en una religión?

O, al contrario, ¿llegará a deshacerse de su creencia en La Mujer, Supoder, Su escritura, para hacer surgir la singularidad de cada mujer, susmultiplicidades, sus lenguajes plurales: hasta perder el horizonte, hastaperderse de vista, hasta perder la fe?

¿Factor de reunión último? ¿O factor de análisis?¿Soporte imaginario en una era tecnocrática que frustra los

narcisismos? ¿O instrumentos a la medida de esta época en la que cos-mos, átomos y células, nuestros verdaderos contemporáneos, llaman a laconstitución de una subjetividad fluida y libre?

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Otra generación es otro espacio

En lo sucesivo se puede tomar distancia respecto a las dos generacionesfemeninas precedentes. Esto implica que una tercera está a punto decobrar cuerpo, en todo caso en Europa. No tengo en mente una nuevaclase de edad (aunque no haya que subestimar su importancia) ni otro“movimiento de masas femeninas” que sucedería a la segunda genera-ción. El sentido que reviste aquí el término “generación” a fin de cuentasimplica menos una cronología que un espacio significante, un espaciomental, corporal y deseante.

Para esta tercera generación que yo reivindico —¿que yo imagi-no?— la dicotomía hombre/mujer en tanto que oposición de dos entida-des rivales parece pertenecer a la metafísica. ¿Qué quiere decir“identidad” e incluso “identidad sexual” en un espacio teórico y cientí-fico donde la noción misma de identidad está cuestionada?14 No insinúosimplemente una bisexualidad que con mucha frecuencia traiciona laaspiración a la totalidad, a un borramiento de la diferencia. Intento pri-mero una desdramatización de la “lucha a muerte” entre ambos sexos.No en nombre de su reconciliación: el feminismo ha tenido por lo menosel mérito de hacer surgir lo que hay de irreductible y hasta de asesino enel contrato social. Pero para que su violencia opere con el máximo deintransigencia en el seno de la identidad personal y sexual y no median-te el rechazo del otro.

De ello se desprenden riesgos para el equilibrio personal y para elequilibrio social constituidos por la homeostasis de fuerzas agresivaspropias de los grupos sociales, nacionales, religiosos y politicos. No obs-tante, ¿no es la insoportable tensión subyacente a ese “equilibrio” lo queconduce a los que sufren de ella a separarse, a buscar otra regulación dela diferencia?

Veo que se inicia, bajo las apariencias de una indiferencia frente almilitantismo de la primera así como de la segunda generación, una reti-rada respecto al sexismo.

A excepción de las reivindicaciones homosexuales, masculinas yfemeninas, el sexo se impone cada vez menos como un centro del interés

14 Cf. El Seminario sobre la Identidad, dirigido por C. Lévi-Strauss, Grasset,1977.

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subjetivo. Esta desexualización llega incluso a poner en tela de juicio,más allá del humanismo, el antropomorfismo sobre el que descansa nues-tra cultura. El hombre y la mujer son cada vez menos el pivote del interéssocial. El narcisismo o el egoísmo paroxísticos de nuestros contemporá-neos no está más que en aparente contradicción con ese retroceso delantropomorfismo. Cuando no se encalla en la supremacía técnica y larobotización generalizada, éste, vencido, busca salidas en la espirituali-dad. La liberalización sexual, el feminismo, ¿no habrán sido más quetransiciones hacia un espiritualismo?

Que éste gire hacia la evasión o la represión conformista no deberíaocultar la radicalidad de la trayectoria. Esta se podría resumir como unainteriorización de la separación que funda el contrato social y simbólico.En lo sucesivo, el otro no es un mal extraño a mí, chivo expiatorio exterior:otro sexo, otra clase, otra raza, otra nación. Yo soy víctima y verdugo,misma y otra, idéntica y extraña. No me queda más que analizar indefini-damente la separación fundadora de mi propia e insostenible identidad.

Las religiones están prestas a acoger esta conciencia europea aten-ta al mal intrínseco que se desprende después de las vivencias y loscallejones sin salida ideológicos en los que participa la aventura femi-nista. ¿Existen otros discursos capaces de sostenerla? Junto al psicoaná-lisis, el papel de las experiencias estéticas debería incrementarse no sólopara hacer de contrapeso al almacenamiento y la uniformidad de la in-formación, sino para desmitificar la comunidad del lenguaje como he-rramienta universal, totalizante, niveladora. Para hacer surgir, con lasingularidad de cada quien, la multiplicidad de nuestras identificacio-nes, la relatividad de nuestras existencias simbólicas y biológicas.

Comprendida así, la estética toma a cargo la cuestión de la moral. Elimaginario contribuye al esbozo de una ética aún invisible, hasta talpunto el desencadenamiento de la impostura y del odio causa estragosen las sociedades liberadas de dogmas pero también de leyes. Constreñi-miento y juego, el imaginario deja prever una ética que, consciente delhecho de que su orden es sacrificial, reserva la acusación para cada unode los participantes. Los declara culpables y por tanto responsables,pero dándoles inmediatamente la posibilidad de disfrute, de produccio-nes variadas, de vidas hechas de sufrimientos y de diferencias. Una éticautópica, ¿pero existen otras?

Aquí se podría retomar la pregunta de Spinoza: ¿las mujeres estánsujetas a la ética? Probablemente no a la definida por la filosofía clásica,respecto a la cual las generaciones feministas se inscriben peligrosamente

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en falso. ¿Pero no participan las mujeres de ese desmoronamiento queexperimenta nuestra época en diversos niveles (desde las guerras hastala concepción artificial pasando por las drogas) y que plantea la exigen-cia de una nueva ética? La respuesta no podría ser afirmativa más que acosta del agotamiento del feminismo como momento del pensamientoque aspira a captar una identidad antropomórfica como la que manchala liberación de nuestra especie. ¿Y qué manifiestan actualmente las co-rrientes “politically correct” en los Estados Unidos? La conciencia euro-pea lleva la delantera en este plano. En gran parte a causa de la inquietudy la creatividad de sus mujeres.

Traducción: Isabel Vericat

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¿Se puede cambiar de sentido a la política?*

Alessandra Bocchetti

Se puede cambiar de sentido a la política? Para contestar a estapregunta creo que debo hacer por lo menos otras cuatro y tam-bién responderlas.

Para quedarme en la primera. Creo que no sólo se puede cambiar desentido a la política, sino que se debe. Todos nosotros hemos nacido ycrecido en una idea de política que piensa al hombre en el centro delmundo. Y aunque en el centro del mundo pusiéramos a todos los sereshumanos, porque somos democráticos, o pusiéramos a un hombre y unamujer, el sentido no cambia, siempre está equivocado. En realidad, loequivocado está en la idea de poder que esta centralidad provoca. Co-múnmente se piensa que no hay poder sin gobierno y que no hay gobier-no sin poder. Y que por lo tanto no podemos prescindir del poder. Esto eslo que ha cambiado. Existen ejemplos de gobierno sin poder, como el delamor de la madre, que se observa como paradigma del amor/relación, yel de la persona autorizada a la que se respeta por libre inclinación. Creoque hay que trabajar sobre este terreno más que en otros para orientarsehacia una idea de política sin poder. No quiero decir que imagino unmundo donde el poder ya no existiría, creo que el poder existirá siempre,pero como existirán siempre la violencia y la mentira. Para la politica queentiendo, el poder sigue siendo un vicio privado y no una virtud pública.Erradicar el poder de la idea de gobierno no es una empresa fácil porqueen la cabeza de los occidentales, el poder está muy bien arraigado.

Creo que una politica que da por descontado el poder no es unapolítica favorable a la condición humana porque de cualquier modo esuna política de guerra. Basta con pensar en sus metáforas: lucha, victo-

* Debate organizado por la revista italiana Critica Marxista, 25 de enero de1994, Hotel Bologna, Roma.

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ria, derrota, adversario, desafío, salir al campo, también en la democra-cia, para conquistar votos. Los animales metáfora de lo político son siem-pre, incluso hoy, el león, el zorro, el lobo.

La segunda pregunta a la que contesto es la siguiente: ¿es posibleuna política sin ideología? En el mejor de los casos, la ideología es unagran narración que da sentido a las cosas y a los seres humanos, muypotente, tanto que puede esconder lo existente y mostrar lo que no es,capaz de producir realidad social y grandes trastornos. Menciono algu-nas de estas grandes narraciones: el capitalismo, el fascismo, el comu-nismo, el feminismo; también el feminismo es una ideología. Ahora bien,pienso que si se ha logrado prescindir de Dios, prescindir del rey, y porello no se ha perdido el sentido de nuestra presencia sobre la Tierra,ahora nos toca prescindir de las ideologías. No de los ideales, sino de lasideologías. Esta es en mi opinión la tarea del presente. Es una gran tarea,la más alta. Volver a la inteligencia de las cosas, de los acontecimientos,que hablemos de ellos por lo que son. Pasar de la gran narración, al decir,a escuchar. Esto es lo nuevo que hoy está en juego.

Cuando tenía poco más de veinte años, Simone Weil hizo un viaje aAlemania durante un mes o algo más. Se preparaba el nazismo. Al regre-so, escribe un ensayo que se llama “La Alemania totalitaria”. Su análisisy sus previsiones son de una precisión y de una inteligencia extraordi-narias. Siempre he pensado que este tipo de inteligencia lúcida se debíaal hecho de que la joven Simone Weil no era nada, no era fascista, no eracomunista, no era nazi, no era católica, no era pacifista, no era nada. Lascosas y los acontecimientos se le mostraban por lo que eran, fuera decualquier gran narración.

La tercera pregunta a la que contesto es la siguiente: ¿es posible unapolítica sin la idea de estado? Porque la idea de estado es en sí una ideasin cuerpo. Doy un ejemplo: el estado es el que declara la guerra, pero elpaís es el que la sufre. El país, en cambio, es una idea llena de cuerpos.

Por la idea de estado se están masacrando en Yugoslavia. Como esuna idea sin cuerpo produce atrocidades. No pienso sólo en los niñosmuertos, en las violaciones a las mujeres, sino en aquella anciana quealguien crucificó en la puerta de su casa.

O pienso en mi historia, en mí, madre de izquierda, que queriendoeducar dos hijos laicamente, me topaba con la idea de estado siempreque trataba de enseñarles la fuerza de un gesto generoso. Pasar unatarde a la semana con un niño minusválido, llevar de comer a un vecinoenfermo. Se me reprochaba: tu gesto avala la ineficacia y la injusticia del

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estado, el estado es el que debe organizar las estructuras necesarias. Es elestado el que debe ser justo. Y así hemos acabado por volvernos todosindiferentes. Y nuestros hijos están dispuestos a salir a la plaza por elpueblo palestino, pero son incapaces de un verdadero gesto generoso.

La última pregunta a la que contesto es: ¿se puede prescindir de laidea de progreso? Me doy cuenta de que estoy cometiendo casi un dispa-rate. Pero no importa. En un planeta como el nuestro donde empiezan adeteriorarse las condiciones de sobrevivencia, no debería ser difícil re-nunciar al progreso. Si el progreso se inspira en avanzar, en el crecimien-to, encuentro aún más extraña la afición a esta idea. La verdad es quecasi todos añoramos nuestra infancia y por delante nos espera cierta-mente la muerte.

Lo que he hecho parece casi un juego sádico. He privado a un sujetopolitico, que puede ser un señor o una señora, primero del poder, des-pués de las ideologías, después de la idea de estado y para terminar le hesustraído también la idea de progreso. ¿Qué le queda? La única posibili-dad que le queda es un extremo materialismo: atenerse a la verdad delcuerpo y a lo que existe, y atenerse tan fielmente que no llegue nunca alas grandes narraciones. El extremo materialismo no es una ideología,sino una práctica, un estilo; lejano de la ética de las reglas, de los dere-chos, de los deberes, próximo en cambio a la ética de la virtud. El extremomaterialista piensa que la necesidad es condición de existencia y que nohay humillación en la dependencia porque la dependencia es la verdadde la condición humana. No ha nacido león, ni zorro ni lobo. Esto nosignifica que no tenga la fuerza de rebelarse contra la miseria, el hambre,la violencia. Es una pregunta de verdad la que el extremo materialistadirige a la política. Su Constitución podría empezar como sigue: “Nin-guna criatura es iguala otra, pero todas somos partícipes de la condiciónhumana, estamos expuestas a los acontecimientos de la naturaleza, dela historia, de las pasiones; por eso tenemos necesidad los unos de losotros...”.

Traducción: Isabel Vericat

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Un feminismoilustrado

E l libro que ahora comentamos,Feminismo: igualdad y diferen-

cia, de la autora Celia Amorós, bienpodría haberse llamado “Por unfeminismo ilustrado”, ya que lospilares de la Ilustración se consti-tuyen no sólo en el horizonte dereferencia de la autora, sino tam-bién en su apuesta, teórica, ética ypolitica.

Pensando desde luego a la Ilus-tración como un horizonte en don-de el eje son las luces de la razón,cuya lógica y capacidad argumen-tal son la única vía de fundamen-tación y justificación plena de todotipo de configuración teórica y prác-tica. Luces capaces de irradiar efec-tos críticos de lo existente, así comoefectos en la construcción de nue-vos órdenes de vida acordes con losprincipios de una razón que se fun-da en la coherencia lógica, en lavalidez universal y en consonan-cia con ello, en la capacidad expli-cativa y reflexiva o autoexplicativa.

Por ello es que Kant, contemplan-do todas sus derivaciones, definíaa la Ilustración como la mayoría deedad del género humano, más alláde toda suerte de paternalismo,como esa capacidad de valerse dela propia razón, con lo que ello im-

plica, un principio de autodetermi-nación cuyas únicas reglas son lasde la razón, más allá de atajos queatenten contra la coherencia, deexcepciones que tiren por tierra launiversalización, de dogmas quepretendan suplir las explicaciones,o de simulaciones y autocompla-cencias que cancelen la crítica yautocrítica argumental.

Se trata de un libro que, fiel a suparadigma, busca darnos razonesclaras y distintas, que es rico enmatices y precisiones, en un ámbi-to de reflexión ayuno muchas ve-ces de estas cualidades como es elfeminismo. En esta línea abordaalgunos de los ejes problemáticoscentrales del mismo: constituciónde las identidades genéricas, ges-tación y definición de las luchasfeministas, conceptuación y vincu-lacion de los movimientos feminis-tas con el poder y la política, y laconfrontación de enfoques teóricosfeministas.

Y también fiel a ese paradigma,hace un encomiable ejercicio de lacrítica que alcanza los prejuicios ydogmas que han acompañado a laspropias feministas en sus reflexio-nes teóricas y formas de organiza-ción, que pone en cuestión losdispositivos de otras teorías que sepresentan como alternativas, espe-cialmente el feminismo de la dife-rencia, y desde luego en unaexigencia de coherencia, la crítica

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alcanza a la propia Ilustración ysus insuficiencias, ya que al torcer-se y retorcerse algunos de sus ca-minos ha acabado por incumplirprincipios básicos de los cuales lasmujeres, aunque no sólo, podemosdar amplios testimonios.

Siendo un texto de corte polémi-co es una pena que su presentaciónsea en ausencia de la autora conquien habría sido muy provechosoy estimulante tener ahora un inter-cambio, especialmente porque yo,que también tengo un alto apreciopor muchas de las cualidades de latradición ilustrada, mantengo algu-nas diferencias de matiz y de énfa-sis con algunos de los argumentosde Celia Amorós quien, pienso queen su entusiasmo ilustrado, a ve-ces comete algunas injusticias, y enotras me pregunto si no se quedaatrapada en algunos de esos retor-cimientos que han generado incon-gruencias de los propios idealesilustrados.

Sobre esos desacuerdos me inte-resaría hacer algunos comentarios,no sin antes destacar muchos de losaciertos de la autora, con lo cualsólo persigo estimularles a leer ellibro y a que hagan propia la invi-tación de la autora, que yo he he-cho mía, de que a los errores,prejuicios e insuficiencias expli-cativas y las implicaciones prácti-cas que de ellos derivan sólo se lesresuelve con “ilustración y másilustración”.

Cada uno de los tres capítulosque componen este pequeño libro,no obstante su brevedad, nos apor-tan elementos conceptuales, unaubicación precisa y la formulaciónclara de los problemas, cosas queson de gran valor, así como pro-puestas de interpretación ricas enimplicaciones prácticas para losmovimientos feministas. Así ocurrecuando enfatiza la raigambre ilus-trada de ideales como el de igual-dad, apuntalado junto con otrosvalores por el criterio de “univer-salización” que permea a este tipode racionalidad.

Universalización que se constitu-ye en la condición de posibilidad dereglas mínimas de comunicación yconvivencia racional, y que al ser lacriba por la que estas reglas se cons-tituyen en derechos, es uno de losmayores testimonios de las posibi-lidades civilizatorias que pueden al-canzar los seres humanos.

Siendo éste el eje de reflexión deCelia Amorós nos mostrará en for-ma por demás esclarecedora que alser las mujeres excluidas de eseámbito de la universalización, seconstituye en un hecho que no sóloexplica el modelamiento de formasde vida, estilos de pensamiento yfronteras puntuales para la acción,en las que queda ocluida la posibi-lidad de la individuación y la cons-titución como personas, y con elloel ejercicio pleno de nuestros dere-chos, lo que ella llama el “espacio

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de las idénticas”, situación que porlo demás, se convierte en la másdura prueba a un orden social ycultural que pretende haberse ba-sado en un ideario ilustrado, y enuna de sus mayores incongruen-cias.

Pero al mismo tiempo es el hori-zonte que como condición de posi-blidad fertiliza y hace factible elsurgimiento de movimientos reivin-dicatorios como el feminismo, y seconvierte en su cobertura teórico-ideológica básica de cualquiera desus justos reclamos.

Uno de esos reclamos que a jui-cio de la autora, con la cual coinci-do, aunque por desgracia ella nogoza del reconocimiento y acepta-ción generalizada de todas las fe-ministas, es el del acceso al poder,tanto por su legitimidad como porsu centralidad en la consecución delas metas que el feminismo se plan-tea, en otras palabras, la importan-cia de ejercer una política potente,la necesidad de ocupar cargos pú-blicos y participar en pie de igual-dad en la toma de decisionespolíticamente relevantes.

Ciertamente, nuestra historia degénero ha estado marcada por laexclusión, ya no digamos de eseámbito político constitutivo de sen-tido, procesador de decisiones yforjador de destinos, sino inclusode ese ejercicio básico de derechospoliticos mínimos en calidad deciudadanas, capaces de decidir so-

bre nuestras propias vidas, con per-sonalidad jurídica para realizarcontratos, y ejercer conforme a de-recho la libre expresión, la partici-pación, como el elegir o ser elegidaspara ocupar cargos de responsabi-lidad. Y que pese a los avances quehoy día se registran en algunos deestos puntos está muy lejos de serya no satisfactorio, siquiera digno.

En ese sentido le asiste la razóna Celia Amorós que, en una líneacrítica que ha sido recorrida pornumerosas feministas, cuestionano sólo la plataforma ideológica decorte patriarcal que legitima y fo-menta este orden de cosas, así comocuando rechaza aquellas actitudesde resistencia por parte de muchasfeministas para reconocer como unaprioridad el acceso al ámbito pú-blico, institucional, del poderpolitico, y cuando denuncia enér-gicamente aquellos dispositivosteóricos que ciertos feminismoscomo, en efecto, es la tendencia pre-valeciente de quienes defienden unfeminismo de la diferencia, concuyo apoyo y muy a su pesar, ha-cen el juego a aquella plataformaideológica que tradicionalmentenos ha considerado incapaces parala política e incluso para hacernoscargo de nuestras propias vidas.

A este respecto, la autora acudeal criterio de la universalizaciónpara mostrar que la plataformaideológica patriarcal ha auspicia-do, en una flagrante contradicción

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con tal criterio, una doble moral quenos ha dejado inermes y maniata-das a las mujeres para rechazar eltipo de consideración y el trato des-igual de que hemos sido y somosobjeto, y es por ello inaceptable quelas propias feministas de la diferen-cia reproduzcan este tipo de lógicadiscursiva.

En efecto, a éstas se les podríacuestionar por lo mismo que hansido inumerablemente criticadoslos movimientos de izquierda, yparticularmente los de inspiraciónmarxista, la radicalización de latesis de que “el poder corrompe”, yen consecuencia su dificultad paraavenirse con sus requerimientos depoder para ser generadores de unapolítica positiva como diría Weber,vale decir, capaz de ir más allá dela denuncia y el bloqueo perma-nente del procesamiento de deci-siones, y en cambio, sin cejar en elpotencial crítico, participar en latoma de las decisiones relevantes,vigilar el apego a las reglas deljuego formalmente establecidas,aprender a negociar sin menosca-bo de los principios, por mencio-nar sólo algunos puntos.

Se podría coincidir con la auto-ra en que sin una plataforma deigualación, cribada por el criteriode universalización, no se puedeabogar por la defensa de las dife-rencias, y que éste sería uno de lospuntos de mayor debilidad de di-cha teoría feminista, en vista de que

estamos muy lejos de haber alcan-zado esa base indispensable.

Sin embargo, con ser razonable-mente aceptable dicha argumenta-ción, considero que los elementosque aporta para sostenerla me me-recen ciertos reparos. Dar una lu-cha por el derecho a la diferenciasin haber logrado la constituciónde persona, que es desde la únicaque se puede partir para configu-rar y alegar diferencias enriquece-doras de nuestra identidad, que nodiferencias inequitativas, puedeparecer que se pone la carreta de-lante de los bueyes, puede, comotambién se les criticó a los marxis-tas, significar una infravaloraciónde la relevancia de los derechos for-males, el no haber entendido quees la plataforma mínima para, apartir de allí, construir ordena-mientos políticos que aspiren a unmínimo de libertad, igualdad y jus-ticia.

Pero con todo y haber cada vezconsensos más amplios a este res-pecto en nuestra historia reciente,y con ser sana toda crítica a cegue-ras semejantes, no creo que con-venga contribuir gratuitamente adebilitar una memoria histórica re-flexiva y crítica, y a propiciar fáci-les olvidos de las razones queinspiraban a los marxistas —noobstante aquellos desaciertos de suformulación crítica— e inspiran alas feministas para desconfiar delos limites e insuficiencias que toda

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razón formal trae consigo, y no sóloporque bajo los auspicios de tal ra-zón formal y contradiciendo susprincipios, se hayan generado dis-cursos encubridores de las peoresinjusticias e iniquidades, sino ade-más porque a cualquier observadormedianamente agudo, no se le es-capa que una razón universalizan-te y homogeneizante puede tambiénser generadora de injusticias, al nopoder cubrir toda la gama de nece-sidades y expectativas particulareso la complejidad de situaciones es-pecíficas; en otras palabras, porquelas contradicciones entre una ra-zón formal y una razón materialson permanentes e ineludibles.

Insisto en que aun cuando losargumentos principales de CeliaAmorós son plausibles, su entu-siasmo ilustrado como en otro mo-mento lo llamé, le lleva en algunosde sus razonamientos a perder esematiz y cuidado, que en generalcaracteriza al libro, y a traslucir loque quizás sean ciertos prejuiciosde su parte.

Cuando cuestiona al feminismode la diferencia y de paso al pensa-miento posmodemo como referenteteórico para fundamentar una re-flexión feminista, una de sus tesisprincipales gira en torno precisa-

mente al concepto de “diferencia”,al respecto comenta:

Se dice que la conquista es la diferen-cia; esto es muy curioso ¿no es justolo que está dado? —y agrega—...postulación de una diferencia quees algo ya dado parecido a lo de siem-pre y se nos quiere “vender” como algotan maravilloso, tan estupendo, tanexcelente, y que plantea no se sabequé alternativas utópicas, ni muy bienqué luchas se tienen que llevar a cabopor lograrla...1

Indudablemente le asiste la ra-zón cuando ese derecho a la dife-rencia mal oculta perezas ycobardías ante los retos que laigualdad conlleva, como tambiéncuando la diferencia es concebidaconforme al molde con que los dis-cursos patriarcales la acuñaron,pero cuando la reivindicación dela diferencia la enarbola como ban-dera una minoría étnica para pre-servar un legado cultural, o unmovimiento homosexual para de-fender una preferencia sexual, o unmovimiento feminista para lucharpor nuevas formas de ejercicio delpoder y de la política, allí la dife-rencia no es “más de lo mismo”, esuna lucha contra la barbarie quetambién la civilización occidental,y qué duda cabe, conlleva en muyaltas dosis, una civilización que

1 Amorós Celia, op. cit., (pp. 41-42).

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bajo el velo de la ilustración con-forme ha fomentado las diferenciasa fin de preservar formas de domi-nio y sojuzgamiento, igual arrasacon ellas según convenga.

No se trata desde luego de con-vertir la necesidad en virtud, y rei-vindicar el sojuzgamiento, sino delderecho a elegir otros parámetrosque no sean los de una “razón” quemuchas veces en la práctica, haoperado y opera como aplanadora,lo cual la autora no parece estardispuesta a reconocer.

Digo esto porque cuando CeliaAmorós reivindica “el derecho almal”, el dejarse de pruritos parareconocer que deseamos el poder,o el creer que estamos obligadas aser garantes de una más alta mo-ralidad en nuestras organizacio-nes y luchas, con ser atinada ensu señalamiento, al ser tan tajanteen su rechazo a la bandera de ladiferencia, en aras de combatir ladoble moral y de universalizar elcódigo moral masculino, conside-ro que acaba confundiendo la for-ma con el fondo.

Si deseamos la universalizaciónque nos constituya como iguales,y si somos congruentes con el im-perativo categórico kantiano queacorde con ese principio de univer-

salización reza: “Obra de tal modo,que la máxima de tu voluntad pue-da valer siempre, al mismo tiempo,como principio de un legisladoruniversal”, yo me pregunto si asu-mir la regla de la universalizacióncomo propia supone dejarnos de“...remilgos [y] ... objeciones purita-nas a sus contenidos”,2 que no sonotros que los valores patriarcalescon toda su dosis de dominio ysojuzgamiento; en principio signi-ficaría entrar en contradicción condicho imperativo categórico, y des-pués implicaría abandonar una delas más importantes armas de todomovimiento radical, el ejercicio dela crítica al orden existente y unode los más caros valores del femi-nismo, su voluntad de cambio, porello se podría decir junto con laautora que es justo que reivindique-mos nuestro derecho al poder, peroyo agregaría, no de un poder queha tenido como condición el desco-nocer y anular a otros, si se quierealgo utópico, pero a lo cual no hayque renunciar.

De igual manera diferiría de surechazo a aquellas alianzas que elfeminismo ha tendido a construircon otros movimientos sociales,una de sus razones es que no haypunto de igualación entre movi-

2 lbid., p. 39.

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mientos de minorías y “aquello queconcierne al 50% de la población”y cuya larga historia sobrepasa ala de los movimientos sociales, locual es muy cierto, pero más allá dela especificidad de los problemas yluchas de cada grupo, y desde lue-go evitando ese dejo desconocedorque me pareció percibir en su igua-lación entre diferencia-subcultura-”marginalias”, me parece que conser discutible el criterio del margi-nalismo para definir las organiza-ciones y los reclamos de las mujeres,no se aprecia el gran valor que tie-nen estas articulaciones con otrosmovimientos, la importancia de laspolíticas recompositivas que nosólo potencian la fuerza de estasluchas a fin de posibilitar cambiosreales, sino que pueden tener unpotencial democratizador que laspolíticas institucionalizadas tien-den a ocluir.

Aceptando que no se trata de es-tablecer alianzas irreflexivas quetiendan a desdibujar y a subordi-nar nuestros propios reclamos, noreconocer las posibilidades de po-líticas articulatorias y recomposi-tivas, puede implicar quedarseatrapado en un modelo politico endonde la hegemonía del poder esinterpretada en el sentido más tra-dicional de dominio monolítico ytotal, cuestión que desde luegoconsidero que si Celia Amorós es-tuviera aquí presente, tampocosostendría.

Griselda Gutiérrez Castañeda

Celia Amorós, Feminismo, igual-dad y diferencia, Libros del PUEG,UNAM, México, 1994, 127 pp.

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lecturas

Inciarte y el machismogalante

El machismo de Ortega y Gasset

C omo “galantería sexista” o“machista” ha bautizado Es-

teban Inciarte el modo en el que pre-senta Ortega y Gasset sus “teorías”sobre el ser de la mujer. Es decirarropado en un lenguaje por de-más cortés, reverencial y “filoso-fante”, el discurso de Ortega —yde tantos otros y otras, filósofos yno— pretende aclarar a tantas“mentes ciegas”, que existen espa-cios definidos para el ser y actuarde hombres y mujeres, espacios queno se entrecruzan ni deben cruzar-se jamás.

Para Inciarte la galantería ma-chista de Ortega se convierte en untema digno de un libro, porque,dice, le preocupa este discurso quela mayoría de las personas, inclu-so feministas según él, no recono-cen como sexista y sí aceptan porlo que de halagador tiene.

Así El machismo galante puedeverse como un compendio de la se-rie de argumentos utilizados —to-

davía hoy— para descalificar el de-recho de las mujeres a la igualdadde oportunidades y condiciones. Omás sutilmente, ya no descalificar,pero sí mantener las oposicionesque nos impiden pensar un mun-do diferente; inclusive para la teo-rización feminista: conceptos como“cultura femenina, escritura feme-nina, feminidad, se han convertidoen una limitación, en cierto modoun obstáculo para el pensamientofeminista”, como señala Teresa deLauretis.1

Y aunque no recurre en ningúnmomento a la teoría feminista,Inciarte llega a conclusiones muycercanas a las alcanzadas por ésta.Frente al constante recurrir de Or-tega a las explicaciones del tipo “lavida es así”, con las que remata susafirmaciones sobre las “esencias”opuestas de mujeres y hombres,Inciarte recurre a lo que él llama el“buen sentido” y se acerca al con-cepto básico de género: “Conceda-mos —dice— que determinadaspeculiaridades de índole intelec-tual, afectiva y temperamental re-sulten más recurrentes [...] en unsexo que en otro; no obstante y si-quiera como hipótesis de trabajopudiera interpretarse que ello de-

1 Teresa de Lauretis, Technologies of Gender. Essays on Theory, Film and Fiction,Indiana University Press, Bloomington-Indianapolis, 1987, p. 1.

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pende y deriva de ciertos condicio-namientos sociales, de ciertas pre-siones culturales y educativas, enuna palabra, del medio ambiente”(p. 36). Esta es, entonces, la hipóte-sis que le permite a Inciarte disec-cionar lo que llama la “feminología”de Ortega y Gasset. No menos im-portante, es el hecho de que segura-mente se podría caracterizar aOrtega por su célebre afirmación “Elhombre es él y su circunstancia”,premisa que pensaríamos presenteen toda su obra, y descubrimos enEl machismo galante que, por lo me-nos cuando habla de las mujeres,más bien de La Mujer, hace conve-nientemente a un lado.

La esencia femenina

Según Ortega y Gasset, Judit ySalomé —personajes bíblicos— sonejemplos claros de cómo la “esen-cia femenina” puede desviarse,“convertirse en su contrario”, enuna especie de animal que pareceplanta, en un “equívoco”. El factorque las asemeja, para Ortega, es elhecho de que ambas obtuvieron lascabezas de dos hombres (por ahídice Freud que decapitar es igual acastrar, tal vez de ahí el horror quesiente Ortega ante los actos de es-tas dos mujeres), sin embargo, lascircunstancias y los motivos decada una son tan diversos que nodeja de sorprender que un filósofo

tan meticuloso las haya pasado poralto. Mientras Salomé pidió la ca-beza de Juan Bautista a nombre desu madre, Judit cortó la cabeza deHolofernes para salvar a su pue-blo. Ella misma utilizó el cuchillo,a Salomé le entregaron la cabeza enuna bandeja. Queda visto que aOrtega lo que le desagradaba era elhecho de que estas dos mujereshubieran realizado actos de poder,hubieran decidido la muerte de doshombres. Y si los actos de dos per-sonajes míticos le provocaban jui-cios tan severos, “el mamotreto” deSimone de Beauvoir (El segundosexo), lo lleva a finalmente revelar“el supuesto básico de todas susapreciaciones anteriores”.

El sexo débil

Ortega descalifica (en “Breve excur-sión hacia ella”, El hombre y la gen-te, 1949-50) el trabajo de Simone deBeauvoir alegando que “las cuan-tiosas” páginas dedicadas a la“biología de los sexos” son “super-fluas” y “poco fecundas” puestoque la mujer no es lo que es, es decirmujer definida siempre en relaciónal hombre, porque así lo quiera lanaturaleza, sino porque así lo hanquerido tanto hombres como muje-res. Si, por otro lado, el destino dela mujer consiste, para Ortega, en“exigir la perfección del hombre”,en “ser el concreto ideal del varón”,

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no tiene por qué ser un obstáculopara cumplir con su “encantadoramisión” el que se la defina a partirdel hombre.

Inciarte agradece a Ortega sufranqueza final, es decir, haberaceptado que en el fondo de su ca-racterización de los sexos, se encon-traba la creencia de que la mujer esinferior al hombre, aunque la com-prensión de esta “verdad” no lohaga olvidar la galantería: “estainferioridad [de la mujer] es fuentey origen del valor peculiar que lamujer posee referida al hombre” (p.188).

Seguramente no se puede pedira Ortega el tipo de reflexiones opremisas que manejamos hoy, hayque situar su pensamiento en sucircunstancia. De acuerdo. Perovale la pena recordar que pensado-res y pensadoras, que escribieronincluso muchos años antes que él,ya habían tratado el tema de lasdesigualdades entre mujeres yhombres desde puntos de vista másinformados, pero sobre todo másaudaces. Y con audaces me refieroa que elaboraron esquemas, teoríasy propuestas que subvertían las vi-siones existentes y predominantes.Podríamos aquí recordar a Engels,

a John Stuart Mill, y citar a Wolls-tonecraft, a propósito de la galan-tería.

Mary Wollstonecraft publicó en1792 Una reivindicación de los dere-chos de la mujer. Wollstonecraft des-cribe en su libro el estado deignorancia y servilismo al que lascostumbres sociales y la educaciónhabían condenado las mujeres;dice, por ejemplo:

¿Por qué las mujeres, escribo con pre-ocupación cariñosa, aceptan recibiruna atención y un respeto de parte deextraños, diferente a aquella urbani-dad que los dictados de la humani-dad y las buenas maneras de lacivilización autorizan entre hombre yhombre? Y cómo es que no descubren... que se las trata como reinas porquese las está engañando con un respetohueco, falso, hasta que se las condu-ce a renunciar, o no asumir, sus pre-rrogativas naturales? Confinadasentonces en jaulas como la raza em-plumada, no tienen otra cosa que ha-cer sino colocarse plumas.2

Es interesante lo que dice MaryWollstonecraft, porque lo que ellaya había percibido y denunciadoen el siglo XVIII, es la posición sos-tenida por Ortega durante la pri-mera mitad del siglo XX, lo queInciarte le reclama en 1994. Y esinteresante conocer la serie de

2 Feminism: The Essential Historical Writings, Vintage, Nueva York, 1972, pp.14-15.

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contradicciones que se presentanen el pensamiento del filósofo es-pañol, lo que nos recuerda que elpensamiento analítico está inser-to en la subjetividad, con todo ysus temores y deseos no confesa-dos. A lo mejor, sí, así es la vida,pero vale la pena hacer concienciade ello: “¿No es, acaso, lo menos

que podemos hacer en servicio dealgo, comprenderlo?”, como dije-ra Ortega y Gasset.

Cecilia Olivares

Esteban Inciarte, El machismo ga-lante, Plaza y Valdés, México, 1994.

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El vuelo de la rata

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El Programa de Ropa con Bolsa Obligatoria: PROROBO

La Secretaría del Coito Fácil: SECOGEF

El Programa de Educación para Pendejos:PREOCUPAPE La Cámara de Carreteras Turísticas: CACATUR.Y el Centro de Readaptación Social Caro Quintino

Presentan

El vuelo de la rata

Una telenovela de (la peor) época. Estelarizada por los intelectuales yartistas que firmaron el 24 de febrero el desplegado de Octavio Paz.

Personajes:SalinasBrunilda Patricia del Asco del Dedillo Lola la sirvientaLas manos del esposo de BrunisEl vendedor de OvacionesExtras:“Los pelones” en las escenas de desmantelamiento de comunida-

des indígenas.Stunt man de Karol WojtylaExteriores: Nueva York y Boston (Universidad de Harvard)Producción: Telenvisia S.A.

Capítulo l. “Manténlas calientes”

Corre el año de 1994, el primero de diciembre toma posesión el nuevo presidentey diecinueve días después el pueblo celebra la ampliación de la banda de flota-ción, dos días después el pueblo celebra el desquiciamiento de los mercados fi-nancieros y el 24 a la noche el pueblo celebra la Navidad.

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Nos encontramos en el modesto, pero fino comedor de Brunilda Patriciadel Asco del Dedillo quien huyendo del malestar de la familia, ha decidido pasarla Navidad completamente sola, en la casa paterna donde alguna vez conoció lafelicidad de no estar casada.

Dominando la parte central del comedor, vemos una gran última cena enla que Luis Donaldo Colosio ocupa el lugar de Jesucristo y el actual gabinetesalinista los lugares de los apóstoles. Sólo la cabeza de Serra Puche ha sidocortada dándole a Judas un aspecto por demás inquietante.

Al empezar la escena, Brunilda se dispone a agradecer los sagrados ali-mentos.

BRUNILDA (Dejémoslo en BRUNIS): Te damos gracias señor por laconcertacesión del PAN de cada día y por habernos dado en la historiael lugar que nos correspondía; estos sagrados alimentos son importa-dos, impórtanos señor así como nosotros importamos a quienes nos ex-portan... (en ese momento irrumpe Lola, la sirvienta de antaño).

LOLA: Señora, ¿quiere que le sirva de una vez la sopa?, está exquisi-ta, es de su propio chocolate.

BRUNIS: ¿Lola, tú aquí? ¡Pero no es posible! ¿Acaso no habías aban-donado el servicio doméstico para administrar tu propio emporio depantimedias y combis?

LOLA: Mire usted señora, a raíz de sus declaraciones en la prensame puse a pensar cuán fácil era dejar de trabajar y dedicarme a cuidar amis hijos, así que sin pensarlo más me encerré en mi casa y no volví asalir hasta el día en que dos de mis pequeños habían muerto de hambre;le confieso que fue doloroso, pero hice de tripas corazón y me dije: deboresistir, todavía tengo otros seis hijos y no los voy a descuidar. Así quetraté de ser una buena madre, pero todo fue en vano, de los seis que yotenía, de los seis que me quedaban, uno se hizo judicial, el otro subdele-gado, otro creo que es diputado, la que sigue anda con narcos, la otra esneoliberal y al menor, el más pequeño acabo de dejarlo en el empeño.Pero hoy que es Noche Buena he venido a suplicarle a usted que esbuena que me dé otro consejo, me siento mal, irresponsable, fracasada,en fin, una mujer mal orientada.

BRUNIS: Vamos, te estás ahogando en un vaso de agua ¡Ay, si por lomenos el pueblo mexicano no fuera analfabeto y monolingüe..! Mira Lola,si te fijas bien, en aquella entrevista ya todo estaba dicho. Pero siéntatemujer, comparte la mesa conmigo, hoy es un día excepcional, es Navidad

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y estamos solas, o si quieres mejor quédate parada en el rincón para queno te sientas mal.

Mira, tu error fundamental fue no fijarte con quien te ibas a casar, yno me refiero a la persona sino al título universitario de la persona y paraser más exactas al idioma en el que está escrito el título universitario.

LOLA: ¿A poco cuando usted se casó con el señor ya le había visto eltítulo de Yale?

BRUNIS: Bueno, no, pero eso se intuye querida, es lo que llamamossexto sentido, para eso somos mujeres; además si no fuera por mi sacrifi-cio, mi marido jamás hubiera llegado a ningún lado, pero imagínate sime hubiese casado con el zángano de mi primer novio, seguro que ahori-ta estaríamos viviendo honradamente o peor aún, en una de esas meresulta un resentido de la UAM Xochimilco y ya me veo yo de zapatistapatarajada.

LOLA: Ay, señora, nunca terminaré de agradecerle, estos consejosno se los pago con nada (se acerca a besarle los pies y tropieza contra lamesita de centro tirando el cenicero de Murano).

BRUNIS: ¡Imbécil, rompiste el cenicero, ¿ves que no sirves para nada?Por eso has servido toda tu vida y seguirás sirviendo, porque no sirves,porque si sirvieras no servirías, ¡estúpida!

LOLA: Cálmese, señora, yo se lo pego, yo se lo pago... (Los gritos deaquella infeliz fueron escuchados, fuera de si, ahíta en su epidermis, Brunisarremete contra la familia y la sumerge en la salsa caliente de los romeritos, estáa punto de ahogarla cuando entra a toda velocidad un trineo sin frenos conduci-do por Karol Wojtyla, vestido de Santa Claus. Como en película gringa el trineorechina, da la vuelta y finalmente se estrella contra la chimenea produciendo unestruendo y una mezcla horrible de hierros retorcidos con cuernos de reno).

BRUNIS: (soltando a Lola y mirando hacia la autora de la telenovela):¿Se puede saber a qué viene la gratuidad de involucrar a su santi-

dad en todo esto?JESUSA: Visiblemente perturbada. No sé, señora, no sé, última-

mente imagino escenas que no vienen al caso, creo que quise de algunamanera decirle al mundo que ya no hay valores, que todo está revueltosin sentido...

(Sin dejarla terminar de explicarse, Brunis salta del papel y se arroja sobreJesusa para ahogarla en la salsa de los romeritos, pero en ese momento entratriunfante el estado mayor. Detienen a Lola y a Jesusa y se las llevan a Almoloyapara demostrar que en nuestro país se acabó la impunidad, el papa sale ileso delatentado y todo vuelve a su calma. Brunis, al fin tranquila se sienta a cenar en paz).

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Capítulo II. El derrumbe

(Han pasado cuarenta días desde aquella navidad y el esposo de Brunis da aconocer espectacularmente el 9 de febrero de 1995 las órdenes de aprehensióncontra los principales dirigentes zapatistas, sin embargo el ejército federal llegaquince minutos tarde a la supuesta aprehensión y el principal cabecilla delmovimiento ya identificado plenamente por el FBI como Nicolás Sebastián GuillénVicente alias “el Sup” se esfuma inesperadamente dejando al esposo de Nilda enuna situación más ridícula que cualquiera de sus proyectos económicos.)

BRUNIS: Te lo dije, eres un incapaz, ¿ahora que vas a hacer? inútil,ya no se puede detener a la prensa, eres el hazmereír de todo el mundo, ytodavía se te ocurre dar el mensaje personalmente. Ve nomás las noti-cias: “El tal guerrillero resultó ser un filósofo maestro de la UAM Xochi-milco, un hombre ilustrado y no como especuló Octagenario Paz unsimple troskista trasnochado, entronizador del lugar común, desapren-sivo apologeta del totalitarismo maoísta, resentido del PRD, mercenariode Luis Echeverría. El ejército y la PGR lamentan informar a la poblaciónque el cabecilla guerrillero se hizo ojo de hormiga y se les peló en susnarices, pero lo seguirán buscando caiga quien caiga”. Ja, ja, ja, a vercomo sales de esta chiquito, estás metido en un lío, y económicamente nohas dado una, ja, ja, ja, lo siento mucho pero siempre supe que no sabíascomo hacerlo. Por lo pronto yo me voy a hacer más declaraciones a laprensa. (Para impedírselo, dos oficiales del estado mayor aparecen detrás deBrunis y le aplican pañuelos con cloroformo, nunca más volveremos a saber quépasó con la protagonista de la telenovela.)

(El esposo de Brunis permanecerá en off toda la telenovela para no dañar laimagen presidencial.)

(Close up a las manos de el esposo de Brunis que se apoyan sobre dosgrandes legajos, uno dice expediente del Subcomandante, y el otro dice expe-diente de Carlos Salinas de Gortari y familia).

EL ESPOSO DE BRUNIS (pensando, voz en off): Brunis tiene razón, nohaber agarrado al subcomediante como le dice Aurelio Asiain y sinhaberlo presentado en traje de Almoloya convierte este golpe espectacu-lar en otro fracaso, mi imagen se deteriora segundo a segundo, paracolmo se me ocurrió echar por delante el ejército y no tengo idea comoecharme para atrás, tengo que hacer algo, ¿Pero qué? (Súbitamente lasmanos se van temblorosas hacia el otro expediente.)

No tengo más remedio que denunciar al ex presidente, pero des-pués de todo a él y a Pepe Cordobá les debo todo... (La mano izquierda un

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poco inquieta empieza a arrancar astillas del escritorio.) No sólo les debo todosino que me tienen agarrado de los... (El esposo de Brunis detiene el pensa-miento en off temiendo que se lo hayan intervenido, se come unos hongosalucinógenos y ve ante sí a los “pelones” desmantelando comunidades indíge-nas; entonces comprende el verdadero significado de “el derrumbe”.) Ni modo,como están las cosas tendré que encontrar aunque sea un indiciado.

(La mano derecha comienza a abrir el expediente salinista, una ráfaga deviento helado entra por la ventana, la luz baja y sube, un montón de gusanos salereptando por entre las primeras páginas, los nervios se crispan, las manos secrispan, hasta el pisapapeles se crispa, finalmente un relámpago cae sobre elnombre de Raúl Salinas y de golpe todo se tranquiliza. El olor de los pinosinunda otra vez la estancia, los pajarillos retoman su canto, el pisapapeles sonríey el cielo antes nublado se abre para dar paso a un rayo de esperanza.) ¡Eso es,Raúl, cómo no se me había ocurrido! (La mano derecha se estira hasta alcan-zar el teléfono, Close up al dedo que marca en el teléfono rojo, el número de laPGR.) ¿Lozano?, mira mano, aún cuando la soberanía es el sustento geo-gráfico, histórico, político y moral de nuestra unidad, creo que estuvochido haberla preservado recuperando los municipios zapatistas, perono basta. Se me hace que también sería bueno fortalecer el estado dederecho y chance hasta acabar con la impunidad que ya ves qué lata.(Macro Close up sobre el teléfono, la cámara lo recorre lentamente hasta detener-se en el logotipo de TELMEX donde uno de los gusanos se hace rosca mientrasseguimos oyendo la conversación.) La neta mano, nadie debe estar por enci-ma de la ley así que si te late que Raúl Salinas es el autor intelectual,mándalo aprehender inmediatamente y avísale a la prensa, yo ahoritano estoy de humor para andar dando mensajes a la nación.

PROCURADOR LOZANO GRACIA (del otro lado del teléfono): Hágasetu voluntad. Amén.

Capítulo III. El destierro

(Rotas todas las reglas no escritas del sistema político mexicano, el ex presidentehace esfuerzos inauditos por recuperar la dignidad perdida desde su primerainfancia. Luego de increíbles sucesos, huye al extranjero pretextando compromi-sos académicos y finalmente muere junto a un bote de basura en Boston,teporochamente ataviado con la toga y el birrete de la Universidad de Harvard.Aparece un vendedor de periódicos.)

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(Gran encabezado del Ovaciones): “Raúl Salinas sí es intelectual” (Zoomin al artículo) Menudo susto se llevó la alta sociedad mexicana al enterar-se de la aprehensión del hermano del ex presidente, un hombre finísimoal que todo México respeta, es hoy por hoy un huésped más de Almoloyade Juárez. La alta sociedad mexicana celebra la firmeza de su presidentepero teme por la carrera literaria de Raúl tanto como autor, cuanto comointelectual. ¡Nadie está por encima de la ley más que nosotros! —clamala alta jerarquía política: Suplicamos al presidente subraye el honor querepresenta para Almoloya recibir a un huésped tan distinguido y propo-nemos se cambie el nombre del penal por el de El jardín de los Ceresospor si todos tenemos que ir algún día.

(Mientras tanto un hombre humillado sufre pero no calladamente.) SALI-NAS (Marcando el teléfono.): Hola, ¿Juan Ruiz Healy?

OFF: Sí, Soy yo.SALINAS (Visiblemente angustiado): Qué tal Juan, qué alegría escu-

charte, habla el ex señor ex presidente.OFF: Justo me agarraste arrancándome un padrastro, mano, mejor

llama a la dirección. (Cuelga.)SALINAS: Oyeme cabrón. ¡Chin! (Cuelga y marca mientras se arranca el

pelo.) Me comunica con Nino Canún por favor, de parte del ex señor expresidente de la Ex república.

OFF: Que dice el señor Nino Canún que no se acuerda, que si le dejael recado.

SALINAS: Dígale que soy yo, el chaparrito medio calvito, que nosvimos muchas veces en el... (Le cuelgan.) (Se queda con el aparato en la manoy vemos cómo al marcar el siguiente número está mucho más enojado y haenvejecido.) ¡Hola, páseme a Abrahamcito por favor!

OFF: ¿De parte de quién?SALINAS: Ejem, dígale que hablo de la ex... Presidencia, que necesito

trasmitir un mensaje a la Nación.ABRAHAMCITO: Diga ud. señor presidente, estamos al aire.SALINAS: Mira Abraham, que lo sepan todos, yo no soy como mi

hermano.ABRAHAMCITO: Gracias señor. Y no se avergüence, para mi papá y

yo, usted sigue siendo el presidente.SALINAS: Gracias muchacho y gracias también por contestarme la

llamada. (Cuelga y dice en monólogo interior.) Y ahora me voy a poner enayuno permanente para que vean lo que se siente.

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(Luego de ver la figura histórica del otrora hombre más poderoso del país,mancillada por una campaña de hostigamiento y falsedades, la vemos todavíamás deteriorada debido a que se halla enfundada en una chamarra de borrega,caminando en una fría madrugada por la calle de Tritón en la colonia popularSan Bernabé, en un barrio de Solidaridad en Monterrey.)

SALINAS: ¡Don Beto, don Beto! soy yo, Carlitos, contésteme.(Después de un rato lo vemos desesperado buscando un teléfono público, el

pánico se apodera de la figura histórica, pues descubre que en aquel lugar elteléfono no funciona). ¡Chingaos! voy a subir las tarifas telefónicas en todoel país, para que se les quite. (Saca un encendedor e incendia la cabina telefó-nica; al calor de los acontecimientos ve aparecer ante sí una barda con un colorirresistible, se acerca y llama a la puerta.) ¡Doña Rosa, ¿como le va, se acuer-da de mí, se acuerda de cuando no había luz?

DOÑA ROSA: Pásele y no se haga pendejo, ya me hablaron dePronasol, su cuarto está listo, la escenografía es de David Antón.

SALINAS: Pinche vieja, disimule, acuérdese que cuando uno pasa ala vida cotidiana normal, las formas de expresión se modifican y prepá-reme algo de comer que desde anoche estoy en huelga de hambre.

OFF: Gracias a Dios el dichoso ayuno surte efecto, nuestro héroe esexonerado de toda culpabilidad y declara orgulloso a la prensa:

SALINAS: ¿Irme de México?, ¡jamás! o bueno sí, por qué no.(Se ha negociado el exilio del hombre más grande del continente, el amo

y el héroe del México moderno, cuya mano de hierro convirtió a las belicosas,ignorantes, supersticiosas y empobrecidas masas del pueblo de México en unanación débil, inestable, humillada, y cumplidora de sus compromisos progre-sistas. Sólo Aguilar Camín y su esposa lo despiden dejando escapar unaslagrimitas. Completamente envejecido pero con una fortuna mayor a los trein-ta millones en oro de Don Porfirio nuestro héroe parte en el jet “Y pirando”rumbo a Nueva York para radicar en Boston y también en el extranjero. Laimagen de su muerte junto a un bote de basura se omitió atendiendo a unarecomendación de la organización ecologista Greenpeace, que la consideró ofen-siva para el bote de basura.)

FIN DEL VUELO DE LA RATA

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A nadie (opus 136)

letra: Jesusa Rodríguez y Liliana Felipe música: Liliana Felipe

Qué cosa es el amor, medio pariente del dolor quea ti y a mí nos tocóque no ha sabido ni ha querido ni ha podido.Por eso no estás conmigo...

Porque no nos conocemosni tampoco nos queremosporque nunca te he miradoni despiertas a mi lado.Porque no sé si te gustancomo a mí las milanesas,porque no sé dónde vivesni con qué las aderezas.Porque puede que te falteentusiasmo antagonistaporque puede que te sobredesaliento y seas panista.

Qué cosa es el amor, medio pariente del dolorsobrino nieto del rencor, primo lejano del pudorque a ti y a mí nos tocóque no ha sabido ni ha querido ni ha podido.Por eso no estás conmigo.

Porque no nos conocimosy en el tiempo que perdimoscada quien vivió su partepero cada quien aparte.Porque no puede apagarselo que nunca se ha encendido

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Jesusa Rodríguez

porque no puede ser sanolo que nunca se ha podrido.Porque nunca entenderías,mis cansancios, mis manías,porque a ti te dio lo mismoque cayera en el abismo.Este amor que despreciasteporque nunca me buscastedonde yo no hubiera estadosi me hubiera enamorado.

Jesusa Rodríguez y Liliana Felipe

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A Nadie (136) Liliana Felipe. Jesusa Rodríguez

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Colaboraron en este número

Carlos Aguirre, 1948, artista visual.

Tomás Almaguer, profesor de sociología y cultura americana en la Uni-versidad de Michigan.

Carlos Amador Bedolla, 1960, químico teórico y maestro. También actúay traduce.

Margaret Atwood, escritora canadiense. Autora de más de 20 libros depoesía, ficción y ensayo. Una de sus novelas más conocidas es TheHandmaid’s Tale.

Barbara Beck, 1949, ensayista y politóloga alemana. Profesora en laUniversidad Libre de Berlín.

Gloria Elena Bernal, 1950, antropóloga y traductora. Es jefa del Departa-mento de Investigación de Publicaciones Educativas de la SEP.

Alessandra Bocchetti, fundadora e integrante del centro Virginia Woolfen Roma.

Carlos Bonfil, crítico de cine de La jornada, investigador en el Departa-mento de Literatura del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes(CNCA).

Teresa de Lauretis, profesora de historia de la conciencia en la Universi-dad de California, en Santa Cruz. Autora de varios libros; es editora de laserie sobre Teorías de la representación y la diferencia, de la Indiana UniversityPress.

Liliana Felipe, 1954, argentina, música, cabaretera y agricultora.

Jean Franco, estudiosa de la cultura latinoamericana, profesora del De-partamento de Inglés y de Literatura Comparada en la Universidad de

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Columbia. Es autora de La Cultura moderna en América Latina, Grijalbo,1985, y de Las Conspiradoras, FCE, México, 1994.

Margo Glantz, escritora mexicana, autora de De la Amorosa inclinación aenredarse en cabellos, Erosiones y Síndrome de naufragio (premio Villaurrutia1984). En 1991 recibió el premio Universidad Nacional en el área dedifusión de la cultura.

Griselda Gutiérrez Castañeda, profesora de filosofía política en la Fa-cultad de Filosofía y Letras, UNAM. Autora del libro Democracia posible: Eldiseño político de Max Weber, Ed. Coyoacán, México, 1994.

Anne Huffschmid, periodista alemana, actualmente radica en México.

Joaquín Hurtado, 1961, autor de Guerreros y otros marginales. Director dela revista Ser Positivo. Presidente del Movimiento “Abrazo” de MonterreyN. L.

Araceli Ibarra Bellon, 1948, estudios de filosofía, literatura e historia enMéxico y en el extranjero. Mayores intereses actuales: literatura y episte-mología feminista. Felizmente casada con un feminista radical.

Julia Kristeva, nació en Bulgaria en 1941, trabaja en Francia desde 1966,investigadora del CNRS, entre otras obras ha publicado Revolución dellenguaje poético, Historias de Amor, Poderes de la perversión, trabaja comopsicoanalista en París.

Marta Lamas, antropóloga, directora de GIRE.

Ana Luisa Liguori, 1950, madre de Jonás. Antropóloga investigadora delDepartamento de Antropología Social del INAH. Pasante de la maestríade Comunicación en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de laUNAM. Egresada del Centro Universitario de Estudios Cinematográfi-cos. Actualmente realiza una investigación sobre prácticas sexuales ytransmisión del sida.

Graciela Martínez-Zalce, investigadora del Centro de Investigaciónde América del Norte con un proyecto sobre identidad cultural cana-diense.

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Araceli Mingo, psicóloga social. Investigadora del CESU/UNAM.

Carlos Monsiváis, 1938, escritor, elurofílico y feminista confeso.

Hortensia Moreno, 1953, escritora: Las Líneas de la mano (novela),1985, Lamujer Ideal (teatro), 1989. Tiene una colección de relatos y una novelainéditas.

Azul Morris, 1954, diseñadora gráfica.

Cecilia Olivares, 1959, estudió Letras Hispánicas en la UNAM y traduc-ción en El Colegio de México.

Jesusa Rodríguez, 1955, actriz y directora de teatro. Fundadora de lacompañía Divas, A.C. Su verdadera profesión es conductora de eventosde solidaridad y su verdadera vocación es jugadora de póker.

Lynn Segal, australiana. Doctora en psicología. Autora de Is the FutureFemale? Troubled Thoughts on Contemporary Feminism (1987) y Slow Motion:Changing Masculinities, Changing Men (1990).

Victor J. Seidler, británico. Fundador del colectivo “Achilles Heel” (Eltalón de Aquiles). Autor de varios libros sobre política sexual. Es profe-sor de teoría social y filosofía y miembro del Masculinity Research Groupen Goldsmith’s College, University of London.

Sallie Tisdale, escritora norteamericana. Ganadora de varios premiosliterarios. Su libro de no ficción más reciente es Stepping Westward.

Isabel Vericat, licenciada en Derecho, se dedica a la edición de libros, latraducción y el psicoanálisis.

Jeffrey Weeks, británico, autor de cuatro libros sobre la organizaciónsocial de la sexualidad; el más conocido es Sexuality and its Discontents.

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