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1 TALLER DE DISCUSIÓN Y FORMACIÓN ANARQUISMO: TEORÍA Y PRÁCTICA

Cuadernillo para taller sobre Anarquismo Enero de 2013

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Este es un cuadernillo preparado para un primer taller. No piensa ser un cuadernillo cerrado y totalmente defindio, sino un primer puntapie para comenzar a discutir y luego obtener mayores aproximaciones y profundizaciones sobre los temas en cuestion.

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TALLER DE DISCUSIÓN

Y FORMACIÓN

ANARQUISMO: TEORÍA

Y PRÁCTICA

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A lxs compañerxs

El objetivo de este material es otorgar un insumo básico sobre el surgimiento y desarrollo de la tendencia libertaria del socialismo revolucionario, más específicamente la identificada bajo la matriz del anarquismo. Es, por lo tanto, un material inicial, que traza ciertas líneas para que en el debate fraterno construyamos caminos en común que nos permitan llegar a nuestro objetivo tan soñado. Esto es, ni más ni menos, la revolución social libertaria como vía hacia un nuevo mundo de solidaridad e igualdad donde no exista opresión ni explotación. Aunque suene romántico, esa es la base inicial sobre la que se asienta el devenir de nuestra corriente. Es, justamente, encontrar las posibilidades de llegar a la utopía, lo que han hecho miles, millones de compañerxs en estos ciento cincuenta años de anarquismo militante. La enorme mayoría de ellos fueron como nosotrxs, anónimos hijxs del pueblo que aportan su esfuerzo en la construcción de una nueva sociedad. Algunos resaltaron, es cierto, pero como exponentes de su tiempo, caras visibles de un potente movimiento que buscaba conmover las raíces de lo cotidiano. Y por sobre todo, queda en nuestra memoria el accionar colectivo, el que se identifica con siglas o nombres que fueron potentes porque miles de bocas los pronunciaron y los defendieron en la batalla cotidiana. Sobre ellxs se trata este breve compendio. Será objeto de un futuro (esperemos que cercano) trabajo, los aportes originales que hayan hechos compañerxs o colectivos que aquí no se reseñan, sea por no lograr arraigo en su momento o por encontrarse actualmente en desarrollo. En este grupo podemos encontrar a un militante de primer orden como Camilo Berneri, o a compañeros contemporáneos que comprenden que el anarquismo es creación, y buscan aportar en nuestra lucha por la liberación. Esperemos que este sea un puntapié inicial para continuar su camino y construir la utopía desde abajo, en nuestro territorio y nuestro tiempo. Hacia allí nos dirigimos.

Pensar el anarquismo: afuera, adentro y desde los márgenes.

Muchas veces leemos, o escuchamos por compañerxs de otras tendencias, críticas despiadadas al anarquismo, tanto a su teoría como a su experiencia. Algunas veces pueden ser parcialmente ciertas, pero lo cierto es que en la mayoría de los casos, están simplemente hablando “desde afuera”. Y el uso de esta expresión no busca construir un espacio cerrado donde nos regocijamos entre nosotros como si fuéramos un club selecto. El afuera al que hacemos alusión, es a la falta de conocimiento sobre aquello que se critica, la imposibilidad de contextualizar los hechos o las ideas, y vale la pena decirlo, alguna dosis de mala intención. Pero muchas veces esas críticas pueden permearnos, hacernos dudar sobre ciertos aspectos de esta tradición, y es válido que así sea. Lo que no debemos hacer es desechar toda una tradición de lucha revolucionaria sin haberle al menos dado la chance de defenderse. La práctica que nos precede es extensa, como así también variados sus planteos. Pareciera que nunca dejamos de conocer hechos o interpretaciones de nuestro pasado, gracias a la actividad de algún grupo, un nuevo libro editado, o el desempolvo de viejos manifiestos silenciados. Sin embargo el proceso de reconstrucción que se está viviendo del anarquismo como matriz revolucionaria de un movimiento de lucha que se enfrenta al Estado y el Capital, está en marcha. Esa es la condición de posibilidad del descubrimiento de experiencias perdidas, de pensamientos originales, y también de nuevos planteos y prácticas, de creación contemporánea. Y es por eso que nos merecemos dar un vistazo a nuestra historia, para poder construir nuestro presente.

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Uno de los problemas básicos de lxs críticxs del anarquismo es tomar una parte y transformarlo en el todo. Eso es un problema eminente para analizar un movimiento que se caracteriza por su diversidad e irreverencia, y sobre todo, creatividad revolucionaria. Bakunin no es el anarquismo, como tampoco lo es la FORA, Resistencia Libertaria, o Malatesta, por mencionar experiencias militantes totalmente diferentes entre si. Todas son expresiones situadas en un tiempo y un lugar determinado, que no tienen valor permanente, sino que sirven como guía. Lo que caracterizó a los grandes movimientos libertarios fue partir desde la matriz anarquista, pero preocuparse más por construir junto al pueblo antes que seguir las recetas de los viejos planteos convertidos en dogma. Así es que podemos encontrar contradicciones entre la CNT y Bakunin, o agrias discusiones entre Malatesta y la FORA. Podría pensarse como equivalente a las disputas entre las corrientes marxistas, pero la falta de un corpus teórico común y permanencia de instancias orgánicas no habilita a establecer la comparación. Y esto puede ser perfectamente válido, e incluso hasta necesario. Resulta paradójico de una tradición fervientemente internacionalista, pero la capacidad de desarrollar prácticas adecuadas a la realidad de cada espacio nacional fue la clave del éxito de las experiencias libertarias que nos antecedieron. Por el contrario, cuando la fidelidad a la tradición se volvió más importante que la construcción revolucionaria, comenzó el sectarismo, el ghetto, el sentimiento de minoría. O quizás fuera al revés.

La situación descrita, lógicamente, presenta un problema al intentar realizar un breve resumen de los fundamentos y experiencias históricas de un movimiento de las características mencionadas. No podemos centrarnos en la historia del anarcosindicalismo, el especifismo, el anarcofeminismo o el plataformismo, ya que como planteamos antes, cada uno de estos movimientos fue la respuesta particular que lxs compañerxs encontraron para luchar, allí donde estaban, por la Revolución. Como dijera el ya clásico epígrafe de la colección Utopía Libertaria: “El árbol de la anarquía ha sido fecundo”. ¡Y vaya si lo ha sido! Pero aún con todas estas salvedades, podemos encontrar puntos en común y continuidades tanto en el pensamiento de los “clásicos”, en las experiencias más importantes del accionar ácrata en tres continentes y el análisis que diversos autores hicieron sobre ambos aspectos. Pero sobre todo podemos encontrar su ligazón en las páginas que hoy se están escribiendo en México, Chile, Brasil, Uruguay, Argentina, España, Italia, Egipto, Irlanda, Francia, Australia, Sudáfrica o Estados Unidos. Tenemos la certeza, aunque se nos vaya la vida en eso, de que serán las más gloriosas.

¡Arriba lxs que luchan por el Socialismo y la Libertad!

¡Salud y Revolución Social!

Tendencia Estudiantil Libertaria BANDERA NEGRA, Bs As, 2013

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1. Ideas, fuerzas y palabras

Si bien se buscan antecedentes del anarquismo en antiguos pensadores orientales, y constantemente se remarca el origen griego de la palabra “anarquía” (an – arjé, ausencia de gobierno), este no surge y se desarrolla como tal hasta la consolidación del capitalismo en Europa, esto es, mediados del siglo XIX. “Gran creador de definiciones ingeniosas (tales como la propiedad es un robo), Pierre Joseph Proudhon se anexó el vocablo anarquía. Para Proudhon, más constructivo que de destructivo, pese a las apariencias, la palabra anarquía significaba todo lo contrario de desorden. A su entender, es el gobierno el verdadero autor del desorden. Únicamente una sociedad sin gobierno podría restablecer el orden natural y restaurar la armonía social. Argumentando que la lengua no poseía ningún vocablo adecuado, optó por devolver al antiguo término griego su estricto sentido etimológico para designar esta panacea. Más tarde, a fines del siglo XIX, en Francia, Sebastien Faure tomó una palabra creada hacia 1858 por un tal Jóseph Déjacque y bautizó con ella a un periódico: Le Libertaire (El Libertario). Actualmente, anarquista y libertario pueden usarse indiscriminadamente, aunque a veces son utilizadas con diversos fines.”1

Pero las palabras no crean los hechos, sino que denominan fenómenos existentes. Como escribiera Malatesta: “El anarquismo en su génesis, sus aspiraciones, sus métodos de lucha, no tiene ningún vínculo necesario con ningún sistema filosófico. El anarquismo nació de la rebelión moral contra las injusticias sociales. Cuando aparecieron hombres que se sintieron sofocados por el ambiente social en que estaban forzados a vivir y cuya sensibilidad se vio ofendida por el dolor de los demás como si fuera propio, y cuando esos hombres se convencieron de que buena parte del dolor humano no es consecuencia fatal de leyes naturales o sobrenaturales inexorables, sino que deriva, en cambio, de hechos sociales dependientes de la voluntad humana y eliminables por obra del hombre, se abrió entonces la vía que debía conducir al anarquismo.

Era necesario investigar las causas específicas de los males sociales y los medios para destruirlas. Y cuando algunos creyeron que la causa fundamental del mal era la lucha entre los hombres con el consiguiente dominio de los vencedores y la opresión y explotación de los vencidos, y vieron que este dominio de los primeros y esta sujeción de los segundos, a través de las alternativas históricas, dieron origen a la propiedad capitalista y al Estado, y se propusieron abatir al Estado y a la propiedad, nació el anarquismo.”2

2. El binomio enemigo La lucha del anarquismo es contra el Estado y el Capital. Eso lo sostiene cualquiera de las tendencias libertarias, por lo que veremos brevemente que significan. “La propiedad y las clases sociales El ser humano necesita, para generar su refugio, abrigo y alimento (es decir, para sobrevivir), transformar el medio en el que vive a partir del trabajo. Esta forma de supervivencia, adaptar el entorno a sus necesidades, en lugar de adaptarse él mismo al entorno como el resto de animales, es la estrategia evolutiva que ha seguido la especie humana. Mientras la sociedad humana dependía de la caza y la recolección la propiedad se mantuvo en una especie de comunismo primitivo. Al no generarse excedentes (todo lo conseguido se consumía en el acto), los medios de vida (alimento, refugio o herramientas) pertenecían a todo el grupo de forma más o menos colectiva. Sin embargo, al desarrollarse la agricultura y la ganadería la cosa cambia. Estas nuevas formas de producción permiten generar un excedente, un valor añadido producto del trabajo desarrollado sobre la tierra. Este excedente debe ser almacenado, gestionado y defendido. No

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tardarían en surgir, en el seno de las primeras comunidades de agricultores y ganaderos, grupos sociales que se encargarán de llevar a cabo esta tarea de gestión y defensa de excedentes, cosa que harán por medio de las armas y de una burocracia. El privilegio derivado de esta tarea, el monopolio de la violencia, acabó por permitir a estas élites hacerse con los medios de producción (en su origen: la tierra y el ganado) de toda la comunidad, naciendo así la propiedad, que en un principio se situaría en élites sacerdotales y, posteriormente, en las monarquías. La propiedad es, desde este punto de vista, un robo, una apropiación injusta y derivada del “derecho” del más fuerte, esto es, del que tiene las armas, a apropiarse de los frutos del trabajo de los productores. La apropiación del plusvalor añadido por el trabajo ajeno se denomina explotación y es la causa del enriquecimiento de las minorías. Para el anarquismo la propiedad privada no es pues un derecho al que todos puedan tener acceso, sino un privilegio que unos pocos controlan y, por este motivo, se opone a la existencia de ella. No ocurre lo mismo con el derecho a la posesión, es decir, al usufructo, al disfrute de los bienes de los que un individuo o colectivo disfruta, según la máxima “la tierra para el que la trabaja”. Y con la propiedad, nacían las clases sociales. Una clase social es un grupo humano que se relaciona con la producción de un modo determinado. Históricamente las sociedades se han dividido en dos clases sociales principales: Una mayoría productora que posee la fuerza de trabajo y crea la riqueza social (material o intelectual) y una minoría explotadora que es propietaria de los medios de producción y vive del plusvalor generado por la clase explotada. Entre estas dos clases encontramos habitualmente sectores intermedios, si bien alineados con una u otra de las dos clases principales. El Estado Examinaremos aquí la concepción anarquista del Estado. Como se ha dicho antes con el origen de la propiedad surgen las clases sociales, existiendo desde entonces una clase social dominante que explota a la mayor parte de la sociedad. Sin embargo ¿Cómo logra esto siendo la clase social dominante una minoría? Para ello, la clase dominante se organiza en una estructura de poder centralizada y preparada para compensar la tensión antagónica que pudiera surgir entre las clases sociales, sin que existiera esta estructura, la mayoría explotada no tardaría en rebelarse contra la minoría dominante. Esto lo logra de muy diversas formas, ya sea mediante una burocracia que gestione la riqueza social, mediante un aparato ideológico de opresión y embrutecimiento (históricamente las distintas religiones han desempeñado este papel), mediante el dominio político, ejerciendo el monopolio de la violencia o, por lo general, todas estas estrategias al mismo tiempo. Por todo ello el Estado, que es la estructura de la minoría dominante para mantener sus monopolios de explotación, es considerado por los libertarios un aparato antisocial, esencialmente negativo para el desarrollo pleno de la sociedad humana y que va en contra de la libertad e intereses tanto del individuo como de la mayoría de la sociedad. El Estado es pues una estructura de poder centralizada que, separada de la sociedad, la dirige desde la cima, sirviendo siempre a los intereses de una clase determinada. En esta concepción del Estado los anarquistas y algunos socialistas de Estado como los marxistas-leninistas están de acuerdo. Sin embargo, al contrario que estos últimos, los anarquistas consideran que la clase explotada nunca podrá poner el Estado a su servicio para convertirse en la clase dominante y llevar a cabo los cambios sociales que conduzcan a la desaparición de las clases. Esto es así porque, si bien es cierto que el Estado ha trabajado históricamente siempre a favor de unas minorías, también necesita de la existencia de unas minorías para existir. De igual modo, una estructura de poder piramidal difícilmente puede ser controlada por una mayoría, ya que su propia forma no lo permite. Este es el motivo de que, cuando revoluciones obreras han alcanzado la toma del Estado a través de algún partido de los trabajadores, esta toma de poder haya dado lugar a la aparición de una nueva minoría social parasitaria: la burocracia, que

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bloquea cualquier avance hacia la abolición de los privilegios. Por estas razones el socialismo libertario se opone al Estado. El anarquismo defiende una revolución que acabe a la vez con la propiedad privada y el Estado, dando diversas soluciones a la cuestión de cómo llevar a cabo la transición a la anarquía.”3

3. El inicio y sus nombres

“Los grandes teóricos del pensamiento anarquista fundaron sus tesis libertarias sobre diferentes presupuestos filosóficos. Tanto Proudhon como Bakunin y Kropotkin se apoyan en ciertas filosofías de la historia para desarrollar sus posiciones; y esas filosofías de la historia difieren entre sí: Proudhon parte de una dialéctica compleja entre idea y materia (ideo-realismo); Bakunin parte de un fuerte materialismo filosófico que lo lleva a combatir con mayor ferocidad que otros anarquistas todo resabio teológico o idealista; Kropotkin, por último, parte de un cientificismo biologicista que postula a la ayuda mutua como un instinto básico del hombre, cuyo desarrollo pleno está obstaculizado por las instituciones jurídicas y políticas. Estos diferentes puntos de partida no les impiden coincidir en sus críticas puntuales a la sociedad vigente, ni en el punto crucial del anarcosocialismo, que es la teoría de la producción social (la teoría de la fuerza colectiva). También, a pesar de la diferencia en los puntos de partida filosóficos, coinciden en las propuestas centrales de lo que sería una sociedad libre: cogestión (ni propiedad capitalista, ni propiedad estatal), federalismo radicalizado desde los individuos a las comunas, de éstas a las regiones, y así hacia arriba (organización de abajo a arriba) y negación de las fantasmagorías ideológicas que impiden el desarrollo desprejuiciado del conocimiento. Aunque en sus propuestas prácticas puedan hallarse diferencias de detalle (mutualismo, colectivismo, comunismo), éstas no son tan importantes como se suele pensar: responden a las coyunturas epocales y todas, en última instancia, se subsumen bajo la idea central de autogestión política y cogestión económica (de los medios productivos). En realidad, podríamos distinguir cuatro diferentes planos del pensamiento anarquista: 1. El diagnóstico crítico de las sociedades burguesas. 2. El encuadre filosófico general en que se apoyan esas críticas. 3. La descripción general de las características de lo que sería propiamente una sociedad libre e igualitaria (anarquía). 4. Los medios por los que se ha de pasar de la sociedad actual a una sociedad libre e igualitaria (el puente entre 1 y 3). Podemos ver que no hay grandes diferencias entre los tres grandes pensadores anarquistas en lo que respecta a los puntos 1 y 3. En efecto, los tres, apoyándose en la teoría de la fuerza colectiva y la producción social, coinciden en la crítica del orden burgués donde capitalistas, sacerdotes, militares, burócratas y políticos viven de lo que producen los demás; en este orden, todas las instituciones políticas y jurídicas están al servicio de las clases dominantes, en desmedro de los productores y los marginados: Estado, Iglesia y derecho son sinónimos de explotación, desigualdad, ignorancia y opresión. En cuanto a las propuestas de mutualismo, colectivismo o comunismo, las diferencias entre ellos no son muchas. Las diferencias teóricas más grandes que pueden hallarse entre Proudhon, Bakunin y Kropotkin se dan fundamentalmente en el plano 2 (dialéctica ideo-realista, materialismo filosófico, cientificismo evolucionista). Pero tales diferencias son secundarias desde un punto de vista pragmático. Finalmente, en el plano 4 (los medios para realizar la anarquía) sí hay, efectivamente, importantes diferencias entre los anarquistas en general (no sólo entre los tres grandes teóricos aludidos hasta aquí). Éste es el plano propio de la práctica y la acción. Este plano de los medios es polémico en el propio seno del pensamiento y de la acción anarquista;

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pero al menos, en general, los anarquistas coinciden en cuáles medios no son aptos: la conquista del aparato político-estatal (sea bajo la forma parlamentaria, sea bajo la forma de dictadura) está proscripta de la acción anarquista. Y esto marca la diferencia central con los partidos o movimientos que también se dicen socialistas (marxistas, socialdemócratas, etc.). Incluso, el complejo concepto de “revolución” (al cual cabría dedicarle todo un estudio por separado), nunca es entendido como conquista del poder político; eso sería jacobinismo, esto es, estatalismo, esto es, opresión y desigualdad.” 4 Volveremos sobre ese punto luego de analizar las diferencias entre los tres grandes planteos originales. “El anarquismo social, o societario, surge, dentro de la tradición socialista, para dar respuesta a la cuestión de cómo liberar a la sociedad. Puede pensarse que, por centrarse en la libertad social, los anarquistas sociales niegan la libertad del individuo, nada más lejos de la realidad, ni siquiera es esto cierto en anarquistas sociales que, como Malatesta, se declaraban anti-individualistas. Sin embargo, esta corriente comprendió que el individuo es producto de la sociedad en la que se desarrolla, y que sólo una sociedad libre es capaz de dar al individuo su máximo desarrollo y libertad. Dentro del anarquismo social, en su periodo clásico, surgieron tres propuestas para la construcción de una sociedad libre: El mutualismo, el colectivismo y el comunismo libertario, que repasaremos a continuación: Mutualismo: El mutualismo es una propuesta de Proudhon como sistema económico alternativo al comunismo marxista y al capitalismo, siendo su propuesta económica para una sociedad sin Estado. Proudhon consideraba que el derecho a la propiedad debería ser sustituido por el derecho a posesión, usufructo, bajo el principio de "la tierra para el que la trabaja". La posesión puede bien individual (uno trabaja su propia tierra, o su propio taller), bien colectiva, en este caso la posesión será de una mutua, una unidad de producción (tierra, taller o fábrica) que los propios trabajadores poseen en régimen cooperativo y autogestionario. Son los ellos a los que la dirigen, decidiendo en qué se invierte, cómo, y de qué forma se dividen los beneficios. De esta forma, Proudhon consideraba que era posible eliminar la explotación producto del robo de la plusvalía. Ya que, al no existir patrones, son los obreros los que deciden cómo gestionar el plusvalor generado por su esfuerzo. En cuanto a las relaciones entre mutuas, Proudhon propuso en su obra El principio federativo el federalismo, principio en el que se apoya todo el anarquismo posterior. El federalismo supone la unión voluntaria de distintas entidades en un régimen en el que las decisiones parten de la periferia (las entidades federadas) hacia el centro, pudiendo existir ciertos órganos comunes. Existe un libre intercambio entre mutuas y mutuas, mutuas e individualidades o individualidades e individualidades, pero manteniendo siempre el principio de la solidaridad y buscando el máximo beneficio para las distintas partes. Esta forma de producción fue criticada posteriores generaciones de anarquistas, que consideraban que, al no eliminar la competencia entre mutuas, volvería a generar una situación de desigualdad económica que provocaría que unas mutuas acaben dominando a otras, volviendo a los problemas del sistema capitalista. De igual modo, Proudhon no desarrolla propuestas de organización política, su pensamiento es más bien heredero del patriarcalismo rural. Además, Proudhon consideraba que estas mutuas podrían acabar por desbancar a las empresas capitalistas de forma pacífica, mediante el libre desarrollo económico, sin buscar la revolución social. El mutualismo tiene sus herederos en las cooperativas de seguros y crédito, de trabajadores y, especialmente en los últimos tiempos, en las cooperativas integrales organizadas según un sistema federalista. Colectivismo: Mijaíl Bakunin partió de las bases que había sembrado Proudhon. Sin embargo, el hecho de que Bakunin aceptara en gran medida la crítica marxista a la sociedad capitalista (siendo el responsable de traducir El Capital al ruso) hizo que se diera cuenta de las graves

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lagunas del mutualismo de Proudhon, mostrando su modelo en su obra Federalismo, socialismo y antiteologismo. Para empezar, Bakunin no aboga por el desarrollo pacífico y simultáneo de las mutuas dentro del capitalismo, sino por una lucha de clases que lleve al proletariado a una revolución que suponga la conquista de los medios de producción y al derrocamiento del Estado. Pensamiento que sintetiza en su frase “Menos cooperativa y más huelga”. Esta revolución vendría a instaurar un sistema económico denominado colectivismo. Aquí, los medios de producción se hallan, no en las manos de mutuas independientes, sino de colectividades formadas a raíz de la asociación federalista de las organizaciones obreras. Estas colectividades regularían no sólo la producción, sino la vida política y social de la comunidad, estando dirigidas por democracia directa, asamblearia o consejista. Las colectividades podrían así mismo federarse entre sí. Si los medios de producción son patrimonio de la colectividad, lo producido se distribuye según las horas de trabajo de cada obrero, según el principio de “A cada cual el producto íntegro de su trabajo”. Los obreros decidirían, en la colectividad, que parte de esta retribución destinarán al mantenimiento de los servicios públicos de la colectividad. La aplicación práctica del colectivismo se dio durante las colectividades industriales y agrarias en España entre 1936 y 1938, principalmente en Cataluña y Aragón. Aunque nominalmente se proclamaba el comunismo libertario, se aplicó un sistema colectivista en el que a cada trabajador la colectividad repartía vales según su trabajo, mediante los cuales podía adquirir bienes o servicios. Así mismo, se toleraba la existencia de aquellos individualistas, pequeños propietarios, que no quisieran integrarse en el sistema colectivista, pudiendo comerciar con la colectividad, e incluso disfrutar de algunos de los servicios públicos siempre y cuando no tuvieran empleados. La principal crítica al sistema colectivista la encontramos en el comunismo libertario. Los comunistas libertarios consideraban que el colectivismo no tenía en cuenta las necesidades de aquellos que no podían asegurarse la subsistencia por sus propios medios (Niños, inválidos o ancianos) y que, además, siendo el trabajo una actividad social, no podía su producción dividirse conforme al esfuerzo individual. Comunismo libertario: Se denomina comunismo libertario o anarcocomunismo a la tercera de las grandes corrientes del anarquismo societario. Durante el periodo de la I internacional las ideas colectivistas de Bakunin se habían difundido, haciéndose mayoritarias entre los anarquistas. Sin embargo, uno de sus discípulos, Carlo Cafiero, pondría en tela de juicio la teoría colectivista. En Anarquía y Comunismo, editado en 1880, Cafiero es el primero en advertir que el mantenimiento de un reparto individual de la producción producirá diferencias económicas indeseables debido a la acumulación de riqueza en los más capaces, y ésto podría causar desigualdades sociales contrarias a la sociedad libertaria. Posteriormente sería el ruso Kropotkin (1842-1921) quien desarrollaría la teoría de Cafiero. Para Kropotkin la cooperación tenía un sentido natural, tal como expone en su libro El apoyo mutuo, un factor de la evolución, en el que crítica al darwinismo social, estableciendo que el éxito de una especie depende en gran medida del grado de apoyo mutuo al que lleguen entre sí sus individuos. Así, el ser humano, siendo la especie más exitosa, es también la más tendente a alcanzar un alto grado de cooperación social, tendiendo naturalmente hacia el comunismo. De igual modo, para Kropotkin no tiene sentido la repartición de la producción según las leyes del valor-trabajo. La producción es un proceso social, sólo comprensible como fruto de los esfuerzos de la sociedad entera, y no puede por tanto ser dividida de forma individual. Expondría Kropotkin en La conquista del pan y Campos, fábricas y talleres los principales puntos de la sociedad comunista:

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Abolición de la propiedad privada de los medios de producción y del fruto de esa producción, que queda en manos de una comuna en la que están integrados todos los miembros de la sociedad y que se rige mediante mecanismos asamblearios y de democracia directa. La sociedad se regirá según los principios de “De cada cual según su capacidad” (Todo el que pueda trabajar debe hacerlo en la medida de sus posibilidades) y “a cada cual según su necesidad” (La producción no se reparte ya por el mérito. sino por la necesidad, pudiendo tomar uno cuanto necesite de lo abundante, y racionalizándose lo escaso). Dentro del comunismo libertario tomaría el guante el italiano Errico Malatesta (1853-1932) criticando de Kropotkin que el comunismo libertario no puede explicarse como producto de la evolución natural (Pues la dominación también crea sociedades prósperas), sino como producto de la evolución y el progreso social. El ser humano se forma socialmente y no tiende por naturaleza al comunismo. Malatesta es también muy crítico con el anarquismo individualista, considerando que podría causar una sociedad en la que nada garantiza que no se repita la opresión. Es el comunismo libertario, en el que toda la sociedad está integrada en un todo, lo que garantiza por medios materiales y sociales la solidaridad entre los individuos. Posteriormente, ciertos comunistas libertaros considerarán que el comunismo, si bien es la sociedad a la que hay que aspirar, no puede aplicarse directamente tras derribar al Estado, siendo necesaria una fase colectivista transitoria que tienda progresivamente hacia el comunismo. El comunismo libertario tendrá especial aplicación entre las revoluciones sociales de Europa oriental (Rusia y Ucrania), la revolución Mexicana (Magonistas y Zapatistas) y ciertas colectividades españolas, llegando a ser la corriente del anarquismo social más asentada.”5

4. Ni calco, ni copia Un factor que remarcamos como fundamental del anarquismo es la negación de los dogmas eternos, y la búsqueda permanente de prácticas y herramientas para la liberación. En ese sentido, afirma Malatesta: “Son demasiados y extremadamente complejos los factores de la historia, son tan inciertas e indeterminables las voluntades humanas que nadie podría ponerse seriamente a profetizar el porvenir. Pero la diferencia que existe entre nosotros y los republicanos consiste en que nosotros no queremos cristalizar nuestro anarquismo en dogmas ni imponerlo por la fuerza; será lo que pueda ser y se desarrollará a medida que los hombres y las instituciones se tornen más favorables a la libertad y a la justicia integrales.”6 Bakunin desarrolla también al respecto: “No solo no tenemos la intención ni el menor deseo de imponerle a nuestro pueblo o cualquier otro pueblo tal o cual idea de organización social leído en los libros o inventado por nosotros mismos, sino que además, convencidos de que las masas populares llevan en sí mismas, en sus instintos más o menos desarrollados por la historia, en sus necesidades cotidianas y en sus aspiraciones conscientes o inconscientes, todos los elementos de su organización futura, buscamos el ideal en el seno mismo del pueblo.”7 Sin embargo el respeto por las masas y la certeza de que la emancipación de lxs trabajadorxs será obra de lxs trabajadorxs mismxs no convierte a los anarquistas en meros observadores. Por el contrario, a través de la organización es que buscarán ese instinto de libertad presente en el pueblo, para darle forma, objetivos, programa y éxito: “No queremos esperar a que las masas se vuelvan anárquicas para hacer la revolución, sobre todo porque estamos convencidos de que no llegarán a serlo nunca si antes no se derrocan violentamente las instituciones que las mantienen en la esclavitud. Y como tenemos necesidad de la colaboración de las masas, sea para constituir una fuerza material suficiente, sea para lograr nuestra finalidad específica, de cambio radical del organismo social por obra directa de las masas, debemos aproximarnos a ellas; tomarlas como son, y como parte de ellas impulsarlas lo más adelante que sea posible. Esto, se entiende, si deseamos de verdad trabajar por la

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realización de nuestros ideales y no contentarnos meramente con predicar en el desierto por la simple satisfacción de nuestro orgullo intelectual.”8 Continúa Malatesta sobre la necesidad de la creación acorde al presente: “Digo que para abolir al gendarme y a todas las instituciones sociales maléficas es necesario saber con qué queremos sustituirlo, no en un mañana más o menos lejano sino en seguida, el día mismo de la demolición. No se destruye, real y permanentemente, sino lo que se sustituye; y postergar para más tarde la solución de los problemas que se presentan con la urgencia de la necesidad equivaldría dar a las instituciones que pretendemos abolir el tiempo que necesitan para rehacerse de la sacudida que reciban e imponerse de nuevo, quizá con otros nombres, pero por cierto con la misma sustancia. Nuestras soluciones podrán ser aceptadas por una parte su- ficiente de la población y habremos realizado la anarquía, o un paso hacia la anarquía; o podrán no ser comprendidas y aceptadas, y entonces nuestro trabajo servirá para la propaganda y presentará al gran público el programa del próximo porvenir. Pero en todo caso debemos tener soluciones nuestras: soluciones provisorias, revisables y corregibles siempre a la luz de la experiencia, pero necesarias si no queremos sufrir pasivamente las soluciones de los demás, limitándonos a impotencia y la crítica permanente.”9

5. Organizarse para la Revolución “Pese a estas afirmaciones generosamente optimistas, el anarquista, lo mismo que su hermano enemigo, el marxista, se ve frente a una terrible contradicción: la espontaneidad de las masas es esencial, primordial, pero no basta. Para que llegue a ser conciencia, resulta indispensable la ayuda de una minoría de revolucionarios capaces de dar forma a la revolución. ¿Cómo evitar que esta minoría de elegidos aproveche su superioridad intelectual para sustituir a las masas, paralizar su iniciativa y hasta imponerles una nueva dominación? Proudhon exaltó idílicamente la espontaneidad popular, pero luego la experiencia lo llevó a reconocer hasta qué punto son inertes las masas; a deplorar los prejuicios que las atan a un gobierno, el instinto de respeto hacia la autoridad y el complejo de inferioridad que traban su impulso. Llegó entonces a la conclusión de que el pueblo necesita que se lo instigue a la acción colectiva. Si las clases inferiores no fuesen esclarecidas por alguien de fuera, su servidumbre podría prolongarse indefinidamente. Proudhon admite que “las ideas que en todas las épocas provocaron la agitación de las masas nacieron primero en el cerebro de los pensadores [...]. Las multitudes jamás tuvieron la prioridad [...+. La prioridad, en todo acto de la inteligencia, corresponde a la individualidad”. Lo ideal sería que estas minorías conscientes comunicaran al pueblo su ciencia, la ciencia revolucionaria. Pero Proudhon parece escéptico en cuanto a la posibilidad de llevar a la práctica tal síntesis: a su juicio, ello sería desconocer que, por su naturaleza, la autoridad lo invade todo. A lo sumo, podrían “equilibrarse” los dos elementos. Antes de convertirse al anarquismo (hacia 1864), Bakunin dirigió conspiraciones y sociedades secretas; así se familiarizó con la idea, típicamente blanquista, de que la acción minoritaria ha de ser precursora del despertar de las grandes masas y luego, una vez arrancadas éstas de su letargo, debe ganarse a sus elementos más avanzados. En la Internacional obrera, primer gran movimiento proletario, el problema se plantea de distinta manera. Pero Bakunin, ya anarquista, sigue convencido de la necesidad de una vanguardia consciente: “Para que la revolución triunfe sobre la reacción es preciso que en medio de la anarquía popular que constituirá toda la vida y la energía de la revolución, el pensamiento y la acción revolucionarios tengan un cuerpo unificador”. Un grupo de varios individuos unidos por un mismo ideal y una misma meta debe ejercer una “acción natural sobre las masas”. “Diez, veinte o treinta hombres bien concertados y organizados, que saben hacia dónde van y qué buscan, fácilmente arrastran en pos de sí a cien, doscientas, trescientas y hasta más personas”.

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“Tenemos que agrupar a los jefes del movimiento popular en estados mayores bien organizados e inspirados por altos ideales”. Los medios propuestos por Bakunin se asemejan grandemente a lo que la jerga política moderna designa con el nombre de “infiltración”. Se trata de soliviantar “bajo cuerda” a los individuos más inteligentes e influyentes de cada localidad “para que esta organización siga, dentro de lo posible, los principios que sustentamos. En esto reside el secreto de nuestra influencia”. Los anarquistas han de ser cual “pilotos invisibles” en medio de la tempestad popular. Es su tarea dirigirla, no con un “poder ostensible”, sino mediante una “dictadura sin insignias, sin títulos, sin derechos oficiales, tanto más poderosa cuanto que no tendrá ninguno de los atributos exteriores del poder”. Pero Bakunin no ignora cuán poco difiere su terminología (“jefes”, “dictadura”, etc.) de la empleada por los adversarios del anarquismo y, por ello, replica de antemano con un ¡no! “a quien sostenga que una acción así organizada atenta contra la libertad de las masas, y es una tentativa de crear una nueva potencia autoritaria”. La vanguardia consciente no debe ser el grupo benefactor o la cabeza dictatorial del pueblo, sino que debe, solamente, hacer las veces de comadrona que lo ayude a lograr su autoliberación. Su única misión es la de difundir entre las masas las ideas que correspondan a sus instintos; nada más. El resto sólo debe y puede ser realizado por el propio pueblo. Las “autoridades revolucionarias” (Bakunin no retrocede ante esta palabra y se excusa expresando el deseo de “que las haya lo menos posible”) tienen que provocar la revolución en el seno de las masas y no imponérsela, tienen que llevarlas a su organización autónoma desde abajo hacia arriba y no someterlas a alguna organización.”10 La organización de lxs anarquistxs Para llegar a lo anteriormente dicho, es necesario que lxs anarquistxs nos organicemos a todos los niveles.

“Parece cosa evidente que la organización, es decir, la asociación con un fin determinado y con las formas y medios necesarios para ese fin, resulta algo imprescindible para la vida social. El hombre aislado no puede vivir ni siquiera la vida del bruto: es impotente, salvo en las regiones tropicales y cuando la población es excesivamente escasa, para procurarse el alimento; y lo es siempre, sin excepciones, para elevarse a una vida que sea un poco superior a la de los demás animales. Debiendo entonces unirse con los otros hombres, más aún, encontrándose unido con ellos como consecuencia de la evolución anterior de la especie, el hombre debe sufrir la voluntad de los demás –ser esclavo–, o imponer su propia voluntad a los otros –ser la autoridad–, o vivir con los demás en fraternal acuerdo con miras al mayor bien de todos –ser un asociado–. Nadie puede eximirse de esta necesidad; y los antiorganizadores más excesivos no sólo sufren la organización general de la sociedad en que viven, sino también en los actos voluntarios de su vida, e incluso en su rebelión contra la organización se unen, se dividen el trabajo, se organizan con aquellos con los que están de acuerdo y utilizan los medios que la sociedad pone a su disposición Admitida como posible la existencia de una colectividad organizada sin autoridad, es decir, sin coacción –y para los anarquistas es necesario admitirlo porque en caso contrario el anarquismo no tendría sentido–, pasamos a hablar de la organización del partido anarquista. También en este caso la organización nos parece útil y necesaria. Si partido significa un conjunto de individuos que tienen un fin común y se esfuerzan por alcanzarlo, es natural que se entiendan, unan sus fuerzas, se dividan el trabajo y tomen todas las medidas que juzguen aptas para llegar a aquel fin. Permanecer aislados actuando o queriendo actuar cada uno por su cuenta sin entenderse con los demás, sin prepararse, sin unir en un haz potente las débiles fuerzas de los individuos, significa condenarse a la impotencia, malgastar la propia energía en

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pequeños actos sin eficacia y muy pronto perder la fe en la meta y caer en la completa inacción. . . Un matemático, un químico, un psicólogo, un sociólogo pueden decir que no tienen programa o que no tienen el de buscar la verdad: quieren conocer, no quieren hacer algo. Pero el anarquismo y el socialismo no son ciencias: son propósitos, proyectos que los anarquistas y los socialistas desean poner en práctica y que por ello tienen necesidad de ser formulados en programas determinados. Si es cierto que [la organización crea jefes], es decir, si es cierto que los anarquistas son incapaces de reunirse y ponerse de acuerdo entre sí sin someterse a ninguna autoridad, esto quiere decir que son aún muy poco anarquistas y que antes de pensar en establecer el anarquismo en el mundo deben pensar en volverse capaces ellos mismos de vivir anárquicamente. Pero el remedio no residiría ya en la organización, sino en la acrecentada conciencia de los miembros individuales… Tanto en las sociedades pequeñas como en las grandes, aparte de la fuerza bruta, que no tiene nada que ver con nuestro caso, el origen y la justificación de la autoridad reside en la desorganización social. Cuando una colectividad tiene una necesidad y sus miembros no saben organizarse espontáneamente y por sí mismos para atenderla, surge alguien, una autoridad, que satisface esa necesidad sirviéndose de las fuerzas de todos y dirigiéndolas a su voluntad. Si las calles son inseguras y el pueblo no sabe solucionar el problema, surge una policía que, por algún servicio que presta, se hace soportar y pagar, y se impone y tiraniza. Si hay necesidad de un producto, y la colectividad no sabe entenderse con los productores lejanos para hacérselo enviar a cambio de productos del país, surge el mercader que medra con la necesidad que tienen unos de vender y los otros de comprar, e impone los precios que él quiere a los productores y a los consumidores. Ved lo que ha sucedido siempre entre nosotros: cuanto menos organizados estamos tanto más nos encontramos a discreción de algún individuo. Y es natural que así sea... De modo que la organización, lejos de crear la autoridad es el único remedio contra ella y el solo medio para que cada uno de nosotros se habitúe a tomar parte activa y consciente en el trabajo colectivo y deje de ser instrumento pasivo en manos de los jefes... Pero una organización, se dice, supone la obligación de coordinar la propia acción y la de los otros, y por lo tanto viola la libertad, traba la iniciativa. A nosotros nos parece que lo que verdaderamente elimina la libertad y hace imposible la iniciativa es el aislamiento que vuelve a los hombres impotentes. La libertad no es el derecho abstracto sino la posibilidad de hacer una cosa: esto es cierto entre nosotros como lo es en la sociedad general. Es en la cooperación de los otros hombres donde el hombre encuentra los medios para desplegar su actividad, su poder de iniciativa. Una organización anarquista debe fundarse, a mi juicio, sobre la plena autonomía, sobre la plena independencia, y por lo tanto la plena responsabilidad de los individuos y de los grupos; el libre acuerdo entre los que creen útil unirse para cooperar con un fin común; el deber moral de mantener los compromisos aceptados y no hacer nada que contradiga el programa aceptado. Sobre estas bases se adoptan luego las formas prácticas, los instrumentos adecuados para dar vida real a la organización. De ahí los grupos, las federaciones de grupos, las federaciones de federaciones, las reuniones, los congresos, los comités encargados de la correspondencia o de otras tareas. Pero todo esto debe hacerse libremente, de modo de dar mayor alcance a los esfuerzos que, aislados, serían imposibles o de poca eficacia. Así los congresistas en una organización anarquista, aunque adolezcan como cuerpos representativos de todas las imperfecciones… están exentos de todo autoritarismo porque no hacen leyes, no imponen a los demás sus propias deliberaciones. Sirven para mantener y aumentar las relaciones personales entre los compañeros más activos, para sintetizar y fomentar los estudios programáticos sobre las vías y medios de acción, para hacer conocer a todos las situaciones de las diversas regiones y la acción que más urge en cada una de ellas, para formular las diversas opiniones corrientes entre los anarquistas y hacer de ellas una especie de estadística –y sus decisiones no son reglas obligatorias, sino sugerencias, consejos,

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propuestas que deben someterse a todos los interesados y no se vuelven obligatorias, ejecutivas, sino para quienes las aceptan y mientras las acepten–. Los órganos administrativos que ellos nombran –comisión de correspondencia, etcétera– no tienen ningún poder directivo, no toman iniciativas sino por cuenta de quien solicita y aprueba esas iniciativas, y no tienen ninguna autoridad para imponer sus propios puntos de vista, que ellos pueden por cierto sostener y difundir como grupos de compañeros, pero no pueden presentar como opiniones oficiales de la organización. Ellos publican las resoluciones de los congresos y las opiniones y las propuestas que grupos e individuos se comunican entre sí; y sirven, para quien quiera utilizarlos, para facilitar las relaciones entre los grupos y la cooperación entre quienes están de acuerdo sobre las diversas iniciativas: todos están en libertad, si les parece, de mantener contacto directo con cualquiera, o de servirse de otros comités nombrados por agrupamientos especiales. En una organización anarquista todos los miembros pueden expresar todas las opiniones y emplear todas las técnicas que no estén en contradicción con los principios aceptados y no dañen la actividad de los demás. En todos los casos una determinada organización dura mientras las razones de unión sean superiores a las de disenso: en caso contrario se disuelve y deja su lugar a otros agrupamientos más homogéneos. Por cierto, la duración, la permanencia de una organización es condición del éxito en la larga lucha que debemos librar, y por otro lado es natural que todas las instituciones aspiren, por instinto, a durar indefinidamente. Pero la duración de una organización libertaria debe ser consecuencia de la afinidad espiritual de sus componentes y de la adaptabilidad de su constitución, a los continuos cambios de las circunstancias: cuando ya no es capaz de cumplir una función útil es mejor que muera. Nos sentiríamos por cierto felices si pudiéramos todos ponernos de acuerdo y unir todas las fuerzas del anarquismo en un movimiento, etcétera... Es mejor estar desunidos que mal unidos. Pero querríamos esperar que cada individuo se uniera con sus amigos y que no existieran fuerzas aisladas, o fuerzas desperdiciadas. Nos falta hablar de la organización de las masas trabajadoras para la resistencia contra el gobierno y contra los patrones... Los trabajadores no podrán emanciparse nunca mientras no encuentren en la unión la fuerza moral, la fuerza económica y la fuerza física que es necesaria para derrotar a la fuerza organizada de los opresores. Ha habido anarquistas, y los hay todavía por lo demás, que aun reconociendo… la necesidad de organizarse hoy, para la propaganda y la acción, se muestran hostiles a todas las organizaciones que no tengan como objetivo directo el anarquismo y no sigan métodos anarquistas... A esos compañeros les parecía que todas las fuerzas organizadas para un fin que no fuera radicalmente revolucionario eran fuerzas sustraídas a la revolución. A nosotros nos parece, en cambio, y la experiencia nos ha dado ya lamentablemente razón, que este método condenaría al movimiento anarquista a una perpetua esterilidad. Para hacer propaganda hay que encontrarse en medio de la gente, y es en las asociaciones obreras donde los trabajadores encuentran a sus compañeros y en especial a aquellos que están más dispuestos a comprender y a aceptar nuestras ideas. Pero aunque se pudiese hacer fuera de las asociaciones toda la propaganda que se quisiera, ésta no podría tener efecto sensible sobre la masa trabajadora. Aparte de un pequeño número de individuos, más decididos y capaces de reflexión abstracta y de entusiasmos teóricos, el trabajador no puede llegar de golpe al anarquismo. Para llegar a ser anarquista en serio, y no solamente de nombre, es necesario que el trabajador empiece a sentir la solidaridad que lo vincula con sus compañeros, que aprenda a cooperar con los demás en la defensa de los intereses comunes, y que al luchar contra los patrones y el gobierno que los sostiene, comprenda que los patrones y los gobiernos son parásitos inútiles y que los trabajadores podrían conducir por sí mismos la economía social. Y cuando ha comprendido esto es anarquista aunque no lleve ese nombre. Por lo demás, favorecer las organizaciones populares de todas clases es consecuencia lógica de nuestras ideas fundamentales, y debería por lo tanto formar parte de nuestro programa.

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Un partido autoritario, que trata de apoderarse del poder para imponer sus propias ideas, tiene interés en que el pueblo siga siendo una masa amorfa, incapaz de obrar por sí mismo y, por lo tanto, siempre fácil de dominar. Y por ello lógicamente ese partido no debe desear más que la pequeña cantidad de organización que necesita para llegar al poder y sólo la de ese tipo: organización electoral, si desea llegar por medios legales; organización militar, si confía, en cambio, en una acción violenta. Pero nosotros los anarquistas no podemos emancipar al pueblo; queremos que el pueblo se emancipe. No creemos en el bien que viene de lo alto y se impone por la fuerza; queremos que el nuevo modo de vida social surja de las vísceras del pueblo y corresponda al grado de desarrollo alcanzado por los hombres y pueda progresar a medida que éstos progresan. A nosotros nos importa, por lo tanto, que todos los intereses y todas las opiniones encuentren en una organización consciente la posibilidad de hacerse valer y de influir sobre la vida colectiva en proporciona su importancia. Nosotros nos hemos fijado la tarea de luchar contra la actual organización social y de abatir los obstáculos que se opongan al advenimiento de una nueva sociedad en la cual estén asegurados la libertad y el bienestar para todos. Para conseguir este fin nos unimos en un partido y tratamos de ser cada vez más numerosos y lo más fuertes que sea posible. Pero si lo único organizado fuera nuestro partido, si los trabajadores permanecieran aislados como otras tantas unidades indiferentes entre sí y sólo vinculados por la cadena común, si nosotros mismos, aparte de estar organizados en un partido en tanto somos anarquistas, no lo estuviésemos con los trabajadores en tanto somos trabajadores, no podríamos lograr nada, o, en el más favorable de los casos, sólo podríamos imponernos... y entonces ya no sería el triunfo del anarquismo, sino nuestro triunfo. Entonces, por más que nos llamáramos anarquistas, en realidad sólo seríamos simples gobernantes, y resultaríamos impotentes para el bien, como lo son todos los gobernantes.”11

6. Desacralizando conceptos

Hay ciertas ideas y tácticas que se han convertido en “sentido común” del anarquismo, tan solo por cristalizarse en el tiempo. No para negarlos, sino para evaluarlos en su justa medida a través de la crítica y el debate compañero. Si bien de un tiempo a esta parte hay iniciativas para repensar desde nuestra óptica (temporal, regional, etc) ciertas cuestiones que se han tornado dogmas, apuntamos algunas reflexiones sobre dos puntos que han sido espinosos.

Elecciones y abstencionismo

“La teoría de la soberanía del pueblo lleva en sí su propia negación. Si el pueblo entero fuese verdaderamente soberano, no habría más gobierno ni gobernados. El soberano quedaría reducido a cero. El Estado no tendría ya ninguna razón de ser, se identificaría con la sociedad y desaparecería dentro de la organización industrial. Para Bakunin, “en lugar de ser garantía para el pueblo, el sistema representativo crea y garantiza la existencia permanente de una aristocracia gubernamental opuesta al pueblo”. El sufragio universal es una trampa, un señuelo, una válvula de seguridad, una máscara tras la cual “se esconde el poder realmente despótico del Estado, cimentado en la banca, la policía y el ejército”, “un medio excelente para oprimir y arruinar a un pueblo en nombre y so pretexto de una supuesta voluntad popular”. El anarquista no tiene mucha fe en la emancipación por gracia del voto. Proudhon es abstencionista, al menos en teoría. Estima que “la revolución social corre serio riesgo si se produce a través de la revolución política”. Votar sería un contrasentido, un acto de cobardía, una complicidad con la corrupción del régimen: “Si queremos hacer la guerra a todos los viejos partidos juntos, es fuera del Parlamento y no dentro de él donde debemos buscar lícitamente nuestro campo de batalla”. “El sufragio universal es la contrarrevolución”. Para constituirse en

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clase, el proletariado debe primero “escindirse” de la democracia burguesa. Pero el Proudhon militante no siempre se ciñe a los principios por él enunciados. En junio de 1848 se deja elegir diputado y atrapar, por un momento, en el fango parlamentario. Dos veces consecutivas, en las elecciones parciales de septiembre de 1848 y en los comicios presidenciales del 10 de diciembre del mismo año, apoya la candidatura de Raspail, uno de los voceros de la extrema izquierda, entonces en prisión. Hasta llega a dejarse deslumbrar por la táctica del “mal menor”, y prefiere por ello al general Cavaignac, verdugo del proletariado parisiense, en lugar del aprendiz de dictador Luis Napoleón. Mucho más tarde, en las elecciones de 1863 y 1864, preconiza, sí, el voto en blanco, pero a modo de protesta contra la dictadura imperial y no por oposición al sufragio universal, que ahora califica de “principio democrático por excelencia”. Bakunin y sus partidarios dentro de la Primera Internacional protestan por el epíteto de “abstencionistas” que les endilgan maliciosamente los marxistas. Para ellos, el no concurrir a las urnas no es artículo de fe, sino simple cuestión de táctica. Si bien sostienen que la lucha de clases debe librarse ante todo en el plano económico, rechazan la acusación de que hacen abstracción de la “política”. No reprueban la “política” en general sino, solamente, la política burguesa. Sólo encontrarían condenable la revolución política si ella precediera a la revolución social. Se mantienen apartados únicamente de los movimientos políticos cuyo fin inmediato y directo no es la emancipación de los trabajadores. Lo que temen y condenan son las equívocas alianzas electorales con los partidos del radicalismo burgués, del tipo “1818” o “frente popular”, como se diría en la actualidad. También se percatan de que, cuando son elegidos diputados y trasladados a las condiciones de vida burguesas, cuando dejan de ser trabajadores para convertirse en gobernantes, los obreros se tornan burgueses, quizá más que los propios burgueses. Con todo, la actitud de los anarquistas respecto del sufragio universal no es, ni con mucho, coherente y consecuente. Unos consideran el voto como recurso que ha de aceptarse a falta de algo mejor. Otros adoptan una posición inconmovible: aseveran que el uso del voto es condenable, en cualesquiera circunstancias, y hacen de la abstención una cuestión de pureza doctrinaria. Así, en ocasión de las elecciones francesas de mayo de 1924, en las cuales participa la coalición de partidos de izquierda, Malatesta se niega rotundamente a hacer concesiones. Admite que, según la situación, el resultado de las elecciones podría tener consecuencias “buenas” o “malas” y depender, a veces, del voto de los anarquistas, sobre todo cuando las fuerzas de las organizaciones políticas opuestas fueran casi iguales. “¡Pero qué importa! Aun cuando se obtuvieran pequeños progresos como consecuencia directa de una victoria electoral, los anarquistas no deberían concurrir a las urnas”. En conclusión: “Los anarquistas se han mantenido siempre puros y siguen siendo el partido revolucionario por excelencia, el partido del porvenir, porque han sido capaces de resistirse al canto de la sirena electoral”. España, en especial, proporciona ejemplos ilustrativos de la incoherencia de la doctrina anarquista en este terreno. En 1930, los anarquistas harán frente común con los partidos de la democracia burguesa a fin de derrocar al dictador Primo de Rivera. Al año siguiente, pese a ser oficialmente abstencionistas, muchos libertarios concurrirán a las urnas con motivo de las elecciones municipales que precipitarán el derrumbe de la monarquía. En las elecciones generales del 19 de noviembre de 1933, sostendrán enérgicamente la abstención electoral, lo cual llevará al poder durante más de dos años a una derecha violentamente antiobrera. Tendrán la precaución de anunciar de antemano que, si su consigna abstencionista trajera como consecuencia la victoria de la reacción, ellos responderían desencadenando la revolución social. Poco después lo intentarán, aunque en vano y a costa de innumerables pérdidas (muertos, heridos, prisioneros). Cuando, a principios de 1936, los partidos izquierdistas se asocien en el Frente Popular, la central anarcosindicalista se verá en figurillas para decidir cuál actitud tomar. Finalmente se pronunciará por la abstención, pero sólo de labios afuera; su campaña será lo suficientemente tibia como para no llegar a las masas, cuya participación en

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el escrutinio está, de todos modos, ya asegurada. Al acudir a las urnas, el cuerpo electoral logrará el triunfo del Frente Popular (263 diputados izquierdistas contra 181). Cabe observar que, a despecho de sus furiosos ataques contra la democracia burguesa, los anarquistas reconocen el carácter relativamente progresista de ésta. Hasta Stirner, el más intransigente de todos, deja escapar de tanto en tanto la palabra “progreso". “Sin duda”, concede Proudhon, “cuando un pueblo pasa del Estado monárquico al democrático, ello significa un progreso”; y Bakunin afirma: “No se crea que deseamos *...+ criticar al gobierno democrático en beneficio de la monarquía [...]. La república más imperfecta es mil veces mejor que la monarquía más esclarecida [...]. Poco a poco, el régimen democrático eleva a las masas a la vida pública”. De tal modo, se desmiente la opinión de Lenin, según la cual “ciertos anarquistas” creen “que al proletariado le es indiferente la forma de opresión”.12

Patria, Nacionalidad y Colonialismo

“El Estado no es la Patria; es la abstracción, la ficción metafísica, mística, política y jurídica de la Patria. Las masas populares de todos los países aman profundamente a su patria, pero es un amor natural, real. El patriotismo del pueblo no es una idea; es un hecho. Y el patriotismo político, el amor al Estado, no es la expresión justa de ese hecho, sino una expresión desnaturalizada por medio de una abstracción falaz y siempre en beneficio de una minoría explotadora. La patria, la nacionalidad, es como la individualidad, un hecho natural y social, fisiológico y al mismo tiempo histórico; no es un principio. Solo puede darse el nombre de principio humano a aquello que es universal, común a todos los hombres; pero la nacionalidad los separa; no es por lo tanto, un principio. Principio es el respeto que todos debemos tener para con los hechos naturales, reales o sociales. Y la nacionalidad, como la individualidad, es uno de esos hechos. Debemos, pues, respetarla. Violarla es un delito, y cada vez que se encuentra amenazada, digámoslo en el lenguaje de Mazzini, se convierte en un principio sagrado. De ahí que me sienta, francamente, siempre, patriota de todas las patrias oprimidas. La patria representa el derecho irrebatible y sagrado de todo hombre, de todo grupo de hombres –asociaciones, comunidades, regiones, naciones-, de vivir, sentir, pensar, desear y actuar a su manera y esta manera es siempre el irrefutable resultado de un largo desarrollo histórico. Nos inclinamos, pues, ante la tradición, ante la historia; mejor dicho, las reconocemos, no porque se nos presenten como barreras abstractas, metafísicas, jurídica y políticamente alzadas por sabios intérpretes y profesores del pasado, sino tan sólo porque realmente han pasado a la carne y la sangre, al pensamiento real y la voluntad de las actuales poblaciones. El patriotismo que tiene a la unidad al margen de la libertad es un mal patriotismo, siempre funesto para los intereses populares y reales del país al que pretende exaltar y servir: es amigo, a menudo sin desearlo, de la reacción, vale decir, enemigo de la revolución, esto es, enemigo de la emancipación de las naciones y los hombres.”13

“El verdadero internacionalismo descansa sobre la autodeterminación y su corolario, el derecho de secesión. “Toda persona, toda asociación, toda comuna, toda provincia, toda región, toda nación, tiene el derecho absoluto de disponer de sí misma, de asociarse o no, de aliarse con quien quiera y de romper sus alianzas sin consideración por los supuestos derechos históricos ni por las conveniencias de sus vecinos”, añade Bakunin a los conceptos de Proudhon. “De todos los derechos políticos, el primero y más importante es el derecho de unirse y separarse libremente; sin él, la confederación sería siempre sólo una centralización disfrazada”. Para los anarquistas, empero, este principio no implica una tendencia divisionista o aislacionista. Muy por el contrario, abrigan la “convicción de que, una vez reconocido el

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derecho de secesión, las secesiones de hecho se tornarán imposibles, ya que la unidad nacional será producto de la libre voluntad, y no de la violencia y la mentira histórica”. Entonces y sólo entonces, la unidad nacional será “verdaderamente fuerte, fecunda e indisoluble”. Lenin, y luego los primeros congresos de la Tercera Internacional tomarán de Bakunin estos conceptos, que los bolcheviques adoptarán como base de su política de nacionalidades y de su estrategia anticolonialista, para, finalmente, renegar de ellos y volcarse hacia la centralización autoritaria y un imperialismo disimulado. (…) Bakunin siente “la más profunda simpatía por toda insurrección nacional contra la opresión”. Insta a los pueblos oprimidos a seguir el fascinante ejemplo de la sublevación española contra Napoleón, la cual, pese a la formidable desproporción entre los guerrilleros nativos y las tropas imperiales, no pudo ser dominada por el invasor y resistió durante cinco años hasta que, finalmente, logró expulsar a los franceses de España. Todo pueblo “tiene el derecho de ser él mismo y nadie ha de imponerle sus costumbres, sus trajes, su idioma, sus opiniones y sus leyes”. Pero, vuelve a recalcar, no puede haber verdadero federalismo sin socialismo. Desea que la liberación nacional se cumpla “en beneficio, tanto político como económico, de las masas populares”, y “no con la ambiciosa intención de fundar un Estado poderoso”. La revolución de liberación nacional que “se haga al margen del pueblo, habrá de apoyarse en la clase privilegiada para triunfar [...] y por lo tanto irá necesariamente contra el pueblo”; será, en consecuencia, “un movimiento retrógrado, funesto y contrarrevolucionario”. Sería lamentable que las colonias, tras liberarse del yugo extranjero, fuesen a caer bajo un yugo propio, de carácter político y religioso. Para emancipar a estos paises es preciso “desarraigar de sus masas populares la fe en cualquier forma de autoridad, divina o humana”. Históricamente, la cuestión nacional pasa a segundo plano frente a la social. Sólo la revolución social puede salvarnos; una revolución nacional aislada no tiene posibilidad de triunfo. La revolución social desemboca necesariamente en una revolución mundial.”14

7. La práctica revolucionaria en el mundo

Enorme y diversa es la experiencia del anarquismo dentro de la lucha por un cambio social radical. Organizaciones populares, obreras, campesinas, de desocupadxs, territoriales, estudiantiles, políticas, militares… Como decíamos anteriormente, no hay una receta para la práctica libertaria, y cada lucha precisa de su herramienta orgánica particular. En este apartado haremos un breve repaso por las experiencias que consideramos más importantes y que, conociéndolas en su justa medida, tienen mucho para aportar a nuestra práctica hoy. Internacionales y Comunas El primer antecedente de una práctica definitivamente anarquista se dio en el seno de la Asociación Internacional de Trabajadores, conocida hoy como Primera Internacional. Fue el baluarte organizativo del proletariado europeo, y un período de convivencia, dentro de una misma organización revolucionaria internacional, de distintas tendencias. Aquellas experiencias que levantaron luego su recuerdo, lo hicieron en nombre de una tendencia particular. La Segunda Internacional, de los primeros partidos obreros, mutó en socialdemócrata y se alejó rápidamente de su intención revolucionaria original. Aún existe en los papeles, y la Unión Cívica Radical, o el Partido Socialista, forman parte de ella. La Tercera Internacional, nacida al calor de la Revolución Rusa, pronto se transformó en el baluarte del estalinismo, desde donde buscaba extender su presencia en todos los países mediante sus “oficinas locales”, los Partidos Comunistas fieles a Moscú. Vale decir que su misión era

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asegurar las relaciones de los gobiernos con la URSS de manera de no alterar el orden geopolítico de guerra fría planteado entre aquella y EEUU. Jugó un papel abiertamente contrarevolucionario frente a todo aquello que no iba de acuerdo a sus intereses particulares. La Cuarta Internacional, puesta en pie por León Trostky mientras vivía, no logró ampliar su influencia más allá de los grupos o partidos trostkistas de cada país. Actualmente se encuentra dividida en 9 fracciones, además de grupos autónomos que tienen como misión “reconstruir la Internacional”. Por el lado de lxs anarquistas, en 1923 se formó la AIT, organización internacional del sindicalismo libertario que existe hasta hoy. Desde el nombre se planteó como una continuadora de la Primera, pero al igual que las demás, solo estuvo abierta a una tendencia. Al entrar, posteriormente a la derrota de la Revolución Española, el anarquismo en un eclipse de su fuerza de antaño, las luchas intestinas de un movimiento cada vez más chico terminó dejando fuera a organizaciones que no cumplían con la ortodoxia. Es así que hoy, la central sindical libertaria de mayor volumen de afiliados a nivel mundial, la CGT española, no forma parte de la AIT. Otras coordinaciones se han puesto en pie, pero más apegadas a la realidad y sin necesidad de crear nombres grandilocuentes cuando la práctica que los sustente todavía está en formación. Por lo pronto se está materializando en la Europa en crisis que se enfrenta a los ajustes, una coordinación del sindicalismo libertario y de base que avanza. Volviendo a los hechos, la Internacional fue fundada en Londres en 1864, y agrupó inicialmente a los sindicalistas ingleses, anarquistas y socialistas franceses e italianos republicanos. Sus fines eran la organización política del proletariado en Europa y el resto del mundo, así como un foro para examinar problemas en común y proponer líneas de acción. Colaboraron en ella Karl Marx, Engels y Mijaíl Bakunin. Las grandes tensiones, fruto de las diferencias programáticas existentes entre Marx y los partidarios del socialismo de Estado, y Bakunin y los partidarios del anarquismo colectivista, llevaron a la escisión entre ambos sectores: marxistas y bakuninistas. Considerando los primeros en favor de la formación de una internacional de partidos obreros fuertemente centralizados que participaran en elecciones. Y los segundos en favor de un modelo revolucionario basado en la organización asociativa-cooperativa (federalismo social) que rechaza el poder centralizado.. En 1872 el Consejo General de la AIT se traslada desde Londres, donde está ubicado desde sus inicios, a Nueva York, por iniciativa de Marx. Esto significó la muerte del movimiento, que ya había quedado fatalmente herido con la expulsión de sus secciones más combativas. Terminó disolviéndose oficialmente en 1876, aunque ya no existía en la práctica desde tiempo antes. Su legado más importante es haber sentado las bases para el primer intento revolucionario abiertamente socialista de la historia, la Comuna de París. Fue un breve movimiento insurreccional que gobernó la ciudad de París del 18 de marzo al28 de mayo de 1871, instaurando un proyecto político popular autogestionario. En medio de la crisis generada por la guerra entre Francia y Prusia, la población de París tomó el dominio de la ciudad frente a la ausencia del gobierno central, que había partido a Versalles. Durante los dos meses que duró, la Comuna promulgó una serie de decretos revolucionarios, como la autogestión de las fábricas abandonadas por sus dueños, la creación de guarderías para los hijos de las obreras, la laicidad del Estado, la obligación de las iglesias de acoger las asambleas de vecinos y de sumarse a las labores sociales, la remisión de los alquileres impagados y la abolición de los intereses de las deudas. Muchas de estas medidas respondían a la necesidad de paliar la pobreza generalizada que había causado la guerra. Sometida casi de inmediato al asedio del gobierno provisional, la Comuna fue reprimida con extrema dureza. Tras un mes de combates, el asalto final al casco urbano provocó una fiera lucha calle por calle, la llamada Semana Sangrienta del 21 al 28 de mayo. El balance final fue de unos 30.000 muertos y el sometimiento de París a la ley marcial durante cinco años. Pero la semilla revolucionaria había florecido, y nuevos brotes cada vez más fuertes y duraderos vendrían. Respecto a la Comuna, dijera Bakunin: “La Comuna habíase proclamado federalista, y sin negar la unidad nacional de Francia, que es un hecho natural y social, audazmente negó al Estado,

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que es su unidad violenta y artificial. (…) Tan formidable fue se efecto en todas partes, que hasta los marxistas, todas cuyas ideas habían sido trastornadas por esta insurrección, se vieron obligados a sacarse el sombrero ante ella. Hicieron más: al revés de las más simple lógica y de sus verdaderos sentimientos, proclamaron que su programa y su finalidad eran los de ellos. Fue un disfraz verdaderamente bufón, pero forzoso. Debieron hacerlo bajo pena de verse desbordados y abandonados por todos: tan poderosa había sido la pasión que aquella revolución había provocado en todo el momento.”15 Y también una lección tomaría de aquel intento el revolucionario ruso, que fue ignorada por lxs críticxs más vulgares del anarquismo: “La abolición del Estado no podría alcanzarse de golpe, pues en la historia, al igual que en la naturaleza física, nada se hace de golpe. Hasta las más súbitas revoluciones, las más inesperadas y radicales, siempre han sido preparadas por un largo trabajo de descomposición y nueva formación. Trabajo subterráneo o visible, pero nunca interrumpido y siempre creciente. Por lo tanto, tampoco para la Internacional se trata de destruir de un día para el otro todos los Estados. Emprender esto, o tan solo soñar con él, sería una locura.”16 El binomio CNT-FAI demostraría, en 1936, haber aprendido la lección. Caída y resurgimiento La imposibilidad de la consolidación de la Internacional antiautoritaria despojó al anarquismo de un elemento de intervención en las masas obreras y populares. Hubo intentos, congresos, pero no se logró la potencia, a nivel internacional, de antaño. Algunas antiguas secciones de la Internacional, como la española, continuaban su labor organizativa en su ámbito de inserción. Pero para el movimiento anarquista en general, y sobre todo en lugares como Francia, vino el aislamiento y la impotencia. Esta situación dio nuevos bríos a los sectores individualistas, que comenzaron a hacerse notar a través del atentado a figuras de autoridad, las bombas, las expropiaciones.

“¿A qué obedeció este retroceso? Una de las razones fue el acelerado desarrollo industrial y la rápida conquista de los derechos políticos, que predispusieron a los trabajadores a aceptar el reformismo parlamentario. De ahí que el movimiento obrero internacional quedara acaparado por la socialdemocracia, política, electoralista y reformista, que no se proponía realizar la revolución social, sino apoderarse legalmente del Estado burgués y satisfacer las reivindicaciones inmediatas. Reducidos a una débil minoría, los anarquistas renunciaron a la idea de militar dentro de los grandes movimientos populares. Por querer mantener la pureza doctrinaria –de una doctrina en la cual se daba ahora libre curso a la utopía, combinación de prematuros sueños futuristas y nostálgicas evocaciones de la Edad de Oro– Kropotkin, Malatesta y sus amigos volvieron la espalda al camino abierto por Bakunin. Reprocharon a la literatura anarquista –e incluso al propio Bakunin– el estar demasiado “impregnada de marxismo”. Se encerraron en sí mismos y se organizaron en pequeños grupos clandestinos de acción directa, en los que la policía infiltró hábilmente a sus soplones. El virus quimérico y aventurero se introdujo en el anarquismo tras el retiro de Bakunin, ocurrido en 1876 y seguido, a poco, de su muerte. El congreso de Berna lanzó el lema de la “propaganda por el hecho”. Cafiero y Malatesta se encargaron de dar la primera lección. El 5 de abril de 1877, treinta militantes armados, dirigidos por ellos, invadieron las montañas de la provincia italiana de Benevento, quemaron los archivos comunales de una aldea, distribuyeron entre los pobres el contenido de la caja del recaudador de impuestos, intentaron aplicar un “comunismo libertario” en miniatura –rural y pueril– y, finalmente, acosados, transidos de frío, se dejaron capturar sin oponer resistencia. Tres años después –el 25 de diciembre de 1880, para ser más exactos–, Kropotkin proclamaba en su periódico Le Révolté: “La revuelta permanente mediante la palabra, el impreso, el puñal, el fusil, la dinamita [...], todo lo que no sea legalidad es bueno para nosotros”. De la

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“propaganda por el hecho” a los atentados individuales sólo había un paso que no tardó en darse. Fernand Pelloutier, joven anarquista convertido al sindicalismo revolucionario, dirá que a su juicio, el empleo de la dinamita alejó del camino del socialismo libertario a los trabajadores pese a que se sentían completamente decepcionados del socialismo parlamentario; ninguno se atrevía a llamarse anarquista por temor de que se pensara que prefería la revuelta aislada en perjuicio de la acción colectiva. La combinación de las bombas y de las utopías kropotkinianas proporcionó a los socialdemócratas armas que supieron usar muy bien contra los anarquistas.”17 Pero esta parálisis del movimiento libertario, similar a la de las últimas décadas (hasta los argumentos parecen calcados) pronto dio un giro mediante la constatación práctica por parte de las masas de la imposibilidad de conseguir mejoras por la vía parlamentaria, frente a un Estado totalmente reaccionario y antiobrero. Recordemos que es el momento de auge de la socialdemocracia, enfocada a tender lazos con el Estado y fustigar todo intento revolucionario por “utopista”. Tiempo después, en El Estado y la Revolución, tendiendo a los anarquistas un ramo en el cual se entremezclaban flores y espinas, Lenin les hizo justicia contra los socialdemócratas. A estos les reprochó el haber “dejado a los anarquistas el monopolio de la crítica del parlamentarismo”, y el haber “calificado de anarquista” a dicha crítica. No era de asombrar, pues, que el proletariado de los países parlamentarios, harto de tales socialistas, hubiera volcado cada vez más sus simpatías hacia el anarquismo. Los socialdemócratas tacharon de anarquista toda tentativa de destruir el Estado burgués. Los libertarios señalaron “con exactitud el carácter oportunista de las ideas sobre el Estado que profesan la mayoría de los partidos socialistas”.

Siempre al decir de Lenin, Marx concuerda con Proudhon en un punto: ambos son partidarios de la “destrucción del actual aparato del Estado”. “Esta analogía entre marxismo y anarquismo, el de Proudhon, el de Bakunin, es algo que los oportunistas no quieren ver”. Los socialdemócratas encarnaron con espíritu “no marxista” sus discusiones con los anarquistas. Su crítica del anarquismo se reduce a esta trivialidad burguesa: “Nosotros aceptamos el Estado; los anarquistas, no”. Pero, con muy buen fundamento, los libertarios podrían replicarle a la socialdemocracia que ella no cumple con su deber, que es el de educar a los obreros para la revolución.”18

Entonces la lucha revolucionaria, con una estrategia correcta, rindió pronto sus resultados. Es importante para nosotrxs conocer esta dinámica, para sacar las lecciones necesarias en nuestra búsqueda de un anarquismo de masas, popular y revolucionario. “Kropotkin fue uno de los primeros que tuvieron el mérito de entonar su mea culpa, y de reconocer la inutilidad de la “propaganda por el hecho”. En una serie de artículos publicados en 1890, afirmó “que es preciso estar con el pueblo, quien ya no pide actos aislados sino hombres de acción en sus filas”. Previno contra “la ilusión de que puede vencerse a la coalición de explotadores con unas libras de explosivos”. Preconizó el retorno a un sindicalismo de masas similar al que engendró y difundió la Primera Internacional: “Uniones gigantescas que engloben a los millones de proletarios”.

Si querían desligar a las masas obreras de los supuestos socialistas que sólo se burlaban de ellas, los anarquistas debían necesariamente penetrar en los sindicatos. Fernand Pelloutier delineó la nueva táctica en su artículo “El anarquismo y los sindicatos obreros”, publicado en 1895 por Les Temps Nouveaux, semanario anarquista. El anarquismo bien podía prescindir de la dinamita, y era imperioso que fuera hacia la masa a fin de cumplir un doble propósito: el de propagar las ideas libertarias en un medio importantísimo y el de arrancar al movimiento sindical del estrecho corporativismo en el que había estado hundido hasta entonces. El sindicalismo había de ser una “escuela práctica de anarquismo”. Laboratorio de las luchas económicas, apartado de las competencias electorales, administrado anárquicamente, ¿no era

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el sindicato, revolucionario y libertario a la vez, la única organización que podía equilibrar y destruir la nefasta influencia de los políticos socialdemócratas? Pelloutier enlaza los sindicatos obreros con la sociedad “comunista libertaria” que seguía siendo la meta final de los anarquistas. Y así inquiere: el día en que estalle la revolución, “¿no habrá ya una organización lista para suceder a la actual, una organización casi libertaria que suprima de hecho todo poder político y cuyas partes integrantes, dueñas de los instrumentos de producción, rijan sus asuntos independiente y soberanamente, con el libre consentimiento de sus miembros?”.

Más adelante, en el congreso anarquista internacional de 1907, Pierre Monatte declaraba: “El sindicalismo [...] abre al anarquismo, demasiado tiempo replegado en sí mismo, perspectivas y esperanzas nuevas”. Por una parte, “el sindicalismo *...+ ha devuelto al anarquismo el espíritu de su origen obrero; por la otra, los anarquistas han contribuido en buena medida a conducir al movimiento obrero hacia el camino revolucionario y a popularizar la idea de la acción directa”. En esa misma reunión, y tras acaloradas discusiones, se adaptó una resolución de síntesis que comenzaba con la siguiente declaración de principios: “El congreso anarquista internacional considera que los sindicatos son organizaciones de combate en la lucha de clases tendiente al mejoramiento de las condiciones de trabajo, a la vez que uniones de productores que pueden servir para transformar la sociedad capitalista en otra anarcocomunista”.

Pero mucho les costó a los anarquistas sindicalistas encaminar al conjunto del movimiento libertario hacia el nuevo sendero elegido. Los “puros” del anarquismo abrigaban un incontenible recelo contra el movimiento sindical. Les chocaba su excesivo espíritu práctico y lo acusaban de complacerse en la sociedad capitalista, de ser parte de ella y acantonarse tras las reivindicaciones inmediatas. Negaban que el sindicalismo pudiera resolver por sí solo los problemas sociales, según lo pretendía. Durante el congreso de 1907, en áspera réplica a Monatte, Malatesta sostuvo que el movimiento obrero era para los anarquistas un medio, pero no un fin: “El sindicalismo es y será siempre nada más que un movimiento legalista y conservador, sin otro objetivo alcanzable –¡vaya!– que el mejoramiento de las condiciones de trabajo”. Cegado por el deseo de lograr ventajas inmediatas, el movimiento sindical desviaba a los trabajadores de su verdadera meta: “No es que debamos incitar a los obreros a dejar el trabajo, sino, más bien, a continuarlo por cuenta propia”. Finalmente, Malatesta alertaba contra el espíritu conservador de las burocracias gremiales: “Dentro del movimiento obrero, el funcionario es un peligro sólo comparable al del parlamentarismo. El anarquista que acepta ser funcionario permanente y asalariado de un sindicato está perdido para el anarquismo”.

Monatte replicó que, al igual que toda obra humana, el movimiento sindical no estaba, por cierto, libre de imperfecciones: “Creo que, en lugar de ocultarlas, es útil tenerlas siempre presentes a fin de poder contrarrestarlas”. Reconocía que la burocracia sindical daba motivo a vivas críticas, a menudo justificadas. Pero rechazaba la acusación de que se deseaba sacrificar al anarquismo y la revolución en bien del sindicalismo. “Como para todos los que estamos aquí, la anarquía es nuestro objetivo final. Mas los tiempos han cambiado, y por eso, sólo por eso, nos hemos visto obligados a modificar nuestro modo de encarar el movimiento y la revolución [...]. Si, en lugar de criticar desde arriba los vicios pasados, presentes y hasta futuros del sindicalismo, los anarquistas participaran más íntimamente en la actividad sindical, los peligros que aquél puede provocar quedarían conjurados por siempre jamás.””19

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La Revolución Rusa

“La Revolución Rusa dio nuevo impulso al anarquismo, ya remozado en el sindicalismo revolucionario. Esta afirmación puede sorprender al lector, habituado a considerar la gran mutación revolucionaria de octubre de 1917 como obra y patrimonio exclusivo de los bolcheviques. En rigor de verdad, la Revolución Rusa fue un vasto movimiento de masas, una ola de fondo popular que rebasó y arrasó a los grupos ideológicos. No perteneció a nadie en particular; sólo al pueblo. En la medida en que constituyó una auténtica revolución, impulsada desde abajo hacia arriba, capaz de producir espontáneamente órganos de democracia directa, presentó todas las características de una revolución social de tendencias libertarias. No obstante, la debilidad relativa de los anarquistas rusos les impidió explotar una situación excepcionalmente favorable para lograr el triunfo de sus ideas. La Revolución fue finalmente confiscada y desnaturalizada por la maestría, dirán unos, por la astucia, dirán otros, del equipo de revolucionarios profesionales agrupados en torno de Lenin. Pero esta doble derrota del anarquismo y de la auténtica revolución popular no resultó del todo estéril para la idea libertaria. En primer término, no se renegó de la apropiación colectiva de los medios de producción, con lo que se preservó el terreno donde algún día, quizás, el socialismo desde la base se impondrá sobre la regimentación estatal. En segundo lugar, la experiencia soviética significó una importante lección para algunos anarquistas de Rusia y otros países, a quienes este fracaso temporario enseñó muchas cosas –de las cuales el propio Lenin pareció tomar conciencia en vísperas de su muerte–, y obligó a reconsiderar los problemas de conjunto de la revolución y del anarquismo. (…)¿Qué papel desempeñaron los anarquistas rusos en aquel drama, en el cual una revolución de tipo libertario fue transmutada en su opuesto? Rusia no tenía casi tradición libertaria. Bakunin y Kropotkin se convirtieron al anarquismo en el extranjero; ni uno ni otro militaron jamás como anarquistas dentro de Rusia. En lo que atañe a sus obras, por lo menos antes de la Revolución de 1917, se publicaron fuera de su país natal y, muchas veces, en lengua extranjera. Sólo algunos extractos llegaron a Rusia, y ello clandestinamente, con grandes dificultades y en cantidades muy limitadas. La educación social, socialista y revolucionaria de los rusos, no tenía absolutamente nada de anarquista. (…)Los anarquistas eran apenas “un puñado de hombres sin influencia”. Sumaban, cuando más, algunos miles. Siempre al decir de Volin, su movimiento era “todavía demasiado débil para tener influencia inmediata y concreta sobre los acontecimientos”. Por lo demás, la mayoría de ellos, intelectuales de tendencias individualistas, prácticamente no habían participado en el movimiento obrero. Nestor Majno fue, junto con Volin, una de las excepciones a esta regla; actuó en su Ucrania natal en el corazón de las masas y, en sus memorias, declara con gran severidad que el anarquismo ruso “se encontraba a la zaga de los acontecimientos y, a veces, hasta completamente fuera de ellos”. No obstante, este juicio parece algo injusto. Entre la Revolución de febrero y la de octubre, los anarquistas cumplieron un papel nada desdeñable. Así lo reconoce Trotski repetidamente en el curso de su Historia de la Revolución Rusa. “Osados” y “activos” pese a su escaso número, fueron adversarios por principio de la Asamblea Constituyente, en un momento en que los bolcheviques no eran todavía antiparlamentarios. Mucho antes que el partido de Lenin, inscribieron en su bandera el lema de todo el poder a los soviets. Ellos dieron impulso al movimiento de socialización espontánea de la vivienda, muchas veces contra la voluntad de los bolcheviques. Y en parte por iniciativa de los militantes anarcosindicalistas, los obreros se apoderaron de las fábricas, aun antes de octubre. No hubo casi ciudad importante que no contara con un grupo anarquista o anarcosindicalista afanoso por difundir material impreso relativamente considerable: periódicos, revistas, folletos de propaganda, opimsculos, libros. En Petrogrado aparecían dos semanarios y en Moscim un diario, cada uno de los cuales tenía una tirada de 25.000 ejemplares. El público de los anarquistas aumentó a medida que se ahondaba la Revolución, hasta que se apartó de las masas.

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El 6 de abril de 1918, el capitán francés Jacques Sadoul, que cumplía una misión en Rusia, escribió en un informe: “El partido anarquista es el más activo, el más combativo de los grupos de la oposición y, probablemente, el más popular [...]. Los bolcheviques están inquietos”.

El gobierno bolchevique “comenzó por clausurar brutalmente los locales de las organizaciones libertarias y prohibirles a los anarquistas toda propaganda o actividad”. Fue así como, la noche del 12 de abril de 1918, destacamentos de guardias rojos armados hasta los dientes realizaron una sorpresiva operación de limpieza en veinticinco casas ocupadas por los anarquistas en Moscú. (…)“Durante cuatro años este conflicto tendrá en vilo al poder bolchevique *...+, hasta la aniquilación definitiva de la corriente libertaria manu militari” (fines de 1921).”20 La Ucrania libertaria

“Si bien la eliminación de los grupos anarquistas urbanos, pequeños núcleos impotentes, iba a ser tarea relativamente fácil, no sucedería lo mismo con los del sur de Ucrania, donde el campesino Néstor Majno había formado una fuerte organización anarquista rural de carácter económico y militar. Hijo de campesinos ucranianos pobres, Majno contaba apenas treinta años en 1919. Participó en la Revolución de 1905 y abrazó la idea anarquista siendo muy joven. Condenado a muerte por el zarismo, su pena fue conmutada por la de ocho años de encierro, tiempo que pasó casi siempre encadenado en la cárcel de Butirki. Ésta fue su única escuela, pues allí, con la ayuda de un compañero de prisión, Piotr Arshinov, llenó, siquiera parcialmente, las lagunas de su educación. La organización autónoma de las masas campesinas, que se constituyó por su iniciativa inmediatamente después del movimiento de octubre, abarcaba una región poblada por siete millones de habitantes que formaba una suerte de círculo de 280 por 250 kilómetros. La extremidad sur de esta zona llegaba al mar de Azov, incluyendo el puerto de Berdiansk. Su centro era Guliai-Polié, pueblo que tenía entre veinte y treinta mil habitantes. Esta región era tradicionalmente rebelde. En 1905, fue teatro de violentos disturbios.

Todo comenzó con el establecimiento, en suelo ucranio, de un régimen derechista impuesto por los ejércitos de ocupación alemán y austríaco. El nuevo gobierno se apresuró a devolver a sus antiguos propietarios las tierras que los campesinos revolucionarios acababan de quitarles. Los trabajadores del suelo tomaron las armas para defender sus recientes conquistas, tanto de la reacción como de la intempestiva intrusión, en la zona rural, de los comisarios bolcheviques y de sus requisas, gravosas por demás. Esta gigantesca rebelión campesina tuvo como alma mater a un hombre justiciero, una especie de Robin Hood anarquista, a quien los campesinos llamaban “Padre” Majno. Su primer hecho de armas fue la conquista de Guliai-Polié, a mediados de septiembre de 1918. Pero el armisticio del 11 de noviembre trajo consigo la retirada de las fuerzas de ocupación germano-austríacas y brindó a Majno una ocasión única para reunir reservas de armas y materiales. Por primera vez en la historia, en la Ucrania liberada se aplicaron los principios del comunismo libertario y, dentro de lo que la situación de guerra civil permitía, se practicó la autogestión. Los campesinos cultivaban en común las tierras disputadas a los antiguos terratenientes y se agrupaban en “comunas” o “soviets de trabajo libres”, donde reinaban la fraternidad y la igualdad. Todos –hombres, mujeres y niños– debían trabajar en la medida de sus fuerzas. Los compañeros elegidos para cumplir temporariamente las funciones administrativas volvían a sus tareas habituales, junto a los demás miembros de la comuna, una vez terminada su gestión. Cada soviet era sólo el ejecutor de la voluntad de los campesinos de la localidad que lo había elegido. Las unidades de producción estaban federadas en distritos, y éstos, en regiones. Los soviets formaban parte de un sistema económico de conjunto, basado en la igualdad social.

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Debían ser absolutamente independientes de cualquier partido político y no se permitía a ningún político profesional tratar de gobernarlos amparándose tras el poder soviético. Sus miembros tenían que ser trabajadores auténticos, dedicados a servir exclusivamente los intereses de las masas laboriosas.

Uno de los puntos relativamente débiles del movimiento majnovista lo constituyó el escaso número de intelectuales libertarios que tuvieron participación directa en él. En las reuniones del movimiento se congregaban delegados de los campesinos y de los guerrilleros, pues la organización civil era la prolongación de un ejército campesino rebelde que practicaba la táctica de las guerrillas. Esta fuerza era notablemente móvil, capaz de recorrer hasta cien kilómetros por día, no sólo merced a su caballería sino también a su infantería, que se desplazaba en ligeros vehículos suspendidos sobre flejes y tirados por caballos. Estaba organizada con arreglo a principios específicamente libertarios, tales como el servicio voluntario, la designación electiva de todos los grados y la aceptación voluntaria de la disciplina. Es de notar que todos obedecían rigurosamente las reglas disciplinarias, que eran elaboradas por comisiones de guerrilleros y luego validadas por asambleas generales. A fines de noviembre de 1920, el gobierno, sin el menor escrúpulo, les tendió una celada. Se invitó a los oficiales del ejército majnovista de Crimea a participar en un consejo militar. Tan pronto como llegaron a la cita, fueron detenidos por la Cheka, policía política, y fusilados, previo desarme de sus guerrilleros. Simultáneamente, se lanzó una ofensiva a fondo contra Guliai-Polié. La lucha entre libertarios y “autoritarios” – lucha cada vez más desigual– duró otros nueve meses. Por último, Majno tuvo que abandonar la partida al ser puesto fuera de combate por fuerzas muy superiores en número y equipo. En agosto de 1921 logró refugiarse en Rumania, de donde pasó a París, ciudad en la que murió tiempo después, pobre y enfermo. Así terminó la epopeya de la majnovchina, que fue, según Piotr Arshinov, el prototipo de movimiento independiente de las masas laboriosas y, por ello, sería futura fuente de inspiración para los trabajadores del mundo.”21

El “Bienio Rosso” italiano

“Siguiendo el ejemplo de lo sucedido en Rusia, inmediatamente después de la Primera Guerra Mundial, los anarquistas italianos caminaron por un tiempo del brazo con los partidarios del poder de los soviets. La revolución soviética había tenido profunda repercusión entre los trabajadores italianos, especialmente entre los metalúrgicos del norte de la península, que estaban a la vanguardia del movimiento obrero. El 20 de febrero de 1919, la Federación Italiana de Obreros Metalúrgicos (FIOM) obtuvo la firma de un acuerdo por el cual se establecía que en las empresas se designaran “comisiones internas” electivas. Luego, mediante una serie de huelgas con ocupación de los establecimientos, la federación intentó transformar dichos organismos de representación obrera en consejos de fábrica que propenderían a dirigir las empresas. La última de esas huelgas, producida a fines de agosto de 1920, tuvo por origen un cierre patronal. Los metalúrgicos decidieron unánimemente continuar la producción por sus propios medios. Prácticamente inútiles fueron sus intentos de obtener, mediante la persuasión, primero, y la fuerza, después, la colaboración de los ingenieros y del personal superior. Así librados a su suerte, tuvieron que crear comités obreros, técnicos y administrativos, que tomaron la dirección de las empresas. De esta manera se avanzó bastante en el proceso de autogestión. (…) Pero una vez alcanzada esta etapa era preciso ampliar el movimiento o batirse en retirada. El ala reformista de los sindicatos y el Partido Socialista optó por un compromiso con la parte patronal que desarmó a los obreros y dio marcha atrás con la autogestión.”22

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Corea: La Comuna de Shinmin

“En 1894 Japón invadió Corea, bajo el pretexto de protegerla de China. La lucha por la independencia nacional se convirtió en el punto central de toda política y actividad radical. El movimiento anarquista en Corea comenzó a tomar forma entre los exiliados que fueron a China después de la lucha independentista de 1919 y los estudiantes y obreros que fueron al Japón. Esta lucha, el Movimiento del 1 de Marzo en la que destacaron los anarquistas, llegó a implicar a 2 millones de personas; hubo 1500 manifestaciones; 7.500 muertos; 16.000 heridos y más de 700 casas y 47 templos destruidos. La Federación Anarquista de Corea en China, formada en abril de 1924, publicó el "Manifiesto de la Revolución Coreana". Era militantemente anti-imperialista: "declaramos que los políticos ladrones del Japón son el enemigo para la existencia de nuestra nación y que es nuestro legítimo derecho el derrotar al imperialista Japón por los medios revolucionarios". Pusieron énfasis en la necesidad de no cambiar simplemente de gobierno y señalaron la diferencia entre una revolución política y una revolución social. No había dudas en el papel de los anarquistas, hacían hincapié en guiar al país a una situación revolucionaria. La Federación comenzó a producir periódicos como “Recaptura” y “Boletín de Justicia”. Para 1928 la expansión de la política libertaria les permitió a los anarquistas coreanos organizar la Federación Anarquista del Este con camaradas de China, Vietnam, Taiwan y Japón – que publicaron un boletín, Dong-Bang (“El Este”). El "Manifiesto" fue adoptado por la Federación del Este como programa formal. Pertrechados con la teoría de la revolución anarquista del "Manifiesto" y las experiencias prácticas esbozadas en el Movimiento del 1 de Marzo, las organizaciones obreras en Japón y los grupos del "caso de la Alta Tración" se organizaron en Seul, Taegu, Pyongyang y otras áreas. Para noviembre de 1929 la Federación Anarquista Comunista de Corea había experimentado un enorme crecimiento y se formó como organización nacional. Por lo que sabemos casi todas las regiones de Corea podían presumir de contar con al menos un grupo organizado. Había también organizaciones en Manchuria y entre los exiliados en China y Japón. Entre los 2 millones de coreanos de Manchuria la FAC fue capaz de extender sus raíces inmediatamente después de su formación en 1929. El principal organizador de la Federación, Kim Jong-Jin, trazó un plan en el que organizó guerillas anti-japonesas. Cubría colectividades voluntarias para campesinos, educación gratuita hasta los 18 años y con educación para adultos y entrenamiento en armas para todos los adultos responsables. Para agosto de 1929 los libertarios habían formado una administración en Shinmin (una de las tres provincias manchurianas). Aunque se trataba de un gobierno, tenía puntos en común con las concepciones anarquistas. Organizados como la Asociación del Pueblo Coreano en Manchuria declararon que sus objetivos serían el formar "un sistema independiente formado por cooperativas auto-gobernadas que tendrían poder total para salvar nuestra nación en la lucha contra Japón". La estructura era federal, yendo desde asambleas en las aldeas hasta congresos en los distritos y en las regiones. La asociación general estaba compuesta por delegados de los distritos y regiones. La asociación general instaló departamentos ejecutivos para tratar de agricultura, educación, propaganda, finanzas, asuntos militares, salud pública, juventud y temas generales. La plantilla de los departamentos no recibió más del salario medio. Podríamos esperar que la organización comenzara en el nivel local para luego ir federándose en niveles superiores. Sin embargo la APCM estimaba que la situación de la guerra hacía imposible aplicar este principio inmediatamente. En las reuniones nombraron las plantillas de la organización de arriba a abajo. Se enviaron equipos de organización y propaganda para apoyar y crear asambleas populares y comités.

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La administración local de los combatientes anti-japoneses en Shimin se disolvió voluntariamente y prestó su apoyo a la APCM. Como los anarquistas estaban creciendo tanto en número como en apoyo los elementos estalinistas y los pro-japoneses en Manchuria sintieron sus bases de poder amenazadas. El 20 de enero el general libertario Kim Jwa-Jin fue asesinado mientras estaba trabajando para la reparación de un molino de arroz. En una reunión en junio de la FACK, celebrada en Pekín, se decidió desviar todos las los recursos de Corea a Manchuria y la mayoría de los miembros de la FACK se trasladaron a la zona anarquista del norte de Manchuria. Debería señalarse que también las mujeres estuvieron activas como agitadoras y contrabandistas de armas. Desde el final de 1930 se sufrieron oleadas de ataques de los japoneses desde el sur y de los estalinistas, apoyados por la URSS, desde el norte. A principios de 1931 los estalinistas enviaron equipos de asesinos y secuestradores a la zona anarquista para eliminar a los activistas libertarios destacados. Creían que si aniquilaban a la FACK la APCM se debilitaría y desaparecería. Para el verano de 1931 muchos líderes anarquistas estaban muertos y la guerra en dos frentes estaba devastando la región. Se decidió volver a la clandestinidad. Ya no volvió a existir un Shimin anarquista.”23

Revolución Mexicana

En toda América el anarquismo tuvo amplia difusión, con fuerte arraigo en Estados Unidos, México, Argentina, Chile, Uruguay y Bolivia. En menor medida contribuyó al proceso revolucionario cubano desde fines del siglo XIX y tuvo presencia en Brasil, Colombia, entre otros. Uno de los primeros hechos de relevancia con participación libertaria fue la Revolución Mexicana, iniciada en 1910. Aquí, con la compenetración del anarquismo en la lucha, se da el caso de encontrar influencia libertaria en diversos momentos del proceso revolucionario, pero con un carácter definidamente anarquista en la actuación del Partido Liberal Mexicano y la figura de Ricardo Flores Magón. Tuvieron influencia decisiva en los dos acontecimientos más importantes previos a la Revolución, la Huelga de Río Blanco y la Huelga de Cananea. En los hechos concretos, “La dictadura de Porfirio Díaz propicia a principios del siglo XX el resurgimiento de un movimiento que pretendía reorganizar el Partido Liberal Mexicano (PLM) de tendencia anarquista. Ahí comienza un proceso de radicalización planteado por los hermanos Ricardo y Enrique Flores Magón que consistió en revueltas armadas y huelgas que darían inicio al fin del Porfiriato. Estos primeros intentos influirán considerablemente en el posterior estallido de1910La Revolución Mexicana de 1910 consistió en un movimiento armado, social y cultural de tendencias nacionalistas, socialistas y anarquistas. Dicho proceso culminaría oficialmente con la promulgación de una nueva constitución siete años después, aunque los brotes de violenciacontinuarían hasta finales de la década de los veintes. Curiosamente los postuladosconcernientes a los derechos de los trabajadores y la posesión de la tierra por los campesinos en el Programa del Partido Liberal Mexicano de 1906 fueron retomados en la Constitución Política de 1917.”24 Su participación destacada en el proceso revolucionario, en donde actuaron junto a militantes obreros estadounidenses de la Industrial Workers of the World (IWW), llevaron a la detención de Flores Magón en EEUU, donde finalmente murió en prisión. Su originalidad, relacionamiento con otros movimientos como el zapatismo, y el desarrollo que tuvieron vale la pena un mayor detalle, que no estamos en condiciones de iniciar por cuestiones de espacio en el presente trabajo. El caso mexicano, así como el boliviano, da muestra cabal de la posibilidad de unificación del anarquismo con los pueblos originarios, un factor de arraigo dentro de los sectores más postergados del continente.

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8. Revolución Española

“En el marco de los hechos de la Guerra Civil Española, el pueblo español se tomó una doble tarea: vencer al fascismo con las armas y en aquellos territorios que liberaran, hacer la revolución. Aquí, una breve reseña de las causas y características principales de aquella gesta popular y libertaria. El Origen 1868 es el año que marca la introducción del anarquismo como teoría social en España. Muchos de sus elementos constitutivos se hallaban presentes, como en toda la humanidad, en el pueblo español, pero fue Giuseppe Fanelli quien, siguiendo directrices de Bakunin, se apresuró a llegar al país ibérico. Poco más de un año le tomaría sumar partidarios a su lucha y formar la seccional española de la Primera Internacional en el baluarte industrial de España: Barcelona. No es por azar que en esta ciudad se dará la mayor resistencia al golpe franquista del 19 de Julio de 1936, y donde el pueblo en armas expulsaría al fascismo para socializar los medios de producción. El otro núcleo del movimiento revolucionario, el campo, comenzó a ser arado con ideas libertarias desde muy temprano. Ya en 1870 se encuentran militantes que recorren los campos de Valencia, la provincia agrícola más importante del país. Desde esos dos centros, la voluntad organizadora del anarquismo se fue construyendo a lo largo de las décadas, en un trabajo duro y constante, sufriendo represiones de todo tipo. Lo que esto nos demuestra es la ferviente vocación revolucionaria de los compañeros, que militaban en los centros neurálgicos de la economía, porque allí estaba la mayor fuerza del proletariado y en consecuencia, la posibilidad de la revolución. Pero quienes luego conformarían la CNT se abocaron con fervor a la tarea de construcción de una gran organización de combate del proletariado. Pasaron por diversos nombres y alianzas, hasta que en 1910 se funda la Confederación Nacional del Trabajo. Los intentos previos Sin embargo, pese a la dimensión e importancia que iba cobrando CNT dentro del movimiento obrero, y la consecuente lucha diaria contra el Estado y el Capital, se siguió estimulando la propaganda de las ideas como en el primer día. Constantes ejemplos de literatura revolucionaria y prensas anarquistas circulaban de mano en mano. Tanto aquellos que sabían leer como los que no, se interesaban profundamente en saber como sería la futura revolución, las ideas que los inspirarían para romper con el engaño patronal y manejar íntegramente sus vidas. Pero la última palabra, y la acción, siempre estarían en manos del pueblo. Fue así como se paso de las huelgas gloriosas (como La Canadiense en 1919) hasta, entrando en la década del 30, la sucesión de insurrecciones y los llamados “ensayos de comunismo libertario”, en diferentes años y lugares, cada vez con mayor fuerza: ’32, ’33, ’34. Finalmente, el Congreso de Zaragoza de mayo de 1936 de CNT tuvo un contenido abiertamente revolucionario, donde se trataron temas como la reconstrucción social y la organización del campo, para dictaminar un “Concepto sobre comunismo libertario”, la línea en que CNT estaba inmersa totalmente. Destacado papel cumplió la Federación Anarquista Ibérica, organización específicamente de anarquistas (ya que CNT estaba abierta a todos los trabajadores sin distinción ideológica) que se propusieron organizarse para coordinar su acción dentro de los sindicatos e impulsar la influencia de las ideas y métodos libertarios dentro del movimiento obrero. Su acción como dinamizadores fue fundamental en el crecimiento cualitativo de CNT durante la década del 30, máxime si tenemos en cuenta que FAI fue fundada en 1927.

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19 de Julio Del bando de la reacción burguesa y clerical, también existieron asonadas y dictaduras previas, pero ninguna alcanzó la dimensión ni la brutalidad del movimiento encabezado por Franco en 1936. Como ya dijimos, será en Barcelona, como centro de la región, la plaza en la que la clase obrera lleve a cabo sus combates más duros y encarnizados producto del avanzado estado de su conciencia. Pese a la parálisis gubernamental y su negativa a entregar armas al pueblo, los trabajadores frenaron al golpe en toda Cataluña, con barricadas en las calles, piedras y las armas que tenían en su poder. La emoción de la victoria obrera marcó el siguiente paso: ¡A Zaragoza!, capital de la región de Aragón, donde sus compañeros luchaban a brazo partido contra los militares, pero sin el mismo éxito que los barceloneses. Rápidamente se organizaron las milicias obreras, y la más famosa de ellas, la Columna encabezada por Buenaventura Durruti, se dirigió a Aragón, con el objetivo de liberar Zaragoza, que ya había caído. Colectivización en el campo Será Aragón uno de los escenarios principales de la colectivización de las tierras y la producción del campo, y uno de los casos en que se basan quienes quieren atacar la Revolución. Indican que la presencia de los milicianos de la Columna Durruti fue un aspecto de intimidación para convencer a los campesinos de formar comunidades por la fuerza de las armas. Sin embargo, en el congreso de la CNT de ese mismo año, numerosos pueblos aragoneses estuvieron representados, por lo que la militancia confederal llevaba tiempo en la región. El otro gran caso de colectivización fue Valencia, la región agrícola más rica del país, donde poco menos de un 50% del territorio fue puesto en común para todos los campesinos. La colectivización se basó en la expropiación de las grandes propiedades agrícolas, y la unificación de las tierras de los pequeños y medianos productores para llevar a cabo una producción comunal. La reforma agraria era un antiguo reclamo del campo español, y en los años de gobierno de izquierda, el reparto alcanzó menos de 900.000 hectáreas. La Revolución, sin embargo, pondrá en manos de los campesinos más de 5 millones y medio de hectáreas en pocas semanas, demostrando cual era el principal interés de los trabajadores del campo. El fundamento económico era la racionalización para trabajar en común. Es decir, romper con el esquema ilógico del capitalismo donde cada patrón hace producir, independientemente de los demás y las necesidades generales, solo por aumentar su ganancia. La unificación de las tierras se llevó adelante para trabajarlas en común, y de la misma manera, repartir los beneficios que obtuvieran. Incluso se llegó a respetar y tolerar a quien no quisiera unirse a la colectividad, siempre y cuando trabajara sus tierras solo, sin explotar campesinos. Y no solo los trabajadores del campo recuperaron sus tierras, sino que aumentaron su productividad mediante las innovaciones tecnológicas e inventivas, creaban nuevas instituciones para su mejoramiento, al punto de fundar una universidad agrónoma. Socialización en la industria Luego del levantamiento militar, tanto CNT como UGT llamaron a una huelga general. Al mismo tiempo, los militantes tomaron en sus manos la distribución de cuestiones básicas como el alimento, o los servicios públicos indispensables. Y una vez que el proletariado fue dueño de la situación, el impulso y su preparación previa los llevó a tomar en sus manos las fábricas. Sin embargo hubo dos métodos en ese momento. La incautación total, sin patrones y muchas veces también sin cuadros técnicos y administrativos, y el control obrero, en la que la asamblea de trabajadores controlaba la producción, pero el burgués seguía ocupando su lugar en calidad de asesor. En algunos casos la amenaza de alguna potencia extranjera llevó a que

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los capitales de esos países no sean expropiados, sino “controlados” bajo este sistema, ya que la posibilidad del apoyo bélico de los “países democráticos” al franquismo era real. Al igual que en el campo, se intentó priorizar la unificación de industrias del mismo ramo, para sacar el máximo provecho de las instalaciones y el trabajo. Ejemplo de esto fue el cierre de los pequeños talleres madereros y la conformación de grandes “talleres confederales” llevada adelante por el Sindicato de la Madera. Transportes, por otro lado, desde el primer día se preocupó por la modernización de sus instalaciones y la mejora del servicio, lo que lo convirtió en uno de los mejores del mundo, al ser gestionado. Es en este sentido que el Pleno de Sindicatos Únicos de diciembre de 1936 se dedicara a analizar estas cuestiones para llevarlas a la práctica, sin descuidar el frente. Hacer la Revolución y la Guerra, al mismo tiempo, era la única garantía para la clase obrera de vencer en todos los frentes, contra el fascismo clerical y la democracia capitalista. Y allí, en la Revolución Social Española, el pueblo dejó hasta la última gota de su sangre y sus lágrimas, por la causa de la libertad. Coordinación nacional y antecedentes En 1918, casi dos décadas antes de la Revolución, CNT comenzó a organizar sus sindicatos por industria, para adecuarlos al rumbo que había tomado el capitalismo. Este proceso sentó las bases para la reorganización revolucionaria en instancias regionales y nacionales, a partir de las Federaciones Nacionales de Industria. De esta manera, se ubicaba evitar colectivizaciones ricas y otras pobres. Las instancias nacionales serían las que decidieran, a través de delegados de los organismos de base e intermedios, la asignación y distribución entre industrias y regiones, para evitar colectivizaciones ricas y otras pobres. Las instancias nacionales serían las que decidieran, a través de delegados de los organismos de base e intermedios, la asignación y distribución de recursos, y excedentes generados. Este modo de organización se llevó adelante también en el campo, brindando las herramientas y abonos necesarios a los productores, y enviando la producción sobrante allí donde realmente se necesitaba. Otra de sus funciones fue coordinar la exportación de cítricos, una tarea más que difícil teniendo en cuenta la situación de ruptura a la interna del territorio y el cierre de los mercados internacionales. Era la realización de la autogestión de forma plena ya que los propios trabajadores no solo recuperaban su fábrica o cultivaban sus tierras para su comunidad, sino que también organizaban de manera eficiente las mayores estructuras administrativas, hasta ese momento en manos del Estado. En estos tiempos que vivimos, en que la estatización de empresas se presenta como progreso antiimperialista, bien nos viene lo escrito por los compañeros en enero del ’37: “Si la socialización es operada por el Estado, entonces no es más que un hecho de nacionalización; si son los sindicatos los que producen la nacionalización de la riqueza, es decir, de sus fuentes creadoras, indudablemente, el hecho es igual a socialización.” Además, la CNT se podía asegurar una ventaja política enorme en el proceso revolucionario y la guerra, al vincular su mejor fuerza, las colectivizaciones y las industrias socializadas. Al vincularlas en un solo cuerpo nacional, evitaban que las actitudes regionalistas opacaran el desarrollo de la revolución en todo el territorio. La fuerza de los de abajo Una característica notable del anarquismo es que, históricamente, sus figuras más notables fueron trabajadores manuales en su mayoría. Esta ausencia de intelectuales académicos fue una de las debilidades de la revolución española, pero a la vez, su principal fortaleza. Algunas cuestiones pudieron haber sido mejor manejadas de haber estado profesionales involucrados, pero la gran mayoría de lo que se hizo, nació desde el pueblo. Muchas veces las bases se opusieron a la conducción de CNT, lo que permitió que la revolución avanzara aún cuando

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militantes destacados cayeran en la trampa del gobierno y aceptaran cargos. Esto es lo que el compañero Leval llamara “la inteligencia positiva del pueblo”. Como el mismo dice, el militante de base lo ha hecho todo, muchas veces siendo campesinos analfabetos. Así y todo, manejaban muy claramente conceptos económicos y políticos, tanto de coyuntura como de proyección teórica en la futura sociedad revolucionaria. Esto se debió al trabajo llevado adelante por todo el movimiento anarquista durante décadas, de instrucción y formación de los militantes. A diferencia de los “cuadros”, militantes especializados de los partidos, cada anarcosindicalista estaba prepara do para hacerse cargo de la revolución, honrando la máxima de la Primera Internacional, “la emancipación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos”. Cada trabajador era consciente de su fuerza y sus capacidades, y de cómo están aumentaban al unirse con sus hermanos de clase. Estaban preparados para la revolución, y cuando el momento fue el indicado, la llevaron a cabo, sin esperar órdenes ni directivas. El enemigo de la retaguardia Dentro de un proceso revolucionario, son varias las tendencias que tienen que convivir. De hecho, no todas las colectivizaciones fueron obra de los militantes anarcosindicalistas de la CNT, sino que muchas fueron realizadas en conjunto con los socialistas de UGT, o por estos mismos. Incluso hubo algunas llevadas adelante por campesinos católicos, que actuaban como libertarios sin declararse anarquistas, pero aplicando los principios del anarcosindicalismo. Sin embargo quienes más visiblemente atacaron la revolución, fueron los miembros del Partido Comunista Español. En un principio muy minoritarios en fuerza militante, desde el inicio de la guerra treparon en el aparato del Estado, aconsejados por expertos y comisarios políticos enviados desde Moscú. Recordemos que en ese momento en la Unión Soviética ya se había establecido el régimen estalinista, que hiciera pactos con el nazismo y asesinara a millones de personas dentro de las fronteras de la URSS. Este país fue el único que ofreció ayuda en términos materiales al gobierno republicano de España, pero se la cobró con intereses, ya que el oro español fue enviado a Moscú para ser “protegido” y nunca más volvió. Por otro lado, la ayuda fue enviada solo a los comunistas, quienes la distribuían a quien ellos querían, sin importar las necesidades reales de la lucha. Y así como marcamos más arriba que fueron los trabajadores del campo y la ciudad quienes hicieron la revolución por sus propios medios, los enemigos del pueblo también se identificaban claramente con una clase. El fascismo era el brazo armado de la gran burguesía y la Iglesia, y los comunistas tenían su mayor fuerza entre la pequeña y mediana burguesía. Esto se expresó de maneras tan visibles, como en el hecho de que el ministro republicano de Agricultura, un comunista, le asegurara a los pequeños propietarios enemigos de la colectivización que los fusiles del partido estaban a su disposición. Pero las colectividades eran una fuerza muy grande, que había convertido regiones enteras al comunismo anárquico, y en donde el poder del Estado era nulo. Entonces, recurrieron a la verdadera esencia del poder del gobierno, la fuerza de las armas. Primero emitieron un decreto declarando nulas las colectivizaciones, y al no disolverse estas, procedieron a atacar. Las tropas del infame Enrique Líster avanzaron a sangre y fuego para disolver el Consejo de Aragón, pero la contrarrevolución que atacaba desde la guardia también golpeó en la ciudad. En los sucesos de Mayo de 1937, las tropas del gobierno apoyadas por elementos comunistas, atacaron el edificio ocupado de Telefónica, que se había convertido en el baluarte de los anarcosindicalistas dentro de Barcelona, el centro industrial más importante de España y con amplias industrias socializadas. Pero esta obra destructiva no lograría completamente su cometido, ya que tiempo después muchas de estas colectividades volverían a surgir, aunque sin la fuerza de un principio. Es notable como en el nuevo proceso de socialización, muchos propietarios reclamaron sus

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tierras, y allí estaban los fusiles comunistas para garantizar su posesión efectiva de la tierra. Pero el impulso inicial se había perdido, muchos de los más entusiastas propagandistas y organizadores habían caído en el frente o secuestrados por el poder republicano, y los desastres militares del Ejército Popular no pudieron poner un freno al avance del franquismo. El propio Durruti murió en la defensa de Madrid, que las fuerzas del gobierno no podían garantizar y para la que tuvieron que recurrir a la fuerza y prestigio de las columnas de milicianos libertarios. Conclusiones La Revolución Española de 1936 fue una de las mayores demostraciones en la práctica de los ideales del comunismo libertario, con la colectivización del campo a manos de los campesinos, y la socialización de las fábricas y talleres por los obreros. La autogestión, entonces, fue el puntal y estandarte de este proceso. Para lograr este nivel de avance de las fuerzas populares, la militancia anarcosindicalista llevó adelante un proceso de formación de muchos años, llevando al terreno los ideales de liberación de la humanidad. Nada de esto se hubiera logrado sin el sacrificio militante de miles y miles de compañeros, que entregaron su vida para conformar una gran organización del proletariado, elemento fundamental que permitió dar una lucha sin cuartel por la causa del Socialismo y la Libertad.”25

9. El anarquismo en Argentina y Uruguay

El Río de la Plata fue el punto de mayor desarrollo, en términos orgánicos y de arraigo, del movimiento anarquista en América Latina. Las condiciones económicas de fines del siglo XIX atrajeron una gran cantidad de emigrantes de las zonas más pobres de Europa, sobre todo España e Italia. Pero la realidad de la explotación brutal y la represión de un Estado autista y policial, hicieron fermentar la idea libertaria en una masa dispuesta al combate. Se debe a la presencia de Malatesta en Argentina, el impulso a la tendencia organizadora y obrera del anarquismo, naciente y en disputa en esos años con la individualista. La debacle que afectaba al anarquismo a nivel mundial también se dio en nuestra región, pero la fuerza que iban adquiriendo los conflictos obreros con participación ácrata, llevaron a fundar en 1901 la Federación Obrera Argentina, junto a elementos socialistas. La disputa permanente con estos sectores, que buscaban supeditar el accionar obrero a las ansias electorales del PS, llevó a la ruptura, y conformación de una central socialista, minoritaria al lado de la creciente organización libertaria, que pocos años después cambiaría su nombre a FORA. Son incontables los conflictos en los que participó desde su fundación hasta su gradual desaparición en la década iniciada con el golpe de Estado de 1930. Sin embargo, entre sus principales hitos, se encuentran las páginas más gloriosas del proletariado argentino en la primera mitad del siglo XX:

Huelga de inquilinos de 1907

En el marco de un ciclo de huelgas obreras, y debido al paupérrimo nivel de vida, se organiza un movimiento de rechazo al pago de los alquileres de las piezas de conventillo donde vivían hacinadas las familias obreras. Pronto alcanza virtualmente la totalidad de los conventillos del sur de la ciudad, y se expande a Rosario y Bahía Blanca. Dura unos tres meses, donde la FORA se establece como el esqueleto organizativo que sostiene la lucha, pero donde el protagonismo cae sobre las mujeres obreras, que tomando la escoba como emblema se enfrentan a los desalojos policiales y patronales. Finalmente se llega a una victoria, al dejar sin efecto el aumento de los alquileres.

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Semana Roja de 1909

En el marco de la multitudinaria movilización del 1º de Mayo, el coronel Ramón Falcón ordenó una brutal represión con armas de fuego sobre la masa obrera, que dejó un saldo de 8 muertos, cientos de heridos y detenidos. La indignación popular que sobrevino a esa masacre, se encarnó en una huelga general que impugnaba directamente al poder central, que fue reprimida por el ejército, y finaliza con la liberación de los presos. Pero un hecho posterior es la continuación directa de aquella represión: el 14 de Noviembre, Simón Radowitzky vengó a los caídos con una bomba en el coche de Falcón, quien murió en el acto. Este hecho, del que se hizo cargo en absoluta soledad, le valió una muy larga temporada en la cárcel de Ushuaia, la “Siberia Argentina” y la conversión en un símbolo para todo el movimiento anarquista.

La respuesta estatal no se hizo esperar, y comenzó un ciclo que se conoce como la Represión del Centenario, que tenía como objetivo “pacificar” el país de cara a los festejos por los 100 años de la Revolución de Mayo, y mostrar una imagen de prosperidad frente a los visitantes extranjeros. La represión se centró sobre todo en la FORA, a tal punto que para varios historiadores (de los que se manejan en base a prejuicios) ese es el punto final de la influencia libertaria en el movimiento obrero. Sin embargo, lejos se estaba de eso.

El IX Congreso

Los años posteriores al Centenario fueron de lenta reconstrucción de las fuerzas foristas. Pero que esta fue una realidad se encuentra en la decisión de la CORA, central del naciente sindicalismo revolucionario, el ingreso masivo a la Federación, para impulsar la unidad de la clase obrera en una sola organización. Sin embargo, el V Congreso de la FORA, en 1905, había tomado entre sus acuerdos la definición del comunismo anárquico, algo que no podía ser aceptado por sindicalistas y socialistas. Al mismo tiempo, un importante sector del anarquismo, enfocado en la necesidad de la unidad de la clase obrera para aumentar su poder de enfrentamiento al capitalismo y su Estado, buscaba la unificación y la evolución de determinadas concepciones organizativas. Se ubicaban en la línea del anarcosindicalismo, y tendrán agrios combates con el sector más duro de la FORA, aferrada a su concepción de “movimiento obrero anarquista”. Este último será el que se retire del congreso, y pasará a llamarse FORA V, por el congreso de 1905. El sector mayoritario seguirá también como FORA, aunque adoptando la denominación de IX, por el congreso de 1915. Aquí actuarán sindicalistas revolucionarios, socialistas y anarquistas, quienes desde un inicio se encontraron en instancias de conducción, y continuando la línea de Bakunin y su organización, conformarán pocos años después la Alianza Libertaria Argentina, anticipando la dinámica CNT-FAI que tendrá lugar en España.

La Semana de Enero de 1919

El fin de la Primera Guerra Mundial y el inicio de la Revolución Rusa otorgaron a la clase obrera el impulso para desarrollar un nuevo ciclo huelguístico, que llegará hasta 1922 y hará temblar las bases de la dominación capitalista en la región. La Semana de Enero de 1919 en la ciudad y los sucesos de la Patagonia Rebelde en el campo en 1920 son los emblemas de la etapa.

El 2 de diciembre de 1918 declararon la huelga los obreros de los talleres metalúrgicos Vasena, afiliados a la FORA anarquista. El 3 de enero de 1919 se producen incidentes entre los huelguistas y las fuerzas represivas. El día 7 de enero la policía asalta a un grupo de trabajadores dejando cerca de 30 muertos. Así se inicia la Semana Trágica. La FORA del V Congreso declaró la huelga general el día 8, extendiéndose la huelga a Mar del Plata, Rosario, Santa Fe, y otras ciudades; la FORA del IX Congreso se ve forzada a adherir a la medida.

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Durante la procesión por el entierro de los obreros masacrados por la policía, se produjo una nueva represión, acrecentando el saldo de víctimas mortales. La manifestación que participaba de la procesión hasta el Cementerio de la Chacarita alcanzaba las 200.000 personas, y enardecida la multitud cometió saqueos a las iglesias, armerías y comisarías; mientras tanto, los talleres Vasena fueron atacados e incendiados, sucediéndose enfrentamientos por toda la ciudad. El 11 de enero, la FORA del IX Congreso acordó con el gobierno el fin de la huelga y llamó a la vuelta al trabajo, pero la FORA anarquista continuó con la medida, enfrentando en soledad la represión militar, policial y para-policial, esta última ejercida por los jóvenes burgueses de la Liga Patriótica Argentina. A mediados de enero el conflicto finalizó y la FORA anarquista fue declarada ilegal, prohibiéndose todos los periódicos anarquistas. Durante 1919 se produjeron 367 huelgas, la mayor cantidad de conflictos gremiales de la historia argentina. El 20 de junio de 1920 la FORA del V Congreso y acordó junto a la Federación Agraria Argentina (la del Grito de Alcorta, en lucha contra su enemigo natural, la Sociedad Rural) actuar conjuntamente. Durante septiembre de ese año la FORA anarquista celebró un Congreso Extraordinario con la asistencia de más de 400 organizaciones obreras, aumentando a 600 en los años siguientes, con más de medio millón de trabajadores afiliados.

La Patagonia Rebelde

La FORA había organizado en Río Gallegos, Provincia de Santa Cruz, la Sociedad Obrera de Río Gallegos dirigida por un anarquista español, Antonio Soto, conocido como "el gallego" Soto. Santa Cruz era un centro de producción de lana con destino a la exportación, con grandes latifundios y frigoríficos ingleses. La baja demanda de los stocks de lana que estaban acumulados al finalizar la Primera Guerra Mundial, darán lugar a una crisis regional. Esta afectó a los estancieros y comerciantes, pero repercutió aún más sobre los trabajadores laneros y los peones rurales, que vivían en condiciones miserables. La jornada normal de los obreros de ese entonces era de 12 horas, la de los esquiladores y los arrieros rondaba las 16 horas; los salarios eran ínfimos, y frecuentemente eran pagados en bonos o en moneda extranjera que al cambiarla en los comercios era tomada por un valor menor. El único día de descanso era domingo. Una huelga de protesta en septiembre de 1920 contra las arbitrariedades de la autoridad policial, el boicot a tres comerciantes ligados a la Sociedad Rural y la detención de los dirigentes de la Sociedad Obrera, profundizó el enfrentamiento. Acudieron delegados de toda la provincia, que discutieron las medidas a exigir a la Sociedad Rural. En esta situación, los obreros congregados en la Sociedad Obrera de Río Gallegos presentaron a la patronal un pliego de reivindicaciones exigiendo un mejoramiento de las condiciones laborales. Entre otras demandas, los obreros exigían que en recintos de 16 m² no durmieran más de tres hombres, que se entregase un paquete de velas a cada obrero mensualmente, que no se trabajase los sábados, un mejoramiento de las raciones de alimentos, un sueldo mínimo mensual de 100 pesos y el reconocimiento de la Sociedad Obrera como el único representante legítimo de los trabajadores, aceptando el nombramiento de un delegado como intermediario entre las partes en conflicto. Este pliego fue rechazado por la organización que nucleaba a los estancieros, la Sociedad Rural. La respuesta de los trabajadores fue declarar la huelga general en toda Santa Cruz. El 1 de noviembre de 1920 se declara la huelga general. La Sociedad Obrera en una asamblea en que se discutían los pasos a seguir, radicaliza su posición al prevalecer la tendencia de la FORA V, por sobre la de la FORA del IX Congreso. Entonces, Antonio Soto viaja clandestinamente a Buenos Aires, a buscar apoyo y solidaridad en el Congreso de la FORA del IX que se realizaba en esos días. Si bien la Sociedad Obrera de Río Gallegos estaba adherida a la FORA del IX Congreso, solamente recibieron apoyo de los miembros de la FORA del V Congreso, ya que los dirigentes de la FORA sindicalista se oponían a una acción radicalizada que debilitase al gobierno de Yrigoyen, con quien tenían abiertos canales de diálogo. Como consecuencia, se produjo una ruptura entre la Sociedad de Río

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Gallegos y la FORA del IX Congreso, cuya actuación se centró en bajar la conflictividad de la huelga y negociar con la patronal. En Puerto Deseado y en San Julián también se declara la huelga general, liderada por anarquistas, plegándose los ferroviarios y los empleados de La Anónima. El 17 de diciembre la policía asesina al huelguista Domingo F. Olmedo. Los huelguistas continuaron tomando como rehenes a policías, estancieros y al personal administrativo de los establecimientos rurales, incautando las armas y los alimentos para el sustento de las columnas movilizadas. En la región de Lago Argentino, los obreros se organizaron en columnas y marcharon por las estancias levantando a la peonada, movilizándose de un lugar a otro, para evitar las represalias policiales y dirigirse hacia Río Gallegos. El 4 de enero, al llegar al paraje denominado El Cerrito, la policía los atacó con armas de fuego. Como resultado del combate, hubo varios policías y obreros muertos y heridos. Mientras tanto, las tropas del Ejército comandadas por el teniente coronel Héctor Benigno Varela llegan a Puerto Santa Cruz el 2 de febrero y se trasladan de inmediato a Río Gallegos. El gobernador Yza acuerda con Varela no recurrir a la represión, y se entrevistan con los huelguistas en la estancia El Tero el 15 de febrero. Las condiciones eran deponer las armas y la liberación de los rehenes. A cambio se reconocían gran parte de las demandas de los trabajadores, aceptándose un convenio que los patrones habían propuesto a los obreros con fecha 30 de enero. Al día siguiente se levanta la huelga, mientras se vivía un clima de triunfo en la Sociedad Obrera. Una vez que las tropas de Varela regresaron a Buenos Aires, las represalias de los estancieros y la policía se desatan sobre los integrantes de la Sociedad Obrera. Hubo detenidos sin justificación, despedidos y asesinados. Los obreros volvieron a la huelga. El 24 de octubre se allanaron y clausuraron los locales de la Federación Obrera de Río Gallegos, Puerto Deseado, San Julián, Puerto Santa Cruz y se arrestaron a los dirigentes obreros. Antonio Paris, secretario general de la Federación Obrera es detenido y torturado por la policía; luego será deportado junto con otros dirigentes obreros. Se declara la huelga general en Santa Cruz. El presidente argentino Hipólito Yrigoyen decidió el envío de tropas del Regimiento 10° de Caballería, dividiéndola en 2 cuerpos. El principal era comandado por el jefe de la expedición, el teniente coronel Varela, y el segundo cuerpo era comandado por el capitán Elbio C. Anaya. Partieron el 4 de noviembre de 1921. Varela contaba con una tropa de 200 hombres bien pertrechados, mientras que los huelguistas rondaban los dos millares, pobremente armados. Si bien se discuten las razones que lo llevaron a hacerlo, por órdenes del Gobierno Nacional o guiado por su propio criterio, lo cierto es que Varela impuso la "pena de fusilamiento" contra los peones y obreros en huelga. El ejército perseguirá a los huelguistas, los irá atrapando y fusilando sumariamente. La campaña finalizó el 10 de enero de 1922. En total, alrededor de 1500 obreros y huelguistas resultaron muertos.

También es digna de mención, aunque aún poco estudiada, la lucha de los obreros de La Forestal, donde los hacheros del quebracho se levantaron contra una empresa directamente esclavista. En los territorios olvidados del monte profundo, la patronal tenía un dominio absoluto, llegando al punto de dar vales para canjear productos en sus tiendas en lugar de salario y crear un cuerpo policial propio, la Gendarmería Volante, antecesora de la actual Gendarmería Nacional Argentina.

Palabras finales sobre la FORA

Juan Lazarte, en el prólogo a La FORA, de Abad de Santillán, nos dirá respecto de la necesidad del federalismo para actuar en la realidad argentina:

“Ha sido y sigue siendo (en 1933) la única entidad federalista por principio y por táctica. Porque el federalismo encuadra en la naturaleza humana. No se trata de un Estado federalista. Es evidente que entre Estado y federalismo existe una profunda contradicción y los Estados

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llamados federales evolucionan rápidamente hacia la centralización. Las repúblicas sudamericanas son el mejor ejemplo de ello. La teoría del Estado federal doctrinariamente puede ser defendida, pero de la práctica del capitalismo internacional resulta cuanto está de acuerdo con la naturaleza del Estado una unitariedad progresiva, por más declaraciones que hagan esas novelas sintéticas que los demócratas llaman, con tanto respeto hipócrita, constituciones. En nuestra región, el sentido federalista es lo que, por tradición popular y por acción geográfica y territorial, tendrá que primar. Inmenso país, con lugares apartados, de características distintas, de aspecto desigual, de producciones múltiples; de grupos étnicos mezclados y con sangre de todas las razas de la Tierra; de vecinos con conglomerados artificialmente clasificados bajo las denominaciones nacionales, pero con psicología y economía afín; que necesitan relacionarse e intercambiar producción y solidaridad; no cabe más que un ideal federalista compatible con todas las relaciones e interrelaciones imaginables entre los grupos productores. No nos podemos imaginar cómo el habitante de Salta o de Misiones necesite obedecer para su desarrollo vital al juez de Buenos Aires, aunque sí se establece la lógica de un intercambio de productos, intelectual o funcional.”26

O sobre un valor diferencial de la FORA, su rol de actor de la cultura popular:

“Su acción cultural fue eficiente. Sus propagandistas pronunciaron miles de conferencias. Sus periódicos se multiplicaron, habiendo años en que respondían a esa tendencia más de treinta. Editó folletos, y aquí su obra empalma con la de La Protesta, vocero batallador del proletariado con más de treinta años de vida, y la de esta editorial que vertió al español obras fundamentales del pensamiento humano, aún no traducidas, y puso al alcance de las muchedumbres el libro bueno y barato. La cultura, dijo Spencer y repitió Matienzo, no la crea el Estado, sino el pueblo. Expandió la cultura intelectual por todos los medios. Auspició infinidad de bibliotecas esparcidas en toda la república. Acreditó el libro, el folleto. Despertó las ansias del saber en las masas e hizo significativa la ventaja de la instrucción superior. Lo que la burguesía negó al obrero, la F.O.R.A. hizo todo lo posible por dárselo. En este terreno confluye la obra de alta cultura realizada por toda la prensa libre y por los compañeros amantes del saber en las creaciones de centros culturales, bibliotecas, ateneos, ligas, centros recreativos, universidades populares, etc., los cuales en realidad son los que han dado al pueblo proletario argentino lo poco que tiene. Porque la burguesía no dio nada al pueblo. Le tiró como limosna una mísera e insuficiente instrucción primaria, con maestros impagos, esclavizados y cansados, reservándose ella la secundaria y universitaria, y los laboratorios, cines, teatros, prensa, revistas, etcétera. También en el orden educacional fomentó la formación de cientos de escuelas racionalistas, algunas de ellas muy importantes, como la Escuela del Sindicato de los obreros del F.C.C.A. en Rosario, que llegó a tener más de 450 alumnos. Propició una nueva educación. No esperó nada del Estado; sus obreros intentaron la tarea de una nueva instrucción, pero la burguesía se les venía encima; y junto con el sindicato se clausuraba la escuela, encontrándose luego juntos también en las cárceles maestros y obreros; otra de las páginas más bochornosas del terror argentino...”27

Dentro de los aciertos de la FORA para una etapa determinada del capitalismo argentino, estuvo la importancia dada al rol de la cultura. Este era un elemento aglutinador de la familia proletaria, que permitía la creación de una nueva sensibilidad popular, y anticipando a Gramsci, la conformación de un nuevo bloque histórico dispuesto a arrebatarle la hegemonía a la burguesía. A la par, se manifestaba una dualidad dentro de la organización que le permitía interpelar a grandes franjas de la población. Si bien su accionar era evidentemente

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clasista, su discurso apelaba al populismo, entendido este como la apelación al “pueblo” en su conjunto, a “los oprimidos”, en lugar de circunscribir su discurso a la clase obrera. A su vez, su prédica internacionalista pero la posibilidad de agrupaciones de obreros extranjeros según su lugar de origen, generaban un sentimiento de pertenencia para con la organización, que contribuyó a cimentar su espíritu de cuerpo.

“Con la central inicial, el movimiento obrero se organizó en todo el país. Sobre el terreno virgen los compañeros libraron las primeras batallas contra el salvajismo primitivo de la ignorancia estatal; no se luchó sólo contra el burgués, surgieron la organización del Chaco, los movimientos de Santa Cruz, la organización misionera, india en Jujuy, chacarera en las pampas e industrial en las ciudades de Buenos Aires, Tucumán, Rosario, Córdoba, Avellaneda, Mendoza, y otras, y ella fue rota y nació de nuevo. Dispersadas sus fuerzas, disueltos sus gremios, el espíritu no se perdió jamás.”28

La FACA

“El movimiento libertario se encuentra en el llano, con una muy ligera institucionalidad interna. Si se descuenta a la FORA, el anarquismo regional –en gran parte por culpa de la misma FORA- no posee una organización propia y hacia los años ’30 excede largamente las huestes que puede muy precariamente organizar la vieja central obrera. Al margen de la misma ha logrado impactar en territorios nuevos como la universidad.(…) Algo que no pudo entenderse entonces –y no estoy seguro de que haya sido entendido hoy- es que la pluralidad de ideas de izquierda, su explosión en centenares de matices no solo potencia la influencia general de estas ideas sino de cada una de ellas individualmente. Es más posible crecer en influencia social cuantas más ideas afines se impongan en el imaginario social. El pluralismo es una condición de salud de un movimiento que se quiere hegemónico. Cuando digo hegemónico en este caso, me refiero a la vocación de construcción de un nuevo consenso basado en la influencia social y político-cultural de sus ideas, no a un término más asociado con la dominación que no es justamente pluralista. (…) La magnitud de los sindicatos participantes (en la FORA V) habla de un crecimiento incesante que se mantiene desde 1918. Por el contrario, el décimo congreso celebrado en 1928 es, por su pobreza, la contracara. ¿Qué ocurrió en el medio? En el medio hubo un importante desarrollo de las fuerzas productivas ligado a la expansión que los años de guerra provocaron en el desarrollo de las fuerzas productivas ligado a la expansión que los años de guerra provocaron en el desarrollo de la industria nacional al impulso de las carencias en importaciones que la guerra produjo en las economías periféricas. Un más dinámico movimiento obrero industrial estaba naciendo, y su mismo crecimiento conllevaba la necesidad de acomodar las organizaciones del proletariado a las nuevas formas de la producción industrial y el mercado de trabajo. Durante estos años hará impacto la polémica sobre el desarrollo del sindicalismo industrial. Los sindicalistas, anarcosindicalistas y comunistas discutían nuevos métodos de lucha y organización al calor de las nuevas circunstancias. Es uno de los elementos de peso que pauta la necesidad del surgimiento de la USA en el año ’23 (continuadora de la FORA IX), y marcará la decadencia de las organizaciones que con una tozudez digna de mejores objetivos se opusieron por todos los medios a estas transformaciones. Transformaciones requeridas por la coyuntura y no sugeridas a instancias de los enemigos de la FORA como quisieron verlo sus integrantes, en un alarde de su habitual paranoia que tendía a ver enemigos disfrazados de libertarios por todos los rincones. (…)

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La mayor parte de los testigos afirman que la iniciativa partió de uno de los militantes más jóvenes y notable del movimiento, Enrique “el negro” Balbuena. Como ocurrirá numerosas veces en la historia del anarquismo rioplatense, fueron jóvenes –menos ligados a los vicios y el sectarismo de sus mayores- quienes iniciaron la renovación y recuperación de un movimiento que por entonces se encontraba en terapia intensiva. Balbuena – militante platense- se había acercado a los libertarios luchando por la Reforma Universitaria, como muchos de su generación, su hermano Alberto incluido. Y como la mayoría de su generación observaba con espanto el avance del fascismo en la época que les tocaba vivir; fenómeno que parecía pasar desapercibido para los viejos militantes, que no adjudicaban un aspecto particular al crecimiento del Estado represivo y a las formas políticas, sociales y económicas que aquel tendía a asumir en esa coyuntura. Solo después de ver la tragedia del movimiento anarquista a fines de los años ’20, se puede tener idea del inmenso desafío que afrontan estos hombres convencidos de encarar su reconstrucción.

En la Cárcel de Devoto, una de las tres cárceles de encausados (no condenados) que poseía entonces la Capital Federal se hacinaban los prisioneros que la represión del régimen hacía en las filas obreras y del movimiento popular. Debido a las diferencias políticas por momento abismales que dividían a las corrientes de izquierda, y al nivel violento al que habían llegado sus relaciones, la autoridad carcelaria había decidido aislarlos en pabellones por corriente política: anarquistas en el famoso Cuadro 3º Bis, los comunistas en otro pabellón, en otro socialistas, en otro sindicalistas, y así… la sabia decisión de algún espíritu de entomólogo que ama la clasificación de sus especies entre las autoridades carcelarias, permitió así la reunión de un número inmenso de cuadros militantes medios, que no podían requerir mejor oportunidad para recomponer el análisis de su realidad catastróficamente transformada por el golpe militar y el despliegue de la represión concomitante.

Lo cierto es que si la represión fue brutal, no obstante le ofreció al movimiento una oportunidad histórica, que éste no desaprovechó. Miles de camaradas se encontraron de golpe compartiendo la hospitalidad de las cárceles del régimen, y entonces ocurrió lo impensado, lo imprevisible: que aquellos que no pudieron sentarse a discutir sus diferencias y conflictos –que fueron, en muchos casos, trágicos- durante más de diez años, lo hicieron ahora, cuando la obligada inactividad del encierro los enfrentó a sus propias torpezas. En esa cárcel de Devoto y más específicamente en el mencionado cuadro 3º Bis de la misma se hacinaban en julio de 1931 más de 300 militantes anarquistas de la variadas corrientes que componían el movimiento entonces. Coincidió entonces la llegada de un grupo grande de estudiantes platenses, pero la población del pabellón tenía diversos orígenes geográficos. Espectro que se debe proyectar sobre un número incalculable de participantes, puesto que el número de 300 corresponde sólo al estimado de los participantes permanentes, esto es porque las personas concretas componentes de ese número variaron constantemente durante esos meses de 1931, los traslados e ingresos más que duplican seguramente el número de asistentes, y es necesario decir que las procedencias de los ingresados variaron a lo largo del tiempo, puesto que circunstanciales represiones en determinado gremio o población nutrían de cada golpe esta población carcelaria. Se daba inicio a las más fabulosa –por anecdótica y trascendental- reunión política de militantes anarquistas en la historia del movimiento anarquista del Río de la Plata, no carente, por cierto, sino por el contrario repleto de anécdotas fabulosas. Entre julio y octubre de aquel año resolvieron debatir sus diferencias en un congreso, que realizaron allí mismo.

José Grunfeld, participante del encuentro, sintetiza en tres temas fundamentales el debate planteado en este congreso: 1) la necesidad de un diálogo fraterno en el seno del movimiento por encima de las diferencias – a veces abismales- que lo separan, 2) la necesidad (en el mismo sentido) de encontrar un medio de coordinación de la militancia que impida el desorden en

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que éste cayera durante los últimos años y sobre todo la inacción que lo invadiera en el mismo instante del avance del fascismo y 3) el crecimiento y extensión del Partido Comunista.

La Revolución Rusa tuvo en la Argentina y específicamente en el movimiento una influencia considerable, armando y deshaciendo alianzas o produciendo rencores inacabables. Al mismo tiempo produjo una renovación teórica, o al menos la planteó, augurando mucho más de lo que finalmente se consiguió al final de la década. El surgimiento de los comunistas, primero como escisión del Partido Socialista, luego Partido Socialista Internacional hasta adoptar su actual denominación, ya desde el año 1921, no supuso para el anarquismo entonces una seria competencia. El anarquismo era visualizado en el imaginario social como la imagen de la revolución, e incluso, el arribo de la revolución rusa a estas playas supuso más bien una creciente prestigio para el movimiento, al punto que la FORA escindida en 1915 como una fracción menor, logra durante estos años un crecimiento muy importante e incluso asume críticamente el término de Comunista para diferenciarse de su homóloga sindicalista, hasta entonces mayoritaria.

Vemos el diseño de algo que se propone como una organización del movimiento. No un partido, sino más bien una federación de grupos, al estilo de la Síntesis, propuesta de Sebastián Faure que en los años ’20 coagulara en la Federación Anarquista Francesa. Esta tendencia permanecerá desde los inicios de la FACA y continuará la discusión con la tendencia a constituir un sólido y democrático partido libertario, con fuertes estructuras, escuadras de militantes bien preparados y entrenados, cuadros formados en la autodisciplina, en la disciplina que muchos encontrarán en la España republicana después, pero que ya entonces practicaron en la clandestinidad absoluta que sucedió al 6 de septiembre. Si bien el PC no es un modelo habilitado para esta construcción a la que aspiran los libertarios, es cierto, sin embargo, que aquella disciplina formidable promueve una admiración considerable en ellos. SU eficiencia, probada ya desde las jornadas de octubre del 17 en Rusia, los convencen de la necesidad imperiosa que el anarquismo tiene de una organización que pueda enfrentar la hegemonía absolutista del PC en la emergencia de una posible crisis revolucionaria. Este es el fondo de la discusión que enfrentó a plataformistas y sintetistas en la Francia de los años ’20, debate que curiosamente pasó desapercibido para el movimiento libertario local en aquellos años, y como veremos será nuevamente soslayado en la década del ’30.

Cumpliendo los acuerdos de Devoto, un grupo pequeño de militantes –no necesariamente coincidente con el abultado número de aquellos que aprobaran aquel documento en el ’31- se disponen a la tarea de relacionamiento del movimiento a nivel regional. La actividad es febril, incesante, inmediata, una tarea titánica para un grupo tan pequeño, más aún si consideramos el resultado que obtendrán el 13 de septiembre de ese año ’32, cuando aprovechando un leve respiro que dio en el ámbito represivo el cambio de gobierno, se reúna en Rosario el 2º Congreso Anarquista, con la participación de 53 delegados representando a más de 30 organizaciones de todo el país. Editoriales, Ateneos, agrupaciones barriales y la FORA, representada por Antonio Huerta. Es un logro de este grupo de jóvenes la pareja participación de todo el movimiento y de todas las regiones del país que han conseguido para este congreso. El resultado es un relacionamiento de los grupos a través de un órgano relacionador: el Comité Regional de Relaciones Anarquistas, que muy pronto adquirirá trascendencia multiplicándose en organismo intermedios (CRRA “locales”) por todo el país. En sus tres años de existencia desarrolló tareas propias de organización y finalmente reunión, en absoluta clandestinidad – y en un ambiente por demás represivo que no había amainado en octubre del ’35- a más de 100 delegados junto a los miembros del secretariado nacional del CRRA para que deliberaran a lo largo de cinco días. Allí queda conformada la Federación Anarco Comunista Argentina.

A poco de iniciada, tiene participación en la Huelga General de 1936, que toma visos de insurrección proletaria. Pero la ofensiva franquista en España, en Julio, y el posterior inicio de

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la Revolución Española y su Guerra Civil, absorbe la actividad de la militancia faquista a los largo de los tres años de duración de la guerra. Pero también su visión política va a ser atravesada por esa guerra y va a marcar su actividad futura. La influencia del acontecer cotidiano español irá transformando sutilmente su visión política de la coyuntura argentina y su discurso público. La participación de sus compañeros de ideas allá en España en el gobierno de la Generalitat de Cataluña primero y en el de la República después llegará a forzar un tono oficialista en su prensa partidaria. Es remarcable la tarea nada sencilla de apoyar acríticamente la política de la CNT en España. Y el sentido de unidad frente al fascismo los lleva a albergar esperanzas de conformación de un Frente Popular en el país, por lo que concurren con nutrida militancia a un acto en ese sentido. Pero aún con ese objetivo, no se guardan las críticas a radicales, socialistas, comunistas y la CGT. En cambio, proponen unidad en la lucha, la huelga, los movimientos de protesta, las manifestaciones de repudio a la dictadura y al fascismo. La actitud más frentista – como había sido en los primeros ’30- corre a cargo de las Juventudes Libertarias, que en Córdoba impulsan la creación de una Alianza Juvenil Proletaria con la Juventud Socialista, la JS Obrera y la Juventud Comunista. Participan de un acto de 1º de Mayo como FACA junto a ellos.

La FACA en la Argentina debió lidiar con la enemistad expresa de la organización obrera anarquista, y todos sus intentos intersindicales que fueron muchos y en algunos casos muy importantes como fue la CORS carecieron de esa base formidable de 30 años de gremialismo anarquista. Aún así, constituyó un formidable aparato con una estrategia insurreccional. Así surgió, así fue construida la organización, esto se aprecia ya en enero del 36 en la huelga de la construcción cuando había sido fundada solo tres meses antes. La campaña de solidaridad con España la agotó en una actividad descomunal que no dejó sin embargo réditos políticos equivalentes en cuanto crecimiento y extensión de la propia organización. La conectó sin embargo con el ambiente cultural y político, fortalecerá entonces su aparato editorial y de propaganda. Pero al retorno de la desilusión hispana, poco queda para contabilizar a favor. Han perdido peso en el movimiento obrero. A sus adversarios de la FORA no les ha ido mejor, están incluso peor. El fascismo avanza y no existe la menor posibilidad de organizar una insurrección. El anarquismo regional debía prepararse para una larga resistencia. El especifismo viró entonces de fermento y necesidad impuesta por la acción subversiva a fundamento de un accionar defensivo que permitiera mantener al menos unidos a los cada vez menos “leales”. Su actividad editorial sería entonces notable, pero su actividad política y su inserción en las masas decaerá. Todo el movimiento anarquista se irá opacando en la escena política local hasta casi desaparecer en las décadas del ’50 y ’60. Se puede comprender entonces la orfandad en que nacen a la vida nuevos grupos libertarios en la década del ’70. Producto de nuevas condiciones sociales y políticas, no tienen con su pasado –aunque buscan afanosamente- casi ninguna relación, y puedo que esto signifique un déficit en su construcción identitaria.”29

La Alianza Obrera Spartacus

“El nacimiento de la Alianza Obrera Spartacus comenzó a gestarse con la liberación de su principal ideólogo, Horacio Badaraco, que en 1933 venía de sufrir su segundo encierro en Ushuaia. En la cárcel, Badaraco terminó de madurar la idea de un grupo anarquista que rompiera con el sectarismo, que actuara en el interior de todo el movimiento obrero y no sólo de los gremios anarquistas supervivientes. La experiencia en la prisión junto con militantes de otras tendencias durante la dictadura de Uriburu, parece haberlo llevado a la conclusión de que era necesario militar en el interior de un movimiento obrero que se encontraba dividido en tres centrales (CGT, CUSC y FORA) a favor de la unidad del proletariado revolucionario. Con la creación de Spartacus, Badaraco admitía por primera vez, según uno de los más

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destacados militantes del grupo, la posibilidad de ejercer “algún tipo de liderazgo a tono con su posición en el movimiento obrero. Su instinto, su sabiduría política, buscaba la forma de influir en los acontecimientos de la época” Uno de sus nombres más destacados, además de Badaracco, era Domingo Varone, miembro del núcleo inicial fundador de Spartacus y referente de los obreros del transporte. También Joaquín Basanta, especialista en actos de sabotaje durante la lucha contra el monopolio del transporte. Su derrotero revolucionario lo llevó a La Habana, en donde murió a los 74 años, y hoy descansa en el Panteón de la Revolución de la capital cubana. Entre los aproximadamente 300 afiliados que tuvo a lo largo de su breve existencia, Spartacus contó con otros militantes destacados en el campo gremial: Lorenzo Cruz, integrante de la comisión directiva del Sindicato de Obreros Pintores; Disábato, perteneciente también a los pintores; Zanata y Alfredo Díaz, militantes del gremio de los panaderos; y Ernesto Romano, obrero gráfico y secretario de redacción de Spartacus. La predisposición a actuar en conjunto con los comunistas, así como la acentuación de la heterodoxia anarquista que había caracterizado a Badaraco y lo había llevado a reivindicar figuras del marxismo latinoamericano como Julio Antonio Mella y José Carlos Mariátegui, selló la ruptura definitiva con Alberto Bianchi y Rodolfo González Pacheco, dos de los principales animadores de La Antorcha, que se mantenían inflexibles respecto de la colaboración con los comunistas y no se unieron a Spartacus. Si bien no se conoce con exactitud la fecha de creación del grupo, los testimonios coinciden en que se produjo durante 1934. El propio nombre era un sitio de intersección entre la tradición anarquista, la cultura popular y lo más valioso del marxismo revolucionario. Uno de los rasgos más renovadores de Spartacus, respecto de la ideología anarquista, es su rehabilitación de la política, a partir de la cual ésta ya no iba a ser interpretada, como sucedía a principios de siglo, “como la representación artificial de una comedia inútil e innecesaria”. La valoración de una dimensión política de la sociedad no significaba que se hubiera considerado la posibilidad de una participación a través de los canales instituidos para tal efecto. Al contrario, a la habitual crítica libertaria a la acción política que busca transformar las instituciones estatales desde su interior, se le agregaba el rechazo del tradicional apoliticismo sindical. Para el grupo, a la luz de los hechos vinculados con la reticencia de la FORA y la CGT en actuar contra el golpe de Uriburu, el principio del apoliticismo había fracasado porque su concepción reduccionista partía de una premisa falsa que limitaba la política al juego entre facciones partidarias. El sindicalismo evitaba comprometerse a fondo con los problemas del momento, en especial la cuestión de las luchas antiimperialista y antifascista. Contra quienes se empeñaban en sostener que el movimiento obrero debía permanecer autónomo de las expresiones políticas partidarias, afirmaba que el mero hecho de abstenerse de participar en las instituciones de la democracia representativa no garantizaba que se estuvieran llevando adelante esfuerzos en dirección a la emancipación de los trabajadores. Si bien su arma por excelencia era la lucha económica mediante la huelga, el proletariado tenía algo más que intereses económicos; intereses económicos que, por otra parte, habían sido a su vez reducidos a la conquista de mejores salarios. La actividad política no significaba subordinar al movimiento a las estrategias de algún partido político, sino expedirse sobre una gama de problemas novedosos a los que la perspectiva meramente económica no tomaba en consideración. El interés político de la clase obrera estaba relacionado con la defensa de ciertos derechos conquistados luego de arduas luchas y que eran útiles a los fines revolucionarios: “derecho de organización, de huelga, de reunión, de expresión ideológica y coalición partidaria.” Era la postura tradicional del anarquismo y la corriente sindicalista al mando de la CGT era menospreciar el fenómeno de los monopolios puesto que consideraban que para el obrero era indistinta la procedencia del capital que lo explotaba. Spartacus analizó desde un primer

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momento las implicancias económicas y sociales del monopolio, y contribuyó en la medida de sus posibilidades a la creación de un movimiento en su contra. De acuerdo con su visión, la Argentina era un país semicolonial, un terreno de disputas de los imperialismos inglés y norteamericano. En la expansión del capital monopolista el Estado no había jugado un rol neutral, sino sumamente activo: “insospechadas maniobras de Estado han puesto en manos de consorcios financieros, ingleses y yanquis, la administración de las más importantes fuentes de producción”. Cada nueva iniciativa “modernizadora” del Estado funcionaba a modo de una coartada para fortalecer los intereses monopólicos. La Argentina, en este sentido, no estaba exenta de un proceso mundial de concentración capitalista, que era el corolario lógico dinámico de este modo de producción. Sin embargo no eran simplistas en sus soluciones. La propiedad estatal no garantizaba que las compañías fueran puestas al servicio de los intereses de la sociedad, ni que se respetaran las conquistas y derechos de los trabajadores. Para terminar con las contradicciones del modo de producción capitalista, el grupo tenía en mente un modelo autogestivo de características similares al que estaba poniendo en práctica la Confederación Nacional del Trabajo (CNT) en la España revolucionaria, en el que fueran puestos en cuestión al mismo tiempo las formas de heterogestión estatal y capitalista. Un papel importante ocupaba el periódico, Spartacus: obrero y campesino. emerge un elemento no presente en los primeros periódicos anarquistas, y al que ya es posible encontrar en la década del veinte: el análisis de la especificidad de los conflictos que atraviesan a la sociedad argentina. Es en este terreno donde Spartacus produjo una de las mayores innovaciones en el discurso anarquista, al hacer suyas expresiones interdictas como “patria” o “política”. La concepción de la acción sindical que postulaba Spartacus no se diferenciaba demasiado en sus principios de la tradicional acción directa de cuño anarquista que ponía el énfasis en la adquisición de mejoras mediante la confrontación antes que el recurso a la negociación. Los sabotajes y atentados no eran en realidad la principal actividad, sino el complemento de las medidas de fuerza. Spartacus mantenía la concepción anarquista para la cual la huelga general era la herramienta primordial del proletariado revolucionario. Pero advertía que este instrumento quedaba desarmado de su potencia si no estaba puesto al servicio de un proyecto de emancipación. Spartacus reconocía que el movimiento obrero se encontraba en un periodo de profunda transformación. Las viejas organizaciones nucleadas de acuerdo con la división por oficio se mostraban ineficaces para emprender el desafío que planteaba la penetración del capital monopolista. Este proceso de desaparición de ciertas formas de organización no implicaba una decadencia de la actividad gremial. Por el contrario, surgía paralelamente a ella un poderoso empuje hacia la unificación de los trabajadores en sindicatos reunidos por rama industrial. Debe recordarse que, salvo el breve período que va de agosto a diciembre de 1935, en el cual luego de la disolución del CUSC sólo coexistieron la CGT y la FORA, en la década del treinta el movimiento obrero se encontró dividido en, al menos, tres centrales. Ante este panorama, el grupo se propuso desde sus comienzos combatir la tendencia a la fragmentación del sindicalismo. La constitución de lazos que ligaran las luchas obreras y conjuraran las tendencias burocratizantes podía lograrse mediante la realización de Pactos Obreros que englobaran a los trabajadores de todas las tendencias, oficios e industrias. Dotado de un contenido concreto, el Pacto debía servir para nuclear a las organizaciones alrededor de una serie de demandas básicas urgentes para toda la clase trabajadora. De acuerdo con la concepción espartaquista, en un primer momento estos reclamos se referirían a temas de carácter económico, para luego, con la agudización de los conflictos, pasar a otros de tipo político (defensa del derecho de organización, de prensa, de huelga, reclamo de la liberación de los presos, etc.). De continuar la corriente ascendente de

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las reivindicaciones obreras, ambos serían superados en un tercer pacto, el Pacto Obrero Revolucionario. De acuerdo con la visión de Spartacus, el momento se presentaba especialmente propicio para la realización de unidad obrera. Las luchas sociales estaban alcanzando a mediados de la década del treinta su punto más álgido y se presentaba nuevamente la necesidad de crear instrumentos para canalizarlas sin desperdiciar ni sofocar toda la corriente de energía antiinstitucional que atravesaba a amplios sectores de la clase obrera. Como el Soviet y la Comuna española, la Alianzas Obreras proveían al trabajador de “organizaciones que resuelven en el momento histórico preciso las cuestiones del nuevo orden revolucionario”. El año 1936 es un momento clave en el estudio del período que va de la finalización de la dictadura de Uriburu a los albores del peronismo. Hacia esta época, se ubica en el punto más álgido de la curva de las luchas sindicales de los años treinta. A comienzos de 1935, Spartacus calificaba la situación del movimiento obrero como “una hora de confusión y desánimo en las masas”. Simultáneamente a esta evaluación pesimista del momento de las luchas sociales hacía un llamado a los militantes que se consideraban revolucionarios para que redoblaran el esfuerzo propagandístico y de agitación entre los trabajadores. Antes de finalizar el ’35, Spartacus reconocía que durante aquel año se había producido rápidamente un cambio profundo en el movimiento obrero mediante una significativa alza de la conflictividad gremial. La huelga general de enero de 1936 no sólo es la cúspide de las luchas obreras de la década, sino también el pico de la influencia política de Spartacus. El movimiento huelguístico de los obreros de la construcción culminó con dos días de intensos combates que hicieron recordar a los de enero de 1919. La huelga había comenzado el 23 de octubre del año anterior. De acuerdo con lo decidido tres días antes en una asamblea general de los albañiles, los trabajadores abandonaron el trabajo ante la negativa de la patronal de aceptar el pliego de condiciones que exigía aumentos de salarios, mejores condiciones de trabajo y el reconocimiento del Sindicato Obreros Albañiles, Cemento Armado y Anexos. El 15 de noviembre en una multitudinaria asamblea en el Luna Park se decidió el paro de todos los gremios afiliados a la Federación Obrera de Sindicatos de la Construcción. La FOSC, que tuvo en los comienzos la dirección del movimiento, había nacido por una iniciativa de Spartacus a través del Sindicato de Obreros Pintores comandado por Cabrera. Además de la organización de orientación espartaquista, la federación reunía al Sindicato Obreros Albañiles (de dirección comunista), y a una serie de pequeños gremios que en su mayor parte, estaban dirigidos por anarquistas: el Sindicato de Obreros Marmolistas, Sindicato de Obreros de la Industria Eléctrica, Sindicato de Obreros Yeseros, Sindicato de Obreros Picapedreros, Sindicato de Colocadores de Vidrio, Sindicato Obreros Montadores de Calefacción. Este proceso de unificación, cuyo ejemplo Spartacus esperaba que cundiera en otras ramas industriales, fue calurosamente saludado por el grupo como la realización de una de sus principales aspiraciones: la creación de sindicatos por rama de industria. El modo de acción sindical adoptado por la FOSC se correspondía en todo con la acción directa propugnada por los anarquistas. La huelga despertó enormes caudales de solidaridad entre la población. Con el correr de los días el conflicto fue tomando un carácter cada vez más violento. La huelga era vista como el momento decisivo de un proceso de creciente agitación entre las masas. Se estaba entrando en una etapa de definiciones en la que las fuerzas burocráticas y aquellos que formaban parte de la oposición a las direcciones obreras, pero que pregonaban la acción de tipo institucional, se verían desbordados y derrotados por la potencia del proletariado en lucha. Por otra parte, Spartacus promovía que la huelga de la construcción no terminara en el reclamo de un solo sector del proletariado. La gigantesca energía movilizada alrededor de la lucha de los albañiles debía transformarse en una huelga general para que en ella encontraran cauce una multiplicidad de luchas y reclamos que hasta el momento se hallaban dispersos. La huelga general de enero de 1936 implicó la irrupción dentro del movimiento obrero de sectores de trabajadores que no se encontraban encuadrados en organizaciones

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que tuvieran un cierto grado de institucionalización. En cierto modo, esto determinó la forma que adoptó la lucha obrera, que rápidamente se transformó en huelga salvaje. Una metodología que había sido superada por los núcleos obreros organizados. La capacidad combativa manifestada a lo largo de las dos jornadas desbordó a los propios organizadores de la protesta y confirmó las hipótesis de los espartaquistas sobre la gestación de una fuerza renovadora en el seno del movimiento obrero. El desarrollo de las huelgas salvajes no está necesariamente librado a un espontaneísmo caótico carente de dirección y objetivos. Por el contrario, la huelga salvaje suele tener estrategias propias que buscan eludir las vías oficiales para la resolución de los conflictos. Estas estrategias tienen como resultado que, al enfrentamiento habitual con la patronal, se le sume la oposición de hecho al Estado y las burocracias dirigentes. De allí el cariz violento que habitualmente adoptan este tipo de paros. A partir de entonces, el grupo puso más énfasis que nunca en la necesidad de encauzar toda esta energía antiinstitucional en organizaciones que no la sofocaran. Parte de la estrategia propagandística de Spartacus consistía en dirigirse a los sectores más postergados por el sindicalismo. Se trata de los sectores no especializados y no sindicalizados similares a los que décadas más tarde serían definidos como “no garantizados”. El grupo percibía que los más olvidados y desprotegidos por la acción sindical eran los jóvenes y las mujeres, “el nuevo proletariado industrial”. De esta manera, Spartacus iba en búsqueda de dos sujetos políticos emergentes para introducirlos en la vida sindical y orientarlos sobre las formas de actuar en ella. Con su acercamiento a los jóvenes, Spartacus se inscribía dentro de una tradición anarquista de interpelación a quienes no han ingresado todavía en la vida adulta que se remonta al folleto “A los jóvenes” de Piotr Kropotkin. Publicado en junio y agosto de 1880 en La Revolté de Ginebra, el historiador anarquista Max Nettlau lo consideraba el panfleto libertario más traducido de su época. En el folleto, Kropotkin llamaba especialmente a los jóvenes profesionales a poner su conocimiento al servicio de la revolución y a eludir el camino prefijado por las generaciones precedentes: el ingreso en la vida burguesa. Pero, a diferencia de Kropotkin, Spartacus no se dirigía a un joven que era un universal, sino que su interlocutor era el joven obrero argentino de la década del ’30. El grupo otorgaba también mucha importancia a los estudiantes, entre los cuales los anarquistas tenían cierto predicamento, y a quienes se los reconocía como partícipes de importancia en los movimientos sociales de la época. Sin embargo, era específicamente en los jóvenes trabajadores en quienes Spartacus depositaba toda su esperanza en la reconstrucción de un movimiento obrero combativo. La cuestión de la emancipación de la mujer fue desde sus comienzos una de las principales preocupaciones del movimiento libertario en la Argentina. Las publicaciones más importantes dedicaron un espacio considerable a proclamar al anarquismo como la única vía para una verdadera emancipación femenina. En 1896, un grupo de militantes libertarias, con vínculos con esta publicación, creó La voz de la mujer, el primer periódico anarquista hecho exclusivamente por mujeres y dirigido en especial hacia ellas. Los investigadores coinciden en admitir que el anarquismo, al poner especial atención sobre las relaciones de poder de la sociedad capitalista, consiguió echar cierta luz sobre la doble dominación que regía sobre las mujeres: “explotadas en sus lugares de trabajo por el capitalista y oprimidas por los hombres (padres, hermanos o maridos) en el hogar”. Como también señala Andreu: “la respuesta dada por los autores anarquistas al problema de la condición de la mujer no es del orden moral o sentimental, sino que establece una relación directa entre esta condición y las injusticias del sistema social”. La Argentina no fue ajena a los efectos de la crisis del ’29, que produjo una brutal caída en el precio de los productos agrícolas que se exportaban y generó una gigantesca masa de desocupados. Hacia 1932, se estableció la que fue considerada la primera villa miseria en la

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Capital Federal. Situada en el barrio de Puerto Nuevo fue bautizada con el nombre del flagelo que la había engendrado: “Villa Desocupación”. En 1933, los habitantes de la Villa atacaron las Grandes Despensas Argentinas de Canning y Paraguay al grito de “queremos comer”. Luego, los saqueos continuaron por varios comercios de la avenida Canning. Lo que puede ser visto como la acción desesperada o espontánea respondía con precisión a las consignas lanzadas desde el periódico El Desocupado, órgano del Comité de Desocupados Puerto Nuevo y Palermo. En la organización de los campamentos de desocupados habían estado involucrados los anarquistas y comunistas que intentaron suscitar la solidaridad del movimiento obrero hacia los sin trabajo. La construcción de lazos de solidaridad entre las organizaciones de desocupados, calificadas de ámbitos de defensa naturales de los intereses proletarios semejantes al sindicato, era considerada una tarea de vital importancia para que sus reivindicaciones se empalmaran con las luchas de los trabajadores. De esta manera, los desocupados al acompañar el proyecto del proletariado revolucionario contribuían a realizar la única solución verdadera al problema de la falta de trabajo: el control obrero de los medios de producción. La contradicción de los intereses de trabajadores ocupados y sin trabajo quedaba disuelta si ambos sectores se proponían la emancipación plena de proletariado. La desocupación fue menguando a medida que en el transcurso de la década se acentuó el proceso de industrialización. No se dispone de un manifiesto de autodisolución de Spartacus para poder establecer con precisión el momento en que esto se produce, pero las actas dejan entrever una creciente disconformidad con el trabajo, considerado insuficiente, de las fracciones del grupo hacia agosto del ’39. Indudablemente, las sucesivas crisis producidas luego del regreso de Badaraco de España y el fracaso por imponer el estatuto del Sindicato Único, al provocar la expulsión y renuncia de varios militantes, entre ellos dos de sus principales figuras, dejó al grupo sumamente debilitado para emprender cualquier tarea de envergadura dentro del movimiento obrero. La autodisolución no parece haber sido decidida sino que se produjo de hecho cuando los espartaquistas constataron que estaban haciendo exactamente lo contrario a lo que habían establecido en su proyecto inicial. Al entrar en el proceso de autodisolución se producen enfrentamientos violentos entre fracciones del grupo, aparecen las diferencias insalvables entre los diferentes sectores, “hasta que la única solución de esta crisis de la institucionalización es la autodisolución”.”30

La Federación Anarquista Uruguaya

“La historia de FAU se vincula con otra historia: la del anarquismo en el Uruguay que arranca ya desde la década de 1870. Es el anarquismo fundador de la mayoría de los primeros sindicatos; su prensa es quien difunde las nuevas ideas socialistas y libertarias en nuestro país; es fundador de la primera Federación obrera; sus ideas y prácticas revolucionarias dejan una impronta en la historia del movimiento popular donde algunos de sus rasgos perduran hasta nuestros días. Precede a la FAU esta historia y lo que hay concretamente de expresión libertaria en la década del 50: presencia en sectores obreros y estudiantiles. Habla de ello la lucha antifacista y tercerista en el medio universitario, una serie de conflictos obreros con incidencia de acción directa y poco más adelante la lucha de los gremios solidarios de 1951-52. La FAU es fundada en octubre de 1956 y en ella confluyen militantes sindicales, barriales, así como sectores juveniles y estudiantiles agrupados en las Juventudes Libertarias, también algunos militantes españoles refugiados aquí. La nueva Organización, como intento de organizar políticamente a los anarquistas uruguayos deber actuar en un país y en un continente que comienza a verse sacudido por la crisis y por la profundización de la lucha popular, y donde la injerencia imperialista, especialmente la de Estados Unidos, se hace cada

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vez mayor y enfrenta crecientes resistencias. Está la reciente instrumentación yanqui de golpe de estado contra los planes de reforma en Guatemala. Son también los años de la "guerra fría", de la invasión a Hungría por las tropas rusas, de la intervención franco-anglo-israelí como respuesta a la nacionalización del Canal de Suez y de las triunfantes guerras de liberación contra el colonialismo en Africa y Asia. La FAU se desarrollará anclada en la tradición revolucionaria bakuninista, en las posiciones organicistas que tuviera Malatesta uno de sus portadores más reconocidos, en experiencias y epopeyas de la Revolución Española, de cierta influencia clasista del anarcosindicalismo y tomando la tradición de los métodos de acción directa. Al mismo tiempo, la Organización y sus militantes son conscientes de que su actividad se debe desarrollar en un continente y en un país con las características específicas de lo que comienza a ser llamado Tercer Mundo. Nuestra militancia tiene presente el momento histórico, el nuevo contexto en el que debe desarrollar su acción, la necesidad que ello conlleva de ubicar los problemas de este tiempo, con cabeza propia, para operar en consecuencia. Va estudiando temas, desarrollando su accionar, sorteando dificultades, teniendo aciertos y errores en esa fluida lucha social que un momento histórico revuelto plantea. Una obsesión lo empuja: poner en escena una propuesta y una ideología que considera totalmente vigente. Vendrán dificultades internas que serán rápidamente superadas y que no impiden la continuidad de la estrategia libertaria diseñada. Para la burguesía un modelo de país entra en crisis y se intentará el reacomodo suprimiendo derechos y conquistas obreras y populares. La represión se intensificará y será en tal coyuntura un instrumento principal de la estructura dominante para efectivizar el modelo que le permita seguir adelante con sus brutales privilegios. Desde el poder un giro hacia la derecha intenta avanzar a fondo. Los enfrentamientos populares a la regresión y represión se hacen frecuentes. Frente a la situación que se vive cree la Organización necesaria la adopción de formas organizativas que le permitan llevar adelante las diversas actividades que encara: públicas algunas y también semiclandestinas o clandestinas otras. Un Decreto del gobierno declara ilegal a la FAU, junto a otras organizaciones, a fines de 1967. Esto no toma de sorpresa a la Organización y puede entonces continuar el conjunto de su acciones, incluso aumentar su crecimiento. Mantuvo entonces una actividad regular y en aumento su incidencia político-social hasta el momento mismo de la llegada de la dictadura. Desde 1964 en adelante su coherencia y eficacia resultó mucho mayor. Fue creadora y dinamizadora de frentes de trabajo que lograron presencia y peso a nivel nacional, fundamentalmente a nivel de su capital. Participó activamente en la fundación de la CNT. Coordinó internamente y con otras fuerzas su participación en el importante Congreso del Pueblo. Hizo el llamamiento para la creación de la Tendencia Combativa. Integró el Coordinador, organismo con preferencia de lucha armada, con organizaciones como MLN, MIR y otros. Participó, junto a otras fuerzas políticas, en un diario de cierta relevancia: "Epoca", que expresaba a la izquierda de tono combativo. Jugó FAU parte activa en la elaboración de un documento que permitiera una acción conjunta, en importantes zonas estratégicas, a estas fuerzas que integraban el diario. Sufrió diversos golpes, compañeros presos y torturados, la propia organización legalmente perseguida durante casi cuatro años. Hasta 1971 la FAU realizó su actividad desde una situación de clandestinidad. En este periodo alguno de sus locales clandestinos cayeron y algunos de sus militantes tuvieron que actuar totalmente en la clandestinidad pues aparecían públicamente requeridos. Por momentos tuvo a más de la mitad de su Junta Federal detenida en cuarteles. La FAU que ya había logrado desarrollar formas organizativas y de actividad que le permitieron mantener su funcionamiento, ya sea en los distintos sindicatos donde nuestros militantes actúan, en los organismos de dirección de la CNT, en el movimiento estudiantil, en tareas

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políticas, de acción directa armada, en la lucha ideológica contra el reformismo y el colaboracionismo obrero, fundamentalmente expresado por el Partido Comunista. Logra sacar y distribuir su prensa semanalmente durante todo el tiempo de clandestinidad: "Cartas de FAU". También en condiciones de clandestinidad realiza eventos internos consultivos y resolutivos, incluso de cambio en su Junta Nacional. De no menos importancia es la discusión y acuerdos puntuales con otras fuerzas revolucionarias; manteniendo nuestra independencia ideológica y política. Es de destacar que en este periodo, la Organización tiene un importante crecimiento. En 1968, ya en la clandestinidad, después de una decisión orgánica que previamente realiza evaluaciones estratégicas, a iniciativa de nuestro militantes, distintos grupos obreros y estudiantiles dan vida a la ROE (Resistencia Obrero-Estudiantil) que actuará con amplitud pero también como frente externo y de masas de la proscripta FAU. En la ROE actúan militantes de FAU con distinto grado de responsabilidad en la dirección de los sindicatos tales como industria del caucho, gráficos, bancarios, del gas, puerto, industria metalúrgica, textiles, industria química, refinerías de petróleo, transporte, sanidad, industria alimenticia, ferrocarriles, empleados de la Universidad, etc. Los estudiantes son fuertes fundamentalmente en el Instituto de Magisterio, entre los estudiantes de Enseñanza Secundaria, pero débiles en la Universidad donde sólo están presentes en pocas Facultades (Humanidades y Medicina). El peso de la Organización en el movimiento obrero y popular reviste importancia. Marca una línea de trabajo combativo y cuestionador del sistema. Fue puntal del trabajo de Tendencia que nucleara a los partidarios de formas de trabajo no burocráticas, participativas y movilizadoras. No descuidó la polémica con el reformismo, fundamentando permanentemente el porque‚ de su accionar político distinto. Paralelamente a la actividad de masas, a determinada altura, actuará la OPR (Organización Popular Revolucionaria), aparato armada de la FAU que llevará adelante con bastante éxito una serie de acciones (sabotajes, expropiaciones económicas, secuestros de dirigentes políticos y patronales particularmente odiados por el pueblo, apoyatura armada a huelgas y ocupaciones de fábricas, etc.). La FAU inserta su acción armada en una óptica político e ideológica muy distinta de la de la mayoría de los movimientos de liberación latinoamericanos, en gran medida influenciados por el castrismo cubano y los teóricos del "foco guerrillero". El accionar de la FAU a través de la OPR tiene más bien algún parentesco con el de los compañeros de los grupos armados españoles vinculados a la FAI (Federación Anarquista Ibérica) de la década de los 20-30. Claro está que acusando recibo adecuado del contexto histórico que debe enfrentar y de la articulación global que deben tener sus distintas instancias militantes. Se establece para el aparato armado sólo autonomía táctica, todos los operativos político-sociales son resueltos por la instancia política global. Se estima que su desarrollo y el tipo de violencia que ejecute deben guardar relación con el desarrollo de la lucha global del movimiento obrero-popular en el país. Se procura evitar niveles de violencia que queden fuera de contexto y aislen. Al mismo tiempo se toman una serie de medidas de funcionamiento para prever y con miras a evitar deformaciones "militaristas". Combatir toda cultura de obediencia. El país sufre una profunda crisis económica y política, la "clase política" no da repuesta a los problemas urgentes que el mantenimiento del sistema plantea. Hay en el país ya instalada una dictadura constitucional. El movimiento obrero-popular responde ante quite de libertades y derechos. Organizaciones de combate marcan cierta presencia. Es todo un periodo de fuerte represión y enfrentamientos sindicales y populares. Entra el Ejército en escena y hegemoniza la represión. En diferentes lugares, también en el Parlamento, hay denuncias de brutales torturas en los cuarteles. Las llamadas “Fuerzas Conjuntas” (Ejército y policía)suman a su labor de represión física una labor de tipo ideológico, tratan de difundir confusión y miedo a través de comunicados puestos en los distintos medios de comunicación que utiliza. En dos o tres meses la represión prácticamente desmantela el MLN (Tupamaros).

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En un marco inseguro y de descenso de las luchas, con eminente amenaza de dictadura, la Organización evalúa la situación y considera necesario replegar parte de su fuerza. Hay en ese momento una treintena de compañeros en condiciones de clandestinidad. Los compañeros de OPR se cuentan entre los primeros que la organización evacua. Ellos se encargarán en lo inmediato, en la Argentina, de lograr los medios económicos para una lucha contra la dictadura que se prevé larga. Se estima que la Organización debe tomar las medidas pertinentes que permitan durar en el tiempo. “Durar haciendo, durar luchando” se dirá por ese entonces. En Junio de 1973 con la implantación de la dictadura militar, se completa el proceso de tiranización del país en un continente marcado por la presencia de dictaduras militares en Brasil, Chile, Bolivia, Paraguay, etc. Ya en ese momento centenares de presos políticos pueblan las cárceles de Uruguay, la mayoría de las organizaciones revolucionarias han sido diezmadas. La FAU vuelca todos sus esfuerzos en la huelga general que durante quince días paralizará el país. Debe redoblar esfuerzos ya que la fuerza mayoritaria, el PC, repliega, en ese momento, gran parte de su fuerza militante y procura determinado diálogo con los militares. La huelga general sobrevive en la memoria de los trabajadores uruguayos como ejemplo de su decisión de lucha. En estas condiciones, la FAU ordena ahora la evacuación de la mayoría de sus militantes hacia Buenos Aires, donde ya se encuentran los "más quemados", parte de la Junta Federal y los compañeros de la OPR, con la intención de iniciar desde ahí las tareas políticas que impone la resitencia contra la dictadura. En parte del año 73 y durante 74 y 75 la Organización desarrolla una importante labor desde la Argentina. Apuntalando el trabajo en Uruguay, logrando los medios materiales necesarios para sostener una larga resistencia. Militantes en Uruguay y militantes en el exilio ven a la Organización como una expectativa real. Comienza en ella en estos años un proceso hacia una apertura política que de cabida a mucha militancia que no procede del anarquismo. Un Congreso definirá una posición que apunta a tal objetivo. De cualquier manera se mantiene una estrategia de intención revolucionaria, antielectoralista y de matriz libertaria. Pero la situación Argentina se deteriora rápidamente. En setiembre de 1976 los militares toman el poder e instauran allí una brutal y genocida dictadura. Acorralados por la represión de los servicios especiales del ejército argentino y del uruguayo, operando el Plan Cóndor, una cincuentena de compañeros son asesinados y “desaparecidos”, luego de soportar indescriptibles torturas, otros tantos son condenados a largos años de prisión. Dentro de los asesinados se encuentran compañeros viejos de decisiva gravitación para el accionar del conjunto de la organización, por ejemplo Gerardo Gatti, León Duarte, Alberto Mechoso. Compañeros de formación intelectual y emotiva anarquista. El gran golpe sufrido genera dispersión, confusión y sensación de derrota. Una gran pérdida humana y militante que dejará profundas huellas en esta historia. La FAU, llevando en sus entrañas aquel periodo de lucha y en el mejor de los recuerdos a aquellos compañeros caídos seguirá el derrotero libertario hasta nuestros días. Cae la dictadura y hay amnistía de presos políticos. La FAU se reorganiza en 1985.Con compañeros que han estado luchando en el país en los últimos años de la dictadura y que han tenido como referente primordial a FAU; con compañeros que salen de la cárcel después de muchos años de prisión y que han mantenido su definición anarquista de siempre; con compañeros que llegan del exilio con la disposición de continuar su militancia libertaria. En Marzo de 1986 se realiza el 7º Congreso, primero en esta nueva situación. Al tiempo que analiza la nueva coyuntura que le toca enfrentar se da su Carta Orgánica y Declaración de Principios. Documentos todos que se articulan a esta nueva realidad, envueltos en una concepción de ruptura y de propósito socialista libertario. Los modelos económicos y sociales llevados adelante por la dictadura, cuyos diseños fundamentales vienen desde una estructura imperial de dominación, han creado una enorme pauperización de los sectores populares y extendido la marginalidad, la exclusión. Y también la acción se deberá ahora realizarse en

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medio de una izquierda cada vez más institucionalizada, con menos confianza en la lucha, con altos componentes ideológicos de derrota, que centra la acción dentro de los parámetros y mecanismos del sistema capitalista. En este marco de una miseria que ha crecido en el medio obrero-popular hay nuevas expresiones de descontento y urgentes reivindicaciones: luchas con los desalojos, por tierra para edificar, por trabajo, por mantener fuentes de trabajo, por mejoramiento de la atención de la salud, por mejores condiciones en la enseñanza. Los clásicos barrios obreros se han transformado básicamente en exbarrios obreros y la desocupación o el trabajo precario es lo dominante. Los barrios, en este nuevo contexto habilitan un importante trabajo regional. La FAU encara inmediatamente a su reorganización un trabajo en el medio sindical, barrial y estudiantil. Todo ello sin descuidar su tarea interna de reconstrucción y armado de su infra que ha sido diezmada en el periodo dictatorial.”31

Resistencia Libertaria

“El “mayo francés” acababa de refrendar la sensación y también la convicción de que se estaba frente a un tiempo nuevo; ofreciendo en un solo acto las barricadas, los adoquines y el fuego del correspondiente mito fundacional. Esa sensación y esa convicción se extenderían por doquier y serían objeto de sendos esfuerzos de “traducción” a las “lenguas nacionales”. Así lo experimentaron los recién llegados a las tiendas anarquistas que se estremecían al calor de aquellas insurgencias juveniles. Y lo hacían de ese modo tanto en Los Ángeles y en Berlín como en Río de Janeiro, Buenos Aires o Montevideo. Mientras unos, que todavía hoy son incontables, ofrecían generosamente sus vidas segadas por las balas asesinas de Tlatelolco, Jan Palach se inmolaba en Praga frente a los tanques soviéticos. Sí, a nadie podía caberle la menor duda: se abría un período de revoluciones conjugadas no al calor de las viejas efemérides gloriosas sino en tiempo presente; un período intransferible y, por aquel entonces, rabiosamente actual. Allí se insertan los jóvenes anarquistas que constituyeron en 1974 la Resistencia Libertaria en tanto organización específica con vocación de alcance en todo el territorio del Estado argentino. Para empezar, como ya se ha insinuado, existía un generalizado hálito de ruptura con las organizaciones y el discurso clásicos del anarquismo; las que entonces parecían pensadas para un tiempo distinto y anterior y que, a comienzos de los años 70, se veían enfrentadas a una dramática disyuntiva: renovarse o perecer. Esa renovación, por supuesto, debía dar cuenta de la realidad inmediata y, en el espacio latinoamericano, no podía menos que incorporar de un modo o de otro la influencia de la revolución cubana y de las guerrillas que, a su influjo, se crearon aquí, allá y acullá. En Argentina, además, era preciso partir de un doble reconocimiento: no sólo el anarquismo había perdido en el movimiento obrero la fuerza arrolladora que tuviera en los mejores tiempos de la FORA sino que ese mismo movimiento obrero había encontrado en el peronismo su corral de ramas y el drástico límite ideológico de sus manifestaciones autónomas. Las alternativas no sobraban, pues. Siendo simples y esquemáticos: o se optaba por una prédica “purista” para un circuito cerrado y endogámico o se desplegaba un esfuerzo concienzudo de integración a la agitación social real. Éste último sería el campo elegido y ello fue así por cuanto aquellos jóvenes se sintieron alentados por algunas expectativas no precisamente menores: un sindicalismo de base que se mostraba como una virtual línea de fuga respecto a la impertinente burocracia peronista; un movimiento estudiantil remozado y en estado de asamblea permanente; una “nueva” izquierda en situación de ruptura con el reformismo y, al menos en apariencia, también intencionalmente distanciada de los dogmas, rigideces y autoritarismos propios de la grey pro-soviética. Por añadidura, por si también hiciera falta un referente auroral, allí estaba el “Cordobazo” para alumbrar las posibilidades emergentes del movimiento social que se tonificaba en la Argentina de aquellos años. La tarea era enorme: nada menos que impregnar de una cierta tónica libertaria lo que se veía como un proceso revolucionario en marcha; y hacerlo además desde una posición

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francamente minoritaria, montando una organización propia casi desde la nada y en una carrera contra reloj. El contexto estatal ya era fuertemente represivo y el aparato peronista, con su correspondiente periferia para-policial, buscaba evitar por todos los medios que la movilización social lo desbordara por su flanco izquierdo. En consonancia con los que eran entendimientos de época se opta, entonces, por una organización relativamente cerrada, de integración selectivamente reducida y de actuación básicamente clandestina. A diferencia del anarquismo más tradicional en la Argentina, sus nuevas bases no tienen origen obrero. Como ya ocurriera a fines de los años '50, serán grupos estudiantiles los protagonistas de un nuevo reverdecer. Pero coherentes con una nueva coyuntura que demanda su inserción en las luchas sociales y en el movimiento obrero en particular, este origen de clase determinará la necesidad de una política específica que se sintetizará en la figura de la "proletarización". Aunque tal modalidad fue común al conjunto de la izquierda de la época, tomó en este caso caracteres paradigmáticos en razón de que la inmensa mayoría de las y los militantes tenían origen en la pequeña burguesía que podía acceder a los estudios superiores. Una política como la reseñada, que podría parecer de poca significación, dio sin embargo en este caso resultados notables. En el caso particular de los libertarios, militantes de esta corriente lideraron gremios como el Sindicato del Caucho y activaron entre los trabajadores mecánicos de Kaiser en Córdoba, con los trabajadores de los astilleros de Berisso y Ensenada, entre los judiciales platenses, también en el gremio gráfico, en textiles y entre los plomeros de Buenos Aires. Las zonas aludidas, por supuesto, son aquellas donde nacieron estos grupos y donde consiguieron alguna influencia. A comienzos de la década del '70, ya se habían consolidado al menos tres agrupamientos importantes en La Plata, Buenos Aires y Córdoba. Militantes de algunos de estos grupos son convocados por la redacción de La Protesta a integrarse al grupo editor. Esto daba cuenta de las dificultades que el mensuario tenía para sostener el emprendimiento desde lo económico y −sin duda debido a su anacronismo− lo intelectual, esto es la elaboración misma de las notas. Quienes se acercan a colaborar no traen sólo su juventud sino, sobre todo, su conexión con el movimiento social y su participación en las luchas concretas del proletariado en sus zonas de inserción. Esto generó una fuerte polarización con las posiciones individualistas, metafísicas y diletantes que se habían afincado en el decano de la prensa libertaria. El debate en el seno de La Protesta representó una bisagra en las posiciones políticas y en la praxis en que se hallaba el movimiento anarquista entonces y polarizó una ruptura inevitable. Por entonces en Buenos Aires, la sede de la Federación Libertaria Argentina, al igual que la Biblioteca Popular José Ingenieros, fueron lugares convocantes para muchísimos jóvenes que buscaban en el anarquismo una referencia militante. Ante la ausencia de una organización libertaria fueron nucleándose en estos sitios para armar las propias. Así, desde la década del ’60 se reunía en la José Ingenieros el GAR (Grupo Anarquista Revolucionario) constituido sobre todo por estudiantes. El agrupamiento planteaba la necesidad de la acción directa a todos los niveles porque estaban convencidos de que el cambio revolucionario se daría en un futuro próximo y previsible. Partían del análisis coyuntural de que en el continente no existían condiciones para que los anarquistas “puedan invertir totalmente el modelo autoritario de la revolución (...)" pero tenían el profundo convencimiento de que era posible tener al menos alguna influencia mientras se mantuvieran insertos en las masas. Esta concepción resulta novedosa en el ámbito anarquista de entonces en dos sentidos: en primer lugar porque marca una clara posición a favor de la lucha armada y en segundo lugar porque permite vislumbrar la necesidad de trabajar mancomunadamente con otras orientaciones ideológicas clasistas como condición para alcanzar la revolución. Posicionándose desde el clasismo, el GAR planteaba la necesidad de la organización política anarquista que actuara como motor en el frente de masas, pero no en el sentido de vanguardia sino en el de minoría que mediante su militancia promueve la acción sin pretender dirigirla.

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Como continuidad de las posiciones del GAR, surge a mediados de 1969 la LAC (Línea Anarco Comunista), grupo que se caracteriza por tener una considerable producción teórica. Destaca su concepción libertaria de "Partido" y "poder". El “Partido” es concebido como la herramienta necesaria para la toma del poder político y social, tarea que no incluye la toma del Estado. Este Partido, en la concepción de la LAC, no lo era de masas sino una organización de cuadros que, inserto en las masas debía estar subordinado a éstas. Aunque ya existían en la Argentina experiencias de sindicatos "de planta" (muy comunes en el joven movimiento obrero cordobés), la LAC entendía que el marco para las organizaciones de masas era el núcleo amplio del gremio industrial. En el plano práctico esto se tradujo en la inserción de sus militantes a través de un frente gremial que denominaron Resistencia Obrera por el Socialismo. Se proponían recuperar los sindicatos que pudieran arrancársele a la burocracia; donde esto no fuera posible se intentaba constituir nuevas organizaciones gremiales paralelas. En condiciones de semiclandestinidad, se formaron núcleos en Taner, Winco, Gráficos, Metalúrgicos y Plomeros. En el plano estudiantil la LAC desarrolló la Resistencia Estudiantil por el Socialismo que tenía agrupamientos en Filosofía y Letras y Arquitectura. Coherente con una concepción que subordinaba el antiimperialismo a la lucha anticapitalista, la LAC buscó alianzas con grupos políticos afines como Orientación Socialista, y Vanguardia Comunista, reacios al activismo político militar y más cercanos a la antigua estrategia insurreccionalista. Por otra parte, y desligado de aquellos emprendimientos surge hacia 1972, en la Biblioteca José Ingenieros, un importante agrupamiento que tendrá alguna trascendencia pública a partir de la edición de un periódico de atractivo formato. Se trata de Acción Directa, que aunque en un principio sólo incluye al grupo editor del periódico del mismo nombre, algunos de ellos ex miembros del grupo editor de La Protesta y antiguos militantes gráficos, muy pronto nuclearán a su alrededor esa considerable afluencia de jóvenes de distinta procedencia que pueblan los viejos locales libertarios. Por entonces recibiría la incorporación de militantes de la zona sur de Avellaneda y Lanús y de un considerable grupo de militantes estudiantiles de la Universidad de Buenos Aires lo que le aporta un Frente Estudiantil ya constituido con subgrupos de trabajo en cuatro facultades: Agronomía, Veterinaria, Ciencias Exactas y Medicina. Se nutre también de un numeroso contingente de libertarios uruguayos recientemente exilados provenientes de orígenes diversos: la Federación Anarquista Uruguaya, Comunidad del Sur y Tupamaros. Pero este crecimiento tajo aparejado la carencia de cualquier homogeneidad y la consecuente imposibilidad de fijar una línea estratégica. También en Córdoba −y a mediados de 1968− un grupo de jóvenes influenciados por una serie de corrientes comunitarias que agitaban a las clases medias urbanas, como el hipismo, las comunidades cristianas de base o las vertientes "ghandianas" de Lanza del Vasto, se instala en una chacra de 10 hectáreas en Cañada de Machado (Río Primero, Córdoba). Muy pronto intiman con un vecino. Es un antiguo militante del gremio de panaderos adherido a la FORA, Don Hipólito Ripas, "El Lele", que será quien los acerque a las ideas anarquistas. El núcleo crece con mucha rapidez por el aporte de estudiantes universitarios, grupos de teatro y militantes de variada procedencia que utilizan la "seguridad" del establecimiento para prácticas de tiro y otros entrenamientos militares. Muy pronto las discusiones políticas se intensifican y el grupo va virando hacia un anarquismo más comprometido políticamente. Se insertan entonces en las Comisiones de Padres y Jóvenes de Cañada de Machado, en el Sindicato de Educadores de la Provincia (algunos de ellos eran docentes), sostienen la editorial Trilce (y su revista del mismo nombre) que fundaran ya antes de la mudanza y constituyen incluso una Cooperativa Hortícola que vende al Mercado de Abasto de Córdoba. Tras la frustrante participación de este colectivo en un Congreso de Comunidades en Buenos Aires, se integrarán aún más decididamente a la acción política. Para 1969 todos ellos se han trasladado al Barrio de Colonia Lola donde inician un trabajo político barrial que tendrá una gran trascendencia. Allí fundan la escuela "Libertad". Allí coincidirán, también, otros militantes libertarios que desarrollan su labor en el medio obrero. La intensa actividad política produce una evolución peculiar que se plasmará a inicios de la década en la constitución de un

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denominado Movimiento Anarquista y la publicación de unas "Circulares" que exponían el saldo de las discusiones políticas e ideológicas. Estas “Circulares” −en número de 15− de una notable profundidad teórica, buscaron abarcar todas las temáticas que preocupaban a la militancia revolucionaria y a las de inspiración libertaria en particular. Finalmente se produce un cisma entre quienes pugnan por un desarrollo político-militar que acompañe los frentes de masas y quienes priorizan el trabajo social (territorial) en la construcción de organizaciones autogestionarias. Los escindidos −ahora denominados OA (Organización Anarquista)− van trabando relaciones con otras organizaciones político-militares. Para 1969 también la ciudad de La Plata contaba con un grupo anarquista, GRA (Grupo Revolucionario Anarquista), que a partir de 1972 cambió su nombre por el de Resistencia Libertaria (En adelante RL). Organizados en células y frentes de trabajo, Resistencia Libertaria actuó siempre en la clandestinidad no sólo porque su existencia (1969-1978) se desarrolló durante dictaduras militares y violencia parapolicial sino también porque en su concepción la organización política debía ser un agente dinamizador del proletariado, pero no dirigente. Da cuenta de esta concepción estratégica que no firmaran propaganda, que no hayan tenido una prensa propia de la organización, ya que su estrategia de acumulación apuntó a reclutar militantes en los espacios de inserción. Así la palabra de la organización latía en los "órganos de difusión" de los espacios en donde se encontraba inserta: organizaciones barriales, estudiantiles y sindicatos. Situados en el clasismo, concibieron que la lucha era doble, puesto que por un lado buscaban la socialización de los medios de producción, junto con otras organizaciones marxistas, mientras que su especificidad anarquista reclamaba la socialización del poder político. Así afirman que “Podemos decir que el enemigo es el privilegio. Privilegio que se presenta como una realidad en el sistema capitalista. Pero que también está –en germen− en los programas revolucionarios que enarbolan las izquierdas autoritarias”. En sintonía con la izquierda revolucionaria, entendían la violencia como inevitable, vislumbraban la victoria de la clase obrera en un futuro previsible, pero coherente con su concepción de poder popular y del rol de la organización política de los anarquistas, RL era crítica tanto de la teoría del “foco” como de las concepciones insurreccionalistas a las que adscribían tradicionalmente los grupos anarquistas revolucionarios. A diferencia de éstos, se pronunciaba en favor de la “guerra popular y prolongada”. Precisamente por eso, en el terreno militar sus acciones sólo estarían destinadas al financiamiento y a resguardar su seguridad, puesto que la organización militar de combate era una prerrogativa de la organización política revolucionaria de los trabajadores, rol que no se atribuía la RL, aunque debía contribuir a su creación. Si bien hubo comunicación permanente entre este grupo y otras organizaciones anarquistas del país, es a partir del ’74 que RL apostó fuerza militante a la construcción de una coordinación a nivel nacional. El año '73 determinará un aumento considerable del accionar de los grupos que buscan su inserción en el movimiento de masas. A fines de ese año AD, RL y la OA resuelven convocar a un Congreso a los grupos anarquistas que se inclinan por la constitución de una organización específica de carácter nacional que coordine estratégicamente el accionar del anarquismo en el movimiento obrero y en la escena política de la izquierda, de la que se reclaman integrantes. El Congreso se realiza en la ciudad de Córdoba entre el 18 y el 20 de enero de 1974, participando allí delegados de agrupaciones anarquistas locales, de las provincias de Salta, Mendoza, las ciudades de Buenos Aires, La Plata y Montevideo (como invitados). Allí discuten el "carácter de la revolución en la Argentina" y su relación con el antiimperialismo. Los cordobeses de la OA se han integrado al FAS, y lo mismo ocurre con AD de Buenos Aires y RL de La Plata; la LAC, presente en el Congreso, se constituye en la disidencia fundamental. La discusión por el carácter de la revolución en la Argentina involucraba, desde luego, la cuestión −no menor− de la estrategia revolucionaria. El debate estaba motorizado por ideas generales del anarquismo, pero algunos documentos de RL (La Plata), remiten a lecturas no convencionales del maoísmo, que no tenían similitud con las lecturas marxistas más ortodoxas

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que desarrollaban los militantes de la LAC. Por otra parte es notable el lenguaje y las propuestas guevaristas de los militantes cordobeses. En el mismo sentido, habrá que destacar que las ideas que atraviesan a estos militantes se insertan en el debate europeo de los años '60. De aquellas lecturas de Mao y otras de Vo Nguyen Giap y de Frantz Fanon que formaban el acervo común de quienes coincidían entonces en el FAS, provienen los acuerdos estratégicos con la concepción de "guerra popular y prolongada" y la incorporación de la reivindicación antiimperialista al discurso revolucionario. Allí surge la visión de una alianza amplia de los revolucionarios conducida por los sectores más conscientes del proletariado. De esto se desprende la opción de estos grupos por aquella alianza simbolizada en el FAS y los distintos agrupamientos clasistas que buscaron consolidar opciones unitarias de aquél movimiento. En cuanto a su política de alianzas con otras organizaciones de izquierda era natural que se privilegiara el acuerdo con organizaciones que coincidirán en aquellas opciones frentistas como OCPO, PRT-ERP, PCML y los agrupamientos peronistas revolucionarios como el PB, FRP y el MR17. Por el contrario la LAC, más cercano a una lectura tradicional del marxismo leninismo, abogaba por una estrategia insurreccionalista. En general, para las corrientes insurreccionalistas, el aparato militar se construye con la finalidad de aprovechar una situación de crisis revolucionaria, como fuera el caso de la revolución rusa y la estrategia de creación del Ejército Rojo por Trotsky. La estrategia de "guerra prolongada" se adapta más fácilmente a la idea de un sistema global y universal capitalista e imperialista, dentro del cual los países capitalistas concretos son formaciones económico-sociales históricamente determinadas, aunque subordinadas al sistema global. Por lo que ninguna lucha anticapitalista deja de ser antiimperialista y viceversa. De allí que la revolución sea naturalmente antiimperialista y deba evaluar que no es sólo a la "burguesía argentina" a la que se enfrenta, y que la lucha de clases debe incluir otros contendientes en la valoración de cualquier análisis de coyuntura. Desde el principio entonces, establece la instrumentación de una guerra generalizada en todos los aspectos: económicos, sociales, políticos, culturales y militares. Se piensa una dialéctica entre el crecimiento de la conciencia social y su expresión en distintos grados de asunción de la violencia. Por lo que la organización de esta violencia no puede ser un proyecto para algún día lejano sino que debe ponerse en práctica inmediatamente. Asumir la violencia del proyecto no significa, sin embargo, afinidad con la teoría del "foco" que como veremos más adelante fue duramente criticada por esta corriente. Era seguramente limitada la capacidad de los anarquistas de liderar desde una opción insurreccional el alza de masas, mientras que sí era posible obtener cierta influencia si la dirección del proceso se canalizaba a través de organizaciones populares pluralistas en las que los anarquistas pudieran desarrollar su tradicional capacidad política para la organización de base. Especialmente, en frentes políticos como el FAS. La frustración que significó para estos grupos la evolución del FAS durante el año '75, cuando su dirección fue copada por el PRT postergando la amplitud de la alianza y desprendiéndose de la entusiasta participación de un importante conglomerado de organizaciones de masas y políticas y transformando así aquel emprendimiento pluralista en un estrecho aparato de superficie del Partido guevarista, atando su suerte a las alternativas de una organización que asumía una actitud cada vez más militarista. Finalmente, aún cuando el Congreso de Córdoba no acordó la formación de ninguna organización específica, la RL y la OA aprovechan el encuentro para fortalecer sus acuerdos y deciden coincidir en la constitución de la RAL. Desde entonces el periódico El Libertario, órgano de la OA, se convertirá en órgano de la RAL. De esta coordinación se ha autoexcluido la LAC. Pero al regreso de los delegados, AD enfrenta internamente una larga serie de plenarios conflictivos que derivan en el quiebre del grupo. Un buen número de militantes −probablemente la mayoría− se separa de la organización y se incorpora a la recién constituida RAL. Desarrollan su militancia y prensa en el Movimiento Sindical Combativo y notas sobre los gremios en que desarrollan su militancia: Perkins (motores), EPEC (Luz y Fuerza), el SITRACAAF.

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En 1975 el movimiento obrero evidenciaba un considerable reflujo, fruto de la represión y el desgaste de sus elementos más conscientes. Consecuentemente, las desapariciones de delegados, activistas y hasta "comisiones internas" completas, serán una constante durante el año '75. Para entonces la RL no ha resultado ilesa, a la desarticulación de su frente estudiantil en La Plata, sigue la desaparición de militantes que se encontraban entonces realizando el servicio militar obligatorio. A partir del ’75, con captura recomendada algunos, e identificados por la represión otros, buena parte de los militantes platenses se ve obligada a abandonar la ciudad. Unos pocos fueron destinados a la ciudad de Córdoba para apoyar el trabajo que los cordobeses habían desarrollado en el sindicato del Caucho, y otros son destinados a fortalecer la reciente constitución de la regional Buenos Aires. El pase a la clandestinidad de algunos de los militantes más experimentados como consecuencia de su identificación por la represión, sobrecarga a la pequeña organización con la necesidad de apoyar su subsistencia y la de sus familias. Aunque es importante destacar que aún en la clandestinidad −y con pedido de captura algunos−continuaron trabajando asalariadamente en lugares de trabajo protegidos de la represión (pequeños talleres, astilleros), lo cierto es que deben necesariamente abandonar el trabajo de masas, más expuesto en grandes empresas. Aún cuando la represión se torna generalizada, las modalidades tácticas de la RL (su rechazo a la propaganda partidaria y su negativa a firmar operaciones de “recuperación”), logran generar cierta invisibilidad que disminuye considerablemente el daño a su estructura. Hacia enero y febrero del '76, cuando la intuición popular −tras la clara derrota del gobierno de Isabel Perón en su enfrentamiento con el sindicalismo y los otros estamentos del justicialismo− esperaba el golpe militar que recompusiera el orden capitalista alterado por el alza de masas, la organización sólo había sufrido daños menores e incluso crecía, incorporando militantes desprendidos de otros agrupamientos libertarios, a la vez que se transformaba en una referencia seductora para todo militante que buscara un compromiso activo en la lucha. A fines de aquél año '75 se incorpora un grupo con un trabajo barrial en la zona de Wilde y alguna inserción en fábricas de la alimentación como Molinos Río de la Plata. Entre aquellas fechas y los primeros meses del '76, ingresa una agrupación de militantes anarquistas gráficos con importante inserción en talleres de la Capital Federal y el Gran Buenos Aires. Algunos de ellos son reconocidos referentes en los talleres CUFER, Rotográfica Argentina, Bianchi y la Imprenta Metodista, así como conductores de algunas de las zonas en que se ha dividido la Coordinadora que nuclea en la resistencia a los trabajadores de la Federación Gráfica Bonaerense, ilegalizada por el gobierno de Isabel Perón. El obligado traslado a Buenos Aires de militantes de los astilleros de Ensenada y Río Santiago, disminuye la influencia de la RL en La Plata, aunque se mantiene en judiciales y docentes. En Buenos Aires el sindicato de plomeros, un antiguo gremio anarquista que abandonara la FORA en los años '50, es un importante ámbito de nucleamiento y desde allí se proyectan relaciones con otros gremios y agrupaciones sindicales. El Sindicato adherirá al Movimiento Sindical de Bases y a la posterior Mesa Provisoria de Gremios en Lucha −constituida en 1975− enviando delegados a todos sus plenarios. Aquella sensación de relativa indemnidad concluirá sin embargo, al llegar el año '76. El 9 de marzo, días antes del golpe militar, son secuestrados por el Comando Libertadores de América en Córdoba el Secretario General del SITRACAAF Rafael Flores, el militante Marcelo Tello y Soledad García del gremio de docentes. Han pegado en la superficie, pero también en el corazón de la regional cordobesa. En los próximos días decenas de militantes con sus familias verán su vida transformada por el desarraigo y el peregrinaje. Algunos se trasladarán a Buenos Aires, otros al exterior (Venezuela, Nicaragua, España). Pero ¿qué respuestas encontrará la RL a una coyuntura tan adversa? Lejos de plantearse la posibilidad de "guardarse" –actitud que será tachada por RL de pequeño burguesa– apuesta a la reestructuración interna para obtener la fortaleza necesaria que le permita seguir inserta en los espacios de base. Fruto de la reflexión sobre la relación entre el partido de cuadros y las organizaciones de las masas, es el documento “Autocrítica de RL” en el que se evalúa un déficit en la política de la organización y se sientan las bases de la discusión de la necesidad de

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construcción del Partido que desemboca en el extenso documento “Partido Libertario” de febrero de 1977. En el plano práctico hubo una reformulación de la estructura interna: se achicaron las células que pasaron a estar compuestas por cuatro miembros del mismo frente de masas con un responsable político encargado de la coordinación principal con la organización, un responsable de equipamiento, otro de propaganda y otro de la discusión interna, que concurren a otras instancias de coordinación. Posteriormente el esquema se simplifica para evitar riesgos minimizando contactos internos con un solo responsable de la coordinación celular. Ese nivel de actividad en condiciones de clandestinidad obligaban a reforzar lo que denominamos “frente militar”, puesto que la urgencia de medidas de seguridad y de autodefensa lo exigían pero también por la necesidad de financiarse. Sin duda el aporte que podía hacer cada compañero era insuficiente para mantener casas operativas –que hacían las veces de local− que cada célula requería y el sustento de los compañeros que, avanzada la represión, obligaba a “guardarse”. Autodisciplina rigurosa y compromiso permitieron que hasta el año '78 Resistencia Libertaria se mantuviera con un número ínfimo de caídas si se compara con la masacre que por entonces la cercaba. Sostenía su inserción social, se mantenía en comunicación con otras organizaciones políticas y con una importante periferia 64que participaba de las iniciativas planteadas por la organización en los espacios de inserción. Su táctica para una coyuntura represiva, pareció acertada, por cuanto preservó la organización, e incluso le permitió crecer en un marco de invisibilidad, mientras sus miembros construían resistencia y organización en la superficie sin ser detectados. Nada hacía pensar que pudieran ser un objetivo apetecible para la represión. La ausencia de una infraestructura considerable y autónoma para cubrir las necesidades de logística y financiamiento llevó a la organización a establecer alianzas con otras organizaciones que poseían una infraestructura superior; es el caso del PCML y su aparato militar el EPL, claramente identificado por el aparato represivo desde el secuestro del Coronel Pita, interventor en la CGT, en 1976. Las tareas conjuntas realizadas con una organización fuertemente infiltrada por la represión están en el origen de la debacle que la organización enfrentará hacia el mes de junio de 1978. La aprehensión del núcleo central de la organización en el norte del Gran Buenos Aires arrastró la detención de responsables de células específicas y de frentes de trabajo. Aún cuando se evitó la caída de todo núcleo periférico, la organización en sí fue destruida completamente. Una buena parte de sus militantes más comprometidos fue capturada, muchos de ellos continúan hoy desaparecidos.”32

El cierre de un ciclo histórico y los desafíos de uno nuevo

Si algo tuvieron en común las experiencias de Resistencia Libertaria y la FAU es que buscaron, con todos los medios disponibles, tomar parte en el proceso revolucionario en marcha. Así también, la reacción encarnada en las dictaduras que azotaron el Cono Sur las desarmaron, al igual que al resto de las organizaciones combativas. Esta derrota histórica dejó profundas heridas en el movimiento popular, que aún se arrastran hasta el presente. Pero la Rebelión de Diciembre del 2001 puso en escena un movimiento subterráneo de lucha y resistencia contra el dominio absoluto del capital en su modalidad neoliberal. Una búsqueda común se extendió, con características particulares en cada lugar, desde EEUU hasta la Patagonia, en Europa, en África, en Asia. La resistencia se está formando nuevamente, y es en el movimiento real que debemos encontrar nuestro puesto en la lucha. Para eso debemos recuperar la historia de quienes nos precedieron, aprender de su espíritu irredento y original, para crear hoy, en nuestra realidad, las herramientas para el mundo del mañana. Hacia allá vamos.

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Referencias

1 El Anarquismo, Daniel Guérin 2 Malatesta, Vernon Richards.

3 El Anarquismo, Frente Estudiantil y Social de Zaragoza. 4 El Anarquismo frente al Derecho, Grupo de Estudio sobre el Anarquismo. 5 El Anarquismo, Frente Estudiantil y Social de Zaragoza. 6 Malatesta, Vernon Richards.

7 La Libertad: obras escogidas de Bakunin.

8 Malatesta, Vernon Richards. 9 Idem

10 El Anarquismo, Daniel Guérin 11 Malatesta, Vernon Richards. 12 El Anarquismo, Daniel Guérin. 13 La Libertad: obras escogidas de Bakunin. 14 El Anarquismo, Daniel Guérin. 15

La Libertad: obras escogidas de Bakunin. 16 Idem 17 El Anarquismo, Daniel Guérin. 18 Idem 19 Idem 20 Idem 21 Idem 22 Idem 23 Historia del Movimiento Anarquista Coreano, Alan McSimoin, en http://anarkismo.net/article/17924 24 Un pueblo fuerte, Federación Anarco Comunista Argentina. 25 “España 1936: revolución en el campo y la ciudad”, en Hijos del Pueblo nros. 23-24. 26 La FORA, Diego Abad de Santillán. 27 Idem. 28 Idem. 29

Vidas en rojo y negro, Fernando López Trujillo. 30 La Alianza Obrera Spartacus, Javier Benyo. 31 50 años de la FAU, Federación Anarquista Uruguaya, en http://anarkismo.net/article/3701 32 Resistencia Libertaria, Verónica Diz y Fernando López Trujillo.

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INDICE

A lxs compañerxs 2 Pensar el anarquismo: afuera, adentro y desde los márgenes 2

1. Ideas, fuerzas y palabras 4

2. El binomio enemigo 4 La propiedad y las clases sociales 4 El Estado 5

3. El inicio y sus nombres 6 4. Ni calco, ni copia 9

5. Organizarse para la Revolución 10 La organización de lxs anarquistxs 11

6. Desacralizando conceptos 14 Elecciones y abstencionismo 14 Patria, Nacionalidad y Colonialismo 16

7. La práctica revolucionaria en el mundo 17 Internacionales y Comunas 17 Caída y resurgimiento 19 La Revolución Rusa 22 La Ucrania libertaria 23 El “Bienio Rosso” italiano 24 Corea: La Comuna de Shinmin 25 Revolución Mexicana 26

8. Revolución Española 27 El Origen 27 Los intentos previos 27 19 de Julio 28 Colectivización en el campo 28 Socialización en la industria 28 Coordinación nacional y antecedentes 29 La fuerza de los de abajo 29 El enemigo de la retaguardia 30 Conclusiones 31

9. El anarquismo en Argentina y Uruguay 31 Huelga de inquilinos de 1907 31 Semana Roja de 1909 32 El IX Congreso 32 La Semana de Enero de 1919 32

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La Patagonia Rebelde 33 Palabras finales sobre la FORA 34 La FACA 36 La Alianza Obrera Spartacus 39 La Federación Anarquista Uruguaya 44 Resistencia Libertaria 48 El cierre de un ciclo histórico y los desafíos de uno nuevo 54

Referencias 55