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Belle Epoque cocina

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cocina belle epoque

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OBJETIVOS ............................................................................................... 5 
INTRODUCCIÓN ........................................................................................ 6 
6.1.  El Siglo XIX visto a través del maestro gastrónomo Carême ....... 9 
RESUMEN ................................................................................................ 15 
 
 
   Aprender las bases de la cocina del siglo XIX y de la Belle Époque francesa.
  Conocer qué legado han dejado en nuestros días.
 
 
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El siglo XIX fue sin duda el siglo de oro de la cocina francesa. Convivieron los chefs con más reputación mundial en gastronomía, que difícilmente pueden llegar a ser superados, el siglo en el que coincidieron los más afamados chefs junto a gastrónomos.
En este siglo destacamos también a Brillat Savarin (1.775-1.826) a quien se le atribuye el auge de la actual cocina, aunque los realmente ejecutores del arte eran los chefs.
Pero sobretodo, y casi en exclusiva el maestro Antonin Carême, conocido también como cocinero de los Reyes y el rey de los cocineros (1.783-1.833), donde condensó sus conocimientos y prácticas en una de sus obras, “El gran arte de los fondos, caldos, adobos y potajes”, que supuso indudablemente el arte culinario
imperante hasta bien entrado el siglo XIX.
La revolución industrial influye en la alimentación en varios aspectos. Los productos que antes eran producidos artesanalmente, ahora son producidos por grandes empresas. Se empiezan a preparar alimentos listos para ser consumidos (chocolate en tableta o leche condensada o leche en polvo).
La revolución industrial contribuyó a la reducción del personal doméstico: las  jóvenes de clases bajas preferían trabajar en fábricas o en oficinas que ser sirvientas. La desaparición de las cocineras burguesas transformó a las burguesas en cocineras.
La emancipación de la mujer, así como la degradación de la función de ama de casa las lleva a preferir las actividades fuera de casa.
El desarrollo industrial también contribuyó de manera significativa al desarrollo del equipo doméstico, con aparatos que ayudan a tareas del hogar.
 Así es como la revolución permitió que la alta cocina saliera del entorno de la corte. El nivel de la mayoría de estos restaurantes se va elevando sensiblemente, aunque todavía subsiste la reventa de los restos. Las tabernas desaparecen, los cafés se convierten en salones de té. Los salones se engalanan con bonitos manteles y vajillas como se desprende de los cuadros impresionistas.
 
 
Durante este siglo existe un gran problema de abastecimiento que unido al alto crecimiento demográfico, altera y convierte en precario las condiciones de vida de las clases trabajadoras. Los productos alimenticios escasean y además son muy costosos.
Es a partir de 1880 cuando la agricultura europea empieza a modificar completamente sus esquemas de producción: abandona el trigo que le resulta deficitario y se lanza a cultivos como la viticultura y la ganadería. La industria europea produce excedentes que puede destinar a la exportación. Pero esos intercambios comerciales a gran distancia también son posibles por la clara mejora de los sistemas de transporte por mar o por tren y por la liberación de los intercambios internacionales, así como por la desgravación de los altos impuestos de los fletes y de las tarifas que permiten una importante bajada de los precios de venta.
 
 
6.1. EL SIGLO XIX VISTO A TRAVÉS DEL MAESTRO GASTRÓNOMO CARÊME
Figura 6.1. Antonin Carême: el cocinero de los reyes y el rey de los cocineros.
 Antonin Carême, uno de los nombres imprescindibles en la historia de la gastronomía es, extrañamente, muy poco conocido en España. Salvo algunas breves menciones en determinadas historias de la gastronomía, una entrada en el Espasa y el prólogo de Néstor Luján a la única traducción española de su obra ( “El gran arte de los fondos, caldos, adobos y potajes”), no se ha encontrado bibliografía en castellano sobre este indiscutible maestro de las artes culinarias y pasteleras. Se ha tenido, pues, que acudir a las fuentes francesas, e incluso inglesas, donde si está ampliamente documentada la vida y obra de nuestro personaje.
Marie-Antoine Carême nació en 1783, en la Rue du Bac, en París, en el seno de una mísera y extensa familia (las fuentes hablan de entre 15 y 25 hijos del matrimonio Carême), mantenida por su padre, estibador en los cercanos muelles. En 1793, cuando Carême contaba 10 años, su padre le invitó a un almuerzo en un figón de la Barrière du Maine y lo abandonó a su suerte, explicándole la difícil situación de la familia y alentándole para que se abriera camino en la vida.
 
 
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Sin embargo, la fortuna sonrió a nuestro Carême: después de errar por las calles durante todo el día, la noche le sorprendió cerca de una taberna, La Fricassée de Lapin, en el mismo barrio de Maine. El tabernero se apiadó de él, y le ofreció hospitalidad por esa noche. A la mañana siguiente, le sugirió que trabajara como marmitón en la cocina de la taberna, a lo que Carême accedió encantado.
Hay que suponer que fue en ese figón donde Carême descubre y perfecciona sus talentos e instintos para la cocina, porque a los 16 años, en 1799, entra a trabajar de aprendiz en Chez Bailly, el pastelero más importante de París. La habilidad y disposición del joven Carême no pasan desapercibidas para su patrón, que le anima y autoriza para que, cuando no haya excesivo trabajo, acuda a la sección de grabados de la Biblioteca Nacional y examine los diseños y grabados arquitectónicos que allí se custodiaban. Carême no sabía leer ni escribir, y aprende solo, peleándose con los textos de las obras de Palladio y Tertio.
Carême demuestra un inusitado talento para el dibujo y la arquitectura, y los conocimientos que adquiere los traslada a su trabajo pastelero, ejecutando espectaculares montajes, reproduciendo en azúcar las grandes obras arquitectónicas. Estos montajes hacen famosa la pastelería de Bailly, que recibe encargos de todas partes, para poder admirar esas espectaculares construcciones.
En 1801, contando 18 años, Carême deja a Bailly y entra de chef en otra pastelería, la de los herederos de Gendron. Este nuevo trabajo le permitía realizar los que consistían en ejercer de refuerzo en los grandes banquetes que se daban en París. En 1802 deja la pastelería y se dedica solo a los extras, y en 1804 abre una pastelería propia en la Rue du Paix.
En este período, que va de los años 1803 a 1814, Carême continúa con sus innovaciones en la pastelería, y se perfecciona de manera extraordinaria en el arte de la cocina, trabajando junto a los grandes cocineros de la época.  Aquellos a los que el propio Carême considera sus maestros son: Lannes para los manjares fríos, Richaud para las salsas, y sobre todo, Bouchet, el cocinero de Tayllerand y Laguipierre, cocinero de Murat.
En 1814, los ejércitos de la alianza antinapoleónica se instalan en París, y Carême entra al servicio del zar de Rusia Alejandro I, hasta que este parte de París.
Pero en 1815, con el regreso de Napoleón y la derrota de Waterloo, hay una nueva invasión aliada, y nuevamente vuelve a Carême al servicio de Alejandro I.
 
 
En 1817 retorna a Francia, y en 1818 va a Viena, para servir a Lord Steward, embajador británico en la corte austríaca. En 1819 se traslada a San Petersburgo, para solicitar el puesto de jefe de cocina en la corte rusa, pero el zar está ausente, y lo que observa Carême en las cocinas de palacio no le convence, por lo que regresa a Francia.
Figura 6.2. Alejandro I, Zar de Rusia (1801-1825).
 Al comienzo de su mandato Alejandro I fue un liberal convencido, que redactó una constitución e instituyó la separación de poderes. No obstante, tras la derrota de Napoleón, y asustado por la fuerza de los movimientos revolucionarios, se convirtió en uno de los monarcas más reaccionarios de Europa.
De nuevo en París, entra al servicio de la princesa de Bragation, pero recibe un ofrecimiento de Lord Steward para que retome la dirección de sus cocinas en Viena y, con la aquiescencia de la princesa, acepta la oferta. Permanece en su servicio hasta que el embajador regresa a Londres en 1820. Carême renuncia a acompañarle y prefiere volver a París, donde entra al servicio de Lord Stairs.
En 1821 es contratado por el príncipe Sterhazy, embajador austríaco en París, a cuyo servicio permaneció hasta 1823, fecha en la que pasa a trabajar para el barón Rostchild, hasta 1829, cuando se retira y da por terminada su carrera, dedicándose de lleno a su obra literaria hasta su muerte en 1833.
 
 
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Es el punto culminante de una cocina que se podría denominar de corte, y que encontrará su ocaso en la segunda mitad del siglo XIX, con la aparición de los restaurantes y hoteles, cuando se adoptarán formas que perduran hasta los años 60-70 del siglo XX, que serán fijadas por otro gran maestro de la cocina: Auguste Escoffier.
Figura 6.3. El príncipe de Gales, futuro rey Jorge IV (1762-1839).
El príncipe de Gales, futuro rey Jorge IV (1762-1839). Regente desde 1811, reinó a partir de 1820, como sucesor de su padre Jorge III. En su reinado, lleno de desórdenes sociales, se produce la legalización de las Trade Unions (sindicatos) y una reducción de los gravámenes fiscales a Irlanda.
Carême escribe libros de cocina, pero escribe unas obras que suponen una superación de los recetarios y tratados de cocina escritos hasta entonces. En sus obras se encuentra un espíritu didáctico, clasificador y sintetizador del arte de la cocina como no se había conocido hasta entonces. Las distintas partes de su monumental "Art de la cuisine française au XIX e siècle" se denominan "traité", y eso es lo que son: auténticos tratados, que no se limitan a enunciar un rosario de recetas, sino que analizan, clasifican y examinan todos los platos y alimentos. En nuestros días, todavía permanece en vigor su clasificación de las salsas, o su enciclopédico tratado de los potajes, por poner unos ejemplos.
Uno de los caballos de batalla de Carême fue la mejora de las condiciones de trabajo de los cocineros. Para ello no dio descanso a su ingenio a la hora de mejorar materiales y técnicas. Entre las innovaciones de Carême que hoy perduran se pueden citar el uniforme blanco, como bandera de limpieza e higiene y el gorro de cocinero actual, parece ser que inspirado en las tocas que usaban las doncellas austríacas.
 
 
Se puede considerar a Carême un precursor de la dietética y la lógica en la nutrición. Defiende la presencia de los potajes como inicio imprescindible de todas las cenas, elimina los excesos grasos, e intenta conseguir un equilibrio calórico en sus menús. Cuando estuvo al servicio del futuro Jorge IV de Inglaterra consiguió mejorar su quebrantada salud aplicando estos principios a la mesa del regente.
Otro aspecto que no se puede dejar de mencionar es su gusto decorativo: Carême pretende que la comida satisfaga tanto al ojo como al estómago. Su gusto por la decoración no se limita a la belleza cromática de platos y guarniciones; lo amplía hasta el punto de diseñar en papel espectaculares montajes o diseñar personalmente las vajillas, encargándolas a los más célebres vidrieros de París.
La vida de Carême está llena de pasajes curiosos. Han llegado hasta nosotros a través de su propia obra y de los escritos de gentes que trataron con él. Se destacará, su especial relación con Talleyrand: Carême nunca fue un empleado fijo de Talleyrand, pero era el cocinero favorito de este príncipe, uno de los más exquisitos gourmets de todos los tiempos y era llamado como extra siempre que se organizaba un banquete. El respeto y la admiración entre ambos eran mutuos: Carême consideraba al príncipe el mejor de sus anfitriones y el gastrónomo más entendido de todos los que trató, por su parte, Tayllerand recomendaba a Carême como su cocinero favorito, que de este modo consiguió sentar plaza en las cocinas de lo más florido de la nobleza europea.
Figura 6.4. Charles Maurice de Talleyrand Perigord (1754-1838).
Charles Maurice de Talleyrand Perigord participó activamente en la Revolución Francesa, teniendo que exiliarse durante el Terror. En 1797, con el Directorio, fue nombrado ministro de Asuntos Exteriores.
 
 
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Son numerosas las anécdotas que rodean los banquetes de Carême, la mayoría relatadas por él mismo. Nuestra favorita es el demencial descontrol que rodeó el Banquete de los Aliados, servido por Carême en 1815, en la llanura de Vertus. Carême montó su cuartel general en una granja, y se hizo enviar desde París un convoy de carretas con la vajilla y la mantelería, así como sendos rebaños de vacas y corderos, fuertemente escoltados, para evitar el pillaje de las bandas de cosacos saqueadores que pululaban por la zona. La principal preocupación de Carême no fue, sin embargo, la precariedad de medios o la monstruosidad del banquete, sino que los cuarenta cocineros que llevaba como ayudantes tuvieran que dormir en la paja de un establo.
Carême ha sido nominado como "Le Dieu Carême", "le Napoleon des fourneaux" o "Le cuisinier des rois et le Roi des cuisiniers", prueba suficiente de la admiración que suscitaba entre los afortunados que disfrutaban sus creaciones. El 21 de junio de 1894, París rindió homenaje a la memoria de Carême dando su nombre a una de sus calles.
Carême tuvo una relación muy especial con la arquitectura: desde el temprano estudio de la sección de grabados de la biblioteca nacional, pasando por los espléndidos y complejos grabados con que ilustró sus obras, hasta los trabajos puramente arquitectónicos que publicó, mostró un especial talento como arquitecto. Carême dice que "las bellas artes son la pintura, la música y la arquitectura, y la principal rama de esta última es la pastelería". Los grabados y diseños de Carême fueron estudiados y apreciados por los mejores arquitectos de la época, que no dudaron del talento innato del genial cocinero para la arquitectura.
 
 
  Destacamos a Brillat Savarín a quien se le atribuye el auge de la gastronomía actual y a Antonin Carême conocido como “cocinero de los reyes y el rey de los cocineros”. 
  Se empiezan a preparar alimentos listos para ser consumidos a raíz de la revolución industrial chocolate en tableta o leche condensada o leche en polvo, por ejemplo debido al auge de las industrias.
  La revolución industrial contribuyó también a la reducción del personal doméstico.
  El desarrollo industrial también contribuyó de manera significativa al desarrollo del equipo doméstico, con aparatos que ayudan a tareas del hogar.
  La revolución también permitió el auge de los restaurantes y no solo en la corte como venía siendo habitual en otras épocas. Las tabernas desaparecen, los cafés se convierten en salones de té. Los salones se engalanan con bonitos manteles y vajillas como se desprende de los cuadros impresionistas.
  El final del siglo XIX es testigo de una segunda revolución en el arte de comer fuera de casa.