ARACIL VARON, Beatriz. Hernán Cortés y Sus Cronistas. La Última Conquista Del Héroe

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    ARACIL VARN, BEATRIZ

    HERNN CORTS Y SUS CRONISTAS: LA LTIMA CONQUISTA DEL HROE

    Atenea, Nm. 499, sin mes, 2009, pp. 61-76

    Universidad de ConcepcinChile

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    Atenea

    ISSN (Versin impresa): 0716-1840

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    ISSN 0716-1840

    BEATRIZARACILVARN *

    H ERNN CORTSYSUSCRONISTAS

    : LA

    LTIMA

    CONQUISTAD ELHROEH ERNN CORTSAN D H ISCH RON ICLERS:TH ELASTCONQUESTOFTH EH ERO

    RESUMEN

    Texto esencial de la Crnica de Indias, las Cartas de relacinde Hernn Corts puedenconsiderarse uno de los mximos ejemplos del discurso mitificador de la empresaimperial en Amrica y primer modelo literario de creacin de la imagen heroica delconquistador espaol. El presente artculo seala algunos de los recursos que Cortssupo aprovechar de los cauces genricos ofrecidos por la escritura de la poca para laconfiguracin de dicha imagen modlica, mostrando a continuacin, a travs de dosejemplos significativos (Gonzalo Fernndez de Oviedo y Pedro Mrtir de Anglera),cmo dicha imagen fue asimilada por parte de los cronistas coetneos.

    Palabras clave: Crnica de Indias, Hernn Corts, Cartas de relacin, conquistador espaol.

    ABSTRACT

    An essential text in the Crnica de Indias, Hernn Corts Cartas de relacin are one ofthe greatest examples of the mystifying discourse of the Imperial endeavour in theAmericas, and the first literary model creating the image of the heroic Spanish Con-queror. This paper examines the devices used by Corts, taken from the literary genresof the time, to shape such an idealised image, and reveals how this image was absorbedby contemporary chroniclers, by looking at two significant examples (Gonzalo Fernndezde Oviedo and Pedro Mrtir de Anglera).

    Keywords:Crnica de Indias, Hernn Corts, Cartas de relacin, SpanishConqueror.

    Recibido: 06.09.2007. Aprobado: 12.09.2008.

    * Profesora de Literatura Hispanoamericana, Depto. de Filologa Espaola, Lingstica Gene-ral y Teora de la Literatura, Facultad de Filosofa y Letras, Universidad de Alicante, Espaa. E-mail: [email protected]

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    INTRODUCCIN

    EN EL estudio del perodo colonial americano, la Crnica de Indias seerige como un corpus textual bsico tanto por su carcter hbrido entrelo histrico y lo literario, que ha permitido situar en ella los orgenes de la

    literatura hispanoamericana (Pupo-Walker, 1982), como sobre todo por suvalor cultural, imprescindible para comprender aspectos esenciales de di-cho perodo. Por un lado, buena parte de las obras que conforman este cor-pus, al informar sobre el descubrimiento, conquista y poblacin del nuevoterritorio, construyeron el proceso de invencin de Amrica (OGorman,1958), por el que la cultura europea fue asimilando la realidad del continente

    y definiendo un vnculo entre el viejo y el nuevo mundo desde una posicinhegemnica de la que Amrica difcilmente ha podido desprenderse hastanuestros das. Por otro lado, la manera diversa en que los cronistas dan cuenta

    del encuentro de culturas que supone la conquista nos lleva a cuestiones tanimportantes como el problema del Otro, en la medida en que se produceun descubrimiento y progresiva valoracin de un otro del que se ignoraabsolutamente todo (Todorov, 1989); o la visin de los vencidos (Len-Portilla, 1959), silenciada durante siglos y finalmente recuperada como par-te de un intento de bsqueda de los orgenes propiamente americanos.

    Resulta evidente, adems, que la imagen compleja del proceso de conquis-ta espaola en Amrica que ofrece la Crnica (desde la visin triunfalista deun Fernndez de Oviedo a la crtica implacable del padre Las Casas) ha sidoesencial en la construccin histrico-cultural de la Amrica independiente.

    Ahora bien, es cierto asimismo que la forma de asimilacin, en la construc-cin de una conciencia nacional, tanto del propio proceso de conquista comodel papel de sus protagonistas ha dependido de factores poltico-ideolgi-cos que han mediatizado la lectura de los textos histricos y que, por tanto,dicha asimilacin ha variado de acuerdo al discurso identitario de los distin-tos pases, incluso hasta nuestros das. Ejemplo paradigmtico de esta apro-piacin diversa del pasado colonial es el hecho de que, mientras en Chile serecuerda con orgullo a Pedro de Valdivia, siendo monumentos destacados dela capital su escultura en el Cerro de Santa Luca o la estatua ecuestre de laPlaza de Armas al fundador de la nacionalidad chilena, en Mxico, un pas

    de estatuas como recuerda Enrique Krauze, todos los grandes personajesde la historia tienen al menos un busto, una calle o una plaza pblica que losrecuerda. Todos menos uno: Hernn Corts (Krauze, 2000: 127)1.

    1En esta misma lnea, el caso del Per demostrara claramente la evolucin histrica de dichoproceso de asimilacin de acuerdo a los intereses poltico-ideolgicos del momento, ya que, si bien

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    Sin entrar a considerar los motivos concretos que han llevado a la citadasituacin en ambos pases, lo que me interesa destacar ahora es que stapodra entenderse como paradjica si analizamos la imagen que los propiosconquistadores ofrecieron de s mismos en sus escritos y la recepcin dedicha imagen en el siglo XVI, porque las cartas que Valdivia dirigi a la

    Corona espaola entre 1545 y 1552 son deudoras, al igual que otras muchasobras que constituyeron lo que Beatriz Pastor ha definido como discursosnarrativos de la conquista2, del que fue texto fundacional de la Crnica ymximo ejemplo del discurso mitificador de la empresa imperial en Am-rica, las Cartas de relacinde Hernn Corts, unos escritos en los que elconquistador no slo dio cuenta de un hecho histrico nuevo la incorpo-racin al imperio espaol de la primera gran civilizacin descubierta enAmrica sino que inici a su vez una nueva forma de presencia del autoren su texto, una imagen idealizada del conquistador y su proyecto que lo

    configur como modelo literario muy pronto asimilado, rescrito, reelaborado(y tambin refutado) por otros cronistas.En otro trabajo (Aracil, 2009) he intentado mostrar tanto los modelos

    como los elementos esenciales de la caracterizacin que Corts hace de smismo en sus Cartaspara configurar ese modelo heroico de conquistadorque sera asumido a su vez tanto por la literatura como por buena parte dela historiografa colonial posterior: el ideal poltico-militar renacentista, lapresencia del mundo clsico y el modelo de la gesta nacional de la Recon-quista confluyen en un corpus homogneo3con el que el autor se eleva a lacategora de perfecto militar, gobernante y vasallo del rey, al tiempo que

    como elegido de Dios para la empresa indiana. En ese artculo apunto asi-mismo, como un aspecto a desarrollar, que determinados rasgos de la escri-tura cortesiana favorecieron la creacin de esa imagen heroica y que, a pesarde la prohibicin real (ya en 1527) de la publicacin o circulacin de lasCartas, la lectura de los cronistas coetneos (como la de los bigrafos de las

    los restos de Francisco Pizarro son custodiados en la Catedral de Lima, la estatua regalada en 1935y colocada en 1950 en una plazuela anexa a la Plaza de Armas fue retirada en 2003 de ese espacioadyacente a la que ahora se prefiere denominar Plaza Mayor de la capital (sobre esta cuestin

    vase, por ejemplo, el artculo de Vargas Llosa, 2003).2Esto es, discursos generados por unos protagonistas que no slo justificaron esa accin con-quistadora como forma de expansin poltica y religiosa del Imperio espaol sino que buscaroncon su obra incorporarse a la historia mediante el testimonio verbal de su experiencia personal deesa conquista (Pastor, 1983).

    3A pesar de haber sido escritas en etapas distintas de la vida del autor y con diversas motiva-ciones, las cinco cartas mantienen, como ha sealado ngel Delgado, una unidad temtica, ideo-lgica y estilstica (introd. de Delgado a Corts, 1993: 37).

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    distintas pocas posteriores) no deja lugar a dudas sobre la recepcin dedicha imagen acorde con las intenciones del autor.

    En cierto modo como continuidad a dichas reflexiones, mi objetivo en elpresente artculo ser el de profundizar en algunos de esos recursos al servi-cio de la construccin del yo-protagonista que el autor supo aprovechar de

    los moldes genricos ofrecidos por la escritura de la poca, para demostrar,a continuacin, a travs de dos ejemplos que considero significativos (los deGonzalo Fernndez de Oviedo y Pedro Mrtir de Anglera), cmo Cortslogr trasmitir a sus coetneos una imagen heroica que acab siendo imita-da necesariamente por los siguientes cronistas conquistadores.

    RECURSOS RETRICO-ESTILSTICOS ENLA DEFINICIN DEL HROE

    Aunque no es mi propsito en este trabajo ahondar en los cauces genricosque se entrecruzan en las que Corts defini como relaciones4, s me pare-ce oportuno sealar al menos los que considero son los tres modelos bsicosque el conquistador aprovech en su escritura con el fin de crear esa imagenheroica: el de la epstola, que determina la estructura formal del texto y orga-niza adems el discurso en relacin con su destinatario; el de la escrituralegal, que le permitir justificar la propia escritura y tambin comprometer-se con la veracidad de la misma; y el del gnero historiogrfico, gracias alcual el autor ofrece una interpretacin global del que sabe es un gran hecho

    histrico (la conquista de Mxico), pero tambin se muestra a s mismocomo protagonista de ese acontecimiento. Pertenecientes a estos cauces ge-nricos (entendidos ms como vasos comunicantes que como lneas inde-pendientes), los recursos especficos que mencionar a continuacin sirvie-ron a Corts para llamar la atencin del lector (el lector nico privilegiadoal que se dirigen los textos, Carlos V, pero tambin el lector universal quesabe le ofrece la Fama) sobre su propia figura de autor-protagonista, contri-

    4Ha sido sobre todo Roberto Gonzlez Echevarra quien ha sealado esta existencia de diver-sos cauces retricos en la Crnica de Indias, afirmando que la riqueza de las crnicas se encuentra

    precisamente en la variedad de formas que surgen de las posibilidades que la retrica de la pocaofreca, y cmo stas se entremezclaban o alteraban segn las circunstancias sociales y culturalesde cada cronista (Gonzlez Echevarra, 1983: 16). Ahora bien, si para l los dos cauces bsicos sonel de la historia humanista y el de la relacin de hechos, siendo ste ltimo al que perteneceran lasCartas de relacinde Corts, otros autores proponen la adscripcin del discurso cortesiano a ambosgneros (Delgado en Corts, 1993: 51-64) o llaman la atencin sobre la influencia en ellos del gneroepistolar (Mignolo, 1982: 65-68; Pastor, 1983: 146-147). Por mi parte, espero poder justificar la pro-puesta que aqu solamente enuncio en un estudio ms amplio de prxima aparicin.

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    buyendo a la entusiasta recepcin del texto por parte de los cronistas coet-neos:

    El sujeto gramatical

    Entre los recursos generales del gnero epistolar presentes en las Cartas derelacin, Walter Mignolo ha destacado la atencin especial del autor a losconectores que ayudan a seguir el hilo de la narracin (Mignolo, 1982: 67-68); en efecto, ste es un recurso del ars dictaminishbilmente utilizado porCorts5, al igual que otros destinados asimismo a fijar la atencin sobre elpropio texto, como la captatio benevolentiaeo las llamadas de atencin so-bre las dificultades de la escritura (tales como la prdida de documentos, laincapacidad expresiva para trasladar lo visto o la falta de tiempo)6. Pero

    existen otros recursos del gnero destinados ms bien a la construccin delyo protagonista del discurso, y entre ellos tal vez el ms importante sea elmanejo del sujeto gramatical. Dicho manejo es fundamental en las Cartas,sobre todo por lo que se refiere a la presentacin de Corts como militar ypoltico, como intentar demostrar a continuacin.

    5El tratado ms antiguo conservado que desarrolla la teora retrica medieval del ars dictaminiso arte de escribir cartas en prosa es el compuesto alrededor del ao 1087 por Alberico de

    Montecassino, monje benedictino italiano que vincul por primera vez la retrica al gnero epis-tolar aportando adems los dos rasgos bsicos del ars dictaminis: la distincin en la carta de laspartes del discurso retrico (que se amplan al diferenciar entre salutatioy exordium) y el especialdesarrollo terico del saludo y el exordio, que pronto ser identificado con la captatio benevolentiae.Los tratados referentes a la composicin de cartas perfilaron dichos aspectos hasta el siglo XIII,fundamentalmente en Italia y Francia, hasta formalizar una doctrina que se traslad a otras zonascomo Castilla (donde se convirti en el tipo dominante de tratado retrico) y permaneci casi sinvariaciones hasta el siglo XVI, en que el ars dictaminisevolucion hacia la epistolografa humanis-ta. Dado que la enseanza del dictamen estaba en manos de los gramticos, Corts debi aprenderlas reglas del ars dictaminisdurante su estancia en Salamanca, en la que resulta difcil aceptar queestudiara en la universidad, pero s debi pasar dos aos aprendiendo gramtica en casa de Fran-cisco Nez de Valera como afirma Gmara (Lpez de Gmara, 2001: 41-42). Sobre el arsdictaminisy su evolucin hasta el siglo XVI pueden consultarse, entre otros, Murphy, 1986: 202-274 y Kristeller, 1999. Puede ampliarse la bibliografa sobre el tema en Camargo, 1991.

    6

    Sobre el manejo y adaptacin de la retrica epistolar en las Cartascf. asimismo Vidaurre,1996 (en especial 25-28) y Robles, 1994.7Recordemos que, desde el descubrimiento, a fines del siglo XVIII, del Cdice de Viena, en el

    que se recoge esta carta firmada en 1519 por los miembros del cabildo de la Villa Rica de Veracruzy dirigida a la reina Juana y a su hijo Carlos V, sta ha venido a sustituir a la supuesta Primerarelacin escrita por Corts, todava hoy perdida. Aunque autores como Ramn Iglesia o BeatrizPastor han descartado el anlisis de esta carta como perteneciente a Corts (Pastor alude exclusi-vamente al resumen de la Primera relacin incluido al comienzo de la segunda); otros, como

    H. Corts

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    Tal como han llegado hasta nosotros, los dos primeros documentos co-nocidos de Hernn Corts son la Carta de Veracruz7y las Instrucciones aMontejo y Hernndez de Puertocarrero que la acompaan. Escritas ambasen primera persona del plural, presentan a Corts en tercera persona, comosi l mismo hubiera querido que fueran otros, en un principio, los que elo-

    giaran su figura. Despus, en algn texto tardo como el Memorial de 1542,Corts utilizar la tercera persona del singular, distanciada e impersonal,para referirse a s mismo8. Ahora bien, a diferencia de Julio Csar, que eligepara la redaccin de sus Comentariosla libertad (y la mscara) de la tercerapersona, Corts asume en sus relaciones una primera persona del singularque destaca su protagonismo, llegando a emplearla para referirse a las queson sin duda hazaas colectivas en frases como la siguiente:

    Otro da torn a salir por otra parte antes que fuese de da sin ser sentidodellos con los de caballo y cient peones y los indios mis amigos y lesquem ms de diez pueblos, en que hobo pueblo dellos de ms de tresmill casas. Y all pelearon conmigo los del pueblo, que otra gente no de-ba de estar all (Corts, 1993: 178).

    Sin embargo, el conquistador combina hbilmente esta primera personadel singular con una primera persona del plural que vincula ntimamente alprotagonista con sus hombres:

    Y dejado en la fortaleza el recabdo que convena y se poda dejar, yotorn a salir y les gan algunas de las puentes y quem algunas casas. Y

    matamos muchos en ellas que las defendan (271).

    Ya que fue de noche sal con ciertos espaoles, y como los tom descui-dados ganmosles una calle donde les quemamos ms de trecientas ca-sas, y luego volv por otra ya que all acuda la gente y ansimesmo quemmuchas casas della, en especial ciertas azoteas que estaban junto a la for-taleza de donde nos hacan mucho dao (276).

    De hecho, el autor llega incluso a abandonarse en ocasiones a un pluralcasi annimo (peleamos con ellos y ellos con nosotros muy valientemente y

    Vctor Frankl o, ms recientemente, ngel Delgado han defendido la autora sobre este texto deun Hernn Corts que quedara oculto tras la firma de los miembros del Cabildo, planteando paraello una similitud de tcnicas narrativas y de rasgos estilsticos con el resto de las Cartas de relacin(Vase Frankl, 1962: 58-68 y Delgado en Corts, 1993: 44-47). En general, las ediciones de la obra,al incluir de manera general la Carta de Veracruz, corroboraran los argumentos de dichos auto-res.

    8Vase Martnez, 1991: IV 234-242.

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    al fin se la ganamos 378), de manera que como ha destacado Liria Evan-gelista al respecto en el conjunto de las Cartas

    ... el yo se manifiesta como una forma lbil que, lejos de ocultarse, diseala figura del guerrero y militar por sucesivas superposiciones con la for-

    ma pronominal del nosotros (...) y tambin por astutos desprendimien-tos del yo alguna vez incluido en ese nosotros, estrategia que lo confirmaen la estatura del hroe mitolgico (Evangelista, 1999: 38).

    El tono de la narracin

    Las superposiciones del sujeto, que destacan la figura del narrador-protago-nista sin caer en la vanidad de la autoglorificacin, se completan con otrorecurso fundamental: el que Ramn Iglesia defina como tono mesurado,

    ecunime, impasible del relato (Iglesia, 1980: 17), ese estilo sobrio especial-mente vinculado a la pretendida objetividad de la relacin de hechos conel Corts que refiere sus acciones, que es el que llev a Menndez Pelayo acomparar las Cartas de relacincon la obra de Julio Csar:

    ... hay pocas escrituras, en ninguna lengua, que por la noble sencillez,por la modesta grandeza, por la serena objetividad, por la plcida lisuracon la que se refieren las cosas ms extraordinarias, recuerde o emuletanto los Comentariosde Csar como estas Relaciones del conquistadorde la Nueva Espaa, con ser documentos oficiales, escritos al comps delos acontecimientos, y sin ningn propsito literario (Menndez Pelayo,

    1902: 466).

    En efecto, en la obra de Corts, como explica Daz Balsera, el control y lamesura ante los hechos relatados implica a su vez una conquista personal:la conquista de la propia escritura por parte del hroe que, como haba he-cho Csar, vence sobre s mismo, sobre la vanidad y la elacin que la gran-deza de las hazaas, junto a la grandeza de escribirlas, produciran en cual-quier otro hombre (Daz Balsera, 1989: 222-223).

    Este tono sobrio con el que Corts habla de s mismo no slo contrastacon el tono admirado que utiliza al referirse a la realidad americana (en

    especial por lo que respecta a las maravillas de la capital azteca, en la Segun-da relacin, o a la naturaleza extraordinaria y terrible con la que se enfrentaen la expedicin a las Hibueras en la Quinta relacin), sino tambin con eltono que van a utilizar al referirse a los mismos hechos aquellos cronistasque han ledo las Cartas, segn se ver ms adelante.

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    La elipsis

    Un tercer rasgo del discurso cortesiano que me parece importante destacara nuestro propsito es la elipsis, recurso tan propio de la epstola como de lahistoriografa de la poca, ya que, como ha sealado algn crtico respecto a

    otros autores de la Crnica, los historiadores del XVI depuraban, modifica-ban o simplemente omitan determinados hechos histricos para contri-buir a la fama del personaje o bien para condenarlo al olvido. La omisin deinformacin tena que ver con un concepto de historia ejemplar propiode la historiografa humanista, pero con un origen muy anterior9, que Cor-ts aprovecha en su discurso. En este sentido, el autor calla deliberadamentedatos que reduciran su protagonismo (as, por ejemplo, sabemos gracias aBernal que la Primera relacin debi eludir las expediciones anteriores deFernndez de Crdoba y Grijalba, ya que Corts pidi a los soldados que en su

    relacin no declararan quines fueron los primeros descubridores BernalDaz, 1992: 149); que comprometeran su imagen de leal vasallo (es el casode la autorizacin real concedida a Velzquez para conquistar el territoriomexicano, que los firmantes de la Carta de Veracruz fingen desconocer) oque dejaran al descubierto errores estratgicos (como el hecho de dejar almando de los soldados que quedaron en Mxico durante su salida al en-cuentro de Narvez a Pedro de Alvarado, quien, al ordenar la Matanza delTemplo Mayor, tambin omitida en las Cartas, desencaden definitivamen-te la rebelin azteca), as como aquellos que, por reducirse al mbito de lopersonal o cotidiano, no encajaran en la imagen de un hroe pico, y que s

    encontramos, en cambio, en Bernal10 , como sus aficiones personales o susrelaciones amorosas (recordemos que Catalina Xurez, su primera mujer,no aparece en las Cartasaunque su muerte en extraas circunstancias fuemotivo para que se le acusara de asesinato en el juicio secreto de residencia,

    y las discretas alusiones a la Malinche, amante e intrprete del conquistadorque se convierte en personaje clave de la conquista, se reducen a frases deltipo la lengua que yo tengo o nuestra lengua, apareciendo su nombre,Marina, slo una vez en la Quinta relacin Corts, 1993: 575).

    9Resultan interesantes al respecto las observaciones a la obra del Inca Garcilaso realizadas porAvalle-Arce, quien recuerda adems cmo Juan Luis Vives defenda esta historia ejemplar y selamentaba de que la Historia perpetuase las infamias (Avalle Arce, 1964: 192).

    10Ha sido Carlos Fuentes, en un artculo titulado La pica vacilante de Bernal Daz del Cas-tillo, quien ha destacado precisamente cmo, a pesar de estar planteada como un texto pico, lacrnica de Bernal, construida desde la memoria, se converta en una novela al hacer uso de lacaracterizacin o del detalle (Fuentes, 1990).

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    En definitiva, el autor de las Cartas de relacinse va a presentar ante suscontemporneos como protagonista slo de grandes acciones, perfecto ensus cualidades morales, militares y polticas, pero sobrio al referirse a s mis-mo, y va a convencer a los cronistas de la poca de su condicin heroica apesar de las circunstancias adversas en que algunos de ellos se acercaron a

    sus escritos e incluso antes de referir los hechos gloriosos de la conquista dela gran Mxico-Tenochtitln, como ahora veremos.

    LA RECEPCIN DE LAS CARTAS: LOS CRONISTAS DE CORTS

    La libre circulacin de las Cartas de relacinpublicadas en la poca, esto es,la segunda, tercera y cuarta11, slo abarc el breve perodo que va desde1522 (fecha en que Cromberger public la Segunda relacin12) a la prohibi-

    cin de 1527, fruto sobre todo del temor de un rey que vio ms en el discur-so cortesiano al peligroso guerrero y gobernante que a un buen vasallo(Bataillon, 1963). Los textos, sin embargo, pervivieron reescritos en la plu-ma de autores como Francisco Lpez de Gmara (cuya segunda parte de laHistoria general de las Indias, dedicada la conquista de Mxico, puede enten-derse incluso como una biografa de Corts13), Hernn Prez de Oliva en surelato Algunas cosas de Hernn Corts y Mxico14o el annimo autor deltexto latino De rebus gestis Ferdinandi Cortesii15, pero tambin de otros queen un principio fueron ms recelosos con el autor, como Pedro Mrtir deAnglera o Gonzalo Fernndez de Oviedo.

    La crnica oficial de Fernndez de Oviedo

    Por lo que respecta a Fernndez de Oviedo, ste dedica buena parte del Li-bro XXXIII de su Historia general y natural de las Indias(que escribe hacia

    11La Primera relacin, como ya he sealado, contina perdida y es sustituida por la Carta deVeracruz desde el descubrimiento del Cdice de Viena, en el que apareci a su vez la Quinta rela-cin, no publicada en el XVI y, por tanto, desconocida para sus contemporneos.

    12Con el ttulo Carta de relacin enviada a Su Sacra Majestad del Emperador Nuestro Seor porel Capitn General de la Nueva Espaa llamado Fernando Corts.

    13Vase especialmente el final del texto (Lpez de Gmara, 2001: 499-500).14Manuscrito que no fue publicado hasta el siglo XX (vase Prez de Oliva, 1927).15Para resolver el problema de la autora de este texto (que se conserva inconcluso), se han

    aportado argumentos a favor del propio Gmara o del tambin humanista Cristbal Calvete de laEstrella, pero la incgnita sigue sin ser resuelta satisfactoriamente; en cualquier caso, un estado de lacuestin, traduccin y edicin crtica del texto han sido recientemente realizados por Elena Pells (2007).

    Portada de la Tercera RSevilla, Cromberger

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    1545, pero no llegar a ver publicada) a realizar una glosa de las relacionescortesianas. En el proemio al libro, sin embargo, el autor se muestra clara-mente molesto porque Corts no le trasladara ningn tipo de documentopara su crnica oficial americana:

    ... yo tengo cdulas reales para que los gobernadores me enven relacinde lo que tocare a la historia de sus gobernaciones, para estas historias. Yescrib e avis al marqus del Valle, don Hernando Corts, para que meenviase la suya, conforme a lo que subcesivamente mandaba, e remitimea unas cartas misivas que le escribi a Su Majestad, de lo subcedido enaquella conquista, e no cur de ms (Fernndez de Oviedo, 1959: IV 8).

    Probablemente debido a este hecho, Oviedo no parece valorar en un prin-cipio excesivamente las decisiones del conquistador: su tono, elogioso conlos soldados espaoles (de quienes alaba la famosa expiriencia de su es-

    fuerzo contra tanta moltitud de adversarios IV 17), es mesurado respec-to a Corts. Incluso parece cuestionar su versin del enfrentamiento con elenviado de Diego Velzquez, Pnfilo de Narvez, a propsito de la cual es-cribe: Acordaos, letor, de lo que a esto que Corts dice, deca despus enToledo al revs Pnfilo de Narvez, como adelante se dir (IV 57), aunquefinalmente reconozca que con todo lo que o a Narvez (como yo se lo dije)no puedo hallarle desculpa para su descuido, porque ninguna nescesidadtena de andar con Corts en plticas (IV 59).

    Ahora bien, el elogio ostensible llegar inmediatamente despus de lanarracin de estos hechos, cuando describa el papel de Corts durante la

    rebelin azteca y la consecuente Noche Triste. Es en este momento del relatocuando empieza a utilizar un recurso que veremos con frecuencia en ade-lante: la comparacin del capitn espaol con hroes del mundo clsico (enesta ocasin, Horacio Cocles en su defensa del puente porque la gente de laToscana no entrase en Roma IV 66)16 , pero tambin cuando comenta, apropsito de la desesperada situacin que el propio Corts refiere al final dela Segunda Relacin:

    Como el capitn Hernando Corts estaba lastimado e sentido de las co-sas pasadas con los de Mjico, e sus nimos e deseos no le daban lugar a

    olvidar sus trabajos, e sus pensamientos eran de persona valerosa,pudesele muy bien aplicar aquella sentencia de Platn que dice: Tal escada uno, cual es la cosa que ama e aquella de que se deleita. As que este

    16Ms tarde, Corts ser equiparado a Julio Csar (97) e indirectamente a Anbal o Escipin(141-143).

    Portada de la Primera partede la Historia general de las

    Indiasde Gonzalo Fernndezde Oviedo. 1535.

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    capitn, que tan inclinado e amigo de la guerra fue, e tan suficiente a tanalta empresa, no se le puede comparar mejor su persona que a la grande-za della mesma; e aun as se debe creer que quien para ella le conservcontra muchos estorbos e contradicciones, saba mejor que los hombrescun nescesario era tal capitn, para que se sirviese Dios de l en estascosas, e conquista de la Nueva Espaa (IV 76).

    La valerosa actitud de ese capitn que se crece en las circunstancias msdifciles logra convencer al cronista de las dotes naturales de Corts para laguerra, de su capacidad de sufrimiento y de su prudencia, cualidades quedestacar ya de forma continua en la narracin del cerco a la capital aztecahasta llegar a exclamar:

    ... es muy justa cosa que en la memoria de los que viven, estn escriptaslas hazaas e fechos memorables de Hernando Corts (...), porque soncosas raras e peregrinas e no tienen semejanza ni comparacin con ejr-cito ni cerco alguno de aquellos que por muy famosos [historiadores]estn escriptos de los pasados (IV 142).

    La lectura del erudito Mrtir de Anglera

    Humanista muy cercano a la Corte, Pedro Mrtir de Anglera, por su parte,ley las Cartasdesde la desconfianza inicial que provocaron las contradicto-rias noticias de Velzquez y de los allegados de Corts en torno a los dere-chos de conquista sobre el nuevo territorio (de hecho, el autor el autor fina-

    lizaba el Libro IX de su Cuarta Dcada haciendo referencia a este conflictosobre el cual el Consejo de Indias haba diferido recompensa y castigo, a finde que se oiga a ambas partes Mrtir de Anglera, 1964: I 431). Sin em-bargo, tambin le bast la lectura de la Segunda relacin para transformarsu actitud inicial hacia el conquistador en un elogio abierto al hroe. As, apropsito de la retirada de los espaoles tras la rebelin azteca, advierte:

    Paso por alto muchas circunstancias particulares que ni los doce fabulo-sos Hrcules griegos ni persona alguna hubiese podido soportar, segncreo, quedando con vida. Quin que no fuese espaol habra hecho frente

    a tantas desdichas, a peligros tantos en los combates, y a semejantes hom-bres? (II 500).

    Pero incluso antes, al rememorar la batalla con los tlaxcaltecas que va allevar a la rendicin a Xicotncatl, descubrimos ya un tono encomisticoque contrasta abiertamente con la contencin asumida por Corts en la

    Portada de las Dcadas dMundo(De orbe novo), dMrtir de Anglera, en la

    latina de 1530.

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    narracin de sus hazaas. Aunque los pasajes sean algo amplios, resulta degran utilidad el cotejo de los mismos:

    Otro da, en amanesciendo, dan sobre nuestro real ms de ciento y cua-renta y nueve mill hombres que cubran toda la tierra, tan

    determinadamente que algunos dellos entraron dentro en l y anduvie-ron a cuchilladas con los espaoles. Y salimos a ellos y quiso NuestroSeor en tal manera ayudamos que en obra de cuatro horas habamosfecho lugar para que en nuestro real no nos ofendiesen, puesto que toda-va facan algunas arremetidas. Y ans estuvimos peleando hasta que fuetarde, que se retrajeron.

    Otro da torn a salir por otra parte antes que fuese de da sin ser sentidodellos con los de caballo y cient peones y los indios mis amigos y lesquem ms de diez pueblos, en que hobo pueblo dellos de ms de tresmill casas. Y all pelearon conmigo los del pueblo, que otra gente no de-ba de estar all. Y como traamos la bandera de la cruz y pubamos pornuestra fe y por servicio de Vuestra Sacra Majestad en su muy real ventu-ra, nos dio Dios tanta vitoria que les matamos mucha gente sin que losnuestros rescibiesen dao. Y poco ms de medioda, ya que la fuerza dela gente se juntaba de todas partes, estbamos en nuestro real con la vitoriahabida (Corts, 1993: 177-178).

    ... con el primer crepsculo, cuando apenas despuntaba la aurora, caysobre ellos tan incontable nmero de adversarios, que parecan cubrir elcampo entero: eran, segn escriben, ciento cincuenta mil. Luchse ra-biosamente junto a las defensas del campamento y se cuenta que la bata-lla dur cuatro horas con gran peligro de los nuestros. Sin dejarla defini-

    da, retirronse los brbaros, y como la huda era imposible, cada cual seconvirti de tmida oveja en terrible len. Puesto en fuga el enemigo,Corts, como con jaura de tigres, lanzse sobre los traidores que ya sehaban retirado a sus casas en desbandada. Asolando, destruyendo y apri-sionando o dando muerte a cuantos hallaba en su camino, lleg a unpueblo de ms de tres mil casas, como dicen, y a sangre y fuego lo arrastodo. Hecho esto, y llenos de espanto los naturales, enviaron legados losprceres de la regin, pidiendo perdn (Mrtir de Anglera, 1964: II 448).

    La precisa informacin aportada por Corts en su discurso se transfor-ma en episodio de una gran gesta imperial en el de Anglera gracias a recur-

    sos picos clsicos, como la comparacin del conquistador y los suyos conanimales salvajes (como con jaura de tigres) o la acumulacin de verbosque denotan la violencia de la guerra (asolando, destruyendo y aprisionan-do o dando muerte), que descubriremos asimismo en obras literarias esen-ciales sobre la conquista espaola en Amrica como La Araucanade Alonsode Ercilla.

    Imagen de Pedro Mrtirde Anglera.

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    A MODO DE CONCLUSIN

    Al igual que Fernndez de Oviedo, Mrtir de Anglera descubre en la sobriaescritura cortesiana una epopeya digna de ser comparada con las de la Anti-gedad clsica (concluida con la toma de Tenochtitln, empresa que al mis-

    mo pueblo romano le hubiera sido difcil en sus tiempos de esplendor II521), algo que pone de manifiesto en un estilo mucho ms ampuloso queel de Corts, a pesar de inscribirse todava en los cnones renacentistas.Ambos cronistas inauguran as una relectura de las Cartas de relacinque veen su protagonista, tal como l mismo se propuso, al heroico conquistadorespaol digno de ser inmortalizado en la crnica17o el romance, el poemapico o la representacin teatral18 , tanto en la metrpoli como en el Virrei-nato de la Nueva Espaa. Se trata, en definitiva, de la relectura de una cons-truccin mtica sobre la que los conquistadores y sus descendientes erigie-

    ron una historia gloriosa de la conquista y que llev a su vez a la imitacindel discurso cortesiano por parte de otros protagonistas de la hazaa impe-rial en distintas latitudes americanas que, como el citado Pedro de Valdivia,se mostraron deseosos asimismo de dejar memoria y fama de m19.

    Como sealaba al principio de este trabajo, dicha relectura sera necesa-riamente rechazada tras el proceso de Independencia, en especial en el con-texto mexicano: la Nueva Espaa donde se haban publicado las Cartas derelacincomo un texto histrico singular escrito por su esclarecido con-quistador20se convirti un da en un Mxico independiente, identificadocon su pasado indgena, en el que Hernn Corts acab transformndose en

    el rayo fro, / corazn muerto en la armadura del verso nerudiano (Neruda,1990: 149). Es ese proceso histrico el que explica que tal vez la nacin mexi-cana no levante nunca un monumento a la memoria del conquistador espa-ol; convendra, sin embargo, que fuera all, ms que en cualquier otro lu-gar, donde el autor de las Cartas de relacinfuera despojado de sus mscaras(las que l mismo cre y las que despus le fueron colocando los idelogos e

    17A las ya citadas, se uniran en el siglo XVII otras tan destacadas como las Dcadasde Anto-nio de Herrera (1601) o la famosa y mltiples veces editada Historia de la conquista de MxicodeAntonio de Sols (1648).

    18Son fundamentales para este tema los trabajos de Reynolds (1967, 1978). En cualquier caso,un estudio de los rasgos del conquistador Corts que interesaron a la literatura de la poca dejaratal vez entrever una predileccin por el hroe ya cado en desgracia frente al triunfante conquista-dor de un nuevo imperio, merecedora de un estudio ms pormenorizado.

    19Carta al emperador Carlos V. La Serena, 4 de septiembre de 1545 (Valdivia, 1960). Sobre laspeculiaridades retricas de la escritura de Valdivia, vase Goic, 2006: 25-67.

    20Me refiero a la primera edicin mexicana de las Cartas, la de Lorenzana de 1770, tituladaHistoria de Nueva-Espaa, escrita por su esclarecido conquistador Hernn Corts.

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    historiadores de las distintas pocas) para lograr algn da como propusoel que ha sido su ms destacado bigrafo contemporneo, Jos Luis Mart-nez librarlo de las ideologas y estudiarlo con la cruel objetividad de la his-toria, para descubrir, con luces y sombras, una personalidad excepcional(Martnez, 2000: 123).

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