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1 Aportaciones de las Humanidades a la Educación Ambiental J.Miguel Esteban UQROO Introducción Aunque ciertos sectores de la comunidad científica internacional aún los discuten, en los últimos años contamos con un buen número de índices correlacionados (disminución de las masas de agua congelada y aumento del nivel de las aguas marinas, alteraciones de la física y la química de la hidrosfera, la atmósfera y la litosfera, cambios en las patrones climáticos, inversiones térmicas y alteraciones en los regimenes de distribución pluvial, incremento desmedido de la ratio de extinción de especies, con la consiguiente y pérdida global de diversidad en la biosfera, etc.) que señalan una fuerte tendencia alcista o de aceleración del deterioro ambiental antropogénico. Pese a la agudización de esta crisis ecológica global, su percepción pública no ha crecido al ritmo necesario para propiciar las condiciones cognitivas de un viraje hacia la sustentabilidad, esto es, las condiciones de distribución social de conocimientos que conduzcan a cambios significativos en los hábitos humanos de apropiación, consumo y desecho de recursos naturales. La educación ambiental, formal e informal, debe encarar este reto con estrategias tanto a corto plazo como a medio/largo plazo. Aunque la educación ambiental debe instar a cambios urgentes en nuestras pautas de interacción con la naturaleza dentro del actual modelo de desarrollo, también resulta imprescindible diseñar estrategias a medio/largo plazo con vistas a una creciente sensibilización ambiental de las sociedades que vaya conformando lo que denominaremos una cultura ambiental. Ésta integra las condiciones cognitivas de una racionalidad ecológica: una red de heurísticas de detección, identificación, evaluación de la huella ecológica y revisión de hábitos de interacción con el entorno. La educación para el desarrollo sustentable”, establece la UNESCO, tiene la posibilidad de reinventar experimentalmente los procesos educativos vigentes para la formación de futuros sujetos acordes con la sostenibilidad”. En este sentido, los proyectos de transversalidad curricular de la educación formal pueden contribuir a la sensibilización ambiental para la formación de una futura cultura ambiental, una cultura de sujetos acordes con la sostenibilidad (por usar términos de la UNESCO para la DEDS). La formación científica especializada y la divulgación de la ciencia y la tecnología en todos los ámbitos de la educación formal sigue resultando imprescindible, pero sólo los prejuicios propios y ajenos

Aportaciones de las humanidades a la educación ambiental 20min 0906

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Aportaciones de las Humanidades a la Educación Ambiental J.Miguel Esteban UQROO Introducción Aunque ciertos sectores de la comunidad científica internacional aún los discuten, en los

últimos años contamos con un buen número de índices correlacionados (disminución de

las masas de agua congelada y aumento del nivel de las aguas marinas, alteraciones de la

física y la química de la hidrosfera, la atmósfera y la litosfera, cambios en las patrones

climáticos, inversiones térmicas y alteraciones en los regimenes de distribución pluvial,

incremento desmedido de la ratio de extinción de especies, con la consiguiente y pérdida

global de diversidad en la biosfera, etc.) que señalan una fuerte tendencia alcista o de

aceleración del deterioro ambiental antropogénico. Pese a la agudización de esta crisis

ecológica global, su percepción pública no ha crecido al ritmo necesario para propiciar las

condiciones cognitivas de un viraje hacia la sustentabilidad, esto es, las condiciones de

distribución social de conocimientos que conduzcan a cambios significativos en los

hábitos humanos de apropiación, consumo y desecho de recursos naturales. La educación

ambiental, formal e informal, debe encarar este reto con estrategias tanto a corto plazo

como a medio/largo plazo. Aunque la educación ambiental debe instar a cambios urgentes

en nuestras pautas de interacción con la naturaleza dentro del actual modelo de desarrollo,

también resulta imprescindible diseñar estrategias a medio/largo plazo con vistas a una

creciente sensibilización ambiental de las sociedades que vaya conformando lo que

denominaremos una cultura ambiental. Ésta integra las condiciones cognitivas de una

racionalidad ecológica: una red de heurísticas de detección, identificación, evaluación de la

huella ecológica y revisión de hábitos de interacción con el entorno. “La educación para

el desarrollo sustentable”, establece la UNESCO, “tiene la posibilidad de reinventar

experimentalmente los procesos educativos vigentes para la formación de futuros

sujetos acordes con la sostenibilidad”. En este sentido, los proyectos de transversalidad

curricular de la educación formal pueden contribuir a la sensibilización ambiental para la

formación de una futura cultura ambiental, una cultura de sujetos acordes con la

sostenibilidad (por usar términos de la UNESCO para la DEDS). La formación científica

especializada y la divulgación de la ciencia y la tecnología en todos los ámbitos de la

educación formal sigue resultando imprescindible, pero sólo los prejuicios propios y ajenos

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pueden descartar a priori toda posible aportación de las humanidades a la sensibilización y

la educación ambientales. De hecho, las humanidades pueden contribuir a la formación de

una cultura ambiental en la medida que ayuden a restablecer nuestro sentido de dependencia del

entorno, o empleando la terminología del filósofo alemán de la tecnología Martin

Heidegger, nuestra autoconciencia como seres-en-el-mundo.

1. Crisis y Ausencia de las Humanidades en la Educación Ambiental

Pero el mismo hecho de que sea necesario buscar razones o justificaciones para la

participación de las humanidades en la educación ambiental apunta de de por sí un factor

más de la crisis ambiental. Científicos y tecnólogos llevan tiempo reconociendo el peso del

factor humano en la gestación y en la difícil atenuación de la crisis. Unos y otros insisten en

que la contribución de las ciencias e ingenierías ambientales es condición necesaria pero no

suficiente para el viraje hacia la sustentabilidad. Admitir esto significa, al menos

implícitamente, solicitar el concurso de ciencias sociales como la economía ambiental, por

ejemplo. Pero esta admisión también puede interpretarse como una invitación para que las

ciencias humanas cooperen en la búsqueda de soluciones a la crisis ambiental. El hecho de

que en un Congreso de Ciencias Ambientales exista una división denominada “Ambiente y

Valores”, dentro de un congreso de ciencias ambientales, con apartados específica y

explícitamente dedicados a aspectos étnicos, educativos, comunitarios, culturales y éticos

del ambiente parece ilustrar esta extendida interpretación que desplaza para las

humanidades, junto con la moral, el arte y la religión, las cuestiones relativas a valores,

mientras que reservan para las ciencias naturales las cuestiones estrictamente concernientes

a los hechos. Deseo señalar que, en este preciso sentido, la dicotomía hecho/valor forma parte

de un conjunto de divisiones más amplio que ha jalonado la historia misma de la cultura

cuyo desarrollo en los dos últimos siglos ha demostrado ser ambientalmente insostenible.

Me refiero a dicotomías como conocimiento/creencia, ciencia/arte, artes liberales/artes

mecánicas, bellas artes/artesanías, cuestiones objetivamente dirimibles/cuestiones de gusto,

objetivo/subjetivo, inteligencia/emoción, materia/espirítu, educación científica/educación

sentimental, lo cuantitativo/cualitativo, cuerpo/mente y, en última instancia, la propia

dicotomía entre ciencias naturales y humanidades. En una célebre conferencia pronunciada

en 1957 Charles P. Snow agrupaba al menos una parte de estas dicotomías bajo lo que

denominaba “las dos culturas”, las mismas entre las que se libra la guerra de las ciencias

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desatada tras el caso Sokal ciencias “duras” versus ciencias “blandas”. Como intentaré

mostrar, consideradas no como distinciones contextuales y de grado, sino como

demarcaciones absolutas y excluyentes y absolutas y no como divisiones, forman también

parte Lynn White llamaba las raíces históricas de nuestra crisis ecológica. Intentaré hacer

ver cómo algunas de esas oposiciones admiten una recategorización que refleja mejor su

dimensión ambiental: la división entre cultura y naturaleza. Trataré asimismo de mostrar

por qué la naturalización de las humanidades puede contribuir a la sensibilización y al viraje

ambiental por todos deseado impulsando una cultura ambiental, y más concretamente, cómo

podrían darse estas aportaciones desde la historia, las letras y la filosofía.

Las artes, las letras, la historia, la religión y la filosofía pueden situarse entre los recursos

culturales para construir una cultura ambiental que modifique nuestras pautas de interacción

en los ecosistemas y origine formas de relación intra e interespecíficas nuevas y menos

destructivas. Pero para poder realizar esa contribución creíblemente, pienso que las

humanidades tendrían que abandonar lo que denomino una concepción

separatista/sobrenaturalista de la cultura y de sí mismas en cuanto cultura, es decir: (1) la

concepción de la cultura como la antítesis de la naturaleza, como un proceso de separación

creciente del entorno natural, de sus condicionamientos ambientales inmediatos y (2) la

definición que de sí mismas han dado las humanidades como autoconciencia o para-sí de la

cultura

La concepción sobrenaturalista de la cultura

Durante buena parte de su historia en Occidente las humanidades han profesado una

antropología en la que la naturaleza ha sido la antagonista, lo radicalmente distinto de la

cultura. La naturaleza es la otredad, el polo por oposición al cual la cultura obtiene sus

condiciones de identidad: la naturaleza como antítesis de la cultura. La cultura se concebía

ante todo como domesticación de la naturaleza. Ya en las antiguas mitologías occidentales

el hombre se veía a sí mismo y a su cultura como un ser esencialmente distinto y superior al

resto de los seres animados e inanimados. La culturalidad del hombre constituría su

segunda naturaleza -o sobrenaturaleza, como señalaba Ortega y Gasset. La substancia

espiritual era la fuente de legitimidad del dominio que la cultura ejerce sobre la naturaleza,

por cuanto éste es poder de actuación, esto es libertad. La existencia de animales y plantas

está causal y absolutamente determinada por su entorno natural. La esencia espiritual del

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hombre residiría en que, a diferencia de estos últimos, los hombres podían romper su

relación inmediata con su habitat. Pueden suspender la cadena de las necesidades

biológicas, puede posponer su satisfacción y hacer que la naturaleza trabaje para él mediante

la técnica . La concepción heredada nos cuenta que los animales tienen una relación

inmediata, determinista, no libre, con la naturaleza. La cultura introduce la mediación entre el

hombre y la naturaleza transformando tecnológicamente la naturaleza en un conjunto de

reservas o existencias disponibles. La evolución cultural representa supuestamente la

progresiva liberación o independización del espíritu humano de sus condicionamientos

inmediatos del entorno natural: la cultura mide su progreso en términos de

desambientalización. Todavía en el ambiente rural prevalece el contacto directo e inmediato

del hombre con los recursos naturales básicos. La progresiva urbanización de la cultura (

más del 50% de la población mundial habita en ciudades) disminuye la interacción del

hombre con estos recursos y con ella su sentido de dependencia del ambiente. Según la

moderna filosofía de la tecnología, el entorno virtual digitalizado que proporciona Internet

es el más reciente de una serie de entornos artificializados y progresivamente alejados del

medio ambiente natural . Según algunas apologías de esta visión, la representación digital

del “yo” que interactúa en la realidad virtual de Internet acerca inexorablemente al hombre

a su verdadera esencia espiritual incorpórea, al tiempo que empaña su sentido de dependencia

de los recursos naturales del ambiente y su sentido de pertenencia a la comunidad de la vida, al

círculo en expansión del que hablaba Darwin . Este olvido de las condiciones ecológicas

de la existencia humana –naturalizando algo el Dasein de Heidegger- en la cultura de la era

digital puede explicar en mi opinión la escasa percepción pública del creciente ritmo de

deterioro ecológico.

Démonos cuenta de que en esta concepción de la historia humana los valores

pertenecen al reino de la cultura y no al de la naturaleza .El medio ambiente natural tendría

valor sólo en tanto que medio al servicio de los fines antropocéntricos de la cultura. El

humanismo tradicional es la vindicación consciente de la superioridad de estos fines y por

consiguiente de una brecha insalvable entre naturaleza y cultura1. En efecto, junto con las

artes y la religión, las humanidades se han definido a sí mismas como la conciencia o para-sí

de la cultura y como máxima realización de sus valores.. Según Hans George Gadamer, las

humanidades proporcionan cultura en sentido autoconsciente y eulogístico: la Bildung o

formación que deparan las ciencias del espíritu: “El término alemán Bildung, que

1 Bueno

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traducimos por formación, significa también la cultura que posee el individuo como

resultado de su formación en los contenidos de la tradición de su entorno. Bildung

es pues tanto el proceso por el que se adquiere cultura como esta cultura misma en

cuanto patrimonio del hombre culto”2. Como señala John Dewey en tono crítico, la

formación humanista traería a conciencia la irreductible discontinuidad entre cultura y

naturaleza “La cultura en tanto que Bildung, en tanto que formación deliberada de la

personalidad humana a través de la asimilación de los productos espirituales del

pasado, se convirtió en el canon y el fin último de la educación, la cultura pues se

halla en marcada oposición a los instintos innatos y brutos que definen la

naturaleza, frente a la Bildung.” No es difícil unirse a Dewey en su denuncia de este

sentido de cultura, como resultado del cual el hombre culto adquiere una formación

humanística que casi podríamos definir como la altanería con que ignora las ciencias

naturales : “La cultura en este sentido describe el ideal humanista de educación.

Frente al naturalismo, el humanismo insiste en que los auténticos factores de la

educación han de encontrase en contacto con la historia pasada de la humanidad,

y en particular con la expresión que dicha humanidad ha dejado en la literatura y en

el arte. Desde este erróneo punto de vista, la ciencia natural no tiene importancia

educativa por lo que nos diga del presente, sino porque algunos de los grandes

descubrimientos y leyes científicas deben ser obligatoriamente conocidas si es que

queremos integrar lo más valioso del pasado de nuestra cultura” Sin expresarlo

precisamente en estos términos, John Dewey ha apuntado aquí las razones por las que esta

autoconcepción de las humanidades es incompatible con la sensibilización y la cultura

ambientales a la que, según defiendo, podrían contribuir las humanidades.

La ambientalización de la cultura y la transmisión cultural del medio ambiente

La etología y la biología evolutiva nos han procurado nociones de naturaleza y de cultura

menos esencialistas y más interdependientes. Cultura y naturaleza no son dos reinos de

substancias separadas e independientes, siendo la una inmaterial y la otra material.

“Cultural” y “natural” califican modos de transmisión de la información. La palabra latina

natura procede de la forma natus del verbo nasci, aquello con lo que se nace, lo

genéticamente pre-programado o lo adquirido durante el desarrollo embrionario y fetal. El

organismo recibe información tanto de la naturaleza como de la cultura pero la cultura se

2 VM p.38

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6

distingue de la naturaleza en la medida en aquello lo que en un organismo es adquirido o

aprendido del ambiente (incluyendo en éste, claro, a los otros organismos) se distingue de

lo innato o genéticamente heredado. En este sentido, al menos una parte de lo que según la

anterior concepción separatista de la cultura era naturaleza resulta ser cultura desde esta

nueva aproximación. Por cultura entendemos la transferencia de información por medios

conductuales y, particularmente, por aprendizaje social. Muchas especies animales tienen

cultura: todo lo que el animal sabe hacer porque ha aprendido socialmente a hacerlo

constituye su cultura. La distinción entre herencia y medio-ambiente redefine la antigua

separación entre naturaleza y cultura. El que cierto hábito de interacción del organismo

animal con su ambiente o entorno sea natural o cultural no depende ni del organismo (que

sea humano o no) ni del hábito. Contra lo que pensaba la concepción separatista de la

cultura, la tecnología, entendida como el uso de herramientas para transformación del

entorno, no implica necesariamente cultura. Tampoco hay ninguna razón para separar lo

biológico de lo cultural: “La cultura”, afirma John Tyler Bonner,”es una propiedad

adquirida por los organismos vivos, y en este sentido, es tan biológica como

cualquier otra función del organismo, como puede ser la respiración y la

locomoción”

Un hábito es una forma iterativa de conducta, esto es, de interacción del organismo

y ambiente o entorno. Algunos hábitos son culturales, en el sentido de no proceder de la

herencia genética de los progenitores de su especie, si no de ser aprendidos del ambiente

(incluyendo aquí, como no podría ser de otra manera, otros organismos de su especie). No

hay transmisión y evolución cultural que no sea directa o indirectamente ambiental.

Recapitulemos un poco.

Hemos visto que la deseable modificación de las pautas humanas de interacción

con el entorno natural dependen de un red de condiciones cognitivas para el desarrollo

sustentable. Se trata de una red de conocimientos operacionales o “competencias” que

integran lo que he llamado cultura ambiental o de la naturaleza. Muchos de estos recursos

cognitivos son de índole económica, esto es, tienen que ver con el aprovechamiento

óptimo de los recursos naturales. La educación ambiental propiciará cierta sensibilidad

hacia la administración eficiente y socialmente justa de recursos. Resulta evidente que los

métodos cuantitativos de las ciencias experimentales y las tecnologías son los apropiados

aquí. Educar para la protección de la biodiversidad, por ejemplo, significa apelar a estos

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métodos para mostrar que, como señala el Secretario General de Naciones Unidas, Ban Ki-

Moon, en el Prólogo al tercer informe mundial sobre la biodiversidad publicado en mayo

de 2010, “El funcionamiento de los ecosistemas de los que dependemos para

obtener alimentos y agua dulce, para disfrutar de buena salud y de espacios de

esparcimiento y para estar protegidos frente a catástrofes naturales está basado en

la diversidad biológica” Pero, la pérdida de biodiversidad, continúa Ki-Moon,

“también nos afecta cultural y espiritualmente. Puede que eso sea más difícil de

cuantificar, pero en cualquier caso es esencial para nuestro bienestar”. El tipo de

bienestar cultural y espiritual que nos depara un ecosistema íntegro requiere, a mi modo de

ver, otro tipo de recursos cognitivos que, sin ser enteramente separables de los valores

económicos (resultantes de la cuantificación de la relación de eficiencia entre el uso de

medios y la consecución de fines), inciden más en el sentido de pertenencia y de

dependencia de un entorno o mundo, o, dicho en términos más contemporáneos, nuestra

dependencia de un nicho ecológico y nuestra pertenencia a la comunidad de la vida. Las

humanidades forman parte de ese tipo de recursos cognitivos que ponen de manifiesto la

ubicuidad de la naturaleza, la presencia necesaria del ambiente en toda experiencia humana,

en nuestro ser-en-el mundo y la ética del cuidado ambiental como modo fundamental de

habitar sustentablemente el mundo, prestados algunos términos de la filosofía de

Heidegger.

Por muchos libros que lea, muchos museos que visite y muchos conciertos que escuche,

una persona no puede considerarse culta si se comporta aberrantemente con su entorno

natural, sino dispone de lo que hemos dado en llamar una cultura ambiental. Concluyo

proponiendo algunas contribuciones que una educación ambiental en las humanidades

puede realizar a tal cultura ambiental. Las humanidades deben pues poner de manifiesto la

ubicuidad del ambiente en todas la expresiones de las sociedades humanas. Ningún actor

social puede sustraerse del ambiente cultura.

.

La Literatura y las letras centradas en el ambiente pueden incidir en la expresión escrita de

los valores estéticos del ambiente, la tierra, los cielos y los mares. El estudio de la poesía

bucólica, de los escritores místicos, del amor a la naturaleza en las tradiciones orales y

escritas indígenas, la antropomorfización de los animales en las fábulas, las novelas de

aventuras y descubrimiento, la transformación de la naturaleza en la ciencia ficción, la

ecopoética, la ecocrítica literaria, el priodismo ambiental son temas propios de las letras

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ambientales, además de todos aquellos que incluyen las relaciones entre comunicación

verbal y ambiente

La filosofía ambiental de hecho cuenta con más de treinta años de historia docente. La

Filosofía de la Ciencia Ambiental podría investigar, entre otras cosas, las relaciones de

interdisciplinariedad y el puente que el ambiente tiende entre las ciencias de la naturaleza y

ciencias de lo social. La Epistemología evolutivas y las Ciencias Cognitivas centradas en el

ambiente analiza las condiciones ecológicas de la formación y transmisión del

conocimiento. La Filosofía de la acción y la teoría de la decisión ambientalizadas insiste en

el carácter situado y acotado de la racionalidad humana. La Filosofía naturalista de la

tecnología investiga las relaciones entre evolución por selección natural y cambio

tecnológico, además de los origenes y condiciones culturales de la ciencia. La Etica

Ambiental investiga los fundamentos y contenidos normativos de las relaciones entre los

distintos elementos del las culturas humanas y los ecosistemas, poniendo especial hincapié

en la ética del cuidado y las relaciones entre tener y ser. La ontología formal naturaliza las

descripciones de la realidad de la lógica y la metafísica clásica, utilizando las categorías de la

ecología. La estética ambiental investiga los valores estéticos del ambiente y la naturaleza en

las bellas artes.

La historiografía marxista significo la preponderancia de la historia económica, dictando la

preoponderacancia de los modos de producción y explotación de recursos naturales y

formas políticas. La historia ambiental reconstruye la función de los recursos naturales en

los procesos históricos, económicos y políticos, poniendo especial hincapié en la

correlación entre fuentes de energía, materias primas y distribución espacial del poder. Las

relaciones entre geografía y ambiente, clima e historia económica también pertenecen a este

campo, sí como la expansión biológica del colonialismo europeo. La historia de género

muestra las relaciones entre devastación del ambiente y patriarcado. Historia de las

mentalidades y ambiente Y la historia planeta tierra forma parte desde hace mucho de los

curricula de los estudios históricos.

Son sólo ejemplos que muestran las direcciones que se han seguido y por seguir, los únicos

límites son los de la creatividad y sentido común humanos …