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Colegio Star College Osorno Subsector: Lenguaje y Comunicación Curso: 6° año básico Antología de cuentos Prueba de Lectura domiciliaria II Mr. Cristian Negrón N. 1.- Rikki-tikki-tavi. Rudyard Kipling 2.- El padre de Simón. Guy de Maupassant 3.- El príncipe feliz. Oscar Wilde

Antología Cuentos Sexto Básico

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Antología de cuentos para evaluación de lectura

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Colegio Star College Osorno Subsector: Lenguaje y Comunicacin Curso: 6 ao bsico

Antologa de cuentos Prueba de Lectura domiciliaria II

Mr. Cristian Negrn N.

1.- Rikki-tikki-tavi. Rudyard Kipling2.- El padre de Simn. Guy de Maupassant3.- El prncipe feliz. Oscar Wilde

Osorno, abril de 2015

Rikki-tikki-tavi[Cuento infantil. Texto completo.]Rudyard Kipling

sta es la historia de la gran batalla que sostuvo Rikki-tikki-tavi, sin ayuda de nadie, en los cuartos de bao del gran bungalow que haba en el acuartelamiento de Segowlee. Darzee, el pjaro tejedor, la ayud, y Chuchundra, el ratn almizclero, que nunca anda por el centro del suelo, sino junto a las paredes, silenciosamente, fue quien la aconsej.Era una mangosta1, parecida a un gato pequeo en la piel y la cola, pero mucho ms cercana a una comadreja en la cabeza y las costumbres. Los ojos y la punta de su hocico inquieto eran de color rosa; poda rascarse donde quisiera, con cualquier pata, delantera o trasera, que le apeteciera usar; poda inflar la cola hasta que pareciera un cepillo para limpiar botellas, y el grito de guerra que daba cuando iba correteando por las altas hierbas era:-Rikk-tikk-tikki-tikki-tchk!Un da, una de las grandes riadas de verano la sac de la madriguera en que viva con su padre y su madre, y la arrastr, pataleando y cloqueando, a una zanja al borde de la carretera. En ella flotaba un pequeo manojo de hierba al que se agarr hasta perder el sentido. Cuando se reanim, estaba tumbada al calor del sol en mitad del sendero de un jardn, rebozada de barro, y un nio pequeo deca:-Una mangosta muerta. Vamos a enterrarla.-No -dijo su madre-, vamos a meterla dentro para secarla. Puede que no est muerta.La llevaron a la casa, y un hombre grande la cogi entre el ndice y el pulgar y dijo que no estaba muerta, sino medio ahogada; con lo cual la envolvieron en algodn, le dieron calor, y ella abri lo ojos y estornud.-Ahora -dijo el hombre grande (era un ingls que se acababa de mudar al bungalow)-, no la asusten, y vamos a ver qu hace.Asustar a una mangosta es lo ms difcil del mundo, porque est llena de curiosidad, desde el hocico hasta la cola. El lema de la familia de las mangostas es: Corre y entrate, y Rikki-tikki haca honor a su raza. Mir el algodn, decidi que no era comestible, y se puso a dar vueltas alrededor de la mesa; se sent alisndose la piel y rascndose, y subi al hombro del nio de un salto.-No te asustes, Teddy -dijo su padre-. Eso es que quiere hacerse amiga tuya.-Ay! Me est haciendo cosquillas debajo de la barbilla -dijo Teddy.Rikki-tikki se puso a mirar debajo del cuello de la camisa del nio, le olisque la oreja, y baj por su cuerpo hasta el suelo, donde se sent, restregndose el hocico.-Pero bueno! -dijo la madre de Teddy-. Y esto es un animal salvaje? Ser que se est portando bien porque hemos sido amables con l.-Todas las mangostas son as -dijo su marido-. Si Teddy no la coge por la cola, o intenta meterla en una jaula. se pasar todo el da entrando y saliendo de la casa. Vamos a darle algo de comer.Le dieron un trocito de carne cruda. A Rikki-tikki le gust muchsimo y, al terminrselo, sali corriendo a la terraza, se sent al sol y eriz la piel para que los pelos se le secaran hasta las races. Entonces empez a sentirse mejor.An me quedan tantas cosas por descubrir en esta casa -se dijo a s misma-, que los de mi familia tardaran toda una vida en conseguirlo. Pienso quedarme y enterarme de todo.Se dedic a dar vueltas por la casa durante el resto del da. Estuvo a punto de ahogarse en las baeras, meti la nariz en el tintero que haba encima del escritorio, y se la quem con la punta del cigarro del hombre grande, porque se le haba subido a las rodillas para ver cmo se escriba. Al anochecer se meti en el cuarto de Teddy para ver cmo se encendan las lmparas de parafina, y cuando Teddy se meti en la cama, Rikki-tikki hizo lo mismo; pero era un compaero muy inquieto, porque tena que estar levantndose toda la noche, cada vez que oa un ruido, para ver de dnde vena. A ltima hora, la madre y el padre de Teddy entraron a echar un vistazo a su hijo, y Rikki-tikki estaba despierta encima de la almohada.-Esto no me gusta -dijo la madre de Teddy-. Puede que muerda al nio.-No va a hacer nada semejante -dijo el padre-. Teddy est ms seguro con esa fierecilla que si tuviera a un sabueso vigilndolo. Si ahora mismo entrara una serpiente en este cuarto...Pero la madre de Teddy no quera ni pensar en algo tan horrible.Por la maana temprano, Rikki-tikki fue a la terraza a desayunar, montada sobre el hombro de Teddy, y le dieron un poco de pltano y de huevo pasado por agua; se fue sentando en las rodillas de todos, uno detrs de otro, porque todas las mangostas de buena familia aspiran a ser mangostas caseras algn da, y acabar teniendo habitaciones en las que poder correr, y la madre de Rikki-tikki (que haba vivido en casa del General, en Segowlee) le haba explicado cuidadosamente a Rikki-tikki lo que tena que hacer cuando se encontrara entre hombres blancos.Despus Rikki-tikki se fue al jardn para ver si haba algo que mereciera la pena. Era un jardn grande, a medio cultivar, con arbustos igual de grandes que los cenadores hechos de rosales del Mariscal Niel; limeros y naranjos, matas de bamb, y partes llenas de hierba alta.-Esto es un coto de caza esplndido -dijo, y la cola se le infl, ponindosele como un cepillo para limpiar botellas, nada ms pensarlo, y correte por todo el jardn, olisqueando por aqu y por all hasta que oy unas voces muy tristes que venan de un espino.Era Darzee, el pjaro tejedor, y su mujer. Haba hecho un nido precioso juntando dos hojas grandes y cosiendo los bordes con fibras, llenndolo de algodn y pelusa parecida al plumn. El nido se balanceaba de un lado a otro, y ellos estaban sentados en el borde, llorando.-Qu ocurre? -pregunt Rikki-tikki.-Estamos desolados -dijo Darzee-. Uno de nuestros hijos se cay del nido ayer, y Nag se lo comi.-Hmm! -dijo Rikki-tikki-, eso es muy triste..., pero yo no soy de aqu. Quin es Nag?Darzee y su mujer se limitaron a esconderse dentro del nido. Sin contestar, porque de la hierba espesa que haba al pie del arbusto sali un silbido sordo, un sonido fro y horrible que hizo a Rikki-tikki saltar hacia atrs medio metro. Entonces, centmetro a centmetro, fue saliendo de la hierba la cabeza y la capucha abierta de Nag, la enorme cobra negra, que meda casi dos metros desde la lengua hasta la punta de la cola. Cuando hubo levantado del suelo una tercera parte del cuerpo, se qued balancendose hacia delante y hacia atrs, exactamente igual que una mata de diente de len bambolendose al viento, y mir a Rikki-tikki con esos ojos tan malvados que tienen las serpientes, que nunca cambian de expresin, piensen lo que piensen.-Que quin es Nag? -dijo-. Yo soy Nag. El gran dios Brahma puso su marca sobre todas las de nuestra especie cuando la primera cobra abri la capucha para protegerle del sol mientras dorma. Mrame y tiembla!Abri la capucha ms todava y Rikki-tikki vio, en la parte de atrs, la marca que parece un par de anteojos, y que es exactamente igual que la parte de un corchete que se llama hembra. Durante un instante tuvo miedo; pero es imposible que una mangosta est asustada mucho tiempo, y aunque era la primera vez que Rikki-tikki vea una cobra viva, su madre la haba alimentado con cobras muertas, y saba que el nico deber de una mangosta adulta es cazar serpientes y comrselas. Nag tambin lo saba, y en el fondo de su fro corazn tena miedo.-Bueno -dijo Rikki-tikki, y la cola se le volvi a inflar-, dejando a un lado lo de las marcas, te parece bonito comerse a las cras que se caen de los nidos?Nag se haba quedado pensativo, observando hasta el ms mnimo movimiento que se produjera en la hierba detrs de Rikki-tikki. Saba que, si empezaba a haber mangostas en el jardn, acabara significando una muerte segura para l y su familia, tarde o temprano, pero quera coger a Rikki-tikki desprevenida. Dej caer un poco la cabeza hacia un lado.-Hablemos -dijo-. T comes huevos. Y yo, por qu no voy a poder comer pjaros?-Detrs! Mira detrs de ti! -cant Darzee.Rikki-tikki era demasiado lista para perder el tiempo mirando. Dio un salto hacia arriba, todo lo alto que pudo, y justo por debajo de ella pas silbando la cabeza de Nagaina, la malvada esposa de Nag. Se haba ido acercando sigilosamente por detrs, para acabar con la mangosta; y sta la oy soltar un susurro feroz al errar el golpe. Rikki-tikki cay casi encima de su espalda y, de haber sido una mangosta vieja, habra sabido que se era el momento adecuado para romperle el espinazo de un mordisco; pero le dio miedo el terrible latigazo que da la cobra con la cola para defenderse. Mordi, eso s, pero no durante el tiempo suficiente, y esquiv la sacudida de la cola, dejando a Nagaina herida y furiosa.-Darzee! Malvado! Malvado! -dijo Nag, serpenteando hacia arriba lo ms alto que pudo, intentando llegar al nido que haba en el espino.Pero Darzee lo haba construido fuera del alcance de la serpiente, y slo consigui bambolearlo.Rikki-tikiu not que los ojos se le estaban poniendo rojos y le ardan (cuando a una mangosta se le ponen los ojos rojos, est enfadada), y se sent, apoyndose en la cola y las patas traseras, como un canguro pequeo, mirando a su alrededor y temblando de rabia. Pero Nag y Nagaina ya haban desaparecido entre la hierba. Cuando una serpiente falla el golpe, nunca dice nada, ni da pistas sobre lo siguiente que va a hacer. Rikki-tikki no tena el menor inters en seguirlas, porque no estaba segura de poder ocuparse de dos serpientes a la vez. Correte hacia el sendero de gravilla que haba junto a la casa y se sent a pensar. Aqul era un asunto serio.Si cogen un libro antiguo de historia natural, leern que, cuando una mangosta recibe un mordisco de una serpiente en una pelea, se va corriendo a comer unas hierbas que la curan. Esto no es verdad. La victoria consiste en una cuestin de velocidad, tanto de ojos como de pies; se trata del golpe de la serpiente contra el salto de la mangosta; y como no hay ojo capaz de seguir el movimiento de la cabeza de una serpiente al atacar, esto hace que las cosas ocurran de un modo mucho ms maravilloso que si se tratara de hierbas mgicas. Rikki-tikki era consciente de ser una mangosta joven, y precisamente por ello, estaba muy satisfecha de haber esquivado un ataque por la espalda. Le dio confianza en s misma, y cuando Teddy se acerc corriendo por el sendero, Rikki-tikki estaba dispuesta a dejarse acariciar.Pero justo en el momento en que Teddy se agachaba, algo dio un respingo en el polvo, y su vocecita dijo:-Cuidado! Soy la muerte!Era Karait, la culebra diminuta de color marrn polvoriento que se mete en la arena adrede, y cuyo mordisco es tan peligroso como el de la cobra. Adems, es tan pequea que nadie piensa en ella, con lo cual resulta ms daina.A Rikki-tikki se le volvieron a poner los ojos rojos, y se acerc bailoteando hasta Karait, con aquel contoneo tan peculiar que haba heredado de su familia. Parece muy gracioso, pero es un movimiento tan equilibrado que permite despegar de un solo salto desde el ngulo que se quiera; y tratndose se serpientes, esa es una gran ventaja. Lo que Rikki-tikki no saba es que estaba haciendo algo mucho ms peligroso que luchar con Nag, porque Karait es tan pequea y puede retorcerse con tanta agilidad que, a no ser que la mordiera cerca del cogote, recibira el latigazo en un ojo o en el hocico. Pero Rikki no lo saba: tena los ojos ensangrentados y se balanceaba hacia delante y hacia atrs, buscando un buen sitio donde atacar. Karait se lanz hacia ella. Rikki salt a un lado y trat de echarse encima de la culebra, pero la cabecita malvada de color gris polvoriento la envisti, casi rozndole el hombro, y tuvo que saltar por encima, con la cabeza de la serpiente pegada a sus patas.Teddy se volvi hacia la casa, gritando:-Miren! Nuestra mangosta est matando una serpiente!Rikki-tikki oy un grito de la madre de Teddy. Su padre sali corriendo con un palo, pero en el tiempo que tard en llegar, Karait haba dado una embestida mal calculada; Rikki-tikki se lanz, cay encima de la serpiente, meti la cabeza todo lo lejos que pudo entre sus patas delanteras, mordi lo ms cerca de la cabeza que lleg, y se alej rodando. Aquel mordisco dej a Karait paralizada, y Rikki-tikki estaba a punto de devorarla empezando por la cola, siguiendo la costumbre de su familia a la hora de la comida, cuando se acord de que un estmago lleno equivale a una mangosta lenta, y si quera conservar toda su fuerza y agilidad. tendra que procurar estar delgada.Se alej para darse un bao bajo las matas de aceite de ricino, mientras el padre de Teddy golpeaba a Karait, ya muerta.De qu sirve eso? -pens Rikki-tikki-. Si yo ya lo he solucionado todo.Y entonces la madre de Teddy la levant del polvo y la abraz, exclamando que haba salvado la vida de su hijo, y el padre de Teddy dijo que era una providencia, y Teddy puso cara de susto, abriendo mucho los ojos. Rikki-tikki estaba bastante divertida con todo el alboroto aquel, que, por supuesto, no entenda. Le habra dado igual que la madre de Teddy la hubiera acariciado por jugar en el polvo. Rikki lo estaba pasando estupendamente.Aquella noche, durante la cena, mientras se paseaba entre los vasos de vino de la mesa, poda haber comido el triple de cosas buenas; pero se acord de Nag y Nagaina, y aunque era muy agradable recibir caricias de la madre de Teddy y sentarse en el hombro del nio, de vez en cuando se le enrojecan los ojos, y lanzaba su largo grito de guerra:-Rikk-tikk-tikki-tikki-tchk!Teddy se la llev a la cama con l, e insisti en que Rikki-tikki durmiera bajo su barbilla. Rikki-tikki estaba demasiado bien educada para morder o araar, pero en cuanto Teddy se durmi, fue a darse un paseo nocturno por la casa, y en la mitad de la oscuridad se encontr con Chuchundra, el ratn almizclero, correteando pegado a la pared. Chuchundra es un animalillo que vive desconsolado. Se pasa toda la noche lloriqueando y haciendo gorgoritos, intentando decidirse a salir al centro de la habitacin, pero nunca consigue llegar.-No me mates -dijo Chuchundra, casi sollozando-. Rikki-tikki, no me mates.-T ccrees que el que mata serpientes mata ratones almizcleros? -pregunt Rikki-tikki desdeosamente.-Los que matan serpientes son matados por serpientes -dijo Chuchundra, con ms desconsuelo que nunca-. Y cmo voy a estar seguro de que Nag no me confunda contigo en una noche oscura?-No hay ningn peligro -dijo Rikki-tikki-; adems, Nag est en el jardn, y s que t no sales nunca.-Mi prima Chua, la rata, me ha dicho... -dijo Chuchundra, y se detuvo.-Te ha dicho qu?-Sssh! Nag est en todas partes, Rikki-tikki. Deberas haber hablado con Chua en el jardn.-Pues no he hablado con ella..., as que tienes que decrmelo t. Rpido, Chuchundra, o te doy un mordisco!Chuchundra se sent y empez a llorar, hasta que las lgrimas le empaparon el bigote.-Soy un pobre desgraciado -solloz-. Nunca he tenido el suficiente valor para salir al centro de la habitacin. Sssh! Es mejor que no te diga nada. No oyes algo, Rikki-tikki?Rikki-tikki se puso a escuchar. La casa estaba en silencio absoluto, pero le pareci or un rac-rac muy apagado (un ruido tan suave como el que hace una avispa al andar por el cristal de una ventana), el roce de las escamas de una serpiente arrastrndose sobre unas baldosas.Es Nag o Nagaina -se dijo a s misma- y est deslizndose por la compuerta del cuarto de bao. Tienes razn, Chuchundra; debera haber hablado con Chua.Se dirigi sigilosamente al cuarto de bao de Teddy, pero no haba nadie: despus fue al cuarto de bao de la madre de Teddy. Al pie de una de las paredes de yeso, haba un ladrillo levantado para que sirviera de compuerta de salida del agua, y Rikki-tikki, al pasar junto al borde de ladrillo en que va encajada la baera, oy a Nag y Nagaina cuchicheando fuera, a la luz de la luna.-Cuando no quede gente en la casa -deca Nagaina a su marido-, se tendr que ir, y entonces volveremos a tener el jardn para nosotros solos. No hagas ruido al entrar, y recuerda que el hombre que mat a Karait es el primero a quien hay que morder. Luego sal a contrmelo, y buscaremos a Rikki-tikki los dos juntos.-Pero ests segura de que matar a la gente tiene alguna ventaja? -dijo Nag.-Por supuesto. Cuando no haba gente en la casa, tenamos una mangosta en el jardn? Mientras el bungalow est vaco, seremos el rey y la reina del jardn; y recuerda que, cuando se abran los huevos que hemos puesto en el melonar (cosa que puede ocurrir maana), a los pequeos les va a hacer falta ms espacio y tranquilidad.-No haba pensado en eso -dijo Nag-. Ir, pero no es necesario que busquemos a Rikki-tikki despus. Yo voy a matar al hombre grande y a su mujer, y al nio si puedo, y a irme tranquilamente. Entonces el bungalow estar vaco, y Rikki-tikki se ir.Rikki-tikki not un cosquilleo por todo el cuerpo al or esto, y le entr rabia y odio; entonces apareci la cabeza de Nag por la compuerta, con sus casi dos metros de cuerpo helado detrs. Aunque estaba indignada, Rikki-tikki se asust mucho al ver el tamao de la enorme cobra. Nag se enrosc, levant la cabeza, y mir al interior del cuarto de bao en la oscuridad, y Rikki vio cmo le brillaban los ojos.-Bueno..., si lo mato aqu Nagaina se enterar: y si lucho con l en mitad de la habitacin, todas las probabilidades estn a su favor. Qu debo hacer? -dijo Rikki-tikkitavi.Nag se balance hacia delante y hacia atrs, y entonces Rikki-tikki lo oy beber del jarrn de agua ms grande, que se usaba para llenar el bao.-Qu buena -dijo la serpiente-. A ver..., cuando mataron a Karait, el hombre grande llevaba un palo. Puede que an lo tenga, pero cuando venga a baarse por la maana no lo traer. Voy a esperar aqu hasta que entre. Nagaina..., me oyes? Voy a esperar aqu, al fresco, hasta que llegue el da.No hubo contestacin desde fuera, por lo que Rikki-tikki supo que Nagaina se haba marchado. Nag fue enroscando sus anillos, uno a uno, alrededor de la parte ms ancha del jarrn, y Rikki-tildu se qued tan quieta como un muerto. Al cabo de una hora empez a moverse, msculo tras msculo, hacia el jarrn. Nag estaba dormido, y Rikki-tikki contempl su inmensa espalda, pensando en cul sera el mejor sitio para dar un mordisco.-Si no le parto el espinazo al primer salto, podr seguir luchando, y, como luche..., ay, Rikki!Se fij en la parte ms gruesa del cuello, debajo de la capucha, pero no iba a poder con aquello; y si lo morda en la cola, slo conseguira enfurecer a Nag.-Tendr que ser en la cabeza -dijo finalmente-; en la cabeza, por encima de la capucha, y una vez que est ah, no debo soltar.Entonces se lanz. La cabeza estaba algo separada del jarrn, por debajo de la curva; y al juntar las dos filas de dientes, Rikki-tikki apoy la espalda en el bulto que tena la pieza de cermica roja, para tener mejor sujeta su presa. Esto le dio slo un segundo de ventaja, y lo us al mximo. Despus se vio zarandeada de un lado a otro, como una rata cogida por un perro..., de aqu para all sobre el suelo, de arriba abajo, y dando vueltas, haciendo grandes crculos; pero tena los ojos rojos y sigui agarrada mientras el cuerpo se convulsionaba por el suelo, tirando el bote de hojalata, la jabonera, el cepillo para la piel; y se golpe contra las paredes metlicas del bao. Mientras segua aferrada, iba mordiendo cada vez con ms fuerza, porque estaba segura de que iba a morir a golpes, y por el honor de la familia, prefera que la encontraran con los dientes bien apretados. Estaba mareada, dolorida, y le pareca estar hecha pedazos cuando, de repente. algo estall como un trueno justo detrs de ella; un viento caliente la dej sin sentido y un fuego muy rojo le quem la piel. El hombre grande se haba despertado con el ruido, y haba disparado los dos caones de una escopeta recortada justo detrs de la capucha de Nag.Rikki-tikki sigui sin soltarse, con los ojos cerrados, porque ahora s que estaba completamente segura de haber muerto; pero la cabeza no se movi, y el hombre la levant en el aire y dijo:-Aqu tenemos a la mangosta otra vez, Alice; ahora nuestra amiga nos ha salvado la vida a nosotros.Entonces entr la madre de Teddy, con la cara muy blanca, y vio los restos de Nag; y Rikki-tikki fue arrastrndose hasta el cuarto de Teddy y pas la mitad de la noche sacudindose suavemente para ver si era verdad que estaba rota en cuarenta pedazos como se estaba imaginando.Al llegar la maana, casi no poda moverse, pero estaba muy satisfecha de sus hazaas.-Ahora tengo que arreglar cuentas con Nagaina, y va a ser peor que cinco Nags, y adems, no hay manera de saber cundo van a empezar a abrirse los huevos de los que hablaba. Caramba! Tengo que hablar con Darzee -dijo.Sin esperar al desayuno, Rikki-tikki fue corriendo al espino, donde encontr a Darzee cantando una cancin triunfal a pleno pulmn. Las noticias de la muerte de Nag se haban extendido por todo el jardn, porque el hombre que barra la casa haba arrojado el cuerpo al estercolero.-Bah, estpido montn de plumas sin seso! -dijo Rikki-tikj enfurecida-. Crees que es ste momento para ponerse a cantar?-Nag est muerto..., muerto..., muerto! -cant Darzee-. La valiente Rikki-tikki lo agarr por la cabeza y no lo solt. El hombre grande trajo el palo que hace ruido y Nag qued partido en dos! No volver a comerse a mis pequeos.-Todo eso es cierto; pero dnde est Nagaina? -dijo Rikki-tikki, mirando cuidadosamente a su alrededor.-Nagaina lleg a la compuerta del cuarto de bao y llam a Nag -sigui Darzee-. Y Nag sali colgado de un palo, porque el hombre que barre lo cogi as y lo tir al estercolero. Cantemos a la gran Rikki-tikki, la de los ojos rojos! -y Darzee hinch el cuello y cant.-Si pudiera llegar a tu nido, echara al suelo todas tus cras! -dijo Rikki-tikki-. No sabes lo que hay que hacer, ni cundo hacerlo. T estars muy seguro ah arriba, en tu nido, pero yo estoy en plena guerra. Deja de cantar un momento, Darzee.-Por complacer a la grande y hermosa Rikki-tikki, parar -dijo Darzee-. Qu quieres, justiciera de Nag, el Terrible?-Por tercera vez, dnde est Nagaina?-En el estercolero, junto a los establos, llorando la muerte de Nag. Qu grande es Rikki-tikki, la de los dientes blancos!-Vete a paseo con mis dientes blancos! Sabes dnde guarda sus huevos?-En el melonar, en el lado que est ms cerca de la pared, donde da el sol durante todo el da. Los escondi all hace semanas ya.-Y no se te haba ocurrido que sera buena idea contrmelo? En el lado que est ms cerca de la pared, has dicho?-Rikki-tikki, no irs a comerte los huevos!-No; a comrmelos, precisamente, no. Darzee, si tienes una pizca de sentido comn, irs volando a los establos y hars como si se te hubiera roto un ala, dejando que Nagaina te persiga hasta este arbusto. Yo tengo que llegar al melonar, pero si voy ahora me va a ver.Darzee era un animalillo con la cabeza llena de serrn, incapaz de tener en el cerebro ms de una idea a la vez: y slo porque saba que los hijos de Nagaina nacan de huevos, igual que los suyos, le pareca injusto matarlos. Pero su esposa era un pjaro sensato, y saba que los huevos de cobra significaban cobras jvenes al cabo de algn tiempo; por eso sali volando del nido dejando que Darzee se quedara dando calor a los pequeos y cantando sobre la muerte de Nag. Darzee se pareca bastante a un hombre en algunas cosas.Ella se puso a revolotear delante de Nagaina, junto al estercolero, y grit:-Ay, tengo un ala rota! El nio de la casa me ha tirado una piedra y me la ha roto.Y empez a revolotear ms desesperadamente.Nagaina levant la cabeza y sise:-T avisaste a Rikki-tikki cuando yo iba a matarla. Y, la verdad sea dicha, has cogido un sitio muy malo para ponerte a cojear.Y avanz hacia la esposa de Darzee, deslizndose sobre el polvo.-El nio me la ha roto con una piedra! -chill la mujer de Darzee.-Bueno, pues puede que te sirva de consuelo saber que, cuando ests muerta, yo arreglar cuentas con ese nio. Mi marido yace en el estercolero esta maana, pero, antes de que caiga la noche, el nio de la casa tambin yacer inmvil. De qu sirve intentar escapar? Te voy a coger de todas formas. Tonta! Mrame!La mujer de Darzee era demasiado lista para hacerle caso, porque un pjaro que mira a una serpiente a los ojos se queda tan asustado que no puede moverse. La esposa de Darzee sigui revoloteando y piando quejumbrosamente. sin apartarse del suelo en ningn momento, y Nagaina empez a avanzar a mayor velocidad.Rikki-tikki las oy subiendo por el sendero desde los establos, y se apresur hacia el lado del melonar que estaba ms cerca de la pared. All, en un lecho de paja, hbilmente ocultos entre los melones, encontr veinticinco huevos ms o menos del tamao de los de una gallina de Banten, pero cubiertos de piel blanquecina en lugar de cscara.-Menos mal que he venido hoy -dijo.Y es que ya se vean, a travs de la piel, unas cobras diminutas y enroscadas, y Rikki-tikki saba que, en cuanto rompieran los huevos, ya tendran fuerza para matar a un hombre o a una mangosta. Fue mordiendo la punta de cada huevo a toda velocidad, asegurndose de aplastar las cobritas y removiendo la paja de vez en cuando, para ver si haba pasado por alto alguna. Finalmente quedaron slo tres huevos, y Rikki-tikki solt una carcajada de alegra; pero en ese momento, oy a la mujer de Darzee gritando:-Rikki-tikki, he llevado a Nagaina hacia la casa, y ha subido a la terraza, y, ay, ven corriendo... Va a matar!Rikki-tikki aplast dos huevos y rod hacia atrs por el melonar, con el tercer huevo en la boca, dirigindose hacia la terraza todo lo deprisa que le permitan las patas. Teddy, su padre, y la madre, estaban sentados a la mesa para desayunar, pero Rikki-tikki vio que no estaban comiendo nada. Parecan estatuas, y tenan las caras blancas. Nagaina estaba enroscada sobre la estera, junto a la silla de Teddy, tan cerca de la pierna desnuda del nio, que poda lanzarse sobre ella sin ningn esfuerzo; y se balanceaba hacia delante y hacia atrs, cantando una cancin triunfal.-Hijo del hombre grande que mat a Nag -sise-, no te muevas. An no estoy preparada. Espera un poco. Qudense muy quietos, los tres. Si se mueven, ataco, y si no se mueven, tambin ataco. Ay, esta gente estpida, que mat a mi Nag...!Teddy no apartaba los ojos de su padre, y ste no poda hacer ms que susurrar:-Estate quieto, Teddy. No te muevas. Teddy, estate quieto.Entonces se acerc Rikki-tikki y grit:-Date la vuelta, Nagaina. Date la vuelta y lucha!-Cada cosa a su tiempo -dijo ella, sin mover los ojos-. Voy a arreglar cuentas contigo en seguida. Mira a tus amigos, Rikki-tikki. Estn quietos y blancos; tienen miedo. No se atreven a moverse y, si t te acercas un paso ms, los atacar.-Ve a ver tus huevos -dijo Rikki-tikki- en el melonar, junto a la pared. Ve a mirar, Nagaina.La inmensa serpiente se volvi a medias y vio el huevo encima de la terraza.-Aah! Dmelo -dijo.Rikki-tikki puso las patas una a cada lado del huevo; tena los ojos ensangrentados.-Cul es el precio de un huevo de serpiente? Y el de una cobra joven? Y el de una cobra gigante joven? y el de la ltima..., la ultimsima de una nidada? Las hormigas se estn comiendo las dems ah abajo, en el melonar.Nagaina gir en redondo, olvidndose de todo por aquel nico huevo; y Rikki-tikki vio cmo el brazo del padre de Teddy sala disparado, agarraba al nio por el hombro y lo pasaba por encima de la mesa y de las tazas de t, ponindolo fuera del alcance de Nagaina.-Te lo has credo! Te lo has credo! Te 1o has credo! Rikktck-tck! -se carcaje Rikki-tikki-. El nio est a salvo y fui yo..., yo, yo..., quien cogi a Nag por la capucha ayer por la noche, en el cuarto de bao.Y empez a dar saltos, con las cuatro patas juntas y la cabeza mirando hacia el suelo.-Me sacudi hacia todos lados, pero no logr librarse de m. Estaba muerto antes de que el hombre grande lo volara en pedazos. Fui yo. Rikki-tikki-tck-tck! Anda, ven, Nagaina. Ven a luchar conmigo. Ya te queda poco de ser viuda.Nagaina comprendi que haba perdido su oportunidad de matar a Teddy, y que el huevo estaba entre las patas de Rikki-tikki.-Dame el huevo, Rikki-tikki. Dame el ltimo de mis huevos y me ir y no volver jams -dijo ella, bajando la capucha.S, te irs y no volvers nunca, porque vas a acabar en el estercolero, con Nag. Lucha, viuda! El hombre grande ha ido a buscar su escopeta! Lucha!Rikki-tikki daba saltos alrededor de Nagaina sin parar, mantenindose justo fuera de su alcance, y sus ojillos parecan un par de brasas. Nagaina se repleg sobre s misma, y sali disparada hacia ella. Rikki-tikki salt hacia arriba y hacia atrs. Una, y otra, y otra vez, volvi a atacarla, y su cabeza siempre iba a parar contra la estera que cubra la terraza, golpendose con fuerza; y Nagaina volva a replegarse contra s misma, como el muelle de un reloj. Entonces Rikki-tikki bailote describiendo un crculo, para ponerse detrs de ella, y Nagaina gir en redondo, para no perderla de vista, y el roce de su cola contra la estera era igual que el de unas hojas secas arrastradas por el viento.Rikki-tikki se haba olvidado del huevo. Segua encima de la terraza, y Nagaina se fue acercando a l poco a poco, hasta que finalmente, mientras Rikki-tikki recuperaba el aliento, lo cogi en la boca, se volvi hacia las escaleras de la terraza, y baj por el sendero como una flecha. Cuando una cobra corre para salvarse la vida, va igual de deprisa que un latigazo atravesando el cuello de un caballo. La mangosta saba que, si no la cazaba, todos los problemas volveran a empezar. La serpiente enfil hacia la hierba alta que haba junto al espino, y Rikki-tikki, mientras corra, oy que Darzee segua cantando aquella cancin triunfal tan tonta. Pero la esposa de Darzee era ms lista. Sali volando del nido al ver aparecer a Nagaina, y empez a revolotear alrededor de la cabeza de la serpiente. Si Darzee la hubiera ayudado, puede que la hubiesen hecho volverse; pero Nagaina no hizo ms que agachar la capucha y seguir adelante. Aun as, ese instante de retraso permiti que Rikki-tikki llegara hasta ella, y cuando se meti en la ratonera en que haba vivido con Nag, la mangosta haba logrado clavarle los dientes blancos en la cola; y baj tras ella..., aunque hay muy pocas mangostas, por viejas y astutas que sean, que se atrevan a seguir a una cobra al interior de su agujero. ste estaba muy oscuro, y Rikki-tikki no saba si se ensanchara de repente, dando a Nagaina sitio suficiente para volverse y atacarla. Se agarr con fuerza y clav las patas para que sirvieran de frenos en aquella cuesta oscura de tierra hmeda.Entonces la hierba que rodeaba la entrada del agujero dej de moverse, y Darzee dijo:-Ya ha terminado todo para Rikki-tikki. Cantemos un himno a su muerte. La valiente Rikki-tikki ha muerto! No hay duda de que Nagaina la matar bajo tierra.Empez a cantar una cancin muy triste que se invent en ese mismo momento, y justo cuando lleg a la parte ms conmovedora, la hierba empez a moverse otra vez, y Rikki-tikki, cubierta de barro, se arrastr fuera del agujero, sacando las patas de una en una y relamindose los bigotes. Darzee se detuvo, dando un gritito. Rikki-tikki se sacudi, quitndose una parte del polvo que tena en la piel, y estornud.-Todo ha terminado -dijo-. La viuda no volver a salir.Las hormigas rojas que viven entre los tallos de hierba lo oyeron, y desfilaron hacia el interior, para ver si era verdad lo que haba dicho.Rikki-tikki se hizo un ovillo sobre la hierba y cay dormida all mismo... Durmi y durmi hasta muy entrada la tarde, porque haba tenido un da muy agitado.-Ahora -dijo al despertarse-, voy a volver a la casa. Cuntaselo al Herrerillo, Darzee, que ya se encargar l de informar a todo el jardn sobre la muerte de Nagaina.El Herrerillo es un pjaro que hace un ruido exactamente igual al de un martillo pequeo repicando sobre un caldero de cobre; y no para de hacerlo porque es el pregonero de todos los jardines indios, y va contando las ltimas noticias a todo aquel que quiera orlas. Mientras Rikki-tikki suba por el sendero, oy las notas que siempre daba al principio, para pedir atencin, como las de una campanilla avisando que ya est lista la comida; y despus, un continuo Din-don-toc!. Al orlo, todos los pjaros del jardn se pusieron a cantar, y las ranas a croar; porque Nag y Nagaina coman ranas, adems de pjaros.Cuando Rikki lleg a la casa, Teddy, la madre de Teddy (que an estaba muy blanca, porque se haba desmayado) y el padre de Teddy. salieron y casi se pusieron a llorar encima de ella; y aquella noche comi todo lo que le dieron, hasta que ya no pudo ms, y se fue a dormir montada en el hombro de Teddy, y all estaba cuando la madre fue a echarle un vistazo a ltima hora.-Nos ha salvado la vida, y a Teddy tambin -dijo a su marido-. Fjate! Nos ha salvado la vida a todos!Rikki-tikki se despert, dando un respingo, porque todas las mangostas tienen un sueo ligero.-Ah, son ustedes -dijo Rikki-tikki-. De qu se preocupan tanto? Todas las cobras estn muertas, y, si queda alguna, aqu estoy yo.Rikki-tikki tena razn al sentirse orgullosa de s misma pero no se volvi engreda, y cuid el jardn como debe hacerlo una mangosta, a base de diente, salto, embestida y mordisco, hasta que no qued una cobra que se atreviera a asomar la cabeza entre aquellas cuatro paredes.CNTICO DE DARZEE(Cancin en honor de Rikki-tikki-tavi)Soy cantante y tejedor:Tengo esa doble alegra.Es un orgullo volarY tejerme la casita.Yo la msica me tejo, tejo tambin mi casita.Canta con fuerza a tus hijos,Alza la cabeza, Madre!La plaga lleg a su fin:La Muerte en el jardn yace,El terror que nos acecha muerto en el estircol yace.Quin nos ha librado? Quin?Decid su nombre y su nido:Rikki-tikki, la valiente,La de los ojos tan vivos.Rikki, dientes de marfil, cazadora de ojos vivos.Dadle, pjaros, las gracias.Decidle -colas al viento-Palabras de ruiseor...No, yo lo har con ms fuego.Esta es la cancin de Rikki, la de los ojos de fuego!(Aqu interrumpi Rikki-tikki, y el resto de la cancin se ha perdido)FIN

El padre de Simn[Cuento. Texto completo.]Guy de Maupassant

Las doce acababan de sonar. La puerta de la escuela se abri y los chicos se lanzaron fuera, atropellndose por salir ms pronto. Pero no se dispersaron rpidamente, como todos los das, para ir a comer a sus casas; se detuvieron a los pocos pasos, formaron grupos y se pusieron a cuchichear.Todo porque aquella maana haba asistido por vez primera a clase Simn, el hijo de la Blancota.Haban odo hablar en sus casas de la Blancota; aunque en pblico le ponan buena cara, a espaldas de ella hablaban las madres con una especie de compasin desdeosa, de la que se haban contagiado los hijos sin saber por qu.A Simn no lo conocan, porque no sala de su casa, y no los acompaaba en sus travesuras por las calles del pueblo o a orillas del ro. No le tenan, pues, simpata; por eso acogieron con cierto regocijo y una mezcla considerable de asombro, y se la fueron repitiendo, unos a otros, la frase que haba dicho cierto muchachote, de catorce a quince aos, que deba estar muy enterado, a juzgar por la malicia con que guiaba el ojo:-No lo saben?... Simn... no tiene pap.Apareci a su vez en el umbral de la puerta de la escuela el hijo de la Blancota. Tendra siete u ocho aos. Era paliducho, iba muy limpio, y tena los modales tmidos, casi torpes.Regresaba a casa de su madre, pero los grupos de sus camaradas lo fueron rodeando y acabaron por encerrarlo en un crculo, sin dejar de cuchichear, mirndolo con ojos maliciosos y crueles de chicos que preparan una barrabasada. Se detuvo, dndoles la cara, sorprendido y embarazado, sin acertar a comprender qu pretendan. Pero el muchacho que haba llevado la noticia, orgulloso del xito conseguido ya, le pregunt:-T, dinos cmo te llamas.Contest el interpelado:-Simn.-Simn qu?El nio repiti desconcertado:-Simn.El mozalbete le grit:-La gente suele llamarse Simn y algo ms... Eso no es un nombre completo... Simn.El nio, que estaba apunto de llorar, contest por tercera vez:-Me llamo Simn.Los rapazuelos se echaron a rer, y el mozalbete alz la voz con acento de triunfo:-Ya ven que yo estaba en lo cierto y que no tiene padre.Se hizo un profundo silencio. Aquel hecho extraordinario, imposible, monstruoso -un chico que no tiene pap-, haba dejado estupefactos a los chicos. Lo miraban como a un fenmeno, a un ser fuera de lo corriente, y sentan crecer dentro de ellos el desprecio con que sus madres hablaban de la Blancota y que les resultaba inexplicable hasta entonces.Simn, por su parte, se haba apoyado en un rbol para no caer y permaneca sin moverse, como aterrado por un desastre irreparable. Hubiera querido explicarse, pero no encontraba nada que contestarles para desmentir aquella afirmacin horrible de que no tena pap. Por fin, plido, les grit, por contestar algo:-S, lo tengo.-Dinos dnde est -le pregunt el mayor.Simn se call; no lo saba. Los nios rean, dominados por una gran excitacin; eran campesinos, vivan en contacto con los animales, y los aguijoneaba el mismo instinto cruel que empuja a las gallinas de un corral a acabar con la que sangra. Simn acert a ver a un chico vecino suyo, hijo de una viuda, al que siempre haba visto solo con su madre, lo mismo que l. Y le dijo:-Y t tampoco tienes pap.-S que lo tengo -respondi el otro.-Dinos dnde est -respondi Simn.El pequeo replic con magnfico orgullo:-Se muri. Est en el cementerio.Corri entre aquellos tunantuelos un murmullo de aprobacin, como si el hecho de tener el padre muerto y en el cementerio hubiese dado talla a su camarada para aplastar a este otro, que no lo tena en ninguna parte. Y aquellos truhanes, cuyos padres eran, casi todos, malas personas, borrachos, ladrones y brutales con sus mujeres, apretaban ms y ms el cerco, atropellndose, como si, a fuer de legtimos, hubiesen querido ahogar con una presin comn al que estaba fuera de la ley.De pronto, uno que estaba al lado mismo de Simn, se mof de l sacndole la lengua y le grit:-Que no tienes pap! Que no tienes pap!Simn lo agarr del pelo con las dos manos y le acribill a puntapis las pantorrillas, contestando el otro con un feroz mordisco en un carrillo. Se arm una batahola fenomenal. Separaron a los combatientes y llovieron los golpes sobre Simn, que rod por el suelo, magullado, con la ropa en jirones, entre el crculo de pilluelos que aplaudan. Se levant, y cuando se limpiaba maquinalmente su blusilla, sucia de tierra, le grit uno de los chicos:-Vete a contrselo a tu pap.Simn fue presa de profundo descorazonamiento. Eran los ms fuertes, le haban pegado, y nada tena que contestarles, porque se daba buena cuenta de que no tena pap. El orgullo le hizo luchar por espacio de algunos segundos con las lgrimas que lo agarrotaban. Le acometi un ahogo y rompi a llorar en silencio, con un acompaamiento de profundos sollozos que lo sacudan precipitadamente.Estall entre sus enemigos un regocijo feroz, y al igual que hacen los salvajes en sus jbilos terribles, se dieron espontneamente las manos y se pusieron a bailar en crculo a su alrededor, repitiendo como estribillo: "Que no tiene pap! Que no tiene pap!"De improviso dej Simn de sollozar. Lo sac de quicio la ira. Haba piedras a sus pies, las cogi y las tir con todas sus fuerzas contra sus verdugos. Alcanz a dos o tres, que huyeron llorando; cundi el pnico entre los dems, al ver su aspecto amenazador. Cobardes, como lo es siempre la muchedumbre frente a un hombre exasperado, huyeron a la desbandada.El pequeo sin padre ech a correr hacia el campo, as que se qued solo, porque lo asalt un recuerdo que lo impuls a tomar una gran resolucin: ahogarse en el ro.Se haba acordado de aquel pobre mendigo que ocho das antes se tir al agua porque no tena dinero. All estaba Simn cuando sacaron el cadver; aquel desgraciado, que le haba parecido siempre digno de compasin, sucio y feo, lo impresion por el aspecto de tranquilidad que tena con sus mejillas plidas, su larga barba impregnada de agua y el mirar sereno de sus ojos abiertos. Alguien de los que estaban all dijo:-Est muerto.Otros agregaron:-Ahora al menos es feliz.Tambin Simn quera ahogarse, pues si aquel desdichado no tena dinero, l no tena padre.Lleg hasta muy cerca del agua y se qued vindola correr. Jugueteaban rpidos algunos peces en la corriente limpia; de cuando en cuando daban un saltito y atrapaban alguna mosca que revoloteaba en la superficie del agua. Dej de llorar y se qued mirndolos, atrado con aquellas maniobras. Sin embargo, lo mismo que en las calmas momentneas de una tempestad cruzan de improviso fuertes rfagas de viento que hacen crujir los rboles a su paso y van a perderse en el horizonte, as tambin surga de cuando en cuando en la cabeza del nio un pensamiento que le produca vivo dolor: "Voy a ahogarme, porque no tengo pap".Haca buen tiempo y mucho calor. La caricia del sol calentaba la hierba. El agua brillaba como un espejo. Simn pasaba por instantes de arrobamiento, de una languidez que suele seguir a las lgrimas, y entonces le entraban muchas ganas de echarse a dormir sobre la hierba, al calor del sol.Una ranita verde salt en el suelo junto a sus pies. Se inclin a cogerla. Se le escap. Insisti en perseguirla y ella lo esquiv tres veces seguidas. Logr al fin atraparla de la extremidad de sus patas posteriores, y se ech a rer viendo los esfuerzos que el animalito haca para escapar. Se recoga sobre sus largas patas y las alargaba de pronto con un esfuerzo brusco, ponindolas rgidas como el hierro; mientras tanto, hinchaba su ojo redondo encerrado en un crculo de oro y manoteaba con sus dos patitas delanteras. Le hizo recordar a un juguete de listas de madera clavadas en zigzag unas con otras, con soldaditos sujetos encima y que se movan como un desfile por un movimiento parecido al de la rana. Esto lo llev a pensar en su casa y en su madre; lo acometi una gran tristeza y rompi de nuevo a llorar. Senta escalofros en sus brazos y piernas; se puso de rodillas y rez sus oraciones como antes de acostarse. No pudo acabarlas, porque lo volvi a dominar un acceso de sollozos, tan acelerados, tan tumultuosos, que lo sacudan de arriba abajo. Ya no pensaba; ya no vea nada de cuanto lo rodeaba, entregado por completo a su llanto.Una manaza se apoy de improviso en su hombro, y una voz ronca le pregunt:-Vamos a ver, hombrecito, qu es lo que te aflige tanto?Simn se volvi. Un trabajador fornido, de barba y cabellos negros muy rizados, lo contemplaba con cara bondadosa. Le contest con los ojos y la voz cuajados de lgrimas:-Me han pegado los otros chicos... porque yo..., yo... no tengo... pap, no tengo... pap.-Cmo puede ser eso? Todos tenemos un pap -le contest el otro, sonriente.El nio repiti a duras penas, en medio de los espasmos de su dolor:-Yo..., yo... no lo tengo.El trabajador se puso serio; haba cado en la cuenta de que aqul era el hijo de la Blancota, y aunque forastero, conoca vagamente su historia.-Ea, pequeo, consulate, y vamos a tu casa. Ya te buscaremos un pap.Echaron a andar, el nio de la mano del hombre, y ste, sonrindose de nuevo, porque no le disgustaba el ver a aquella Blancota, de la que se deca que era una de las muchachas ms guapas de la regin. All en el fondo de sus pensamientos, quiz se deca que quien haba cado una vez tal vez caera otra.Llegaron delante de una casita blanca, muy limpia.-Aqu es -dijo el nio; y luego grit-: Mam!Apareci una mujer, y el trabajador ya no sigui sonriendo, porque comprendi de golpe que no estaba para que nadie jugase con ella la buena moza de plida cara que se haba quedado en la puerta con expresin severa, como para impedir el acceso de un hombre a la casa en que ya otro la haba traicionado. Se quit la gorra con cortedad y balbuci:-Mire, seora, le traigo a su pequeo, que andaba perdido por el ro.Pero Simn salt al cuello de su madre y le dijo con un nuevo acceso de llanto:-No es verdad, mam. Yo he querido ahogarme en el ro, porque los otros chicos me han pegado..., me han pegado... porque no tengo pap.Las mejillas de la joven se cubrieron con un rubor que le quemaba, y bes, traspasada de dolor, a su hijo, mientras corran rpidas por su rostro las lgrimas. El hombre permaneci all conmovido, no acertando a despedirse. Simn corri de pronto hacia l y le dijo:-Quiere usted ser mi pap?Hubo un momento de profundo silencio. La Blancota, muda y torturada por el bochorno, con las dos manos sobre el corazn, se apoyaba en la pared. El nio, viendo que no haba contestado a su pregunta, insisti:-Si no quiere usted serlo, volver para tirarme al ro.El trabajador lo ech a broma y contest riendo:-Claro que quiero! Cmo no voy a querer?-Dime cmo te llamas -suplic entonces el nio- para que pueda contestarles cuando quieran saber tu nombre.-Me llamo Felipe -contest el trabajador.Simn estuvo pensativo un momento, como grabando bien aquel nombre en su memoria, y luego le tendi los brazos, sin rastro de afliccin, dicindole:-Pues bien, Felipe: t eres mi pap.Felipe lo alz en vilo, lo bes bruscamente en los dos carrillos y sali como huyendo, a grandes zancadas.Risas malignas acogieron al chico cuando, al da siguiente, entr en la escuela. A la salida quiso el mozalbete volver a empezar; pero Simn le lanz al rostro, como una pedrada, estas palabras:-Se llama Felipe, para que lo sepas, mi pap. Estallaron a su alrededor alaridos de regocijo:-Felipe qu...? Felipe cmo?... Qu significa eso de Felipe?... Adnde has ido a sacarlo a ese Felipe?Simn no contest, pero su fe era inquebrantable, y los desafiaba con la mirada, dispuesto a dejarse martirizar antes que huir. El maestro lo sac de aquel trance y el chico regres a su casa.Transcurrieron tres meses, durante los cuales el fornido obrero Felipe pas con frecuencia cerca de la casa de la Blancota. Algunas veces hasta se lanz a dirigirle la palabra al verla cosiendo junto a la ventana. Ella le contestaba cortsmente, sin salir de su seriedad, ni rer con l, y jams le dio entrada en casa. Sin embargo, un poco fatuo, como todos los hombres, lleg a imaginarse que cuando hablaban, se ruborizaba ella con ms frecuencia y mayor intensidad que de costumbre.Pero es tan difcil rehacer la buena reputacin perdida y tan expuesta queda a todos los ataques, que a pesar de la reserva suspicaz de la Blancota, ya se hablaba de ello en el pueblo.Simn estaba encantado con su nuevo pap, y se paseaba con l todas las tardes, una vez que sala del trabajo. No faltaba nunca a la escuela, y pasaba por entre sus camaradas muy digno, sin contestarles nunca.Hasta que cierto da le dijo el mozalbete que haba sido el primero en meterse con l:-Nos has mentido, porque no es cierto que tengas un pap que se llama Felipe.-Que no lo tengo? -contest Simn, muy emocionado. El mozalbete se frotaba las manos, y sigui diciendo:-No, porque si lo tuvieses sera el marido de tu mam.Simn se qued desconcertado con la exactitud de aquel razonamiento. Pero, no obstante, replic:-Pues, con todo y eso, es mi pap.El otro le dijo entonces con sorna:-Puede que s; pero slo es un pap a medias.El hijo de la Blancota baj la cabeza y se alej meditabundo en direccin a la herrera del to Loizn, en la que trabajaba Felipe.Se hallaba la herrera como sepultada debajo de los rboles. Su interior era lbrego, sin ms luz que el rojo resplandor de una hoguera formidable que se proyectaba con viveza sobre los brazos desnudos de cinco herreros que caan sobre los yunques con terrible estrpito. En pie, abrasndose como demonios, no apartaban la vista del hierro que sufra sus martirios, y su pensamiento se alzaba y caa pegado a sus martillos.Simn penetr sin ser visto por nadie y tir de la manga a su amigo. ste se volvi. Los hombres interrumpieron de golpe la tarea y se quedaron mirando, muy atentos. Y en el silencio, tan extrao en aquel sitio, reson la vocecita dbil de Simn:-Oye, Felipe, el muchacho de la ta Medialumbre acaba de decirme que t no eres mi pap ms que a medias.-Y en qu se funda? -pregunt el obrero.El chico respondi con absoluta ingenuidad:-Dice que no eres el marido de mam.A nadie se le ocurri rerse. Descansando su frente sobre el reverso de sus manazas, que se apoyaban en la cabeza del astil del martillo, tieso encima del yunque, Felipe reflexionaba. Sus cuatro compaeros tenan clavadas en l sus miradas, y Simn, minsculo entre aquellos gigantones, esperaba con ansiedad. Uno de los herreros, como respondiendo al pensamiento de todos, dijo de pronto a Felipe:-Despus de todo, la Blancota es una chica buena y cabal, seria y valerosa, a pesar de su desgracia. Ningn hombre honrado tendra por qu avergonzarse de ser su marido.-Esa es la pura verdad -dijeron los otros tres. El primero sigui diciendo:-Se le puede echar en cara a la chica su cada? Se comprometi a casarse con ella. Ms de una conozco yo que hizo otro tanto y que hoy vive respetada por todos.-Esa es la pura verdad -contestaron a coro los tres.Y el otro prosigui:-Slo Dios sabe las fatigas que ha pasado la pobre para sacar adelante a su chico sin ayuda alguna y lo que ha llorado desde que no sale de casa si no es para ir a la iglesia.-Eso tambin es la pura verdad.Durante unos momentos no se oy ms que el soplido del fuelle que avivaba la fragua. Felipe se inclin bruscamente hacia Simn:-Ve y dile a tu mam que al anochecer ir a hablar con ella.Cogi al chico por los hombros y lo empuj hacia afuera.Reanud su tarea, y los cinco martillos cayeron de golpe sobre los yunques. No dejaron de batir el hierro hasta la noche, slidos, potentes, alegres, como martillos satisfechos. Pero al igual que la campana mayor destaca sobre las ms chicas, cuando repican en los das festivos, as el martillo de Felipe, sobresaliendo por encima del estrpito de los dems, caa acompasado, con un ruido ensordecedor. En pie entre el chisporroteo, rebrillndole los ojos, forjaba Felipe apasionadamente.El cielo estaba cuajado de estrellas cuando llam a la puerta de la Blancota. Vesta su chaqueta dominguera, camisa nueva y se haba hecho arreglar la barba. La joven apareci en el umbral y le dijo con tono dolorido:-Ha hecho usted mal, don Felipe, en venir tan tarde.Fue a responder, salieron de su boca unos balbuceos y se qued ante ella desconcertado.La joven sigui diciendo:-Ya se dar usted cuenta de que es preciso evitar que sigan hablando de m.Felipe solt de golpe:-Tiene eso importancia si usted consiente en ser mi mujer?Nadie le contest, pero crey percibir en la oscuridad de la habitacin un ruido, como un cuerpo que se desplomaba. Se precipit dentro; Simn, que estaba acostado, crey distinguir el chasquido de un beso y el susurro de unas frases que pronunciaba su madre. De pronto, se sinti levantado en vilo por las manos de su amigo, y ste, sostenindolo en alto con sus brazos estirados, le grit:-Les dices a tus camaradas que tu pap es Felipe Remy, el herrero, y que ir a tirarle de las orejas a cualquiera que te maltrate.Al siguiente da, con la escuela de bote en bote, y a punto de empezar la clase, el pequeo Simn se irgui, muy plido, con labios trmulos, y les dijo con voz muy clara:-Mi pap es Felipe Remy, el herrero, y tengan por seguro que a cualquiera que me maltrate le tirar de las orejas.En esta ocasin ya no se ri nadie, porque conocan muy bien a Felipe Remy, el herrero: un pap del que cualquiera hubiera estado orgulloso.FIN

El prncipe feliz[Cuento. Texto completo.]Oscar Wilde

En la parte ms alta de la ciudad, sobre una columnita, se alzaba la estatua del Prncipe Feliz.

Estaba toda revestida de madreselva de oro fino. Tena, a guisa de ojos, dos centelleantes zafiros y un gran rub rojo arda en el puo de su espada.

Por todo lo cual era muy admirada.

-Es tan hermoso como una veleta -observ uno de los miembros del Concejo que deseaba granjearse una reputacin de conocedor en el arte-. Ahora, que no es tan til -aadi, temiendo que le tomaran por un hombre poco prctico.

Y realmente no lo era.

-Por qu no eres como el Prncipe Feliz? -preguntaba una madre cariosa a su hijito, que peda la luna-. El Prncipe Feliz no hubiera pensado nunca en pedir nada a voz en grito.

-Me hace dichoso ver que hay en el mundo alguien que es completamente feliz -murmuraba un hombre fracasado, contemplando la estatua maravillosa.

-Verdaderamente parece un ngel -decan los nios hospicianos al salir de la catedral, vestidos con sus soberbias capas escarlatas y sus bonitas chaquetas blancas.

-En qu lo conocis -replicaba el profesor de matemticas- si no habis visto uno nunca?

-Oh! Los hemos visto en sueos -respondieron los nios.

Y el profesor de matemticas frunca las cejas, adoptando un severo aspecto, porque no poda aprobar que unos nios se permitiesen soar.

Una noche vol una golondrinita sin descanso hacia la ciudad.

Seis semanas antes haban partido sus amigas para Egipto; pero ella se qued atrs.

Estaba enamorada del ms hermoso de los juncos. Lo encontr al comienzo de la primavera, cuando volaba sobre el ro persiguiendo a una gran mariposa amarilla, y su talle esbelto la atrajo de tal modo, que se detuvo para hablarle.

-Quieres que te ame? -dijo la Golondrina, que no se andaba nunca con rodeos.

Y el Junco le hizo un profundo saludo.

Entonces la Golondrina revolote a su alrededor rozando el agua con sus alas y trazando estelas de plata.

Era su manera de hacer la corte. Y as transcurri todo el verano.

-Es un enamoramiento ridculo -gorjeaban las otras golondrinas-. Ese Junco es un pobretn y tiene realmente demasiada familia.

Y en efecto, el ro estaba todo cubierto de juncos.

Cuando lleg el otoo, todas las golondrinas emprendieron el vuelo.

Una vez que se fueron sus amigas, sintise muy sola y empez a cansarse de su amante.

-No sabe hablar -deca ella-. Y adems temo que sea inconstante porque coquetea sin cesar con la brisa.

Y realmente, cuantas veces soplaba la brisa, el Junco multiplicaba sus ms graciosas reverencias.

-Veo que es muy casero -murmuraba la Golondrina-. A m me gustan los viajes. Por lo tanto, al que me ame, le debe gustar viajar conmigo.

-Quieres seguirme? -pregunt por ltimo la Golondrina al Junco.

Pero el Junco movi la cabeza. Estaba demasiado atado a su hogar.

-Te has burlado de m! -le grit la Golondrina-. Me marcho a las Pirmides. Adis!

Y la Golondrina se fue.

Vol durante todo el da y al caer la noche lleg a la ciudad.

-Dnde buscar un abrigo? -se dijo-. Supongo que la ciudad habr hecho preparativos para recibirme.

Entonces divis la estatua sobre la columnita.

-Voy a cobijarme all -grit- El sitio es bonito. Hay mucho aire fresco.

Y se dej caer precisamente entre los pies del Prncipe Feliz.

-Tengo una habitacin dorada -se dijo quedamente, despus de mirar en torno suyo.

Y se dispuso a dormir.

Pero al ir a colocar su cabeza bajo el ala, he aqu que le cay encima una pesada gota de agua.

-Qu curioso! -exclam-. No hay una sola nube en el cielo, las estrellas estn claras y brillantes, y sin embargo llueve! El clima del norte de Europa es verdaderamente extrao. Al Junco le gustaba la lluvia; pero en l era puro egosmo.

Entonces cay una nueva gota.

-Para qu sirve una estatua si no resguarda de la lluvia? -dijo la Golondrina-. Voy a buscar un buen copete de chimenea.

Y se dispuso a volar ms lejos. Pero antes de que abriese las alas, cay una tercera gota.

La Golondrina mir hacia arriba y vio... Ah, lo que vio!

Los ojos del Prncipe Feliz estaban arrasados de lgrimas, que corran sobre sus mejillas de oro.

Su faz era tan bella a la luz de la luna, que la Golondrinita sintise llena de piedad.

-Quin sois? -dijo.

-Soy el Prncipe Feliz.

-Entonces, por qu lloriqueis de ese modo? -pregunt la Golondrina-. Me habis empapado casi.

-Cuando estaba yo vivo y tena un corazn de hombre -repiti la estatua-, no saba lo que eran las lgrimas porque viva en el Palacio de la Despreocupacin, en el que no se permite la entrada al dolor. Durante el da jugaba con mis compaeros en el jardn y por la noche bailaba en el gran saln. Alrededor del jardn se alzaba una muralla altsima, pero nunca me preocup lo que haba detrs de ella, pues todo cuanto me rodeaba era hermossimo. Mis cortesanos me llamaban el Prncipe Feliz y, realmente, era yo feliz, si es que el placer es la felicidad. As viv y as mor y ahora que estoy muerto me han elevado tanto, que puedo ver todas las fealdades y todas las miserias de mi ciudad, y aunque mi corazn sea de plomo, no me queda ms recurso que llorar.

Cmo! No es de oro de buena ley?, pens la Golondrina para sus adentros, pues estaba demasiado bien educada para hacer ninguna observacin en voz alta sobre las personas.

-All abajo -continu la estatua con su voz baja y musical-, all abajo, en una callejuela, hay una pobre vivienda. Una de sus ventanas est abierta y por ella puedo ver a una mujer sentada ante una mesa. Su rostro est enflaquecido y ajado. Tiene las manos hinchadas y enrojecidas, llenas de pinchazos de la aguja, porque es costurera. Borda pasionarias sobre un vestido de raso que debe lucir, en el prximo baile de corte, la ms bella de las damas de honor de la Reina. Sobre un lecho, en el rincn del cuarto, yace su hijito enfermo. Tiene fiebre y pide naranjas. Su madre no puede darle ms que agua del ro. Por eso llora. Golondrina, Golondrinita, no quieres llevarle el rub del puo de mi espada? Mis pies estn sujetos al pedestal, y no me puedo mover.

-Me esperan en Egipto -respondi la Golondrina-. Mis amigas revolotean de aqu para all sobre el Nilo y charlan con los grandes lotos. Pronto irn a dormir al sepulcro del Gran Rey. El mismo Rey est all en su caja de madera, envuelto en una tela amarilla y embalsamado con sustancias aromticas. Tiene una cadena de jade verde plido alrededor del cuello y sus manos son como unas hojas secas.

-Golondrina, Golondrina, Golondrinita - dijo el Prncipe-, no te quedars conmigo una noche y sers mi mensajera? Tiene tanta sed el nio y tanta tristeza la madre!

-No creo que me agraden los nios -contest la Golondrina-. El invierno ltimo, cuando viva yo a orillas del ro, dos muchachos mal educados, los hijos del molinero, no paraban un momento en tirarme piedras. Claro es que no me alcanzaban. Nosotras las golondrinas volamos demasiado bien para eso y adems yo pertenezco a una familia clebre por su agilidad; mas, a pesar de todo, era una falta de respeto.

Pero la mirada del Prncipe Feliz era tan triste que la Golondrinita se qued apenada.

-Mucho fro hace aqu -le dijo-; pero me quedar una noche con vos y ser vuestra mensajera.

-Gracias, Golondrinita -respondi el Prncipe.

Entonces la Golondrinita arranc el gran rub de la espada del Prncipe y, llevndolo en el pico, vol sobre los tejados de la ciudad.

Pas sobre la torre de la catedral, donde haba unos ngeles esculpidos en mrmol blanco.

Pas sobre el palacio real y oy la msica de baile.

Una bella muchacha apareci en el balcn con su novio.

-Qu hermosas son las estrellas -la dijo- y qu poderosa es la fuerza del amor!

-Querra que mi vestido estuviese acabado para el baile oficial -respondi ella-. He mandado bordar en l unas pasionarias pero son tan perezosas las costureras!

Pas sobre el ro y vio los fanales colgados en los mstiles de los barcos. Pas sobre el gueto y vio a los judos viejos negociando entre ellos y pesando monedas en balanzas de cobre.

Al fin lleg a la pobre vivienda y ech un vistazo dentro. El nio se agitaba febrilmente en su camita y su madre habase quedado dormida de cansancio.

La Golondrina salt a la habitacin y puso el gran rub en la mesa, sobre el dedal de la costurera. Luego revolote suavemente alrededor del lecho, abanicando con sus alas la cara del nio.

-Qu fresco ms dulce siento! -murmur el nio-. Debo estar mejor.

Y cay en un delicioso sueo.

Entonces la Golondrina se dirigi a todo vuelo hacia el Prncipe Feliz y le cont lo que haba hecho.

-Es curioso -observa ella-, pero ahora casi siento calor, y sin embargo, hace mucho fro.

Y la Golondrinita empez a reflexionar y entonces se durmi. Cuantas veces reflexionaba se dorma.

Al despuntar el alba vol hacia el ro y tom un bao.

-Notable fenmeno! -exclam el profesor de ornitologa que pasaba por el puente-. Una golondrina en invierno!

Y escribi sobre aquel tema una larga carta a un peridico local.

Todo el mundo la cit. Estaba plagada de palabras que no se podan comprender!...

-Esta noche parto para Egipto -se deca la Golondrina.

Y slo de pensarlo se pona muy alegre.

Visit todos los monumentos pblicos y descans un gran rato sobre la punta del campanario de la iglesia.

Por todas parte adonde iba piaban los gorriones, dicindose unos a otros:

-Qu extranjera ms distinguida!

Y esto la llenaba de gozo. Al salir la luna volvi a todo vuelo hacia el Prncipe Feliz.

-Tenis algn encargo para Egipto? -le grit-. Voy a emprender la marcha.

-Golondrina, Golondrina, Golondrinita -dijo el Prncipe-, no te quedars otra noche conmigo?

-Me esperan en Egipto -respondi la Golondrina-. Maana mis amigas volarn hacia la segunda catarata. All el hipoptamo se acuesta entre los juncos y el dios Memnn se alza sobre un gran trono de granito. Acecha a las estrellas durante la noche y cuando brilla Venus, lanza un grito de alegra y luego calla. A medioda, los rojizos leones bajan a beber a la orilla del ro. Sus ojos son verdes aguamarinas y sus rugidos ms atronadores que los rugidos de la catarata.

-Golondrina, Golondrina, Golondrinita -dijo el Prncipe-, all abajo, al otro lado de la ciudad, veo a un joven en una buhardilla. Est inclinado sobre una mesa cubierta de papeles y en un vaso a su lado hay un ramo de violetas marchitas. Su pelo es negro y rizoso y sus labios rojos como granos de granada. Tiene unos grandes ojos soadores. Se esfuerza en terminar una obra para el director del teatro, pero siente demasiado fro para escribir ms. No hay fuego ninguno en el aposento y el hambre le ha rendido.

-Me quedar otra noche con vos -dijo la Golondrina, que tena realmente buen corazn-. Debo llevarle otro rub?

-Ay! No tengo ms rubes -dijo el Prncipe-. Mis ojos es lo nico que me queda. Son unos zafiros extraordinarios trados de la India hace un millar de aos. Arranca uno de ellos y llvaselo. Lo vender a un joyero, se comprar alimento y combustible y concluir su obra.

-Amado Prncipe -dijo la Golondrina-, no puedo hacer eso.

Y se puso a llorar.

-Golondrina, Golondrina, Golondrinita! -dijo el Prncipe-. Haz lo que te pido.

Entonces la Golondrina arranc el ojo del Prncipe y vol hacia la buhardilla del estudiante. Era fcil penetrar en ella porque haba un agujero en el techo. La Golondrina entr por l como una flecha y se encontr en la habitacin.

El joven tena la cabeza hundida en las manos. No oy el aleteo del pjaro y cuando levant la cabeza, vio el hermoso zafiro colocado sobre las violetas marchitas.

-Empiezo a ser estimado -exclam-. Esto proviene de algn rico admirador. Ahora ya puedo terminar la obra.

Y pareca completamente feliz.

Al da siguiente la Golondrina vol hacia el puerto.

Descans sobre el mstil de un gran navo y contempl a los marineros que sacaban enormes cajas de la cala tirando de unos cabos.

-Ah, iza! -gritaban a cada caja que llegaba al puente.

-Me voy a Egipto! -les grit la Golondrina.

Pero nadie le hizo caso, y al salir la luna, volvi hacia el Prncipe Feliz.

-He venido para deciros adis -le dijo.

-Golondrina, Golondrina, Golondrinita! -exclam el Prncipe-. No te quedars conmigo una noche ms?

-Es invierno -replic la Golondrina- y pronto estar aqu la nieve glacial. En Egipto calienta el sol sobre las palmeras verdes. Los cocodrilos, acostados en el barro, miran perezosamente a los rboles, a orillas del ro. Mis compaeras construyen nidos en el templo de Baalbeck. Las palomas rosadas y blancas las siguen con los ojos y se arrullan. Amado Prncipe, tengo que dejaros, pero no os olvidar nunca y la primavera prxima os traer de all dos bellas piedras preciosas con que sustituir las que disteis. El rub ser ms rojo que una rosa roja y el zafiro ser tan azul como el ocano.

-All abajo, en la plazoleta -contest el Prncipe Feliz-, tiene su puesto una nia vendedora de cerillas. Se le han cado las cerillas al arroyo, estropendose todas. Su padre le pegar si no lleva algn dinero a casa, y est llorando. No tiene ni medias ni zapatos y lleva la cabecita al descubierto. Arrncame el otro ojo, dselo y su padre no le pegar.

-Pasar otra noche con vos -dijo la Golondrina-, pero no puedo arrancaros el ojo porque entonces os quedarais ciego del todo.

-Golondrina, Golondrina, Golondrinita! -dijo el Prncipe-. Haz lo que te mando.

Entonces la Golondrina volvi de nuevo hacia el Prncipe y emprendi el vuelo llevndoselo.

Se pos sobre el hombro de la vendedorcita de cerillas y desliz la joya en la palma de su mano.

-Qu bonito pedazo de cristal! -exclam la nia, y corri a su casa muy alegre.

Entonces la Golondrina volvi de nuevo hacia el Prncipe.

- Ahora estis ciego. Por eso me quedar con vos para siempre.

-No, Golondrinita -dijo el pobre Prncipe-. Tienes que ir a Egipto.

-Me quedar con vos para siempre -dijo la Golondrina.

Y se durmi entre los pies del Prncipe. Al da siguiente se coloc sobre el hombro del Prncipe y le refiri lo que habla visto en pases extraos.

Le habl de los ibis rojos que se sitan en largas filas a orillas del Nilo y pescan a picotazos peces de oro; de la esfinge, que es tan vieja como el mundo, vive en el desierto y lo sabe todo; de los mercaderes que caminan lentamente junto a sus camellos, pasando las cuentas de unos rosarios de mbar en sus manos; del rey de las montaas de la Luna, que es negro como el bano y que adora un gran bloque de cristal; de la gran serpiente verde que duerme en una palmera y a la cual estn encargados de alimentar con pastelitos de miel veinte sacerdotes; y de los pigmeos que navegan por un gran lago sobre anchas hojas aplastadas y estn siempre en guerra con las mariposas.

-Querida Golondrinita -dijo el Prncipe-, me cuentas cosas maravillosas, pero ms maravilloso an es lo que soportan los hombres y las mujeres. No hay misterio ms grande que la miseria. Vuela por mi ciudad, Golondrinita, y dime lo que veas.

Entonces la Golondrinita vol por la gran ciudad y vio a los ricos que se festejaban en sus magnficos palacios, mientras los mendigos estaban sentados a sus puertas.

Vol por los barrios sombros y vio las plidas caras de los nios que se moran de hambre, mirando con apata las calles negras.

Bajo los arcos de un puente estaban acostados dos niitos abrazados uno a otro para calentarse.

-Qu hambre tenemos! -decan.

-No se puede estar tumbado aqu! -les grit un guardia.

Y se alejaron bajo la lluvia.

Entonces la Golondrina reanud su vuelo y fue a contar al Prncipe lo que haba visto.

-Estoy cubierto de oro fino -dijo el Prncipe-; desprndelo hoja por hoja y dselo a mis pobres. Los hombres creen siempre que el oro puede hacerlos felices.

Hoja por hoja arranc la Golondrina el oro fino hasta que el Prncipe Feliz se qued sin brillo ni belleza.

Hoja por hoja lo distribuy entre los pobres, y las caritas de los nios se tornaron nuevamente sonrosadas y rieron y jugaron por la calle.

-Ya tenemos pan! -gritaban.

Entonces lleg la nieve y despus de la nieve el hielo.

Las calles parecan empedradas de plata por lo que brillaban y relucan.

Largos carmbanos, semejantes a puales de cristal, pendan de los tejados de las casas. Todo el mundo se cubra de pieles y los nios llevaban gorritos rojos y patinaban sobre el hielo.

La pobre Golondrina tena fro, cada vez ms fro, pero no quera abandonar al Prncipe: le amaba demasiado para hacerlo.

Picoteaba las migas a la puerta del panadero cuando ste no la vea, e intentaba calentarse batiendo las alas.

Pero, al fin, sinti que iba a morir. No tuvo fuerzas ms que para volar una vez ms sobre el hombro del Prncipe.

-Adis, amado Prncipe! -murmur-. Permitid que os bese la mano.

-Me da mucha alegra que partas por fin para Egipto, Golondrina -dijo el Prncipe-. Has permanecido aqu demasiado tiempo. Pero tienes que besarme en los labios porque te amo.

-No es a Egipto adonde voy a ir -dijo la Golondrina-. Voy a ir a la morada de la Muerte. La Muerte es hermana del Sueo, verdad?

Y besando al Prncipe Feliz en los labios, cay muerta a sus pies.

En el mismo instante son un extrao crujido en el interior de la estatua, como si se hubiera roto algo.

El hecho es que la coraza de plomo se habla partido en dos. Realmente hacia un fro terrible.

A la maana siguiente, muy temprano, el alcalde se paseaba por la plazoleta con dos concejales de la ciudad.

Al pasar junto al pedestal, levant sus ojos hacia la estatua.

-Dios mo! -exclam-. Qu andrajoso parece el Prncipe Feliz!

-S, est verdaderamente andrajoso! -dijeron los concejales de la ciudad, que eran siempre de la opinin del alcalde.

Y levantaron ellos mismos la cabeza para mirar la estatua.

-El rub de su espada se ha cado y ya no tiene ojos, ni es dorado -dijo el alcalde- En resumidas cuentas, que est lo mismo que un pordiosero.

-Lo mismo que un pordiosero! -repitieron a coro los concejales.

-Y tiene a sus pies un pjaro muerto -prosigui el alcalde-. Realmente habr que promulgar un bando prohibiendo a los pjaros que mueran aqu.

Y el secretario del Ayuntamiento tom nota para aquella idea.

Entonces fue derribada la estatua del Prncipe Feliz.

-Al no ser ya bello, de nada sirve! -dijo el profesor de esttica de la Universidad.

Entonces fundieron la estatua en un horno y el alcalde reuni al Concejo en sesin para decidir lo que deba hacerse con el metal.

-Podramos -propuso- hacer otra estatua. La ma, por ejemplo.

-O la ma -dijo cada uno de los concejales.

Y acabaron disputando.

-Qu cosa ms rara! -dijo el oficial primero de la fundicin-. Este corazn de plomo no quiere fundirse en el horno; habr que tirarlo como desecho.

Los fundidores lo arrojaron al montn de basura en que yaca la golondrina muerta.

-Treme las dos cosas ms preciosas de la ciudad -dijo Dios a uno de sus ngeles.

Y el ngel se llev el corazn de plomo y el pjaro muerto.

-Has elegido bien -dijo Dios-. En mi jardn del Paraso este pajarillo cantar eternamente, y en mi ciudad de oro el Prncipe Feliz repetir mis alabanzas.