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Alfares y producciones cerámicas en la provincia de Huelva. Balance y perspectivas 125 ALFARES Y PRODUCCIONES CERÁMICAS EN LA PROVINCIA DE HUELVA. BALANCE Y PERSPECTIVAS Juan M. CAMPOS CARRASCO Juan. A. PÉREZ MACÍAS Nuria de la O VIDAL TERUEL Universidad de Huelva 1.- Introducción. 1.1.- El medio físico. El territorio de la Provincia de Huelva lo conforman tres ámbitos geográficos muy definidos, Sierra, Andévalo y Tierra Llana. La Sierra de Huelva (3.000 Km 2 aproximadamente), sector occidental de Sierra Morena, se ubica al norte de la provincia, uniéndose hacia el norte con las altiplanicies y penillanuras extremeñas, donde se observa claramente su carácter de flexión del zócalo meseteño. Este tramo de Sierra Morena presenta relieves apalachienses, disponiéndose sus montañas en gradación, intercaladas por valles entre sierras de escasa altitud. En general, la topografía, típica de la media montaña, alterna las zonas alomadas con las abruptas, en función sobre todo de la litología. La dominante es de pizarras, cuarcitas, calizas, y granitos. El arrumbamiento general es el armoricano, es decir Noroeste–Sureste (López y Martínez 1986). El Andévalo, encuadrado también en el Macizo Hespérico, con una superficie aproximada de unos 3.500 Km 2 , se sitúa en el centro de la provincia. Está constituido básicamente por materiales del Paleozoico Superior y su litología está formada esencialmente por pizarras, areniscas y grauwacas, con algunas cuarcitas y rocas volcánicas que ocasionaron relieves residuales en forma de serretas aisladas. Emergido tras las últimas etapas de la orogenia herciniana, ha estado sometido durante largo tiempo a procesos erosivos que han dado lugar a su principal característica, el desarrollo de extensas superficies de aplanamiento, solamente interrumpidas por el encajamiento posterior de la red fluvial. Formando parte de este conjunto, estratificado entre el Devónico Superior y el Carbonífero Inferior, está el complejo Vulcanosedimentario, horizonte geológico que contiene las mineralizaciones de sulfuros que forman la faja pirítica (Cinturón Ibérico de Piritas), dando lugar a una provincia metalogénica de primer orden mundial (Díaz del Olmo 1986). La Tierra Llana, con aproximadamente 3.700 Km 2 , la componen varios ámbitos diferenciados y está conformada por el margen meridional del macizo Hespérico en el contacto sur de la Sierra Morena con los materiales de cierre de la cuenca terciaria del Bajo Guadalquivir. Se distinguen Actas del Congreso Internacional FIGLINAE BAETICAE. Talleres alfareros y producciones cerámicas en la Bética romana (ss. II a.C. – VII d.C.), Universidad de Cádiz, Noviembre 2003, B.A.R., int. ser., 1266, Oxford, 2004, pp. 125-160. tres unidades litoestratigráficas, la Unidad Hercínica, la Unidad Mio-Pliocena, y las Unidades Cuaternarias y Recientes (López y Gil 1986). La Unidad Hercínica o reborde sur de la Sierra Morena destaca por su modelado escalonado descendente hacia el valle, con piedemontes controlados por estructuras falladas sobre pizarras arcillosas alternantes con grauvacas del Carbonífero. La Unidad Mio-Pliocena, cuya sedimentación arranca con facies detríticas de carácter continental sobre los materiales del zócalo, se continúa en una secuencia transgresiva con bancos calcáreos muy fosilíferos (Calcarenitas de Niebla, Mioceno Superior), pasando a potentes facies margo- arcillosas (Margas Azules, Mioceno Superior-Plioceno Inferior), luego a otras arenas ricas en fauna (Fm. Arenas de Huelva o Falun de Viguier) y, finalmente, a unas últimas arenas con incorporaciones de gravas a techo (Fm. Arenas de Bonares o Arenas Basales) sobre las que culmina el tránsito Plio-Pleistoceno y el cierre de la sedimentación marina. Las Unidades Cuaternarias y Recientes constituyen formaciones continentales aluviales rojas del Pleistoceno Antiguo de terrazas y plataformas (Glacis Antiguo o Alto Nivel Aluvial), bien culminantes sobre las facies marinas neógenas, bien en posición discordante sobre el paleozoico. También pertenecen a esta unidad terrazas fluviales del Pleistoceno Medio y Superior, pequeños glacis de vertiente o conos aluviales evolucionados a partir de los techos de las plataformas Mio-Pliocenas y los taludes de terrazas Pleistocenas, y por último, en desembocaduras y medios litorales, otras formaciones arcillosas de carácter fluvio- mareal y marismeño junto a formaciones diversas de playas arenosas relictas y actuales, que caracterizan la sedimentación más reciente del litoral de Huelva. A partir de la evolución Plio-cuaternaria se desarrollan los distintos paisajes que componen las comarcas de La Campiña, El Condado y La Tierra Llana de Huelva: una campiña areno-arcillosa en el entorno de Tejada con prolongación occidental sobre los sistemas de terrazas del Tinto-Odiel, un prelitoral con plataformas sobre formaciones detríticas o arenales propiamente dichos, un piedemonte escalonado sobre pizarras y calizas que enlaza indistintamente con uno u otro de los ámbitos anteriores, y finalmente un litoral controlado por la deriva del Oeste en el que se suceden, según la presencia o no de desembocaduras fluviales, acantilados fósiles o activos, playas arenosas con desarrollo de barras costeras y flechas y complejos marismeños. 1.2.- La implantación romana en el territorio. La realidad que el territorio onubense presentaba a la llegada de Roma es muy diferente según los distintos ámbitos geográficos descritos que componen la provincia. Mientras que la Sierra y el Andévalo, con la excepción de las explotaciones mineras, contarían con amplias zonas en las que la densidad de población sería muy pequeña, en la Tierra

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ALFARES Y PRODUCCIONES CERÁMICAS EN LA PROVINCIA DE HUELVA. BALANCE Y

PERSPECTIVAS Juan M. CAMPOS CARRASCO Juan. A. PÉREZ MACÍAS Nuria de la O VIDAL TERUEL Universidad de Huelva 1.- Introducción. 1.1.- El medio físico. El territorio de la Provincia de Huelva lo conforman tres ámbitos geográficos muy definidos, Sierra, Andévalo y Tierra Llana. La Sierra de Huelva (3.000 Km2 aproximadamente), sector occidental de Sierra Morena, se ubica al norte de la provincia, uniéndose hacia el norte con las altiplanicies y penillanuras extremeñas, donde se observa claramente su carácter de flexión del zócalo meseteño. Este tramo de Sierra Morena presenta relieves apalachienses, disponiéndose sus montañas en gradación, intercaladas por valles entre sierras de escasa altitud. En general, la topografía, típica de la media montaña, alterna las zonas alomadas con las abruptas, en función sobre todo de la litología. La dominante es de pizarras, cuarcitas, calizas, y granitos. El arrumbamiento general es el armoricano, es decir Noroeste–Sureste (López y Martínez 1986). El Andévalo, encuadrado también en el Macizo Hespérico, con una superficie aproximada de unos 3.500 Km2, se sitúa en el centro de la provincia. Está constituido básicamente por materiales del Paleozoico Superior y su litología está formada esencialmente por pizarras, areniscas y grauwacas, con algunas cuarcitas y rocas volcánicas que ocasionaron relieves residuales en forma de serretas aisladas. Emergido tras las últimas etapas de la orogenia herciniana, ha estado sometido durante largo tiempo a procesos erosivos que han dado lugar a su principal característica, el desarrollo de extensas superficies de aplanamiento, solamente interrumpidas por el encajamiento posterior de la red fluvial. Formando parte de este conjunto, estratificado entre el Devónico Superior y el Carbonífero Inferior, está el complejo Vulcanosedimentario, horizonte geológico que contiene las mineralizaciones de sulfuros que forman la faja pirítica (Cinturón Ibérico de Piritas), dando lugar a una provincia metalogénica de primer orden mundial (Díaz del Olmo 1986). La Tierra Llana, con aproximadamente 3.700 Km2, la componen varios ámbitos diferenciados y está conformada por el margen meridional del macizo Hespérico en el contacto sur de la Sierra Morena con los materiales de cierre de la cuenca terciaria del Bajo Guadalquivir. Se distinguen

Actas del Congreso Internacional FIGLINAE BAETICAE. Talleres alfareros y producciones cerámicas en la Bética romana (ss. II a.C. – VII d.C.), Universidad de Cádiz, Noviembre 2003, B.A.R., int. ser., 1266, Oxford, 2004, pp. 125-160.

tres unidades litoestratigráficas, la Unidad Hercínica, la Unidad Mio-Pliocena, y las Unidades Cuaternarias y Recientes (López y Gil 1986). La Unidad Hercínica o reborde sur de la Sierra Morena destaca por su modelado escalonado descendente hacia el valle, con piedemontes controlados por estructuras falladas sobre pizarras arcillosas alternantes con grauvacas del Carbonífero. La Unidad Mio-Pliocena, cuya sedimentación arranca con facies detríticas de carácter continental sobre los materiales del zócalo, se continúa en una secuencia transgresiva con bancos calcáreos muy fosilíferos (Calcarenitas de Niebla, Mioceno Superior), pasando a potentes facies margo-arcillosas (Margas Azules, Mioceno Superior-Plioceno Inferior), luego a otras arenas ricas en fauna (Fm. Arenas de Huelva o Falun de Viguier) y, finalmente, a unas últimas arenas con incorporaciones de gravas a techo (Fm. Arenas de Bonares o Arenas Basales) sobre las que culmina el tránsito Plio-Pleistoceno y el cierre de la sedimentación marina. Las Unidades Cuaternarias y Recientes constituyen formaciones continentales aluviales rojas del Pleistoceno Antiguo de terrazas y plataformas (Glacis Antiguo o Alto Nivel Aluvial), bien culminantes sobre las facies marinas neógenas, bien en posición discordante sobre el paleozoico. También pertenecen a esta unidad terrazas fluviales del Pleistoceno Medio y Superior, pequeños glacis de vertiente o conos aluviales evolucionados a partir de los techos de las plataformas Mio-Pliocenas y los taludes de terrazas Pleistocenas, y por último, en desembocaduras y medios litorales, otras formaciones arcillosas de carácter fluvio-mareal y marismeño junto a formaciones diversas de playas arenosas relictas y actuales, que caracterizan la sedimentación más reciente del litoral de Huelva. A partir de la evolución Plio-cuaternaria se desarrollan los distintos paisajes que componen las comarcas de La Campiña, El Condado y La Tierra Llana de Huelva: una campiña areno-arcillosa en el entorno de Tejada con prolongación occidental sobre los sistemas de terrazas del Tinto-Odiel, un prelitoral con plataformas sobre formaciones detríticas o arenales propiamente dichos, un piedemonte escalonado sobre pizarras y calizas que enlaza indistintamente con uno u otro de los ámbitos anteriores, y finalmente un litoral controlado por la deriva del Oeste en el que se suceden, según la presencia o no de desembocaduras fluviales, acantilados fósiles o activos, playas arenosas con desarrollo de barras costeras y flechas y complejos marismeños. 1.2.- La implantación romana en el territorio. La realidad que el territorio onubense presentaba a la llegada de Roma es muy diferente según los distintos ámbitos geográficos descritos que componen la provincia. Mientras que la Sierra y el Andévalo, con la excepción de las explotaciones mineras, contarían con amplias zonas en las que la densidad de población sería muy pequeña, en la Tierra

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Llana, por el contrario, el hecho urbano estaba notablemente desarrollado, concentrando la mayor parte de la población. Roma no se encontró después de la incorporación de este territorio con una organización débil que generaba bajos rendimientos económicos; esta zona fue una de las más influenciadas desde fines del II Milenio a.C. por corrientes comerciales mediterráneas, fenicias y griegas principalmente. El Cinturón Ibérico de Piritas, la franja mineralizada de más desarrollo de la Península Ibérica, con concentraciones rentables de plata, cobre y hierro (Pérez Macías 1996), y el cruce de caminos entre el mundo atlántico y el mediterráneo, fueron los dos elementos que contribuyeron a esta circunstancia, y tanto las poblaciones tartésicas como posteriormente las turdetanas desarrollaron un aparato económico que desembocó en la jerarquización del territorio en torno a lugares de paso (oppida), a través de los cuales se articuló la producción y distribución económica, tanto metalúrgica, que se destaca como fósil característico en el registro arqueológico de estos momentos, como agrícola, a la que debe responder principalmente el patrón de asentamiento de estos núcleos, siempre en relación con las zonas de campiña (Campos y Gómez 1995). Es decir, Roma encontró a su llegada al Suroeste de la Bética una estructura muy parecida a la del Bajo Guadalquivir, aunque aquí, dada la producción metalúrgica, muy influida por el mundo púnico-gaditano. No se advierten, por esto, rupturas en las estratigrafías de los yacimientos conocidos, en especial, la potente secuencia de la zona de Cortalago en Riotinto, donde la única nota destacable a partir de la época romano-republicana será el aumento de la potencia de estos estratos de escorias, que anuncian el interés que Roma puso en esta explotación, un hecho ya suficientemente conocido (Blanco y Rothenberg 1981). La Romanización es pues un lento proceso de intensificación de la explotación económica, que lógicamente lleva aparejado un cambio en las estructuras políticas que la dirigen, y que quizás se ejemplifica de manera simple en el comienzo de la acuñación monetaria en los oppida turdetanos que ya vertebraban el territorio en época prerromana, Huelva (Onoba), Niebla (Ilipla ), Mesa del Castillo (Ostur) y Tejada la Nueva (Ituci). Como se ha indicado, algo diferente sería la situación en la zona serrana, donde no existían núcleos urbanos previos como en la Tierra Llana, en la que desde la II Edad del Hierro se asientan poblaciones procedentes de la Meseta, los Celtici de la Baeturia celtica (Berrocal Rangel 1992; Pérez Macías 1993). Estas poblaciones, absolutamente diferentes de los Turdetanos de la Tierra Llana, mantuvieron también contactos con el mundo púnico-gaditano y con las poblaciones turdetanas, pero fueron más reacias a la conquista y a la romanización, que sólo comenzará cuando en los enfrentamientos civiles en Hispania estos pueblos participan en alguno de los bandos, y cuando esos bandos, para identificarse con las poblaciones célticas, respeten y adopten algunas de sus costumbres. Por ello, las alusiones al Suroeste peninsular en las fuentes grecolatinas de la época de

la conquista se refieren fundamentalmente a la Baeturia Celtica, sobre todo durante el largo periodo de las Guerras Celtibéricas y Lusitanas contra Roma. Estas poblaciones, emparentadas con la Meseta (Celtica) se resistieron a la romanización a lo largo de todo el siglo II a.C. (Campos, Vidal y Pérez 2000). Será a partir del cambio de Era cuando el hecho urbano, aunque en menor medida en el centro y norte del territorio, se extienda a todo el ámbito provincial con la aparición de nuevos núcleos urbanos como Urium en el Andévalo (Luzón y Ruiz 1970) y Arucci y Turobriga en la Sierra (Pérez, Vidal y Campos 2000) . 2.- Balance historiográfico. Los estudios sobre la producción alfarera romana en el territorio onubense son bastante escasos. Las primeras alusiones a los yacimientos en los que se detecta la presencia de producción alfarera no se refieren en realidad a esta función, sino sólo a los habitats a los que se asocian, aunque en algún caso pueda hacerse mención a la presencia de cerámicas con defectos de horno (Vidal Teruel e.p.). El primer asentamiento del que tenemos noticias es el de El Cerro del Trigo en Doñana (Almonte), proporcionadas por Bonsor con motivo de las excavaciones que entre los años 1925 y 1927 realiza junto con Schulten (Bonsor 1928). El propio Schulten volvería a reseñar estas excavaciones en su conocida obra sobre Tartessos (Schulten 1945). Estas publicaciones describen la factoría de salazones allí ubicada, tratando sólo los aspectos relacionados con su función pesquera y transformadora y con su necrópolis, siendo así recogida en obras posteriores (Ponsich y Tarradell, 1965). En 1967 J.M. Luzón publica un conjunto de lucernas mineras de Riotinto con la característica forma de volutas del siglo I d.C. que presentan ciertas peculiaridades, en especial en sus pastas, que permiten asegurar la existencia de un alfar en Riotinto. Pocos años más tarde, J.M. Luzón y D. Ruiz (1970) dan a conocer la lápida de una tumba de incineración que hacía referencia al individuo en ella enterrado Lucius Iulius Reburrinus al que identifican con las iniciales L.I.R. que aparecen en las lucernas antes referidas, identificando así, no sólo el alfar, sino también el nombre del alfarero. En la década de los 70 aparecen tres trabajos de desigual repercusión en el asunto que nos ocupa. El primero es el de J.M. Luzón (1975) sobre la Romanización de la provincia de Huelva, donde recoge algunos de los lugares que presentamos como alfares, haciendo alusión sólo a su adscripción cronológica o a su función como hábitat, pero sólo en el caso del entorno de La Rábida, que en este trabajo denominaremos Estero de Domingo Rubio, señala la existencia de hornos de fabricación de ánforas. Al año siguiente M. del Amo (1976) da a conocer la existencia de varios hornos de fabricación cerámica en los alrededores de Huelva, en la zona conocida como La Orden, donde excavó una amplia necrópolis de época bajo imperial.

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Pero sin duda, el trabajo de más repercusión es el de M. Beltrán (1977), que encuentra continuidad en su conocida síntesis sobre la cerámica romana publicada en 1990 (Beltrán Lloris 1990). En el primero da a conocer la alfarería de Punta Umbría, hoy conocida como El Eucaliptal, y en el segundo presenta un panorama más amplio de la producción alfarera en Huelva, en la que cita Las Naves y Cerro del Trigo en Almonte, Punta Umbría, y El Rompido en Cartaya, algunos de ellos ya catalogados anteriormente en el trabajo de Ponsich (1988), quien señalaba la presencia en ellos de fallos de hornos de ánforas de la forma Beltrán II. Todos estos alfares tienen un gran interés, pues relacionaban la producción anfórica a las factorías de salazones del litoral. En 1992 se publicó un breve trabajo sobre las ánforas del Museo de Huelva y se presentó un pequeño conjunto de tres ánforas del tipo Beltrán IIB, dos de ellas con defecto de cocción, procedentes del alfar de Punta Umbría (Bedia, Alzaga, Cuenca, y Valera 1992). Es precisamente este último alfar el que más referencias bibliográficas ha generado, aunque, como veremos más adelante, éstas corresponden mayoritariamente a la factoría de salazones a la que se asocia la producción alfarera (Campos y Vidal e.p.). En la línea de dar a conocer la circulación anfórica en los distintos ámbitos de la provincia se inserta un trabajo nuestro (Pérez, Campos y Vidal 2001). En él describíamos las ánforas que aparecen en la cuenca minera y las que se producen en las factorías de salazones, y señalábamos que el primer mercado de las producción de salazones del litoral y producción agrícola de la campiña debería ser la zona minera. Pero no será hasta este último año cuando aparezca el primer trabajo que trata específicamente de un alfar, el de Pingüele en Bonares, en el que se ofrece una información previa sobre una de sus producciones, el ánfora de la forma Haltern 70 (Pérez Macías 2003b). A este sigue otro, todavía en prensa (Pérez Macías e.p.), que trata sobre un conjunto de vasos que se atribuyen al alfar antes citado de Riotinto de Lucius Iulius Reburrinus. 3.- Nómina de talleres alfareros. A continuación vamos a realizar el catálogo de los alfares romanos de la provincia de Huelva siguiendo un orden por términos municipales. Así podrá comprobarse que éstos se encuentran situados en dos zonas, en los alrededores de la ría de Huelva y en la campiña de Niebla (fig. 1), lo que deja a las claras la relación de estas industrias con los medios urbanos más importantes de la zona, Huelva (Onoba) y Niebla (Ilipla ). Con ello no queremos apostillar que la industria alfarera se encuentre sólo en esos lugares, sino que en estos entornos urbanos se dieron las mejores condiciones para su implantación, pues el desarrollo agrícola de la campiña y la explotación pesquera son dos factores a los que deben estar unidos. De igual modo, las factorías de salazones de otros puntos del litoral también fueron industrias que propiciaron el establecimiento de alfarerías para tener asegurados los recipientes en los que envasar sus producciones.

Figura 1.

Este inventario es por ahora preliminar habida cuenta de la escasa investigación sobre el mundo romano en el oeste de la Bética, hasta ahora excesivamente volcada en el estudio de la producción de metales. Sería precisamente la minería y la metalurgia las que fomentarían el desarrollo económico de estas comarcas. En la zona de la Sierra de Aracena y Picos de Aroche no tenemos constancia de la existencia de alfarerías porque las investigaciones se han reducido a prospecciones extensivas, y las condiciones del terreno, con formaciones adehesadas, no son las propicias para tales hallazgos. Sí puede establecerse que la alfarería no alcanzaría las cotas de implantación de la costa y la campiña por el escaso desarrollo urbano y las malas calidades de las arcillas de sus suelos, formados por materiales paleozoicos. Sólo en la zona de Aroche, con las ciudades de Arucci y Turobriga y una intensa colonización agrícola, pudo desarrollarse esta actividad, por el momento desconocida. LAS COJILLAS (ALJARAQUE). Mapa topográfico de Andalucía 1:10.000, Hoja 999/3-2. Coordenadas: 144586/4132717. El yacimiento se encuentra situado en el término municipal de Aljaraque, sobre la marisma del río Odiel (fig. 2). El lugar es dado a conocer por vez primera en una breve reseña en

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Figura 2.

una revista local donde se informa de la aparición de un horno (Consegliri y Florentina 1980). Posteriormente es recogido en el inventario de yacimientos arqueológicos romanos de la provincia de Huelva (Campos, Teba, Castiñeira y Bedia 1990, 75). En el proyecto Tierra Llana (Campos y Gómez 2001) es objeto de una prospección superficial, observándose gran cantidad de material constructivo (tegulae, ladrillos, ímbrices, etc.) y en menor medida cerámica de cronología altoimperial (fig. 3). Se apreciaba todavía la depresión que formaban los restos del horno. Su proximidad a la línea de ribera de la marisma hace pensar en la posibilidad de que esté también relacionado con el aprovechamiento de recursos pesqueros (Campos, Pérez y Vidal 1999a). CERRO DEL TRIGO (ALMONTE). Mapa topográfico de Andalucía 1.10.000, Hoja 1033/2-3. Coordenadas del polígono de delimitación: 197829/4088377 197802/4088053 197683/4087698 197622/4088202 El asentamiento del Cerro del Trigo está situado en el término municipal de Almonte, en el Coto de Doñana, muy próximo a la desembocadura del río Guadalquivir (fig. 4), y aunque hoy día se encuentra tras un cordón de dunas costero, en la antigüedad sus posición estaría más cercana a la línea de costa (Gómez Rodríguez 2001).

El Cerro del Trigo es muy conocido desde los trabajos desarrollados por A. Schulten y G. Bonsor en la búsqueda de la ciudad de Tartessos a partir de las interpretaciones de la Ora Marítima de R. Festo Avieno (Bonsor 1928; Schulten 1945). Sus primeros trabajos de prospección evidenciarían ya que en el lugar sólo había restos romanos, pero se consideró la posibilidad de que esta ocupación romana podía cubrir restos protohistóricos, por lo que se realizaron tres campañas de excavación entre los años 1923 y 1925. En ellas se documentaron enterramientos, piletas de salazón y depósitos de ánforas. Las monedas y las Sigillatas Africanas que se presentan en la publicación confirmarían que el Cerro del Trigo era un poblado de pescadores cuya actividad se extendió desde mediados del siglo II hasta el siglo V d.C. La factoría de salazón ha sido reseñada en los distintos trabajos sobre las factorías de salazones hispanas (Ponsich y Tarradell 1965; Ponsich 1988; Lagóstena Barrios 2001; Etienne y Mayet 2002), y siguiendo esas noticias sería tratado también por nosotros en el estudio de conjunto sobre las factorías de salazón de la costa de Huelva (Campos, Pérez y Vidal 1999a). Un conocimiento más preciso del asentamiento se debe a la campaña de investigación del Área de Arqueología de la Universidad de Huelva en el año 1999 (Campos, Gómez, Vidal, Pérez, y Gómez 2002). De forma previa se realizó una prospección superficial por sectores y prospección geofísica de tipo eléctrico en algunos puntos para detectar la existencia de estructuras, pero la alta resistividad del suelo arenoso, muy seco y suelto, no permitió obtener los resultados esperados. Los sondeos estratigráficos se realizaron en los

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Figura 3.

Figura 4. distintos sectores planteados en la prospección superficial, y se completaron con sondeos mecánicos en aquellas zonas donde no afloraba material arqueológico para determinar la extensión del yacimiento y su relación espacial con la línea de costa. En los sondeos se localizaron restos del área doméstica y zonas de enterramiento con el rito de inhumación sin ajuar funerario. La banda cronológica de los materiales cerámicos aportados por la excavación

confirmaba un periodo de ocupación que iba desde mediados del siglo II d.C. a los comienzos del siglo VI d.C. En estas intervenciones no se han recogido materiales con fallos de hornos y restos de estructuras de hornos que pudieran hacer pensar en la existencia de un taller alfarero, pero M. Beltrán señala la presencia en superficie de fallos de hornos de ánforas de la forma Beltrán II-A (Beltrán Lloris 1990, 223). Los ejemplares de ánforas de nuestra intervención son mayoritariamente de época bajo-imperial, Keay III, V, VII, VIII, X, XIII, XIX, XXI, XXIII, XXV, XXVII, XXXV, XXXVI, XLI, XLIII, LIII, LXII, y LXVIII (Keay 1984), propias de contextos tardíos (Remolá 2000), que son un exponente de las intensas relaciones comerciales del asentamiento. La variedad de ánforas es paralela a la diversidad de formas de Sigillata Africana y Sigillata Lucente. Los ejemplares alto-imperiales se reducen a formas Beltrán II-B en unidades estratigráficas del siglo II d.C. No es de extrañar que algunas de estas formas pudieran elaborarse en el Cerro del Trigo, pero por el momento no existen pruebas directas de esta producción. LAS NAVES (ALMONTE). El lugar fue dado a conocer por Ponsich (1988, 76 y 215) que la ubica en el Coto de Doñana, entre las Torres de Zalabar y Carboneros, a sólo 300 mts. de la costa (fig. 4), donde encontró “...numerosos fragmentos de fallos de hornos de ánforas del tipo IIA...”. El alfar también es citado por M. Beltrán (1990, 223) indicando que se encontraron en el lugar numerosos fallos de ánforas Beltrán IIA. Es muy posible, tal como indica el propio Ponsich, que la acción de la duna haya cubierto de nuevo el sitio, pues no nos ha sido posible la localización del mismo. ALTO DE LA PIEDRA (BONARES). Mapa Topográfico de Andalucía 1:10.000, Hoja 1000/2-1. Coordenadas: 171642/4137831. Sobre una pequeña elevación en las inmediaciones del río Tinto. Es una de las alfarerías que deben su origen a las posibilidades de comercio fluvial del cercano asentamiento de los Bojeos y a las cualidades plásticas de las margas azules sobre las que se asienta la factoría (fig. 5). En las barrancadas se han puesto al descubierto dos hornos cerámicos de planta circular y pilar central (fig. 6: a-b). No obstante, desconocemos su producción, aunque es probable que estuviera diversificada como otras figlinae próximas. En el yacimiento sólo se ha realizado una prospección superficial, y entre el material recogido destacan las Sigillatas Africanas y las ánforas. La Sigillata Africana en sus formas Hayes 59 y Hayes 67 (fig. 7: 7-8) permite situar la producción de este alfar a lo largo de los siglos IV y V d.C. (Hayes 1972). A esta misma cronología remiten otros materiales, las ánforas de tipología africana (figs. 7: 4, 5, y 6), Keay XXIII, XII y Africana IIA (Keay 1984). Aunque no existen evidencias de las producciones de este alfar, la producción pudo estar destinada a la elaboración de recipientes de cerámica común, el barreño o bacín (pelvis) y

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Figura 5. el mortero (mortarium). Este repertorio cerámico es similar al documentado en esta misma época en los establecimientos costeros dedicados a la producción salsaria (Campos, Pérez y Vidal 1999a). El alfar de Alto de la Piedra es pues un establecimiento que confirma también el relanzamiento de la economía rural del oeste de la Bética en los siglos IV y V d.C., otra etapa de apogeo de la economía que también está constatada en las fábricas de salazón. BARRO DE SAN PEDRO (BONARES). Mapa Topográfico de Andalucía 1:10.000, Hoja 1000/2-1. Coordenadas: 170742/4137733. Otra de las alfarerías puede situarse en Barro de San Pedro, pero sólo está constatada por la abundancia de paredes de hornos escorificadas en la superficie del asentamiento. Esta situada también a escasa distancia de la orilla del río Tinto, en una posición ventajosa para la comercialización de su producción por vía fluvial (fig. 5), muy próxima a otras alfarerías de Bonares, Alto de la Piedra y Pinguele. La falta de testares impide dimensionar y tipificar su producción. Su cronología es paralela a la del alfar de Alto de la Piedra, con un período de máximo florecimiento en los siglos IV y V d.C. A esta cronología nos apunta especialmente la Sigillata Africana en las formas de Hayes 58, Hayes 61 y Hayes 67 (fig. 8: 11-16 y 18-21), y la Sigillata Lucente (fig. 8: 17). Los tipos de ánforas predominantes, Keay XXIII (fig. 8: 1-2), son también de estos siglos.

PINGUELE (BONARES). Mapa Topográfico de Andalucía 1:10.000, Hoja 982/2-4. Coordenadas: 171707/4139748. Los restos del alfar de Pinguele, del que hemos ofrecido una noticia preliminar (Pérez Macías 2003b), se encuentran a escasos metros de la ribera izquierda del río Tinto, en término municipal de Bonares y cerca de la ciudad de Niebla (Ilipla ), en cuyo territorio debería encontrarse en la antigüedad (fig. 5). Su ubicación en la rivera baja del Tinto, a menos de 15 km. de la Ría de Huelva, le permitía estar bien comunicado con la costa por las influencias mareales que llegan hasta el mismo asentamiento. Se encuentra muy próximo a los de Alto de la Piedra y Barro de San Pedro, que a juzgar por los materiales cerámicos recogidos en superficie debieron sucederle en los siglos IV y V d. C. El terreno en el que se sitúan estos alfares está formado por margas azules, de grandes cualidades plásticas, que forman las tierras de mayor capacidad agrológica de la campiña de Huelva (Terrero 1952; Feria Toribio 1986). Su dedicación actual está centrada en la producción olivalera y en el viñedo (Fourneau 1975; Márquez Domínguez 1986). De esta forma los alfares se construyeron en un lugar con tres grandes ventajas, bien comunicados por vía fluvial con la costa, hacia la que debería embarcarse la mayor parte de su producción, en un entorno donde incidió especialmente la colonización agrícola romana y donde esta producción podía alcanzar cotas de excedentes, y con buenas arcillas para la elaboración de los recipientes cerámicos. Las facilidades de

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Figura 6 a.

Figura 6 b. comunicación han sido consideradas por algunos autores como uno de los factores básicos para la situación de las alfarerías (Chic García 1988), quienes coinciden en señalar que la figlina cumple a la vez la misión de portus, y este caso es especialmente significativo con relación a las ánforas olearias béticas del Guadalquivir (Remesal Rodríguez 1986). Los productos cerámicos en él elaborados nos hablan también de que el olivar y el viñedo serían los principales cultivos de la zona en época romana, y aún seguirían siéndolo en el período andalusí, momento en el que las fuentes árabes mencionan su extensión en esta zona (Roldán Castro 1993; García Sanjuán 2002). Sin embargo, la existencia de buenos bancos de arcilla sería determinante para la creación de estas oficinas, pues si bien es verdad que se elaboran recipientes anfóricos para el envasado de la producción agrícola, el abanico de su producción se extiende también a otros repertorios, como el menaje doméstico para el abastecimiento de los asentamientos rurales de la comarca, y ánforas para la comercialización de la producción de las pesquerías de la costa, hacia donde podían exportarse con facilidad por vía fluvial. En definitiva, el establecimiento de estos alfares en la margen izquierda del río Tinto se eligió con relación a estas tres necesidades, unas arcillas de buenas calidades plásticas, unos niveles de producción agrícola que favoreciera excedentes, y la facilidad de comunicación fluvial para la exportación de productos envasados y de recipientes para otros centros productores, como las fábricas

Figura 7. de salsas de pescado del litoral, hacia las que debería remitirse parte de la producción alfarera. La instalación alfarera está formada por dos zonas bien definidas, una de producción agrícola y otra industrial, plazas de extracción de arcilla (barrera), hornos y testares. En la primera son abundantes los materiales de construcción, tégulas y ladrillos, y cerámicas de ambientes domésticos, Sigillatas Itálicas (fig. 10: 14), Sigillatas Sudgálicas (fig. 10: 12), Sigillatas Hispanas, Sigillatas Africanas (fig. 10: 5-10), cerámicas comunes africanas (fig. 10: 15-22), y ánforas, Beltrán I (fig. 10: 1), Dressel 20 (fig. 10: 2), Beltrán IIB (fig. 10: 3), y Keay XXIII (fig. 10: 4). La forma de Sigillata Itálica Conspectus 22 confirma el inicio de la ocupación del área doméstica del taller a inicios

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Figura 8. del siglo I d.C (Ettlinger, Kenrick, Roth-Rubi, y Zabehlicky 2001), mientras las Sigillatas Sudgálicas, Hispánicas y Africanas extienden esta ocupación desde la segunda mitad del siglo I d.C. hasta el siglo IV d.C., especialmente las formas de Sigillata Africana Hayes 50 y 61 (Hayes 1972) y las ánforas de la forma Keay XXIII (Keay 1984). A unos cincuenta metros de esta zona, en posición más cercana a la orilla del río, se encuentra un gran vertedero de cerámica. Tiene forma aproximadamente circular (fig. 9: a y b), y en él se ha recogido todo el material que vamos a describir a continuación. Junto a los fragmentos de cerámica se amontonan también fragmentos de pellas de adobes escorificadas que corresponden a las paredes de los hornos, y algún que otro útil de alfarero, como carretes de cerámica para asentar las piezas en el torno (fig. 13: 9) y cantos rodados de forma alargada utilizados en el alisado de los vasos. El material cerámico se presenta muy menudo debido a la acción de los arados, pero algunos vecinos de Bonares, que nos señalaron la existencia de esta gran acumulación de

Figura 9 a.

Figura 9 b. fragmentos cerámicos, han llegado a recoger después de la roturación con arado subsolador recipientes casi completos. La explicación de esta gran concentración de cerámica y la forma en la que se presenta en superficie, es que debe tratarse de una barrera, la cantera de arcilla que surtía de materia prima al alfar, y la forma debería ser una plaza de cantera de tendencia subcircular de unos diez metros de diámetro. Tendría una profundidad superior a los dos metros, pues casi a la misma llegan los garfios de este tipo de arados, y a esa cota el relleno de fragmentos de cerámica estaba aún muy compactado. Creemos por ello que la antigua barrera se utilizó posteriormente como testar, donde se arrojaban los recipientes rotos a lo largo del proceso de cocción y aquellos con defectos de cocción. Aunque por el estado fragmentario de las piezas recogidas no tengamos señales claras para afirmar que se trata de fallos de hornos, esta circunstancia se comprueba en la deformación de algunos pivotes de ánfora y en las superficies deformadas y escorificadas de algunos fragmentos pasados de temperatura. Las paredes de hornos son de todos modos un buen indicio para suponer que se arrojaron a este sitio gran cantidad de recipientes que procederían de una instalación alfarera.

Alfares y producciones cerámicas en la provincia de Huelva. Balance y perspectivas

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Figura 10.

Un factor que confirma esta conclusión es la tipología de la cerámica, que repite un repertorio compuesto por las siguientes formas: dolium, lebes, caccabus, mortarium, urceus, y amphora. - Dolium. Es una de las formas más abundantes en el testar (fig. 11: 1-3). Las pastas correspondientes a los dolia son similares a las de las demás producciones del alfar, coloraciones sienas y anaranjadas con desgrasantes finos de cuarzo y feldespato. La variedad de tipos que pueden establecerse del estudio de los bordes pueden resumirse en dos formas generales, una de cuerpo con tendencia globular y borde entrante engrosado, y otra de cuerpo menos abultado, de forma ovoide. En todos los casos la forma se define por un tipo de embocadura de unos 30 centímetros de diámetro, entrante y con el borde engrosado al exterior. En algunos ejemplares se ha rehundido ligeramente el borde en su parte interna para permitir el mejor acoplamiento de la tapadera. Las asas correspondientes a esta forma repiten siempre el mismo esquema, sección circular con dos fuertes estrías en su parte exterior.

Figura 11.

- Operculum. Es también una forma frecuente en el testar (fig. 11: 4-5), estrechamente relacionada con la forma anterior. Si hacemos caso al muestreo aleatorio con el que se ha realizado la recogida de material en el testar, el predominio de estas formas, el dolio y su tapadera, nos estaría indicando que era la producción más abundante en el alfar. Sus diámetros, de unos 30 centímetros, coinciden con los bordes de los dolios, y la robustez de sus paredes indica que estaban destinados a tapar recipientes de gran porte como los mencionados. No existen tapaderas de tamaños menores que puedan relacionarse con otros vasos torneados en el alfar. Las pastas de las tapaderas son similares a las empleadas en la elaboración de los distintos vasos del taller, pastas de coloraciones cremas, con tonos que oscilan entre el siena y el anaranjado, con desgrasantes finos y secciones hojaldradas. La forma general es siempre tronco-cónica con base plana levemente indicada al exterior y la variedad tipológica se aplica en la forma de rematar el borde, que puede ser simple, moldurado, o engrosado al interior con pestaña exterior. - Lebes. Es también una forma que mantiene un tipo muy bien definido (fig. 11: 6-7) con cuerpos de tendencia semicircular o tronco-cónica y borde saliente engrosado o vuelto, donde el vaso alcanza su mayor diámetro. Los diámetros de sus bordes

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oscilan entre los 35 y 44 centímetros. No hemos podido identificar ningún fondo que pueda corresponderse con esta forma, aunque cabe suponer un solero plano ligeramente indicado al exterior. Las pastas son idénticas a la de otros productos del alfar. - Mortarium. Los morteros son una forma con menor representación porcentual, a pesar de que la identificación de esta forma puede realizarse con fragmentos de galbo, en los que la presencia de estrías hubiera permitido su identificación. Su forma sigue un mismo tipo, de borde engrosado al interior y con pestaña exterior (fig. 11: 8-9). - Urceus. Son también frecuentes los bordes de contenedores de mediano tamaño, con cuellos estrangulados y bocas acampanadas de bordes engrosados al exterior en forma triangular (fig. 11: 10-11). Las pastas coinciden con los tipos comentados anteriormente, de tonos cremas o sienas. - Caccabus. Ya en minoría destacan bordes de marmitas de cuerpo con tendencia tronco-cónica y borde engrosado al exterior con pestaña interior (fig. 11: 12-13). Las pastas coinciden con las formas anteriores. -Amphora. La tipología de las ánforas es la que presenta mayor variedad de formas, entre las que destacan las formas hispanas Haltern 70 , Beltrán I, Beltrán II, Dressel 14, y Dressel 20. -Haltern 70. Ánfora con borde exvasado de sección rectangular, asas con fuerte acanaladura central, panza de tendencia cilíndrica, cuello cilíndrico, y pivote macizo con muñón central. Se definiría como tipo a partir del estudio del pecio de Port Vendres II (Colls, Etienne, Lequèment, Liou y Mayet 1977), retomando la clasificación que se le otorgó en el estudio de la cerámica del campamento renano de Haltern (Loeschke 1909). Las pastas de los bordes, asas y pivotes correspondientes a esta forma son de coloración siena o anaranjada, con desgrasantes de cuarzo y feldespato y texturas hojaldradas en sección (fig. 12: 1-3). Los perfiles de las embocaduras son ligeramente salientes, biselados o almendrados al interior. Su área de producción se ha situado en el valle del Guadalquivir y en franja litoral gaditana, en Hispalis (García Vargas 2000), Oripo (Carreras Monfort 2001), Puente Melchor (García y Lavado 1995), Venta del Carmen (Bernal Casasola 1988) y Puerto de Santa María (García Vargas 2001).

El contenido de estos envases aparece generalmente sobre rótulos pintados post cocturam (tituli picti), que hacen referencia a derivados de la uva, Sapa (Massy y Vaselle 1976) y Defrutum (Lequèment y Liou 1979), como sirope de vino y aceitunas-Defrutum olivae nigrae- (Martín-Kilcher 1994) y vino con miel- mulsum vetus- (Beltrán Lloris 2001). Otros autores, sin embargo, han propuesto que también serviría para el envasado de vinos, y esta opinión es coherente con la anterior, pues no puede comprenderse que zonas con fuerte implantación de la viticultura, como lo está indicando el propio ingrediente de mosto del defrutum, no comercializaran también su producción de vinos, y en este sentido el rótulo pintado que referencia mulsum vetus estudiado por M. Beltrán indica claramente que los productos envasados en este tipo de ánforas se extendía a otros productos de la uva (Beltrán Lloris 2001), arrope de mosto, aceitunas envasadas en arrope, vino con miel, y, probablemente, vino como defienden otros autores (Étienne y Mayet 2000; Liou 2001). Las vías de comercialización parecen seguir una ruta costera desde sus centros de producción en el Bajo Guadalquivir y costas gaditanas por vía marítima a lo largo de la costa mediterránea, desde donde llega a Italia. Alcanza también la frontera renana tomando el corredor del Rodano y Rhin. Por la vía atlántica llega a Britannia (Carreras Monfort 2001). En Italia se documenta en Roma, Gabbi, Luni, Ostia, Pompeya, y Herculano, y su difusión alcanzó igualmente las costas africanas (Étienne y Mayet 2000). Es en la zona minera del Cinturón Ibérico de Piritas, la zona de consumo más próxima a este alfar, donde encontramos este tipo de ánforas, que caracteriza los niveles julio-claudios. Entre estos centros mineros destacan los de Riotinto y Tharsis. En Riotinto es abundante en el asentamiento de Cerro del Moro (Pérez Macías 1990), fechado entre el principado de Augusto y comienzos de época tiberiana, y en la estratigrafía del escorial de Cortalago (Pérez Macías 1998). En Tharsis en el hábitat romano de Filón Sur (Pérez, Gómez, Álvarez, Flores, Román y Beck 1990). Su exportación a la mayor parte de los centros mineros del suroeste está documentada por los hallazgos superficiales en la mina de El Soldado (Pérez, Martínez y Frías 1990) y mina de Buitrón (Blanco y Rothenberg 1981). Estos datos abogan por una relación de dependencia entre la zona minera del Andévalo y los centros de producción agrícola de la campiña de Huelva. Los vici mineros, cuyo número se incrementó a partir de época augústea, serán así el mercado más cercano y de mayores potencialidades para esta producción. Hay que señalar que el número de establecimientos minero-metalúrgicos es elevado, y aunque no todos alcanzaron las proporciones de los conocidos de Riotinto y Tharsis, toda esta población viviría en exclusiva para la exploración y explotación minera, y que la zona, dado su interés estratégico, no contó con un plan de colonización agrícola que hubiera remediado los problemas de abastecimiento (Pérez Macías 2002).

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- Beltrán I. El tipo anfórico más numeroso en el alfar corresponde a bordes y pivotes que pueden identificarse con la forma Dressel 7 (fig. 12: 4-8). Por fortuna en una colección particular de Bonares se encuentra un fragmento de ejemplar correspondiente a esta forma, que nos ha servido para definir el tipo, pues los bordes se acercan también a las formas Beltrán IIA (Beltrán Lloris 1970), producción que no descartamos totalmente una vez que conozcamos otros ejemplares más completos. Ese ánfora tiene la boca acampanada, borde almendrado interior, levemente carenada al exterior, cuello desarrollado, suave carena en la parte superior de la panza, en la unión con el cuello, y panza de tendencia ovoide. Las asas, de sección lenticular, arrancan por debajo de la carena del borde y terminan en la zona superior de la panza (fig. 12: 4). A estas ánforas corresponden los pivotes huecos, de tendencia troncocónica, que son los pivotes más abundantes en el alfar. La pasta mantiene las tonalidades de los restantes tipos cerámicos del alfar, aunque no está presente la textura hojaldrada en la sección, característica de la forma Haltern 70. Dentro de la variedad de bordes que pueden adjudicarse a esta forma, pueden establecerse, al menos, dos grandes grupos, uno con perfil netamente almendrado y labio apuntado, y otro más corto, sin un engrosamiento tan marcado. Esta particularidad de los bordes de Pinguele distingue estas producciones de las embocaduras en forma

Figura 12.

trompeta de la zona gaditana (Lagóstena Barrios 1996; García Vargas 1998). Se ha constatado también su producción en la zona valenciana (Aranegui Gascó 1981) y Cataluña (Revilla Calvo 1993). Otros bordes pueden catalogarse como pertenecientes a la forma Dressel 8 (figs. 13: 5, 6 y 8). Se diferencia de las anteriores tanto en la tipología del cuello como del borde. El borde es acampanado, ligeramente engrosado al exterior, y el cuello de tendencia cilíndrica y desarrollado. Su perfil se acerca a formas Dressel 8, aunque sin conocer el desarrollo completo del cuello y la forma de la panza esta clasificación puede ser arriesgada. Perfiles semejantes se conocen en las formas Beltrán IIbA (García Vargas 1998). -Beltrán IIB. Otras embocaduras, acampanadas y borde vuelto, presentan grandes similitudes con la forma Beltrán IIB (Beltrán Lloris 1970), variedad que está representada por tres fragmentos (fig. 13: 1 y 2). La uniformidad de sus perfiles debe corresponder por tanto a una forma distinta a la anterior. Su producción también ha sido reseñada en las factorías de salazón de la costa de Huelva, Punta Umbría (Beltrán Lloris 1977), y en el Cerro del Trigo y Rompido (Beltrán Lloris 1990). - Dressel 14. Otro tipo de ánfora representada en el alfar a juzgar por algunos bordes es la forma Dressel 14 (fig. 13: 3 y 4), tipo IV de las producciones hispanas de M. Beltrán (Beltrán Lloris 1970). Es un ánfora de cuerpo más o menos cilíndrico, de paredes que tienden a ser paralelas, cuello estrangulado o carenado según las variantes, y embocadura ligeramente acampanada con el borde reforzado. Las asas suelen tener una fuerte estría central y los pivotes son cilíndricos, macizos o huecos. M. Beltrán identificó este tipo de ánfora en los pecios Gandolfo, Guardias Viejas, Roquetas de Mar, e isla Conejera, y distinguió sus lugares de producción en los alfares de Calahonda y Motril en la costa de Granada (Beltrán Lloris 1970). Los rótulos pintados en estas ánforas, liquamen excelens, liquamen flos excelens, y muria, están relacionados con las producciones de las fábricas de salazón de las costas meridionales ibéricas. A partir de las excavaciones en Ostia Panella diferenció dos variantes en este tipo de ánforas (Panella 1972), y A.J. Parker (1977) atribuyó otro centro de producción de estas ánforas a la Lusitania, con modelos distintos a los béticos, también recogidas como de origen lusitano por Edmonson (1987). Los lugares de producción lusitanos se han detectado sobre todo en la desembocadura del Sado, Setúbal, Pinheiro, Abul, Enchurrasqueira, Barrosinha, y Bugio (Mayet, Schmitt y Tavares 1996), en la desembocadura del Tajo, Porto dos Cacos, Rouxinol, y Garrocheira (Amaro 1990; Duarte 1990; Cordeiro 1990), y en las costas del Algarve, Martinhal, Quinta do Lago, Castro Marín (Alves, Diogo y Reiner 1990; Arruda y Fabião 1990; Tavares, Coelho y Correia 1990).

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Figura 13.

Estas producciones lusitanas se relacionan también con la comercialización de salsas y salazones de pescado de las cetariae de las costas atlánticas lusitanas (Edmonson 1987; Fabião y Guerra 1990; Etienne 1990; Étienne, Makaroun y Mayet 1994). Tipológicamente sus orígenes se han establecido en las formas Haltern 70 y Pascual I, siendo dificultoso en ciertos casos una distinción clara entre ellas. Véase por ejemplo a este respecto algunos bordes que hemos considerado de la forma Haltern 70, que en otro contexto podrían catalogarse como Pascual I, y algunos bordes considerados como Dressel 14, que recuerdan así mismo a embocaduras de la Haltern 70 tardías, como los ejemplares del pecio de la Tour Sainte Marie. La distribución de esta forma ha sido estudiada por C. Lopes y F. Mayet, quienes destacan su uso para el comercio regional de salazones y salsas de pescado, como demuestran los hallazgos de las villas de São Cucufate, y en el comercio de larga distancia con destino en la propia Italia, según indican los hallazgos de Ostia, donde llegan en compañía de otros productos hispanos (lingotes de cobre, vino layetano, salazones y aceite bético); estos productos aparecen juntos en algunos pecios, en el de San Antonio Abad (Ibiza) con lingotes, en Saint Gervais, en la desembocadura del Rodano, con ánforas béticas de aceite, béticas de salazones, ánforas galas y rodias, y en Cap Venat I y Sud-Lavezzi III, junto a ánforas de vino layetano (Lopes y Mayet 1990).

-Dressel 20. Un solo borde puede identificarse como perteneciente a la forma Dressel 20 temprana (fig. 13: 7). Tiene forma convexa y el tipo de pasta es idéntica a las restantes producciones de este alfar. La tipología del borde se acerca a formas de la primera mitad del siglo I d.C., bien caracterizada en la frontera renana (Martín-Kilcher 1994). -Materiales de construcción. En el testar son también abundantes los fragmentos de tégulas y ladrillos, algunos de ellos con escorificaciones en su paredes exteriores como consecuencia de cocciones defectuosas. Pero la prueba de esta producción es una pella donde han quedado pegados un conjunto de ladrillos pequeños (laterculi) a consecuencia de un fallo en una hornada (fig. 9a). No es de extrañar que entre las producciones del alfar predominen los contenedores y los vasos para el transporte, dolios y ánforas, sobre formas de menaje doméstico. Hay que considerar que la principal finalidad de este alfar era el abastecimiento de los fundi cercanos, donde los elementos de almacenaje eran indispensables en la reserva de la producción agrícola (cella vinaria y cella olearia). De tal manera, la producción de este alfar nos está indicando indirectamente de las capacidades de producción de los asentamientos rurales de la campiña, cuyos niveles de producción hicieron necesaria la aparición de figlinae para el almacenamiento de los mismos en algunos de estos establecimientos. La producción de recipientes anfóricos relacionados con el envasado y comercialización de productos de la viña y el olivar, es también un buen indicador de las cualidades y cantidades de esta producción, que llegaba a exportarse en los mismos envases que utilizaban los establecimientos fundiarios del valle del Guadalquivir, del cual esta comarca es una prolongación natural. El resto de la producción de este alfar, lebrillos, morteros, orzas, y marmitas, de menor representatividad en el taller, supondría un complemento de estas producciones, que podían comercializarse también a estos centros rurales, a los que llegaban las cerámicas finas de mesa desde el exterior. La escasa complejidad técnica de la fabricación de estos tipos de cerámicas comunes hacía fácil su elaboración para el abastecimiento a estos asentamientos rurales de la comarca. En resumen, el alfar de Pinguele surgió por las necesidades de almacenamiento y comercialización de la producción agrícola de la campiña, pero dedicó también una pequeña parte de su producción al abastecimiento de cerámicas comunes para el entorno. EL ROMPIDO (CARTAYA). El lugar, una aldea de pescadores, se ubica en la zona litoral, entre las localidades de El Portil y Cartaya (fig. 14), sin que haya sido posible localizar el lugar concreto donde se ubicaron los hornos, de los que sólo tenemos las noticias de

Alfares y producciones cerámicas en la provincia de Huelva. Balance y perspectivas

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Figura 14.

Ponsich (1988, 77), que informa de la existencia de algunos fragmentos de fallos de horno y de ánforas del tipo Beltrán IIA que podrían indicar la presencia de un horno de alfar. El lugar también es recogido por Beltrán (1990, 224) quién también indica la presencia de fallos de hornos de ánforas Beltrán IIA. Desconocemos la procedencia exacta de estos materiales, pues en ese lugar sólo hemos catalogado un asentamiento romano en Urberosa (Campos, Pérez y Vidal 1999a), con Sigillatas Africanas de los siglos IV y V d.C. LA ORDEN (HUELVA). Mapa Topográfico de Andalucía 1:10.000, Hoja 999/3-2. Coordenadas: 150405/4133806. Está situado en una barriada periférica del casco urbano de Huelva, en un lugar que en época romana estaría al borde de las marismas del Odiel y cercano a uno de sus esteros (fig. 2). M. Del Amo realizó una excavación en los años 70 que puso al descubierto una necrópolis bajo-imperial y cuatro hornos (Del Amo y De La Hera 1976, 108-109, Lámina 30-31) uno de los cuales se aprecia en la figura 15a. No se recuperaron materiales cerámicos en los alrededores de los hornos, pero en su interior abundaba el material constructivo y en las fotos de los enterramientos se observan marcas circulares en las tégulas, que podrían corresponder a marcas de alfarero, por lo que parece razonable establecer que una parte de su producción estuviera destinada a materiales de construcción. Idénticas marcas en las tégulas se han detectado recientemente en la excavación de la villa romana de La Almagra (Campos, Vidal y Gómez 2002), situada muy cerca de la ubicación de estos hornos, que pensamos han sido fabricadas en el mismo alfar que las de La Orden, tal vez en los hornos excavados por M. Del Amo. En los fondos del Museo Provincial de Huelva también se conserva un ánfora aparecida no muy lejos de la ubicación de los hornos, del tipo Beltrán IIB (Bedia, Alzaga, Cuenca y Valera 1992, 161). Otra circunstancia más que añadir sobre la posible producción de estos hornos es que en esta barriada en fechas recientes se ha recuperado un lote de ánforas de la forma Keay XXV en un seguimiento arqueológico, todavía inédito.

Figura 15 a. Es posible pensar por todo esto que en esta zona se encontraba una de las áreas alfareras de Huelva, que nutriría no sólo las necesidades del asentamiento de la ciudad, sino de todo el entorno, donde se ubican factorías de salazones y explotaciones agrícolas periurbanas. Su producción pudo estar destinada a la elaboración de materiales de construcción y ánforas. Los tipos de éstas, Beltrán IIB y Keay XXV, abogan por un período prolongado de actividad desde época alto-imperial hasta el siglo VI d.C. EL TERRÓN (LEPE). Mapa Topográfico de Andalucía 1:10.000, Hoja 999/1-3. Coordenadas del polígono de delimitación: 128716/4128001 128730/4127586 129372/4128046 129033/4128189 El Terrón es una pequeña factoría de salazones en la desembocadura del río Piedras, término municipal de Lepe (fig. 14). Es una de las pocas cetariae de las que contamos con información procedente de excavación, aunque el carácter de urgencia de la misma no permitió centrar las intervenciones en aspectos y sectores que hubieran ayudado a comprender mejor la naturaleza y estructura del asentamiento. Las primeras referencias sobre el yacimiento se deben a G. Bonsor (1928), que identificó los restos romanos de El Terrón con la Laepa de Estrabón por las similitudes del nombre. Más tarde J.P. Garrido y E.M. Orta situarían aquí la Laepa romana, mientras que asignaron un origen árabe al actual Lepe (Garrido y Orta 1975), y J.M. Luzón (1975) refiere la aparición en este yacimiento de un tambor estriado de columna de grandes dimensiones, que se conserva en la Casa de la Cultura de Lepe. Una valoración preliminar del yacimiento se realizaría en el marco del Proyecto Tierra Llana de Huelva (Campos, Castiñeira, García y Borja 1990), en el que se planteó su delimitación y se catalogó como asentamiento dedicado a las pesquerías y salazones (Campos y Gómez 1996).

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Ante la inminente urbanización de la zona, realizamos una primera intervención de emergencia en 1996 (Campos, Pérez y Vidal 1999a). En esta actuación se realizó una prospección por sectores y cuatro sondeos estratigráficos en la zona que sería más afectada por las obras de urbanización (Campos, Pérez, Vidal y Gómez 2001). Los materiales cerámicos de la prospección confirmarían su cronología tardía por la presencia de ánforas de los tipos Keay XXII, XXIII, XXIV y XV, y Sigillatas Africanas del siglo IV (Hayes 61). En dos de los sondeos (A-2 y A-4) se documentó el área doméstica, con muros de opus incertum y hogares centrales con solería de ladrillos, y el registro estaba formado igualmente por ánforas tardías de las formas Keay XIX, XXIII, XXV y XXXV, Sigillatas Africanas, Hayes 61 y 104, y cerámicas a mano tardorromanas, que extendían la cronología de la ocupación hasta el siglo VI d.C. Un tercer sondeo (A-3) descubrió un sector de necrópolis, con enterramientos de inhumación sin ajuar funerario y tumbas de tégulas formando la caja y una cubierta a doble vertiente. Para el asunto que ahora nos interesa, el más fructífero fue el sondeo D-2, que se planteó en la zona más alta del asentamiento, en el extrarradio de la zona de vivienda, junto a uno de los sectores donde se recogieron muchos fragmentos de opus signinum, que interpretamos como pertenecientes a piletas de salazón y donde situamos la zona de manipulación del pescado de la factoría de salazones. En este sondeó se excavó la base de un horno cerámico que estaba formado por una estructura exterior de ladrillos, recubiertos al interior por una gruesa capa de arcilla, que se había escorificado por la combustión (fig. 15b). Su forma es de tendencia piriforme con un pequeño corredor de acceso. En su interior se recuperaron algunos fragmentos de galbos de ánforas de tipología indeterminada. La proximidad del horno a los posibles restos de piletas de salazón señalan la relación directa de este alfar con la producción y comercialización de las salazones. El asentamiento quedó bien definido en sus áreas funcionales, necrópolis, área de habitación y zona industrial con piletas de salazones y hornos de ánforas. Una campaña posterior en el año 1997 se centró en la excavación de un nuevo corte estratigráfico (Campos, López, Benabat, Vidal y Pérez 2000), en el que se documentó una estructura excavada en la arena en forma de zanja, completamente rellena de material cerámico. El seguimiento de las obras de urbanización nos permitió comprobar la existencia de estructuras en forma de pequeñas piletas excavadas en la arena, que estaban en relación con la zanja. Estos tanques y la zanja, sin ningún tipo de recubrimiento, se relacionaron con las fossae y multifidos lacus de las instalaciones salineras, lo que completaba el cuarto de los sectores de esta fábrica. Aunque no existen fallos de hornos en el registro cerámico de la excavación, la aparición de restos de ánforas en el horno es un argumento para proponer que en esta factoría se fabricaban las ánforas para el transporte de la producción

Figura 15 b.

Figura 15 c.

pesquera. La preponderancia de las formas Keay XIII y XXXV pudiera ser un indicio de su fabricación local (fig. 16). Tampoco puede descartarse la fabricación de cerámicas comunes y materiales de construcción, pero no contamos con pruebas que lo confirmen. CASA DEL PUERTO (LUCENA DEL PUERTO). Mapa topográfico de Andalucía 1:10.000, Hoja 1000/2-1. Coordenadas: 169214/3137391. El modelo de Pingüele no es único, pues un caso similar se encuentra en Casa del Puerto (fig. 5), un establecimiento situado también a la orilla del Tinto, aguas abajo de Pinguele, en el que realizamos una prospección superficial al tener noticias de la destrucción de hornos y las estructuras correspondientes a una almazara (torcularium) por una cantera de áridos (Pérez Macías 2003a). Estos elementos confirman que muchas de las villas ribereñas tuvieron instalaciones alfareras para el comercio de la producción agrícola. La prospección se vio reducida a la documentación fotográfica de los restos de estructuras romanas, desplazadas de su lugar originario por el derrumbe del frente de la plaza de cantera, donde se había depositado el sedimento de la zona de hábitat romano. Nos ha permitido definir que el asentamiento es un establecimiento fundiario romano, que aprovecha la orilla del río Tinto, donde cumple las funciones

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Figura 16.

de villa rustica y portus. Los muros de las estancias de la villa estaban construidos con lajas de pizarra, fragmentos de tegulae y barro, y tenían unas dimensiones medias de 2 pies romanos, aproximadamente 60 centímetros. En todas las habitaciones el pavimento era de opus spicatum con pequeños ladrillos (laterculi). Entre el material cerámico, muy escaso, se encuentran cerámicas de los siglos I d.C. al V d.C., Sigillatas Hispánicas del taller de Andújar, Sigillatas Africanas (Hayes 8, 23 y 91), y vasos de almacenaje y transporte abundantes (ánforas y dolios), por lo que este establecimiento romano cumpliría las funciones de vivienda (pars urbana) y zona de trabajo y almacén de productos agrícolas (pars rustica), que se expedirían utilizando la vía del río Tinto. Junto a una de las escombreras se encuentra desplazado también un contrapeso de prensa turcular, lo que indica que los productos agrícolas eran tratados y envasados en el mismo lugar. El estado de destrucción de los restos impide, sin embargo, establecer las producciones de esos hornos, aunque puede ser significativa

Figura 17. la abundancia de paredes de ánforas sin tipología determinada. MINAS DE RIOTINTO. En la cuenca minera del Andévalo también se concentró una importante industria alfarera, en la que conocemos incluso el nombre y condición de alguno de sus alfareros (fig. 17). Las dimensiones del mayor asentamiento de Riotinto, el de Cortalago, centrado en la explotación del Filón Norte y en la producción de plata, de más de 1.500 mts de longitud y unos 200 mts de anchura, da idea del alto nivel de desarrollo demográfico que alcanzó Riotinto a lo largo del siglo I d.C. y la primera mitad del siglo II d.C., desarrollo también constatado en la extensa necrópolis que va rodeando como un cinturón a la zona de hábitat (Jones 1980). De esta necrópolis proceden buen número de inscripciones que son un referente para el conocimiento de esta población minera. De ellas se ha subrayado la presencia de contingentes de emigrados de otras zonas hispanas, principalmente lusitanos y galaicos (Blanco y Luzón 1966), que acudieron a esta zona minera en busca de mejores condiciones económicas que las de sus lugares de origen. Todos ellos serían de condición libre, que utilizan los tria nomina y no hacen mención a su tribu. Los escasos testimonios de esclavos se delatan por el empleo de un solo nomen a partir de la origo, como Germanus. Este predominio de la población libre en la mina también está evidenciado tanto en la riqueza de los ajuares funerarios como en el registro cerámico del poblado minero, en el que están representadas todas las especies de cerámica fina de mesa, Sigillatas Itálicas, Sudgálicas (Graufesenque), Hispánicas (Andújar) y Africanas, Paredes Finas, y toda clase de lucernas y ánforas, en su mayor parte béticas. En la arquitectura no se utilizan los opera romanos, pero tiene elementos singulares, como los cristales de ventana y la decoración arquitectónica (columnas, basas, capiteles, arquitrabes, etc) talladas en mineral de hierro (gossan transportado), muy abundante en la zona de Alto de la Mesa, es un buen exponente de las industrias subsidiarias que vivieron en los alrededores de la mina, en la que destacarían officinae destinadas al abastecimiento de esta población (figlinae, lapidicinae, etc.). De algunas de ellas tenemos un conocimiento indirecto, como el taller de vidrio de propiedad imperial, atestiguado por los sellos de los unguentaria recuperados en la necrópolis (Price 1977). De otras contamos

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con una confirmación directa, como la figlina de Lucius Iulius Reburrinus. Debido a los grandes movimientos de tierras en la mina, la mayor parte el material arqueológico depositado en el museo creado por la compañía británica que explotaba la mina procedía de hallazgos casuales. Todo este material pasaría más tarde al Museo Provincial de Huelva. Entre estos hallazgos sobresale una tumba de incineración con su lápida, dada a conocer por J. M. Luzón y D. Ruiz (1970). La inscripción hacía referencia a un individuo definido por los tria nomina y por su origo lusitana:

D. M. S. L. IULIUS. REB

URRINUS. OLISP. AN. XLI. H.S.E.S.T.T.L.

FORTUNATA. CON TUBERNALIS. F. C.

El epígrafe fue relacionado por estos autores con los sellos más abundantes en las lucernas mineras de Riotinto, la marca L.I.R. (Luzón Nogué 1967), que coincidía con las iniciales del personaje sepultado en la tumba, Lucius Iulius Reburrinus. El tipo de letra de la inscripción se fechó en el siglo II d. C., y se planteó que Reburrino emigró de la zona de Lisboa (Olisipo) hacia el cambio de siglo, estableciéndose en Riotinto como alfarero, donde se especializaría en la fabricación de lucernas. Pertenecía a una familia, los Reburrini (Rubio Alija 1954), de tradición alfarera, y su producción abasteció a otras minas de la Bética y Lusitania, pues esta marca se ha encontrado también en lucernas de Cerro Muriano (Córdoba) y Aljustrel (Bajo Alentejo, Portugal). Existen otros sellos en las lucernas mineras de Riotinto, pero la abrumadora mayoría del sello L. I. R. y la inscripción funeraria creemos que son suficientes elementos de juicio para situar la oficina de Lucius Iulius Reburrinus en Riotinto. La tipología de las lucernas mineras de Riotinto entra en la característica forma de la lucerna de volutas del siglo I d.C., pero presenta unas peculiaridades que las hacen fácilmente reconocibles (fig. 18). Su catalogación se la debemos a J. M. Luzón, al que seguimos en su descripción, que realizó su estudio a partir de 343 ejemplares aparecidos en Riotinto. Dentro de ellas es posible establecer dos modelos, uno más elegante, de pasta más depurada, de menor capacidad, unos 11 cm. de longitud, y otro de ejecución más descuidada y de mayor capacidad, de unos 15 cm. de longitud. Además del sello inciso en el fondo exterior cuando todavía el barro estaba húmedo, suele presentar una serie de puntitos impresos alrededor del discus en los ejemplares más cuidados, y en el discus y en el rostrum en los ejemplares más toscos, y una hedera en relieve en la zona de unión del disco y el pico. Otros ejemplares carecen de decoración y el recuerdo de las volutas queda reducido a pequeños muñones en relieve entre el disco y el pico (Luzón Nogué 1967). Las dos variantes sirvieron para proponer una relación

Figura 18. cronológica entre ambas, más antiguas las cuidadas y tardías las de pasta grosera, sin embargo, las dos aparecen asociadas en los mismos estratos del poblado de Cortalago. Podría pensarse así que las diferencias de tamaño y tratamiento tienen explicación en una distinta funcionalidad, las primeras más propias de ambientes domésticos, y las segundas destinadas a su empleo en las labores de minería subterránea de galerías (cuniculi) y pozos (putei), donde eran un ajuar indispensable para el minero. En las galerías romanas de Riotinto aparecen a trechos regulares pequeños huecos en las paredes, generalmente ennegrecidos, que servían para colocar la lámpara que iluminaba al minero la zona de trabajo (lucernarios). El período de producción de estas lucernas y, por tanto, de este taller se encuentra bien representado en la estratigrafía del poblado de Cortalago, en la que hemos hallado fragmentos de lucernas con el sello L.I.R. tanto en la fase II-A, de época flavia, como en la II-B, trajano-adrianea. Reburrino desarrollaría su actividad como alfarero de Riotinto entre fines del siglo I d.C. y los comienzos del siglo II d.C. (Pérez Macías 1998). Parece poco probable que Reburrino se dedicara exclusivamente a la fabricación de lucernas, aunque hasta el momento su producción sólo pueda certificarse por la marca que patentiza sus lámparas. Entre el material cerámico procedente de la necrópolis de Riotinto existe también un

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conjunto de vasos, muy uniformes desde el punto de vista tipológico, cuyos desgrasantes de óxidos e hidróxidos de hierro (gossan) son la mejor prueba de su elaboración local. En los ajuares de esta necrópolis se incluyen por lo general la olla cineraria, ungüentarios, y algunos vasos para libaciones. En los ajuares más ricos un vaso de Sigillata y un vasito de Paredes Finas (Mayet 1970). En los ajuares más pobres esta vajilla funeraria está formada por una jarrita piriforme de motivos bruñidos al exterior y pequeños vasitos que reemplazan a las formas de Paredes Finas; ambos tipos de vasos tienen en común el desgrasante de óxidos de hierro y por tanto un origen local. En la colección de vasos del Museo Minero de Riotinto se destaca un lote compuesto por más de sesenta ejemplares que pueden asignarse por sus características tipológicas y de tratamiento a la mano de Reburrino. La forma general de estos vasos es el perfil piriforme, fondo plano indicado o de sección anular, cuerpo de mayor diámetro en el tercio inferior, carena gallonada que lo separa del tercio superior, cuello estrangulado, y borde saliente; tienen un asa de sección lenticular, en algunos casos geminada, que se desarrolla desde el borde hasta la altura de la carena. Sus medidas son bastante regulares, entre 10 y 11 cm de altura, de 6,30 a 8 cm de diámetro en la embocadura, y de 3 a 4 cm de diámetro en el solero (fig. 19: 1-4). Dentro de las pastas se presentan dos variedades, una de cocción oxidante y barros anaranjados, y una segunda reductora, de coloraciones grisáceas. Tanto en uno como en otro tipo de pastas se presenta un tratamiento peculiar, las superficies están espatuladas y tienen una decoración de motivos bruñidos en el cuello y en la parte superior del cuerpo, por encima de la línea de la carena, formando dos series de líneas bruñidas en vertical en algunos casos y ligeramente inclinadas en otros (fig. 19: 1-3). En algunos ejemplares, sometidos a una limpieza excesiva, se ha perdido casi al completo esta decoración bruñida, pero todos deberían llevarla (fig. 19: 2). Aunque no forman una serie aparte, un reducido número se distingue también por la pérdida de la carena gallonada y por el empleo de barros menos depurados de color castaño (fig. 19: 4); la forma general, piriforme, y los motivos bruñidos siguen, sin embargo, los modelos ya descritos. No existen paralelos cercanos para este tipo de jarritos, y sus precedentes hay que buscarlos en las cerámicas comunes regionales de la Lusitania, donde son muy corrientes en los repertorios de Conimbriga (Alarcão 1976). Los pequeños vasitos para libaciones (fig. 19: 5-13) suelen tener fondo plano, forma bicónica de carena acusada y boca abocinada, aunque pueden aparecer ejemplares de perfiles más suaves. Dentro de ellos algunos, de tamaño ligeramente mayor, están provistos de dos asas a modo de jarritas. Sus dimensiones son reducidas, de 0.82 cm por 0,16 cm de tamaño medio, pero en los ejemplares con asas se pueden alcanzar mayores dimensiones, de 14,2 cm por 11, 5 cm. La pasta esta formada generalmente por un barro poco depurado

Figura 19.

de textura arenosa, y variado colorido, tanto de tonos oxidantes, anaranjados, como reducidos, grisáceos (Martínez Rodríguez 1989). Dado que, como en el caso anterior, carecemos de elementos de cronología relativa por la falta de correlación de las cerámicas procedentes de la necrópolis depositadas en el Museo Provincial de Huelva y en el Museo Minero de Riotinto, el único contexto fiable para poder fechar este conjunto de vasos es su aparición en la estratigrafía del hábitat de la zona de Cortalago. De ella procede un ejemplar casi completo de la cuadrícula G-12, en un ambiente cerámico definido por la Sigillata Hispánica del taller de Andujar y las primeras importaciones de Sigillata Africana, que hemos situado en época de Trajano y Adriano, de fines del siglo I d.C. y los comienzos del siglo II d.C. Esta cronología coincide con el momento que hemos asignado a las lucernas con sello L.I.R., y es un argumento que puede

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servir de apoyo para adjudicar la producción de estos vasitos al taller de Reburrino. Otro argumento de peso es el paralelo tipológico de esta forma, poco corriente en las necrópolis béticas, en las que se utilizan los vasos de Paredes Finas. Se propuso por esto que imitaba este tipo de cerámica, pero se reconocía que su forma no era equiparable a ninguno de los tipos conocidos. Sus paralelos más cercanos se encuentran en algunas necrópolis de la Lusitania (Rosa, Smith y Ferrer 1981), y su origen se puede remontar a formas de cerámica prerromana del oeste peninsular (Pérez Macías 1993). Así pues, estas producciones locales de Riotinto siguen modelos prerromanos que perduran en época romana, un ejemplo más que define las producciones de este alfarero de Riotinto. Lo más característico de estas dos formas son, sin embargo, los tipos de desgrasantes, muy abundantes en el cuerpo de la pasta, formado por gossan (hidróxido de hierro), y pequeñas partículas de escorias metalúrgicas de tamaños finos y medios, de hasta 0,5 mm. de diámetro. Por todo ello este taller alfarero establecido en Riotinto tuvo una producción mucho más diversificada de lo que en un principio pensábamos. En las excavaciones que hemos llevado a cabo en el poblado minero de Cortalago esos mismos desgrasantes de hidróxidos de hierro y pequeños fragmentos de escorias se han observado en otro tipo de recipientes, especialmente en ollas y platos de borde escalonado (Pérez Macías 1998). JIMENOS (MOGUER). Mapa Topográfico de Andalucía 1:10000, Hoja 999/4-2. Coordenadas: 157936/4131994. El asentamiento está situado en la margen izquierda del río Tinto, a escasa distancia de su desembocadura, en término municipal de Moguer (fig. 2). Aprovecha un meandro del río donde se disponen cuatro localizaciones con material romano en superficie, con material constructivo, Sigillatas Hispánicas decoradas con círculos, Sigillatas Africanas, cerámicas comunes, y ánforas. El terreno es de uso agrícola y se encuentra profundamente removido por el arado y es dificultoso distinguir funcionalidades dentro de ellos, aunque por su disposición nos inclinamos a pensar que forman parte de una misma unidad de explotación, tanto de productos agrícolas como pesqueros y a su comercialización por vía fluvial. El catálogo de este alfar se deduce de una recogida aleatoria de material cerámico realizada por el dueño de la finca, posteriormente depositada en el Museo Provincial de Huelva. Se compone fundamentalmente de material anfórico y constructivo con fallos de hornos. Varios fragmentos de ánforas y ladrillos están fuertemente escorificados, pasados de fuego. La tipología de la ánforas corresponde a las formas alto-imperiales Beltrán IIB, de bordes exvasados y cuerpos piriformes de largo cuello (fig. 20: 1-2, y fig. 21: 6-10) y formas bajo-imperiales de los tipos Keay XXII y XXIII (fig. 20: 3-6 y fig. 21: 1-5). Las pastas suelen ser amarillentas y depuradas en ambos casos. Pueden asignarse a la producción del taller dolios, tapaderas y bacines (fig. 21:11-21).

Figura 20. Los Jimenos sería así un establecimiento rústico en el que se combinaron las tareas de producción agrícola y las producciones de cerámica, materiales de construcción, ánforas y cerámicas comunes. No existen evidencias de industrias pesqueras, pero no puede desecharse esta actividad dada la situación del asentamiento. Su cronología abarcaría un período de producción entre el siglo I y V d.C. ESTERO DE DOMINGO RUBIO (PALOS-MOGUER). Mapa Topográfico de Andalucía 1:10.000, Hoja 999/4-4. Coordenadas: 152148/4124440. 153088/4129233. Designamos con este nombre un área muy amplia ubicada en la margen derecha del Estero de Domingo Rubio, cercano a su confluencia con la desembocadura del río Tinto, entre las dos coordenadas apuntadas (fig. 2) . Sobre toda esta zona existe información dispersa que hacen sospechar la existencia de una importante zona alfarera. Las primeras noticias las proporciona J.M. Luzón (1975, 315), quién al referirse a La Rábida apunta la existencia de numerosos ejemplares de ánforas de fabricación española del s. II d.C. que se encuentran tanto en la Sede de la Universidad Internacional de Andalucía como en el Monasterio de La Rábida. Señala además la existencia de varios hornos romanos próximos a la escuela Politécnica de la Universidad de Huelva. M. del Amo (1976) se refiere también a ellos. A fines de los años 90, al producirse una tala de eucaliptos y la consiguiente revegetación de la zona en los terrenos de la escuela Politécnica, en la ladera del estero Domingo Rubio, donde ya Luzón señaló la situación de los hornos, aparecieron una serie de concentraciones individualizadas y dispersas que no fueron investigadas, donde se acumulaban restos de ánforas, tégulas y ladrillos de filiación romana.

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Figura 21.

En la actualización del Catálogo de Yacimientos de la provincia, se incluye un lugar con el nombre de Arroyo Flores, situado 2 kms más al interior, también en la orilla del Estero Domingo Rubio, sobre uno de los pequeños cabezos, que muestra idénticas evidencias materiales que el anterior. Finalmente, hemos tenido acceso, en los momentos de cierre del presente trabajo, a la documentación generada por una visita de técnicos de la Delegación Provincial de Cultura de Huelva tras una denuncia de expolio (García Rincón 2003). En una amplia zona que partiendo del punto anteriormente citado se desarrolla en un área de unos 3 kms hacia el interior del Estero y ocupando pequeñas elevaciones, se catalogan un total de 7 yacimientos romanos, denominados como Dehesa del Estero I a VII. La descripción de todos ellos coincide en los mismos términos, concentraciones de tégulas, ladrillos y ánforas en un cabezo próximo al estero. A falta de excavaciones en la zona, estas evidencias nos hacen sugerir la posibilidad de que nos encontremos ante un centro alfarero de ánforas y material constructivo. Su ubicación en el estero, próxima a la desembocadura y a las factorías de salazones cercanas (Huelva, Punta Umbría, Saltés, El Rincón, etc.), con una excelente comunicación fluvial y junto a abundantes bancos de arcilla, avalan esta hipótesis que habrá de ser contrastada en investigaciones futuras. VALDEMARÍA (MOGUER). Mapa Topográfico de Andalucía 1:10.000, Hoja 999/4-3. Coordenadas: 155260/4129233.

Se sitúa en una formación de pendiente, cercana a una planta de tratamiento de aguas, y a una cota relativa muy próxima a la del río (+ 10/15 mts sobre el nivel del río actual; fig. 2). El lugar sólo ha sido objeto de una prospección de superficie (Pozo, Campos y Borja 1996, 153). Aparecen en superficie restos de paredes de lo que debió ser un horno de fabricación de cerámicas. A juzgar por el alto número de fragmentos de paredes de ánforas, pudo estar especializado en la fabricación de estos recipientes, sirviendo de suministro a las factorías de salazón que existieron en el entorno de la ría del Tinto-Odiel. EL EUCALIPTAL (PUNTA UMBRÍA). Mapa Topográfico de Andalucía 1:10.000, Hoja 999/3-4. Coordenadas del polígono de delimitación: 147866/4123370 148020/4123387 147847/4124036 147936/4124045 El yacimiento aparece citado con varias denominaciones según los diferentes autores. M. Beltrán (1977, 106-107 y 1990, 224) lo recoge con el nombre de Punta Umbría, al igual que M. Ponsich (1988, 76). También es recogido en otros trabajos con el nombre de La Peguera (Luzón Nogué 1975, 314; Campos, Teba, Castiñeira y Bedia 1990, 73). Tras las prospecciones realizadas a mediados de los 90 se denomina por vez primera como El Eucaliptal (Campos y Gómez 2001). A partir de las intervenciones arqueológicas de 1994, el yacimiento pasa a denominarse definitivamente como El Eucaliptal, nombre con el que aparece en la base de datos Arqueos y con el que se ha tramitado la elaboración del expediente para su inclusión en el Catálogo del Patrimonio Histórico de Andalucía. El yacimiento romano de El Eucaliptal se encuentra ubicado en la flecha de Punta Umbría, a las afueras del casco urbano de esta población costera (fig. 2). Se extiende bajo el viejo polígono industrial llegando hasta la zona de La Peguera, frente al asentamiento de la Isla de Saltés. Los límites este y oeste los definen respectivamente la orilla de la Ría de Punta Umbría y el camino de prolongación de la Avenida de la Marina. Hasta hace sólo unos años la parte más importante del mismo se encontraba sin construir, en una zona cubierta por un depósito dunar poblado con pinos, que hasta la década de los ochenta lo estuvo por un eucaliptal, lo que dio lugar al nombre por el que se le conoce. Hoy la mayor parte del yacimiento está ocupada por las construcciones del polígono, así como por otras edificaciones diversas y, sobre todo, por la reciente urbanización para la instalación de un complejo lúdico, en el que se ha reservado una zona para integrar parte del yacimiento, del cual aún permanecen áreas sin excavar. La flecha litoral de Punta Umbría se encuadra dentro de la secuencia Holocena reciente de evolución del cierre del estuario de los ríos Tinto y Odiel, y su análisis geomorfológico denota, en efecto, importantes

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transformaciones paisajísticas a partir del máximo transgresivo Flandriense, y, en especial, durante las fases protohistóricas y posteriores. Por las cronologías absolutas y arqueológicas que aporta, esta unidad de flecha debió estar ya completamente emergida en época romana (Rodríguez Vidal 1987; Cáceres Puro 1992). Se trata de una factoría de salazones de una cierta entidad, probablemente la más importante del litoral onubense junto a la de El Cerro del Trigo y las ubicadas en el casco urbano de Huelva. Al yacimiento se le asocian producciones alfareras basándose, inicialmente, en la aparición de amasijos de ánforas completamente fundidos, así como de numerosos ejemplares anfóricos con defecto de cocción (Beltrán Lloris 1977, 106-107 y 1990, 224). En los años ochenta apareció un horno cerámico que fue documentado por un fotógrafo de la localidad (figura 15c) y en las excavaciones realizadas en los años 1993 y 1994 (Campos, Alzaga, Benabat, Borja, Bermúdez, Cuenca, Gómez, Guerrero, y Vidal 1997; Campos, Vidal, Guerrero, Benabat, y Bermúdez 1999) fueron muy numerosos los ejemplares que se registraron con defecto de cocción. Finalmente, en las últimas campañas de 2002 y 2003 se han localizado hornos de fabricación cerámica (López, Castilla y De Haro 2003). Sobre el yacimiento se han realizado varias prospecciones superficiales. La primera realizada por M. Beltrán (1977) data de principios de los años 70 y en ella observa, como se ha reseñado, indicadores inequívocos de una producción alfarera de ánforas. La segunda, también de principios de los 70 la realiza J.M. Luzón (1975), quién sólo hace alusión a la condición de poblado de pescadores del sitio, al igual que ocurre en la prospección realizada a mediados de los 90, si bien en esta ocasión se procede a una primera delimitación espacial y cronológica del lugar (Campos y Gómez 2001). En 1993 y 1994 se realizan dos campañas de excavación por la Universidad de Huelva. La primera intervención se centró en la prospección arqueológica superficial para determinar la extensión del asentamiento, el estudio del material descontextualizado depositado en algunas colecciones particulares, y la realización de excavaciones arqueológicas mediante zanjas y pequeños sondeos combinados con la limpieza de perfiles en el área de mayor concentración de restos. Como complemento a estas actuaciones se efectuó un análisis geomorfológico sobre el muestreo sistemático del material procedente de los sondeos, y una prospección geofísica en un sector del área de excavación (Campos, Alzaga, Benabat, Borja, Bermúdez, Cuenca, Gómez, Guerrero y Vidal 1997). La prospección permitió definir que en general los sectores más cercanos a la playa presentan mayores concentraciones de materiales, con un mayor porcentaje de ánforas, mientras que en los situados por encima del cantil de la playa predomina la cerámica de mesa y de cocina. Los sondeos manuales, en un total de once, aportaron información sobre la estratigrafía del yacimiento y sus áreas funcionales; se documentaron piletas de salazones asociadas

a ánforas y contenedores en las zonas más cercanas a la playa, y estructuras de habitación con cerámicas de tipo doméstico en las zonas más alejadas de la playa. Las piletas de salazones tenían las paredes revestidas con una gruesa capa de opus signinum y ángulos inferiores rematados en forma de media caña. Ninguna de ellas ha llegado completa, pero sus profundidades medias eran 1,70 metros. En algunos casos se realizaron con fábrica latericia, con ladrillos de módulo de 20 por 30 centímetros, mientras en la mayoría de las ocasiones se excavaban en la arena y se revestía ésta con la capa de mortero hidráulico. Los muros de la zona de habitación tienen aparejo de mampostería con tendel de barro. El material más utilizado fue la pizarra, aunque en ocasiones se utilizan hiladas de ladrillo irregulares, y muros de opus testaceum con paramentos recubiertos por una lechada de cal. Los depósitos faunísticos de esta factoría han sido de vital importancia para definir la actividad económica del asentamiento. Entre los materiales descontextualizados localizados en colecciones particulares abundaban las cerámicas (Paredes Finas, Terra Sigillata Hispánica, Terra Sigillata Africana, y Comunes Africanas), elementos constructivos (ladrillos, tegulae, fustes y mármoles), pesas de telar y de red, monedas de Galieno, Constantino, y Honorio, objetos metálicos (puntas de arpón, anzuelos, clavos, agujas, hebillas de cinturón, botones) y algunos objetos de tocador en hueso y vidrios. En el año 1994 se realiza una segunda campaña de excavación. Esta actuación estuvo motivada por la apertura de una zanja para la instalación de una tubería de canalización de aguas pluviales. Como consecuencia de estas obras quedaron al descubierto una serie de restos arqueológicos que originaron la inmediata paralización de las obras, y el inicio de la investigación arqueológica. Esta nueva investigación tenía como objetivos básicos, entre otros, determinar los restos destruidos por la zanja realizada para el trazado de la tubería, valorar la posible existencia de otros restos a lo largo del trazado de aquélla, y finalmente excavar el área por donde discurriría la zanja. Para ello se combinaron tres tipos de actuaciones, el estudio de los restos que aparecían en la zanja, la apertura de pequeños sondeos con maquinaría a lo largo del trazado propuesto para la tubería, y la excavación del tramo entre donde quedó paralizada la apertura de la zanja y el nuevo límite de aparición de restos arqueológicos en superficie. En los perfiles de la zanja la maquinaria había puesto al descubierto una gran cantidad de tumbas tardorromanas y los sondeos con maquinaria permitieron la delimitación de la necrópolis hacia el oeste, en el sector que podía verse afectado por las obras de la nueva canalización. Además de las tumbas destruidas por la máquina, que se aproximaron al medio centenar, se excavaron en la zona no afectada un total de 51 enterramientos entre incineraciones e inhumaciones (Campos, Vidal, Guerrero, Benabat y Bermúdez 1999; Campos, Pérez y Vidal 1999b).

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Figura 22.

Las últimas intervenciones, como ya quedó señalado, se iniciaron en el año 2002 y aún continúan en la actualidad. Se han puesto al descubierto más enterramientos y sobre todo una importante zona del área industrial consistente en piletas de salazones, depósitos, conducciones de agua, hornos de cerámica, etc. (López, Castilla y De Haro 2003). La cronología de este poblado de pescadores se extendería desde la primera mitad del siglo I d.C., una primera fase de producción representada por la Sigillata Hispánica de Andujar y las formas Beltrán IIB (fig. 22), hasta los siglos IV y V d.C., el momento de mayor producción a juzgar por las Sigillatas Africanas y Focenses y las ánforas Keay VI, VII, XXII y XXIII (figura 23; Campos, Pérez y Vidal 1999b). Las producción anfórica del asentamiento se adapta a la tipología ya señalada en otros asentamientos, producciones alto-imperiales de formas Beltrán IIB, de las que se conservan algunos ejemplares completos en el Museo Provincial de Huelva (Bedia, Alzaga, Cuenca y Valera 1992; Beltrán Lloris 1977), y formas bajo imperiales de los tipos Keay XII y XIII, bien representadas en los enterramientos infantiles en ánforas de la necrópolis. LOS BARRANCOS (VILLARRASA). Mapa Topográfico de Andalucía 1:10.000, Hoja 982/3-4. Coordenadas: 178395/4141581.

Figura 23. La alta densidad de alfarerías en la campiña de la margen izquierda del río Tinto se constata también en el sitio de Los Barrancos, en término municipal de Villarrasa (fig. 5). En este lugar el arroyo de Los Cristos puso al descubierto en una barrancada un horno cerámico de planta piriforme y pilar central (fig. 24a y 24b), que pudo ser documentado gracias al aviso del arqueólogo provincial D. José María García Rincón, quien nos acompañó en su inspección.

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Figura 24 a.

Figura 24 b. En los alrededores del horno abunda en superficie el material cerámico, tanto de construcción, como de cerámicas finas de mesa, cerámicas comunes, y ánforas. El mayor porcentaje de cerámica corresponde a la forma dolium y operculum (fig. 25), que debería ser la producción a la que estaría destinada preferentemente la actividad del alfar. El terreno está intensamente roturado y el material aparece muy rodado, pero algunos fragmentos de bordes y trozos de ladrillos y tégulas tienen escorificaciones y deformaciones propias de los fallos de horno. La presencia de ánforas no puede relacionarse con el horno dada su baja representatividad, y corresponderían, al igual que las cerámicas comunes y finas de mesa, a la existencia de un área de trabajo y habitación en torno al horno. El alfar formaría así una unidad independiente, que puede relacionarse con otros yacimientos próximos, Eriondo (Villarrasa) y Casa del Moro (Niebla), a menos de trescientos metros del horno. Las Sigillatas Africanas de los Barrancos nos sitúan la producción del taller en los siglos IV y V d.C., a los que apuntan las formas Hayes 67 y Hayes 75 (fig. 25: 14-15), pero un fragmento de fondo de Sigillata Hispánica nos indica también que el taller estaba ya en funcionamiento en época alto-imperial.

Figura 25.

Los restos de Eriondo corresponden a la parte urbana de la villa rústica. En el Museo Provincial de Huelva se conserva la parte inferior de una escultura que afloró durante la roturación del terreno. El repertorio cerámico de superficie es más amplio tipológicamente. Aunque abundan los dolios y las tapaderas de borde escalonado (fig. 25: 1-9), también son corrientes las ollas de borde vuelto horizontal (fig. 25: 10 y 11), ahumadas en la superficie exterior, y cerámicas de mesa, especialmente las Sigillatas Africanas, Hayes 61, 50, 32, y 91 (fig. 25: 12-15; fig. 26:7-8), pero en paralelo al área alfarera de la villa también existen materiales más antiguos, como un fragmento de Sigillata Itálica (fig. 25: 16) y ánforas de aceite de la forma Dressel 20, que son suficientes elementos de juicio para establecer que la villa surgió a comienzos del siglo I d.C. y perduró hasta el siglo V d.C. No faltan tampoco las ánforas tardías, Keay XXIII (fig. 26: 4-6) y algunas formas de cerámica común, como los bacines de borde saliente (fig. 26: 1-3), muy abundantes en los asentamientos rústicos de la comarca. En la Casa del Moro (Pérez, Campos y Gómez 2000), ya dentro del término municipal de Niebla, las Sigillatas Africanas tienen también formas de los siglos IV y V d.C., pero lo más reseñable es que su funcionalidad puede asociarse a la producción de aceite, ya que en superficie se encuentra un gran contrapeso granítico de forma cilíndrica.

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Figura 26.

Estos tres asentamientos formarían el espacio de la villa rústica con su parte urbana en Eriondo, su alfarería en los Barrancos y su almazara en Casa del Moro. La producción agrícola comenzaría en el cambio de Era y se mantendría hasta por lo menos el siglo V d.C. 4.- Valoración histórica. A pesar de la diversidad geográfica de la provincia de Huelva, con tres unidades litológicas diferenciadas, la comarca de la Sierra, el Andévalo, y la Campiña (Monteagudo Mechero 1986), la investigación arqueológica sobre el período romano se ha centrado tradicionalmente en la documentación de la ocupación del Andévalo. En el Andévalo, donde se encuentra dentro del Cinturón Ibérico de

Piritas (Pinedo Vara 1963), con grandes depósitos de sulfuros de hierro (piritas) y cobre-hierro (calcopiritas) y concentraciones rentables de plata y oro, la zona mineralizada de mayor envergadura de la Península Ibérica, predomina un sistema de explotación centrado en el laboreo de estas mineralizaciones y en la producción de metales, que se ha considerado el eje económico de la evolución del poblamiento. Se ha acrecentado así el interés de la zona con relación a los distintos momentos de producción y comercio del metal, desde la Edad del Cobre hasta la actualidad (Blanco y Rothenberg 1981), y la sobredimensión de este recurso en el marco provincial ha difuminado una realidad mucho más rica desde el punto de vista económico. Aunque es clara la influencia de la explotación minera y la producción metalúrgica en el sistema de poblamiento, sobre todo en momentos en los que la producción metálica se convirtió en la pieza clave de la economía del suroeste peninsular, como sucedió en el período Orientalizante por la fuerte demanda de plata desde las colonias fenicias, también se deja ver que en las etapas en las que el metal perdió importancia, este patrón de asentamiento se mantuvo en las áreas no mineras gracias a la potenciación de otros recursos, especialmente los agrícolas y ganaderos Es la etapa de consolidación de los grandes oppida (Onoba, Ilipla , Ostur, Ituci, etc), cuya hegemonía en el territorio nada tiene que ver con la producción metalúrgica (Guerrero, Campos y Pérez 1999). A partir de la presencia de Roma en este territorio el modelo cambiará sustancialmente, en especial desde los principados de Augusto y Tiberio, momento en el que se introducen nuevos sistemas administrativos en la zona minera, dando comienzo la explotación sistemática de las mineralizaciones a profundidad para producción de plata y cobre (Pérez Macías 1996). En la campiña, con suelos de limos arenosos y margas, el poblamiento fue muy dinámico a lo largo de los milenios III y II a.C., pero con la presencia del comercio fenicio se convirtió en lugar de paso del mineral y metal entre el Andévalo y la costa, y éste fue el principal factor que ayudó a la aparición de asentamientos situados en lugares estratégicos de paso, en los que el poblamiento cristalizó en un tipo de hábitat permanente que ha perdurado hasta nuestros días (Campos y Gómez 1995; Gómez Toscano 1998). El patrón de poblamiento quedó marcado desde este momento en torno a centros hegemónicos que vertebraron el territorio y sus áreas de control de recursos. A pesar de la caída del comercio de minerales entre el Andévalo y la costa, estos asentamientos se consolidaron como grandes oppida en el período turdetano (Fernández Jurado 1989), y la opinión generalizada es que estos grandes centros, con una estructura social jerarquizada enriquecida con el comercio de minerales, pudieron sobrevivir gracias a que estas élites diversificaron la economía hacia el medio rural y la producción agrícola, que en última instancia fue capaz de sostener este esquema social y permitió el afianzamiento de los reguli y de esta sociedad aristocrática. A lo largo de este tiempo, en algunos asentamientos se produjeron desplazamientos y

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concentraciones de poblaciones, y el caso más significativo es el abandono de Tejada la Vieja, ubicada en el comienzo del substrato paleozoico que da inicio a las tierras del Andévalo, hasta Tejada la Nueva, en los terrenos terciarios de la campiña, el nuevo sostén de la economía de estos momentos. No obstante, el comercio seguiría jugando un papel destacado en la economía de estos oppida, pues si bien el comercio del período Orientalizante favoreció este poblamiento en lugares estratégicos entre la Ría de Huelva y el Bajo Guadalquivir, esta vocación comercial se mantendría hasta época romana, siendo origen de una vía que enlazaba la desembocadura del Guadiana (ab ostio fluminis Anae) con Hispalis (Bendala Galán 1987) . En la zona costera Huelva (Onoba) seguiría capitalizando el papel de puerto atlántico, pero el desconocimiento que tenemos de los niveles turdetanos de las últimas excavaciones realizadas en el casco histórico, impide por ahora definir los nuevos horizontes económicos. El nuevo panorama tras la crisis tartésica se hace patente en otros asentamientos costeros, como el de la Tiñosa (Lepe), que ha sido interpretado como una pequeña factoría pesquera (Belén y Fernández-Miranda 1989). Como en el mundo colonial fenicio, estas poblaciones buscaron nuevas expectativas económicas ante la crisis del sector minero-metalúrgico, y encontraron en las industrias de salazón una alternativa que generaría buenas ganancias desde el siglo V a.C. (Muñoz, De Frutos y Berriatua 1988). Carecemos de fuentes para conocer con detalle la incorporación de este territorio a Roma, y cabe pensar que dar salida al metal de la zona minera hacia el puerto de Onoba propiciaría una rápida ocupación ya desde los inicios del siglo II a.C. Las acuñaciones de Onoba desde el siglo II a.C. y las de Ilipla (Niebla), Ostur (Mesa del Castillo, Villalba del Alcor) e Ituci (Tejada la Nueva) evidencian el relanzamiento de los intercambios comerciales bajo la égida de Roma. Sin embargo, las vías de salida del metal se diluyen porque no se transporta el mineral como en época Orientalizante, sino el metal fundido en la zona minera, donde se forman de paso los grandes escoriales de Riotinto, Buitrón, Cueva de la Mora, Sotiel Coronada y Tharsis (Salkield 1970; Rothenberg, García y Goethe 1990). Este trazado viario, de raíces protohistóricas, fue completado por Roma con nuevos ramales para conseguir una correcta distribución y abastecimiento de las cuencas mineras. Desde el área minera de Tharsis el metal encuentra salida hacia la desembocadura del Guadiana (Bendala, Gómez y Campos 1996), hacia donde debía afluir también el metal del distrito de Santo Domingo (Mértola, Portugal). La minería de mayores niveles de producción, la de Riotinto, es bien comunicada con Onoba e Hispalis (Ruiz Acevedo 1998). En la comarca norte de la provincia el panorama era netamente distinto, los niveles de romanización y organización territorial eran bajos. Desde el siglo V a.C. toda la zona sufre la penetración de poblaciones procedentes de la Meseta (Berrocal Rangel 1992), y se va conformando a lo

largo de toda esta etapa prerromana un territorio que es denominado por las fuentes latinas de conquista como Baeturia Celtica, con un poblamiento muy diseminado en pequeños poblados fortificados (castros), muy permeables a las influencias que llegan desde la Lusitania y la Celtiberia. Aunque se encuentra en la franja mineralizada de Ossa Morena, con multitud de pequeños yacimientos filonianos de sulfuros de cobre y hierro y depósitos de skarn de hierro con magnetitas y oligistos (óxidos de hierro), estas riquezas minerales no constituyeron el eje económico de estas poblaciones (Pérez Macías 1996), dedicadas al desarrollo pecuario y agrícola. La pacificación de esta comarca no llegaría hasta la liquidación de las guerras sertorianas (Pérez y Campos 2002; Berrocal Rangel 2003), y desde este momento se inicia también la explotación minera del territorio, sobre todo en los filones de sulfuros de cobre y en los depósitos de óxidos de hierro, que van a adquirir un especial tratamiento y explotación por las sociedades mineras itálicas, interesadas en la producción siderúrgica de calidad. Estos óxidos de hierro ya habían sido explotados en época prerromana por las poblaciones beturias para la elaboración de útiles y armas, pero esta producción nunca alcanzó las proporciones de una industria siderúrgica. Esta comarca, sin embargo, se relacionará a partir del período romano más con la provincia de Lusitania que con la Bética a juzgar por la circulación monetaria (Berrocal y Canto 1990). En definitiva, a la llegada de Roma al oeste de la Baetica las bases económicas estaban asentadas, y entre sus recursos destacaban las salazones de los asentamientos costeros, la producción agrícola de los grandes oppida de la campiña, y la producción de plata de algunos distritos mineros del Andévalo, como Riotinto, cuya producción se había relanzado a partir de mediados del siglo III a.C. Este esquema no será alterado por la política de Roma, sino potenciado para alcanzar mayores rendimientos, y no será únicamente la minería el factor desencadenante de la Romanización, aunque la atención prestada a la zona minera por su producción de plata y cobre al reservarse el estado su explotación (Pérez Macías 2002), hizo desencadenar una fuerte migración hacia estas minas desde otras provincias hispanas a comienzos del siglo I d.C. (Blanco y Luzón 1966). Es en este contexto histórico en el que hay que situar la colonización agrícola de la campiña y el inicio de las producciones de salazones en los enclaves costeros, para producir los alimentos necesarios para el abastecimiento de los numerosos poblados mineros del Andévalo. Era una producción agrícola y pesquera cuya distribución y comercialización estaba asegurada en las comarcas cercanas. Sobre la colonización agrícola de la campiña estamos mal informados. A la falta de documentos epigráficos que hubieran ayudado a conocer las principales gentes que se establecen en ella, se une la escasez de prospecciones arqueológicas, sólo sistematizadas hasta ahora en el término municipal de Niebla (Pérez, Gómez y Campos 2002). Los escasos epígrafes coinciden en señalar que la colonización es labor que se lleva a cabo en el tránsito entre el siglo I a.C. y el I d.C., en plena época augústea, y las familias, los

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Calpurnii y los Sempronii, y la tribu a la que se adscriben estos ciudadanos, la Galeria, son el testimonio de los intereses de Roma en la puesta en explotación de estos territorios (González Fernández 1989). Ajena a esta colonización rural, este sistema mantuvo la vertebración del territorio en torno a grandes civitates, Ilipla , Ostur, Ituci, y Onoba (González y Pérez 1986; Vidal Teruel e.p.), que no alcanzarán el rango municipal hasta tiempos flavios tras la generalización de la extensión del derecho de ciudadanía, momento a partir del que las nuevas aristocracias municipales, adscritas a la tribu Quirina, incorporan en estos nuevos municipios los principales elementos de representación de la ciudad romana, la munificentia, el culto ciudadano, y los ludi romani (Pérez, Campos y Gómez 2000). Esta particularidad en las asignaciones de ciudadanos de la campiña refleja el modelo seguido por Roma en el sistema de colonización. En primer lugar asentando a nuevos ciudadanos a fines del siglo I a.C. en el mundo rural, sin ninguna relación aparente con los núcleos de poblaciones anteriores, y atendiendo después a la institucionalización ciudadana en esas viejas ciudades y sus aristocracias, incorporándolas al ordenamiento jurídico romano bajo la fórmula de la municipalización. Es el primer aspecto el que nos interesa destacar, el asentamiento de nuevos ciudadanos en torno al cambio de Era, un momento crucial desde el punto de vista económico para toda la región, que significó un relanzamiento del sector minero-metalúrgico, en el que se avanza hacia unas cotas de producción industrial antes desconocida, y a un cambio en el sistema administrativo, desde ahora llevado a cabo directamente por el fiscus, quien controlará el arrendamiento (conductio) de los pozos mineros (putei) por medio de una procuratela imperial (procurator metallorum). Desconocemos las relaciones de poder entre estos primeros colonos itálicos con relación a las antiguas civitates peregrinae y su participación en los órganos de gobierno de los mismos (populus), pero es evidente que este asentamiento rural no se volcó en la reactivación política de estos núcleos, sino en una necesidad de la política imperial, a la que urgía la producción de alimentos que necesitaba la comarca minera del Andévalo. Desde esta perspectiva se entiende bien la devotio de estas familias en el culto imperial (Beltrán Fortés 1986). Puede plantearse así que la romanización actuó contra natura, sin seguir el modelo de potenciación de los enclaves ciudadanos como política eficaz de fijación del modelo de Roma, bien evidente en el caso hispano en la proliferación de coloniae y municipia, sino como un modelo rural que sólo pretendía suplir una carencia para la correcta explotación de los cotos mineros. Si no hubo nuevos asentamientos ciudadanos no fue porque el territorio estuviera suficientemente urbanizado, sino simplemente porque el modelo de ciudad no tenía cabida en un territorio estrechamente relacionado espacial y económicamente con territorios excluidos de la colonización (agri excepti), una de las principales fuentes de ingresos para las arcas imperiales,

donde era necesario un sistema de férreo control de la producción, en el que la participación ciudadana en el ordenamiento jurídico podía provocar inconvenientes en el sistema de producción. Algunos autores han señalado que la crisis de la explotación minera en los cotos de Sierra Morena como consecuencia de las guerras civiles desarrolladas a lo largo del siglo I a.C., obligaría a los inmigrantes itálicos a invertir en tierras, que eran más rentables que volver a poner en actividad los pozos mineros abandonados (Domergue 1972). De esta forma a lo largo de la segunda mitad del siglo I a.C. la producción agrícola comenzaría a convertirse en el nervio de la economía de la Bética. Pero para el caso de las minas del suroeste la producción republicana es escasa y de poca envergadura, y su relanzamiento se produjo hacia el cambio de Era (Pérez Macías 1998), probablemente por el agotamiento de otras cuencas mineras hispanas, y el desarrollo agrícola y la producción de alimentos, como otros fenómenos mejor conocidos, como el de la migración de otras zonas hispanas, fueron provocados por las necesidades de estos centros mineros. La crisis de la minería en el Andévalo a partir de mediados del siglo II d.C. sí pudo generar el auge de las factorías de salazón de la costa, donde pudo recalar parte del capital que antes se destinaba a las conductiones de pozos mineros (Campos, Pérez y Vidal 1999a). De igual forma, el despegue del comercio bético de aceite tiene que ver más con las necesidades de la annona militaris que con la crisis minera de fines del período republicano (Remesal Rodríguez 1986). Las instalaciones alfareras en la campiña y la costa están estrechamente relacionadas con estos comienzos de explotación sistemática del territorio. Las villas rústicas y las fábricas de salazones necesitaron de estas industrias para el almacenamiento y envasado de estas producciones, a la vez que la proliferación de núcleos rurales y costeros y el incremento de la población hacía necesario también la elaboración de menajes cerámicos y materiales de construcción. Se observan, sin embargo, diferencias entre los distintos centros alfareros, en los relacionados con la producción agrícola, cuya producción se reduce a la elaboración de contenedores, cerámicas comunes y materiales de construcción, y los agrícolas y pesqueros situados en lugares ventajosos para el comercio fluvial y marítimo, en los que destaca la producción anfórica para el transporte. Dado que la documentación de estas oficinas se ha realizado siempre por prospecciones superficiales y no en excavaciones sistemáticas, resulta problemático establecer diferencias en los hornos utilizados en todas ellas. De algunas su catálogo como instalaciones alfareras se infiere sólo por la presencia de adobes escorificados en superficie, típicos de los hornos cerámicos, mientras en otras el hallazgo de los hornos ha sido casual, y aunque se advierte su tipología, no se ha podido realizar una documentación más exhaustiva.

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En los casos conocidos, como La Orden, Alto de la Piedra, Eriondo, Punta Umbría, y Terrón, el horno sigue una misma tipología, planta circular y pilar central. Estos hornos han llegado a nosotros en el nivel de la cámara de fuego, y desconocemos las características de la parrilla. Tan sólo el de la barriada de La Orden en Huelva fue excavado al completo. Tres fueron los hornos documentados y sólo uno el excavado. Estaba formado por un muro circular de ladrillos, cuyo diámetro interior oscilaba entre los 2,30 metros y los 2,40 metros. En el centro de esta circunferencia se levantaba un pilar central cilíndrico, cuyo cuerpo estaba formado de ladrillo y cascotes, revestido en el exterior por una gruesa capa de barro, que por la acción del fuego se había escorificado. Este mismo recubrimiento tenía al interior y en la base del horno, fuertemente escorificadas. El acceso a esta cámara se realizaba por una ancha abertura en el muro del horno, de 0.90 metros de anchura y 1,20 de altura, y todavía quedaban huellas de una pequeña bóveda de ladrillo que la cubría. Otro horno destruido a escasos metros conservaba la altura original, de 2,40 metros, en forma abovedaba. Aunque M. del Amo (1976) interpreta esta bóveda como la altura total del horno, debería corresponder a la cámara de fuego y no a la bóveda que cubría la cámara superior de cochura. Puede así interpretarse que el horno estaba formado por una cámara inferior de fuego, que terminaba en una parrilla abovedada sostenida por un tambor central, y una cámara superior de cocción, cuyo remate pudo ser también abovedado. Este mismo tipo de horno es al que corresponden los restos de los dos hornos del Alto de la Piedra, con muro circular de ladrillo, con una gruesa capa de arcilla refractaria al interior, con abundantes desgrasantes, que evitaría roturas por los efectos de las altas temperaturas. Las dimensiones son similares a los de la barriada de La Orden, con diámetro de 2,50 metros y 2,40 metros en cada uno, y el pilar central de 0,80 metros. En el caso de los restos del horno de Los Barrancos, lo conservado nos ayuda a completar su forma, pues a la cámara de fuego circular se accedía por un pasillo de paredes convergentes a la entrada, más ancho en la unión con la cámara del horno. Este pasillo tiene apenas 0,60 metros de ancho y 0,90 de alto, y estaba cubierto por una pequeña bóveda semicircular de ladrillo. El estado de destrucción de los hornos de La Orden impide confirmar si tuvieron un pasillo de entrada a la cámara de fuego, pero los restos del horno excavado en la factoría de El Terrón, en el que sólo se conservaba la parte inferior de la cámara de fuego, de forma piriforme, obligan a confirmar que esta era la forma habitual. Las fotografías conservadas de los restos de hornos aparecidos en la factoría de Punta Umbría, muestran también ese pilar central que sostendría el suelo de la cámara de cocción. La abundancia en algunos de estos alfares de capas de arcilla escorificada es una prueba de que en esta zona los hornos solían recubrirse de capas de arcilla con mucha chamota, que

aguantarían las altas temperaturas y evitarían la rotura de los ladrillos del anillo que formaba el horno. Sin embargo, su aparición en los testares es también un síntoma de la frecuencia con que esto sucedía y tenía que levantarse uno nuevo. Así pues, parece ser que tanto en las alfarerías de los establecimientos agrícolas como en las de las factorías de salazones se utilizó un tipo de horno de planta piriforme con pilar central para sostener la parrilla. No contamos con evidencias que lo aseguren, pero por los restos de las producciones en ellos se hornearía el material anfórico, cerámicas comunes y materiales de construcción, sin que puedan advertirse diferencias en los tipos de hornos con relación a estas producciones. Por otro lado, aunque no conozcamos hornos prerromanos en la zona, su forma nos acerca a los tipos documentados en época prerromana en el sur peninsular (Luzón Nogué 1973; De Frutos y Muñoz 1994). Son muy comunes también en Hispania en época romana (Flecher Valls 1965; Revilla Calvo 1993) y usuales en los talleres de Terra Sigillata de la Bética (Sotomayor Muro 1997). En todos los alfares de la campiña sus instalaciones tienen una producción muy diversificada, en la que se incluyen formas de almacenamiento, especialmente los dolios y sus tapaderas, como sucede en el alfar de los Barrancos en Villarrasa. Para los casos de Pinguele y los Jimenos, situados en la orilla del río Tinto, y con posibilidades de embarque de esta producción agrícola, la producción se extiende también a recipientes anfóricos para el envasado y transporte. Así sucede también en otros alfares, especialmente en la costa malagueña, c/ Carretería de Málaga (Rambla y Mayorga 1997), Haza Honda (Beltrán y Loza 1997), y Huerta Rincón (Baldomero, Corrales, Escalante, Serrano y Suárez 1997). Esta diversificación de las producciones de los alfares está también constatada en los talleres de la forma Dressel 20 en el valle del Guadalquivir (Ponsich 1974) y en algunas alfarerías de la costa gaditana (Fernández Cacho 1997). Sólo algunos alfares de la Bahía de Cádiz, una de las zonas de mayor producción de salsas de pescado en la antigüedad, estuvieron dedicados exclusivamente a la elaboración de recipientes anfóricos (Lagóstena Barrios 1996; García Vargas 1998). En la alfarería lusitana de Pinheiro se han logrado diferenciar distintos tipos de hornos, circulares para las ánforas y rectangulares para la cerámica común y materiales de construcción (Mayet y Tavares 1998). La tipología de cerámica común del alfar de Pinguele puede explicarse por unas necesidades específicas de la comarca y el destino de su producción hacia los establecimientos rurales, con grandes necesidades de vasos de almacenamiento. Puede compararse este abanico de formas con las producciones de otros talleres béticos de cerámica común, en los que las formas están más relacionadas con los servicios de mesa y cocina (Serrano Ramos 1995), como así ocurre también en algunos centros alfareros de la Lusitania (De Alvarado y Molano 1995). Sus formas se mantienen también distantes de los tipos de importación itálica o

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africana (Sánchez 1995; Aguarod 1991), a las que no suplantan como se puede comprobar por la llegada masiva de productos africanos en los asentamientos rurales que describimos en este mismo trabajo. Lo que más sorprende de la producción anfórica del alfar de Pinguele es el torneado de recipientes que tipológicamente están emparentados con formas que se emplean para el envasado de salsas y conservas de pescado, como las formas hispanas Beltrán I y Beltrán II. Esto sólo puede explicarse considerando que parte de la producción de este alfar pudo estar destinado al abastecimiento de recipientes de transporte de salazones de las fábricas de la costa, y así cabe plantearlo de una producción tan diversificada como la que está presente en el alfar. Es decir, es probable que exportara parte de su producción, y del mismo modo que la elaboración de dolios y otras formas de cerámica común tendría como objetivo cubrir las necesidades de este tipo de vasos en las uillae de la ribera baja del Tinto, el incremento y auge de la producción de salsas de pescado en las uillae maritimae hiciera rentable esta producción de recipientes anfóricos. Sin embargo, si consideramos que el alfar tiene su origen en la producción agrícola de la campiña (olivar y viñedo), y a ella respondería claramente la forma Haltern 70 cuya tipología no se extiende más allá de mediados del s. I d.C., no se entiende que esta producción no necesitara otros recipientes destinados a este fin en la segunda mitad del siglo I d.C. y en el siglo II d.C., y que el alfar se dedique a la elaboración de un recipiente ajeno a los productos que venía envasando en la primera mitad del siglo I d. C. A esta aparente contradicción cabe plantear tres hipótesis. La primera es que esas formas relacionadas con las industrias salsarias se emplearan también en el envasado y comercialización de productos agrícolas. Esta cuestión ha sido planteada por G. Chic a propósito de las ánforas Dressel 7-11/ Beltrán I (Chic García 1978), y estas formas se cree que también estuvieron relacionadas con el vino gaditano, cuyos detalles nos relata Columela (Sáez Fernández 1987). En este sentido conviene recordar un hecho ya conocido, la ausencia en la zona minera de Huelva de ánforas de aceite (Pérez, Campos y Vidal 2001), y esa carencia podría tener una vía de explicación si el comercio de este producto se hubiera llevado a cabo en ánforas distintas a la forma Dressel 20, la habitual para la exportación de aceite (Rodríguez Almeida 1977). La segunda hipótesis es que en algunos establecimientos de la margen del río Tinto, bien comunicados con la costa, se hubiesen desarrollado pequeñas industrias de salazones, y que algunos fundi se hubieran especializado en la producción agrícola y en la producción de salazones, en la línea de lo planteado en el Algarve por C. Fabião (1993). Pero a falta de otras evidencias mejor definidas nos decantamos por una tercera posibilidad, que el alfar se hubiese especializado en la elaboración de recipientes de almacenamiento y transporte tanto para el mundo rural, a la que serviría la forma Haltern 70, como para las fábricas de

salazones, a las que se destinarían las formas Beltrán I y II Aunque sea un hecho que en algunas factorías de salazones existieron alfares para la fabricación de las ánforas, como en las importante fábricas de Punta Umbría y Cerro del Trigo (Beltrán Lloris 1977), no es menos cierto que el substrato geológico de la mayor parte de la franja costera onubense, con enormes depósitos dunares de origen eólico, impediría un correcto y cercano abastecimiento de la arcilla necesaria para la fabricación de esos envases, y desde esta perspectiva se entiende que fuera más rentable la compra de los recipientes ya terminados que el traslado de enormes partidas de arcilla para su depuración, amasado y torneado. El transporte de ánforas vacías desde los alfares hasta los centros de producción de salazones y salsas de pescado ya ha sido tratado en las producciones de los alfares de El Rinconcillo y Matagallares (Bernal Casasola 1999), y por la presencia de ánforas de tipo Puerto Real I del alfar de Puente Melchor en la factoría de Paseo de las Palmeras de Ceuta (Bernal y Pérez 2001). De todas formas, no creemos que pueda plantearse de manera definitiva algunas de las tres posibilidades, más aún cuando estamos manejando datos que se derivan de prospecciones superficiales, pues en ninguno de los casos se ha realizado excavación. En cualquier caso, si bien es evidente la relación de estos alfares con los excelentes bancos de arcillas de la campiña, también parece claro que la situación de algunos de ellos a orillas del río Tinto tuvo que ver precisamente con las posibilidades de comercialización de la producción por vía fluvial. En este punto debe reseñarse, como ya hemos comentado anteriormente, que Pinguele pudo ser a la vez portus de embarque. El conocimiento del poblamiento romano más cercano a este asentamiento nos permite un planteamiento más contrastado. Puede apuntarse que esta oficina alfarera no desempeña en sentido estricto la función de embarcadero. Esta función corresponde a un asentamiento cercano, a menos de 500 metros aguas abajo del Tinto, en el sitio de Los Bojeos, cuya primacía en el territorio viene avalada por su gran desarrollo diacrónico desde época prerromana. En este caso cabe plantear que la officina de Pinguele forma parte de un fundus, que contaba entre sus dependencias con una villa portuaria situada en Los Bojeos (Pérez, González y Oepen e.p.), e industrias alfareras que debían auxiliar e incrementar el tráfico fluvial que se canalizaba en la misma. Resulta, sin embargo, más dificultoso poder definir si esta industria alfarera estuvo sólo al servicio del fundus, o si, por el contrario, su producción pudo destinarse al envasado de parte de la producción agrícola de la campiña correspondiente a la ribera baja del Tinto. Si hacemos caso de la diversidad de formas elaboradas en el alfar, que como hemos descrito incluye ánforas para el envasado de productos extraños a la campiña y se destaca especialmente por los recipientes de almacenamiento, hemos de pensar que la figlina estuvo más relacionada con las posibilidades portuarias de la uilla que con la producción agrícola del fundus. La figlina sería así un sector económico más del

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fundus, y la especialización en esos productos está más relacionada con el embarcadero y con los beneficios económicos que se podían generar fuera de las reducidas necesidades de la propiedad, como demuestran las ánforas de salazón y las cerámicas comunes. Un caso similar podrían ser los alfares de Casa del Puerto y Los Jimenos, aunque del primero no hayamos podido determinar sus producción alfarera. En los asentamientos de la zona de los Jimenos, en la zona de campiña, pero cercano a la ría de Huelva, la producción de ánforas pudo deberse a la existencia de fábricas de salsas en la zona, pero la presencia de dolios y sus tapaderas nos habla también de almacenamiento de productos agrícolas, lo que nos estaría definiendo un tipo de economía mixta, agrícola y pesquera, para muchos de los asentamientos de la desembocadura de los ríos Tinto y Odiel. Otras alfarerías que están situadas a cierta distancia del río Tinto, como la de Los Barrancos (Villarrasa), tienen una producción distinta. En este caso sólo hay constancia de producción de dolios, sus tapaderas, y materiales de construcción. Faltan por completo las ánforas, evidenciando con ello que la producción de ánforas sólo existe en las villas situadas en la ribera del río, donde debería embarcarse por vía fluvial la producción. Según estos casos es posible plantear que las grandes propiedades contaron con instalaciones alfareras, cuya producción estaría orientada al propio fundus, aunque no pueda descartarse que parte de ella se destinara a la venta a establecimientos cercanos. Pero la producción de envases para el transporte, ánforas, sólo se documenta en la figlinae de Pinguele y los Jimenos, en estrecha relación con el carácter portuario tanto de la alfarería como de su fundus. Por todo esto, las producciones alfareras orientan sus producciones hacia la elaboración de envases para el almacenamiento. En este apartado se destacan aquellos asentamientos de la campiña en los que en las figlinae destaca el porcentaje mayoritario de dolios y tapaderas, estrechamente relacionados con el almacenamiento de la producción agrícola. Un buen ejemplo de ello sería el alfar de Los Barrancos (Villarrasa). Cuando estos establecimientos rurales estaban en una posición ventajosa para exportar la producción por vía fluvial, como sucede en Los Jimenos (Moguer) y Pinguele (Bonares) adquiere también importancia dentro de los alfares relacionados con ellos la producción anfórica. No existe producción de ánforas en los alfares sin estas posibilidades de comercio fluvial. Cabe preguntarse si todos los fundi tuvieron instalaciones alfareras, pero el escaso conocimiento de la implantación romana en la campiña de Huelva, hasta ahora sólo valorada por prospecciones superficiales, impide mayores precisiones. Los hornos han sido siempre descubrimientos casuales, y no podemos asegurar que no existan en todos los asentamientos, pues las concentración de los mismos en los que serían territorios de Niebla (Ilipla ) y Huelva (Onoba), no puede

explicarse sino por el papel que estos centros urbanos ocupan en el territorio, pues las margas son abundantes en toda la comarca y estas producciones alfareras no se han localizado hasta ahora en otros lugares. El origen prerromano de Niebla favoreció sin duda que la colonización agrícola fuera mas temprana y más intensa en su territorio que en otros lugares de la campiña más alejados de los núcleos urbanos. Desde nuestro punto de vista, no todos los establecimientos rústicos tuvieron su propio taller. Las producciones de estas industrias podían abastecer a toda la campiña y, como ya se ha reseñado a propósito de la oficina de Pinguele, también había cabida en ellas para la producción de ánforas para el envasado que necesitaban algunas factorías de salazón de la costa, situadas en terrenos cuaternarios de ambiente dunar donde no era posible disponer de las cantidades de arcilla necesaria. Al menos para el ejemplo de Pinguele es evidente que estos alfares no sólo se dedicaron a la producción de los envases necesarios para el almacenamiento de los productos agrícolas. Se detecta también que una parte de esta producción alfarera estuvo destinada a las cerámicas comunes y materiales de construcción, y en este sentido es posible considerar que la alfarería fue un sector económico más de las uillae, capaz de generar ganancias con la venta de estos envases y materiales a los establecimientos del entorno. En resumen, las instalaciones alfareras de la campiña onubense se concentran en determinados sectores de la misma, relacionadas con la producción agrícola, pero llegan a convertirse también en industrias que producen envases y materiales de construcción para toda la zona. No puede concluirse por ello que exista una relación directa entre uilla y figlina, pues la producción alfarera se concentra en determinados sectores, mientras en otros no existen. En el estado actual de nuestros conocimientos existieron dos áreas importantes para la producción alfarera, los alrededores de Niebla, donde se encuentran Pinguele, Alto de la Piedra, Barro de San Pedro, y Los Barrancos, y las proximidades de Huelva, donde se encuentran Los Jimenos, Estero de Domingo Rubio, y Barriada de La Orden. La tipología anfórica de estos talleres nos ofrece un marco cronológico que abarca desde el siglo I d.C. hasta el siglo V d.C., bien ejemplificado en el sector de Niebla, donde a Pinguele, del siglo I d.C., suceden en época bajo-imperial los talleres de Alto de la Piedra y Barro de San Pedro. En la zona de Huelva el taller de Los Jimenos también mantiene la producción en épocas alto-imperial y bajo-imperial. Si hacemos un balance conjunto de esta producción de la campiña y de las tierras ribereñas del río Tinto, la producción estuvo destinada en época alto-imperial a la elaboración de dolios, ánforas (Haltern 70, Beltrán I, Beltrán IIB, Dressel 8, Dressel 14 y Dressel 20), cerámicas comunes, y materiales de construcción. En época bajo-imperial los tipos de ánforas más representativos son las formas Keay XXII y Keay XXIII.

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Para las factorías de salazón de la zona costera se sigue un esquema productivo y tipológico similar. En Punta Umbría esta asegurada la elaboración de ánforas Beltrán IIB, Keay XXII, y Keay XXIII, y aunque no hay certeza de la producción de cerámicas comunes, la reiteración de los tipos exhumados en la excavación puede indicar su elaboración local, lo mismo que las tegulae de Onoba, con marcas identificativas que proceden de las alfarerías de la Barriada de la Orden. No descartamos, por tanto, que en ellas se elaboraran también cerámicas comunes y materiales de construcción. La diversificación de la producción de estos talleres a otros productos, las cerámicas comunes y los materiales de construcción, también se evidencia en algunas instalaciones del Guadalquivir dedicadas a la producción de la forma Dressel 20, y así se ha comprobado en la Catria, el Castillo de Azanaque, Hoyo de San Sebastián y Puerto del Barco (Ponsich 1974; Remesal Rodríguez 1978; Romo y Vargas 2000). Sobre la condición social de los alfareros carecemos de datos en lo que se refiere a las alfarerías de la campiña y las factorías de salazones. Pero en la cuenca minera puede ser un buen referente Lucius Iulius Reburrinus, de origen hispano y de condición libre, cuya oficina probablemente estaría sometida a las mismas reglas que las leyes de Vipasca establecen para otros oficios, como el de barbero (Domergue 1993). El auge de la minería en el suroeste de la Península Ibérica atrajo a contingentes de población de otras zonas hispanas, y una parte de esta población desarrolló oficios libres, como el de figulus, sometidos a las normas de contrato de las leyes mineras. A pesar de estos inconvenientes en la promoción social, la producción de estos talleres extendió su desarrollo comercial fuera de las minas. Su producción no se redujo a la elaboración de productos con destino a las minas, sino a otro tipo de vasos que vemos aparecer igualmente en los ajuares funerarios de las ciudades cercanas, como Onoba (Del Amo y de la Hera 1976), un síntoma de la capacidad económica de estos talleres. Esta gran migración de mano de obra desde la Meseta y el noroeste peninsular a la zona minera también pudo afectar a otros ámbitos provinciales, donde el impulso económico que provocó el relanzamiento de la producción a partir de Augusto generaría también expectativas económicas, y algunos alfareros pudieron encontrar asiento en las villas y factorías costeras para trabajar como mercenarii dentro de estos establecimientos, pero desconocemos la composición social en los mismos por la falta de sellos impresos y rótulos pintados en las ánforas. Si hemos de guiarnos por otros establecimientos béticos, parece que la actividad alfarera fue una industria a la que algunos propietarios rústicos dedicaron especial atención. Así sucede por ejemplo en los casos de Q. Fulvius Rusticus de Arva, al que pertenecían las figlinae Rivense, Medianum y Salsense, o la familia de los Iunii Melissi y Aurelius Heracla, a los que pertenecían también varias alfarerías (Sánchez León 1978). No puede descartarse tampoco la asociación de los propietarios de las villas con los alfareros para facilitar en primer lugar la fabricación de

los envases necesarios para el almacenamiento y transporte de sus productos. No contamos con suficientes elementos de juicio para valorar el alcance de esta producción alfarera en sus niveles comerciales. Tan sólo la variedad tipológica del material anfórico y algunas formas de cerámica común permite avanzar algunas propuestas ante la falta de sellos. Hemos defendido la directa relación de las producciones agrícolas y pesqueras de la zona con los cotos mineros del Andévalo (Pérez, Campos y Vidal 2001). En dos de los mejor conocidos, Riotinto y Tharsis (Pérez Macías 1998), las estratigrafías demuestran que el comienzo de las explotaciones de plata y cobre a partir de época augustea coincide con un registro en el que predomina la tipología anfórica que se está fabricando en las oficinas comentadas, sobre todo las formas Haltern 70, que definen los primeros momentos de la producción agrícola de la campiña en Pinguele, y las formas Beltrán IIB características de algunas factorías de salazones de la costa, Punta Umbría la mejor conocida de ellas. Ya hemos señalado la ausencia de la forma Dressel 20 en estos centros metalúrgicos (Pérez, Campos y Vidal 2001) y esta carencia puede comprenderse si consideramos que el abastecimiento alimentario se llevaba a cabo desde las comarcas cercanas, donde la presencia de esta forma es testimonial, y no desde el Valle del Guadalquivir, en el que mejor define el auge de la producción y comercialización de aceite. Esto podría significar que este producto no estaría ausente en la dieta de las poblaciones mineras, sino que llegaba a ella desde la campiña de Huelva en otro tipo de envases. Así planteado, la zona de Huelva inicia la producción agrícola en los mismos parámetros que el Valle del Guadalquivir con las formas Haltern 70 y Dressel 20 en la primera mitad del siglo I d.C., pero las peculiaridades del mercado de las minas desembocaría finalmente en la definición de otros tipos de envases, porque sólo se destinan las ánforas para el transporte de las salazones mientras la producción agrícola utilizaba otro tipo de recipientes. Un único hallazgo puede mostrar la comercialización de estos productos a larga distancia, el pecio Planier (Laubenheimer y Gallet 1973; Parker 1992), donde se encontraron lingotes de cobre de procedencia onubense y ánforas de salazones béticas, pero los distintos puntos de carga de los navicularii no certifican esta asociación, aunque sí permiten sospechar que Onoba, hacia donde confluía el tráfico fluvial de las alfarerías y embarcaderos de Niebla y donde se hallaban también otras alfarerías, pudo convertirse en el gran puerto de embarque de estos productos metalúrgicos del Andévalo y de las salazones de la costa. En ninguno de los alfares presentados puede definirse a las officinae como establecimientos autónomos, pues tanto en la costa y la campiña como en la cuenca minera los alfares se encuentran próximos o dentro de una unidad de producción. Desconocemos la ubicación exacta del alfar de Reburrino dentro del poblado de Cortalago, pero éste sería a nuestro entender el único ejemplo en el que las instalaciones alfareras se sitúan dentro de un medio urbano, pues así hay

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que considerar al poblado de Cortalago, aunque no alcanzara nunca el estatuto de municipium por los intereses del fiscus en la administración de los territorios mineros y su importante producción de plata y cobre (Pérez Macías 2002). De cualquier forma hemos de entender este taller en el marco de los oficios libres que se ejercen en la mina, tanto para el abastecimiento de los materiales cerámicos necesarios que los arrendadores de los pozos mineros tenían, especialmente lucernas, como para satisfacer otras necesidades de cerámica de estos poblados, como se ha comprobado de las producciones de Reburrino aparecidas en las necrópolis de este asentamiento. No descartamos incluso que el alfar de Reburrino no fuera el único, pues en el catálogo de lucernas estudiado por J.Mª Luzón (1967), los sellos nos muestran las producciones de otros alfareros, de los que a pesar de no existir una confirmación más firme de su establecimiento en Riotinto, nada nos obliga a considerar que sus productos sean de procedencia foránea. La particularidad de la investigación arqueológica en la zona minera, siempre sujeta a intervenciones de urgencia o salvamento supeditadas a los actuales trabajos de minería, nos impide poder hacer siquiera una aproximación de las dimensiones exactas de estos asentamientos y de su demografía, pero por la extensión del asentamiento y necrópolis de Riotinto, no puede descartarse totalmente que en este distrito minero hubiera varios talleres alfareros, tal como apuntan los sellos de las lucernas, aunque sólo la fortuna del hallazgo de la tumba de Reburrino nos permita situar aquí su taller. Por las propias características de este asentamiento de Riotinto sí puede concluirse que las alfarerías son industrias independientes, ejercidas por población libre, que encontraron en estos ámbitos mineros buenas expectativas económicas con la especialización en la producción de determinados vasos. La política de abastecimiento de estos cotos mineros por el procurator metallorum haría posible que sus productos se compraran en otros distritos y de ahí que las lucernas de Reburrino aparezcan en otras minas. Los alfares de la zona costera pueden relacionarse con este modelo de la cuenca minera, pero también existirían talleres directamente dependientes de los centros de producción de salazones, como un sector más de las factorías. Esta diferencia depende de cómo consideremos estas factorías y la propiedad de las mismas. Para nuestra zona de estudio, es evidente que las producciones de salazones pueden insertarse dentro de un medio urbano, como Onoba, donde las excavaciones han demostrado ya la existencia de varias factorías en distintos puntos de la ciudad, o bien dentro de pequeños poblados de pescadores, a los que generalmente se define como uillae maritimae, pero que en realidad tenían que presentar diferencias entre unas y otras. Para Punta Umbría y Cerro del Trigo la extensión de los restos obliga a proponer que serían aglomeraciones de pescadores, donde habría más de una fábrica de salazón. En otros casos resulta problemático asignar una dependencia directa entre la factoría y el taller alfarero. Por la disposición espacial de los restos de otras alfarerías (Estero de Domingo Rubio y Barriada de la Orden), los talleres se instalan sobre lugares en los que no se atestigua producción de salazones. A pesar de que la falta de excavaciones no permita mayores

precisiones sobre su estructura, todo parece indicar que las alfarerías son autónomas, pues aunque su producción esté destinada a las factorías de salazón, no están inscritas dentro de su espacio de producción. La situación de los hornos del Estero de Domingo Rubio, por ejemplo, sin testimonios de factorías en las cercanías, indica que la propiedad de estos alfares son solamente espacios de producción alfarera. No debe descartarse que la propiedad de estos alfares fuera la misma que alguna o varias de esas factorías de salazón y que una parte importante de su producción se destinara a ellas, pero forman un espacio de producción independiente. La demanda de recipientes para el comercio de las fábricas de salazones de Huelva y de su entorno favoreció el establecimiento de estas alfarerías, pero no se detecta una relación espacial entre cetariae y figlinae. La diversidad de las producciones de estas alfarerías, donde hay constancia de elaboración de ánforas y materiales de construcción, refleja también la orientación de la producción del taller para obtener unos rendimientos económicos sin relación a los pedidos de las factorías de salazón. La extensión del resto de las factorías de otros lugares de la costa, alejadas de los centros urbanos, Punta Umbría, El Terrón y Cerro del Trigo las mejor conocidas por las excavaciones desarrolladas en ellas, permite también una categorización de las mismas, desde las más pequeñas, que entrarían en el rango de villas marítimas, como sucede con El Terrón, a aquellas en las que se formaron extensos poblados de pescadores, El Eucaliptal de Punta Umbría o El Cerro del Trigo en Almonte, en las que el papel de las alfarerías debería ser distinto. Para el primer caso es la propia villa la que se dota de una alfarería para satisfacer las necesidades de envases de almacenamiento y transporte de sus productos, aunque tampoco deba descartase la producción de cerámicas comunes o materiales de construcción. La posición del horno de El Terrón, localizado junto a las viviendas y las posibles piletas de salazón, nos muestra que el establecimiento se dotó de todos estos sectores dentro del espacio de la villa. Las escorias de hierro localizadas en la misma nos señalan también la existencia de una pequeña officina ferraria posiblemente relacionada con la carpintería de ribera para la fabricación o reparación de embarcaciones de pesca y transporte (Campos, Pérez y Vidal 1999a). La de Punta Umbría, un gran poblado de pescadores y de fábricas de salazón, debería incluir también fábricas en la Isla de Saltés (Cascajera), al otro lado de la ría, donde también es frecuente la aparición de fragmentos de ánforas y piletas de salazón (Campos, Pérez y Vidal 1999a). Estaríamos ante una aglomeración en la que deberían existir varias fábricas de salazón, y la actividad alfarera se encontraría fuera del marco de producción de éstas, sirviendo a sus demandas, como industrias autónomas subsidiarias. Las cotas de producción de estas factorías son las que explican la existencia de la figlina en un lugar sin posibilidades de extracción de la arcilla precisa para el taller, que debería proceder de la campiña. Si este establecimiento hubiera sido de escasa magnitud, el material cerámico se podría haber exportado por vía fluvial de las alfarerías cercanas situadas en las zonas próximas a la campiña, como Las Cojillas de Aljaraque o las

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de Huelva, pero los niveles de producción habrían hecho necesario un taller alfarero dedicado exclusivamente a este establecimiento pesquero. Sería así la envergadura de los asentamientos lo que determinaría la posición de la alfarería dentro de ellos, insertos en el marco de producción de las uillae maritimae o como industrias independientes en los casos en los que fueran verdaderos poblados de pescadores. En la campiña tenemos mayor información y pueden establecerse también dos modelos, bien ejemplificados en Los Barrancos de Villarrasa y Pinguele en Bonares. En los Barrancos hemos documentado una villa rústica con cerámicas de importación, decoración escultórica, etc, y a unos doscientos metros de ella un espacio industrial de producción alfarera. La recogida de cerámicas de mesa del tipo de las Sigillatas Africanas nos indica también que este núcleo funcionó como espacio de trabajo y vivienda. Las producciones de la alfarería, dolios y sus tapaderas, son un exponente de que la alfarería trabaja en el marco de la producción agrícola para la elaboración de recipientes de almacenamiento y no para el transporte a larga distancia de la misma. El envase de esta producción en ánforas debería llevarse a cabo en otro lugar. En la campiña de Huelva el envasado y transporte se efectúa en establecimientos situados en las márgenes de los ríos, desde los que es posible el comercio fluvial con Onoba. Este modelo está bien representado en los yacimientos de los Jimenos, Casa del Puerto, y Pinguele. No existen por ahora datos sobre otros establecimientos parecidos en el estuario del río Odiel, en el que el tráfico fluvial sería posible hasta la altura de Gibraleón, aunque hemos de sospechar que seguiría el mismo esquema. De Casa del Puerto desgraciadamente tenemos poca información arqueológica ante su destrucción por una cantera de áridos, pero es segura la existencia de hornos. De los Jimenos conocemos por las prospecciones superficiales que estaría formado al menos por cuatro sectores muy cercanos unos a otros, y que en uno de ellos se recuperó el material cerámico que presentamos en este trabajo, con evidentes huellas de que son fallos de hornos. Es de Pinguele del que pueden obtenerse mayores conclusiones, pues ha sido prospectado sistemáticamente. La alfarería debe relacionarse con el asentamiento de Los Bojeos, un lugar que sería utilizado como embarcadero desde al menos los comienzos del I milenio a.C., según se desprende de las cerámicas a mano bruñidas, las ánforas y urnas fenicias, y escorias de plata del tipo de sílice libre, y continuaría en época prerromana, a la que corresponden algunos bordes de ánforas gaditanas. Será a partir de época romana, desde comienzos del siglo I d.C., cuando pase a convertirse en el gran puerto fluvial de Ilipla (Niebla), momento en el que se construye un largo malecón de opus incertum en la llanura de inundación del río para evitar su arrasamiento, y cuando inicia su actividad la alfarería con las formas anfóricas características de estos momentos. La alfarería en este caso no sólo sirve a las necesidades de la propiedad, fabricando dolios, sino

también diversifica su producción cerámica a otros envases, especialmente las ánforas, imprescindibles para que la producción agrícola pudiera exportarse por vía fluvial a partir de Los Bojeos. La alfarería no depende así de la producción agrícola de la villa, sino que se convierte en una importante actividad que sería el soporte de la salida de la producción agrícola de todo este sector de la campiña. Desde esta perspectiva ya es una instalación que supera el marco de producción agrícola en el que se sitúa. Faltan elementos, no obstante, para valorar los mecanismos comerciales para el uso del puerto de Los Bojeos y de las relaciones de éste con la alfarería. No creemos que el asentamiento basara su prosperidad únicamente en la actividad portuaria, en el envasado de la producción agrícola en las ánforas del taller y en la venta de otros productos complementarios, como las cerámicas comunes o los materiales de construcción. Somos partidarios de plantear que la villa aprovechó su magnífica situación para desarrollar otras actividades que implementaron su economía agrícola, lo que la convertiría en uno de los fundi más importantes de la campiña onubense, a través del cual se vehicularía todo el comercio entre las ciudades de Onoba e Ilipla. La falta de evidencias que explican esta conclusión, puede completarse con lo que conocemos del mismo en la Antigüedad Tardía, en la que siguen en funcionamiento las alfarerías de Alto de la Piedra y Barro de San Pedro, momento en el que la jerarquía eclesiástica de Niebla se entierra en el asentamiento, posiblemente en una basílica rural (González Fernández 2001; Pérez, González y Oepen e.p.). La estrecha relación entre los terratenientes y los cargos eclesiásticos, muy apetecidos por la decadencia de la vida municipal, es a nuestro entender una prueba de que los propietarios de Los Bojeos ocupan un lugar de privilegio en la sociedad iliplense. En definitiva, la alfarería debería ser propiedad de la villa, y su riqueza se debería en gran media a la propiedad del embarcadero y a la oferta de envases para el transporte. En resumen, la propia tipología anfórica de todos estos alfares, con formas claramente lusitanas (Dressel 14), del Guadalquivir (Haltern 70 y Dressel 20) y de la Bahía de Cádiz (Beltrán I y II), manifiesta que la zona onubense no vivió ajena al auge económico del comercio del sur de Hispania en época alto-imperial. Incluso las ánforas tardías Keay XVI/XXII y XXIII, características tanto del litoral lusitano como de los centros béticos (Bernal Casasola 2001), sugieren una gran interrelación de todos estos centros atlánticos. 5.- Perspectivas de la investigación. Ya a lo largo de este trabajo han quedado apuntadas las escasas noticias que existían sobre los alfares romanos en la provincia de Huelva, reducidas a los datos publicados por M. del Amo y de la Hera (1976) y M. Beltrán (1970 y 1990), pero sin que en ninguno de los casos se hubieran presentado estudios de mayor calado sobre estos alfares, relacionados exclusivamente con las factorías de salazones (Vidal Teruel e.p.).

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Más desolador resultaba el panorama de los alfares prerromanos, aunque en la bibliografía pueden encontrarse notas sobre algunos elementos de alfar que pueden indicar la existencia de producciones locales en estos momentos. Así ocurre, por ejemplo, con el asentamiento de La Tiñosa en Lepe, muy cercano a El Terrón, donde se refiere la aparición de escorias en los estratos de la excavación (Belén y Fernández-Miranda 1989), que analizadas por nosotros en los Servicios Generales de Investigación de la Universidad de Huelva han resultado ser silicatos de aluminio, composición característica de las arcillas y que cabe relacionar con escorificaciones de hornos cerámicos. El registro de este asentamiento se destacaba por la abundancia de ánforas, razón por la cual fue asociado a las producciones de salazón, y no sería extraño que esas escorias estuvieran indicando que las ánforas, de tipología gaditana, se fabricasen in situ. Estas producciones de salazones y alfares tendrían continuidad en época romana en El Terrón. En Huelva las últimas excavaciones de urgencia en la ciudad han encontrado también algunos elementos de hornos en niveles de época Orientalizante y Turdetana, aún inéditos, que sirven también de precedente a estos alfares romanos. La investigación desarrollada en los últimos años ha permitido tener constancia por primera vez de las producciones de algunos de ellos. Sin embargo, estamos todavía en una fase de identificación de las zonas de producción alfarera, cuyos restos hemos valorado sólo a partir de la recogida de material de superficie, lo que provoca que, salvo el alfar de Pinguele, en muchos de ellos no hayamos podido determinar con exactitud el abanico tipológico de sus producciones cerámicas. A pesar de esto, creemos que el camino iniciado con la publicación de estos primeros datos sobre los alfares romanos de la provincia de Huelva, abrirá nuevas líneas de análisis que deben profundizar en los aspectos de los que estamos mal informados, pues si bien el descubrimiento de los hornos en las villas rústicas y en las fábricas de salazón ya es un principio que permite ciertas conclusiones, la investigación futura debe orientarse en profundizar estos aspectos. Desde los Servicios Generales de Investigación de la Universidad de Huelva se están realizando análisis de pastas de las cerámicas de algunos de estos alfares, y estaremos en condiciones de poder determinar con mayor precisión si la mayor parte de estos alfares se dedicaron a la fabricación de cerámicas comunes, ánforas, cerámicas de cocina y almacenaje, y materiales de construcción, como intuimos, y qué formas son propias de cada alfar. La extensión de este análisis a materiales procedentes de otros yacimientos romanos de la provincia, especialmente de la zona de Aroche y Andévalo, sería también muy útil para conocer la comercialización de los mismos a los distintos ámbitos de la provincia en los que no se han detectado alfarerías. Estamos, evidentemente, con retraso en lo que se refiere al conocimiento de los alfares romanos con respecto a otras provincias, como Málaga, Cádiz y Sevilla, donde estos estudios cuentan con una mayor tradición por el interés que

despertaron las alfarerías de las almazaras del Guadalquivir, las factorías de salazones de la Bahía de Cádiz y costa de Málaga, o las producciones de Terra Sigillata Hispánica de Andujar (Jaén), Antequera y Granada. Pero el camino iniciado es esperanzador para comenzar a determinar el peso de esta industria en el oeste de la Bética. Como en otros casos béticos, la investigación no se encuentra sistematizada y el grado de acercamiento a los alfares es muy desigual. Sería conveniente avanzar en la investigación sistemática de algunos de estos talleres, como se realizó en Venta del Carmen, Matagallares, Rinconcillo, etc, y que no estemos siempre pendientes de excavaciones de urgencia, cuya metodología y objetivos pueden distorsionar la comprensión de la estructura de estos talleres. Las excavaciones franco-portuguesas en las costas lusitanas son un ejemplo a seguir, aunque, ya se sabe, este tipo de investigación está mediatizada por el interés que las autoridades competentes le otorga. Resulta sorprendente que siendo la Bética la mayor productora de aceite y salazones en la antigüedad no se haya excavado sistemáticamente alguno de los complejos de estas industrias, y que la mayor parte de los sellos publicados procedan de recogidas superficiales. Es necesario un cambio de actitud para que conozcamos las bases sobre las que se sustentó la economía de la Bética en época romana. Este primer encuentro de la Universidad de Cádiz sobre las Figlinae Baeticae permitirá, sin duda, grandes avances con la sistematización de los alfares, al igual que ocurrió con la publicación de las Figlinae Malacitanae por la Universidad de Málaga, pero en un horizonte más cercano deberían contemplarse, tal como hemos propuesto para la provincia de Huelva, la apertura de una base de datos sobre composición de pastas cerámicas y la excavación sistemática de algunos alfares y de las estructuras de producción y vivienda de la que forman parte.

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