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LA PRÁCTICA ¿PARA QUÉ? NATALIO KISNERMAN I ENCUENTRO LATINOAMERICANO DE TRABAJO SOCIAL CRITICO “El Trabajo Social crítico en el contexto latinoamericano, propuestas alternativas para la construcción de una nueva sociedad” Email: [email protected] trabajosocialcritico.8m.net

La Práctica ¿Para Que?

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LA PRÁCTICA ¿PARA QUÉ?

NATALIO KISNERMAN

I ENCUENTRO LATINOAMERICANO DE TRABAJO SOCIAL CRITICO

“El Trabajo Social crítico en el contexto latinoamericano, propuestas alternativas para la construcción de una nueva sociedad”

Email: [email protected]

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Hace muchos años, precisamente en 1922, Mary E. Richmond en su libro Caso Social Individual ( 1977,85-86) al que siempre vuelvo, se preguntaba “por qué razones existe el Trabajo Social, si tiene un lugar en el orden del mundo, si tiene un papel que desempeñar, no solamente un papel actual, por más importante que sea, sino un papel permanente en la lucha para el mejoramiento de las condiciones de existencia del género humano”.

Esta idea de Mary R. Richmond, nos lleva a plantearnos la función de la pregunta. La pregunta desata la palabra, inicia la relación y despliega la narrativa.

La práctica comienza siempre a partir de preguntas que nos hacemos frente a una determinada situación: ¿qué es ésta a la que nos enfrentamos? ¿Quienes son los sujetos involucrados y cómo fueron construyendo esta situación? ¿A quién habla el investigador? ¿Cómo es la relación con el otro al que preguntamos? ¿Nos dejamos preguntar? ¿A quien sirven las preguntas? ¿A la gente? ¿Al trabajador social como agente de una determinada institución? En definitiva ¿a quién sirve la práctica?

Y esas preguntas que nos hacemos conectan todos los componentes del Trabajo Social. ¿Qué queremos conocer? ¿ Cuáles preguntas necesitamos sean contestadas y cómo están relacionadas esas preguntas? ¿Qué esquema conceptual nos permitirá comprender crítica y holísticamente, una realidad concreta de trabajo? ¿Cómo evaluar esa realidad y actuar éticamente?

El Trabajo Social desde los llamados precursores comenzó siendo un hacer determinado por las condiciones históricas, para satisfacer la demanda de los usuarios de los servicios y pese a los adelantos que ha tenido la profesión desde entonces sigue siendo lo mismo para la mayor parte de sus profesionales. Hemos sustituido el pensar en Trabajo Social por el hacer Trabajo Social, lo que significa dar identidad propia a la metodología sin tener en cuenta la historia, la sociedad, la teoría de la que forma parte inseparablemente.-

La práctica no es un simple hacer ni el cómo hacer, sino el por qué del hacer.-

Como señaló Montaño,(1998, 23), el Trabajo Social “aparece para desempeñar su papel, ocupando una posición subordinada en la división sociotécnica del trabajo, vinculada a la ejecución terminal de las políticas sociales”. Ese papel fue legitimar el sistema, mediando entre la cuestión social generadas en las distintas revoluciones industriales y los Estados capitalistas.

Ese hacer descuidó la construcción conceptual de lo social abordado por el Trabajo Social.

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Los llamados pasos del proceso metodológico, estudio, diagnóstico, planificación, tratamiento o ejecución y evaluación, se siguen manteniendo, linealmente. Estudio no equivale a investigación y diagnóstico como equivalente de lo que hace un médico, responde a una relación en la que el otro es recipiente del saber profesional.

Lo metodológico fue siempre el eje, el soporte del ejercicio profesional, pero nunca se tuvo en cuenta como dice Edgar Morin , que la misión del método “es invitar a pensarse a sí mismo en la complejidad”, ya que todo conocimiento implica un acto de construcción y una reflexión sobre la actividad de un sujeto relacionado a un objeto y ambos mutuamente modificándose y complementándose.

El método no condiciona nunca lo que vamos a conocer. En la práctica corremos el riesgo de la incertidumbre. Como dice Niklas Luhmann, (1992, 62-63) “ el concepto de riesgo está en oposición a la noción de seguridad... siempre hay como probabilidad algo imprevisto que puede ocurrir”.

Cuando nada está seguro en esta sociedad en la que vivimos, no podemos pretender un conocimiento seguro de sí. La incertidumbre es tan válida como en su momento lo fue la objetividad. Nunca como ahora cobran tanto sentido los versos de Antonio Machado, “caminante no hay camino, se hace camino al andar”.Hemos trabajado sobre teorías, sobre métodos hechos por otros. La aventura científica de Karl Popper era refutar hipótesis. Ahora la aventura científica es construir lo que hacemos. Un médico cirujano nunca sabe con qué se puede encontrar cuando práctica una operación en un cuerpo humano. ¿Por qué nosotros pretendemos saber lo que encontraremos al introducirnos en una familia, en un barrio, en una institución? Como dijo Tomás Ibáñez ( 1993, 50), “las más grandes atrocidades siempre se han cometido en el nombre de la retórica de la verdad. La verdadera religión, la verdadera divinidad, lanzó las cruzadas, creó la inquisición y masacró a los calvinistas. La verdad presidió la revolución francesa, justificó el terror bolchevique y permitió el holocaustro y las sangrientas dictaduras latinoamericanas.

Pecando casi de inmodesto, yo, a quien ya muchos me consideran histórico o un “clásico” en el Trabajo Social como me dijo no hace mucho un colega, he pasado por sucesivos momentos históricos, políticos, económico, profesionales, podría decir que si bien hay muchos profesionales del Trabajo Social que nunca se interrogan acerca de la profesión y de sus cometidos profesionales prefiriendo ser como un farmacéutico, intermediario entre el necesitado y el recurso receta, hay otro grupo, disperso por cierto, que transitando por la historia nos hemos preguntado acerca del campo, del objeto, del método, de los límites, de la especificidad, de las relaciones con los usuarios, con las otras profesiones, acerca del por qué ciertos sectores de la población en el que incluimos a trabajadores sociales

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como asalariados, contribuyen a su propia dominación y explotación. Ese preguntarse lleva hoy a que cuestionemos muchos de esos temas desde distintas perspectivas conceptuales y políticas y a que sigamos construyendo esta profesión.

También podría decir que hemos buscado a lo largo y ancho de esa historia, siempre respuestas que trascendiendo a nuestros empleadores, sirviesen realmente a las personas con quienes trabajamos. Nuestros trabajos, nuestras creaciones institucionales fueron respuestas a demandas históricas que no siempre respondieron a pedidos del Estado o de empresarios.

No hay homogeneidad en la formación ni siquiera dentro de un mismo país, tampoco en el ejercicio profesional, pero seguimos buscando la especificidad, aquello que nos distingue de otras profesiones. ¿De cuales? De la física, la química, la biología? Si. ¿De la antropología, de la sociología, de la psicología? Hace muchos años hablamos de la ciencia como una unidad, de que aquello en lo que trabajamos no necesariamente son problemas sociales, los que por otra parte pueden ser abordados por otras miradas que no sean las nuestras. Todas aquellas preguntas que en su momento motivaron encuentros, acaloradas discusiones, han sido parte del camino, de una construcción.

Y hoy nos preguntamos si estamos resignificado la demanda societal tanto en el proceso de formación como en el ejercicio profesional, si nuestro rol está acorde a los tiempos que nos toca vivir, si hemos intentado superar nuestra función controladora otorgado desde los dueños del capital, e imponer el peso de nuestra formación a favor de los actores sociales, asumiendo los objetivos institucionales pero bregando por una cooperación solidaria, desde organizaciones que agrupen necesitados y recursos, que desenvuelva potencialidades específicas en proyectos sustentables no por el Estado o el ocupador ocasional, sino por las propias personas con quienes trabajamos.

¿Nos hemos dado cuenta de que nuestro trabajo está también condicionado por nuestra historia personal, género, clase social, etnia, así por las de la gente con la que trabajamos?.

Han cambiado los escenarios sociales en los que intervenimos. ¿Los tenemos en cuenta?.

Como ocurre en la mayoría de los pueblos latinoamericanos, el pago de la deuda externa es un cáncer que carcome nuestras economías, la desarticulación de lo público en beneficio de lo privado extranjero, la reducción de la producción y de los salarios, han acentuado las desigualdades sociales, con desempleos y subempleos, con un poder económico cada vez en menos manos, con prestaciones sociales atendidas con recursos residuales y una frustración que cada

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día muestra su rostro en la violencia, en la apatía, en la desesperanza.

El tiempo de los mitos ha pasado. Ya no somos un país para sí sino países para otro, botín del saqueo del Fondo Monetario Internacional y de cuantas multinacionales existen.

La pobreza, el hambre, la falta de trabajo, las transformaciones en los procesos de producción y reproducción de la vida social, la reforma del Estado, la corrupción de políticos y de la justicia para quienes el derecho se aplica a los enemigos y se interpreta con los amigos, caracterizan este vivir hoy día como una aventura cotidiana, en la que la creatividad debe desplegarse en desarrollar estrategias de sobreviviencia, una de las cuales es la aparición de una economía informal que al no pagar impuestos, ni regirse por las leyes vigentes, es reprimida por el poder dominante.

Junto a la crisis económica, la crisis moral que el capitalismo contribuye a fortalecer, descompone progresivamente el tejido social de nuestros países. El incremento de los negociados, léase coimas o mordidas, desde el gobierno, la justicia, los sindicatos, las fuerzas de seguridad y la impunidad con la que gozan, ha pasado todos los límites imaginables.

Frente a la sociedad del riesgo que nos toca vivir, es casi lógico la innegable compulsión a la acción en detrimento del pensar cómo y por qué, y que el rostro público del trabajador social, sea el de quien atiende y soluciona problemas sociales inmediatos.

En esta tensión en la que se produce la desigualdad, la rebeldía y la resistencia, tiene hoy que trabajar el Trabajo Social. “Así, dice Iamamoto (1997, 13), aprehender la cuestión social es también captar las múltiples formas de presión social, de invención, y de re – invención de la vida construida en lo cotidiano”.

En estos nuevos escenarios en los que hoy el Trabajo Social debe desenvolverse, los protagonistas no podemos seguir siendo nosotros. Hay, que comprender y significar el escenario de la intervención desde la perspectiva de los actores, investigando cómo se fueron construyendo las situaciones y qué nos plantean y los papeles que se le asignaron desde la familia, las instituciones o la sociedad.

La acción social implica consecuencias en el contexto, que pueden ser previstas e intencionadas o imprevistas o no intencionadas, queridas o no. Los actores pueden ser conscientes o no de ellas, pueden contribuir a su mantenimiento y reproducción, a su destrucción o a su transformación.- ¿En qué medida contribuimos a ello?

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La realidad va decidiendo los modelos de la acción social, que más allá del Trabajo Social, surgen de los sujetos históricos que los plantean como problema que deben resolver trascendiendo lo individual, tan arraigado en los pueblos de origen latino, desde el grupo como espacio táctico, estructurando redes de identificaciones. Ya Alain Touraine había señalado hace años en su Sociología de la Acción que el actor social es un sujeto colectivo.

Y Jürgen Habermas (1987, 343) que “la libertad humana se manifiesta productivamente en los procesos activos de transformación de la naturaleza, llevados a cabo por los hombres que trabajan y se manifiesta también en la autoconfiguración política de un pueblo que rechaza toda tutela y se rige por sí mismo”.

Frente a la inoperancia de las estructuras institucionales, la

población reacciona organizándose para buscar alternativas en su propio seno. Así los movimientos populares como contestación activa a los procesos de exclusión a los que son sometidos grandes sectores de la población han reaparecido con fuerza en los últimos tiempos, mostrando como la objetivación de la realidad social es un proceso que está siempre construyéndose y deconstruyendo con la intervención activa y continua de los actores, ya sean como protesta con los cacerolazos, los piquetes que cortan carreteras y calles, ya ocupando fábricas cerradas y articulando la fuerza de sus ex - obreros en cooperativas de trabajo, o en micro - emprendimientos.

Esa acción social como práctica política es la que garantiza una práctica transformadora, una práctica de implicación comprometida..

Como el Trabajo Social desde su origen fue una profesión atrapada en sus propias contradicciones, tampoco es fácil actuar desde las Escuelas de Trabajo Social, pese a tener mayor libertad operativa e ideológica. Las Universidades todavía no han dejado de ser suma de islas al interior de sí misma, sin lazos que conecten sus saberes y prácticas, que saliendo de la comodidad de sus aulas, sean realmente transformadoras. Y dado que lo que se enseña en las aulas es ajeno a la cultura vigente, la universidad se ve aislada de la sociedad a la que pretende servir. Esto queda claro, cada vez que se hacen reclamos por mayores presupuestos ¿quiénes se suman a ellos? Y si lo hacen algunos grupos, lo hacen por la educación o por el rédito político que pueden obtener?

Tampoco las universidades se salvan de los intereses capitalistas que las utiliza para su servicio, aún cuando sectores de docentes y estudiantes se plieguen a los movimientos populares que van surgiendo o acompañen la ocupación de fábricas recuperadas por sus obreros.. Los discursos de los que saben no siempre van acompañados de una práctica coherente Sus discursos se sostienen

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en las universidades con los salarios que pagan los que nunca concurren a las universidades.

Los cambios no se producen desde fuera de las crueles situaciones que debe afrontar amplios sectores de la población. No se pueden tampoco explicar esta sociedad multinacional en términos de teorías elaboradas hace siglo y medio. Ni Marx, ni Freud, ni Durkheim, ni Weber, ni Mary Richmond, pudieron prever, la complejidad de este mundo de la fragmentación y la diversidad en el que vivimos. Las ortodoxias hoy son dogmas. En los dogmas se cree por la fe, no por los resultados de prácticas concretas, que no transcurren precisamente en la universidad.

Hemos hablado desde antiguo del cambio, hasta nos hemos denominado “agentes de cambio”.Algunos sectores de la reconceptualización hablaron del cambio de estructuras como objetivo del Trabajo Social..Hablamos de que hay que cambiar la mentalidad de la gente, hacerlos pasar de su conciencia ingenua o mágica a una conciencia crítica. Y no cambiamos nada, simplemente, porque como bien dice el cubano Pedro Luis Sotolongo (2000,4) “pensamos llevar a cabo dichos cambios operando directa e inmediatamente (sin mediaciones) sobre esas estructuras sociales (y sus instituciones) y /o sobre esas subjetividades sociales, cuando en realidad, ello nunca resulta factible. Y no resulta factible por la sencilla razón de que tales estructuras objetivas y tales subjetividades individuales, con las que estamos disconformes, han sido producidas y son la resultante, de determinados regímenes de prácticas colectivas características del obrar cotidiano de los hombre y mujeres reales y concretos de esta sociedad, es decir por determinados patrones de interacción social de la vida cotidiana”.

Desde el Trabajo Social lo que podemos cambiar son esos patrones de interacción social de la vida cotidiana en colectividades humanas. Ellas son las que cambian, las que producen, construyen otras relaciones sociales, otras formas de pensar sus realidades y reivindicar sus derechos ciudadanos.

El enfoque construccionista desplaza justamente el enfoque del individuo, grupo o comunidad como morada del problema, hacia la comprensión de que las redes sociales que son fundamentales para la construcción de los problemas como para su resolución.

Cada día me preocupa más la desconexión entre lo que enseñamos y lo hacen los profesionales en las instituciones, la desprofesionalización de los que trabajan en ellas, la falta de co –presencia en las prácticas cotidianas de los sujetos con los que se trabaja.. Puede atribuirse a las condiciones de flexibilización de las condiciones laborales, a la falta de reconocimiento de la profesión, a la falta de un espíritu corporativo en nuestras asociaciones profesionales, a la exigencia cada día mayor de acreditaciones,

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maestrías, doctorados, convertidos en buenos negocios para la empresa universidad, que luego no se reconocen a la hora de remunerarlas, al síndrome del burnout, definido como un estado de agotamiento, decepción, pérdida de interés, por quienes no logran satisfacción a sus expectativas en el trabajo.

Es indudable que esta despiadada crisis además de generar un gran sufrimiento social, también está generando un gran sufrimiento institucional sobre todo en aquellas que atienden niños y personas mayores, y en los profesionales enfrentados a una demanda enorme que los supera sin los recursos suficientes y sin instrumentos conceptuales para comprender lo que se está viviendo El síndrome de “Burnout” está hoy afectando a una insospechada cantidad de profesionales, dejando sin energía a sus víctimas, lo que se expresa en estrés crónico, trastornos físicos, desapego y bajo rendimiento en la atención de las personas. Recientes estudios realizados en distintas ciudades del mundo, han demostrado que más del 50% de los profesionales de la salud y de la acción social lo padecen, sin que para ellos haya protección, cuando en otras profesiones hay normas que las protegen de potenciales accidentes (1).

A veces pienso que debo ser un fenómeno, pues nunca estuve enfermo de burnout, ni nunca mi discurso expresó agotamiento, pese a mis 51 años de ejercicio profesional en instituciones y en la docencia.

Y me pregunto¿ No habrá que pensar que nos falta pasión en las cosas que hacemos?

Cambiar no es tarea fácil, especialmente desde instituciones concebidas bajo la óptica del poder conservador. Hay que pensar – actuar fuera de los moldes tradicionales, lo que no implica negar las instituciones, sino pensar – actuar junto a los movimientos y grupos populares, desde su grado de conciencia, desde sus valores, desde sus luchas por satisfacer sus necesidades que exceden lo puramente material, desde su palabra y los significados que a ella le atribuyen.

La acción social implica un contexto ¿Conocemos el contexto organizativo en que se desarrollan nuestras prácticas? Sólo así se puede insertar nuestra actividad en la dinámica de la entidad y a la vez favorecer que ésta tenga presente que en su organización y funcionamiento hay una dimensión específica en la que se sitúa el trabajo social.

El trabajo social históricamente, dado las tensiones internas y sociales, es una disciplina en permanente revisión de sí misma. El sentido de la profesión se define por su inserción en la dinámica social como una práctica social específica, condicionada por determinaciones objetivas y por la correlación de fuerzas vigentes.

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Como dice nuestra colega Nora Aquin (1996, 73), “la intervención no es un mero hacer, es el horizonte donde se juegan las miradas epistemológicas y de la teoría social. Si no mejoramos estas dos miradas, la mejora de la intervención es imposible, ya que ellas nos están direccionando nuestra interpretación del fenómeno. Y según como interpretemos el fenómeno, los caminos de intervención serán diferentes”. Así la invasión en Irak, será para unos un proceso de liberación, para otros la afirmación del poder resultante de la mayor industria de guerra para la apropiación del petróleo. Así para unos la pobreza será la reproducción de algo que siempre existió y para otros de la apropiación y reproducción del capital en manos de unos pocos. Así las acciones asistencialistas contribuyen a sostener el poder

En contradicción con lo que hacen los sectores populares,

los trabajadores sociales formados para organizar grupos y comunidades, todavía no constituimos una fuerza hacia el interior de nosotros mismos, ni hacia fuera, para contribuir a modificar la deprivada realidad de una mayoría de la población, incluyéndonos a nosotros mismos, pues al fin y al cabo, salvo la ilusión de tener poder, somos parte de esa mayoría. ¿O hay trabajadores sociales que nunca han tenido algún tipo de problema personal- familiar que asumir?

La cuestión social también nos abarca a nosotros, Y sin embargo como señala Martinelli (1992,82), buena parte de nuestro colectivo profesional “no se reconoce parte integrante de la clase trabajadora”, asalariada...“ no asume la lucha política por sus ideales”.

¿Seguimos sirviendo al mantenimiento del statuo –quo o al cambio? ¿Seguimos siendo agentes de control o transgresores? ¿Seguimos siendo pasivos receptores y ejecutores de lo que piensan los políticos y los tecnócratas de la burocracia o empezamos a jugar roles políticos de decisión, negociación? Seguir encasillados exclusivamente en lo poco que sabemos o aceptamos los aportes de otras disciplinas, del arte, de la filosofía, de la cultura popular, el juego, la intersubjetividad, la reflexión crítica, lo que de ninguna manera significa dejar de ser rigurosos en nuestro trabajo, pero sí dejar de estar dominados por el cálculo y la previsión, compartir con otras disciplinas las diferencias y abordar desde la transdisciplinariedad las situaciones complejas en las que trabajamos, borrando jerarquías y el dominio de unas sobre otras, ya que ninguna por si puede abordar con eficacia un objeto.

En lugar de cercar campos profesionales, hay que abrirlos estableciendo redes de interacción e interconexión. La cuestión social, lo social, cono nudo de relaciones sociales, nos demanda investigar justamente eso que es social y no simplemente determinada situación o problema social, atomizando la realidad en la que operamos.

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Somos trabajadores calificados. Esto demanda desde nosotros optar por un principio pluralista frente a la diversidad teórica de corrientes, tendencias, posiciones, buscar alternativas de producción que se funden más en la plena utilización de la mano de obra que en el rédito del capital; que movilice todo el capital humano existente desperdiciado o malgastado, que haga del trabajo, la vivienda, la educación y la salud, un auténtico derecho y no el privilegio de una minoría; que revierta el asistencialismo clientelista de un Estado que es benefactor de sus propios intereses y de los intereses del capitalismo externo, que fomente la creación de tecnologías nacionales eliminando inversiones innecesarias, que no mutile nuestra identidad nacional y preserve el medio ambiente. Que conforme controles vecinales y no policiales en los barrios y poblaciones. Que consolide la democracia y forme al ciudadano, al hombre informado de los asuntos públicos para que intervenga en ellos activamente y no como mero receptor.

Todo esto desde una perspectiva holística de la realidad, que nos permita aprehenderla en su complejidad, fragmentación y diversidad, para entender los hechos sociales en su integridad con sus implicaciones sociales, psicológicas, jurídicas, económicas, históricas y a la vez, comprender nuestra propia persona en la orientación de un proceso. La práctica no es una visita domiciliaria, no es solicitar informaciones sobre la vida de un vecino, no es invadir la privaticidad de las personas, no es aconsejar ni dar recetas para la actuación,

Hay que ver la práctica como la ruptura de lo viejo, de lo clientelar , de lo meramente paliativo. Hay que ver la práctica como la recreación colaboradora que nos permite a todos las personas involucradas interrogar, cuestionar, nuestras vidas y los hechos y encontrar alternativas transformadoras, haciendo que la labor del trabajador social sea provisional para que ellas asuman como derecho, su intervención, responsabilizándose como sujetos activos y colectivos.

Coincidimos con Martinelli (1998, 135-147) en que “nada en la vida puede ser pensado solamente como trágico”, porque “ en esta misma sociedad que oprime es posible también descubrir los caminos de la liberación”.

Hay que recobrar la investigación que busca construir conocimiento del conocimiento que los otros tienen de su realidad, captar el significado que ella tiene para ellos y cómo en base a ello actúan. Mientras la investigación cuantitativa relaciona variables, la cualitativa relaciona procesos, articulando las observaciones del trabajador social con la de los actores que brindan los significados acerca de sus experiencias de vida. Como dice Kenneth J. Gergen (1996, 177), la investigación “ no es documentar patrones existentes

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de vida social, sino dar vida a las posibilidades de nuevos modos de acción”

Creemos que es el momento de reconstruir desde el compromiso social, de generar nuevas formas asociativas que potencien los recursos que estaban inmovilizados.

Que la reconstrucción resulta de una polifonía de voces, nunca de atomizar procesos dividiendo, separando a sus actores. Aun el retorno al trueque en algunas realidades latinoamericanas es una forma de insertarnos en un universo de discursos y sentidos que proveen de significados la acción de los sujetos que lo ejercen. Sumo a ello los micro-emprendimientos, que demuestran como las manos pueden ser una respuesta a la crisis.

Hay que ver como se despliega la creatividad en las personas como acto de disconformidad frente a lo dado, como respuesta no común a un problema o a una situación, como una posibilidad lúdica, de juego libre entre lo real ( la situación que encontramos) y lo imaginario (el objetivo a alcanzar).

Hay que considerar los espacios en los que trabajamos como escenarios sociales, como entramados de relaciones conformadas por diversos, heterogéneos y dinámicos sujetos actores entre quienes se puede generar acciones solidarias en la que participen críticamente y no como objetos. Esta propuesta desde sistemas de redes, facilita como dice Rodolfo Núñez, (2001,2) “la generación de propuestas desde distintos puntos de vista que permiten a la vez, elaborar estrategias originales para enfrentar los problemas”. Coincidimos también con este autor, cuando afirma que el rol es una construcción que se va haciendo en la intervención con matices diferentes a la demanda en el momento y lugar determinado por la problemática en juego”.

Hay que dejar de ser el resoluctor de las demandas que le llegan, pasar a co - pensar con otros el abordaje y resolución de las mismas. Hay que dejar de ser los minusválidos de las profesiones, para pasar a demostrar como señala Graciela Tonon (2002, 8) “que contamos con la autoridad científica y profesional necesaria, es decir con la capacidad técnica y la competencia científica socialmente reconocida para hacerlo”.

Para lograr esto, que indudablemente no es fácil, tenemos que pensar en cambiar mucho la actual formación, cuyo énfasis está en el hacer y para ello acentúa en lo técnico, aún cuando mantiene disciplinas aisladas sin un eje directriz que articule y direccione esa formación para hacer frente a un contexto en permanente y acelerados cambios.

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Tenemos también que pensar en producir cambios actitudinales en nosotros los profesionales y/ o docentes de Trabajo Social, para entender y sobre todo aceptar, que nuestra formación sólo nos proporcionó un bagaje instrumental para operar en la realidad, y que ese bagaje en gran medida ya no sirve para actuar hoy y que por lo tanto debemos seguir siendo estudiantes, actualizando diariamente nuestros conocimientos,

Que el hacer mucho, suele equivaler en muchos casos sólo a representar un rol que realmente no asumimos, ya que hay una desconexión con nosotros mismos que nos impide analizar y calificar lo que hacemos y lo que decimos, lo que es grave, porque al no haber percepción de sí mismo, no hay percepción del otro, que pasa a ser una cosa, una carga pesada a sostener o simplemente un rótulo: ladrón, loco, drogadicto, indio, y nuestra intervención, una acción sin actores salvo el protagonista que es el trabajador social.-

Sólo se puede estudiar una realidad en la perspectiva de la relación de los actores insertos en ella, en una realidad en la que las transgresiones suelen ser estrategias de sobrevivencia. ¿Podemos mirar su mundo sin ser parte de ese mundo?

Creemos que solo desde su sentir y su pensar a través del diálogo, del “lenguajear” como dice Humberto Maturana, lo que equivale a capacidad de diálogo, de desplegar estrategias discursivas, de la capacidad para describir, analizar e interpretar para comprender la experiencia. Sólo el intercambio genera el significado. Y hay una relación recursiva entre significado y conducta. No ignoramos el problema, pero el centro de nuestra atención está en esos significados de lo que es problemático y en el lenguaje con que lo describen y en entender que si bien es importante que podamos interpretar esa realidad como la vemos, nos ubiquemos en la auto - referencia de los otros, intentando comprender sus razones que también son válidas, ya que la reconstrucción de los hechos no es individual sino una mirada consensuada entre todos.

Los defensores del rigor científico podrán decirnos que eso no es objetivo. ¿Acaso es objetiva la mirada del o de los profesionales? ¿La información de las encuestas lo es? La objetividad de la ciencia es una mentira, porque no hay ciencia sin sujetos. El discurso sobre la verdad científica es sólo un mito como hace años lo señalaron los representantes de la sociología critica de la escuela de Frankfurt, Horkheimer y Adorno. El conocimiento empieza a aceptarse como la conjunción de perspectivas de dominios discursivos diversos.

Vivimos en un estado de crisis. Pero no podemos derrumbarnos en esta crisis. Ni quedar paralizados o actuar con automatismos con procedimientos estandarizados hoy caducos ni transfiriendo nuestras frustraciones a las personas atendidas.

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Hay que buscar estrategias. Hay que desarrollar modalidades de acción alternativas que la superen y no que la estabilicen como un rito.

El trabajo no es simplemente un factor instrumental, es fuente y productor de conocimientos y ámbito de realización social y personal. La concepción estudio – trabajo presupone que el trabajo es el ámbito de creación y recreación de la existencia humana. Por eso entendemos que tanto el estudio como el ejercicio profesional, son un trabajo que se constituyen como construcciones a partir de las demandas de la práctica en un hoy que es social, cultural, económico y político.

Creemos que todo esto es posible en esta sociedad donde todo aparece hecho, pensado por los demás, donde el capital maneja el ocio y la psicología del consumo produce robots felices que comen hamburguesas y toman coca-colas.

Hay que trabajar con las contradicciones actuales, creando nuevos espacios y concepciones profesionales, evitando seguir en la dinámica de los fenómenos sociales que empujan siempre nuestro accionar hacia lo apremiante, a la ilusión de servir.

Para ello hay que asumir que la práctica es un proyecto

político articulado en proyectos sociales. Creemos que sólo así podemos impulsar transformaciones y ser coherentes en el ejercicio de nuestro rol junto a todo ese pueblo –indios, negros, mulatos, mestizos, blancos, católicos, judíos, mahometanos, urbanos, rurales, que nos han señalado el camino del compromiso a medida que fuimos descubriendo la realidad de América Latina. Como lo dijimos hace muchos años, 1972 en nuestro libro Servicio Social Pueblo, “ellos son precisamente América Latina, unida por sus manos y su voz entre el oprobio de sus escarnecedores y la sangre de sus mártires.”

(1) Sobre el burnout, véase: Tonon, Graciela (2003): Calidad de vida y desgaste profesional. Buenos Aires, Espacio.-

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Bibliografía:

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